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1- El 17 de Octubre, ¿Día de la Lealtad o relato construido desde el Estado?

No habría peronismo sin esa significativa fecha, sin las masas desposeídas avanzando sobre la Plaza de
Mayo. Pero hoy sabemos que las cosas no fueron exactamente como se las contó

Por Silvia Mercado 17 de octubre de 2016


smercado@infobae.com

Lo dijo Juan Domingo Perón en una de las clases de Conducción Política que dio en marzo de 1951 en la
Escuela Superior Peronista: "La acción jamás está impulsada ni por las masas ni por el pueblo, sino por los
dirigentes que son los que conducen. La masa va a donde la conducen sus dirigentes y si no, se desborda, y
¡Dios me libre! "
Antes, el 13 de noviembre de 1946, se lo reconoció sin tapujos a un grupo de intelectuales: "Cuando la lucha
se hizo un poco fuerte entre los que estábamos trabajando la masa contra las fuerzas contrarias, es que yo
recurrí a una concentración manifestando que si no teníamos en la misma trescientos mil hombres,
renunciaría, pero afortunadamente hemos tenido a muchos más".
No habría peronismo sin 17 de Octubre
En efecto, Perón se jactó muchas veces de tener la capacidad de llevar a la masa a donde él quería y, en
especial, de haber decidido y organizado la movilización del 17 de octubre de 1945 y la construcción posterior
en el relato como mito de origen, un antes y después definitivo, el instante en el que todo empezó, sino la
Nación, por lo menos la Patria.
Es que no habría peronismo sin 17 de Octubre, sin las masas sudorosas con ropas raídas que vinieron desde
las barriadas pobres hasta el centro de la ciudad para pedir la libertad del líder preso, sobreponiéndose a las
fuerzas de la represión y sorprendiendo al poder con una manifestación que superó el millón de
personas. Aunque hoy se sabe que las cosas no fueron exactamente como las creemos.
Primero, en las poquísimas fotos que se conocen del 17 de octubre original se ve a obreros bien vestidos,
incluso con trajes, porque así es como se venía al centro de la ciudad. Se trataba de trabajadores, no de
marginales.
Por otro lado, son varios los investigadores que observaron sin encandilarse el fenómeno peronista
y concluyeron que Perón urdió una maniobra para hacerse meter preso por la Marina, la única fuerza
aliadófila, y así salvar la Revolución del 43, el golpe que buscó alinear la Argentina con el Eje, que tres meses
antes había perdido la Segunda Guerra Mundial.
Semanas antes, el 19 de septiembre del 45, se había realizado una megamanifestación, la Marcha por la
Constitución y la Libertad, donde además de Spruille Braden confluyeron radicales, socialistas, comunistas,
feministas como Alicia Moreau de Justo, dirigentes estudiantes como Néstor Grancelli Cha, intelectuales
como Juan Valmaggia, obreros como José Peters, también la Unión Industrial Argentina y la Sociedad Rural.
Desde el aparato de comunicación peronista se demonizó esa movilización y la Unión Democrática que la
convocó, pero las fotos demuestran que llevó tanta gente (mucho más que la del 17 de octubre), que provocó
a Perón a querer organizar otra mayor.
Por supuesto, también sabemos hoy que la movilización del 17 de octubre no solo no fue reprimida, sino que
fue alentada por las fuerzas de seguridad. Tanto, que cuando Perón habló esa noche en el balcón de la Casa
Rosada dijo "que sea esta hora histórica cara a la República y cree un vínculo de unión que haga
indestructible la hermandad entre el Pueblo, el Ejército y la Policía". No fue lo que pasó el 19 de septiembre,
cuando hubo presos y heridos y un acoso fenomenal de las fuerzas parapoliciales filonazis.
Tampoco hubo un millón de personas. Oscar Troncoso, autor del artículo "Verdades y mentiras del 17 de
octubre", dice que esa cifra fue repetida hasta en algunos estudios realizados por investigadores argentinos y
extranjeros, cuando ni siquiera la propaganda oficial hablaba de esa cifra. El que dio ese número fue La
Época, el único diario peronista que había por entonces, dirigido por Eduardo Colom, que puso en circulación
gracias a un préstamo no reembolsable que le entregó en efectivo Raúl Apold, por entonces asesor informal
de Perón.
En El 45, Félix Luna da una cifra contemporizadora, habla de 200.000 a 500.000 personas. Sin embargo,
Troncoso -que estuvo ese día en la Plaza de Mayo como soldado activo- dice que con la plaza colmada y
cubiertas las diagonales y la Avenida de Mayo pueden caber como máximo entre 100.000 y 120.000
personas.

