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MEDICINA PASTORAL
Cuestiones de Biología, Antropología, Medicina, Sexología, Psicología y
Psiquiatría de interés para Formadores
COLABORADORES
Burggraf, Jutta
Doctora en Psicopedagogía, Universidad de Colonia,
Doctora en Teología, Profesora de Antropología, Facultad de Ciencias, Universidad de Navarra
Cervera Enguix, Salvador
Doctor en Medicina, Catedrático de Psiquiatría, Consultor Clínico y Director del Departamento de
Psiquiatría y Psicología Médica, Clínica Universitaria
Profesor Ordinario de Psiquiatría, Facultad de Medicina, Universidad de Navarra
de Castro Lorenzo, Purificación
Doctora en Medicina, Consultora Clínica, Departamento de Neurología, Clínica Universitaria
Profesora Adjunta, Facultad de Medicina, Universidad de Navarra
Gual García, Pilar
Doctora en Medicina, Profesora Adjunta de Psicología y Psiquiatría, Universidad Internacional de
Cataluña
Lahortiga Ramos, Francisca
Doctora en Psicología, Consultora Clínica, Departamento de Psiquiatría y Psicología Médica, Clínica
Universitaria
Profesora Adjunta, Facultad de Medicina, Universidad de Navarra
López García, Guillermo
Doctor en Medicina, Consultor Clínico y Director del Departamento de Ginecología y Obstetricia,
Clínica Universitaria
Profesor Agregado de Ginecología, Universidad de Navarra
López Moratalla, Natalia
Doctora en Ciencias, Catedrática de Bioquímica y Biología Molecular, Directora del Departamento
Interfacultativo de Bioquímica, Facultad de Medicina, Universidad de Navarra
Schlatter, Javier
Psiquiatra, Colaborador Clínico, Departamento de Psiquiatría, Clínica Universitaria, Universidad de
Navarra
Zapata García, Ricardo
Doctor en Medicina, Consultor Clínico, Departamento de Psiquiatría y Psicología Médica, Clínica
Universitaria, Universidad de Navarra
Profesor Agregado de Psiquiatría y Psicología Médica, Facultad de Medicina, Universidad de
Navarra
PRÓLOGO
Jutta Burggraf
La reflexión sobre el hombre es una tarea permanente del saber. Al
querer explicado aparecen términos como enigma, misterio, sentido,
verdad, problema, etc. A la pregunta ¿qué es el hombre?, se responde de
diversas maneras: un autómata de reflejos, un mecanismo de instintos, un
animal en pie... La visión cristiana trasciende estas doctrinas. No ve al
hombre solamente desde abajo, como un producto de la herencia y del
mundo de su alrededor. Lo mira desde arriba, desde Dios, quien le llama a
la existencia y le quiere «por sí mismo» [1]. Para la teología, el «misterio»
del hombre se enmarca y queda iluminado en el misterio de Dios, y más
concretamente en el misterio de Cristo [2].
Según la definición clásica (de origen aristotélico), el hombre es zoon
politikon, «animal racional». Esta definición fue acogida por la tradición
filosófica medieval y ha pasado –a pesar de algunas críticas– al
pensamiento moderno. Muestra acertadamente la doble composición del ser
humano, los dos elementos que entran en su constitución: lo corporal y lo
espiritual, en plena y completa unidad. Sin embargo, no parece oportuno
utilizar esta definición en nuestros días, porque puede llevar a equívocos: el
hombre no es un animal, por elevado que sea éste [3]; y su realidad es
demasiado compleja para encerrarla en una definición escueta.
Los Padres de la Iglesia llamaron al hombre «un ser viviente capaz de ser
divinizado» [4]. Esta descripción al menos señala dos aspectos que parece
importante recordar: apunta a la grandeza y al misterio del hombre. La
exigencia, siempre actual, de «aceptarse a sí mismo y a los demás», desde
la fe: descubrir y reconocer su propio misterio, y el de los otros.
Por ser imagen de Dios, «el ser humano tiene la dignidad de persona: no
es solamente algo, sino alguien» [7]. Es capaz de conocer y amar. Tiene
profundidades impensadas de entendimiento, libertad y creatividad. Es
alguien, en definitiva, cuya dignidad está fundamentada en Dios.
Tradicionalmente se ha dicho con frecuencia que una dimensión del
hombre, la más noble, es la imagen divina, que radicaría en el alma y no en
el cuerpo. Esto ha llevado a no pocos autores cristianos a una marcada
tendencia dualista. Algunos recordarán frases como: «a Dios le interesan
todas las almas», o el hablar de «pecados de la carne» y «pecados del
espíritu»... Hoy se ha superado en buena parte esta forma de expresión
dualista. Todo el ser humano, con su alma y su cuerpo y sus posibilidades
de acción, es imagen de Dios. La imagen divina es constitutiva del hombre,
pertenece a la misma estructura de su ser. No es algo añadido. Dios no crea
al hombre, y luego le da su imagen. El hombre no tiene una imagen de
Dios, sino que es imagen de Dios desde el principio.
Toda la existencia humana es una existencia en el cuerpo. La
Encarnación de Cristo es un rotundo sí al cuerpo. Dios ha querido ser
reconocido de una figura corporal: nació de una mujer, trabajó, se sintió
cansado, lloró por la muerte de un amigo; quiso recrearse en la belleza de
los campos cuajados de flores... También la gracia sobrenatural alcanza al
cuerpo; lo hace de un modo manifiesto, por ejemplo, en las virtudes de la
templanza, en la castidad, en la fortaleza, etc. Enseña el Beato Josemaría
Escrivá que «el auténtico sentido cristiano –que profesa la resurrección de
toda carne– se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin
temor de ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un
materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos
cerrados al espíritu» [8].
La Tradición de la Iglesia, oriental y occidental, da todavía un paso más
en esa imagen divina. Es unánime al designar al Espíritu Santo como
«iconógrafo» afirmando que es él quien imprime al hombre la imagen
divina: le hace ser imagen divina [9]. De modo que «el hombre, en su
condición actual no es ya sólo psíquico (dotado de vida natural), sino
espiritual (animado por el Espíritu Santo) (cfr. 1 Cor 15, 44 ss.)» [10]. Esto
significa que cada hombre participa por su misma naturaleza, de un modo
muy singular, de la luz y de la fuerza del Espíritu Santo, quien desempeña
un papel primario en su formación [11].
Si el hombre vive, se debe, pues, a una acción particular del Espíritu. Por
tanto, cuando en el lenguaje cristiano se habla de la «vida espiritual» del
hombre, no se entiende referido simplemente a una vida superior, en
contraposición a la corporal o biológica. «Todo el hombre es espiritual,
vive en el Espíritu y por el Espíritu de Dios» [12]. Lleva en sí un misterio
que jamás llegará a agotar. A partir del momento en que lo pensamos como
imagen de Dios, «el hombre excede infinitamente al hombre» [13].
Como el Espíritu divino siempre es completamente original y libre
(«soplando donde él quiere»), también la imagen que realiza participa de
estas características. Cada hombre es original y único. Con cada
nacimiento, algo singularmente nuevo comienza en el mundo. Lo nuevo,
dice Hannah Arendt, «siempre aparece en forma de milagro» [14]. Nadie
sabe cómo va a evolucionar, qué llegará a ser, para qué utilizará sus
capacidades. Es propio del hombre cierta autoteleología: no sólo está
dotado de la facultad de proponerse un fin, sino también de ser, en cierto
modo, su propio fin [15]: está llamado a realizarse a sí mismo. Aspira a
desarrollar los propios talentos y a madurar en la totalidad de su
personalidad. Puede llegar a hacer algo realmente grande de su propia
existencia, de sí mismo. Cabe esperar de él lo inaudito, lo inesperado.
Nuestra vida no es algo dado, de una vez para siempre. Es más bien un
quehacer, un proyecto que debemos llevar a cabo. Ser libre quiere decir,
«estar abiertos a posibilidades que convertimos en proyectos» [45]. Se trata
de afirmar «¡sé tú mismo, realízate! ¡Sé el que puedes llegar a ser!».
Entonces empieza una historia personal y única. El hombre que utiliza su
libertad comienza a vivir la propia vida.
La libertad es la radical apertura del hombre a la realidad. Cada uno se
encuentra ante un horizonte indefinido. ¿Qué haré de mi vida? Por el
entendimiento y la voluntad puedo dirigirme, de alguna manera, al mundo
entero, ya que estas dos facultades espirituales tienen por objeto formal la
realidad: todo lo que es, en cuanto que es, puede ser pensado y querido. Y
ante este horizonte indefinido, el hombre no sólo tiene la posibilidad, tiene
también la tarea de ser él mismo.
Las posibilidades han de convertirse en proyectos. En principio, cada
persona adulta ha adquirido algunas ideas generales sobre su vida, aunque
sea de un modo poco reflexivo. Cada hombre tiene algún proyecto vital.
Este proyecto puede ser valioso o pobre, amplio o estrecho, superficial o
profundo; contiene ideas acerca de la familia y de la profesión, unos
principios morales y unas creencias religiosas. «Si quieres conocer a una
persona –dice San Agustín– no le preguntes lo que piensa, sino lo que ama»
[46].
La pregunta clave es: ¿para qué utilizo mi libertad? Si no hay un hacia
dónde, una meta que vale la pena conseguir, puedo utilizar la libertad para
cosas insignificantes. Puedo limitarme a representar un papel social, meras
apariencias, deseos triviales, aspiraciones pequeñas y estrechas, o realizar
mis propias obras... Una libertad cuyo único argumento consistiera en la
posibilidad de satisfacer las necesidades inmediatas, no sería una libertad
humana, seguiría recluida en el ámbito animal.
La libertad se mide por aquello a lo cual nos dirigimos. Es independencia
y compromiso a la vez. «En ella lo importante son los proyectos, el blanco
al que apuntan las trayectorias, las verdades que inspiran mi vida, los
valores y modelos que trato de imitar, los bienes arduos, difíciles, pero
apasionantes, que me he propuesto conseguir» [47]. Es importante apuntar
muy alto para engrandecer el corazón y movilizar las energías. «Cuando
quieres construir una nave y buscas personas para realizar esta tarea –
subraya un dicho popular alemán– no les digas que busquen el material y
hagan cálculos complicados: sino despierta en ellas las ansias hacia el
océano grande y amplio».
Santo Tomás dice que hay un «amor originario» en la naturaleza humana
que tiende hacia la plenitud, hacia la felicidad; Leibniz lo llama una «fuerza
interior». El Papa Juan Pablo II habla de una «búsqueda secreta», de un
«impulso íntimo» [48] que mueve la libertad.
El proyecto vital se va perfilando, cada vez más, en la medida en que el
hombre encuentra la verdad de sí mismo. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo y a
dónde voy? ¿Por qué estoy en el mundo? Cada uno tendría que hacerse
estas preguntas y descubrir, que no puede realizarse a sí mismo, en el orden
operativo, en contra de la verdad de sí mismo, en el orden constitutivo. Esta
verdad tiene muchos aspectos, y muchos caminos llevan a ella. En último
término el hombre encuentra en Dios, la suma verdad, quien da el sentido
completo a la vida humana, y quien colma las inquietudes más profundas.
Las famosas palabras de San Agustín pueden comprenderse también hoy:
«Nos creaste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti».
Sin embargo, es un rasgo muy característico de nuestro tiempo, que no
pocas personas parecen carecer de esa inquietud del corazón. Parecen hasta
«alegres» en cierto nihilismo práctico que no se preocupa del porqué de la
vida, y no se formula la mera pregunta por el sentido de la existencia. En
efecto, el plantearse este interrogante es ya una señal de que uno se rebela,
se niega a vivir como un animal, que no hace más que alimentarse, correr,
dormir, reproducirse y «morir».
El hombre tiene una libertad «para algo», está llamado a la comunión
con otros. Y es invitado a un diálogo con Dios. Establecer una relación con
Dios, es, sin duda, el reto más importante de su vida [49]. A este respecto,
el cardenal Ratzinger afirma con mucha insistencia: «El hombre puede ver
la verdad de Dios en el fondo de su ser creatural [...] Sólo se deja de ver
cuando no se la quiere ver, es decir, porque no se la quiere ver [...] El que la
lámpara de señales no centellee, es consecuencia de haber apartado
voluntariamente la mirada de lo que no queremos ver» [50]. Sin la verdad,
el hombre se mueve en el vacío; su existencia se convierte en una aventura
desorientada.
Muchas veces no será un acto explícito de la voluntad de no querer ver a
Dios, de no querer preguntarse por el significado completo de la vida. Será
simplemente la decisión de interesarse más por otras cosas: por las
necesidades inmediatas, la profesión, el próximo congreso, la televisión...
