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Alejandra Baeza
Macarena Denisse
Daniel Rebolledo
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Investigación de Memoria Local
Desarrollada por CorreVuela, Acción de Cine en Comunidad
correvuela.cl@gmail.com
www.correvuela.cl
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HACIENDO MEMORIA
Relatos del Cerro Larraín
Alejandra Baeza
Macarena Denisse
Daniel Rebolledo
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Palabras preliminares
El relato que usted tiene entre sus manos es parte de los frutos
de la nueva “Acción de Cine en Comunidad” que cultivamos como
CorreVuela y Parque Escuela 36, durante todo este verano 2018 en el
Cerro Larraín con el financiamiento del FICC-Red Cultura del Consejo
Nacional de la Cultura y las Artes. En ella buscamos poner en valor y
en práctica la dinámica comunitaria, aquella que permite hilar
identidades, forjar organización, significar espacios comunes, y en el
fondo participar de una historia de la que cada uno de nosotros somos
protagonistas. Movidas con esta idea nos sumergimos en la memoria
de las y los vecinos, quienes nos fueron contando sus vivencias, sus
recuerdos familiares y las experiencias compartidas por todos, relatos
con los que pudimos ir reconstruyendo su pasado con sus conflictos y
desenlaces, los que hoy nos permiten comprender las dinámicas que
actualmente tienen lugar en el Cerro Larraín.
1
Sin embargo, esta historia, aunque escrita, pretende ser más
bien una provocación abierta que contraste esos recuerdos y los
ponga en tensión, sin temor a la contradicción ni al conflicto, sino que
por el contrario, asuma la potencia creativa que tiene la transformación
de las historias de vida en historias del colectivo, para organizarse
entre sí y vivir bien. Por lo que esta es una primera fase, apenas el
plantar de una semilla, más bien una invitación para hacer memoria y
construir una identidad común basada en la participación. En este
proceso que emprendemos, lo primero es reconocer a sus actores y
su devenir, el cual está marcado por distintas experiencias situadas en
los mismos hechos.
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Agradecimientos
6
I. ¿Quiénes fueron nuestros abuelos? La participación de los
vecinos y la unidad en la primera mitad del pasado siglo
A todos los une el haber llegado un día así como les pasó. La
mayoría se movió con la familia para comenzar una nueva vida y
arraigarse en el Cerro Larraín.
“La primera fue mi abuela, con ella nos vinimos todos. Ella era
lavandera. Mi papá trabajaba en El Cardonal y yo lo
acompañaba”. (Don Miguel, vecino y almacenero)
2
Godoy, Jonathan. Barón at rapado. Valparaíso, Diciembre 2017. [Disponible en:
https://valparaiso2036.wordpress.com/2017/12/05/el -baron-atrapado/]
3
Hablamos de ascensores pero en realidad se trata de funiculares que fueron instalados c on el
objetivo de facilitar el acceso de las personas a los Cerros. El error léxico responde a que en la
época en que comenzaron a instalarse, desde el año 1893, no existía la palabra funicular en
español. Valparaíso llegó a tener 25 ascensores que conectaron los cerros al plan constituyendo
canales de comunicación comercial y residencial en una ciudad que, desde principios del siglo XIX
cuando se anexa urbanamente el Barrio Almendral al Barrio Puerto, no tiene un punto central de
actividad. Ésta se extiende desde Playa Ancha a Barón por todo el plan, concentrándose en el
casco histórico del puerto las instituciones públicas, regionales, bancarias y las relativas a la
actividad portuaria, a diferencia del Almendral donde se concentra una actividad comercial local.
Cabe destacar el hecho de que en esta expansión urbana que tomó lugar durante el siglo XIX, se
fue estableciendo la relación actual que tiene la habitabilidad de la ciud ad entre la bahía, el plan y
los cerros, en la medida que las personas fueron empujadas hacia la altura extendiéndose
espontáneamente por las quebradas. De este modo, la conectividad social que brindaron los
funiculares fue esencial para mantener el ritmo del puerto cuyos habitantes subían a los cerros a
dormir. Hoy, de los 25 ascensores sólo están en funcionamiento 6, el Larraín no es uno de ellos.
4
Riveros, Francisca. Cerro Los Lecheros, contexto histórico del funicular Lecheros. Escuela de
Arquitectura y Diseño P. Universidad Católica de Valparaíso. Valparaíso, 2012.
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ven los otros 38 cerros y quebradas que vienen del sur a juntarse al
cordón oriente conformado por Barón, Lecheros, Larraín, Molino,
Polanco, Delicias y Rodelillo en una suerte de galería de teatro que
mira el puerto y el vasto océano Pacífico.
______________________
5
Antigua fotografía de los años 30 a la Calle Los Hermanos Clark
5
[Disponible en: https://www.pinterest.cl/pin/32440059792895831/?lp=true]
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embotellada en vidrio o bidones de aluminio casa por casa. En Larraín
la lechería de “Don Tolo” y la lechería frente al negocio de la Madamita
fueron ejemplo de la presencia y duración de este oficio.
