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Imágenes en fragmentos

Memoria histórica en una


comunidad del Valle del Cauca
(El Arenillo-Palmira)

editores
Freddy A. Guerrero Rodríguez y Myriam Román Muñoz

Santiago de Cali, 2019


Imágenes en fragmentos : memoria histórica en una comunidad del Valle del Cauca (El Arenillo-
Palmira) / editores Freddy A. Guerrero, Myriam Román Muñoz. -- Santiago de Cali : Pontificia
Universidad Javeriana, Sello Editorial Javeriano, 2019.

154 páginas: ilustraciones ; 24 cm.


Incluye referencias bibliográficas.
ISBN: 978-958-5119-06-2

1. Conflicto armado -- El Arenillo (Valle del Cauca, Colombia) 2. Memoria histórica -- El Arenillo
(Valle del Cauca, Colombia) 3. Memoria colectiva -- El Arenillo (Valle del Cauca, Colombia) 4.
Víctimas de la violencia – Relatos personales -- El Arenillo (Valle del Cauca, Colombia) 5. Justicia
transicional I. Guerrero, Freddy A., editor II. Román Muñoz, Myriam, editora III. Pontificia
Universidad Javeriana Cali. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales.

SCDD 303.60986152 ed. 23 CO-CaPUJ


lmc/2019

Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Fotografía carátula: Carlos Arce Narváez


Departamento de Ciencias Sociales Corrección de estilo: Comunicaciones Creativas
Impresión: Carvajal Soluciones de Comunicación
Imágenes en fragmentos S.A.S.
Memoria histórica en una
comunidad del Valle del Cauca Pontificia Universidad Javeriana Cali
(El Arenillo- Palmira) Calle 18 N°118-250
Teléfonos (57-2) 3218200
© Freddy A. Guerrero Rodríguez Santiago de Cali, Colombia, 2019.
© Myriam Román Muñoz
El contenido de esta publicación es responsabilidad
ISBN 978-958-5119-06-2 absoluta de su autor y no compromete el
ISBN ( e ): 978-958-5119-07-9 pensamiento de la Institución. Este libro no podrá
ser reproducido por ningún medio impreso o de
Formato: 17 x 24 cms reproducción sin permiso escrito de los titulares
del copyright.
Coordinación editorial: Claudia Lorena González
Asistente editorial: Jennifer Ramírez Martínez
Diagramación: Kevin Nieto Vallejo
Portada: Kevin Nieto Vallejo
Contenido
Agradecimientos................................................................................................9
Introducción.....................................................................................................13
Perspectivas sobre un caso de construcción de memoria histórica:
Aproximaciones conceptuales y metodológicas..............................................21
El Arenillo: en las tramas del conflicto desde el valle y la montaña..............47
Arreglos de género en la comunidad de El Arenillo........................................63
Vírgenes y Demonios: Sobre creencias, profanaciones y conversiones hechas
memoria...........................................................................................................81
Violencia, imágenes, memoria y representación audiovisual documental ...105
Memorias simbólicas y afectivas a través de la fotografía, el cuerpo y los
objetos............................................................................................................121
Vírgenes y Demonios:
Sobre creencias,
profanaciones
y conversiones
hechas memoria
freddy a. guerrero rodríguez8

El presente capítulo en forma de crónica, se aproxima a la memoria que


puede establecerse en esos lugares de la memoria que emergen durante la
investigación; lugares que, al vincularse con relatos de algunos habitantes,
hacen posibles evocaciones diferentes y condensar en parte las prácticas
de rememoración que solo desde la oralidad se torna insuficiente. Así, el
descubrimiento de los acontecimientos que aparecen desde la imagen de una
virgen como testigo solo se logra luego de varias visitas y conversaciones
informales que hacen aparecer el relato casi por azar, lo que expande
experiencias que invocan tanto la violencia como la humanidad en un
contexto permeado por la presencia de los actores armados.
El capítulo se aproxima a encontrar la presencia de lo religioso en los
diversos avatares de la violencia y el conflicto en la zona, religiosidad que
se encuentra en los antecedentes de las tácticas de guerra de los actores
armados, en los acontecimientos temporales de las comunidades articulados
tanto a hechos de violencia y humanidad; esto contenido en imágenes y
lugares sacralizados o profanados. Aquí es posible observar esas memorias
que pueden presentarse desde el silencio (Pollak, 2006), imágenes dialécticas
que guardan en el acontecimiento los lugares y objetos los relatos que se
articulan con estos fantasmas de la injusticia pasada (Mate, 2009).

