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REPENSAMIENTO DE LA FORMACIÓN HUMANÍSTICA

UNA COMUNIDAD DE BUSCADORES


AL SERVICIO DE LA PERSONA

DOCUMENTO 4.
SELECCIÓN DEL DOCUMENTO UNA COMUNIDAD UNIVERSITARIA
ENFOCADA HACIA LA PERSONA
APARTADO 4: «LA BÚSQUEDA Y ENCUENTRO COMUNITARIOS DE LA
VERDAD: TRADICIÓN, CLAUSTRO, FACULTAD»

20-26 de abril de 2016


Dr. Ángel Barahona y Dr. José Ángel Agejas
Una comunidad universitaria enfocada hacia la persona. © J.A.Agejas-S.Antuñano

Una comunidad universitaria


enfocada hacia la persona

JOSÉ ÁNGEL AGEJAS Y SALVADOR ANTUÑANO


OCTUBRE 2015

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Una comunidad universitaria enfocada hacia la persona. © J.A.Agejas-S.Antuñano

Pág.
Sumario

Acercamiento a la persona 2

1. La persona no es un término personalista 4


1.1 Del origen del concepto a la escuela personalista
1.2 Mapa del mundo personal
1.3 Distintas hojas de ruta hacia la persona
1.4 Persona, cultura de la Pascua

2. La vocación dialógica de la persona al saber en sí mismo 33


2.1 La tensión inherente al modo de ser humano
2.2 La naturaleza humana y la persona
2.3 La persona se realiza en diálogo y relación: crea cultura
2.4 La integración de los saberes en la síntesis dialógica personal

3. La persona que busca, encuentra y dialoga con la Verdad 41


3.1 El diálogo íntimo entre naturaleza y persona en orden a la plenitud
3.2 La imagen verdadera que restaura
3.3 Del sujeto individual a la dimensión comunitaria
3.4 La Verdad como encuentro, no como posesión

4. La búsqueda y encuentro comunitarios de la verdad: tradición, claustro, facultad 49


4.1 Cómo es una Universidad enfocada en la persona
4.2 Tradición e innovación
4.3 Formas de comunidad de buscadores
4.4 La libertad de cátedra y la vinculación esencial con la Verdad

5. Ciencias, artes y facultades en clave personal 60


5.1 Considerandos en relación con el objeto y el método de las ciencias
5.2 Artes y ciencias enfocadas hacia la persona
5.3 Una comunidad al servicio de la persona que busca

6. El servicio de la Verdad a la edificación del bien común 71


6.1 El sentido del saber de la persona en comunidad
6.2 La consideración de un bien común debido
6.3 El papel de la Universidad como espacio de libertad

Transición: la identidad católica de la Universidad 76

Bibliografía 78

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Una comunidad universitaria enfocada hacia la persona. © J.A.Agejas-S.Antuñano

4. La búsqueda y encuentro comunitarios de la verdad:


tradición, claustro, facultad

El objetivo de este apartado es el de recoger toda la explicación de los apartados


anteriores y aplicar esos requisitos y exigencias a la comprensión de una
Universidad enfocada hacia la persona. Se trata de una tarea que supera con
creces las posibilidades de estas páginas, de modo que haremos un esfuerzo
para que la síntesis ofrezca las pistas principales y más significativas para que
sea precisamente el quehacer diario de esa comunidad universitaria el que
muestre cómo en esta institución se ofrece un servicio insustituible que ilumine
a la persona en su aspiración a la plenitud.

Dice el profesor Llano que «el tiempo configura las universidades, pero siempre
se corre el riesgo de que las erosione. La cuestión decisiva es si una institución
universitaria sabe cómo suscitar y gestionar lo nuevo: si lo inédito se inscribe en
su interno proyecto o es algo que le sobreviene por sorpresa y casi a traición»
(Llano 2003:19). La dimensión comunitaria de la Universidad supera la cuestión
meramente cuantitativa o sociológica. No es sólo que hagan falta muchos
profesores porque hay muchas asignaturas, ni siquiera de que cierta sistemática
saca mejores resultados de un modo de organización u otro. La Universidad,
como la misma persona hacia la que ha de estar enfocada, tiene una dimensión
comunitaria constitutiva.

