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PAUL M ANTOUX

LA

REVOLUCION
INDUSTRIAL
EN EL SIGLO XVIII
E N SA Y O SO B R E LO S C O M IEN ZO S D E LA G R A N IN D U ST R IA
M O D ERN A EN IN G LA T E R R A

Prefacio Je
T . S. A S H T O N
Profesor honorario de la Universidad de Londrc»

Traducción de
|UAN MARTIN

TOMBO* . : 3 4 5 8 4

SBD-FFLCH-USP
«BUOTt&A Dt PILU."
K «nriAia

AGUILAR
)
M A D RI D - 1962
BIBLIOTECA CULTURA E HISTORIA

LA REVOLUCION
INDUSTRIAL
EN E L S I G L O XVIII
-¿•o L

Nuestra traducción esliañola ha sido hecha sobre


el texto de la edición jrancesa de ¡959

LA KÉVOLUTION INDUSTWKLLE AU XVIII* SIÉCLE


publicada por Editions Ccnin, París. Librairie de Médicis,
con la ayuda del C.N.R.S.
Dicha edición francesa se hizo en conformidad
con el texto de la edición inglesa 11928), que
revisó el autor.

El suplemento bibliográfico ha sido preparado


por A. Botirde, de la Facultad de Letras de Argel.

DEDALUS - Acervo - FFLCH-FIL


La revolución industrial en el siglo XVIII:

21000019256

NÚm. Rc.trO.: 1216-61.


Depósito lecai: 115.—1962.

© AGUIUU1, S. A. DE EDICÍONE5. 1962.


Reservados todos los derechos.

Prlnted ln Sp&Ln. Impreso en Espada por O q sa m s , Orense, 16, Madrid 120).


ganzl912

PROLOGOS
ganzl912

P R E F A C IO

1*11111 M anloux pertenece a ese linaje de escritores franceses— -los


nombres de I oltaire. de Taine. de Elie Halévy, nos vienen en seguida a
lo m en te— (fue por la interpretación que han dado de Inglaterra a sus
nwifuitriotas la han hecho más comprensible a los propios ingleses. Fue
un francés quien creó, en el siglo X V I I I , la expresión « revolución indus-
tiltili>, quedando sentado, por tanto, que la prim era obra que la abarca
en su conjunto nos vino del otro lado de la Mancha. Más de cincuenta
nilos han transcurrido desde que el libro de M . Mantoux salió a la luz.
mñ» de treinta desde que apareció en Inglaterra su edición revisada.
I'e ro este libro es de los que resisten los ataques del tiempo, y la presente
reimpresión— gracias a la cual vuelve a ser accesible a los que, cada vez
mu» numerosos, en Francia estudian la historia económiúa— no será sin
dudo lo última.
A principios de siglo era. sobre todo, la influencia alemana la que se
ejercía desde el exterior sobre la escuela histórica inglesa. V ciertamente
aro saludable que algo de la disciplina y de la sistemática enseñadas en
llarlin viniese a guiar los pasos todavía inseguros de los que se aventu­
raban en un terreno tan nuevo. P e ro ni las clasificaciones laboriosas ni
Iii» interpretaciones metafísicas han seducido nunca el espíritu de los
llidlesos; y fue un alivio para los jóvenes estudiantes el trabar conoci­
miento, lumia 1910, con la obra de este historiador francés que declaraba
■pie bula* las clasificaciones son siempre más o menos artificiales, y se
i'iinfriitií/iti ron « discernir ciertos grupos de hechos que forman cuerpo
t qiit dan su fisonomía a los grandes períodos de la historia económi-
i ii < j I ii t evolución industrial era tratada sim jdsm tllje com o un m o v í-
m lÁ h t »urgido de la ¿ivísion siempre cjresísafy^del trabajo, de la s&pan*^
tlúti >lr los Inri n u lo I~ y ^ d<Lla ájafteión de inventos y procedimientos
nuevos, y¡F7 mitin duba su justa importancia a Ja evolución del pensa­
miento rkjireiilutiiiii y a la actitud del Estado con respecto a la vida
e-^/nónili’ti, I'e ro no les atribula un papel determinante, y los mismos
progresos de Iii libcrhul individual, que tanto habían encarecido ciertos
interesares suyo», eran considerados por M . M antoux com o una con­
secuencia, mas bien que co m o una causa, del desarrollo de la industria
> del com ercio. El ¡dan de la obra, era a la vez lógico y cronológico. Las
lints de las veces el des¡dicgue de los hechos se exponía de tal manera
xi
XII PROLOCOS

que se explicaban por 5¡ mismos. P ero los comentarios del autor estaban
siempre bien ¡undados y su presentación era de una claridad admirable.
En M a ntou x nada hay de doctoral. L ejo s de parecerse al francés de
la leyenda— de la leyenda inglesa -—, que afirm a que el Sol gira alrede­
d o r de la Tierra y com o garantía de ello no quiere dar sino su palabra
de honor, él, en cam bio, jamás solicita sin pruebas la confianza de sus
lectores. Tenia un conocim iento profundo de la literatura económ ica del
siglo X V l l l . incluso de los folletos y publicaciones ocasionales, y acudió
también a numerosas fuentes manuscritas. Sin em bargo, presenta su obra
com o una síntesis provisional. A diferencia del célebre historiador del
sitio de Rodas, estaba dispuesto a revisar sus conclusiones a la luz de
las investigaciones ulteriores; para convencerse de ello basta comparar
con el texto original, de 1906 la presente edición, que reproduce la edi­
ción inglesa de 1928 revisada p or el autor. A l rendirle este breve ho­
m enaje nos sentimos autorizados por esa amplitud de espíritu para
señalar algunos puntos sobre los cuales ciertos historiadores recientes
han expresado juicios que difieren de los suyos. Mas digamos en prim er
lugar que todos estos puntos son de importancia secundaria.
El capítulo relativo a los trastornos sobrevenidos en la agricultura es
uno de los que m e jo r iluminan el lema. Inglaterra tiene su m ito del
yeoman co m o Francia— si se nos permite decirlo— tiene su mito del cam­
pesino. Es posible que la plena propiedad de una parcela de tierra sus­
cite el espíritu de independencia y otras virtudes viriles. P e ro — com o ha
establecido m uy bien M . M antoux— las lamentaciones sobre ala decaden­
cia de la yeomanry» han sido excesivas, lo m ism o que se han exagerado
las consecuencias de las enclosures. La mayoría de los pequeños propie­
tarios habían abandonado el cultivo o se habían convertido en arrenda­
tarios— generalmente acrecentando sus tierras— antes que comenzase lo
que a veces se ha llamado, desafortunadamente, la revolución agraria.
D e m uy otra manera sucedió con los que tenían sus tierras en arriendo
o los squatters, cuyos títulos dependían de la costumbre y n o de la ley.
Las enclosures fueron un duro golpe para ellos. L o que queremos seña­
lar es que los historiadores de hoy son menos severos que los de la
generación precedente para con las comisiones parlamentarias y los co ­
misarios de enclosures. Estos parecen haber juzgado escrupulosamente
según la ley, si no según la equidad.
L o que se leerá más adelante sobre el perfeccionam iento de las téc­
nicas agrícolas apenas podría decirse m ejor. A lo más desearíamos aña­
dir que feth ro TuM nos parece hoy, b a jo ciertos aspectos, más reaccio­
nario que reform ador, y que otros nom bres han venido a alargar la lista
de los innovadores al lado de los de Arthur Young, Coke y Townshend.
PREFACIO X III

luí caído también en la cuenta de que los métodos nuevos utilizados


*n N orfolk no eran aplicables en todas partes y que la marcha del pro-
gtcso varió m ucho según las reg ion es? M . M a ntou x concluye que la
In tria ti va del capitalista, que perseguía su p rop io interés, sirvió igual­
mente al interés general; esta tesis, com batida en otro tiem po, se consi­
dera lioy generalmente com o verdadera
Poseem os varios relatos de las innovaciones realizadas en la manu-
liietura y los transportes. A lgunos son más detallados, p e ro ninguno es
mui lum inoso que el que aquí se nos da. Digam os, sin em bargo, que los
historiadores ingleses, apoyándose en documentos descubiertos reciente­
mente, se inclinan más bien a pensar que el verdadero innovador del
hilado mecánico fue, de hecho, Lewis Paul y n o John Wyatt, Finalm ente,
la historia de la estratagema por la que Samuel Walker habría obtenido
el secreto de ffuntsman para la fabricación del acero en crisol, parece
dudoso: no se ajusta con nada de lo que sabemos de Walker. Invesli-
grc Iones recientes sobre ciertas industrias de las que todavía se sabía
muy poco cuando escribía M . Mantoux. indican que el papel de los hom -
htes de ciencia, y en particular de los químicos, fue más considerable de
lo que se había imaginado. Tanto como los ensayos em píricos contribuyó
la e\¡ier¡ mentación metódica al progreso de la tecnología.
Poca cosa se podría añadir al penúltimo capítulo, que nos dice cóm o
<finito afectada p o r los nuevos inventos la suerte de los trabajadores.
I os detalles más completos que poseemos hoy sobre el uso de la fuerza
hidráulica hacen pensar que el em pleo de los niños hospicianos estuvo me­
nos difundido y se prolongó menos tiem po d e lo que se había creído.
I ni pnnrrs tratos que tuvieron que soportar los niños no les vinieron
di’ lililí disciplina rígida impuesta por los jefes de industria, sino de la
IKi i i i i n o d o y la dureza de los subordinados, en cuyas manos fueron de-
indos i on hurta frecuencia. El hecho de que antes hubieran sufrido otro
tonto tm el sistema dom éstico de la industria no debe servir de excusa,
lioiqne en los establecimientos dirigidos por hombres de corazón, com o
llo c ld Dille. Itoherí Peel y Samuel Greg, el niñ o podía conservar la sa­
lud en ln fiihricn e incluso encontrar alguna felicidad. M . M antoux trata
esto cuestión con un espíritu mesurado. Agradezcámosle el haber hecho
pistleia ri lo leyenda propagada por Michelet, que pone en boca de Pitt,
dirigiéndose ti las industriales, esa «frase terrible » : Tomad a los niños.
En m anto n los adultos se conocen m ejor h oy día los medios que
se utilizaron luirá atraerlos a las fábricas y las ventajas que se les
oliecian, asi com o las medidas rigurosas que se les aplicaron para acabar
con su. resistencia al régimen de horas regulares y de trabajo estrecha­
mente vigilado. Las ganancias de los obreros de fábrica se elevaron, m íen-
KIV PROLOCOS

Iras que disminuían las de los trabajadores privados: es un hecho gene­


ralmente reconocido. C o m o indica M . M a ntou x ■ no es la competencia
del telar automático-— fine solo ocurrió mús tarde— a lo que hay qutt
atribuir los bajos salarios de los tejedores a mano a partir de 1792; es
a[ núm ero excesivo de los que intentaban ganarse la vida trabajando
a d om icilio.ÍEste problem a existe todavía actnalmente en muchos países •
pero circunstancias a las que no se ha prestado hasta ahora demasiada
atención lo hacían entonces más agudo. D esde siglos, eran las m ujeres
las que hilaban y los hombres los que tejían. Cuando se difundió el uso
ile la mulé, la demanda de hilados a muño fue cada vez m enor: muchas
m ujeres abandonaron la rueca y se pusieron a tejer. Este cam bio no
ju e necesariamente en su perjuicio, porque las hilanderas siempre ha­
bían estado muy mal pagadas; ¡>ero la competencia que hicieron a los
hombres tuvo com o consecuencia un descenso general en el salario de
los tejedores. Y aunque M . M a ntou x tenga razón al decir que esta caída
de los salarios no era imputable al telar automático, apenas conocido
entonces, era ciertamente al m aquinismo a lo que se debía, pero a tra­
vés de otra rama de la misma industria: la hilatura, f
Todavía es menester que nos detengamos en otras dos cuestiones de
hecho. El autor expone magistralmente la ley de los pobres y sus con­
secuencias; pero no es exacto que el sistema de Speenhamland haya sido
ujAicado en toda Inglaterra. Estaba destinado a aliviar la miseria de los
cam¡yesinos y— ¿fue un bien o un mal?— apenas se vio su huella en las
regiones industriales del N orte. Finalm ente, todo lo que dice M . M a n ­
tona. de la ley de 1799 contra las coaliciones obreras es verdad. Muestra
con razón que es continuación de una larga serie de medidas del m ism o
orden. P e ro importa añadir que las ¡lenas que prevé son m ucho más
ligeras que las de las leyes precedentes y que, quizá por esta mism
razón, raramente fue aplicada. La mayoría de las diligencias judiciales
ejercida contra obreros acusados de haber organizado trade-union )fu e
ron instituidas según la ley normal, llanutda ley contra las con sp irad<
nes; y es palmario que muchas uniones no fueron inquietadas.
Por último, una advertencia. En Uis páginas que siguen el auto
establece a menudo comparaciones o contrastes entre la época de
revolución industrial y la actual. P e r o no hay que olvidar que actúa
se refiere no a la sexta, sino a la prim era década del siglo X X . Desd
que M . M antoux escribió este lib ro la sociedad inglesa ha experimentad
importantes transformaciones. Grandes extensiones de tierras son de nu
v o propiedad de los que las cultivan. Costaría trabajo encontrar en tod
Manchester una sola fábrica de cotonadas. Las industrias están de nuev
m uy dispersas, y ya no hay en el sur del país regiones adormecidas
PREFACIO XV

nlf ii cm/ni. ) los sueños d e im perio de los ingleses no son ya lo que eran.
u\ 'd luiy peor agua que el agua estancada.» En Historia nada es nun­
ca definitivo. El tiempo modificará todavía nuestros puntos de vista
*¡díte la revolución industrial. P ero, repitámoslo, por su amplitud a la
• que p o r su precisión, este lib ro es. y seguirá siendo sin duda, la
ntejitr iniciación a la historia económica que existe en ningún idioma.
( Unió obra de consulta, su papel es permanente. Este prejacio nos ha
dcfutimlo una feliz ocasión de releerlo desde la prim era a la última
pnffliui \ de apreciarlo m e jo r que nunca. Conserva una lozanía sor-
pirndrnlc, ) — lo hemos com probado más de una vez— las conclusiones
tic iiiihuns recientes, que se creían nuevas, eran ya las de Paul Mantoux.
' i < lib io rs. en este dom inio, una de las raras obras que con justicia
te pueden llamar clásicas.
T. S. A sh t o n .
Septiembre de 19¡7.

\
PREFACIO DE LA SECrUNDA EDICION

Liiiiiido, hace más de veinte años, apareció su primera edición, este


Ilion Iciiin un doble objeto. Yo queria tratar de presentar al lector un
i'»liiilln ....... uijimto sobre una de las fases más importantes de la histo-
ilii tli1 lo* tii tupos modernos, cuyas consecuencias han afectado a todo el
Miiiiiiln i'íviliziulo y continúan transformándolo y modelándolo ante núes-
luí trltln, Desenlia también atraer la atención de los historiadores, par-
lli nliniiiciilc cu Francia, hacia un orden de investigaciones que apenas
.a Ih Ii Ih /ihnnlado todavía. En cuanto a] primero de estos objetos, co-
i iii*|iniiil(t ni lector decir en qué medida ha sido alcanzado. En cuanto
«il «rpiiinln, el espíritu de nuestra época y sus realidades han hecho más
■pie ninguna iniciativa individual por revelar en toda su amplitud el
unpertn económico de la historia, y por estimular las investigaciones
it'hiilvuti n los orígenes y a la evolución del considerable acontecimiento
i|iu> fue la revolución industrial.
A partir de entonces han aparecido excelentes trabajos, en los que
ir i'Xiimiitan desde diferentes ángulos los hechos expuestos en la presente
libra. Se ha proseguido con mucha perseverancia y éxito el estudio de
i ni'nlhiiu*» bien delimitadas. Se ha ido a las fuentes originales, que se
hini ex pint ado metódicamente. Mi propósito no es escribir un libro
■mevii njtilá tuviese tiempo y medios para ello— sobre la base de estos
il ilns nuevos, sino solo hacer más satisfactorio mi primer trabajo te­
niendo en cuenta las críticas que ha podido merecer, asi como los resul-
linhi'i Validos adquiridos desde hace veinte años por los historiadores.
Me lio imfnizíido en corregir y completar un cuadro cuyas líneas genéra­
le» i ieu ipin deben permanecer inalteradas. M e sentiría dichoso si, en su
|nimu iii'iiinl. sigue sirviendo este libro de introducción a estudios de
mi rthinii i' nitis limitado, pero que agoten más completamente el tema.
I n que file en el primer día lo es también hoy: una síntesis provisional.
ill»piit'*|ii n reeihir nuevos retoques. Quien quiere merecer la confianza
de Iiim que buvean la verdad debe buscarla él mismo toda su vida.

P a u l M aixtoux .
7 <lo <n**m (Ir 1927.

MAN'rotrx.—-n XVII
INDICE ANALITICO DE MATERIA!»

I‘ HMA.1.1 lll IA NUEVA EDICION ............................................................ . Pág. H


l'tlKMl IIP DI I.A EDICIÓN INGLESA (1928) ............................................................ XVII

(tlllUlUltl'l IÓN ............................................. ......... ............. ............ 3


I Lili gran industria m o d e rn a : sus característicos actuales, sus
iMmwH'tlímelas económicas y sociales..................................................... 3
II Necesidad y dificultad de una definición.— La, gran Industria
011 ni siglo x v ir : en qué difiere de la gran Industria moderna ... 7
III H!l capitalismo industrial antes do la gran Industria.— Los
l.nirtoros ingleses en la época del Renacimiento. Medidas adopta­
rla» imra proteger a los pequeños productores ................................... 11
IV. Noción de la manufactura: concentración de lo mano de obra
V división del trabajo.— Distinción entre la m anufactura y la gran
Industria-' el maqumismo.— Por qué ese término no puede susti­
tuir ol de gran industria ...... ............................................................. 14
V. Desarrollo correlativo de los cambios y de la división del tra­
bajo : los progresos de la técnica son menos efectos que causas
de ello. La revolución industrial no es un accidente. Delimitación
del tema .................................................................................................... 19

PARTE l

LOS ANTECEDENTES
I »D I I A ANTICUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION ...................................................... 25
I Mi industria de la lana, tipo de la antigua industria. Su an­
tigüedad, su importancia, su situación privilegiada. Abundancia
da documentos a ella convenientes ..................................................... 25
II. Dispersión de esta industria: en toda Inglaterra, BCgim el Tour
■In Daniel Defoé (1724-1727); en el Interior de una región: e je m ­
plo» de Norfolk, de Devonshlre y de Yorkshlre; en una localidad:
la parroquia de Halifax ....................................................................... 28
MI Su organización: varia con el grado de concentración. El sis­
temo doméstico en el West Riding : Independencia del maestro ar-
luMtiioi alianza de la pequeña industria y la pequeña propiedad ... 35
IV Papel del capital com ercial: su embargo gradual sobre el ám-
lillo de la industria,— i o s comerciantes-manufactureros del Sudoeste.
poMMKlores de las materias primas y. luego, del utllaje.— El trabajo
a (tmiilcUio, combinado, a menudo, con la agricultura.— Desarrollo
il» la» empresas capitalistas en la Industria de las lanas peinadas.
Iiedurldo número de los m anufactureros: el manufacturero es, sobre
Ualu, iui comerciante ...................................... ..................................... 40
V l<a condición de las clases industriales.— El maestro artesano :
•vi holgura relativa.— Los o b re ros: la tasa de su salarlo se rebaja
a lliodtda que desaparece su independencia.— La diferencia de las
condiciones señala las etapas sucesivas de la evolución económica. 48V
I
VI Uin conflictos entre el capital y el trabajo.— El divorcio entre
el productor y Iob instrumentos de producción separa y opone
a las clases industriales.— Coaliciones pemanentes de los peinadores
do la lona y de los tejedores del Sudoeste.— Orígenes del trade u iiio
nlamo.— Ejemplos sacados de otras Industrias: los obreros sastres,
«
XXI
XXII INDICE ANALITICO DE MATERIAS

tos (oledores de géneros de punto, los teledores de seda, los car­


boneros de Newcastle ........................................... ............................... f>3
VTI- Las tendencias conservadoras.— La legislación económ ica: su
doble objeto, reglamentación y protección.— l o s reglamentos de fa­
bricación, obstáculos para el progreso técnico.— Privilegies de la
industria de la la n a : leyes contra la concurrencia Irlandesa: que­
rella de los fabricantes y de los ganaderos con motivo de la expor­
tación de lanas en bruto.— Monopolio y espíritu de rutina ...... . 62
V III. Transformación lenta de la antigua industria: sus causas
son más de orden económloo Que de orden técnico.— Predominio del
factor comercial, unido al desarrollo de las transacciones ................. 68

Cap . II.— Ei. d esarrollo ................................................ - ........ .......... 7I|


I. Interdependencia de los cambloa y de la producción. El progreso
Industrial, frecuentemente precedido y determinado por el desarrollo
comercial ................................................................................................... 71
II. Oleada a la historia del comercio británico.— La expansión m a­
rítima en el reinado de Isabel I.— El acta de Navegación de 1651.—
Parte tomada por la burguesía mercantil en la revolución de 1688.—
Fundación del Banco de Inglaterra y constitución definitiva de la
Com pañía de Indias.— Las conquistas coloniales y el mercantilismo. 73
III. Los progresos del comercio exterior.— Movimiento de la m arina
m ercante; importaciones y exportaciones de 1700 a 1800. Tníluen.
cia estimuladora de la exportación sobre las Industrias ................. 80
IV. Ejemplo de esa Influencia: el crecimiento del puerto de Liver­
pool comenzó antes del desarrollo Industrial del Lancashtre y lo fa­
voreció, si no lo provocó ....... . ............................................................. 86
V. La organización del comercio Interior.— t a b ferias, los mercados
especiales, centros de distribución de los productos. Los intermedia­
rios. vendedores ambulantes, tenderos de las poblaciones ................. 90
V I. Las vías de comunicación ; mal estado de las carreteras.—
Primeros esfuerzos para m ejorar’^): el sistema de puestos de peaje
Los constructores de caminos : John Metcalí.— A pesar de la In­
suficiencia de ios trabajos realizados, las comunicaciones se hacen
mAs fáciles y regulares. Pero la carestía de la correspondencia y de
los transportes continúa siendo un obstáculo para las transacciones. 9!
V IL La creación de la red navegable, retardada por el desarrollo
del cabotaje. Los proyectos de Andrew Tarranton (1677).— Primeros
trabajos, unióos & la explotación de los yacimientos de hulla. El
duque de Bridgewater hace Rbrlr el canal de Wors’.ey (1759). .Bur.es
Brlndley y su obra,— La red se completa en pocos años : La fiebre
de fus canales, de 1793.— Lo* promotores de empresas: grandes pro­
pietarios y manufactureros. Wedgwood y el gran T m n k Canal.—
Repercusión inmediata sobre las Industrias locales ........................ 102
V IH . Consecuencias del desarrollo comercial.— La división del tra­
bajo varía con la extensión del mercado : las considerations uvon
the £ast Iváia Traáe (1701) prevén el advenimiento del maquinis-
mo.— Enriquecimiento de la clase m crcanttl: su lugar en la sociedad. 114

C ap . III.— L as modificaciones de la propiedad territohial ..................... 119


l. Desaparición de la yeomanry : sus causas son anteriores al ad­
venimiento de la gran industria ......................................................... 119
n . Las actas de «enclosure» en el siglo xvm .— L ’open field: división
parcelarla del suelo. Oscuridad de sus orígenes ................................ 124
m . El open field siistem. Propiedad Individual y cultivo en común. 12a
IV. Las tierras Indivisas. Derechos de los habitantes de esa p ro ­
piedad colectiva; sus diferentes form as; desigualdad de su repar­
to.— Pero la costumbre extiende su beneficio a los no propietarios.
Los cattagers, establecidos por tolerancia en los bienes comunales. 132
V. Las «enclosures» : redistribución de los open field y división
de los bienes comunales. Su historia en los siglos xvi y xvu .......... V
I. 185
VI. La reforma de la agricultura,— Estado de los campos antes de
1730.— Teorías y experiencias: Jethro Tull. Papel de la aristocracia :
INDICE ANALITICO DE MATKHUS XXIII

iiiHJ hwit*lum<!. La primera generación de los grandes granjeros:


lamí- do Unltttmm, Bakewell; la ganadería sistemática.— Arthur
Ttiilh* y di Board oí Agricultura ..................................................... 140
V il Itl OfH-n l< M svstem, obstáculo para las mejoras. De ello pro-
<IPii»ti loa «Onctosures» del siglo xvra.— Su procedimiento le g a l; como
iwlliiidait en beneficio exclusivo de los grandes propietarios .......... 147
V IH Consecuencias económicas y sociales.— Desaparición de los
nienes comunales y de las pequeñas propiedades, compradas por
los beneficiarlos de las «enclosures».— «Acaparamiento de granjas».—
Ir» prosperidad de la agricultura a fines del siglo x vm detiene la
c>|ninalóli de los pastos, liberando la m ano de obra. Enemigos y
lint lldnrloa de laa «enclosures»; sus argum ento»,—Sufrimientos de
la población rural ............................................................... .................... 154
1H Itl comienzo del éxodo hacia las ciudades.— Los ycomcn que
luill vendido sus tierras, los Jornaleros sin trabajo, dispuestos a aban-
itniiHi ni campo Aflujo ds fuerzas vivas a la Industria.— Correlación
ibili'ii ni movimiento agrario y la revolución industrial ................. 165

PARTE II

GRANDES INVENTOS
Y G R A N D E S EMPRESAS
I- I'-I- MAQUINISMO EN LA INDUSTRIA TEXTIL ................................................... 173
I Distinción entre la m áquina y la herram ienta: y entre el uso
i|e la» máquinas y el maqum ism o.— El telar de hacer punto: el
molino de torcer la seda. Efectos de tales Invenciones: empresas
capitalistas: la fábrica de los hermanos Lambe 11718).— Esbozo de la
liran Industria: por qué quedó Inacabada .......................................... 173
II. La industria del algodón en Inglaterra; sus orígenes.— Prohi­
biciones dictadas, en 1700 y 1719, contra los tejidos estampados
de la India, la benefician, a pesar de los recelos de la Industria
do la lana.— Terreno favorable ofrecido por el condado de Lancáster
para el crecimiento de esta Industria ................................................. 181
III La Industria del algodón antes del maqumismo.— Carácter em­
pírico y práctico de los primeros Inventos.— La íantsdero roíante
fin John Kay 11733). Ai acelerar el tejido, rompe el equilibrio entre
liberaciones complementarias de la Industria y plantea el problema
ilu la hilatura mecánica .......................................................... ............ 188
IV. La primera m áquina de hilar.— John Wya.tt: tai Invención (17381.
lili asociación con Lewis Paul. La patente do 1738.—Empresas ludtis-
IHales de W yatt y Paul: su escaso éxito ........................................... 194
V. Haigreaves inventa la «jen n y » (1765)— Sus desazones. Pero el
uso de su m áquina se extiende muy rápidamente por el norte de
Inglaterra.— Transición entre la pequeña producción y la grande ... 201

II I AS FÁBRICAS ...................... ...............................„............................. 205


I Arkwrlght. Sus com ienzos: orígenes oscuros de sus Inventos. El
umh-rframe (1768) y la primera patente.— A rkw rlght se establece
en Nottingham (1771) . ...................................................... *................ 206
II Exitos de Arkwright. La hilatura de Cromford : util&je automá­
tico movido por raedas hidráulicas.— La Industria del algodón, li­
berada de laa prohibiciones Indebidamente lanzadas contra ella.—
La segunda patente <1775). Se multiplican las emoresas de Arkwr­
lght.— Sus competidores. Proceso por Imitación fraudulenta: la cau­
sa se lleva, en 1785. al T ribunal del Rey ....................................... 208I.
III. El proceso de 1785. Testimonios de Thoroas Hlghs y de John
Kay : H lghs es. probablemente, el Inventor del water-jrame.— Otros
plagios Imputados a Arkwrlght. Anulación de sus patentes.— Su for­
tuna no se perjudica: es ennoblecido (1787): muere millonario
(1702).— importancia real de su ifapel: sus cualidades de organiza­
dor y de hombre de negseios ...... ............. ........................................... 214
XXIV INDICE ANALITICO Dt MATERIAS

IV . La em ule» de Samuel Crompeon (1770). Cnmo los m anufactu­


reros sa apoderan de ella y le quitan el beneficio al inventor___
Perfeccionamientos sucesivos de la em ule» ; su empleo al principio
del siglo x rs. L a industria de la muselina en Bolton, Paisley y
Glasgow ...............i ....................................................................................
V. El uso de la s m áquinas de hilar destruye nuevamente el equi­
librio entre la hilatura y el tejido. El telar mecánico de Cartwright
1178o).— H m p ress desafortunadas de este. El éxito de la invención, re­
tardado por la b a ja de los salarlos. Inventos secundarlos: estampado
a m áquina, procedimientos químicos de blanqueo y teñido.— Tran s­
formación completa de la Industria ...... ......... .....................................
VI. Pases de esa transformación.— l.1 Periodo de la «je n n y »; trabajo
a domicilio.— 2.* Período del vmter-lrarne. L a s h ila tu ra s: su posición
al borde de las corrientes de agua, fuera de las poblaciones.—
Concentración de la industria en torno del macizo Penino.— Las
grandes empresas : su carácter netamente individual.— 3 * Pases in­
termedias : combinación provisional del sistema de fábrica y el
sistema doméstico ...................................................................................
V il Las consecuencias materiales, crecimiento de la producción. C ri­
sis periódicas: ¿deben atribuirse únicamente a la superproducción?
L a crisis de 1793. Se explica, no por causa» particulares de la indus­
tria del algodón, sino por el conjunto de las Circunstancias econó­
micas ................. ............................................................ i ..........................
V H I. La líbert d económica.— No es cierto q u e la industria, del al­
godón se haya incrementado fuera de toda protección o fic ia l; fre­
cuentes llamamientos a la intervención del Estado.— Política fiscal
indecisa; el asunto de la /vsttan-tax (1784).— La industria del al­
godón liberada de los reglamentos de fabricación y de aprendizaje :
libertad de producción ...........................................................................
IX . El m aqum ism o en la industria de la lana.— Concentración de
esta industria; se opera con detrimento de los condados del Este
y del Sudoeste.— Introducción de las m áquinas en éi YorEshire. Pa­
ñeros convertidos en manufactureros. Alarma entre los pequeños
fabricantes: pero el sistema doméstico solo muy lentamente des­
a p a r e c e .L a industria del ivorfied; Invención de la m áqu ina de
peinar (1790).— Xas hilaturas de Bradford.— Retraso respecto a la in­
dustria del a lg o d ó n ...................................................................................

r.AP. III.—E l h ie r r o y la h u lla .................................................


l. Evolución de las industrias metalúrgicas, paralela a ia de la s in­
dustrias textiles.— La industria del hierro al principio del siglo xvm .
Escasez de la producción. Decadencia de los antiguos centros : Sussex,
la Selva de Dean.— Las industrias secu n darlas: su prosperidad rela­
tiva; la cuchillería de Sheffield y Ja quincalla de Birmingham,— La
organización de las empresas : compañías mineras, maestros de forja,
pequeños fabricantes.— Talleres especializados ; división avanzada del
trabajo. Pero la industria vegeta por falta de materia prim a ......
I I . L a cuestión del combustible.— L a fundición con carbón vege­
tal : la tala hace desaparecer los altos hornos.— L a hulla ; obstácu­
los para su empleo. Investigaciones y tentativas de Sturtevant, de
Dudley y de Wood.— Los Darby : el primer Abraham Darby consi­
gue tratar el mineral con un fuego de coque (1709 ?) im portancia
capital de esta inversión .......................................................................
m . l a conversión de la fundición en hierro maleable. C ort inventa
el tpuddlage» (1784).— El acero fundido, invención de Uim tsm an.
El utilaje mecánico de la industria del h ierro : martinetes, inyec­
tores, etcétera ...........................................................................................
IV. Los grandes establecimientos metalúrgicos.— Las forjas de los
Darby. en CoalbrooEdale; de WlUclnson. en Bursham, Bradley y
Broseley Les forjas del País de G a le s : Crawshav, el « e y del hie­
rro».— L as forjas de Carrón, fun dada» por Roebuck. l a s acererías de
Sam uel W a lier, en Rotherham.— Empresas individuales, corro en la
industria textil .......... ............................................................................... V
.
V. L a industria del hierro en Inglaterra a fines del siglo xvm . Des­
cripciones de Svedenstjerna y de Faujas de Satnt-Fond.— m porvenir
de la metalurgia; opiniones profétlcaa de Wükinson, El primer puen­
te de hierro (1779); el primer barco de hierro (1787).— Relación ne­
cesaria entre el desarrollo de la metalurgia y el del maquinismo ...
INDICE ANALITICO OK MATERIAS

li t ■. N u il lt.| |IE VAPOR ___ 299

l fcitrtAM . niAq urnas motrices»— Las maquinas hidráulicas.— Bam-


**»* ¡i? I ' ip íd de Savery U69B) y de Newcomen '1708) empleadas en
*** iiiiniis y tiara el servicio de nenas; y. luego, como auxiliares de las
mAijnliiM hld'&ullcas ............................................. ................................ 2S3
M JflinfH Watt. Con él. la ciencia aparece en medio d e la revolución
¡»iiLniul*l ¡su Juventud. S u genio esp culativo.— Orígenes del ln-
»>nit" orillea de la m áquina de Newcomen. Invención del condensa-
¡I r I* l> ■ ilCm del vapor, utilizada en lugar de la presión atmosfé-
• t» t La patente de 1769. Inventos accesorios : el movimiento circular. 306
Mí l.u eplti’iición industrial del invento.— Asociad n con Roebucfc,
>fiM permite a W att proseguir sus lnveatigacionea.— Quiebra de Roe-
pp.'ii 1177111, bus derechos son adquiridos por M atthew Boulton ... 311
LV l.s ni mi ufactura de Soho : actividad y ambición do Boulton.—
f.luMM'ln lie W a t t ; terminación de la máquina, do vapor. Prórroga de
I# iiiili'ills. Loa primeros encargos: p a ra las forjas do WHUlnson
1177111, ju ca las m inas de Cornualles (17771: para las aguan do P a­
tín l I7VII) Dificultades de Índole comercial : deudores y conourren-
«a Indole Industrial : los colaboradores de Watt. W llllam Mur-
iluek ........................................................................ ...... ....................... 314
V Ap Menciones de la máa.uina de vapor : en los talleres metalúrgi-
m* nri los molinos; los Alblon Mills (1786); en las hilaturas.— El
*.*(1111 m i la fabrica de S oh o; sus m últiple* aplicaciones; la acuña­
ción niHotnAtlca de moneda ..................................................... .............. 322
VI l.,i Invención d é l a m áquina de vapor completa la concentración
imtiiairlnl— Estrecha la interdependencia de las Industrias y unifica
mi evolución ................................................................... ......................... 326

PARTE n i

LAS CO N SE CUE NCIAS IN M E D IA T A S

I Hit INDI: INM/STKIA Y POBLACIÓN! ....... .......................... ..... 331


t Crecimiento de la población inglesa; su lentitud antes de la re­
volución Industrial. Las previsiones de Gragory Klng (1696).— El miedo
H M i. despoblación. Discusiones sobre este RBunto: el Bssaí xur la
IMimhiHcm rie l'Anplaterre, de Richard Prlce (1780). Teoría de Young :
t*l crecimiento de la población, unido necesariamente al progreso eco-
iirniiloo,— El libro de M althus (1798) : la superpoblación, causa de la
lulMf“l'l(l. -El curso de 1801 .................................................................... 331
II. Definía?,amiento de la población.—Su reparto a ctu a l; compara-
('11*111 ron su reparta en 1700. 1750 y 1R01. Movimiento hacia el Nor-
Ui V hacia el oeste ........................................... ........................................ 339
111 Las grandes ciudades industriales.— Los centros de la Industria
le Vi 11 Manchcster : su crecimiento durante la primera parto del si-
llo xviti ; el censo local de 1773. Entre 1773 y 1801 se triplica su
flahltir'im Los nuevos barrios.— Las poblaciones de hilaturas alrede­
dor (te Manchester.— Desarrollo más lento de las poblaciones de la
lima Leeds. Habías. Decadencia de las ciudades del Sur ................. 346
IV Lo* centros d e ja, industria metalúrgica.— Blrm lngham y el País
N.-tmn. Sheflleld.— Aspecto de las ciudades manufactureras ............... 353

II El CAPITALISMO DiDPSTÍUAL ..... ........................................ 356


I La clase de los grandes manufactureros.— Barrera alzada, por la
constitución de las grandes empresas, entre el patrono y el obrero ... 356
H. Formación de esta dase. S u s diversos orlgene».— Loa Inventores :
«II Incapacidad comercial. I e s comerciantes y empresarios dudan si
encargarse o no de la dirección técnica de la Industria.— La primera
generación de los grandes industriales se recluta, parcialmente, entre
la población rural. Ejemplos de los Peel. de los Radcllífe. de los Fiel-
don, do los Wilklnson, de los Darby, de los Boulton, etcétera,— La
Vt'tnitnnry, expulsada del campo par las usurpaciones de la gran pro-
nlodnd, suministra sus cuadros a la nueva sodedad, salida de la revo­
lución industrial ...................................................................................... 358
XXVI UIDICK ANALITICO OK MVfUIIIAS

III. lias cualidades requeridas.— La cuestión de los capitales; orga­


nización del t r a b a jo : la d sclpllna de las fábricas.— La cuestión de
las salidas: correspondencia comercial de u n gran establecimiento
industrial ifábrica de Sobo) ....................................................................
IV . La llo r de los manufactureros.— Matthew Boulton : su cultura
intelectual sus relaciones, su conciencia profesional, sus tendencias
filantrópicas, sus aíres de gran señor.— Wedgwood : valor artístico de
su obra, sus trabajos científicos, sus opiniones democráticas y hum a­
nitarias.— Desarrollo de la industria cerámica y prosperidad del dis­
trito de las cerámicas, debido a sus esfuerzos.— Wedgwood y Boulton
son hombres excepcionales: estrechez de miras y aspereza egoísta de
su clase .....................................................................................................
V. L a conciencia de lo s Intereses comunes.— Acuerdo entre los gran­
des Industriales y peticiones colectivas: contra los derechos sobre los
metales (1784); contra el tratado de comercio anglo-irlandés (1785).
La Cámara general de fabricantes : divergencias de opinión acerca del
tratado con Francia (1788).— Solidaridad de los patronos contra los
obreros: oposición al mantenimiento de la» antiguas reglamentacio­
nes, reclamado por estos. Tendencia instintiva al «lalssez-faire» ......
V I. Lugar de lo s m anufactureros en la sociedad.— Su poderlo local ;
parte que toman en la dirección de las grandes obras de utilidad
pública.— Relaciones con la aristocracia. Amigos y protectores de
Wedgwood. Boulton. recibido por Jorge III, huésped de Catalina II,
en Sobo, e Invitado, con Watt, a la corte de Francia,— El camino del
poder político; los dos sir Bobel-t Peel, padre a hijo ........................

Caí*. III.—L a revolución industrial y la clase obrera ..........................


I. Hostilidad de los obreros a las máquinas.— Los motines del con­
dado de lancaster, en 1779. Desórdenes en el Y o rfíh ire 1 1790) y en
el Sudoeste (1802); el movimiento de los Luddltas (1811 1912).— Peti­
ciones al Parlamento para obtener la prohibición de les m áquinas;
solicitudes de lo s hiladores de algodón y de los peinadores de lana.
El ano ha lu gar» opuesto a tales peticiones .......................................
II. El personal de las fábricas. Repugnancia de los obreros a formar
parte dé él. Alistamiento de mujer y niños.— El trabajo de los niños
antes de la gran Industria. Los aprendices de las parroquias en las
hilaturas; sus sufrimientos ; Robert Bllncoe.— Insalubridad de los
talleres; la fiebre de las fábricas.— Poder sin control de los m anu­
factureros ................................. ...... .........................................................
n i . Condiciones de existencia de los obreros: sus Ingresos.— Insu­
ficiencia de los datos estadísticos y dificultad de su Interpretación :
valor aproximatlvo de nuestras conclusiones.— Los salarios en 1770 y
en 1795 ; alza general, diferencia creciente entre los salarlos agrícolas
y los Industríales: atracción ejercida por la Industria.— Pero tal
alza va seguida de una baja continuada, debida a la superabundan­
cia de la m ano de obra : ejemplo de los tejedores. Salarlos bajos de
las mujeres y de los niños ....................................................................
IV . Condiciones do existencia de I ob obreros; sus gastos.— Alza de
precios causada por la guerra.; la carestía de 1795 a 1802.— Alimen­
tación de los campesinos y de los obreros.— La habitación : los b a ­
rrios pobres de las ciudades Industriales.— Déficit crónico en el pre­
supuesto de los obreroB ...........................................................................
V. L a asistencia pública.— L a ley de los pobre6 de Isabel I ; alterna­
tivas de unidad y de rigor en su aplicación. Influencia de las ideas
filantrópicas a fines del siglo xvm.— L a ley del domicilio y de la resi­
dencia fo rz o sa; abusos a que da lugar. Su abrogación 11795).— Los
socorros en. dinero : la ley G llbert (1782).— Medidas excepcionales m o­
tivadas por la penuria pública y el temor a un levantamiento popu­
lar ; la leu de Speenhamland, (1795). Mínimo de ingresos asegurado
por los subsidios de las parroquias.— Este sistema hace bajar los sa­
lar os y agrava el pauperismo ............................................. -..................

( jap, IV.— I ntervención y . l ais s f v -k a isl - .. ......................


I. El problema social planteado por la separación del capital y el
trabajo. L a s coaliciones obreras, uniones de la industria, textil en
Glasgow, en el Lancashlro. Su acción comúu : la Sociedad de teje­
dores de algodón (1799) ; la Institución de los obreros de la lana
(1796).— Coaliciones de los obreros cuchilleros en Sheffíeld y de los
oberos papeleros en Kent, Movimiento entre los obreros agrícolas.—
ÍMltCE ANAU'IICU ttt MV1KU1AS XXVII

Titifininn do las clases poseedoras. La ley contra las coaliciones (1799).


rurtúdo heroico de la historia de las Trade-Unions : cómo sobreviven
a Ift porwcuclón ...................................................................................... 437
|| Llamamiento a la intervención del Estado.— Los obreros reclaman
>1 mantenimiento de la antigua legislación Industrial.— Los regla-
iiimitoa de aprendizaje : su desuso. Quejas de los estampadores de
Indianos respecto al número de aprendices, y de los tejedores sobre
lo duración del aprendizaje.— Los patronos solicitan y obtienen la
abrogación de los reglamentos 11803-1814) ..... ................................. 447
III La fijación legal de los salarios.— Atribuciones de los Jueces de
liaa, angón la ley de 1563; régimen especial de algunas Industrias.—
IdcA de un mínimo de salarlo garantizado po r la ley. El bilí W hlt-
liioad, rechazado por la Cámara de los Comunes (1790).— El arbitraje
"li lu Industria del algodón (1800). Recriminaciones violentas de los
litln'leuutes, que consiguen hacer fracasar la ley. Nuevos e Inútiles
«stiiinzos de los tejedores de algodón p a ra obtener la reglamentación
tlii Uw salarlos.— T riu n fo de la doctrina del lalssez-tatre ................. 453
IV lili movimiento humanitario.— Sus orígenes, enteramente extorla-
I**" Hl movimiento económico: Influencias sentimentales y morales.—
Manufactureros filántropos, David Dale funda la aldea de New-
Ijuintk. 15784) ; sus esfuerzos por mejorar la condición de los obreros
v dn los aprendices.— Robert Owen reforma y continúa la obra de
I m Ioj su socialismo surge de la filantropía, patronal .................... 461
V. El primer acto de la legislación de fábrica.— El trabajo de los
nidos en las hilaturas. Inform e del doctor Perclval (1798). — Sir Robert
Pool hace votar la ley de 1802 para la protección física y moral de
los aprendices.— Disposiciones de esa le y : su poca eficacia.— Su im-
portancla histórica : considerada por ti mismo Peel. gran industrial
y partidario del laissez taire, como una medida excepcional y sin
trascendencia, ia ley de 1802 anuncia la política intervencionista del
siglo xrx ................................................................................... ................ 465

I lien n >i<’iN: Caracteres generales de la revolución industrial 471

II iii i I m . i t u í t ...................................................................................................... 477

4|ipi (minio niULíocümeo ............................................................. 503

Iftiiii e \i FAiiÉ'i ifu ................................................................... ........ -513

M A P A S Y [-'[GURAS I

I i runos principales de la industria de la lamí a principios del si­


llín XVIU ..................................................................... ........................ 31
'} 'linimiento del comercio exterior de Inglaierra de 1700 a 1800 ... .. 33
I Vías navegables en el centro y el norte de Inglaterra a tiñes del ni­
dio XVIII .................... . . .................................................................... 103
I íInnales alrededor de Manchester y Birininghain ............................. 113
!• In máquina de Savcry (croquis) ................................................ . - - 302
fi, In máquina de Neweomen (ídJ ..................................................... 303
a III Reliarlo de la población de Inglaterra, propiamente dicha, en 1700,
I750. IB0I y 1901 .............................................................................. 341.344
LA REVOLUCION INDUSTRIAL
EN EL SIGLO XVIII

MANTOtJX — l
INTRODUCCION

Fue en Inglaterra, en el último tercio del siglo x vm , donde nació la


pmn industria. Desde el principio fue tan veloz su desarrollo y tuvo
Ifllr» consecuencias, que se le ha podido comparar con una revolución 1:
ton toda seguridad muchas revoluciones políticas han sido menos pro-
Imulas. La gran industria nos rodea hoy por todas partes; su nombre
piiiccc no necesitar definición, ya que son tan familiares y sorprenden-
In» las imágenes que evoca: las potentes fábricas que se levantan en las
Inmediaciones de nuestras ciudades, las altas chimeneas humeantes y su
iraplandor nocturno, la trepidación incesante de las máquinas, el hormi­
gueo atareado de las muchedumbres obreras. Pero por rápida que pa­
rezca haber sido la revolución industrial, estaba relacionada con causas
lejanas, y debía acarrear una serie de resultados cuyo desenvolvimiento
aún sigue incompleto después de más de un siglo. Los caracteres distin-
lívos de la gran industria no se han revelado de una vez. Para preci-
•irlos m ejor en la oscuridad de los orígenes, comencemos por describir­
los tal como se ofrecen hoy a nuestra vista.

L a producción de mercancías o, en términos más explícitos, de ob­


jetos necesarios para el consumo que no son proporcionados directa­
mente por la Naturaleza, es la mira de toda industria. Así, pues, hay
i|iie entender por gran industria, ante todo, cierta organización, cierto
régimen de producción. Pero sus efectos se extienden al orden económi­
co entero y, por consiguinte, aj orden social, que dominaiTTas condicio-
iics de crecimiento y de repartición de las riquezas.
La gran_ industria concentra y multiplica los medios de producción,
ion objeto de acelerar y aumentar su rendimiento. Emplea las máqui­
nas, que ejecutan con una precisión infalible y una prodigiosa rapidez

1 La palabra ha sido atribuida a Amold Toynbee, cuya obra, interrumpida


|Kir una muerte prematura, fue publicada en 1B84 con el titulo de L ectura on
ibe industrial revolution in England. Pero William Rappard (La. revolution in-
dustrielle et les origines de la protection légale du travail en Suisse , pág. 4)
Indica que Karl M an, en el volumen primero de Das Kapital (1867), da una
descripción sistemática de lo que llama odie Industrielle Revolution», expresión
ya empleada por Karl Marx en 1850, por John Siuart Mili en 1848 (Principies
»l Political Economy, ed. oríg., pág. 581’), e incluso en 1845 por Friedrich Engels
í Die l.age der Arbeitenden Klasse in England, págs. 11 y 355).

3
1 INTRODUCCION

las labores más complicadas o más rudas. Para ponerlas en movimiento,


reemplaza la fuerza muscular, de recursos limitados y desiguales, por
fuerzas motrices inanimadas: fuerzas naturales, como la del viento o del
agua; fuerzas artificiales, como la del vapor y de la electricidad; unas
y otras, dóciles como la materia inerte, regulares, infatigables, pueden
acrecentarse a voluntad y sin límite. Para dirigir el funcionamiento de
las máquinas reúne un gran número de obreros, hombres, mujeres y
niños; que, aplicados a tareas especiales, llegan a convertirse en otros
tantos engranajes de las máquinas mismas. El utilaje, cada vez más
complejo; el personal, cada vez más numeroso y organizado, constituyen
las grandes empresas, verdaderos estados industriales; y como resorte
de esta actividad formidable, como una causa y como un fin, detrás delj
despliegue del trabajo Jiumano y de las fuerzas mecánicas se mueve el
capital, arrastrado por su propia ley, que es la de la ganancia y que lo
impulsa a producir sin interrupción, para acrecentarse sin . cesar.
El monumento característico que contiene en sus muros lo material
de la producción moderna y que expresa en trazos visibles su principio
mismo es la fábrica, la fábrica con sus vastos talleres que atraviesan
las correas o los hilos de transmisión, distribuidores de fuerza, con el
utilaje mecánico potente y delicado que la llena con su movimiento,
con el trabajo presuroso de su población disciplinada, que las máquinas
parecen arrastrar en su ritmo jadeante. Todo eso no tiene otro objeto
que producir mercancías, producirlas lo más de prisa posible y en can­
tidad ilimitada. A qu í son los tejidos los que se ven desenrollarse en
piezas ininterrumpidas, y amontonarse en pilas enormes de fardos cilin­
dricos; allí es el acero que hierve en retortas gigantescas, lanzando al
aire deslumbrantes haces de chispas. La producción ininterumpida se
convierte en l a ley de todas las empresas, a menos que un acuerdo for-!
mal intervenga para limitarla; abandonada a si misma, continúa hasta
el exceso, hasta la superproducción ruinosa: resultado paradójico de
la tendencia instintiva del capital, que llega a destruirse a sí mismo.
Esta gran cantidad de mercancías fabricadas es preciso venderla;
la venta, que realiza la ganancia, es la meta final de toda producción
industrial. El impulso tan fuerte dado por la gran industria a la pro-'
ducción se comunica en seguida a la circulación de los productos. La
abundancia de los objetos lanzados al mercado rebaja los precios, los
precios bajos acrecientan la demanda y multiplican las transacciones.
La competencia se exagera, y con los progresos de la industria de los
transportes, que le abren un camino cada vez más vasto, se extiende,
de los individuos a las regiones, a las naciones, más ávidas que nunca
de perseguir sus intereses materiales. Se desencadenan los conflictos
y las guerras económicas; el vencedor es aquel que logra, pese a sus
rivales, ampliar su terreno de operaciones, encontrar todavía y siempre
nuevas salidas. La ambición de los productores los hace aventureros:
las comarcas más lejanas, los continentes apenas explorados, se con-
INTRODUCCION 5

■l 'ilit i cu nii presa. El mundo entero no es y a sino mi inmenso mer-


• > In ||UH hl» grandes injdüstriag_de^j:ei,dos las.paises .se disputan como un~
i.imim ili> biilulln.fX
\ In producción desbordante, a la circulación ampliada has.ta los
> ililllii"' (lu 1¡1 tierra habitada, corresponde un modo particular de dis-
li llntHfiti do las riquezas. Si se considera al consumidor, es evidente
ipil' )>(l) Itl que a él se refiere se ha efectuado un gran progreso; la
1111(1*11 y Unrostía de las mercancías ha disminuido, muchos objetos que
ni iilin lliimpo eran costosos y muy solicitados entran en localidades
\ ni nii'iltos donde antes eran desconocidos. Pero el optimismo que
lli pli iibu tul espectáculo a la economía política ortodoxa se modifica
i ¡lilli iiliiiento si se examina la condición de los productores. En la base
de Imlii el sistema de la gran industria encontramos, junto con la ener­
ad‘i |it nporxionada por las máquinas, una inmensa acumulación de tra-
l'l|ii humano, mientras que en la cima se eleva, estrechamente con-
m ilitillo, el amontonamiento creciente y formidable de los capitales.
Y In» productores se dividen en dos clases: una que da su trabajo y no
punen nuda, que vende la fuerza de sus brazos y el tiempo de su vida
pin un salario; otra que detenta _el capital, a la que pertenecen las
lóhi Iras, las materias primas, las máquinas, y a la que van a parar las
Mtiimiiciiis y beneficios; y a su cabeza, los grandes jefes de empresas,
lu* capitanes de la industria, como los llamaba Carlyle, organizadores
iluminadores, conquistadores. ' W fí.
De ahí ha salido el régimen social propio de nuestra civilización"1^
i mitemporánea y que forma un todo tan completo, tan coherente como
iiiitlo serlo en el siglo X el régimen feudal. Pero mientras que este era
In consecuencia de las necesidades militares y ~de""Tos peligros que
iniiriiazaban la vida humana en una Europa entregada a una anarquía
luí i liara, aquel deriva de un conjunto de causas puramente económicas,
ilgi upadas en torno al hecho central de la gran industria.! Es a la
gian industria a lo que se ha debido el desarrollo reciente cíe las ciu­
dades manufactureras, donde se agolpan las empresas, a la vez soli-
ilinins y rivales. Es en las regiones animadas por su vida potente donde
un manifiesta con la mayor intensidad ese notable crecimiento de la
población que ya se ha hecho normal en la mayoría de las naciones
Industriales. Manchester, que en 1773 era una ciudad de apenas 30.000
habitantes *, contaba, ciento cincuenta años más tarde, cerca de un
millón; la población total de la Gran Bretaña y de Irlanda, que en
1801 era de 14. millones y medio, alcanzó en 1928 la cifra de 48 mi- '
lloites. Este desarrollo, que las generaciones precedentes no hubieran
podido prever, ha tenido consecuencias incalculables; la emigración,
pura no citar más que una, el aflujo de los capitales y del trabajo hacia
lo» países de ultramar, ha favorecido el crecimiento rápido de socie-

> Censas of Manchester and Saljord (1773), Chetham Library, Manchester.


