Está en la página 1de 26

LA DEMOCRACIA EN MATERIA ELECTORAL EN

LA CIUDAD DE MÉXICO.

MARCO TEÓRICO

Tabla de contenido
LA DEMOCRACIA EN MATERIA ELECTORAL EN LA CIUDAD DE MÉXICO. ...... 1

MARCO TEÓRICO .............................................................................................. 1

ANTECEDENTES ............................................................................................ 3

Primer Estado Federal, 1787 .................................................................... 3

La teoría Clásica, 1812-1824 .................................................................... 3

Movimiento de secesión, 1823 .................................................................. 3

Siete Leyes Constitucionales, 1836 .......................................................... 3

Restablecimiento de la Constitución Federal, 1847 .................................. 3

Orden Jurídico Centralizado, 1853............................................................ 3

Revolución de Ayutla, 1857. ..................................................................... 3

Decreto de 1858........................................................................................ 3

Invasión de Fuerzas Extranjeras, 1863. .................................................... 4

Consolidación de la República, 1867. ....................................................... 4

Ley de Organización Política y Municipal del Distrito Federal, 1903. ........ 4

Ley de Organización del Distrito y Territorio Federales, 1917. ................. 4

Reforma a la Ley de Organización del Distrito y Territorio Federales, 1928.


.................................................................................................................. 4

Poder Revisor de la Constitución, 1987. ................................................... 4

REFORMAS QUE SIGNFICARON UN ADELANTO EN LA DEMOCRACIA


POLÍTICA EN MÉXICO ................................................................................ 5
Las reformas constitucionales y electorales durante el periodo
comprendido desde 1977 hasta antes del 2007 ....................................... 5

Reformas a la ley electoral de 1986 .......................................................... 5

Las reformas electorales dentro del periodo comprendido de 1989 a 1996


.................................................................................................................. 6

La reforma constitucional y electoral de 2007 ........................................... 6

La reforma electoral de 2007 .................................................................... 6

Las reformas al artículo 41 constitucional ................................................. 7

Reformas al artículo 99 ............................................................................. 7

Reforma al artículo 116 constitucional ...................................................... 8

Reformas al artículo 122 constitucional .................................................... 8

Reformas al artículo 134 constitucional .................................................... 9

Bases Teóricas ................................................................................................ 9

Con esta introducción AMADOR RODRÍGUEZ LOZANO......................... 9

GUSTAVO ERNESTO EMMERICH ........................................................ 10

DIETER NOHLEN y DANIEL SABSAY ................................................... 11

Mientras que ATTHIAS CATÓN, DANIEL SABSAY Y BERNHARD


THIBAUT ................................................................................................. 12

Propuesta para la constitución de la Ciudad de México .......................... 17

Definiciones Importantes ................................................................................ 18

EL CONCEPTO DE DERECHO ELECTORAL ........................................... 18

DERECHOS POLÍTICOS COMO DERECHOS HUMANOS....................... 21

¿QUÉ ENTENDEMOS POR PARTICIPACIÓN CIUDADANA? .................. 22

Bibliografía ............................................................................................................ 25
ANTECEDENTES

Primer Estado Federal, 1787. El Estado Federal, como organización Político-


Territorial surgió en Estados Unidos de América. Ese nuevo modelo tuvo una gran
aceptación, se le llegó a identificar con los ideales de la libertad y la democracia.
La teoría Clásica, 1812-1824. Incipiente pero importante práctica de autogobierno
de las diputaciones previsionales.
Movimiento de secesión, 1823. Movimiento se secesión que se estaba efectuando
en la nación mexicana. Declarando algunas diputaciones provisionales, así mismas,
estados libres y soberanos.
Siete Leyes Constitucionales, 1836. Expedición de las siete leyes
constitucionales. Establecieron una república centralizada y crearon el Supremo
Poder Conservador.
Restablecimiento de la Constitución Federal, 1847. Se restablece la Constitución
Federal de 1824. Atreves del Acta Constitutiva y de Reforma del 18 de mayo, se
restablece el Distrito Federal, pero ya no en las mismas condiciones como la habían
establecido la constitución de 1824.
Orden Jurídico Centralizado, 1853. Santa Anna volvió a asumir el poder y
desconoció el acta de 1847. Gobierna el país con un orden Jurídico Centralista y
desapareciendo el Distrito Federal. El Gobierno de la Ciudad se Entregó a un
ayuntamiento.
Revolución de Ayutla, 1857. La Revolución de Ayutla terminó con el Gobierno de
Santa Anna y tras un breve periodo, se convocó al Congreso Constituyente de 1857.
En el Congreso Constituyente se definió el sistema Federal adoptado en 1824 por
nuestro país.
Decreto de 1858. Se expide un decreto mediante el cual volvería a otorgar a la
capital y demás pueblos aledaños, el carácter de Distrito de México.
Triunfo de Benito Juárez, 1861. Se reinstala el Distrito Federal mediante el Decreto
del 23 de febrero por el cual se distribuyen los ramos de la administración pública.
Se atribuyó a la Secretaría del Estado de México y el departamento de Gobernación
lo relativo al Gobierno del Distrito Federal en lo político y administrativo.
Invasión de Fuerzas Extranjeras, 1863. Fuerzas invasoras extranjeras ocuparon
la capital del país, nuevamente el Distrito Federal se convirtió en el Distrito de
México, adscrito al Departamento del Valle de México. El Departamento del Valle
de México se rigió por un subprefecto nombrado por el prefecto del Departamento
con la aprobación imperial.
Consolidación de la República, 1867. Con el triunfo de Juárez, se consolidó
definitivamente la República y la Ciudad de México. La Ciudad de México readquiere
también en forma definitiva su carácter de Distrito Federal, con los límites
territoriales que antes le habían asignado. Y bajo las condiciones jurídicas de
gobierno expresadas por la Constitución Federal de 1857.
Ley de Organización Política y Municipal del Distrito Federal, 1903. El decreto
del congreso que le autorizaba a reformar la organización municipal, Porfirio Díaz
expidió la Ley de Organización Política Y municipal del Distrito Federal. Dicha Ley
señalo en su artículo 18 que el Distrito, en el orden político, administrativo y
municipal, dependía del ejecutivo Federal.
Ley de Organización del Distrito y Territorio Federales, 1917. Venustiano
Carranza con el carácter del Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, expidió el
14 de abril de 1947 la Ley de Organización del Distrito y Territorio Federales. Dicha
Ley contenía capítulos relativos al Gobierno del Distrito Federal; facultades y
obligaciones del gobernador, del secretario y del tesorero.
Reforma a la Ley de Organización del Distrito y Territorio Federales, 1928. Se
reformo el artículo 74, fracción VI, base 1a., 2a. Y 3a. De la Constitución Política y
Administrativa del Distrito Federal. La parte medular de la reforma constitucional se
refería a la supresión del municipio libre en el ámbito del Distrito Federal.
Poder Revisor de la Constitución, 1987. El poder Revisor de la Constitución
aprobó la iniciativa presidencial de reformas a diversos artículos de nuestra
constitución, para dar origen a un nuevo régimen político y administrativo para el
Distrito Federal. Las nuevas bases constitucionales que regirán la organización
política administrativa del Distrito federal significan un avance sustancial por
perfeccionar las instituciones, principios y prácticas de gobierno en el distrito
Federal.(Rodríguez Lozano, 1989)
REFORMAS QUE SIGNFICARON UN ADELANTO EN LA DEMOCRACIA
POLÍTICA EN MÉXICO