Cuentan las vecinas que muchas mujeres se dedicaban a
la lavandería, lavando uniformes y ropa de compañías comerciales,
navieras, o de otros particulares. Correspondiente con la importancia
de esta labor a mediados de siglo, en calle Santa Inés se levantó un
taller de artesas que funcionó hasta hace no muchos años en casa de
la familia de don Sergio. Fue su padre quien impulsó el oficio
convirtiéndose en uno de los únicos dos talleres de artesas de todo
Valparaíso, y durante sus 70 años siempre se destacó por la calidad
de éstas, de sus colgadores y muebles de cocina, todos hechos de
madera. De madera de verdad. Con gran disciplina y trabajo, al son de
Los Jaivas y Sol y Lluvia sonando en la radio, don Sergio y su familia
continuaron con el legado de su padre llegando a vender 100 artesas
por semana, y de 5 mil a 6 mil colgadores al mes a la empresa de
confecciones Oxford, reconocida empresa que funciona desde 1946.
11
Recreo y Rodríguez, transformándose en ejemplo vivo de la notable
historia de la construcción de la vivienda en Chile.
En 1906 la Ley de Creación de Consejos Habitacionales Obreros
había inaugurado ya la historia de la construcción de la vivienda como
política de Estado dando cuenta de la necesidad y demanda de un
plan habitacional para los trabajadores migrantes venidos del campo
que se encontraban viviendo en conventillos, en casas de adobe, y en
general en modelos rurales de autoconstrucción; 6 en el caso de
Valparaíso justamente en los cerros. Si bien esta ley estuvo vigente
hasta 1925, marcó el accionar del estado respecto a los derechos de
los pobladores a tener un lugar donde vivir, y fue un precedente para
la primera versión de la Ley General de Urbanismo y Construcción.
A la par, el implacable movimiento de los trabajadores empujó el
desarrollo de políticas sociales que dieron piso a organizaciones
laborales que buscaban conseguir beneficios en sus respectivos
rubros. Fue así como en la época del gobierno de Jorge Alessandri los
empleados ferroviarios se coordinaron a través de cooperativas con la
antigua CORHABIT7 e iniciaron la construcción de la Población Carlos
Condell, más conocida como la Villa Ferroviaria. La villa, valorada
ampliamente por su arquitectura y significado para la organización
laboral, consiste en 192 casas de dos pisos pareadas en grupos,
construidas entre 1944 y 1946 entre las calles Santa Justina y
Eduardo Jenner. Su tipología es la del block social, y están
emplazadas en la “Zona de Conservación Histórica de los Loteos
6
Millán Millán, P ablo. Los planes de reconstrucción de V alparaíso tras el terremoto de 1906: La
búsqueda de modernidad en el trazado urbano. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias
Sociales. Volumen XX. 15 de Agosto. Barcelona, 2015.
7
Corhabit (Corporación de Servicios Habitacionales) es una antigua institución que se unió a ot ras
tres instituciones (CORV I y CORMU, formando el actual Ministerio de Vivienda y Urbanismo y el
Servicio Regional de Vivienda y Urbanismo –SERV IU).
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Fundacionales de los Cerros del Anfiteatro”.8 La particularidad de su
arquitectura recae en el modo en que se agrupa cada hogar: pareado
y de frente, formándose pasajes que guardan cierta intimidad entre los
vecinos que por supuesto se conocían ya desde el trabajo y la
convivencia en otros logros conseguidos por ellos, como el Mercado
Ferroviario o el Hospital, ambos ubicados en el Cerro Barón, donde ya
vivían muchos de los otros ferroviarios desde tiempos más pretéritos.
Por la trayectoria común en sus logros organizacionales,
laborales y sociales, se fueron entrelazando hasta alcanzar incluso a
sus familias, lo que condujo a la tradición de pasar fiestas, salir de
paseo, entre otras costumbres que se mezclaron rápidamente con las
del resto de los vecinos del Cerro Larraín. Sus tendencias políticas
eran por cierto variadas, concentrándose principalmente entre
socialistas y demócratas cristianos. Aún así, los vecinos cuentan que
sus actividades más recurrentes constituyeron más bien reuniones
sociales para juntarse a jugar brisca, ramis, dominó y otros juegos de
mesa en la Sede Social Carlos Condell. La generación de hijas e hijos
de los ferroviarios creció dentro de sus afianzadas relaciones, las que
se fueron expandiendo en la amistad con las otras niñas y niños que
habitaban ya el lugar. Entre sus pasajes se intensificó la costumbre de
los apodos, haciéndose ecos con un llamado al Maní Maní, o del que
pasó a buscar al Care Tuto, de quien fue a conversar con el Mona
Chita o contarle algo al Mudo. El asunto es que a todos en el Cerro les
llamaban Cara de alguna cosa y todos tenían un apodo.