4.1 Cómo es una Universidad enfocada hacia la persona


Si preguntáramos a los medievales que recorrían las rutas europeas en busca de
los maestros que enseñaban en las nacientes universidades si la Universidad
debería estar enfocada hacia la persona o no, seguramente no entenderían el
sentido de nuestra pregunta. Seguramente porque para entenderla hay que ser
un poco postmoderno. Es decir, vivir en un momento social y cultural en el que
el hastío por la realidad sólo encuentra algún paliativo en el mercantilismo o el
pragmatismo de los resultados inmediatos. Pero no olvidemos que se trata de
rasgos de una crisis, no de manifestaciones genuinas del espíritu. Tan
interesante para conocer cómo es una Universidad enfocada hacia la persona es
la perplejidad de ese medieval, como el hastío del postmoderno que somos:
tradición y porvenir.

La riqueza de la secular institución universitaria está, precisamente, en que está


enfocada hacia la persona, en que está al servicio de la inquietud más radical
del ser humano, la de encontrar el sentido de su existencia y transformar la
realidad que le rodea de acuerdo con ese sentido. Si la persona no es una
realidad acabada, como ya hemos visto, la Universidad tampoco. La
Universidad es, desde hace siglos, el lugar natural del saber por sí mismo: no la
enciclopedia donde está lo que se sabe, ni tampoco el laboratorio que produce el
último invento que viene a satisfacer una demanda tecnológica. No es función
de la Universidad quedarse en el pasado, ni tampoco construir un futuro. La
Universidad es el lugar donde se ofrece a la persona la posibilidad de
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Una comunidad universitaria enfocada hacia la persona. © J.A.Agejas-S.Antuñano

preguntarse por el sentido de la realidad, de los cambios sociales, de la creación


artística, de los descubrimientos científicos o de los avances tecnológicos. Por
eso está enfocada hacia la persona, porque es la persona la que se hace estas
preguntas, y es la persona la que ha de seguir siempre buscando las respuestas
más adecuadas a las mismas. Pero para describir aún un poco mejor qué es una
Universidad enfocada hacia la persona, con sus principales implicaciones,
vamos a recorrer esos dos contornos temporales, el inicio y el momento actual.

Decíamos que seguramente un europeo del siglo XII nos miraría perplejo si le
inquiriéramos si la Universidad ha de estar enfocada hacia la persona. Si
pensamos en el origen de la Universidad, el contexto histórico y los
«materiales» críticos con los que se contaba entonces, veremos que su dinámica
no era otra que las exigencias de la reflexión y búsqueda de la Verdad enfocada
hacia la persona.

Hemos visto en el apartado 2 que el diálogo está en el origen de la tradición


occidental como expresión del modo racional de indagar acerca de la realidad.
Pero la Universidad medieval no era la Academia de Platón. Aquel primer
quehacer racional se había venido enriqueciendo con otros elementos, que se
integran en esta institución.

Ya el paso de Platón a Aristóteles —como señala Lledó al mostrar el cambio de


estilo en los escritos que nos han llegado de ambos filósofos— responde a un
paso nuevo en la investigación y comunicación intelectual. Los escritos
aristotélicos (pragmateía) son resultado de un trabajo individual de reflexión
expuesto al grupo para su estudio.

«El lenguaje de la pragmateía surge de un nuevo sistema de referencias. Más


solitario que el diálogo, el lógos de la pragmateía necesita de un sustento distinto
para su publicidad. (…) pensado o, al menos, escrito para el público restringido
de aquellos oyentes del Liceo, encuentra su publicidad en la ékdosis, en la
lectura ante esos oyentes que lo asimilarán en otro tiempo más lento que aquél
que implica la inmediata temporalidad del diálogo. (…) La pragmateía leída ya
significaba un hito que, acogido por el discípulo, iba a acrecentarse en una
discusión “entre escolares”, entre componentes de un grupo humano para el
que el maestro es el iniciador de una “investigación”, el sugeridor de un
proyecto teórico que él argumenta y refuerza en el “monólogo del escrito”,
defendido y sustentado, como había anunciado el Fedro platónico, en su propia
epistéme: “Tenemos que mirar a un lógos genuino hermano del otro, y de qué
manera se desarrolla y cuánto mejor y más poderoso crece. —¿Qué lógos es ése
y cómo dices que se engendra? —Es aquél que se escribe con ciencia —metá
epistémes— en la mente del que aprende y es capaz de defenderse a sí mismo
(Fedro 276a)» (Lledó 2011:136)

Surge aquí ya un modo de trabajo comunitario que trata de «engendrar» un


conocimiento por medio de la reflexión y la exposición argumentada. A este
primer grupo de materiales, hemos de añadir la aportación de la Revelación
judeocristiana y la reflexión que durante los primeros siglos de cristianismo

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(como vimos en el apartado 2) enriqueció esta perspectiva. Tengamos en cuenta


que incluso el mismo vocabulario que Platón utilizaba para el conocimiento
será utilizado por los cristianos al confesar que el Lógos (Cristo) es engendrado (ni
creado, ni fabricado a partir de otros elementos preexistentes) por el Padre. Es
la riqueza misma de Dios la que se expresa en su Palabra (Lógos), que además se
ha hecho carne.