6 INTRODUCCION

dades semejantes a la nuestra, en las que se reconocen, más marcada


todavía, todos los rasgos de nuestro régimen económico.!
En fin, es la gran industria la que ha planteado, bajo la forma qu
reviste en nuestros días en todos los pueblos de civilización europea!]
el problema social. El acrecentamiento simultáneo del número y de
riqueza, sin que esta riqueza parezca aprovechar al número en pro
porción al esfuerzo aportado para crearla; la oposición de las
clases, de las que una aumenta mientras la otra se enriquece, la prn
mera de las cuales solo ve remunerado su trabajo incesante con und
subsistencia precaria, mientras que la segunda goza de todos los hene-j
ficios de una civilización refinada, se manifiestan por todas partes
la vez y por todas partes determinan una misma corriente de ideas
de pasiones. Y es el espectáculo mismo de la actividad industrial, de lal
vasta colaboración organizada que la sostiene, de la potencia del capital!
que reúne y rige sus fuerzas colectivas lo que ha dado nacimiento a ll
socialismo contemporáneo.' La espera universal de cambios profundos/
anhelados por unos, temidos por otros, es un rasgo impresionante
nuestra época: estos cambios, si tienen lugar efectivamente, podránl
ser considerados como el término del movimiento que comenzó con la f
gran industria.
Este conjunto de fenómenos, cuya extensión se percibe ahora, na
se deja encerrar en los límites de una definición estrecha, en la aue solo
se tuviesen en cuenta las condiciones materiales de la producción. Para
atribuirle su importancia real es menester apreciarlo en su unidad
compleja y viviente. Aparece entonces como uno de esos hechos
inmenso alcance cuya inteligencia ilumina toda una época. La gran
dustria en el orden económico, la ciencia positiva en el orden inteí
tual, la democracia en el orden político, son las fuerzas maestras que
dirigen el movimiento de las sociedades contemporáneas. Y_ la grati
industria tiene sus orígenes, como los tiene la democracia o la ciencia.!
Sería absurdo sostener que la ciencia comenzó con Galileo y Descartes;]
o que no hubo democracias antes de las revoluciones de América y de
Francia, ¡sin embargo, se tiene razón al considerar a los sabios deL
siglo x v ii y a los revolucionarios del XVlii como los verdaderos fundaJ
dores de la ciencia y de la democracia modernas. De la misma manera,]
se pueden distinguir en las formas de la producción que han precedida
inmediatamente a la gran industria algunos de sus rasgos: pero es sola
mente en tiempos de los grandes inventos técnicos, en tiempos de Har-J
greaves, de Crompton y de Watt, cuando la vemos aparecer por sfl
misma, y con ella ese haz de consecuencias que la acompañan insepa]
rablemente y que hace de su progreso uno de los acontecimientos caJ
pítales de la Historia.
INTRODUCCION 7

II
~tl hemos insistido tanto sobre nociones casi triviales, y que debe-
1 U 11 serlo más todavía, es con el fin de no dejar subsistir ningún
»obre lo que entendemos por la expresión gran industria. La
no es inútil, pues su sentido en el uso común es bastante
tiiiiíiiso y variable, y los esfuerzos intentados para fijarla en una fórmu­
la ilnllnillvn no han llegado hasta ahora a nada satisfactorio. Se ha
111111 it11 >1,111 distinguir entre la pequeña y la gran industria según la di-
iiiiinlón do los mercados a los que van sus productos: la pequeña
linlii«liIn sería la que abastece el consumo de una localidad o de una
irgli'ni |nti*o extensa; La gran industria, la que trabaja para un mercado
n.a Iniiid o internacional1. Esta definición no es en sí misma inacep-
lidilr tiene el mérito de poner en evidencia el papel esencial del ele-
luwitii comercial en La evolución económica. Pero se aparta de la acep-
i tfiii aoiriente, que, aun siendo sin duda bastante vaga, no se presta,
wn|t«iO, a una interpretación arbitraria. A nadie se le ocurriría incluir
mi In gran industria la fabricación d ^ tapices, tal como tiene lugar en
iniiutipa días en Turquía o en Persia; sin embargo, los tapices de
Milenio se venden en el mundo entero. ¿Se dirá que la gran industria
r i latín en Corinto en los tiempos en que la alfarería fabricada en el
Inliiiii se extendía por todos los países del Mediteráneo? Es que el tra­
ba jn ejecutado a mano en pequeños talleres, por artesanos cuya habili­
dad individual remedia los defectos de un utilaje primitivo, es, a nuestro
pMiacer, todo lo contrario de la gran industria. Su expansión exte-
ilor no es. pues, lo que la caracteriza esencialmente, sino más bien su
m Kitii ¡/.ación interior y su técnica. Es ante todo, como ya hemos dicho,
nimio régimen de la producción.
Mita aquí nos aguardan nuevas confusiones; porque la evolución
Iiii IiioI i ial tiene fases numerosas, que, por lo demás, se siguen en una
imln continua, en la que solo la abstracción puede señalar Límites pre­
ciso»; según que se elija como punto de partida una u otra de entre
l*llii», el advenimiento de la gran industria se encuentra adelantada uno
n Varios siglos. Nosotros la hemos colocado en Inglaterra, entre 1760
y 1800; pero si hay que creer a ciertas obras recientes, o al menos a
»ll» lílu los2, la gran industria habría existido en Francia cien años
untes, desde el reinado de Luis XTV. ¿Es esto una contradicción o un
malentendido? Es lo que debemos examinar.
/ L íi gran industria que ha estudiado Cermain Martin no es, como se

1 Mit.iuun. A.: «De la vie industrielle en France depuis le xvn* siécle», Revue ^
(t* Synthése hislorique, III, 335.
a Mmitin. Germai n: L a gratule industrie en France sous le regne de <
Loui» XIV (1898); Cill Eüls, A. des; Histoire et régime de la grande industrie
iwx XV11‘ et XVIIfe siécle: (1900).
INTRODUCCION

nos advierte desde el principio de su libro, el producto de una evolución


espontánea h Es una creación artificial o poco menos; solo fia vivid'
gracias a la iniciativa o al patronazgo de la realeza francesa. Colberj
que se puede considerar con pleno derecho como su fundador, cq
saba que la gran industria no podía existir sino por la intervencii
de! Estado» a. No la concebía más que como un anexo de esos grand
talleres reales que, en todas las épocas y en las civilizaciones más ,di!
pares, han trabajado para el servicio y a las órdenes del soberanpy
documentos que Germain Martin ha reunido sobre las manufactur)
del siglo x v i i nos presentan un cuadro que, a primera vista, recuerda
bastante el de las fábricas modernas. La importancia de las empresas,
el número de obreros empleados, su división en equipos especializados,
la disciplina estrecha a la que estaban sometidos1 34
2, son otros tanti
caracteres que se reconocen en nuestra gran industria. Pero esta ana­
logía real parece menos significativa cuando se descubre su origen-
-^ L o s establecimientos industriales, en los estados de fabricación re­
dactados por los inspectores de las manufacturas, están divididos en
jtres clases 4. En el primer grupo se encuentran las manufacturas dell
Estado, que pertenecen al_rey, cuyos capitales salen de las arcas del rey,I
cuyos productos son las más de las veces objetos de lujo destinadosl
al rey mismo; el m ejor ejemplo que podemos dar de ellas es el esta-,
blecimiento de los Gobelinos, cuyo título oficial, en la fecha de su I
creación, fue el de Manufactura real de muebles d e la Corona. Las]
legiones de artistas y de artesanos que fueron empleados allí, bajo la]
dirección de Lebrun y, posteriormente, de Mignard, solo trabajabanH
para el capricho de Lu is X IV , para adornar sus palacios y acrecentar]
el esplendor de su corte. Sus obras irían a decorar Versalles, Saint-f
Germain y Marly: tapicerías de alto lizo, palazones, esculturas, bron­
ces, trofeos, y esas maravillosas argenterías cinceladas que fueron fun­
didas en los malos días del reino. Todo aquí está en relación con la I
persona real; todo viene de ella, todo vuelve a ella. Tal industria
permanece fuera de las necesidades de la vida económicaT no espera
beneficios"e” ignora la competencia. N o es a la gran industria moderna
a lo que hay que compararla, sino más bien a la industria doméstica
de la antigüedad, al trabajo de los esclavos ligados a una casa, que
fabricaban, en esta casa misma, los objetos requeridos para las nece­
sidades o los caprichos de su dueño.

1 «El presente trabajo tiene por objeto exponer el papel de la realeza en la


gran industria en Francia, desde 1660 hasta 1715. Se esLudian en él los regla­
mentos relativos a la fabricación, a la inspección de las manufacturas, a la policía
de los oficios y, en general, a la intervención de la administración real en la gran
industria.» La grande industrie en France soas le régne de Loáis XLV, prefa­
cio, pág. 1.
2 lbíd., pág. 94.
3 lbíd., pág. 14.
4 lbíd., pág. 8.
INTRODUCCION 9

1.1 iitginulu cítiso es la de las manufacturas reales. Estas pertenecen


|iinll(Tiim'e# y fabrican para el consumo público.'T’ ero el nombre
,lil iiim i|in» llevan indica bastante bien que todavía se manifiesta aquí
Id miiIAn todopoderosa de la realeza. N o es suficiente la protección
iilli luí en más de una ocasión, los manufactureros se establecen en
miliini'i designadas, por invitación formal del rey y de sus ministros,
|ii‘ ulules viin incluso a buscarlos en caso de necesidad al extranjero V
Ningún epoyo les es rehusado: subvenciones directas del Tesoro, prés-
liilttn» »ln intereses consentidos por las ciudades o por los Estados pro-
• lin leles t exención de los impuestos más pesados, las tallas, las ga­
la lir el alojamiento de soldados3. Se los va a dispensar hasta de
t (mil iin n los reglamentos industriales, tan estrechos y tiránicos, a los
i|ili> |ieimmiccen sujetos los pequeños fabricantes. Están colocados como
|,n ni ilc las leyes del Estado; es así como los Van Robáis, de Abbeville,
|iinllfiion profesar libremente la religión protestante después de la revo-
i iinlñn ilcl Edicto de Nantes y durante todo el antiguo régimen 3.
[íjimlmente, las manufacturas privilegiadas están quizá más favo-
im-liliis aún que las manufacturas reales. Tienen el derecho exclusivo
i|c fabricar y de vender ciertos productos. .Gozan de un monopolio ab­
soluto, que solo el fraude puede limitar, y ya sabemos con qué severi-
ilml castigaba la legislación del antiguo régimen toda suerte de fraudes.
I'moce que Colbert haya querido atribuir a los manufactureros una
(mito de la prerrogativa real, como si no hubiesen sido, a la cabeza
iln mm establecimientos, más que los delegados de la realeza 4.
Si la mano que ha elevado y que sostiene el edificio se retira, todo
tu quebranta y amenaza ruina. Estas empresas no vivían sino de pro­
tección y de privilegio: abandonadas a sí mismas, muchas no habrían
lunliido en desaparecer. Cuando bajo el reinado de Luis XV el Gobierno
r<iKÓ de ocuparse de ellas con tanta solicitud, comenzaron a peligrar,
bus manufacturas reales y privilegiadas, que habían llegado a producir
cusí los dos tercios del paño fabricado en toda Francia, no produjeron
yu Bino un tercio aproximadamente. La pequeña industria, que ha retro­
cedido tan rápidamente ante la gran industria moderna, era todavía
muy vivaz. Resistía a la competencia temible que le había suscitado
Cnlbeit, a pesar de las cargas y trabas que pesaban sobre ella. Es que
*c apoyaba en todo un conjunto de condiciones económicas y sociales,
que nada había venido aún a alterar. En el Languedoc no solo la vemos

1 Sobre las medidas tomadas por Colbert para atraer a Francia a los obreros
V fabricantes extranjeros, véase oh. cit., cap. V, págs. 60 y sgs. Hizo venir pañeros
tic Holanda (págs- 68-71), hojalateros de Alemania (págs. 71-75), ingenieros de mi­
na» de Suecia (pág. 75), vidrieros y encajeros de Venccia y de Milán (págs. 76-79).
í l,a grande industrie en Frunce sous le régne de Louis XIV, págs. 10-11.
3 lbíd., págs. 67-69.
* G. Martin da cierto número de ejemplos, entre otros el de los estableci­
mientos de Clermont, de Sapte y de Conques, que tenían el monopolio de los
paños finos en el Languedoc, pág. 12.

i
10 INTRODUCCION

subsistir, sino prosperar y extenderse, aun conservando su forma doj


méstica y rural: «T od o particular un poco industrioso que encuentra
entre dos montanas, alejado de toda sociedad, un pequeño rincón donJ
de hay un poco de agua, la ajusta, la retiene o la deja correr según quill
sea más o menos abundante. Forma a llí una pradera natural que nol
tiene a veces dos toesas de anchura por un cuarto de legua o media
legua de longitud, compra unos carneros y allí los alimenta; su mujen
y sus hijos hilan la lana que él ha esquilado y cardado; luego la tejé
y va a vender su tela al lugar más próximo. Su vecino, si se le pued^
dar este nombre, puesto que a veces dista un cuarto de legua por Ir
menos, hace lo mismo, e insensiblemente todo esto forma una comu-j
nidad, cuyo recorrido no se haría quizá en un d ía »1.
La creación de las manufacturas reales en el siglo xvn no debe, pues,!
confundirse con el crecimiento espontáneo de la gran industria en elJ
siglo siguiente. Ha quedado como un hecho de alcance mediocre, im-:
portante sin duda para la prosperidad de Francia tal como la deseaba!
"Colbert, pero sin consecuencias generales: ninguna filiación directa pa­
rece ligarla*ál régimen económico de los tiempos presentes1 2. Otro tanto"!
se podría decir de los monopolios industriales de la Inglaterra del si­
glo Xvn, que ha estudiado Hermann L é v y 3. En las industrias cuyo I
crecimiento describe-minas, fábricas de vidrio, de jabón, salinas, fábri­
cas de alambre, etc.— . la creación de grandes organizaciones capita­
listas no fue posible sino gracias al sostén activo y continuo del Estado,
«Privilegios reales, supresión de la competencia interior por medidas
legislativas, política proteccionista» L tales fueron los medios por los
que se fomentaba su desarrollo artificial. El apoyo mismo de que se
beneficiaban estas organizaciones explica su impopularidad, así como
las campanas dirigidas contra sus privilegios desde la época de Crom-
well y su ruina tan pronto como les fueron retirados tales privilegios.
¿Estaría fundado sostener que su existencia transitoria «contradice la

1 Informe del inspector general de las manufacturas en Languedoc (Archive»


de THórault, C. 2561). Citado por G. Martin, pág. 17. Compárese la descripción
del valle de Halifax por Defoé, que citamos más adelante (pág, 34).
3 Según el eminente historiador belga Henri Piren o,e. el progreso de la evo­
lución económica no se efectúa por un movimiento continuo, sino por una su­
cesión de saltos hacia adelante: «Pienso que a cada uno de los períodos sucesivos
que se pueden distinguir en nuestra historia económica corresponde una clase
netamente distinta de capitalistas. Dicho de otra manera, el grupo de capitalistas
existente en una época dada no se origina del grupo de capitalistas de la época
precedente. En cada cambio de la organización económica encontramos una so­
lución de continuidad.» «T h e stages in the social history of capitalism», American
Historical Reviera, XIX, 494 (1914). Esta opinión se halla confirmada por nuestras
propias observaciones sobre el paso de la manufactura a la gran industria.
3 Monopoly and competition, a study in English industrial organisation (1911);
Die Grundlagen des dkonomischen Liberalismus in der Geschichte der englischen
Volkswirtschajt (1914).
1 L evy , H.: Monopoly and competition, pág. 43.
INTRODUCCION n

II iiim i ¡mi icpclida con frecuencia de que el capitalismo industrial nació


n Inidnlnrnt liada 1 7 6 0 ? »h Pertenecen, evidentemente a un orden de
I- lili» que difiere esencialmente de la/gran industria moderna, cuya
u m i Ii Ii' iii ulterior no podrían explicar/N o obstante, los autores cuyas
Jiiii'i liemos citado establecen claramente que antes de la era de la
Miiui Industria propiamente dicha han podido organizarse, merced a
l1Ili riiu»limcías ventajosas, explotaciones industriales considerables, que
i iitpli nhwi grandes capitales y un numeroso personal. Los ejemplos en
ni n|)oyo no faltan, en' Inglaterra y en Italia tanto como en Francia,
i i«n In ópoca del Renacimiento o a finales de la Edad Media tanto
r nuil» un el siglo de Luis X I Y . Y la mayoría de ellos, a falta de la ac-
i Ldi ilu mu Colbert, revelan la presencia de causas más profundas J.

III

bus trabajos de W. J. A sh ley3 y de G. Unwin 4 sobre la historia


niifiiniea de Inglaterra, y de M. Doren sobre la de Florencia5 nos dan
ii inmncer la existencia de empresas capitalistas, particularmente en la
liulimtHit de la lana, a principios del siglo XVI, e incluso en el XV y en
J ilV. Por lo que concierne a Inglaterra es cierto que desde el rei-
Im i Io de Enrique V II algunos ricos pañeros desempeñaron en los con-
diulii» del Norte y del Oeste un papel semejante, guardando las debidas
|Uuporciones, al de nuestros grandes manufactureros. La tradición nos
luí conservado sus nombres: eran Cuthbert de Kendal, Hodgkins de
llullfnx, Stump de Malmesbury, Bryan de Manchester, John Winchcom-
lt* de Newbury °. En lugar de ser solo comerciantes que compraban el
iiitlbi u los tejedores para revenderlo en los mercados y en las ferias.
Ilftblnn montado talleres que diñgían personalmente. Eran fabricantes
i ii el sentido moderno de la palabra. Su riqueza y su potencia parecen
lluliui causado gran impresión en sus contemporáneos, y con su memo-
i la Smnilegendaria ha llegado hasta nosotros una imagen, embellecida
sin iluda y amplificada con exceso, pero todavía reconocible, de este
precoz del capitalismo industrial.
Sobre John Winchcombe, más conocido por el sobrenombre popular
de Jiick de Neivbury, es sobre quien la leyenda y ] a historia han agru-

I Idem, ibíd., pág. 15.


* Sobre los comienzos del capitalismo industrial, particularmente en Francia,
nbme el notable artículo de II enri Haiker «Les origines du capitalisme industriel
cu Fi unce». Hevuc tlEconomie Politique (1902), págs. 193 y sgs.. 313 y sgs.
II An inirodvcúon lo English economic history and theory, vol. II.
■* Industrial organisalion in the sixleenth and seventeenth centuries.
* Stndicn aus der florentiner Wirtschaftsgeschichte: die florenáner Wollen-
Htl'UUnlnstriv. vom 14ten bis zv.ni 16ten fahrhundert,.
* Newlmrv es una pequeña ciudad del Berkshire, a 17 millas al oeste de
HMMillrlg.
12 INTRODUCCION

pado más recuerdos./Más de doscientos arios después de su muerte


contaba todavía, en *su ciudad natal, cómo había hecho construir a
costa la iglesia de la parroquia, cómo había recibido al rev En
que V III, y a la reina Catalina de Aragón, y cómo, cuando la guer
contra los escoceses, en 1513, había equipado a su costa 100 hombn
a los que condujo en persona al campo de batalla de Flodden-field *.
decía que un día, al encontrar el rey en una carretera, cerca de Londn
una larga fila de vehículos cargados de piezas de tela, había exclamad
al saber que pertenecían a Winchcombe: «Este Jack de Newbury
más rico que yo.»
Debia su fortuna a la actividad de sus vastos talleres, en donde u
personal numeroso cardaba, hilaba y tejía la lana. Poseemos una defi
cripción curiosa, ya que no muy digna de crédito, en un librito qu
cuenta, en versos mediocres, la historia del gran pañero1 2: Dosciento
tejedores, reunidos en una sala larga y ancha, hacían andar 200 telare
y estaban ayudados por otros tantos aprendices. Cien mujeres se erri
picaban en cardar. Doscientas muchachas «en enaguas de estameña roja
y en la cabeza pañoletas blancas como la leche», manejaban la rueca
el tomo. La limpia de las lanas la hacían 150 niños, «los hijos de pobr
gentes necias». El paño, una vez tejido, pasaba por las manos de 5(
tundidores y de 80 aprestadores. El establecimiento comprendía tambiéi
un batán, que ocupaba a 20 hombres, y una tintorería que ocupab
a 40 3. Es probable que estas cifras sean muy exageradas. Pero lo qu
sí es cierto es que la empresa de John Winchcombe se apartaba, tantl
por su modo dé" organización como por su importancia relativa, de lai
formas usuales de la industria: es esto lo que explica su celebridad
cuyo eco, reforzado por la distancia, nos ha transmitido la generación
siguiente. -
La clase de fabricantes representada por Jack de Newbury hizo rá
pidos progresos durante la primera mitad del siglo x vi. Y esta vez no
estamos en presencia de un movimiento artificial. La tendencia de 1
industria lanera a concentrarse así en las manos de algunos ricos pa
ñeros no fue secundada por ninguna influencia exterior. Lejos de
fomentarla, como hizo más tarde la realeza francesa, el gobierno de
los Tudor se alarmó de ello. Vio una amenaza para la organización

1 DefoÉ, Daniel: A tour through the whole islami of Great Britain, II, 59.
El único de estos hechos que se ha podido verificar es el de la donación para la
construcción de la iglesia parroquial: está inscrita en d testamento auténtico de
John Winchcombe, lechado en 1519. A siilcy: Introductíon to English economic
history ami theory, trad. fr„ II, 277.
3 Deloxf. t, Thotnas: The story of John Winchcombe, commonly catted Jack
of Newbury. Londres, 1597. Este libro tuvo numerosas reediciones, bajo el título
un poco modificado de The pleasani history of John Winchcombe, in his younger
years called Jack of Newbury. Hay que señalar que su publicación tuvo lugar:
cerca de ochenta años después de la muerte de su héroe.
3 Deloney, Th.: The story of John Winchcombe, pág. 37.
INTRODUCCION 13

i)o lo* Irlures y. sobre todo, una competencia aplastante


Mfü ln iiiu m do In* pequeños artesanos. Se tomaron medidas para pro-
;>l iiit'uo» a los tejedores del campo l : «Los tejedores de este
H' to'', tmilu i lomillo la presente sesión del Parlamento como en otras
»*»*• o* oi'iuloiH**, se han quejado de que los ricos pañeros los opri­
mid ib1 iimclio» maneras. Algunos establecen y guardan en sus casas
latín* ti'hiios, v los ponen en manos de jornaleros y de personas_sin
HjfiSf>iMl|jm|<<, mi detrimento de un gran número de pobres artesanos,
c|ii.« liiin iiprcrtdido desde la infancia el arte de tejer..., o bien alquilan
; i : li lilíes ii precios tan poco razonables, que los pobres artesanos no
lhlli il Va (lo (pié vivir, y menos aún de qué alimentar a sus mujeres e
U|i> Olios, ul darles por su trabajo un salario mucho menor aue el
pii i I i i Iim ii en o lio tiempo, los fuerzan a renunciar n la ocupación en
l.( i |Mi - liieron instruidos. Para poner remedio a los anteriores agravios,
prtiii nvilnr todas las enojosas consecuencias que puedan sobrevenir
•I un mu prevenidas a tiempo, se ordena y decreta, por la autoridad
del pie»onte Parlamento, que ninguna persona que ejerza la profesión
■If< pnlici i» y resida fuera de una ciudad, burgo, villa de mercado o mu-
iili l|mllilnd constituida, tenga en su casa o en su posesión más de un-
leUi pura lana: que ninguna de dichas personas reciba o deduzca, de
iiui1i|iiiur forma que sea, directa o indirectamente, ninguna especie
ilu piovecho, beneficio o renta por la locación de un telar, o de una
man donde funcione un telar..., so pena, por cada semana de contra-
imiii lón, de una multa de veinte ch elin es...»1.
IInho, pues, en Inglaterra, desde la época d e jo s Tudor, un desen-
HiMmíi'iito espontáneo del capitalismo industrial3 lo bastante potente
ni ('onm para que se pudiese temer el que la pequeña producción se
yjrMi absorbida o destruida. ¿Se debe decir por eso que la gran indus-
lilit iluta al menos del siglo x v i? ¿No nos sentimos más bien nrrastra-
iln* n reconocer que una larga serie de hechos, do los que no son más
ipil nn episodio las tentativas de'Colbert, han anunciado de lejos y
pii‘pamdo la revolución industrial? ^

1 Uno de los procedimientos habituales de la antigua legislación económica


»ls el de limitar a ciertas localidades la expansión de tal o cual industria. Véanse
I I Ifi llenry VIII, c. 1 (prohibición a los habitantes de Norfolk de teñir, tundir
il «iirrsiar paños fuera de la ciudad de Norwieh); 33-34 llenry VIII, v. 10 (pro-
pllili Inn de fabricar mantas de lana peinada fuera de la ciudad de York).
1 3-1 Felipe y María, c. 11. Estaba prohibido al mismo tiempo: a los leje-
iliui®, iioscer un batán; a los bataneros, poseer un telar; tener (salvo en las
- Iinlmles) más de dos aprendices, etc.
* Véase H k i .d , A.: Zwei Bücher :ur socialen Geschichte Englands, pág. 498:
lYn luijo los Tudor la industria de los paños era en muchos aspectos una indus-
M|,i en|Mialista, es decir, una industria cuyos mercados dependían del comercio
iiitniclinl y estaban en manos de los grandes comerciantes.» Laurent D e c h e s n e ,
«It lil Eilolulion économique et s ocíale de [industrie de la laine en Angleterre,
|iá||«. :i.r»..’i7, muestra bastante bien lo que tenía de prematuro este movimiento.
14 INTRODUCCION

rv

Una palabra agrupa y caracteriza estos hechos: La de matuiji


ra. Se la debemos a Karl Marx, quien, en ciertas páginas l í e su
obra dogmática, ha hecho labor de historiador.
Según Marx, la evolución del capitalismo moderno comenzó en
época del Renacimiento y del descubrimiento del Nuevo Mundo, cu
do la expansión súbita del comercio, el acrecentamiento del numera]
y de la riqueza, transformaron la vida económica de los pueblos occí
dentalesl . Pero esta evolución se divide en dos períodos: hasta mi
diados del siglo x vm , La producción está sometida al régimen de la mi
\¡ nufactura. Hacia 1760 comienza la edad de la gran industria 2. ¿
qué se basa esta distinción y qué sentido hay que atribuirle?
La manufactura implica ya la separación entre el trabajo y el ci
pital. Se acaba de ver, por el preámbulo de la ley de 1557, cómo s
opera esta separación: el obrero que en un principio trabajaba libre
mente, en^ su_ propia casa y con sus propias herramientas, se conviert
bien pronto en un arrendatario que paga un censo por el uso de u
instrumento de trabajo que ya no le pertenece. Después, e l fabrican!
va más lejos, guarda en su casa el utilaje, organiza talleres sometido
a su vigilancia directa: el obrero solo aporta ya su trabajo, por el qu
recibe un salario. Es lo que acontece con John Winchcombe, en Ncn
bury, así como los Van Robáis, en Abbeville.
El principio y la razón de ser de la manufactura e s la división di
trabajo;3.' En el tenducho del artesano, ayudado por dos o tres compa
ñeros, o en la choza del obrero aldeano, rodeado de su mujer y de su
hijos, la división del trabajo es aún muy rudimentaria. Basta que ui
mínimo de operaciones indispensables se realicen al mismo tiempo
que un hombre, por ejemplo, haga funcionar el muelle de la forja, miert
tras que otro maneja el martillo. Comparemos con esto la descripciói

1 En realidad, habría que adelantar mucho esta fecha. Según Doren, ob. cit,
páginas 2 2 y siguientes, el elemento capitalista aparece en la industria florentin
desde únales del siglo xnt. Véase también B r e n t a n o , Lujo: D ie Anfange di
Modtrnen Kapitalismus, (1916), pág. 199.
3 Das Kapital, 1, 335 (3.* ed.l.
* "El modo fundamental de la produccién capitalista es la cooperación, cu^,
forma rudimentaria, aun conteniendo el germen de formas más complejas, n
solo reaparece en estas como uno de sus elementos, 6 Íno que se mantiene tambié
al lado de ellas como modo particular.» Esla especie de cooperación, que tiene po
base la división del trabajo, reviste en la manufactura su forma clásica y preda
mina durante el período manufacturero propiamente dicho, que dura desde me
diados del siglo xvi aproximadamente hasta el último tercio del xvm. Ibid. Som
bart define la manufactura como Marx. Pero admite que, si con frecuencia es u:
estado de transición, a veces es también un término definitivo; da como ejemplo
la industria cerámica y la fabricación do muebles de lujo. Véase Der Modera
Kapitalismus, I, págs. 38, 4142.
INTRODUCCION 15

UtHiuMt que lia dado Adam Smitli de una manufactura de alfileres en el


«tklii svitli tiUn hombre que no estuviera habituado a este género de
<Ir Ir que la división del trabajo ha hecho un o ficio particular,
ut .... alumbrado a servirse de los instrumentos que requiere, cuya in-
......... . probablemente-se debe también a la división del trabajo, este
ii, |ior muy diestro que fuese, podría quizás hacer apenas un al-
Itli t iui loda la jornada, y ciertamente no haría una veintena. Pero tal
i -mi ni «r lio va ahora esta industria, no solo la labor entera forma un ofi-
Hii |iuti [otilar, sino que incluso esta labor está dividida en un gran
‘-lililí' ilc ramas, la mayoría de las cuales consliluyen otros tantos ofi-
* lii" |ilirlicularcs. Un obrero deslía el hilo d e la bobina, otro lo prepa-
lili l'Qi'CCro corta lo ya preparado, el cuarto está dedicado a sacar
(iiui/ii n los alfileres, el quinto a afilar el extremo que ha de recibir la
( -■lif-Rfi. Esta cabeza es también objeto de dos o tres operaciones sepa-
mi liw; encajarla es una tarea particular, blanquear los alfileres es otra;
“['M Incluso dos oficios distintos y separados el picar los papeles y el
■lui'iu rit ellos los alfileres: en fin. el importante trabajo de hacer un
i lilil í está dividido en dieciocho operaciones distintas, o poco menos,
lii» niales, en ciertas fábricas, son desempeñadas por otras tantas ma-
ii-ir diferentes, aunque en otras un mismo obrero desempeña dos o tres.
1 n llr visto una pequeña manufactura de este género que no empleaba
nuil qiiii diez obreros, y donde, por consiguiente, algunos de ellos es-
Inluiii encargados de dos o tres operaciones. Pero aunque la fábrica
lm »' muy pobre, y por esta razón, mal equipada, sin embargo, cuando
s- indinaban, lograban hacer entre todos unas doce libras de alfileres
al illa; ahora bien: cada libra contiene más de cuatro mil alfileres de
iíjiiiiuin medio. Así, estos diez obreros podían hacer más de cuarenta y
■ luí mil alfileres en una jo r n a d a ...»1.

KmitU, Adam: Inquiry into the nature and causes oj the wealth oj nations,
• 'I Mil o Culluch, pág. 3. Otro texto que puede ser comparado con el de Adam
‘ iillili, y que es tres cuartos de siglo anterior: «Un reloj es un objeto de una
lii ill complejidad y es posible para un solo artesano hacer todas sus partes y
i ii-1111 1>111 ti a s a continuación. Pero supongamos que la demanda se hace lo bas-
-ula inerte como para dar constantemente trabajo a tantas personas como piezas

I • r ni un reloj. A cada una le sería asignado un trabajo especial y siempre el


•nlaiiio: uno solo tendría que hacer cajas, otro ruedas, otro agujas, otro tomillos,
"litis IMuirían todavía sus tareas particulares; por último, habría un obrero cuya '
> iipsi liin única y constante sería la de ensamblar las diferentes piezas: forzosa-
11 * 111(1 «cría más hábil y más expeditivo en este tipo de labor, que si tuviese que
Imlmjnr también en fabricar todas estas piezas. De la misma manera, el que hi-
- imu lúa agujas, o las ruedas, o los tornillos, o cualquier otra parte del reloj,
l"l•llaalnl'Mtc cumpliría su tarea especial con más perfección y diligencia...! Con-
• idstntions apon the East India trade (1701), pág. 70. Es lo que Marx llama la
HVjslún del trabajo heterogéneo, en contraposición a la división orgánica, o, gería), 1
ih lii i|iio es un ejemplo la fabricación de alfileres de Adam Smith. En el primer
' Han i'mln obrero produce una pieza separada, con vistas a un ajuste. En el se-
Humlii i uso un objeto único se transforma al pasar por una serie de manipula-
16 INTRODUCCION INTRODUCCION 17

L a división del trab ajo ha servido tantas veces de tem a a las di I ■i», u ii liiglóa, nuestro térm ino de gran industria, es la de fa c to ry sys-
1 111

sertaciones de los econom istas que es casi inútil añadir nada. Por L I I ii palabra, factory designa una fábrica, un taller. A m ediados
dem ás, la precisión y l a ~rapidez gradualm ente adquiridas por los ohr( t tii l elg I11 xvm conservaba tod avía el sentido exclu sivo de la pala brF
ros especializados y su efecto sobre la producción, ya habían sido ad (i.imn ni c o n . la que está em parentada: fa ctorerie, e s decir, factoría, a l-™
vertidos desde su origen por los fundadores de las prim eras m anufactu mi ■HiAlt , de pósito * Cuando aparecieron las prim eras fábricas, no se
ras. A ntes que Adam Smith, antes que el autor de las ConsideraciorUÍ ln<* di migué en un principio con este nombre, sino con el de m ilis, m o-
sobre el co m e rcio de la\ In d ia , habían observado que «introduciendo ei 1 IrniXl h> que llam aba la atención era la gran rueda sob re el río, pare­
el trab ajo m ás orden y regularidad, se llega a hacerlo en m enos tiem­ ' Id'1 n la de un molino de h arina. Por otra parte, la palabra m ili , to­
po y con m enos m ano de obra, y por consiguiente a reducir su precio» ■' na irnfu inm acepción cada vez m ás amplia, acabó por convertirse casi en
¿Cómo distinguir la m anufactura, que corresponde a un grad o "iiiÓMÍHiii de m áq uina 3 A sí, el taller, el molino, la m áquina venían a
tan avanzado de la evolución económ ica, de la gran industria m oderna! el 1 id fíimii■ lo mismo. E n los últim os años del siglo X viii las dos pala-
P a ra M arx, com o p a ra la m ayoría de los q u e han exam inado est¡ 1 s m n1 t | 1 y factory se em plean casi indistintamente A A m bas s e en-
cuestión, el carácter distintivo de la gran industria es el uso de m aqui ■ n* úfuMn m el texto de la prim era ley para la reglam entación del tra-
nas. D espués de su capítulo sob re la D iv is ió n del trabajo y la maní 1 " ‘ I■ - 1 1 1 lag fáb ricas 5 L a expresión factory system aparece, desde 1806,
fa ctu ra , el siguiente lo titula: M a qu in ism o y Gran Indiwtrio. Dediú mi cI hdorme de una com isión parlam entaria sobre la industria de la
larg as consideraciones a las m áqu inas y a su papel económico. Defin 1 ‘Uro ", 11 in que la idea de m áquina parezca necesariam ente ligada a ella.

la fáb rica como «un taller en donde se emplean m áq u in as»: se ptiet; I' ' n i hueln 1830, cuando se hace de uso corriente, Ure, en su F i i o m f la
reconocer en ella todavía la división del trab ajo que reinaba en la mí '1' ■ I nd m tria, la define a sí: «E l sistema de fáb rica (fa c to ry Sy Stem )
nufactura, pero llevada hasta el límite por estos auxiliares atitomáfi di'el ¡pin In cooperación de diversas clases de obreros, adultos y n o ad ul-
cos, que equivalen por la fuerza m aterial a un número inmenso d I■'« qun se cundan con su trab ajo asiduo un conjunto_de m áquinas pro-
ob reros, y que cumplen su tarea con una precisión infalible. Segú I111 l 'Milii a las que se im prim e un m ovim iento ^ ¿gu laj m ediante una,
HGbson 3, son las m áquinas las que, al reem plazar a un utilaje relat lili 1 tu motriz central» 7 "Por último, en 1844, tenemos una definición
vamepte simple, han aum entado en proporciones considerables el cí mIla bd y legal concebida en los siguientes térm inos: «U n a fáb rica (f a c -
pital fijo de las em presas^ las que, por la aceleración form id ab le datj 6 1 1 7 ) nM un loca l donde se tra b a ja por m edio de m áquinas m ovidas p or

a la producción, acrecientan cad a vez m ás el capital circulante, y 1 a I I lni‘!7.n del a g ua, del vapor o de cualquier otro agente m ecánico,
que, en consecuencia, han hecho la dirección de las industrias cada ve ........ prnparar, m anufacturar, acabar o tran sform ar de alguna m anera
m ás inaccesible al obrero sin capital y determ inado el régim en socií • t elgodun. la lana, la crin, la seda, el lino, el cáñam o, el yute o la e s-
contemporáneo 3 Otro autor nos muestra que una organización del tra 1 1 ipil n *,

b a jo , an áloga a la de la m anufactura, ha podido producirse y se Ii


producido de hecho en toda sociedad, antigua o m oderna, llegada j 11 .lloro lmenle: sistema de fábrica.

cierto grado de civilización y de prosperidad m aterial 4 P ero un elí 1 lín el sentido que todavía tiene en el Diccionario de Johnson. Es posible
qn . lar(ory deba su sentido actual a la palabra manufactory, manufactura.
m ento nuevo aparece a finales del siglo x v m , es el m aquinism o, y si Rlemplo, las expresiones paper mili, silk mili, etc.
aparición m arca una época en la h istoria económ ica del mundo. ' * En |n obra de AlKtN, p. ej., A descripion o/ the country from thirty to
L a s palabras m ism as parecen atestigu ar esta identidad íundamenti Ii■! í i mííiM round Manchester, 1795, una hilatura de algodón es casi siempre !la-
entre la gran industria y el m aquinism o. L a expresión que m ejor trs lli*dti 11 1 /IM mili. Véase E den: State of the poor (1797), II, 129-30.
_______ “ ^ * I- Cc°. II1, c. 73 0802). An act lor the preservatíon of the health and
l iarnt n of uppi-mtices employed in cotton and other milis and in cotton and other
ciones sucesivas. Se encontrará en Kail Bücher, Entstehung der Volks-wirtschi la e lr t r l a »,
(2."' ed.. 1898) un estudio completo de la división del trabajo, con la clasificad ^ Nfiport fr°m the select committee appointed ro consider the state of the
sistemática de los hechos que entonces se le relacionaban. iHellan tnnnu facture in England (1806), pág. 8 : «En el sistema de fábrica
1 Considerations upon the East India trade, pág. 69. m li-fur}' ,1yu emb el P_atruno, que a veces posee un capital muy grande, emplea
2 H obson, J. A.: Evolution oj modem capitalism, pág. 40. >II lllm 0 vuri° s edificios o fábricas, bajo su vigilancia directa o la de capataces,
J «El principal factor material de la evolución capitalista es el maqumismo Hll mirnnio de obreros más o menos considerable, según la importancia de sus
la complejidad y el número creciente de las máquinas empleadas para la fabt linUiiit|i)l,n
cación y el transporte de las mercancías, así como en las industrias extractiva ' IJilK, A.: Philosophy of Manufactures, pág. 14.
es el gran hecho que caracteriza el desarrollo de la industria moderna.» Ibíd II Víol.oria, a I5 (An Ast to amend the laws relating to labour in factories,
págs. 5-6. . luí1 1 fidi lftW . Hay que nota: que esta definición legal solo concernía a las ro­
4 CooKE T aylor, R. W.: Factory system and factory acts, pág. 29. dilnliliu le xI ilcs. '
I m iií< iu x .~ 2
18 INTRODUCCION

Si el uso de las máquinas es esencialmente lo que distingue la í¡


brica de la manufactura, lo que caracteriza la forma nueva de la pr>
ducción en relación con todas las precedentes, ¿no debería emplear
'r l término de maqumismo con preferencia al de gran industria? Tien
la ventaja de ser corto y significativo, apropiado para evitar las coi
fusiones, cuyo origen se halla con tanta frecuencia en las palabras nu
bien que en las cosas. Pero quizá se introduciría en la variedad cor
pleja y confusa de los hechos una simplicidad engañosa. Y . en prími
lugar, el advenimiento de las máquinas no se ha efectuado de un
sola vez. ¿Dónde comienza la máquina, dónde acaba la herramienta
Las forjas y las fundiciones empleaban desde el siglo xvi martillos pi
Iones y fuelles movidos por ruedas hidráulicas1; y si se recorren loi
volúmenes de láminas de la Enciclopedia, aparecidos algunos años an
tes de la fundación en Inglaterra de las primeras hilaturas de algodói
quedaremos sorprendidos al encontrar allí los diseños de una multilu
de mecanismos muy ingeniosos va y a veces bastante potentes 1 2. No
cierto que el maquinismo tenga unos comienzos más determinados <
la gran industria. ¿N o es de temer, por lo demás, que esta palabra s>
demasiado estrecha para todo lo que dehe expresar? En la industr:
textil, el punto de partida de los progresos más decisivos es, en efect
la invención de las máquinas de hilar. Pero en la industria metalúrgh
veremos que el acontecimiento capital ha sido la aplicación de la Inn
a la fundición del mineral de hierro: ¿es este un hecho que se pued
expresar por la palabra maquinismo? P o r otra parte, es por modifici
ciones casi insensibles como la manufactura se convierte en gran indu
tria: por ejemplo, en el Distrito de las Alfarerías, en tiempos de .fosia
Wedgwood. Habría, pues, que reemplazar la palabra maquinismo po
una expresión mucho más amplia que designase el perfeccionamieut
técnico en todas sus formas. El maquinismo es uno de los elemenl
principales, tal vez el elemento fundamental de la gran industria m
dema. Pero si hay que elegir entre los dos términos, ¿no es lícito pr<
ferir el más general, aquel que no solo indica el origen o uno de los « r
genes de los fenómenos que representa, sino que abarca estos íenórn
nos en su conjunto y los caracteriza por su enlace mismo? 3*.
Se puede muy bien sostener que no hay una separación tajante e

1 Véase Beck, Ludwig: Gesrkichte des Eiscns in technischer und kulturin


chirhtlicher Beziehnng. II. 130-J2.
i Véase, en particular. 1 . TV, Hidráulica. Y también los artículos «Pañería
«Forjas», «Lana», «Minas», «Pólvoras», etc.
3 Sombart busca una definición de la gran industria que tenga en cuen
sua características técnicas y económicas (Betriebsform y ít7irtschafts¡orm]. D'"U
el punto de vista técnico el rasgo principal es la concentración de toda la fabl
caeión en un mismo establecimiento, provisto de una fuerza motriz central. De
de el punto de vista económico el factor dominante ea la D olencia del capitalisl
que posee a la vez la fábrica, el iililaje y la» materias primas, organiza la pf
ducción y encuentra los mercados. SoMtUR'l : Dcr Moderne Kapitalismus, pag. 11
ESTKOMJCCION 19

l.i uiunufiK I uta y la gran industria, e insistir sobre los rasgos que

f ano i'iiiniinrs más bien que sobre los que las distinguen: «E n
ttiniMilii. timi escribe Held— se acabó ya la independencia del obre-
Wl m el Inlruior de cada establecim iento se desenvuelve ya una intensa
ifltdaldM del trabajo, que tiene por efecto hacer perder sin rem isión al
mImíoo « ii eiinocimiento general de la técnica.» Pero ¿llegarem os a de-
•It ipie <'ln diferencia entre la m anufactura y la gran industria no es,
Mt aintirt dt> una im portancia e s e n c ia l? » 1. En ninguna parte la suce-
l|Atl di In» fenómenos es m ás continua, m ás insensible, que en el orden
H’inii-niU a, ('He dominio de la necesidad y del instinto: toda clasifica-
i jnii bula distinción de especies y de épocas adquiere, aquí forzosam en­
te un iilléntcr m ás o menos artificial. N ad a lmy m ás alojado de esas
huí inri clavas, tan elegantes, tan arb itrarias de la sociología de-
i|iH m IV i o existen y se pueden discernir fácilmente, a pesar de la
íhlqnMt iln su s contornos, ciertos gru p o s de hechos que form an cuerpo
I ipi por el lugar relativo que ocupan, dan su fisonom ía a los gran-
rilí1- |n'i lodos de la historia económ ica: b asta para definir cada período
i-1 mu tendencia predominante, to n an geb en d , según la expresión
itl* lle h l*. Por lo dem ás, al tiem po que nos esforzam os en distinguir y
MiMi li iizm estas fases sucesivas, no podemos olvidar que. después de
(ttdo no Mmi m ás que los m om entos de una m ism a evolución.

Itu» glandes hechos elementales, estrechamente ligad os entre si, y


>pn rliliT si ejercen una transform ación mutua, indefinidamente v a ­
tio In* en bus consecuencias y siempre idénticos en sn principio, dom i­
nan jiur cúmplelo esta evolución: el cam bio y la división del trab ajo.
I ni antiguos como las necesidades y la labor del hombre, prosiguen su

lllln, A.: Zmei Bücher :ur sociulen Grsrbtchle F.nglands, págs. 514-45.
• Mil II'MU casi a confundirlas. Después ríe la industria de. jamilia (Familienindus-
titr produce ¿¡reciamente para el uso; rl oficio maminl tllandwerk), domi-
“ í-. ,h I iii ipieño artesano libre, y ]a industria a domicilio (Hausindustrie), en
-tu. 1 1 librero trabaja en su casa, pero para un palrono, Hrlrl reúne bajo el nom-
I- <b industria de las fábricas ( Fabrikindustrie) todas las formas de explotación
i i|ti> bis locales, el utilaje y la dirección están en manos riel capitalista (pa­
rí na» ill l.'l). Esta clasificación es. por lo demás, bastante defectuosa: si se con-
ilo i el utilaje y la producción, el término único de industria de las fábricas
lliMifii ienle: si se consideran solamente las relaciones entre el capital y el
- i|iw|ii< In industria a domicilio no debe clasificarse aparte: es ya una industria
qillulUlu. Lo que Helcl llama Hausindustrie se designa con frecuencia con las
. lulo a» i|e fábrica colectiva. G. Renard ha propuesto, para reemplazar esle tér-
. Iiiii ii|ttivoen. la expresión más justa de fábrica tlispersa («Coup d’oeil sur
l ¡i*nliiinin dit trnvail dans les quatre dernifrs sieVtcs», Rei ne Politit/ue et Parla-
\íl°nlnin\ I0 (lie. 1904, pág. 522). ,
’ IIi.i.o, Zwei Bütlter, pág. 414. Inclusive podría sostenerse que la manufactu-
i ■ Un bu sido nunca tonangebend.
20 INTRODUCCION

marcha común a través de todo el movimiento de las civilizaciones, i


las que acompañan o determinan. Toda extensión o multiplicación di
los cambios, al abrir vías nuevas a la producción, da lugar a una div
sión del trabajo más avanzada y más eficaz, a una repartición de fui
clones cada vez más estrecha entre las diferentes regiones productora!
entre los diferentes oficios, entre las diferentes partes de cada oficii
Y recíprocamente, la división del trabajo, secundada por el progres
técnico, que es su form a más acabada, supone, entre tantas actividadc
especializadas que se completan mutuamente, una cooperación cada v<
más extensa, a la que el mundo entero acaba por asociarse L
Las épocas que distinguimos en la historia económica correspondí
a los grados más o menos marcados de este doble desenvolvimientf
Desde este punto de vista, el maqumismo mismo, por importantes qij
hayan sido sus efectos, no es más que un fenómeno de orden secundi
rio. Antes de convertirse en una de las causas más poderosas que hi
yan obrado sobre las sociedades modernas, comenzó por ser la resultar
te y como la expresión de estos dos fenómenos, llegados a un momrn|
decisivo de su evolución. Es este momento de crisis, caracterizado p<
la aparición de las máquinas, el que mejor define la revolución ü
dustrial.
Y si estas observaciones dejan subsistir todavía alguna oscuridá
solo podrá disiparla el estudio atento de los hechos. Los orígenes <
lo movimientos intelectuales, religiosos y políticos son con toda seguí
^dad difíciles de descubrir. Pero el papel del pensamiento y de la accii
1individual es en ellos muy grande: aquí y allá, acontecimientos, hor
bres, libros, marcan hitos de referencia en la continuidad fugitiva d
tiempo. Los movimientos económicos son más confusos: es como r
lento crecimiento de gérmenes dispersos sobre un terreno inmune
Una multitud de hechos oscuros, casi insignificantes en el detalle, s
agrupan en grandes conjuntos confusos, y se modifican mutuameij
hasta el infinito. Hay que renunciar a captarlos todos: y cuando se i
cogen algunos para describirlos, no se ignora que se deja escapar, ci
una parte de la realidad, la ambición un poco vana de las distincioti
rigurosas y las explicaciones completas.

^ . L a revolución industrial ofrece a la investigación histórica un ca


po muy vasto y en gran parte inexplorado. Hemos tenido qu e fijar
nuestro trabajo límites estrechos, aunque a veces nos fuese costoso
no poder sobrepasarlos. Límites geográficos: no hemos salido de 1

1 Véase SsrtTH, Aclam, lib. I. cap. II, Del principio que drt origen a la di vis
del trabajo, y cap. III, Que la división del trabajo está limitada por la exlens
del mercado.
INTRODUCCION 21

i i ni Hu i lón; la historia económica de Escocia, si bien no se ha de­


cidí’ ■iiiiiph'tnrncnte de lado, ha sido desechada a un segundo plano;
' « I ii);Intci ru misma nuestra atención ha recaído de una manera easi
r>>li<*tvii inhre los condados del Centro y del Norte, sede principal de
tin. b Húmenos que constituían el objeto de nuestro estudio. Límites
f ¡i)titiiúnlcn>-:: Arnold Toynbee, que había comenzado a escribir esta
Mniiiiht, cumulo fue arrebatado por una muerte prematura, quería lle-
M il'i ilemle la fecha inicial de 1760 hasta 1820 ó 1830. Nosotros hemos
tuliMihi el partido, por razones a nuestro parecer decisivas, de dete-
itiHniH en tos primeros años del siglo X IX ; en ese momento los grandes
lliri'iilii» lóemeos, incluido el que los domina a todos, la máquina de
vii|nit, cintran ya en el dominio de la práctica; existen fábricas nurtie-
111*111' <fno, puesto aparte el detalle del utilaje, son totalmente semejan-
li * n las de hoy; comienzan a formarse las grandes aglomeraciones
ónliMli lides, aparece el proletariado de fábrica y las antiguas reglamen­
ta liuii - de los oficios, más que a medias destruidas, dejan sitio al ré-
«Iiimii tlcl laissez-jaire, destinado a su vez a sucumbir bajo el peso de
ni 11 -libidos que ya se vislumbran: la ley que inaugura la legislación
d" In» fábricas data de 1802. Todos los datos están puestos; sólo resta
,|iiii *u desenvolvimiento. Por lo demás, en la época siguiente, los fe-
intillónos económicos sufren perturbaciones que complican singularmen­
te «n marcha: el período del bloqueo continental y el de las leyes sobre
bu granos merecen un estudio e s p e c ia l.^
Todavía se nos imponían otras limitaciones. En el marco trazado
|mi Toynliee había sitio a la vez para la evolución de los hechos y la
ilii Ihh doctrinas económicas: nosotros hemos dejado de lado las doc-
Itlnn», salvo cuando las hemos hallado íntimamente mezcladas con los
Iniiilms. Held, como la mayoría de los que lian tratado hasta aquí de la
hlnloiiu económica, había estudiado sobre todo las instituciones: nos-
tilm» liemos pensado que debíamos ocuparnos menos de las leyes que
ilgen Itt industria que de la industria mismrt b Era imposible describir,
tiinn|tii' fuese durante un periodo muy corto, el movimiento de todas
ln« Industrias: hemos escogido algunas, aquellas cuyo desenvolvimien­
to no» parecía a la vez más importante y más típico. Lo industria de
bi lana nos ha servido de ejem plo cuando interesaba describir el anti-
|iii<> régimen de producción y las influencias que tendían a modificarlo
puco a poco; la industria del algodón nos ha proporcionado el cuadro
•n i» impresionante del advenimiento del maquinismo. Hemos encontra­
do en la historia de la industria del hierro los orígenes del gran papel
m tiuil de la metalurgia, a los que va ligado un hecho no menos impór­
tame: la entrada de la hulla en el dominio de la industria. El desarrollo1

1 Charle» Beard, autor del interesante libriio publicado con el mismo título
<|Mn horcioB adoptado nosotros (The industrial revolntion, Londres, 1.* ed. 1901;
ti,* nl„ 1 002), vti más lejos aue Toynbee: muesira—con razón—cómo la revolución
lihliifltriul so ha prolongado a través del siglo xix y hasta nuestro tiempo.
22 INTRODUCCION

de las minas es inseparable de! de las forjas, y ambos explican la apa-


rición de la máquina de vapor.
Incluso dentro de estos limites, el campo que se abria ante nosotros
era demasiado extenso: no era irrisible recorrerlo, sino muy rápidamen­
te y sin detenerse. Sin embargo, liemos intentado dar una visión de
conjunto más bien que reiterar, sobre tal o cual punto particular, el es­
tudio de detalle, iniciado en Inglaterra desde hace mucho tiempo. Este
es sin duda muy imperfecto: creemos que no podrá reanudarse con
provecho si lio se extraen primero ciertas nociones generales indispen­
sables para orientar nuevas investigaciones. Y como la revolución in­
dustrial en Inglaterra lia sido el pi'eíacdo de la revolución industrial en
el mundo entero, estas nociones generales podrán servir al mismo tiem­
po a todos aquellos que, en diversos países y especialmente en Eran
cia, tengan la ambición ele colaborar en 1;¡ historia de esta gran trans­
formación.

Al llegar ai término de este largo trabajo debemos expresar nuestro


agradecimiento a los que nos lian ayudado a llevarlo a cabo: a la Lon
don School o f Econom ics; a nuestro amigo F. W. Galton. secretario
de la London Reform U nion 1 y uno de los colaboradores más activos
de Sidney W ebb: al profesor Fo.wvcll. de la Universidad de Cambridge
que nos abrió su rica biblioteca de literatura económ ica12; a sir W il
liam Forwood y a los Trastees del Museo de Liverpool, que nos han per
mitido consultar los papeles inéditos de Wedgwood, que han venido
ser propiedad del Museo, al mismo tiempo que la colección de cerámi
ca de mister M ayer: a mister George Tangye, de Birmingham, gracia
al cual liemos tenido entre las manos la correspondencia comercial d
Boulton y Walt, y el conjunto de registros, contratos, presupuesos, etc.
procedentes de los talleres ile Solio 3; a M. Fcimdand-Dreyfus, que ha
tenido a bien comunicarnos dos interesantes relatos de viaje a Ingla
térra, escritos en 1784 y 1786 por los hijos del duque de la Roche
foucauld-Liancourt; finalmente, al doctor Cuunmgliam, cuya benevolen
cia nos ha alentado a perseverar en una empresa ardua y cuyo libi
clásico nos lia servido de guia cuantas veces liemos tenido que toca
cuestiones situadas al margen de nuestro dominio propio.

1 Después secretario de la Kubian Soeiety.


2 Incorporada a la Biblioteca Central de la Universidad de Londres.
•' En la Biblioteca Municipal de Birmingham (Birmingham Reference Librar)"
P A R T E P R IM E R A

LOS ANTECEDENTES
t

CAPITULO I

LA ANTIGUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION

K! contraste de nuestras grandes poblaciones industriales, resonan­


t e de fábricas y negras de humo, con las pequeñas ciudades apacibles
ilnmln trabajaban sin prisa los artesanos y los comerciantes del pasa­
da, en ningún país es tan sorprendente como en Inglaterra. Y es que to­
davía hoy es posible compararlas, sin franquear siquiera esa linea ideal
que, según una observación ingeniosa, parece dividir Inglaterra en
lian mitad pastoril y otra mitad manufacturera b N o lejos de Manches-
Irr y a algunas leguas de Liverpool, Chester muestra todavía, en sus
macizas murallas, cuyos cimientos pusieron los romanos, sus calles irre­
gulares y pintorescas, sus viejas casas en saledizo, con las fachadas
layadas de vigas, sus tiendas guarecidas bajo dos pisos de arcadas su­
perpuestas. Pero estas ciudades de otro tiempo sólo guardan, como fó-
la huella de las funciones cuyos órganos vivientes fueron: las fo r­
mas y los procedimientos de la antigua industria han desaparecido, a
un ser en algunos distritos apartados y pobres o en algunos oficios atra­
sados. Sin embargo, hay que conocerlas para poder compararlas con
luí condiciones de la vida económica en el período siguiente y apreciar
lii importancia de los cambios que, hacia finales del siglo xvm , mar-
i imm el advenmiento de la gran industria moderna.

