Está en la página 1de 69

HACIENDO MEMORIA

Relatos del Cerro Larraín


Historias del Cerro Larraín desde el Siglo XX hasta hoy

Alejandra Baeza
Macarena Denisse
Daniel Rebolledo

1
2
Investigación de Memoria Local
Desarrollada por CorreVuela, Acción de Cine en Comunidad
correvuela.cl@gmail.com
www.correvuela.cl

Financiado a través del Programa de Iniciativas Culturales Comunitarias 2017-


FICC- Red Cultura
del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes

Colabora Parque Escuela 36, Cerro Larraín

Impreso en: Arcoplot. Villanelo 245, local, 5. Viña del Mar

Verano 2018, Valparaíso

3
HACIENDO MEMORIA
Relatos del Cerro Larraín

Historias del Cerro Larraín desde el Siglo XX hasta hoy

Alejandra Baeza
Macarena Denisse
Daniel Rebolledo

Valparaíso, 3 de marzo del 2018

4
Palabras preliminares

El relato que usted tiene entre sus manos es parte de los frutos
de la nueva “Acción de Cine en Comunidad” que cultivamos como
CorreVuela y Parque Escuela 36, durante todo este verano 2018 en el
Cerro Larraín con el financiamiento del FICC-Red Cultura del Consejo
Nacional de la Cultura y las Artes. En ella buscamos poner en valor y
en práctica la dinámica comunitaria, aquella que permite hilar
identidades, forjar organización, significar espacios comunes, y en el
fondo participar de una historia de la que cada uno de nosotros somos
protagonistas. Movidas con esta idea nos sumergimos en la memoria
de las y los vecinos, quienes nos fueron contando sus vivencias, sus
recuerdos familiares y las experiencias compartidas por todos, relatos
con los que pudimos ir reconstruyendo su pasado con sus conflictos y
desenlaces, los que hoy nos permiten comprender las dinámicas que
actualmente tienen lugar en el Cerro Larraín.

La historia acá presente le pertenece a sus actores puesto que


fueron ellos quienes la vivieron desde sus diferentes perspectivas, y
desde esa diversidad de enfoques la contaron. Muy poco sabíamos
del Cerro Larraín cuando comenzamos, y parece increíble que tantas
historias expresadas en apenas un par de meses, hayan ido
trenzándose entre sí, develando los procesos y hechos más
importantes que han atravesado al Cerro y su gente.

1
Sin embargo, esta historia, aunque escrita, pretende ser más
bien una provocación abierta que contraste esos recuerdos y los
ponga en tensión, sin temor a la contradicción ni al conflicto, sino que
por el contrario, asuma la potencia creativa que tiene la transformación
de las historias de vida en historias del colectivo, para organizarse
entre sí y vivir bien. Por lo que esta es una primera fase, apenas el
plantar de una semilla, más bien una invitación para hacer memoria y
construir una identidad común basada en la participación. En este
proceso que emprendemos, lo primero es reconocer a sus actores y
su devenir, el cual está marcado por distintas experiencias situadas en
los mismos hechos.

Buscando respondernos ¿quiénes son las y los vecinos del


Larraín?, la idea más repetida entre los pobladores con quienes
conversamos de que “antes la gente era más unida”, empezó a marcar
una pauta en el relato. La impresión general que señalan todos los
vecinos, casi unánimemente, es la de haber compartido una forma-de-
vida, un habitar, que se había identificado fuertemente con la idea de
unidad. Y su idea de unidad estaba estrechamente relacionada con la
convivencia y la acción conjunta en sus más amplios sentidos: desde
jugar a tirarse en carretas (o chanchas), irse de paseo a los valles del
interior en micros con las otras vecinas y amigos del sector, hasta ser
activos en las dirigencias vecinales o deportivas de manera constante.
También, de aprenderse el habitar del Larraín en su geografía, con su
cercanía a la playa y al Plan, con sus canchas improvisadas, con los
jardines que tuvo, y sobre todo con su gente. Gente de lo más diversa
en cuanto a clases sociales, procedencias y ascendencias se refiere,
además de ser profundamente activa económica, social y
políticamente, sea en el barrio o en su trabajo. Vecinos que nacieron
del continuo poblamiento de feriantes, lavanderas, ferroviarios,
comerciantes, trabajadores públicos, entre muchos otros que se
allegaron al Mirador de Las Delicias a comienzos de siglo XX.

Las generaciones de vecinos de Larraín que nos hablan, tienen


la ventaja de que en vez de representar a las antiguas y distantes
familias aristócratas, como los Larraín, Portales, Coutiño o Cevasco
(que también vivieron en el Cerro en el siglo XIX y XX), se representan
2
sino a sí mismos en el deambular entre pasajes, comprando en el
negocio, abasteciéndose con las lecherías, y yendo al circo y hasta a
la misma escuela; donde nos muestran con su vida una historia
cercana y cotidiana que va más allá de los grandes procesos, aunque
no deje de encarnarlos.
Los vecinos del Larraín nos hablan de cómo ellos se
desenvolvieron en los períodos de mayor movimiento social, de auges
económicos y de catástrofes, bajo la común estrategia de estar juntos.
Y nos fueron contando de dónde venían, qué hacían, dónde se veían y
qué cosas los juntaban, mientras nos revelaban la importancia
atribuida a la lógica comunitaria.

Y recuerdan con entusiasmo esa época, que comienza al inicio


de siglo XX y se desvanece cuando en la década de los setenta estas
formas de convivencia colectiva comenzaron a cesar. Tras el ocaso de
la unidad, apareció un segundo momento que se caracterizó por una
especie de repliegue, donde el aspecto privado de la convivencia se
fue haciendo cada vez más presente y predominante. En este período
no hubo carnavales ni paseos de barrio, la Escuela 36-37 (a la que
muchos asistían) sufrió la voracidad del fuego, y muchas hijas e hijos
de la gente del Larraín decidieron irse del país. Los efectos de la
dictadura también se dejaron sentir en una inédita desconfianza,
producto quizás del miedo a la delación. Y tal vez también esta misma
sensación de inseguridad hizo que los vecinos no recuerden (o no
quieran recordar) con tanta claridad el levantamiento de los que
dijeron no,1 cuando el día 14 de septiembre intentaron tomarse la
Sexta Comisaría de Carabineros del Almendral, como parte de un plan
coordinado con otros 15 puntos en el resto del Puerto. Este día parece
ser uno más del acondicionamiento general, de los allanamientos, del
miedo y el silencio que transcurrieron durante la dictadura.

De los antiguos momentos quedan las personas que mantienen


la costumbre de saludarse y conocerse. Varias vecinas que han
llegado de afuera se han integrado a la dinámica, y junto a otros que
llegaron antes o que ya estaban, se encuentran reactivando su propia
historia como pobladores del Cerro Larraín. Después de un largo
11
Magasich, Jorge. Los que dijeron “no”. Volumen II Historia del movimiento de los marinos
antigolpistas en 1973. LOM Ediciones. Santiago de Chile, 2008.
3
periodo de readaptación a las nuevas condiciones y a las nuevas
caras, las y los vecinos están reagrupándose y reapropiándose de los
espacios comunes. De hecho, así partió esta historia. Con Ximena,
Pamela, y todos los chiquillos de Parque Escuela que se encontraban
trabajando (hasta hoy) en la huerta, y en la instalación de los juegos
infantiles y del acceso inclusivo en el Parque; y con Lorena, Mariana,
Raquel, Victoria, Gerald, la señora Carmen, Claudio, Sandra, José, la
señora Hilda y María Esther, que en la Junta de Vecinos núm.9, por su
parte se encontraban componiendo un mosaico que instalaron en la
escalera que lleva al pasaje San Benito, y que tiene las imágenes
representativas del Cerro. Así mismo, fuimos conociendo a los vecinos
que quisieron contarnos sus historias y nos pusieron en contacto con
otros, que nos mostraron otros lugares del Larraín, los que aún existen
y los que no, hasta que llegamos al Nocturno, donde conocimos la
importancia del fútbol amateur y constatamos la vigencia de la
constancia y pasión de sus dirigentes, jugadores y familiares. Al
mismo tiempo, Mariela nos presentó a los nuevos integrantes del la
Junta Vecinal núm. 8, quienes asumieron su cargo el lunes 29 de
enero con el objetivo de restablecer los lazos y generar nuevos
espacios para el convivir y vivir bien.

De modo que, desde este escenario viajamos al pasado,


hurgueteando por memorias a veces esquivas, las más, elocuentes y
reflexivas, memorias de vecinas y vecinos de diferentes generaciones
y sectores en el Cerro que vieron pasar momentos alegres, difíciles y
complejos, que compartían esta significación especial de unidad a la
medida de la participación vecinal en sus propias actividades. En este
andar, nos dimos cuenta que la unidad añorada solo había mutado, y
hoy rebrota en esos espacios verdes y llenos de poder de acción en
que se desenvuelven los vecinos que conocimos y con quienes
partimos conversando.

Como en esta ocasión el público a quienes están dedicadas


estas páginas son las propias vecinas y pobladores del Larraín, la
justificación de los aspectos metodológicos de esta investigación
preliminar será explicada en su versión digital. Por lo pronto,
señalamos brevemente que estas historias fueron recogidas en
conversaciones concertadas, y otras triviales o espontáneas, con una
4
pauta de preguntas directas, flexibles que incluían otras de
indagatoria. Estas conversaciones nos mostraron contextos que
fuimos contrastando con revisión de prensa de la época y otras
investigaciones sobre hechos que acaecieron en Valparaíso. En este
sentido las vivencias del Larraín nos muestran cómo se dejaron sentir
los grandes procesos entre sus habitantes, del mismo modo que
tensiona la memoria porteña sobre nuestra historia reciente.

Ahora a la lectora le tocará descubrir estas memorias y


descubrirse en ese habitar, y en este relato. E interpelarse. Y decidirse
a participar, es decir, a ser parte de la construcción permanente de
nuestra historia.
Las páginas ya están abiertas y falta mucho por contar sobre lo que ya
pasó y lo que continúa.

5
Agradecimientos

Este trabajo es solo una vocería, y por ello le debe todo a


quienes accedieron a abrirnos las puertas de su casa y compartir un
rato en torno a la memoria, a los que se sentaron con nosotros en la
plaza, en escaleras, o en cualquier parte siempre con esa ineludible
vista al mar, y a quienes nos han recibido para participar de sus
actividades como si fuéramos uno más dentro de los vecinos.

Agradecemos especialmente a Ximena, Pamela, a la Negra y a


los voluntarios de Parque Escuela 36, a las chiquillas del Taller de
Mosaico Histórico de la Junta de Vecinos núm.9, a Mariela, dirigente
vecinal de naturaleza, a la dirigencia de la nueva junta de Recreo y
Rodríguez, don Arturo y Pamela, a la gente que se reúne en el
Nocturno por estos días de verano, en especial a don Alberto Astudillo
del Club Cajú de Barón, y a todas las vecinas y vecinos que nos
confiaron sus palabras, del Larraín, Barón y Polanco.

Del mismo modo, agradecemos la extensión de estas


fotografías, muchas de ellas compartidas en el Taller de Recuperación
Fotográfica, retrato de un barrio que realizamos como última actividad
formativa en torno a la memoria en el marco de esta Acción de Cine
en Comunidad 2018.

También agradecemos a los amigos que apoyaron con la parte


técnica del texto, con mención honrosa para mi amigo Alonso que se
animó a escribir sobre el fútbol amateur, y la importancia que tiene en
el Cerro Larraín y en el cordón oriente esta antigua forma de
convivencia que ya es institución.

Y a todos los que se animaron a escuchar nuestras reflexiones


trasnochadas o matutinas, y las refrescaron con su mirada.