El estrés y la inquietud, seguramente, desempeñan un papel importante en
la aparición del ateísmo práctico contemporáneo; también, el cansancio
excesivo, el agotamiento, la sobrecarga; toda la dureza que puede tener la
vida profesional lleva a no tener tiempo ni fuerza para pensar por cuenta
propia.
Pero si una persona no ve un pleno significado para la vida, su
existencia, a veces, puede hacerse insoportable. Si, en cambio, descubre un
sentido, crece su fortaleza interior. «Quien tiene un “porqué” para su vida,
soporta casi siempre el “cómo”», afirma Nietzsche [51]. Y Frankl, un
psiquiatra judío, añade: «El hombre tiene la peculiaridad de que no puede
vivir si no mira al futuro sub specie aeternitatis, y esto constituye su
salvación en los momentos más difíciles de su existencia» [52].
Si no veo un sentido último detrás de las cosas, pueden darse situaciones
de perplejidad, de angustia, o de desesperación. Frankl habla de la
«frustración existencial» [53]. Al menos en algunos momentos de la vida, el
hombre sufre por no poder explicarse su mundo, y ese padecimiento puede
originar trastornos psíquicos. Algunos se vuelcan, entonces, en un
activismo desenfrenado, para eliminar el drama de su corazón. Pero en vez
de salir de la crisis, se hunden más en ella.
La felicidad, que todos los hombres anhelan, ciertamente, no es fácil de
conseguir. Pero al menos se pueden cumplir algunas condiciones previas.
La primera consiste en descubrir un sentido último y seguro de la propia
existencia, por el que vale la pena vivir. Y la segunda apunta a cierta
armonía interior, que significa que mis acciones están acordes con lo que
pienso y siento.
Con esto llegamos a las tres grandes vías, que comunican a la persona
humana con el mundo exterior: la vía cognoscitiva, la afectiva y la activa
[54].
4. LA INTEGRIDAD PERSONAL
El pasado es una fuerza presente. Todo lo que hicimos ayer puede tener
consecuencias en el hoy y en el mañana. Cuando, por ejemplo, digo una
palabra, la persona que escucha puede repetirla ante otras tres personas más,
y éstas la repiten ante otras veinte distintas; después, alguien toma nota,
otro escribe un artículo, otro un libro que se vende en cinco ediciones y
sirve de base para otros libros. En este sentido se dice que los actos libres
son irreversibles. Son ellos los que hacen la historia de la persona humana;
esta historia puede perdurar e influir mucho tiempo después de la muerte de
la persona. (Un perro no tiene «historia»: cuando «muere», se acaba todo).
¡Cómo influyen los padres sobre sus hijos! ¡Cómo influyen los
pensamientos de Platón, o las decisiones de algunos políticos! Los actos
libres forman también la historia de la humanidad. Ponen en marcha unos
procesos que perduran en nuestras sociedades. En sentido estricto, un acto
libre no tiene un punto final. El proceso que comienza puede literalmente
perdurar a través del tiempo hasta que la humanidad acabe.
Que nuestros actos posean tan enorme capacidad de permanencia,
advierte Hannah Arendt, «podría ser materia de orgullo, si fuéramos
capaces de soportar su peso, el peso de su carácter irreversible» [81]. ¿Qué
pasa cuando nos arrepentimos de nuestra actuación, cuando queremos
rechazar una parte del propio pasado? El pasado es necesario; nadie puede
cambiar lo acontecido. Los procesos que hemos puesto en marcha,
seguirán; muchas veces ya no podemos influir sobre ellos; dependerán de la
libertad de otros. Todos tenemos conciencia de que quien actúa nunca sabe
del todo lo que hace. Muchas veces se puede hacer, de alguna manera,
«culpable» [82]. Se puede hacer «culpable» de unas consecuencias que, a lo
mejor, jamás intentó o pronosticó, que pueden ser desastrosas y
completamente inesperadas. Aquí aparece una cara muy oscura de la
libertad. El hombre, a veces, parece más víctima y paciente que el autor y
agente de lo que ha hecho. Es dueño del comienzo de sus actos, no de todo
el proceso que sigue.
Además, muchos acontecimientos de la vida se guardan en nuestra
memoria (o en el subconsciente). Es allí donde se encuentra, con
frecuencia, uno de los últimos secretos de nuestro estado sentimental. Y es
allí donde se puede y se debe «corregir». No siempre somos capaces de
influir en lo exterior, pero –fuera de caso de enfermedad– tenemos
posibilidades de rectificar lo interior. Somos capaces de distanciarnos de
nuestros actos pasados, de «arrepentirnos» y «purificar la memoria». El
arrepentimiento es, según Guardini, «una de las más poderosas formas de
expresión de nuestra libertad» [83]. Además, podemos obtener realmente el
perdón.
Hannah Arendt, judía, llama a la facultad de que se nos perdonen los
errores y equivocaciones, «la posible redención» de nuestro pasado [84].
Todos necesitamos el perdón para liberarnos de nuestros actos pasados
erróneos (equivocados) y comenzar de nuevo. Todos necesitamos disculpa.
Cuando dos amigos se perdonan mutuamente, pueden comenzar de nuevo
su amistad. Cuando un país perdona al otro las culpas de la guerra, la
próxima generación puede vivir en libertad. Perdonar quiere decir deshacer
los nudos, poner un nuevo inicio.
Todos necesitamos ser perdonados, y también necesitamos perdonar.
Es una obligación estricta que, en el fondo, procede del hecho de que «no
saben lo que hacen» (no sabemos lo que hacemos). El acto de perdonar es
un asunto eminentemente libre. Es la única reacción que no re-actúa
simplemente, sino que actúa de nuevo y de forma inesperada, no
condicionada por el acto que la provocó. Cuando perdono, de algún modo
pongo fin a las consecuencias; impido que la reacción en cadena contenida
en toda acción siga su curso. Entonces libero al otro, que ya no está sujeto
al proceso iniciado. Pero, al perdonar también me libero a mí mismo.
Cuando perdono, me curo a mí mismo la herida que otra persona me ha
causado con su actuación. Me desato de los enfados y rencores. No estoy
«re-accionando» de modo natural y automático, sino que pongo un nuevo
comienzo, también en mí.
Si, en cambio, una persona no perdona, toma a los demás demasiado en
serio, con su libertad y todas las consecuencias. Pero «tomar a un hombre
perfectamente en serio –dice Spaemann– significa destruirle, pues ser
tomado perfectamente en serio es algo que exige demasiado de nosotros»
[85]. Si lleváramos la cuenta de todos los fallos de una persona,
acabaríamos transformando en un monstruo hasta al ser más encantador.
Nadie puede cumplir completamente lo que su ser promete. Y si a una
persona no le es perdonada su culpa, ella, con el tiempo, se aleja cada vez
más de su ideal, de su autorrealización. Entonces, su afectividad se
configura en las formas de la tristeza, la pasividad, la amargura, el rencor, el
resentimiento, la ansiedad y la angustia. Kierkegaard habla de la
«desesperación de aquel que, desesperadamente, quiere ser él mismo», y no
llega a serlo [86].
Sólo mediante la mutua exoneración de lo que hemos hecho, volvemos a
la propia identidad. El perdón nos restituye a la verdad. Al perdonar,
alguien nos dice: «No, tú no eres así. ¡Sé quién eres! En realidad eres
mucho mejor». Entonces, seguimos siendo agentes libres, podemos cambiar
de opinión e iniciar algo nuevo, hasta el último momento de nuestra vida.
Aunque hemos de morir, no hemos nacido para eso, sino para comenzar,
justo en este momento, de nuevo.
El cristiano sabe que quien perdona en primer lugar es Dios. No nos
regala la libertad solamente una vez, al comenzar la vida. Entonces, con el
primer fallo, seríamos víctimas para siempre. Dios nos regala la libertad
siempre de nuevo, cuando nos arrepentimos de nuestro pasado y le pedimos
perdón. A la pregunta de por qué, tras la caída de los ángeles, Dios creó al
hombre, San Ambrosio responde así: «tras esa experiencia, Dios quería
tener trato con seres a los que pudiera perdonar» [87].
El tema del origen de cada hombre, del comienzo de cada vida humana
o, en definitiva, del momento de la infusión del alma en el cuerpo para
constituir esa perfecta unidad de materia-espíritu que es cada hombre,
remite a la cuestión acerca de la raíz de la doble condición del hombre: cada
hombre es un individuo de la especie Homo sapiens y al mismo tiempo es
persona dotada de dignidad absoluta. Es un cuerpo material y es un alma
espiritual, sin que esta doble condición signifique, de ningún modo,
dualismo en cualquiera de sus versiones. El porqué de esa unidad plena y
perfecta la explica la doctrina cristiana cuando afirma que en el origen
concreto de cada persona se encuentran y se aúnan, de una parte, la acción
creadora de un alma individual por Dios, y de otra, la acción generadora de
los padres. La unidad del ser humano deriva precisamente de su origen en
Dios que lo crea y en los padres que lo engendran.
Para la antropología cristiana ambas acciones, la de Dios que crea el
alma inmortal y la de los padres que engendran, no son dos causas
separadas que tengan unos efectos distintos y separados, que después en un
momento dado misteriosamente se unirán, sino verdaderas con-causas.
Ambas acciones constituyen un único principio que da origen a una
persona. No puede decirse sencillamente que Dios crea el alma aislada
mientras que los padres engendran un cuerpo material sin alma. El término
del acto creador de Dios y el término de la generación paterna es el mismo:
la persona del hijo. Por ello, los padres que engendran son, verdadera y no
metafóricamente, partícipes del poder creador del Amor de Dios que pone
en la existencia a cada ser humano. Esta alianza de Dios que crea, y los
padres que con Él procrean, introduce en la historia en un momento preciso
la absoluta novedad de una nueva vida humana. Los seres humanos no
transmiten la vida por simple reproducción: en el origen de cada hombre
está, junto a la generación de los padres, una acción creadora de Dios que
confiere a esa materia producida por los padres la condición humana y con
ello la dignidad propia de una criatura querida por sí misma por parte de
Dios.
De ahí que la pregunta acerca del momento de la infusión del alma en el
cuerpo no sea una formulación del todo correcta del tema del origen de un
ser humano o del comienzo de la vida humana. La plena correspondencia
entre la llamada a existir, que dirige Dios al crear en ese instante un alma
espiritual, y el engendrar el cuerpo humano de los padres, implica que entre
el alma y el cuerpo hay una correspondencia que es también plena, aunque
a su vez espíritu y materia sean inconfundibles. La vida personal que
comienza, y que manifestará más tarde las actividades propias de la
persona, es inseparable de la vida biológica que arranca en ese momento,
aunque al mismo tiempo aquélla no pueda ser reducible a ésta. Es decir, el
cuerpo del hombre es siempre un cuerpo humano con carácter personal.
Justamente esa creación inmediata del alma de cada ser humano por Dios es
lo que constituye a cada individuo de la especie humana en persona. El
designio de Dios hace que se sea hombre por el mero hecho de ser realidad
humana: individuo de la especie Homo sapiens. Se es ser humano cuando
las características genéticas indican pertenencia a la especie humana, con
absoluta independencia de que tenga, o no tenga todavía, o no tenga nunca,
la posibilidad de actuar como persona.
Esta capacidad sólo la alcanzará con un proceso temporal psíquico-
orgánico; en un desarrollo que va, desde su inicio hasta la muerte, y aunque,
en distintos momentos y situaciones de su vida no está capacitado para
actuar como persona, no deja por eso de serlo. Como no deja de sedo, si
Dios permite que esa capacidad no llegue nunca a alcanzar la plenitud en
todas sus dimensiones, por deficiencias del cuerpo. No existe un cuerpo
humano, que esté en un momento concreto del proceso de construirse, y que
reciba un alma: si se está iniciando la construcción de un cuerpo humano, es
porque tiene alma. El cuerpo del hombre es siempre, incluso si es un
embrión pequeñísimo o se encuentra en coma profundo, un cuerpo humano;
no es nunca un cuerpo a secas, un simple organismo vivo con órganos y
estructuras corporales, al modo como lo es un vegetal o un animal, cuyo
origen está solamente en el proceso reproductivo de sus progenitores. Que
el cuerpo de un ser humano sea siempre necesariamente un cuerpo humano,
significa o puede expresarse diciendo que el alma es la forma del cuerpo.
Existe una correspondencia plena y, por tanto, no toda disposición de la
materia individualizada como un organismo vivo, tiene potencia o
capacidad de recibir un alma humana; sólo tiene potencia de ser humana la
disposición de la materia que resulta del engendrar de los hombres, de la
fusión en una unidad de un gameto paterno y otro materno.