* l,a industria de la lana es en Inglaterrn el tipo más característico


y nins completo de la antigua industria. Su difusión en casi todas las
provincias, sus lazos estrechos con la agricultura, la antigüedad y la
potencia de sus tradiciones dan a los ejemplos que nos proporciona un
alcance general.
Desde tiempo inmemorial, mucho antes que se despertase su ac­
tividad industrial, Inglaterra, país de pasturajes, alimentó rebaños de
cnrncros, cuya lana explotaba. Esta lana se vendía en gran parte en el
Miran jero: se cambiaba por los vinos de la Francia meridional, abas-
tiiuia los telares de los tejedores en las ciudades atareadas de Flandcs.
\1

1 Ciiiíviuuon, A.: Sidney Smith, prefacio.

25
26 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

Desde la época de la conquista normanda, artesanos flamencos que pa-i


saron el estrecho habían enseñado a los ingleses a sacar partido de esta
fuente de riqueza. Su inmigración fue alentada por la realeza, que va-i
rias veces, sobre todo a principios del siglo Xiv, se esforzó en fundar
una industria nacional con la ayuda de estos iniciadores extranjeros.
A partir del reinado de Eduardo 111 tal industria no cesa de desarro­
llarse y prosperar: se difunde en los burgos y aldeas, se convierte en
el recurso principal de poblaciones enteras. Más aún: si es verdad,i
como sostienen en el siglo xvn los teóricos del sistema mercantil, que
la riqueza de una nación está en proporción con el numerario que po­
see, y que para enriquecerse debe exportar mercancías contra el pago
en especies, es entonces indudable uue la industria de la lana crea la
fortuna de Inglaterra- Totalmente inglesa, tanto por la materia prima
como por la mano de obra, no toma nada del exterior: todo el oro y
toda la plata que canaliza van a engrosar el tesoro común, instrumento
indispensable de la grandeza nacional.
El prestigio que rodeó a esta industria hasta finales del siglo x vm y
la especie de hegemonía que ejercía sobre todas las demás, vienen ales-í
tiguadas por una locución consagrada: The staple trade, the great
staple trade of the kingdom. Expresión bastante difícil de traducir, que
quiere decir la industria por excelencia, la industria fundamental, esen­
cial del reino. Todos los intereses resultan secundarios al lado del
suyo. «La lana—-escribe Arthur Young en 1767-—es considerada desde
hace tanto tiempo como un objeto sagrado, como la base de toda nues­
tra rimieza, que por poco peligroso que sea aventurar una opinión^
lo sería la que no se atuviese a su provecho exclusivo» L. Una larga
serie de leyes y de reglamentos tenía por objeto protegerla, sostener-i
la, garantizar la excelencia de sus productos y el rédito elevado de sus
beneficios 12. Asediaba al Parlamento con sus quejas, sus requerimien -1
tos, sus demandas perpetuas de intervención que, por lo demás, no pro-i
vocaban ningún asombro: se le reconocía el derecho de reclamarlo todo
y de obtenerlo todo.
La mejor prueba que nos queda de esta supremacía embarazosa es
. el montón voluminoso de las publicaciones relativas a la industria y al
^comercio de la lana. Se sabe que la literatura económica de Inglaterra,
en los siglos x vn y xviri, abunda en obras de polémica, escritas al día
sobre cuestiones de actualidad: pamphlets, tracts, reducidos a veces a
leaflets de una página. En uní( época en que la prensa estaba todavía

1 Y oiw e, A .: The farmer’s letters to the people of England, pág. 22. Sqj
encontrarán ejemplos de expresiones líricas empleadas por los escritores inglese»
en los siglos XVII y xvnr, a propósito de la industria de la lana, en el artículo!
tle H asbach «Zur Charakteristik der Englischen Industrie» ( Jahrbuch fiir Ge-
setzgebung, X X V I, 162, 1902).
2 Sobre la legislación relativa al comercio de la lana, véase H. H eaton : 77t<
Yorkshire Woollen and Worsted Industries, cap. XTI («T h e State and Industria'
Morality in the Eighteenth Century»).
I| W ANTICUA IND USTRIA Y SU EVOLUCION 27

rlt -ii 1111iini'l11. nni |)or este medio cómo los individuos o los grupos
l|p liiilklilmiH diwnoBOs de poner en evidencia tal o cual hecho, de pro-
ftiiiii luí o ciiiiI intervención en su favor, se dirigían al público o al
1‘ iti lililí ntn INo Imy cuestión de alguna importancia que no haya sido
|lM|i|li dn iml n lu atención general y discutida con miras a una solución
(iMtilli'ii l',n iikIii inmensa biblioteca de folletos, la industria de la lana
piuili 11 Ivlndicur por su parte una sección muy vasta. Nada de lo que
L i mii lci nn Im sido olvidado; se alaban sus progresos, se deplora su
líptrlduni ln y Imy mil informes contradictorios que mezclan los hechos
4 | il 11|i'im i.um invenciones interesadas: se trata de permitir o de prohi-
hll til fijin i tución de la lana, de fomentar o de impedir el desarrollo
|W Iiia 11Inn11 facturas en /Irlanda, de reforzar o de abolir los antiguos
l^lamniliiM de fabricación, de promulgar penas nuevas contra las prác-
Ih'itn |un(4iidiis como perjudiciales a la industria privilegiada, sagrada,
Ibi iI‘|'IIiIi*. I'ii cuanto al lugar que ocupa en los documentos parlamen-
Imltii, Im eiintirlad innumerable de peticiones presentadas por los pa-
ItniiM luí* obreros, los comerciantes, que nos han sido conservadas
»■« bi’i iilnnlados de la Cámara de los Comunes y de la Cámara de los
|iiier pudo nos puede dar una justa idea de ello el recuento de estas
tolí-i'iiliiiiuK imponentes. La industria de la lana tuvo muy pronto sus
l<M >il liidoíes i , e incluso sus poetas, pues el Toisón que canta Dyer 2 no
M i'li huido alguno el legendario vellocino de oro, sino el de los car-
peí u. Ingleses, del que se hacen los paños de Leeds y las sargas de
| ii lio Id suco de lana que, ante el dosel real, bajo el techo dorado de
I# Crtiii/ini de los Lores, sirve de asiento al Canciller de Inglaterra
fhp t"i un vmio símbolo.
V lun ojos de los ingleses— basta el día en que un nuevo sistema
flfc | inducción vino a transformarlo todo y a cambiar las ideas junto
pittt lu í cosas— la prosperidad del país tenia ñor alimento esencial la
Ihiiud.lilL de la lana. Orgullosa de sus tradiciones seculares, ya flore-
Mi'lili' miiiiiiIo apenas existía el comercio marítimo de Inglaterra, resu-
llfbt i'li ni el trabajo y las adquisiciones de un largo pasado. Los carac-
Ih iii# i pin conservaba casi intactos en 1760, y que todavía subsistían
mi pmlii en 1800, eran los que el pasado le había legado; su evolución
Re i li'i linilui, por así decir, al lado de ellos y sin destruirlos. Definir
t'i»I/)>■ i'tunrlores y explicar esta evolución es describir, en sus rasgos
ju Im IpiiIcH, el antiguo régimen económico.

1 Km itii , John: Chronicon rusticum-commerciale, or Memoirs of wool, tuoollen


Kiiinii/ili (me and trade (1747). Esta obra contiene las reimpresiones de cierto nú-
MUI u iln I olidos raros.
“ llviili, F.: The Fleece, a pozm (1757). Con todo propósito han imitado
tule I linio los adores de un libro reciente. (M orris, G. W., y W ood, L. S.: The
I tió/nij h'ft't'r.e, nn Inlroduction to the Industrial History of England, 1922.)
28 PARTE K LOS ANTECEDENTES

II

Considerémoslo en primer lugar desde fuera, como podría hacerlo


un viajero que indagase en su camino los productos de cada región y
tas ocupaciones de sus habitantes. Un hecho totalmente exterior nos
sorprende: es el gran número de centros industriales y su dispersión o,
para decirlo mejor, su difusión por todo el territorio. Quedamos tanto
más sorprendidos cuanto que, en la actualidad, bajo el régimen de la
gran industria, es lo contrario lo que se produce; cada industria, fuer­
temente concentrada, reina sobre un distrito limitado, en el que se
acumula la potencia productora. La hilatura y la tejeduría del algodón
ocupan hoy en Gran Bretaña dos dominios, estrechamente apretados en
torno a dos centros: Manchester, rodeado por un cinturón de ciudades
crecientes que tienen las mismas funciones, las mismas necesidades, que
no forman todas juntas sino una sola fábrica y un solo mercado; y
Glasgow, cuyas prolongaciones se extienden a lo largo del valle del
Clyde, desde Lanark hasta Paisley y Greenoch. Fuera de estas dos re­
giones, no existe nada que pueda comparárseles o que merezca ser
mencionado además de ellas. /
Sigamos ahora a Daniel Defoe en su V ia je a través de la isla de
Gran B reta ñ a l , y recorramos con él las provincias de la Inglaterra
propiamente dicha. En las aldeas de Kent, los yeom en, hacendados y
agricultores, tejen el paño fino conocido con el nombre de Kentish
broadcloth, y que se fabrica también, a pesar de su nombre, en el
condado de S u rrey1 2. En Essex, país hoy día puramente agrícola,
el viejo burgo de Colchester es famoso por sus burieles, «de los que se
hacen los hábitos de los frailes y las monjas en los paises extranjeros» 3.
varias localidades vecinas, caídas después en una oscuridad completa,
pasan por muy activas4*6 . En Suffolk. en tos pueblos de Sudbury y La-
venham, se fabrican gruesas lanas, llamadas sn-ys y calimancoes 5. Tan
pronto como se penetra en Norfolk ose nota como un aire de diligencia
difundido por toda la comarca » s. Es aquí, en efecto, donde se en-

1 Defoe, Daniel: A tour ihrough the whole i si and o j Great Britain, 1724, |
3 voU. (2.a ed. en 1742. 3.a en 1748). Compárele con la distribución geográfica
de la industria de la lana en diferentes épocas, según L ipsON: History of thet
Wooüen and fForsted Industries, págs. 220-55 (con un mapa).
* Defoe: Giving alms na charity, pág. 18. A finales del siglo xvm estos
yeonun y su industria babían desaparecido casi completamente: véase Edén, F.:
State of the poor, II, 283 (1797).
3 Defoe: Tour, I, 20, 43, 53: Brome: Tratéis over England, Scotland and
IVales, pág. 119; A journey through England, 1, 17.
1 Duninow, Braintree, Thaxted, Coggshall.
4 Defof.: Tour, I, 90: Y ounc. A.: A six toeeks'tour through the Southern
counties of England and Waies, pág. 55 (1768).
6 D efoe : Tour, I, 91.
i: I.A ANTICU A INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 29

imipmIi ii Im rlmtiiil do Norwich, y, alrededor de ella, una docena de ciu-


d" iiirrrinlo 1 y una muchedumbre de aldeas, «tan grandes y tan
fpiMitihia, que son equivalentes a las ciudades de mercado de otros
So emplean allí lanas de largas fibras, nue se neman en lugar
S ■M i i l m U i E n los condados de Lincoln. Nottingham y Leicester es
Í| la) ii tinción de medias de lana, hechas a mano o en telares, lo que
MI«i|n< n m i habitantes y constituye el objeto de un comercio bastante
Wlwnti
Nn* nrcicnmos al país donde se ha ido concentrando actualmente
|* Iiii Iii» I iíii de la lana. El distrito occidental de Yorkshire, a lo largo
& l iiimi lío IVnino, está ya poblado de hilanderos y tejedores, agru-
diii nli uilcilor de varias ciudades: Wakelield, «una grande, bella y
K ifl i liiilnil de pañería, donde hay gran abundancia de hombres y de
luí ■ I Tnlifax, donde se fabrican las burdas telas conocidas con
1111101111’ di’ kerseys y de shalloons 3; Leeds, el gran mercado de toda
^ i*i<li’m |l, Nuddersfield 7 y Bradford, cuyos productos no han adqui-
td<i liuliivin su reputación®. Más al Norte se encuentran Richmond y
1httiltigliiii, en el condado de Durham *; más al Este, York, la vieja
gt*lti'>|uill rrlesiástica, a la que un refrán engañoso prometía que eclip-
imhi un din al mismo Londres10. Si pasamos a la otra vertiente, al
Mltdiulii do Lancaster, en el que el algodón casi expulsó más tarde a
M Una. encontramos en Kendal, e incluso en las montañas del Westmo-
tid*” 'l Iii Industria de los droguetes y las ratinas l l ; en Rochdale, una

I lidínril. Diss, Harling, Bucknam, Ilingham, West Dercliam, Allleborough,


|[il|'lluiii, llnrleston, East Dereham, Wallon, Loddnn, etc., ibid., ed. de 1742, I, 52.
^ ( I * Inilmuiría del worsted (tela de lana peinada) floreció en la región de
mui lio antes de sil aparición en Brudford, que luego se convirtió en
l j > ...... |ii 111«i pal. Véase James, J.: llistory of Bradford, pág. 195.
» lll lililí Tour, IT, 138, y III, 18. .La ciudad de Noliingham, poco importan-
Wfttln mu yn el centro de fabricación de tejidos de punto con telares (frame-
• AmMUig/; véase F elkin , W.: History o¡ the machine.wrougk l hosiery and
Mibui/tii fnreí, págs. 55 y sgs.
1 I-I-ul, ibid., III. 86; A ik in , J.: A desrription of the country from thirty
lll b " >t oU/m round Manchester, pígs. 579-80.
ni lliiil.. 10506, Shalloons, sargas de Chalona
* Í i IhIii . ib id .. págs. 116-21.
• Mi |n. i lilr l., pág. 87.
♦ I im h i , I,: l/istory of Bradford, pág. 278, cita un texto de Fnller (IFortkies
$1 fftffcm/J • F.l paño de Bradlord es un gigante para quien lo mira, un enano
ipilmi In usa.»
tu iiá., lll, 145, y Y oong . A.: A siz months’ tour through the North of
Vnghmd. I I , . 217.
1,1 I.luí nlii was — And London is- And York sball be — The fairest city oí
lk* lliin i* Véase SruKELET, W.: ¡ünerarium curiosum, Iler V, pág. 90 (1722), y
HiMIMI Ttnuets over England (1704), pág. 148.
1* Non luí [limosos Kendal cottons. Sobre el empleo de la palabra algodón
iglM del un Júnenlo de la industria del algodón en Inglaterra, véase más ade-

Í* 1 1 1 *. Iit ille 1 1 , cap. I.


30 PARTE l: l.OS ANTECEDENTES

imitación de los tejidos de Colchesler Hacia el Sur, en torno a Man-


chester, Oldhnm y B u ry2, se hilaba y se tejíanla lana mucho antes
que el algodón hubiese hecho su aparición en Inglaterra.
La industria estaba menos desarrollada en Tas provincias del centro.
Sin embargo, Defoe cita a Stafford como «una ciudad verdaderamente
antigua, enriquecida por el comercio de paños*. «Hacia el País de Ga­
les se encuentran Shrewsbury4, Leominster. Kidderminster, Stourbrid-
g e s y Worcester. en donde «el número de obreros a los que ocupa esta
industria, en la ciudad v en las aldeas v(riñas, es casi increíble» 6. En
el condado de Warwick, la pintoresca Covcnliy, la ciudad de los tres
campanarios, no solo teje cintas, sino liunbiéu telas de lana7. En los
condados do Gloucester y de Oxford, cidro el oslimiio del Severo y el
curso superior del Támesis, el valle del Siroudvvuter es renombrado por
sus bellos tejidos teñidos de escarlata, que so rubrican cu Stroud y en
Circnccster 8; y las mantas de Witney se expidrn linsta a América*.
Llegamos a los condados del Sudoeste, y aquí tíos vemos obligados
a detenernos casi a cada paso. En la llunura de Snlisbury y a lo largo
del Avon, las ciudades pañeras se suceden, numerosa* y apretadas:
Malmesbury, Chippenham, Calne, Trnwbriilge, Dcviws, Snlisbury l0: es
el país de la's franelas y de los paños linos. En Somcrsct— si exceptua­
mos Taunton y el gran puerto de Bristol n — es hacia el Sur y hacia el
Este donde se agolpan los centros industriales: Glustonbury. Bruton,
Shepton-Mallet, y Frome, que se la creía destinada a convertirse en «una
de las más grandes y más ricas ciudades de Inglalci iH» 1J. Esta región
so prolonga, por Shaftesbury y Blandford, a través del condado de
Dorset13, y, por Andover y Winchester, husln el corazón de Hampshi-
re 14. Finalmente, en Devonshire predomina y prospera la industria de
las sargas. En Barnstaple se importan la» lana» do Irlanda, necesarias
1 Víase Joiinittlx a¡ the Hottsc o¡ Commons, XXIX, (>llt. idíxln industria es
muy importante y se exiiende por un espurio de 12 n 13 jidllus cuadradas.»
2 Düroií: Toar, ITI, 221; Bl'.JIvilniái,: l/u tlclictis lia In Grttnde-Bretagne, II.
301-02; A ikin, J.: A descriplion o j l.he cmttury lOiuul MtutcheSter, pág. 157;
BuTTEnwonTii, E.: TUmory oI Oltlham, pigs. 79. 80. 80.
3 Defoe, Toar, IT. 119.
4 Idem, ibid.. II, 114; A nderson, J.: An historial ilml thronologtcal history,
and deductivo oj the origin ol commerce, 111, 457.
* Idem, ibid., III, 301.
6 Idem, ibid; UI. 293 (ed. de 1742).
7 A nderson. loe. cit. La industria de las cimas es mus recienie.
* Defoe, III, 64, y A nderson, loe. eit.
* Y ounc, A.: Southern, colindes, pág. 99.
10 Defoü: Tour, II. 41-42; 111, 29 (cd de 17-42). \Vilion, cerca de Salisbury
fabrícaba ya lapices.
11 Idem, ibid., II, 27-28.
12 Idem, ibid., IL, 42. La imiiorlancia industria] de esta región se debía prin-
cipalnieme a la calidad de la lana proporcionada |>or la raza de los Cotswolds.
13 Idem, ibid., I, 77, y II, 36.
14 Beevehjx, .1.: Délices de la Grande-Bretagne, III, 699, y A nderson. J.: An
historial and chronological deduction o¡ the origin <>l commerce, TIT. 456.
. J

1: LA ANTIGUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 31

l’rinciiiales ceñiros de la industria lanera a comienzos del siglo xvm


32 PARTE I : I.OS ANTECEDENTES

para abastecer la actividad de los tejedores La fabricación reside en


pequeñas ciudades, tales como Crediton. Honiton, Tiverton 1 23
*, que, entre
1700 y 1740, eran tan célebres y florecientes como oscuras y abando­
nadas lo son hoy día. Exeter es el mercado donde se concentran los
productos para su ven tas. Y Defoé termina su descripción de Devons-
hire declarando que «es un país que no tiene igual en Inglaterra, ni
' quizá en toda Europa».
[ Como se ve, la industria de la lana no está, ni mucho menos, loca-
i lizada: es imposible recorrer un espacio un poco _cx tengo. _sin encon-
( Jtrarla; está como esparcida por toda la superficie de Inglaterra. Se
distinguen, sin embargo, tres ngrupimiioritos principales: el de Yorks-
hire, con Leeds y H alifax; el de Norfolk, con Norwich, y el del Sud­
oeste, entre la Mancha y el canal de H tistol11. Pero cada uno de ellos
está más o menos difuso, sirviendo de lazo de unión entre unos y otros
diversos centros secundarios. No son dominios industriales aislados:
su actividad irradia a lo lejos o, m ejor dicho, no son sino el refuerzo
local de una actividad en la que participa toda Inglaterra.
S i, en lugar de considerar e l conjunto del país, se examina aparte
cada uno de los distritos de los que acabamos de pasar revista, se vol­
verá a encontrar en el detalle la misma difusión característica. Tome­
mos a N orfolk; su capital, Norwich, pasa en el siglo x v n i por una
ciudad muy importante; desde el tiempo de la Revolución era la terce­
ra del reino y la rival de Bristol. Los contemporáneos nos la describen
pomposamente, con sus tres millas de circunferencia y sus seis puen­
tes, y se maravillan del silencio de sus calles, mientras que de sus casas
laboriosas se escapa el zumbido de los telares8. Sin embargo, en su
momento de mayor prosperidad, Norwicli tenía a lo sumo de 30.000 a
40.000 habitantesc. ¿Cómo, rnlonces, dar crédito n los testimonios
según los cuales la industria do Norwich ocupulni de setenta a ochenta
mil personas?7. Es que esta industria lio está encerrada en Norwich;

1 Dkfoe: T o u t , II. 14.


2Idem, ibíd.. I. 87, y II. 17. Véase I.t-Col. Hauuinc: Hístory o/ Tiverton,
y Dunsford, Martin: Historical memoirs o¡ the town of Tiverton.
3 Defoé: Tour, I. 83. Compárese el Conjunto de esta descripción con la que
da, cincuenta años más tarde, la F.ncyclopédie méthodique, Artes y Manufactu­
ras, II, 256-57 (articulo Pañería , por Roland de la Plaliére).
* Véase Dechesne, Laurenl: Evolution iconomique et social de Findustrie
de la laine en Angleterre, pág. 50, y IlotisON, J, A., Evolution o) modera, capita-
lism, págs. 27-28.
3 Defoé: Tour, I, 52-54.
* A nderson: Origin oj Commerce, 111, 325, le supone de 50 a 60.000 h. (1761).
Pero esta cifra es ciertamente exagerada. Edi:n, F.: State of the Poor, II. 477,
supone 29.000 h. en 1693, 36.000 en 1752 y 10.000 en 1796. Antes de 1801 no
hubo censo oficial y en esta fecha la población no era más que de 36.832 h. Véa-
te Abstraet of the returns to he Population Act., 41 Geo. III, I, XXIII.
7 Journals o/ the House o / Commons, XXXV, 77. Según Y ounC, A.: The
farmer's tour through the eastern cou.nt.ies o/ En.gl.and, II, 79, había 12.000 telares
y 72.000 obreros (1771),
)

I: I .A ANTIGUA INDUSTRIA Y SU F.VOl.UCION 33

desborda todas las localidades circundantes, hasta una gran distancia;


provoca el crecimiento de «esa aglomeración apretada de pueblos» l ,
cuya densidad asombra al viajero. El mismo espectáculo se da en el
Sudoeste, con la diferencia de que en vano se buscaría un centro único.
«El condado de Devon— escribe Defoe— está lleno de grandes ciudades,
y estas ciudades llenas de habitantes, y estos habitantes universalmente
empleados por el comercio y las manufacturas» 2. Ede texto significa
aproximadamente lo contrario de lo que enuncia. Sabemos muy bien
que nunca lia habido grandes ciudades en Devonshire3, aparte del
puerto de Plymouth, que no está en cuestión. Los nombres completa­
mente desconocidos de la mayoría de estas «grandes ciudades» bastarían
para desengañarnos1: eran a lo sumo pequeñas ciudades prósperas.
(Ion frecuencia no eran sino burgos o gratules aldeas, tanto más nume­
rosas cunulo que la población no se sentía atraída por centros más
considerables 5. A veces, incluso localidades menos importantes forman
entre sí una cadena casi continua. «L a distancia que las separa está
jalonada por una gran cantidad, yo diría casi por una cantidad innu­
merable, de aldeas, de caseríos y de viviendas aisladas, donde se hace,
ordinariamente, el trabajo de hilatura» *.
Fin Yorkshire la industria aparece más rigurosamente localizada, pues
eslá comprendida casi enteramente en el espacio restringido que se
extiende desde I-eeds a Wakefield. Huddersfield y Halifax. A pocas
millas al norte de Leeds comienza el páramo gris, estéril, casi desértico.
Pero esta concentración relativa no modifica la ley general, que se ve-
I ¡lira una vez más, en el interior de esta región limitada. La población
del IVest Riditig era muy densa: en 1700 so elevaba a 240.000 habi-
liuiU's, aproximadamente; en 1750, a 360.000; en 1801, a 582.000T.
Abura bien, las ciudades solo contenían una pequeña parte de esta po-
lilución. Leeds apenas tenía a mediados del siglo xviu más de 15.000
luibilmites. Halifax tenía 6.000, Huddersfield, menos de 5.000 y Brad-

’ «A throng of villages.» D e f o e : Tour, I, 93. 108.


* lilrm. ibid-, I. 81.
a Tiveilon. una de las más considerables, nunca luvo más de 1 0 . 0 0 0 habitan­
tes. Véase Edén, F.: State of the Poor, II, 142.
1 llninplon. Crediton, Cullomplon, Honilon. Olery Si Mary. Ashburton, etc.
Vén*c De f o e : Tour, I. 84.
* Todavía era así a principios del siglo xix. Véanse los testimonios recogidos
|M)r la Comisión parlamentaria de 1806: los tejedores del Sudoeste, interrogados
•iilife las localidades que habitaban, respondían muy frecuentemente: «Es un
gran pm-blo..., un pueblo muy grande..., quizá el pueblo más grande <le Ingla­
terra.» Repon I rom the selecl committee appointed to consider the State of the
wtutllen manufacture in England (1806).
» Dhi .ie, II. 42-43.
T l.iis dos primeras cifras son avaluaciones aproximadas; la tercera es la del
Fluían ilo IfiOI. Véase Rickman, J.: ObserVation.s oti the retaras to the Population
Ai.t. 11 (Ira. IV, pág. II.
MANIOUX. 1
34 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

ford se componía de tres calles en medio de los prados L Los campos,


por el contrarío, estaban muy noblados: y no sólo se encontraban su­
cesiones de aldeas y de caseríos, como en el Sudoeste 1 2. A veces la
dispersión iba más lejos todavía: las aldeas mismas se disolvían por
así decir, y se confundían en vastas aglomeraciones difusas.
La parroquia de H alifax era una de las más extensas de toda In ­
glaterra; contenía, en 1720, cerca de cincuenta mil almas, y el espec­
táculo que presentaba ha sido objeto de una descripción célebre: «D es­
pués de haber pasado la segunda colina, volvimos a descender al valle. A
medida que nos aproximábamos a Halifax, encontrábamos casas cada
vez más cercanas, y, al fondo, pueblos cada vez más grandes. Más aún:
las laderas de las colinas, muy escarpadas por ambas pendientes, esta­
ban completamente salpicadas de casas... El país estaba dividido en
pequeños cercados, de dos a siete acres cada uno, raramente más, y
por cada tres o cuatro de estas hazas se encontraba una casa... Des­
pués de haber pasado la tercera colina, pudimos darnos cuenta de que
el país formaba como un pueblo continuo, aunque el terreno fuese
siempre tan montuoso; apenas se encontraba una casa alejada de las
demás a mayor distancia que la del alcance de la voz. Pronto cono­
cimos la ocupación de los habitantes; amanecía, y a los rayos del sol,
que comenzaban a brillar, percibimos delante de casi todas las casas
un remo para tender las telas, y sobre cada remo una pieza de paño
ordinario, de kersey o de shalloon 3— 4 son los tres artículos que pro­
duce el país. El juego de la luz sobre las telns. cuyo color blanco bri­
llaba al sol, formaba el más agradable espectáculo que se pueda ver...
Las lomas subían y bajaban una tras otra, los valles se abrían a de­
recha e izquierda, un poco a semejanza de eso cruce de calles, cerca
de Saint-Gilles, que se llama los Siete Cuadrantes; cualquiera que fuese
la dirección a donde apuntasen nuestras mirndas, desde la base a la
cima de las colinas, por todas partes era la misma vista: una multitud
de casas y de remos, y sobre cada remo una pieza de tela blanca» L
Es el último grado de esa dispersión que liemos comprobado por
todas partes, sin explicación todavía. No es otra cosa que la expresión
exterior de las condiciones generales de la producción; para compren­
derla, es la organización de la industria lo que hay que conocer.
1 A ik in . J.: A description o ¡ the country round Mnnchesler, págs. 557 y 571;
James, J.: Tlist. o f the worsted mitnttfacture, pág, 316, y Continuation to (he his-
tory oj Bradford, pág. 89. En 1927 eslns riuclniles copiaban respectivamente:
Leeds, 470.000 h.; Bradford, 290.000; II uddtTslicld, 110.000, y Halifax. 100.000.
2 Véase Journ. oj the llouse o) Commontt, XXVTTT. 133.
3 Véase pág. 29, nota 5.
4 D efoe : Tour, I II , 98-99. Esta descripción dala de 1724, pero la volvemos
a encontrar muy parecida en el informe de 1806: «La mayoría de los fabricantes
viven en pueblos y en casas aisladas, que cubren toda la superficie de un distrito
de una longitud de 20 a 30 millas y una anchura de 12 a 15... Un gran número
de ellos posee un poco de tierra, de 3 a 12 ó 15 acres.» Report from the selcct
committee on woollen manufacture, pág. 9.
I: LA ANTICUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 35

La concentración de las industrias modernas está ligada a cierto


número de hechos que la explican. Tal es, en primer lugar, la división
del trabajo, indefinidamente acrecentada por el maqumismo: la va­
riedad y la complejidad de los engranajes económicos exigen una es­
trecha interdependencia; si no estuviesen exactamente adaptados entre
sí y en contacto permanente, la pérdida de tiempo y de íuerza que re­
sultaría de ello destruiría todas las ventajas de su combinación. Tal es
también !íj B S E f i O Í s l i z a d Ó U a c e n t u a d a de_las funciona?;
como los hombres y los talleres, igualmente se especializan las regiones,
y cada una de ellas tiende a convertirse en la sede exclusiva de una
industria única. La abundancia de la producción es otra causa que tiende
al mismo efecto; algunas fábricas potentes, agrupadas en un terreno
limitado, pueden bastar a las necesidades de un mercado muy extenso,
que aún se logra ampliar con el desarrollo de los medios de comuni­
cación. Por último, el capital, acumulándose siempre más, y absorbien-
do o reuniendo los pequeños capitales, da nacimiento a vastas empre­
sas. solidarias unas de otras, que hacen desaparecer a la pequeña
producción local, convertida poco a poco en algo inútil y después im­
posible. Pero estas fuerzas, hoy día todopoderosas, todavía obraban
débilmente en la Inglaterra del siglo xvill.
Sería, no obstante, un error creer que no obraban en absoluto. Como
acabamos de ver, la repartición v la densidad de la población indus­
trial v ariaban según las regiones. Esta variedad cor respondía a dife­
rencias de organización. Entre la manufactura, que tenía más de un
rasgo de semejanza con la fábrica de hoy. y el taller casi primitivo del
maestro artesano, una serie de etapas intermediarias jalonaban el ca­
mino recorrido. T.a evolución comenzada desde hacía mucho tiempo,
y que iba a acabar, tras un período de progreso casi insensible, en una
crisis decisiva, estaba como diseñada por la sucesión de estas formas
económicas, surgidas unas de otras, y de las cuales las más antiguas
"iihsistían todavía al lado de las más recientes.
(® A llí donde la concentración es más débil, es donde debemos esperar
encontrar la independencia más completa de los agentes de producción,
loa procedimientos de fabricación más simples, la división del trabajo
más rndimentaria^Yolvamos a esas casas del valle de Halifax, que,
vistas desde fuera, cada una en medio de su parcela de tierra, parecen
(miliar otros tantos dominios diminutos. En lugar de considerar sus
lili orladores, entremos ahora en una de ellas para conocer a sus babi­
lonios y su vida. No hay duda de que solo muy imperfectamente res­
pondía a las descripciones seductoras dadas por los crédulos admiradores
36 PARTE I : LO S ANTECEDENTES

del pasado '. Era una choza con accesos a menudo malsanos, con ven­
tanas raras y estrechas. Pocos muebles y aun menos ornamentos. La
pieza principal, y a veces única, servia a un tiempo de cocina y de
taller. En ella se encontraba el telar del tejedor, dueño de la morada.
Este telar— que hace cincuenta años todavía se veía en nuestros
campos— había cambiado poco desde la antigüedad. Los h¡los/que fo r­
maban la urdimbre del tejido se trenzaban paralelamente sobre un bas­
tidor doble, cuyos dos marcos se elevaban y se bajaban alternativa­
mente por medio de dos pedales; y cada vez el tejedor, para hacer la
trama, pasaba la lanzadera de través, de una mano a la otra. Desde
1773, un dispositivo ingenioso *1
2 permitía lanzar y recoger la lanzadera
con vina sola mano; pero este perfeccionamiento so difundió bastante
lentamente3. El resto del utilnje era más simple todavía. Para cardar
se utilizaban cardas de mano, una de las cuales estaba fija sobre un
soporte de madera4. Para hjlnr se empleaba la rueca movida a mano
o a pie. en uso desde el siglo x v i 5, y muy a menudo incluso el torno y
el huso, tan antiguos como la industria textil misma. El ncoueño pro­
ductor podía procurarse sin dificultad todos estos_ instrumentos poco
costosos. Tenía a su puerta el agua necesaria para desengrasar la lana
y lavar el paño. Si quería teñir él mismo la tela que había tejido, una
o dos cubas le bastaban. En cuanto a las operaciones que no era po­
sible ejecutar sin una instalación especial, que acarreaba gastos dema­
siado elevados, constituían el objeto de empresas particulares; por
ejemplo, para prensar y carduzar el paño, había molinos de agua a
los que todos los fabricantes de la vecindad llevaban sus piezas; se los
llamaba molinos públicos, porque cada uno podía hacer uso de él me­
diante una cuota convenida ".
A la simplicidad del utilaje respondía la de la organización del tra­
bajo. Si la familia del tejedor era bastante numerosa, resultaba sufi­
cien te para todo, y se repartían entre sus miembros las operaciones

1 Véase WmcHí, (laroll D., citado por Cooke-Tavi.oii, R.-W: The modern
factory systcm. pág. 422: «Amontonada en lo que la | k>cs(d llama una quinta y
la historia iinu cabaña, la familia del tejedor trabajaba y vivía sin comodidades,
privada de alimento sustancial y de aire |iuro..,« Véase tambiói ITeato:w H.: The
Yorkshire IFoollen and IPorsted lndnstrie.s, pág, 319.
3 La lanzadera volante (fly-shttltle) de Juliii Kay. Sobre este invento, cuya
Importancia es capital, véase parle II. cap. L*
3 En la región de Maneltcsicr la fly-shuttlc tío se empleó corrientemente
más que a purlir de 1760. B dtterwoutu, V. E.: llist. of Oldham, pág. 111.
4 Véase* Encyclopédie méthodique, Manufacturas, 1. arl. «Pañería». Los pro­
cedimientos eran aproximadamente idénticos en l'rnncia y en Inglaterra.
3 Jamks, J .: HUI. of the vrorsted manufacture, págs. 334-35. La descripción
completa de los procedimientos de fabricación anteriores a la revolución indus­
trial llena todo un capitulo del libro ya citado de II. Heaton, págs. 322 a 358.
c En 1775 habla un centenar de estos Public milis en la parroquia de Habías.
Véase Bainks, Th.: Yorkshire, past and present, IV, 387. El desenvolvimiento del
maqumismo tuvo al principio como efecto el multiplicarlos. Keport Irom the se-
lect commiltee on woollen manufacture, págs. 5 v 9.
)

i: LA ANTICUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 37

secundarias: la mujer y las hijas en la rueca, los varones cardando la


lana, mientras el marido hace ir y venir la lanzadera; tal es el cuadro
clásico de este estado patriarcal de la industria. Pero de hecho, estas
condiciones, de una simplicidad extrema, no se realizaban sino muy
raramente. Se complicaba por la necesidad frecuente de tener que bus­
car hilo afuera: se calculaba que un solo telar, funcionando regular­
mente. daba tarea a cinco o seis hilanderos Para encontrarlos, el te­
jedor se veía obligado a veces a ir bastante lejos: marchaba de casa en
casa, hasta que hubiese distribuido toda su lana 1
2. Es asi como se operaba
tina primera especialización. Había casas en las que no se hacía más
que hilar. En otras, por e l contrario, se reunían varios telares; el fa­
bricante, sin dejar de ser por eso un obrero, trabajando con sus manos,
tenia entonces a sus órdenes un pequeño número de ayudantes asala­
riados 3.
' A/Así. el tejedor, en la quinta que es a la vez su vivienda y su taller,
■es el dueño de la producción. No depende de un capitalista. Posee no
i sólo las herramientas, sino también la materia prima. Una vez tejida la
' pieza, va en persona a venderla al mercado de la ciudad próxima, y el
1aspecto de este mercado bastaría por si solo para mostrar la parcelación
i de los medios de producción entre esta multitud de pequeños fahri-
\cantes independientes. En Leeds, antes que se construyeran las dos
lonjas de paños4. el mercado se instalaba a lo largo de la gran calle
de Briggate. A ambos lados se levantaban unos tablados que formaban
como dos grandes mostradores ininterrumpidos. «L os pañeros vienen
muy de mañana con sus telas: hay pocos que traigan más de una pieza
<t la vez .» A las siete de la mañana se oye una campanada. La calle se
llena, los mostradores se cubren de mercancías; «detrás de cada pieza
de paño se mantiene el pañero que ha venido para venderla». L os co­
merciantes y sus empleados pasan entre las mesas, escogen y compran,

1 B isciioff, J.: A comprehensitie history o) the noollen and worsted manu-


lartiire, 1, 185. da una proporción de cualro hilanderas solamente por un tejedor.
Un texto citado por Townsend Warner (Social England, V, 113) da, por el con­
trario. tina proporción de 10 hilanderas por un tejedor. Son cifras extremas. Véase
K adcliffe, W.: Origin of the new system of manufacture, págs. 59-60.
2 Guest, R.: A compendious history of the cotton manufacture, pág. 12.
3 I'n pequeño fabricante de Harmley, cerca de lateds, emplea dos obreros, un
aprendía y un cuerpo de hilanderos «que trabajan para él en su propia casas. Posee
tro» telares. Repon. . on uoollen manufacture, pág. 5. Compra la lana y la tiñe,
luego la envía al molino público, en donde se desmota, se carda y se arrolla.
Ih'«ptics la hace hilar y tejer. Vuelve a enviar el paño al molino para tundirlo
y prendarla. Finalmente lo seca y lo vende personalmente en la lonja de paños
ilc Leeds. tbid., págs. 6-7.
1 La primera lonja de paños en Crudo (While Cloth Hall) fue construida
en 1711. sustituida después, en 1775, por un edificio más espacioso. La lonja de
piifuis de color (Mixed — or Coloured — Cloth Hall) se inauguró en 1755 ó 1756.
Vi'u.c Aikin : A description of the> country round Manchesler, pág. 572. Lo que
refieren llcaton (págs. 360 y sgs.) y Lipson (págs. 80-81) de estas construcciones
sucesivas es bastante confuso.
38 PARTE I: LOS ANTECEDENTES

y a las ocho de la mañana todo está terminado \ En Halifax, «los


fabricantes que trabajan en los alrededores vienen a la ciudad todos
los sábados, trayendo consigo lo que han manufacturado... El comer­
ciante de paños se dirige a la lonja, y compra a los fabricantes el
paño en crudo, para teñirlo luego y aprestarlo según sus necesidades.
Como esta lonja, por grande que sea, no es suficiente para el número
de fabricantes que van a Halifax cada sábado, la ciudad entera se
convierte ese día en mercado de paños en crudo. He visto en las calles,
en las plazas, en las posadas, y he vuelto a encontrar por la noche,
al volver a Leeds, un número prodigioso de fabricantes que volvían a
sus casas, a caballo o en una pequeña ca rre ta .,.»1 2.
Esta clase de pequeños industriales formaba, si no la mayoría, al
menos una notable parte de la población. Alrededor de Leeds había
todavía, en 1806, más de tres mil quinientos3. Todos eran sensible­
mente iguales entre sí. Se citaba como una excepción al que poseía
cuatro o cinco telares 4*6
. Entre ellos y sus obreros había muy poca di­
ferencia: el obrero, alimentado y a menudo alojado en la casa del
dueño, trabajando a su lado, no lo miraba como perteneciente a una
v clase social diferente de la suya. En ciertas localidades los patronos
eran más numerosos que los obreros s. A decir verdad estos no for­
maban sino una especie de reserva donde se reclutaba la clase de los
pequeños fabricantes. «Un joven de buena reputación encuentra siem­
pre crédito para comprar la lana que necesita y establecerse como
maestro manufacturero» °. Esta alianza de palabras es casi una defi­
nición: el manufctctitrero no es en esta época iyj jefe-de industria, sino,
por el contrario, un artesano, un hombre que trabaja con sus manos7.

1 D efoé: Toar, I II, 116-17.


2 Tournée faite en 1788 dans la Grande-Bretagne, par un voyageur frangais-
pág. 198. Basta comparar este texto con el precedente (publicado en 1727) para
ver que en sesenta años las cosas habían cambiado muy poco. Tampoco hay que
creer que el advenimiento de la gran industria las transformó repentinamente:
en 1858 todavía consignaba Raines, a propósito del comercio de paños en Leeds:
«Dos veces por semana los fabricantes de las regiones vecinas traen el paño te­
jido en sus telares para venderlo a los comerciantes en las dos grandes lonjas
de paños de esta ciudad.» Yorkshire Pasl and Present, pág. 655.
3 Report... on ivoollen manufacture, pág. 8.
4 Ibíd., págs. 59 y 339.
3 En las dos aldeas de Uley y de Owlpem había, en 1806, 70 maestros tejedores
y unos 30 ó 40 obreros solamente. Véase Report.,. on ivoollen manufacture, pá­
gina 337.
6 Report... on ivoollen manufacture, pág. 10.
7 Ibíd-, págs. 9, 447, etc. «Antes de 18001 la palabra capitalista se empleaba
muy raramente, y la palabra manufacturero, que ahora designa al patrono, era
entonces sinónima de obrero; cambio de sentido que refleja de una manera cu­
riosa y significativa la transformación de la vida industrial.» T oynbee, A .: «In-
dustry and Democracy», en The industrial revolution in England, pág. 183. Véase
la palabra manufacturer en el Diccionario de Johnson.
I: LA ANTIGUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 39

El fabricante de Yorkshire representa a la vez el c ani tal y el trabajo,


reunidos y casi confundidos._______
También es— y este último rasgo no carece de importancia— un ha­
cendado. En torno a su casa se extiende un cercado de algunos acres.
«Cada fabricante precisa un caballo o dos para ir a la ciudad a buscar
!a materia prima y las provisiones; a continuación, para llevar la lana
a casa del hilandero, y el paño, una vez tejido, al batán; después, una
vez terminada la fabricación, para ir a vender las piezas al mercado.
Además, cada uno de ellos posee de ordinario una vaca o dos— en oca­
siones más— para abastecer de leche a su familia. Y es para alimentar­
las para lo que sirven los campos que rodean su casa» b Los testigos
oídos por la Comisión parlamentaria de 1806 se expresan casi en los
mismos términos 1 2. Esta pequeña propiedad contribuye a la comodidad
del maestro-artesano. Apenas puede acometer el cultivarla; cuando in­
tenta el laboreo, corre el riesgo de perder lo que ha ganado en la
venta de sus paños3; pero en ella puede criar aves, algo de ganado, el
caballo que le sirve para transportar su mercancía o sobre el cual re­
corre los pueblos vecinos en busca de hilanderos; sin ser un agricultor,
en nar|-e vive d f la fierra : es otra condición más que concurre a su
independencia.
Se lia dado a este sistema de producción el mimbre de sistema do­
méstico, y el informe de 1806 da de él una definición que resume bas­
tiente bien lo que acaba de leerse: ((En el sistema doméstico, que es el
de Y o rkshire, la industria está en manos de una multitud de maestros
manufactureros, cada uno de los cuales posee un capital muy pequeño.
Compran la lana al comerciante y en sus propias casas, ayudados
por sus mujeres y sus hijos y con algunos obreros, la tiñen si es
necesario y la hacen pasar por los diferentes estados de la fabrica­
ción hasta, el de paño no aprestadó i . Es la industria de la Edad

1 D iífok : Tour, III, 100.


2 Report... on woollen manufacture, pág. 13, declaración de James E llis:
«Hay quienes poseen medio cuarto de fanega de tierra, justo donde tender sus
pinzas para secarlas; otros poseen dos o tres acres, donde criar una vaca o una
¡uca (galloway).»
3 Ibíd. Sin embargo, había tejedores que eran al mismo tiempo pequeños
colonos. Ibíd., pág. 8; « — ¿Esta industria se ejerce sobre todo en las aldeas o en
la» ciudades de mercado? — En las aldeas: muchas personas que tienen pequeñas
lincas fabrican al mismo tiempo tejidos de la manera que he dicho, empleando
a bus mujeres, a sus hijos y a sus mozos y mozas de labranza. — ¿Los envían al
campo, naturalmente, en la época de la recolección? — Sí.»
1 Ibíd., pág. 1; H eld , A .: Zwei Bücher zur socialen Geschichte Englands,
pág. 541, da una acepción un poco diferente al término Hausindustrie. Por él
cislicnde la industria dirigida por un capitalista que emplea obreros a domicilio1;
y designa la pequeña industria de Yorkshire con el nombre de Handwerk, que
ntt aplica igualmente a los oficios de la Edad Media. H obson , J.-A.: Evolution
t>f rnodern capitalista, pág. 35, mantiene el uso del término más preciso domestic
manufacture.
40 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

Media, que ha permanecido casi intacta hasta el umbral del siglo XIX L
Y nada indicaba que estuviese en vías de desaparición. Su produc­
ción, por muy fragmentada que estuviese entre tantos pequeños talle-
res, no dejaba de ser. en total, muy considerable. En 1740. el distrito'k
occidental de Yorkshire, donde florecía la industria doméstica, producía
cerca de 100.000 piezas de paño; en 1750, cerca de 140.000: en 1760,
la guerra contra Francia y sus consecuencias comerciales hicieron des­
cender esta cifra a 120.000; ]>cro en 1770 ascendía de nuevo a 178.000.
Progreso relativamente lento si se lo compara con el del período si­
guiente, ¡tero progreso marcado, continuo, tpie correspondía a la ex­
tensión gradual del mercado 2. Porque sería un error creer que esta pe­
queña industria era una industria completamente local, sin salidas ex­
teriores. Desde las lonjas de Leeds o do dnlifax, adonde el artesano
venía a traer personalmente la pieza que liahÍR tejido con sus manos,
los paños de Yorkshire se esparcían por toda Inglaterra3; se los ex­
portaba con destino a puertos holandeses, n los países del Báltico, y,
fuera de Europa, hasta las escalas de LcvantL* y las colonias america­
nas. .Es precisamente esta extensión comercial lo que hará inevitable la
transformación de la industria.

IV ^

X La industria doméstica, desde el momento en que su producción


sobrepasa las necesidades del consumo local, no puede subsistir más
que con una condición: el fabricante, incapaz de dnr salida por sí
Solo a sus mercancías, debe entrar en relaciones con un comerciante
que las Compra e intenta revenderlas, o bien en el mercado nacional, o
Jpien en el extranjero?' E bíc comoreinnle, auxiliar indispensable, tiene
entre sus manos la suerte misma de la industria. Con él interviene un
elemento nuevo, cuya potencia reacciona bien pronto sobre la produc­
ción. El negociante de paños es un capitalista. A menudo se limita a

1 M offat, F. W. (Englantl on the E re of llie Industrial Revoluñon, pági­


na xvn) muestra que en el Canadá la antigua industria se perpetuó durante una
gran parte del siglo xrx.
* Bisciiofk: History ol the tcoallen manufacture. II, tabla IV; A nderson, A.:
Origin o¡ commerce, IV, 146-47; E dén, F.t Stale of the poor, TTI, CCLXill. Las
cifras exactas son:
En 1740.........4L441 piezas anchas y 58.620 piezas estrechas.
En 1750 ........ 60.447 » y 78.115 »
En 1760 ....... 49.362 » » y 69.573 * ' »
En 1770 ....... 93.074 >, y 85.376 * »

3 Sobre la importancia de Halifax a mediados del siglo XVITI, véase Hea-


ton, H., oh. cit., págs. 269 y sgs.
t
f: LA AJVTICLTA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 41

servir de intermediario entre el *pequeño productor de una parte y el


|)cqueño tendero de otra, y su capital conserva su función puramente
comercial./Sin embargo, se establece desde un principio el uso de de­
jar a cargo del negociante y a sus cuidados ciertos detalles accesorios
de la fabricación. La pieza de paño, tal como se la entrega el tejedor, no
está de ordinario ni aprestada ni teñida; es a él a quien corresponde
el trabajo del acabado que debe preceder a la venta definitiva L Para
ello es preciso que contrate obreros, que se convierta, de una manera
0 de otra, en empresario de trabajo. Es la primera etapa de la trans­
formación gradual del capital comercial en capital industrial.___________
En los condados del Sudoeste el negociante de paños o, como se le
Huma a voces, con un nombre significativo, ni comerciante manufactu­
rero ", interviene desde el comienzo do la fabricación. Compra la lana
lituH y la hace cardar, hilar, tejer, prensar y aprestar por su cuenta3.
Es él quien posee la materia prima y, por consiguiente, el producto,
bajo todas sus formas sucesivas; y aquellos por cuyas manos pasa y
se transforma este producto no son ya. a pesar de su independencia apa-
icnte. sino obreros al servicio de un amo.
Sin embargo, estos obreros son todavia muy diferentes de los obre­
ros de manufactura o de fábrica. La mayoria de ellos habitan en el
entupo, y. más aún que los pequeños fabricantes de Yorkshire, sacan
de la 'agricultura/ una parte de su subsistencia. A menudo la industria
no es para ellos más que una ocupación accesoria: el marido sale al
campo, mientras que la mujer hila la lana que le trae el comerciante
establecido en una ciudad vecina *. En 1770 una aldea de los alrededo­
res de Stockport (condado de Lancaster) «estaba dividida entre cincuen­
ta o sesenta arrendatarios, cuyo arriendo no se elevaba por encima de
diez chelines por acre de tierra. De estoB cincuenta o sesenta, solo seis
n siete obtenían toda su renta del producto de sus Tincas; todos los de-1 *4

1 Véase F uen, F.: State of the poor, TI, 821,


v Ucrchant manufacturer. Es el / abticante, en id sentido que esta palabra
bu conservarlo en Francia durante muchísimo tiempo y en un gran número de
Ittililslriait, e pecialmente en la industria de la seda. Los fabricantes lioneses, hasta
una época muy reciente, no poseían locales industriales, limitándose a distribuir
iruhujii n domicilio. Este estado de cosas, aunque se va modificando gradualmente,
toillivfa |iersiste en la actualidad (1928).
-1 Krjiort... on the stale o f the woo en manufacture, pág. 8; Paritamentary
l>ehules. 1 1 , 6 6 8 .
4 «En lo que se me alcanza del sistema en vigor en el Oeste, me parece que
no tiene ninguna relación con lo que en Yorkshire llamamos sislema domestico.
1 o que >o. entiendo por sistema doméstico son los pequeños fabricantes que viven
ni aldeas o en casas aisladas en donde tienen toda sil comodidad y ejercen su
i-fiiio con un capital propio. En el Oeste las cosos son muy diferentes: la con­
dición dol artesano es allí la misma que la de nuestra» obreros de manufacturas,
uliarlc del hecho de que trabaja a domicilio. En el Oeste se le entrega la lana
partí hilarla; en Yorkshire es propiedad del pequeño (ubricanlc hasta el momento
cu if11 n la revende bajo la forma de paño.» Report,,. on lite State of the woollen
mtmufartnre, póg ‘Fió.
42 PARTE i : LOS ANTECEDENTES

más añadían a ella la ganancia que les procuraba algún trabajo indus­
trial: hilaban o tejían la lana, el algodón o el lino» x. En las cercanías
de Leeds «n o había ni un arrendatario que se ganase la vida únicamen-
tg-cultivando la tierra: todos trabajaban para los pañeros de la ciudad» 2.
y fí.a agricultura y la industria estaban a veces tan estrechamente liga ­
das entre sí, que todo aumento de actividad de una parte suponía una
disminución equivalente de la otra. Solo en el invierno, cuando el tra­
bajo de los campos se interrumpía, se podía oír en todas las chozas,
al amor de la lumbre, el zumbido diligente de la rueca. En la época de
la recolección, en cambio, la rueca descansuba, y los mismos telares, por
falta de hilo, cesaban de golpear: «Desde tiempo inmemorial, dice el
preámbulo de una ley de 1662, so lia conservado la costumbre de inte­
rrumpir cada año la tejeduría durante la recolección, a causa de los hi­
landeros que proveen de hilo a los tejedores, y uno, en esta estación,
se hallan ocupados todos en las labores del campo» 3.
Si el comerciante era rico y compraba la lana en grandes cantida­
des, se veía obligado a enviarla, para hilarla a poca costa, hasta gran
des distancias, a veces a quince o veinte leguas4. Tenía corresponsales
que se encargaban de distribuir la tarea: a veces un arrendatario, a
menudo un tabernero de aldea. Este sistema, por lo demás, tenía incon­
venientes: el tabernero se dirigía a su clientela ordinaria, y, com o le
interesaba no descontentarla, no se mostraba demasiado exigente sobre
la calidad del trabajo: los pañeros se quejaban a veces de e llo 1 5. Por
4
*3
su parte, el pequeño fabricante también se veía obligado, según ya d iji­
mos, a buscar la mano de obra fuera de su casa: a medida que se hace
sentir la influencia del capital, esta primera división del trabajo se re­
pite y se centúa 6*1
I.
0

1 R adci.ikve, W.: Origin of the neto ayxtem. oi mariiijacture, commonly called


potucr-lootn wenving, pág. 59; B amfor », S,: DutlcrJ, of South Lancashire, pági­
nas IV y V.
s Heport.. on the State nf the woollen. manufacture, pág. 13.
3 14 Car. II, c. 5.
4 Th. Crosley, de Bradford, enviaba copo» de lamí peinada hasta Kirkby
Lonsdale (en el norte del condado de Lnncaaler, ti mías 50 millas de Bradfordt
y Orraskirk, cerca de Liverpool. Véase J a m e s , J . : Ilist. of the worsled Manufacture,
págs. 254 y 325.
I Idem, ibid., pág. 312 (testimonio de II. Hall, presidente del Worsted Cosn-
mittee de Leeds). Los hilanderos e hilanderas se pagaban a destajo: una cantidad
fija de trabajo llevaba el nombre de penny; una cantidad doce veces superior,
el de shüling, nombres que, en esta acepción, perdían su sentido ordinario, pues
había un precio del penny y un precio del shilling: este último variaba entre
10 y 15 peniques. Véase Annats of Agriculture, IX, 447-49, y Norfolk Herald,
número del 14 de febrero de 1832.
II El papel desempeñado, en el curso del siglo xvm. por el capitalismo co­
mercia abriendo paso al capitalismo industrial está muy bien expuesto, con ejem­
plos tomados de la historia económica de Francia, en el artículo de SÉE, Henri:
nLeB origines de l’industrie capitaliste en Fruncen, Kevue Historiauet volu­
men CXLVIII.
I: LA ANTIG U A INDUSTHIA Y SU EVOLUCION 43

Después de haber pasado.por las manos de los hilanderos e hilan-


ilfrfts, se confía la lana al tejedor. Este conserva todavía todas las apa-
i Icncins de la independencia. Trabaja en su propia casa y con su pro­
pio telar. Desempeña incluso el papel de empresario y se encarga de
dirigir la fabricación: a menudo es él quien hace ejecutar, a su costa, el
cmdodo y la hilatura, y quien proporciona las herramientas y algunos
imite rióles secundarios de la producción '. Por lo demás, no está ligado
ttl aci vicio de un amo: no es raro que tenga en su casa tarea entregada
pur cuatro o cinco pañeros2. En estas condiciones, es natirral que se
runsiclcre no como un obrero, sino como un proveedor, que trata por
llilt buceas con un rico cliente.
Poro es pobre: cuando, de la suma que cobra, ha deducido los sa­
lín ins que tiene que pagar, le queda muy p o c o 3: si la estación es mala,
y falla la cosecha, lo vemos en un apuro. Intenta pedir un préstamo, ¿y
ii quién dirigirse sino al pañero que lo emplea? Este consentirá gus-
Imto en prestarle, pero necesita una fianza: y esta fianza será el telar
ilrl tejedor, ese telar convertido ya en instrumento de un trabajo asa-
lnt indo, y que desde ahora deja de pertenecer al productor. Es así como
ni lemas de la materia prima, el utilaje cae a su vez en manos de! ca­
pitalista. Desde finales del siglo xvu y comienzos del Xvm, esta toma
ilr )>osesión, lenta e inadvertida, se opera casi en todas partes donde
V
i'l •■istema doméstico ha sufrido un primer ataque.I De tal manera, que
rl pañero acaba por poseer la lana, el hilo, el telar, la tela, junto con el
Miulino donde se batanea el paño y la tienda donde se pone a la venta.
Kn ciertas ramas de la industria lanera, en que el utilaje era más com­
plicado, y por tanto más costoso, el embargo capitalista fue más rápido
y nims completo. Los tejedores de medias, en Londres y en Nottmgham.
pagaban un alquiler— el fram e-ren t — por el uso de sus telares: cuando
tciifmi queja de sus patronos, uno de sus procedimientos de lucha con-
mI*i !ii en romper los telares4. — . Asi, el productor, despojado poco a1