6
I. ¿Quiénes fueron nuestros abuelos? La participación de los
vecinos y la unidad en la primera mitad del pasado siglo

A todos los une el haber llegado un día así como les pasó. La
mayoría se movió con la familia para comenzar una nueva vida y
arraigarse en el Cerro Larraín.
“La primera fue mi abuela, con ella nos vinimos todos. Ella era
lavandera. Mi papá trabajaba en El Cardonal y yo lo
acompañaba”. (Don Miguel, vecino y almacenero)

“Mi papá compró la casa para mi mamá, mi hermano y yo con


nuestras propias familias. La casa es grande, entonces mi
hermano vivía al fondo y las otras piezas las arrendábamos”.
(Sra. María, vecina)
Algunos subieron desde otros cerros o del Almendral atraídos
por la cercanía que tiene con la actividad social y laboral que se
desenvolvía en el comercio, la feria, los trabajos públicos, las fábricas
del plan, o bien, con la actividad de la Estación Barón en el carbón y
los ferrocarriles. Tal como ahora, en ese entonces el sector era
ajetreado y concurrido. A comienzos del siglo XX el tren unía el Puerto
con Santiago a través de rieles de 187 kilómetros que pasaban por
Villa Alemana, Quillota, Llay-Llay, Til Til y Quinta Normal para
terminar el recorrido en la Alameda Central, hoy Estación Central.
Además de la actividad del carbón que llevó a Barón a ser conocido
como el muelle del carbón, en la antigua Estación Barón funcionó
también la maestranza de los ferrocarriles desde 1863. Por otra parte,
las fábricas cerveceras, la fábrica de galletas Hucke, los confites de
Costa, la fundación Morris y las verdulerías del Mercado El Cardonal
fueron, por solo nombrar algunos, los lugares en cuyo alrededor se
instalaron los más diversos negocios y trabajadores.
Eran tiempos en que en el camino costero de Avenida España
estaba recién construido y se cobraba peaje, por lo que todo el
7
movimiento desde la maestranza de Yolanda y de Viña del Mar
continuaba recorriendo con importancia la calle Diego Portales
adentrándose en Barón y en el resto de los cerros.2 El ascensor
Larraín,3 inaugurado en 1906, más las conexiones con los tranvías en
calle Zenteno, La Palma, el Cerro Barón, y la gran actividad comercial
de sus faldas, hacían del Cerro Larraín un lugar privilegiado para vivir
por su conectividad y cercanía con el plan y los otros cerros hacia el
puerto, de modo que se fue poblando hasta las cotas 20 y 30 donde se
generaron los primeros conjuntos habitacionales.4 Además, la
significativa vista a gran parte de la bahía de Valparaíso con sus casas
de colores, sus azules y sus barcos en el mar, siempre dio un lienzo
de fondo a la vida de sus habitantes; de hecho, la belleza que se
aprecia desde el Cerro Larraín lo hizo ser conocido como parte del
tramo del Mirador de Las Delicias que abarcaba Barón, Larraín y
Polanco. Desde cualquiera de sus esquinas nororientes se puede ver
el mar conteniéndose en la cuenca del puerto; mientras que hacia el
frente, el Larraín es primera fila del espectáculo social que exhibe el
plan, donde se distingue el movimiento de quienes van y vienen por
las calles Brasil, Yungay, Chacabuco y Pedro Montt. Del otro lado se

2
Godoy, Jonathan. Barón at rapado. Valparaíso, Diciembre 2017. [Disponible en:
https://valparaiso2036.wordpress.com/2017/12/05/el -baron-atrapado/]
3
Hablamos de ascensores pero en realidad se trata de funiculares que fueron instalados c on el
objetivo de facilitar el acceso de las personas a los Cerros. El error léxico responde a que en la
época en que comenzaron a instalarse, desde el año 1893, no existía la palabra funicular en
español. Valparaíso llegó a tener 25 ascensores que conectaron los cerros al plan constituyendo
canales de comunicación comercial y residencial en una ciudad que, desde principios del siglo XIX
cuando se anexa urbanamente el Barrio Almendral al Barrio Puerto, no tiene un punto central de
actividad. Ésta se extiende desde Playa Ancha a Barón por todo el plan, concentrándose en el
casco histórico del puerto las instituciones públicas, regionales, bancarias y las relativas a la
actividad portuaria, a diferencia del Almendral donde se concentra una actividad comercial local.
Cabe destacar el hecho de que en esta expansión urbana que tomó lugar durante el siglo XIX, se
fue estableciendo la relación actual que tiene la habitabilidad de la ciud ad entre la bahía, el plan y
los cerros, en la medida que las personas fueron empujadas hacia la altura extendiéndose
espontáneamente por las quebradas. De este modo, la conectividad social que brindaron los
funiculares fue esencial para mantener el ritmo del puerto cuyos habitantes subían a los cerros a
dormir. Hoy, de los 25 ascensores sólo están en funcionamiento 6, el Larraín no es uno de ellos.
4
Riveros, Francisca. Cerro Los Lecheros, contexto histórico del funicular Lecheros. Escuela de
Arquitectura y Diseño P. Universidad Católica de Valparaíso. Valparaíso, 2012.
8
ven los otros 38 cerros y quebradas que vienen del sur a juntarse al
cordón oriente conformado por Barón, Lecheros, Larraín, Molino,
Polanco, Delicias y Rodelillo en una suerte de galería de teatro que
mira el puerto y el vasto océano Pacífico.

______________________
5
Antigua fotografía de los años 30 a la Calle Los Hermanos Clark

Así como los feriantes, bancarios, marinos, comerciantes y otros


trabajadores del sector público y privado, también subieron otras
personas y familias llevando sus oficios y facilitando a los vecinos la
vida en el Cerro. Característicos fueron quienes trabajaban con la
leche de burra, cuyas lecherías se encontraban principalmente en el
contiguo Cerro Lecheros y hacían pastar a sus animales en la parte
alta del Cerro Larraín para luego ofrecer a los vecinos la leche

5
[Disponible en: https://www.pinterest.cl/pin/32440059792895831/?lp=true]

9
embotellada en vidrio o bidones de aluminio casa por casa. En Larraín
la lechería de “Don Tolo” y la lechería frente al negocio de la Madamita
fueron ejemplo de la presencia y duración de este oficio.
Cuentan las vecinas que muchas mujeres se dedicaban a
la lavandería, lavando uniformes y ropa de compañías comerciales,
navieras, o de otros particulares. Correspondiente con la importancia
de esta labor a mediados de siglo, en calle Santa Inés se levantó un
taller de artesas que funcionó hasta hace no muchos años en casa de
la familia de don Sergio. Fue su padre quien impulsó el oficio
convirtiéndose en uno de los únicos dos talleres de artesas de todo
Valparaíso, y durante sus 70 años siempre se destacó por la calidad
de éstas, de sus colgadores y muebles de cocina, todos hechos de
madera. De madera de verdad. Con gran disciplina y trabajo, al son de
Los Jaivas y Sol y Lluvia sonando en la radio, don Sergio y su familia
continuaron con el legado de su padre llegando a vender 100 artesas
por semana, y de 5 mil a 6 mil colgadores al mes a la empresa de
confecciones Oxford, reconocida empresa que funciona desde 1946.

También eran tiempos donde la cocina y la calefacción (si había)


eran a carbón y a parafina, por lo que en el Cerro existieron algunas
carbonerías como la de doña Adelina en calle Huasco, donde los
vecinos pasaban a comprar y conversar. Varios recuerdan con
nostalgia la espectacular estufa de fierro, traída de la casa de la
abuela o de familia lejana del sur, o el brasero instalado en la cocina o
en el living, con la incansable agua hirviendo en la tetera rodeada de
los integrantes de la casa esperando la leche del desayuno o el té de
la once. Recuerdan también que después del almuerzo, pasaba el
recolector de huesos, un singular personaje que iba comprando los
huesos de animales y otros residuos que se acumulaban en la casa
10
para la reutilización y el reciclaje. A la mañana, el dulce sonido de la
flauta de pan anunciaba al afilador de cuchillos, y un potente
mot’meeeey a la tarde noche los tentaba con un mote calientito y
pelado al medio.
“Oscurecía y salía [el vendedor de motemey], cuando bajaba
el sol. Porque como tenía un farolito, no podía pasar de día.
Esperaba a las ocho y aparecía. Nosotros cuando chicos le
teníamos miedo porque nuestras mamás nos decían que si
no nos comíamos la comida nos iba a mandar con él .”
(Ricardo, vecino y almacenero)
Las mulas se llevaban la basura, y abastecían de leña y otras
cargas a los hogares. Así fue como el burro Mateo se ganó el cariño
de los vecinos, especialmente de los más antiguos y de los ligados al
trabajo en la feria y en el Cardonal. Se dice que antiguamente, los
cargadores de caballos del Mercado llevaban los productos
encargados a las verdulerías del Larraín -como la de los hermanos
Leiva; y luego de entregar el encargo los hombres subían a descansar
los animales a la otrora baldía Cancha de Las Pitas. En ese intertanto
aparecían las cañas de vino y las cuchillas, formándose una riña que
era tan violenta como ágil y técnica, en que los luchadores lucieron
más de una vez una puntada mientras algunos vecinos se
amontonaban para apostar por quién sería el ganador.
“Era una costumbre antigua que venía de los tiempos de la
colonia (…). Yo era chico y me tenía que entrar, pero igual las
veía desde la ventana. Tenía su atractivo también”. (Don
Gilberto, vecino)

Ya hacia los años 40 un grupo de trabajadores ligados a la


actividad ferroviaria llegó al Larraín construyendo sus casas cerca de
la Escuela 36-37 de Valparaíso y en lo que se conocía como los cerros

11
Recreo y Rodríguez, transformándose en ejemplo vivo de la notable
historia de la construcción de la vivienda en Chile.
En 1906 la Ley de Creación de Consejos Habitacionales Obreros
había inaugurado ya la historia de la construcción de la vivienda como
política de Estado dando cuenta de la necesidad y demanda de un
plan habitacional para los trabajadores migrantes venidos del campo
que se encontraban viviendo en conventillos, en casas de adobe, y en
general en modelos rurales de autoconstrucción; 6 en el caso de
Valparaíso justamente en los cerros. Si bien esta ley estuvo vigente
hasta 1925, marcó el accionar del estado respecto a los derechos de
los pobladores a tener un lugar donde vivir, y fue un precedente para
la primera versión de la Ley General de Urbanismo y Construcción.
A la par, el implacable movimiento de los trabajadores empujó el
desarrollo de políticas sociales que dieron piso a organizaciones
laborales que buscaban conseguir beneficios en sus respectivos
rubros. Fue así como en la época del gobierno de Jorge Alessandri los
empleados ferroviarios se coordinaron a través de cooperativas con la
antigua CORHABIT7 e iniciaron la construcción de la Población Carlos
Condell, más conocida como la Villa Ferroviaria. La villa, valorada
ampliamente por su arquitectura y significado para la organización
laboral, consiste en 192 casas de dos pisos pareadas en grupos,
construidas entre 1944 y 1946 entre las calles Santa Justina y
Eduardo Jenner. Su tipología es la del block social, y están
emplazadas en la “Zona de Conservación Histórica de los Loteos

6
Millán Millán, P ablo. Los planes de reconstrucción de V alparaíso tras el terremoto de 1906: La
búsqueda de modernidad en el trazado urbano. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias
Sociales. Volumen XX. 15 de Agosto. Barcelona, 2015.
7
Corhabit (Corporación de Servicios Habitacionales) es una antigua institución que se unió a ot ras
tres instituciones (CORV I y CORMU, formando el actual Ministerio de Vivienda y Urbanismo y el
Servicio Regional de Vivienda y Urbanismo –SERV IU).
12
Fundacionales de los Cerros del Anfiteatro”.8 La particularidad de su
arquitectura recae en el modo en que se agrupa cada hogar: pareado
y de frente, formándose pasajes que guardan cierta intimidad entre los
vecinos que por supuesto se conocían ya desde el trabajo y la
convivencia en otros logros conseguidos por ellos, como el Mercado
Ferroviario o el Hospital, ambos ubicados en el Cerro Barón, donde ya
vivían muchos de los otros ferroviarios desde tiempos más pretéritos.
Por la trayectoria común en sus logros organizacionales,
laborales y sociales, se fueron entrelazando hasta alcanzar incluso a
sus familias, lo que condujo a la tradición de pasar fiestas, salir de
paseo, entre otras costumbres que se mezclaron rápidamente con las
del resto de los vecinos del Cerro Larraín. Sus tendencias políticas
eran por cierto variadas, concentrándose principalmente entre
socialistas y demócratas cristianos. Aún así, los vecinos cuentan que
sus actividades más recurrentes constituyeron más bien reuniones
sociales para juntarse a jugar brisca, ramis, dominó y otros juegos de
mesa en la Sede Social Carlos Condell. La generación de hijas e hijos
de los ferroviarios creció dentro de sus afianzadas relaciones, las que
se fueron expandiendo en la amistad con las otras niñas y niños que
habitaban ya el lugar. Entre sus pasajes se intensificó la costumbre de
los apodos, haciéndose ecos con un llamado al Maní Maní, o del que
pasó a buscar al Care Tuto, de quien fue a conversar con el Mona
Chita o contarle algo al Mudo. El asunto es que a todos en el Cerro les
llamaban Cara de alguna cosa y todos tenían un apodo.