8
Pajarito, Hugo. Villa Ferroviaria, Cerro Larraín. Caso de Estudio. Taller de A rquitectura Escuela
de Arquitectura y Diseño, P. Universidad Católica de Valparaíso. Valparaíso, 2014.
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Fiesta Ferroviaria celebrada en Cerro Barón a finales de los 40’s-
“Mi mamá trajo a vivir a una abuelita que quedó sola, también
recibió a un vecino con su familia que tenía problemas.”
“Había harta vegetación, era muy limpio todo. Las vecinas
salían a barrer la calle, y ahora no sucede eso, la gente tira la
basura, está muy cochino el cerro (…). Creo que es porque las
mujeres hacían eso y después tuvieron que salir a trabajar…
¡Aunque mi mamá igual trabajaba! vendía el diario acá en el
Cerro. Fue para ayudar a su hermano que estaba enfermo”
(Alejandra)
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vecinos que como ella, salían adelante con la entereza inagotable de
los porteños de los Cerros.
Comenzó como una dirigente “informal” consecuente con su
sentido por la solidaridad y la justicia, el que siempre la condujo a una
activa labor social que la hizo conocida en todo el Cerro. Ya en el
Centro de Madres, al cual bautizaron con el nombre de Teniente
Hernán Merino Correa, visitaban el centro de salud mental de San
Felipe, y el hogar de menores de carabineros ubicado en Playa Ancha
cada aniversario. Cuenta nuestra vecina Ruth que el Centro de
Madres constituyó un grupo de apoyo entre las mujeres que se
organizaban para aprender diferentes técnicas manuales, y por
sobretodo, relajarse y distenderse de la vida dentro de la casa. Sin
embargo, Elena era una mujer inquieta, lo que la llevó a participar
también de la formación del primer jardín infantil en el Larraín en La
Parroquia del Pilar en los años 60s, donde luego trabajó unos años
como directora. Se trataba de un jardín gratuito que surgió como una
iniciativa de los padres josefinos de Murialdo, padrinos del Colegio
Leonardo Murialdo, con la conducción especial del padre Ferrucho.
Éste facilitó a las familias por bastante tiempo el cuidado de menores.
Es que la señora Elena también fue una mujer muy católica; y fue por
ello que muchas de sus obras mantenían un vínculo con la iglesia, en
particular con la iglesia de los italianos josefinos de Murialdo, a
quienes dedicó la educación formal de sus hijos tras el incendio de la
Escuela 36-37.
No obstante, para la señora Elena, la autonomía de las personas
frente a la manipulación de las cúpulas era un tema de gran
importancia a la hora de organizarse. Ejemplo de ello fue que el
Centro de Madres permaneciera con esa figura jurídica, pese a la
invitación hecha por parte del gobierno militar a formar parte de CEMA
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Chile, en donde habrían podido acceder a talleres de manipulación de
alimentos, costura, entre otros cursos ofrecidos por el gobierno militar.
“No aceptaron porque no querían tener ningún vínculo con la
dictadura. (…) Te daban la lana, te daban género, ofrecían
muchos cursos gratis. Pero no quisieron tener parte de.” (Sra.
Ruth, vecina).
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La señora Elena junto a las párvularias, niñas y niños de Larraín. Fotografía 60s.
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Sea como fuere, el caso es que el cariño y el respeto hacia la
señora Elena fueron creciendo con el paso de los años. En el día de
su funeral, la parroquia del Pilar estaba repleta de gente de todos los
lugares. Vecinas, vecinos, amigos, familiares, compañeros suyos del
partido demócrata cristiano, y sus cercanos de los partidos de
izquierda, todos, llenaron el lugar para acompañar a la señora Elena
en su último día en el Cerro Larraín. Decenas de personas
amontonadas en vehículos ocuparon toda la calle y se fueron cerro
abajo hasta el cementerio de Playa Ancha, internándose en el plan
mientras agitaban sus pañuelos blancos en el desfile interminable de
su despedida.
“No nos quedamos en la rabia”.
Señala su hija María Elena cuando se le pregunta por la mayor
influencia de su madre en su vida y en la de su familia. Ella hacía lo
que se proponía, no era una mujer que esperara que la oportunidad
llegara, Elena la construía a pulso con el sentido de la responsabilidad
colectiva, ayudando, mejorando el entorno, trabajando por el otro;
yendo más allá de la rabia o la indignación y sorteando los obstáculos
en la búsqueda de nuevas opciones y nuevos horizontes.