Las reformas constitucionales y electorales durante el periodo comprendido


desde 1977 hasta antes del 2007
De 1977 a 1994 se vivió una etapa de reformas electorales, este periodo se
caracterizó por un proceso político-electoral llamado “tercera ola”; de esta forma, el
6 de diciembre de 1977 se publicó en el Diario Oficial de la Federación, un decreto
mediante el cual se reformaron varias disposiciones de la Constitución federal. Esta
reforma significó el arribo definitivo de los partidos políticos al plano institucional de
nuestro país y, con ello, se dio acceso a la creación de partidos políticos.

Reformas a la ley electoral de 1986


En 1986, se introdujo el principio de la representación proporcional, de tal forma que
las minorías podrían acceder a 150 curules de la Cámara de Diputados, mientras
que a la par se estableció que ningún partido podía tener más de 350 diputados. Se
reformaron e introdujeron los aspectos siguientes: La organización de las elecciones
federales y los órganos encargados y sus principios rectores.
a) Creación del Instituto Federal Electoral.
b) Elección de diputados y representantes a la Asamblea Legislativa del Distrito
Federal.
c) Calificación electoral e integración de los colegios.
d) Introducción de disposiciones en materia de lo contencioso electoral.

Posteriormente, se realizó otra reforma, que contempló los siguientes temas:


a) Financiamiento a los partidos políticos.
b) Supresión de la cláusula de gobernabilidad.
c) Nueva integración del Senado de la República.
d) Establecimiento del Tribunal Federal Electoral.
Las reformas electorales dentro del periodo comprendido de 1989 a 1996
En esta etapa pueden distinguirse tres fases:
a) En 1994 se alcanzó la ciudadanización del Instituto Federal Electoral y se
implementó un sistema de medios de impugnación para asegurar la
legalidad de todos los actos que se realizaran en el proceso electoral;
b) En 1996, la reforma tuvo como ejes principales la autonomía
constitucional otorgada al Instituto Federal Electoral y la creación del
Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, definido como
máxima autoridad en materia electoral, con excepción de lo dispuesto en
la fracción II del artículo 105 de la Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos.
c) Elección popular en el Distrito Federal.
d) Extensión de la reforma al resto de los estados de la República.
A esta etapa de reformas pertenecen: la que estableció el principio de equidad de
género en las candidaturas y la que reglamentó el derecho de voto de los
ciudadanos mexicanos residentes en el extranjero.

La reforma constitucional y electoral de 2007

La reforma electoral de 2007


En el mes de septiembre de 2007, la que se ha considerado una “tercera etapa de
reformas electorales. Con la consideración de que “la tercera generación de
reformas electorales debía dar respuesta a los dos grandes problemas que enfrenta
la democracia mexicana: el dinero, y el uso y abuso de los medios de comunicación”,
y de que “para enfrentar esos retos es necesario fortalecer las instituciones
electorales”, esta tercera generación de reformas electorales se dio en los
siguientes tres ejes:
a) Disminuir en forma significativa el gasto de campañas electorales.
b) Fortalecer las atribuciones y facultades de las autoridades electorales
federales.
c) Diseñar un nuevo modelo de comunicación entre la sociedad y partidos.

Las reformas al artículo 41 constitucional


Las que competen al artículo 41 fueron las siguientes:
a) Sistema de partidos
b) Financiamiento público y privado de partidos políticos
c) Topes de gastos de precampañas y de campañas electorales
d) Liquidación de obligaciones y bienes de los partidos políticos
e) Acceso a los medios de comunicación social
f) Precampañas y campañas electorales
g) Contraloría interna del Instituto Federal Electoral
h) Consejo General del Instituto Federal Electoral
i) Órgano de fiscalización de las finanzas de los partidos políticos
j) El Instituto Federal Electoral en procesos electorales locales

Reformas al artículo 99
En lo que respecta al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, la
reforma consistió en lo siguiente:
• Se otorga permanencia a las salas regionales del Tribunal Electoral.
• La competencia de las salas del Tribunal Electoral para declarar la nulidad
de una elección, se circunscribe sólo a las causales que expresamente
establezcan las leyes.
• Para que el Tribunal Electoral conozca de impugnaciones de ciudadanos que
consideren afectados sus derechos político-electorales por el partido político
al que pertenezcan, deberán agotar previamente las instancias partidistas.
• Faculta al Tribunal Electoral a emplear los medios de apremio necesarios
para hacer cumplir sus sentencias y resoluciones.
• El Tribunal Electoral podrá resolver la no aplicación de leyes electorales
contrarias a la Constitución, limitando la sentencia al caso concreto sobre el
que verse el juicio, debiendo dar vista a la Suprema Corte de Justicia de la
Nación.
• La sala superior del Tribunal Electoral, a petición de parte o de alguna de las
salas regionales, podrá atraer de oficio, los juicios que conozcan éstas.
• La renovación de los magistrados que integren las salas superior y
regionales, será escalonada.
• Se unifica el periodo de encargo de los Magistrados electorales de las salas
superior y regionales en nueve años.