Tenemos así que, en el nacimiento de la Universidad, confluyen una serie de


elementos no sólo irrepetibles, sino únicos en la historia de la humanidad, que
explicarían además que la pregunta por si ha de estar enfocada hacia la persona
llenara de perplejidad a nuestro supuesto interlocutor. Es que no puede ser de
otro modo. Es la persona la que quiere descubrir las razones de lo real,
articulando no sólo la reflexión, el diálogo, la argumentación y la investigación,
sino también, la contemplación del destino, de la finalidad, la comprensión del
sentido de todo cuanto existe.

La persona humana es no sólo un ser creado y contingente, sino también


redimido, llamado a la plenitud. Surge así la comprensión del carácter futurizo
del modo humano de ser, que le hace protagonista de su proyecto personal.

Volvamos de la perplejidad de nuestro interlocutor medieval y miremos ahora


a nuestro derredor. Seguramente lo que ha hecho que nos preguntemos por si la
Universidad ha de estar enfocada hacia la persona sea que hemos perdido de
vista su naturaleza fundacional y su papel en la historia. No decimos que
siempre lo haya llevado a cabo, pero sí que si responde a su carácter originario,
la Universidad ha de ser capaz de engendrar aquel conocimiento que le permite
a la persona ser capaz de dar sentido a su existencia, a su quehacer y a sus
proyectos.

El para qué de la realidad y de la existencia no queda explicado, como


decíamos, ni por el pragmatismo ni por el mercantilismo. La utilidad o los
beneficios son razón de ser para el funcionamiento de ciertas empresas o
proyectos. Pero no para ordenar la sociedad, para diseñar organizaciones
humanas, para promulgar leyes, para atender enfermos, para proyectar
ciudades o para educar niños. La Universidad ha de estar enfocada hacia la
persona porque sólo en ese caso podrá recuperar todos los elementos de la
tradición que hemos descrito y que confluyeron en su origen.

Una Universidad enfocada hacia la persona, por lo mismo, es lo más distinto a


una institución anclada en el pasado o diluida en proyectos ideológicos o
mercantilistas. ¿Por qué? Porque como la persona, tiene mucho de proyecto
moral, es decir, de superación constante hacia una mejor comprensión de la
realidad para orientar mejor el quehacer de los hombres en relación con ella.
Porque la Universidad no es el lugar de la erudición, sino el lugar donde se
quiere conocer mejor la realidad para ponerla al servicio de la persona, de su
crecimiento personal, social y cultural. Por eso tan connatural es para la

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Universidad, aunque pueda sonar paradójico, la tradición como la innovación.


La auténtica tradición y la genuina innovación. Veremos en el siguiente
apartado cómo se manifiesta esto en el modo de concebir las ciencias, y en
general, la búsqueda de la Verdad.

4.2 Tradición e innovación


Cuando hemos hablado de la persona señalamos que en relación con el
conocimiento de la Verdad, más que poseedor de datos, cuando hay auténtico
encuentro con la realidad, el sujeto es memoria viva en orden a la plenitud. Vamos
a considerar la tradición y la innovación como el reflejo de esas dos
dimensiones en la vida comunitaria. Al respecto, son tres son las cuestiones
principales, de las que nos vamos a ocupar en este apartado de las dos
primeras: en qué consiste la auténtica tradición, qué innovación es propia del
quehacer universitario. La tercera, por qué la comunidad universitaria es el
ámbito privilegiado para que se den ambas, será el contenido del siguiente
apartado acerca de las formas que asume la comunidad de buscadores.