Se acepte o no, se crea o no, siempre está el amor de Dios en el origen de
cada persona, y ese amor es el sello de garantía de la dignidad inviolable de
cada criatura humana desde su inicio. Debido a la perfecta unidad de cuerpo
y alma, que es todo hombre, alcanzar la plenitud humana en todas sus
dimensiones supone y exige que se desarrolle, siguiendo un proceso
temporal, un cuerpo adecuado a la condición humana; puede resultar un
organismo perfecto o defectuoso; puede enfermar en un momento dado,
pero no puede perder nunca el valor, la dignidad, que le confiere su origen
en Dios, que le llamó a la vida dándole, creándole, un alma. En esa unidad
materia-espíritu, que es cada ser humano, el alma tiene primacía.
La fe cristiana afirma la inmortalidad del alma y con ello afirma que con
la muerte física el hombre no muere del todo, ya que hay en él una vida que
no está totalmente identificada con sus procesos biológicos materiales ni es
totalmente dependiente de ellos. El cuerpo humano, hemos dicho, es
personal, pero el alma humana es en cierto modo más que la mera forma del
cuerpo. Existe una correspondencia entre materia y forma en la unidad del
ser humano, pero en esa unidad el alma no queda nunca completamente
determinada por el cuerpo. Correspondencia no significa solapamiento
pleno. El mismo dualismo hedonista, que ve el cuerpo humano como algo
que se posee y se usa, y que rinde culto a la salud, a estar en forma física, a
veces es el mismo que niega el respeto de todos los derechos humanos a los
embriones, a los deficientes o a los ancianos. Son manifestaciones de dar la
primacía a lo material; pero la unidad cuerpo-alma del ser humano no se
rompe, ni se malogra por grande que sea la debilidad física corporal.
En resumen, podemos afirmar que en el origen de cada persona, en la
procreación, Dios y los padres dan vida a ese único ser que es la persona del
hijo. Dios al llamarle a la existencia a Su imagen y semejanza, hace que el
ser humano, y no sólo las potencias del alma, sea espiritual, puesto que
también la dimensión material de la persona ha sido fruto de esa llamada
creadora aliada a la generación por los padres. Por ello la vida entera del
hombre, sobre esta tierra, tiene el carácter de una respuesta a la llamada
creadora, puesto que el proyecto divino lo ha de hacer realidad cada hombre
colaborando con su Creador [15]. De esta forma la vida humana configura a
la persona; es decir, lo que cada hombre es, en su singularidad personal, es
fruto también de su historia. Aunque todos los hombres tienen la misma
naturaleza, las diferencias entre las personas son muy grandes, en cuanto a
intensidad de «vida personal». En efecto, parte de las disposiciones de una
persona le vienen de nacimiento, son la «dotación natural», pero otra gran
parte se debe a la propia historia personal.
Figura 1. A. Con la fecundación se inicia la nueva vida al formarse el cigoto (para algunos,
embrión de una célula), que contiene en su material genético heredado del padre y de la madre,
toda la información y capacidad para construir el organismo adulto. El conjunto de células
procedentes de las divisiones sucesivas de esta primera célula adquieren la arquitectura del
embrión, propia de cada etapa, gracias a las moléculas de adhesión, situadas en las membranas, que
actúan a modo de pegamento entrelazándolas específicamente y constituyendo el embrión
temprano bicelular, octocelular, mórula o blastocisto, etc. Estas interacciones dan noticia a cada
célula de su pertenencia al conjunto unitario, y dirigen la elaboración de señales intracelulares que
guían las etapas siguientes.
B. En algunos casos el mensaje genético de un determinado cigoto puede dar señales de forma que
las sustancias pegamento elaboradas den lugar a interacciones intercelulares más débiles, lo que
permite que se seccione el embrión y cada conjunto celular resultante se articule y continúe el
desarrollo embrionario por separado: dos cigotos en lugar de un embrión bicelular, dos embriones
bicelulares en lugar de un embrión tetracelular o dos embriones en fase de blastocisto si se
segregan las células de la masa interna de uno sólo; en cualquiera de los casos podrán nacer dos
gemelos monocigóticos.
BIBLIOGRAFÍA
1. FECUNDACIÓN ARTIFICIAL
1.4. La GIFT
Muchos son los problemas éticos que se plantean en relación con las
técnicas de fecundación asistida. El primero es que la inseminación, por lo
que tiene de manipulación y de artificioso, convierte la procreación (acto
personal) en un acto tecnificado, privado de toda relación interpersonal: el
hijo es fruto de un acto de amor de los padres y el único lugar digno para
engendrado es el acto conyugal. «El hijo es fruto de la unión conyugal,
cuando se expresa plenamente, con el concurso de las funciones orgánicas,
de las emociones sensibles que lo acompañan, del amor espiritual y
desinteresado que lo anima» [12]. Juan Pablo II señala igualmente que el
origen del hombre es el resultado de una procreación ligada a la unión no
solamente biológica, sino también espiritual de los padres unidos por el
vínculo del matrimonio [13].
Pero no es esto lo que sucede con la inseminación artificial, en la que se
ha separado la actividad biológica de la relación personal de los cónyuges.
Por ello, el Magisterio de la Iglesia las considera moralmente ilícitas.
Conviene advertir, sin embargo, que el Magisterio no pone reparos a lo
que se llama inseminación artificial impropia, que se limita al uso de ciertas
técnicas (dilatación del cuello uterino, recogida del semen del fondo de la
vagina y su ulterior reintroducción en el útero), para conseguir que la unión
sexual de la pareja produzca el embarazo deseado: «Si el medio técnico
facilita el acto conyugal o le ayuda a alcanzar sus objetivos naturales puede
ser moralmente aceptado. Cuando, por el contrario, la introducción técnica
sustituya al acto conyugal, será moralmente ilícita» [14].
El principal problema ético que se plantea en la FIV es la relación con lo
que podemos considerar el estatuto del embrión humano: ¿es un ser
humano en fase embrionaria o se trata de una «cosa»? La respuesta es
decisiva puesto que en la FIV hay pérdidas de embriones en diferentes fases
del proceso; hay también sobrantes que son desechados o que se usan para
investigación.
Cuando estudiemos el aborto, analizaremos ampliamente esta cuestión,
que ya se mencionó en el capítulo II, 2.2. Baste ahora recordar que el
embrión es un ser humano. Puesto que la vida humana comienza con la
fecundación, desde ese momento hay vida humana, una vida que tiene un
valor tan pleno como el de cualquier otro ser humano. Por tanto, si se
manipula un embrión, si deliberadamente se le deja morir, se está atentando
a un derecho fundamental.
Algunos tratan de obviar este grave problema señalando que hasta que no
ha alcanzado cierta fase de desarrollo o hasta que se produce la anidación,
el embrión no es ser humano, sino que tiene una existencia que califican de
pre-humana (pre-embrión). Por ejemplo, el informe Warnock (encargado,
en el año 1984, por el Secretario de Estado para los Servicios Sociales del
Gobierno británico) establece como tope para todo tipo de manipulación
con embriones el día 14, considerando que hasta esa fecha no es todavía
humano. Pero este planteamiento no tiene base biológica. El embrión es
humano desde el principio, no hay una fase del desarrollo embrionario que
no sea humana: el ADN de la célula germinal es el mismo que tiene a los 14
días, a los 40 y hasta que el sujeto muera (si es que lo dejan nacer). El
propio Dr. Edwards define el embrión –ya desde el período
preimplantatorio– como «un microscópico ser humano en un precocísimo
estadio de desarrollo» [15].
Sobre esta cuestión se ha pronunciado con claridad la citada Instrucción
Donum vitae, de 22-II-1987, cuando afirma que «el ser humano debe ser
respetado –como persona– desde el primer instante de su existencia». «El
fruto de la generación humana desde el primer momento de su existencia, es
decir, desde la constitución del zigoto, exige el respeto incondicionado que
es moralmente debido al ser humano en su totalidad corporal y espiritual»
[16]. Lo que significa que desde el instante de su concepción se le deben
reconocer los derechos de la persona, y el primero de todos es el derecho
inviolable de todo ser humano inocente a la vida (cfr. capítulo II).
Éste es el argumento más sólido en contra de la FIVET. Cuando la
esterilidad de una pareja se resuelve por este sistema, no puede olvidarse
que se ha conseguido a costa de sacrificar varios seres humanos, de
auténticos abortos por tanto. Y esto es inaceptable.
En el caso de la FIV heteróloga, donde se emplean espermas u óvulos de
donante o se transfieren embriones a una mujer distinta de la esposa, se
advierte fácilmente su carácter inmoral, por lo que supone de paternidad
anónima (equiparable a un adulterio biológico, aunque se trata de una
injusticia mucho más grave) y por los posibles peligros derivados de
consanguinidad o incesto, aparte de diversos problemas jurídicos,
psicológicos y sociales, aún poco estudiados.
Añádase también el modo de obtener el semen, ordinariamente por
masturbación (ilícita moralmente); y el suscitar en la mujer la idea del
«derecho al hijo», como si tuviese necesidad de conseguirlo a toda costa
[17], cuando propiamente una persona no tiene derecho a poseer a otra
persona.
Finalmente, existe otra grave razón, y no es la menos importante, que
vale para todos los casos de FIV (homóloga y heteróloga) y para la
inseminación artificial. Se refiere a lo que supone de ruptura de los
aspectos unitivo y procreador del acto conyugal. Aquí puede plantearse esta
duda: ¿es moralmente lícito dar origen a una nueva persona con un acto
diverso del acto conyugal? La respuesta es negativa. Sólo un acto de amor
en el cual toda la persona de los cónyuges está implicada es digno de dar
origen a una nueva persona humana. Toda persona –y, por tanto, también la
que va a nacer– debe ser querida en sí misma y por sí misma: es decir, por
amor. La FIV establece entre quienes realizan la fecundación y el que va a
nacer una relación de «producción de un objeto», y una persona no puede
ser objeto producido por el trabajo del hombre, sino un ser querido por un
acto personal de amor. «Todo ser humano ha de ser acogido siempre como
un don y bendición de Dios. Sin embargo, desde el punto de vista moral,
sólo es verdaderamente responsable, para con quien ha de nacer, la
procreación que es fruto del matrimonio» [18].
Estamos tal vez ante una de las cuestiones más difíciles de entender en
nuestra época. Para algunos esposos, la FIVET se presenta como el único
medio para obtener un hijo sinceramente querido. Y se preguntan si, en su
caso, la totalidad de su vida conyugal no bastaría para asegurar la dignidad
propia de la procreación humana. Pero esta buena intención no es
suficiente: «El procedimiento de la FIVET se debe juzgar en sí mismo, y no
puede recibir su calificación moral definitiva de la totalidad de la vida
conyugal en la que se inscribe, ni de las relaciones conyugales que pueden
precederlo o seguirlo» [19]. La clave para resolver la cuestión está en la
naturaleza del acto conyugal y de la íntima unión de sus aspectos unitivo y
procreador que tratamos en otro lugar [20]. A este respecto, son
clarificadoras estas palabras: «La importancia de la unión moral existente
entre los significados del acto conyugal y entre los bienes del matrimonio,
la unidad del ser humano y la dignidad de su origen, exigen que la
procreación de una persona humana haya de ser querida como el fruto del
acto conyugal específico del amor entre los esposos» [21].
En los últimos años, varias Conferencias Episcopales de diversos países
(Reino Unido, Canadá, Australia, Francia, etc.) se han pronunciado
negativamente sobre la FIVET, señalando sus reservas morales a este modo
artificial de transmisión de la vida, recordando lo afirmado por la
Congregación para la Doctrina de la Fe con la ya citada Instrucción.
Sobre los riesgos que se ciernen sobre la humanidad si se desatienden las
reservas éticas que merecen muchas de estas prácticas, bástenos esta idea:
«Las posibilidades que ofrece actualmente esta técnica se alejan cada vez
más de la ya sospechosa meta inicial –resolver la esterilidad y poder
realizar una selección genética– hasta llegar, con la manipulación de ovarios
y espermatozoides de donantes, congelación de embriones humanos,
cultivos de ovarios, ectogénesis, fertilización interespecies, etcétera, a una
situación en que la reproducción –convertida en una “técnica” más– queda
completamente separada de la familia y confiada “a la responsabilidad de
los sabios”. Se habría llegado a la mayor locura de la historia: una sociedad
que “edita” niños, sin padre ni madre [...] donde la palabra AMOR carece
de significado alguno» [22].
Para una valoración ética de la Gift, recordamos que su origen está en
relación con la búsqueda de soluciones técnicas acordes con la dignidad de
la persona, es decir, que puedan ser aceptables moralmente. Se ha
comentado que cuando se publicó la instrucción Donum vitae ya existía la
Gift y, sin embargo, ésta no es contemplada en ese documento. Ese silencio
fue interpretado por algunos como una aprobación implícita. Otros, sin
embargo, lo entienden de modo diverso, alegando la dificultad que existe
para distinguir cuándo la técnica va a ser ayuda y cuándo va a sustituir al
acto conyugal.