8 Docente del Departamento de Ciencias Sociales e investigador del Grupo BITACUS. Pontificia
Universidad Javeriana Cali.

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Una virgen como testigo

Una figura desgastada por el tiempo, tocada con suavidad diariamente por
la brisa fría o el sol penetrante que suele manifestarse en las alturas que
preceden a los páramos, es el cuerpo de una Virgen de los Milagros con sus
prendas de yeso y pinturas enmohecidas, el aura desajustada de su cabeza
y el altar marchito por la intemperie; custodia la sacra imagen a la vera del
camino en uno de sus recodos destapados y polvorientos en los veranos, o
pantanosos y resbaladizos en los inviernos.
Allí, en la parte alta de El Arenillo, esta virgen es una de las tantas que
se encuentran en un recorrido que podría iniciarse desde Aguasclaras, un
punto de la parte plana del Valle del Cauca en que se bifurcan los caminos
que conducen a Palmira y Pradera, o que bien lleva a la Buitrera y, desde
allí, hacia la cordillera, en donde se enclava la comunidad de El Arenillo.
Desde Aguasclaras, las vírgenes, protegidas por unas barras dentro
de sus altares, adornan un recorrido que en el plano del valle deja ver los
verdes de la caña. Por el recorrido se interrumpe la vista por un pequeño
caserío de no más de diez casas; sobre el camino pavimentado dormitan
sin cambios diarios dos o tres perros que han tomado este tramo como su
territorio, enfureciendo con su aullido a uno que otro ciclista durante su
paso, o haciendo frenar con cautela los autos, motos y chivas que por allí
transitan en diferentes jornadas.
Una primera virgen cerca de este caserío marca hitos espaciales y
religiosos, como las dos vírgenes que se encuentran poco más adelante con
flores o velas apostadas en sus pies. El sentido religioso es accesible por
el tipo de imagen expuesta, pero la historia particular de su erección sobre
la carretera es en ocasiones desconocida; algunas están consagradas como
patronas de los caseríos. Para uno de los habitantes que nos acompaña
durante uno de los recorridos, una de estas imágenes fue colocada como
agradecimiento por la liberación de una religiosa que, luego de ser
secuestrada, fuese entregada en el punto donde se instala el altar con
la virgen.

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Figura 15. Vírgenes apostadas junto a la carretera que conduce
a La Buitrera. Fuente: Freddy A. Guerrero. 2018.

En este recorrido, aún en el valle, las sutiles elevaciones insinúan la


cordillera; pero antes del piedemonte, en donde el corregimiento de La
Buitrera se hará visible, el paisaje de unas decenas de chalets, condominios
y sus muestras de suntuosidad cortan el paisaje del recorrido de las vírgenes

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con un complejo campestre mentado como La Acuarela y que se extiende
sobre una recta del camino que culmina en la entrada al poblado de La
Buitrera, tierra de pobladores que se resguardaron en el inhóspito bosque de
principios de siglo, huyendo de las persecuciones y violencia de la guerra
de los mil días. Tal vez, no tan inhóspito, si retomando las crónicas de la
colonia y las huellas arqueológicas se observa este lugar como un puente
que permitía el paso de poblaciones prehispánicas, quienes intercambiaron
diversos productos entre el Magdalena y el Valle del río Cauca (Rodríguez
y Cuenca, 2008).
Más arriba, a 15 o 20 minutos en auto, está la población de El Arenillo y
durante el recorrido se encuentran fincas que confiesan su fe con las vírgenes
del Carmen y de los Milagros, las cuales están presentes en antejardines
o entradas. El Arenillo, antes que espacio geográfico o nombre de una
comunidad, era un lugar fuente de explotación maderera de los primeros
habitantes colonos de la zona. El arenillo, entre otros árboles maderables,
era el objetivo de esos pobladores que serán la raíz de la comunidad, entre
ellos los Guefia, los Salazar o los Campo. Los entonces colonos proveerían
los materiales de construcción de las casas de ciudades como Palmira y
Pradera, además de lo requerido para el ferrocarril y otras demandas del
auge económico industrial y agrícola en la región a principios de siglo XX9.
El punto de llegada a El Arenillo, se ubica en una bifurcación que
conduce a dos Arenillos: El Arenillo-Palmira o El Arenillo-Pradera
; esta bifurcación se encuentra en la “parte baja”, señalan los que viven en la
“parte de arriba”, a unas dos o tres horas de recorrido entre los dos puntos,
según el ánimo de los caminantes. En la parte alta, se encuentra esa Virgen
de los Milagros con que inicia este relato, con la mirada inerme y compasiva
que se dirige hacía el amplio valle apenas limitado por las montañas que
hacen de marco de un paisaje que, aun así, recoge la vista remota de la ciudad
de Palmira, Florida y más allá; como una mancha difusa, la ciudad de Cali

9  De acuerdo con Vásquez (1990), la reactivación de la actividad económica comercial e


industrial de Cali, pero además la necesidad de una conexión con el puerto de Buenaventura para
el transporte de productos como el café, entre otros bienes; lleva a la construcción del ferrocarril, el
cual llega del puerto al municipio de Dagua en 1908, hasta Cali en 1915 y a Palmira en 1918. Este
desarrollo influye en procesos de colonización y nuevos asentamientos como el de El Arenillo, máxime
por la demanda, entre otras, de madera y trabajadores para el ferrocarril en la ciudad capital del Valle
y la demanda también de madera para las viviendas de Palmira con un auge económico y urbano
importante como centro comercial del auge tabacalero y agrícola de la región (Sáenz, 2010).

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y las azules montañas que, a la vista desde la virgen, cobijan la capital del
departamento del Valle. ¡Si esa virgen hablara! -me decía Carmen, como
sabiendo algunas cosas y adivinando otras de las que la virgen hablaría si
hablara-.

Figura 16. Vírgenes apostadas junto a la carretera que conduce


a La Buitrera. Fuente: Freddy A. Guerrero. 2018.