Fue con don Manuel Ibarra, otro dirigente vecinal que las y los
vecinos recuerdan con cariño y gratitud, con quien se abrió paso al
desarrollo de esos sectores que aún faltaban por incluir y trabajar. Tal
como con otras dirigencias, don Manuel Ibarra fue un hombre versátil y
cercano que estuvo presente en diferentes escenarios imprescindibles
en el Cerro Larraín. Se educó en la Escuela 36 donde completó su
único ciclo educacional, la enseñanza básica. No obstante, era un
hombre que se caracterizaba por estar siempre informado, lo que junto
a su personalidad le daban liderazgo. Leía el diario todos los días,
como señala Ximena, quien lo acompañó en sus últimas andanzas de
dirigente como su mano derecha, y con quien entabló una fraterna
amistad vecinal. Cabe destacar que don Manuel y su señora, doña
Genoveva, mientras Ximena construía su casa, la invitaban a almorzar
constantemente como forma de cooperarle y acogerla. Comenta otra
vecina que,
Don Manuel era una persona súper correcta y amable. No tenía
horarios para darte certificados. Él daba su certificado en su
casa, ibas a las 10 de la noche y te ayudaba. Te prestaba el
salón de tal hora a tal hora. Inclusive mis hijas, con la mayor mía,
iban a hacer show ahí, ellas les pedían la llave, y él se las
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pasaba con la nieta de la señora del pasaje. (María Eugenia,
vecina sector Santa Lucía)
Don Manuel fue un habitante del Larraín de toda la vida, había
llegado con sus padres; y cuando junto a su esposa tuvieron a sus
hijos, los pusieron a estudiar en la Escuela 36 también. En ese período
don Manuel y la señora Genoveva eran buenos compañeros en la
“dirigencia informal” dentro del Cerro; ella fue la presidenta del curso
por varios periodos mientras él tomó la presidencia del Club de fútbol
amateur, Wilson. Allí permaneció largos años ayudando a los más
jóvenes a iniciarse en el fútbol y a tener parte de la historia de unidad y
apoyo que identifica a los clubes deportivos del Cerro. En el club
dirigió a los caturritos, y fue dirigente por un apasionado y largo
periodo. Y por lo que relatan las vecinas fue también así mientras
trabajó por sacar adelante a su sector cuando fue presidente de la
Junta de Vecinos, donde procuró incluir entre sus proyectos a los
sectores que aún no habían sido integrados, como Santa Rita y parte
de Los Hermanos Clark, y donde continuó con la extensión del uso del
espacio de la Sede para el resto de los pobladores del Cerro e incluso
de otros cerros, como para el terremoto del 2010 en que don Manuel
hizo de la Sede un centro de acopio en que se juntó agua, ropa,
alimentos no perecibles y enseres, al igual que cuando fue el incendio
que afectó a Valparaíso el año 2014.
Constantemente preocupado también de integrar a los niños a la
vida comunitaria como la que él conoció, con quienes continuamente
compartió la idea de salir adelante, ya sea a través del trabajo en
equipo en la cancha (y en la vida), trabajó arduamente por la
reconstrucción de espacios, como el microbasural formado tras el
incendio de la Escuela 36-37, en áreas verdes que pudiesen ser
lúdicas y educativas a la vez.
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Hasta el final hizo de todo, siempre quiso juegos pa los niños.
Luchamos harto los dos hasta última hora. (Señora Genoveva)
23
Y se hizo, y una vecina nos regaló la cocina así que ocupamos
la plata para arreglarla.” (Sra. Genoveva)
________________________
Fotografía de don Manuel Ibarra en calle Juan Espejo, 1968.
9
Historia del colegio Leonardo Murialdo. Disponible en:
https://www.murialdovalpo.cl/index.php/colegio
25
La unidad vecinal es algo que se construyó en cada actividad
realizada, viviendo en ese instante de acción, de compartir y en el
fondo, de simplemente vivir juntos una época que tenía tanto para
hacer. Y a pesar de que el tiempo, las desgracias y las constructoras
hayan hecho desaparecer algunos de los espacios comunes de los
habitantes del Larraín, otros aún sobreviven a punta de esfuerzo, y los
que ya no están lo hacen en el recuerdo. En el Larraín los pobladores
tenían sus lugares de encuentro, esos en los que se terminaron
uniendo de tanto toparse pololeando en el bonito paseo que iba de
Linacre a Taiba, y de verse en las procesiones vivas y la quema del
Judas de la Parroquia del Pilar, o bien, en la misa del derrumbado
convento de las Carmelitas Descalzas, a la que los vecinos acudían
curiosos cada domingo a la misa de las ocho para intentar ver a
alguna de las míticas monjas que confeccionaban desde su ropa hasta
la hostia, y cultivaban sus alimentos para no salir a la calle y vivir en
claustro total. El primer lugar que une a los del Larraín es el pasaje, la
calle, la esquina donde más chicos jugaron a tirarse en chanchas o
carretas, al luche, a las bolitas y a la cuerda. Inventando historias
como la del “cabeza de chancho”, que vendría por aquellos que se
quedaran hasta tarde en la calle.
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gente, y las calles se repletaban. Era una romería.” (Sra.