Entre los moralistas católicos se dan las dos opiniones: unos consideran
como aceptable lo que denominan Gift ideal, aquella que se realiza en un
matrimonio estable, separada de la FIVET y en determinados casos
concretos [23], y otros piensan que, a pesar de todas las restricciones, la
Gift es, en realidad, no una ayuda en el acto sexual, sino la verdadera causa
de la fecundación [24], y que conlleva todos los problemas éticos de la
fecundación artificial: embriones perdidos, la idea del hijo como «derecho»
de los padres, la separación de los aspectos unitivo y procreador del acto
sexual, etc., ya considerados anteriormente.
Lo que se discute en este caso es si, en cuanto tal, ese determinado
recurso a la técnica es o no es respetuoso con la dignidad de la persona
humana, es decir, ¿se trata de una asistencia o de una sustitución del
proceso procreador? Estamos ante un problema todavía en estudio, que
requiere ulteriores desarrollos doctrinales, pero pensamos que son tantos los
actos necesarios para la realización de la técnica (diversas personas,
distintas intervenciones) que resulta difícil ver a los esposos como la causa
principal de la fecundación y aún más difícil entender la unidad amorosa
del proceso procreador.
En cualquier caso, nos parece que se deben considerar éticamente lícitas
las acciones médicas de tipo quirúrgico o farmacológico que se inscriban en
un contexto de capacitación tanto del hombre como de la mujer, en orden a
que el acto conyugal sea fecundo. Es el caso de la LTOT (Low tubal ovum
transfer, transferencia de óvulos a la trompa): se extraen los oocitos de los
folículos y se depositan en el tercio externo de la trompa; los oocitos son
fecundados por los espermatozoides –producto de la relación conyugal– que
han llegado a través del tracto genital femenino [25].
1.6. Reducción embrionaria
2. MANIPULACIÓN GENÉTICA
3. ABORTO
3.1. Noción
3.2. Formas
Hasta los años sesenta, sólo tenía interés el denominado aborto criminal
considerado como delito grave en los Códigos Penales. Actualmente,
repasando el ordenamiento jurídico de aquellos países donde el aborto está
legalizado (el aborto sigue siendo un grave delito, aunque se haya
despenalizado), se advierten diferentes modalidades:
– para favorecer la salud física o mental de la madre;
– cuando el embarazo es consecuencia de violación o incesto, o se
produce en una mujer que no ha alcanzado determinada edad;
– cuando la madre ha padecido rubeola en una fase crítica de la gestación
(con el riesgo consiguiente de una malformación congénita del niño) o ha
estado expuesta a otros riesgos (como ciertos fármacos o radiaciones
ionizantes) de trastorno de desarrollo fetal;
– cuando se ha diagnosticado por amniocentesis o por otros medios el
síndrome de Down u otra anomalía cromosómica;
– cuando los padres padecen deficiencia mental y se considera que son
incapaces de atender adecuadamente al hijo.
Aparte de esas indicaciones, presuntamente basadas en consideraciones
médicas, eugenésicas o médico-sociales, algunos instrumentos legales
autorizan el aborto por razones socioeconómicas o simplemente
económicas [39].
«Mi cuerpo es mío», «nuestro cuerpo nos pertenece»: son los gritos de
algunos grupos feministas que consideran el feto como un simple apéndice
de la madre, y, por tanto, podría ser eliminado por su libre determinación.
Este argumento constituye un craso error biológico. El nuevo ser que
vive en el seno materno tiene un código genético propio, distinto del de su
madre: es un organismo que crece completamente diferenciado y nunca
puede ser considerado como parte del cuerpo de la madre (cfr. cap. II,
donde se ha tratado ampliamente sobre el origen de la vida humana). La
madre puede tener cierto derecho al propio cuerpo [47], pero el prenacido
no es parte de su cuerpo: es el cuerpo de otro ser. Y los derechos de cada
uno y su libertad terminan donde empiezan los derechos de los demás.
Es llamativa la contradicción que se da cuando se quieren «conciliar» la
libertad y los derechos humanos. Comentando un estudio sobre el aborto en
el mundo, hecho en 1999 por el Instituto Alan Guttmacher (Washington),
que da la cifra de 26 millones cada año, lo que equivale a 35 abortos por
cada 1.000 mujeres, el autor afirma: «El hombre occidental puede
tranquilizar su conciencia: ser campeón de los derechos humanos, de la
dignidad humana y de la democracia es algo compatible con la liquidación
masiva de los no aceptados por los vivos o por los más fuertes» [48].
BIBLIOGRAFÍA
4. EUGENESIA
4.1. Historia
4.3.4. Amniocentesis
Es uno de los principales métodos de diagnóstico genético prenatal. Se
realiza introduciendo una aguja a través del abdomen y de la matriz de la
embarazada, para recoger una muestra del líquido amniótico que envuelve
al feto y realizar las subsiguientes pruebas bioquímicas y cito lógicas. La
muestra contiene células del feto, que son examinadas después de tres o
cuatro semanas de cultivo en laboratorio. De esta manera, se puede saber si
el feto sufre alguna anomalía cromosómica o alguna otra de las
enfermedades congénitas (unas trescientas), detectables por examen del
líquido amniótico.
Para obtener resultados válidos con la amniocentesis, el examen suele
efectuarse cuando han transcurrido al menos 16 semanas de gestación (a
veces se hace amniocentesis precoz, a las 12 semanas), ya que sólo
entonces es favorable la relación entre el tamaño del feto y la cantidad del
liquido amniótico. Después, deben transcurrir unas tres semanas para el
cultivo de las células en el laboratorio. De modo que hasta las 20 semanas
no se está en condiciones de asegurar el diagnóstico. Obviamente, en ese
tiempo la gestación está ya muy avanzada y la madre percibe ya los
movimientos fetales.
Esta técnica tiene algunos riesgos: además de riesgos a medio o largo
plazo (complicaciones del embarazo y del parto, aumento del índice de
prematuridad o morbilidad perinatal, errores de diagnóstico, etc.), se
señalan algunos riesgos inmediatos para la madre y para el feto, entre el 1 y
2%: hemorragias, infecciones, desprendimiento de placenta y aborto
espontáneo, muerte fetal (la pérdida fetal actualmente es del 0,3%), muerte
materna (ésta es muy rara [12]).
Sobre el riesgo, cabe la siguiente advertencia. Se considera que una
técnica diagnóstica no debería tener un riesgo mayor del 2%. Si se tiene en
cuenta que el riesgo a tener un niño con alguna patología genética viene a
ser del 2%, se comprende que sólo en casos muy excepcionales puede
acudirse a esta técnica, ya que no parece razonable producir artificialmente
el mismo o mayor porcentaje de peligro del que existe en la propia
naturaleza. ¿Para qué someterse a un diagnóstico no exento de riesgos
cuando, hoy por hoy, existe poca posibilidad de curación y la solución que
ordinariamente se ofrece es el aborto? De modo que sólo sería
recomendable la amniocentesis en caso de existir una probabilidad elevada,
por edad avanzada de la madre o por el historial familiar, de que el hijo
sufra alguna enfermedad congénita.
Además sucede que actualmente son muy pocas las enfermedades
congénitas que pueden ser tratadas o curadas in utero o después del
nacimiento. En realidad, la única salida que suele ofrecerse, en los casos de
una amniocentesis con resultado positivo para alguna malformación, es el
aborto [13]. De hecho, los autores que recomiendan la amniocentesis lo
hacen casi siempre con el fin de indicar el aborto selectivo de los fetos
supuestamente tarados.
De modo que, además de las científicas, el diagnóstico prenatal y el
consejo genético tienen implicaciones humanas y éticas. Estas
implicaciones éticas vienen expuestas en la citada Instrucción Donum vitae,
I, 2, que a la pregunta ¿es moralmente lícito el diagnóstico prenatal?,
responde:
1) Es lícito, si respeta la vida e integridad del embrión y del feto humano,
y si se orienta hacia su curación. La razón es que el diagnóstico prenatal
puede dar a conocer las condiciones del embrión o del feto y permite, más
precozmente y con mayor eficacia, algunas intervenciones terapéuticas,
médicas o quirúrgicas. Pero para ello hace falta:
– consentimiento de los padres, debidamente informados;
– y que los métodos empleados salvaguarden la vida y la integridad del
embrión y de su madre, sin exponerles a riesgos desproporcionados [14].
El Documento señala que la obligación de evitar riesgos
desproporcionados exige un auténtico respeto del ser humano y la rectitud
de la intención terapéutica. Esto sirve para cualquier experimento científico
con el hombre, y comporta que el médico «ante todo deberá valorar
atentamente las posibles consecuencias negativas que el uso necesario de
una determinada técnica de exploración puede tener sobre el ser concebido,
y evitará el recurso a procedimientos diagnósticos de cuya honesta finalidad
y sustancial inocuidad no se poseen suficientes garantías. Y si, como sucede
frecuentemente en las decisiones humanas, se debe afrontar un coeficiente
de riesgo, el médico se preocupará de verificar que quede compensado por
la verdadera urgencia del diagnóstico y por la importancia de los resultados
que a través suyo puede alcanzarse en favor del concebido mismo» [15].
2) Es ilícito cuando, en dependencia de sus resultados, contempla la
posibilidad de provocar un aborto; de manera que «un diagnóstico que
atestigua la existencia de una malformación o de una enfermedad
hereditaria no debe equivaler a una sentencia de muerte». Comete, pues,
una acción gravemente ilícita:
a) la mujer que solicita un diagnóstico, con la intención de proceder al
aborto en el caso de que se confirme la existencia de una malformación o
anomalía;
b) el cónyuge, los parientes o cualquier otra persona que aconseja o
impone el diagnóstico a la gestante, con ese mismo propósito. Estas
personas podrían incurrir en la pena de excomunión, si el aborto se verifica
como consecuencia de la ayuda prestada [16].
También es responsable de cooperación ilícita el especialista que, al
hacer el diagnóstico o por el modo de comunicar sus resultados, contribuye
directa y voluntariamente a establecer o favorecer la concatenación entre
diagnóstico prenatal y aborto.
Finalmente, el Documento condena, como violación del derecho a la vida
de quien va a nacer y como transgresión de los prioritarios derechos y
deberes de los cónyuges, las directrices o programas de las autoridades
civiles y sanitarias que de cualquier modo favorecen la conexión entre
diagnóstico prenatal y aborto; y lo mismo, los programas o directrices que
indujesen a las gestantes a someterse al diagnóstico prenatal planificado con
objeto de eliminar los fetos afectados de malformaciones o enfermedades
hereditarias [17].
5. TRASPLANTES Y DONACIÓN DE ÓRGANOS
6. EUTANASIA
BIBLIOGRAFÍA
AA.VV., Deontología biológica, Facultad de Ciencias, Universidad de
Navarra, Pamplona 1985.
ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA, Comentario interdisciplinar
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BELLVER CAPELLA, V., ¿Clonar? Ética y derechos ante la clonación
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la eutanasia, 5 de mayo de 1980.
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procreación, 22 de febrero de 1987.
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La eutanasia, 100 cuestiones
y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los
católicos, 14 de febrero de 1993, EDICE, Madrid 1993. Cfr.
Documentos MC, Palabra, Madrid 1993.
JUAN PABLO II, Encíclica Evangelium vitae, sobre el valor y carácter
inviolable de la vida humana, 25 de marzo de 1995.
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PERICO, G., Problemi di Etica Sanitaria, Ancona, Milán 1985.
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SARMIENTO, A.; RUIZ-PÉREZ, G.; MARTÍN, J.C., Ética y genética, 2.ª
ed., Ediciones Internacionales Universitarias, Barcelona 1997.
SERRANO RUIZ-CALDERÓN, J.M., Eutanasia y vida dependiente,
Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid 2001.
CAPÍTULO V
SALUD, DOLOR Y ENFERMEDAD
1. SALUD Y ENFERMEDAD
1.1. Hacia un concepto moderno de salud
El concepto de salud [2] ha ido cambiando con el paso del tiempo, pero
sí queremos recordar algunas definiciones que se han dado sobre ella:
a) hay una definición «popular», que considera la salud como vitalidad
física exuberante, como ausencia de toda disfunción; así, se afirma de una
persona que está «rebosante de salud»;
b) para los Sistemas nacionales de Salud, las Mutuas aseguradoras, etc.,
la salud viene a ser el estado de eficiencia para desempeñar los trabajos
propios del individuo en la sociedad: persona sana significa que es apta para
el trabajo, enfermo es «el que va al médico»;
c) para los médicos y el resto del personal sanitario, salud es la ausencia
de limitaciones o de dolencias, ya sean orgánicas o funcionales;
d) se ha impuesto, sin embargo, la definición de la Organización Mundial
de la Salud (OMS), que considera la salud como «estado de perfecto
bienestar, físico, psíquico y social en interacción con el medio y no sólo la
ausencia de dolor o enfermedad».