En el diario El Mercurio, de Chile, se habló de "millares de personas", en el Jornal Do Brasil, de 30 mil


personas, y en El País de Montevideo, se publicó una declaración de prensa de la UCR donde se aseguró
que la movilización "no fue espontánea, sino preparada por la Policía Federal y la Secretaría de Trabajo,
convertida en una gran maquinaria de propaganda de tipo fascista que cuenta con ramificaciones en todo el
país"; que en las fábricas y en los gremios los trabajadores "fueron obligados por elementos oficialistas y por
la policía a abandonar el trabajo o adherir a la marcha"; que "el número de manifestantes no fue ni
aproximadamente lo que fue proclamado, sino de 60 mil personas, incluidos mujeres y niños"; que "muchos
manifestantes recibieron dinero por estar presentes"; que "en la preparación el ex vicepresidente contó con
todo el auxilio oficial, pues fueron cedidos camiones, transportes y también alimentos para los asistentes a la
Plaza de Mayo".

Cipriano Reyes, un verdadero protagonista del 17 de Octubre ya que actuó por fuera de la estructura
cegetista (que se mantuvo al margen) y movilizó obreros de Berisso, Ensenada, La Plata y a las fábricas que
quedaban de paso hacia la Plaza de Mayo, reconoció que "no salimos a repartir bombones, era un
movimiento revolucionario, en algunos casos nos metimos en algunos establecimientos y los llevamos por
medio de la fuerza".
Félix Luna fue el primero que no ocultó su asombro por la falta de imágenes de ese momento, ante todo
por el hecho de que "no se conserve un testimonio exacto y completo del momento más importante de la vida
política de Perón, el gobernante más filmado, fotografiado y grabado del país". El gran historiador argentino
explica esa paradoja aduciendo que ese instante no le perteneció a Perón, sino al pueblo, donde se proyectó
"a leyenda, mito y hasta folklore". Fue su forma de aludir a la distancia entre lo que creemos y lo que de
verdad pasó.
Por cierto, mi hipótesis es que Perón no estuvo conforme con la cantidad de personas que fueron a la Plaza,
ni con lo que dijo frente al balcón, ni con las personas que lo acompañaron a hablarle a la masa y por eso
evitó distribuir fotos y filmaciones de esa jornada, al punto que Leonardo Favio tuvo que reconocer que en su
película "Sinfonía del sentimiento" tampoco pudo incluir imágenes del 17 de Octubre original.

Esos 17 de Octubre con la Plaza de Mayo colmada, donde no cabe un alfiler y se ve gente del pueblo con
carteles expresando su amor a Perón y a Eva, son posteriores, más específicamente desde 1948, cuando el
gobierno creó la Comisión Permanente de Homenaje al 17 de Octubre y la fiesta se transformó en una
ceremonia de Estado.
Desde la derrota del Eje, Perón hizo un fenomenal esfuerzo por evitar que los partidos aliadófilos digitasen la
convocatoria a elecciones. Con la movilización del 17 de octubre del 45 logró volcar la situación a su favor.
Dedicaría los próximos años a construir su relato.
Manifestación obrera por la libertad de Perón en Plaza de Mayo (1945). Fuente: La Izquierda Diario
2- Troncoso: "Deformar la verdad histórica contribuye a la crisis"
El historiador desmitifica el pasado. SÁBADO 07 DE AGOSTO DE 2004
Sus investigaciones lo llevaron a publicar ensayos muy diversos, que abarcan tanto nuestros conflictos
políticos como los grandes episodios del siglo XX. La fecunda militancia en el antiguo Partido Socialista –
aquel de los brillantes legisladores– le despertó a Oscar Troncoso la imperiosa necesidad por conocer,
primero, la historia de su partido y los orígenes del gremialismo argentino; luego, los fundamentos y razones
de las ideologías opuestas. Eso lo convirtió en un autodidacta de visión sumamente amplia, cuya labor
intelectual registraría títulos como "Los nacionalistas argentinos", primer ensayo sobre el tema, aparecido en
1957; "Fundadores del gremialismo obrero", testimonio de las conductas sindicales anteriores al peronismo, y
"La modernización de Buenos Aires en 1900", de reciente aparición, basado en el copioso archivo personal
del intendente Adolfo J. Bullrich.