Auténtica tradición
La tradición supone la fidelidad a la razón de ser. Acabamos de exponer qué
supone eso en el caso de la Universidad, cuando hemos recordado las
tradiciones que, a su vez, confluyen en su nacimiento. Es propio de la manera
humana de estar en la realidad tratar de discernir siempre la razón y el sentido
de cuanto hay y sucede para tomar las decisiones más acertadas, no el
inmovilismo. Nadie duda de que hacer el bien no significa hacer siempre las
mismas cosas, sino hacer aquellas que me perfeccionan. Del mismo modo, ser
fiel a la tradición en el caso de la Universidad no significa enseñar lo mismo y
de la misma manera que se enseñaba hace ocho siglos. Significa seguir
buscando juntos la Verdad, como se hacía desde su inicio, encontrando las
razones que hacen que conozcamos mejor la realidad, comprendamos mejor al
ser humano, y seamos capaces de dar a las creaciones humanas el sentido más
adecuado. Como recuerda el profesor Llano:

«la genuina idea de tradición está arraigada en la compleja y plural realidad de


los caminos que llevan a las mujeres y los hombres a perfeccionarse a sí mismos
al tiempo que perfeccionan las obras de su mente y de sus manos. La tradición
es el lugar de la palabra cargada de sentido, esa difícil palabra verdadera que la
Universidad busca con denuedo y cultiva amorosamente» (Llano 2003:29).

Y como nos recuerda Rupnik, esa Palabra que se prolonga en la tradición y que
ilumina la realidad de lo humano se nos reveló en Cristo, Palabra de Dios
encarnada. Lo cual no significa que no hayamos de seguir buscando, sino todo
lo contrario. Como nos muestra el nacimiento mismo de la Universidad, es la
certeza de la Revelación en Cristo, la que anima a buscar las razones de lo real y
el sentido de los aconteceres humanos. Porque esa certeza nos disuade de la
pretensión de «poseer la verdad» como certeza o autoafirmación, y más bien
nos alienta a la búsqueda y a la aceptación del otro. La lógica de la tradición es
la lógica del don y la vocación, mientras que la lógica de la autoafirmación es la

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lógica de la ideología y la exclusión. El Lógos es la plenitud de la revelación del


principio agápico que vimos en el apartado anterior, como aquel que permite la
apertura radical de la mente a la vida, que no reduce ni ideologiza la realidad.

«Superar la razón secular no es cuestión de cambiar de ideas o de vocabulario,


sino que es una cuestión de fe. (…) Por eso, la comunidad es anterior a la
tradición: es el lugar de la tradición, de la racionalidad, de la vida moral e
intelectual» (Sureau 2010:18)

Es muy interesante esta clave nueva expresada en este breve texto, porque sigue
resultando complicado con frecuencia despojar al concepto de tradición de las
rémoras que se le han adherido de forma acrítica. La memoria del Verbo
ilumina el trabajo de la comunidad porque no hay tradición sin comunidad,
porque no hay experiencia de la Verdad individualista, porque la Universidad
es comunidad desde su inicio porque nace para acoger y desarrollar en la
historia el encuentro con la Verdad.

Genuina innovación
Decimos genuina para diferenciarla de esa creatividad o innovación que es más
bien una autoafirmación del propio individuo, lo que además esta radicalmente
en contra no sólo de la búsqueda de la Verdad, sino también de la dimensión
comunitaria de la Universidad. Dice Rupnik:

«Hoy nos caracteriza una realidad: cada uno tiene sus ideas, sus proyectos y sus
intereses que quiere realizar, llevar adelante, con un deseo de autoafirmación
que también implica ser originales a toda costa, al tiempo que difícilmente
somos capaces de aceptar la propuesta de otro, de entrar en otra lógica. (…)
Probablemente la dificultad de hoy esté condicionada por el hecho de que
nuestra cultura favorece más una mentalidad de proyección y de
autorrealización, donde todo empieza siempre y como sea en nosotros, sin
ninguna interlocución seria, por oposición a la mentalidad propia de la
vocación, en la que se responde y se sigue, y al seguir, se sirve. También aquí se
encuentra, probablemente, el motivo por el cual hay tan poca creatividad en
nuestros días. La creatividad es una relación real, y se realiza con el trasfondo
del amor, en el que lo amado, al responder al amor, crea un mundo penetrado
de amor. (…) Es difícil que una cultura completamente cerrada en un
antropocentrismo particular se desvincule de lo ideológico y de lo moralista. En
este caso, la creación no será más que una especie de proyección ligada de
alguna manera al lucro, al poder, a la autoafirmación, y por tanto y en
definitiva, la producción de algo estéril y destinado a morir. La creatividad
surge de la relación de amor y conduce a ella. Trata de implicar a las personas,
porque nace de la Persona. Nuestra fe, de hecho, es la fe de las personas en la
Persona» (Rupnik 1998:35)

Es la razón por la que el profesor Llano puede afirmar que la fuente de


innovación son las personas (cfr. Llano 2003:51ss.), ya que son ellas el origen y
fin de la misma. La Universidad enfocada hacia la persona es una comunidad
de buscadores de la Verdad.

