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El uso de la metáfora en el discurso


delirante. Un análisis multidisciplinar.
Maria Laura Pardo
Shiro, Bentivoglio y Erlich (comp). Haciendo Discurso. Homenaje a Adriana Bolívar.

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Pobreza y salud ment al desde el Análisis Crít ico del Discurso


Maria Laura Pardo

PSICOPAT OBIOGRAFÍA DE LEOPOLDO MARÍA PANERO


Daniel Gut ierrez Cast illo

Dialnet -El Delirio YEl Discurso-4112126


Nelvin Semprun
El uso de la metáfora en el discurso delirante.
Un análisis multidisciplinar
María Laura Pardo
Universidad de Buenos Aires

Para Adriana Bolívar,


pionera de los estudios del discurso,
académica que nos honra y entrañable amiga.

1. Introducción
Desde hace varios años me dedico a investigar el discurso de las personas
sin techo en la ciudad de Buenos Aires. Expandí estos estudios a Chile, donde
formé un equipo que trabaja sobre el mismo tema. Ambas investigaciones se
enmarcan teóricamente en el área del Análisis Crítico del Discurso y utilizan
una metodología cualitativa. El corpus está conformado por historias de vida
narradas por personas sin techo (que viven en la calle). De este corpus surgie-
ron algunas historias de vida que mostraban un discurso delirante, esto es, un
discurso fijo, impenetrable y monologista que hace imposible la comunica-
ción tal como la entendemos habitualmente (Pardo y Lerner 2001).
Decidí entonces ocuparme, también, de este grupo desde una perspec-
tiva multidisciplinar que aunara el estudio del discurso y la psiquiatría. No
es nueva para mí esta interdisciplina. Desde hace varios años vengo traba-
jando en el tema del discurso psicótico con especialistas del área de la psi-
quiatría.1 Mi interés general es dar cuenta de diferentes grados de deterioro
comunicativo que ayuden al diagnóstico de la psicosis, previendo posibles
situaciones de crisis a partir de la sintomatología discursiva y evitando así,
toda vez que sea posible, que el paciente tenga que internarse. Sin duda, esta
investigación llevará mucho tiempo y se irá volcando paulatinamente en
diferentes trabajos. Algunos resultados preliminares de los estudios
exploratorios ya realizados se presentan en este artículo.
Uno de los hallazgos de mi investigación sugiere que las personas que
viven en situación de calle muestran, curiosamente, menos deterioro comu-
nicativo2 que aquellas que pasan largo tiempo en hospederías y están su-
1
Las Dras. Lerner y Buscaglia son médicas, psiquiatras y psicoanalistas.
2
El hecho de vivir en la calle les permite sostener habilidades cognitivas y psíquicas que se deterioran
en lugares donde sus necesidades se encuentran, aunque sea parcialmente, gratificadas. Tampoco
esto implica que sea mejor vivir en la calle que estar en una hospedería o clínica, pero sí que en

-119-
puestamente más protegidas. A su vez, cualquiera de estos dos grupos, com-
parados con pacientes que pueden pagar su terapia y medicación, muestra
un mayor deterioro comunicativo, al menos en algunos casos (Pardo y
Buscaglia en prensa). Por lo general, el psicótico que puede pagar una tera-
pia tiene una familia que lo apoya y asiste, pues, en un porcentaje muy alto,
estas personas no tienen trabajo ya que la misma enfermedad suele imposibi-
litarles el sostener una activad laboral constante. Tener los medios para to-
mar la medicación hace además que el deterioro sea menor. Otra cuestión
importante es que, más allá de la estructura de ese sujeto, el contexto (esto es
su experiencia de vida, las condiciones en las que vive, su entorno familiar,
etc.) también influye, no sólo en el grado de su deterioro comunicativo, sino
también en la conformación discursiva de su delirio.
El objetivo de este estudio es dar cuenta de un aspecto que considero
común a todos los discursos delirantes: la metaforización de la locura. Estu-
dio aquí, en consecuencia, las metáforas que aparecen en el discurso psicótico
habilitando un doble significado. Uno de ellos podría considerarse literal y
otro refiere siempre a una explicación del propio delirio o de la locura. En-
tiendo aquí la metáfora como un modo de representación discursiva que
hace posible la descripción de un mundo que se torna imposible de explicar
para aquel que padece la enfermedad. Esta imposibilidad se vuelve algo más
narrable a partir del uso de comparaciones que constituyen el modo más
primario de una metáfora y, en otros casos, mediante usos más complejos de
ésta. En el discurso psicótico, la metáfora se torna una forma no literal no
sólo de nombrar algo, sino de referir indirectamente al propio delirio. De
este modo, si una persona psicótica se refiere a sí misma como un “sapo”,
una explicación que suele dar el psicótico de dicha metaforización es que
siente que es repulsiva para los demás, pero también aparece otra explicación
que liga al “sapo” con lo repulsivo de la locura y con el hecho de que para el
paciente es difícil aceptar esto.3
La metáfora, por lo tanto, se convierte en un modo eficaz de alivio para
el delirante o psicótico que, aunque de manera inconsciente, puede narrar
no sólo su mundo imposible sino también su propia enfermedad. Además,
el uso de la metáfora es un indicador de que el deterioro comunicativo de la
persona afectada no es tan grave como en otros casos. Esto es así, pues la
metáfora presupone la capacidad de interactuar, interna o externamente, con
algunas voces que le hacen presente al delirante que su discurso debe adecuarse
lo más posible al discurso socialmente aceptado. Esta búsqueda de adapta-
muchos de estos lugares se minoriza a los adultos, tratándolos como niños (para más datos véase
Pardo y Buscaglia en prensa).
3
Este ejemplo se analizará en detalle más adelante.