Chavelita, vecina sector Recreo y Rodríguez)
Las vecinas que hoy se juntan en la plaza a tomar el sol de la
mañana, cuentan que los primeros carnavales fueron organizados por
la Junta de Vecinos núm. 8, en los tiempos de don René por allá a
finales de los 50. El otro carnaval importante era el de la Challa,
organizado por los vecinos del Cerro Polanco y cuyo desfile, con
carros alegóricos y todo, pasaba por el Larraín. Hubo otros
organizados por el Club deportivo Linacre, los que duraron cerca de 7
años tomando lugar cada sábado y domingo. Ellos solían poner
música en la plaza Santa Margarita, la que dicho sea de paso, estaba
cercada, rodeada de árboles y tenía una pileta con peces en el centro.
En aquellos tiempos la cuidaba un caballero que vivió en la casa de
madera que hoy acoge a la Junta Vecinal Recreo y Rodríguez. Para
los carnavales, a un costado de la plaza donde está la junta de
vecinos, se colocaba la entrada. Los que pagaban podían entrar a la
plaza que estaba ordenada con mesas que dejaban una pista de baile
frente al escenario, para presenciar en una posición privilegiada la
coronación de la reina electa junto al rey feo. Adentro y afuera de la
plaza vendían vino, tragos y comida. Todas estas actividades que
todas las vecinas y vecinos del Larraín recuerdan con entusiasmo y
cierta nostalgia de tiempos más divertidos, le dieron una chispa al
Cerro que reflejaba para ellos un periodo de auge caracterizado por la
unidad. Los carnavales duraron casi dos décadas y siempre se
realizaron pensando en recaudar fondos para sus proyectos, ya fueran
de la junta vecinal o para financiar a los clubes deportivos, dándole
también el espacio a otras pobladoras para hacer lo suyo y aprovechar
la vendimia de la fiesta.
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“Yo era chica cuando acompañaba a mi mamá a vender challa
acá afuera de la plaza. Nosotras la hacíamos.” (Sra. Ana,
vecina)
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Fotografía de principios de siglo XX de La Palma y la 6ta Comisaría El Alme ndral 10
10
Disponible en:
http://www.australosorno.cl/prontus4_noticias/site/artic/20071119/pags/20071119134721.html
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madera tallada vistiendo las tradicionales cotonas azul y blanca. La
cercanía con la casa acercaba a los pobladores entre sí, a propósito
de la intimidad que produjo habitar este espacio cotidiano en que se
encontraron madres, abuelas, padres y niños, cada mañana, cada
reunión, y en cada esquina del camino. A veces todavía se encuentran
las ex compañeras, una del sector de Santa Lucía y otra de Atacama,
en el negocio, y se recuerdan de aquellos tiempos en que
“todas éramos iguales, cuando una es chica, somos todos
iguales. Los pobres, los ricos…” (Sra. Rosa, sector Recreo y
Rodríguez)
Esta casa colonial, a la que iban los niños por la mañana y las
niñas por la tarde, es recordada con claridad y añoranza por los
hermanos Pedro y Justo. La describen con entusiasmo y de memoria
repasando cada detalle, tal como si estuvieran en ella. Podían entrar
por la escalera de Santa Rita o por la de la escalera de Santa Lucía, y
atravesar su patio grande e internarse en el subterráneo. A veces de
puro pelusas los más chicos del barrio iban a ensuciarse a esa
especie de túnel que todavía está en el muro, justo detrás de la
antigua cancha de fútbol (donde hoy está la huerta de Parque
Escuela). Ahí al lado de esa casa roja de tres pisos que se erige desde
el costado de la canchita, donde Pedro vive y Justo vivió, había otra
construcción del mismo estilo.
En la Escuela no faltaron los vecinos que se escaparon y se
fueron a dormir una siesta a la casa, o a echar andanzas por la
quebrada, en esos tiempos donde la señora Gabriela Cepeda era la
directora y su hermana Rosa, la profesora. Sin embargo, lo que hasta
mediados de siglo lucía como una bella casona, con el paso del
tiempo se fue deteriorando, y ya en el 74 la diferencia entre la gestión
30
educativa municipal del Cerro Larraín y la del plan de Valparaíso,
empezaba a notarse.
Era bonito, aunque un colegio de barrio, porque en los
Cerros los colegios no son los mismos que en el Plan. Yo
después me fui al Barros Lucos, ese colegio era bonito
(exclama la Señora Rosa).
Otro lugar que los pobladores recuerdan con cariño como punto
de encuentro y unión, es ese lugar lejano al que solían arrancarse en
la micro del vecino de arriba para pasear y pasarse todo el día
peluseando en Manzanares, Puente Colmo o Curacaví. Un día, quizás
en los setenta, alguien de los ferroviarios propuso organizar partidos
de fútbol entre los vecinos para ir a enfrentarse a unos conocidos en
San Felipe. De allí se pasaron un buen tiempo visitando junto a la
familia, los del Larraín a los del San Felipe y viceversa.
“cuando nosotros íbamos para allá ellos nos esperaban con
empanadas y asado, lo típico de allá, así que cuando ellos
venían, nosotros los recibíamos con pescado frito y mariscos”
(Don Luis)
Lo cierto es que nadie quedó sin organizarse, y cada cual lo hizo bajo
sus propias prácticas.
