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Primer avance del cuento “ANIMALES”

Alumno: Ricardo Raúl Vicente Leiva

Ya no soy el mismo, cada año es más difícil incluso levantarme de la cama, y


es que después de los 60 años el cuerpo ya necesita un descanso, a veces
temporal, a veces perpetuo, pero yo no me voy a dar esos lujos, el descanso es
para quienes están satisfechos con su vida, o cansados de ella, yo por el
contrario, me he mantenido en el limbo desde que tengo uso de razón, aunque
pensándolo bien, una vez me sentí muy vivo, y es que a los 30 años uno puede
ser capaz de todo, y si que fui capaz.
Recuerdo cuando Lima tenía menos autos, menos gente, menos problemas. Mi
madre volvía tarde del trabajo, pero siempre volvía, cansada, a veces
renegando porque el pasaje subía o porque no había asiento, esos días era
necesario buscar un escondite en la casa, pero solo teníamos dos cuartos, la
mejor opción siempre era quedarme afuera hasta que se durmiera del
cansancio, mi hermano menor se tenía que quedar con ella, aunque a él no le
pegaba, a penas tenía 2 años, yo ya tenía 6 y me podía defender, por eso salía
sin temor, además que nunca pasaba nada en nuestro barrio. Era un
asentamiento humano tan joven que podías contar las casas que lo habitaban,
todos los vecinos se conocían, era un descampado que albergaba 45 familias,
todas provincianas, del centro, del norte, incluso del sur del país. Los vecinos
eran unidos, planificaban todo, las faenas comunales, la construcción de las
casas de cada uno de ellos, las pichangas, las polladas, todo, es que claro, hay
que organizar todo, no debes dejar pasar nada por alto, ni un solo detalle.
Apenas son las 8 de la mañana, tengo que levantarme y preparar el desayuno.
Hoy, por ser un día especial, comeré un poco más, solo por hoy, me lo
merezco, he llegado a los 80 años, ya quisieran muchos llegar a esta edad y
con esta fuerza, que no sé de dónde viene, pero siempre está ahí cuando la
necesito. Hoy voy a romper la rutina, aunque a veces es malo, porque acarrea
muchas consecuencias, no dormir lo suficiente genera cansancio durante el día
y ya no se es tan productivo, o comer de más puede generar indigestión. Pero
no hay nada de malo con romper con la rutina una vez cada cierto tiempo, es
solo un cambio en los detalles, además, nadie me observa, nadie me juzga, por
ahora.
Y es que es importante ser imperceptible cuando hay algo muy importante qué
hacer y no quieres que los demás lo sepan, porque las consecuencias pueden
ser muy graves. Cuando tenía 8 años vi por primera vez la muerte muy de
cerca, había acompañado a mi mamá al mercado, era muy temprano, yo
estaba con mi uniforme del colegio. Mi mamá tenía que dejar pagados los
pollos con los que harían una actividad el fin de semana en el barrio. Cuando
llegamos al puesto vi una escena increíble, yo sabía que los pollos que se
compran en el mercado están muertos, pero jamás había visto cómo los
mataban. El pollero, o verdugo, seguía un paso a paso detallado para poder
acabar con la vida del pollo, ese recuerdo siempre quedará claro en mi
memoria: se acercaba a la jaba, miraba a todos los pollos dentro de esta, abría
una rejilla y tomaba a uno de las dos alas, éste reaccionó cacareando y
moviéndose desesperadamente. El verdugo, impávido, volteó al pollo boca
abajo, lo tomó de las patas y lo introdujo en un embudo de metal, la cabeza del
pollo sobresalía por la parte inferior del embudo, en ningún momento dejó de
moverse, incluso estando en esa posición tan incómoda. El señor tomó la
cabeza del pollo con la mano izquierda y la estiró unos centrímetros, mientras
que con la derecha buscó un cuchillo, limpió la sangre en su mandil y luego lo
acercó al pescuezo del pollo, empezó a ejercer fuerza sobre el cuchillo, pero no
mucha. Parecía que el señor disfrutaba el momento exacto en el que el filo del
cuchillo abravesaba en el endeble cuello del ave. Pero no todo quedó ahí, el
ritual continuaba, cuando del pollo empezó a salir sangre, el señor asomó un
balde debajo de este para recolectarla, yo sé qué es la sangre, he visto la
sangre, pero era la primera vez que veía salir sangre de un ser vivo. Yo apenas
podía ver por encima del mostrador del puesto de pollos, tuve que pararme de
puntillas y para poder ver bien, mi mamá se dio cuenta y me extrajo de toda
esa escena con un cocacho, pero no le molestó que haya visto cómo el
verdugo le quitó la vida a un pollo cualquiera, lo que le molestó fue que haya
ensuciado mi camisa al apoyarme en el mostrador. Si quería volver a ver cómo
mataban al pollo, solo tenía que ser cuidadoso de no ensuciarme, para que mi
mamá no me vuelva a castigar.