Reforma al artículo 116 constitucional


Esta reforma se creó para los procesos electorales de las entidades federativas.
• Prohíbe la afiliación corporativa en la formación de partidos políticos, e
instituye que se reconozca a los partidos políticos el derecho exclusivo para
solicitar el registro de candidatos a cargos de elección popular, con excepción
de lo dispuesto en el artículo 2 apartado “A”, fracciones III y VII de la
Constitución.
• Que se establezca un procedimiento para la liquidación de los partidos
políticos que pierdan su registro y el destino de sus bienes y remanentes.
• Que los partidos políticos accedan a la radio y la televisión en los términos
del artículo 41, apartado “B”, base III.
• Que se establezcan bases de coordinación entre el Instituto Federal Electoral
y las autoridades electorales locales en materia de fiscalización de finanzas
de los partidos políticos.
• Que se fijen las causales de nulidad de las elecciones de gobernador,
diputados locales y ayuntamientos.

Reformas al artículo 122 constitucional


Este artículo constitucional fue reformado en lo concerniente a los procesos
electorales del Distrito Federal, por lo que quedó establecida la adecuación para
que lo dispuesto en la fracción IV del artículo 116 constitucional, respecto de los
estados de la Federación, fuese aplicable, en lo conducente, a los procesos
electorales del Distrito Federal.
Reformas al artículo 134 constitucional
El artículo 134 fue reformado en el aspecto de la imparcialidad de servidores
públicos, mediante lo cual quedo establecido lo siguiente:
• Se dispone que la propaganda gubernamental de todo tipo y origen debe ser
institucional, sin promover la imagen de los servidores públicos.
• Se impone a los servidores públicos de los tres niveles de gobierno la
obligación de aplicar con imparcialidad los recursos públicos sin influir en la
equidad de la competencia entre los partidos políticos. (Herrera, 2013)

Bases Teóricas

Durante la celebración del coloquio de marzo de 1987, el Poder Revisor de la


Constitución aprobó la iniciativa presidencial de reformas a diversos artículos de la
Constitución Política, para dar origen a un nuevo régimen político y administrativo
para el Distrito Federal.
Esa reforma constituyó la última parte de un paquete que el titular del Ejecutivo
Federal se había comprometido a realizar desde el día que asumió la Presidencia
de la Republica (1 de diciembre de 1982); la reforma fue el corolario a una intensa
participación popular que se generó en el marco de las consultas públicas a las que
convocó el propio titular del Poder Ejecutivo Federal con el fin de que la nación
expresara sus puntos de vistas y sus propuestas ciudadana y en general la vida
democrática dentro del gobierno del Distrito Federal.
Con esta introducción AMADOR RODRÍGUEZ LOZANO pretendió armonizar estas
dos circunstancias; es decir las nuevas bases constitucionales que establece la
reforma de 1987 y, por otro lado, la evolución y perspectivas del Distrito Federal en
el Estado mexicano.
Para alcanzar tal objetivo fue necesario analizar la naturaleza jurídica del estado
federal y, dentro de ésta, ubicar al Distrito Federal para tartar igualmente de
desentrañar su origen, evolución y naturaleza. Es por ello, que realizo un esbozo de
la historia que ha seguido el mismo, haciendo énfasis en los debates de los tres
grandes congresos constituyentes de la historia de México: 1824; 1856-1857 y
1916-1917.
Analizó el gobierno de los distritos federales de diversos Estados federales para
establecer un cuadro comparativo entre estos y la organización política y
administrativa existentes en el Distrito Federal mexicano. Expuso la problemática
que se presentaban en ese tiempo en las grandes metrópolis y en especial la que
padece nuestro Distrito Federal, todo ello a fin de poder evaluar en sus exactas
dimensiones las reformas efectuadas.(Rodríguez Lozano, 1989)

GUSTAVO ERNESTO EMMERICH plantea que la democracia mexicana, de


acuerdo con la evaluación practicada en 2009 tenía un nivel apenas mediano, ha
retrocedido en algunos aspectos -y avanzado en otros-. Magros resultados en
términos de bienestar, empleo y seguridad, junto con interminables disputas
pedestres entre los partidos, han causado el descrédito generalizado de la clase
política entre la población. No sólo los políticos tienen responsabilidad en esta
degradación. Los medios de comunicación también son responsables al ser más
dados a la noticia sensacionalista que al debate serio, lo que dificulta la construcción
de una opinión pública bien informada sobre los grandes asuntos nacionales. Y
también la propia ciudadanía, cuya participación electoral y en otros ámbitos es
escasa, dejando el campo libre para que otros decidan y actúen en su lugar. Es
conveniente situar esta conclusión en perspectiva histórica. Por un lado, pese a las
ríspidas confrontaciones, las élites políticas y la ciudadanía mexicanas han
continuado introduciendo y aceptando nuevas leyes e instituciones, preservando en
lo esencial las libertades fundamentales y sin alterar la estabilidad política. Esto
sucede de manera tan gradual y pausada -y tal vez timorata- que para parte de la
población pasa inadvertido. Por otra parte, la democracia mexicana es muy joven.
El país y su pueblo todavía no están del todo familiarizados con su ejercicio. Hay
bastante por aprender y por hacer, y eso lleva tiempo. La historia reciente sugiere
que México se enseñará a sí mismo cómo mejorar su democracia y cómo vivir mejor
en ella. Mucho dependerá de que la elección presidencial de 2012 no desemboque
en un conflicto postelectoral que deslegitime adicionalmente la credibilidad en la
democracia electoral. Y más aún dependerá de que en el próximo sexenio los tres
poderes del Estado, los tres niveles de gobierno, los partidos políticos y las
organizaciones civiles sepan encontrar un consenso mínimo sobre la forma de
gobierno y un modelo de país que sirva a todos. Es importante recordar que la
democracia es la única forma de gobierno en que las personas pueden ser
auténticamente libres. Libres de desarrollar sus planes de vida individuales (siempre
que sean lícitos); libres también de expresar sus opiniones y creencias y de
participar, como uno más, en la toma de decisiones públicas. Es la única forma de
gobierno en que todos los ciudadanos son auténticamente iguales en derechos y
obligaciones. Iguales especialmente frente a la urna, donde el voto del rico y el
pobre, el del hombre y la mujer, el del doctor y el analfabeto, el del conservador y el
rebelde, valen exactamente lo mismo. Es la única forma de gobierno que no pide a
los ciudadanos que rindan pleitesía a quienes gobiernan, sino simplemente que se
conduzcan con respeto y dignidad republicana. Por todo eso, es importante
preservar y mejorar la democracia en México. (Emmerich, 2014)