1 Kntro oíros, el almidón para el apresto y las velas necesarias para el tra-
linio ib? noche. Véase B u tte r w o k th , E.: Hist. o/ Oldham, pág. 103; G u k t , R.:
t mnpcmlivtis history, pág. 10; Journ, of the House of Commons, LV, 493. Eslos
Ins lio se refieren a la industria del algodón, donde tal práctica era mis corriente
ipin rn la industria de la lana.
’ Heport from the select committee on the petition of persons concemed in
the mutilen manufacture in the counties of Somerset, ¡Pilis and Gloucester (1803)-
l'tlrl. lieports, V, 243.
* El tejedor recibía 36 chelines por tejer 12 libras de hilo. Las operaciones
ireUmhiare» (picking, earding y rotang) le costaban 9 chelines; el hilado, a

I l |«iliii|iics la libra, 9 chelines. Le quedaban, pues, 18 chelines por un trabajo


lln iltilnce días. (Industria del algodón, 1750; véase Cl tst, R.; Compendious
hltlary, pág. 8.)
1 Eri.KfN, W.: Hist. of the machine-wrottght hosiery and lace manufactures.
lipa. II y III; H o w ell , G.: Conjlicts of capital artel labora, pág. 85. El texto más
liitiiiiMniito es la encuesta parlamentaria de 1753, en el torno XXVI ríe los Jour-
l*th «I tlw IIouse of Commons.
■VI PARTE r : LOS ANTECEDENTES

poco de todo derecho de propiedad sobre los instrumentos de produc­


ción, no puede ya vender más que su trabajo y no tiene para vivir
sino su salario.
Su condición es aún más precaria si en lugar de habitar en el cam­
po, donde la agricultura le ayuda un poco a subsistir, vive en la ciudad
donde está establecido el comerciante de paños. En este caso se encon­
trará bajo su dependencia inmediata y solo podrá contar con é l para
obtener el trabajo de que vive. En 1765 murió sin herederos un rico
comerciante de Tiverton, y hubo gran alarma entre los tejedores, que
v ya se veían privados de su sustento. Fueron en corporación al alcalde
de la ciudad y le pidieron que atrajese a Tiverton a un comerciante
y de Exeler, ofreciéndole un puesto en la municipalidad \ Esta muerte
era para ellos lo que para el obrero de hoy cS el cierre repentino de su
fábrica. Solo falta un rasgo para completar la semejanza: el obrero
trabaja todavía a domicilio, sin estar sometido a la disciplina de la
¡ fábrica, y el patrono se contenta con asegurar la sucesión y la combi­
nación de las diferentes operaciones técnicas, sin intentar dirigirlas.
Sin embargo, se va dibujando ya como un esbozo de manufactura. El'
pañero reúne los telares en su casa y, en lugar de poner tres o cuatro
en el mismo taller, como hacia el maestro artesano, junta diez o doce.
Por lo demás, sigue empleando obreros a domicilio *. Se pasa así. por
transiciones insensibles, del comerciante, que va a la lonja de paños a
comprar la tela tejida por el pequeño fabricante, al manufacturero,
dispuesto a convertirse en el gran industrial de la época siguiente.
Esta foxíBflL'de la industria, intermedia entre el sistema doméstico
y la manufactura, implica, pues, casi siempre, el trabajo a domicilio.
Por esta razón, Held la designa frecuentemente con el nombre de H a u -
dnduslrle u. P ero este término tiene el defecto de ser equívoco. La in­
dustria del pequeño fabricante ¿no es también, y en un sentido mucho
más completo, una industria doméstica? ¿No es a ella a la que cort-1

1 D unsford, M.: Histórica], memoirs o¡ the town oj Tiverton, año 1765. Se


encontrará un buen relato de este incidente en I.tt’SON: Hiu. o¡ the English
¡FoolUn and Worsted Industries, págs. 54-56.
* Ejemplos citados en el Report on lite State of the icoollcn manufacture
(1806): un pañero emplea 2 1 tejedores, 1 1 de loa cuales trabajan en su casa y
10 a domicilio: los 21 telares le pertenecen (pág. 175); otro, de un total de
27 telares, solo tiene 13 en su taller (pág. 104).
* H ei .d, A.: Zuei Bücher zur socialen Geschichte Englands, págs, .>41-43.
Esta forma de la industria ha logrado mantenerse en ciertas ramas de la produc­
ción. UasbacK recoge en la Inglaterra de hoy (1928) los ejemplos siguientes:
la cuchillería en la región de Sheííield, la fabricación de cadenas y clavos en el
•País Negro», la de encajes y géneros de punto en Noltingham, la de paja trenzada
en Bedford, la de guantes en Worcestcr y en el condado de Oxford, la de presi­
llas y botones en Birmingham y la de tejidos de seda en Macclesfield. H as-
BACII, W.: Zur Charakleristik der Englischen Industrie (Jahrbuch für Gesetzge-
bung, XXVI, págs. 1032 a 1052). Sin hablar del ejemplo bien conocido de la
industria del vestido en Londres y en otras ciudades.
1: la a n t ic u a in d u s t r ia y su EVOI.UCION ■ 15

viene mejor esta denomiitación? Lo que verdaderamente caracteriza


eite régimen no es el trabajo a domicilio: es el papel desempeñado por
el capitalista, por el comerciante que, de simple comprador, se haré
mico a poco dueño de toda la producción *.
Fue sobre todo en los condados del Sudoeste donde se desenvolvió
la potencia económica del comerciante manufacturero. Tenía su sede
en pequeñas ciudades, como Frome o Tiverton; de aquí se extendió
« los pueblós de alrededor y a toda la comarca J. No es que el Sudoeste
fuese, desde este punto de vista, una región completamente aparte: en
Ynrksliire. a corta distancia de la parroquia de Halifax. donde se con­
servaba casi intacta la independencia de los pequeños fabricantes, el
ilisliito de Bradford, por el contrario, estaba en poder de los pañeros.-
Si' luí dado una explicación bastante plausible de esta coexistencia de
Iiih dos forma» de producción3. En Bradford se tejían las lanas pei­
nadas; en ffalifax, las lanas cardadas. Ahora bien: ambas fabricacio-
iu*s diferían no solo por el detalle de la técnica, sino por el precio de
la» materias primas y el grado de aptitud profesional exigido a los
obreros. La industria de los peinados empica lanas largas, de calidad
«ulterior y de un precio elevado. La industria de los cardados emplea
lunas cortas y rizadas, menos costosas, pero de las que es más difícil
•acar partido. La primera necesita, sobre todo, capitales; la segunda,
mano de obra ejercitada y cuidadosa. Esta puede prosperar en peque­
ño» talleres libres, aquella se acomoda mejor a un régimen en el que
llene más amplia cabida el elemento comercial.
En el este de Inglaterra— particularmente en Norfolk— la industria
ile los ípeinados/era preponderante. Era allí, por tanto, donde se daban
Iim condiciones más favorables para la formación de empresas capíta-
IIMiih. Con todo, no parece que su desarrollo haya sido mucho más rá­
pido o más completo que en los condados del Sudoeste. Solo adverti­
mos la presencia de una clase completamente especial de intermediarios:
ln» mncslros peinadores 4, (¡hombres vicos y capaces», que residen en
lu» ciudades, y sobre todo en la gran ciudad de Nmwicb. El nombre1

1 liemos tomado como ejemplo la industria de la lana. Pero los mismos he-
i'lin» se muestran con no menos evidencia en otras industrias. En Nottinghant,
■n 1750, 50 fabricantes de géneros de punto poseían en conjunto 1-200 telares;
véase F kikin , W.: H isl. of the machine-wrought hosiery and lace manufacture,
p*K. R.1 . la» mismos hechos se dan en la industria del encaje, cuya técnica es
imn de las que más tardamente se han modificado. En 1770 James Pilgrira, de
I iindrcs, empleaba 2 . 0 0 0 obreros y obreras, la mayoría de los cuales trabajaba
« ilnmirilio. Joum . of the House of Commons. XXXII, 127.
* P k.koe: Toar, II, 17: «Todos los pcipicñoa Iiuiro» que rodean a Tiverton
imlñn poblado» por obreros que dependen, en Cuanto a su subsistencia, de los
mnn*lroH pañeros de Tiverton.»
n Iikciiesnk, l.aurent: L ’évolttlion écono/iiiyne ct sacíale tle (industrie de la
filóle, piÍRs, 69-71. Cf. II eaton, H.: The Ynrltsliire If'oolten nnd STonted Indus­
tries, pilan. 297 y sgs.
1 Mtislrr ramhcr.s. '
46 PARTE 1 : LOS ANTECEDENTES

que se les da indica su función principal, que es la de hacer ejecutar


el peinado de la lana, operación bastante delicada, confiada a hábiles
obreros. Una vez peinada la lana, todavía no ha terminado el papel del
maestro peinador. Tiene viajantes «que recorren el ampo en calesas
cubiertas con una baca, entregan la lana a los hilanderos y al viaje
siguiente recogen el hilo y pagan la suma debida por el trabajo reali­
zado» *. El resto de la fabricación está, como en el Oeste, en manos
de los pañeros, y su importancia se puede juzgar por el rango que
tienen. En Norwich forman una verdadera aristocracia: afectan porte
de hidalgos y llevan espada. Sus relaciones comerciales se extienden
hasta la América española, las Indias y China 2. Si se asemejan un
poco a los grandes industriales del presente, se asemejan más a los
grandes pañeros de la Edad Media, a esos comerciantes de Ypres y de
Gante, que reinaban sobre sus ricas y turbulentas ciudades como sobre
colosales casas de comercio.
Aunque se los llame manufactureros, son ante todo comerciantes,
dedicados no a fabricar, sino a comprar y a vender3. Y hay que notar
que en esta industria de la lana, la más importante de la antigua Ingla­
terra, la existencia de manufacturas propiamente dichas, de grandes
talleres colocados bajo la dirección efe tiva del capitalista, sigue sien-
do completamente excepcional hasta finales del siglo xvni. No ha sido
favorecida y suscitada como en Francia por el poder real, sino, por el
contrario, denunciada desde sus comienzos como una novedad peligro-
sa *. Si una legislación hostil no la ha impedido totalmente,, por lo me­
nos la ha retardado, fortaleciendo las tradiciones y los intereses ame­
nazados. N o solo ha subsistido la pequeña industria, sino que incluso
allí donde el productor ha perdido su independencia, las formas anti­
guas de la industria a domicilio no han desaparecido, y con los pro­
cedimientos técnicos casi inmutables mantiene la ilusión de que nada
ha cambiado.

V '

A estas diferentes fases ^e la industria, eu q ue se reconocen los


transformación gradual, correspondían otros tantos gra-
'■dos en la condición de las clases industriales. Nada sería más falso que
una pintura uniforme, aun sin haber resuelto embellecer o ennegrecer
las tintas.

1 Norfolk Herald. número del 14 de febrero de 1832. I-as referencias conte­


nidas en este artículo se recogieron de la misma Norwich en 1784.
1 Ihíd.; Baines, T.: Yorkshire, pasl and presen!, l, 677.
3 Se encuentra el mismo tipo de empresario capitalista, negociante más bien
que fabricante, en otras industrias. Véase sobre los comerciantes sastres, G al-
ton, K.-W.; Select documents illustraling the history of Tradc-Unionism, I. The
tailoring trade, págs. 46, 54, etc.
1 Véase introducción, pág. 13, ñola 3.
I: LA ANTICU A INDUSTRIA Y 31) EVOLUCION 47

Al comparar la suerte de los obreros de otro tiempo a la de los


obreros de hoy día se ha intentado a menudo exagerar el contraste.
Enn un pensamiento tendencioso, ya sea para denunciar con más fuer­
za los abusos y los males del presente, o bien para hacer volver las
imaginaciones y los corazones hacia las instituciones del pasado, se ha
hecho de la antigua industria una descripción idílica. Era ola edad de
oro de la industria» L?SE1 artesano llevaba en el campo o en la ciudad
una vida más_simple y más sana que en nuestras grandes aglomeracio­
nes modernav'-La conservación de la vida familiar protegía su morali­
dad. Trabajaba en su casa a sus horas v según sus fuerzas. El cultivo
(Ir- algunos acres de tierra que poseía o tomaba en arriendo ocupaba
Rus horas de ocio. Llevaba, en medio de los suyos, una vida apacible,
o Era un miembro honorable de la sociedad, un buen padre, un buen
marido y un buen hijos) 2. N o se podría pronunciar un elogio fúnebre
do un tono más conmovido y más edificante.
Pero suponiendo que sea enteramente merecido este elogio, solo
pudría aplicarse, en todo caso, a la industria doméstica propiamente
ilieha. a aquella cuyo tipo más perfecto hemos encontrado en la región
tic Halifax. El master manufactiirer de Yorkshire, obrero y patrono a
nn tiempo, pequeño industrial y pequeño propietario, gozaba, en efecto,
de un bienestar relativo. «N o es raro ver a un tejedor, por poco nu-
nterosa que sea su familia, ir a Halifax un dia de mercado y comprar
dos o tres grandes bueyes que le cuestan 8 ó 10 libras por cabeza. Se
los lleva y los mata para su provisión» *. Añádase a esto los pocos ani­
males que cria en su pequeño cercado o que envía a pastar al prado
'comunal, y es bastante para que no le falte carne durante todo el in­
vierno. Signo de comodidad notable, en una época en que el «buey
iwarlo de la vieja Inglaterra» era todavía un manjar de lujo para mu­
chos habitantes de los campos, y en que los desgraciados campesinos de
Escocia se veían obligados a sangrar a sus ceses para beber la sangre
iliiraulc la ninla estación4. El tejedor ríe Yorkshire fabricaba su propia 1

1 (U>Ki i.|„ The manujacturing population o¡ F.ngland. págs. 17 y sgs.


* tilnii, ihtil. Desde hace algún tiempo lodos Iob <Pie han estudiado las con-
illrlnllti itn vliln en la industria del siglo Xvm linn llegado a conclusiones idénticas
* las mirtlnn. IIkaton (The Yorkshire Woollen arui IForsted Industries, pág. 351)
eacrlhrl «M ulircrn del siglo xvm se reiría si viese con qué esplendor se adorna
hoy illa tu irltlit lidiar.» B owden , W. (IndustriaI Society in F.ngland lowards
the Fntl iiI tlie XVIIIth century, pág. 250) expresa la opinión de que «la verda­
dera rizón de la Idealización del sistema doméstico en contraposición a la gran
Industria no an halla en las ventajas o la» desventajas (pie de él obtienen los
trabajadores, slnn má» bien en el hecho do que el sistema domestico procuraba
a lai (nniilln* de los obrero» agrícolas una gananciu Recetoría que permitía a sus
patronos reducir sus talarlos,*
■■ Durot: Tn u r, 111, 1011,
1 En Brecnnshirn (País rio Gidm), en 1787, «el allutonlo de las clases pobres
rnritUlo en pan y queso, con Incite y ngiin; un puco do cerveza. Carne, nunca,
tplvo lo» domingos,» YotiNO, A,: Annuls ni /Ig r la illn r e i VIII, 50. Los jueces de
48 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

cerveza 1. Sus vestidos se conieccionaban en la casa, y el hecho de com­


prar un traje en la ciudad le parecía una señal de orgullo y de extra­
vagancia. Su género de vida era, pues, bastante confortable en su sim­
plicidad, y no es de admirar que le tuviese gran apego *1 2. Los obreros
que empleaba formaban una clase apenas distinta de la suya. A me­
nudo el obrero vivía en la casa del maestro, donde se alimentaba y
alojaba: recibía, además de sus emolumentos anuales, lo mismo que
un mozo de labranza3*. Continuaba casi indefinidamente al servicio del
mismo patronoL a menos que se estableciese a su vez en una aldea
vecina. Pero tal estado de cosas solo era posible allí donde subsistía
con sus caracteres esenciale^ la pequeña producción doméstica.)^
Desde el momento en que se acusa la separación entre el capital y_
el trabajo, la situación cambia en detrimento del productor. No siendo
ya sino un asalariado, su condición depende del tipo de su salario. A ho­
ra bien, es una idea frecuentemente expresada en los escritos económi­
cos del siglo XVIII la de que el obrero está siempre demasiado bien pa­
gado. «N o hay nada mejor que la necesidad para hacer progresar la
industria: el obrero que, después de tres días de trabajo, ve su sub­
sistencia asegurada, pasará el resto de la semana en no hacer nada y
en frecuentar las tabernas,,. La clase pobre, en las regiones industria­
les, no trabajará nunca más tiempo del que precisa para v iv ir y sub­
venir a los excesos de cada semana.,. Podemos afirmar que una dis­
minución de los salarios en la industria de la lana sería un beneficio
y una bendición para el país y no causaría un perjuicio real a la clase
pobre. Sería el medio de sostener nuestro comercio, de elevar nuestras
rentas y, por añadidura, de reformar las costumbres» 5. Tan buenos
consejos, muchas veces repetidos, no podían quedar sin ser llevados a
la práctica.
El trabajo de hilatura, generalmente ejecutado por mujeres y ni­
ños, era el peor pagado. De acuerdo con las cifras recogidas por Arthur

paz de Hampshire piden en 1795 que «e l jornalero pueda comer carne una vez
al día o al menos tres veces por semana». Annals of Agrie., XXV, 365. Véase
E dén, F . : State oj the Poor, I, 496.
1 Véase petición contra los derechos sobre la malta, Jotirn. of the Hou.se of
Commons, X X X V II, 834.
2 Report on the State of the ivoollen manufacture, pág. 10.
3 Ocho o diez libras a! año. H owei.í ., V; Conflicts oj capital and labour,
pág. 74.
1 Véase Repon on the wool.len clothiers' petition (1803). pág. 4.
3 Smith , J .: Memoirs of wool, lí. 308; I I c t t o n , W H i s t o r y oj fíirmingham,
pág. 97; An inquiry into the connection between the prese/il. high prices o] pro-
visions and the size o jarms, pág. 9.3. Citemos todavía el título significativo de un
folleto aparecido en 1764: Considerations on laxes, as they are supposed to affect
the price of labour in our manufactures. Also some reflections on the general
behaviour and disposition of the manufacluring populace of tkis kingdom; show-
ing, on arguments drawn from experience, that nothmg but necessity will enforce
labour, and that no State ever did or ever can malte any considerable figure in
trade, tehere the necessaries of lile are at a lotv price.
*
I: LA ANTrCUA IN D U STR IA , Y SU EVOLUCION 4,9

Young, entre 1767 y 1770 el salario de una hilandera variaba, según las
regiones y según los años, entre cuatro y seis peniques por día: era
aproximadamente el tercio del salario de un jornalero k Es verdad
que no era más que un sobrante del presupuesto ordinario de una fa ­
milia de agricultores. Y las condiciones del trabajo no tenían nada de
penosas. En el valle de Bradford, «las mujeres de Allerton, de Thom-
ton, de Wilsden y de todas las aldeas de los alrededores elegían un pa­
raje favorito para reunirse allí los días de sol, llevando cada una su
rueca.,. En Back-Lane, al norte de West-Gate, se podían ve r así las
ruecas alineadas en largas filas en las tardes de verano» 2. Solo en el
nnso de que los hilanderos y las hilanderas se vean reducidos para v i ­
vir al tom o y a la rueca, de que se hayan alejado de la agricultura
hacia la industria, es cuando su condición se hace realmente precaria.
A medida que se pasa de las operaciones elementales de la indus-
I ti a a las más complicadas, a las más delicadas, a las que exigen asidui-
ilmt y aptitudes adquiridas, la r-sviccial izanjón se va acentuando todavía
más. El tejedor, inclinado largas horas sobre su telar, tiende cada vez
nw'm a no ser otra cosa que tejedor. Mientras vive en el campo sigue
Alendo, sin duda, campesino y cultivador, pero la agricultura pasa a
UU segundo plano: se convierte ahora en la ocupación accesoria, cuya
lentn viene a añadirse al salario cotidiano. En cuanto al tejedor de Nor-
wleli o de Tiverton, ya no es más que un obrero cuya subsistencia solo
riABgura la industria. En qué estado de dependencia se halla con res-
inicio al patrono que lo emplea ya se ha podido juzgar. Y cuanto más
retrecha se hace esta dependencia, cuanto más sabe el patrono que el
obrero no puede pasarse sin el trabajo que le da, tanto más desciende
el nivel de los salarios.
En los pueblos del Oeste, los tejedores, todavía apegados a la tie­
rna »o ganaban bastante bien la vida. En 1757, un tejedor de Glouces-
I i M h I i Ii t , ayudado por su mujer, podía ganar, cuando ]a obra daba de

• I. ile 13 a 18 chelines por semana: dos a tres chelines por d ía ; esto


em, por otra parte, mucho más que el salario medio, que verosímil-
nn'nle «e aproximaba a la cifra de 11 a 12 chelines, apuntada algunos1

1 lloglón de Leeds, de 2 chelines 6 peniques a 3 chelines por semana (North


ilj Mlif/land, t, 139); Lancaster, 3 chelines 3 peniques por semana (ibíd., III, 134);
l'iimnx, 4 0 5 peniques por día (Southern counties, pág. 65); Suffolie, 6 peniques
|lfif [lío (ibíd., pág. 58), J ames , J.: Hist. o¡ the worsted mami/acture, pág. 325.
hita, para la industria de las lanas peinadas, cifras muy próximas n éstas: «U n
llliWl liilnndero, trabajando desde eL lunes por la mañana ni sábado por la no-
l’ ho, podía gn'har 2 chelines 6 peniques (6 peniques por día).,. Una muchacha de
IplIilOO anos podría hilar 9 ó 10 madejas (hanks) do hilo por din, o medio peni-
ilitn Im madeja» (de 4,5 a 5 peniques). Para la comparación con los salarios
iigrínoln», véase Youwc, A.: Southern counties, págs. 01-02, 151, 154, 157, 171,
lito. W , 260, y North of England, I, 172, 312-13; III, 24-25, 277, 345. Cuadro ele
i » ipi|uiiio , ¡bit!., IV, 293-96. ’
** IamiíS, ,|.: Continttmion lo the history oí Bmdjord. pág. 221.
MAWllllX, 4
50 PARTE t : LOS ANTECEDENTES

años más tarde por Arthur Young '. En la región de Leeds, donde la
aglomeración industrial era más densa, un buen obrero ganaba unos
diez chelines seis peniques por semana; pero la frecuencia de los pa­
ros forzosos reducía este salario a una media de ocho chelines2. En
Norfolk, donde la industria de la lana peinada daba al capitalista un
papel preponderante, el salario descendía más bajo aún: en el mismo
Norwich era de seis chelines— apenas un chelín por día— 3. Así, a
medida que se pasa de la industria dispersa, mezclada todavía con la
agricultura, a la industria con un grado superior de concentración y
de organización no solo disminuye la independencia del trabajador,
sino también sus recursos; la abundancia de la mano de obra por una
parte, y por otra parte la dificultad creciente para el obrero de encon­
trar fuera de su oficio medios de subsistencia, son las causas de ello.
Solo ciertos obreros cuya tarea especial exigía una mayor habilidad pro­
fesional, tales como los peinadores de lana y los tundidores de paños,
estaban mejor pagados y podían defender más fácilmente su salario.
La mayoría de los males de que se quejan hoy día los obreros de
la gran industria ya los conocían los obreros ingleses a principios del
siglo x v iii . Recorramos la lista interminable de las demandas presenta­
das al Parlamento por los obreros sastres *4. Se quejaban de la insufi­
ciencia de los salarios56 . Se quejaban del paro forzoso: «los patronos
■3
nunca les dan trabajo más que durante la mitad, o, a lo más, las dos
J
terceras partes del año; es claro, para toda persona imparcial, que para
los que tienen mujer e hijos es imposible subsistir todo el año me­
diante un salario tan precario, cuya media apenas sobrepasa de 15 ó 16
peniques por día» e. Se quejaban de la competencia de los aprendices.
reclutados en masa en los campos: «Los maestros sjistics, para procu­
rarse trabajo barato, hacen venir do los pueblos gran cantidad de mu­
chachos novatos e inhábiles, demasiado felices de aceptar escasos sala­
rios» 7. Se quejan de la dureza excesiva de las jornadas: uEn la mayoría

A.: Southern counties, pág. 270.


1 Y o i /nc ,
a Idem, North oj England, I, 137-38.
3 Idem. Southern counties, pág. 65; James, J.: Ilisl. o¡ the ivorsted mana
jacture, pág. 278. i
4 Véanse los textos recogidos por Calton, F. W.: Selecl documents Mustroting
the history oj Trade Unionism: 1. The tailoring Irade. .
4 En 1720, 1 chelín 1 0 penique» por día (C alton , pág. 13). En 1721, de
1 chelín 8 peniques a 2 chelines, ¡>or acia del Parlamento (7 Ceo. I, st. I. c. 13).
En 1751, de 2 chelines a 2 chelines 6 peniques (C alton, pág. XXXV). En 1763.
de 2 chelines 2 peniques a 2 chelines (< peniques (decisión de la sesión trimestral
de los jueces de paz de la ciudad, confirmada pnr el acta 8 Ceo. IU, c. 17)-
En 1775. 3 chelines (C alton, pág. 8 6 ).
6 The case o f the journeymen tailors in and about the cilies o j London and
lVestminster, 1744. Según un pamphlet de 1752, «desde San Juan a San Miguel. .
los sastres tienen poco o ningún trabajo: en total no trabajan más de treinta y
dos semanas al año». The case oj the journeymen tailors and journeymen stay-
makers, pág. 1 .
7 lbíd., pág. 2.
I: LA ANTICUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 51

<|i< los oficios se trabaja desde las seis de la mañana a las seis de la
liutlr, |>i’ro las jornadas de los obreros sastres tienen dos horas m ás1.
Kit invierno trabajan varias horas con velas: desde las seis de la ma-
iiima hasta las ocho pasadas... y desde las cuatro hasta las ocho de la
noche... De permanecer sentados tantas horas seguidas casi doblados
|uu lu mitad sobre la mesa, de inclinarse tanto tiempo sobre su labor
al resplandor de las velas, su ánimo se agota, sus fuerzas se consumen
y muy pronto su salud y su vista se debilitan...» 1 2. Y la mayoría de
ellos, lo mismo que el obrero de hoy, no tenía esperanzas de elevarse
por encima de su condición.
Esta condición, por lo demás, no era peor que en el siglo prece-
ilrnlc; más bien se había mejorado. El precio de los artículos que du-
uuili- cincuenta años permaneció cxcepcionaltnenle b a jo 3 contribuyó
en mucho a este innegable progreso. Casi en todas partes el pan de tri­
go sustituyó al pan de cebada o de centeno, «que no se miraban sino
huí una especie de repu lsión »4* . El consumo de carne, todavía tan li­
mitado. lo estaba menos, sin embargo, que en ningún otro país de Eu­
ropa \ Incluso empezaba a introducirse en las chozas un producto de
lujo o que al menos se consideraba como tal: el té, traído del Extremo
t (líente por los navios de la Compañía de las Indias*. Pero el bienes­
tar relativo de que son indicio cierto estos hechos era de lo más ines-
loliln. Bastaban para hacerlo desaparecer algunas malas cosechas que
i «indujesen al alza de los precios7. En un gran número de localidades,
lu división de los bienes comunales, que destruyó para siempre la alian­
za tradicional de la pequeña propiedad con la pequeña industria, bastó
juma hacer insostenible la situacióh de los obreros rurales y empujar-
In» rn masa hacia las ciudades.

1 1Inula lu ley de 1768 (8 Geo, flf, e. 17), que redujo el número de horas
«lu Induljo ¡i trece (de seis de la mañana a siete de la larde).
* '/'/ir rrt.se oj the journeymen tailor.s and journeymen sl.aymakers, pág. 2.
* Segó o T oynbee, A .: Lectores on the industrial revolution, pág. 67. el pre-
i lo mi-iliii drl trigo, en el siglo xvlr. era de 38 chelines 2 ¡reniques, y el salario
iiindlii de un jornalero de 103/4 peniques. De 1700 a 1760, el precio medio del
irlgu era ilr 32 chelines, y el salario medio de un jornulero de 12 ¡teniques.
4 V o i i n c , A.: The farmer's letters to the peopte of England, I. 207. Con
ludo, rn Ina regiones más pobres (por ejemplo, los valles de Cumberland) él pan
blanco sigue siendo, hasta finales del siglo xvm, un manjar solicilado que solo
• parere <>n la mesa en los días muy señalados. Véase Edén, F.: State, of the
¡mor, 1, .Vid,
* ViiDnc, A.: Trovéis in Franco, cd. de 179.3, II, .'i!3. »No había tejedor
lilni • It«nido que no hiciese cuestión de honor el poner un ganso en su mesa
en la <«unida «leí domingo.» Norfolk Herttld, m'inicro drl 7 do lebrero de 1832.
* lnifHiriación de té en Inglaterra; en 1711, M2.000 libras, rn 1760, 2.516.000.
Nirnoii.s, Sir Geo.: History of the F.nglish poor late, II. 59. El aumento del
• iiiitiiUii» «lo té parece haber celado en relación con una disminución del consumo
di' leilie, «pie se había licclio deuiiisiadu contusa para las familias de los jorná­
lelos, II akiiacii: History o/ the Engtjsh agriculturaI Inhonrer, pág. 128.
7 E« lu que so produjo en 1765 y 1775.
52 PARTE l: LOS ANTECEDENTES

La mayoría de los obreros trabajaba a domicilio o en pequeños ta­


lleres. Esta circunstancia ha dado lugar a singulares errores. Es una i
ilusión común y bastante natural el representarse el trabajo a domicilio
como menos penoso, más sano, más libre sobre todo que el trabajo
de la íábrica, bajo la mirada del capataz, al ritmo jadeante del vapor.
Sin embargo, es en ciertas industrias caseras donde se perpetúan, en
nuestro tiempo, los procedimientos de explotación más despiadados. Es
en ellas donde se ha llevado a la perfección el arte de extraer de una
criatura humana la suma de trabajo más abundante mediante el más redu­
cido salario. La industria de la confección barata en el este de Londres
ha sido citada con frecuencia como la que ofrece los ejemplos más tí­
picos de este régimen de opresión económica, ni que se ha dado el nom­
bre de sweating system. Ahora bien, esta industria no está concentrada ,
en grandes establecimientos. Apenas hace uso de las máquinas: el ni­
vel irrisorio de los salarios las hace casi inútiles. Estos hechos son hoy
día demasiado conocidos para que sea uecesario insistir sobre ellos; y
las descripciones que se nos han dado sobre los tugurios horribles donde
viven y trabajan los obreros del sweating system constituyen la mejor
apología de la manufactura y de la fábrica. Es en las industrias domi­
ciliarias donde se mantienen durante más ticmrto los antiguos abusos:
por ejemplo, el pago de los salarios en especie, prohibido desde 1701
por un acta del Parlamento, subsistió en la industria del encaje du­
rante cerca de ochenta años; fue menester una nueva ley que decretaba
penas severas para poner fin a esta práctica abusiva, que privaba a las
encajeras de una parte de su ganancia
V' Ea gran industria moderna no lia creado de golpe 1 proletariado
industrial, como tampoco ha creado la organización capitalista de la
producción. Lo que ha hecho lia sido acelerar y rematar una evolu- !
ción comenzada desde hace mucho tiempo^ Desde el pequeño produc­
tor, a la vez patrono y artesano, hasta el obrero asalariado de la manu­
factura, se podrían encontrar todos los intermedios entre la independencia 1
y la sujeción económica, entre la fragmentación extrema del capital y |
de la empresa y su concentración ya avanzada. Y , por lo demás, al
lado de la industria doméstica todavía suhsistían los restos de un estado
de cosas más antiguo y al que es más difícil atribuir méritos imagina- ,
ríos. Cuando la servidumbre fue aholida en Francia por la Asamblea
Constituyente, apenas si acababa de desaparecer de la Gran Bretaña, j

1 El acta 1 Anne, c. 18 prohíbe pagar ile otra manera que no sea en mo-
neda legal a los jornaleros y obreros, so pena de «na multa doble del importe de |
los salarios debidos. El pago en especies (o iruck system) en la industria del
encaje constituye el objeto del Acta 19 Geo. Ul, c. 19 (1779). La exposición de
los motivos se inicia así: ^Resultando que la coslumbrc de pagar en mercancías,
y no en metálico, todo o parte del salario de las pcisonas empleadas en la fa­
bricación de encajes causa un serio perjuicio a las citadas personas y amenaza
desalentar a la citada industria...» Una primera contravención debía castigarse
con una multa de 10 libras; la reincidencia, con seis mosca de encarcelamiento.
la ANTICUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 53

l.i i» obreros de las minas de hulla y de las salinas escocesas siguieron


üli’iido siervos, en el sentido más completo de la palabra, hasta 1775.
Vinculados de por vida al suelo de las minas y de las salinas, podían
»m vendidos con ellas. Incluso llevaban una marca exterior de su escla­
vitud: un collar en que se grababa el nombre del propietario \ La ley
i|in» puso fin a esta supervivencia de un pasado bárbaro no tuvo ¡deno
alerto más que en los últimos años del siglo XVIII 2.

VI

^ Iwi historia de los conflictos entre el capital y el tñtbajo es lo que


lunjiir hace comprender la evolución económica anterior al adveni-
(í miento de la gran industria. Estos conflictos no han esperado al maqui-
|#tl»rno y a las fábricas, ni siquiera a las manufacturas, para producirse
I^HNiniMitemente y con violenci¿£l)csde el momento en que los medios
■li< producción dejan de pertenecer al productor, desde que se forma
iiun dase de hombres que vende trabajo y una e l f 1 ' unbres que lo
Hirri|ira, se ve manifestarse el antagonismo inevitablelí^El hecho esen-
p ial, sobre el que nunca se insistirá demasiado, es el divorcio entre el
piinluctor y los medios de producción. La concentración de la mano de
nbift en la fábrica y el crecimiento de las grandes aglomeraciones in­
dustriales han dado más tarde a este hecho de primer orden todas sus
«niKROuencias sociales y todo su valor histórico; pero es anterior a
i'lttw, y sus primeros ef ctos se hicieron sentir mucho antes que la re­
volución técnica viniese a rematarlo.

1 II iiií iviiviiK, David: The industríe/: o¡ Scotland, pág. 5.


* K» r,l Acta 15 Geo. III, c- 28 (1775). La exposición de los motivos es bas-
l lnln i i i i i Íiih:i : las consideraciones humanitarias solo ocupan un lugar secundario;
»" 11 ni iilin sobre todo, al parecer, de asegurar el reclutamiento de los obreros:
i Nn Imy iimlic que no se desanime y desista de aprender e) oficio de salinero,
¡i al da minero, sabiendo que quienquiera que trabaje durante un año en las minas
« «n lita su Unas es retenido allí para el resto de su vida. De ahí viene que no
s* un. iirulre en Escocia el número de hombres suficiente para extraer las can-
I|iI«<Im iM-ccaarias de carbón y de sal: muchos yacimientos de carbón reciente-
im illa i| «'•cubiertos permanecen sin explotar y un gran número de otros son mal
»'|>liitmln«; lo mismo ocurre con las salinas, con gran detrimento de los propie-
Inilna y riel público... La emancipación y la puesta en libertad de los mineros
i ••Huero» escoceses por medidas graduales y bajo condiciones razonables, con
iu*»i i Iliciones que impidiesen que nadie pueda caer en lo sucesivo en tal estado
di Servidumbre, serían el medio de acrecentar el número de los obreros mineros
i «atlneru*, con gran ventaja del público y sin causar ningún perjuicio a los
hiuiilitlntios actuales, y harían desaparecer el oprobio que lleva consigo el man­
tenimiento de un régimen de esclavitud en un p aís de libertad.» El plazo máximo
tíi-iylsio pura el cumplimiento de las medidas de emancipación era de doce años.
I'i-to, de lincho, este sistema se mantuvo parcialmente a pesar de la ley de 1775,
li> lili* hito nrjcetiario una nueva ley en 1799 (39 Geo. III, c. 56). Véase Ham-
fcp-Niv, .1, l„ y B.: The shilled labonrer, pág. 12, núm. 1.
5-1 PARTE l: LOS ANTECEDENTES

Se presenta ahora una objeción: para llegar a sus orígenes, ¿o nos


vemos obligados a remontarnos indefinidamente en el pasado? La histo­
ria de las coaliciones y de las huelgas, ¿no es tan antigua como la
historia misma de la industria? Sidney Webb y su esposa han tenido
que resolver esta misma dificultad al comienzo de su Historia del Trade
Unionism o, y la solución que le han dado viene a confirmar nuestras
precedentes observaciones. La cuestión se les planteaba a ellos bajo
una forma un poco diferente: se trataba de aclarar los verdaderos orí­
genes del movimiento sindical inglés. Según estos autores, no se puede
citar un solo ejemplo auténtico de Trade Unión antes del siglo x v iii /
Toilos los hechos alegados en apoyo de ln tesis contraria se refieren, o
bien a los gremios o corporaciones— que, en realidad, eran algo muy
distinto de los sindicatos obreros— , o bien a coaliciones efímeras, fo r­
madas con ocasión de un. conflicto particular *l . En tanto que entre el
patrono v el obrero, que trabajan al lado uno del otro, la diferencia
sea insignificante, y en tanto que el compañero conserve la esperanza
de llegar a ser maestro, las querellas o las revueltas siguen siendo
hechos aislados y sin gran alcance. Solo cuando se está en presencia de
dos clases de hombres muy distintas, la de los capitalistas por una par­
te y por otra la de los obreros asalariados, cuya inmensa mayoría está
condenada a no salir nunca de su condición, es cuando la oposición
tiende a convertirse en constante y normal, cuando las coaliciones tem­
porales se transforman en sociedades permanentes y cuando las huelgas
se suceden como los episodios de una lucha continua.
La dominación de los comerciantes manufactureros, sobre todo en
el Sudoeste, provocó bien pronto la resistencia de los obreros. Uno de
los documentos que lo atestiguan es una curiosa canción popular, com­
puesta, según parece, bajo el reinado de Guillermo de Orange. Se titula
[ a s delicias del ¡x w e r o 2 y pone en boca del patrono la propia confe­
sión de lo que le reprochaban sus obreros:
«D e todos los oficios que se ejercen en Inglaterra — No hay ni uno
que alimente a su hombre más pingüemente que el nuestro. — Gracias
a nuestro comercio, estamos tan bien situados como los caballeros. —
Somos gente ociosa, y llevamos una vida jo v ia l.— Amontonamos te­
soros. ganamos grandes riquezas — A fuerza de despojar y exprimir a
las pobres gentes. — Así es como llenamos nuestra bolsa. — N o sin
atraer más de una maldición.

1 W edb. Sidney y Beatrice: Hisl. oí Trade-llnionism, págs. 11-20. La teoría


de la transformación de los gremios en Trade Uníons ha sido sostenida por
BreNTANo, L.: On the history and developmcnt of gilds and the origin of Trade
Vnions y Die Argeitergilden der fíegennart. vol. 1, caps. 1 y II. Véase también
HowELL, G.: ConfHcts oi capital and labour.
1 The Clothier’s Delight. He aquí el título completo: l.as Delicias del Pañero
o el Goio del Rico y la Pena del Pobre, donde se pinta la malicia con la <¡ue un
gran número de pañeros, en Inglaterra, rebajan los salarios de sus obreros.
Véase B orNley, Wool and woolcombing, págs. 160-hl.
I¡ LA ANTICUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 55

nl'iii todo el reino, en los campos como en la ciudad, — Nuestra


|inlii«lt¡o no corro el riesgo de languidecer, — En tanto que el peina-
ilin de Innii sepa manejar su peine, — Y en tanto que el tejedor haga
tiiitlni su telar.— Al batanero, y la hilandera, todo el año sentada a su
illneri,— Les liaremos pagar caro el salario que ganan...
•i,,. Y primero a los peinadores, los reduciremos'— De ocho groáis
la* veinte libras a una media-corona L — Y si murmuran, y dicen: «¡E s
il< innslmlo p o c o !», — Les daremos a elegir entre eso y ningún trabajo.—
I ci limemos creer que el comercio no va bien-, — Nunca han estado
Iriu ulules, |>ero ¿qué nos importa?...
"Unremos trabajar a bajo precio a los pobres tejedores.— Encon-
I un pililo» (Infectos, los haya o no los haya, con el fin de recortar más
mili mi mnIlirio.— Si los negocios van mal, lo notarán en seguida; —
I' it ii *1 mejoran, nunca sabrán nada. — Les diremos que el paño ya no
i’ inln ii los países de ultramar — Y míe nos tiene sin cuidado el que
i'iintimie vendiendo...
■ Liego les tocará el turno a los hilanderos: — Les haremos hilar
tn,s III nns de lana en lugar de dos. — Cuando nos traen la labor, se
i|ii'l'iii, Y nos dicen que con su salario no tienen para v iv ir .— Pero
*1 fu lili solamente una onza de h ilo ,— N o nos apuramos por descon-
I a i Ir > lies peniques...
SI está bien pesado, y nos suplican que les paguemos: «N o tene-
iii'i» dinero — les direm os— ; ¿qué queréis recibir en su lugar? — Tene-
*iiih* pon y ccrd* salado y buena manteca,— Harina de avena y sal, con
•luí liiitm buena comida.; — Tenemos jabón y velas para alumbraros,—
\ lili do que a su luz podáis trabajar, mientras os dure la vista...» a.
'Cumulo partimos para el mercado, nuestros obreros se alegran; —
(V ii, niimilo volvemos, ponemos cara triste. — Nos sentamos en un
|ll|"i|U, nomo si tuviésemos náuseas.— Les decimos que nos vemos for-
pitilii" a mui limar hasta un penique. — Ensalzamos la pobreza antes de
Iw iii iii'ii'sidad de ella.— ¡ Y así los halagamos lindamente!
«^1 inii dientes habituales de una taberna, — Cuidamos de enten-
diMii,i„ i un (a tabernera: — Hacemos las cuentas de acuerdo, y recla-
«•«■rfiK-i |»>i nuestra parte— Dos peniques por cada chelín, y ya sa*
bionui* obtenerlos. — P o r estos medios ingeniosos es como engrosamos
iii|i,'itin fui luna. — Pues todos son peces qtie caen en nuestras redes...
>iA*l es como adquirimos nuestro dinero y nuestras tierras — Gra-
• bu n pobres gentes que trabajan noche y dia. — Si no estuviesen ahí
piiiu pemil con todas sus fuerzas, — Podríamos ir a ahorcarnos, sin
niil» ii t má», — Los peinadores, los tejedores, los bataneros también,— 1

1 l il iirntit es la pieza de plata de 4 peniques. La metliu corona vale 2 clle-


IlllM y lili'<lio, n .10 peniques. ,
* Alusión al Irttrk system.
56 PARTE 1 : LOS ANTECEDENTES

Con los hilanderos que se extenúan por un salario ín fim o ,— Gracias a


su trabajo llenamos nuestra bolsa,— N o sin soportar más de una mal­
dición ...»

Hemos tenido que citar la mayor parte de este texto, a pesar de su


longitud, sus repeticiones, sus torpezas de expresión, por lo demás tan
características, tan evidentemente marcadas por un sello popular. Se
creería oír el lenguaje de los hombres que, en las miserables tabernas
donde se reunían, al acabar la jornada, fueron los primeros en soñar
con unirse para resistir a la opresión patronal, y cuyos conciliábulos
fueron el germen de las Trade Unions L
Entre los obreros que lograron organizarse más pronto hay que
citar a los peinadores de lana. Es de señalar que los movimientos de
resistencia metódica no nacen, de ordinario, entre los más agobiados,
sino, por el contrario, entre aquellos que, habiendo conservado más
independencia, soportan más penosamente la sujeción y tienen también
más fuerza para rechazarla. Los obreros peinadores tenían en la indus­
tria de la lana un puesto aparte: las operaciones especiales de su oficio
exigían cierta habilidad adquirida z. Era bastante difícil reemplazar-

«Según Adam Smilh, «es raro que las gentes de oficio se reunieran, incluso
para pasar el ralo y divertirse, sin que su conversación tuviese por resultado
alguna coalición contra el público o algún arreglo con miras a obtener salarios
más elevados». Tenemos la prueba positiva de que una de las más antiguas Trade
Uflions salió de una reunión de los obreros «para beber juntos, como camaradas,
una'~piiilá de cerveza» ( ’.o take a social pint o/ poner togtther). Con más fre­
cuencia todavía es una huelga tumultuosa lo que da nacimiento a una organización
permanente. En algunas partes vemos a los obreros reunirse para dirigir una pe­
tición a la Cámara de los Comunes y juntarse de cuando en cuando para continuar
su agilnción, ya sea en favor de algún reglamento nuevo o bien para el mante­
nimiento de una ley existente. En oíros casos vemos a los obreros de un oficio
frecuentar ciertas tabernas a donde van a informarse de los puestos vacantes, y
la oficina de colocaciones se convierte así en el centro de una organización obrera.
A veces lambién los obreros de un mismo oficio declaran que «es una antigua
costumbre, en esle reino de la Gran Bretaña, el que los artesanos se junten y
se unan en sociedades para el desarrollo de una mutua amistad y ríe la verdadera
caridad cristiana», y establecen un club para distribuir socorros en caso de en­
fermedad y asignaciones funerarias; esle club, invariablemente, llega a discutir
el tipo de salarios ofrecido por los patronos y poco a poco se convierte en una
—Trade Union con funciones de asistiencia mutua. Por último, si el oficio es de
esos en que los obreros tienen que desplazarse frecuentemente para buscar traba­
jo, asistimos a la lenta elaboración de un sistema que tiene por objeto acudir en
ayuda de estos vagabundos (tramps) en cada ciudad por la que pasan; después
esta sociedad de obreros viajeros, extendiendo su acción por una gran extensión
del país, se transforma gradualmente en Unión nacional.» W ebb, S. y B.: Hislory
o/ Trade Unionism, págs. 22-27.
2 El peinado se bacía, naturalmente, a mano. Los peinadores «desmotan la
lana, la baten, la desmotan de nuevo, la limpian y la tuercen, la acuchillan y la
abren bien, la engrasan, es decir, la rocían y la frotan con aceite, a menos que
la peinen con manteca, y la peinan mojada. En seguida se tiñe, si es que se ha
de someter a esta operación; en caso contrario, se lava la lana por segunda vez,
■ e la vuelve a peinar y, finalmente, se la lava por última vez. Solo entonces sale
t
t: LA ANTIGUA* INDUSTRIÉ V SU EVOLUCION 57

loa, en razón de su pequeño número 1; y como tenían el hábito de


buscar trabajo de ciudad en ciudad a, no se hallaban a la merced de
un patrono o de un pequeño grupo de patronos. Estas circunstancias
explican el nivel relativamente elevado de sus salarios* y la precoci­
dad de su organización. S
Desde 1700 los peinadores de lana de Tiverton formaban una so­
ciedad de socorros mutuos, que tenía al mismo tiempo los caracteres
rlc*- una coalición permanente *. Poco tiempo después el movimiento,
comenzado quizá en varios puntos a la vez, se generalizó gracias a los
hábitos nómadas de los obreros peinadores; la «corporación sin carta»
ilo los woolcombers extendió bien pronto sus ramificaciones por toda
Inglaterra y se creyó lo suíiciente fuerte como para intentar regla-
inrntur la industria. «Nadie debía aceptar trabajo por debajo de cierto
•alario; ningún maestro debía contratar peinadores de lana que no
formasen parte de la Sociedad; si lo hacía, todos los demás obreros,
do común acuerdo, rehusaban trabajar para é l; suponiendo que em­
picase una veintena, los veinte se iban a la vez, y, con frecuencia, no
contentos con cesar el trabajo, injuriaban al buen hombre que quedaba
en el taller, le pegaban y rompían sus herramientas» s.
Muchas de estas huelgas nada tenían que envidiar a los conflictos
más violentos del siglo xrx. En 1720 los pañeros de Tiverton querían
hacer traer de Irlanda la lana peinada necesaria para la fabricación de
los sargas; los peinadores, cuyos intereses estaban directamente amena­
zados, trataron de impedir por la fuerza esta importación que los arrui­
naba. Irrumpieron en las tiendas de los pañeros, se apoderaron de las
lunas de procedencia irlandesa, quemaron gran cantidad de ellas y coi­

rlo Iiib manos del peinador». Encyclopédie Métliodique, art. «Peignage», Manu-
flnUilres, II, 264; James, J.: Hist. of the worsted manufacture, pág. 259. Para
nuil descripción completa de los procedimientos de peinado con anterioridad a
lili máquinas, véase H eaton : The Yorkshirc woollen and worsted industries,
liltgN. 332-34.
1 Según Bischoff ( A comprehensivo history o j the woollen and worsted
nuintifiicturc, I, 185), se contaban dos peinadores por cada siete tejedores. De
uminrilo con Haynes, J. (Provisión jor the poor, or a view of the decaved State
nI the woollen manufacture (1715), pág. 9), la transformación de 240 libras de
lana en tejido de worsted empleaba durante una semana 250 hilanderas, 25 te­
jedores y solo 7 peinadores.
• Véase Journ. of the House of Commons, XLIX. 323.
B Filtre 1760 y 1770 el salario de un peinador de lana variaba entre 10 y 12
chelines por semana (es lo que ganaban los tejedores mejor pagados). Véase
Y u i i n c . A.: Norlh of England, I, 139; II, 134, y Southern counáes, pág. 65.
No’ hay que olvidar que su trabajo era duro y malsano, pues se realizaba cerca
ils una estufa de carbón de madera ( comb-pot) que servia para entibiar la lana
y tuna calentar fuertemente los dientes del peine, lo que llenaba la habitación
da cuín naciones deletéreas. Véase H eaton, ob. cit., púg. 334.
1 lEcbb M SS, General History, I, Woollen Trmte.
* A shorl essay upon trade in general (1741), citado por James, J.i Hist. of
lh* mnrstcd manufacture, pág. 232. '
5fl PARTE I : EOS ANTECEDENTES

garon el resto en los rótulos «como trofeos de victoria». Muchas casas


fueron atacadas y defendidas a tiros; los alguaciles no consiguieron
restablecer el orden sino después de una batalla en regla L La misma
contienda se renovó en 1749. Hubo una larga y terrible huelga: los
peinadores de lana habian jurado resistir hasta la capitulación com­
pleta de los pañeros y de los tejedores que aceptaban emplear los pei­
nados irlandeses. Su actitud fue primero bastante tranquila, después,
tras haberse agotado sus fondos de huelga, sus sufrimientos los empu­
jaron a las violencias, a las amenazas de incendio y de muerte. Se
produjeron sangrientas refriegas, y el ejército tuvo que intervenir. Los
comerciantes hicieron entonces algunas concesiones, ofreciendo limitar
la importación; |iero los peinadores rehusaron y hablaron de abando­
nar la ciudad en masa; un gran número puso en ejecución su amenaza,
en gran detrimento de la industria lo c a la.
Los tejedores no lardaron en seguir el ejemplo de los peinadores
de lana, y aunque peor armados para la lucha, sus asociaciones fueron
muy pronto bastante fuertes para causar a los pañeros serias alarmas.
Es también en los condados del Sudoeste donde encontramos la huella
más antigua de su existencia y de su acción; en 1717 y 1718 varias
peticiones denunciaron al Parlamento la coalición permanente formada
por lo« tejedores en los condados de Devon y de Somerset1 *3; una pro­
clama real reprobó solemnemente «estas sociedades y estos clubs ilega­
les que se han permitido, con desprecio de la Ley, hacer uso de un
sello común y obrar como cuerpos constituidos (b o d ie s corp orate).
promulgando e intentando imponer ciertos reglamentos, por los que
pretenden determinar quién tiene derecho a ejercer el oficio, cuántos
aprendices y obreros debe tomar a su servicio cada patrono, así como
el precio de todas las mercancías, la calidad de la materia prima y los
prodecimientos de fabricación» *. El efecto de esta proclama— lo que
no debe sorprendernos— fue absolutamente nulo; así, algunos años des­
pulís, el Parlamento tuvo que recurrir, ante la demanda de los pañeros,
a medidas de represión más enérgicas. En 1725 se votó una ley que
prohibía a los tejedores toda coalición «form ada con miras a regla­
mentar la industria o a obtener un alza de salarios»; los delitos de
huelga eran castigados con penas severas, que en caso de violación de
domicilio, de destrucción de mercancías o de amenaza contra las per-

1 IIardinc: Ifistory of the tourn of Tiverton, I. 95. Sobre los motines de los
tejedores de Willshire, en 1739, véase Smith, S.: Afemoirs of wool, ü , 78-79.
Sobre las huelgas de los peinadores de lana de Yorksbire, véase HEaton:
Yorkshire woollen and tcorsted industries, pág». 318 y sgs.
3 H ardinc, I, 113-14. Análogos hechos tuvieron lugar en la región de Nor-
wich: en 1752 los peinadores de lana, amenazados de una reducción de salarios,
abandonaban la ciudad y se retiraban a una especie de Monte Aventino, en
fWkheath. Gentleman’s Magazine, XXII, 476.
3 loiirn. o¡ theHouse of Conimons, XVIII, 715;XX, 268, 598, 602.
* W ebb: ffist. of Trade Unionism, pág. 29.
I: LA ANTICUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 59

nonas, llegaban hasta la pena de deportación y la pena de muerte *.