8
Pajarito, Hugo. Villa Ferroviaria, Cerro Larraín. Caso de Estudio. Taller de A rquitectura Escuela
de Arquitectura y Diseño, P. Universidad Católica de Valparaíso. Valparaíso, 2014.
13
_____________________________
Fiesta Ferroviaria celebrada en Cerro Barón a finales de los 40’s-

II. “Antes la gente era más unida”. El arte de convivir.


En el Cerro Larraín hubo quienes vinieron desde las ciudades
del valle del Aconcagua, mientras que otros migraron desde más lejos,
de otros territorios, países y continentes, de Perú y de Italia, cada cual
con sus diferentes saberes aprendidos en las experiencias sociales y
económicas vividas quien sabe dónde y cómo; estableciéndose
mezclados entre enrevesadas calles de piedra y tierra, atravesadas
por escaleras que lucían muy diferentes a como lucen ahora. Pese a
las diferencias entre sí, lo cierto es que muchos de ellos llegaron a
establecer lazos a través del trabajo cotidiano en sus barrios,
conociéndose (es decir, sabiendo quiénes eran los otros) y
14
compartiendo en el diario vivir las alegrías, las angustias, los conflictos
y la solidaridad. Todos comparten la idea de que “antes la gente era
más unida” y se recuerdan de cómo la pasaban juntos de alguna u
otra forma.

“Mi mamá trajo a vivir a una abuelita que quedó sola, también
recibió a un vecino con su familia que tenía problemas.”
“Había harta vegetación, era muy limpio todo. Las vecinas
salían a barrer la calle, y ahora no sucede eso, la gente tira la
basura, está muy cochino el cerro (…). Creo que es porque las
mujeres hacían eso y después tuvieron que salir a trabajar…
¡Aunque mi mamá igual trabajaba! vendía el diario acá en el
Cerro. Fue para ayudar a su hermano que estaba enfermo”
(Alejandra)

“Ella [su mamá, Elena Torres] siempre estaba ayudando a los


vecinos. Para el terremoto del 65 la gente acudió a ella.” (María
Elena Torres)

“En el terremoto del 85 llegó mucha gente que era de Barón.


Había olla común para la gente que fue hospedada y la gente
del sector ayudó con ropa y alimentos no perecibles”. (María
Eugenia, vecina)

El apoyo mutuo fue característico en las relaciones del Cerro


Larraín y refleja la capacidad de resilencia que tienen las y los
porteños a lo largo de una historia en la que se levantan y vuelven a
construirse, resistiendo los embates de incendios forestales,
cesantías, dominaciones y derrumbes (de quebradas, casas,
gobiernos, modelos políticos y auges económicos). La costumbre de
ayudarse era ley y no hubo vecina que no recibiera o fuera recibida
por otra en momentos críticos. Las mujeres fueron centrales en el
15
cuidado del habitar del Larraín, dándose apoyo entre ellas,
compartiendo tareas, resguardándose las casas, organizándose en
redes.
Cuentan que la gente del Larraín se veía y juntaba después de
los temblores para terminar de pasar el día o la noche dándose
compañía. No faltaron quienes se organizaron para hacer una canasta
familiar, vender una rifa y preparar bingos para ayudar a alguien que lo
pasaba mal con el dinero recaudado. La construcción de la Villa
Ferroviaria les brindó un espacio para realizar estas actividades que
reunían a otros habitantes del sector más allá de los ferroviarios, como
cuando se dispuso la Sede Social para albergar a la gente
damnificada por el terremoto del 71, por ejemplo. Más tarde, cuando la
figura de la sede cambió a la de Junta de Vecinos núm. 9, se permitió
que se fueran realizando cada más actividades sociales que integraran
al espacio y beneficiaran a los demás vecinos del sector,
transformándose poco a poco en un centro de gestiones para lograr
pavimentar las calles, poner luz, reparar infraestructuras, hermosear el
lugar y pasarla bien.

Por cierto, la dirigencia vecinal sobrepasaba las instituciones tal


como sucede ahora, moviéndose solo bajo el sentido común de la
dignidad y la empatía. ¡Cuántos de ellos habrán organizado
completadas, vendido rifas, juntado una caja de mercadería, y
coordinado una cadena de oración y energía para quien padeciera una
enfermedad, o los golpes de la cesantía y las malas e inestables
condiciones de siempre! ¡Quiénes no se movieron para juntar firmas,
para exigir y gestionar una baranda, o simplemente hermosear un
sector del Cerro! La mayoría permanece anónima, sin embargo, cada
uno de los vecinos en su memoria puede desde ya recordar sus
16
nombres y acciones. Varios de ellos pasaron una temporada en la
junta de vecinos de su sector, en el centro de madres, el centro de
adulto mayor, entre otros. Algunos son especialmente recordados con
cariño por su entrega permanente, la que precisamente trascendió el
paso por la institución, comenzando con el despertar de la conciencia.

La señora Elenita Torres, como cariñosamente se refiere una


vecina, es una de ellas. Como otras mujeres, Elena Ruz, como la
llamaron sus padres cuando nació el año 1919, trabajaba vendiendo
telas, medias y pañuelos, al mismo tiempo que trabajaba levantando
redes de ayuda entre los vecinos. “Era una mujer visionaria” siempre
movida por su gran capacidad de gestión y logística, la que disponía a
quienes la necesitaran para sobrellevar juntos los problemas propios
de la vida. María Elena, su hija, deja entrever que su vida como
“dirigente informal” también tenía que ver con ocupar el espacio, en un
sentido amplio e inclusivo tanto con el género como con el resto de los
pobladores de su sector en el Larraín. La Sede Social ferroviaria
siempre había sido de la usanza de los hombres. Esta causa la hizo
trabajar por formar primero el primer Centro de Madres de Larraín en
el año 1965, seguido de la primera Junta de Vecinos entre 1968-69,
constituyéndose como la número 9 de manera oficial en enero del 71;
trabajo que por supuesto respondió a la acción conjunta de los
pobladores organizados.
Para algunos vecinos, la figura de Elena surge como un
precedente por la búsqueda del bienestar global del sector del Cerro
Larraín, yendo más allá de los ferroviarios. Es cierto que ella era
esposa de un trabajador ferroviario, no obstante, ante todo era una
mujer independiente que veía el reflejo de su historia en la de otros

17
vecinos que como ella, salían adelante con la entereza inagotable de
los porteños de los Cerros.
Comenzó como una dirigente “informal” consecuente con su
sentido por la solidaridad y la justicia, el que siempre la condujo a una
activa labor social que la hizo conocida en todo el Cerro. Ya en el
Centro de Madres, al cual bautizaron con el nombre de Teniente
Hernán Merino Correa, visitaban el centro de salud mental de San
Felipe, y el hogar de menores de carabineros ubicado en Playa Ancha
cada aniversario. Cuenta nuestra vecina Ruth que el Centro de
Madres constituyó un grupo de apoyo entre las mujeres que se
organizaban para aprender diferentes técnicas manuales, y por
sobretodo, relajarse y distenderse de la vida dentro de la casa. Sin
embargo, Elena era una mujer inquieta, lo que la llevó a participar
también de la formación del primer jardín infantil en el Larraín en La
Parroquia del Pilar en los años 60s, donde luego trabajó unos años
como directora. Se trataba de un jardín gratuito que surgió como una
iniciativa de los padres josefinos de Murialdo, padrinos del Colegio
Leonardo Murialdo, con la conducción especial del padre Ferrucho.
Éste facilitó a las familias por bastante tiempo el cuidado de menores.
Es que la señora Elena también fue una mujer muy católica; y fue por
ello que muchas de sus obras mantenían un vínculo con la iglesia, en
particular con la iglesia de los italianos josefinos de Murialdo, a
quienes dedicó la educación formal de sus hijos tras el incendio de la
Escuela 36-37.
No obstante, para la señora Elena, la autonomía de las personas
frente a la manipulación de las cúpulas era un tema de gran
importancia a la hora de organizarse. Ejemplo de ello fue que el
Centro de Madres permaneciera con esa figura jurídica, pese a la
invitación hecha por parte del gobierno militar a formar parte de CEMA
18
Chile, en donde habrían podido acceder a talleres de manipulación de
alimentos, costura, entre otros cursos ofrecidos por el gobierno militar.
“No aceptaron porque no querían tener ningún vínculo con la
dictadura. (…) Te daban la lana, te daban género, ofrecían
muchos cursos gratis. Pero no quisieron tener parte de.” (Sra.
Ruth, vecina).

_____________________
La señora Elena junto a las párvularias, niñas y niños de Larraín. Fotografía 60s.

Participar en los cursos quedó a voluntad de las integrantes, sin


embargo, las vecinas allí reunidas prefirieron permanecer como una
institución autónoma sin cambiar el nombre, aunque eso significara no
poder participar de todos los talleres ofrecidos por el estado. Lo mismo
ocurrió con el resto de las instituciones vecinales.

19
Sea como fuere, el caso es que el cariño y el respeto hacia la
señora Elena fueron creciendo con el paso de los años. En el día de
su funeral, la parroquia del Pilar estaba repleta de gente de todos los
lugares. Vecinas, vecinos, amigos, familiares, compañeros suyos del
partido demócrata cristiano, y sus cercanos de los partidos de
izquierda, todos, llenaron el lugar para acompañar a la señora Elena
en su último día en el Cerro Larraín. Decenas de personas
amontonadas en vehículos ocuparon toda la calle y se fueron cerro
abajo hasta el cementerio de Playa Ancha, internándose en el plan
mientras agitaban sus pañuelos blancos en el desfile interminable de
su despedida.
“No nos quedamos en la rabia”.
Señala su hija María Elena cuando se le pregunta por la mayor
influencia de su madre en su vida y en la de su familia. Ella hacía lo
que se proponía, no era una mujer que esperara que la oportunidad
llegara, Elena la construía a pulso con el sentido de la responsabilidad
colectiva, ayudando, mejorando el entorno, trabajando por el otro;
yendo más allá de la rabia o la indignación y sorteando los obstáculos
en la búsqueda de nuevas opciones y nuevos horizontes.

Lógicamente, el proceso de inclusión de otros sectores al trabajo


de la junta vecinal fue lento y complejo. Lo que parece el desarrollo
ideal de la unión barrial, en realidad no ha dejado de tener conflictos
que se han transformado con el paso de los años. La calle Santa Rita,
por ejemplo, fue la última en tener luz y en ser pavimentada ya en los
2000, y por un largo tiempo algunos vecinos sintieron cierto
aislamiento por las diferencias económicas. Lamentablemente, este
sentimiento se fue acentuando con el crecimiento del microbasural que
emergió tras el incendio de la Escuela 36-37. Por otra parte, lo que
20
para algunos se trató de un primer paso respecto a la integración de
los pobladores con mayores trabas económicas a través el Programa
de Empleo Mínimo y el Programa de Ocupación de Jefes del Hogar,
políticas de empleo implementadas en dictadura bajo el Ministerio del
Interior y que requirió de la logística de la organización vecinal, para
quienes trabajaron en éstos representó una experiencia más del
trabajo precario que abunda en el país, cuyos irrisorios sueldos y falta
de pagos previsionales demostraron la falta de dignidad con que se
abordan los problemas de la cesantía.