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Figura 17. Campesino bajando madera de la
zona alta de El Arenillo, actividad que motivó
la entrada de los primeros colonos y que
aún hace parte de la economía de algunos
habitantes. Fuente: Freddy A. Guerrero. 2018.

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Figura 18. Virgen de los Milagros en El Arenillo Alto. Fuente: Freddy A. Guerrero. 2018.

Carmen, de unos 25 años, de tez morena y maneras y lenguaje urbano, pues


reside en Bogotá hace algunos años, se encuentra visitando a su padre, don
Armando Zapata. Él, líder de la zona, su piel cuarteada por el clima, sus
manos gruesas y resecas por el trabajo rural y unas maneras carismáticas
que generan empatía y confianza inmediata para quien se comunica con él.
En alguna tomada de café o en una contemplación de la montaña también

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nos dirigía la vista a la Virgen de los Milagros. Esta fue obsequiada por
algún conocido de La Buitrera a don Armando, tal vez en 1999; allí frente a
su vivienda, en esa vera del camino, el altar construido y el emplazamiento
sagrado de la milagrosa, resguardaba el paso de los vecinos del lugar. La
virgen sería testigo de la llegada de los paramilitares que en alguno de esos
días de sosiego aparecieron frente a las puertas de la casa con la siguiente
frase que recuerdan quienes presenciaron su llegada, entre ellos Dagoberto,
un viejo conocido de Armando desde su niñez: “Aparecieron tres negros
grandotes y dijeron ¡somos de las Autodefensas Campesinas, alias “Los
Mocha Cabezas!”10 Comunicación Personal, septiembre 2018)).

Figura 19. La Gallera Rancho Grande. Fuente: Freddy A. Guerrero. 2018.

10 Similar versión entrega una mujer desmovilizada participante de los Acuerdos de la Verdad,
procedimiento para el cumplimiento de los requisitos para la obtención de beneficios jurídicos luego
de la desmovilización de los paramilitares; ella, que además era pobladora de La Buitrera cuando llegó
el grupo armado, rememoró en el procedimiento cómo los paramilitares al comienzo “se identificaban
ellos mismos como ‘Los Mocha Cabezas’, que era lo que nos daba pavor a todo el mundo, que porque
habían llegado Los Mocha Cabezas” (CNMH-DAV, 2018, p. 194). Esta mujer recuerda que en la zona
de La Buitrera se presentó, hacia finales de los 2000, la primera acción violenta del Bloque Calima: “Eso
nos alertó a toda la comunidad, cuando mataron a una pareja de campesinos con el hijo (...). Eso fue
muy sonado porque en esa zona no había pasado eso” (CNMH-DAV, 2018, p. 195).

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Yo estaba allí en esa esquina almorzando. Y, resulta que yo había estado
el sábado con mi hermana y mi cuñado jugando gallos en la gallera de
don Rodolfo, en Rancho Grande, cuando allá había gallera. Resulta que le
matamos 6 o 7 gallos a los negros y creíamos que eran los negros de Pradera
y resulta que eran los costeños que estaban en la Ruiza (...). Y vinieron aquí
fue a comprar los gallos. Me pasaron 300.000 y me dijeron: nos vamos a
llevar esos gallos - si quiere, y si no de todas maneras nos lo llevamos-.
A la siguiente semana ya estaban en eso filos con gallos [señala hacia
los cerros al norte de la finca], creíamos que era el ejército, pero sabíamos
que el ejército no anda con gallos. (Dagoberto, comunicación personal, 10
de julio de 2018)
Ese “saludo” introduciría una presencia que se extendería por cinco
años. En los alrededores de la vivienda, las solaces y laboriosas mañanas
de un paisaje campesino, se transformarían en un campo de entrenamiento
y establecimiento de la tropa; cerca de allí, en un chalet no ocupado por
sus propietarios, se instalaría un puesto de mando y sería la residencia de
algunos comandantes de la zona, así como un lugar de torturas, homicidios,
desaparición y fosas comunes. No sin razón le llamarán a este espacio los
habitantes de El Arenillo, “El Chalet de la Muerte”.
Pero la presencia oficial de estos nuevos habitantes de El Arenillo, tanto
en la parte alta como baja, se venía preparando desde antes; señalan como,
al igual que en otras poblaciones del Valle, las actividades iniciales fueron
de inteligencia:
después que pasan las cosas es que uno empieza a atar cabos de lo que
se veía en la zona, gente extraña que llegaba con ciertas cosas; unos
tratando de vender mercancía, otros llegaban a la zona haciéndose
pasar por personas de por ahí del vicio (...). O sea que inventaban
estrategias que uno inocentemente iba cayendo porque ellos iban
preguntando cómo era la región, pero uno nunca pensaba si eran
personas que de pronto hubieran enviado a hacer inteligencia en la
zona. (CNMH-DAV, 2018, p. 161)
Por ello, a mediados de 1999 no era extraño ver a vendedores con sus carretas
de ventas de utensilios, cauchos para la tapa de la olla exprés o cualquier