Esta definición marca un notable progreso sobre las precedentes, ya que
incluye la dimensión psíquica y tiene en cuenta el carácter social de la
persona y, por otra parte, pone más acento en la promoción de la salud que
en la curación de las enfermedades. Tiene, sin embargo, algunas
limitaciones:
a) considera todavía la salud desde una perspectiva individualista y
privada;
b) al afirmar la idea de «completo bienestar», aparte de constituir una
meta inalcanzable y generar vanas ilusiones, dilata enormemente el
concepto de enfermedad, ya que cualquier bienestar incompleto es
considerado como enfermedad: así planteada, esta definición de salud –que
corresponde al tipo de vida de una sociedad del bienestar– no deja de ser
una ingenua utopía de vida sin sufrimiento, de dicha sin dolor, de una
sociedad sin conflictos, donde por mucho que se desarrolle la Medicina,
dicha salud perfecta seguirá siendo una meta imposible. Además, al entrar
en la lista de derechos sociales reconocidos, con los relativos deberes del
Estado, induce a los ciudadanos a pretensiones o esperanzas desmedidas. Ya
hay autores que advierten que la obsesión por la salud y el bienestar –al
reclamar del sistema sanitario fines inconscientes, como la negación del
dolor y de la muerte– puede ser peligrosa.
2. DOLOR Y SUFRIMIENTO
Es frecuente escuchar a los que tienen trato con enfermos que cuando se
tiene fe es más fácil comprender, o al menos aceptar, el dolor, pero cuando
se carece de un sentido trascendente, la pregunta que uno puede hacerse es
¿para qué vale el sufrir? Anteriormente hemos recordado diversas
explicaciones que se han ofrecido a lo largo de la historia. Pero hemos de
decir que existe también un sentido humano del dolor, como la Psicología y
la Pedagogía tratan de mostrar. Estas son algunas explicaciones que se
suelen dar:
a) el dolor tiene sentido en un ser que está en desarrollo; enseñan los
psicólogos y pedagogos que no se puede educar sin sufrimiento: no se
puede dar a los niños todo lo que piden (hay que dejarles llorar en la cuna,
no darles todo lo que apetecen, etc.). Un sufrimiento acompañado es bueno
para el desarrollo del yo;
b) también tiene sentido para los adultos, cuando éstos quieren ser
autores de su existencia, y así:
– el sufrimiento realza la existencia humana, despierta lo verdaderamente
espiritual en el hombre (ya nos hemos referido antes al valor humanizador
del sufrimiento, con el ejemplo de Solzenitzyn);
– el sufrimiento deja al hombre a solas consigo mismo y le ayuda a
pararse, a «reposar y a repasar», a despegarse de las cosas; «el dolor
desnuda la esencia de las cosas» [28];
– el sufrimiento –que acaba remitiendo al sentido de la propia
existencia– debería ser siempre personalizador y personalizante. Algunos
filósofos dicen que el hombre es un ser inacabado y con el sufrimiento se
puede lograr ese acabamiento;
– sirve para descubrir al ser humano su condición humana, su
insuficiencia radical;
– pone a prueba a la persona, ayuda a superarse ante las dificultades;
– puede fortalecer, asentar a la persona, y en ese sentido es una ayuda en
la adquisición de las virtudes;
– remueve al ser humano y le recuerda que éste no es su sitio; ayuda a
trascenderse y a la creatividad; es capaz de actualizar la esperanza;
– une a las personas: el que ha sufrido comprende mucho mejor a los
demás.
Es muy interesante la explicación que ofrece Viktor Frankl [29]. Con el
sufrimiento se realizan los «valores de actitud», valores que, según él, están
por encima de los valores creadores (trabajo) y valores vivenciales (amor).
Frankl distingue:
– el homo faber: el que llena su sentido existencial mediante sus
creaciones;
– el homo amans: el que llena su sentido a través del amor;
– el homo patiens: el que sufre, y presta un «servicio», un «rendimiento»
con sus padecimientos.
El homo faber es –humanamente hablando– un triunfador y se mueve
entre las categorías de triunfo y fracaso, buscando siempre el éxito. Para el
homo patiens las categorías son otras: cumplimiento y desesperación, que
se insertan en otra dimensión. El homo patiens puede realizarse incluso en
el fracaso; la experiencia enseña que son compatibles cumplimiento-
fracaso, como éxito-desesperación, aunque a los ojos del homo faber el
triunfo del homo patiens sea visto como necedad y escándalo (es la locura
de la Cruz de la que habla Pablo de Tarso).
3. EL CANSANCIO
3.1. Causas
3.2. Síntomas
4. ENFERMEDAD Y VEJEZ
BIBLIOGRAFÍA
2.1. Aniquilación
Con la muerte el hombre se reduce a la nada, deja de ser. Epicuro
afirmaba: «Cuando yo existo, no existe la muerte, cuando existe la muerte,
no existo yo». Es, pues, una postura materialista radical, defendida más
tarde por Feuerbach y Haeckel, un controvertido biólogo alemán, acérrimo
defensor de la evolución. Si la vida humana no es más que el resultado de
combinaciones de moléculas, átomos y partículas, la muerte será la
descomposición de esos elementos en el universal proceso cósmico. Esta
postura contradice el culto a los muertos desde los albores de la humanidad
y el ansia universal de inmortalidad del género humano.
2.2. Reencarnación
3. EL ENFERMO TERMINAL
5. ATENCIÓN A LA FAMILIA
La enfermedad no sólo afecta al sujeto que la padece, sino que golpea a
toda su familia, que, por un lado, sufre las consecuencias de la enfermedad
y, por otro, constituye el principal soporte del enfermo. Por eso, la atención
a la familia es de gran importancia. Convendrá tener en cuenta los
siguientes elementos [51]:
a) influencia de la enfermedad en la familia: la enfermedad, sobre todo si
es prolongada, provoca diversos trastornos que pueden desorganizar la vida
cotidiana, ya que conlleva ansiedad, preocupación, cambios en el espacio y
en el tiempo, etc. [52];
b) para facilitar una buena relación paciente-familia se recomienda:
– comunicación del diagnóstico hecha de modo adecuado. Al igual que al
enfermo, la familia también necesita comunicación porque la incertidumbre
constituye una de las mayores fuente de estrés. Aunque el destinatario
primero de la información es el propio paciente, será preciso ir explicando a
su familia el diagnóstico, el probable curso que seguirá la enfermedad y las
pautas de tratamiento conforme vaya evolucionando;
– apoyo para mejorar la comunicación: en un momento en que se
necesita que ésta sea lo más fluida y cordial posible, habrá que estar muy
atentos para evitar malentendidos, desacuerdos, trastornos emocionales,
etc.;
– ayudar en las fases de adaptación a la enfermedad. Ya hemos
comentado que las familias atraviesan, al igual que los enfermos, las
diversas etapas de negación, cólera, etc., descritas por Kübler-Ross. Habrá
que estar advertidos para percibir en qué fase se encuentran y lograr la
comunicación adecuada. Con frecuencia, las familias no aceptan la
inevitabilidad de la muerte y se bloquean, y pueden requerir mucho apoyo.
c) entre los elementos que los equipos de apoyo deben considerar en su
relación con la familia, se encuentran:
– mostrar una verdadera preocupación por sus problemas; la familia sabe
distinguir fácilmente entre los ofrecimientos de ayuda rutinarios y aquellos
otros hechos con generosidad;
– saber escuchar, tener reuniones periódicas con ellos para aclarar dudas
o conflictos;
– sensibilidad para descubrir sus necesidades: posible cansancio,
agotamiento físico o psíquico, etc.;
– fomentar la educación sanitaria de la familia, para que pueda colaborar
en temas como alimentación, higiene, ciertas curas, etc.;
– proporcionar apoyo moral y social, que puede ser más necesario a la
familia que al propio paciente;
– ayudar todo lo posible en el trance de la muerte del enfermo. Hace falta
mucho tacto para saber estar presente en esos momentos tan delicados; si se
ha estado muchas veces en la habitación del enfermo, compartiendo ratos
de conversación o de silencio, la tarea resulta fácil;
– tras el fallecimiento, procurar acompañar a la familia. Nada hay tan
gratificante como sentirse acompañado en el momento del duelo.
7.4. Cremación
8. PROBLEMAS PASTORALES
A lo largo del capítulo hemos hecho referencia a muchos de ellos. Quizá
el principal problema que se presenta –sobre todo de cara a un posible
trasplante de órganos– es el del diagnóstico exacto de la muerte, al que ya
nos hemos referido en 1.1. Otros problemas, como la obligación de emplear
todos los medios posibles para la reanimación [73] o de retirarlos cuando se
consideren desproporcionados, o el deber de contar con el parecer de la
familia, etc., se estudian con más detenimiento en los tratados de Bioética,
aunque algunos aspectos han sido considerados anteriormente (cfr. nn. 3 y
4).
BIBLIOGRAFÍA
Miguel Ángel Monge con la colaboración del Dr. Guillermo López García
Los más recientes documentos de la Iglesia animan a conocer «los
procesos biológicos que dan origen a una nueva vida» [1]. El Papa Juan
Pablo II, cuando aconseja «vivir la sexualidad humana según el plan de
Dios», recuerda que los esposos deben conocer «la corporeidad y sus ritmos
de fertilidad» [2]. Este mismo documento repara también en la
conveniencia de «hacer todo lo posible para que semejante conocimiento se
haga accesible a todos los esposos» [3]. Parece, pues, razonable conocer
bien estas cuestiones, desde los ritmos biológicos de la mujer hasta el
desarrollo de una nueva vida. Aunque en esta tarea no corresponde al
sacerdote intervenir directamente como informador, es conveniente que
tenga un conocimiento adecuado de estos temas. Esto nos lleva a estudiar la
sexualidad en el hombre y en la mujer: desde algunos elementos de
Anatomía y Fisiología de la reproducción humana, hasta cuestiones
relacionadas con el matrimonio y la intimidad conyugal, los posibles
problemas de la maternidad en madres «mayores» y por cesáreas repetidas,
algunas cuestiones pastorales relacionadas con la contracepción, etc.
1.5. Anidación
El óvulo fecundado pasa a través de la trompa y comienza rápidamente a
dividirse. Primero da lugar a dos células idénticas, después se divide de
nuevo formando cuatro. El proceso de la división continúa rápidamente
duplicándose el número de células hasta ocho, dieciséis, treinta y dos, y así
sucesivamente. Esta repetida división da lugar a la formación de la mórula,
desaparece la que rodeaba al óvulo, y llega a la cavidad uterina en la fase
conocida con el nombre de blástula o blastocisto, que corresponde a una
fase más avanzada del desarrollo. Una vez llegada la blástula al interior del
útero se pone en contacto con el endometrio, que se encuentra en una fase
avanzada de secreción y allí anida. Con la anidación, y las funciones de la
placenta que se desarrolla después, el embrión dispone de un medio
adecuado que le garantiza el aporte de sustancias nutritivas y la respiración
celular. De las células más periféricas del blastocisto deriva el trofoblasto,
que por la producción de determinados fermentos penetra en el endometrio,
implantándose en él. Una parte del trofoblasto se condensa y desarrolla
llamativamente, concretándose paulatinamente en un órgano fundamental
para la evolución normal del embarazo, la placenta.
1. Maduración del folículo en el ovario, desde el oocito inicial hasta el folículo terminal.
2. Folículo maduro, inmediatamente antes de la ovulación.
3. Envoltura del folículo, inmediatamente después de la ovulación, en vías de transformación en el
cuerpo lúteo.
4. Cuerpo lúteo.
5. Óvulo en la trompa, antes de la fecundación.
6. Fecundación 12 a 24 horas desde la ovulación.
7. Esquema del mismo proceso. Se representan espermatozoides entre las células que envuelven el
óvulo, y uno sólo ha pasado al interior.
8. Después de la primera división celular. A las 30 horas de la ovulación.
9. Mórula, a las 40 ó 50 horas.
10. Mórula a las 60 horas.
11. Mórula a los 4 días.
12. Blastocisto libre a los 5 días.
13. Implantación del blastocisto a los 6 días.
2. NATURALEZA DE LA SEXUALIDAD
6. DE LA ADOLESCENCIA A LA SENECTUD
7. EL CELIBATO
7.1. Dificultades
Hubo épocas en que se llegó a pensar que la abstinencia sexual podría ser
causante de algunas enfermedades mentales [94]. Esta afirmación es
insostenible desde el punto de vista científico. Muchos psicólogos y
psiquiatras de prestigio lo confirman. Basta recordar a Adler, Allers,
Binswanger, von Gebsattel, Frankl, Boss, etc., que han fundado un saber
verdaderamente moderno sobre la normalidad y la patología humana; ellos
insisten en que sólo cuando la abstención sexual es vivida como represión o
negación de la sexualidad podría crear problemas. Vivida positivamente,
como «afirmación gozosa», se convierte en liberadora [95].