Troncoso buceó en los papeles y entrevistó a protagonistas, pero también enriqueció sus escritos con
preciadas vivencias, como la de haber sido testigo inesperado del 17 de octubre de 1945 en su condición de
soldado conscripto, lo que le facilitó observar de cerca los acontecimientos en el momento en que se
producían. Lo pone mal la deformación de los hechos históricos, "porque conspira contra la interpretación
correcta de la realidad que uno está viviendo y no ayuda a resolverla". Escribió en la Revista Socialista,
Liberalis, Sagitario, Futuro, La Vanguardia, Panorama, Cuarto Poder, Redacción, La Razón y Siete Días. Con
Miguel Unamuno, actual director del Archivo General de la Nación -a quien considera "un peronista
sorprendente por la amplitud de su visión política, social y cultural"-, compartió hasta hace poco la dirección
de la revista-libro Desmemoria. Pero el mayor aporte de Troncoso a la historiografía argentina fue haber
dirigido la Biblioteca Política Argentina, del Centro Editor de América Latina, una colección de medio millar de
libros pequeños que supo rescatar grandes textos.

De muy joven hizo una lectura completa de don Miguel de Unamuno (el verdadero), cuyo influjo lo llevó a
descubrir el admirable paralelo que trazó Dardo Cúneo en su "Sarmiento y Unamuno", un ensayo que
Troncoso no se cansa de recomendar. Su búsqueda de información le hizo dudar muchas veces de los relatos
políticos, pero a la vez lo transformó en un obsesivo verificador de datos históricos, "porque si se falsean los
hechos -advierte- y se deforma la realidad, nunca podremos comprenderla del todo y menos aún superarla".
Esa obsesión por descubrir los hechos reales comenzó hace casi medio siglo, cuando les corrió el velo a los
nacionalistas.

-Aquel libro suyo fue un hito, del que luego partirían Enrique Zuleta Alvarez y David Rock, para producir
nuevos ensayos. ¿Por qué decidió retratar a los nacionalistas cuando nadie se había ocupado de ellos?
-Precisamente por eso. En 1957 había elecciones de convencionales constituyentes y el semanario
nacionalista Azul y Blanco tenía una fuerte repercusión, lo que me preocupaba, porque sin haber estado
nunca en el poder ellos igual lograban influir en las decisiones políticas. Habían tenido un momento de
esplendor en septiembre de 1930, con el golpe militar de Uriburu, pero seguían ansiosos por la frustración de
no haber podido implantar sus ideas corporativistas. Lo que me satisface es haber sido el iniciador de dicha
temática y haber descubierto otras facetas de los personajes estudiados.

-¿Coincide con los nacionalistas en que el período 1930-43 fue la "década infame"?
-Eso es cierto, pero es sólo una parte de la historia. La película es mucho más completa. Hoy, tras la crisis de
2001, debe ponerse de relieve que en la década del 30 a nadie se le ocurría pensar que la Argentina podía
descender al grupo de los países más pobres del mundo. Por el contrario, se la observaba como una de las
naciones nuevas más exitosas, de similitudes con Australia y Canadá, a las que superaba en producción de
carnes y cereales y, desde luego, en cultura.

-¿Por qué ha vuelto a trabajar ahora con ese período?


-Para rescatar toda la verdad histórica. Penetré en el tema hace años, cuando Electra González, viuda de
Sebastián Marotta, aquel dirigente gráfico autor de tres tomos de "El movimiento sindical argentino", me
propuso continuar el libro y extender la historia de 1935 a 1945. Con sus papeles y la formidable
documentación de Diego Abad de Santillán obtuve una visión más amplia de la vida sindical en ese período.
Recuerdo que, apoyado en la leyenda de "la década infame", escribí un capítulo sobre la desocupación y
cuando se lo mostré al gremialista Andrés Cabona, me dijo: "Mire que en 1935 no había desocupación,
porque el gobierno de Justo reactivó la economía y realizó gran cantidad de obras públicas, sobre todo
caminos". Me sorprendió una actitud tan objetiva sobre el vilipendiado general Justo, de parte de un dirigente
de la CGT de entonces, lo que me obligaba a buscar más datos.