Pese al terror que estos castigos debian inspirar, las coaliciones de
tejedores se mantuvieron y duraron 1 *3. En cambio, en Yorkshire, donde
se había mantenido el sistema doméstico, solo hicieron su aparición con
rl maquinismo.
La industria de la lana, lo mismo en este orden de hechos aue en
los que hemos examinado anteriormente, solo nos proporciona un ejem­
plo entre otros muchos. Y a hemos citado las quejas de los obreros
Rastres, conservadas en un gran número de folletos o [>eticiones. Desde
1720, «en número de siete mil y más», se unieron en Londres para
obtener un aumento de salarios y una disminución de la jornada de
trabajoa. En varias ocasiones, especialmente en 1.721 y 1768, Vemos
intervenir al Parlamento; la primera vez las medidas tomadas logra­
ron intimidar a los obreros, que, temiendo el hard labour o alista­
miento forzoso, no osaron durante mucho tiempo reanudar su agita­
ción. Después se renovó el movimiento y se multiplicaron las huelgas;
una comedia, representada en 1767 en el teatro Real de Haymarket,
pone en escena una de estas huelgas, y nos muestra a los muchachos
sastres reunidos, para ponerse de acuerdo, en la taberna del Cerd o
Acorazado o en la del Ganso y de las Parrillas; en el acto siguiente
asistimos a una batalla entre huelguistas y no huelguistas en el centro
mismo del Strand4. La historia de los tejedores de géneros de punto
(fram ew ork -k nitters) no es menos interesante. La existencia de una cor­
poración, cuya carta había sido concedida en 1663 y que comprendía

1 12 Ceo. I, c. 34. Los considerandos reproducen aproximadamente los tér­


minos de la proclama real de 1718. El mismo aíio (1725) una decisión de la
sesión trimestral de la justicia de paz, en Mancltesler, recordaba el texto de una
loy del siglo xvi (2 y 3 Edw. VI, c. 15) que prohibía «a Imlos los artesanos,
obrero» y jornaleros» formar coaliciones contra sus pul runos bujo pena de 10 li­
bra» ele mulla o veinte días de cárcel para la primera contravención; 20 libras
de mulla o la picota en caso de reincidencia, y a la tercera vez 40 libras de
mulla o la picota y una oreja cortada. Véase L oen, K.: Store of the poor, III, ex.
Medida» semejantes a las de la ley de 1725 fueron decretadas en 1756 y 1757
por las leyes 29 Geo. II, c. 33 y 30 Geo. II, c. 12.
3 Véase Dechesne, Laurent: Evolution iconomitjue et sociale ile f industrie
de la laine en Angleterre, pág. 153. Webii, S. y B .; ifistory of Trade Unionista,
páp¡. 29. En Lancashire los tejedores de alamares y trencillas de lana empezaron a or­
ganizarse en 1756 y los obreros de un mismo «comerciante maniiíaclurcrn» formaban
una agrupación a la que llamaban «sbop«. Véase Daniels, G. W.: The ettrly Engluh
coiton industry, págs. 43 y sgs., con citas sacadas del Small toare toearrHs apolog >
(1756), y Pt.KClVAL, T.: Lelter lo a friend, accasioned hr the late disputes bel-
ween the check-makers of Manchester and their weaver.t ( 1759).
3 W edu: flist. of Trade Unionism, |tág. 27; ( iAt.rúN, K. W .; The laitoring
trade, inlrod., págs. XIII y sgs.
4 The T a i l o r s a tragedy for tvarm wvather, in titee neis. As it is perfomed
al the Thcalre lioyal in the Haymarket. Londres, 177(1, in-8.\ El ejemplar único
de la edición original está en el Britisb Milseum, 613 e. 8 (2). El autor de la
pieza es desconocido.
60 PARTE I: LOS ANTECEDENTES

a la vez a obreros y patronos \ no pudo impedir que se manifestara


el antagonismo desde el principio. Y a sabemos la causa: los telares no
pertenecían a los obreros, sino a los patronos. U no de los temas de
^ d is p u ta más frecuentes era la cuestión de los aprendices: los patronos
empleaban un gran número de ellos, tomando entre los niños hospicianos
de las parroquias, lo que disminuía otro tanto el trabajo y el salario
de los obreros adultos. En 1710 los tejedores de medias de Londres,
después de haber protestado en vano contra este abuso del aprendizaje,^
se declararon en huelga, y para vengarse de sus amos comenzaron por
romper los telares1 23
. También estallaron huelgas tumultuosas más de
una vez entre los de Leicester y Nottiughnm. No pensaban todavía en
organizarse, pues tenían la costumbre de apelar, en la mayoría de los
casos, a la autoridad de la corporación. Pero como esta autoridad se
hacía cada vez más caduca, acabaron, como los peinadores de lana y
como los tejedores del Sudoeste, por formar una verdadera unión pro­
fesional *.
Los hechos de esta clase abundan en el periodo que precedió inme­
diatamente a la revolución industrial. De 1763 a 1773 los tejedores
de seda, en el este de Londres, estuvieron constantemente en lucha con
sus patronos. En 1763 les sometieron una tarifa, que fue rechazada;
por tal motivo, dos m il de entre ellos abandonaron los talleres, destro­
zando las herramientas, destruyendo las telas. Un batallón de la guar­
dia tuvo que ocupar el barrio de Spitolfields4. En 1765, como se tra­
taba de permitir la importación de sederías francesas, marcharon en
masa sobre Westminster, con banderas al frente y al redoble del tam­
bor 5*. En 1768 se reducen los salarios en cuatro peniques por yarda;
los obreros se sublevan, recorren las calles tumultuosamente, saquean
las casas; la guarnición de la Torre es llamada en auxilio; oponen
resistencia con palos y armas blancas, los muertos y heridos yacen en
la plaza 11. En 1769 el estado de revuelta es permanente; el motín, como
un fuego que se incuba se reanima a cada instante. En el mes de
marzo los torcedores de seda (th ro w ste rs) celebran (¡asambleas tumul­
tuosas»; en agosto los tejedores de pañuelos acuerdan depositar seis

1 Para la historia de esta corporación, véanse F e l k in : History o/ the machine-


vrrought hosiery and lace manufactures, y el libro m is reciente de H ehso n :
History o/ framework knitúng.
* Held, A.: Zwei Bücher zur socialen Geschichte Engiands, págs. 484-88.
3 La Stocking-Makers’ Association lor mutual protection in the Midland
Counlies o/ England. Véanse 'Wxbb : fifis/, o/ Trade Unionism, pág. 45, y B ren -
tano , L.: On the history and developmenl o j gilds and the origin o/ trade uiaons,
págs. 115-21. Sobre las primeras asociaciones, en los Midlands, de tejedores de
géneros de punto, consultar también: Victoria history o/ the county o j Derby,
II. 367, y Victoria history of the county o/ IVottingham, II, 353-54.
* Calendar of Home Office Papers, 1760-1765, núms. 1029, 1051. (Mil. Entry
fíook, XXVII, 130, 134, 138).
® Macphkrson, D.: Annals of commcrce, 111, 415.
* Annual Register, 1758, pág, 57.
I: LA ANTICUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 61

peniques por cada telar para formar un fondo de huelga y obligan a


sus camaradas a suscribirse. En septiembre y octubre la situación se
agrava: el ejército quiere hacer evacuar la taberna del Delfín, lugar
de reunión de los tejedores, por lo que se entabla una verdadera ba­
talla. con muchos muertos de ambas partes *. Para poner fin a estos
perpetuos desórdenes el Parlamento promulgó el famoso Spitalfields
A ct. Esta ley establecía un conjunto de reglamentos y de tarifas, bajo
el control periódico de los jueces de paz; los tejedores quedaron sa­
tisfechos con ello y solo se constituyeron en unión para asegurar su
ejecución a.
Tomemos un último ejemplo fuera de las industrias textiles, que
non han proporcionado todos los precedentes. Los mineros y los car­
boneros de Newcastle luchaban desde el siglo xvn contra los propieta­
rios de minas y contra la poderosa corporación de los lioastmen, a la
que una carta de la reina Isabel habia concedido el monopolio del
comercio de la hulla3. En 1654 los barqueros del puerto (k e e lm e n )
declararon la huelga para obtener un aumento de salarios. En 1709,
nuevo conflicto, que duró varios meses, y durante el cual el movimiento
del Tyne estuvo completamente detenido 4. I<os disturbios de 1740, que
fueron muy graves, tuvieron por causa principal la carestía de los
víveres3 v se asemejaron a los motines provocados por la escasez en
la Francia del antiguo régimen. Pero en 1750, en 1761, en 1765 son
huelgas propiamente dichas las que suspenden, durante largas sema­
nas, la actividad de las minas y del puerto ®. Y es también una coali­
ción permanente la que se forma, en 1763, entre los keelmen, con el
fin de obligur a sus patronos a hacer uso, para medir los cargamentos
de carbón do las medidas oficiales fijadas por un acta del Parla­
mento T.

' Ihili., 1 7 M . p á g s . 8 1 ] , 1 2 4 ] , 1361 y 1 3 0 ].


a 10 Gnu. III, c. 68, The Spitalfields Aci solo tenia fuerza lie ley en Londres,
en WostiniiislM y en el condado de Middlessex. Fue completado por 32 Geo III,
c. 44 (1792), ipto extendía sus disposiciones a la industria de las telas mezcladas,
y 51 Gen. III, c. 7 (1801), que reglamentaba el trabajo de las mujeres. Véase
Clapham, J.- ll: The Spitalfields Acts, 1773-1824 (EconomicJournal, XXVI, pá­
ginas 459-71). I-a Unión data de 1773, según Wedd: Hist. o/ Trade Unionism,
pág. 32¡ de 1777, según Sc h o ll , Samuel: A short historical account of the silh
manufacture in Enutand, pág. 4.
3 E! texto de este documento está extensamente en B rano: Hist. of Neu>-
castle-upon-Vynf, 11, 659-660.
4 IlnAND! Hist, of Newcastle, II, 293.
3 Idem, {(ihl., II. 520, y Gentlernan‘s Magazine, alio 1740, pág. 355.
* Calendar of Home Office Papers, 1760-1765, rtúni. 107, 1910, 1913. La
causa de la gmn Itui'lga de 1765 fue la sospecho, por imito de los obreros, de
que sus patrono* se preparaban para sujetarlos a la mina por «un convenio que
estipulaba (|tifl los propietarios de minas sólo ujitsluriiin a los obreros que estu­
viesen en posesión de un certificado de su último pul runo liberándolos de toda
obligación#. Víase IIammond, J.-L, y B.: The sldlled Ittbmirer, pág. 13.
7 ÜitANii, Ihsl, ni Newcastle, n, 309.
62 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

Es que los carboneros de Newcastle, lo mismo que los tejedores de


seda de Spitalfields, y como los tejedores de medias y los peinadores de
lana, eran, antes del maquinismo, obreros en el sentido moderno de la
palabra. Las materias primas no les pertenecían, y en cuanto a los
instrumentos de trabajo, solo podían poseer los más simples y los me­
nos costosos: todos los que tenían algún valor intrínseco estaban en
manos de los comerciantes o de los empresarios capitalistas. Y el anta­
gonismo entre el capital y el trabajo solo esperaba para tomar su fo r­
ma definitiva el remate de esta retención de los medios de producción.
Todo lo que tendía a acrecentar la complicación, la importancia y el
precio del utilaje debía contribuir a ello necesariamente; la revolu­
ción técnica no es más que el término normal de la evolución eco­
nómica.

V II

Todos los hechos que acabamos de examinar atestiguan la trans­


formación gradual de la antigua- industria. Nos queda por ver lo que
tendía a impedir o a demorar esta transformación. No era solamente
la rñasa- dé intereses adquiridos y el peso de la rutina, era toda una
tradición, todo un régimen establecido^ por ha costumbre y consagrado
por TaTLey. La tutela- ejercida sobre la industria por los poderes pú­
blicos elTdeTloda la historia económica de l os siglos xvir y XVIII, lo que
con nrias frecuencia y mejor se ha estudiado1. Esto no tiene nada de^
extraño: es mucho más fácil estudiar una legislación cuyos textos te­
nemos, que unos hechos dispersos, huidizos, cuyas j huellas-'apenas se
reconocen. Quizá por eso se ha propendido a exagerar la importancia
de tal estudio. Toynbee llega incluso a decir que el paso de la era de
los reglamentos protectores a la era de la libertad y de la competencia
es el hecho capital de la revolución industrial^) Esto es, a nuestro en­
tender. tomar el efecto por la causa, confundir los fenómenos econó-
+micos con su aspecto jurídico. Veremos, por el contrario, cómo son
la organización nueva y los nuevos procedimientos de la industria los
que han roto los marcos demasiado estrechos en que los encerraban
las leyes de otra edad.
El origen de estas leyes era doble. Unas se remontaban a la Edad
Media: lo que en Francia se llama colbertismo, nació mucho antes de1 2

1 Véase el libro de JTeld Z-wei Biicher zur socialen Geschichte Englands:


se creería, al leer ciertos capítulos, que la historia social se rednee a la historia
de la legislación económica. C unningttam, W .: Groivth oj English industry and
commerce, vol. II, dedica un espacio bastante amplio al estudio de la política
comercial e industrial. Asimismo U n w in , G- en su notable obra: Industrial or-
ganisation in the sixleenth and seventeenth centuries.
2 «La esencia de la revolución industrial es la sustitución, por la libre com­
petencia, de las reglamentaciones que desde la Edad Media se habían impuesto
a la producción.» T oynbee, A .: Lectures on the industrial revolution, pág. 85.
I: LA ANTIGUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION fia

------------------------ *
la época de Colbert. La idea de la reglamentación industrial es una idett
medieval: el Estado, o, más antiguamente, los gremios, asociados a~la
vida municipal, se consideraban como en posesión de un derecho de
control, en interés común del productor y del consumidor. Se trataba
de garantizar, a uno, el tipo remunerado!' de los beneficios, y al otro,
la buena calidad de las mercancías. De allí la estrecha vigilancia ejer­
cida sobre la fabricación y la venta, las prescripciones minuciosas, que
fueron complicándose cada vez más hasta el día de su completo desuso.
La idea de la protección comercial tenía también sus raíces en la Edad
Media l . Pero no adquirió toda su fuerza sino a partir del momento en
que. por el desarrollo del comercio exterior, las agrupaciones naciona­
les llegaron a la plena conciencia de su rivalidad económica. Fue en­
tonces cuando la economía urbana, como la llama Karl Biicher. se sus­
tituyó por la economía nacional 1 *3, que reunía en un haz los intereses
(le cada Estado para oponerlos a los de los Estados vecinos, frente a
los cuales no se concebían otras relaciones posibles que un perpetuo
antagonismo./Esta transformación se efectuó en Inglaterra durante el
siglo de los/Tudor/ El sistema mercantil, que solo mucho más tarde
halló su expresión teórica, data en realidad de este tiempo. Confun­
diendo la riqueza con el numerario, toda la política comercial se redu­
cía a dos preceptos bastante semejantes a los del viejo Catón: siempre
vender y nunca comprar; disminuir lo más posible la cifra de las im­
portaciones, que hace salir del país determinada cantidad de dinero
amonedado; amplificar, por el contrario, las exportaciones, que hacen
afluir el oro extranjero. De aquí el proteccionismo exagerado, por el
cual no solo se procuraba fomentar las industrias nacionales, sino re­
servarles, dentro y fuera, un verdadero monopolio.
L a industria de la lana, una de las más antiguas y la más impor­
tante de las industrias inglesas, se hallaba más protegida y reglamen­
tada que ninguna otra 3. Es grande el número de actas del Parlamento
que contienen prescripciones relativas a «la longitud, la anchura y el

1 Se manifestó primero bajo la íorma extrema de la prohibición. Véase


A s ii l ií y : huroducti-on lo English er.onomic hist.ory and iheory, II, 12-15.
a Hííciier , Karl: Die Entstehung der Voücswirthschaft, 2.a ed., 1898.
3 Un espidió de conjunto sobre la reglamentación de la industria' inglesa
dr> la lana lia sido publicado por L oiimann , F. ( Die slaatliche Regelung der
cnglischi’n If'ullindustrie von XVten bis zum X V f f l ten Jahrhundert. Slaats— und
Socialwisseiiscliaflliche Forschungen, 1900). Según I I eaton , H. (Yorhshire woob
ten nnd wursted industries, pág. 124), «la reglamentación de la industria de la
Itimt por el lisiado se basaba en dos consideraciones. En primer lugar, el real
y sincero deseo de hacer corresponder los precios ingleses con un nivel elevado
y constante de la calidad, y de afianzar la fama de los tejidos ingleses en la
Gran Bretaña y en el extranjero; en segundo lugar, la cuestión se consideraba
también desde rl punto de vista fiscal: como las lanas inglesas se trabajaban
cada vez más en el país mismo, fue preciso reemplazar por impuestos sobre los
tejidos los derechos i¡ue anteriormente se percibían sobre las lanas exportadas
mino materias primas».
61 PARTE I : LOS ANTECEDENTE?

peso de las piezas de tela, la manera de tenderlas y teñirlas, la prepa­


ración de la lana con ayuda de ciertos ingredientes, cuyo uso está per­
mitido o prohibido, el acabado del paño, el plegado y el empaquetado
para la venta, el empleo de molinos d e entonar, etc.» h Estos regla­
mentos se parecían mucho a los que estaban en vigor en la antigua
Francia y en diversos países de Europa. Prohibición de tejer piezas de
paño que no tuviesen las dimensiones legales y el peso leg al; prohibi­
ción de tenderlos para hacerlos secar, de una manera que se corriese
el riesgo de estirar sus hilos; prohibición de darles e l apresto por el
procedimiento llamado calandrado, en seco; prohibición de emplear tal
o cual sustancia, cuya naturaleza se juzgaba susceptible de alterar la
calidad del tejido. N o hay que decir que estas medidas, establecidas en
principio para asegurar la excelencia de la fabricación, vedaban indis­
tintamente las prácticas fraudulentas y los perfeccionamientos que ha­
bían llegado a ser indispensables. Para garantizar el cumplimiento de
esta reglamentación complicada, que se renovaba y se v io la b a 1 2 sin
cesar, Inglaterra, lo mismo que Francia, había puesto en pie todo un
ejército de funcionarios especiales, medidores, inspectores, investiga­
dores, encargados de pesar, de anear, de contar los hilos: aplicaban
un sello sobre cada pieza, que debía llevar además la marca del fabri­
cante. Por encima de ellos estaba la justicia de paz, una de cuyas atri­
buciones principales consistía en velar por la ejecución de los regla­
mentos industriales y en in fligir a los contraventores las penas pres­
critas.
Los inconvenientes de este sistema han sido denunciados muchas
veces. Los fabricantes soportaban con impaciencia esta tutela estrecha
y tiránica, y empleaban todo su ingenio en burlar una vigilancia de la
que sin cesar se quejaban. El fraude, a despecho de las amenazas de la
ley, reaparecía cada vez que se creía haberlo suprimido. En ocasiones
los mismos agentes del Estado eran sus cómplices. Piezas de paño, de­
bidamente pesadas y comprobadas, se aligeraban como por encanto
a medida que se evaporaba el agua de que estaban impregnadas: o más
todavía, al desenrollarlas— lo que el inspector complaciente se guardaba

1 Gig milis. E l enlanado, es la operación que consiste en cepillar fuertemente


el paño después de tejido, con objeto de revestir su superficie con una especie
de pelusa. Véase petición de los fabricantes solicitando la abrogación de los
reglamentos industriales. Journ. o j ihc Hou.se of Commons, LVH1, 334 (7 de
abril de 1803). Algunas de las leyes a que se refería esta petición databan del
siglo xiv. Véase Bisc Ho ff : Tlist. of the woollen and worsted manufactures, 1,
173 y sgs.
2 7 Anne, c. 13 (1708); 10 Anne, c. 16 (1711); 1 Geo. I, st. 2, c. 15 y c. 41
(1715); 11 Geo. I, c. 24 (1724); 7 Geo. II, c. 25 (1733); 11 Geo. II, c. 28 (1737);
14 Geo. I I, c. 35 (1740); 5 Geo. III, c. 51 (1765); 6 Geo. III, c. 13 (1766);
14 Geo. I II, c. 25 (1774); 17 Geo. 111, c. 11 (1777). La frecuencia de estas actas,
que contienen un gran número de disposiciones comunes, es la mejor prueba de
su inobservancia.
' .) I: LA ANTICUA INDUSTRIÉ Y SU EVOLUCION 65

de hacer— se hubiese descubierto un lastre de ladrillos o de plomo b


Así quedaba sin alcanzarse el objeto principal de todos estos regla­
mentos, que era proteger al consumidor. En cambio, todo progreso de
la técnica resultaba poco menos que imposible. En 1765, en vísperas
de los grandes inventos que iban a transformar enteramente el utilaje,
se prohibió, bajo pena de multa, reemplazar por cardas de dientes
metálicos las cardenchas, todavía en uso en la mayoría de las rama9
de la industria textil 2.
Mientras que en el curso del siglo XVIII se asiste a una decadencia
marcada de esta legislación medieval, el sistema mercantil, de origen
más reciente, todavía estaba en plena vigencia cuando Adam Smith, en
1776, le asestó los primeros golpes.'Era este régimen de protección a
ultranza el que oponía el mayor obstáculo a todo mejoramiento de los
procedimientos tradicionales de la industria lanera: el privilegio siem­
pre ha sido mortal para la iniciativa y el progreso. Parecía que la
suerte de Inglaterra dependiese de la suya; era «objeto de tanta solici-
<Lid y celo como las manzanas de oro de las Hespérides» 3. En el inte­
rior, pretendía cerrar el paso a todas las industrias que hubieran podido
entrar en competencia con ella: tendremos ocasión de relatar la lucha
encarnizada que los fabricantes de paños de lana sostuvieron, no solo
contra la importación de las cotonadas de la India, sino contra su
imitación en Inglaterra, por mano de obra inglesa y a beneficio de
capitales ingleses: nada debió a ellos el que esta gran industria naciente
no fuese detenida en su desarrollo y destruida sin remisión. E ra un
verdadero monopolio lo que se quería imponer al consumidor, y que
so ejercía hasta sobre los muertos: una ley del reinado de Carlos II
ordenaba que toda persona fallecida en territorio inglés fuese amor-
lujada con un sudario de lana4. En el exterior, las mismas aspira-
iiliiinm. aunque más difíciles de mantener. En los países que dependían
do Inglaterra, nada más fácil que suprimir la competencia: bastaba
lni|K>d¡i la fabricación. L a política seguida con respecto a Irlanda es
enrin I til fot ¡na 5. H acia finales del siglo xvti los progresos de la indus-
tila lilmulcsn inquietaron a los productores ingleses: solicitaron y obtu-
v le ron ni establecimiento de un sistema de derechos de salida, que ce-
trnlni a íiliunla los mercados coloniales y extranjeros. Se estableció un

1 Siilno liis frondes comerciales, véase H eaTON: Yorkshire woollen and


mirsteil ¡niltuiriim, pógs. 130-33.
2 S (.Vil. III, e. 51. Sobre la legislación industrial, sus inconvenientes y sus
tlnlncionwi Vi5«»i) J o u rn . o f th e H o u s c o f C o m m o n s , X V III, 67; XX, 377, 776;
XXI, 216: .XXI!. 231; X X III, 52, 7.5. 89, 181; X X V I. 320. 329. 385; X XX, 91,
H3, 155, |(W. Ifi7, 207, 262, 529, 623, etc-
1 (lonsi.dt/rnljtm.'t u/Min the East India Trade, pág. 71.
l’1
« 18 Ch. 11, c. 4.
1 C.ijnninciiam, \V,: Groivth o ¡ E n g lis h in d u s try an d c om m erce , 11, 374-79.
V6n*r MintKAY. A, E.: I f is t o r y o f th e c o m m e rc ia l an d jin a n c ia l re la tio n s b e lw e e n
In g la n d am l ¡re h u id fro m th e p e rio d o f the R e s to ra tio n (2.a ed., 1907).
MANIllCX. 2
(¡ti PARTE t : LOS ANTECEDENTES

verdadero bloqueo alrededor de la isla, que se hizo efectivo mediante el


constante patrullar de una pequeña flota, compuesta de dos navios de
güera y ocho balandras armadas L
Era evidentemente imposible impedir que la industria de la lana
se desarrollase en el Continente. Pero a los ingleses les resultaba duro
admitir que tal cosa llegase a realizarse. Envanecidos de la bella calidad
de su materia prima, estaban convencidos de que sin ella nunca se con­
seguirían fabricar más que burdos tejidos. Limitadas a sus propios
recursos, las industrias extranjeras estaban, pues, condenadas a una
inferioridad perpetua, y, al no poder procurarse la lana inglesa, los
franceses, holandeses y alemanes tendrían que comprar, de grado o por
fuerza, los paños ingleses *. A esla ilusión, cara al orgullo nacional, se
añadían temores quiméricos, como si el menor fardo de esta lana
maravillosa, introducido en un país vecino, hubiese podido bastar para
suscitar a la industria inglesa la más terrible competencia 3. Se ve a
dónde tenía que venir a parar este doble razonamiento: a la prohibición f
absoluta de exportar la lana, bajo cualquier forma que no fuese la dej
tela completamente terminada. Con mayor motivo estaba prohibido ex-F
portar cameros vivos, que hubieran podido aclimatarse en el extran­
jero: se llegó incluso a vedar el esquilarlos a menos de cinco millas
de la costa *.
Una industria tan celosamente protegida apenas sentía la necesidad
de las innovaciones. Solo pensaba en reclamar sin tregua, como verda­
dero niño mimado del Parlamento, nuevas leyes en su favor, y protes­
taba cuando se trataba de atenuar el rigor de las leyes precedentes. La
polémica que se entabló, entre 1781 y 1788, a propósito de la expor­
tación de las lanas brutas, es un ejemplo de ello *. Debido a la extensión13
2

1 10-11 Will. III. c. 10 (1699). Las pena» fueron agravarlas por la ley de 1732
(5 Geo. II, c. 22).
2 «Era una idea generalmente admitida lo de que solamente Inglaterra podio
producir lana y que si se impedía que las demis naciones se la procurasen se
verían obligadas a comprarnos las lelas totalmente fabricadas.» Sir Joseph Banks.
Instrucción a los abogados encargados de combatir el bilí sobre la exportación
de las lanas, Annals of Agricullure, VI, 479. El error había sido denunciado desde
hacía mucho tiempo: véase A nderson, James: Observations on thc means of
exciting a spirit o/ natíonal industry, pég. 264 (1777).
3 Annab o f Agriculture, VI. 434.
* 13 Gco. DI, c. 43.
* Véanse los folletos conservados en el Brilish Museum. especialmente en
el volumen B. 546, y en la biblioteca de la ciudad de Mancbester (núms. 26214
y 26216). Citemos como partidarios de la exportación libre a DalrtmpLE, Sir
John: The qu.esti on considered, ahethcr uool should be alióte ed to be expor-
ted (1781); T ucker, Josish: Refleetions on the present tow price of coarte
n’ools (1782), y en el sentido contrario, F orsteb, N.: An anstoer lo Sir John
Dalrymple's pamphlet, entilled: The quettion considered, etc. (1782); The con-
trust, or a comporison btltueen our Unen, colton, and silk manufactures (1783);
H usti.kr. John: Observations on the ¡Tool B ill (1788); Bischoff : Hisl, of the
>
i: LA ANTICUA INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 67

oí ocíente que adquiría la "cría de los carneros, los ganaderos, para


quienes el mercado inglés resultaba ya demasido estrecho, solicitaron I
<|lie se les permitiese exportarlos: entre tanto, un contrabando activo I
hacia pasar al exterior, a despecho de todas las prohibiciones, una/
parte de sus productos. P ero los fabricantes laneros temblaban ante el;
fantasma de la competencia extranjera: querían que. lejos de aliviar/
las barreras, se las reforzase más todavía, y que se reprimiera el con-1
trabando más severamente que nunca. Tanto unos como otros defen­
dían o creían defender sus intereses; pero estos apelaban al privilegio»
en favor de la rutina, mientras que aquellos, guiados por la gran es-|
imicI u de agrónomos que se ocupaba entonces de reformar la agricultura!
Inglesa, hablaban el lenguaje de la nueva economía política. i
«Es en interés de la industria misma— escribía el más eminente del
olios, Arthux Young— por lo que hay que cesar de concederle la pro-j
lección exagerada oue reclama.» Y la comparaba con las industrias más \
recientes, cuyos rápidos progresos eran objeto de la sorpresa y de la '
admiración generales: «Buscaréis en vano ese ardor emprendedor, esa
actividad, ese espíritu de iniciativa, por los que se distingue tan noble­
mente el genio industrial inglés, cuando ejerce sus esfuerzos sobre el I
hierro, sobre el algodón, sobre el vidrio o la porcelana. Aquí todo está I
adormecido, inerte, muerto... Tales son los funestos efectos del mono- J
polio. ¿Queréis suspender una nube negra sobre la prosperidad ere- f
i lcnte de Manchester? Dadle el monopolio del algodón. El desarrollo
liimllgioso de Birmingham ¿ofusca vuestro vista? El monopolio despo-
Idani sus calles como una ep id e m ia ...»1. P o r lo demás, fueron los fa ­
llí ¡cantes los que llevaron ventaja a los ganaderos. Se renovaron las
antiguas prohibiciones, y el crimen de exportar lana fue incluido en el
mi muro de las je lo n ie s 2. Ante esta noticia grandes festejos tuvieron
hipar en la región de Leeds y en la de Norw ich; hogueras, repiques de ¡
(iuui|mnas: como para celebrar una victoria 3.
Sin embargo, Young tenía razón. Los medios por los que la indus-
11 la ríe la lana se obstinaba en mantener su supremacía, la inmoviliza-
hnn, o por lo menos la entorpecían. Al oír las quejas eternas en las que

uuirtli’d añil moollen manufacture, I. 207-16; James, J.: fíisl. of the worsted
t i m n t i f n r t i i r e , 301-05. Véase Annals of Agricultiire (artículos de Y o u n g , Artbur, VI,
r‘(Kl 16: Vri, 73, 94, 134-47, 164-70; VOT, 468, ele.
1 Annals of Agriculture, VU, 164-69.
* 28 Geo. III. c. 38. Ciertas disposiciones se copiaron de una ley de la Res-
lAUtnr.ltin (13-14 Ch. H, c. 18).
* «ra viernes por la mañana, al saberse la noticia de que el bilí contra la
ripnrlniúón de la lana había pasado a la Cámara de los Lores, todas las cam­
pana* de Leeds y de los pueblos circundantes se pusieron a repicar y sus cari­
llones aludieron oyéndose a intervalos durante lodo el dia; por la no he hubo
Inigiinran y otras demostraciones populare». Festejo» muy parecidos tuvieron lugar
en Noiwiih.» Lettcrs lo the Lihc.olnshire graziers, on the subfect of the wool
h w lr (17HH), |iá«. I.
68 PARTE i: LOS ANTECEDENTES

los fabricantes apoyaban sus demandas a los poderes públicos, se la


hubiese creído en decadencia. En realidad, no había cesado de desarro­
llarse *. Pero sus progresos— salvo en una región de porvenir, el distrito
occidental de York sbire5— eran irregulares y lentos: si los centros de
producción eran numerosos, a menudo eran insignificantes: muchos de
ellos, desde principios del siglo xvnr, vegetaban a duras penas 13. V ege­
2
taban y no desaparecían: símbolos de la antigua organización econó­
mica alterada poco a poco por una lenta evolución interior, pero que
conservaba todavía sus formas antiguas, mantenidas por una rutina
secular. La industria de la lana era demasiado conservadora y estaba
demasiado lastrada de privilegios y de prejuicios para coronar por_sí
misma su propia transformación mediante la renovación de sp técnica.
Es" fuera de ella donde había de comenzar la revolución industrial.

V III

* Esta revolución no era, sin embargo, sino la continuación del mo-


^vim iento que, gradualmente, había modificado el antiguo régimen eco-
‘ pómico. Y a hemos indicado la curva de este movimiento. L a historia
de la industria de la lana nos muestra sus fases sucesivas, como fijadas
en otros tantos tipos industriales, que se ligan unos a otros por transi­
ciones casi insensibles. Es, en primer lugar, la industria de los peque­
ños productores independientes, cuya tierra de elección era la región
de H alifax; después, la industria de los comerciantes manufactureros,
más dispersa en los campos del Sudoeste, más concentrada en torno a
la gran ciudad de Norwich; por último, la industria manufacturera, la
industria de los grandes talleres, que, por lo demás, había progresado
menos de lo que parecían anunciar sus brillantes comienzos en pl
‘ siglo XVI. Comprobar esta diversidad es restituir al movimiento econó­
mico su vida compleja y continua. Marx, ni analizarla con toda la po­
tencia de su genio abstracto, la ha reducido a términos demasiado
simples y a periodos demasiado recortados. P o r otra parte, hay que guardar­
se de atribuir un sentido exactamente descriptivo a lo que, en su pensa­
miento, tenía sobre todo un valor explicativo. Sería un error, por ejem-

1 Es la conclusión muy juiciosa de Smitii, J.: Memoirs o} wool, II, 409-11.


2 Véase estadística de la producción en Eoeiu, F.: State o} the poor, III,
CCCLXITI; Anberson, A.: An historieal and chronological history and deduction
of the origin of commerce, IV, 116-49; MacpjiersoN: Annals of Commerce, IV,
525; B isckofT: Hist. of the woollen and worsted manufacture, I, 328. Producción
del <Pesl-Riding en 1740: 41.000 piezas de gran anchura, 58.000 estrechas:
en 1750, 60.000 y 78.000; en 1760, 49.000 y 69.000 (periodo de guerra maríti­
ma); en 1770, 93.000 y 85.000; en 1780, 94.000 y 87.000.
3 Ciudades en decadencia en tiempos de Daniel Deíoe: Braintree y Bocking
(hsscx), Noedham, Ipswich y haveniiam (Sutíolk), Crsnbrook (Kent), etc. Véase
Toar, 1, 32, 34, 40, 118, 192.
»

I: LA ANTIG üt INDUSTRIA Y SU EVOLUCION 69

pío, creer que la manufactura 1 es el fenómeno característico y domi-


rinntc del período que ha precedido al de la gran industria. Si
lógicamente es d antecedente necesario del sistema de fábrica, histó­
ricamente no es verdad que se haya generalizado hasta el punto de
marcar a la industria con su huella. Mientras que su aparición, en la
época del Renacimiento, es un acontecimiento importante y significa­
tivo, su papel— al menos en Inglaterra— resulta secundario durante los
siglos siguientes*. En rigor, se puede hablar del régimen de la manu­
factura para compararlo con el de la gran industria moderna, pero a
condición de no olvidar que este régimen nunca ha sido preponderante,
y que a su lado han subsistido hnsta el fin los restos todavía muy vivaces
dn los regímenes industriales precedentes.
Lo que constituye la continuidad del movimiento, es que, hasta el
momento en que nos situamos para considerarlo, ha sido puramente
rronómico y no técnico; que afecta a la organización y no al mate-
ilnl de la producción. N o son inventos surgidos repentinamente de espí-
i itus individuales; es el lento progreso de las transacciones colectivas
lo que lo determina y modifica. Un hecho merece retener muy particn-
Innncnte nuestra atención: los capitalistas, en cuyo provecho se opera
la concentración gradual de los medios de producción, apenas merecen
rl nombre de industriales. Dejan a los pequeños productores, despoja­
dos poco a poco de su autonomía, todo el cuidado de la fabricación.
No intentan perfeccionarla, ni siquiera dirigirla. Son negociantes. La
Industria no es para ellos más aue una forma del comercio. Solo tienen
«i In vista un objeto, e l de toda empresa comercial: la diferencia, en
lirnrficio suyo, entre el precio de compra y el precio de venta. Es por
tic-recentar esta diferencia, por realizar una economía sobre el precio
dn compra, por lo que se hacen dueños de la materia prima; a conti­
nuación, del utilaje, y después, de los locales induStrialcB, Es en su con­
dición ile negociantes como se ven impulsados a apoderarse de la pro­
ducción entera.
Y es el comercio también, es el desarrollo del comercio británico,
la que los compromete cada vez más en este camino. La ley qüe"liga la
(llvUlón del trabé joTndustrial a la extensión del mercado comercú
fot mulada algunos"1íñós~más tarde por Adam Smith, opera sin que cllt
lo iteraban. Para un observador superficial la actividad del comerci*
InglAs. totalmente orientada hacia el exterior, amenazaba con perjudij
CIU el desenvolvimiento interior, el crecimiento laborioso y paciente d$

1 Vciwe, Bobre el sentido que da Marx a este término. Introducción, pág. 14.
• Ni siquiera está probado que la manufactura haya sido la condición ne-
CMurla de la gran división del trabajo. En 1739 la industria del worsted, aun
f*|niriéndose en el domicilio o en pequeños talleres, comprendía unas cuarenta espe-
nlnllillidon cada una de las cuales era objeto de un oficio distinto. Véase Obscr-
iitl/tUM <m wnol and the woolten manufacture, by a manufacturer of Noríhitmpton-
70 PARTE l : LOS ANTECEDENTES

la industria nacional: «¿Q uiere Inglaterra hacerse semejante a Holanda,


y no tener en adelante como base de sus riquezas más que el comercio
de economía, un comercio de flete y una gran navegación?... N o s
debe creer que Inglaterra soportaría m ejor que Holanda el estado d
languidez de las m anufacturas...»1. ¡Singular contra-profecía! Es., po
“el_contrario, del comercio y del espíritu comercial de donde.ya a n.ac
la industria nueva.

1 f,n Richesse de CAnglelerre (V ir r ia , 1 7 7 1 ), pig. 121.


CAPITULO n

EL DESARROLLO COMERCIAL

El progreso de la producción y el de los cambios están.taa.estre-


ilirtmi'iiic ligados uno ¿~ óiro y ejercen entre si tantas influencias recí­
procas, que a menudo es difícil encontrar su filiación real. A veces es
i*l desenvolvimiento de la industria el que, obligando a buscar nuevas
Hilldfis, amplía y multiplica las relaciones comerciales; a veces, por el
(m iliario, es la extensión del mercado comercial, con las, necesidades
minvns que engendra, la que suscita la empresa industria^ En nuestros
din*, el primer caso es el más frecuente. La gran industria, movida por
ilim fuerza interior— la del maquinismo— arrastra en su marcha al co­
mando y al crédito, que emprenden para ella la conquista del mundo.
I'or lo demás, parece natural que sea la producción la que regule los
ilnmñií fenómenos de la vida económica, de la que es, seguramente, el
punto de partida necesario.

IVrn ¿no es ese. por el contrario, uno de los rasgos más nuevos y
unía ni iginales de la gran industria moderna? Es gracias al extraordi­
nario^ poder de transformación de que está dotada, gracias al papel
ilf"<cilipi'imdo por su utilaje de perfeccionamiento rápido e incesante,
pul lo qiie'teiiede salir al encuentro ile la demanda, modificarla e inclu-
M'f i i'iuirlu. Es el desenvolvimiento de la industria do los transportes
ln que permite al productor acrecentar a voluntad el alcance de su mer-
i'iiiln. sin otros límites que los de la tierra habitada. No sucedía lo
inliinii con la antigua industria. D ada la lentitud del progreso técnico
y Irt dificultad de las comunicaciones, la producción se hallaba fo rzo -
« imi ntii limitada por las necesidades reconocidas del mercado habitual.
I'nlnir.ir para una clientela desconocida y lejana de consumidores po­
sible» se Imhiera mirado como un acto de locura. Era, en suma, la in-
ilu»lrin ln que debía regularse por el estado de las relaciones comercia-
Im I' or otra parte, a falta de inventos técnicos, apenas si existía más
míe un medio de renovar un poco los procedimientos de fabricación y
lie lili i nducir alguna variedad en los productos: era el de plagiar las
(U|lil*h ins extranjeras. Y también en este caso es el comercio el que,
|im Ins mercancías que trae de procedencias diversas, por las relaciones
qurt establece entre países diferentes, crea competencias y proporciona
ajampln* adecuados para estimular la iniciativa industrial.

71
72 PARTE I: LOS ANTECEDENTES

El progreso de la industria era entonces casi imposible, si no lo


precedía algún movimiento comercial. Seria interesante estudiar, desde
este punto de vista, la historia de ciertas regiones y de ciertas ciudades;
investigar, porejerop lo, qué relaciones han ligado al crecimiento del
puerto de Brujas,' gran centro de cambios desde comienzos del si­
glo XIII, con el.dé la industria textil en Flandes; o cómo el comercio ma­
rítimo de Venecia y d e ííe ñ ó v a hiT“favorecido el establecimiento, en la
Italia del Norte, dei.industrias exóticas, Ique sirvieron largo tiempo de
modelo al resto de Europa"1-;---- - -y
Estas cuestiones no son de las que se pueden tratar de pasada. Pero
'I lo quo sí tenemos derecho de afirmar es quebrantes do la era de la gran
industria la potencia comercial de un país no estaba, en modo alguno,
en razón de su importancia industrial/El ejemplo de Holanda bastaria
para demostrarlo. Holanda ha sido, en el siglo xvn, la primera nación
comerciante del mundo entero. Pero los navios holandeses no iban car­
gados de mercancías holandesas: transportaban indiferentemente, para
todos los destinos, los géneros coloniales de las dos Indias, los metales
de los países Bálticos o las telas preciosas de Oriente. No eran más que ¡
comisionistas, y sus grandes puertos solo eran puertos de depósito. En ,
medio del movimiento inmenso de capitales, de hombres, de ideas, j
cuyo centro era entonces la pequeña Holanda, la industria no podía j
dejar de engrandecerse: las Provincias Unidas tuvieron tejedurías de
panos, de lienzos y de terciopelo, fábricas de cristal fino, talleres de j
tallado de diamantes, sin hablar de los arsenales de armamento es­
tablecidos en la proximidad de los puerlos. Pero estas industrias, aun­
que florecientes, contribuyeron en escasa medida a la fortuna de H o­
I
landa. Y la más importante de todas, la de las construcciones navales,
no era más que el auxiliar del comercio marítimo, al que debía su
prosperidad, si no su existencia misma.
Éste ejemplo nos interesa directamente. Porque es a Holanda a
quien Inglaterra se esforzó durante mucho tiempo en asemejarse. P r i­
mero su enemiga, después su rival, le disputó la supremacía eomerciaL
objeto de admiración y, de envidia P°r jw rte de los pueblos_vecinos/
y acabó por conquistar]aT~Medio siglo antes de que se convierta en la
tierra clásica de la industria, el país de las minas, de las forjas y de
ios. hilaturas, Inglaterra es ya un país comerciante— una nación de ten­
deros— dice una frase célebre. El desarrollo comercial precede e*> e lla '
-^y-qu izá determina— a las transformaciones de la industria.

1 Por ejemplo, la industria de la serta, imporiada más tarde de Italia a


Francia y o Alemania.
a: el d esarro llo c o m e r c ia l 73
•»

II

1.a importancia económica de Inglaterra, hasta finales del siglo xvn,


habla sido secundaria. Las ventajas de su posición geográfica se habian
arrecentado singularmente desde el descubrimiento del Nuevo Mundo *,
pero no le habia sacado sino un partido mediocre. Desde hacía mucho
tiempo pretendía el im perio de los mares: John Selden, en el tratado
Intitulado M o r e clausum 2, que escribió en respuesta a] M a re líber u,m
de (¿ruláis, demuestra, con gran refuerzo de citas clásicas y de ver-
Rlrulrm de la Biblia, esta doble proposición: prim o, que el mar puede
»n ronsiderado como objeto de propiedad; secundo, que es, con pleno
ili'ieelio , propiedad del rey de Inglaterra. Pero ni el rey Jacobo I, para
1111 Ion fue compuesta la obra, ni Carlos I, a quien fue dedicada, es-
trtlmn rn condiciones de sostener estas pretensiones audaces. De hecho,
el mnr pertenecía a los españoles, a los franceses, a los holandeses so-
Itifl todo, tanto o más que a los ingleses.-----------------------------------------
MI extraordinario impulso de savia que, en tiempos de Isabel, ha­
bla hecho brotar en una floración magnifica todos los gérmenes de vida,
ile fuerza y de genio de la vieja Inglaterra, explica estas ambiciones
pteiiuiliiras. La expansión marítima y comercial habia sido repentina y
»|i loriosa. Los marinos, los comerciantes, los corsarios ingleses, habian
ftiomhrndo al mundo con su osadia. Mientras que Drake, con sus fili-
luieleros, amenazaba las Indias Occidentales, navegantes pacíficos pre-
iiernhuri para Inglaterra éxitos más duraderos. Walter Raleigh fundaba
lo» cliiblecimientos de V irginia; Ciiancellor y Willoughby, contornean-
lu In península escandinava, llegaban a Arkángel y ponían al Occi-
i )• iiIm oii relación con Moscú y Novgorod. Se fundaban compañías de
''iiniu iúo; primero, simples asociaciones'temporales de negociantes que
i UiiVmlnn en equipar un navio con gastos comunes para un via je de
-lliuli; después, grandes sociedades, provistas, mediante cartas autén-
lliH', ile privilegios y de monopolios, e investidos, por delegación, de
I* Rolieinnia. Tales son, en 1554, la Compañía de Moscovia; en 1579.
I» < ompnñia Báltica: en 1581. la Compañía de Turquía; en 1600, la
l 'iiipnñiii ilc las In dias3.
I ii pnergia nacional se empleó en el siglo siguiente en otras tareas.
■ ilnrnclió en esa gran lucha, política y religiosa a un tiempo, que

1 Mac K i n d e r : Britain and the British seas, págs. 1-13. ha mostrado muy
|||»R i11*11110 Ib Oran Bretaña, situada en uno de loa extremos del mundo antiguo,
>" riiiniuril, por el descubrimiento y poblamicnto de América, en el centro del
liiillldli moderno,
• Mitre clausum, seu de dominio maris, libri dúo (1635).
* I b iiiA» iinligna de todas es la compañía de los comerciantes a la ventura,
SIIrIiIm en nuipunición por carta real dcsrlc el año 156*1. Véase L ingelbacr, W. E.:
bURIliil/ n i K i m l s n t i o n o ) t h e M c r c .h t m i A d v e n t n r e r s o f E n g l a n d , Filadelfia, 1903.
74 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

por dos veces condujo a la revolución. A veces, sin embargo, todavía en­
contraba ocasión de manifestarse al exterior. Se la reconoce en los
emigrantes puritanos que colonizaron Nueva Inglaterra; recupera por
un instante todo su vigor y todo su prestigio bajo la mano poderosa de
Cromwell. Es de la República de cuando data la famosa Acta de Nave­
gación 1, que se considera, no sin cierta razón, como el origen de la
grandeza marítima de Inglaterra. A l forzar a los ingleses a pasarse sin
los comisionistas holandeses para traficar con el resto del mundo, este
acta los obliga a construirse una marina mercante. Los elementos no
faltaban; en defecto de navegación de altura, el cabotaje por las costas
de Inglaterra era muy activo, tanto más cuanto que el transporte por
tierra de las mercancías era lento, difícil y costoso. Solo el comercio
del carbón entre Newcastlc y Londres ocupaba una verdadera flota,
puesta en marcha por varios miles de hombres; por eso se la llamaba
«el vivero de la marina» 12. Sin embargo, el Acta de Navegación no pro­
dujo sus efectos en un solo día . f
La era de las luchas interiores no se había cenado. Se reanudaron
bajo la Restauración, después de algunos años de calma. P ero esos años
habían bastado para que el espíritu de empresa afirmase de nuevo su
vitalidad. Se ven aparecer nuevas compañías con carta: la Compañía
Real de Africa, que traficaba sobre todo con la costa de Guinea 3, y la
Compañía de la Bahía de Hudson. fundada, con vistas al lucrativo co­
mercio de pieles, por el brillante y aventurero príncipe Ruperto4. F i­
nalmente, después de un último período de conflictos y de disturbios,
llegamos a la gran fecha de 1688, que merece ocupar tan alto puesto
en la historia económica como en la historia política.

1 MDCLI, c. 22. Esta acta, corregida y completada en 1660, prohibía a todo


navio extranjero importar a Inglaterra otros productos que los de su país de
origen. El comercio entre Asia, Africa, América y los puertos ingleses estaba
reservado exclusivamente a los navios construidos en Inglaterra pertenecientes a
armadores ingleses y dotados de tripulación inglesa. No hay que olvidar, por lo
demás, que este acta de navegación no es la primera que haya figurado en el
Slatute Book. Medidas análogas se habían tomado en 1381 (5 Richard II, c. 3);
en 1382 (6 Richard TI, c. 8): 1390 (14 Richard II. c. 6); 1489 (4 Henry VTI, c. 10);
1540 (32 Henry VIII, c. 14); 1552 (5-6 Edward VI, c. 18); 1558 (1 Eliz. c. 13);
1562 (5 Eliz. c. 5) y 1593 (35 Eliz. c. 7).
2 «The great nursery of searaen.» Véase P ovey, Ch.: A discovery of indirect
practices in the coa! trade, pág. 43.
3 Sobre la Compañía de Africa véase C u n n in c h am : Growth o¡ English in-
duslry and commerce, II. 272.
4 El príncipe Ruperto, hijo del elector palatino Federico V. que llegó a ser
rey de Bohemia en 1619, y de Isabel Estuardo, hermana de Carlos I, pasó la
mayor parte de su vida en Inglaterra. Mandó los ejércitos reales durante la gran
guerra civil. Bajo la Restauración recibió los títulos de duque de Cumberland v
de gran almirante. Fue entonces cuando se puso al (rente de la Compañía del
Hudson y de otra multitud de empresas. Se ocupó también de ciencias y de in­
ventos mecánicos; se le atribuye, si no la invención, al menos la introducción rn
Inglaterra riel grabado en negro. Véase Pictionary of Narionnl ningritphv. uir-
llctiln «Huiierlr.
II: V'.L DESARROLLO COMERCIAL 75

1688 ves el fin de esa larga crisis en que se debatió el pueblo inglés
■luíante sesenta años. Crisis beneficiosa, ya que su desenlace dio a In-
ghiterra lo que ninguna,de las grandes naciones de Europa poseía toda­
vía: un gobierno libre,. Esta libertad tan caramente adquirida, asegu­
rada por los esfuerzos que había costado, era la mejor garantía de la
prosperidad pública. Los ingleses, después de haber sufrido aún du-
i arito algún tiempo las dificultades inseparables de un régimen político
lluevo, no tardaron en darse cuenta de ello. «Nuestro comercio, escribía
t n 1708 el autor de una célebre descripción de Inglaterra, es el más
i nrniderable del mundo entero, y en verdad la Gran Bretaña es, entre
linio* los países, el más apropiado para el comercio, tanto en razón de
* ii «ituación insular como por la libertad y la excelencia de su consti-
ttiijón» b
La revolución de 1688 es un hecho de orden exclusivamente poli-
lian y religioso. Obra de los grandes organismos del Estado y de la na-
i h'ui protestante entera, no podría atribuirse a la acción interesada de
una «ola clase social. |Pero es lícito señalar la parte que tomó la bur-
jpietln comerciante en los acontecimientos decisivos que habían de te-
iií?r pnrn ella consecuencias tan ventajosas. ^Fue en el Guildhall, la vie-
p i «sil do las corporaciones mercantiles' en donde se reunieron los
I 'Oí ■=, Iras la huida del rey, para llamar a Londres al príncipe de
>tmiign. Cuando Jacobo II, vuelto a su capital por un momento, pide
■* lu magistrados de la ciudad que lo reciban y se comprometan a de-
fi-mlnilii, estos rehúsan; por el contrario, son los primeros en venir a
lu* du" días n saludar a Guillermo al palacio de Saint-James y agrade-
n (h . «I haber salvado las libertades inglesas. En el Parlamento provi-
tl'itmI i pin convoca el príncipe para compartir con él el poder, en es­
pita I,, lu apertura de la Convención que debe proclamarlo rey, invita
t «> tipn «siento, al lado de los antiguos miembros de la Cámara de los
I 'iiiiini' iiI alcalde y a los ald erm en2 de la ciudad de Londres. Final-
tueitb |,nn hacer frente a las necesidades inmediatas, sobre todo para
pSHui «I n|Amito, la ciudad adelanta al Tesoro doscientas mil libras es-
I ilosi' ¡' lu prenda de la alianza enrte la monarquía nueva y la
i litiii >h )<■* nmierciantes y financieros/ Desde entonces empieza el gran
lian bulí uto qim culmina, ciento cincuenta años más tarde, con el triun-
I * *l* tlullka iln la burguesía y con su influencia sobre el Gobierno,
i .*vt tu i m i i i I i I ii recoge el beneficio de su actitud. Poco después de la
Ib., iihlr lita nr> pi adujeron dos acontecimientos económicos de primer
-iiilf ti U (iiuilneinii del Banco y la constitución definitiva de la Coin-
fuífiU *!<■ las Iiii Iírr.1

1 I Hitwarfll.AraK: Maguan fíriinmiine noliria, l. 42.


* t tiiu>nlilnir», rniirtijnlR». (N , itvl 7',j
Mii-tmim Iflul, il'/ingh’leire dr/iuis /’évbiemvnt de /ñeques II (irutiuc-
M.,iilA¡oilV U. ÍWS, ftl'J, 627, 661, 6.T>.
76 PARTE l : LOS ANTECEDENTES

o sin asombro se comprueba en qué época tan tardía se desenvo


vieron en Inglaterra las instituciones de crédito. En la ciudad de Lon­
dres. donde se agolpan hoy día. en un reducido espacio, las sociedades
financieras más poderosas de Europa, donde van a concentrarse los ca­
pitales desde todos los puntos de la tierra, no existía ni una sola casa
de Banca antes de mediados del siglo XVII. Fue durante la gran guerra
civil cuando los negociantes comenzaron a depositar fondos en los es­
tablecimientos de los orfebres de Lombard Street. Estos, de simples
tesoreros que eran al principio, desempeñaron bien pronto el cometido
de banqueros, y sus documentos se emplearon en lugar del numerario
en las transacciones corrientes de la ciudad L Tan pronto como se hizo
usual la práctica del crédito, la atención pública se dirigió hacia los
ejemplos proporcionados por algunos países extranjeros, provistos des­
de hacía mucho tiempo de una organización financiera más avanzada.
Es a Italia v a Holanda a quienes debe Inglaterra la idea de una Banca
nacional.
Schmoller ha hecho observar el influjo ejercido sobre la génesis de
las empresas de capital colectivo por los empréstitos del Estado *2. Este
influjo es evidente en lo que concierne a la fundación del Banco de In­
glaterra. El Gobierno de Guillermo I I I tenia necesidad de dinero; al
favorecer el establecimiento de una gran sociedad de crédito, sobre el
modelo del Banco de San Jorge, de Genova, y del Banco de Amster-
dam, pensaba ante todo en procurarse nuevos recursos para el presente
y para el porvenir. El Banco no fue otra cosa en su origen que un grupo
de capitalistas que se comprometían a prestar a la Corona una suma
de un millón quinientas mil libras esterlinas a un interés del 8 por 100;
este grupo debia recibir a cambio el titulo de corporación 3, con dere­
cho a aceptar depósitos, descontar cíectos de comercio; hacer, en una
palabra, todas las operaciones bancarias. No es dudoso que tuviera éxi­
to este proyecto; lo que determinó al Parlamento a votarlo, a pesar de
una oposición muy viva, fueron las ventajas inmediatas que ofrecia,
el dinero que se podía obtener para sostener la guerra en Flandes.
Asi, la creación de esta gran institución, sobre cuya importancia sería

* Véanse las brillantes páginas de M acaijlat : Hist. du régne de Guillau-


me III. trad. Pichol, ITI, 219. Se encontrará un estudio más documentado en
C uwnincham, op. cit., n. 142-64. quien, por lo demás, confiesa que el asunto
signe estando bastante mal conocido.
2 Véase Schmoller, Gustav: Die geschichlliche Entwickelung der Unlemeh-
mimg—Jahrbnrh fiir Gesetzgebung. VtrwaUung und Volkswirtschaft im deutschen
Reich, 1893, pág. 963.
* Una Corporation, en el lenguaje jurídico inglés, es una sociedad en pose­
sión de lodos los derechos ligados a la personalidad civil, capaz de adquirir bienes
muebles e inmuebles, de realizar transacciones comerciales bajo su nombre co­
lectivo, de comparecer ante la justicia, ele. Sobre los orígenes del Banco de
Inglaterra véase A ndrÉades, A.: Essai ,iur la fondation el l'histoire d e l a Banque
t i 'd n g l e t e r r e (1694-1844) y Rocr.ns, Th.: The f i r t s nine y e a r s o ¡ the Bank of
Jiughiml.
II: EL DESARROLLO COMERCIAL 77
-

supcrfluo insistir, aparece en primer lugar como una especie de expe­


diente presupuestario l . Pocos hombres eran entonces capaces de pre­
ver que los derechos concedidos al Banco tendrian para la nación un
valor infinitamente superior al de los adelantos aprobados por ella. Los
servicios que prestó al Tesoro, por considerables que hayan sido 2. no
podrían compararse a los que en su funcionamiento cotidiano prestaba
al público.
Gracias al Banco, Londres pudo convertirse en un centro de trans­
acciones y de empresas comparables a Amsterdam. Aumentó la circula­
ción de los capitales y el tipo de interés disminuyó muy rápidamente:
del 7 y el 8 por 100 descendió, en menos de veinte años, al 4 por 100
i' incluso más bajo todavía 3. La locura de especulación que se desenca­
denó sobre Inglaterra aproximadamente al mismo tiempo que sobre
Francia, los proyectos insensatos y las estafas innumerables que pulu­
laron en torno a la quimérica Compañía del Mar del Sur, solo causaron
un trastorno pasajero.All Banco permaneció inquebrantable y sus ac­
ciones, tras haber sido arrastradas por un instante en el movimiento
de alza desenfrenada que precedió a la catástrofe, volvieron casi en se­
guida a su curso norm al4: la confianza que inspiraba era. ya desde
esta época, de una solidez a toda prueba. Y lo que hacía esencial su
papel era que, durante mucho tiempo todavía, los establecimientos de
crédito siguieron siendo poco numerosos: hacia 1750 no existían fuera
<le la capital más que una docena de casas de Banca 5. Por uno de esos