Hoy las horas están más lentas que de costumbre, ya no hay nada más qué
hacer, lo único que me queda es tener paciencia a que siga pasando el día,
llegue la hora del almuerzo, duerma mi siesta de la tarde, abrir mi regalo de
cumpleaños, cenar y esperar a dormirme para mañana seguir con lo mismo,
excepto por el regalo de cumpleaños. En las noticias solo hay crímenes, robos,
secuestros, uno que otro escándalo. La gente inutil nunca deja de aparecer, lo
peor es que no los castigan, son torpes, sucios, fáciles de atrapar y hacer
pagar por sus actos, pero pareciera que nadie quiere hacer el trabajo sucio, la
policía se hace de la vista gorda cuando roban, los jueces se hacen de la vista
gorda cuando toca sentenciar a los culpables, los políticos se hacen de la vista
gorda cuando se trata de hacer leyes estrictas. Debe haber alguien que tenga
el valor suficiente para ejercer un castigo adecuado y proporcional al que
cometen todos estos animales, si, animales, porque no respetan la ley, y si no
respetan la ley, no merecen ser protegidos por esta.
Tenía 13 años cuando me peleé por primera vez, no debí hacerlo, pero era
necesario, mi mamá siempre me dijo que las personas malas deben ser
castigadas, si alguien se porta mal siempre debe haber una sanción, porque si
se deja pasar por alto lo volverán a hacer y eso no está bien. En el salón
tuvimos un compañero nuevo, había llegado de Apurimac y desde el primer día
fue objeto de burla por parte de muchos en el salón, pero él no respondía, qué
tonto. Al finalizar el primer trimestre al repitente del salón se le ocurrió romper
el cuaderno de control del nuevo. Fastidiar o burlarse estaba permitido para mí,
yo también me burlaba, pero jamás lastimaba, estaba prohibido en el
reglamento, pero pareció que alguien no lo había leído. Lástima, para mí no
habían segundas oportunidades, si me portaba mal en casa, mi mamá me
castigaba a la primera, él se portó mal, y no podía irse de la clase sin ser
castigado. Faltaban dos horas para la salida, tiempo suficiente para los
detalles, él siempre salía primero porque se iba a la loza a jugar un partido
antes de ir a casa, así que tendría que estar en la puerta antes de que suene la
campana, por suerte había un reloj encima del pizarrón, 10 minutos antes de la
salida alistaría todo para esperarlo. El tiempo ya estaba planificado, solo faltaba
idear el castigo, debía ser proporcional a sus actos, romper un cuaderno suyo
hubiese sido taleónico, pero él era un reincidente de malas conductas, siempre
insultaba, siempre empujeaba, siempre tomaba las cosas ajenas, pero en
ninguna ocasión fue sancionado, así que el castigo no tenía que ser
únicamente por romper un cuaderno de control, sino por todas sus faltas
impagas. Tomé el recogedor del salón, medía poco más de un metro, lo
desarmé y me quedé únicamente con el palo, lo puse al costado de mi carpeta
y saqué mi cuaderno para que la profesora pensara que le estaba atendiendo.
Para poder impactar adecuadamente en su cabeza tenía que estar a unos 3
pasos de mí, de acuerdo a la disposición del aula el golpe debía originarse
desde mi lado izquierdo, si lo hiciese desde el derecho chocaría con la pared y
no ejercería suficiente fuerza y el castigo no sería el adecuado. Pero dejé pasar
muchos detalles, solo pensé en el momento y en el castigo. Cuando impacté el
palo en su cabeza, lo hice con tanta fuerza que esta se abrió mientras él se
desvanecía, se podía ver cómo de un pequeño agujero del lado derecho de su
cabeza brotaba sangre, las chicas gritaban, la profesora gritaba, mis
compañeros gritaron, pero yo no escuchaba nada, estaba encantado viendo
cómo salía esa sangre, parecía que estaba viendo nuevamente a ese pollo
siendo degollado.
El problema de castigar a esos animales de la sociedad es que su familia sufre
las consecuencias de sus actos, ellos no tienen la culpa, pero terminan
formando parte de todo esto. Ya estoy viejo y ya no puedo castigar a tantos,
hace tiempo que se me escapan de las manos, sé que nadie más lo hará, solo
yo puedo, porque tengo las capacidades para hacerlo, o al menos las tenía.