-¿Y qué encontró?


-De todo. Por ejemplo, la importancia del intervencionismo estatal en la administración conservadora de
entonces, creadora de la comisión de control de cambios y permisos oficiales de importación, el impuesto a
los réditos, las juntas reguladoras, el Banco Central, etcétera. Ultimamente muchos sociólogos, economistas
e historiadores de nivel han intensificado sus estudios sobre esa época. Al mismo tiempo, María Cristina Tortti
y Juan Carlos Portantiero analizaron el socialismo de la década del 30; Juan Carlos Torre publicó "La vieja
guardia sindical"; Ricardo Sidicaro, "Los conflictos entre el Estado y los sectores socioeconómicos
predominantes entre 1930 y 1943", y Horacio J. Pereyra destacó el plan de reactivación económica de
Federico Pinedo, que preveía transformaciones sociales con un creciente intervencionismo estatal.

-¿La izquierda de entonces aportaba algo o sólo discutía?


-Revisando la revista Izquierda, que editaban los socialistas Benito Marianetti, Bartolomé Fiorini y Carlos
Sánchez Viamonte, encontré proyectos sobre cambios sociales profundos. Pero no se trataba de pura teoría,
como ahora, pues al rastrear la acción de los 40 diputados socialistas de entonces aparecieron propuestas
concretas de reformas económicas. Rómulo Bogliolo tenía presentado un plan para modificar el orden social
vigente, que luego publicaría con el título "Hacia una economía socialista". Estaban los proyectos de José
Luis Pena, dirigidos al sistema monetario y financiero, y las iniciativas de Miguel Navas, que promovían la
creación de los tribunales del trabajo, para hacer cumplir las leyes laborales.

-¿Cómo vivía la clase obrera en esos años?


-Mi padre era corredor de comercio y vivíamos en Caballito sur, cerca del barrio Caferata, una zona de clase
media baja. Todos mis amigos eran hijos de obreros: albañiles, carpinteros, electricistas. Alquilaban una pieza
con baño y cocina; a veces se juntaban dos matrimonios para rentar y compartir una casita. Con las
necesidades básicas satisfechas, se escuchaba la radio y de vez en cuando se iba al cine. La crisis llegó
atenuada, salvo excepciones, y se hablaba más de la difícil situación del campo; también de una "villa
desocupación" que estaba lejos, en el puerto. Nada de eso interfería la modesta vida barrial. Las elecciones
en la Capital eran limpias y las noticias de fraude electoral llegaban de afuera, de las provincias.

-¿Qué recuerda de aquellos sindicalistas?


-Eran de una moral ascética y, por un prurito de la época, soportaban los sacrificios personales en silencio.
Esto impidió medir su verdadera templanza, sus sueños de una nueva sociedad y el valor de sus batallas por
la moderna legislación social que iban conquistando paulatinamente. Años después, y todavía hoy, se creó la
falsa idea de que el sindicalismo argentino comenzó en 1945. No se dice que las concesiones de Perón a la
nueva burocracia sindical que lo rodeaba nada tenían que ver con aquellos pioneros. Siempre tengo grabada
la imagen de aquel gremialista que se desmayó de hambre en la calle y cuando le encontraron cien pesos en
un bolsillo, en el hospital, dijo que no los usó para comer porque era dinero del sindicato.

-Es frecuente escuchar que la industrialización del país empezó con el peronismo. No se entiende, entonces,
de dónde salieron los obreros industriales el 17 de octubre de 1945.
-Es que eso no es cierto. La zona donde yo vivía estaba rodeada de talleres y fábricas de zapatos y de otros
productos derivados del cuero. La industria de la alimentación exhibía grandes plantas productoras de marcas
muy populares, la industria textil hacía rato que se había desarrollado, la carne se faenaba en grandes
frigoríficos. Existían casi cien mil obreros metalúrgicos, además de los trabajadores de las industrias del
cemento, los cigarrillos, las bebidas, la pintura, las máquinas herramienta, entre otras más pequeñas, que
fueron creciendo gracias a las barreras aduaneras que las protegían y a la restricción de las importaciones. El
Estado tendía caminos para aumentar el transporte de las materias primas y los productos terminados. Se
ampliaban la refinería de YPF y la flota de buques petroleros, se ponía en marcha la Fábrica Militar de Acero
del Riachuelo, que producía planchas y barras especiales para la industria privada. Todo esto se acrecentó al
iniciarse la Segunda Guerra Mundial, por el cierre de los mercados externos.