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4.3 Formas de comunidad de buscadores


La búsqueda y encuentro comunitarios con la Verdad suponen tanto el
principio agápico como el ejercicio de la lógica del don, único modo de superar
las mil formas de individualismo o de enaltecimiento del yo que bloquean el
auténtico encuentro. En su descripción del personalismo, Mounier explica que
la experiencia fundamental de la persona, el «hecho primitivo», como lo
denomina, es la comunicación, cuyos actos originales «que no tienen su
equivalente en ninguna otra parte dentro del universo» son: salir de sí;
comprender; tomar sobre sí, asumir el destino de los otros; el don sin medida y
la fidelidad (cfr. Mounier 2002:476).

Y estos son imposibles fuera de la búsqueda de la Verdad tal y como la hemos


descrito en el apartado segundo (La vocación dialógica de la persona al saber en sí
mismo), y desde el esfuerzo, la humildad y la superación personal constantes
para no convertir mi idea o mi certeza en criterio de verdad, en pauta de acción.
Ya nos avisaba Mounier de que «el mundo de los otros no es un jardín de
delicias. Es una permanente provocación a la lucha, a la adaptación y a la
superación» (Mounier 2002:473). Sin duda la convivencia con los otros en
comunidad de buscadores ya es un buen método para purificar mi inteligencia
de las pasiones particulares de cada uno. La búsqueda del beneficio, del interés
o de la autoafirmación son pasiones que pervierten la búsqueda de la Verdad,
no porque la inteligencia no llegue a ningún resultado cierto por ese camino,
sino porque no serán resultados enfocados hacia la persona, esto es,
posibilitadores del bien.

Las distintas formas de comunidad de buscadores no surgirán de un programa


o de una organización, diseñados de manera externa a la convivencia y vida de
los propios universitarios (profesores, investigadores, estudiantes). Tener
siempre en cuenta el bien común, la búsqueda y encuentro con la Verdad,
permite articular modos de convivencia orientados a la puesta en práctica de
ese diálogo efectivo entre buscadores que da paso a la comunidad. Lo cual no
quiere decir que no haya que programar el trabajo de la Universidad. Pero sí
que el programa, muchas veces justificado a priori por cuestiones ideológicas o
cuantitativas, no puede ser la condición o raíz del quehacer comunitario. La
programación de la actividad es un medio, una condición, no la razón de ser
(formal o final) de la comunidad.

Una inteligencia espiritual, esto es, capaz de proceder por encima de las
limitaciones de los objetos y métodos particulares, lejos de ser un límite, es una
riqueza, como veremos. Sobre todo porque cada vez está más claro que la
excesiva especialización empobrece la capacidad de la ciencia y del
investigador. Es necesaria, sí, pero al tiempo que se abre a la riqueza de
perspectivas sobre lo real que nace de una mirada en relación con otras ciencias.
Por eso el trabajo en equipo no es sólo una condición externa por la magnitud de
los proyectos, o la necesidad de aunar esfuerzos en la obtención de resultados,
sino por exigencia de la búsqueda de la Verdad. La complementariedad de los

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saberes es la única capaz de hacer aportaciones radicalmente creativas o


innovadoras y no simplemente originales.

Así pues, las diversas formas de comunidad de buscadores vendrán condicionadas


tanto por el contexto particular, como por los pasos concretos dados por cada uno
de los investigadores. Desde un punto de vista histórico, podríamos detenernos
aquí en las figuras propias del modo de funcionar universitario: el sentido del
claustro de profesores, de la facultad o de los seminarios. La organización
departamental y los intereses de poder o presupuestarios, desde luego, no han
sido la mejor manera que ha tenido la institución universitaria de organizarse,
pero porque previamente se había perdido el sentido como comunidad de
buscadores. La descripción gráfica que hacía hace unos años un catedrático de
la universidad como «un conjunto de departamentos unidos por los tubos de la
calefacción» da fe de ello. En todo caso, nos quedamos con esas tres figuras,
expresión social de la comunidad natural de buscadores, cada una de ellas con
un significado más definido.

