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Estas escuelas ofrecen programas académicos equivalentes a los dos primeros años de
formación posterior a la educación secundaria. Ofrecen una variedad de cursos en los
niveles técnico y de oficios, que permiten al estudiante prepararse para ingresar al
mercado laboral en ocupaciones técnicas. Igualmente, estos programas ofrecen al
estudiante la posibilidad de continuar posteriormente, estudios universitarios más
avanzados, como los “four years college degree” o programas universitarios de cuatro
años de estudio.
En los estudios terciarios se incluyen los estudios vocacionales o técnicos (con duración
de 2 años) y estudios profesionales o universitarios (4 años). Cuando se ha completado
un grado universitario los alumnos pueden avanzar a estudios de postgrado (maestría,
doctorado, programas de postdoctorado).
La tercera perspectiva critica de manera explícita los dos enfoques anteriores, sugiriendo
que la educación técnica por medio de la diferenciación curricular perpetúa las
inequidades socioculturales, limitando la movilidad social de las clases trabajadoras. Esto
porque desde el sistema escolar los individuos son ordenados y seleccionados para
futuros roles ocupacionales en función de sus orígenes de clase. Para esta corriente, los
fondos públicos destinados a las escuelas técnicas son la forma más barata de producir
trabajadores entrenados sensibles a los valores capitalistas del trabajo y con respeto
infundido para el trabajo manual. La educación técnica forma individuos disciplinados que
admiten sin alegatos el lugar que se les ha conferido en la estructura de la división del
trabajo (Lakes, 1997).
En los años ochenta, tanto en Chile como en Estados Unidos prevalecía en la práctica el
paradigma de la eficiencia social que concebía a la educación técnica como una
formación especializada que culminaba con la inserción en el mercado laboral, mientras
que la vía académica conducía a la universidad.
En Estados Unidos, la educación técnica sigue un recorrido marcado por reformas con
énfasis en lo económico (Ley Smith-Hughes de 1917), lo económico y lo social (Ley
Educación Vocacional de 1963), y lo académico, económico y social (Ley Carl Perkins de
1990 y sus versiones posteriores). Esto la lleva a evolucionar desde una formación
curricularmente restringida y focalizada en responder a las necesidades de la industria,
hasta una formación amplia que comprende cualquier experiencia o actividad de
aprendizaje que pueda conducir a los alumnos a conseguir competencias válidas para el
mercado laboral y la educación superior. Son razones económicas, sociopolíticas e
ideológicas las que se suman en el tiempo y hacen que la educación técnica en este país
transite desde un enfoque técnico-funcionalista, hasta otro integracionista que aboga por
la eliminación de barreras entre la educación vocacional y académica.