-120-
ción hace que el delirante se vea forzado, consciente o inconscientemente, a
interactuar con esas voces dejando de lado, por momentos, la certeza psicótica
de que su delirio es completamente real.
Para cumplir con mi objetivo, me he propuesto analizar los discursos
delirantes de personas que viven en situación de calle. De la muestra obteni-
da en situación de calle tanto en Buenos Aires (60 historias de vida) como en
Chile (30 historias de vida) sólo cinco muestran un discurso delirante (cua-
tro en Buenos Aires y uno en Chile). Los cinco discursos seleccionados fue-
ron comparados con los de seis pacientes de consultorios privados que han
prestado su consentimiento para ser grabados y analizados en sus sesiones de
terapia. De este modo, la muestra suma 11 casos. Todos los nombres y situa-
ciones contextuales han sido cambiados (sin alterar los aspectos relevantes al
estudio del discurso y del caso) por cuestiones éticas.
2. Delirio y psicosis
Es importante hacer una serie de aclaraciones respecto a los términos
que se utilizan en el artículo. La psicosis es una enfermedad psíquica. Tradi-
cionalmente, se ha definido la psicosis como una pérdida del sentido o del
juicio de la realidad, con una alteración en la actividad mental, que se carac-
teriza por la existencia de alucinaciones y delirios.
En trabajos anteriores realizados con la Dra. Beatriz Lerner (Pardo y Lerner
1999, 2001) hemos utilizado la distinción entre delirio y psicosis. Empleamos
el término psicosis cuando ya hay un diagnóstico, y delirio cuando hay un
discurso fijo, impenetrable y monológico, de una persona a quien aún no se le
ha realizado un diagnóstico. Para diagnosticar una psicosis es necesario el se-
guimiento de la persona que padece un delirio. Esto es imposible con las per-
sonas que se encuentran en situación de calle, por lo que no hacemos un diag-
nóstico sobre ellas, simplemente damos cuenta de que deliran. Podemos decir,
entonces, que el delirio es una creencia inamovible, producto de construccio-
nes psíquicas del paciente, apartadas de la realidad, que rigen la conducta.
Cuando nos referimos específicamente al aspecto discursivo del delirio,
hablamos de delirio discursivo o discurso delirante, y lo definimos como aquel
discurso fijo, impenetrable, en el que las voces propias del dialogismo del
lenguaje son sustituidas por voces que siempre conducen a sostener la mis-
ma idea fija del yo, lo cual hace imposible la comunicación tal como la en-
tendemos habitualmente. En otras palabras, la comunicación implica la co-
operación entre el hablante y el oyente para llevar a cabo una instancia
dialógica que respete ciertas máximas y en las que se sigue un hilo temático
común (Grice 1975). En (1) observamos un ejemplo de discurso delirante:

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(1) Y porque ayer llovió mucho y esa lluvia me la mandó Dios porque yo soy muy
pecadora, porque yo llamé al muchacho de enfer de enfrente y él está conectado con los
dioses y lo entonces los dioses me quieren castigar a mí y son los dioses los que hacen
que estee que haya llovido y que (ríe) que eso me hace mucho daño a mí a mí y que
me está haciendo enfermar de esos dioses […] bueno (P, mujer, 70 años).4

También me parece importante aportar la definición de fijeza que utili-


zamos: la fijeza es un discurso que no admite variación en sentido sintáctico
ni semántico, sobre todo en el aspecto de la referencia léxica y en el de los
tópicos o juego de roles discursivos. Por ejemplo, P no puede salir de la
problemática en torno a su sobrina y a los celos de su familia hacia ella. Esto
fija su delirio y su discurso delirante en relación siempre con este tópico:
(2) pero da la casualidad que todos los familiares, amistades así de la chica de al lado, […]
mi prima me llamó y (me pregunta) “cómo le fue a tu sobrina’” pero ya como sabiendo
que le fue mal […]. Pero yo le llevaba esa, esa ramita a mi sobrina que era una una
planta de ella, claro les da mucha bronca que yo vaya a almorzar a la casa de ella (P,
mujer, 70 años).

La impenetrabilidad significa que el discurso no admite ninguna voz


que no refiera a su propio delirio. De este modo, no hay datos internos
(datos que refieran a los sentimientos) en las argumentaciones, y por más
que se aparente un diálogo, éste no existe porque el delirio está fijado (como
se decía arriba) en una problemática de la que el delirante no puede salir,
como lo ilustra ON5 en el ejemplo (17), en el apartado 7.
3. Psicosis y lenguaje
La teoría de Bajtín (1981) acerca del dialogismo ha causado un gran
impacto dentro de los estudios del lenguaje. Esto se debe principalmente al
supuesto básico y fundamental acerca de que los hablantes tenemos incor-
poradas voces, en forma más o menos dialogada, sobre nuestras experiencias
sociales, tal como lo sostiene Bajtín (1988:255): “La lengua sólo existe en la
comunicación dialógica que se da entre los hablantes. La comunicación
dialógica es la auténtica esfera de la vida de la palabra”.
Toda palabra, entonces, involucra a un otro que no necesariamente está
presente cuando dialogamos. Ese diálogo puede darse de modo interno, pero
es posible observarlo en el discurso. La argumentación puede verse no sólo

4
Todos los casos que se analizan en este trabajo o son discursos delirantes (sin diagnóstico) o son
psicóticos (con diagnóstico). Los discursos delirantes o psicóticos pueden tener claras marcas de
inadecuación entre el mundo del delirio y el mundo real, o bien ser mundos lo suficientemente
cercanos, por lo que realizar un diagnóstico certero puede llevar años.
5
Estas siglas indican las iniciales de los nombres ficticios con los que denominamos a las personas
cuyos discursos analizamos. Sus nombres reales no son mencionados por cuestiones éticas.

-122-
como parte de una práctica textual que se desarrolla en determinadas prácti-
cas discursivas sino como inherente al lenguaje, dado el carácter dialógico
del que habla Bakhtin (1981). La argumentación revela y muestra las voces
que alternan en el discurso del hablante y que son propias no sólo de estas
prácticas específicas, sino del lenguaje en sí.
El carácter argumentacional que posee el lenguaje tiene como conse-
cuencia que los textos que producimos, orales o escritos, tengan siempre
algún grado de argumentación. Entonces se hace importante distinguir en-
tre el grado mínimo y el grado más alto de ese continuum. En términos de
Lavandera (1992), la distinción sería entre argumentatividad y argumenta-
ción. Se entiende por argumentatividad el rasgo argumentacional mínimo
que requiere todo texto para reforzar su dinamismo comunicativo. Siguien-
do a la Escuela de Praga (Vachek 1939; Mathesius 1939), se puede definir el
dinamismo comunicativo como el concepto que refiere a la combinación de
los elementos lingüísticos que hace fluir la información de cierta manera en
el enunciado y permite así que la emisión logre su propósito comunicativo.
Este mismo concepto puede hacer referencia al flujo de la información en la
totalidad del texto.
De ese modo, todos los textos tienen algún grado de argumentatividad.
La argumentación sería el grado de argumentatividad más alto que permite
reconocer una serie de prácticas discursivas particulares que conforman un
género determinado, como es el caso del discurso argumentativo o retórico
(Pardo 2006).
La argumentatividad de los textos muestra la necesidad de decirle algo a
otro, siempre. Aun cuando nos hablamos a nosotros mismos o pensamos
sobre cosas que tenemos que hacer, no lo hacemos de un modo argumental
en cuanto a la estructura de un texto argumentativo, sino en cuanto a la
necesidad de presentar argumentos frente a otro que puede ser una persona
real o un ente abstracto, por ejemplo, el deber ser, que compila diferentes
voces de cuestiones éticas y morales aprendidas a lo largo de nuestra vida.
Lo que quiero proponer, entonces, muy claramente, es que el lenguaje (no
ya el habla o la lengua), como sistema biológico innato de la especie humana
en tanto le brinda su carácter racional y comunicacional, incorpora a un otro,
necesaria y obligatoriamente.6 Esto hace pensar que hay en el lenguaje, como
sistema biológico humano, un otro incorporado que cumple una función
diferenciadora e identificatoria y que estaría ligado, en términos de Crow (2000),
a la posibilidad de salvaguardar la especie a través del otro y del sexo.