El claustro académico es la primera. En los monasterios y catedrales medievales el


claustro es el espacio que ordena la vida de los monjes. Aunque se trata de un
recinto en apariencia cerrado, es el eje que pone en relación todas las
dependencias, y sobre todo, el que permite el acceso a la iglesia, lugar de
encuentro con Dios. Por tanto, toda la vida monástica con sus diversos
quehaceres y aspectos se relacionaba a través del claustro y todos, a través de él,
podían acceder a la contemplación de la Verdad. La imagen, pues, en el ámbito
académico, muestra la riqueza, totalidad e interdisciplinariedad de los saberes,
llamados a estar en relación y servir de caminos para el encuentro con la
Verdad. El cardenal Newman utiliza la imagen del imperio para representar
este quehacer propio de la Universidad en su conjunto, pero creemos que su
descripción encaja bien con la imagen misma del claustro y su simbolismo.

«Lo que representa un imperio en la historia política es lo que representa una


Universidad en el campo de la filosofía y la investigación. Es, como he dicho, el
alto poder protector de todo saber y ciencia, de hechos y principios, de
investigación y descubrimientos, de experimentos y especulación; configura el
territorio del intelecto y asegura que los límites de cada parcela se respeten
escrupulosamente, y que no haya ni invasión ni claudicación en ninguna parte.
Actúa como árbitro entre una verdad y otra, y, tomando en cuenta la naturaleza
e importancia de cada una, asigna a todas su debido orden de precedencia. No
mantiene una sola y exclusiva línea de pensamiento, por muy amplia y noble
que sea, y tampoco sacrifica ninguna. Es deferente y leal, ponderando su
respectiva importancia, para con las reivindicaciones de la literatura, de la
investigación física, de la historia, de la metafísica y de la ciencia teológica. Es
imparcial hacia todas y promueve cada una en el lugar que le corresponde y en
el cumplimiento de su propio objetivo» (Newman 2014: 231).

El claustro es la expresión visible más clara de la tensión interna del quehacer


universitario, pues la búsqueda de la Verdad y la preparación para el ejercicio
profesional se aúnan en la necesaria relación entre ciencias, técnicas y fines del
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obrar humano. Es la expresión abierta (reflejada también en el despliegue


multicolor de los trajes académicos en las ceremonias solemnes) de la
configuración de la comunidad de buscadores.

Las distintas facultades en que se divide la Universidad son la segunda forma de


organización de la comunidad. En ellas queda más definidos otros dos
elementos propios de esta institución: la continuidad de la tradición y, con
palabras de Jaspers, «una representación real del cosmos de las ciencias»
(Jaspers 2013:136). Continuidad y orden.

«El saber que la Universidad proporciona debe apoyarse en aquella energía del
preguntar y aquella seriedad de la responsabilidad intelectual que distinguen la
ciencia del diletantismo; pero no debe desbordarse ilimitadamente, pues no se
busca por sí mismo sino por el rendimiento profesional posterior. Ese saber ha
de formar un todo que puede abarcarse con la mirada y que a partir de él se
pueda trabajar prácticamente. Debe tener una configuración que sea capaz de
integrar nuevas materias y problemas permaneciendo, sin embargo, ordenada;
nunca acabada, pero siempre estructurada» (Guardini 2012:31)

No tiene mucho sentido ni la multiplicación sin número de facultades por un


lado, pero tampoco la cerrazón ante la novedad. Por eso permiten mostrar la
continuidad por un lado, y la relación entre ciencias y técnicas por otro.

«En el mundo moderno, la universidad está continuamente disponiendo


instituciones y servicios de enseñanza para nuevas necesidades de la sociedad.
Se trata de especialidades técnicas o de materias y síntesis para determinados
fines profesionales que requieren de una representación en la enseñanza. La
ampliación de la universidad es un proceso imparable. Hay en ello un sentido:
toda actividad humana es actividad con un saber, y allí donde es necesario un
saber corresponde a la universidad la exigencia de enseñarlo y de llevarlo a su
máximo desarrollo. Pero con frecuencia el resultado ha sido una ampliación
irreflexiva hacia la dispersión de un conglomerado de materias arbitrarias sin
relación entre sí. (…) La idea de la universidad exige apertura. No existe nada
que no merezca la pena conocer, ni ningún arte que no requiera un saber. Pero
la universidad sólo puede hacer justicia al conjunto cuando logra penetrarlo con
el espíritu de la totalidad» (Jaspers 2013:145)

Analiza así Jaspers si es pertinente o no que de las tres facultades originarias


(teología, jurisprudencia y medicina) se pase a la multiplicidad sin número que
parece sugerir el hecho de que se incorporen a la universidad todas las
innovaciones científicas y tecnológicas. Lo específicamente universitario no es
que sean tres las facultades, ni tampoco es muestra de un avance la
multiplicación sin número de las mismas. El criterio que ofrece es muy acorde
con los fines que hemos señalado como propios de esta forma de organización
de la comunidad universitaria: «una facultad especial necesita como
fundamento una auténtica esfera de la vida» (Jaspers 2013:147)