DIETER NOHLEN y DANIEL SABSAY plantean que los países latinoamericanos


transitan por una etapa de fortalecimiento de sus instituciones democráticas.
Transcurrida más de una década y media desde la reinstauración del
constitucionalismo democrático en casi todos los países de América Latina, las
cuestiones vinculadas con la designación de los gobernantes siguen asumiendo una
trascendencia particular. Así, cuestiones relacionadas con los sistemas electorales
más adecuados, con la estructura encargada del control de los actos electorales y
de los litigios a que ellos pueden dar lugar, así como también con la problemática
en torno al financiamiento de los partidos y de campañas, constituyen, entre muchas
otras, cuestiones de singular importancia en la agenda de las nuevas democracias.
Es cierto que la consolidación de la democracia en América Latina depende de
varios factores: variables socioeconómicas, desarrollo de una cultura democrática,
estructuras de poder institucional, etc. Una fuente de consolidación de la
democracia, sin embargo, es el derecho electoral, su desarrollo hacia un derecho
electoral democrático y el mantenimiento del progreso que se ha alcanzado.
Tiene razón Manuel Aragón cuando enfatiza la estrecha relación entre derecho
electoral y democracia, y cuando establece, como su finalidad, la pervivencia y
consolidación de la democracia como criterio que inspira las soluciones técnicas del
derecho electoral. Teniendo en cuenta el momento actual de América Latina, así
como la necesidad de promover la idea democrática en la región, el catedrático
español va más lejos al conectar abierta y unívocamente, en un plano normativo, el
derecho electoral con el principio democrático, afirmado en un foro de expertos en
derecho electoral: “Sólo merece el nombre de derecho electoral aquel que,
basándose en el sufragio universal, igual, libre, directo y secreto, garantiza la libre
competencia y la igualdad de oportunidades en la contienda electoral, así como la
fiabilidad de los resultados producidos en las votaciones” (Aragón Reyes, 1993:
XXV) (NOHLEN & SABSAY, 2007)