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charcutería, aparentando la venta ambulante, recorriendo los caminos de los
pueblos, encubriendo por este medio las labores que precedían su llegada.
Esta incorporación de las acciones de inteligencia en el ámbito rural resulta
relevante en tanto el interés por conocer los lugares, identificar actores y las
prácticas locales, comenzaban a preparar la irrupción de la vida cotidiana;
todo un preámbulo a lo que se denominaba por los paramilitares como
romper zona. Por el contexto en el que se ha utilizado la expresión en
los relatos de los Acuerdos de la Verdad, «romper zona» hace referencia
a los operativos adelantados por el Bloque Calima en una zona a la cual
ingresaban por primera vez y que suponían que estaba bajo el control de la
guerrilla. Sin embargo, esta expresión que aparece en varios relatos de los
Acuerdos de la Verdad puede equipararse a lo que postulados de Justicia y
Paz han denominado abrir terreno, es decir, “llegar a una nueva zona para
delinquir’» (Verdad Abierta, 2010).
Ese mismo conocimiento y actos simbólicos del terror expresados en
acciones militares, como las masacres que hacían evidente la llegada y
presencia paramilitar, construían un sentido y contenido de la misma que
debía ser anuncio de sus reglas e imposición en los sitios de llegada; todo
ello haciendo mella e irrupción en las prácticas culturales, religiosas y
públicas de las poblaciones afectadas.

Profanaciones en la región

Relevante entonces que aquella Virgen de los Milagros en El Arenillo sea


la testigo de su llegada, pues lo religioso y, en consecuencia, lo sagrado en
el cuerpo de la virgen, además de las relaciones socioculturales religiosas
y sagradas, constituyen una dimensión fundamental del tejido social; son,
a pesar de lo crítico de la idea de comunidad, generadoras o reafirmadoras
de la misma. Allende las diferencias y conflictos consustanciales a los
grupos humanos, los consensos y las prácticas asociadas a la fe son la base
común en las representaciones de la identidad de algunas comunidades,
particularmente rurales (Angarita, 2007). Así, lo religioso se presenta
también como acontecimiento, en las festividades que congregan en torno
a lo sagrado, conmemorativo, lúdico o festivo a la comunidad. Si esto nos
indica la relevancia de lo religioso como parte del entramado de la vida
cotidiana, la ruptura desde la violencia directa y simbólica es fundamental

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para comprender la mengua de los lazos sociales sobre la simultánea
irrupción de las prácticas y sentidos de lo religioso y sagrado.
Las primeras acciones del Bloque Calima en el Valle del Cauca serían
precisamente en la Semana Santa del año 1999, cuando formalmente
manifestaron su llegada a la región en el corregimiento de La Moralia, en
el municipio de Tuluá:
El 31 de julio, siendo las 8:30 de la mañana, en el corregimiento de
La Moralia, municipio de Tuluá, llegaron tres camiones color blanco,
marca Kodiak, con aproximadamente 200 hombres pertenecientes a
las AUC. Allí llegaron porque estaban en las fiestas de la Virgen del
Carmen; esa fue la entrada al municipio de Tuluá y al corregimiento
de La Moralia; allí asesinaron a dos campesinos de la región.
(Molano, 2000)
Estas fiestas representaban para la comunidad un momento de encuentro y
festejo. La irrupción de los paramilitares marcaba un corte a la tradición:
(...) hasta tipo 7:30 de la noche que llegaron en unos camiones
camuflados, encarpados; y eso en par veinte, treinta segundos, estaba el
pueblo ya rodeado de toda esta gente. Y pues lo primero que hicieron
fue hacer apagar los equipos que habían prendidos y dieron la orden de
que nos teníamos que reunir todos en el parque, en la plaza principal.
Llegaron ahí y la gente que no salía de las casas pues iban y la sacaban.
(CNMH, 2018, p. 160)
Al siguiente año, más al sur del Valle del Cauca y durante el proceso de
expansión del grupo paramilitar, llegan a la zona rural de Palmira
un líder de la zona de La Buitrera (Palmira) relató que la llegada de
los primeros integrantes del Bloque Calima a ese corregimiento tuvo
lugar en la Semana Santa del año 2000, pero desde diciembre de 1999
tenían presencia en los alrededores de la finca La Ruiza (Palmira).
(CNMH, 2018, p. 194)
En esa dinámica de copamiento de territorios, de apertura de corredores y
de romper zona a través de los cuerpos de pobladores indefensos, durante