Fue con don Manuel Ibarra, otro dirigente vecinal que las y los
vecinos recuerdan con cariño y gratitud, con quien se abrió paso al
desarrollo de esos sectores que aún faltaban por incluir y trabajar. Tal
como con otras dirigencias, don Manuel Ibarra fue un hombre versátil y
cercano que estuvo presente en diferentes escenarios imprescindibles
en el Cerro Larraín. Se educó en la Escuela 36 donde completó su
único ciclo educacional, la enseñanza básica. No obstante, era un
hombre que se caracterizaba por estar siempre informado, lo que junto
a su personalidad le daban liderazgo. Leía el diario todos los días,
como señala Ximena, quien lo acompañó en sus últimas andanzas de
dirigente como su mano derecha, y con quien entabló una fraterna
amistad vecinal. Cabe destacar que don Manuel y su señora, doña
Genoveva, mientras Ximena construía su casa, la invitaban a almorzar
constantemente como forma de cooperarle y acogerla. Comenta otra
vecina que,
Don Manuel era una persona súper correcta y amable. No tenía
horarios para darte certificados. Él daba su certificado en su
casa, ibas a las 10 de la noche y te ayudaba. Te prestaba el
salón de tal hora a tal hora. Inclusive mis hijas, con la mayor mía,
iban a hacer show ahí, ellas les pedían la llave, y él se las
21
pasaba con la nieta de la señora del pasaje. (María Eugenia,
vecina sector Santa Lucía)
Don Manuel fue un habitante del Larraín de toda la vida, había
llegado con sus padres; y cuando junto a su esposa tuvieron a sus
hijos, los pusieron a estudiar en la Escuela 36 también. En ese período
don Manuel y la señora Genoveva eran buenos compañeros en la
“dirigencia informal” dentro del Cerro; ella fue la presidenta del curso
por varios periodos mientras él tomó la presidencia del Club de fútbol
amateur, Wilson. Allí permaneció largos años ayudando a los más
jóvenes a iniciarse en el fútbol y a tener parte de la historia de unidad y
apoyo que identifica a los clubes deportivos del Cerro. En el club
dirigió a los caturritos, y fue dirigente por un apasionado y largo
periodo. Y por lo que relatan las vecinas fue también así mientras
trabajó por sacar adelante a su sector cuando fue presidente de la
Junta de Vecinos, donde procuró incluir entre sus proyectos a los
sectores que aún no habían sido integrados, como Santa Rita y parte
de Los Hermanos Clark, y donde continuó con la extensión del uso del
espacio de la Sede para el resto de los pobladores del Cerro e incluso
de otros cerros, como para el terremoto del 2010 en que don Manuel
hizo de la Sede un centro de acopio en que se juntó agua, ropa,
alimentos no perecibles y enseres, al igual que cuando fue el incendio
que afectó a Valparaíso el año 2014.
Constantemente preocupado también de integrar a los niños a la
vida comunitaria como la que él conoció, con quienes continuamente
compartió la idea de salir adelante, ya sea a través del trabajo en
equipo en la cancha (y en la vida), trabajó arduamente por la
reconstrucción de espacios, como el microbasural formado tras el
incendio de la Escuela 36-37, en áreas verdes que pudiesen ser
lúdicas y educativas a la vez.
22
Hasta el final hizo de todo, siempre quiso juegos pa los niños.
Luchamos harto los dos hasta última hora. (Señora Genoveva)

Así fue que con Ximena se pusieron de acuerdo para ir a Bienes


Nacionales y conseguir el espacio para que se continuara con el
trabajo de remoción de basura amontonada entre los escombros del
otrora establecimiento educacional, y se siguiera construyendo Parque
Escuela 36 en que Ximena ya estaba trabajando.
“mi marido consiguió la escuela para hacer esto para los niños. Mi
marido quería un container, ahí quería hacer un gimnasio para gente
mayor”. (Señora Genoveva)

La señora Genoveva se emociona al relatar cuando nombraron a


don Manuel Ibarra, hijo ilustre de Valparaíso, recordando la fiesta que
se le hizo en el teatro, con el alcalde y otras autoridades; y repasa
también el trabajo que hicieron juntos mientras estaban en la dirección
de la Junta de Vecinos.
“Hacíamos fiesta, hacíamos once. Venía hasta el alcalde. Una
vez fuimos a una fiesta donde estaba el alcalde en Barón, y nosotros
andábamos vendiendo una rifa, porque no teníamos cocina, no
teníamos platos. Nosotros pusimos de premio una cafetera, y de
primer premio una juguera. En esa fiesta el alcalde ofreció comprar
las cosas. Después les conté a las señoras, y una me dijo ‘qué bueno
que te conseguiste todo’, y preguntó por la plata de la rifa que ya no
se iba a gastar. ‘La plata de la rifa la voy a ocupar para comprar un
tubo de gas, una cocina, y el resto, té café y azúcar para la once ,
para comprar cera’.

23
Y se hizo, y una vecina nos regaló la cocina así que ocupamos
la plata para arreglarla.” (Sra. Genoveva)

________________________
Fotografía de don Manuel Ibarra en calle Juan Espejo, 1968.

Otras personas ampliamente recordadas por buena parte del


Cerro Larraín son los sacerdotes josefinos de Murialdo. Destacan que
su mayor influencia reside en su dedicación a la educación de los
pobladores, ofreciéndoles una oportunidad de estudiar a bajo costo.
Fue con ese propósito con el que se construyó en 1963 el Colegio
Leonardo Murialdo en honor a su patrocinador, quien fue canonizado
el año 1970. El establecimiento, que primero contó con ciclos de
enseñanza básica hasta 6to básico de acuerdo a la Ley de Educación
24
de ese entonces, hasta incluir la enseñanza media humanista-
científica en 1989, siguiéndola la enseñanza técnica, y la educación
vespertina para jóvenes adultos con el fin de completar la básica, vio
pasar por sus aulas a cientos de pobladores de Larraín, y los
hermanos cerros de Barón, Rodelillo y Polanco.9 Muchos estudiantes
que perdieron su escuela con el incendio de la Escuela 36 iniciaron su
educación en el Murialdo. Otra buena parte de ellos continuó su
educación en la Escuela 70-71 de Barón y en la 66-77 que
antiguamente estaba en Mitre con Santa Lucía, y hoy en Polanco.
Los vecinos de Larraín recuerdan al padre Narciso, al padre
Ferrucho y a los padres Luis, Dante y Vicente, quienes estuvieron
presentes en cada manifestación católica de los habitantes del cerro,
sea en las procesiones, las misas o en la Quema del Judas.
Esta última actividad era celebrada cada año con una procesión
que acompañaba al Judas a dejar una carta para las familias y
personajes del sector
“Cada sector tenía su quema, y era tan anecdótico. El Judas se
quemaba, pero antes se le escribía una carta en que se le
ponía el comportamiento de las personas y las familias. Por
ejemplo, si a alguien le gustaba tomar, le gustaba el traguito, el
Judas le dejaba una botella de vino tinto o blanco. Era una
tradición.” (Ricardo, almacenero y vecino)

“Había grupos que se hacían en el cerro. Uno que se hacía en


el pasaje Fresia, Santiago Ramírez, Linacre. En la calle San
Benito. En la plaza. El Judas iba con el testamento heredando
su ropa, los zapatos, la camisa, todo, a fulano de tal. Y pasaba
de mano en mano una botella con una carta cada año diciendo
a quién le tocaba al próximo año.” (María Eugenia, vecina)

9
Historia del colegio Leonardo Murialdo. Disponible en:
https://www.murialdovalpo.cl/index.php/colegio

25
La unidad vecinal es algo que se construyó en cada actividad
realizada, viviendo en ese instante de acción, de compartir y en el
fondo, de simplemente vivir juntos una época que tenía tanto para
hacer. Y a pesar de que el tiempo, las desgracias y las constructoras
hayan hecho desaparecer algunos de los espacios comunes de los
habitantes del Larraín, otros aún sobreviven a punta de esfuerzo, y los
que ya no están lo hacen en el recuerdo. En el Larraín los pobladores
tenían sus lugares de encuentro, esos en los que se terminaron
uniendo de tanto toparse pololeando en el bonito paseo que iba de
Linacre a Taiba, y de verse en las procesiones vivas y la quema del
Judas de la Parroquia del Pilar, o bien, en la misa del derrumbado
convento de las Carmelitas Descalzas, a la que los vecinos acudían
curiosos cada domingo a la misa de las ocho para intentar ver a
alguna de las míticas monjas que confeccionaban desde su ropa hasta
la hostia, y cultivaban sus alimentos para no salir a la calle y vivir en
claustro total. El primer lugar que une a los del Larraín es el pasaje, la
calle, la esquina donde más chicos jugaron a tirarse en chanchas o
carretas, al luche, a las bolitas y a la cuerda. Inventando historias
como la del “cabeza de chancho”, que vendría por aquellos que se
quedaran hasta tarde en la calle.

También se unieron de tanto pelusear en los Carnavales de la


Plaza Santa Margarita. Los jolgorios que causaba la verbena de los
carnavales eran conocidos por todo Valparaíso; de todos los cerros
vinieron a cantar con Luis Zavala y bailar con la Huambaly, Los Blue
Splendor y Los Rambles. Hasta hubo quienes conocieron a su marido
o a su esposa en medio de la jarana.
“Nosotros veníamos de Santos Ossa con mis hermanos y
nuestros amigos (…) acá conocí a mi marido, venía mucha

26
gente, y las calles se repletaban. Era una romería.” (Sra.
Chavelita, vecina sector Recreo y Rodríguez)
Las vecinas que hoy se juntan en la plaza a tomar el sol de la
mañana, cuentan que los primeros carnavales fueron organizados por
la Junta de Vecinos núm. 8, en los tiempos de don René por allá a
finales de los 50. El otro carnaval importante era el de la Challa,
organizado por los vecinos del Cerro Polanco y cuyo desfile, con
carros alegóricos y todo, pasaba por el Larraín. Hubo otros
organizados por el Club deportivo Linacre, los que duraron cerca de 7
años tomando lugar cada sábado y domingo. Ellos solían poner
música en la plaza Santa Margarita, la que dicho sea de paso, estaba
cercada, rodeada de árboles y tenía una pileta con peces en el centro.
En aquellos tiempos la cuidaba un caballero que vivió en la casa de
madera que hoy acoge a la Junta Vecinal Recreo y Rodríguez. Para
los carnavales, a un costado de la plaza donde está la junta de
vecinos, se colocaba la entrada. Los que pagaban podían entrar a la
plaza que estaba ordenada con mesas que dejaban una pista de baile
frente al escenario, para presenciar en una posición privilegiada la
coronación de la reina electa junto al rey feo. Adentro y afuera de la
plaza vendían vino, tragos y comida. Todas estas actividades que
todas las vecinas y vecinos del Larraín recuerdan con entusiasmo y
cierta nostalgia de tiempos más divertidos, le dieron una chispa al
Cerro que reflejaba para ellos un periodo de auge caracterizado por la
unidad. Los carnavales duraron casi dos décadas y siempre se
realizaron pensando en recaudar fondos para sus proyectos, ya fueran
de la junta vecinal o para financiar a los clubes deportivos, dándole
también el espacio a otras pobladoras para hacer lo suyo y aprovechar
la vendimia de la fiesta.

27
“Yo era chica cuando acompañaba a mi mamá a vender challa
acá afuera de la plaza. Nosotras la hacíamos.” (Sra. Ana,
vecina)

Aquellos vecinos que llegaron antes que todos, se acuerdan de


inmediato de La Cancha de Las Pitas, uno de los lugares preferidos
para ir a pasear y jugar. Cuentan los vecinos que así como los
cargadores y lecheros llevaban los animales para pastar, también ellos
iban de paseo con la familia o a jugar con los amigos. Es que antes,
en la Cancha de Las Pitas estaba la garita de las micros rodeada de
puras quintas. Por supuesto, en esos momentos la vista hacia el plan
estaba adornada de los volantines que habían confeccionado los niños
con los coligües recolectados allí mismo horas o días antes. Y si no los
hacían ellos mismos, el señor Alegría los confeccionaba también
durante todo el año preparándose para la temporada de sol de la tarde
con viento, por ahí por septiembre, y así ofrecer a la gente los mejores
ejemplares de su trabajo para competir. Y si no, don Keno también
hacía volantines que vendía en la “Media Luna” en calle Santa Clarisa;
hay vecinos que aseguran que los suyos eran los mejores del barrio.

Así como en los prolíferos negocios, donde hubo una fábrica de


condimentos, una de cartones, panaderías, lecherías, la heladería Sky
en Santa Lucía y fuentes de soda como El Yate, los pobladores del
Larraín se toparon infinitas veces en La Palma. Este sector, cuya calle
principal desde su pavimentación en 1970 se conoce como Eloy
Alfaro, lleva este nombre en honor a una espléndida y robusta palma
chilena que data de antiguos tiempos en donde la familia de Diego
Portales vivía en la Quinta Portales, a los pies del Cerro Larraín
durante la primera mitad del siglo XIX. Antes de ser hoy la Escuela
Uruguay, el terreno una vez donado a la municipalidad de Valparaíso,
28
perteneció por un largo periodo (más de 100 años) al Orfeón de
Carabineros y a la Sexta Comisaría del Almendral, la misma que sería
parte del levantamiento revolucionario, conocido como la balacera de
1973; hecho que contaremos más adelante.