Más recientemente, se esgrimen argumentos pretenciosos, acusando al
celibato de espiritualismo desencarnado, como si la continencia comportara
desconfianza o desprecio de la sexualidad [96]. Ya nos hemos referido a la
bondad del sexo (cfr. epígrafe 4). No hace falta añadir que el sacerdote y, en
general, toda persona que renuncia al matrimonio «propter regnum
coelorum», vive el celibato con libertad interior, con motivaciones
evangélicas y fecundidad espiritual [97], en un horizonte, en suma, de
convencida y alegre fidelidad a la propia vocación y misión [98].
7.2. Remedios
BIBLIOGRAFÍA
Miguel Ángel Monge con la colaboración del Dr. Guillermo López García
El matrimonio constituye el marco adecuado para el ejercicio de la
sexualidad. La enseñanza moral católica es clara: el único lugar apto para
vivir la sexualidad es el matrimonio [1]. En ese caso, la sexualidad no sólo
es legítima sino que se convierte en «un signo y garantía de comunión
espiritual» [2]. Procurando y gozando del placer sexual, los esposos no sólo
no hacen nada malo [3] sino que cumplen el plan previsto por Dios: «Los
actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son
honestos y dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano,
significan y fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen
mutuamente con alegría y gratitud» [4]. Esto no quiere decir, sin embargo,
que cualquier uso de la sexualidad entre los casados es ya por sí mismo
honesto. Puede haber también abusos y errores. Existe por eso, también
para los casados, una virtud, la castidad: «Todo bautizado es llamado a la
castidad. El cristiano se ha “revestido de Cristo” (Gá 3, 27), modelo de toda
castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su
estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se
compromete a dirigir su afectividad en la castidad» [5]. Las personas
casadas están llamadas a vivir la castidad conyugal, que debe vivirse
igualmente en el tiempo de preparación para el matrimonio [6].
Analizamos a continuación algunas cuestiones relacionadas con la
preparación para el matrimonio, la intimidad conyugal, el embarazo en las
madres mayores, los posibles riesgos de la cesárea y diversos aspectos
médico-pastorales de la regulación de la natalidad.
1. EL NOVIAZGO
2. CASTIDAD CONYUGAL
3. INTIMIDAD CONYUGAL
3.2. La afectividad
4. EL EMBARAZO
4.3. El puerperio
7. PATERNIDAD RESPONSABLE
8. REGULACIÓN DE LA PROCREACIÓN
8.2.1. Esterilización
8.2.5. RU-486
Es, pues, la ciencia médica la que debe estudiar los distintos síndromes
(casos de esterilidad, metrorragias, dismenorreas, endometriosis, etc.) en los
que está indicada la terapia hormonal con estrógenos y gestágenos; baste
simplemente señalar cómo desde el punto de vista ético ese uso está
justificado cuando se emplean por razones terapéuticas, pero no cuando se
emplean como terapia de otras situaciones; por ejemplo, cuando un
embarazo puede ser una sobrecarga o constituir un peligro para la salud de
la madre (mujer cardiópata, tuberculosa, anémica, etc.); en esos casos hay
médicos que no dudan en recetar anticonceptivos hormonales con la
finalidad de que esos fármacos impidan la concepción y, por tanto, se evite
un peligro. En este caso se trataría de un uso anticonceptivo.
Al que aquí nos referimos como lícito es al uso propiamente médico, es
decir, cuando los estrógenos y gestágenos se usan como terapia de una
enfermedad, aunque secundariamente produzcan una esterilidad.
BIBLIOGRAFÍA
1. DIFERENCIACIÓN SEXUAL
3. DISFUNCIONES SEXUALES
3.2. Masturbación
4.3.1. Fetichismo
4.3.3. Voyeurismo
4.3.4. Paidofilia
4.3.5. Sadomasoquismo
5.2. Homosexualidad
BIBLIOGRAFÍA
La vida del hombre sobre la tierra, al igual que la de todos los vivientes,
como enseña la Biología, es una marcha en varias etapas: se nace, se crece,
se llega a la plenitud, se envejece y se muere [1]. Hay que aprender a pasar
de una etapa a otra suavemente, sin brusquedades, y saber encontrar en cada
una de ellas su sentido; pero aceptando la realidad inexorable del propio
desgaste físico y psíquico. Son las cuestiones que tratamos a continuación,
comenzando con unas consideraciones sobre el llamado «ciclo vital».
La Psicología evolutiva tiene por objeto el análisis del desarrollo
psíquico del individuo (los fenómenos que se producen y su fundamento),
desde el momento de la concepción hasta la vida adulta. Se centra en el
estudio de las tres trayectorias más importantes del desarrollo: el desarrollo
físico (cambios corporales, desarrollo cerebral, adquisición de habilidades
motoras), el desarrollo cognitivo (cambios en los procesos del pensamiento
que afectan al aprendizaje, las habilidades lingüísticas y la memoria) y el
desarrollo psicosocial (cambios en los aspectos emocionales y sociales de la
personalidad). Aunque con fines didácticos separaremos estas áreas de
estudio, hay que decir que las tres están íntimamente relacionadas, y que
cada una de ellas ejerce una influencia sobre las otras dos.
Los términos madurez y edad adulta no denotan unos años definidos con
precisión, sino que más bien aluden a un proceso que tiene lugar en la mitad
de la vida y que incluye, tanto el crecimiento y el desarrollo como el
envejecimiento y el declinar. Desde la perspectiva del ciclo vital, la edad
madura o madurez forma parte del proceso general de envejecimiento que
avanza fisiológica, psicológica y socialmente desde el momento de la
concepción.
La edad madura puede considerarse como el pináculo en la carrera que
va desde la niñez y juventud a la madurez; como un fin en sí misma, una
época con sus propios problemas y realizaciones peculiares; o como unos
años de transición y preparación para la vejez. Pero no hay duda de que la
edad madura es un proceso dinámico que engloba conceptos de crecimiento
y desarrollo, y no simplemente transformaciones relacionadas con el
declinar. Aunque con el final de la edad juvenil concluye el desarrollo
propiamente dicho, el hombre sigue cambiando, corporal y psíquicamente.
En la edad adulta se alcanza, con la madurez psicofísica, cierto equilibrio;
pero continúan produciéndose cambios significativos –intelectuales,
sociales y personales– de los que pueden deducirse determinadas
tendencias, pautas y patrones evolutivos de comportamiento.
Claro está que estos patrones de desarrollo de la edad adulta siguen una
evolución menos dependiente del paso del tiempo que los de etapas
anteriores, y están más condicionados por las diversas experiencias de la
persona. Puede decirse que dichos cambios, en realidad, no suponen la
aparición de nada nuevo, sino la consolidación de lo que la persona ya tenía
en un perfilamiento cada vez más claro de la individualidad.
Desde un punto de vista psicosocial, en la sociedad occidental, la adultez
es el estadio de la asunción plena de todas las responsabilidades:
procreación y cuidado de la familia, educación y transmisión de las pautas
normativas de la sociedad; trabajo y producción en el sistema económico
que nos caracteriza, dirección y gestión de la sociedad política; y búsqueda
definitiva de elementos trascendentes que, dando coherencia a todas estas
dimensiones, aporten sentido a la existencia.
7.3. La jubilación
Momento clave en esta etapa final de la vida es la llegada de la jubilación
laboral, la cesación del trabajo profesional, que suele establecerse, aunque
varía según las distintas legislaciones, en torno a los 65 años. Jubilación
viene de júbilo: «viva alegría y especialmente la que se manifiesta con
signos exteriores» (Diccionario de la Real Academia Española). En muchos
casos, así sucede y muchos jubilados aprovechan esos años para viajar,
divertirse, ayudar a sus hijos o nietos, etc. Pero para otros muchos la nueva
situación no ayuda precisamente a disfrutar de esa alegría viva; al contrario,
el anciano, que se siente agostar, se va sumiendo en un sentimiento de
humillación constante, se siente relegado y aislado del trabajo, de la
sociedad y de la familia. Acobardado ante sus limitaciones y su incapacidad
física, se siente incapacitado para superarse, desesperanzado [33].
En ese aislamiento puede comenzar una carrera que le va llevando por la
inseguridad y bajo el signo de la frustración. La desilusión provoca mal
humor, tristeza, amargura. El desaliento se apodera de su personalidad y
llega el miedo: al dolor, a la muerte, a la pobreza, a la soledad, a la
invalidez, etc.
Aunque se pierden muchas facultades, sin embargo, la imaginación, en
forma de susceptibilidad, se mantiene bastante despierta; metido en sí
mismo y en sus preocupaciones, el anciano desconecta fácilmente del
mundo que le rodea, del que desconfía y en ocasiones tiene por enemigo.
Pero no se piense que todo es negativo. En el capítulo XI (cfr. n. 5), al
referirnos a la tarea pastoral con los ancianos, trataremos de las
posibilidades y los retos que se presentan en esta etapa de la vida.
También parece lógico que las diferencias morfológicas, por una parte, se
traduzcan, a su vez, en una serie de diferencias en cuanto a facultades
psicomotrices y capacidades psicofísicas [36], incuestionables para la
generalidad de los individuos de cada uno de los sexos (y bastante
resistentes por cierto a los vaivenes psicoeducativos socioculturales), y, por
otra, constituyan la base potencial sobre las que se asientan las diferencias
promovidas por el aprendizaje sociocultural de los papeles [37] masculino y
femenino.
De esta forma, basándose en dichas diferencias morfológicas, cada
cultura a lo largo de la historia habría ido infiriendo y adjudicando a cada
uno de los sexos aquellas características que, según las determinadas
necesidades de supervivencia, adaptación y desarrollo, ha creído más
adecuadas para la realización psicosocial de sus individuos y de sus grupos.
8.1.2. Cerebro
Uno de los caracteres sexuales secundarios que más se deja notar a través
de toda la configuración corpórea es el sistema óseo o esqueleto (cráneo,
manos, brazos, piernas y pies, cinturón escapular y columna vertebral) más
débil, por lo general, en la mujer que en el varón. En el hombre, los
músculos estriados aparecen más desarrollados y presentan contornos más
precisos que en la mujer. Como consecuencia de esa diferencia de masa y
de espesor del sistema musculoesquelético, el peso de la mujer es, por lo
general, inferior al del varón, y sus formas más redondeadas, menos
acusadas frente a las más esquinadas, abruptas y angulosas del hombre.
Por todo ello, desde el punto de vista del funcionalismo orgánico se ha
argüido [43] que el cuerpo masculino, por su mayor robustez y consistencia,
está físicamente más preparado que el femenino para resistir fuerzas y
soportar cargas; que las formas corpóreas esquinadas son más apropiadas
que las redondeadas para oponerse, atacar y rechazar; y que la mano del
varón, por lo general, más huesuda y robusta, parece más indicada que la de
la mujer para la «transformación física» del mundo.
En este mismo sentido, también parece significativa la diferencia sexual
de la proporción entre la anchura de la espalda y la de las caderas. Las
caderas son la parte más amplia del cuerpo femenino, de modo que el
conjunto de su figura adquiere un acento distinto de la del varón, en la que
los hombros sobresalen en relación con las caderas. Desde el punto de vista
funcional, es lógico pensar que la anchura de las caderas en la mujer está en
conexión con su función biológica de alojar y alumbrar al niño, y que el
mayor desarrollo de la caja torácica en el varón está al servicio de una
mayor fuerza operativa –en cuanto base robusta de inserción de los brazos–
y de la mayor capacidad pulmonar que –dada la gran cantidad de oxígeno
que consume la musculatura estriada– dicha fuerza operativa necesita.
8.1.4. Psicomotricidad
Finalmente, la capacidad espacial sí que parece estar, hoy por hoy, más
desarrollada en los hombres. La diferencia media entre varones y mujeres
en la capacidad de realizar mentalmente la rotación rápida de objetos
tridimensionales (capacidad útil cuando se trata de acomodar maletas en el
maletero, jugar al ajedrez o resolver cierto tipo de problemas geométricos)
es ligera a favor de los varones [55]. No obstante, como siempre, hay que
recordar que se está hablando estadísticamente y que los estímulos externos,
la educación y el ambiente resultan determinantes.