36
Sin juegos electrónicos en el teléfono móvil o en la casa de cada
quién, las instancias de juego colectivo se daban en la calle. Tirarse en
carretones por las calles del cerro abajo, haciendo carreras en días sin
tanto automóvil siempre fue emocionante. Imagínenselo… cuidado con
caerse sí. Y a partir de las pichangas callejeras de todos los días, los
clubes de la época se tomaron canchas de fútbol más grandes, como
la Ercilla primero o la cancha La Laguna después. Crearon las
categorías Infantiles y Cadetes en cada club. Pronto las ligas son furor
(el octogonal de fútbol del sábado 15 de febrero de 1975 fue un evento
importantísimo en su momento)11 y convocaron a la familia entera para
apoyar a los más chicos en la mañana, y en la tarde a las ligas Senior
y SuperSenior. Esto puede sonar poco relevante, o incluso normal
para nuestra época, pero cabe destacar que con la creación de estas
categorías los clubes crearon un espacio de encuentro, compañerismo
y de juego para los niños menores de 12 años del cerro, en que
integran al segmento más joven de los habitantes del Larraín a uno de
los motores de convivencia y deporte del vecindario.
11
El Mercurio de Valparaíso, Edición del 16 de febrero de 1975. Disponible en Bibliot eca Nacional
de Santiago.
37
Algunos recordarán a Leonardo “Pollo” Veliz que llegó a jugar en
Everton de Viña del Mar en los 60´s y Colo-Colo en los 70´s, o Luis
“Pochoco” Acevedo quien salía de la calle Juan Espejo para jugar en
el Club Montevideo de Larraín antes de convertirse en volante
defensivo de Santiago Wanderers y capitán del equipo de Los
Panzers cuando el club ganó su 2da estrella en 1968.
38
IV. ¿Abandono o readaptación? Cuando cesó la participación y se
instaló el silencio
En los albores de los ochenta entre los vecinos del Cerro Larraín
comenzó a sentirse el repliegue de la vida en la calle, ausentándose
cada vez más los momentos de compartir. Las personas dejaron de
sentarse afuera en las escaleras y fuera de los almacenes, y se
entraron a sus casas. El toque de queda hizo a todas las personas del
país acostumbrarse a hacer su vida en privado y dentro de la casa
después del trabajo y de la escuela, puesto que todas las actividades
de la tarde fueron suspendidas. De modo que hasta la actividad
deportiva debió suprimirse, dado que la mayor parte de ella se
desarrollaba a la salida del laburo cuando todos los hombres podían
participar. A esto se sumaron las nuevas condiciones económicas,
políticas y sociales que trajo el cambio abrupto de modelo. La
participación, si la hubo, fue limitada, atomizante y direccionada a
través de las instituciones del estado, por lo cual se fue perdiendo el
carácter espontáneo de la convivencia que había identificado durante
años al Larraín. Hasta los malones tuvieron que ser organizados y
planificados, empezando y terminando muy temprano, o asegurando
que los invitados pudieran quedarse en casa hasta el levantamiento de
la prohibición de estar al aire libre a la mañana siguiente. Por
supuesto, esto no quiere decir que los vecinos hayan dejado de
reunirse, sin embargo, estas reuniones fueron cada vez menos
frecuentes, menos concurridas y más privadas.
Los que vivían ahí era marinos y eran pinochetistas. Quizás qué
hicieron para esa época. (vecino, sector Santa Inés)
40
Y ciertamente, aunque no todos estaban “metidos en política”, a
la gran mayoría le atravesó el miedo a ser confundido con los
perseguidos. Aunque sí hubo unos pocos que doblegaron el miedo y
se atrevieron a esconder dentro de sus casas a los perseguidos
políticos. Y después del golpe militar, el que comenzó precisamente
durante la madrugada del 11 de septiembre en Valparaíso, con la
fuerza naval tomándose las calles, guardar silencio y recluirse por un
tiempo se presentó como un desenlace tan obligado que se hizo
costumbre hasta hace unos años.
41
Tras el golpe de estado, ciertos militantes porteños del Mir, el
Mapu y el partido socialista sintieron que debían dar una respuesta al
arrebato del poder como muestra de su vigente resistencia. Aquellos
que estaban dispuestos a enfrentarse y que tenían la capacidad para
participar de una acción armada, planificaron (en una riesgosa
coordinación sin comunicaciones y fuertemente vigilada) un
levantamiento contra la Escuela Naval, el Regimiento Maipo, la
Intendencia (actual 1ra Zona Naval), el Diario La Unión, 3ra Comisaría
Norte de Barón, el Gasómetro, y otros nueve puntos.12 Entre esos
nueve puntos, uno era la 6ta. Comisaría de Carabineros del
Almendral, que desde 1886 se ubicó a los pies del Larraín en las
calles Eloy Alfaro y Eusebio Lillo, hasta ceder el espacio para la
Escuela Uruguay.