______________________
Fotografía de principios de siglo XX de La Palma y la 6ta Comisaría El Alme ndral 10

Asimismo la Escuela 36-37 de Valparaíso fue un espacio que


reunió a muchos. Desde el sector de Recreo y Rodríguez, hasta Santa
Lucía, varias generaciones pasaron por aquella casona colonial de

10
Disponible en:
http://www.australosorno.cl/prontus4_noticias/site/artic/20071119/pags/20071119134721.html

29
madera tallada vistiendo las tradicionales cotonas azul y blanca. La
cercanía con la casa acercaba a los pobladores entre sí, a propósito
de la intimidad que produjo habitar este espacio cotidiano en que se
encontraron madres, abuelas, padres y niños, cada mañana, cada
reunión, y en cada esquina del camino. A veces todavía se encuentran
las ex compañeras, una del sector de Santa Lucía y otra de Atacama,
en el negocio, y se recuerdan de aquellos tiempos en que
“todas éramos iguales, cuando una es chica, somos todos
iguales. Los pobres, los ricos…” (Sra. Rosa, sector Recreo y
Rodríguez)

Esta casa colonial, a la que iban los niños por la mañana y las
niñas por la tarde, es recordada con claridad y añoranza por los
hermanos Pedro y Justo. La describen con entusiasmo y de memoria
repasando cada detalle, tal como si estuvieran en ella. Podían entrar
por la escalera de Santa Rita o por la de la escalera de Santa Lucía, y
atravesar su patio grande e internarse en el subterráneo. A veces de
puro pelusas los más chicos del barrio iban a ensuciarse a esa
especie de túnel que todavía está en el muro, justo detrás de la
antigua cancha de fútbol (donde hoy está la huerta de Parque
Escuela). Ahí al lado de esa casa roja de tres pisos que se erige desde
el costado de la canchita, donde Pedro vive y Justo vivió, había otra
construcción del mismo estilo.
En la Escuela no faltaron los vecinos que se escaparon y se
fueron a dormir una siesta a la casa, o a echar andanzas por la
quebrada, en esos tiempos donde la señora Gabriela Cepeda era la
directora y su hermana Rosa, la profesora. Sin embargo, lo que hasta
mediados de siglo lucía como una bella casona, con el paso del
tiempo se fue deteriorando, y ya en el 74 la diferencia entre la gestión

30
educativa municipal del Cerro Larraín y la del plan de Valparaíso,
empezaba a notarse.
Era bonito, aunque un colegio de barrio, porque en los
Cerros los colegios no son los mismos que en el Plan. Yo
después me fui al Barros Lucos, ese colegio era bonito
(exclama la Señora Rosa).

Hasta que en el verano de 1975, un incendio arrasó con la


escuela y la casona de tres pisos. “Ahí cuando se quemó fue un
desastre grande.” (Vecina, sector Santa Lucía). A este hito volveremos
más tarde.

Otro lugar que los pobladores recuerdan con cariño como punto
de encuentro y unión, es ese lugar lejano al que solían arrancarse en
la micro del vecino de arriba para pasear y pasarse todo el día
peluseando en Manzanares, Puente Colmo o Curacaví. Un día, quizás
en los setenta, alguien de los ferroviarios propuso organizar partidos
de fútbol entre los vecinos para ir a enfrentarse a unos conocidos en
San Felipe. De allí se pasaron un buen tiempo visitando junto a la
familia, los del Larraín a los del San Felipe y viceversa.
“cuando nosotros íbamos para allá ellos nos esperaban con
empanadas y asado, lo típico de allá, así que cuando ellos
venían, nosotros los recibíamos con pescado frito y mariscos”
(Don Luis)

Sin lugar a dudas, La Cancha La Laguna ha sido un lugar de


importancia clave e indiscutible en toda la historia del Cerro Larraín,
aunque no pertenece a su territorio. Lo que antiguamente constaba de
un terreno pelado atravesado con unas zanjas en que corrían en
ocasiones el agua lluvia y en otras hasta aguas servidas, ha dado
31
espacio a la recreación al aire libre de los habitantes en sus más
diversas formas a lo largo de las generaciones. Dicen que el terreno
pertenecía a Eduardo Coutiño Jensen, desde La Palma hasta La
Laguna, y que al costado de la cancha empezaba un caserío que se
extendía hasta llegar al Plan. Cuenta un vecino, que recién el año
1951
“la municipalidad compró el terreno en aproximadamente cien
mil pesos (de ese entonces), en donde se pagó un pie de 31
mil y dos cuotas de 33 mil.” (Leonardo, dirigente deportivo)

En tiempos más antiguos, casi todos los años se ponía un circo


en que una parte del espectáculo circense consistía en peleas de
boxeadores que retaban al público a pelear y a apostar. Pasó que un
día el tío de don Miguel, que se había entrenado en el servicio militar,
y que llegó a ser campeón del regimiento de Arica, aceptó la pelea y
apostó por sí mismo incitando a los suyos a hacer lo mismo. El
problema fue que el tío de nuestro vecino ganó la pelea dejando nock
out al luchador del circo; y la gente del circo no quiso pagarles el
premio de la apuesta armándose otro boche.
En La Laguna también se organizaron espectáculos de música
en vivo, como la presentación que hizo Sol y Lluvia en los ochenta.

Pero su concurrencia es anterior, y tiene relación con cuando a


La Laguna se vino a instalar la cancha Manuel Guerrero Uribe, nombre
dado en homenaje al arquero porteño que galardonó a La Cruz, antes
de su debacle luego del ingreso de Everton a la Asociación Central de
Fútbol, y que en 1920 jugaba por la selección nacional en el
Sudamericano, disputando el juego en la cancha del Valparaíso
Sporting Club. Este hecho marcó un hito en la orgánica del fútbol
amateur, y de todo el habitar de los pobladores de los cerros orientes,
32
ya que alberga hasta el día de hoy a la Asociación Barón de Fútbol
Amateur; lo que le ha dado una relevancia y paso obligado para
quienes visitan los Miradores de Las Delicias.
Como era de costumbre, los más chicos iban a jugar allá y
cuentan, ahora ya de grandes, que en el terremoto del 71 se abrió la
cancha. “El terreno se separó así un tanto”. En ese momento se
estaba jugando el Apertura, y
“Habíamos ido a ver a los que conocíamos que estaban jugando.
Al Víctor Torres, al Nano Oliva y al Chipo. Estábamos todos en la
cancha (...) Me asusté tanto, venía corriendo del cerro cuando
veo que la tierra comienza a partirse. Se separó así tanto”. (Don
Gilberto)

En esos tiempos también los pobladores de Barón y Larraín


recuerdan que una acequia pasaba por ahí, entre la cancha y el
caserío que se extendía. Este curso de aguas servidas, lo llamaban el
33
petróleo, y representaba un escollo para los primeros jugadores que
comenzaron a jugar en La Cancha de La Laguna, ya que nadie quería
caer allí dentro mientras jugaban. También varios señalan que su
nombre de pila, corresponde a la concentración de agua que había a
veces en el terreno, que era puro relleno, formándose una pequeña
laguna. Sin duda, el contraste entre como partió la cancha y como luce
actualmente refleja el trabajo arduo y la pasión incansable de los
habitantes que más recurrían (y siguen yendo) a este lugar.
Especialmente, los dirigentes deportivos, los que recuerdan con
orgullo la superación de aquellos tiempos llenos de dificultades.

Lo cierto es que nadie quedó sin organizarse, y cada cual lo hizo bajo
sus propias prácticas.

III. El fútbol amateur en el Cerro Larraín y la dirigencia deportiva


No es para nada desconocida la importancia permanente que tuvo el
deporte, y especialmente el fútbol, para la vida en el C° Larraín.
Siempre está presente en los comentarios de los vecinos, tanto para
quienes habitan hoy estas calles, como para quienes las habitaron
ayer. Fue el deporte uno de los motores de la organización social que
ofreció -a vecinas, vecinos y sus familias- momentos de encuentro en
el cerro mismo, de compartir y ayudarse en el día a día. La aparición
de los primeros clubes de fútbol amateur en los años 30´s marca
bastante la pauta, fenómeno que implicó también un vínculo deportivo
que ha conectado socialmente a los cerros del cordón oriente de
Valparaíso. Larraín no estaba solo, y hacia ambos lados vecinos de
otros cerros se organizaban en torno al fútbol. Cuando se crea
la Asociación Barón de fútbol amateur por ejemplo, la integraron
34
clubes de los cerros Barón, Lecheros, Larraín, Rodelillo, Molino,
Polanco y Las Delicias. Los números varían, pero en total se llegaron
a contar alrededor de 18-19 clubes. No es un número pequeño, se
registraron casi 4mil deportistas inscritos. Hasta el día de hoy familias,
amigas, amigos y barrios completos se movilizan por los cerros debido
a la misma razón, vinculándose con sus pares de otros lados del
puerto. Sólo tomando el fútbol como referencia, se puede observar
que habitar el Cerro Larraín implica más cosas que solo dormir en una
casa del sector.
Para inicios del año 2018, la Asociación Barón tiene un
número de 14 orgullosos clubes, orgullosos de representar los colores
de su club y su vecindario, así como por seguir dando la pelea, con
esfuerzo y constancia para seguir allí, vivitos jugando fútbol. Como
una pelota bien carreteada pero llena de aire todavía. Si hablamos
sobre aquellos clubes históricos del Cerro Larraín, una referencia
obligada es el club Cometa (fundado el 1 de agosto de 1939, y que se
incorpora a la Asociación Barón en 1959). Se mantienen en la
resistencia el Diego Portales, el Club Deportivo Almirante Wilson
(fundado el 9 de febrero de 1949, y que 1985 representando a
la Asociación fue campeón invicto del Campeonato Nacional Amateur),
junto al Club Montevideo (fundado el 1 de diciembre de 1938, el más
antiguo del cerro y además fundador de la Asociación misma).
El escenario y actividad futbolera del Larraín se mezclaba
ya en esos tiempos con los campeonatos de boxeo en Valpo,
organizados por el Club de Boxeo Osvaldo Reyes (ubicado en calle
Eloy Alfaro) donde los guantes de Marcelo “El Viejo Chico” dejaban su
huella. Los campeonatos de Pin-Pón o los tradicionales de Brisca
también estuvieron presentes, además de la relación que tienen los
habitantes de cerros del cordón oriente con el mar. Eran tiempos en
35
que, como ahora pero en mayor cantidad, los jóvenes del puerto, y
especialmente los del sector oriente bajaban a las playas de Placeres,
y cuando se animaban, a las Torpederas. Se sentía la natación a mar
abierto, la que constituía una práctica muy común junto con los
piqueros. Tanto así, que el Chuma, o René “Delfín” Estay, llegó a ser
un nadador destacado en estas playas, y cruzó el canal Chacao en el
sur del país e incluso llegó a ser contrincante y rival del “Tiburón
Contreras” en la década de los 70. Del mismo modo, otro deporte
presente fue el básquetbol con la inclusión de la rama femenina de
Basquetbol del Club Wilson (creada el 16 de febrero de 1942), y a
través del talento de los hermanos Pando que representaron a
Valparaíso en más de una ocasión en el Fortin Prat, y en otras
canchas. Otras disciplinas deportivas también fueron gusto e interés
de múltiples esfuerzos para distintas dirigencias deportivas y vecinales
del Larraín.

36
Sin juegos electrónicos en el teléfono móvil o en la casa de cada
quién, las instancias de juego colectivo se daban en la calle. Tirarse en
carretones por las calles del cerro abajo, haciendo carreras en días sin
tanto automóvil siempre fue emocionante. Imagínenselo… cuidado con
caerse sí. Y a partir de las pichangas callejeras de todos los días, los
clubes de la época se tomaron canchas de fútbol más grandes, como
la Ercilla primero o la cancha La Laguna después. Crearon las
categorías Infantiles y Cadetes en cada club. Pronto las ligas son furor
(el octogonal de fútbol del sábado 15 de febrero de 1975 fue un evento
importantísimo en su momento)11 y convocaron a la familia entera para
apoyar a los más chicos en la mañana, y en la tarde a las ligas Senior
y SuperSenior. Esto puede sonar poco relevante, o incluso normal
para nuestra época, pero cabe destacar que con la creación de estas
categorías los clubes crearon un espacio de encuentro, compañerismo
y de juego para los niños menores de 12 años del cerro, en que
integran al segmento más joven de los habitantes del Larraín a uno de
los motores de convivencia y deporte del vecindario.

Es cosa de ponerle oído a algunas historias de vecinos nomás,


como a los ex-cabros chicos ´cometinos´ del Larraín. O más
recientemente, con las victorias del club Helénico que fue campeón de
la Asociación Nacional de Fútbol Amateur (ANFA), y el club
Montevideo, bicampeones. Quizás para los más pequeños del Larraín
no se siente, pero se respira buen fútbol por los cerros del cordón
oriente de Valpo.

11
El Mercurio de Valparaíso, Edición del 16 de febrero de 1975. Disponible en Bibliot eca Nacional
de Santiago.
37
Algunos recordarán a Leonardo “Pollo” Veliz que llegó a jugar en
Everton de Viña del Mar en los 60´s y Colo-Colo en los 70´s, o Luis
“Pochoco” Acevedo quien salía de la calle Juan Espejo para jugar en
el Club Montevideo de Larraín antes de convertirse en volante
defensivo de Santiago Wanderers y capitán del equipo de Los
Panzers cuando el club ganó su 2da estrella en 1968.