8.2.2.1. Sociabilidad
8.2.2.3. Empatía
8.4. Conclusiones
BIBLIOGRAFÍA
3. LA ELECCIÓN
5. VEJEZ
En casi todos los países desarrollados se observa que, cada vez, son más
los ancianos que viven solos. La solución que se ha encontrado pasa por la
figura de las residencias de ancianos. Debería, sin embargo, revisarse la
concepción de algunas residencias para personas mayores. Ante el
alargamiento de la vida, tal vez se podrían adoptar nuevas fórmulas para
que las personas más ancianas no tengan que renunciar a su autonomía. En
Dinamarca, Suecia y otros países, por ejemplo, estas residencias de
ancianos se transforman en apartamentos, que los residentes decoran a su
gusto, con sus muebles y pertenencias; así pueden invitar a la familia y a los
amigos a comer o participar en otras actividades, como si se tratase de un
apartamento «normal».
Pero el gran problema está en cómo superar el aislamiento psicológico y
la marginación familiar de los ancianos, como señala Juan Pablo II: «De
hecho, el rechazo actual del modelo familiar patriarcal, especialmente en
los países ricos, ha favorecido el creciente fenómeno de confiar el anciano a
las estructuras públicas o privadas, que, en general, a pesar de sus buenas
intenciones, no pueden ayudarle totalmente a superar la barrera del
aislamiento psicológico y sobre todo de la marginación familiar, y le privan
del calor del hogar, del interés hacia la sociedad y del amor a la vida. Es
necesario, por ello, crear estructuras de acogida que tengan cada vez más en
cuenta estas exigencias psicológicas del ser humano, de las que depende en
medida determinante la “calidad de la vida” de quien ha llegado a tal
estadio. Ello podrá ofrecer una solución “humana” al anciano que no tenga
una familia propia con la que contar, que no pueda valerse por sí mismo o
que libremente quiera confiarse a tales estructuras, considerándolas
convenientes para su propia situación» [32].
En realidad, el éxito del alojamiento en un centro residencial viene
determinado por la voluntariedad del ingreso. La residencia impuesta al
anciano suele ser fuente de conflictos y contribuye a agravar la situación de
inseguridad ya comentada. Por ello, se entienden las reservas a considerar la
residencia como «situación ideal». Decía Juan Pablo II: «Sin embargo, hay
que afirmar con fuerza que no es ésta la situación ideal. El objetivo hacia el
que hay que dirigirse es que el anciano pueda quedarse en su casa, contando
eventualmente con adecuadas formas de asistencia domiciliaria. En ello, al
esfuerzo público podrá unirse la acción del voluntariado, con la aportación
de iniciativas inspiradas por las enseñanzas de la Iglesia católica, como
también por otros movimientos religiosos y humanitarios, merecedores de
respeto y de gratitud» [33].
7. AFECTIVIDAD EN EL CELIBATO
BIBLIOGRAFÍA
2.1. Clasificación
2.2.1. Esquizofrenia
La esquizofrenia es una enfermedad mental que en España afecta, en el
momento actual, a unas 300.000 personas. Se calcula que cada año se
diagnostican entre 15 y 30 casos nuevos por cada 100.000 habitantes. En
realidad, no se puede decir que sea una sola enfermedad, pues dada la gran
heterogeneidad de sus manifestaciones, se considera más bien como un
grupo de trastornos mentales que comparten algunos síntomas, el período
de la vida en que suele iniciarse y la cronicidad de su evolución.
El origen de la palabra esquizofrenia («mente dividida»), no se refiere a
lo que vulgarmente tiende a entenderse como división en dos partes, que
sería más parecido a la «doble personalidad», sino a una división entre la
realidad por up lado y el mundo interior con su peculiar visión de la
realidad por otro. Esta es la característica esencial de los cuadros psicóticos.
La esquizofrenia deteriora la capacidad de las personas para pensar,
dominar sus emociones, tomar decisiones y establecer relaciones con los
demás. Es una enfermedad crónica, compleja, que no afecta por igual a
todos los que la padecen. Paradójicamente, la característica más definitoria
de la esquizofrenia es su heterogeneidad.
La mayoría de los casos comienzan a manifestarse entre los 16 y 25 años
y afectan con una frecuencia parecida a ambos sexos, sin diferencias
significativas entre los distintos países o culturas. En general, la afectación
suele ser más grave cuanto más precoz es el comienzo.
Por el deterioro personal que lleva consigo la propia enfermedad, el
pronóstico se basa más en la calidad de vida presente y futura del paciente y
en su capacidad para desempeñar un papel adecuado en la sociedad, que en
el mayor o menor índice de mortalidad.
El origen de la esquizofrenia es uno de los temas que se está
investigando actualmente en psiquiatría con más interés. Después de la
teoría dopaminérgica (exceso de actividad de la dopamina en el cerebro), y
de la teoría viral (aún siguen apareciendo datos que parecen relacionada con
infecciones virales), actualmente la más defendida es la teoría del
neurodesarrollo, según la cual existirían factores que influirían en el
desarrollo intrauterino –quizá en los primeros momentos de la vida– que
alterarían el normal desarrollo neuronal.
Por lo que se refiere a la clínica, existe el inconveniente de que la
mayoría son síntomas subjetivos; sólo los conocemos si los refiere el
paciente, y es difícil la comprobación imparcial, lo que hace necesaria la
pericia del especialista y la máxima colaboración de familiares y amigos.
Un aspecto de la complejidad de esta enfermedad es, como se ha
señalado, su heterogeneidad también en la presentación, de manera que
apenas existen síntomas específicos, lo que dificulta aún más el diagnóstico.
Además, de momento, no existe ninguna prueba diagnóstica de análisis,
biopsias o de neuroimagen que tenga la suficiente especificidad para
confirmar el diagnóstico [6].
Existen dos grandes grupos dentro de los síntomas: síntomas positivos
que hacen referencia a todo aquello que el paciente hace, experimenta o
vivencia y que las personas sanas no suelen presentar, como delirios,
alucinaciones y conductas inadecuadas; y los síntomas negativos,
relacionados con aquello que el paciente deja de hacer en contraste con la
persona sana, como pensar con fluidez y lógica, experimentar sentimientos
hacia los demás, tener voluntad para levantarse a diario, emprender las
tareas encomendadas, etc. Pueden predominar unos u otros, e incluso suelen
variar con el curso de la enfermedad.
Como norma general, los síntomas –sobre todo los positivos– se
apaciguan con el tiempo, y van quedando las «secuelas»: pasividad, torpeza
del pensamiento, abandono de los autocuidados y de la casa, afectividad
disminuida, etc., y se habla entonces de la fase residual de la esquizofrenia.
Los síntomas mas típicos de la esquizofrenia son: trastornos del
pensamiento (se pierde fluidez y coherencia), ideas delirantes [7],
alucinaciones (visuales, auditivas, etc.), negación de la enfermedad,
cambios en las emociones (se producen cambios en su afectividad hacia los
demás, con tendencia al empobrecimiento), aislamiento, falta de motivación
y depresión (es una de las causas de suicidio en estos pacientes).
Estos síntomas, y otros que no hemos mencionado, no se presentan en
todos los casos, y cuando lo hacen, su intensidad es muy variable.
Habitualmente, son los cambios drásticos de conducta, o los
comportamientos claramente inadecuados, los que ponen sobre aviso al
entorno del paciente. También al principio es posible que el paciente solicite
ayuda, por notarse extraño o sentir que algo está cambiando en su interior.
Existen diversos tipos de esquizofrenia, lo cual tiene importancia de cara
a la evolución y tratamiento: esquizofrenia paranoide (la más frecuente),
hebefrénica, catatónica e indiferenciada.
Tratamiento
El tratamiento es fundamentalmente médico, aunque lo ideal es poder
combinarlo con medidas de rehabilitación socio laboral y psicoterapia:
a) Tratamiento médico
– Psicofármacos: constituyen la base del tratamiento. Son los conocidos
como antipsicóticos, cuyos preparados más modernos han conseguido
disminuir de manera importante los efectos secundarios.
– Terapia electroconvulsiva: pese a la mala imagen que tiene en la calle,
resulta muy eficaz y, en algunos casos, de primera elección. Con las
condiciones de aplicación actuales los efectos secundarios de la primera
época han desaparecido casi por completo.
– Psicoterapias: tanto individual como de grupo.
b) Tratamientos psicosociales
Varían mucho según la disponibilidad de medios que tenga el sistema de
salud donde se encuentre el paciente: hospitales de día, talleres terapéuticos,
pisos protegidos, grupos de autoayuda, etc.
Los consejos más importantes para la familia y entorno del paciente son
[8]:
– Tener la máxima información, adecuada a sus conocimientos, sobre la
enfermedad y su tratamiento.
– Sintonizar al máximo con el especialista.
– Seguir las prescripciones médicas e informar de inmediato sobre las
modificaciones que hagan sospechar que algo va mal. Se calcula que
después de un primer episodio psicótico, el riesgo de recaída, si el paciente
no recibe tratamiento antipsicótico, es de un 60% a un 80%; con tratamiento
preventivo este riesgo se reduce a la cuarta parte.
– Hablar con naturalidad de la enfermedad y de los problemas que se
plantean con familiares, amigos, vecinos, etc.
– Evitar el aislamiento, participando en grupos, reuniones y demás
acontecimientos cotidianos.
– Fijarse objetivos modestos y realistas.
– Evitar el enfrentamiento directo con el paciente, salvo caso de máxima
gravedad, y recurrir si es necesario a terceras personas.
– Nunca eludir el diálogo con el enfermo sobre aquello que le preocupa,
manifestándole en todo momento con veracidad qué es lo que padece,
aunque no lo entienda o no lo acepte.
2.6.3. Tratamiento
2.7.1. Ludopatía
2.7.2. Cleptomanía
Tal vez lo primero que conviene tener presente frente a estos trastornos
es la responsabilidad que corresponde a la sociedad, en cierta medida
culpable de ellos. Responsabilidad que afecta también a la familia.
El papel que puede desempeñar la familia de un paciente con un
trastorno alimentario, tanto en la prevención como en el tratamiento de la
enfermedad, es muy importante. Algunos aspectos de esta intervención
familiar pueden ser: conocer qué comen los hijos, tanto en casa como en el
colegio; procurar que hagan todas las comidas en el momento adecuado y
que tengan una información suficiente sobre la necesidad de una
alimentación variada; intentar que hagan al menos una de las principales
comidas del día en familia, etc. En resumen, ayudarles a mantener unos
hábitos alimentarios saludables.
La familia es, además, el ámbito más adecuado para favorecer el proceso
de maduración personal en las etapas evolutivas de la pubertad y
adolescencia. Es necesario, para ello, saber combinar adecuadamente los
binomios autoridad-responsabilidad, convivencia-independencia y otros
similares, facilitar la expresión de sentimientos y problemas (evitando que
pueda hacerse a través de la comida), transmitir el valor del esfuerzo frente
al éxito, etc. En este contexto, conviene prestar especial atención a la
autoestima, fomentando el sentimiento del propio valor mediante
manifestaciones explícitas que hagan al adolescente sentirse aceptado y que
se cuenta con él.
Cuando el trastorno ya está instaurado, es importante que la familia sea
consciente de que nadie tiene la culpa de la enfermedad. Conviene evitar
estos sentimientos, tanto en los padres como en los hijos enfermos. Es
importante insistir en la necesidad de acudir al médico cuanto antes, sin
retrasos. A veces se producen actitudes de prevención frente a la
intervención del especialista. Hay que explicar también que el proceso de
recuperación es largo y difícil, y lo habitual es que haya avances y
retrocesos.
Los educadores y amigos, en muchos casos, tienen un papel similar a la
familia, aunque en otros ámbitos. A veces es más fácil que, amigos o
profesores, detecten estas alteraciones alimentarias. Además de aportar a la
familia la información de la que se disponga, urge también el apoyo
incondicional al paciente.
La atención pastoral suele ser una gran ayuda en la recuperación de esta
enfermedad. Conviene insistir mucho a las pacientes en la obediencia a los
consejos médicos, ayudando sobre todo en la sinceridad, ya que existe una
gran tendencia a engañar, ocultando datos (uso de laxantes, arrojar comida,
etc.) a los médicos y enfermeras. Como ese engaño no es del todo
consciente, se ha de emplear cierta suavidad, pero haciendo ver a las
pacientes que para llegar a la curación, tienen que ser totalmente sinceras
con sus terapeutas. Sin docilidad a ellos, no conseguirán la curación.
Ante personas que han caído en las garras de los juegos de azar
(ludópatas) o sienten una tendencia compulsiva a gastar dinero, que les
lleva a realizar compras costosas e innecesarias, ¿qué cabe hacer
pastoralmente?
Dejando claro que se trata de un comportamiento objetivamente
equivocado, hay que tener en cuenta que estamos frente a trastornos que
debilitan la capacidad de decisión. Estas personas, aun siendo conscientes
de su situación, no son capaces de dominar sus impulsos y, por tanto,
carecen de plena responsabilidad. Sin embargo, habrá que procurar
ayudarlas, de acuerdo con el médico, a superar el trastorno. El tratamiento
médico suele ser imprescindible. Es conveniente contar con las
asociaciones dedicadas a la rehabilitación de estos enfermos.