-¿Cómo influía el contexto internacional?


-Con una inmigración como la nuestra, se puede comprender la repercusión que tuvieron en esa década el
fascismo italiano y la Guerra Civil Española. Los principales partidos políticos se pronunciaron contra el
fascismo y en favor de la República Española. También lo hicieron los sindicatos, a través de sus periódicos.
El diario Crítica, de Natalio Botana, fue un baluarte republicano que albergó a los primeros intelectuales que
llegaban exiliados. Eran continuos los actos de solidaridad para enviar ayuda al pueblo español: hasta los
chicos buscaban en la calle marquillas de cigarrillos para hacer grandes bollos de papel plateado y enviarlos a
la industria de guerra republicana. Ese era el tema de discusión diaria, no porque se mirara más hacia fuera,
sino porque las noticias eclipsaban los hechos locales. Esto es fundamental para comprender lo ocurrido en
1945.

-¿Qué otra cosa se distorsionó?


-No se aclara, por ejemplo, que los partidos habían sido disueltos por la dictadura y que la militancia se hacía
en la calle, donde ocurrían cosas todos los días. No era una pelea entre peronistas y antiperonistas, como se
suele decir, sino entre militantes antifascistas y los grupos de choque de la Alianza Libertadora Nacionalista,
que actuaban con ayuda de la policía y ocupaban la calle. Había balazos, muertos y heridos. La liberación de
París fue tan festejada que al año siguiente, en 1945, el gobierno militar prohibió por decreto celebrar
públicamente el triunfo aliado y la caída de Hitler y Mussolini. En ese momento la Unión Democrática, que era
la unión de casi todos los partidos, aparecía como la única salida para evitar que las elecciones legitimaran el
continuismo de un régimen militar de tendencia fascista. Hay que situarse en la época y valorar la enorme
gravitación del contexto internacional para comprender lo que significaba entre nosotros el temor al fascismo.

-Ese año la calle también fue testigo del 17 de octubre...


-Pude ver todo de cerca, porque era conscripto. Estaba en el Comando de Defensa Antiaérea, en el piso 13
del Ministerio de Guerra, o sea detrás de la Casa de Gobierno, y ese día me iban a dar de baja, pero la
suspendieron y me tuve que quedar por allí. Uno de los oficiales que entraban y salían era el mayor Francisco
Filippi, yerno del general Pedro Pablo Ramírez, presidente hasta el año anterior. Recuerdo que en la cafetería
había fotografías de Hitler y Mussolini. Desde un balcón, vi llegar los primeros grupos, que no eran tan
numerosos, como se dijo después, con banderas argentinas y fotos de Perón vestido de coronel. Me fui a la
plaza a caminar entre la gente y como era conscripto me pedían que le hiciera la venia a los retratos de
Perón, pero en un clima muy pacífico, porque la gente estaba sentada en el pasto. Me miraban con simpatía,
dado que los uniformes militares caían bien. Era un día caluroso, casi agobiante, y la mayoría estaba de traje,
como se usaba entonces para ir al centro. Había mucha curiosidad por los movimientos en la Casa Rosada y
cuando se vio salir un auto con banderitas inglesas, le abrieron paso respetuosamente. Era el embajador
británico David Kelly, que acababa de entrevistarse con el presidente Farrell.
-¿No era demasiado respeto en una manifestación de protesta?
-Es que la gente fue en forma pacífica a pedir que volviera Perón. Años después, me sorprendería la
fantasiosa descripción que hicieron algunos escritores conocidos y muchos interesados en quedar bien
políticamente. Se dijo, por ejemplo, que cuando el escuadrón policial disolvía a los manifestantes éstos se
reagrupaban enseguida, pero la policía no actuó ese día porque los militares adictos a Perón la habían
neutralizado. También hay quienes insisten con "las gigantescas multitudes que invadieron la ciudad". Sin
embargo, éstas sólo se vieron en los años siguientes, cuando se celebraba la fecha con la plaza llena y se
publicaban grandes fotos en los diarios. Lo más increíble es la paradoja de los escritores revisionistas, que
construyeron una historia oficial a través de la propaganda del gobierno peronista. Por suerte, con los años,
los investigadores más serios esclarecieron las cosas, especialmente los autores extranjeros como Potash,
Rouquié, Page, Rein, Rock, Buchrucker, Snow, Waldman y otros.