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el 2001 comienza otra de las masacres emblemáticas del paramilitarismo en
la región y el país: la del Naya. Un desmovilizado comentará sobre ellos:
Entrevistador: ¿Y cómo mataban a la gente allá en el Naya? ¿Cómo
los mataron? Entrevistado: Mira, los cogían, los amarraban y les
daban candela. Eso fue pa› un tiempo de semana santa. Entrevistador:
Bueno, en esa masacre del Naya se dice que a la gente la mochaban,
se usaban motosierra ¿qué se supo de eso? Entrevistado: No, con
motosierra no, pa› qué, allá no utilizaron motosierra, no sé pero en el
grupo que yo anduve no utilizaron motosierra. Sí mataban a machete,
sí. A machete, a cuchillo (...). (CNMH, 2018, p. 336)
Las festividades o conmemoraciones sagradas, el espacio de encuentro, la
reunión de las familias y vecinos durante los días sagrados, se traducían para
la actividad bélica como el escenario escogido para desbordar la violencia,
diluyendo los lazos de confianza y generando la desazón, que quedaría
registrada como huella en fechas religiosas.
Estos hitos entre vírgenes testigos y días sagrados muestran una inversión
en las representaciones del tiempo, el lugar y las relaciones sociales: las
conmemoraciones de la violencia y la muerte no son del cristo simbólico,
sino que se presentan como nuevo registro de los acontecimientos dolorosos
a recordar; el lugar se instituye desde una nueva presencia, otro orden y
otras relaciones en él. La vida cotidiana se trastoca y es convertida en estado
de excepción, aquel en que la vida de miles de campesinos es puesta en
suspenso y controlada por mecanismos del terror y cooptación; esa será la
norma, como referirá Benjamin (Mate, 2009), o como nuevo nomos de lo
político de acuerdo con Agamben (2006).
Retornado a esa experiencia de la excepcionalidad en El Arenillo, los
grises, las indeterminaciones, las liminalidades de esas vivencias sometidas
a unos órdenes impuestos y establecidos, muestran también relatos que, en
medio de estas condiciones que se conducen por prácticas y discursos de
inhumanidad (Uribe), pueden a su vez emerger prácticas de humanidad.
La Virgen de los Milagros será no solo testigo de la llegada de “Los
Mocha Cabezas”, también como esas tantas ironías dentro de la guerra, será
ella misma huella de esta adjetivación sobre los grupos paramilitares. Frente

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a la Milagrosa se extendía un campo de reentrenamiento para los ilegales
que también se convertía de manera espontánea en un lugar de campo de
fútbol para algunos jóvenes paramilitares. Allí, los grises son más fuertes, no
solo en que el mismo espacio sea objeto de la preparación para la barbarie
y a su vez como lugar de solaz para las tropas; también por el hecho de las
relaciones configuradas con los pobladores locales.
Algún habitante manifestaba en la entrevista, cómo la pérdida de su
hermana por la acción de los paramilitares aún le llena de dolor. Por supuesto,
recordar en espacios colectivos y de trabajo de atención psicosocial, le
ha hecho llorar:; acontecimiento que, en lectura de algún profesional de
psicología y que les asiste desde una institución estatal, es un síntoma
de estrés postraumático; tal categoría daría por resuelta la condición de
víctima, la de unos victimarios y las consecuencias de esa relación. Pero
las narrativas múltiples y fragmentadas también han hecho que la misma
persona reconozca el afecto que llegase a tomar por algunos de los jóvenes
en armas, porque se compartía el café, se le escuchaban canciones a alias
el “cantante”, o se extrañaba a algunos de ellos durante los periodos en
que se ausentaban del lugar; entonces, la connotación de la experiencia era
síntoma para otro profesional en la asistencia a las víctimas de Síndrome
de Estocolmo. Así, entre esos dos extremos, existe una experiencia gris
inefable que escapa a las categorías patologizantes.
Volvamos a esa virgen testimonio y esos otros acontecimientos grises.
En alguna ocasión, recuerda Armando, ese improvisado campo de fútbol
desplegaba algunos miembros del grupo armado, quienes detrás de un
balón evadían algunos momentos de su tedio en la montaña. Por una
suerte de irónico azar, alguno de ellos golpea el balón con dirección a la
milagrosa, cuyo designio fue el desprendimiento de la cabeza de la virgen,
cumpliéndose así, de forma más simbólica y material, la constatación del
grupo como “mocha cabezas”.
Como veremos, el significado de tal profanación parece contradecir
esas otras ya referidas en la región durante lo que se llamó “romper zona”,
aprovechando precisamente acontecimientos religiosos para imponer las
huellas del horror en los espacios y poblaciones conquistadas. Tal vez
esas contradicciones son aparentes, pues las lecturas e interpretaciones de
los hombres y algunas mujeres, miembros de ese ejército ilegal, pueden

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reinterpretar o bien disociar sus propias creencias y respeto hacia lo
considerado sagrado. Uno de los hijos de Armando, por ejemplo, encontraba
luego de algún combate cercano a su hogar una caja, en cuyo interior reposa
la imagen del Señor de los Milagros de Buga y junto a este, otra imagen de
un santo y un cristo sobre una esfera sostenida por tres querubines. La caja
posee una pequeña cavidad en la base de las imágenes que permitiría el uso
de una bombilla para iluminar este pequeño altar portable. Contradictorio
y gris el uso de una imagen como la del Señor de los Milagros de Buga,
venerada en la región donde comenzaron los abusos y excesos del grupo
paramilitar; posiblemente un indicador de la presencia en el ejército de
ocupación de integrantes locales que se incorporarían en el tiempo.

Figura 20. Imagen Virgen de los Milagros sin cabeza. Fuente: Freddy A. Guerrero. 2018.

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Como sea, este altar abandonado en una trinchera sostenía la fe y la
protección del paramilitar que le llevaba durante el combate con miembros
del Batallón Palacé de Buga, municipio de devoción de la imagen sagrada.
Esa fe y protección la deduce el nuevo custodio del rudimentario pero
significativo altar. La religiosidad paramilitar o guerrillera seguirá siendo
una veta de indagación en la cual encontrar esos tantos grises señalados
como formas de comprender otras lógicas dentro de los actores armados;
pero esto no es nuestro compromiso aquí, si acaso recoger estos fragmentos
señalados y nada más.

Figura 21. “Altar portable” del Señor de los Milagros de Buga. Encontrado en una trinchera
de los paramilitares luego de un combate con el ejército. Fuente: Carlos Arce. 2018).