1 Fue el comité de arbitrios—en otros términos, la comisión del presu­


puesto—quien preparó el bilí de fundación. Y el título de este bilí muestra bien
cuáles eran las preocupaciones de sus autora: «Ley estableciendo ciertos dere-
i líos sobre el tonelaje de los navios y sobre lu cerveza floja, la cerveza fuerte y
litros líquidos y asegurando ciertas ventajas, cspecificatiaa por la citada ley, a
las personas que adelantaran voluntariamente la suma de un millón quinientas
mi! libras para continuar la guerra contra Francia.» (5 y 6 Gttill. y María, c. 20.)
s De 1694 a 1731- las sumas prestadas por elBancu al Estado ascendieron
tt un total de 11.900.000 libras; véase Sc.ltMOll.EH, G., ob. cit., pág. 964.
lata acciones del Banco de Inglaterra, en el momento de la paz de Uirechl
(17131, producían un 4 oor 100 y valían de 118 a 130 libras. Véase R ogers, Tho-
rolil: llistory of agriculture and prices in F.ngland, Vil, 715-16. El Estado, cuyos
«tnpicMilos eran al 8 por 100 en 1694, pudo emitir obligaciones al 3 por 100.
qile sobrepasaron la par en 1732. Idem, ibíd., pág. 884. La baja que comenzó
baria 1755 tuvo por causa, muy probablemente, la mayor facilidad de las inver-
siitruf, debida al desarrollo de los negocios comerciales.
‘ Lo cotización media duranteloa cuatro primerosmeses de 1720 osciló alre­
dedor de 150 libras; el 7 de mayo ascendía a 160; el 16, a 180: el 20, a 200;
el 2 ile junió, a 220; el 3. a 250: el 24, a 265; esta lite la más alta cotización
alcanzada en el momento en que las acciones del Mar del Sur, que se pagaban
ni rl mes de enero a 130 libras, subiendo hasta 1.000 libras. En julio y agosto
In rnli/.tteión volvió a descender a 2 2 0 ; en septiembre, a 2 0 0 , y a partir del 1 2 de
ni inbiv empieza a oscilar otra vez entre 140 y 150 libras. R ocers, Thorold,
Vil, 72425.
a IllfitKH, Edm.: Letters on the proposals for peace with ihe regicide Direc­
to! Y o.l ¡‘‘ranee, Curia I, pág. 59 (ed. E.-J. Payne, Oxford, 1878).
78 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

efectos de acción recíproca, tan frecuentes en el curso de la evolución


económica, el crédito, después de haber hecho posibles el desenvolvi­
miento del comercio y las transformaciones de la industria, debía recibir
a su vez un impulso prodigioso por parte de estos, impulso que se
renueva a cada instante ante nuestra vista.
En el momento mismo en que se fundó el Banco, la Compañía de
Jas Indias, que ya tenía casi un siglo de vida, parecía a punto de sucum­
bir. Acababa de atravesar un era de prosperidad sin precedente. Pero
su riqueza, en manos de un número muy pequeño de participantes, ha­
bía excitado envidias y codicias. Comerciantes sin privilegio ( interlo-
pers) se esforzaban, sin miramiento a los derechos exclusivos estipula­
dos en favor de la Compañía por la carta real del año 1600, en hacerle
la competencia y en sustraer en provecho propio una parte de sus enor­
mes beneficios. Después" "ds~la--Revolución explotaron contra ella la ac­
titud política de su gobernador, síf^ípsiah Child \ que había buscado
el apoyo de la corte y^de los lories, y solicitaron del Parlamento que pu­
siera fin a un monopóüp del que hubieran querido apoderarse. Se en­
tabló una lucha encarnizada: los adversarios de la Compañía consiguie­
ron obtener, por lo pronto, de la Cámara de los Comunes una declara­
ción que negaba a la Corona el derecho de conceder privilegios comer­
ciales y autorizaba a todo súbdito inglés a traficar, sin restricción de
ninguna clase, con los países de Oriente, en tanto que no se ordenase
otra cosa por una ley debidamente votada1 2. Formaron después otra
Compañía, que fue oficialmente reconocida en 1698 3. Durante al­
gunos años hubo dos Compañías de las Indias, separadas por una ri­
validad fu riosa4. Finalmente, en 1702, se inició un acuerdo, que cul­
minó en 1708 con la fusión de las dos empresas5. Fue en 1708, el mis­
mo año que vio la desmembración del Imperio del Gran Mogol tras la
muerte de Aureng Zeb, cuando se constituyó esa gran Compañía de las
Indias que conquistó el Indostán con Clive, Warren Hastings y Welles-
ley, y que, durante siglo y medio, explotó y administró su inmenso te­
rritorio.
La violencia de las disputas a las que puso fin esta fusión atestigua

1 El economista autor del Neto Discourse oj Trade (1693).


2 Parliamentary History, V, 828.
3 9-10 Wffl. 1ÍI, c. 44.
* En el curso de esta disputa, se publicaron por ambas partes un gran núme­
ro de libelos. Citemos: Some remarles upon the present State of the India Com­
pany’s affairs (1690); Modesl and just apology for the East India Compa-
ny (1690); W hIte, G.: An account of tlte trade to the East Indies (1691), etc.
Algunos de estos folletos son de gran interés para la historia de las doc­
trinas económicas; véase, p. ej„ Reasons against establishing an East Indies
Company vith a joinl stock, exclusive to all others 0691), donde se sostiene la
tesis de la libertad de comercio, y An essay on the East India trade, por Deve-
nant, Charles (1696).
5 Solo fue ni año siguiente (1709) cuando la Compañía tomó el título de
United Company. R ocers, Th., VIL 2."' parte (Documentos), pág. 803.
A

II: #L DESARROLLO COMERCIAL 79

suficientemente la importancia adquirida, antes de acabar el siglo xvm ,


por el comercio de las Indias. Su actividad se vio aumentada todaria
más con la competencia temporal de las dos Compañías rivales. Es en
este momento cuando el té, introducido en Inglaterra desde el comien­
zo de la Restauración, se convierte en un artículo de importación regu­
lar, cuando las porcelanas de China, apreciadas desde hacía mucho
tiempo por los holandeses y puestas de moda por la reina M aría ha­
cen furor en la corte y entre la alta sociedad inglesa; cuando, finalmente,
los tejidos de algodón, indianas, persas, calicós, muselinas, cuyos nom­
bres solos denuncian su origen oriental, se difunden hasta el punto de
alarmar a los fabricantes de telas de lana 2. El comercio de las Indias se
extiende a los productos más variados, toma todas las formas, se con­
vierte cada vez más en uno de los elementos indispensables de la ri­
queza de Inglaterra.
El Banco y la Compañía de las Indias son los dos puntos de apoyo
de la política inglesa, en el interior y en el exterior, y esta política
puede dirigirse al fin hacia la meta entrevista en los tiempos de Isabel
y en los tiempos de Cromwell, la conquista de los mares y del comer­
cio marítimo. ¿Es necesario recordar que durante los sesenta primeros
anos del siglo x vm fue cuando Inglaterra echó los cimientos de su
Imperio colonial? Antes de 1700 ya ocupaba en América el territorio
do trece colonias; pero aparte de esta vasta extensión de países inc.ul-
los. de la que se hacía menos caso que de la menor isla de las espe­
cias ", las posesiones inglesas se reducían a muy poca cosa: Jamaica,
*•1) las Antillas, y tres o cuatro factorías en la India. El puesto ocupado
por Inglaterra a la cabeza de las coaliciones contra Francia le permite
ni 1713 apoderarse de Gibraltar y Menorca, San Cristóbal, Terranova
ron sus pesquerías, la bahía de Hudson y la Acadia, esa obra antici­
pada del Canadá francés. Cincuenta años después, el tratado de París,
nirirlusión triunfal de las grandes guerras marítimas conducidas por el
jji'iiio del primer ministro Pitt, le da el Canadá entero, la mayoría de
1(IM pequeñas Antillas y la India, presa incomparable, alternativamente
riiilhdiidn por todas las naciones. Así la guerra y la diplomacia secun-
ilnii <*l progreso espontáneo del comercio británico y le abren un campo
Intiictuto para el porvenir.
| El Iriiinfo de la política inglesa en el siglo xvm fue al mismo tiem-1

1 idilio la reina quien introdujo el hábito a la fantasía de decorar las casas


tmli liun-,danas chinas, capricho que luego se ha exagerado extraordinariamente.»
I lililí',: Ttiiir through the ivhole island of Great Britain, I, 123.
8 Voromos en un capítulo posterior cómo las medidas prohibitivas reclama-
ilill pur eslns fabricantes contra las cotonadas de la India tuvieron por conse-
i tirnclii el BBlnlilccimiento de la industria del algodón en la propia Inglaterra.
8 0. Cltulmcrs, en 1804, llamaba todavía a las posesiones en Francia «the
wllili'i iiB»» ñeros» lite Atlantic». Estímate of the comparative strength of Great
fíil/iiln, |itljt, 141. Esta expresión es comparable con la de «algunas fanegas de
nlnvitti, liin reiirocluidn o Volliiire.
80 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

po el triunfo del sistema mercantil. ¿No es el mercantilismo el que


hace del comercio colonial, tan favorable a la exportación de los pro­
ductos manufacturados y a la importación de las materias primas, el
comercio por excelencia? E l tratado de_Utrecht, el tratado de París, al
lado de sus cláusulas territoria les estipulan en favor de la Gran Bre­
taña privilegios comerciales: el del a sien to 1 o monopolio de la trata
de negros con destino a la Am érica española y el del famoso buque
d e permiso de Porto Bello, que fue durante mucho tiempo el depósito
inagotable del contrabando inglés. Y este mismo mercantilismo que
sirvió para edificar el primer imperio colonial de Inglaterra se con­
virtió más tarde en la causa de su destrucción parcial. L a sublevación
de las colonias americanas contra la metrópoli arroja un rayo de luz
sobre toda esta historia. Se sabe que las demandas de los americanos
fueron principalmente de ordert económico, que tuvieron que quejarse
de las prohibiciones dirigidas contra sus industrias en favor de las in­
dustrias inglesas 1
2, de los impuestos recaudados sin su consentimiento
en beneficio del tesoro inglés. Fue la guerra de América, mucho más
que los escritos de Adam Smith, la que demostró la caducidad de la
antigua economía política y precipitó su ruina.
La fortuna de Inglaterra debía sobrevivirle: mientras que se pro­
ducía el acontecimiento capital de la revolución americana, con sus
consecuencias irreparables, el genio de los inventores y la iniciativa
feliz de los manufactureros creaban en la propia Inglaterra una nueva
América.

III

Según el sistema mercantil, la gran fuente de riqueza para una na­


ción es el comercio exterior. Es con vistas al comercio exterior como
se constituyen las compañías con carta, como los hombres de Estado
prodigan estímulos a la navegación y como la conquista se hace auxi­
liar del negocio. Y documentos auténticos nos permiten seguir, de
año en año, con toda la precisión deseable, los progresos realizados3.

1 En español en el original. (N. del T J


2 En 1732, a instancia de los sombrereros de Londres, se prohibió a los
americanos exportar sombreros de fieltro (5 Geo. II, c. 22). En 1736, prohibición
a los armadores ingleses y americanos de emplear lona fabricada fuera de las
Islas Británicas (9 Geo. II. c. 37). Una ley de 1750 (23 Geo. II, c. 29) permite
a las colonias exportar hierro colado y en barras (que Inglaterra necesitaba),
pero les prohíbe trabajar el hierro colado o en barras que producían. Véase sobre
las relaciones económicas de Inglaterra con sus colonias el libro de Buschinc,
Paul: Die Entwickelung der handelspolitischen Beziehungen zwischen England
tind seinen. Kolonien, págs. 38-46 y 71-76.
3 L as estadísticas sacadas de los registros de las aduanas ( C u s l o m H o u s e
B o o k s ) fian sido publicadas por A tjdeuso'N: H i s t o r i c o l a n d c h r o n o l o g i c a l d e d u e -
t i o n o f t he o r i g i n o f e o m m e r c e , III, 59, 82, 103, 115, 124, 134, 142, 154, 162,
170; IV, 322, 692-94, y Chalmeus: E s t i m ó t e o j t i l e c o m p a r a t i v e s t r e n g t h o f G r e a t
t i: ít PESAI1R0LL0 COMtoUClAl. 81

Las cifras que vamos a citar, comparadas con aquellas a las que
nos ha habituado la vida económica tan intensa de nuestro tiempo, pa­
recerán insignificantes. Tanto m ejor se medirá la magnitud de los
cambios sobrevenidos. P o r lo demás la población de Inglaterra— otra
consecuencia de las mismas causas— era, a principios del siglo xviii,
aproximadamente siete veces menos numerosa que en nuestros días.
Examinemos en primer lugar las cifras relativas a la navegación. De
acuerdo con los registros de las aduanas inglesas, el tonelaje de los
navios comerciales salidos de los puertos ingleses durante el año 1700
no se elevaba por encima de las 317.000 toneladas de arqueo— cifra
irrisoria, sesenta y ocho veces inferior al movimiento actual del puerto
de Liverpool *. En 1714, inmediatamente después de la paz de Utrecht,
se eleva a ‘148.000 toneladas. El progreso es muy lento durante los
quince o veinte años siguientes: 503.000 en 1737, que se reducen a
471.000 en 1740 cuando la guerra contra España. A favor de la tregua
general que sigue a la paz de Aquisgrán, la actividad de la marina
mercante aumenta de nuevo: en 1751 la cifra de las salidas es de
661.000 toneladas. Nueva depresión durante la gran guerra contra Fran­
cia: 525.000 toneladas en 1756, 574.000 en 1760. A partir de 1763
comprobamos un marcado restablecimiento, que se continúa con mucha
regularidad hasta el comienzo de la guerra de América: 658.000 tone­
ladas en 1764, 746.000 en 1766, 761.000 en 1770. 864.000 en 1764.
Estalla la revolución en las colonias, y en seguida decrecen las cifras:
820.000 en 1777, 730.000 en 1779, 711.000 en 1781. Pero pasada la
crisis la subida es tan brusca y tan rápida, que deja adivinar la acción
oculta de alguna causa enérgica: 959.000 toneladas en 1783, 1.055.000
ni 1785, 1.405.000 en 1787. A pesar de cierta contención que se
lince sentir a partir de 1793— fecha inicial de un nuevo período de
guerra— el movimiento de salida de los navios llega, en 1800 y 1801,
n 1.924.000 y 1.958.000 toneladas: en veinte años casi se ha triplicado
ln cifra de 1781 J.
Y , como era de esperar, no sólo las exportaciones, sino también las
importaciones, siguen una curva que, si bien no es paralela a esta, al

Hrilain, págs. 231 y sgs. Véase también Journals o f the IIouse o¡ Commons, LVI,
frM y 846. No hay siempre una concordancia perfecta entre las cifras dadas por
«atoa diferentes textos, pero la divergencia no es nunca lal que haya que temer
etrores graves.
1 Evaluaciones de la edición de 1928.
3 El tonelaje de cada navio separadamente seguía siendo muy escaso toda­
vía, Eu 1789 el número de los navios que salían era de 14.310, con un arqueo
do 1.443.658 toneladas, y en 1800 eran de 18.877, con un arqueo de 1.920.042 lo-
nelmlus. Journ. o¡ the Ilouse of Commons, LVI, 846. Es fácil hacer el cálculo,
que da una media apenas superior a las 1 0 0 toneladas. Con todo, hubo a esta
mspoCto un progreso real desde principios del siglo xvm. Según E ni7 iri.n: Hist. of
Idvttrfiaol, púg. 67, el arqueo medio de los barcos que frecuentaban el puerto de
Liverpool en 1703 no sobrepasaba las 38 toneladas.
HIAMOIIOS o
82 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

menos tiene la misma dirección y la misma marcha, feas importaciones


se elevan de cuatro millones de esterlinas a seis hacia 1715, y a siete
hacia 1725; oscilan entre siete y ocho hasta las proximidades de 1750;
suben a diez millones en 1760, a doce en 1770, a quince en 1775.
Luego, tras la baja bastante inerte de los años 1776-1783, que las
hace retroceder hasta once e incluso diez millones de esterlinas, hay
una aceleración súbita: en 1785, más de dieciséis millones; en 1790,
más de diecinueve millones; en 1795, cerca de veintitrés millones; en
1800, más de treinta L Lo mismo sucede con las exportaciones: durante
setenta u ochenta años progresan de una manera bastante lenta, pero
segura y casi continua: seis a siete millones de libras entre 1700 y
1710, siete y medio en 1715, once en 1725, doce en 1730. De 1730
a 1770 son frecuentes las oscilaciones; no obstante, nunca vuelven a
descender por bajo de once millones a partir de 1740, ni por bajo
de trece a partir de 1757, y tienden cada vez más hacia un nivel cer­
cano a los quince y dieciséis millones de esterlinas. En 1771 se superan
ampliamente estas cifras (17.161.000 libras), pero para volver a con­
tinuación a once millones y medio. Finalmente, a partir de 1783 en­
contramos más acentuado todavía que en los casos precedentes el mis­
mo movimiento de ascensión precipitada: de quince millones en 1784
se pasa en 1785 a dieciséis; en 1790, a veinte; en 1795, a veintisiete;
por último, en 1800, a la suma entonces inaudita de 41.877.000 libras,
cerca de mil cien millones de francos 3.
Las conclusiones se desprenden por si mismas: el gráfico por el que
se puede intentar traducir las cifras anteriores salta a la vista y casi
no precisa comentario. Lo que admira en primer lugar es la trayectoria
casi vertical de las curvas en la última parte de su trazado. Esta parte
corresponde precisamente a la época en que se hacen sentir los prime­
ros efectos del maqumismo, en que los productos de la gran industria
empiezan a propagarse por el mundo entero. Así, es la curva de las
exportaciones, aquella cuyo movimiento, tanto tiempo vacilantes y des­
igual, se pronuncia con más vigor', todavía no ha llegado el momento
en que las importaciones sobrepasen, y con mucho, a las exportaciones-
debido a que las necesidades del país aumentan con su riqueza y a que
su producción se hace cada vez más especializada 3. Consideremos ahora1

1 750 millones de francos, atribuyendo al franco, por supuesto, el valor que


tenía en 1800.
2 Es la cifra dada por los Jotimals of the House oí Cornmons, LVI, 049
y 846. C kal Meus, Estimóte, pág. 231, da 43.l52.000 libras; ignoro de dónde
proviene esta cifra, ciertamente exagerada.
3 Durante el período de 1890-1900 las exportaciones del Reino Unido varia­
ron entre 215.824.000 libras y 291.192.000 libras; las importaciones, entre
404.688.000 libras y 523.075.000 libias. Véase Memorándum, on the comparativ?-
statistics oj populación, industry and commerce in the Onited Kingdom and same
leading joreign countries (Blue Book publicado por el Bortrd of Trade, 1902),
II: El#-DESARROLLO COMERCIAL 83

Comercio exterior de IngJalerrn de 1700 a 1000


84 PARTE i : LOS ANTECEDENTES

la primera parte de las tres curvas, la que representa el desenvolvi­


miento del comercio y de la navegación desde 1700 a 1775 ó 1780. Es
netamente ascendente y sus oscilaciones, sus caidas sucesivas, deben
atribuirse a causas puramente accidentales: cada una de ellas, en efecto,
corresponde a un período de guerra; por lo demás, después de cada
descenso, las curvas vuelven a subir por encima del más alto nivel
precedente. P o r último, si se considera el conjunto del gráfico, no se
puede dejar de percibir su continuidad. El movimiento que se bos­
queja desde comienzos del siglo, aunque relativamente lento y a veces
ifústrado o interrumpido, se afirma poco a poco y parece anunciar ya
el desarrollo vertiginoso que va a seguir,____ ____________
Se ha negado su importancia. Según J. A. Hobson, los economistas
del siglo X v i i i se hacían grandes ilusiones a propósito del comercio
exterior. Las naciones estaban mucho más aisladas unas de otras de lo
que lo están hoy día, cada una vivía casi enteramente de sus propias
reservas. Inglaterra, en 1710, consumía unos sesenta millones de ester­
linas de mercancías: ahora bien: los productos importados apenas si
representaban una quinceava parte de esta suma, cuatro millones y me­
dio a lo más 1.¡ Sin duda, pero si se nos permite tomar esta compara­
ción de las ciencias de la naturaleza, sólo es menester una pequeña
cantidad de un fermento para modificar en su constitución íntima una
masa enorme de materia. La acción ejercida por el comercio exterior
sobre el mecanismo de la producción es difícil de captar, sin embar­
go, no es imposible reconocer sus huellas, p ;
Hemos visto en el capítulo precedente cómo la influencia del capital
comercial ha transformado poco a poco la organización de las antiguas
industrias. Ahora bien: entre los comerciantes, el que se encuentra más
pronto y más fácilmente en condiciones de desempeñar, frente a los
productores, el papá de un capitalista, es el gran negociante en rela­
ciones con el extranjero, habituado a los riesgos de los empresas lejanas.
En el primer puesto de las exportacio os inglesas figuraban las telas
de lana 2, y ya sabemos cuáles eran los principales centros exportadores:

págs. 49 y 51. Para el año 1922 las cifras fueron: importaciones, 1.003.918.241 li­
bras; exportaciones, 824.274.297 libras.
1 H obson , J. A .: The evoluíion o j módem capitalism, págs. 12-13.
3 Tan solo en 1802 la exportación de los tejidos de algodón supera la de
las telas de lana, como muestra el cuadro siguiente:

1797 1798 1799 1800 1801 1802 1803


Exportación lib. est. lib. est.
lib. cst. Ub. cst. lib. est. lib. est. lib, est,
i
Lanas........... 4.625.000 6.178.00016.435.000 6.918.000 7.321.000 6.487-000 5.291.000
Algodones..... 2.446.000 3.544.000: 5.556.000 , 323.000 6.465.000 7.130.000 6.467.000

ParUamentary Debates, I, 1147 ( Accounts).


n: EL DESAUr OLLO COMERCIAL 85

eran algunas ciudades del Sudoeste; era Norwich, donde se fabricaban


ciertos tejidos, especialmente destinados a la clientela extranjera1; eran,
Yorkshire, Brandford y sus alrededores3. No dejará de observarse que
estas regiones son justamente aquellas en que predominaba la industria
de las lanas peinadas, y en que se había establecido desde muy pronto
la supremacía económica de los comerciantes pañeros. Es indudable que
su retención de esta rama de la industria se vio facilitada por la natu­
raleza de la fabricación y el alto precio de las materias primas. Pero
lo que les permitió sacar partido de estas circunstancias favorables fue
la demanda de que el worsted inglés era objeto en los mercados del
Continente. Fue el comercio marítimo el que los enriqueció y los hizo
ambiciosos, y fue desde los puertos de Bristol, de Yarmouth, de Hull,
desde donde su poderío avanzó hacia el interior, para adueñarse bien
pronto del país entero. Después de las lanas, uno de los artículos de
exportación más importantes era la pequeña metalurgia, la quincalle­
ría y la bisutería de Birmingham. Nos hallamos aquí en uno de ios
puntos en que van a cumplirse las transformaciones más notables y más
decisivas de la técnica industrial. Sin embargo, según la opinión de un
antiguo historiador de la ciudad, los fabricantes de Birminghan no
eran, ni con mucho, tan emprendedores como ingeniosos sabían mos­
trarse. Cuando habían fabricado en sus pequeños talleres, y con un
tililaje de los más simples, los botones, las hebillas de zapatos, las ta­
baqueras, e incluso la moneda falsa, que habían dado a Birminghan
KK reputación un tanto dudosa3, «permanecían tranquilos calentándose
«I fuego de sus fraguas» 4. Pero a su lado se había formado una clase
activa de comerciantes. Eran ellos los que, recorriendo las provincias
más alejadas de Inglaterra, en relaciones con el Continente y con Amó­
nen, obligaban a los fabricantes a aumentar sin cesar su producción y
n |>erfeccionar sus prodecimientos s. Más tarde, dirigieron personalmen­
te la producción. El hombre que quizá ha hecho más por la grandeza
industrial de Birmingham, Matthew Boulton, de Soho, debió 6U éxito
H sus cualidades de nogociante tanto como a su talento de organización
y ilo mando. Fue como comerciante audaz y hábil, al corriente de los
K'cursos y de las necesidades del mercado, como osó tomar a su cargo
ol invento de Watt, para hacer de él un objeto de uso práctico.
El comercio de exportación estimula las industrias existentes: J a

1 Véase J ames, J.; History oj the worsted manufacture, págs. 269 y 309.
* lbíd., pág, 268. La exportación del worsted de Bradford se desarrolló en­
tre 1750 y 1760.
:l La expresión Birmingham, o mejor, Brummagem mares, ha sido durante
Hincho tiempo el equivalente de la palabra baratija.
1 VIirrroN, WiiUam: History o f Birmingham, pág. 98.
* I) p i t ó n , W-> emplea una expresión que da una imagen, pero que, por des-
inelt!. es casi intraducibie: «.The uadesmnn stands at the head oj the manu-
Í iiiliirfr», el comerciante está a la cabera del fabricante, como se está a la cabeza
ila un caballo para conducirlo.
ir

116 PAHTK l : LO S ANTF.CEDENTKS

importación suscita otras nuevas Tendremos que estudiar más am­


pliamente lo s orígenes de la industria del algodón en Inglaterra: vere­
mos que nació de la imitación de una industria exótica; el germen fue
traído a Inglaterra en los navios de la Compañía de las Indias. L o mis­
mo ocurrió con la industria de la seda, copiada de Italia, y aclimatada
en los arrabales de Londres por refugiados franceses, después de la
revocación del Edicto de Nantes 12.*4 Fue precisamente en estas dos indus­
trias. la de la seda y la del algodón, donde el maqumismo hizo prime­
ramente su aparición, y donde, por estar al margen de las tradiciones
y de las coacciones legales de que las eximía su formación reciente y su
procedencia extranjera, pudo constituirse más fácilmente el régimen
económico nuevo.

IV

F.ntre los hechos que muestran mejor cómo el progreso del comercio
inglés en el siglo xvrn reaccionó sobre el desenvolvimiento de la indus­
tria, no hay otro más significativo que el crecimiento de ciertos cen­
tros comerciales, en cuya proximidad han aumentado las aglomeracio­
nes manufactureras. La historia de la ciudad y del puerto de Livorpool
es su ejemplo más notable. Se estaría tentado a creer que Livorpool es
una creación de la gran industria. ¿No está situado en el umbral del
condado de Lancaster. a pocas leguas de Manchester, la metrópoli del
algodón? Por la depresión donde corren en sentido inverso el Weaver
y el Trent. comunica con. el distrito d e las alfarerías, y. más allá, con el
país negro de Wolverhampton y de Birmingham, mientras que al Este
una escasa distancia lo separa de LeedB y Bradfoi'd, las ciudades de la
lana, y de Sbeffield, la ciudad del hierro y del acero. En el ancho y
profundo estuario del Mersey, demasiado vasto para el río mediocre
que va a perderse en él, vienen a parar por todas partes poderosas co­
rrientes de riqueza industrial, que encuentran allí su desembocadura
natural, su salida común hacia el mar.
Esto es el presente: el pasado es muy distinto. Liverpool, hasta una
fecha relativamente reciente, tenia pocas relaciones con la región de
Birmingham, orientada más bien hacia el valle del Severa y hacia Bristol.
De la parte de Yorkshire. el macizo Penino. atravesado solamente por
algunas malas carreteras, constituía un serio obstáculo. Quedaba Lan-
cashire: pero ¿es verdad que el desenvolvimiento de su industria baste
para explicar, desde el principio, el crecimiento de Liverpool?

1 Véase Von G ü u c n : Geschichlüchc Darstellung des Handéis, der Cernerte


und des Ackerbatís der bedeut.endeti liondelstrcibenden Sitíate u n s e r e r Z e i t , I,
97 y sgs.
4 Sobre las industrias traídas a Inglaterra por refugiados extranjeros, véase
HAshACH. W .: Zur Charakteristik der Englischen Industrie (Jahrbttch fiix Gesetz-
KelmnK, XXVI. 457).
i
II: EL DESARROLLO rOMEIIIMAI. 87

Antes del siglo xvn Lancashirc era una especie de desierto, cubierto
di> bosques y de pantanos. Liverpool apenas era más que una aldea de
pescadores, aislada a la entrada de la inmensa rada, entonces sin mue­
lles y casi sin navios. No obstante, el excelente abrigo que ofrece el
estuario atraía va el comercio. Mercaderes irlandeses traían el hilo de
lona que se tejía en tom o a Manchester '. Se reconocen también, a va-
i ios siglos de distancia, las relaciones que, todavía hoy. unen a las dos
calidades: una. recibiendo la materia prima; la otra, apropiándosela
pura transformarla. Señalemos, sin embargo, una diferencia esencial:
el movimiento se dirigía sobre todo desde fuera hacia dentro; Man-
clic’Nter, centro de una modesta industria local, no tenia productos que
exportar, a no ser un poco de paño, comprado por los mismos comer-
ríanles irlandeses que habían suministrado d hilo 1 2. En 1636, L iver­
pool era todavía un puerto tan pequeño que Strafíord, al recaudar el
lamoso impuesto de los barcos (sh ip nton ey), lo tasaba en quince li­
bras esterlinas, mientras que Chester pagaba cien y Bristol dos m i l 3*.
Fue aproximadamente en la época de la Revolución, en el momento
en que se reanuda la expansión marítima, interrumpida por un siglo de
luchas políticas, cuando Liverpool comienza a engrandecerse. En 1699
se convierte en una parroquia autónoma, y se construye una iglesia
nueva *. En 1709 su comercio es lo bastante importante como para no
r (informarse ya con el puerto natural formado por el estuario: se decide
nhrir un diq u e5, incentivo de esa magnífica hilera de docks que ex­
tiende boy día sus muelles en un frente de diez kilómetros. Los con­
temporáneos se asombran de esta prosperidad rápida: ((Liverpool, es­
cribía Defoe, es en verdad una de las maravillas de la Gran Bretaña,
mucho más curiosa, a mi entender, que todas las curiosidades naturales
ilcl Pico de Derbyshire a; la ciudad, en mi primera visita hacia el

1 «l.yipole, a lia s Lyverpolc, mui chiiluil empedrada, no tiene más que ana
oiiplllu; ln iglesia parroquial se llalla en "W(ilion, a cuatro millas de allí.,. El
iry llene cu ella nn castillo y el conde de Derby una casa de piedra. Los mercaderes
lllimilpao* ln frecuentan mucho, porque el puerto es bueno... En Lyverpole solo
#i* patín un pequeño derecho de entrada; por esa causa la visitan tanto los co­
men 1¡iMIc■ ■ Hucna mercancía en Lyverpole y mucho hilo de lana de Irlanda,
ipin violen u comprar las gentes de .Ñlancliesler.» L eí. and, John: ¡tinerary of
(Irrut flrlliilti, VII. 37. Sobre las primeras relaciones comerciales entre Liverpool
o li lamia, vfaw M u ir : Hislory o f Liverpool, pág. 84.
* Véase Itrmi.tts, Lewis: The tremare of tra/fic, pág. 32.
:1 (fnlrtidnr of State Papen, Domestic Series, 1634-1635, págs. 568-69 y 581.
25 libras en 1686. Ibíd.. 1636-1637, pág. 207.
I A ikin , J.: i ilescription o f the country from thirty to forty miles round
\fiimhester, pág. ,'135; Anderson, A.; Origin of eommerce, III, 143.
3 8 Anuo, e. 12. Véase M uir , R„ ob. cit., pág. 176. F.l segundo dock se insta­
lé en 1731.
II The Pettk, Se designa con esle nombre la región montuosa y poblada de
árboles que forma el extremo meridional del Macizo Ponido, entre Manchester
y Shcffirld: sus rocaB y sobre >lodo sus gruías fueron visitadas por los turistas
iliWe principios del siglo xvin.
na PARTE ! : LOS ANTECEDENTES

año 1680, eia grande S bella, bien edificada y en vías de progreso.


Cuando mi segundo viaje, en 1690, era mucho más amplia que la
primera vez: en opinión de sus habitantes, se había duplicado en
menos de veinte años. En todo caso, puedo afirmar, sin aventurarme,
que entre mi segundo y mi tercer viaje la ciudad se había más que
duplicado, y se me asegura que todavía se la ve acrecentar, de día en
día, su riqueza, su población, su comercio, sus edificios. Hasta qué
punto de grandeza llegará, es lo que ignoro» 1 2.
Los navios que frecuentaban el puerto de Liverpool apenas tenían
el tamaño de nuestras grandes barcas de pesca :i; pero su número y su
tonelaje aumentaban sin cesar. En 1710 el total de las entradas y salidas
no pasaba de 27.000 toneladas de arqueo; en 1730 se elevaba a 37.000;
en 1750, a 65.000; en 1760 y 1770 alcanzaba 100.000 y 140.000. Des­
de mediados de siglo Bristol dejó de tener el primer puesto, a continua­
ción del puerto de Londres, y Liverpool ocupó su lugar i 4 . En cuanto
a la población, de 5.000 habitantes que tenía en 1700, ascendió a 10.000
en 1720, 15.000 en 174.0, 26.000 en 1760: un censo efectuado en 1773
dio la cifra de 34.407 habitantes 5. El puerto se componía ya de cuatro
diques, con una longitud total de una milla y media. Arthur Young,
aunque no se maravillaba tan fácilmente como Defoé, se desviaba de
su ruta a través de las provincias rurales de Inglaterra con el decidido
propósito de ver Liverpool, «¡ciudad que ocupa un puesto demasiado
famoso en el comercio mundial para que sea lícito pasar tan cerca de
ella sin verla» 6.

1 Ya se sabe lo que Deloe entiende por una gran ciudad. De acuerdo con las
cifras de nacimientos y defunciones, la población de Liverpool en 1680 no puede
evaluarse en más de 4.000 habitantes. Véase Abstraéis o¡ the ansteers and re-
turns lo the Population Aet, 41 Geo. l í l (1801), II, 149.
2 D efoe : A tour through the whole island of Greaj Britain, III, 200.
3 Buques entrados en 1709: 374, con un arqueo de 14.574 toneladas. Sali­
dos: 334, con un arqueo de 12.636 toneladas. Arqueo medio: 38,3 toneladas.
EríFrF.LD, W.: History of Leverpool, pág. 67. En 1723: buques entrados: 433,
con un arqueo de 18.840 toneladas. Salidos: 396, con un arqueo de 18.393 tone­
ladas. Arqueo medio: 46,4 toneladas. Según Dumbell, S. (Enrly Liverpool cotton
imports, Economic Journal, XXXIIL 363), «en 1709 los armadores de Liverpool
no poseían más que 84 barcos; en 1752 este número pasó a 220, de los cuales
se empleaban 106 en el comercio con América y las Antillas. En 1770 el número
total de barcos llegaba a 309».
4 En 1766 entraron en Liverpool 803 navios y salieron 865, mientras que en
Bristol se registraron 431 entradas y 363 salidas. A nderson, A .: Origin of
commerce, IV, 97.
5 Enfield, W .: Hislory of Liverpool, pág. 25; A ik in , J.: A description of
the country round Manehesler, págs. 338-41. Este censo de 1773 fue emprendido
por un grupo de particulares bajo los auspicios de la municipalidad. Las cifras
anteriores a 1773 son el resultado de evaluaciones aproximativas, de acuerdo con
los registros de nacimientos y defunciones. Véase Abstracts of the ansteers and
returns to the Population Act 41 Geo. 111 (1801), II, 149.
0 Y o u nc , A.: Norlh of England, III, 168.
)

II; EL d e s a r r o l l o c o m e r c ia l 89

En el momento del viaje de Young a Liverpool apenas acababa de


nacer la gran industria en el condado de Lancaster. Manchester era
una ciudad activa y próspera, pero cuyo prodigioso porvenir nada hacía
prever todavía. Las cotonadas inglesas no eran aún más que un pro­
ducto ímperíecto, burdo, incapaz de rivalizar con los tejidos de la
india. Así, el desenvolvimiento de Liverpool adelanta y supera al de
la industria local. Es al progreso del comercio general de Inglaterra al
que parece ligado: entre ellos se observa el paralelismo más constante
y más notable. Se puede decir que la historia de Liverpool resume, du­
rante casi todo el siglo X V III. la historia del comercio inglés.
P or lo demás, no solo sabemos cuándo se realizó la fortuna de
Liverpool, sino también cómo se realizó. Fue principalmente por sus
relaciones con las colonias, las plantaciones, como se decía entonces;
por la importación de géneros coloniales, azúcar, café, algodón, a
menudo reexportados con destino a Holanda, a Hamburgo o a los
puertos del Báltico; finalmente, y sobre todo, por la trata de negros,
convertida para los armadores ingleses, a partir del tratado del asiento,
i’ii una fuente de ingresos de las más lucrativas 2. Durante este primer
poríodo de desarrollo, Liverpool se asemeja bastante a algunas de nues­
tras ciudades de Francia, enriquecidas como ella, y aproximadamente,
on la misma época, por el com ercio de las islas: Nantes, por ejemplo,
cuyas bellas casas de piedra, alineadas en fachada a la orilla del Loira,
evocan la prosperidad de los tiempos en que abastecía de esclavos las
Antillas, y recibía cargamentos de azúcar, de especias, de maderas pre­
ciólas.
Liverpool ha dejado de ser el mercado local en donde la sal d e L
nmdrnlo de Chester y la hulla de Wigan se cambiaban por la lana de
I i Iiiiii Ir ; todavía no ha llegado a ser la salida colosal de la gran indus-
I I tu Icixl ¡1 y de la gran industria metalúrgica. Su papel es el de un
••in/int/tim, de un puerto de depósito en el que se reúnen los productos
di' itltuiinm'. Es del exterior, es de los países lejanos en los que Ingla-
lt mi, ilimliu de los mares, afirma ya su supremacía comercial, de donde
#(> Ve n fluir liucia Liverpool la vida y la riqueza.
Y Sun Influencias exteriores las que, al penetrar en el condado de
I itiu'iuloi, Kimcilan la industria nueva, esta industria del algodón que
III mu del extranjero sus modelos y su materia prima. Hoy día, las balas
lie (ilgmlím i|uo se amontonan por millares en los almacenes de L iver­
pool i m » I i i u h i i i pensar en la cercana Manchester, con sus innumerables

' ,tín 1770,


^ Ih rn l'l futir, 111, 202-03; Campbell, John: Political survey of Creaf Bri- '
fillth I, lfl?l KniOICM'i, y t/ .: History of Leverpool; SvEDEXSTJERNA, Erik: Reise
ilpir/t ttllMlt 77iVil, non L’uglands und Schotllands, pág. 181. Las mercancías re-
t"( |,m11111ln> mu|i,mlli il i más de un tercio del total de las exportaciones; véase Jour-
nnl of illa llniina of Cttuirnons, LVT*, 846 y sgs.; M uir (History of Liverpool, pá-
|ImiIh 191) y sus,) t'ollRilId'U un capítulo entero al comercio de esclavos.
PARTE I: LOS ANTECEDENTES

t hay que alimentar sin cesar, como otras tantas bocas in-
jnla masa de productos manufacturados que salen de ella
pnm ir a esparcirse por el mundo entero. Si esta circulación incesante
Lleno a Liverpool como punto de partida y de llegada, es la región
industrial de Mancliester la que es su centro y su corazón. Pero el im­
pulso que lia puesto todo en movimiento lia venido de fuera: el desen­
volvimiento de Lancasliíre, que entre todos los condados de Inglaterra
merece ser llamado la cuna de la gran industria, tuvo como primera
condición el desenvolvimiento de Liverpool y de su comercio L

El comercio exterior de Inglaterra en el siglo x v m no ha hecho


más que crecer; el comercio interior se ha transformado. Las provin­
cias inglesas, en tiempos de la reina Ana, estaban todavía encerradas
en los marcos de una vida local muy estrecha. Desde el punto de vis­
ta económico, se dividían en cierto número de mercados regionales,
bastantes aislados unos de otros z, si bien en esta época Inglaterra tenía
sobre Francia y Alemania la ventaja de no estar disgregada por las
barreras de los arbitrios. No había ni una ciudad, aparte de Londres,
que sostuviese relaciones de negocios permanentes con el resto del reino;
en cuanto a los campos, era muy raro que su horizonte comercial se
extendiese más allá de la ciudad vecina. Y para establecer entre los
diferentes mercados el mínimo de comunicación indispensable, los me­
dios y los métodos habían cambiado muy poco desde hacía cuatrocien­
tos o quinientos años.12

1 Esto no significa que Liverpool recibiese las primeras importaciones de al­


godón. Según D ü m b e l l , S. ( Economía Journal, X X X III, pág. 364), solo fue ha­
cia 1795 cuando Liverpool se convirtió en el gran puerto del algodón, e incluso
en esa época los fabricantes de Manchester se aprovisionaban en otros ptterLos
al mismo tiempo que en Liverpool.
2 De un disLirilo a otro los precios defin'an sensiblemente. Es lamentable
que la obra de Roceus, Tborold (History of Agricultura and Prices in England)
no dé sobre este asunto más que informes incompletos e insuficientes. Sin em­
bargo, se pueden exLraer algunos ejemplos que muestran la divergencia enLre
los precios en el mercado de Londres y los de algunos mercados locales:
Trigo (e l qunrter * ):
Dic. 1703. Cambridge 40 chelines Londres 32 chelines
Jun. 1712. » 41/4 » » 32 a
Mar. 1727. » 36 m i» 24 »
Oct. 1734. Gloucester 40 » i» 30
Jun. 1741. Cambridge 50 » 39
Dic. 1748. Gloucester 36 » 19 28
Oct. 1753. » 46 » » 32 ir
Set. 1760. » 37/4 O U 23/6 1»
R o c e r s , Thorold, V II, 4, 12, 38, 56, 67, SO, 92, 114-15.
* Arroba. (TV. del T )
I

rr. el T>esari!Ollo comercial 91

Eí primero de estos medios eran las grandes ferias periódicas, a las


que se venía de lejos, ya para vender o para comprar. Inglaterra tenía
las suyas, como Francia y Alemania. La más famosa era la feria de
Stourbridge, que los ingleses comparaban a la de Leipzig. Sobre el
terreno en que se verificaba cada año, desde mediados de agosto a
mediados de septiembre, se levantaba toda una ciudad temporal, con su
administración, su Policía y su juzgado l . Se veia allí a los pañeros
de Leeds y de Norwicli al lado de los mercaderes de tela de la Baja
Escocia, a los cuchilleros de Sbeffield con los fabricantes de clavos de
Birmingliam. Los productos de lujo y los géneros coloniales eran traí­
dos de Londres, de Bristol y de Liverpool. Así, esta feria era la ocasión
de un cambio ríe productos en el que toda Inglaterra tomaba parte. Un
gran número de otras ferias, menos conocidas, solo tenían una impor­
tancia regional: se citaban, en el Oeste, la de Winchester; en el Este,
la de Boston; en el Norte, la de Beverley 2. Su decadencia es mucho
más reciente de lo que generalmente se cree: algunas lian seguido flo­
recientes basta una época muy cercana a la nuestra3.
Aparte de las ferias, los únicos mercados cuyo tráfico fuese un
poco amplio eran los mercados especiales, a donde venían a concen­
trarse los productos de una industria local. Tales eran, en el Yorksbire
occidental, los mercados frecuentados por los pañeros, establecidos en
las ciudades, y los pequeños productores del sistema doméstico, que
habitaban en los campos, ^ a liemos descrito el mercado de Leeds: era
el mayor y el de más clientela; pero había otros, bastante próximos
entre sí. en Bradford, en Huddersfield, en Wakefield, en Halifax: el
tejedor que los visitaba cada semana para vender su pieza de tela no
podía alejarse demasiado de su aldea. Lo que caracteriza a estos mer­
cados locales es la cantidad de pequeñas transacciones, el número de
vendedores y de compradores. Por eso necesitaban mucho espacio: las
lonjas de paños fundadas o reconstruidas en la segunda mitad del si­
glo xvni 4 no eran suficientes, a pesar de sus vastas dimensiones3. Una

' Véase Def Oe: T o a r, I, 122-30; R ocers, Thorold: S ix cen lttries o j iv o rk


and tbages, púgs. 149-52.
2 T oyniiiíe, A.: L ectu re s o f th e in d u s tria l re v o lu tio n , págs. 54-55; H ob -
son , J. A.: T h e .e v olu tio n o j m o d e ra ca p ita lis ta , pág. 32. Se encontrará una lista
completa da la* pequeñas ferias locales en Art- a ccu ra te d e s c rip tio n o f the p re s e n t
g r e a t ro a d s o f C ie a t H rita in (1755), págs. x iv iii -Lxiv.
3 C ooke.T ayi.OU, R. W.: In tr o d . to th e h is to ry o j the ¡a c to r y system , pági­
na 218, cita la feria de Creenwiclt, cerca de Londres, y la feria de Donnybrook,
cerca de Dublín.
4 El Tammy Hall, do Wakefield, dala de 1766; el Piece Hall, ele Bradford,
de 1773; el Manufacturais' Hall, de Halifax, de 1799. En Leeds, las dos lonjas,
Mixed Clotli Hall y iPliilít Clni.lt Hall, fueron construidas, respectivamente, en
1750 y 1775. Véase A ocio, I .: A description oj the country ¡rom thirly to ¡oríy
miles round Manch'esW, pág. 572; BatNiís , Th.: Yothshire, past and present,
I, 678; James, J.: History of Bradford, pág, 280.
5 En Halifax «la lonja dti pulios es un gran edificio cuadrado, de tres pisos.
92 PAUTE i : LOS ANTECEDENTES

gran parte de los negocios se trataba en las calles, en las plazas, en las
tabernas l .
De estas ferias periódicas o de estos mercados permanentes, ¿cómo
llegaban las mercancías a la masa de los consumidores? Es aquí donde
se manifiesta el estado completamente medieval todavía de las relacio­
nes comerciales en el interior de Inglaterra. La clase de intermediarios
que está en contacto directo con los productores es, naturalmente, la
más importante y la más r ic a *1
23
. 'E s la de los mercaderes al por mayor,
a los que se da a menudo el nombre de mercaderes ambulantes, ira-
velling merchants. Están obligados, en efecto, a viajar personalmente,
tanto para aprovisionarse de mercancías como para entrar en relacio­
nes con los detallistas. Conocemos la vida llevada, hace unos doscientos
años, por un negociante de Manchester que vendía tejidos de lana y
de algodón en los condados del Este y compraba en ellos plumas y
malta. «Caminando durante casi todo el año, y siempre a caballo, las
sumas que cobraba se le pagaban en guineas de oro, y las llevaba con­
sigo en una maleta colgada a su silla.lSe exponía continuamente al mal
tiempo, a la fatiga, y corría perpetuos peligros.» El menor era ser des­
valijado, lo que sucedía aún con bastante frecuencia en los caminos
reales de Inglaterra y de Escocia. Nótese que se trata de un rico merca­
der «que hizo una fortuna lo bastante considerable como para gastar
carroza en una época en que no se hubiese hallado media docena de
coches entre todos los comerciantes de Manchester» s.
Las mercancías que así iba a ofrecer de ciudad en ciudad, dejando
en depósito en las posadas una parte de lo que no se había vendido,
casi siempre se transportaban a lomos de caballo o de mulo. Los ca­
ballos de albarda, que se tenía buen cuidado de elegir de una raza
fuerte y paciente, llevaban cada uno dos fardos o dos cestos, cuyos pesos
se equilibraban. Formaban verdaderas caravanas, alineadas en fila en
los caminos estrechos 4. El que marchaba en cabeza llevaba al cuello una

en medio del cual hay un palio inmenso al que dan todas las ventanas del edi­
ficio, que no tiene ninguna al exterior. Hay en esta lonja 370 salas, todas las
cuales tienen una puerta y una vidriera que dan al patio y a la galería que cir­
cunda cada piso». Tournée faite en 1778 dans la Grand-Bretagne, pág. 198.
1 Véase anteriormente, caps. I, III.
2 Véase WESTEoriELn, R. B.: Middlemen in Englisli business, particularly
between 1660 and 1760 (Yate University Press, 1915).
3 IV alker , Th.: The Original, núm. X I (29 de julio de 1835).
4 P lace, Francis, ha conservado el relato de un viaje hecho a caballo, de
Glasgow a Londres, en 1739. Hasta Grantham los viajeros «seguían una calzada
estrecha bordeada a cada lado por la tierra blanda de un camino apenas esbo­
zado. De cuando en cuando encontraban caravanas de caballos de albarda, treinta
o cuarenta en fila... El caballo de cabeza llevaba una esquila para advertir a
los viajeros que vinieran en sentido inverso. Cuando cruzaban estos largos con­
voyes de caballos cargados con pesados fardos la calzada ya no era lo suficiente
micha. Para dejarles sitio se veían obligados a echarse a un lado, al camino
blando, de donde les costaba gran trabajo volver a subir a la calzada». P lace,
'i

II: EL DESAHKOLLO COIV1KUUAL 93

campanilla, que advertía desde lejos a los jinetes o a los vehículos


que venían en sentido inverso. Es así como en nuestros días, en los
ásperos senderos de los valles elevados, se cruzan unos mulos, que llevan
sobre sus lomos las pacotillas destinadas a algunas aldeas perdidas.
P o r debajo del mercader encontramos un personaje que, durante
siglos, ha desem pm adqen la vida de las poblaciones rurales un papel
esencial, y que^do deserPrpjpña todavía en todos los países aislados o
atrasados. Es el buhonero, que, con su fardo al hombro, o llevando de
1a brida un caballo de albar-da, visita los caseríos y las fincas. N o vende
solamente tije ra s ^ —anteojos, pañuelos de colores y almanaques, sino
telas, artículos de tafiletería y de relojería; en una palabra, todo lo
que el carretero y el herrero de la aldea no pueden fabricar. Entra
en todas partes: en multitud de localidades, él es el único que introduce
los objetos y las ideas de fuera. Donde no encontraba competencia, su
duro oficio era relativamente lucrativo. Pero su existencia vagabunda
te daba una reputación sospechosa: había en él algo de mendigo y de
contrabandista 1. Se elevaban quejas frecuentes contra su persona: se
le acusaba de pasar fraudulentamente mercancías prohibidas, de vender
productos de mala calidad y, sobre todo, de perjudicar a los «leales
comerciantes y honestos tenderos», que lo denunciaban al Parlamento
y llegaban incluso a solicitar la prohibición de la buhonería 2. Esta me­
dida draconiana no les fue concedida: se decidió ejercer una vigilancia
más estrecha sobre los buhoneros, sometidos ya a un régimen de im­
puestos y de contribuciones 3.
Solo había tiendas en las ciudades, o en los grandes pueblos fre- •
Quentados por los campesinos en los días de mercado. Situadas en el •
interior de las casas, sin vitrinas, sin escaparates, se anunciaban de
viva voz a la clientela iletrada: a menudo, el comerciente se apos-
Ifiba en el umbral de la puerta, invitando a entrar a los transeúntes.
Eli CStas tiendas había provisión de todo: contenían mercancías más

Enlucí»; Addi.tional Manuscripts, 27.828 (British Museum), pág. 10. Hasta me-
111oiloa del siglo xvm los caballos de albarda continuaron siendo el medio uni-
vnrmlmf'iila empleado para transportar las mercancías en el interior del país.
Wiimi, S. y R.: The story of the King’s lúghuiay, págs. 63-64.
1 Vánae lo que refiere S ímiles, S.: Lives of the engineers, I, 307, a propósito
de lo» Indiuilrros de Derbyshire: «La mayoría eran originarios del Flash, distrito
•ti millo oulrn Mncclesfield, Leek y Buxton y bastante poco civilizado. Los Flash-
trian, otmneldo» por la rudeza de sus modales, vivían, según se decía, mitad de
la btdumi'i íu y mitad del latrocinio.»
3 Purliumnntttry History, XIV, 246; XXV, 885 y sgs.; Journ. oj the Eouse
oj Commom, XI., 1090, etc.
!l IJnu loy de 1697 obliga a «todo buhonero, baratillero y revendedor al detall
(hawker, pealar and pelty chapman) y cualquier otro comerciante que va de
oludad en Ciudad y do casa en casa, ya sea a pie o a caballo, o bien con caba­
llos, etc.», a sacar tilín licencia (jicence) mediante un derecho de 4 libras. Además
debo pagar 4 libra» por cada cabeza de caballo, de asno o de mulo «o de cual­
quier otro uuimnl que lleve o acarree un fardo». (8-9 Will. TIL c. 25.)
94 PARTE I : J.OS ANTECEDENTES

diversas aún que el fardo del buhonero. De allí esos nombres de sentido
tan general y tan vago que se daban a las tiendas: g rocer, que signi­
ficaba, en su origen, lo que en francés grosá er , comerciante en grueso,
al por m a yor; m ercer , liaberdasher, que querían decir comerciante de
telas, droguero, quincallero, tanto como mercero. Asi ocurre todavía
en un gran número de aldeas; pero las aldeas, en el siglo XVIII, ni si­
quiera conocían este género de tiendas; no habrían de hacer su apa­
rición sino después de un trastorno profundo de las condiciones eco­
nómicas 1.