38
IV. ¿Abandono o readaptación? Cuando cesó la participación y se
instaló el silencio

En los albores de los ochenta entre los vecinos del Cerro Larraín
comenzó a sentirse el repliegue de la vida en la calle, ausentándose
cada vez más los momentos de compartir. Las personas dejaron de
sentarse afuera en las escaleras y fuera de los almacenes, y se
entraron a sus casas. El toque de queda hizo a todas las personas del
país acostumbrarse a hacer su vida en privado y dentro de la casa
después del trabajo y de la escuela, puesto que todas las actividades
de la tarde fueron suspendidas. De modo que hasta la actividad
deportiva debió suprimirse, dado que la mayor parte de ella se
desarrollaba a la salida del laburo cuando todos los hombres podían
participar. A esto se sumaron las nuevas condiciones económicas,
políticas y sociales que trajo el cambio abrupto de modelo. La
participación, si la hubo, fue limitada, atomizante y direccionada a
través de las instituciones del estado, por lo cual se fue perdiendo el
carácter espontáneo de la convivencia que había identificado durante
años al Larraín. Hasta los malones tuvieron que ser organizados y
planificados, empezando y terminando muy temprano, o asegurando
que los invitados pudieran quedarse en casa hasta el levantamiento de
la prohibición de estar al aire libre a la mañana siguiente. Por
supuesto, esto no quiere decir que los vecinos hayan dejado de
reunirse, sin embargo, estas reuniones fueron cada vez menos
frecuentes, menos concurridas y más privadas.

Además, la instalación del miedo a la delación, es decir, a ser


delatado, y a verse implicado en algún asunto que pudiera ser
reprimido con la violencia que identificaba al gobierno militar, hizo que
39
cada cual tomara sus precauciones respecto a la convivencia.
Debemos recordar que la crudeza del golpe en Valparaíso fue muy
particular, puesto que fue protagonizado por los marinos que se
tomaron su casa matriz, y por su influencia en la Junta Militar de 1973,
a través de José Toribio Merino.

A ratos, algunos recuerdan antiguos vecinos más cercanos a las


ideas de izquierda; en que tal era socialista, otros eran comunistas y
falangistas, donde estuvieron los que ayudaron a pegar con engrudo
los volantes de UPxAllende, donde hubo los que pasaron en el plan a
apoyar marchas antes de subir a casa, y los que se quedaban
conversando sobre política validando las prácticas de izquierda
mientras jugaban ramis.
Nosotros aquí éramos igual que nuestros papás. Nuestros
papás, en su gran mayoría, no siempre son todos, tú sabes, pero la
gran mayoría era socialista. Pero mi papá al igual que él [apunta a
otro vecino] nunca había firmado nada, se sentía socialista. (Vecino
ferroviario)

No obstante, así mismo recuerdan también las diferencias entre


ellos.

Los que vivían ahí era marinos y eran pinochetistas. Quizás qué
hicieron para esa época. (vecino, sector Santa Inés)

40
Y ciertamente, aunque no todos estaban “metidos en política”, a
la gran mayoría le atravesó el miedo a ser confundido con los
perseguidos. Aunque sí hubo unos pocos que doblegaron el miedo y
se atrevieron a esconder dentro de sus casas a los perseguidos
políticos. Y después del golpe militar, el que comenzó precisamente
durante la madrugada del 11 de septiembre en Valparaíso, con la
fuerza naval tomándose las calles, guardar silencio y recluirse por un
tiempo se presentó como un desenlace tan obligado que se hizo
costumbre hasta hace unos años.

41
Tras el golpe de estado, ciertos militantes porteños del Mir, el
Mapu y el partido socialista sintieron que debían dar una respuesta al
arrebato del poder como muestra de su vigente resistencia. Aquellos
que estaban dispuestos a enfrentarse y que tenían la capacidad para
participar de una acción armada, planificaron (en una riesgosa
coordinación sin comunicaciones y fuertemente vigilada) un
levantamiento contra la Escuela Naval, el Regimiento Maipo, la
Intendencia (actual 1ra Zona Naval), el Diario La Unión, 3ra Comisaría
Norte de Barón, el Gasómetro, y otros nueve puntos.12 Entre esos
nueve puntos, uno era la 6ta. Comisaría de Carabineros del
Almendral, que desde 1886 se ubicó a los pies del Larraín en las
calles Eloy Alfaro y Eusebio Lillo, hasta ceder el espacio para la
Escuela Uruguay.

El diario El Mercurio de Valparaíso señala que una balacera


comenzó a eso de las 19 horas en el sector de Playa Ancha, y que
luego se fueron dando otras de manera simultánea en los puntos
mencionados. El plan ideado el día anterior por los revolucionarios
empezó a tomar lugar al caer la tarde, al mismo tiempo que los
porteños se apresuraban para llegar a casa antes que comenzara el
toque de queda. La idea era entremezclarse con las multitudes en
medio del atochamiento y el revuelo generados terminado el objetivo.
Como parte de ese plan, alrededor de 40 jóvenes bajaron desde el
Cerro Larraín por entre pasajes y calles, y se internaron por la calle
Hermanos Clark rápidamente.

De repente empezaron unos balazos por este sector. Bajó una


fracción, no recuerdo si eran todos del MIR, pero eran como

12
Burgos, José. Revista Faro del Depart ament o de Ciencias de la Comunicación y de la
Información, Universidad de Playa Ancha. Año 5, número 10. Segundo S emestre. Valparaíso,
2009. [Disponible en http://web.upla.cl/revistafaro/ n10/ art12. htm]
42
cuarenta; unos eran conocidos, el que yo conocí era hijo de
ferroviario, y desde la escalera de Los Caracoles se pusieron a
disparar. (Un vecino)

Yo me acuerdo que era de noche, y que sentimos que por la


puerta principal, por los hermanos Clark, golpearon fuerte esa puerta.
Y como no habríamos la puerta…si ya se sentían disparos por todos
lados… se metieron y tiraron la puerta abajo. (Vecina)

En el medio de la confusión entraron personas a la casa de la


vecina y desde su terraza saltaron a los techos de las otras casas,
uniéndose al tiroteo.
Si tú miras, la comisaría está abajo [de la casa]. Nos dijeron
‘escóndanse, escóndanse’, nos hicieron ponernos en el piso de
abajo, y pusimos unos colchones en las ventanas. (Vecina)

Otros entraron por los rieles del ascensor Larraín y se subieron


al techo para disparar desde allí.
y desde el techo del ascensor dispararon a los pacos. Antes eso
abajo era una quinta y había talleres, y los pacos dispararon de
vuelta desde los techos de los talleres. (Otro vecino)

Las fuentes oficiales, como El Mercurio de Valparaíso, señalan


que solo hubo un fusilamiento y muchísimos heridos en todo
Valparaíso. Otra fuente señala que además de ese fusilamiento murió
una niña producto de una bala loca que entró a su casa.13
Empezaron a morir los cabros allí, así que arrancaron y se diluyeron.
Los pacos después pasaron para asustar a la gente por el cerro. La
mayoría de los que participó arrancó después, muchos viven en
Argentina. (Vecino)

Con mi hermana estábamos abrazadas llorando esperando que


pasara. Esa noche después dormimos en el comedor con todos los
13
Ídem.
43
colchones parados, y mi papi puso unas cosas en el suelo y todos
dormimos ahí. Al día siguiente cuando ya pasó todo, salimos a mirar
arriba qué había pasado, y se veían las incrustaciones de las balas.
En la casa amarilla de al lado había muchas incrustaciones, algunas
balas habían pasado la muralla. Si sentíamos las metralletas; era una
guerra, para nosotros fue una guerra, yo tenía como 13 ó 14 años, y
para mí esa cuestión fue una guerra, fue terrible. (Vecina)

No sabemos con certeza si hubo más fusilamientos que el único


confirmado por el periódico, ya sea en Larraín o el resto de Valparaíso;
hemos de tener en cuenta que para la época operaba la censura en
donde todos los periódicos debían ser revisados por la Prefectura
Militar antes de su publicación, por lo que la manipulación y la
información sesgada constituían parte de las prácticas de la prensa de
la época. El artículo de El Mercurio de Valparaíso además relata que
durante el tiroteo fueron ocupadas armas automáticas, cuestión que
no pudo ser comprobada, y que por el contrario, investigaciones
posteriores señalaron que la calidad de las armas utilizadas por los
revolucionarios no era precisamente tan moderna,14 de modo que es
posible reconocer claramente su intencionada alteración. Lo que
tampoco se sabe bien, es si los revolucionarios se hicieron pasar por
carabineros. Según lo que relatan algunos vecinos se puede inferir
que sí,
“Parece que andaban algunos vestidos de pacos…” (Otro vecino
de Larraín)

“Fue eterno ese rato. De repente alguien nos dijo, ya, ya pasó
todo, salgan. Pero yo no sé quiénes eran, sólo sé que eran
hombres, porque yo escuchaba voces de hombres; además como
mi papá no nos dejó verlos... Yo lo que después escuché es que
eran civiles vestidos de carabineros. Todos decían que eran civiles
vestidos de carabineros.” (Vecina)
14
Ibídem.
44
De todos modos, es necesario tener en cuenta que en esos
mismos días hubo otro intento de levantamiento en Santiago en donde
los revolucionarios sí habrían estado vestidos de carabineros y que fue
publicitado en portada en el Mercurio de Valparaíso, días previos.15 Es
necesario considerar esto pues la memoria es selectiva, olvidadiza, y
muchas veces cruza información, es por ello que lo que se recuerda
no necesariamente refleja cómo acaecieron exactamente los hechos.
Además, en ese mismo sentido, y algo que complejiza aún más la
duda, es que en aquella época se comentaba también que algunos de
los propios carabineros, tanto de la Sexta Comisaría como de la
Tercera, querían proteger al derrocado gobierno, y que incluso otros
oficiales como ellos habrían participado de este levantamiento “civil
militante” en otros puntos de Valparaíso, según sugiere el historiador
Jorge Magasich.16
Un vecino de Barón se anima a contar que
“había carabineros y marinos que no estaban de acuerdo con
el golpe de estado y que apoyaban el gobierno de Allende; yo
escuché que habían unos que querían tomarse el cuartel, pero
no sé si participaron ese día. Acá en el Barón también querían
tomarse la Comisaría que antes estaba en otra calle.
Habíamos tenido una reunión y faltaba una para ver el tema
de las posiciones que cada uno tendría. Pero después de lo
que pasó ¿sabes cuántos llegaron? llegaron solo dos a la
reunión.” (Vecino de Barón).

El caso es que después de lo ocurrido, que aparentemente se


extendió por tres horas, carabineros y efectivos de la fuerza naval sí
subieron al Cerro Larraín, Barón y otros cerros de Valparaíso en busca
de aquellos “francotiradores” que lograron escapar. Es más, durante

15
El Mercurio de Valparaíso. Edición del 10 de Enero. Valparaíso. Disponible en Biblioteca
Nacional de Santiago.
16
Magasich, Jorge. Óp. Cit.
45
los días 15 y 16 de septiembre se extendió el toque de queda por 48
horas seguidas, de modo que los vecinos tampoco pudieron comentar
entre sí los hechos vividos inmediatamente.
Curiosamente, gran parte de los vecinos entrevistados
comentaron no recordar este día 14 de septiembre en particular, y más
bien lo relacionan con el ambiente de hostilidad general que se vivió
especialmente los primeros días transcurridos al golpe. Otros
prefirieron no hablar. En todo caso, hay que considerar que los
vecinos que nos relatan cómo fue su experiencia en ese entonces
tenían entre 6 y 17 años, y no estaban tan claros en lo que ocurría.

Me acuerdo del allanamiento de acá de las casas. No sé si


está bien que te cuente porque no somos de política nosotros.
Pero yo me acuerdo que pasaron unos días [después del golpe]
y que viene un camión y comienzan a disparar, eso tengo en la
mente. Todos corrían, pero cuando una es niña una no sabe qué
es un disparo. Mi hermano corrió a buscar a mi sobrina y me
tomó de la mano para traernos pronto a la casa. Después yo
supe que habían allanado las casas, y que de esta cuadra a solo
dos o tres casas no entraron [incluyendo la de ella]. (Otra vecina)

Lo que sí se puede constatar a lo largo de las conversaciones es


que se instaló el miedo y la desconfianza entre los vecinos. Inclusive
era el mismo diario El Mercurio de Valparaíso el que recomendaba a
sus lectores delatar a quienes se presumieran ser poseedores de
armas o que pudieran estar relacionados con los extremistas
terroristas. Además, el ambiente en el Cerro Larraín estaba
absolutamente controlado. Otra vecina nos cuenta que
“donde está el pasaje Fresia (el que ahora se llama
Bombero Toro, parece), ahí había un señor que vivía y era del
MIR. Él en una ocasión salió a disparar por Santa Clarisa, y más
abajo, tú sabes, están los navales, y por ellos había guardias

46
marinos que siempre estaban haciendo guardia. Estaba todo
cerrado con sacos de arena.