Ahora que, a pesar de todavía tener fuerzas, siento que mi vida se apaga
lentamente, me pregunto si todo lo que hice estos años ha sido suficiente para
ayudar a los demás, aunque sé que no me conocen, he ayudado a muchos,
pero también les he hecho daño a otros, a esas madres a quienes les quité un
hijo, a esos hijos a quienes dejé huérfanos, a las esposas, e incluso esposos
que dejé viudos, porque cuando se debe aplicar un castigo, todos, sin
excepción deben pagar. Repito, le he hecho daño a la gente, también me he
saltado las normas, también he hecho lo que he querido, si no fuera porque soy
yo, también formaría parte de la lista de los animales, o tal vez si formo parte
de esa lista y merezco un castigo, pero, ¿quién va a ejercer el castigo sobre
mí?.
Al terminar la secundaria me llevaron por primera vez a un psicólogo, no era
problemático, solo era violento cuando era necesario, pero eso le preocupaba a
mi mamá, que mi violencia vaya a escalar a algo peor, el psicólogo me hizo
evaluaciones durante un mes entero, al finalizar todo ese proceso conversó
conmigo y con mi madre. Nos dijo que yo tenía principalmente el trastorno de
personalidad antisocial, esto debido a que tengo una tendencia a planificar las
cosas con antelación, soy muy irritable y agresivo, evidenciando esto en peleas
o actos violentos en contra de otras personas, también por la desatención o el
desinterés por la seguridad de los demás y principalmente por mi ausencia de
remordimiento ante algún acto que implique la afección física de alguien más.
Pero nos dijo que las cosas no quedaban ahí, que los trastornos nunca vienen
solos, sino que también tenía rasgos de otros trastornos, el primero era sobre
el trastorno de la personalidad narcicista, ya que al haber querido hacer justicia
con mis propias manos en diferentes ocasiones en la etapa escolar,
argumentando que si nadie sanciona a los abusivos, yo era el indicado para
hacerles pagar, también porque las amistades que yo tenía era porque quería
obtener algo en particular, ya sean favores académicos o para algún apoyo
económico, nunca era para compartir tiempo o divertirnos, por ello es que
también indicó que yo carezco de empatía, puesto que no reconozco ni
identifico los sentimientos o necesidades que puedan tener los demás, y
principalmente identificó que tenía actitudes arrogantes, de superioridad, y es
que es así, yo tenía la capacidad de hacer pagarles a aquellos que cometían
faltas. Pero no todo quedó ahí, ya que el psicólogo dijo que tenía rasgos del
trastorno obsesivo compulsivo, pero eran muy leves, dijo que tenía
pensamiento e impulsos recurrentes que me generaban ansiedad, se refería a
esa necesidad de hacer pagar a quienes cometían actos en contra de las
normas, además que después de cometer las faltas me aseaba muchísimo y
de una manera repetitiva, esto lo hacía porque mi mamá me castigaba mucho
de pequeño cuando me ensuciaba y se me quedó ese ritual de lavarme
demasiado las manos, los brazos y la cara.
Ya se acerca la noche, y estoy muy cansado, no solo físicamente, todo esto me
ha cansado, toda esta vida, todos estos castigos ejercidos a esos que para mí
son animales, durante años me han buscado, pero jamás me encontrarán, mi
madre me entrenó para no ser visto, para saber esconderme de todos, para ser
nadie entre tanta gente, y así lo he hecho todo este tiempo. Pero ¿y si así no
debieron ser las cosas?, sé que me salté las normas desde los 30 años, pero
cada uno de los que fueron castigados lo merecían, así lo decían las personas
en la calle, ellos eran maridos violentos, ladrones sin remordimientos,
violadores sin escrúpulos, sicarios que mataban por gusto, a vista de la
sociedad eran malas personas y merecían un castigo, la justicia jamás movió
un dedo para hacerles pagar por sus faltas, tuve que salir yo y hacerlo con mis
propias manos. Aunque eso estaba mal, así lo dicen en las noticias, que la
vida, incluso la de una lacra de la sociedad, debe ser respetada, porque
siempre existe el arrepentimiento, puede que sea cierto, porque todos, sin
excepción me juraban que cambiarían, que harían las cosas bien, que nunca
más volverían a cometer una falta a la sociedad, tal vez tenían razón y yo fui
intransigente con ellos, un insensible que quiso saciar sus ansias de violencia
con la excusa de hacer justicia en favor de las víctimas. Probablemente sea yo
quien en realidad haya sido el que desde el inicio debió desaparecer de este
mundo para así ahorrarle sufrimientos a tantas familias al no darles una
segunda oportunidad a quienes habían cometido una falta, tal vez ahora ellos
serían buenos ciudadanos pero mi egoísmo y mi hambre de grandeza, el
querer verme como un salvador para todas estas personas violentadas, hizo
que no vea la posibilidad de un cambio. Yo también he sido un animal, un
egoísta que no quiso otra cosa más que ver sangre y tener el poder de quitarle
la vida a un ser humano. Debería desaparecer a mí mismo, o tal vez
entregarme a la justicia, pero no, la justicia no pudo hacer nada con ellos,
tampoco sabrá qué hacer conmigo, solo armarán un circo para hacerse lo
buenos, yo no jugaré a ese juego. La única opción es irme de este mundo, así
como me encargué de muchas vidas, hoy tendría que ser el día en el que me
encargo de la mía, en el que termino con este ser que se tomó la libertad de
ser Dios y decidir quiénes viven y quiénes no, hoy sería un buen día para
acabar con mi vida.