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Una comunidad universitaria enfocada hacia la persona. © J.A.Agejas-S.Antuñano

Finalmente, para que la comunidad universitaria alcance sus fines y este


panorama esté insuflado por una vitalidad constante y renovadora, profesores,
investigadores y alumnos han de organizarse en pequeños grupos, equipos o
seminarios de estudios, de donde surgirá la auténtica creatividad o innovación
de la que hemos hablado más arriba. Una vez más, Jaspers nos ofrece una clave:

«El origen del movimiento espiritual se encuentra, por lo general, en los


círculos más pequeños. Pocos hombres —dos, tres o cuatro— que trabajan, por
ejemplo, en un instituto o en una clínica, viven inspirados en el intercambio de
algo común que, como punto de partida de nuevas intuiciones, significa la
comunidad en el asunto, en la idea. Tal espíritu crece oculto, entre amigos, se
acredita y hace visible en ejecuciones objetivas para aparecer después
públicamente como movimiento espiritual. Un espíritu común de este tipo que
asociase toda la universidad es imposible. Pertenece a grupos más pequeños, y
la universidad posee la vida suprema cuando tales grupos interactúan
continuamente» (Jaspers 2013:111).

La Universidad como comunidad de buscadores, por tanto, muestra su


vitalidad y se enriquece en la medida en la que haya pequeños grupos
animados por ese espíritu de diálogo para alcanzar una mejor comprensión de
la realidad, un acercamiento armónico hacia la Verdad. La creatividad e
innovación que hoy puede aportar la Universidad de una manera única es la de
la relación entre saberes, la de la integración de las ciencias y las técnicas en la
búsqueda de un bien común que mejore la sociedad y dignifique a la persona.
Una comunidad de buscadores enfocados hacia la persona, por tanto, serán
aquellos que se pregunten por las relaciones entre las ciencias, por las visiones
del mundo implícitas o explícitas en las formas de organización humana (leyes,
empresas, colegios, acuerdos internacionales…). En estos pequeños grupos tal
quehacer se puede llevar adelante a través de los pequeños pasos que permiten
una apertura o ensanchamiento de la razón, según la conocida expresión de
Benedicto XVI. Cuando hablamos de que hay una serie de preguntas que
«ensanchan la razón» (Agejas 2013: 322) ya indicamos que no se trata de
convertirlas en una especie de cuestionario de aptitudes que se rellena para
cubrir el expediente porque, al fin y al cabo, no forman parte de la metodología
particular de mi ciencia. Precisamente son esas preguntas, compartidas en
comunidad, las que permiten un diálogo real entre las ciencias, porque son las
que permiten ver más claramente las relaciones y niveles de realidad
implicados en cada investigación. Porque son preguntas que obligan al
investigador a ponerse en juego, a dejar una actitud ideológica o pragmatista. Y
es cuando se pone en juego cuando el diálogo es posible, porque son preguntas
que no transforman la realidad, sino al que se pregunta sobre la realidad. Es en
ese momento cuando es posible un auténtico diálogo interdisciplinar, pues los
métodos tienen la cualidad de ser muy rigurosos, y por lo tanto, de funcionar
sólo cuando se aplican a rajatabla. Pero la capacidad de ver la realidad más allá
del resultado del método es virtud del investigador, y en este caso, de la
comunidad de buscadores que en diálogo sincero, no ideológico, puede arrojar
más luz sobre la realidad.

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Una comunidad universitaria enfocada hacia la persona. © J.A.Agejas-S.Antuñano

Para concluir este punto nos gustaría señalar, como hace el profesor Llano, que
la Universidad como institución supera a cada una de las universidades
particulares, de modo que hay una última forma de comunidad, que no sólo no
debería perderse de vista, sino que se da en la medida en la que pragmatismo e
ideologías pasan a un segundo plano y se privilegia el deseo de saber:

«Una de mis convicciones más queridas consiste en el pensamiento de que


todas las universidades forman una sola comunidad de investigación, de
docencia y de diálogo interdisciplinar. Siempre he visto que los auténticos
maestros se mueven en cualquier Universidad en la que estén como si fuera la
suya, porque en cierto modo lo es» (Llano 2003:12).