12
Burgos, José. Revista Faro del Depart ament o de Ciencias de la Comunicación y de la
Información, Universidad de Playa Ancha. Año 5, número 10. Segundo S emestre. Valparaíso,
2009. [Disponible en http://web.upla.cl/revistafaro/ n10/ art12. htm]
42
cuarenta; unos eran conocidos, el que yo conocí era hijo de
ferroviario, y desde la escalera de Los Caracoles se pusieron a
disparar. (Un vecino)
“Fue eterno ese rato. De repente alguien nos dijo, ya, ya pasó
todo, salgan. Pero yo no sé quiénes eran, sólo sé que eran
hombres, porque yo escuchaba voces de hombres; además como
mi papá no nos dejó verlos... Yo lo que después escuché es que
eran civiles vestidos de carabineros. Todos decían que eran civiles
vestidos de carabineros.” (Vecina)
14
Ibídem.
44
De todos modos, es necesario tener en cuenta que en esos
mismos días hubo otro intento de levantamiento en Santiago en donde
los revolucionarios sí habrían estado vestidos de carabineros y que fue
publicitado en portada en el Mercurio de Valparaíso, días previos.15 Es
necesario considerar esto pues la memoria es selectiva, olvidadiza, y
muchas veces cruza información, es por ello que lo que se recuerda
no necesariamente refleja cómo acaecieron exactamente los hechos.
Además, en ese mismo sentido, y algo que complejiza aún más la
duda, es que en aquella época se comentaba también que algunos de
los propios carabineros, tanto de la Sexta Comisaría como de la
Tercera, querían proteger al derrocado gobierno, y que incluso otros
oficiales como ellos habrían participado de este levantamiento “civil
militante” en otros puntos de Valparaíso, según sugiere el historiador
Jorge Magasich.16
Un vecino de Barón se anima a contar que
“había carabineros y marinos que no estaban de acuerdo con
el golpe de estado y que apoyaban el gobierno de Allende; yo
escuché que habían unos que querían tomarse el cuartel, pero
no sé si participaron ese día. Acá en el Barón también querían
tomarse la Comisaría que antes estaba en otra calle.
Habíamos tenido una reunión y faltaba una para ver el tema
de las posiciones que cada uno tendría. Pero después de lo
que pasó ¿sabes cuántos llegaron? llegaron solo dos a la
reunión.” (Vecino de Barón).
15
El Mercurio de Valparaíso. Edición del 10 de Enero. Valparaíso. Disponible en Biblioteca
Nacional de Santiago.
16
Magasich, Jorge. Óp. Cit.
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los días 15 y 16 de septiembre se extendió el toque de queda por 48
horas seguidas, de modo que los vecinos tampoco pudieron comentar
entre sí los hechos vividos inmediatamente.
Curiosamente, gran parte de los vecinos entrevistados
comentaron no recordar este día 14 de septiembre en particular, y más
bien lo relacionan con el ambiente de hostilidad general que se vivió
especialmente los primeros días transcurridos al golpe. Otros
prefirieron no hablar. En todo caso, hay que considerar que los
vecinos que nos relatan cómo fue su experiencia en ese entonces
tenían entre 6 y 17 años, y no estaban tan claros en lo que ocurría.
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marinos que siempre estaban haciendo guardia. Estaba todo
cerrado con sacos de arena.
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No como en el siglo XIX en la década de los treinta, cuando la familia Portales vivía en la Quinta
a los pies del Larraín, y Diego Portales, paradójicament e promovía la idea de instaurar la
modernidad, destino dado por la historia que se mueve atraída hacia al progreso bajo una fuerza
providencial bajo una autoridad centralizada, como el peso de la noche que duerme a la ciudad.
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Se apagó el bullicio, se silenciaron las actividades tradicionales,
los malones, los paseos, y hasta el fútbol amateur por un buen tiempo.
Y estando en ese escenario otra desgracia ocurrió en el Cerro Larraín;
corría el año 1975 cuando un violento incendio consumió la Escuela
36 y 37 de Valparaíso, la misma que había visto crecer desde hacían
décadas a los habitantes del sector, y en donde se quemaron también
varias casas que le circundaban. Era la hora de almuerzo de un día de
verano, al parecer los últimos de las vacaciones, cuando la antigua
casona de la Escuela comenzó a quemarse. En la casa contigua, que
también se estaba quemando, había unos niños que Checho y don
Manuel Ibarra ayudaron a sacar.