4.1. «Hospitalismo»
4.3. Hemodiálisis
5. EL ENFERMO ONCOLÓGICO
6. EL ENFERMO CRÓNICO
Sin que exista muchas veces una verdadera enfermedad, asistimos hoy a
un abuso de fármacos por parte de personas sanas, que recurren a ellos con
la intención de verse libres de las molestias e incomodidades normales de la
vida: es el llamado «consumismo sanitario» [30]. Sin que exista un motivo
razonable o una prescripción médica, se consumen fármacos, vitaminas,
tranquilizantes, hipnóticos, adelgazantes, etc. Y así como el exceso en la
comida ocasiona problemas, igualmente el abuso de fármacos genera
enfermedades [31]. A la hora de buscar una explicación al problema [32],
intervienen diversos factores:
a) la tendencia a «medicalizar» cualquier problema, buscando una
solución fácil en los fármacos. Piénsese en los que acuden a los
medicamentos para resolver problemas de relación interpersonal, de
consumo de drogas, etc. Es una especie de factor psicológico particular, un
tanto irracional, que lleva a confiarlo todo a los fármacos;
b) el mito de la «salud perfecta», sólo existente en los mensajes
publicitarios, que lleva a no querer reconocer una serie de pequeños males
transitorios, leves enfermedades (un resfriado, una tos, etc.), que sería
bueno sobrellevar con paciencia y no pretender eliminar a todo trance;
c) los propios médicos también contribuyen a este exceso: no se concibe
una consulta que no concluya con una prescripción de fármacos, aunque
sean innecesarios o de eficacia discutible. Por lo demás, los propios
enfermos, que tienden a considerarse gestores de su propia salud, los exigen
cuando no les son indicados [33];
d) finalmente, hay que referirse al proceso de producción industrial de
los medicamentos en manos de grandes compañías, que ponen en el
mercado, para cada enfermedad, por ligera que sea, una enorme variedad de
productos, valiéndose no pocas veces de una incesante publicidad.
Las consecuencias del consumismo, aparte de la carga que suponen para
la economía, afectan sobre todo a la salud. El empleo abusivo de tanto
fármaco no puede ser inocuo para el organismo. Basta mirar la larga lista de
contraindicaciones y precauciones que aparecen en los prospectos
explicativos de todo medicamento para comprobar los posibles daños. Bien
es verdad que esto viene dado por imperativos legales, para evitarse
cualquier acusación, pero la realidad es que eventualmente pueden darse
tales efectos negativos. Pero tal vez los daños más importantes son los que
se refieren a la salud de la persona, ya que el «consumismo» agrava la
incapacidad para hacer frente, con las propias fuerzas, a las dificultades
ordinarias de la vida.
8. EL ENFERMO ESTRESADO
9. LA DROGODEPENDENCIA
10. ALCOHOLISMO
11. TABAQUISMO
Las primeras noticias que se tienen del tabaco son de 1492, cuando los
soldados de Colón observaron que los indígenas «fumaban» hojas
provenientes de una planta. Se trataba de una solanácea (Nocotiana
tabacum), procedente de América, cuyas hojas, curadas, se reducen a polvo
o se convierten en cigarrillos para fumar.
En España, la prevalencia de fumadores se sitúa alrededor del 36%
(Encuesta Nacional de Salud de 1993); con valores próximos al 50% en
varones y el 25% en mujeres.
El tabaco posee una gran cantidad de alcaloides; el principal es la
nicotina. Al fumar, la nicotina se absorbe por la mucosa bucal, faríngea y
traqueal, y por los alveolos pulmonares. La nicotina tiene importantes
efectos sobre el sistema nervioso central, que incluyen estimulación y
sedación, dependiendo de la dosis, de la actividad del fumador, su
constitución y su estado psicológico.
El humo del tabaco es una mezcla de gases y partículas de alquitrán en el
que se han identificado cerca de mil componentes (óxido de carbono,
arsénico, níquel, etc.), dependientes del tipo de planta, la forma en que se
seca y el modo en que se fuma. Aunque tales efectos tóxicos se pueden
reducir con determinados filtros, los grandes fumadores no se ven libres de
peligro.
De todas las drogas, el tabaco es la que produce el mayor daño sanitario.
Es la primera causa de muerte prevenible en el mundo y se estima que más
de dos millones de muertes por año son atribuibles a su consumo en los
países desarrollados [58]. Entre las enfermedades relacionadas con el
tabaco se señalan: bronquitis, cáncer de pulmón, infarto de miocardio,
prematuridad y abortos en mujeres embarazadas, etc.
Desde su introducción en el mundo occidental, el tabaco ha contado
tradicionalmente con entusiastas y detractores. Ha alcanzado una difusión
universal, motivando la creación de una industria gigantesca, poniendo en
juego unos intereses económicos muy considerables en los que, por regla
general, los Estados tienen una sustanciosa participación. Aunque se ha
polemizado mucho sobre si el tabaco es perjudicial para la salud o no, hoy
se sabe realmente que su uso, el hábito de fumar (concretamente, el fumar
cigarrillos, que sucede en el 90% de los fumadores) está directamente
relacionado con la aparición del cáncer de pulmón, con la producción de
bronquitis crónicas y enfisema pulmonar; interviene en el desarrollo de una
serie de afecciones cardíacas y vasculares; igualmente, reduce el peso de los
recién nacidos en las embarazadas fumadoras, etc. En la actualidad, puede
afirmarse que hay datos objetivos para considerarlo un peligro para la salud
y, por tanto, para la vida del sujeto. Así lo reconoce la Organización
Mundial de la Salud y por ello se plantean verdaderas campañas para la
progresiva eliminación de este hábito.
Sin embargo, las soluciones para combatirlo no son fáciles, pues la
agricultura, la industria y el comercio se ven afectados por el problema. Se
hace, por tanto, necesaria una fuerte acción social y la promoción de un
cambio de mentalidad en la sociedad, de modo que se aplique
correctamente el lema «salud para todos» y que todos sientan, por
consiguiente, la necesidad de acabar con esta plaga [59].
Se trata, pues, de un comportamiento moralmente rechazable, que supone
una gravedad objetiva, aunque todavía no esté muy reconocida por los
fumadores, la mayor parte de los cuales subjetivamente no son culpables.
La situación se agrava cuando se fuma en lugares cerrados (con el añadido
perjuicio para otras personas), o cuando se induce a fumar a otros, etc. Sin
embargo, aunque la mayoría de los fumadores saben del peligro del hábito,
rechazan su importancia en su propio caso [60]. De cualquier manera, habrá
que ser tolerantes con los que no pueden o no quieren dejar de fumar, al
menos tratarles con la misma tolerancia que se tiene con otras conductas,
algunas incluso más antisociales que el tabaco.
BIBLIOGRAFÍA
AA.VV., La humanización de la Medicina, Actas de la II Conferencia
Internacional, promovida por la Consejo Pontificio para la Pastoral de
la Salud, Roma 1987: Dolentium Hominum, 7 (1987).
–, Seminario Internacional sobre la Información del Diagnóstico al
Enfermo de Cáncer, Asociación Española contra el Cáncer, Madrid
1992.
ALONSO FERNÁNDEZ, F., Psicopatología del trabajo, EdikaMed,
Madrid 1997.
BERMEJO, J.C., Humanizar el encuentro con el enfermo, Desclée, Bilbao
1999.
BOBES, J., Drogodependencia y crisis conyugales, Rialp, Madrid 1991.
BRUSCO, A., Humanización de la asistencia al enfermo, Sal Terrae,
Santander 1999.
BRUSCO, A. y PINTOR, S., Tras las huellas de Cristo médico. Manual de
Teología Pastoral Sanitaria, Sal Terrae, Santander 2001.
GÁNDARA, DE LA, Estrés y trabajo. El síndrome de burn-out, Ed.
Cauces de Opinión, Madrid 1999.
LABIN, S., El mundo de los drogados, Argos Vergara, Barcelona 1976.
POLAINO-LORENTE, A., ¿Conoce usted los efectos del abuso del alcohol
y drogas blandas?, Acción Familiar, Madrid 1982.
CAPÍTULO XIV
PASTORAL SACRAMENTARIA
2. EL BAUTISMO EN EL HOSPITAL
Prescindimos aquí del caso de los adultos, de los que es preciso contar
siempre con su consentimiento para poder administrarles el sacramento del
Bautismo. Tampoco tratamos de cuestiones ya superadas actualmente, como
el llamado bautismo intrauterino [12], que la técnica quirúrgica de la
operación cesárea ha hecho innecesario en la actualidad.
Aquí nos interesa el llamado Bautismo de urgencia, de aquellos niños
ingresados en un hospital, en los que, por la gravedad de su situación, los
padres o tutores solicitan que sean bautizados cuanto antes [13]. Esta tarea,
pensamos, debería ser también preocupación de los profesionales cristianos:
ginecólogos, pediatras, matronas, etc. [14]. El Código de Derecho Canónico
contempla así la situación: «A no ser que el Obispo diocesano establezca
otra cosa, el bautismo no debe celebrarse en los hospitales, exceptuando el
caso de necesidad o cuando lo exija otra razón pastoral» [15]. Esta es la
realidad de la que tratamos.
Los casos en los que se puede plantear este Bautismo de urgencia son:
a) Recién nacidos con serias malformaciones congénitas en órganos
vitales, que ponen en riesgo su vida.
b) Recién nacidos con bajo peso (prematuros), con dudas sobre su
viabilidad [16]. En la actualidad, un recién nacido con 500 gramos es ya
viable, pero hasta los 1000 gramos tiene muchos riesgos y es aconsejable el
bautismo; a partir de este peso puede adoptarse una actitud expectante y, si
surgen complicaciones, hay tiempo para administrar el bautismo.
c) Niños que han sufrido un grave accidente o padecen alguna
enfermedad que amenace seriamente su vida.
d) Niños que han quedado con graves secuelas neurológicas que
incidirán seriamente en su calidad de vida [17].
Es conveniente que la valoración de la gravedad de la situación la haga el
médico responsable del paciente. Aunque en muchos casos se trata de
situaciones urgentes, se necesita un mínimo de tiempo –lo hay siempre–
para calibrar la situación de gravedad. Después de esa consulta con los
profesionales de la salud, el agente de pastoral puede decidir lo más
conveniente, atendiendo también a otras circunstancias, sobre todo
familiares.
Este Bautismo de urgencia debe ser administrado por el capellán del
hospital o por cualquier médico o enfermera que estén presentes en el
momento del parto; como generalmente es la enfermera la persona más
inmediatamente en contacto con la mujer que da a luz, ella es la que más
fácilmente puede hacerlo. Para ello no se necesita ninguna formación
especial; basta que se tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia en
esos casos y emplear la materia y forma debidas.
En concreto, recordamos que la materia del sacramento es el agua
verdadera y natural (puede calentarse ligeramente, si se emplea, por
ejemplo, en un niño que se encuentra en la incubadora), que el agua debe
derramarse tres veces sobre la cabeza, mientras se pronuncian las palabras
de la forma sacramental: «N., yo te bautizo en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo». Amén.
4. EUCARISTÍA Y COMUNIÓN
4.4. El Viático
Las UVI o –sigla más moderna y apropiada– las UCI (se ha tratado del
tema en el capítulo XI), son el sistema de asistencia clínica para la atención
de aquellos enfermos en los que existe, o puede existir de manera
inminente, un compromiso severo de sus funciones vitales.
La aparición de las Unidades de cuidados intensivos y las técnicas de
respiración asistida han modificado notablemente la situación de los
enfermos graves ingresados en el hospital. Se habla, sobre todo, de enfermo
terminal, para referirse a la fase aguda final de una enfermedad crónica de
meses o años de duración (neoplasias, nefropatías, cardiopatías,
neuropatías, etc.) que han entrado en un proceso de agudización irreversible
y mortal (cfr. capítulo V, 3).
Para la atención espiritual y la administración de los sacramentos en las
UCI, Unidades coronarías, etc., la única dificultad proviene de la situación
del enfermo, que puede encontrarse intubado, sedado, agonizante, etc.
Aunque otras veces se trata sólo de enfermos que requieren un control más
intenso, porque proceden, como hemos dicho, del quirófano, de la Unidad
coronaria, etc. Es evidente que estos pacientes son susceptibles de la misma
asistencia espiritual que se ofrece a todos los enfermos ingresados en el
hospital. Como es obvio, en la UCI se puede bautizar, confirmar, confesar,
llevar la Comunión, etc., si el enfermo está dispuesto, o si la familia –sobre
todo en el caso de los niños– lo solicita y colabora el equipo médico. Por
ello, se procurará la mayor brevedad y cumplir las condiciones higiénicas
previstas en el centro hospitalario.