4.4 La libertad de cátedra y la vinculación esencial con la Verdad


Decía Guardini en una conferencia, de la que se conservan sólo algunos
apuntes, que la cuestión clave para entender el papel de la Universidad hoy,
frente a los grandes centros de investigación y avances científicos y
tecnológicos, reside en la pregunta por la Verdad:

«Se trata de la decisión de si la existencia humana debe estar definitivamente


dominada por la voluntad de poder o por la voluntad de verdad. (…) Es una
decisión esencial, continuamente exigida, la de si una época —no; un hombre,
cada hombre— quiere el primado de la existencia, el sentido último de la
existencia como voluntad de poder o como voluntad de verdad. (…) La decisión
de si la verdad ha de buscarse por su grandeza significativa propia —más aún,
de si se afirma que hay una auténtica verdad que pueda buscarse—, o si es
necesario renunciar a tal verdad y poner el conocimiento bajo el signo del
poder. La decisión recae sobre cada uno, sea docente o estudiante» (Guardini
2012:78)

Tras analizar las formas en que la comunidad universitaria se organiza para


buscar la Verdad, nos queda por preguntarnos si no hay cierta contradicción
entre esta búsqueda por un lado, y la libertad de cátedra, de la que tantas veces
se habla, por otro. Veamos brevemente esta cuestión.

La Universidad no puede llevar adelante su misión si no es desde la libertad,


precisamente. Esta es una condición necesaria, aunque no suficiente, para la
búsqueda de la Verdad. Del mismo modo que la persona se descubre a sí
misma como un ser que debe responder libremente a la exigencia de plenitud a
la que es llamada, sólo desde la misma libertad puede el investigador atender a
las exigencias de la razón para conocer la realidad y ordenarla para la plenitud
del ser humano.

Y esto que vale para cada uno de los investigadores, vale también para la
Universidad como institución, cuya libertad está cada vez más amenazada por
presiones de todo tipo (político, económico, empresarial…) que tratan de

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Una comunidad universitaria enfocada hacia la persona. © J.A.Agejas-S.Antuñano

canalizar su trabajo a través de la obtención de resultados inmediatos o la


aplicación de la corrección política como criterio de validez para sus saberes.

Si la libertad es condición para la verdad, no hay posibilidad alguna de


conflicto. Este sólo se puede producir en el caso de que el investigador caiga en
la «idolatría de la libertad». Es decir, en que eleve su inteligencia al grado de fin
en sí misma, de considerar que su razón es autónoma y capaz por sí misma de
crear la verdad. En ese punto, como ha sucedido tantas veces en los últimos
siglos, el sujeto ha dejado de estar enfocado hacia la persona y sólo se mira a sí
mismo, que es una persona, sí, pero que en ese momento deja de poner en juego
su capacidad específica, la de estar abierto a la totalidad de lo real. Se confunde
así la certeza particular con la verdad de lo real. Es temible convertir la propia
inteligencia en un ídolo al que rendir pleitesía. Una libertad sin verdad es
anarquía, del mismo modo que una verdad sin libertad se convierte en
ideología.

La libertad de cátedra en una universidad enfocada hacia la persona implica


siempre que la pregunta por el objeto particular de cada investigación está en
relación con la pregunta por la integralidad del ser humano. En esto las formas
de comunidad de buscadores son una gran ayuda, pues permiten, gracias al
diálogo y la colaboración, plantear la búsqueda desde una inteligencia libre de
las pasiones del dominio, del poder, de la autoafirmación.

Bibliografía

 AGEJAS, J.A. (2013) La ruta del encuentro. Editorial UFV. Madrid.


 GUARDINI, R. (2012) Tres escritos sobre la Universidad. EUNSA, Pamplona.
 JASPERS, K. (2013) La idea de la Universidad. EUNSA, Pamplona.
 LLANO, A. (2003) Repensar la Universidad. La Universidad ante lo nuevo. Eiunsa,
Madrid.
 LLEDÓ, E. (2011) El origen del diálogo y la ética. Una introducción al pensamiento
de Platón y Aristóteles. Gredos, Madrid.
 MOUNIER, E. (2002) El personalismo. Sígueme, Salamanca.
 NEWMAN. J.H. (2014) La idea de la Universidad (II. Temas universitarios tratados
en lecciones y ensayos ocasionales). Ediciones Encuentro, Madrid.
 RUPNIK, M.I. (1998) Cerco i miei fratelli. Edizioni Lipa, Roma.
 SUREAU, D. (2010) Una nueva teología política. Nuevo Inicio, Granada.

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