Pues bien, con la cabeza “mochada” con esas connotaciones, creencias


y supersticiones que atraviesan lo religioso en medio de la guerra, el
comandante del Frente La Buitrera se acerca a don Armando y como
buscando una excusa para ejecutar una intención ya clara y definida, le
pregunta al lugareño sobre qué hacer con el profanador de aquella sacra
figura; lo que fuera, insistía. Don Armando con calma le pide espera, ingresa
a su casa, retorna con algo entre sus manos: unas pinturas y pegamento, con

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los que en una suerte de performance rústico atisba a señalar que no hay
problema, que la virgen él la restaurará. Con ello cierra el acontecimiento
y en medio de la barbarie, este solo acto de humanidad, de compasión
y misericordia resplandece para no expandir más la tragedia (Armando,
comunicación personal, 10 de julio, 2018).

La procesión va por dentro

Las prácticas religiosas marcaban las temporalidades campesinas de El


Arenillo, entre tantas, aquellas procesiones que desde allí conducían a la
iglesia de La Buitrera. Las primeras comuniones marcaban los ritos de
paso cultural y biológico con la conversión de niños a hombres y de niñas
a mujeres, llevando en la cadencia de los pasos no solo la representación de
gestos y cuerpos orientados a la oración y las demás ritualizaciones sacras,
sino también la manifestación pública de los cambios en los roles sociales
fundantes de una comunidad rural.

Figura 22. Foto de procesión realizada en El Arenillo hace


más de 30 años. Fuente: Carlos Arce. 2018.

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Otra procesión que convocaba a la comunidad era la de las “fiestas de la
virgen”, Marina pobladora de El Arenillo, matriarca y líder de la zona,
recuerda, mientras mira una añeja foto, cómo a las niñas las vestían de
rosado y las adultas asistían de azul; le causa alegría, dice, cómo la gente se
reunía y existía ese fervor por lo religioso. Un aire de melancolía expresa la
foto como las palabras de Luisa, quien afirma que todo aquello ha cambiado
(comunicación personal, 11 de julio, 2018). Seguramente, estas prácticas
religiosas no tienen la potencia de convocar a la comunidad como antes,
tal vez por el cambio generacional, las nuevas creencias o la ausencia de
ellas, la secularización de lo cotidiano y lo festivo; en fin, circunstancias
no particulares para la comunidad de El Arenillo.
No obstante, la irrupción de ese pasado del encuentro público y de la
marcha religiosa que recorría las veredas del lugar, fue fracturado por la
llegada y presencia paramilitar. La diferencia entre lo público y lo privado
era indistinguible con la fuerza armada ilegal que invadió la región: la puerta,
ese simbólico y material objeto que divide el adentro del afuera, lo público
de lo privado, lo familiar de lo comunitario; esa referencia simbólica de un
orden cultural particular, fue neutralizada por las acciones u órdenes del
grupo. Las puertas debían estar abiertas, era la orden, sino igual estas eran
inexistentes ante la imposición de los armados. Algunos habitantes de El
Arenillo recuerdan amanecer con paramilitares usando sus espacios de la
vivienda, consumiendo las provisiones del hogar, descargando las armas
junto a las paredes. En fin, los límites no existían; tan solo la indeterminación
en ese contexto ajeno a la cotidianidad a la que estaban acostumbrados.
Los espacios y las prácticas colectivas se replegaron en El Arenillo.
Cultivar, ¿para qué?, si lo producido quedaba en manos de los abusos
y discrecionalidad paramilitar. Don Alberto, otro líder de El Arenillo,
recuerda cómo en alguna ocasión al salir un campesino con sus productos
para el mercado a la ciudad de Palmira, un paramilitar detuvo la carga y
con una navaja marcó el zapallo que transportaba el campesino, colocando
las iniciales de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia); con ello,
el producto ya estaba perdido. Otros recuerdan la pérdida de ganado, de
gallinas, huevos y otros productos más, lo que por supuesto desestimulaba
cualquier actividad productiva en la zona de El Arenillo.

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Para matizar, es importante señalar que, frente a estos excesos, también
como forma de no generalizar el descontento en la comunidad, pero también
como reorganización interna de los frentes y del Bloque Calima en general;
hubo cambios en la comandancia y órdenes a los integrantes del grupo de
pagar por lo consumido y eliminar los excesos. Ya se había “roto la zona”
y, en las lógicas de consolidación en los territorios, las prácticas represivas
no pueden ser continuadas a riesgo de que estas mermen el control social.
Aun así, muchos aspectos de la vida en El Arenillo siguieron siendo
controlados; el encuentro público seguramente podría ser disociador, los
liderazgos riesgosos y la libre movilidad sospechosa. No hubo más reuniones
comunales, la asociación de campesinos existía solo bajo la formalidad
de su existencia en la Cámara de Comercio, los líderes limitaron su rol a
actuar valientemente como mediadores con algunos comandantes para evitar
los excesos de los hombres a su mando, las fiestas nacionales y religiosas
fueron eliminadas o replegadas a la conmemoración privada. Las únicas
fiestas visibles y desbordadas eran las de los paramilitares durante las peleas
de gallos, en los días de paga o en la celebración de la victoria de algún
candidato a un cargo público nacional.
Se entiende la nostalgia de Luisa: aunque no todo tiempo pasado fue
mejor, por lo menos para antes de la presencia de los ilegales el pasado era
diferente, aún era suyo y no determinado por fuerzas foráneas. Casi cinco
años la mala vecindad paramilitar hizo mella en la comunidad; por eso su
salida de la región en 2004, durante las negociaciones entre el gobierno de
Álvaro Uribe (2002-2006) y los comandantes de los diferentes bloques de
las Autodefensas Unidas de Colombia, fue tomado con mucha esperanza por
la comunidad. Era el momento de reconstruir la vida económica, cultural y
social, de recomponer los vínculos afectivos deteriorados y el tejido social
rasgado y fragmentado.
En el transcurrir de esa transición local a la normalidad de su vida
cotidiana, se dieron diversas acciones: se implementaron proyectos
productivos, intervenciones psicosociales y clínicas, talleres organizativos
y otros acompañamientos que los habitantes de El Arenillo recuerdan con
agradecimiento: la presencia de Vallenpaz, que incluso antes de la salida
paramilitar comenzó procesos productivos y sociales que reconocen los
arenillenses como clave en la reconstrucción económica y social de la