El punto de quiebre, o el punto de partida, sucedió a mis 30 años, siempre me
metía en problemas tratando de defender a los indefensos o menos
favorecidos, me peleaba con los vecinos que les pegaban a sus esposas, con
los delincuentes que asaltaban en la noche a los que llegaban de trabajar y
demás. Pero a mis 30 años, el día que cumplía 30 años quise hacer un cambio,
una mejora, ya no era suficiente castigarlos, era necesario eliminarlos, es así
que el primer animal en ser erradicado fue un delincuente que siempre
reincidía, había tenido muchos ingresos a la cárcel, había robado, asesinado,
violado y siempre estaba tranquilo porque sabía que duraría poco tiempo
encerrado, alguien tenía que castigarlo, ese alguien era yo. Organicé todo al
milímetro, nada tenía que salir mal, lo primero fue ver el lugar dónde
interceptarlo, no podía ser en el paradero, mucha gente me vería, así que
durante una semana lo seguí hasta su casa, afortunadamente vivía en una
zona alejada, tenía dos casas, una en la que vivía con su familia y otra donde
estaba solo, a esa segunda casa iba los viernes y regresaba los lunes en la
tarde, así que tenía todo un fin de semana para hacerme cargo de él.
Afortunadamente el viernes era mi cumpleaños, ese día tenía que ser. Cuando
llegué había empezado a emborracharse, tenía cocaína en la mesa y varias
botellas de cerveza, él se levantó al verme, tenía un cuchillo e intentó
avalanzarse contra mí, pero se tamabaleó y cayó boca abajo, me acerqué y lo
volteé, le pisé el cuello y le dije “hoy se acabará todo”, até sus manos con una
soguilla y lo senté en su cama, jalé la silla en la que estaba sentado
inicialmente y estuvismo frente a frente, durante media hora estuve leyéndole
todas las faltas, o delitos, que había cometido y que en ningún momento había
visto alguna muestra de remordimento en él, por lo que el castigo tenía que ser
el más alto debido a su rechazo al cambio. Él creía que yo estaba bromeando o
fastidiándolo, pero no, puse mi maletín sobre la mesa, yo ya tenía puestos unos
guantes quirúrgicos, abrí el maletín y pudo ver un sinnúmero de herramientas
quirúrgicas y de ferretería, él abrió los ojos y se puso pálido, entendió que no
esaba bromeando, y en efecto, con esto jamás bromeo, tapé su boca porque
gritaba demasiado, no me molesta el ruido, pero ese era un factor que tenía
que eliminar, le tapé la boca y lo eché boca arriba, pero su cabeza colgaba de
la cama, jalé una tina vieja que tenía en una esquina de su cuarto y lo puse a la
altura de su cama, también até sus pies con una soga y lo amarré a una viga
del techo, luego jalé la soga para que él terminara suspendido boca abajo,
como aquel pollo en el mercado. El trámite para erradicarlo de este mundo fue
exactamente como lo hizo el señor con el pollo cuando yo tenía 8 años, con su
sangre escribí en su pecho “ANIMAL #1”, limipié mis herramientas, guardé
todo, le tomé unas fotos y me fui a casa. En el camino sentía como todo se
volvía más claro, como si ese fuese mi sentido de la vida, limpiar este mundo
de animales. Llegué a casa e imprimí las fotos que tomé, era una gran escena,
pero tal vez debí traerme algo, pero eso ya sería en otras ocasiones.
Desde aquella vez he ido de animal en animal, pero jamás he perdido la
cuenta, todos han sido marcados para que cuando los encuentren sepan que lo
que son: ANIMALES. No merecieron vivir si lo que iban a hacer era lastimar a
los demás, por eso me tomé la libertad de erradicarlos, pero al hacerlo yo he
caído en esa etiqueta, ¿quién soy yo para hacer eso?, ja ja ja, yo soy Dios, no
puedo ser castigado, yo he sido el único que a lo largo de 50 años me he
tomado la molestia de hacer el trabajo sucio, de hacer eso que la justicia jamás
se atrevió. Hoy es un día especial, cada día es un día especial, más aún si
atrapo un animal y lo traigo a casa para que ya no haga daño a nadie. Bueno
ya basta de cháchara, tengo que ir a marcar al “ANIMAL #67” y tomarle
algunas fotos, seguro ya dejó de moverse.

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