Tenían como trincheras, ahí estaban y monitoreaban, y


todo este pedazo del sector (Santa Lucía, Jenner, empezando
por Providencia hasta Huasco) estaba controlado por los
marinos; tenían como puntos estratégicos para que no hubiera
disturbios. (…) Más arriba, donde estaba el convento, adentro
del patio de las monjas, estaba la radio que tenían los milicos por
donde ellos transmitían”

No fue tan heavy acá en el Cerro comparado con el Cordillera o


para allá, para Playa Ancha. La verdad es que no recuerdo
mayores violencias. Sí que los milicos y los marinos encontraron
muchas casas donde hacían miguelitos. Por el lado de ---- había
un profesor que los hacía en su casa, y tiraba las cadenas en el
alumbrado y todo. Hasta que lo descubrieron y lo sacaron.
Después volvió, pero se cambió de cerro. (Otra vecina)

Entonces, de conocerse y vivir juntos pasaron a desconocerse y


vivir individualmente. Los más chicos se quedaron jugando en el
pasaje durante el día, y solo algunos siguieron reuniéndose para
ponerse al día en otros sectores del Cerro lejos de su casa. La tensión
del ambiente era más fuerte, el peso de la noche esta vez se había
instalado Cerro arriba en el Larraín,17 y sucumbían las antiguas ganas
de compartir.
“Yo creo que el cambio tal vez tiene que ver con ‘develar’ las
posiciones políticas. Porque tú ya no sabías quién era el de al
lado.” (Vecina)

17
No como en el siglo XIX en la década de los treinta, cuando la familia Portales vivía en la Quinta
a los pies del Larraín, y Diego Portales, paradójicament e promovía la idea de instaurar la
modernidad, destino dado por la historia que se mueve atraída hacia al progreso bajo una fuerza
providencial bajo una autoridad centralizada, como el peso de la noche que duerme a la ciudad.
47
Se apagó el bullicio, se silenciaron las actividades tradicionales,
los malones, los paseos, y hasta el fútbol amateur por un buen tiempo.
Y estando en ese escenario otra desgracia ocurrió en el Cerro Larraín;
corría el año 1975 cuando un violento incendio consumió la Escuela
36 y 37 de Valparaíso, la misma que había visto crecer desde hacían
décadas a los habitantes del sector, y en donde se quemaron también
varias casas que le circundaban. Era la hora de almuerzo de un día de
verano, al parecer los últimos de las vacaciones, cuando la antigua
casona de la Escuela comenzó a quemarse. En la casa contigua, que
también se estaba quemando, había unos niños que Checho y don
Manuel Ibarra ayudaron a sacar.
“se quemó toda la escuela, habían hartas casas ahí. Se quemó
todo” (Sra. Genoveva)
Cuentan los vecinos que varias casas de allí también
sucumbieron al fuego, y que esos vecinos tuvieron que cambiarse
pues las estructuras perecieron. Al parecer, aunque hay dudas al
respecto, el incendio habría comenzado por accidente con el
volcamiento de un brasero en la casa del lado donde un niño se
encontraba solo. Quienes estudiaban en la Escuela 36-37 también
tuvieron que cambiarse de establecimiento en el último momento para
continuar con su educación. Los que pudieron se cambiaron al Colegio
Murialdo, otro grupo fue trasladado a la Escuela de Rodelillos, y
algunos se desperdigaron por las escuelas del Plan. El cambio para
algunos fue traumático, especialmente para los que se fueron a la
institución básica de otro cerro. Acostumbrados a pasarse a sus casas
en los recreos, a caminar menos de 5 minutos para encontrarse en
clases, y a conocer a fondo todos los recovecos de la escuela, de
pronto estaban lejos de su lugar y rodeados de otras compañeras y
compañeros desconocidos. Fue tal el desánimo y conmoción entre las

48
niñas y niños, que se vio la posibilidad de volver a trasladar a todos los
compañeros juntos a otra escuela más cercana. Fue así como un buen
grupo de ex alumnos de la Escuela 36 y 37 terminaron sus estudios
básicos en la Escuela de Cerro Polanco.

Dicen algunos vecinos que el incendio fue letal, con llamas


insuperables que royeron hasta los cimientos de la otrora bella
escuela. Lo poco que quedó de ella quedó en el abandono de las
autoridades, los que no volvieron a aparecer después de la catástrofe
para hacerse cargo del edificio fiscal y del ornato de la comuna. Al
poco tiempo, la estructura comenzó a ser desmantelada por otros
vecinos que necesitaron usar los materiales que se encontraban allí en
total desuso; se llevaron fierros, maderas, ventanas y ladrillos, hasta
que dejaron solo los escombros. Y entre éstos se fue acumulando la
basura que sin escrúpulos los mismos habitantes del Larraín fueron
dejando; mesas, refrigeradores, lavadoras, sillones, pañales, animales
muertos, y un sinfín de cachureos se fueron apostando entre la mugre
y los ratones, e hicieron del lugar de la escuela un verdadero basural
que se fue pudriendo entre las calles Santa Rita y Santa Lucía durante
años.

Y después de todo, vino la crisis económica del 82 que también


obligó a cambiar las antiguas formas-de-vida. Se plantearon nuevas
urgencias y se develó la inestabilidad económica a la que se nos
sometió con el nuevo modelo a la gente común y corriente, como la
que vive en Larraín y en los cerros del puerto, en la que soportamos
las constantes crisis del sistema, que por globalizado y desconocido
hasta parece una simple excusa. Y a la cesantía, que alcanzó a más
del 26% de la población porteña a mediados de década, se le sumó al
49
final de los 80s la necesidad impuesta de pagar la educación de los
hijos. También hubo un incentivo venido de un nuevo sector de
servicios terciarios (del retail principalmente) que comenzó a
desarrollarse en la ciudad puerto, y que dedicaba puestos de trabajo
especialmente a la mujer. Su inserción laboral implicó que ella dejara
sus trabajos esporádicos e independientes que hasta ese momento le
habían permitido moverse con esfuerzo empero autonomía. Con la
urgencia de pagar las cuentas y parar la olla con el marido en la casa,
varias dejaron la venta de artículos puerta a puerta, dejaron su
pequeña producción textil, su repostería, sus oficios, y se integraron al
sistema laboral con todas las desventajas frente al trabajo del hombre,
por supuesto, bajos salarios y extensas jornadas que no disminuyeron
ni un poco la jornada laboral propia del hogar, en donde se vuelve a
lavar ropa, preparar la comida, exigirle a los hijos hacer la tarea,
servirle el café al marido y otras tareas que más parecen abuso que
muestra de amor. Y dejaron sus casas, y salieron muy temprano a
trabajar al Plan de donde no vuelven hasta la tarde noche. Y de la
gente que siempre las vio barriendo la cuadra y regar las plantas,
nadie las reemplazó para empatizar con sus arduas labores.

La situación de los jóvenes de la familia también se agravó con


la privatización de la educación y la ahora aún más lejana oportunidad
de entrar a la Universidad. Comenzaron los tiempos en donde se
decidía cuál de los hijos iba a estudiar. El futuro tampoco se veía muy
provechoso con el nuevo sistema de pensiones, el mismo al que ahora
podemos ver sus indignantes resultados. Actualmente, los vecinos que
rondan los 60-70 años de vida, sufren la abismante diferencia entre su
pensión y lo que fue su sueldo, así como sienten la impotencia de la

50
duda burlada sobre dónde está la plata ahorrada en ese trabajo al que
le dedicaron 40 ó 50 años de su vida.
“En mi trabajo nos cambiaron a una aseguradora, porque eso
nos aconsejaron que era mejor. Pero ahora, recibo un tercio de
mi anterior sueldo porque ellos dividieron el dinero como si yo
fuera a vivir 110 años (…). Y fui a hablar con ellos y me dijeron
que no había nada qué hacer. Que así era el contrato”. (Vecino,
sector Recreo y Rodríguez)

Por ello, muchos de la generación del 60 y el 70 se fueron del


país buscando mejores oportunidades. Los bajos sueldos, las
constantes crisis, el incremento del costo de la vida, empujaron a los
hijos de los vecinos a irse del Cerro Larraín. Algunos se fueron para
Argentina y Ecuador, y otros se fueron mucho más lejos,
principalmente a Canadá, Suecia y Suiza. Todos en el Larraín tienen
un familiar o una buena amiga que vive afuera en el extranjero, y los
que no salieron del país se fueron a Santiago o a otras regiones donde
su profesión era mejor valorada. Entonces, ahí en las casas del Cerro
quedaron madres y padres, ahora abuelos a la distancia, a la espera
de una visita o de un llamado de sus hijos.
Mi hermano no se fue por política, yo creo que muchos se fueron por
política pero no todos. Mi cuñado se fue primero (…) y mandó a
buscar a mi hermana y su hija. Pero fue porque tuvo la oportunidad y
se fue. Después para el terremoto del 85, la casa de mi hermano
quedó muy mala, él vivía en Prieto en una casa bien antigua, de
hecho tuvieron que vivir acá porque su casa quedó inhabitable. Yo no
sé quién habló ahí, pero mi hermano empezó a vender las cosas y mi
hermana lo mandó a buscar para que se fuera con los chiquillos. Es
que antiguamente, tenían más oportunidades en otros lugares,
porque acá todo era como para los pitucos. Si tenías plata podías
estudiar, había que tener mucha plata para estudiar. (Alejandra,
vecina sector La Puntilla).

51
Un sentimiento de ausencia y un notorio silencio marcó la
migración que tomó parte en el Cerro Larraín durante los ochenta y
noventa. Quienes ahora tendrían entre 40 y 55 años, hoy viven lejos y
solo se les oye cuando vienen con su familia cada verano porteño a
visitar a sus madres, padres, hermanos y viejas amistades; mientras
escapan de lo que fuera un inédito frío cuando partieron y que hoy es
un hielo ya tan aprendido. Pareciera que a todos los actores del
Larraín, hasta hace poco acallados y replegados en sus casas, les
empezó a embargar el consecuente sentimiento de abandono.
Antes venía la municipalidad a mantener el aseo y las plantitas.
Ahora ya no viene nadie, hubo como un abandono. (Alejandra,
vecina)

Del mismo modo, la antigua Casa Quinta ubicada en el sector de


Recreo y Rodríguez, recordada como una hermosa mansión de
hermosas terminaciones e impecable estilo, perteneciente al
acomodado Juan Cevasco, a la muerte de él y su esposa, fue
abandonada convirtiéndose en un irritante foco de basura, donde
también los vecinos, hasta el día de hoy, dejan inescrupulosa e
irrespetuosamente basura de todos los tipos. Esta acumulación de
basura ha provocado un ambiente oscuro en donde una energía llena
de incertidumbre y angustia embarga el lugar. La presencia de árboles
frutales, el crecimiento de alcayotas silvestres y una gran extensión
verde que lucha contra el gris de la mugre, invitan a los pobladores a
apropiarse del lugar. Creen(emos) que constituye una total falta de
conciencia que sus actuales dueños no se hagan responsables de
este espacio que resulta un completo foco infeccioso y de riesgo para
todos los habitantes del sector, que ya ha sufrido incendios a causa
del microbasural, y que por ser privado nada puedan hacer las
instituciones públicas. Cuentan que hasta un par de personas han
52
muerto en este terreno al caer en lo que fue un pozo de agua y que
hoy es una especie de lodazal mugriento que absorbe para siempre lo
que le cae encima. Así fue como cayó el “Pato Jajá” y hasta un caballo
con carreta y todo. Este mismo estado en que se encuentra la Casa
Quinta constituye un constante riesgo de incendios, poniendo en
peligro a todos quienes habitan el Cerro, en especial a las familias que
hoy viven en la parte posterior.
Cuando fue el incendio nosotros fuimos a copuchar para allá. Lo
que se estaba quemando era la basura. Era una cantidad de
basura… (Vecina)

Fue tan patente este sentimiento que un domingo 13 de marzo


del año 1994 en El Mercurio de Valparaíso se publicó un artículo que
llevaba por título, “Larraín: donde el progreso se detuvo”, haciendo

53
alusión a la partida de los hijos, al crecimiento de los microbasurales y
a las frecuentes malas costumbres que se distanciaban (según el
periódico) atrozmente de las buenas costumbres conocidas cuando los
Larraín, descendientes de un tal Juan Larraín, rico del siglo XVIII,
marcaban la diferencia en los otrora influyentes centros religiosos de la
Compañía de Jesús, el Convento de Eusebio Lillo y el Claustro de
Santa Inés, con sus buenos apellidos y parientes de altos cargos en
Valparaíso y en Santiago. Felizmente, la historia del Cerro que
cuentan sus habitantes los tiene a ellos mismos como protagonistas,
por lo que pese a la desaparición de estos dos centros de pureza que
lamenta el ponzoñoso diario, la historia continúa en el esplendor de su
reactivación.

