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Escuela como institución social

La escuela como institución recrea y reproduce en los actores sociales ciertos


valores y bienes culturales seleccionados en un proceso de lucha de intereses
entre distintos grupos y sectores sociales, luchas que se expresan y concretan
en su propuesta curricular, ya que se trata de una institución cuya función es
asegurar el acceso a saberes socialmente legitimados. En efecto, la escuela es
uno de esos espacios que deja marcas y huellas en los sujetos en tanto se
dedica a enseñar, en palabras de Estanislao Antelo, “al reparto de signos entre
las nuevas generaciones” (Antelo, 2009).

 Escuela y la transitoriedad familiar

La escuela es el entorno privilegiado donde las relaciones interpersonales son


inevitables, es un lugar de encuentro e interacción constante en el día a día,
entre familias, profesorado y criaturas.

La relación creada y establecida entre la escuela y la familia es de enorme


importancia para la pequeña infancia y la influencia que esta relación puede
ejercer en su desarrollo es más significativa y trascendental de lo que se suele
creer.

Sabemos que la familia es el primer contexto de socialización, donde niños y


niñas participan y se desarrollan activamente. También sabemos que, además,
en un determinado momento la familia decide que ya puede abrirse a un nuevo
contexto: la escuela, confiando la complementación de su educación a su
profesorado.

Cuando esto sucede, la criatura no es un ser pasivo y, como constructora


activa de sus relaciones personales, atraviesa una fase de autorización y de
construcción de lazos privilegiados con los adultos con los que se relaciona
habitualmente en la escuela.

La Dra. M. Ainswort (1913-1999) lo definió como una vinculación afectiva que


se desarrolla a través de la interacción con la figura de referencia biológica o
no. Esto se puede explicar de la siguiente forma: el niño y la niña crean
vínculos con las personas sensibles y receptivas a las interacciones sociales
que permanecen como educadoras consistentes y estables, lo que ocurre tanto
en la escuela, como en el hogar.
Estos vínculos son necesarios para dar un firme sustento emocional, que
permite a las criaturas sentirse confiadas y seguras para dar los pasos
necesarios en el descubrimiento del mundo; solicitando ser guiadas y
acompañadas.

 La escuela ante la incertidumbre social

Educar ante la incertidumbre es enseñar a pensar, a decidir y a vivir en


sociedad. Aprender a darle una coyuntura al cambio, a los contratiempos y las
oportunidades. Vivir en el aquí y el ahora de forma consciente sin preocuparnos
demasiado por lo que pasará mañana.

La incertidumbre ha afectado todos los ámbitos de nuestra vida, ha creado una


nueva normalidad donde las reglas no están claras y parecen no existir. La
imposibilidad de tener respuestas inmediatas pone en jaque toda nuestra
planificación y hace que nos invada el miedo. Un miedo al futuro, a perder las
rutinas que tanto nos protegen, a no saber qué pasará con nuestro trabajo o
salud.

La incertidumbre es una reacción normal y adaptativa ante una situación


imprevista que nos exige un gran esfuerzo psicológico. Ante ella tendemos a
mostrar una actitud negativa, a temer el peor de los desenlaces, a mostrar la
mayor de nuestras inseguridades. Es capaz de paralizarnos, de condicionar
nuestras elecciones, de hacernos sentir pequeños.

Sin duda, uno de los aprendizajes más importantes que deberíamos regalar a
nuestros hijos es aprender a gestionar las emociones que les generará la falta
de certezas. Educar ante la incertidumbre es ineludible para que aprendan a
encarar la vida con ilusión, para que sepan solucionar los contratiempos y
buscar respuestas a todas las situaciones nuevas que les brinden los cambios
con calma y optimismo.

No podremos garantizar el futuro de nuestros hijos, pero sí darles las


herramientas necesarias para que ellos sean capaces de construir su camino,
de buscar los recursos o aliados que necesiten y tomar sus propias decisiones
con autonomía y responsabilidad.

Dotarles de una base psicológicamente fuerte para poder convivir con las
incertezas y desarrollar una capacidad adaptativa que les permita ser felices y
resilientes.
 La transformación de la escuela

A lo largo de la historia la escuela ha sido concebida como un espacio cerrado,


alejado de la realidad social e individual. Durante siglos, la escuela ha sido un
lugar donde las familias llevaban a sus hijos para que éstos aprendiesen gran
multitud de contenidos, en su mayoría conceptuales, que aprendían de forma
memorialista, sentados en unas mesas perfectamente alineadas delante de la
tarima en la que se alzaba el/la profesor/a para impartir su clase magistral
durante una hora entera.

Este modelo de escuela ocupaba a los niños, niñas y jóvenes aprendiendo una
serie de contenidos puramente académicos, que, en pocas ocasiones, les
servían para afrontar la vida cotidiana y aprender a convivir en sociedad.

Con el movimiento de la Escuela Nueva, un conjunto de movimientos


positivistas que se dieron a finales del siglo XIX, principios del siglo XX, con la
finalidad de renovar la educación y la práctica educMaria_Montessori-1ativa de
los centros escolares; en el cuál participaron pedagogos y pedagogas de la
talla de Maria Montessori, las hermanas Agazzi, Célestin Freinet, Johann
Heinrich Pestalozzi, entre otros; se comenzó a plantear la escuela como una
comunidad integrada dentro de la sociedad.
Este movimiento comienza a concebir la escuela, no únicamente como una
institución donde se imparten clases, sino como un espacio de interacción y
socialización de las personas; como un lugar donde poder experimentar la
unidad, la cooperación, el sentimiento de pertenencia

 La escuela como factor de toma de conciencia

La escuela y la familia suscriben un pacto en el que la primera se compromete


de manera firme a entregarle a la sociedad un individuo competente y
profesionalmente capaz, un sujeto que sea respetuoso de los valores y
tradiciones de la comunidad a la que pertenece, un individuo autónomo,
responsable y con capacidad de modificar lo existente o de legitimar el orden
establecido con base en criterios ético morales y políticos claros. Para cumplir
con este función, la escuela se convierte en un lugar de vida; de continua
lectura reflexiva de lo que está pasando en el espacio vital de los individuos y
de si sus interacciones configuran una cotidianidad del respeto, la negociación,
la inclusión.

La escuela en su acción formativa y socializadora deberá responder a los retos


actuales de la necesidad de construir una sociedad plural, democrática,
incluyente, equitativa; en términos de Bárcena y Melich (1997), una escuela
que conciba su práctica educativa como acontecimiento ético que, superando
los marcos conceptuales que pretenden dejarla bajo el dominio de la mera
planificación tecnológica, en donde lo único que cuenta son los logros y los
resultados educativos medibles a corto plazo, que se espera que los alumnos
alcancen despué s de un período de tiempo, centre también su reflexión en el
ser humano que educa, su historia, sus relaciones vitales, su aquí, su ahora y
sus circunstancias, es decir, una escuela que desde su quehacer pedagógico
lea la necesidades humanas requeridas para vivir la equidad, la inclusión y el
reconocimiento de la diferencia, condiciones necesarias para la configuración
de una sociedad democrática.

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