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Martina es una mujer de 56 años que acaba de ser dada de alta en el hospital por una
fractura vertebral. En ese mismo ingreso se le ha diagnosticado un adenocarcinoma de
pulmón con metástasis cerebrales y óseas, desconocido hasta la fecha. Martina vive con
su marido —que trabaja de forma autónoma en un taxi— y tres hijos, estudiantes
universitarios. Ella es profesora de educación infantil en un colegio privado. La Dra.
Álvarez es su médica de familia. No conoce apenas a Martina, dado que no había
presentado problemas de salud relevantes. La consulta de la Dra. Álvarez es en turno de
tarde y tiene una presión asistencial que ronda los cuarenta y cinco pacientes diarios.
Cuando termina la consulta, nunca de las 20:30, hace las visitas a domicilio tanto
programadas como espontáneas. La Dra. Álvarez acude al domicilio para valorar la
situación. Hace dos meses hizo un curso de actualización en cuidados paliativos on-line
—desde hace más de dos años su gerencia no encuentra suplentes para formación
presencial— porque se siente un tanto insegura en el control de síntomas de los
pacientes al final de la vida, y también porque tiene dudas sobre cuestiones legales y
éticas, por ejemplo, con la sedación terminal. Martina tiene dolor óseo bien controlado
con opiáceos. Está recibiendo esteroides orales para evitar las complicaciones de las
metástasis, lo que le ha generado hiperglucemias que controla bien con insulina, y una
miopatía esteroidea que le impide la deambulación. Al estar encamada presenta una
úlcera por presión incipiente en sacro. Se queja de astenia y anorexia importantes,
agravadas por unas úlceras muy dolorosas en la lengua. Martina conoce su diagnóstico,
pero está en fase de negación sobre el pronóstico, del que sí son conscientes sus
familiares; el marido, cuidador principal, aunque está fuera de casa muchas horas, pide
a la médica que les ponga en contacto con el ESAD (Equipo de Soporte de la Atención
Domiciliaria), tal y como le han dicho en el hospital. También ©Fundación de Ciencias de
la Salud y Autores 1 18 le anticipa que si los síntomas se agravan desearía que sedara
a Martina, aunque ella no hace ninguna petición al respecto puesto que considera que
aún hay alguna posibilidad terapéutica. La Dra. Álvarez no quiere desentenderse de su
paciente, pero se da cuenta de sus limitaciones en cuanto al tiempo disponible para
atender a Martina en óptimas condiciones, así como de sus dudas respecto a la sedación
y el control de síntomas, que pueden requerir intervenciones urgentes y enérgicas —
delirio, convulsiones, dolor mal controlado, disnea.
Ser vulnerable implica una situación de amenaza o posibilidad de sufrir daño. Ser
susceptible de recibir o padecer algo malo o doloroso, como una enfermedad, y
también tener la posibilidad de ser herido física o emocionalmente. La
vulnerabilidad también puede entenderse como poder ser persuadido o tentado,
poder ser receptor, ser traspasable, no tener absoluto control de la situación, no
estar en una posición de poder, o al menos tener la posibilidad de que dicho poder
se vea debilitado. Es vulnerable quien puede ser herido o recibir lesión, física o
moralmente.
Seria de mucha ayuda, debido a que una mejor organización del itinerario de cada
integrante de la familia y de los encargados sanitarios de llevar este caso permitirá
que cada uno pueda contribuir de manera más eficiente con los cuidados y las
necesidades que presente la paciente.
Dentro de las condiciones que aplican para el programa está el cáncer, por lo que
la paciente tiene oportunidad de ser tomada en cuenta.
En el caso del abogado tiene la libertad para determinar las acciones más
adecuadas a seguir, siempre en el respeto de la ley y para defender a su cliente.
El psiquiatra comprende que, ante la extrema situación, la salud mental es lo
primordial en el individuo, por lo que se hará cargo del manejo de la salud mental
de la paciente en cuanto a la toma de la decisión final, las consecuencias de la
negación y el camino a la aceptación del pronóstico del caso. Por otro lado, están
los bioeticistas quienes defienden su opinión apoyados en los principios bioéticos
de beneficencia, autonomía, justicia y no maleficencia. El farmacéutico sostiene
que se puede intentar controlar el dolor óseo de la paciente con el uso de
opiáceos, pero entiende que, ante el pronóstico del caso, esto no es una medida
permanente, mucho menos una cura, deja en claro la evidencia de que
únicamente es una solución ante el dolor físico, con el fin de no dar falsas
ilusiones. Por último, está el sacerdote quien defiende la vida desde el punto de
vista bíblico, contra toda manipulación de la naturaleza de la vida misma y
sosteniendo que solo el dador de la vida tiene derecho a permitir o no la muerte.
Ley 122 – 05: Regulación y fomento de las asociaciones sin fines de lucro.
Ley 352 – 98: Protección de la persona envejeciente.
Ley 42 – 01: Ley general de la salud.
Ley 50 – 88: Sobre drogas y sustancias controladas.