VI

Todos los hechos reseñados: persistencia de las grandes ferias pe­


riódicas, papel de los mercaderes ambulantes, simplicidad primitiva de
los medios de transporte, tienen una causa común: la insuficiencia de
las vías de comunicación. Sobre este particular, Inglaterra estaba muy
atrasada con respecto a Francia. Su posición insular y el desenvolvi­
miento de sus costas, tan ricas en profundos estuarios y en radas abri­
gadas, permitía establecer relaciones entre las provincias por via marí­
tima: era por mar como llegaba a Londres el carbón de Newcastle, y
como se enviaban al condado de Norfolk los ganados escoceses para su
cria 12. Es probable que las facilidades ofrecidas por la navegación cos­
tera hayan contribuido a retrasar el establecimiento de un sistema bien
estudiado de vías interiores. '
Si se mira un mapa de carreteras de Inglaterra, un poco antes de
la época de los grandes inventos 34 , se ve que los caminos se entrecruzan
en todos los sentidos, uniendo entre si no solo a las grandes ciudades,
sino a todas las localidades de alguna importancia, y cubriendo con una
red apretada el pais entero. Desde Londres, una carretera se dirigía al
cabo Land’s End, con numerosos ramales hacia la costa de la Mancha.
Otra atravesaba la región del Este, dividiéndose, después de Colchester
e Ipswich, en dos ramas, la primera de las cuales llegaba a Norwich y
la segunda a Yarmouth. Hacia York, Newcastle y Escocia, una carre­
tera muy frecuentada seguía aproximadamente el trazado de la via
romana de Londinium a Eboracum: la ciudad de Chcster-the-Street marca
uno de los puntos de paso de esta carretera y, probablemente, el em­
plazamiento de un campamento romano '. Una serie de viejas ciudades

1 «En mi aldea natal la primera tienda, en la que se vendía de todo a todo


el mundo, fue abierta hace unos sesenta años (bacía 1820), y mucho tiempo des­
pués los aldeanos todavía recurrían a los buhoneros.» R ogers, Thorold: Six
centuria o¡ work and wages, pág. 147.
2 T oynbee, A.: Lectures on the industrial revolution, pág. 55.
3 Véase el mapa anejo a la obra titulada An aecurate description o/ the
present great roads and the principal cross roads o ¡ Great Britain (1756).
4 Chester, ceastcr=castra, el campamento. Street —la carretera. Véase P a-
ley , W. B.: The Román roads oj Britain , ISineteenth Century, LX1V, 840-53 (con
mapa), y H arper, C. G.: The great North road.
m EL DESAHROLLO COMERCIAL 95

episcopales, señaladas desde lejos por sus torres y sus campanarios


— Peterboroug, Lincoln, York, Durliam— , marcaban sus etapas. La ca­
rretera del Noroeste se confundía también, en una parte al menos de su
recorrido, con una antigua via romana, la que los sajones llamaban
Watling Street: iba de Dover a Cliester, el Deva de los romanos. V a ­
rias carreteras reales enlazaban Londres con las ciudades del Oeste:
la de Bristol era el medio de unión entre el mar del Norte y el Atlán­
tico. la de Gloucester daba acceso al Pais de Gales. Hay que citar tam­
bién algunas carreteras transversales: la que conducía de Carlisle a
Newcastle, bordeando el pie de la muralla elevada contra los pictos por
e! emperador Adriano; las que franqueaban el macizo Penino, desde
Lancaster, por el valle del Aire, y desde Mancliester, por el valle del
Calder; se juntaban en York, la antigua metrópoli, desde donde su pro­
longación común alcanzaba, en Hull, la desembocadura del Humber.
Finalmente, dos carreteras romanas, conocidas con los nombres de Fosse
W ay y de Icknield Street, unían Bath a Lilncoln y Soutliampton a Nor-
wicli. Con estas vías de comunicación entre la costa del Oeste y la cos­
ta del Este venía a enlazarse la larga carretera que, partiendo de Ply-
nmuth y de Bristol, prestaba servicio a toda la Inglaterra occidental L
Este mapa nos incitaría a creer que Inglaterra estaba en posesión
do un excelente sistema de carreteras si no estuviéramos informados,
por las quejas de los contemporáneos, del estado de las vías de comu­
nicación. Las carreteras no faltaban, ciertamente; pero la mayoría ape­
na» eran practicables. N o se sabía ni construirlas bien, ni conservarlas
bien: las mejores eran aquellas en que persistían aún algunos restos
del enlosado romano 1 2. A menudo se reducían a una calzada tan estre-
rhn, que no solo dos vehículos, sino dos caballos de albarda, apenas se
liiiiIiaii cruzar3. En su suelo sin consistencia se abrían profundos rele-
|i‘H ln carretera entera terminaba por hundirse, formando una especie
ijc dimju que las lluvias, las crecidas, las mareas si el mar estaba pró-
* lililí. 11 niiHÍormaban en un r í o 4. Los terrenos arcillosos de los M id -
Intut' lirlclan de estas carreteras, inundadas periódicamente, cenagales
pi'i iiilmriilon, sembrados aquí y allá de grandes piedras, y de una tra-

1 Uilnn iu importancia de esta carretera, véase Defoe: Tour, III, 90.


1 A*(. Iu oj., Watling Street, que lia mantenido toda su importancia hasta la
<lnn*l rliri Irtll drl ferrocarril de Londres a Liverpool.
* l’ MÍlllAn irInliva a la carretera de Bramcote Oíd House a Bilper Lañe End
(IViilllMUbttiilslilrn), Journ. o¡ the House oj Commons, X X IX , 914.
4 Lít onirninni de Londres a Ipswich, en 1727, estaba «socavada, era peli-
« io * ii i'ii el lumileiili, de las crecidas, y en invierno apenas practicable»- Defoe :
Tour, Ib HUI, Lii etimilora de Kingswear a Ledgvvay Cross (Devonshire) estaba
oilbieilto, on lil* «nonles mareas, de cuatro pies de agua. Journ, o¡ the Hou.se o/
Commtm.n, XXX, Uft, l :i carretera de Hull a Leeds «pasa por tierras bajas, llanas
y fangosas, dundo Ini lluvias que fluyen de las colinas lindantes vienen a extenderse
foiimuiilu nuil i'iipn líquida; las aguas, por falta de pendiente, permanecen es­
tancadas en gran porte do la carretera». Journ. oí the House oj Commons,
X X IV , 097.
% PARTE i : LOS ANTECEDENTES

vesía tan arriesgada, que en muchos parajes los viajeros preferían aban­
donarlos y salir a campo traviesa L Se comprende que en semejantes
caminos la circulación haya sido muy penosa. Aquí un carruaje tar­
daba cinco horas en recorrer una distancia de diez millas; allí se en­
contraba detenido por el agua durante todo un día 1 2. Para salir de los
malos pasos a que se estaba expuesto a cada instante eran indispensa­
bles fuertes atalajes: no eran demasiados cuatro o seis caballos para .
sacar de los baches un carretón pesadamente cargado, o una maciza
berlina de viaje. En los casos críticos todavía era preciso pedir presta­
dos algunos bueyes de una finca vecina. En consecuencia, los vehículos
eran un medio de transporte muy lento, muy costoso, poco práctico, y
se explica fácilmente que los comerciantes prefiriesen en general los ca­
ballos de albarda, cuyas caravanas marchaban en fila en los caminos
estrechos, vadeaban los ríos y, cuando era necesario, se abrían paso
por fuera de las carreteras. Se comprende también cómo las provin­
cias inglesas, aun careciendo de barreras artificiales como las que
dividían a la antigua Francia y a Alemania en la misma época, perma­
necieron mucho tiempo casi separadas por la única dificultad de co­
municarse entre sí.
Sin embargo, ya se habían realizado algunos progresos. Fue bajo
el reinado de Carlos I I cuando el Parlamento votó el primer turnpike
a c t 34
. Se designaron con este nombre las leyes que establecían en cier­
tas carreteras derechos de peaje, cuyo producto debía consagrarse a los
trabajos de mejora de los caminos. L a percepción de los derechos y la
ejecución de los trabajos se hallaban bajo el control de comisiones es­
peciales, nombradas por los jueces de paz de los condados F Anterior­
mente, eran las parroquias las que estaban encargadas de la reparación
de las carreteras, pero cumplían muy mal su cometido, tanto más cuan­
to que sus intereses en el asunto eran muy desiguales. Una carretera
real, útil sobre todo para las ciudades situadas en sus extremos, atra-

1 Carretera de Hatfield a Baldock, Defo Ü: 'Toar, II, 185. Carretera en torno


a Derby, véase B rome, J.: Travels over England, Scotland, and Wales, pég. 87,
y Df.foí;: Toar, II, 178 (ed. de 1727). y III, 66 (ed. de 1742).
2 Joum. of the House of Commons, X X III, 105 (carretera de Grantham a
Staraford, Lincolnshire), y X X X , 97 (carretera de Kingswear a Ledgway Cross,
véase la nota siguiente).
s 15 Charles II, c. 1 (1663, carretera de Londres a York).
4 Son los surveyors y los commissioners of tumpikes. Se elegían entre los
hacendados de cada distrito. La definición completa de sus poderes y de sus atri­
buciones se encuentra en el Acta general de 1773 (13 Geo. III, c. 78). Entre
otros derechos, tenían el de requisar los hombres, los vehículos y las bestias de
tiro a que obligaba la prestación personal. Todo propietario debía proporcionar
un vehículo atalajado y dos hombres durante seis días. Si tenía más de 50 libras
de renta se le exigía una contribución suplementaria, bien en trabajo o bien en
dinero. Si su renta era inferior a 4 libras pagaba mediante cinco días de faena
personal, redimibles, por lo demás, a un interés moderado. 7 Geo. II, c. 42 y
13 Geo. I II , c. 78.
ft : EL DESARROLLO COMERCIAL 97

vesaba un gran número de parroquias rurales, cuyos habitantes, que


hacían muy poco uso de ella, apenas se preocupaban de mantenerla en
buen estado
En dondequiera que se aplicó este principio, las condiciones de los
eaininos mejoraron sensiblemente, la facilidad y la seguridad de las
comunicaciones aumentaron. Pero durante mucho tiempo las carrete­
ras peajeras ( turnpike roads) fueron excepcionales. La más antigua data
ile 1663: solo, en 1690 se pensó en establecer la segunda. En general,
se prefería atenerse al antiguo sistema, a reserva de multiplicar las
prescripciones sobre el peso de los vehículos, la anchura de las ruedas,
el número de caballos: se juzgaba más conveniente proteger las carre-
leras socavadas que tomar las medidas necesarias para repararlas1 2,
llny que decir que las barreras colocadas a través de las nuevas carrete­
ros y los impuestos que había que pagar a su paso estaban expuestos
H una impopularidad violenta. Se tuvieron que decretar penas severas
contra (das personas mal intencionadas que, en diferentes partes del rei­
no, habían formado grupos, bien de día o bien de noche, para derribar,
quemar o destruir de cualquier otra manera las barreras y las oficinas
de peaje construidas conforme a las disposiciones de diversas actas
drl Parlamento que apuntan al sostenimiento de ciertas carreteras...» 3.
Los motines contra los tum pikes se renovaron a menudo en el curso
dt*l siglo x v ii i , en los condados del Sudoeste hacia 1730, en el de Here-
ford en 1732. cerca de Bristol en 174.9 4. Los más graves estallaron en
los condados del Norte: alrededor de Leeds, en 1753; fue una verdadera
Insurrección, un levantamiento en masa de los campesinos contra los
iitievoB derechos: solo a tiros se logró disolverlos5.
Aproximadamente a partir de 1745, después del desembarco del pre-
Ifiiiiliimte y de su derrota en Culloden, fue cuando se emprendió siste-

1 Bilí.! sistema fue muy estudiado y admirado en Francia. Véanse las Notes
tur la Ugislation anglaise des chemins, par Tauleur des Notes sur l’impót territo-
rhll en Anglelerre (L a R cichefoucauld.L iancourt ), París, 1801. W ebb, S. y B.
(VIte ttr/ry oj the King's highway, cap. VII, págs. 118-64) han hecho un estudio
ih lelililfi do las turnpike acts y de su aplicación.
* SlaUUes al large, 9 Anne, c. 18 (1770). Medidas análogas se tomaron más
liililn |iniu evitar el deterioro de las carreteras peajeras. Véase 30 Geo. II,
i, 211 (1757): «Resultando que, de acuerdo con una experiencia constante, el uso
til» ruiulu» con llantas anchas contribuye grandemente al mejoramiento y conserva­
ción do las carreteras y que el uso de vehículos pesados con ruedas estrechas
llriio por efecto deteriorarlas y destruirlas, etc.» El Acta 14 Geo. II, c. 42 (1741)
inmrrlbe el establecimiento de básculas en las barreras: lodo vehículo que pese
m i» tío 6.000 libras pagará 20 chelines por cada 100 libras de exceso.
3 1 Geo. II, st. 2, c. 19 (1728). Las penas previstas son: tres meses de cár­
cel u la primera contravención y siete años de deportación en caso de rein.ciden-
rlti. I‘".l Acta 8 Geo. II, c. 20 (1735) considera la destrucción de las barreras como
mi crimen (felony).
1 Wi mi, S. y B.: The story of the King’s highivay, pág. 123.
5 .Umiís , Conlinuation to the ttistory oj Bradjord, pág. 87.
MANir.mx.--T
9H PARTE 1: LOS ANTECEDENTES

friáticamente, en toda la extensión del territorio, la reconstrucción de


las carreteras \ Carlos-Eduardo y sus highlanders 1 * habian podido avan­
*34
zar hasta Derby, en el corazón de Inglaterra, gracias a los obstáculos
opuestos por el mal estado de los caminos a la concentración del ejér­
cito real. El Gobierno y la dinastía se sintieron desde entonces directa­
mente interesados en la creación de una red completa de carreteras bien
conservadas, «apropiadas para el paso de tropas, de caballos y de ve­
hículos, en cualquier estación del año» *. Se emprendieron trabajos con­
siderables en todas partes a la vez: a una larga negligencia sucedió una
actividad febril. En menos de veinte años el sistema de carreteras peaje­
ras se extendió por todo el reino i ) El cambio pareció maravilloso, y los
ingleses lo admiraron con complacencia: «Jamás se vio, en las comu­
nicaciones interiores de un pais, revolución comparable a la que se ha
j efectuado en Inglaterra en el espacio de algunos años. El transporte de
■ granos, de carbón, de mercancías de todas clases, apenas exige ya la
mitad del número de caballos que antes empleaba. Los viajes de nego­
cios se hacen con una velocidad más que doble. Los progresos de la
agricultura avanzan al compás de los del comercio: todo adquiere un
aspecto de prosperidad, todos nuestros productos aumentan de valor,
y lo que es como el eje de este gran movimiento es la reforma de nues­
tras carreteras» *. De 1760 a 1774 el Parlamento no votó menos de
452 actas relativas a la construcción de carreteras y a su conservación s.
Es en este momento cuando aparece la primera generación de esos
capataces, ingenieros sin saberlo, en quienes se encarna el empirismo
práctico del pueblo inglés. Entre estas figuras originales, marcadas to­
das con un sello de rusticidad, se destaca la curiosa fisonomía de John
Metcalf, el ciego de Knaresborough 7. Este personaje extraordinario, na­
cido en 1717 en una pequeña ciudad de Yorkshire, había logrado, a

1 Hay que guardarse de exagerar Ir importancia de esto, hecho accidental


en lo que so refiere a un desenvolvimiento ligado a Inulas cansas generales. Fue
solamente la ocasión que atrajo sobre esto cuestión de U b carreteras la atención
de los poderes públicos. Es un hecho, sin embargo, que, de 1748 a 1760, el nú­
mero de las comisiones de peaje pasó de 160 a 530.
1 Montañeses de Escocia. (N. del T.)
3 24 Geo. 11, c. 25 (1751: carretera de Carlislr a Newcastle).
4 Las modificaciones de la propiedad territorial que Be verificaban al mismo
tiempo en un gran número de parroquias facilitaron a menudo el establecimiento
de nuevas carreteras. Más de un acia de endosare estipula que se tomará de los
terrenos sometidos a repartición el espacio que sea preciso para dar paso a una
vía pública (véase cap. (D).
8 Homer, H.: An inquiry into ike rneans o¡ preserving and improving ihe
public high roads o¡ the ídngdom, pág. 8.
• Véase el Acia general de 1773 (13 Geo. ]|l, c. 78) y las resoluciones
(standing orders) de la Cámara de los Comunes, Journ, oj the Hoitse of Commons,
XXX1H, 949-952.
7 The lije of John Metcalf, commonly caücd blind Jack of Knaresborough
(York, 1795). Es una especie de autobiografía dictada por Metcalf a un se­
cretario.
Il: EL DESARROLLO COMERCIAL 99

fuerza de inteligencia y de osadía, casi hacer olvidnr su ceguera: en


1745 marchó a unirse a los voluntarios de su condado y tomó parte en
la campaña de Escocia, en el ejército del duque de Cumberland. Tra­
tante de caballos y después empresario de transportes, recorrió durante
años los países situados entre el Mumber y el Mersey. Era una de las
regiones donde el problema de las comunicaciones se planteaba con ma­
yor urgencia: los caminos que atravesaban los altos páramos pantano­
sos del macizo Perlino no bastaban ya para el tráfico, cada día más
considerable, entre las dos vertientes. John Metcalf se hizo constructor
de carreteras. Exploraba personalmente el terreno, solo, con su bastón
de ciego en la mano, «estableciendo sus planos y sus presupuestos, se­
gún un método que le era particular, y del que apenas podía dar cuenta
m otras personas» V Muy hábil y de espíritu inventivo, había imaginado
mi procedimiento rápido y poco costoso pava consolidar las turberas,
que llegaba a franquear sin dificultad. Entre las numerosas carreteras
que reparó o construyó, citemos las de Wakefield a Doncaster, de Wake-
field a Iluddersfield, de Huddersfield a Halifax, en el Yorkshire occi-
ikartal; de Burv a Blakburn, de Ashton-under-Lyne a Stockport, en el
condado de Lancaster; entre Lancashirc y Yorkshire, la carretera de
Stockport a Mottram Langley, la de Skipton a Burnley, y en el Sur,
a través de las peñas del Peak, las carreteras de Macclesfield a Chapel-
on-the-Frith y de Whaley a Buxton 1 *3. Todos estos trabajos fueron eje­
cutados entre 1760 y 1790: unos se anticiparon y otros siguieron de
terca al nacimiento de la gran industria 3, que debía así desenvolverse
rn una región completamente preparada para su extensión y sus pro­
gresos.
No todas las provincias tuvieron su Metcalf. Y no bastaba siempre
nstnblecer lurnpikes para tener buenas carreteras. Arthuv Young, en
encía uno de sus viajes, no cesa de echar pestes contra el estado deplo-
nihlo en que están abandonados la mayoría de los caminos, a pesar de
los barreras y de los impuestos: «¿Qué os diré de las carreteras de este
país? Tienen la audacia de titularlas carreteras peajeras y de haceros
pagar por su conservación. De Chepstow a la casa que se encuentra a

1 Bew : Observaiions on blindness. Memoirs of the lileraray and philoso-


pineal Society of Manchester, I, 172-74. «1.0 he visto a menudo, ayudado sola­
mente por un largo bastón, atravesar las carreteras, subir pendientes escarpadas
y «turas, explorar los valles, reconociendo su extensión, sus formas y sus situacio­
nes respectivas... Un día encontré a este prospector ciego mientras procedía a
»n exploración. Estaba solo, como de costumbre; después de haber hablado con
él «le unas cosas y de otras le hice algunas preguntas a propósito de la nueva
mrrclcra; era algo verdaderamente sorprendente oírle describir con precisión el
recorrUlo de esta cairetera y la naturaleza de tos diferentes terrenos que debía
ntravesar.»
* The Ufe of John Metcalf, págs. 124-41.
3 El propio Metcalf estuvo tentado por un momento de hacerse hilandero:
en 17111 compró unas ie n n ie s y una máquina de cardar algodón. Véase T h e lif e
id John Metcalf, pág. 148. '
100 PARTE i : LOS ANTECEDENTES

la mitad del camino, entre Newport y Cardiff, no son más que senderos
ásperos, sembrados de piedras monstruosas tan grandes como vuestro
caballo, con agujeros abominablesl . La carretera de Witney a Nort
Leach es, según creo, la peor carretera peajera que jamás haya seguido,
tan mala que es una vergüenza para el país... 1 23
. De todas las carreteras
malditas que jamás hayan deshonrado a este reino, en las épocas más
bárbaras, ninguna igualó jamás a la de Billericay a Tilbury: en una
longitud de cerca de 12 millas esta carretera es tan estrecha que un
ratón no podría cruzarse en ella con un vehículo. Y o he visto a un
hombre obligado a arrastrarse bajo su carretón para venir a ayudarme
a alzar m i silla de posta por encima de un seto» s. En otra parte en­
cuentra relejes de cuat o pies de profundidad, hoyos en que se corre
el riesgo de quedar enterrado4: o gran cantidad de rocas, arrojadas
en medio del camino «so pretexto de reparación» le infligen sacudidas
espantosas 5. En la carretera de Liverpool a W igan su indignación se
hace inexpresable: «N o conozco, en todo el vocabulario, términos bas­
tante fuertes para describir esta carretera infernal... Debo advertir se­
riamente a todos los viajeros a quienes pueda suceder que emprendan
un viaje en este terrible país que huyan de ella como huirían del dia­
blo: hay mil probabilidades contra una para apostar que se romperán
la cabeza o los miembros» 6. Solo a fines del siglo xvm , en tiempos de
los Telford y los Mac A d a m 7, es cuando Inglaterra tuvo una red de
buenas carreteras s.

1 Y ounc, A.: A six weeks’ toar through the Southern colindes, pág. 120.
2 Idem, ibíd., pág. 101.
3 Idem, ibíd., pág. 72
4 Idem, A six months’ toitr through the North of England, IV, 133.
s Idem, ibíd., I, 83.
6 Idem, ibíd., I, <130.
7 El ingeniero escocés Mac Adam es el inventor del sistema de empedrado
que ha conservado su nombre. Véase Dictionary of national Biography, art. «Mac
Adam». Sobre Telford, véase SmIIES : Uves o¡ the Engineers, vols. II y III, y
Webb, S. y B.: The story of the King's highway, cap. VIII. Solamente después
de ellos se formó una verdadera escuela de ingenieros especialistas. Hasta enton­
ces, los que se encargaban de establecer el trazado de las carreteras y de dirigir
los trabajos eran simples contratistas que habían ejercido antes los oficios más
diversos. Los comisarios de carreteras eran «una muchedumbre enmarañada de
pares del reino, de hidalgos campesinos, de arrendatarios y de Lenderos». Véase
Edinbnrgh Review, XXXII, 480-82 (1819).
* En el siglo xvm los constructores de carreteras ensayaron varios métodos,
algunos de los cuales dieron bastantes disgustos: «A menos de una jornada de
la capital se encontraba la «carretera en ondas», o «trench road», con altibajos
sucesivos; la «carretera angular», que descendía a derecha e izquierda, como las
vertientes de un tejado; la «carretera cóncava» o «vía hundida», en la que se
vertía periódicamente un arroyo para limpiarla; la «carretera horizontal», flan­
queada por fosos profundos que a veces eran una calzada de veinte a treinta pies
de anchura, casi horizontal en la cima, bordeada a cada lado por precipicios
de una profundidad de cuatro a cinco pies.» W ebb, S. y B.: Story of the King's
highway, pág. 133, con citas de S cott , ,j.: Digest of the general highway and
II: EL DESARROLLO COMERCIAL 101

Sin embargo, las comunicaciones se habían hecho ya más fáciles


y más regulares. Antes de 1750 los servicios de diligencias eran raros
y lentos. Se tardaba dos días de ir de Londres a Oxford, de cuatro a
seis días para ir a Exeter, y una semana para ir a Y o rk L Entre In ­
glaterra y Escocia no existía ningún servicio regular. Smollet nos mues­
tra al héroe de uno de sus libros partiendo de Glasgow para Londres,
en 1739, en un caballo de albarda, entre dos cestos 2. Añádase a esto la
inseguridad de las carreteras, con el bandidaje en estado endémico, a
las puertas mismas de la capital: en 1757, el correo de Portsmouth fue
robado por una banda a la entrada del arrabal de Hammersmith, a
dos leguas escasas de Charing Cross3. La mejora de las vías de comu­
nicación, por insuficiente e incompleta que fuese, produjo notables re­
sultados. Sobre todo se beneficiaron las provincias del Norte: a partir
de 1766, el coche volante de Warrington, que salía dos veces por sema­
na, puso a Liverpool y a Manchester a menos de tres días de Londres 4.
Hacia la misma época se estableció una línea de diligencias entre Lon­
dres y Edimburgo, por York y Newcastle. El trayecto duraba todavía
diez o doce días 5: treinta años después, cuando Palmer realizó su re­
forma del sistema postal *, se pudo ir de Londres a Glasgow en sesenta
y tres horas. Para el transporte de mercancías los vehículos rodados su­
cedieron a los caballos de albarda. Los métodos comerciales se transfor­
maron; se vio aparecer al viajante de comercio, que solo llevaba con­
sigo las muestras y tomaba pedidos: tipo nuevo y singularmente mo­
derno si se lo compara con el antiguo mercader, parroquiano de las
ferias periódicas y conductor de caravanas7.

lumpihe Icios, págs. 320 y sgs. (1778), y H omer, H.: Means oj preserving and
improving the public roads, pág. 30 (1768).
1 P orter, R.: Progress of the nation, pág. 296-97.
2 Smollet, T.: Roderick Random, cap. VHI.
3 Gentlemans Magazine, año 1757, pág. 383. Hammersmith constituye hoy
día un barrio de Londres.
1 H abdwick, Ch.: The history oj the borough of Prestan and its environs,
págs. 382-84; Baines, T. y F airbairn, W.: Lancashire and Cheshire, past and
present, II, 105.
5 JBREMNEn, David: The industries of Scotland, pág. 108.
6 A ndrrson, A.: Chronological history and deduction of the origin of Com-
merce, suplemento. IV, 718 y sgs.; Joyce, II.: History of the Post Office to 1836,
págs. 208-80. Hasta 1696 Londres fue el centro único de distribución para las
cartas expedidas de mi condado a otro. Hacia mediados del siglo xvm las prin­
cipales ciudades del reino estaban enlazadas entre sí, tres veces a la semana,
por un servicio postal regular. Se hallará un buen estudio resumido de esta
cuestión en M ort’tT: England. on the ene of the industrial revolution, pági­
nas 243-46.
7 A ik in , J.: A descriplinn of the country ¡rom thirty to forty miles round
Manchester, pág. 183. A principios del siglo Xvtii apareció una categoría nueva
ile viajantes conocidos en laB industrias textiles con el nombre de riders out:
vendían y entregaban las mercancías que transportaban, en lugar de limitarse a
presentar muestras y a solicitar pedidos. Daniels ; Earty English cotton manufac­
ture, pág. 62.
102 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

El gran obstáculo que seguía oponiéndose a la circulación de los


productos era la carestía de la correspondencia y de los transportes.
El correo real, puesto desde el siglo XVII a disposición de los particu­
lares 1. enviaba por las principales carreteras mensajeros diarios. Du­
rante mucho tiempo hubo quejas de su lentitud y de la insuficiencia de
las precauciones tomadas contra el robo 1 2; cuando por fin se procedió
a una reforma de los servicios postales se juzgó necesario aumentar las
tarifas: una carta de Londres a Chester costaba cuatro peniques en
1711: costó seis a partir de 1784 y ocho a partir de 1796 3. El correo
de un penny no funcionaba más que en un radio de diez millas alre­
dedor del General P o s t O ffice. En cuanto a las tarifas de los transportes,
eran sencillamente exorbitantes: 5 libras por tonelada de Londres a
Birmingham, 12 libras de Londres a Exeter, 13 libras de Londres a Leeds.
Para pequeñas distancias, los precios alcanzaban una tasa más elevada
aún: de Liverpool a Manchester, que distan unas 30 millas, el transporte
de una tonelada de mercancía no costaba menos de 40 chelines, y de
Newcastle-under-Lyme, en el distrito de las Alfarerías, a Bridgenorth,
junto al Severn, de 50 chelines a 3 libras 4. De ahí al aislamiento en que
permanecieron, durante mucho tiempo todavía, gran parte de los cam­
pos, a pesar de la mejora real de las carreteras. A fines de siglo, gran
número de aldeas inglesas ignoraban todavía la patata, el azúcar y el
algodón 5. En Escocia había pueblos, al borde mismo de las carrete­
ras, que seguían impenetrables al comercio y a su influencia. Robert
Owen, viajando en 1790 entre Glasgow y New-Lanark, sacó de su bolsa
medio soberano para pagar un peaje: el guardabarrera se negó a to­
marlo, no había visto nunca una monera de oro 6.

1 Joyce, H.: History o¡ ihe Post Office, págs. 8 y sgs.


2 A nderson, A., ob. cit., pág. 712. «El correo, en lugar de ser el más rá­
pido, es casi el más lento de los medios de comunicación de que disponemos en
este país, y aunque desde la reconstrucción de nuestras carreteras ios vehículos
han aumentado consecuentemente su velocidad, el correo es más lento que nunca.
Es al mismo tiempo muy poco seguro, como lo prueban los robos de cartas, tan
frecuentes en nuestros días; para evitar las pérdidas que de ellos resultan se
ha adquirido la costumbre de romper en dos pedazos los billetes de Banco o los
valores al portador y expedirlos en dos correos diferentes.»
3 9 Anne, c. 10; Journ. of the House of Commons, LVI, 69 y sgs. Tarifa
de 1711: para una distancia de menos de 50 millas, 2 peniques; de 50 a 80 mi­
llas, 3 peniques; por encima de 80 millas, 4 peniques; de Londres a Edimburgo,
6 peniques. Tarifa de 1784: una parada de posta, 2 peniques; jnás de una pa­
rada y menos de 50 millas, 3 peniques; de 50 a 80 millas, 4 peniques; de 80
a 150 millas, 5 peniques; por encima de 150 millas, 6 peniques.
4 Estas cifras se refieren al período 1740-1760. Véase Journals of the House
of Commons, XXIV, 788, 798, 812 (peticiones), y XXVI, 177-82 (encuesta).
A ikin, W.: A description of the country round Manchester, pág. 115; Baines y
F airbairn : Lancashire and Cheshire, II, 205.
3 Véase Southey, R.: The Doctor, cap. IV.
fl Owen , R.: Life, written by himself, pág. 53. Esta ignorancia tenía por qué
sorprender en 1928, pero más aún en 1906, cuando la primera edición de la pre­
sente obra. ( N . del E. francés.)
II: El. DKSARROl.LU COMIÍRC1AI, 103

' ~ — 5
V II

En todo tiempo los costes elevados de los transportes por tierra


lian acarreado el desenvolvimiento de la navegación interior. Este desen­
volvimiento tomó en Inglaterra un carácter tanto más notable cuanto
que se había hecho esperar durante más largo tiempo. Ningún país
está mejor dispuesto para el establecimiento de un sistema armonioso
y completo de vías navegables. A l Este y al Oeste, del lado del mar
del Norte y del lado del mar de Irlanda, golfos y estuarios, penetrando
profundamente en las tierras, parecen ir al encuentro unos de otros:
el canal de Bristol y la desembocadura del Támesis, el Humber y el
Mersey, el Tyne y la bahía de Solway, el jirth de Clyde y el firth de
Foith. se corresponden, dejando entre sí espacios cada vez más estre­
chos L En la parte más maciza de la isla, amplias llanuras preparan
entre las dos vertientes una transición casi insensible. Si los ríos son
cortos y sin profundidad, su curso apacible y regular, los umbrales
poco acentuados que los separan hacen fácil su utilización. Pero la
misma causa que ha retrasado en Inglaterra la terminación de las ca­
rreteras se ha opuesto, con mayor razón, a la creación de una red na­
vegable. La existencia de varios puertos marítimos y fluviales a la vez,
como Londres, Hull, Newcastle, Bristol y, sobre todo, la corta distan­
cia de las ciudades del interior a la costa 1
2, hicieron descuidar medios
de comunicación de los que, en otros países, se hubiese sacado partido
hacía mucho tiempo. Inglaterra no tuvo ni un solo canal, ni una sola
vía de agua artificial antes do 1759; ciento cincuenta años después
que se abriera en Francia el canal de Briare, casi ochenta años des­
pués de la inauguración del canal de Deux-Mers.
Las ventajas de la navegación interior, puesta de relieve por el
ejemplo del extranjero, tenían, sin embargo, sus apologistas. Uno de
los primeros fue Andrew Yarranton3. Alternativamente oficial en el
ejército del Largo Parlamento, propietario de forjas, fabricante de te-

1 De Gruvesend (Támesis) a Avonmmuh (Severn), 215 kilómetros; de Run-


corn (Mersey) a Goole (Humber), 130 kilómetros; de Tynemoulli (Tyne) al
firth de Snlwtiy, 110 kilómetros; de Dumbarton (Clyde) a Grangemouth (Fortli),
5<t kilómetros.
2 l.u ciudad de Coventry, situada aproximadamente en el centro de la In­
glaterra propiamente dicha, está a unos 120 kilómetros del canal de Bristol, a
135 kilómetros del mar de Irlanda, a 120 kilómetros del mar del Norte, a 160
kilómetros de la Muruliu.
3 Véase dtirtiounry of National Biography, art. Yarranton; Smu.es, S.:
industrial Biography, págs. 60-76; TIeck, L.: Ceschichte des Eisens, 11, 1275-77.
Sobre algunos |iroyeclOB aislados, antes de Y a r r a n t o n , véase CüLLocM, Mac.:
Literalure of polilical cronomy, págs. 200-02. Desde los tiempos de Cromwell,
M a t h e w , Frnncis, el autor do T h e opening of rivers jor navigation, había some­
t i d o al protector un proyecto p a r a establecer u n a comunicación entre el Támesis
y el Avon. (Véase su Medilerrnrtean passage ¡rom London to Bristol, 1670).

— --.n
104 PARTE l : LOS ANTECEDENTES

la», ingeniero, agricultor, economista, mezclaba a los proyectos desor­


denados de un aventurero la visión amplia de un hombre de genio. El
libro extravagante que publicó en 1677, y en donde reunió desordena­
damente las observaciones, los planes y los sueños de toda su v id a 1,
contiene una multitud de ideas nuevas y atrevidas. Yarranton osó creer
que su patria podía superar a las naciones rivales sin hacerles la guerra,
que una paz bien empleada vale más que una guerra incluso victoriosa,
y que la verdadera gloria de un Estado consiste en el trabajo, la rique­
za y la civilización de sus habitantes. Entre los taiedios a veces quimé­
ricos que le parecían apropiados para asegurar la prosperidad del país, el
desenvolvimiento de la navegación interior ocupaba el primer puesto.
Había visitado Holanda, y admiraba la actividad incomparable de sus
ríos y de sus canales *2. Recomendaba en primer lugar «hacer navegables
los ríos, en dondequiera que el arte de los ingenieros pudiera lograrlo».
Proponía también abrir canales, para enlazar entre sí las principales
vías fluviales: el Támesis con el Severn, el Severn con el Trent. Este
hacedor de proyectos, vivamente atacado por algunos de sus contem­
poráneos por lo que sus ideas tenían de caprichosas, o solo de contrarias
a sus prejuicios34 , intentaba hacer una obra práctica. A falta de los
grandes trabajos cuya utilidad reconocía sin poseer los medios para su
ejecución, dirigió y supo llevar a cabo algunas empresas secundarias:
por ejemplo, el ahonde del Stour. entre Stourport y Kidderminster, el
del Avon, entre Stafíord y Tewkesbury*; estos dos ríos ponían en
comunicación los distritos metalúrgicos del centro con el estuario del
Severn. A l mismo tiempo, escribía las páginas proféticas en que anun­
ciaba, apenas diez años después de la entrada victoriosa de los barcos
holandeses en el Támesis, la supremacía marítima e industrial de In­
glaterra 5.

' England’s improvemenl by sea and land, l.* parte publicada en 1677,
2.* parte en 1682. El título completo es el siguiente: El avance de Inglaterra por
tierra y por mar, o la manera de vencer a los holandeses sin hacerles la guerra,
de pagar la deuda sin dinero, de dar trabajo a toda la población pobre por la
explotación de nuestro suelo, de prevenir los procesos inútiles y de establecer
un sistema de registro voluntario de las propiedades territoriales. Con indicaciones
sobre los lugares de donde se puede sacar en gran cantidad la madera necesaria
para las construcciones navales, y sobre la ventaja que supondría hacer nave­
gables todos los grandes ríos de Inglaterra; reglas para evitar los incendios en
Londres y en las demás grandes ciudades, y el medio de asegurar a los obreros
de iodos los oficios el pan y la bebida a poco precio.
2 Y arranton , A.: EnglaruCs improvemenl by sea and land, I, 7, 181, 191.
3 Véase el libelo titulado A coffee-house dialogue, or a discourse between
captain 5' (Yarranton) and a young barrister of the Middle Temple. Y arranton
respondió con The coffee-house dialogue examined and refuted. Véase también
A word williout doors. A continualion of the coffee-house dialogue, etc. (Britísh
Museum T. 3*, 17 y sgs.)
4 Y arranton. A.: England’s imprmiement, I, 193-94.
* «Todo lo que se precisa para engendrar la industria, la fuerza y la rique­
za. para asegurar la subsistencia de los hombres, para hacer al pueblo próspero
II: EL DESARROLLO COMERCIAL 105

Durante mucho tiempo todavía, se contentó con profundizar o recti­


ficar ciertas corrientes fluviales, sin pensar en crear un sistema de vías
artificiales. Estos trabajos, en sí poco importantes, merecen ser men­
cionados en razón de las industrias a que afectaban. Fue a instancias
fie los pañeros de Leeds, de Wakefield y de Halifax como el A ire y el
Calder se hicieron navegables; los trabajos emprendidos a partir de 1701
a lo largo del Trent y del Derwent, ayudaron al desenvolvimiento indus­
trial de Derby y de Nottingham; la canalización del Mersey, desde
1720, estrechó los lazos entre las dos ciudades gemelas, Lipervool y
Manchester l. Pero no eran todavía sino débiles signos del gran m ovi­
miento que iba a seguir.
Entre las causas inmediatas de este movimiento, hay una sobre la
que nunca se insistirá demasiado, ya que pertenece, más que ninguna
«'tía, a la historia de la gran industria. El empleo de la hulla, destina­
rla durante mucho tiempo a usos domésticos, comenzaba a generalizar­
le *. Ahora bien: la hulla es una de esas mercancías pesadas, cuyo valor
relativamente escaso experimenta una subida excesiva tan pronto como
no elevan los gastos de transporte. Por esta razón es por la que el
m illón de Newcastle, extraído a orillas del Tyne y transportado por
m ar3, habia sido durante mucho tiempo el único que era posible pro-
i'tirnree a cierta distancia de su lugar de origen. A medida que la
hulla se hacia objeto de una demanda más fuerte y de un tráfico más
importante, la cuestión de los medios de transporte se planteaba con
ntnynr urgencia. Cuanto más se estudia en detalle la historia de la na-
vriDHición interior en Inglaterra, tanto más se la ve confundirse con la

? n |u mulle grande y poderoso lo posee Inglaterra y más Que dos reinos o dos
1 1 ”* rinuesquicra juntos. Si sus recursos agrícolas e industriales se utilizasen
silui lliiihiiiiiMito, en muy poco tiempo llegaría a ser Inglaterra la gloria de las
URi limo». I iibb en Inglaterra se encuenlra la lana más fina y más abundante que
« 1 1 llpigiiii piilu del mundo; se encuentra el mejor estaño, el mejor cuero, el
; ii |i |iii liliumi del mundo y en cantidad mayor que en ninguna pane; se encuentra
11,11 1 11 'a carne, para alimentar a los obreros que trabajan en Producir
11 Mi lliiii-liuiiiur oslas diferentes mercancías. Y en Inglaterra hay grano, suficien-
» íiiin» |iiirn (iluuenlor a la población; e Inglaterra posee los puertos mejores
* 1 'i/i* 1 '"ftm'i1* mundo.» Y arraíyton, A,; England’s improvemenl, I, 4.
II WIN, III, c. 19 y 20 (Aire, Calder y Trent); 1 Anne, c. 20 (Der-
vitmüi I. |, o, 27 (Derwent); 7 Geo. I, st. 1, c. 15 (Mersey e Irwell). La
r>iMNllj«iiliiii ilnl Wrnver, que atraviesa las salinas de Cheshire, data de 1720;
i! iln| llim. ijni> |is»n fior Sheífield, data de 1725. Véase Aikin , John: A des-
í( . . ' , 7 ' l rom thirty to jorty miles round Manchester, págs. 105-11;
«AtNK». ,t llutury „/ Liverpool, págs. 39-40.
..obro lu» lis11 » Industriales de la hulla antes de la invención de la máquina
II# vapor, vónjti pnrlri |l. cap. III. El empleo de la bulla en la metalurgia del
1 erro conteil/Q un I11 iiriiiiurn mitad del siglo xvttt, pero solo se difundió a par-
Itt ile 1700.
So lo llanuilio sen ron!, o carbón de mar. El nombre de pii.coal, carbón de
ni iim, estaba reservado 1, ln hulla extraída en los condados del centro y consu­
mirla nII1 mismo. 1
inri PARTE I : I.OS ANTECEDENTES

historia de la hulla. El ahonde del río Douglas, entre 1719 y 1727. coin­
cide con la explotación de las minas de hulla situadas en los alrededores
de Wigan, al nordeste de Liverpool; los trabajos del Sankey, en 1755,
con la apertura de las minas de St-Helens \ La excavación del primer
canal propiamente dicho que existió en Inglaterra, el canal de Worsley,
no tuvo otra causa.
Fue un gran señor, el duque de Bridgevvater, quien tomó la inicia­
tiva. Poseía en Worsley, cerca de Manchester, importantes yacimientos
de hulla; pero el precio exorbitante de los transportes hacía su explo­
tación casi imposible. De Worsley a Manchester el carbón viajaba a
lomos de caballo: costaba de 9 a 10 chelines por tonelada, para un
trayecto de apenas siete mialls 12. El duque pensó primero en utilizar
un riachuelo, el Worsley Brook, que desemboca en el Irvvell, no lejos
de su confluencia con el Mersey; pero lo disuadió de su propósito un
hombre que iba a revelarse, en su servicio, como un gran ingeniero,
James Brindley, como John Metcalf, como tantos otros entre los gran­
des obreros de la revolución industrial, es un ejemplo notable de ese
genio práctico, que no se forma por el estudio, sino por la experiencia
y la necesidad 3. Ignorante del movimiento científico de su tiempo, casi
analfabeto 4, llegaba a resolver problemas arduos gracias a una poten­
cia de imaginación poco común y a una meditación intensa5. Fue en
1759 cuando se encargó de abrir el canal de Worsley por cuenta del
duque de Bridgevvater: dos años después, en 1761, la obra estaba aca­
bada. Brindley había sentado dos principios, a los que siempre perma­
neció fiel: se habia abstenido de recurrir a los lechos de los riachuelos

1 Véanse el preámbulo y el texto riel Acta 28 Geo. II, c. 8; el Acta 8 Geo. III.
c. 38, y las peticiones resumirlas en los Journah of the 17ouse. oí Commons. XXVI.
905. 969, 977; XXVII, 53, 56, 115. 137, M4, 169, etc. (peticiones de los propie­
tarios de minas del condado de Lancaster); XXXII, 667 y 771 (peticiones de
los magistrados y de los notables comerciantes de Glasgow); XXXIV, 200 (pe­
tición de los dueños de forjas de Coalbrookdale). En cuanto a la influencia de
estos trabajos sobre el desenvolvimiento de las industrias en la región de St. He-
lens, véase Victoria hislory of the county o¡ Lancaster, II, 352.
2 Petición del duque de Bridgewater a la Cámara de los Comunes (25 no­
viembre 1758). Journ. of the líouse of Commons, XXVIII, 321-22, 335.
3 Sobre James Brindley, véase Aikin, J.: A description o) the country /rom
thirty to jorty miles round Manchester, págs. 139-45; Fmt.ups, J .: A general
history of inland navigation, págs. 87-100; S mh .es, S .: Lives oj the engineers, I,
309-402; W ard, J,: The borough of Stoke-upon-Trent, págs. 162 y sgs.
4 Su ortografía era de tma incorrección inverosímil. No supo jamás escribir
la palabra navegación (navigation). Se hallarán extractos típicos de sus cuader­
nos de notas en Smii.f.s, S.: Lives of the engineers, I, 320-21, y W arner, Town-
send: Social England, V, 323.
5 Raramente recurría a la ayuda de diseños o de planos; su memoria, de
una seguridad y de una precisión extraordinarias, le bastaba. Cuando tenía entre
manos un problema difícil solía permanecer acostado varios días para reflexionar
en silencio hasta que llegaba a imaginar, de una forma concreta, la solución en
sus más nimios detalles. P hillips, J.: Hist. of inland navigation, pág. 95.
n: EL DESARROLLO COMERCIAL 107

de Lancashire, cuyo escaso caudal no ofrecía garantías suficientes para


, impedir que se cegasen de arena; y se había impuesto mantener su tra­
zado a un nivel invariable, para evitar la construcción de esclusas. El
canal de Worsley fue la aplicación más perfecta de este método— por
lo demás, bastante arbitrario e impugnable— . Enteramente artificial y
enteramente horizontal, empezaba por galerías subterráneas que pe­
netraban en la profundidad de los yacimientos hulleros, y llegaba a
Manchester franqueando el Irvvell sobre un puente-acueducto, de una
altura de cuarenta pies. Los contemporáneos creyeron ver la octava
maravilla del mundo L ____ —
El éxito~de la empresa, y sobre todo sus consecuencias inmediatas,
impresionaron los ánimos. El precio del carbón bajó la mitad en Man­
chester 1
2: era un argumento decisivo en favor de la creación de una
red navegable. Desde entonces se sucedieron los trabajos sin interrup­
ción: el duque de Bridgevvater siguió siendo el gran iniciador, y no
vaciló en empeñar casi toda su fortuna. Primero fue el canal de Man­
chester al estuario del Mersey. El río, ahondado con grandes gastos, no
constituía más que una via mediocre, y las tarifas de la M ersey N a vi-
Hadon Com pany, aunque muy inferiores a las de los vehículos que ha­
cían el servicio entre Liverpool y Manchester, eran todavía demasiado
elevadas: el canal, acabado en 1767, gracias a la actividad infatigable
de Brindley, permitió transportar mercancías de una ciudad a la otra
mediante seis chelines por tonelada, en lugar de 12 34 . Y a estaba en
ejecución una obra mucho más considerable: era el canal del Trent
ul Mersey, que debía establecer una comunicación directa entre el Mar
de Irlanda y el Mar del iNorte1. Los trabajos se prosiguieron durante
once años, de 1766 a 1777. Brindley no vio su terminación: había
muerto en 1772, agotado por una labor sobrehumana 5. Pero había te-
n¡do tiempo de indicar las prolongaciones de esta línea maestra en to­
da» las direcciones, de bosquejar el plan de conjunto, cuyo trazo esen­
cial era y sigue siendo el canal del Trent al Mersey: el canal del Gran
Trunco, romo se le llama todavía; un ramal se dirigía hacia el Severa,
enlazando cutre sí los puertos de Bristol, Liverpool y Hull; otro ramal,
por (Jnvciili'y y Oxford, iba a unirse al Támesis, Londres y la ruta del

1 Aik in , J „ oh. cit„ págs. 113-14-; Y ounc, A.: A six monihs’ lour through
the North o/ linglarul. III, 196-241.
2 PntLi.il>», ,1.: Hisl. of inland navigation, pig. 76.
3 A i k i n , .1., oh, rit., pág. 115; P hillips , J„ oh. cil., pág. 78.
4 Es el curial iluuignudo frecuentemente con el nombre de Grand Trvnk Ca­
nal: mide 93 milln», o sen, 149 kilómetros de longitud.
5 W edcwooii escribía en 1767: «Tengo miedo de que quiera hacer dema­
siado y nos abandono unte» de haber puesto en ejecución sus vastos proyectos.
Tengo miedo do tpio Urimlloy, el gratule, el feliz Brindley se sacrifique por el
bien del público. Canurá quizá algunos miles de libros, pero ¿qué da a cambio?
Su salud y hasta temo que su nido.» Curlti a Bentley, 2 de marzo de 1767. Museo
iVvdgwood, Stoke orí Trent.
1(111 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

Continente. Fue también Brindley quien trazó el canal de Birmingham


a Wolverhampton, a través de uqa región metalúrgica, convertida des­
pués en una de las más activas del mundo entero.
La obra de Brindley precede inmediatamente al desarrollo de la
gran industria: la obra de sus continuadores la acompaña en sus pro­
gresos, de los que a veces es el efecto y a veces la causa. Los mapas tra­
zados en los últimos años del siglo x vill permiten medir la extensión
de estos grandes trabajos \ Es sobre todo en el centro y en el norte de
Inglaterra donde se multiplican las vías navegables. En Lancashire se
forma una verdadera red: canal de Bolton, canal de Bury, canal de
Kendal, por Preston y Lancaster. Entre Lancashire y Yorkshire, a través
del macizo Penino, se abren tres grandes arterias: una va de Leeds a
Liverpool por la depresión transversal donde se dilata, de Noroeste a
Sudeste, el valle superior del A ire ; las otras dos ponen en comunica­
ción a Manchester con Huddersfield y el valle de Halifax: las tres con­
vergen hacia el gran estuario del Humber. En torno a Birmingham, un
sistema complejo de canales extiende sus ramificaciones en todos los
sentidos1 2, y se une hacia el N oite con el Gran T ron co3 y hacia el Sur
con el Sevem y el Támesis 4. El gran mercado de Londres se enlaza con
las ciudades industriales del Norte por el Grand Junction Canal, y con
el Atlántico, por el canal del Támesis al Sevem. En el sur del País de
Gales, vías de penetración que parten de Swansea y de Cardiff prestan
su servicio a las forjas y las minas de hulla del interior y dan acceso
a riquezas mineras todavía inexplotadas. En Escocia, el canal del Forth
al Clyde se inició en 1768: entre los ingenieros que trazaron sus
planes encontramos a James W att, que proseguía al mismo tiempo sus
investigaciones sobre la expansión del vapor.
Así, en apenas treinta años, toda la superficie de la Gran Bretaña se
vio surcada de vías navegables. Hubo un movimiento de conjunto que
se puede comparar, guardando las debidas proporciones, al que, en el
siglo siguiente, cubrió de ferrocarriles los países de la Europa occiden­
tal. Incluso llegó un momento, respecto a los canales, lo mismo que más
tarde respecto a los ferrocarriles, en que tuvo lugar una especie de
superproducción. Una verdadera fiebre de canales azotó Inglaterra ha­
cia 1793: multitud de proyectos surgieron por todos lados; la especu­
lación tomó parte, y más de una de estas empresas prematuras terminó

1 Véanse los mapas-cabeceras del libro de A ik:n (1795) y de la History of


Birmingham de H utton , William (misma fecha). Véase también W ells, L. B.:
A sketch of the history of the canal and river navigations of England and Wales,
Mem. and Proceedings of ihe Manchester Literary Society, IV serie, VIII, 187-204.
2 Wyrley and Effington Canal, Stourbridge and Dudley Canal, Netherton
Canal, Fazeley Canal, Birmingham and Worcester Canal, Birmingham and Wol-
verhamplon Canal, etc. H u t t o n , W.: Hist. of Birmingham: mapa de los canales
de la región en 1791.
3 Por el Staffordshire and IForcestershire Canal.
4 Por el Coventry and Oxford Canal y el Grand Junction Canal.
r i: E L DESARROLLO COMERCIAL 109
I I!) PARTE I : LOS ANTECEDENTES

desastrosamente L Pero esto no fue más que una de las consecuencias


de la revolución industrial, y de las más pasajeras, uno de esos contra­
golpes tan frecuentes en el orden de los fenómenos económicos, donde
todo es acción y reacción.
La importancia de semejante transformación fue comprendida des­
de el primer momento por los interesados. A su iniciativa se debió, y
con sus gastos y sus riesgos quedó realizada. El papel de la Corona y del
Parlamento se limitó a prescribir encuestas y a dar autorizaciones. A ve­
ces son particulares los que, individualmente, en interés de su comercio
o de su industria, han emprendido y dirigido personalmente los traba­
jos. A veces son compañías por acciones, formadas expresamente para
crear y explotar las vías nuevas1 2. En ambos casos son siempre los
mismos hombres los que se encuentran al frente del movimienLo, re­
uniendo los capitales, agrupando las fuerzas de la opinión, pagando con
su persona y con su dinero: y su intervención es significativa. En pri­
mer lugar, grandes señores, pares de Inglaterra, que siguen el ejemplo
dado por uno de los suyos. El duque de Bridgewater, aunque al prin­
cipio hubiese tropezado con dificultades de toda índole, aunque por
un momento se lo hubiese podido creer casi arruinado por sus empre­
sas, encontró bien pronto imitadores y émulos. Fue a instancias de lord
Anson y del marqués de Stafford por lo que Brindley estudió, en 1766,
el trazado del Gran T r o n c o 3 : unas de las primeras reuniones en favor
del proyecto fue presidida por lord Gower, y lord Grey tomó en ella la
palabra. En otra parte, vemos a los condes de Samford y de Moira.
con el vizconde Wcnbvorth, apoyar una demanda de concesión ante el
Parlamento4. En su calidad de grandes propietarios territoriales, esta­
ban interesados en la creación de nuevos medios de transporte, que iban
a aumentar enormemente la renta de sus minas, de sus canteras, de sus
bosques. Y lo comprendían a maravilla. La aristocracia inglesa ha sa­
bido sacar partido de las revoluciones económicas lo mismo que de las
revoluciones políticas.
Otra clase de hombres ha dado prueba, en esta coyuntura, de una
inteligencia y de una actividad notables: es la clase naciente de los
jefes de industria, los primeros representantes de una aristocracia que
no había de tardar en rivalizar con la antigua. Antes del maquinismo,

1 El Statute Book contiene nueve actas relativas a la navegación interior


en 1792, 25 en 1793, 17 en 1794. Véase 32 Geo. III, c. 84 y sgs.; 33 Geo. III,
c. 93 y sgs: 34 Geo. 1TI, c. 24 y sgs., c. 53, c. 77, c. 85, etc.
2 Llevaban generalmente el título de Compañías propietarias (Compaaies oj
proprietors). Véase W acnek, C.: deber die wirth chajtliche Lage der Binnen-
schifjahttstínternehmungen in Grossbritannten and Irtand. «Archiv. lüt EiseD-
bahnvvesen», año 1901, págs. 1225 y sgs.
3 A ik in . J .: A de críptiort oj the country, etc-, págs. 117-18.
4 Petición solicitando a la Cámara de los Comunes la autorización para abrir
un canal entre Marslon Bridge y Asbby de la Zouch. Journ. oj the Nouse oj
C.ommons, XLIX, 238.
II; EL DESARROLLO COMERCIAL 111

antes del sistema de f¿tínica, y como si presintieran los acontecimientos


económicos que culminarían su fortuna, preparan de antemano el uti-
laje comercial de la gran industria. El ceramista W edgwood y su amigo
y socio Tilomas Bentley se ocupan, con un celo infatigable, del canal
del Mersey al Trent, que debe atravesar el distrito de las alfarerías y
que permitirá traer a bajo coste la tierra de porcelana de Cornualles.
W edgwood figura entre los primeros suscriptores, y acepta las funcio­
nes de tesorero1I; Bentley escribe un folleto sobre «las ventajas de la
navegación interior, con e l plan de un canal destinado a establecer una
comunicación entre los puertos de Liverpool y de Hull¡> 2. Había mu­
cho que hacer para triunfar sobre las oposiciones de lodo género coali­
gadas contra el proyecto: oposición de los carreteros y de los posa­
deros, que temían ver al comercio desviarse de las carreteras reales;
oposición de ciertos propietarios, que se negaban a vender sus campos
para el paso del canal; finalmente, contraproyectos que reclamaban una
modificación del trazado en favor de tal o cual distrito, de tal o cual
ciudad *. Wedgwood tuvo que organizar una verdadera campaña 4. Acom ­
pañó al ingeniero Brindley a Londres, para testificar ante la comisión
parlamentaria encargada de la encuesta previa: mientras que Brindley
explicaba sus planes, W edgwood mostraba su utilidad, y probaba a la
i nmisión que no solo la industria cerámica de Staffordshire, sino tam­
bién las industrias metalúrgicas del condado de Warwick, tenían nece­
sidad de este canal, y que estaban condenadas a vegetar, en tanto que
Irb faltase los medios de transporte*. Cuando al fin, el 26 de julio de
1766, se inauguraron los trabajos, a Wedgwood se le reservó el honor
iln dar la primera paletada. A l poco tiempo compraba, en el trayecto
di’l ranal, los terrenos donde iba a elevarse su gran manufactura de
lili liria \
Wedgwood y los que le prestaron su apoyo— Samuel Garbett de
lili inliiglinm, Matthew Boulton, el futuro socio de James Watt— habían
mi'vlilu, mn una perfecta clarividencia, los efectos de la extensión de
l a » v í a » navegables sobre el desenvolvimiento de sus industrias. Los mer-
rudiH Interiores, hasta entonces tan reducidos y tan fragmentados, por
fin 11mu n comunicarse entre sí sin obstáculos. A finales del siglo xvtn

1 Cinta» ili* lita. Wedgwood a Bentley (2 de enero de 1765), a John Wedg-


Wmiil ( I I ilti 1111117 0 y 0 de julio de 1765); caria de Charles Roe a W. Wedgwood
Ct lie dlfltruilne i|<! 1765). Museo Wedgwood, Stoke on Trent.
‘J i'iilillriiilii mi Nemcastle-under-Lyme (1763).
* Vémua la» pnliciones presentadas contra el bilí de concesión. Journ. of
the lluuse o/ (lom m uns, XXX, 613, 708, 713, 720. etc.
I MielKVAiiii, K.¡ U le o¡ Josiah IFedgieood, I, 110-30.
Journ. ni the llouse o j Conimons, XXX, 520.
II ullnii rilinn drl i'imul penetra liasla el patio de la lábrica y los barcos car-
líiilu» de carbón llogan n la puerta del cobertizo desiinado a recibirlos.» Toar-
n-'-g faite en J¡7fill dtins la Cramle-Bretagne par un Franjáis paria ni la langue
mutilóse, |>ág. 109. '
m PARTE i : I.OS ANTECEDENTES

s© ve circular por los grandes canales, como por ejemplo el del Trent
al Mersey, los productos más diversos, venidos de todas las provincias:
la sal del condado de Chester y los cereales del Este, las alfarerías de
Staffordshire. la hulla de Wigan y la de Nevvcastle, el hierro colado del
alto Severn, los hierros y cobres trabajados de Wolvcrhampton y de
Birmingham. En el primer puesto de las mercancías transportadas f i ­
gura el carbón: en todas partes llegan al corazón mismo de las minas
ramales injertados en las vías principales1; doble facilidad ofrecida
al productor, uue puede emprender la explotación de yacimientos nue­
vos, y al consumidor, a quien el bajo precio de la hulla invita a emplear­
la en nuevos usos.
Hasta los mercados exteriores parecen más próximos. Las corrien­
tes de importación y de exportación, en lugar de filtrarse a duras penas
a través del país, circulan por él ampliamente. Los centros industriales
recibirán en abundancia, en lo sucesivo, las provisiones que reclama
su población creciente: Liverpool, por el canal del Mersey, abastece de
trigo a Manchester. que ya no corre el riesgo, como hacía poco, de su­
frir los rigores de la carestía *. Y los productos manufacturados pueden
expedirse, sin un lujo costoso ríe intermediarios, desde su lugar de fa ­
bricación a los puntos de destino más lejanos: «Hasta mediados de si­
glo, escribe un viajero, no habia un solo negociante en Birmingham que
estuviese en contacto directo con los extranjeros. Los negociantes de
Londres hacían un comercio de depósito con las mercancías fabricadas
en Birmingham. Ahora, los comerciantes de Rusia o de España obtie­
nen directamente de esta ciudad todos los objetos que necesitan. Una
exportación fácil, por medio de ríos o de canales navegables, es menos
precisa para cualquier otro género de fabricación que para aquellas en
que hay que emplear metales que exigen una gran cantidad de combus­
tible o materiales pesados y groseros. Ahora bien, Birmingham, desde1 *3

1 La mayoría de las actas de concesión prevén la apertura de vías que


presten su servicio a las minas de hulla. Véase, p. ej„ el Acta 8 Geo. III. c. 38,
cuyo titulo es el siguiente: «Acta para crear y mantener un canal navegable
desde el rio Severn. en el lugar llamado llawford. hasta la capilla de Claines,
en el condado de Worcester, en el lugar llamado Puente de la Capilla, can ra­
males que presten servicio a diversas minas de hullas Otro ejemplo característico
en los lourn. o/ the House of Commons, XLVI1. 380.
3 Sobre las carestías y los motines di- 1750-1755. véase Espinasse: Lancashire
worthies, I, 274, y Clarke, L. W.: flist. of Birmingham, III, 60-61. En Birming­
ham, en 1766. la muchedumbre se apodera de ios almacenes, decreta un precio
máximo y vende el trigo en piíhlica subasta. ICindeu. Mac: Britain and the
British seas, pág. 333, ha indicado bien el papel de Liverpool como centro de
avituallamiento del noroeste de Inglaterra. W hitwokth, R„ autor de una obra
sobre las Ventajas de la navegación interior (1766), hacía observar que una vez
abiertos los canales «sucedería muy raramente que se oyese hablar de motines
causados por la escasez de trigo, y si el trigo y los demás artículos alimenticios
están a bajo precio, los obreros podrán proporcionar trabajo barato.» The advan-
tages of intand navigation, págs. 31-32.
Maní tune, s
n:
EL DESARROLLO COMERCIAL

Escala I___________ ____________ ,/Bn .__________________ I__________________ I Millos


113
m PARTE i : LOS ANTECEDENTES

1768, exporta fácilmente sus diversas producciones hasta el mar por


medio de sus canales» \
Adam Smith escribía en 1776: «Como la facilidad de los transpor­
tes por agua abre un mercado a cada especie de industria mucho más
amplio de lo que puede hacerlo el transporte por tierra, es en las costas
del mar y a lo largo de los ríos navegables donde la industria de todo
género comienza a subdividirse y a hacer progresos» 1 . Adam Smith
*34
pensaba más bien en los orígenes de la industria que en las transfor­
maciones que experimentaba en su época y ante su vista. Sin embargo,
habria hallado también la confirmación de su principio: es a lo largo
de las nuevas vías navegables, y gracias al movimiento comercial que
hace posible su existencia, donde habrán de realizarse los progresos más
decisivos en el orden técnico y en el orden económico; y es en los
parajes en que su red se aprieta alrededor de algunos centros privile­
giados, designados por su posición o por los recursos ya explotados de
su suelo, donde habrán de crecer las capitales de la industria moderna.
La navegación interior ya no tiene en Inglaterra sino una impor­
tancia reducida. Los ferrocarriles le han hecho, más aún que en otros
países, una competencia casi mortal 3. Son ellos los que trazan sobre
el suelo inglés las grandes corrientes de la vida comercial, las ram ifi­
caciones por donde se esparce hasta los confines, los puntos de unión
en donde afluye y se desborda. Pero si se comparan las dos redes, se
ve que una, por muy atrofiada e insuficiente que haya quedado en la
actualidad, indicaba ya las líneas generales de la otra. Con frecuencia,
el trazado del ferrocarril no ha hecho más que duplicar el del canal.
Y si se considera la influencia ejercida en nuestros días por los ferrocarri­
les sobre el desenvolvimiento de las industrias, se comprenderá el papel
inmenso desempeñado por los canales, después de los siglos de fragmen­
tación económica.

