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Un vuelco histórico
Por Roberto Baschetti*
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El 4 de junio de 1943 un movimiento revolucionario puso fin en Argentina a un
período de fraude electoral y corrupción económica que luego pasaría a la historia
como la “Década Infame”. Un año después de tomar el gobierno, los propios
mentores de aquella asonada militar declaraban: “El gobierno de la Revolución no
sirve los intereses de un partido, ni los de un grupo, ni los de un hombre. Busca la
unión de todos los argentinos en la tarea común de hacer una Argentina grande, en
la que reine la paz, la armonía y la justicia”. Pero en 1945 aquellos objetivos eran
motivo de diferentes interpretaciones por parte de sus propios protagonistas.
Perón comenzó a tener vuelo propio, lo que originó recelos, envidias y pujas por
parte de un sector del elenco gobernante que aspiraba a sacarlo del medio
definitivamente. Para octubre de 1945, Perón ocupaba simultáneamente tres cargos:
vicepresidente de la Nación, subsecretario en el Ministerio de Guerra y titular del ya
por entonces Ministerio de Trabajo y Previsión. Una componenda de sectores de la
Marina y el Ejército (contralmirante Héctor Vernengo Lima, general Eduardo
Ávalos) logró desalojarlo por la fuerza de todas aquellas funciones. Pero los hechos
terminarían dando un vuelco histórico.
El subsuelo sublevado
Raúl Scalabrini Ortiz escribiría: “Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los
talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente
López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas.
Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda, descendían de las Lomas de
Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de
Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el
tejedor, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado” (1).
Unos años más tarde, Leopoldo Marechal recordaba: “Era muy de mañana y yo
acababa de ponerle a mi mujer una inyección de morfina (sus dolores lo hacían
necesario cada tres horas). El coronel Perón había sido traído ya desde Martín
García. El domicilio donde yo vivía, era este mismo departamento de la calle
Rivadavia. De pronto me llegó desde el Oeste un rumor como de multitudes que
avanzaban gritando y cantando por esa calle; el rumor fue creciendo y
agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular, y
enseguida su letra: ‘Yo te daré / te daré patria hermosa / te daré una cosa / una cosa
que empieza con P / Peróooon’. Y aquel ‘Perón’ resonaba periódicamente como un
cañonazo. Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que
avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé los miles de rostros que la
integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en
reclamo de su líder. Era la Argentina invisible que algunos habían anunciado
literalmente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y que no bien las
conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista” (2).
1. Raúl Scalabrini Ortiz, Tierra sin nada, tierra de profetas, Plus Ultra, Buenos
Aires, 1973.
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