98 | imágenes en fragmentos • memoria histórica en una comunidad del valle del cauca
comunidad; o la Unidad para Atención y Reparación Integral a las víctimas
del conflicto armado, cuya presencia reconocen tanto como presencia positiva
del Estado, como algo de compensación de la ausencia o connivencia de otras
instituciones durante la ocupación de la región por los paramilitares. Esta
percepción sobre fue determinada por supuesto en las interacciones con los
profesionales de psicología y de derecho, principalmente, que comenzaron
a acompañar sus procesos de reparación.
Aun así, la estigmatización de haber sido tildados de paramilitares o
guerrilleros, dependiendo de la presencia o actos de las diferentes fuerzas
ilegales en la comunidad, ha sido, según algunos habitantes, una de las
consecuencias de las circunstancias vividas en medio del conflicto armado,
condición que en efecto ha limitado su reconocimiento y autorreconocimiento
como población rural, campesina o, en otros términos, como ciudadanos
con plenos derechos.
Es posible que la participación forzada o determinada por las condiciones
vividas entre los años 1999 y 2004, condicionara la vinculación de algunos,
no muchos, pero sí representativos, pobladores en diversos roles de lo que
fuese el grupo que inicialmente aparece como Ejército de Ocupación.
En consideración a esos procesos de estigmatización, de pérdida de los
encuentros comunales y festivos, de la producción local, de los vínculos
sociales y con el objetivo de recomposición comunitaria, aparecen diversas
iniciativas que, desde lo productivo, social y cultural, conducen a esos
propósitos. Una de estas iniciativas fue la construcción de una capilla, lugar
sacro levantado con las manos de algunos miembros de la comunidad, pero
de forma particular por desmovilizados del Bloque Calima asentados e
incluidos como parte de la comunidad luego de la salida del grupo armado
ilegal de El Arenillo. Esta labor estuvo asociada al servicio social dentro
de los procesos de reintegración de los desmovilizados y promovida por la
Agencias Colombiana para la Reintegración (ACR); acción que muestra
una suerte de conversión de las relaciones establecidas luego del año 2004,
con la salida del frente paramilitar.
La capilla, ubicada en la calle principal, la única calle del caserío, se
construyó como símbolo de resiliencia y reconciliación. Es uno de tantos
lugares que intentan resignificar las huellas de la guerra dejada en los lugares

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signados por la violencia. En la entrada del lugar sacro, una Virgen del
Carmen custodia el recinto. Adentro, un cristo hecho de madera de comino
crespo, uno los árboles sustento de parte de la economía local.
La capilla no abrirá de manera constante; eventualmente servirá para
algunas celebraciones. No obstante, las intenciones de su construcción
permanecen en la memoria de algunos habitantes, quienes refieren la
importancia de los procesos de reconciliación de El Arenillo y dentro de
las cuales la capilla es una de sus materializaciones, la misma que en 2013
es visitada por una peregrinación institucional de delegados de varios
países, quienes articulados con la entonces Agencia Colombiana para la
Reintegración (ACR), visitaron estas experiencias en las llamadas giras
sur-sur de reintegración. Esta visita sería referida por algunos como muestra
de “la importancia nacional e internacional” de la experiencia de El Arenillo,
pues en encuentros o en referencia a su historia reciente, resaltan “la visita
de varios países” que conocieron su proceso de reconciliación.
Estas “procesiones” se suman a otras cuyo destino se encuentra en ese
otro icónico lugar conocido como El Chalet, espacio que, controlado por
los paramilitares, fuese centro de torturas, asesinatos y desapariciones. No
fue gratuito que a este se le denominara como “El Chalet de la Muerte”.
Allí, seguramente muchas historias de muerte y terror quedarán cubiertas
por el olvido y el desconocimiento de lo sucedido, pues, aunque se
reconozcan varios hechos acontecidos, algunas fosas fueron halladas por
la Fiscalía en 2016, pero no todos los hechos serán clarificados. Cinco años
de presencia pesarán allí, llenando capas de dolor hoy escondidas. Tales
vacíos son compensados con gritos en la noche, fantasmas y apariciones que
algunos pobladores reportan y que serán maneras de hacer comprensible lo
incomprensible de lo conocido y lo aún desconocido en “El Chalet”.
La construcción hoy está maltrecha, sin ventanas, con la madera de
sus pisos rota, con musgo que aparece entre las comisuras de los ladrillos,
con grafitis con tizne| que hacen resaltar la etiqueta Bloque Calima, que tal
vez sea una renovación constante del letrero, pues luego de casi 14 años
pareciera no haber deterioro del mismo. En todo caso, esa persistencia del
nombre del bloque paramilitar, es tal vez la misma de la connotación del
chalet como de la muerte.