Mientras que ATTHIAS CATÓN, DANIEL SABSAY Y BERNHARD THIBAUT en su


trabajo sobre las normas constitucionales en materia electoral plantean que la
magnitud y el detalle de la temática electoral incluida en la Constitución depende de
la técnica legislativa que se utilice al respecto. En tal sentido hay dos posturas: la
primera considera que la Constitución debe abarcar de manera analítica y con el
mayor detalle posible todos los aspectos fundamentales; la segunda, por el
contrario, sostiene que la Constitución sólo debe fijar pautas generales, dejando los
detalles para la legislación ordinaria. Esta idea se apoya en el principio de que la
Constitución es una norma que ha sido redactada para durar en el tiempo.
Aunque prácticamente todas las constituciones de América Latina son bastante
detalladas —sobre todo en comparación con las de los países europeos—, el grado
de regulación electoral varía considerablemente. Sin embargo, como tendencia
general, gran parte de las constituciones latinoamericanas son mucho más
detalladas en materia electoral que sus homónimas europeas. Una parte sustancial
del derecho electoral se encuentra en la Constitución de prácticamente todos los
países considerados. Esta particularidad del derecho electoral latinoamericano no
debiera sorprendernos. El Constituyente latinoamericano ha privilegiado el
desarrollo de un esquema de garantías sobre las necesidades de transformación a
lo largo del tiempo. Respecto a las distintas áreas del derecho electoral
encontramos cuatro formas de distribución entre Constitución y ley electoral: un
aspecto puede ser a) regulado únicamente en la Constitución, b) definido en
términos básicos en la Constitución y más detalladamente en la ley electoral, c)
definido enteramente en la Constitución y repetido en la ley electoral y d) regulado
únicamente en la ley electoral.
Si preguntamos por las regulaciones básicas en materia electoral, es evidente que
algunas tienen que estar contenidas en las leyes fundamentales. Todas las
constituciones deben incluir normas relativas a los derechos políticos —y deberes,
respectivamente—, en cuyo centro se encuentran las condiciones generales del
derecho al sufragio activo y pasivo y las posibilidades que tienen los ciudadanos de
participar en la toma de decisiones políticas. Los 19 países latinoamericanos
regulan este aspecto en su Constitución. Mientras que en algunos países los
derechos políticos también aparecen en la ley electoral, Argentina es el único país
donde la definición de quiénes son los electores no se encuentra en la Constitución
sino solamente en la ley electoral.
También las eventuales formas de participación directa mediante referéndum,
plebiscito, iniciativa popular, etc., forman parte de los derechos políticos
fundamentales y, en este sentido, tienden a estar plasmadas en el campo
constitucional. En nueve de los once países que prevén elementos de democracia
directa, este aspecto aparece en la Constitución; sólo Nicaragua y Panamá lo limitan
a la ley electoral.
En la mayoría de las constituciones latinoamericanas los derechos políticos están
regulados en un capítulo separado. Sólo en Argentina y Chile están englobados
entre los otros derechos individuales. Otro aspecto de la legislación electoral que,
por supuesto, tiene que ser regulado en el plano constitucional se refiere a la
cuestión de los órganos e instituciones estatales cuyos mandatarios se establecen
mediante elecciones populares. Todas las constituciones latinoamericanas incluyen
esta definición. Generalmente no lo hacen en un artículo separado, sino en el marco
de aquellas partes de la ley fundamental que se ocupan de las respectivas
instituciones. En el terreno nacional, los órganos constitucionales que se deben
elegir en América Latina son el presidente y el parlamento con una o dos cámaras.
Por lo general, las constituciones también establecen normas básicas sobre los
órganos estatales que deben elegirse mediante elecciones populares de carácter
regional o local. En los países unitarios las cuestiones ligadas a la elección de sus
autoridades departamentales, municipales y locales son tratadas con bastante
detalle.
Siguiendo una tendencia reciente, la mayoría de las constituciones
latinoamericanas contiene normas generales relativas a la administración de los
procesos electorales y, en particular, a la autoridad de aplicación. En muchos
países, la ley fundamental establece en un capítulo especial un órgano con
autoridad superior en materia electoral. Aquí reaparece el afán del Constituyente
por establecer en la ley fundamental garantías de todo el proceso electoral y en
particular de su gestión. Sólo en cuatro países de la región —Argentina, Cuba,
Guatemala y la República Dominicana— el órgano jurisdiccional electoral no surge
de la Constitución.
También llaman la atención ciertas cláusulas producto del más reciente
constitucionalismo latinoamericano. En Argentina, Ecuador, México y Venezuela la
Constitución prescribe una representación mínima para mujeres y minorías
indígenas. Guatemala y Panamá regulan este aspecto en sus leyes electorales. En
Paraguay y Colombia se fomenta el acceso de las mujeres a funciones públicas,
aunque sin exigencias concretas.
Hemos comprobado que la constitucionalización de los partidos políticos es hoy la
regla en América Latina. Nueve de los diecinueve países definen papel y función de
los partidos en sus constituciones y once lo hacen en sus leyes electorales. Esta
realidad se ve acompañada en varios casos por la determinación del principio del
monopolio de los partidos políticos en materia de candidaturas. Sin embargo, varios
países admiten explícitamente candidaturas independientes, como Chile y
Honduras, o la postulación de candidatos por “movimientos políticos”, como en
Colombia, Paraguay y Perú, o por “comités cívicos electorales”, como en
Guatemala.
Si preguntamos cuáles son los aspectos más específicos regulados en las
constituciones latinoamericanas, en relación con las elecciones nacionales, cabe
distinguir entre las elecciones presidenciales y las elecciones parlamentarias.
Respecto a las primeras, las normas constitucionales más importantes se refieren
a la duración del mandato, al sistema electoral y a la cuestión de una eventual
reelección del mandatario. Estos aspectos tienden a ser regulados en el ámbito
constitucional. La duración del mandato presidencial lo fija la Constitución en todos
los países. Respecto al sistema electoral presidencial, Chile, México, República
Dominicana y Venezuela son los únicos casos en que éste no surge directamente
de la ley fundamental. La tendencia a determinar el sistema electoral presidencial
en el terreno de la Constitución no es muy sorprendente, pues, por un lado, las
elecciones presidenciales son consideradas las más importantes, y, por otro, no es
muy complejo determinar técnicamente un sistema electoral presidencial (en
comparación con los sistemas electorales parlamentarios), ya que se trata de una
elección para un solo mandato que, con la misma lógica, tiene que seguir un sistema
mayoritario. También encontramos de manera explícita en todas las constituciones
la prescripción de una elección directa del presidente, con las excepciones de Brasil,
El Salvador y Guatemala. En estos países, sin embargo, existen normas
constitucionales que de manera implícita imponen que las elecciones presidenciales
sean directas. El último país de América Latina que ha introducido la elección directa
del primer mandatario ha sido Argentina con la reforma constitucional de 1994. En
el pasado, el presidente argentino era elegido mediante un sistema indirecto
parecido al que rige en Estados Unidos. Por último, todas las constituciones regulan
de forma exhaustiva la posibilidad o la proscripción de reelección del presidente.
En lo relativo a las elecciones parlamentarias, sólo ocho países latinoamericanos
definen explícitamente un principio de representación en sus constituciones.
Implícitamente, sin embargo, la mayor parte de los países lo hace mediante
indicaciones acerca del sistema electoral. Todas las constituciones —menos las de
Chile, Perú, Uruguay y Venezuela— incluyen una definición del sistema electoral
parlamentario. Normalmente se trata de una definición más bien general que luego
se precisa en la ley electoral. Sin embargo, en Colombia, Costa Rica, Cuba y
Panamá únicamente la Constitución contiene la definición del sistema electoral.
En relación con las elecciones de diputados, la mayoría de las constituciones se ha
inclinado implícita o explícitamente en favor de la representación proporcional o al
menos por un sistema favorable a la conformación de poderes legislativos plurales
en su composición partidaria. En Chile, Perú, Uruguay y Venezuela el sistema
electoral parlamentario no está prescrito en la Constitución. El Constituyente
costarricense, si bien no se inclina por un sistema en particular, descarta la adopción
de un sistema electoral de mayoría absoluta.
Respecto a las elecciones de senadores, encontramos que en varios países se ha
optado implícitamente por un sistema mayoritario, ya que son elegidos en
circunscripciones pequeñas (uni, bi o trinominales), o se determina de forma
explícita que todos los mandatos (o, por ejemplo en Argentina, dos de tres
mandatos) senatoriales en una circunscripción correspondan al partido con mayor
número de votos. Sin embargo, cabe mencionar que en algunos países —por
ejemplo, en Uruguay, Colombia y Paraguay— las constituciones optan también en
el caso de las elecciones senatoriales por un sistema de representación
proporcional.
El número de representantes que deben ser elegidos para el parlamento nacional
tiende a ser determinado de una u otra manera en el plano constitucional. En el caso
de las elecciones de diputados (o, en los países con un parlamento unicameral, las
elecciones para la Asamblea Legislativa), el número de escaños está prescrito
explícitamente, por ejemplo, en Costa Rica, Chile y Uruguay. En otros países la
Constitución se limita a establecer ciertos criterios, como por ejemplo una cierta
relación entre la población de una entidad territorial y los representantes que hay
que elegir. En Paraguay, la Constitución establece un número mínimo de escaños,
quedando al legislador la posibilidad de aumentarlo conforme a la evolución del
cuerpo electoral. Sólo en Cuba, El Salvador, Guatemala y Perú la Constitución no
dice nada respecto al tamaño de la Asamblea Legislativa. La misma variedad de
regulaciones encontramos en relación con las elecciones senatoriales, aunque en
los países federales (Argentina, Brasil, México) y también en algunos unitarios
(Bolivia, Chile) predomina la determinación indirecta mediante normas que
establecen un número fijo de senadores por entidad regional.
Todas las constituciones latinoamericanas excepto la cubana, contienen por lo
menos en sus rasgos fundamentales los requisitos para la candidatura a la
presidencia o a un escaño parlamentario. Sin embargo, sólo Costa Rica y la
República Dominicana lo regulan exclusivamente en la Constitución.
Varias constituciones del continente se ocupan de la relación temporal y, a veces,
técnica entre los diferentes tipos de elecciones. Un tema frecuente es la cuestión de
la simultaneidad o no simultaneidad de las elecciones presidenciales y
parlamentarias. La simultaneidad está establecida constitucionalmente en Panamá,
Paraguay y Uruguay.2 En Uruguay también se aplica a todas las elecciones
subnacionales. En Chile sólo las elecciones para diputados y senadores tienen que
ser simultáneas. Por otro lado, en Colombia la Constitución prescribe explícitamente
la no simultaneidad de las elecciones. En varios países, como por ejemplo
Argentina, México, El Salvador y Chile, las elecciones parlamentarias y
presidenciales no pueden ser simultáneas, pues no coincide la duración de los
mandatos de los diferentes órganos electivos. (CATÓN, SABSAY, & THIBAUT,
2007)