6
Esta perspectiva intenta desterrar el debate entre formalismo-funcionalismo que se está dando desde
hace varios años (véase de Beaugrande 1997, entre otros).

-123-
Mis estudios sobre psicosis y lenguaje (Pardo y Lerner 1999, 2001; Par-
do y Buscaglia en prensa) me han permitido entender mejor el funciona-
miento del lenguaje en un continuum que, podríamos decir, va de la salud a
la patología.
Tanto en el estudio del delirio psicótico como en el de las alucinaciones
verbales, lo que se observa es un deterioro comunicativo importante, pero
que nunca altera la presencia de otras voces en el discurso del paciente (ni las
voces externas ni las internas). Cabe señalar, además, que aun las personas
sordas de nacimiento y sin instrucción en lengua de seña pueden tener aluci-
naciones verbales.7
La fuerte presencia de una voz que no se reconoce como propia nos
muestra claramente esta incorporación del otro a partir de la presencia de
una o más voces que el hablante reconoce como ajenas. Muchos son los
estudios (Brierre de Boismont 1861; Hoffman, Oates, Hafner, Hustig y
McGlashan 1994, entre otros) que intentan explicar este problema de las
alucinaciones verbales como una cuestión ligada a la referencialidad en rela-
ción con un deterioro de la capacidad deíctica, que haría que el hablante no
comprenda que esa voz que cree oír no es sino su propia voz; sin embargo,
en sus discursos estos hablantes manejan correctamente dicha capacidad.
Leudar y Thomas (2000:174) sostienen que:
Actualmente, es una posición bien establecida en psicología del desarrollo, argumen-
tar que las habilidades mentales son prácticas sociales internalizadas (Vygotsky 1962,
Wertsch 1985, Rogoff 1990) y que la experiencia humana está, al menos en algún
nivel, dialógicamente organizada (Bajtin 1981, 1988). Damos por hecho que el habla
interna no es sólo específicamente una representación sino que también tiene propie-
dades pragmáticas.

Si suponemos, entonces, que el lenguaje realiza a un yo e incorpora a


otro, esto podría observarse, en términos argumentacionales, en el discurso.
De allí también la importancia de trabajar con historias de vida, que permi-
ten dar cuenta de toda una larga argumentación en la que, como sabemos, se
sostienen al menos dos argumentos y participan diferentes actores que hacen
visible el dialogismo interno de todo texto.
4. Psicosis, representación y metáfora
Mi objetivo en este trabajo es estudiar las metáforas que aparecen en el
discurso psicótico o delirante. Motiva esta elección el hecho de que la metá-

7
Un paciente sordo de nacimiento y sin instrucción en lenguas de seña fue atendido por la Dra.
Buscaglia, quien me ha facilitado los datos y el material correspondiente y a quien agradezco su
generosidad.

-124-
fora se entiende como un desvío en el significado de un término (Chamizo
Domínguez 1998), una suerte de comparación o analogía. Una persona
psicótica construye una representación del mundo a partir de una creencia
falsa, que no se ajusta al sistema de creencias sociales de la comunidad en la
que habita. En mi opinión, el discurso psicótico, por un lado, construye una
representación discursiva a partir de una falsa creencia de un mundo no
posible, esto es, un mundo que contradice los principios lógicos del mundo
que conocemos8 y, por otro, de modo inconsciente, construye una represen-
tación de la locura de aquel que produce dicho discurso. Esta última repre-
sentación actúa como un liberador del inconsciente.
Muchas personas psicóticas, a su vez, en su discurso delirante constru-
yen metáforas que refuerzan este carácter inconsciente descriptivo de su
propia locura. Así, el desvío de significado se da en dos planos, uno que
libera una interpretación literal y otro en el que se alcanza una interpreta-
ción siempre ligada a la locura.
Mucho se ha escrito sobre la metáfora desde distintas disciplinas rela-
cionadas con el lenguaje. Sin embargo, en este caso utilizaré, al menos en el
plano del análisis lingüístico, el concepto de metáfora tal como lo plantea-
ron Lakoff y Johnson (1980:3). Ellos sostenían que la metáfora es vista gene-
ralmente como una característica sólo del lenguaje, “una cuestión de pala-
bras más que de pensamiento y acción” (Lakoff y Johnson 1980:3),9 pero
observaron que, por el contrario, la metáfora tiene que ver con el pensa-
miento y la acción, y que no se trataba sólo de una cuestión de lenguaje. Esto
es así dado que nuestro sistema conceptual es metafórico por naturaleza.
Vista de este modo, la metáfora constituye, en mi opinión, la idea primigenia
de la representación. La metáfora es un recurso de la argumentación que nos
permite representarnos (narrarnos y narrar) el mundo en que vivimos o cree-
mos vivir. Es quizás uno de los recursos más importantes del lenguaje.
Según Lakoff y Johnson (1980), muchas veces usamos metáforas in-
conscientemente, tenemos incorporado el modo de representarnos elemen-
tos de la vida cotidiana tan fuertemente mediante este recurso que no perci-
bimos que hablamos con metáforas.
En el caso de las personas que presentan delirio, creo que la metáfora
cumple, con frecuencia, la función de representar un mundo imposible en el
mundo posible, en el que el mundo imposible es el delirio y el mundo posi-
ble es el que es aceptado por una comunidad socio-cultural determinada.
8
Un mundo en el que las hormigas hablan, o en el que todas las personas nos persiguen o están
enamoradas de nosotros, o en el que creemos que un dios nos ha enviado a hacer determinados actos
porque somos sus elegidos, etc.
9
Traducción de: metaphor is pervasive in everyday life, not just in language but in thought and action.

