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Acerca de Educar contra Auschwitz.

Historia y memoria, de Jean-François


Forges

Como padre, a veces me pregunto cuándo debería hablar a mis hijos


sobre la “Shoah”. Me pregunto si yo debería elegir el momento o si lo
razonable es esperar a que ellos me interroguen. Me pregunto qué y cómo
debería contarles de modo que el conocimiento de aquella catástrofe los
lleve no a una tristeza estéril, sino útil, que sirva para hacer de ellos
mejores personas, más responsables y compasivas.

El libro de Jean-François Forges me enseña lo mucho que podría


ayudarme la escuela en esa difícil tarea. En el colegio o en el instituto,
nuestros maestros y profesores solían dedicar sus primeras palabras a
convencernos de que la suya era la asignatura más importante. Del libro de
Forges el lector sale persuadido de que no puede haber asignatura más
valiosa que esa “Contra Auschwitz” a la que él ha dedicado tanto esfuerzo
e inteligencia. Forges nos convence de que “Contra Auschwitz” es la
asignatura más útil, la troncal, la inaplazable. Una asignatura que todos, sea
cual sea nuestra edad, deberíamos cursar, y que nunca nadie debería dar por
superada.

¿En qué ha de consistir esa asignatura “Contra Auschwitz”? Para


empezar, en referir, con tanta precisión como sea posible, lo que sucedió en
Europa, en nuestra Europa, hace poco más de medio siglo, cuando millones
de seres humanos fueron asesinados por ser judíos. Ese descomunal crimen
es inimaginable y, sin embargo, su historicidad puede ser probada contra
cualquiera que pretenda negarla. Que un ser humano se convierta en
asesino de inocentes o en su cómplice es un fenómeno misterioso, mucho
más misterioso que la kafkiana conversión de un ser humano en insecto.
Pero fue esa transformación la que tuvo lugar masivamente hace sesenta
años aquí, en Europa, y ningún europeo debe ignorarlo. No podemos
comprenderlo, pero debemos saberlo.

Pero si es necesario recordar que en Europa se dio muerte a millones


de judíos a causa de su origen, más lo es ver el rostro de Krystina
Trzesniewska, la prisionera 27129 de Auschwitz, o leer la carta que
Lilianae Gerenstein, una niña de once años luego asesinada, escribe a Dios
pidiéndole que la permita reencontrarse con sus padres, deportados al
campo polaco. Entre otros muchos documentos, Forges nos regala esa
fotografía y esa carta, y nos convence del valor de dar rostro y nombre a las
víctimas. No podemos salvarlas, pero podemos nombrarlas, debemos
nombrarlas. Como nos enseñó a hacer Primo Levi, que consiguió recuperar

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para nosotros al niño Hurbinek, a su ejemplar maestro Henek y a otras
muchas víctimas de las que nada sabríamos si él no se hubiese negado a
olvidarlas. Antes que las cifras, son las huellas de vidas inocentes
sacrificadas lo que se clava en el corazón de la memoria.

Por eso, el libro de Forges, lleno de grandes números, está también


cargado de nombres propios. No sólo de nombres de víctimas, también de
nombres de verdugos, y de nombres de los pocos que fueron justos
arriesgando sus vidas, y de nombres de personas que, con su indiferencia o
su cobardía, despejaron el camino de los asesinos. Todos ellos deberían ser
nombrados en una escuela que quiera impedir que entre sus alumnos haya
un día émulos de Himmler o de Mengele, pero también de sus necesarios
cómplices. Cómplices necesarios fueron ese policía francés Bussière, que
obedeció la orden de detener a personas a las que sabía sin delito, o esos
capellanes del ejército alemán, Tewes y Wilczeck, católico uno, protestante
el otro, que no tuvieron coraje para impedir el asesinato de los niños de
Bielaza-Tserkov. Recordar a esos habitantes de la “zona gris”, por utilizar
la expresión con que Levi marca el espacio que separa y une la región de
los amos y la de los esclavos, hace que el de Forges resulte más incómodo
que aquellos libros que se conforman con localizar toda la culpabilidad en
los monstruosos jerarcas nazis, como si éstos fuesen los únicos
responsables de la catástrofe. Es un libro incómodo el de Forges, sí, pero
¿qué libro importante no lo es?