Propuesta para la constitución de la Ciudad de México


Tener un sistema de planeación del desarrollo elaborado con participación
ciudadana, esto supone, un ejercicio en doble dirección, el ciudadano a partir de su
colonia, de su pueblo, de su barrio, no tiene una percepción de lo que pasa en el
conjunto de la ciudad, cuáles son las reglas que rigen el funcionamiento de la
cuidad, viceversa los planificadores sentados en su gabinete y analizando la
estructura del área metropolitana o de la ciudad, no tiene la percepción de lo que
ocurre en los barrios, pueblos, colonias, se trata el ejercicio de planeación
democrática, de conjuntar estar dos posibilidades, hasta llegar a un consenso.

Impulsar una participación ciudadana activa, democracia participativa en la


programación del gasto público, en los programas operativos anuales y en el control
de gestión, por eso es muy importantes la estructura de alcaldías y como se
organice la administración de esas alcaldías, para que el ciudadano con cierto grado
de proximidad a esa gestión, tenga la posibilidad de definir prioridades y de controlar
esa gestión, significa mayor proximidad entre gobernantes y gobernados en todos
los niveles, redimensionar las delegaciones y subdividir a estas en espacios
territoriales cuya dimensión facilite el control ciudadano. (Lovare, 2016)

Definiciones Importantes

EL CONCEPTO DE DERECHO ELECTORAL


En la literatura científica y en el habla cotidiana conviven dos conceptos de derecho
electoral, uno restringido y otro amplio. El concepto restringido hace referencia a un
derecho subjetivo del individuo de elegir y ser elegido y, de hecho, es idéntico al de
sufragio (voting rights). El concepto amplio alude al derecho que regula la elección
de órganos representativos.
Esta distinción entre dos conceptos no es nueva y se halla, por ejemplo, en la obra
clásica de Karl Braunias Das parlamentarische Wahlrecht (Derecho electoral
parlamentario), editada en 1932. Sin embargo, sin hacer mayores consideraciones
sobre los dos usos del concepto que él mismo distingue, Braunias utiliza el término
“derecho electoral” de manera amplia sólo en el título de su obra. En su análisis, la
expresión se limita al concepto en el sentido restringido, incluso cuando Braunias
expone diferentes teorías del derecho electoral. Esta manera de aplicar el término
parece sintomática en todos los trabajos de derecho político o público dedicados al
estudio de la materia en sus dos acepciones, amplia y restringida, y se une a la
tendencia a renunciar al concepto “derecho electoral” en el sentido amplio para
titular trabajos dedicados a la institucionalización y organización de las elecciones
dentro del ámbito de la ciencia política, como lo demuestran los también clásicos
estudios de W. J. M. Mackenzie (Elecciones libres) y de Dolf Sternberger y Bernhard
Vogel (Die Wahl der Parlamente/La elección de
los parlamentos).
El empleo del término “derecho electoral” en el sentido restringido, i.e. como
derecho subjetivo, como sinónimo de sufragio, refleja varios estados de cosas:
Primero, parece expresar una opción por lo específico en contraposición a lo difuso.
Es cierto que, entendido en el sentido restringido como derecho de sufragio, el
significado del concepto es más específico. Además, su empleo en esta acepción
está estandarizado. En el caso del concepto en sentido amplio, no hay un acuerdo
básico en cuanto a sus connotaciones y su uso no se atiene a pautas comunes, lo
que abre la puerta a ambigüedades.
Sin embargo, la amplitud connotativa no excluye necesariamente la precisión
denotativa. El concepto de derecho electoral en un sentido amplio sigue teniendo
un referente preciso: el derecho que regula la elección de los órganos
representativos en una democracia. La falta de un uso estandarizado es real, pero
tampoco debe olvidarse que parece preferible un concepto más ambiguo y hasta
ahora poco usado, pero relevante, a uno unívoco, más utilizado, pero menos
relevante. A las consecuencias de estas reflexiones retornaremos más adelante.
Segundo, refleja una valoración basada en el criterio de la importancia.
En el contexto del desarrollo de la democracia moderna, y desde el punto de vista
político y también científico, parecía mucho más importante el tema de la
universalización del sufragio que el de los demás aspectos organizativos y
administrativos de las elecciones, pese al significado que podrían tener para la
inclusión real en la política de los nuevos estratos con derecho a voto. Esta
asignación de mayor importancia al derecho electoral individual, al derecho de
participación política, frente al derecho electoral como el conjunto de normas que
regulan la expresión del voto y de la soberanía popular, en realidad (sólo) tenía
fundamento allí donde el Estado como aparato burocrático-racional había precedido
a la universalización del sufragio o donde ambas evoluciones se producían
simultáneamente. No tanto así en Iberoamérica y otras partes del mundo, donde la
democratización del sufragio y la celebración continua de elecciones no
necesariamente marcaba un progreso democrático, puesto que, a falta de un
aparato administrativo y jurisdiccional independiente, no garantizaba la erradicación
de prácticas electorales fraudulentas. En tales circunstancias, el concepto de
derecho electoral en el sentido restringido es claramente insuficiente, pues ignora
precisamente aquellos aspectos organizativos y administrativos indispensables
para que unas elecciones con sufragio universal sean realmente democráticas, es
decir, libres y honestas.
Tercero, la renuncia o casi renuncia al concepto genérico de “derecho electoral”
parece revelar una inseguridad sobre su autonomía y su lugar en el campo del
saber, especialmente como rama del derecho, por un lado, y sobre su contenido y
pertinencia a diferentes disciplinas, por el otro. Es obvio que el objeto del derecho
electoral como lo hemos indicado arriba, con sus dimensiones jurídicas, teórico-
normativas, comparativas, sociológicas e históricas, requiere un tratamiento
multidisciplinario. La necesidad de convocar a diferentes disciplinas a participar en
el estudio del objeto parece cuestionar una denominación que se podría interpretar
como adjudicación del campo a la rama jurídica. Nos estamos refiriendo, sobre todo,
a la ciencia política que por su multidisciplinariedad interna y su vocación
interdisciplinaria parece estar en igualdad de condiciones para encarar el estudio de
