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La presencia
de las humanidades
en la universidad
Raúl López Upegui*
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mana. Por su parte, las ciencias y las tecnologías como productos del
entendimiento nos darán los conocimientos necesarios para nuestra
supervivencia y transformación de la naturaleza. Las primeras son
producto de la libertad, las segundas de la necesidad y del inge-
nio humano. Por eso son complementarias, y en las instituciones
universitarias desempeñan cada una su propia función formativa
en una dialéctica de contrapeso y equilibrio fundamental. Además,
debido a la creciente tendencia a la profesionalización y al mero
desarrollo cognitivo, las disciplinas humanísticas constituyen una
reserva y un dique a esa desaforada carrera del homo faber actual.
Ya es una realidad reconocida que muchas universidades se decan-
taron, en años anteriores, por su marcado énfasis profesionalizante,
y que parte de sus crisis se debió a este exceso de deshumanización,
poniendo en buena medida sus funciones en entredicho, pues se
dedicaron a capacitar a hombres y mujeres especialistas, sin ninguna
visión global y humanista, olvidando su destino universal en cuan-
to a pluralidad de saberes y tendencias, amplitud de pensamiento,
apertura al diálogo y receptividad permanente a los acontecimientos
políticos, sociales, científicos, etc. Es en este espíritu en el que se han
de formar las generaciones presentes y venideras.
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2 Por sociedad compleja vamos a entender aquí una sociedad que tiende a una
progresiva diferenciación de su estructura y de su cultura, es decir, a la afirmación
ilimitada del pluralismo de organizaciones e ideologías que en ella existen. Tal
sociedad se caracteriza como secular por cuanto rechaza la hegemonía de un
solo valor o sistema de valores y tiende a relativizar, es decir, a poner al mismo
nivel todos los sistemas de valores. Excluye pues un criterio único capaz de dar
un significado constitutivo al sistema.
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A estos niveles les podemos conjugar dos aspectos: uno que se-
ría la fragmentación del tiempo psíquico consistente en la disminu-
ción de los lazos existentes entre las diversas experiencias distribui-
das en el tiempo y la afirmación de un presente que es interpretado
y vivido como una especie de suspensión ilimitada del tiempo real.
Además es posible constatar la incapacidad de relacionar significati-
vamente esas experiencias, pues se vive de un modo esquizofrénico
al separar el sistema formativo del cognitivo-productivo (en más
de una ocasión escuchamos la expresión de que los cursos de for-
mación humanista son de “relleno”); por un lado van los núcleos
generadores de campos colectivos de significantes (de los cuales la
universidad es un singular ejemplo), y por otro la vida real diaria.
Esta fragmentación implica, por una parte, una escasa memoria del
pasado, o sea, la irrelevancia de las raíces, de las tradiciones, de la
historia hacia la cual muchos jóvenes ejercitan frecuentemente un
proceso de censura automática o de remisión intencional. Y por
otra, una escasa capacidad de proyectar el futuro, fundada en si-
tuaciones objetivamente difíciles de interpretar, pero, además, en
las reticencias subjetivas de invertir una considerable cantidad de
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Nos aclara, a su vez, el filósofo que dicha regla del buen gusto
es o bien empírica, y por lo tanto, no necesaria y universal, o bien
fundada a priori, necesaria y universal con validez para todos, que
será producto del ejercicio judicativo reflexionante: “La facultad de
juzgar es la facultad de concebir lo particular como contenido en lo
universal (…) Si lo dado es sólo lo particular, y para ello hay que
encontrar lo universal, la facultad de juzgar es solo reflexionante”
(Kant, 1968, p. 20). Es decir que, si bien el gusto es subjetivo, va
a ir logrando un proceso de comunicación colectivo hasta llegar a
un consenso, pues el juicio, ayudado de la imaginación productiva
mediante la forma, logra crear una universalidad de complacencia
en el objeto: “Solamente la forma es lo que tiene capacidad de pre-
tender una regla universal para el sentimiento del placer” (Kant,
1935, p. 135).
3 En la vida cortesana del siglo XVIII, el gusto aparecía simplemente como algo
epidérmico, sin ninguna otra significación filosófica; Kant descubre la dimensión
judicativa que lo soporta.
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Pero, ¿qué validez tiene ese juicio del gusto? ¿Cómo justificarlo?
Obviamente no puede ser la validez de la ciencia, es decir, no se
puede aspirar a una validez universal objetiva, pero sí a una “univer-
salidad subjetiva”:
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Para él [Kant] son dos los momentos que se reúnen en este concepto [el
de sentido común]: por una parte la generalidad que conviene al gusto
en cuanto éste es efecto del libre juego de todas nuestras capacidades
de conocer y no está limitado a un ámbito específico como lo están
4 Por sentidos externos Kant (1935, §§ 15-16) entiende: vista, oído y tacto, y por
sentidos internos: gusto y olfato.
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los sentidos externos; pero por la otra el gusto contiene un carácter co-
munitario en cuanto que, según Kant, abstrae de todas las condiciones
subjetivas privadas representadas en las ideas de estímulo o conmoción
(Gadamer, 1993, p. 71).
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cual mirar, observar, o como dice Kant, “reflexionar sobre los asun-
tos humanos”, armonizando de paso los requerimientos de nuestra
naturaleza, pero también los de nuestra libertad, logrando que el
juicio reflexivo adapte los propósitos de aquella a los propósitos de
nuestro entendimiento.
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7. Conclusión
Para una auténtica formación humanista, se nos ha revelado
que no es a una simple ilustración sobre las distintas opiniones de
los sabios y humanistas a lo que debe apuntar la educación, sino
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Referencias
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