Por buenas razones, Forges destaca dos instrumentos mayores para la


asignatura “Contra Auschwitz”: la película “Shoah”, de Claude Lanzmann,
y la obra literaria de Primo Levi. Sus comentarios sobre ambas son de gran
profundidad y alcance. Deberían ser leídos con especial atención por
cualquier creador que se proponga hacer arte a partir de la experiencia
concentracionaria y, en general, por quien quiera representar una catástrofe
histórica, de la que Auschwitz es el caso límite. Forges advierte contra la
exposición como histórico de lo que es imaginario, contra la usurpación de
la voz de los sin voz, contra la exageración, contra la retórica hinchada,
contra la obscena exhibición de la violencia, contra la instrumentalización
sentimental del sufrimiento, contra la perversa utilización del glamour del
lager. Nada de eso hay en las obras de Lanzman y Levi, pero sí en muchas
otras representaciones, más o menos bienintencionadas, de la Shoah.

Como profesional del teatro, prometo tomar nota de las reflexiones


de Forges y difundirlas entre mis colegas. También como hombre de teatro,
me atrevo a pedir al señor Forges alguna meditación sobre el posible lugar
del drama en esa asignatura “Contra Auschwitz”. Me pregunto qué valor
otorgaría en ella a textos teatrales como “La mujer judía”, de Bertolt

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Brecht, “La indagación”, de Peter Weiss, o “Cenizas a las cenizas”, de
Harold Pinter, por sólo citar tres textos de épocas y formas muy distantes.
¿Qué valor para la transmisión de la “Shoah” tendrían la lectura de esos
textos, la asistencia a su puesta en escena o su representación por los
propios escolares? A mi juicio, ningún medio artístico realiza la puesta en
presente del pasado con la intensidad con que lo hace el teatro, en el que
personas de este tiempo encarnan vidas pasadas, se hacen responsables de
ellas. No ignoro el problema moral que entraña la pretensión de representar
a la víctima, pero creo que los citados Brecht, Weiss o Pinter, entre otros,
han sido capaces de dar una respuesta asimismo moral a ese problema.

En el mismo contexto, me atrevo a interpelar al señor Forges sobre la


utilidad pedagógica de otros medios de representación. En particular sobre
el comic, tan atractivo a los adolescentes. En una enseñanza “Contra
Auschwitz”, ¿qué valor concedería, por ejemplo, a “Maus”, la novela
gráfica de Art Spiegelman?

Quede claro que en ningún modo reprocho al señor Forges que no


analice en su libro estos otros materiales. Me limito a proponerle que nos
ayude a reflexionar sobre ellos. Por lo demás, no me cabe duda de que la
película de Lanzmann y los testimonios de Levi son instrumentos
irremplazables en la educación contra Auschwitz. Es decir, en el
cumplimiento de nuestro deber de memoria para con los muertos, que
coincide con nuestra responsabilidad absoluta para con los vivos. Por eso,
“Contra Auschwitz” es una asignatura que fortalece contra las injusticias
del presente, incomparables con la Shoah pero estaciones de paso hacia
ella. En efecto, conocer el funcionamiento de aquella industria de la muerte
y rememorar las vidas inocentes que deshizo son el mejor medio de
vigilancia y de resistencia contra la barbarie. Que nadie se deje confundir
por el título de este noble libro. “Educar contra Auschwitz” es, como reza
su subtítulo, un libro de historia y de memoria, pero es sobre todo un libro
para nuestro tiempo. Nos hace fuertes contra viejas y nuevas formas de
discriminación, de tortura, de violencia, de humillación del hombre por el
hombre. Educar contra Auschwitz es educar contra la desesperación, es
educar para la esperanza. Para que Auschwitz no vuelva a ser el centro de
Europa, cada europeo tiene, con su corazón y su memoria, que pasar por
allí. Gracias, señor Forges por habernos servido de guía en ese necesario
viaje.

Juan Mayorga

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