-125-
Muchas personas con afecciones graves metaforizan su enfermedad sin
saberlo. Así, una frase banal como Todo lo que tengo lo hice a pulmón, dicha por
un enfermo de cáncer pulmonar, revela algo más que una vida esforzada. Otro
tanto sucede con frases como Me angustia cuando vas con la moto, es como que
me clavaran un puñal en el pecho, o Me enferma cuando gritas así.
En su trabajo sobre el sistema de metáforas que conceptualizan el yo
(self ), Lakoff (1996) propone reformular las teorías de Lewis (1979) y Kripke
(1980) sobre mundos posibles, y postula que toda emisión contrafactual debe
ser entendida en términos de dos mundos posibles, uno real y otro hipotético.
Si bien Lakoff refiere directamente al reemplazo de la semántica formal de
Lewis (1979) por la teoría de los espacios mentales de Fauconnier (1994), en la
que la idea de mundo hipotético fue cambiada por la de espacio hipotético
para finalmente adaptarse a la semántica cognitiva (Lakoff 1996:95), lo que
me interesa aquí no es ahondar en esta discusión sino en la observación de que
tanto las oraciones hipotéticas que comienzan con si (si yo fuese rico) como las
metáforas plantean un mundo, espacio mental hipotético, en el que el sujeto
de la emisión puede ponerse en el lugar de otro que no es él mismo, aunque la
deixis siga refiriendo a la primera persona: Si yo estuviese en tu lugar yo iría a esa
reunión.
Siguiendo a Lakoff (1996), podríamos observar que hay una distinción
entre el sujeto y su yo, en la que el sujeto es el lugar de la subjetividad y la
conciencia, que incluye la emoción, el juicio, y el deseo, mientras que el yo
incluye aspectos como las características físicas y los roles sociales. Lakoff pos-
tula, entonces, que hay dos metáforas, la de la persona dividida, acorde a la cual
una sola entidad es entendida como un grupo de dos entidades que refieren al
sujeto y al yo, y la metáfora de la proyección del sujeto, según la cual el sujeto
puede proyectarse sobre el yo de otra persona.
En mi opinión, en el caso del delirio, esta proyección puede darse no sólo
en otro yo, sino en una entidad no necesariamente humana, por ejemplo, en
un sapo, tal como sucede con AF (véanse los ejemplos (4-9)en el apartado 7).
La diferencia radica en que, en el delirio, la entrada y salida de un mundo
o espacio hipotético a otro real y viceversa no sólo son muchas veces incons-
cientes, sino que, además, el delirante puede pensar que el mundo real es el
hipotético.
Lakoff reconoce que ya no llamará a las metáforas de ese modo: “El aná-
lisis presentado es un análisis metafórico, aunque aún no he utilizado ese tér-
mino” (Lakoff 1996:99).10 Sin embargo, a lo largo del trabajo, él utiliza el
término sistema metafórico, que no parece apartarse mucho de la idea de metá-
fora.
10
Traducción de: The analysis just presented is a metaphorical analysis, though I have not used that term yet.

-126-
Uno de los trabajos más citados sobre metáfora en la actualidad es el de
Charteris-Black (2006), en el que se hace especial hincapié en el rol heurístico-
cognitivo que tiene la metáfora. Charteris-Black (2006:565) señala que así
como las metáforas muchas veces ayudan a hacer más comprensibles ciertas
cuestiones que pueden ser confusas, también sirven para hacer saltar o reso-
nar una representación simbólica que se encuentra en el inconsciente. Las
intenciones posiblemente inconscientes y encubiertas de los usuarios del len-
guaje pueden revelarse a través de un análisis crítico de las metáforas (Chiang
y Duann 2007).
La interpretación y el uso de las metáforas varían según la ideología del
interpretante. Las metáforas deben ser interpretadas desde un conocimiento
cultural compartido.
Las metáforas tienen el potencial de unificar un sentido de lo correcto
moralmente, de la verdad epistémica y de las emociones humanas, a partir
del deseo de proteger lo que está más profundamente escondido para el yo.
Las metáforas suelen convencionalizarse y usarse como marco de compren-
sión de la identidad y de las acciones de los otros, y también mostrar lo que
se vive como amenaza a la integridad física o psíquica del yo (cf. van Teeffelen
1994). Según Ferrari (2007), para comprender el uso de las metáforas en la
investigación de la persuasión como fenómeno discursivo, es necesario el
estudio de las emociones. En mi opinión, toda metáfora (esté o no mezclada
con un alto grado de persuasión) implica o conlleva una emoción que se
representa en la analogía elegida para construir la metáfora. Por ello, en gran
parte, considero tan importante el uso de las metáforas en el estudio del
discurso psicótico o delirante.
El análisis de las metáforas que realizan los autores citados da cuenta,
sin duda, de cómo este sistema metafórico nos permite conceptualizar la
experiencia de la conciencia. En este sentido, las metáforas son representa-
ciones discursivas que construimos a partir de analogías (metáforas) para
entendernos y comprender el mundo, y aún más para decir, sin que nuestro
inconsciente se entere muchas veces, cuáles son nuestros temores, miedos,
aprensiones, y emociones en general.
Por esta razón, me parece importante, antes de seguir, definir qué es una
representación social y discursiva y qué rol juega allí la metáfora.
5. Las representaciones sociales y discursivas
Una representación (sea social, visual, o discursiva) es el modo en que
las personas simbolizan el mundo que los rodea a partir del sistema lingüís-
tico. Este nos permite clasificar y dar sentido a nosotros mismos y al mundo.
Podríamos decir también, como lo hace van Dijk (1998), que las creencias

-127-
como objetos mentales de alguna clase a menudo son tomadas como repre-
sentaciones de hechos en el mundo real. Las creencias son constructos men-
tales que constituyen los hechos de la realidad social y cultural. En este sen-
tido, las creencias constituyen el mundo para nosotros.
Podemos entonces decir que las representaciones del mundo son nues-
tras creencias. Es importante alejar la idea de que hay una relación de uno a
uno entre las representaciones sociales y las representaciones discursivas. Las
primeras son más complejas y no están ligadas sólo al discurso sino también
a experiencias físicas, emocionales, y no necesariamente se verbalizan. Si bien
toda la vida está de alguna forma organizada y categorizada por el lenguaje
como ordenador y clasificador del mundo, no siempre lo que se dice repre-
senta la totalidad de las sensaciones y experiencias de las personas. Los inte-
resados en el discurso estudiamos las representaciones que en éste se constru-
yen y reproducen, así como las representaciones discursivas que conforman
las representaciones sociales. En este modelo una representación social se
construye mediante el conjunto de una serie de representaciones generadas
por otros sistemas o experiencias, de los cuales el discursivo es uno de los
más importantes. Sin duda, estas disquisiciones son sólo de utilidad didácti-
ca, pero no dan cuenta de lo que sucede realmente con la construcción de
nuestro sistema de creencias y de las representaciones que tenemos sobre el
mundo, ya que éstas actúan de manera conjunta y se modifican las unas a las
otras todo el tiempo.
Las representaciones discursivas se observan claramente en las argumenta-
ciones, en las que las narraciones cobran vital importancia y las metáforas
constituyen recursos que se utilizan para alcanzar analogías entre situaciones
conocidas por el hablante pero no por el oyente, o, simplemente, como conti-
nuos modos de aclaración para el mismo hablante o también para su oyente.
En las historias de vida que analizo, el hablante puede durante un largo
tiempo desarrollar una descripción de su vida o de su personalidad, aunque
sabemos que esto es variable y está sujeto a continuos cambios. Si bien, como
dice Linde (1993), las historias de vida están vinculadas con construcciones
sociales amplias que conllevan las creencias propias de una sociedad deter-
minada, en el caso de las personas delirantes las historias de vida contienen
también narraciones sobre creencias que no son compartidas socialmente.
Por esta razón, el uso de las metáforas es muy eficiente para estos hablantes,
ya que les permite crear analogías, comparaciones que les facilitan explicar
ese mundo en el que creen vivir y que el resto de las personas no entiende o
no comparte. También intentan de este modo explicarse, consciente o in-
conscientemente, lo que perciben que les sucede psíquicamente, aunque no
sepan qué es un delirio.