100 | imágenes en fragmentos • memoria histórica en una comunidad del valle del cauca
Figura 23. Invitación a una de las conmemoraciones anuales
realizadas en El Chalet. Fuente: UARIV (2017).

El Chalet será objeto durante varios años y casi de forma regular de actos
de perdón, de rituales de limpieza, de encuentros simbólicos, de misas y
conmemoraciones. Con ello se ha pretendido que al chalet se le denomine
El Chalet de la Vida, o El Chalet de la Esperanza. Aun así, las descripciones
locales, las apariciones y fantasmas parecieran persistir: luego de los actos
simbólicos y pasados los días se encuentra en el suelo, en la intemperie, bajo
la luz el agua y el tiempo, un letrero desdibujado y roído que dice “Chalet
de la Vida”, usado en alguno de las acciones conmemorativas, como si
después de los actos y rituales, la inevitable referencia a los hechos de los
que fue testigo este lugar, se resistiera por un lado a denotar lo sucedido y por
otro a dejarse exorcizar de sus demonios. Más se acerca a ser este un lugar
liminar, un limbo indeterminado, que un espacio de resolución del pasado.
Retomando a Pollak (2006), se podría apelar a esos silencios que se
mantienen como memorias privadas que se solapan bajo esas otras formas
de memorias o encuadramientos institucionales que posicionan unos
significados específicos de los lugares, pero que mantienen esos otros

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silenciados como fantasmas que aún rondan los espacios de memoria en
disputa. Probablemente para algunos resulta más significativo olvidar, como
en efecto resaltan no pocos habitantes, “porque lo que pasó no fueron cosas
de angelitos” (cita), reafirman.
La capilla y el chalet podríamos colocarlos, para el caso de El Arenillo,
como lugares que intentan materializar una idea, la de la reconciliación en
la primera y la de superación del pasado en la segunda. Las dos parecen
coincidentes. No obstante, por lo ya enunciado se resaltarán en momentos
específicos esos significados del pasado desde el presente, pero también
la manera en que en la cotidianidad persiste en el uso de los espacios y en
mantener un sentido local que, como en el caso del Chalet, parece oponerse
a las buenas voluntades.
Podríamos también decir que dichos lugares se oponen en significados:
la reconciliación de la capilla y el horror del Chalet; espacios en efecto
visibles y que, como referentes materiales del pasado de El Arenillo,
podrían ser el registro de la violencia en uno y de la convivencia en el
otro. Uno de los lugares en la parte baja de El Arenillo y el otro en la parte
alta. El Chalet y la capilla, en cuanto captadores de significados, prácticas
y discursos comunitarios e institucionales permiten reconocer esa captura
por el sentido de la memoria, pero también de los intentos de olvido.
Memoria cuyas imágenes incorporan nociones institucionales que circulan
en las políticas públicas que articulan el sentido de la reconciliación, como
en los protagonistas de la construcción de la capilla, incorporando sin
duda el discurso religioso sobre un religioso lugar con vírgenes y cristos.
Incorporación de sentidos fantasmales, demonizados, que aún no adquieren
su conversión de sentido en el Chalet, pese a los esfuerzos institucionales,
artísticos y religiosos porque esto sea así.
Pero en medio de estos hitos memorialistas, decenas de lugares, objetos,
imágenes, que como insistimos, son fragmentados y se mueven entre la
memoria, el olvido o la indiferencia, como esa virgen marginal que cerca
del Chalet; cuentan algunas historias desconocidas para algunos pobladores,
pero significativas y privadas para otros. Sigue ella allí, custodiando la
vera del camino, siendo la testigo de otras historias por contar y nuevas
procesiones en el lugar.

102 | imágenes en fragmentos • memoria histórica en una comunidad del valle del cauca
Referencias
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Textos.
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A. Zapata. Comunicación personal, 12 de noviembre de 2017.
Centro Nacional de Memoria Histórica - Dirección de Acuerdos de la Verdad.
(2018). Bloque Calima de las AUC. Depredación paramilitar y narcotráfico
en el suroccidente colombiano. Informe No. 2 Serie: Informes sobre el
origen y actuación de la actuación de las agrupaciones paramilitares en
las regiones. Centro Nacional de Memoria Histórica.
Dagoberto. Comunicación personal, 10 de julio de 2018.
Mate, R. (2009). Medianoche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter
Benjamin “Sobre el concepto de historia». Ed. Trotta.
Molano, A. (2000). De Trujillo a Tuluá: diez años después [Video]. Colección
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Convivencia, Universidad Nacional de Colombia. http://www.bivipas.
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Autodefensas del Sur del Cesar. https://verdadabierta.com/paras-contaron-
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