“se quemó toda la escuela, habían hartas casas ahí. Se quemó
todo” (Sra. Genoveva)
Cuentan los vecinos que varias casas de allí también
sucumbieron al fuego, y que esos vecinos tuvieron que cambiarse
pues las estructuras perecieron. Al parecer, aunque hay dudas al
respecto, el incendio habría comenzado por accidente con el
volcamiento de un brasero en la casa del lado donde un niño se
encontraba solo. Quienes estudiaban en la Escuela 36-37 también
tuvieron que cambiarse de establecimiento en el último momento para
continuar con su educación. Los que pudieron se cambiaron al Colegio
Murialdo, otro grupo fue trasladado a la Escuela de Rodelillos, y
algunos se desperdigaron por las escuelas del Plan. El cambio para
algunos fue traumático, especialmente para los que se fueron a la
institución básica de otro cerro. Acostumbrados a pasarse a sus casas
en los recreos, a caminar menos de 5 minutos para encontrarse en
clases, y a conocer a fondo todos los recovecos de la escuela, de
pronto estaban lejos de su lugar y rodeados de otras compañeras y
compañeros desconocidos. Fue tal el desánimo y conmoción entre las
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niñas y niños, que se vio la posibilidad de volver a trasladar a todos los
compañeros juntos a otra escuela más cercana. Fue así como un buen
grupo de ex alumnos de la Escuela 36 y 37 terminaron sus estudios
básicos en la Escuela de Cerro Polanco.
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duda burlada sobre dónde está la plata ahorrada en ese trabajo al que
le dedicaron 40 ó 50 años de su vida.
“En mi trabajo nos cambiaron a una aseguradora, porque eso
nos aconsejaron que era mejor. Pero ahora, recibo un tercio de
mi anterior sueldo porque ellos dividieron el dinero como si yo
fuera a vivir 110 años (…). Y fui a hablar con ellos y me dijeron
que no había nada qué hacer. Que así era el contrato”. (Vecino,
sector Recreo y Rodríguez)
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Un sentimiento de ausencia y un notorio silencio marcó la
migración que tomó parte en el Cerro Larraín durante los ochenta y
noventa. Quienes ahora tendrían entre 40 y 55 años, hoy viven lejos y
solo se les oye cuando vienen con su familia cada verano porteño a
visitar a sus madres, padres, hermanos y viejas amistades; mientras
escapan de lo que fuera un inédito frío cuando partieron y que hoy es
un hielo ya tan aprendido. Pareciera que a todos los actores del
Larraín, hasta hace poco acallados y replegados en sus casas, les
empezó a embargar el consecuente sentimiento de abandono.
Antes venía la municipalidad a mantener el aseo y las plantitas.
Ahora ya no viene nadie, hubo como un abandono. (Alejandra,
vecina)
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alusión a la partida de los hijos, al crecimiento de los microbasurales y
a las frecuentes malas costumbres que se distanciaban (según el
periódico) atrozmente de las buenas costumbres conocidas cuando los
Larraín, descendientes de un tal Juan Larraín, rico del siglo XVIII,
marcaban la diferencia en los otrora influyentes centros religiosos de la
Compañía de Jesús, el Convento de Eusebio Lillo y el Claustro de
Santa Inés, con sus buenos apellidos y parientes de altos cargos en
Valparaíso y en Santiago. Felizmente, la historia del Cerro que
cuentan sus habitantes los tiene a ellos mismos como protagonistas,
por lo que pese a la desaparición de estos dos centros de pureza que
lamenta el ponzoñoso diario, la historia continúa en el esplendor de su
reactivación.
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V. El rebrote de la convivencia y la nueva dinámica de los actores
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trajeron renovadas energías, y que hoy trabajan en la apropiación de
los espacios y en dinamizar la organización.
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Durante esta última década la organización comunitaria también
se ha renovado con una nueva dirigencia que tiene a Lorena Brunet y
a don Arturo Cepeda en las Juntas de Vecinos Nuevos Horizontes y
Recreo y Rodríguez, correspondientemente. La orgánica se ha
reconfigurado hacia la inclusión de redes sociales para trazar nuestros
proyectos, agendar jornadas de trabajo en el sector y mantenerse
informados con lo que sucede en el Cerro, lo que no ha dejado de ser
un desafío para aquellas vecinas y vecinos que no tienen mucha
costumbre de usar las redes sociales. Las metas entre los habitantes
también han cambiado y tienen mucho que ver con la reocupación con
fines comunitarios de aquellos espacios que fueron abandonados, con
la certeza de que el solo estar en ellos provoca un primer cambio. Y
ocupar otra vez significa hacer presencia, y también volver a querer e
identificarse con el lugar en que se vive y con quienes se vive. De
modo que muchas de las acciones de las organizaciones comunitarias
e instituciones tradicionales actuales de los habitantes, están
orientadas a mejorar la infraestructura y embellecer su alrededor.
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Esta imagen está hecha con pequeños mosaicos que fueron pegados
parsimoniosamente unos junto a otros durante más de un mes y
medio, y logran darle forma y color a los alrededor de 70 peldaños que
componen la escalera del pasaje San Benito, desde su inauguración el
30 de diciembre del año pasado.
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Otras fotos para comenzar a recordar, del Taller de Fotografía
*
* Fotografía de Los goleadores de la cancha Ercilla/ ** Cancha Manuel Guerrero.
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* Centro de Madres Tte. Hernán Merino Correa. Fotografía de los 60’s.
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* Los hijos de los Ferroviarios. Fotografía de mediado de los 70’s.
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*Fotografía de comienzos del 70.
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