la materia. Y no es casual que el coordinador original de esta obra sea politólogo y
que, por lo demás, haya dirigido varias tesis de doctorado sobre temas de
organización electoral en América Latina (Jaramillo, 1994; Franco, 1995; León-
Roesch, 1997).
Por otra parte, en el campo exclusivo del derecho, no se ha logrado identificar el
lugar que ocupa o debería ocupar la materia electoral en el universo jurídico.
Tradicionalmente el derecho electoral ha sido considerado como un capítulo de
alguna otra rama del derecho constitucional o del derecho administrativo, incluso se
le ha ubicado “a caballo” entre estas dos áreas jurídicas. En realidad, se ha incluido
dentro del campo de otras ramas del derecho público por asociación, debido a las
materias con las que se relaciona la cuestión electoral, con lo que el derecho
electoral constituye así un capítulo de importancia variable. (NOHLEN & SABSAY,
2007)
DERECHOS POLÍTICOS COMO DERECHOS HUMANOS
Los derechos políticos son aquel grupo de atributos de la persona que hacen
efectiva su participación como ciudadano de un determinado Estado. En otras
palabras, se trata de facultades o, mejor, de titularidades que, consideradas en
conjunto, se traducen en el ejercicio amplio de la participación política.
Como bien se observa, hay una relación estrecha entre los derechos políticos y la
participación política, entendida como concepto complejo. Si consideramos la
noción de participación política como “toda actividad de los miembros de una
comunidad derivada de su derecho a decidir sobre el sistema de gobierno, elegir
representantes políticos, ser elegidos y ejercer cargos de representación, participar
en la definición y elaboración de normas y políticas públicas y controlar el ejercicio
de las funciones públicas encomendadas a sus representantes”,1 deberemos
considerar también la diversidad de facetas en que la participación se ejerce. De ahí
deriva un cuadro de titularidades que son precisamente los derechos políticos.
Si bien hoy en día es difícil encontrar alguna voz en contra de los derechos políticos
como categoría, la cuestión de su contenido, esto es, de la lista de los derechos
particulares que los componen, varía de autor a autor y no deja de estar matizada
por las influencias más generales de la doctrina política a que se afilia cada
tratadista.
En realidad, cuando hablamos de derechos políticos, hacemos referencia a las
titularidades de las que se desprenden los mecanismos por medio de los cuales la
ciudadanía se ejerce. Y, como veremos más adelante, esta noción está vinculada
estrechamente al concepto de democracia que se maneje.
Tradicionalmente, la cuestión de los derechos políticos, su consagración y los
medios para su traducción en actividades concretas, ha sido un tema de derecho
constitucional, pero lo cierto es que, en la actualidad, los derechos políticos son una
categoría en el marco de los derechos humanos y, derivada de la doble faceta que
caracteriza a los derechos humanos en general, merecen una consideración en dos
planos: constitucional e internacional. (PICADO, 2007)
¿QUÉ ENTENDEMOS POR PARTICIPACIÓN CIUDADANA?
Existen diferentes definiciones y enfoques sobre la participación ciudadana, para
algunos autores es la integración de la ciudadanía en el proceso de adopción de
decisiones del gobierno de su ciudad, estado o país; para otros son diversas formas
de expresión social y prácticas que se sustentan en una diversidad de contenidos y
enfoques a través de las cuales se generan alternativas organizativas y operativas
que inciden en la gestión e intervienen en la toma de decisiones sobre asuntos
públicos en un contexto democrático; otros autores la consideran como toda forma
de acción colectiva que tiene por interlocutor a los estados y que intenta —con éxito
o no— influir sobre las decisiones de la agenda pública; otros la consideran como
una respuesta individual o colectiva de la sociedad a una convocatoria realizada por
parte de las autoridades gubernamentales en aquellos espacios institucionales
que estas designan o crean.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo establece en su Informe
sobre la Democracia en América Latina 2004 el concepto de ciudadanía integral, el
cual implica que los ciudadanos puedan ejercer sin límites sus derechos civiles,
sociales y políticos. Un régimen que asegure estos tres tipos de derechos a su
sociedad, ya no es una democracia electoral, sino una democracia de ciudadanía.
En este encuadre, la participación ciudadana está estrechamente vinculada al
concepto de cultura política. De acuerdo con Norberto Bobbio: “Se entiende como
cultura política al conjunto de actitudes, normas y creencias, compartidas más o
menos ampliamente por los miembros de una determinada unidad social y que
tienen por objeto los fenómenos políticos”.
Para Gabriel Almond y Sidney Verba, pioneros en esta materia, el término cultura
política se refiere a las orientaciones específicamente políticas con relación al
sistema político y sus distintas partes, y a actitudes relacionadas con el rol del
individuo en el sistema, cuando hablamos de la cultura política de una sociedad nos
referimos a cómo se ha interiorizado el sistema político a través de conocimientos
cognoscitivos, de sentimientos y evaluaciones por su población.
Jacqueline Peschard establece que:
Toda cultura política es una composición de valores y percepciones que,
como tal, no abarca orientaciones de un solo tipo, sino que generalmente
combina percepciones y convicciones democráticas y/o modernas con
patrones de comportamiento más o menos autoritarios y/o tradicionales. No
obstante, al hablar de cultura política democrática debemos entender que
existe un esquema dominante que determina lo que podríamos llamar las
premisas de la construcción cultural de una democracia
Por lo que la participación ciudadana está ligada a la cultura política imperante en
una sociedad.
Podemos distinguir distintos niveles de participación ciudadana, esto es, clasificarla
en los distintos tipos o niveles de participación con base en el grado de intervención
de la ciudadanía en los asuntos públicos; lo cual puede ir desde una separación
total entre el gobierno y la sociedad, hasta una correspondencia total entre estos
dos actores:
1) La participación en la información.
2) La participación en la consulta.
3) La participación en la decisión.
4) La participación en el control.
5) La participación en la ejecución.