-128-
Las metáforas, como sostiene van Teeffelen (1994), son difíciles de iden-
tificar inequívocamente. Dependiendo del contexto, una palabra o una cláu-
sula pueden ser entendidas como un tropo o una descripción denotativa, como
una metáfora o una metonimia, como metafóricas tanto en el plano micro o
macro, como en el plano lingüístico o narrativo. En la práctica, el significado
metafórico es algo flexible que se constituye en un proceso interpretativo que
cambia de un plano, dimensión o contexto discursivo, a otro (van Teeffelen
1994:386).
6. Psicosis, lenguaje, metáfora y representación
Dado que toda investigación utiliza un criterio de recorte sincrónico y
diacrónico, los textos que he elegido para conformar el corpus tendrán las
categorías que conforman una representación en un espacio y tiempo determi-
nado. Dicho de otro modo, las propiedades de una representación discursiva
están conformadas por las categorías semántico-discursivas que un texto pue-
de proveerle.
En vista de que la psicosis es un tipo de disfunción del lenguaje en tanto
sistema de representación simbólica del mundo y de que el carácter dialógico
del lenguaje se mantiene a pesar de esta disfunción, aunque algunas de las
voces internas son interpretadas como ajenas, la distinción entre alucinaciones
verbales11 y dialogismo no resulta operativa.
El delirio puede considerarse una narración que emerge a partir de una
falsa creencia y que aparece incrustada en un discurso con el que trata de
convivir armónicamente sin lograrlo, pues las creencias de la narración en la
que se inserta son las consideradas socialmente como verdaderas o aceptables.
Cada persona que manifiesta un discurso delirante puede adaptarse más o
menos al discurso aceptado socialmente según su grado de fijeza, rigidez o
enfermedad.
El delirio es una representación discursiva que el hablante construye a
partir de una o más falsas creencias y que debe tratar de armonizar con el resto
de las representaciones discursivas no delirantes de su sistema de creencias. El
delirio, entonces, construye representaciones de su propia patología, simboli-
za, metaforiza la propia locura. En este sentido, el yo se libera para dar cuenta
de su locura a través del delirio.
El delirio, como sostiene Freud (1963), es una forma de cura para el
psicótico. Desde el lenguaje, el delirio libera la locura, evidencia la patología y
restituye la capacidad simbólica. Las personas psicóticas que no deliran han
perdido, en gran medida, su capacidad de representar y simbolizar. Entre los
psicóticos, quien no delira se aísla, se encierra en sí y en la locura.
11
Una alucinación es la falsa percepción, en este caso, de una voz (Pereyra 1991).

-129-
7. Análisis lingüístico de las metáforas
A continuación, presento el análisis lingüístico-discursivo de varias
metáforas de distintos discursos delirantes.
(3) AR, mujer de 70 años, educación universitaria, 40 de terapia, con baja medicación.
Delirio de interpretación erotómano.
AR: Me da miedo… soñé que me mataban… yo sabía que iba a tener que venir
acá… soñé que como que me iban a matar…Y no sé como que no sé miedo a
que me maten… como que no venía a terapia… como que claro muchas horas
fuera de mi casa… Ahí como que iba a estar haciendo algo extraño… Supuesta-
mente toda esta gente del muchacho de enfrente y demás… Pero le iba a hacer
una… La realidad misma me enseña porque la realidad es matemática aunque no
es que no es matemática, es matemática. Porque yo el otro día como la realidad lo…
lleva a uno a marcar los errores, si yo pongo el líquido adentro de una bolsa y el
líquido mismo me va a indicar que la bolsa esa tiene agujeros, cuando yo lo vea
perder a través de la bolsa, o sea ahí es como que es una cosa matemática. Si hay un
agujero en la bolsa el líquido me va a enseñar que aunque yo no haya visto cuando la
haya revisado la bolsa. Y bueno y la realidad es como que me demostró eso.

El análisis de la metáfora nos muestra que hay dos significados: uno que
llamaremos Significado 1 (S1), que es el literal, y otro, Significado (S2), no
literal, que metaforiza la locura. En AR, en esta metáfora, podríamos decir
que S1y S2 significan respectivamente lo siguiente:
S1: ‘Uno puede percibir la realidad erróneamente, pero tarde o temprano la
misma realidad se encarga de mostrarte que esa percepción fue un error y
podrás ver en qué te equivocaste’
S2: ‘la locura es algo que hace que uno interprete erróneamente la realidad,
pero la realidad te muestra que estás loco’.
Obsérvese que el ejemplo alude a una bolsa con un agujero, así es para
AR la sensación de delirar, algo que está roto, por donde se le escapa la
realidad. El esqueleto de la metáfora sería:
La realidad misma me enseña
El líquido mismo me va a indicar
El líquido me va a enseñar (en la medida en que escape por el agujero de
la bolsa)
aunque yo no haya visto.
La metáfora sobre la realidad ayuda a AR a autoexplicarse cómo un
sujeto puede percibir algo como verdadero, y a la vez darse cuenta de que es
erróneo, pero sin poder desechar la percepción por irreal. Esta contradicción
evidenciada en la metáfora hace que el sujeto sospeche que su mente no
funciona correctamente y que esto se debe a una enfermedad, la psicosis.

-130-
A su vez, el significado literal de la metáfora la ayuda a continuar con su
delirio, en tanto éste le señala y refuerza su pensamiento erróneo: ‘salí mu-
cho y debo ser castigada’:
La realidad es como que me demostró ESO =
también hoy
que había salido mucho tiempo.
En los ejemplos del (4) al (9), se presenta el discurso de otra mujer (AF):
(4) AF, mujer de 33 años, educación universitaria, en terapia, con medicación, borderline.12
AF tiene una larga historia de insatisfacción personal y desde los 13 años se declara
psíquicamente enferma, según su propio relato:
AF: qué sé yo…, lo que pasa que es un mecanismo que, es un mecanismo que se
presionó, y que estuvo siempre latente, y que estuvo siempre latente y se apretó,
se disparó a los trece años.

AF en muchas de sus sesiones utiliza la metáfora del sapo:


(5) AF: yo le tengo miedo a los sapos, le tengo fobia… yo no sé si por ahí el sapo no soy
yo… No sé que por ahí el sapo, ¿no?, soy yo, no sé como que, ¿qué representa el sapo?
Represento yo, algo repelente, algo tan espantoso, tan, tan horrible, ¿no? Pareciera que
como toda mi locura la, la, la concentré en todo ese sentimiento, ¿no?
S1: ‘el sapo soy yo’
S2: ‘el sapo es mi parte loca, la que me da miedo, a la que le tengo fobia’.
AF misma explica el S1 de la metáfora y el S2 concentra, tal como lo
dice, toda su locura. La interpretación de la metáfora, entonces, se hace sim-
ple: el sapo es ella y la parte que en ella está loca.
Veamos otro pasaje que refuerza esta interpretación a partir de la misma
metáfora que AF reitera:
(6) AF: mi sensación de estar viva es la misma, que a los 13 años recién cumplidos, ¿eh?,
e es la misma cosa por dentro esa cosa, esa cosa como cuando veo un sapo, ¿verdad?
Esa cosa de de deem de podredumbre, esa cosa horrible, ¿no?, esa cosa de miedo
y de muerte, esa muerte para liberarme del miedo… entonces viví la vida del sapo.