-Usted también escribió en otros medios partidarios e independientes. ¿Qué ideas quiso dejar estampadas?
-Traté de comprender la época que me tocaba vivir, que fue de grandes transformaciones, y de reflejarla tal
cual era, porque la Argentina vive deformando la realidad histórica para satisfacer intereses políticos
circunstanciales y así no se construye un marco nacional. Se transita de crisis en crisis. En la medida de mis
posibilidades, pretendo dar testimonio del presente en su continuidad con el pasado, porque la mejor
contribución a la unidad del país es el compromiso con la verdad y la búsqueda del consenso en los asuntos
esenciales. En cuanto a ideas, siempre expresé mi fervorosa adhesión a la democracia, aun con todos sus
defectos, en la creencia de poder construir una sociedad socialista evolutiva, al estilo de la que vemos hoy en
España. Mi oposición a Perón radicaba en el autoritarismo de su régimen y en que las modificaciones
sociales y económicas que se produjeron eran oportunistas, sin bases sólidas, otorgadas como concesiones
graciosas del poder.

-¿Su labor editorial más importante fue la famosa "colección negrita" del Centro Editor?
-Quien merece mi homenaje de admiración es el creador de esa editorial, José Boris Spivacow, cuya pasión
irrefrenable por difundir las nuevas ideas lo impulsó a lanzar ediciones económicas de títulos importantes. Lo
acompañaban Elena Chiozza, Beatriz Sarlo, Haydée Gorostegui de Torres, Jorge Lafforgue, Susana Zanetti,
Luis Gregorich, Carlos Altamirano, Josefina Delgado, Amanda Toubes, Ricardo Figueira, Graciela Montes,
Graciela Cabal y otros intelectuales de nivel. Entre 1982 y 1993 publicamos 485 libros de autores prestigiosos
y jóvenes desconocidos de todas las corrientes, desde el conservadurismo hasta el trotskismo, con riquísima
información sobre el país. Títulos como "El drama de la democracia argentina", de José Luis Romero; "Los
sindicatos en el poder 1973-1976", de Juan Carlos Torre; "Autoritarismo y democracia, 1955-1983", de
Marcelo Cavarozzi; "Comportamiento y crisis de la clase empresaria", de Dardo Cúneo; "Las primeras leyes
obreras", de Juan Panettieri; "El fenómeno insurreccional y la cultura política", de María M. Ollier; "Los nuevos
movimientos sociales", de Elizabeth Jelin; "Juventud y familia en una sociedad en crisis", de María Ester
Chapp; "Madres solteras adolescentes", de Anahí Viladric. Esa colección fue mi aporte más importante, es
cierto, lo que me enorgullece.

-¿Qué le sugiere la presidencia de Kirchner?


-Poco antes de las elecciones asistí a una reunión en la que Kirchner fue acosado con preguntas sobre la
organización del Estado, la situación económica, la relación con las empresas privatizadas, etcétera. Sus
respuestas no eran improvisadas: respondían a un pensamiento coherente, en la línea de un izquierdista
moderado y actualizado, naturalmente, con tics peronistas. Al salir nos entregaron un ejemplar de "Después
del derrumbe", libro de Torcuato Di Tella con un reportaje a Kirchner, donde ampliaba los temas tratados. Todo
concordaba con mi forma de pensar y eso me convenció de que estaba frente a un buen candidato. Hoy me
parece positivo su gobierno, a pesar de que me molesta la abundancia de enfrentamientos ásperos con
quienes no coinciden con su actuación, como también las disputas políticas internas en un momento de crisis
como el actual y las actitudes públicas de exagerado populismo. Pero siento que debo apoyarlo, por su lucha
contra la desocupación y por su arremetida contra los focos de corrupción en la Corte Suprema, en las
empresas privatizadas sin control estatal, en la policía, en la negociación con el FMI y, en general, porque
coincido con los fines que persigue.

Por Hugo Gambini Para LA NACION

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