La participación en la información implica la posibilidad de acceder


permanentemente a información sobre los asuntos públicos, a fin de contar con una
ciudadanía informada y con herramientas para evaluar las acciones de gobierno.
La participación en la consulta hace referencia a los mecanismos con los que cuenta
la ciudadanía para hacer llegar al gobierno sus opiniones acerca de las decisiones
que se han tomado.
La participación en la decisión implica que la sociedad cuente con herramientas
para participar en las decisiones que se tomen respecto de asuntos públicos, y que
su opinión pueda definir el sentido de las medidas tomadas. Es en este nivel donde
se pueden implementar las figuras de democracia directa como el plebiscito o el
referendo.
La participación en el control se refiere a la posibilidad de los ciudadanos de llevar
a cabo algún tipo de fiscalización y evaluación del trabajo gubernamental. Esto con
el fin de verificar que lo decidido de manera conjunta por el gobierno y la sociedad
se haya llevado a cabo. En este caso, mecanismos como la revocación de mandato
y la rendición de cuentas pueden ser de gran utilidad.
La participación en la ejecución: en este nivel se puede decir que se da la plenitud
de la participación, pues implica la combinación de los anteriores niveles, además
de un alto nivel de coordinación y corresponsabilidad entre el gobierno y la
ciudadanía.
En sistemas democráticos avanzados existe la posibilidad de combinar las
instancias propias de la democracia representativa como lo son los congresos
nacionales y locales, junto con figuras como el referendo y el plebiscito, con el fin
de darle mayor peso social a las propuestas del gobierno o de la oposición.
En un contexto democrático, la participación ciudadana se expresa en gran medida
en los espacios, mecanismos e instrumentos de participación garantizados por la
legislación y las instituciones para que la ciudadanía tome parte en los asuntos
públicos.
Con respecto a la participación, la calidad democrática es alta cuando observamos
una participación extensa no solamente en las elecciones, sino dentro de la vida de
partidos políticos y de las organizaciones de la sociedad civil, en la discusión de los
asuntos de orden público, exigiendo rendición de cuentas a los gobernantes, en la
supervisión de las conductas de los servidores públicos, y en el involucramiento a
nivel local de los asuntos públicos.
Una democracia de calidad es, antes que nada, un régimen ampliamente legitimado
que da respuesta a los ciudadanos, es decir, proporciona calidad en términos de
resultados. En consecuencia, cuando los gobiernos e instituciones basan su
actuación en la participación ciudadana, se apegan a los valores democráticos.
En este sentido, en la perspectiva histórica de México podemos identificar un
modelo de participación ciudadana en un contexto autoritario, caracterizado por un
sistema corporativo, y un modelo de participación ciudadana en un contexto de una
democracia participativa.
Desde la perspectiva de la democracia participativa, la participación es vista como
el eje de una práctica de la política que permite a los ciudadanos intervenir en los
asuntos de interés colectivo a través de la creación de espacios públicos donde no
solo se debaten, sino que se deciden y vigilan, las políticas públicas de los diferentes
niveles de gobierno. (VARGAS SOLANO & GALVÁN GÓMEZ, 2014)

Bibliografía
CATÓN, M., SABSAY, D., & THIBAUT, B. (2007). LA LEGISLACIÓN ELECTORAL.
BASES LEGALES, ESTATUS, MECANISMOS DE REFORMA. En D.
NOHLEN, D. ZOVATTO, J. OROZCO, & J. THOMPSON, Tratado de derecho
electoral comparado de América Latina (págs. 108-119). Ciudad de México:
Fondo de Cultura Económica .
Emmerich, G. E. (2014). Democracia en México: logros y desafíos. En E. C. Pérez,
M. G. Madrid, & J. S. Castillo, México entre siglos. Contexto, Balance y
Agenda (págs. 442-457). Ciudad de México: Universidad Autonoma
Metropolitana.
Herrera, M. M. (2013). Regresión o avance democrático en México. Construcción
ciudadana. Revista Mexicana de Opinión Pública, 45-59.
Lovare, C. (2 de mayo de 2016). Propuesta para la constitución de la Ciudad de
México. Obtenido de Youtube: https://youtu.be/ZKCi2aqGPDQ
NOHLEN, D., & SABSAY, D. (2007). DERECHO ELECTORAL. En D. Nohlen, D.
Zovatto, J. Orozco, & J. Thompson, TRATADO DE DERECHO ELECTORAL
COMPARADO DE AMÉRICA LATINA (págs. 27-38). México, Distrito
Federal: Fondo de Cultura Económica.
PICADO, S. (2007). DERECHOS POLÍTICOS. En D. NOHLEN, D. ZOVATTO, J.
OROZCO, & J. THOMPSON, Tratado de derecho electoral comparado de
América Latina (págs. 48-59). Ciudad de México: Fondo de Cultura
Economica .
Rodríguez Lozano, A. (1989). El Distrito Federal Mexicano: Gobierno y Democracia.
México, Distrito Federal: Universidad Nacional Autónoma de México.
VARGAS SOLANO , N., & GALVÁN GÓMEZ, M. (2014). LA PARTICIPACIÓN
CIUDADANA EN LA CIUDAD DE MÉXICO: PANORAMA, RETOS Y
PERSPECTIVAS. En A. Ayala Sánchez, Nuevas avenidas de la democracia
contemporánea (págs. 434 - 462). México, Distrito Federal: Universidad
Nacional Autónoma de México.

También podría gustarte