Aún así, muchos de los vecinos no reparan en nombrar la


entrada de las drogas duras, como la pasta, y la televisión, como
factores que también influyeron en el cambio de las dinámicas sociales
en el Cerro Larraín, o que tal vez respondieron a éste. Medio pícaros
se cuenta que antes se veía la marihuana y el vino, pero siempre entre
amigos que se conocían muy bien. No como ahora, en que es común
la coca y la pasta en cualquier parte. Además, dicen, que con la
televisión y los juegos electrónicos la juventud y la niñería ya ni salen a
la calle. El pasar de los años bajo esa rutina, que va de la casa al
trabajo/al colegio, y que se condicionó décadas anteriores, dio cabida
a la soledad, la basura y nocivos estímulos para que deambularan por
las calles del Larraín.
Para varios dirigentes deportivos estos dos aspectos, el
consumo problemático de drogas y televisión, han afectado de manera
particular la actividad deportiva. De los 18 ó 19 clubes de fútbol que
conformaban a la Asociación Barón hasta hace un par de décadas,
54
hoy se cuentan 14. Los clubes han ido cerrando porque mantenerse
se hace una tarea cada vez más difícil; la autogestión se complica, las
donaciones son escazas, los pagos de cuotas ajustados a la realidad
económica de los vecinos, y las continuas multas que reciben los
clubes causada por la ausencia de sus jugadores en la cancha –
muchas veces por la indisciplina del carrete, se suman a una menor
inscripción de cadetes e infantiles en sus filas. Fue por estos factores
que hoy lamentan las y los fanáticos del club amateur la baja del Club
Helénico y el del renombrado Club Cometa, donde ya no existe el club
pero se mantiene el lazo social, cuyos socios se siguen reuniendo en
su antigua sede para compartir, o bien, han transitado hacia otro club
o actividad deportiva dentro del Cerro.
“Yo soy cometino, y cuando terminó el Cometa, mi corazón
murió con él
¡Viva el Cometa!” (El Pío, vecino en El Muro).

Afortunadamente, los clubes del Larraín que sobreviven y


resisten, hoy se destacan por los triunfos que les brindan los más
pequeños, como es el caso del Club Montevideo que se alza como el
actual bicampeón del fútbol infantil amateur de Valparaíso.

55
V. El rebrote de la convivencia y la nueva dinámica de los actores

La partida de los hijos e hijas de buena parte de las familias y


habitantes del Larraín es fundamental en el desarrollo y reactivación
que sigue. Muchos de los que quedaron salieron adelante ayudados
precisamente por la familia que salió del país.

Los cabros de al frente le mandaban a sus papás dinero. Porque acá


se cerraron todas las puertas, a veces no estabas en ningún partido
político, pero te gustaba uno y de verdad que se te cerraban todas
las puertas. Tenías que ser casi pinochetista para meterte en un
buen trabajo, porque si no lo eras, pum, se te cerraban las puertas.
Entonces toda esa gente se vio súper afectada y ayudada por los
hijos que estaban afuera, y vivían así, solo con esa ayuda, así de
simple. (Mariana, vecina)

Es tal la importancia de los que se fueron en la reactivación del


Cerro Larraín que incluso se deja sentir en la conformación de los
clubes de fútbol amateur Condorito en Canadá y Andino en Suecia,
56
desde donde sus integrantes continuaron con las lógicas de
autogestión en el extranjero, realizando actividades para recaudar
dinero y enviarlo a los clubes de la Asociación Barón al que
pertenecieran antes de partir. Y con los aportes recaudados, acá los
dirigentes deportivos que permanecieron en los Cerros, compraron el
equipo de los infantiles y los cadetes; desde zapatillas, medias,
camisetas, entre otras cosas necesarias para que los chicos pudieran
seguir jugando fútbol y haciendo deporte. Del mismo modo, las ligas
infantiles han alegrado a los clubes que se sostienen en la historia,
especialmente Montevideo que hoy se levanta como bicampeón. Este
camino a convertirse en estrellita concentra las diversas actuaciones
de pobladoras y pobladores, quienes todavía tejen una red de sustento
que moviliza a niñas y niños al ritmo de la pelota. Madres, hermanas,
hermanos, amigas, padres, tíos y primas, son hinchas incondicionales
del club, al que alientan, alimentan, celebran, o lloran, en cada partido.
Son familia, son vecinos, se ven en la escuela y en el quiosco, y se
juntan adentro o afuera de la cancha de la Laguna colgando en El
Muro, para apoyar a su equipo, aprovechando de vender y compartir
cigarros y anticuchos con la gente que trae el Nocturno durante los
meses de calor.

Es que en estos últimos años, esta aparente caída en picada se


ha ido revirtiendo. A lo largo de las conversaciones con los vecinos se
va develando que tras los primeros años del régimen democrático se
produjo un proceso de readaptación que ha ido reactivando la
participación y la identificación de la gente con el Cerro. No obstante,
esta metamorfosis es compleja y se corresponde con un proceso de
recambio de los actores del Larraín que fueron reconstruyendo y re
habitando las casas que habían quedado vacías. Nuevos vecinos que

57
trajeron renovadas energías, y que hoy trabajan en la apropiación de
los espacios y en dinamizar la organización.

Uno de los mayores ejemplos de esto es la reapropiación del


espacio de la Escuela 36-37 como antes ya habíamos comentado, que
lo convierte en Parque Escuela 36. El basural, que tomaba lugar entre
medio de los barrios del cerro y su quebrada, fue removido gracias a la
acción conjunta y la autogestión de los vecinos motivados, donde
vecinas nuevas y vecinos más antiguos por igual, trabajaron codo a
codo en volver a hacer de ese espacio, un lugar educativo, recreativo
y de convivencia.

Mi papá empezó a luchar por ese espacio ahí, que era de


la Escuela, con la Ximena. (Vecino, hijo de don Manuel
Ibarra).

Desde el año 2010 en adelante con el apoyo de otras


organizaciones comunitarias los vecinos recuperaron este espacio
gestionándolo y convirtiéndolo en un parque recreativo, con un huerto
que se riega con la vertiente de la quebrada, que genera y ha
generado empleos, que tiene un punto limpio y otro de compost, y que
da lugar a talleres para los vecinos pequeños y grandes. Los vecinos
cuentan que luego del incendio y del abandono de las ruinas que
quedaron de la Escuela, el terreno

“años después, fue adquirido por Bienes Nacionales, quien una y


otra vez asignó el terreno a Instituciones y organizaciones
desvinculadas a la Ciudad y a la comunidad inmediata. Ninguna de
esas organizaciones se hizo cargo del lugar, lo que convirtió el
terreno en un micro basural. Cansados los vecinos y en comunidad,
nos hacemos cargo del lugar, luego de 40 años de abandono y malas
administraciones públicas, para hoy proyectar un bien vecinal,
58
comunitario y realmente público. Un Parque Escuela Ecológico y
Comunitario, que eduque, congregue y que al fin elimine el abandono
y deterioro del lugar, con y para la comunidad. Ahora ya es un
Parque consolidado”. (Facebook de Parque Escuela 36)

Hoy el trabajo en el Parque continúa con el aporte de vecinos y


voluntarios de otros sectores, que han trabajado a pulso en la limpieza
permanente del terreno, la instalación de juegos e infraestructura y su
embellecimiento constante, pensando siempre en quienes habitan el
Cerro, y dedicándoles a los adultos mayores y personas con
capacidades diferentes un acceso inclusivo, a las más pequeñas
columpios y otros juegos infantiles, y a la vegetación y la vida animal
un espacio limpio y lleno de vida.

A los que quedaron, el tiempo los ha ido igualando en la


identidad que otorga el recuerdo de los buenos momentos y el paso
del tiempo mismo. Desde el recuerdo erigen la resistencia de sus
emporios, almacenes y oficios, con los que siguen buscando facilitar la
vida a los vecinos, y que persisten a pesar de la presencia de las
grandes empresas tercerizadas que tomaron lugar en el puerto, que
trajo consigo la imposición del nuevo modelo. A través de sus
negocios, los pobladores prolongan sus métodos y técnicas en la
elaboración propia o de otros vecinos, de los productos que ofrecen a
quienes pasan por el Larraín, al mismo tiempo que mantienen su
independencia económica, y generan este lugar de encuentro que
reúne a los vecinos en varias horas del día. El negocio de barrio hoy,
quizás es uno de los vórtices de comunicación entre pobladores más
sostenible en el Cerro.

59
Durante esta última década la organización comunitaria también
se ha renovado con una nueva dirigencia que tiene a Lorena Brunet y
a don Arturo Cepeda en las Juntas de Vecinos Nuevos Horizontes y
Recreo y Rodríguez, correspondientemente. La orgánica se ha
reconfigurado hacia la inclusión de redes sociales para trazar nuestros
proyectos, agendar jornadas de trabajo en el sector y mantenerse
informados con lo que sucede en el Cerro, lo que no ha dejado de ser
un desafío para aquellas vecinas y vecinos que no tienen mucha
costumbre de usar las redes sociales. Las metas entre los habitantes
también han cambiado y tienen mucho que ver con la reocupación con
fines comunitarios de aquellos espacios que fueron abandonados, con
la certeza de que el solo estar en ellos provoca un primer cambio. Y
ocupar otra vez significa hacer presencia, y también volver a querer e
identificarse con el lugar en que se vive y con quienes se vive. De
modo que muchas de las acciones de las organizaciones comunitarias
e instituciones tradicionales actuales de los habitantes, están
orientadas a mejorar la infraestructura y embellecer su alrededor.

Fueron estos los propósitos del Taller de Mosaico Histórico que


realizaron las vecinas del sector norte del Larraín, en el cual
desarrollaron un dibujo que se divide en dos representaciones. En el
primero se muestran las casas y las escaleras típicas del Cerro, los
edificios que representan la población, el ascensor Larraín, uno de los
tantos ascensores que no están funcionando actualmente, la ineludible
presencia gatuna, el cielo, entre otras cosas. En la segunda ilustración
se ve la palma de una mano, la que representa a La Palma, “sector
icónico” del Cerro, aunque la palma original ya no esté. Está también
la escala de la calle Santa Lucía, la que conocen como el Borracho
porque está media ladeada y zigzageante como si bajara un borracho.

60
Esta imagen está hecha con pequeños mosaicos que fueron pegados
parsimoniosamente unos junto a otros durante más de un mes y
medio, y logran darle forma y color a los alrededor de 70 peldaños que
componen la escalera del pasaje San Benito, desde su inauguración el
30 de diciembre del año pasado.

Otras agrupaciones también se encuentran trabajando en


reactivar el Cerro, como la BioEscuela, quienes se mueven con Freddy
en crear conciencia comunitaria a través de capacitaciones y la
práctica de la autosustentabilidad, reactivando la participación en el
sector de la Plaza Santa Margarita, y dándole vida de comunidad otra
vez.

Y aún quedan muchas cosas por hacer. El primer ejemplo que


se les vendrá a la mente será el de la Casa Quinta, seguramente. O el
arreglo de la escalera del cojo, o la subida de la Palma, en fin… Pero
todo lo que siga está a la espera de las manos voluntarias que quieran
volver a participar y unirse con otras para levantar organización,
espacios y formas de convivencia. Como dijimos al comienzo, esta
etapa ya comenzó, y la historia está abierta y a la espera de la acción.

61
Otras fotos para comenzar a recordar, del Taller de Fotografía

*
* Fotografía de Los goleadores de la cancha Ercilla/ ** Cancha Manuel Guerrero.

62
* Centro de Madres Tte. Hernán Merino Correa. Fotografía de los 60’s.

* Reencuentro entre los hijos de los Ferroviarios. 2008.

63
* Los hijos de los Ferroviarios. Fotografía de mediado de los 70’s.

Escuela 36-37 de Valparaíso. Fotografía de comienzo de los 60’s.

64
*Fotografía de comienzos del 70.

*Valparaíso desde Santa Lucía. Fotografía del 2010.

65

También podría gustarte