A partir de esta metáfora del sapo, AF habla de sí misma con otras metá-
foras y/o lexemas relacionados al sapo y a la condena que significa saber que
será sapo por siempre. La metáfora de las marcas del siguiente ejemplo no
refiere a la edad o al envejecimiento, sino a la condena de tener que vivir con
esta enfermedad (el sapo que también tiene manchas) que la hace odiarse al
punto de haber intentado suicidarse en varias oportunidades:
12
Se denomina borderline un caso fronterizo que presenta fuerte rasgos psicóticos sin que se muestre
una regularidad o recurrencia que permita un diagnóstico definitivo.

-131-
(7) AF: Cuando empecé a deformarme, a lo bestia contestaba: soy un sapo… tan
repelente, tan repulsiva, que tan, tan, tan, repulsiva que la muerte es lo
único que puede liberarme… El pánico de ver que soy una masa, una masa
así, ¿no?… Hasta que llegue un momento en que ya mi rostro esté lleno de
marcas… Estoy condenada a las marcas, estar marcada. Siempre fui así un
monstruo. Estoy condenada a llevar una vida de sapo, a ir saltando, repe-
liendo a todos y a mí misma

En realidad, AF observa esta condena, esta imposición de su delirio, y


sólo ve una salida en la muerte:
(8) AF: Ahí ya se impuso la enfermedad, se me impuso la, la, la, la distorsión de la
personalidad que tengo ya se me impuso, ya no es algo que yo pudiera manejar…
ya está todo tan metido, está todo tan metido que bueno… entonces y yo creo
que así uno no quiere vivir, con la idea de aniquilamiento, la idea de aniquila-
miento, hay que aniquilar, hay que aniquilar…

De este modo, el discurso de AF, como el del resto de las personas deli-
rantes de nuestro corpus, no sólo contiene una incrustación discursiva deli-
rante sino que se ve invadido por una construcción recurrente de representa-
ciones discursivas del yo (self ) también delirantes que van más allá del uso de
la metáfora.
En la emisión que sigue, AF, como lo hizo AR, muestra un sentimiento de
culpa, en este caso ligado a que con su fealdad y torpeza defraudó a su madre:
(9) AF: Como diciendo está bien yo soy un monstruo, ¿verdad? ¿Por qué? Porque
defraudé a mi mamá.

Los ejemplos del (10) al (12) ilustran el discurso de un hombre de 32


años (PL):
(10) PL, hombre de 32 años, en situación de calle, sin medicación, delirio persecutorio.
PL: No. Fui más… fui más… antes lidiaba con la Federal yo. Y no sabía lo que
estaba haciendo pero me estaba liberando a mí mismo y… cosas que uno
no... que decís ¿por qué me tiene que tocar a mí? O si te hubiera pasado
esto a vos, ¿entendés lo que te quiero decir? Bueno, me pasó a mí y yo lo
tuve que aclarar. De todo todos los quilombos, las cagadas... y hacer
subdivisiones de zonas para dar con la gente que verdaderamente hizo las
cosas y no yo. Liberarme yo, ¿entendés? Eso fue lo que yo hice.

S1: ‘al liberarme de la Federal, me hacía un hombre libre’


S2: ‘al liberarme de mis ideas de persecución, me libero’.
La primera de las metáforas que utiliza PL refiere a su delirio persecutorio,
en el que liberarse de pertenecer a la Policía Federal lo liberaba de ser un hom-
bre perseguido por personas que intentaban huir de la policía. Pero esta metá-
fora o analogía que él plantea hasta de modo muy ambiguo nos habla de la

-132-
liberación que se produce en PL, cuando comienza su delirio persecutorio,
cuando finalmente él puede expresar sus creencias acerca de que alguien lo
acusaba. Sabemos por el resto de su texto que PL cree que lo acusan de haber
puesto una bomba en la AMIA, un acto terrorista real que causó que cientos
de judíos murieran en la asociación que los nuclea. Muy probablemente, PL
haya trabajado para la policía en lo que se denominan servicios (torturadores,
delatores, etc.), y estas ideas de perseguidor convertido en perseguido se vean
retroalimentadas por su contexto social laboral. Por esto, liberarse de la Federal
es liberarse de la locura, convertirse de alguien perseguidor en alguien perse-
guido. Esta idea de liberarse de la locura es recurrente en los discursos deliran-
tes, como hemos visto en AR y en AF. También, según sostiene Buscaglia,13
estos discursos delirantes parecerían actuar como una forma de expiación de
una supuesta culpa que las personas delirantes sienten ante su familia o ante la
sociedad, como sucede con AR y AF.
Cuando PL se refiere al trabajo metaforiza:
(11) PL: Ese es mi oficio, eso es grabarte una coma en un millón de palabras, ¿entendés?

S1: ‘es hacerte caer poniéndote algo no esperado en tu camino’


S2: ‘la locura es tener una desconexión grabada en el lenguaje, pensamiento.
Es ponerte algo no esperado y perturbador en el camino de la mente’ (len-
guaje o psiquis).
Si bien el siguiente ejemplo (12) no constituye una metáfora, me pare-
ció relevante para recalcar el carácter autorreferencial que el texto (no el
sujeto) tiene en relación, por un lado, con los significados de seguir y perse-
guir y, por otro, con la dificultad que presenta su discurso para ser compren-
dido en virtud de su carácter delirante.
Puede observarse, entonces, cómo PL habla de que lo persiguen, ha-
ciendo un juego de palabras entre seguir y la palabra seguimiento. Su discurso
es difícil de seguir, su delirio también, y él ha aprendido que tiene problemas
en la calle cada vez que dice que lo siguen porque justamente lo toman por
loco (nadie te cree, la palabra seguimiento es muy jodida, pibe, no se aclara lo
que vos decís). En esta representación discursiva que PL se hace de su delirio,
conviven, por un lado, el razonamiento claro de que él debe evitar hablar de
que lo siguen y, por otro lado, el delirio, pues cree que en Estados Unidos se
enteraron de que él llamó tres veces a su padre (para decirle que lo seguían),
y luego vuelve al uso del discurso directo como modo de reafirmar una am-
bigüedad. No se aclara que él es inocente ni lo que dice porque sus creencias
persecutorias no son congruentes con la realidad.
13
Comunicación personal.

-133-
(12) PL: Aparte de que nadie me creía lo que yo decía. Nadie te cree, cómo te van a
creer que te siguen... seguir... la palabra seguimiento es muy jodida, muy jodida,
pero muy jodida. Que yo venga acá y diga “mmm, me están siguiendo” y que
lo llame tres veces a mi viejo y le diga “papá, por favor, me están siguiendo”.
Yo te puedo asegurar que hasta... que hasta los Estados Unidos se enteraron
que yo ese día llamé tres veces a mi viejo ¿entendés? Hasta que se pudo
aclarar ¿pero qué pasó? Pasaron seis años y yo me comí eh... dos años y
medio de garrón, de andar mal con la gente, mal pero mal, mal de no poder
caminar por la calle porque “pibe, no se aclara lo que vos decís, eh?”

El discurso de otro hombre más jóven se presenta en los ejemplos (13-


16), a continuación:
(13) SL, hombre de 25 años, en situación de calle, sin medicar, delirio mesiánico.
SL: Porque realmente todos los seres humanos tenemos un átomo de bondad
en nuestro corazón. Es como una semilla que si nosotros le ayudamos sale como
el volcán, sale con toda la furia.
S1: ‘las flores nacen con fuerza’
S2: ‘todos tenemos un algo (un yo oculto) que puede salir quemando, con
furia’.
En (13), SL, que sufre un delirio mesiánico, alude a la bondad de los seres
humanos, en línea con su mesianismo. Sin embargo, la metáfora que utili-
za parece inadecuada para términos como bondad, corazón, semilla, ya que
esta última surge como un volcán, con toda la furia. SL, como muchas otras
personas que están en situación de calle, ha delinquido, se debate mental-
mente entre el bien y el mal y suele estar consciente de que lo que le pasa
(vivir en la calle) puede ser una consecuencia de la delincuencia en la que
ha vivido. Muchos de ellos, como SL, deambulan por diferentes iglesias
buscando comida y perdón. Hay que tener en cuenta también que las más
de las veces reciben cierto catecismo o adoctrinamiento religioso en esas
comidas. Quienes, como SL, sufren de un delirio mesiánico, retroalimentan
de este modo su propio delirio. Se sienten mesías, Dios, y al mismo tiem-
po conviven con las ganas de volver a delinquir o cometer otras acciones
más graves. Conviven con un amor-odio hacia sí mismos que los perjudica
en gran manera. Esta convivencia de sentimientos es la que se enraíza en la
metáfora. Puede canalizarse a través de la metáfora. En SL, como en todos,
según él, hay un átomo de bondad, hasta él tiene ese átomo, pero este
átomo surge con furia, a pesar de la violencia, y convive con ella. De la
misma forma, el delirio se encuentra ahí, agazapado, esperando brotar como
un volcán.
En el siguiente extracto, vemos que la entrevistadora le pregunta por
su misión mesiánica, que él niega por no reconocer allí un deseo verdade-

-134-
ro, real, ya que nunca le hicieron una autoevaluación de su verdadero de-
seo. Aquí se observa claramente el problema delirante de SL, donde otro
podría hacerle una evaluación en la que el otro es él mismo, lo cual es
imposible. Esto evidencia cómo SL confunde su propio yo, en términos de
Freud (1981), con otro externo, ajeno.
(14) E:14 ¿No será éste tu deseo? ¿No será tu deseo, tu ansia de felicidad ésta, la de
poder llevar adelante este compromiso... la de poder llevar adelante este
compromiso con Dios y la de poder llevar adelante esto que vos decías, ¿no?
SL: Pero resulta que nunca me hicieron una autoevaluación de cuál es el verdade-
ro deseo el mío, nunca...

En la metáfora que sigue vemos que se reitera en SL la presencia de las


espadas que representan lo malo, lo que daña y que, tal como lo afirma,
pueden compararse con la vida misma. Las espadas aquí tendrían como
referente literal el dolor, la furia, lo que lastima, y como significado 2, una
metaforización del delirio como algo que lo penetra, lo clava, lo hiere de
muerte para siempre. Precisamente, si algo caracteriza al discurso psicótico
es su impenetrabilidad con respecto a las voces de los otros que no repro-
ducen las falsas creencias del delirante. Lo único que penetra es la propia
voz, el propio delirio.
(15) SL: Sí, están ahí las espadas, muchas comparaciones así de la vida misma, ¿viste?
Saco mis escritos de la vida.
S1: ‘dolor, furia’
S2: ‘algo que está clavado, inserto en sí, como la vida’.
En el ejemplo que sigue, SL se refiere a muchos factores que tiene que
romper, atravesar. Ese modo indefinido de referirse a hechos que, en este
caso, le impiden llegar a la felicidad, es propio del discurso delirante. Si
algo caracteriza al discurso psicótico es la ausencia de referentes en la deixis.
Surge luego la metáfora del laberinto, lugar donde las personas se pierden
y no encuentran el camino que las lleva a la salida, cuestión que SL tam-
bién se ocupa de narrar. Luego, metaforiza diciendo quisiera… centrarme
en el medio del laberinto, esto es, centrarse en sí mismo, en medio de todo
ese delirio para poder salir (como todos los delirantes que hemos observa-
do hasta ahora) y encontrar la felicidad, nombre que nosotros, los otros, le
damos a ese salirse del delirio. Luego, rápidamente se da cuenta de que
antes ha dicho que es feliz y ahora acaba de hacer unas largas emisiones
sobre su búsqueda de la felicidad, lo que hace presuponer que SL no es, al

14
E= entrevistador(a).

-135-
menos del todo, feliz, tal como él percibe que sería la felicidad (como si
hubiese un mandato).
(16) SL: hay muchos factores que tengo que... que tengo que romper, que tengo que
atravesar, o sea, lo miro, lo veo como un campo de laberinto, que si no sigo el
camino correcto voy a estar dando vuelta, vuelta y nunca voy a salir del laberin-
to. Quisiera encontrar primero... centrarme en el medio del laberinto y a
partir de ahí dirigirme hacia el camino que me conduce hacia la salida, y esa
salida como ustedes lo llaman, llegar a la felicidad. Yo, no es que me contra-
diga, soy feliz, pero hay muchos obstáculos que... vamos a decirle, que me
impiden la felicidad total.
S1: ‘felicidad’
S2: ‘locura’.
Los ejemplos (17) y (18) se deben a un hombre de 54 años (ON):
(17) ON, hombre de 54 años, en situación de calle, sin medicar, delirio de interpreta-
ción, megalómano. El caso de ON es muy particular, ya que su discurso, si bien
es muy narrativo,15 evidencia un gran deterioro comunicativo, puesto que prácti-
camente se trata de un monólogo (no hay casi interacción con la entrevistadora).
No hay justificaciones de sus aseveraciones, la certeza y fijeza de sus creencias
falsas es muy extrema, ON no acepta dudas ni comentarios, el uso de su deixis es
completamente no referencial o neutra, por lo que su discurso se torna completa-
mente ambiguo. Junto a esto, el uso de las metáforas es prácticamente nulo. A
continuación veamos la única que aparece en su historia de vida:
ON: No, una depresión, no, un nubarrón digamos
E: Una desconexión
S1: ‘fue más que una depresión’
S2: ‘da cuenta de la desconexión’.
La entrevistadora, al intentar darle su interpretación de la metáfora, re-
cibe la siguiente respuesta de ON:
(18) ON: Una desconexión, como quien dice, ¿no? Porque me iban a sacar de mi casa,
entonces yo agarré y bueno... me agarró esa chifladura pero fueron poquitos días
pero fue una buena experiencia, porque después, gracias a una amiga que es
asistente social, fui a dormir en un hotel de promoción social, y después que
fui... yo iba a comer los domingos a la casa de un primo... mirá, me dice, se va
a desocupar un departamento que es de una sucesión que es adonde vivo
ahora... y bueno, el día que se venda también me va a tocar algo a mí, no?

En su respuesta, ON se deshace de la analogía que había propuesto para


su locura y alude directamente a su chifladura. Lo que intenta decir es que no

15
Esto se debe a que mantiene la dimensión argumentacional bastante intacta (véase Pardo 2006).

-136-
fue una depresión sino una chifladura que, por suerte, según él, le duró
pocos días, con lo que minimiza su estado psíquico.
Los últimos dos ejemplos (19-20) pertenecen a LM, un anciano que pro-
viene de una situación de calle, pero vive temporalmente en una hospedería:
(19) LM, hombre de 70 años, reside temporariamente en una hospedería pero provie-
ne de situación de calle, delirio megalómano, sin tratamiento, sin medicar, a
diferencia de los demás chilenos cuyos discursos fueron objeto de estudio. LM
muestra un deterioro comunicativo importante. Las pocas metáforas que encon-
tramos en su discurso, de una hora de grabación, sólo en algunos casos se incor-
poran a su decir de modo inteligible. No puede manifestar una narración deliran-
te sino partes inconexas de delirio.
LM: Bueno, me gustaría caminar un poco, mirar que una parte que no ha mira-
do uno, tomar aire puro, socializarse otro pensamiento, otra entología (sic),
otro conocimiento, porque aquí encerrado muchas veces uno está aquí va a
desarrollarse uno la misma cosa que ve todos los días, la misma cosa, igual
que un plato, lo mira se da vuelta y queda lo mismo, claro.

S1: ‘la vida es rutinaria como un plato que lo mires de un lado u otro es igual’
S2: ‘mi delirio es siempre el mismo’.
La metáfora del plato refuerza la idea de que todo en la vida de LM es lo
mismo, incluidos sus pensamientos delirantes que se repiten impidiéndole
salir del delirio. Esto último podemos observarlo en el ejemplo siguiente:
(20) LM: Segundo puesto sacó Temuco, tercero sacó Osorno, quinto sacó Concep-
ción, cuarto llegó a Santiago, la pregunta era 3.500 palabras un alumno, a
mí me todo.
E: ¿Cómo 3.500 palabras?
LM: Un alumno tenía que contestar, le preguntaron cuál es el verdadero chile-
no, cuál el desarrollo, cuál es la entología (sic).

Vemos cómo en su delirio se repiten ideas y términos creados (un rasgo


común en el discurso psicótico con deterioro avanzado). Resulta curioso
que dos de las personas entrevistadas refieran a cuestiones que conciernen a
las palabras, como vimos con PL: grabar palabras, preguntar por muchas
palabras, etc., como si hubiese un metalenguaje inconsciente.
8. Conclusiones
Si bien en el psicoanálisis lacaniano la metáfora delirante es un concep-
to conocido por medio del cual el delirante estabiliza su delirio, crear una
métafora tiene un efecto restitutivo para la persona psicótica. El análisis de
las metáforas tal como las entendemos y analizamos los lingüistas poco tiene
que ver con este concepto. En consecuencia, en el presente artículo he que-

-137-
rido dar una visión lingüística y discursiva de un tema hasta ahora práctica-
mente no estudiado en estas áreas. De esta manera, he intentado mostrar
cómo las personas que manifiestan discursos delirantes utilizan metáforas
(cuando su deterioro comunicativo no está tan avanzado) y cómo éstas refie-
ren a dos significados: uno dado por la analogía entre dos objetos o represen-
taciones y el otro ligado siempre al propio delirio, como si se construyese
una suerte de metalenguaje del delirio.
Las metáforas les permiten a estas personas no sólo hacer más inteligible
el delirio para las personas que no lo padecen, sino comprender y manifestar
consciente o inconscientemente su propia enfermedad, lo que también es
liberador y restitutivo, como sostendría Freud (1963).
Las metáforas en los discursos delirantes, muchas veces, como hemos
visto en los ejemplos, aluden a tres asuntos:
i. El delirio tiene un porqué que surge, en general, según la interpre-
tación de la persona delirante, por una culpa, un error, una equivo-
cación de la que el delirante se hace responsable. En consecuencia,
delirar sería una forma de expiar una culpa verdadera o falsa.
ii. El delirio es una condena, algo de lo que, en general, la persona
afectada no puede deshacerse.
iii. El delirio siempre es metaforizado o nombrado como un proble-
ma, un conflicto, una bolsa con agujero, un sapo, un laberinto, un
atentado. Son todos sucesos desagradables y de los que se desea
escapar. El delirio es un espacio, una situación, de la que hay que
liberarse, precisamente, delirando.
Las metáforas son muy importantes en el discurso delirante porque,
cuando aparecen, permiten canalizar ciertas emociones dolorosas, tristes o
violentas, para consigo mismo o para con los otros.
Las metáforas, cuanto más aluden directa o indirectamente al delirio,
tanto menos es el deterioro de la capacidad de crearlas en la persona deliran-
te. La metáfora que sólo mantiene una comparación o analogía que no evoca
al delirio tiene un menor valor en el plano comunicativo del delirio que
aquella que sí puede poner de manifiesto, aunque veladamente, el delirio.
Aunque en este artículo no he señalado cómo puede influir el contexto
de situación de los pacientes, puede decirse, por la investigación macro que
con la Dra. Buscaglia llevamos sobre el tema, que las personas en situación
de calle (SL y PL) que padecen delirio mantienen un alto grado de compe-
tencia comunicativa, por el esfuerzo y entrenamiento comunicacional al que
se ven obligados cuando interactúan con el medio para cubrir sus necesida-

-138-
des más primarias. Esto no quiere decir que esta situación sea buena para
ellos, pero sí indica que el tener que interactuar con otros los mantiene
comunicativamente activos. Hemos observado también que las personas que
pasan largo tiempo en hospederías (por ejemplo, LM) manifiestan mayor
grado de deterioro. Sin duda, las que tienen la posibilidad de asistir a terapia
y tienen una situación económica decorosa pueden mantener sus capacida-
des comunicativas, trabajar, tener familia, y hasta culminar estudios univer-
sitarios, como es el caso de AR y AF.
También hemos observado que algunas de las personas en situación de
calle que han estado en los servicios de inteligencia, como en las Fuerzas
Armadas o en la Policía Federal, manifiestan delirios persecutorios, lo que
indicaría cierto grado de influencia del contexto en el tipo de delirio. Se
delira con el material que el delirante conoce y/o experimentó, lo cual indica
que el delirio, de alguna forma, guarda una relación con la experiencia de
vida.

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