V IH

Acabamos de citar a Adam Smith: es sabido que su teoría sobre


la influencia de las vías navegables va ligada a una teoría más general,
o más bien a una ley, que él enunció en estos términos: la división del
trabajo está determinada por la extensión del mercado *■ Esta ley se

1 F orster, G.: Voyage philosophique el piltoresque en Angieterre et en


Frunce, pág. 84.
3 Sm ith , A .: faquir y into the nature and causes oj the tcealth o) nations,
pág. 9 (c<J. Mac Culloch).
3 Su decadencia, por lo demás, ha sido exagerada. Véase, sobre su estado a
principios del siglo xx, W a c n e r , C.: Ueber die wirtschaftUche Lage der Bin-
nensckifffahrsuntemehmungen in Grossbritahnnien und Irland, «Archiy íür Eisen-
bahnwessenr, 1901, pág?. 1212 a 1268, y 1902, págs. 86 a 115.
4 Es el título del capítulo HI del primer libro («That the división oí labour
is limited by the extent of the marketi).
II: E L DESARROLLO COMERCIAL US

verifica igualmente, ya se considere la producción y los cambios en su es­


tado más primitivo, ya se los sitúe en medio de la civilización más avan-
*ada y más compleja. En un extremo de la escala se encuentra el arte-
•nno, que acumula varios oficios en un tenducho de aldea; en el otro
extremo, esas inmensas fábricas, especializadas hasta el máximo, que
no pueden subsistir sino a condición de tomar sus materias primas de
lo* países más alejados, y de exportar sus productos al mundo entero.
Ailnm Smith no llevó muy lejos el estudio de las consecuencias deriva-
tlni de este principio: se contentó con examinar un pequeño número
de cosos simples, suficientes, por lo demás, para servir de ejemplos en
npnyo de su teoría 1.
Mucho antes que él, un autor desconocido3 había enunciado la
riitmiin ley, en términos menos generales y en un estilo menos conciso,
|inm rnm tina precisión singular. Las Consideraciones sobre el C om ercio „
de h u Indias Orientales datan de 1701. Es, como la mayoría de las
ulna* económicas anteriores al período clásico, un escrito de circuns-
iiirti'iit». Violentas polémicas se habían entablado a propósito de la im-
|>oi tución de ciertos productos exóticos, especialmente de los tejidos de
mullí y de algodón fabricados en la India. La industria de la lana, ce-
liwn, como se sabe, de su monopolio, se había quejado de esta com-
l>cleiicin extranjera, y había logrado obtener, a despecho de los hábitos
) ltt* gustos del público, medidas de prohibición. El autor de las C o n ­
sideraciones. colocándose desde un punto de vista completamente es-
iici ulutivo, intenta demostrar que la importación de los productos de la
India m> solo era ventajosa para los consumidores, sino provechosa
l«*iit ln misma industria nacional. ¿No es malgastar el trabajo el em-
pliniln mi producir objetos que se podrían procurar a mejor precio
í 'Uiiijm nudillos en el exterior? Y si se economiza trabajo, resultará posi-
M», ii liimi crear industrias nuevas o bien establecer en las antiguas
Him ill'ti lliiición más sabia de las funciones, completada, en caso ne-
>-Hwlilu, pni r| perfeccionamiento del utilaje.
"Nn *n tumi; esto por una paradoja: el comercio de la India puede
h w t i iiihii i MiiDccuencia la fabricación de mercancías con menos mano
ti» tilu * y. (ln ipu- los salarios disminuyan, una baja general de los precios,
jbin* ni I** iiinrrnucías pueden fabricarse con menos trabajo, su precio,
ilttliilalunmlu, mu'ií menor... Cuando un barco, por ejemplo, está dotado
ile mili imiunitmn Lripulación los gastos son muy elevados. Supongamos
ipil' ilimiilttuyi' |« arboladura y el velamen y que se embarcan solamen-

’ IE hillh tt¡ riii/íori.i, libro 1, caps. II y ITT,


J 1un fuiulr/itiiUiiuto upan the East Imita Tradc, que tío hay que confundir
mu «I Ittwy <m the East India Trade, de Davenant, Charles (1696), han sido
Nlrlliulila*, mas sin iiriii'lms decisivas, a Sir Diidley Norih (véase H alkett y
I Uní;: IHctínnary a( aitottymous and pseudonymous Uterature, I, 491). Fueron
rnlm|uc’*ü» en IHS6, rn til Sclert coilection of early English traets on Commerce,
piildirndn por Mac Culloch, '
1IB PARTE I : LOS a n t e c e d e n t e s

Todo esto da un justo orgullo a un comerciante inglés y hace que pueda


compararse, no sin cierta razón, a un ciudadano romano» l.
Y mientras que la aristocracia de raza busca enriquecerse por el co­
mercio, la aristocracia mercantil sueña con adquirir el poder y el ascen­
diente que confiere la posesión de la tierra, en un país que conserva la
huella imborrable del régimen feudal 2. Las familias que se elevan, al
igual de las que quieren mantenerse, tienen a la vista este mismo objeto:
fundar o agrandar sus dominios. Para ello es preciso que una parte de
la propiedad cambie de manos. A l mismo tiempo que la revolución eco­
nómica, una profunda modificación social se prepara.

1 V oltair E: Lettres philosophiqu.es, Carta X , Sur le commerce, Ed. M o la n d ,


xxrr, págs. no-ii.
a D e fo é , v ia ja n d o en 1724 por el con d ado de E ssex , haca ya so b re el p ar­
tic u la r l a s ig u ie n te o b s e r v a c ió n : « H a y q u e s e ñ a l a r q u e e n e s ta r e g ió n m u c h o s
d o m in io s c o n sid e r a b le s h a n sid o com p rad o s y p e rte n e c e n en la a c tu a lid a d a
n e g o c ia n te s de L o n d r e s ... E l a f lu jo d e r iq u e z a que tie n e lu g a r en e sto s m o m e n to s
en la c iu d a d de L o n d res se esp arce así por la su p e r fic ie del p a ís y e s ta b le c e en
él fa m ilia s y fo r tu n a s que, m ás tard e , ig u a la rá n a la s de la a n tig u a genlry.»
Tour, I, 17.
CAPITULO III

LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD


TERRITORIAL

¿Es necesario recordar que Inglaterra es el país país clásico de la


Ki uii propiedad y de las grandes fincas? /Basta atravesar el campo inglés
pnii reconocer, en ese paisaje tarstas-’yéces descrito, cieTtoS''^spectos ca-
i ni tnríslicos. N o se encuentra en él esa cuadrícula abigarrada ae nuestros
i mili ios, signo visible del cultivo parcelaria Salvo en lo s condados del ...
Il‘,sin, apenas se venTíerras labradas: ocurre con (el estáte inglés^como
imn el lit/ijiiniUiim. románo i El amplio pasturaje, cortadcTpór setos vivos,
i'illeiiilo a lo lejossu verdor. Las viviendas y las fincas están disemina-
iln», la» aldeas soq jafasTTT l^ces se recorre con la vista un gran espacio
filu linllni' un solo'cam panario.}

du wnliargo, Inglaterra ha poseído, hasta una época relativamente


ipi jsiiiri, una clase. numerosa de pequeños propietarios territoriales y
ib*1-|H I íi/iRiieros por costumbre» ? casi tan apegados a la tierra como si
ti-» lilllllm'il pertenecido enteramente. Era esa yeomcmry cuya desapari-
■ ji'i' |in ii m i c h o s que completa fue en el siglo x ix un tema consagrado
do ...... mui limes. Stuart M ili habla con respeto de esos campesinos la-
huí I" i'ii1*' Independientes, «alabados como la gloria de Inglaterra todo el
11 mi 11i*j ■111*1 mintieron, tan deplorados desde que desaparecieron» 3. Era,
dhi* * idilny, «una raza viril y sincera» 3. Wordsworth, al describir el
l'dl. d* 111m l.ngim, liace en estos términos el elogio de sus antiguos habi-
i'i'in*»1 « lluii' uno» sesenta años aún había, en el fondo de estos valles,
iiim (« i Fi lilí ii'públicíi de agricultores y de pastores. El labrador solo se
«vi tlu iln •til Uillfto para alimentar a su fam ilia y, en caso de necesidad,
|iuif» nvmliii ii un vecino. Dos o tres vacas abastecían cada casa de leche
y il(i ipii'iiii Nn linbía allí ni gentilhombre de alto rango, ni caballero,
ill lUi/tiiVa pul n niilru estos modestos hijos de las montañas más de uno
Midi» ipin Iii llunn ipiu hollaba con sus pies y en la que abría su surco

1 Ciutomm y Imarit»,
* S iin t lM ' M i l i , .F ,| Principies of political economy, I , 3 0 0 (ed. de 1 8 4 8 ) .
* IVUr AiiLAY l 111)1, d ’ Anuh.u-rre depuis l ’avénement de ¡arques II (liad. Mon-
tíiu i), 1, 8(16. *

119
120 PARTE i : LOS ANTECEDENTES

había pertenecido, desde hacía más de quinientos años, a hombres de


su apellido y de su linaje» x.
El yeom an por excelencia es el terrazguero lib r e 1 que posee el cam­
po sobre el que vive y al que explota personalmente. Pero la denomi­
nación se extiende también al terrazguero hereditario *, cuya familia
cultiva el mismo suelo desde varias generaciones, e incluso en ciertas regio­
nes, al poseedor de un arriendo v ita licio *1
4. P o r lo demás, hay grandes y
pequeños yeom en : en general, cuando se ha hablado de la yeom anry y de
su desaparición, se ha pensado sobre todo en la segunda categoría, la
de aquellos cuya renta anual no pasaba de 30 ó 40 libras de su época
y que se correspondía bastante con la de los campesinos propietarios del
otro lado de la Mancha 5*. P or encima del yeoman se encuentra el squire,
el gentilhombre aldeano; por debajo de él, el arrendatario. El squire,
incluso pobre, tiene los aires de un superior: desempeña las funciones
de juez de paz, sirve como oficial en la milicia y si tiene algunos galgos
los llama una jauría ®. El arrendatario, incluso rico, no es dueño de la
tierra que ocupa y ni siquiera puede olvidar, como hace el terrazguero
hereditario, que no trabaja para él solo. L o que distingue el yeom an es
su independencia. A ella, sobre todo, es a quien ha debido sus robustas
cualidades y el papel que ha desempeñado en la historia de la antigua
Inglaterra. Entre los yeom en se reclutaba en la edad media esa temible
infantería, esos cuchilleros y esos arqueros que decidieron la victoria
en Crécy, en Poitiers, en Azincourt78 . Más tarde, convertidos en protes-

1 W ordswor TH : A description of the icenary of the lakes in the north of


England, págs. 64-65 (ed. de 1832).
1 F reeholder.
3 Copyholder,
* Leaseholder for Ufe. «Es un uso relativamente reciente, que solo data del
siglo xix, el que reserva la denominación de yeomen para los que poseen la tie­
rra.» P r o th e r o : English farming, past and present, pág. 296 (nota). Véase tam­
bién C u r tí ,ER: The endosare and redistribución of our land, pág. 71.
* Véase, a propósito de estas dos categorías de yeomen, las observaciones de
L evy, H.: Der Untergang kleinbauerlicher Betriebe in England, «Jahrbücher
íür Nationaldkonomie und Statistik», 1903, págs. 149-50 y 158-59, y H asbach, W.:
Der Untergang des englischeñ Bauemstandes in neuer Beleur.htung, «Archiv für
Sozialwissenschaft», XXIV, 6 y sgs. (1907). Hasbacb tiene razón cuando mantiene,
apoyándose en los testimonios de Maishall y de A. Young, que el término yeo­
men, a ñnes del siglo xvm, se extendía a los ricos campesinos poseedores de una
tierra de 100 a 600 libras de renta y netamente distintos de los tagarotes (small
geniry). Pero H. Levy ha llamado justamente la atención sobre la diferencia
entre grandes y pequeños yeomen que, en sus estudios basados sobre el catastro
(land tax assessments), no ha tenido bastante en cuenta Cray, H. L. (Yeoman
farming in Oxfordshire from the XVlth cenlury to the XIXth, «Quarterly Journal
of Económica», XXIV, 293 y sgs.), y Johnson, A. H. (The disappearance of the
small landowner, págs. 128 y sgs.).
8 Véase, entre tantos otros retratos del squire inglés, el que bosquejó bri­
llantemente M acaulay , ob. cit., I, 349-55.
7 «Para constituir una buena infantería se precisan hombres que no hayan
Sido educados en la servidumbre y en la indigencia, sino en una condición libre
m : LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITO RIAL 121

tontea y puritanos, fueron el más firme sostén de la reforma inglesa y


combatieron en los ejércitos de Fairfax y de Cromwell.
A fines del siglo x vu es posible que su importancia hubiese ya dis­
minuida algún tanto l . Sin embargo, después de la revolución de 1688
formaban todavía una clase numerosa 2. Según las estadísticas aproxi-,
mativas de la época no eran menos de 160.000 y componían con sus
familias una sexta parte aproximadamente de la población total del rei­
no a. La cifra de su renta variaba entre 40 y 300 libras; para la gran
mayoría de ellos, apenas sobrepasaba de 60 a 80 libras4. Era sufi-
rlente para asegurar a casi todos una comodidad relativa. Esta renta no
» ii nlilcnía siempre de la agricultura sola: a menudo el pequeño yeoman
le flñndía algún trabajo industrial: su mujer y sus hijos cardaban o hi-
Inlnm In lana *. Era un rasgo de semejanza entre é l y el pequeño fabri-
i'iinte independiente, que debia desaparecer al mismo tiempo. Ambos
formaban parte de un mismo régimen social, fundado en la coexistencia
y Iii alianza estrecha de la pequeña producción agrícola y de la pequeña
t'i tiilucción industrial.
¿En qué época desapareció la yeom a n ry? Esta cuestión nos intro­
duce en una controversia difícil y sobre la que no parece haberse dicho
lodnvin lu última palabra*. En los últimos años del siglo x v m ya habla­
ban algunos como de una raza extinguida, «casi destruida desde el año

r ..nn Asi, pues, si un Estado cae en manos de los nobles, grandes y pequeños,
hasta el punto de que los agricultores y labradores do sean mis que jornaleros o
. .riMsAM pjun vale lamo como decir mendigos), podréis tener una buena cabs-
Ibi la. pian nunca una infantería sólida.,. Ea lo que sucede en Francia y en Ita­
lia ■ Uaiuk, l‘ .¡ Uistary of King Henry F/7, Work» (ed- de 1878), VI, 95.
' 1 1 lu npintón clásica, expresada por Lr.DCY: Hist. of England in the XVUhh
MM'nu 1, 7.
4 I t Msnm tviTscit, A, (D ie B e w e g u ttg ru g a ru te n d tr k le in e n ia n d t c ir t t c h a f -
tlb 'fien fiilttt in págs. 7-9), cita numerosos testimonios sobre la impor-
E n g la n d ,
ItiHi'lti del nidilvu pequeño y medio a principios del siglo xvtn.
i me, iiintfmyi Natural and political obscrmlions apon the jíoíe of the
im iir» I tir'M. Itrlllsli Musoum, Hurleian MSS, núm, 1.898, pág. 14, publicado
pttf i■Hi »■*# por Ciialmers, C.: An estímate of ihe comparative forcé of
I,tr 0 i tl.nwn ( (Htl'tl, Véase también Davenant, Cli.; Essay on the probable nieans
al mitins ■ j itiptr giHttert by tht balance of trade (1697), Works, II, 184.
* « o l<'' ’i lite Srlect Committer ttppainíed to ¡nqttire into the present
itutr -I ugiü idiii'R (ItUN), pág, 65.
, ii .ib. clt., pág. 52; lli:roK: Tour, 1, 37.
" Vías* (tiniiM A.i l.nturet on tht Inilitilríal Hrimlutton io England,
l * id , fSce* ittWi, llar, II.i Why han* the yeomanry fterirhed, «Cuniemporsiy
II mOi' w, tiltil ||( lita j sgs| Lr.vv, 11,: Der Untergang kltintnlueiltrhrn üetiiebe
<>i Englumi, . l.iliiliili Im>i til, Nstiouaibkonomin un ,Si*ii«Uk", 1903, |isgs. 145-67;
Idi-nt, t.nrgu o/id tnmll huldmgr, pag. 30 y sgi,| II asiiaiiI, W, i Der Untergang
tísc eogíiv Afii / ( « M r m in nettrr llelttichiung, • Aicliiv Iilr Soríalvdascnschtiiu,
XXIV, Ii * Htttarf aI tht Etiglith ngricttltuntí InUourrr, pag», 73-76; J oiin-
A, ll.t Tkr dlMpp‘Htnnra of lia tittnll íandanner, págs. 128-45. Consúltese
asimismo I írav, II. 1 ; l'soaitin fatming tn Oslmdthíre ¡rom the XVDh century
tu the XlXih, «tlusfInly Inniti*^ ul ticumiiiilrca, XXIV, 293-326, y TAYI.OM, 11. C.:
i h * decline of hmdnwnlng /water» in England ( H ijrwma, Uttivfreity S e r ia , 1904).
116 PARTE I ! LOS ANTECEDENTES

te los dos tercios de la tripulación, permaneciendo aproximadamente la


misma velocidad: e l barco navegará con menos gastos, sin que el salario
de los marineros deba reducirse por eso. De la misma manera en una
industria inglesa cualquiera ios precios están en razón del número de
obreros y de la duración de su trabajo: si por la invención de una má­
quina o por un arreglo m ejor entendido y más regular del trabajo se eje­
cuta la misma cantidad de labor por los dos tercios de este número de
hombres o en los dos tercios de este espacio de tiempo, el trabajo será
menor y el precio será menor también, incluso si los salarios de los obre­
ros continúan a su nivel anterior» L
Cómo este «arreglo m ejor y más regular del trabajo» o estas «in ­
venciones de máquinas» podían resultar de la importación de los pro­
ductos de la India es lo que debía parecer muy oscuro a los primeros
lectores de esta obra, adelantada sobre su tiempo. A sí el autor se apresura
a desarrollar y explicar su pensamiento: «E l comercio de las Indias pro­
porcionará, con toda verosimilitud, la ocasión de introducir en nuestras
industrias inglesas más habilidad, más orden y regularidad. Hará desapa­
recer, en efecto, aquellas industrias que son menos útiles y menos prove­
chosas. Las personas que estaban empleadas en ellas buscarán otras ocu­
paciones, las más simples y fáciles que puedan encontrar, o se aplicarán
a tareas parciales y especiales en industrias más complicadas. Pues el
trabajo más simple es el que se aprende más pronto y el que los obreros
ejecutan con más perfección y diligencia. Así el comercio de la India
tendrá el resultado siguiente: se confiarán las operaciones diferentes de
que se componen los trabajos más difíciles a varios obreros calificados,
en lugar de dejar demasiado que hacer a la habilidad de uno solo. Eso
es lo que yo entiendo por introducir un arreglo m ejor y más regular en
nuestras industrias inglesas» 12.
Finalmente, la especialización de la mano de obra, llevada hasta sus
últimos límites, culmina lógicamente en el empleo de medios de produc­
ción artificiales: «L o s instrumentos y las máquinas que suplen al tra­
bajo humano nos proporcionan el medio de fabricar con menos obreros
y en consecuencia más barato, sin que los salarios deban ser dismi­
nuidos. El comercio de las Indias nos procura mercancías producidas
con menos trabajo y a más bajo precio que en Inglaterra. El resultado
probable será la invención de instrumentos o de máquinas que permitan
hacer una economía equivalente de trabajo... Estas invenciones, que
tienen por objeto aumentar el producto reduciendo la mano de obra, se
sucederán por necesidad y por emulación: será preciso que cada uno in­
vente por su cuenta o sepa perfeccionar un invento ya hecho: si mi
vecino logra producir mucho con poca mano de obra, y por ende barato,
será preciso que yo encuentre el medio de vender tan- barato como él.

1 Considerations upan the East india Trade, pées. 65-66.


2 Ibíd., pág. 68.
II: EL DESARROLLO COM ÍRCtAL 117

Es así como todo procedimiento, instrumento o máquina que ejecute


cierto trabajo con menos mano de obra y con menos gastos que anterior­
mente hace nacer una especie de emulación y de necesidad. Si no se
puede emplear este procedimiento o esta máquina, se desea encontrar algo
análogo, a fin de que se restablezca el equilibrio y que nadie pueda ven­
der menos caro que su vecino. Así, pues, el comercio de las Indias Orien­
tales, al traernos artículos fabricados a más bajo precio que los nuestros,
tendrá como efecto, muy probablemente, el obligarnos a inventar procedi­
mientos y máquinas que nos permitan producir con una mano de obra
menor y con menos gastos, y con ello a reducir los precios de los objetos
manufacturados» L A s í con tres cuartos de siglo de adelanto nuestro au­
tor preveía el advenimiento del maquinismo como una consecuencia inevi­
table de la extensión del comercio.
El desarrollo del comercio británico tuvo pronto otro resultado no
menos importante. Introdujo en la sociedad elementos nuevos o más bien
cambió algo en la jerarquía social. Había desde hacía mucho tiempo gran­
des comerciantes, grandes financieros, pero su riqueza y su importancia
social eran enteramente individuales: no formaban cuerpo, no consti­
tuían una clase considerable, influyente, que ocupase su puesto por de­
bajo de la aristocracia nobiliaria, casi al nivel de la gentry 2. Esta clase
la liemos visto aparecer en 1688. «E l comercio en Inglaterra— escribía
Itofoe desde principios del siglo X V III — , lejos de ser incompatible con
el estado de gentilhombre, crea gentileshombres. Después de una genera­
ción o dos, los hijos de los comerciantes, o al menos sus nietos, resultan
ttm buenos parlamentarios, estadistas, miembros del Consejo privado,
Jileen*, obispos y personas de calidad de todo orden, como los que por
#il iDHiilTiiento están unidos a las más antiguas fam ilias» 3. El vizconde
llm cinglort es hijo de un mercader de telas llamado Shute4; lord Gran-
vllln, lord Comvay y el propio ministro W alpole no tienen a menos ca-
WAii'!»** tilín hijas de mercaderes 5. Voltaire, cuando su estancia en Ingla-
Irr m, mi nnombra de ver a la vieja aristocracia no solo mezclarse con la
elimo coHii'rciante, sino tomar parte en sus empresas: «E l h ijo menor
<1(1 lili pul' ilul reino no desdeña el negocio. M ilord Townshend, ministro
de» Eulnilu, Huno un hermano que se contenta con ser mercader en la ciu-
iliul. Cu lu época en que milord O rford gobernaba Inglaterra, su h ijo
menor «n i fueliir en Alepo, de donde no quiso volver y en donde m urió.»
I'or ojio no miiIo lineen su fortuna, sino la del país: «Es únicamente por­
que lo# inglnMim no bnn convertido en negociantes por lo que Londres su­
pera a Pni'íi cti extensión y en el número de ciudadanos; por lo que
pueden tenor ruiviiRtindo 200 barcos de guerra y pagar reyes aliados...

i 7onsidernlioM u/ion the East India Trade, pag. 67.


i Burguesía. (N. del TJ ,
Oicro};, Daniel: The complete tradpsman, pag. 74.
t| Deeoe: Toar, I, 17.
M L ecicy: Hist. oj England in the XVHIth century, I, 193.
118 PARTE i ; LOS ANTECEDENTES

Todo esto da un justo orgullo a un comerciante inglés y hace que pueda


compararse, no sin cierta razón, a un ciudadano romano» x.
Y mientras que la aristocracia de raza busca enriquecerse por el co­
mercio, la aristocracia mercantil sueña con adquirir el poder y el ascen­
diente que confiere la posesión de la tierra, en un pais que conserva la
huella imborrable del régimen feu dal1 2. Las familias que se elevan, al
igual de las que quieren mantenerse, tienen a la vista este mismo objeto:
fundar o agrandar sus dominios. Para ello es preciso que una parte de
la propiedad cambie de manos. A I mismo tiempo que la revolución eco­
nómica, una profunda modificación social se prepara.

1 V oltaire : Lettres philosophiques, Carta X, Sur le commerce, Ed. Moland,


X X II, págs. 110-11.
2 Defoe, viajando en 1724 por el condado de Essex, hace ya sobre el par­
ticular la siguiente observación: ¡¡Hay que señalar que en esta región muchos
dominios considerables han sido comprados y pertenecen en la actualidad a
negociantes de Londres,.. E l aflujo de riqueza que tiene lugar en estos momentos
en la ciudad de Londres se esparce así por la superficie del país y establece en
él familias y fortunas que, más tar d, igualarán a las de la antigua gentry.»
Toar, I, 17.
CAPITULO III

L A S M O D IF IC A C IO N E S DE L A P R O P IE D A D
T E R R IT O R IA L

¿Es necesario recordar que Inglaterra es el país país clásico de la


gran propiedad y de las grandes! fincas? jBasta atravesar el campo inglés
puní reconocer, en ese paisaje tarltas"Tieces descrito, ciertoS^spectos ca­
racterísticos. No se encuentra en él esa cuadrícula abigarradajle nuestros
nnmpos, .signo visible del cultivo parcelario. Salvo en, los., condados del
ISnto, apenas se venTtereqs labradas: ocurre con (el estáte inglés_como
Con el lalijundium romano,) El amplio pasturaje, corf'ádcTpor setos vivos,
extiende a lo lejos su verdor. Las viviendas y las fincas están disemina-
iIrln, las aldeas son T-a^as^~a~'^gces se recorre con la vista un gran espacio
mIii hallar un solo campanario.'.

Sin embargo, Inglaterra ha poseído, hasta una época relativamente


milftiite, una clase, numerosa-de pequeños propietarios territoriales y
■Ir ("Ii'n w gucros por costumbre» ^ casi tan apegados a la tierra como si
|pn liiililnn pertenecido enteramente. Era esa yeom anry cuya desapari­
ción puno menos que completa fue en el siglo x ix un tema consagrado
■lo Lmii iiindones. Stuart M ili habla con respeto de esos campesinos la-
lintliMiii» n Independientes, «alabados como la gloria de Inglaterra todo el
lli'inpn i|ii« existieron, tan deplorados desde que desaparecieron» 2. Era,
illix* Muiiiiiliiy, «una raza viril y sincera»3. Wordswortb, al describir el
l'nP1 iln Inñ Lugo», hace en estos términos el elogio de sus antiguos habi-
1111(11'* nllttlip unos sesenta años aún había, en el fondo de estos valles,
lililí peí Il'tlll rop(tblica de agricultores y de pastores. El labrador solo se
KPtVlll til' <IJ tlt'lldo para alimentar a su familia y, en caso de necesidad,
ptil'M nytldm II litl vecino. Dos o tres vacas abastecían cada casa de leche
y flá ((ItUMiii i Ni) había allí ni gentilhombre de alto rango, ni caballero,
til QUfltítf'Hi ppl o Cinll'O estos modestos hijos de las montañas más de tino
«tlMll fpip llt tlfll ’tl Hlie hollaba con sus pies y en la que abría su surco

1 CaHomnry trnnnt»,
® S'I'iMiit M i)),, J , i Principies oj political economy, I, 300 (ed. de 1848).
I' M a CAuCa V l MÍU, (1‘Anuí,til,erre dermis l ’avenement de Jacques 11 (trad. Mon-
ló«m), I, 96(3. \
119
120 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

había pertenecido, desde hacía más de quinientos años, a hombres de


su apellido y de su linaje» L
El yeom an por excelencia es el terrazguero libre 1
2 que posee el cam­
po sobre el que vive y al que explota personalmente. Pero la denomi­
nación se extiende también al terrazguero hereditario3, cuya familia
cultiva el mismo suelo desde varias generaciones, e incluso en ciertas regio­
nes, al poseedor de un arriendo vitalicio 4. Por lo demás, hay grandes y
pequeños yeom en : en general, cuando se ha hablado de la yeom anry y de
su desaparición, se ha pensado sobre todo en la segunda categoría, la
de aquellos cuya renta anual no pasaba de 30 ó 40 libras de su época
y que se correspondía hastante con la de los campesinos propietarios del
otro lado de la Mancha 5*. Por encima del yeoman se encuentra el squire,
el gentilhombre aldeano; por debajo de él, el arrendatario. El squire,
incluso pobre, tiene los aires de un superior: desempeña las funciones
de juez de paz, sirve como oficial en la m ilicia y si tiene algunos galgos
los llama una jauría B. El arrendatario, incluso rico, no es dueño de la
tierra que ocupa y ni siquiera puede olvidar, como hace el terrazguero
hereditario, que no trabaja para él solo. Lo que distingue el yeom an es
su independencia. A ella, sobre todo, es a quien ha debido sus robustas
cualidades y el papel que ha desempeñado en la historia de la antigua
Inglaterra. Entre los yeom en se reclutaba en la edad media esa temible
infantería, esos cuchilleros y esos arqueros que decidieron la victoria
en Crécy, en Poitiers, en Azincourt7. Más tarde, convertidos en protes­

1 W ordsworth : A description of the scenary of the lakes in the north of


England, págs. 64-65 (ed. de 1832).
2 F r e e h o ld e r .
3Copyholder.
4Leaseholder ¡or Ufe. «Es un uso relativamente reciente, que solo data del
siglo XIX, el que reserva la denominación de yeomen para los que poseen la tie­
rra.» P rotuero : English farming, past and present, pág. 296 (nota). Véase tam­
bién Cur tler : The enclosure and redistribución of our land, pág. 71.
5 Véase, a propósito de estas dos categorías de yeomen, las observaciones de
L evy, H.: Der Untergang kleinbauerlicher Betriebe in England, «Jahrbücher
für Nationalókonomie und Statislik», 1903, págs. 149-50 y 158-59, y Hasbach, W.:
Der Untergang des englischen Bauernslandes in neuer Beleuchtung, «Archiv für
Sozialwissenschaft», XXTV, 6 y sgs. (1907). Hasbach tiene razón cuando mantiene,
apoyándose en los testimonios de Marshall y de A. Young, que el término yeo­
men, a fines del siglo xvm, se extendía a los ricos campesinos poseedores de una
tierra de 100 a 600 libras de renta y netamente distintos de los tagarotes (small
gentry). Pero H. Levy ha llamado justamente la atención sobre la diferencia
entre grandes y pequeños yeomen que, en sus estudios basados sobre el catastro
(land la x assessmentsj, no ha tenido bastante en cuenta Gray, H. L. (Yeoman,
farming in Oxfordshire ¡rom the X V lth century to the XIXth, «Quarterly Journal
of Economice», XXIV, 293 y sgs.), y Johnson , A. H. (The disappearance of the
small landowner, págs. 128 y sgs.).
0 Véase, entre tantos otros retratos del squire inglés, el que bosquejó bri­
llantemente Macaülay, ob. cit., I, 349-55.
7 «Para constituir una buena infantería se precisan hombres que no hayan
(¡ido educados en la servidumbre y en la indigencia, sino en una condición libre
tu : LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TE tM riO R IA L 121

tantes y puritanos, fueron el más firm e sostén de la reforma inglesa y


combatieron en los ejércitos de Fairfax y de Cromwell.
A fines del siglo xvii es posible que su importancia hubiese ya dis­
minuida algún tanto \ Sm embargo, después de la revolución de 1688
formaban todavía una clase numerosa 2. Según las estadísticas aproxi-,
mativas de la época no eran menos de 160.000 y componían con sus
familias una sexta parte aproximadamente de la población total del rei­
no 3. La cifra de su renta variaba entre 40 y 300 libras; para la gran
mayoría de ellos, apenas sobrepasaba de 60 a 80 libras Era sufi­
ciente para asegurar a casi todos una comodidad relativa. Esta renta no
se obtenía siempre de la agricultura sola: a menudo el pequeño yeoman
le añadía algún trabajo industrial: su mujer y sus hijos cardaban o hi­
laban la lana 5. Era un rasgo de semejanza entre él y el pequeño fabri­
cante independiente, que debía desaparecer al mismo tiempo. Ambos
formaban parte de un mismo régimen social, fundado en la coexistencia
y la alianza estrecha de la pequeña producción agrícola y de la pequeña
producción industrial.
¿En qué época desapareció la yeom anry? Esta cuestión nos intro­
duce en una controversia difícil y sobre la que no parece haberse dicho
lodavía la última palabra \ En los últimos años del siglo Xvm ya hahla-
ban algunos como de una raza extinguida, «casi destruida desde el añoV

V sana. Así, pues, si un Estado cae en manos de los nobles, grandes y pequeños,
basta el punto de que los agricultores y labradores no sean más que jornaleros o
c otta g ers (que vale tanto como decir mendigos), podréis tener una buena caba­
llería, pero nunca una infantería sólida... Es lo que sucede en Francia y en Ita­
lia.» Bacon, F,: H is to ry o f K i n g H e n r y V i l , Works (ed. de 1878), VI, 95.
1 Es la opinión clásica, expresada por L ecky: H is t. o f E n g la n d in th e X V I I I t h
cCnlury, I, 7.
2 Eliaschewitsch, A. ( D ie B e w e gu n g zu gu n sten der k le in e n la n d w irts c h a f-
(lid ie n págs. 7-9), cita numerosos testimonios sobre la impor­
G iite r in E n g la n d ,
tancia del cultivo pequeño y medio a principios del siglo xvni.
■' K inc, Grogory: N a t u r a l and p o lit ic a l o b serva tion s u p o n the s la te o f the
lU ltlo n (1696), Brxtish Museum, Harleian MSS, núm, 1.898, pág. 14, publicado
|JW primera vez por Chalmers, G-: d n e s tím a te o f th e com .parative f o r c é o f
f i n a l B rita in (1804). Véase también Davenant , Ch.: É ssa y o n th e p ro b a b le means
bl in o h ín g a p eop le g a in e rs by th e balance o f Ira d e (1697), Works, II, 184.
* th e S e le c t C o m m itle e a p p o in te d to in q u ire ¿tito th e present
t ie p o r t ¡ro m
(1833), pág. 65.
t in te o f a g ric u ltu re
111 Wouoswoirj'H^ o b . c it,, pág. 52; Defoe: T o a r , I, 37.
" Véase T oynbee, A.: L e c lu r e s on the In d u s tria l R e v o lu tio n in E n g la n d ,
JA 0d., págs. 58-66; R ae, H.: IV h y have the y eom a n ry p erish ed , «Contemporary
Hvvfuw, 1883, II, 548 y sgs; L evy, H.: D e r U n te rg a n g Id e in b a n e rlic h e n B e tr ie b e
IH E n g la n d , tjahrbücher für Nutionalokonomie un Statistik», 1903, págs. 145-67;
Idbm, l.n rg c and s m a ll h o ld in g s , pág. 30 y sgs.; H asbach, W.: D e r U n te rg a n g
(hl,s (snglischen B a u e m sta n d e s in neu er B e le u c h tu n g , «Archiv íür Sozialwissenscbafc«,
JOdV, 11-29, e H is to ry o f the E n g lis li a g rie u llu ra l laboqirer, págs. 73-76; John-
»ON, A. H.: T h e d is a p p a re a n ce o f the sm a ll la n d o w n e r, págs. 128-45. Consúltese
intiuiisino C r a y , II. L.: Y eom a n fa rm in g in O x fo rd s h ire ¡r o m the X V l t h c e n tu ry
(o th e X l X l h , «Quarterly Journal of Economics», XXIV, 293-326, y T aylor , Ií . C.:
The d e clin e o f la n d o w n in g ja r m e r l in E n g la n d ( IVislo n -sin U n iv e rs ity S e rie s , 1904).
I

122 PARTE r: tO S ANTECEDENTES

1750, y cuyo recuerdo iba borrándose» *. Exageración manifiesta: para


(pie la yeom anry hubiese dejado de existir en 1750 su desaparición ten­
dría que haber sido muy repentina. Sin embargo, desde 1732, el autor
de un folleto sobre las leyes de cercamiento 2 1 deplora la desposesión de
un gran número de pequeños propietarios; Roger Narth, en 1753, en­
cuentra en el catastro la huella de muchas pequeñas propiedades ab­
sorbidas por las grandes 3. En 1773 Arbuthnot, aunque partidario deci­
dido del gran cultivo, deplora la decadencia de la yeom anry. «Siento
sinceramente la pérdida de esta raza de hombres que se llaman los yeo-
men. Es a ellos a quienes verdaderamente debe la nación el manteni­
miento de sus libertades. Y sus bienes están ahora en manos de los
grandes acaparadores» 4. Si en 1788 W . Marshall menciona la existencia
en el valle de Pickering, en Yorkshire, de «300 yeom en establecidos en
pequeñas fincas, la mayoría de las cuales han sido transmitidas en línea
directa por generaciones de propietarios» 5, es como un hecho singular
y digno de advertencia. De testimonios contemporáneos como estos,
Toynbee creyó poder concluir, si no, como lo había admitido demasiado
fácilmente K arl Marx 6, que la yeom anry se había extinguido a media­
dos del siglo X V i i l , al menos que su decadencia, ya sensible hacia 1770,
estaba muy avanzada en el momento en que comenzó la gran guerra
contra Francia.
Se ha hecho justamente observar que las indicaciones relativas a la
desaparición de la yeom anry ocupan poco lugar en la inmensa literatura
contemporánea sobre las transformaciones de la agricultura7. Es cierto
que hacia finales del siglo XVIII aún había yeom en y después de 1785

1 A letter to Sir T. C. Bunbury, bart. on the increase of the Poor Rates


and the high prices of provisions, by a Suffolie gentleman (1795), pág. 2. El autor
se cree obligado, para ser comprendido por sus lectores, a definir la yeomanry:
«En tiempos de la Revolución existía en este país una clase de hombres llamada
yeomanry; no eran ni gentlemen ni jornaleros: cultivaban sus propias tierras,
que formaban generalmente fincas de 40 a 80 libras de renta.»
2 An essay proving that enclosing commons and common field lands is con-
trary to the ínterests of the nation.
3 A discourse of the poor, citado por Eliascuewij' sch, A., ob. cit., pág. 54,
4 A íiuuthnot, J.: A n in q u iry in to th e c o n n e c tio n betw een th e p re s e n t p r ic e
o f p ro v is io n s an d th e size o f farm s, pág. 126.
5 M arshall, W.: Rural economy of Yorkshire, I, 20.
6 Das K apital, I, 747.
7 Véase P rothero (lord Ernle): English farming past and present, pági­
nas 293-96, quien cita los Reports of the Board of Agriculture (1793-1815). H as -
bach, W.: The English agricultural labourer, págs. 73-76 y Der Untergang des
englischen Bauernslandes in neuer Beleuchtung, «Archiv fiir Sozialwissenschaft»,
XXIV, págs. 27-29. Ya en 1883, R ae, J., en un artículo titulado «Why have the
yeomanry perished?» (Contemporary Review, 1883, II, 548-53), había sostenido
que la decadencia de esta clase no había comenzado verdaderamente más que
con la baja de los precios agrícolas que siguió al final de las guerras napoleóni­
cas. T aylor, H. C. (The decline of landowning farmers in England, Wisconsin
Univcrsity, 1904), sigue la tesis de Rae.
T il: LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 123

una serie de años favorables a la agricultura vieron más bien un acre­


centamiento que una disminución de esta clase de granjeros propieta­
rios Pero parece que no siempre se haya tenido bastante en cuenta la
distinción indicada más arriba entre los grandes yeom en que explota­
ban fincas cuya renta neta podía llegar hasta 400 y 600 libras y los pe­
queños terrazgueros libres y terrazgueros hereditarios, a quienes la modi­
cidad de sus recursos dejaba más a la merced de los cambios económicos.
A estos últimos es a los que se refieren los testimonios aue muestran
cómo a finales del siglo x vm las pequeñas propiedades eran absorbidas
por los grandes dominios vecinos o vendidas a adquisidores venidos de
las ciudades 12 y cómo los pequeños propietarios se convirtieron unos en
arrendatarios, 3, otros en jornaleros, mientras que los más emprendedores
iban a buscar fortuna lejos de la tierra que desde hacía siglos había ali­
mentado a su linaje.
Esta decadencia no ha sido uniforme: mientras que en ciertos con­
dados la yeom anry desaparecía rápidamente, todavía se mantenía en
otros; la prosperidad artificial de la agricultura inglesa durante las
guerras napoleónicas le dio una especie de resurgimiento 4. Pero la cri­
sis que siguió a la conclusión de la paz le asestó un golpe del que ya no
habría de reponerse: el inform e parlamentario de 1883 sobre la condi­
ción de la agricultura levanta su acta de defunción en casi todo el país 5.

1 «Entre 1785 y 1802 el número de los yeomen propiamente dichos iba más
liten en aumento que en disminución en todas las regiones de Inglaterra, a ex­
cepción de las que, como Lancashire, fueron afectadas directa y rápidamente por
lu revolución industrial.)) J ohnson , A. II.: The disappearance of the small lan-
tltiwner, pág. 144. Compárese con Gray, H. L.: Yeoman ¡arming in. Oxfordshire,
11 (,>iti ■rti'Hy Journal of Economics» XXIV, 306. Véase M arshall, J.: Rural economy
itI Not fník (1787), pág. 9; MolLa n d : Cheshire (1808), pág. 79.
“ I InLl, J.: A general view of the agriculture in the country of Lancaster
UV'H), iiég. 12; W alker, D.: A general view of the agriculture in the country
ni lleillnid (1795), pág. 15; A general view of the agriculture in the country oj
ITmiulih (1791), pág, 21; A ik in , J.: A description of the country ¡rom thirty
in /i i i I y miles round Manchester (1795), pág. 43; E dén, F.: State of the poor
(1707), II, ill), l'l Iicclio de que una parte de estos testimonios provenga de los
uoliiliiiiiidiiinit del tlvunl oj Agriculture, partidarios resueltos de la nueva agrono­
mía, dnaniila lu sospecha de una tendencia hostil al gran cultivo.
* l.l vv, ll.l l.urgn and small holdings, págs. 30 y 34.
J Vófiipm Ida Iii fluíiics del Board of Agriculture mencionados por P rothf.ro
(L ottl ICiíivln) i li'.nglkh. ¡(trming past and present, págs. 293-96, y I-Iasbach : Der
ÜnlArgOlig diis Hiitfl/'Sduin Bfíuernst,andes in neuer Beleuchtung, págs, 27-29 (Ar-
ohiy f||i* tW.llíl'wllWillit'linfl, 1907): la pequeña yeomanry subsistía a fines del
íiglO X V lII 0l) Nih'llltllllliorlnnd, Ditrham, Yorkshire (West Rlding), Lincoln, Staf-
fot'd, Sálop, Wul'niMtor, llot'by, Nocibani|>ton, Oxford, NoLlingham, Cambridge,
ISauex, Wilis, tJutnhrUlqnil y Wowinóielund.
5 Report from tlw Siilect Cuminittee o¡ Agriculture (1883): Willshire: «Los
propietarios quo dlafrimilliit) di, ntm reñía do 50 a 300 lilira» han desaparecido»
(pág. 65). Yorlcshiro: «Tuda» loa pequeños yeomen han desaparecido después de
la guerra» (pág. 149). (ihoshlroi «Loa yttoim'n- lian perdido casi enteramente sus
propiedades» (pág. 272). Sliru|i«lillo¡ nl.o» pequeñas lincas se han vendido todas»
(pág. 285). Northumberlund y Ihnltnin: «Un gran número de pequeños agricul-
124 PARTE i : LOS ANTECEDENTES

Las montañas de Cumberland han preservado algún tiempo la existencia


de los últimos yeom en. «H ay una parte de Inglaterra, escribía Stuart
M ili en 1846, desgraciadamente una parte muy pequeña, en donde los
campesinos propietarios son todavía numerosos. Me refiero a los states-
men de Cumberland y de Westmoreland. Es verdad que la mayoría de
ellos, si no todos, tienen que pagar ciertos censos consuetudinarios: pero
estos censos fijos no afectan su calidad de propietarios más de lo que
lo hacía el impuesto territorial. L a opinión es unánime entre los que
conocen el país sobre los excelentes resultados de este género de pro­
piedad» 1. Y a no es más que una supervivencia apuntada curiosamente
por el economista, el último vestigio de un pasado que se aleja y que
se olvida *1
2.

II

Si el debilitamiento de la yeom anry no hubiese comenzado antes de


finales del siglo XVIII, se podría considerar su desaparición, con bas­
tante verosimilitud, como uno de los resultados de la revolución indus­
trial. ¿La decadencia de ¡as industrias domiciliarias no arrebató a las
clases rurales uno de sus medios de subsistencia? Hay aquí, sin duda, una
causa. Pero es una causa tardía, cuya acción no ha podido hacerse sentir
sino cuando la yeom anry había ya perdido terreno. Hacía mucho tiempo
que se señalaba su amenguamiento cuando la gran industria y sus con­
secuencias le dieron el golpe de gracia. Por lo demás, la yeom anry no ha
sido lo único en sucumbir. Su suerte no ha sido más que un episodio
de un drama más vasto en el que todas las clases rurales de Inglaterra
han desempeñado su papel.
Si se recorre, en la compilación de las leyes inglesas, un período de
unos ciento veinte años, desde la muerte de Guillermo III hasta el ad­
venimiento de Jorge IV , se advertirá un título, siempre el mismo, que
se repite cada vez con más frecuencia a medida que se avanza, tanto
en la serie de las actas públicas como en la de las actas privadas. Este
título es el siguiente: «L ey prescribiendo la división, la repartición y el
cercamiento de los campos, praderas y dehesas abiertas y com unes, y de

tores se han puesto al servicio ajeno o han cambiado de ocupación» (pág. 327).
En Hampshire están hipotecados, arruinados, venden sus tierras a vil precio (pá­
gina 466). En Nottinghamshire ya no queda ni uno solo (pág. 586). Se exceptúan
dos o tres condados: Worcestershire (págs. 84-85), Cumberland (pág. 325), Here-
fordshire (pág. 394).
1 Stuart M ill , J.: Principies o/ political economy (ed. de 1848), I, 300.
2 A principios de ese siglo la yeomanry había dejado de existir como clase.
Los statesmen de Cumberland habían desaparecido casi completamente. Aún ha­
bía pequeños propietarios aislados en algunos de los condados del Sur (Glouces-
ter, Somerset, Devon, Kent) y en el Este, país del cultivo del trigo (sobre todo
on Lincolnshire). Sobre los últimos yeomen de Hampshire, véase Rogers, Tho-
rold: Six centuries of work and wages, pág. 55.
III: LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 125

las tierras baldías y comunes situadas en la parroquia d e...», sigue el


nombre de la localidad L Las actas del Parlamento a las que precede esta
fórmula se cuentan por centenares y por millares a. Y la progresión nu­
mérica es muy marcada: tres actas solamente durante los doce años del
reinado de la reina A n a 13; de 1714 a 1720, una por año, aproximada­
2
mente. Hasta mediados del siglo el movimiento se acentúa, pero bastante
lentamente: treinta y tres actas entre 1720 y 1730, treinta y cinco en­
tre 1730 y 1740, treinta y ocho de 1740 a 1750. De 1750 a 1760 se
encuentran ciento cincuenta y seis; de 1760 a 1770, cuatrocientas vein­
ticuatro; de 1770 a 1780, seiscientas cuarenta y dos. Los años 1780 a
1790, precisamente los que han visto el primer impulso de la gran in­
dustria, nos llevan de nuevo a la cifra de doscientas ochenta y siete. Pero
de 1790 a 1800 se vuelve a elevar a quinientas seis. E! período 1800-1810
proporciona un total todavía más alto, que supera con mucho a todos
los precedentes: en el curso de estos diez años el Parlamento no votó
menos de novecientas seis actas que tenían por objeto «dividir, repartir
y cercar».
Las tierras sometidas a las leyes de cercamiento (E nclosure A c t s ) del
siglo XVIII ocupaban una superficie muy considerable. Si no se distri­
buían por igual en todo el país, era porque en regiones enteras ya noj
quedaban cercamientos que hacer desde finales del siglo precedente. E n l^
algunas partes los cercamientos se habían hecho al_margen del procedí- j
miento parlamentario, por redenciones amistosas ip por reuniones de fin- i
cas j i la expiración de los contratos de arrendamiento4. La transforma- I
ción, cuyo signo es la enclosure, es un hecho de conjunto que no puede /
explicarse sino por causas generales.
Y desde luego se plantea una cuestión previa: ¿cuáles eran, pues,

1 An act jar dividing, allotihg and enclosing the open and common fields,
meadows, pastures, and common and wasle lands, in the parish of. ..
2 La cuenta se ha hecho- varias veces, pero incompletamente o con poco
mirlado. Las cifras dadas por Chalmers: Estímate of the comparative strenght of
(írcat Britain, pág. 146, son casi todas inexactas. Las que da P orter: Progress
i)f the nal,ion, pág. 348, son correctas, pero solo parten de 1760. Las estadísticas
HOltlPllhlM* en el Appendix to the 3d report from the select committee on agricul­
tor!, pág. 501, proporcionan un excelente medio de control.
0 Ln primera en fecha es el Acta 8 Anne, c. 20 (Prívate Acts), promulga­
da en 1709.
4 Si .ATtílt. G.: The English peasantry and the enclosure of common fields,
pág. 73 (mnpnb muestra que la zona de las leyes de cercamiento, que corlaba
oblicuamente Iti C.nin Rrelaña, dejaba fuera de ella el Sudeste, desde la isla de
Wight hasta Suffolk; el Sudoeste (Devon, Somerset, Cornualles) y el Noroeste,
con el País de GnluB. Poro indica al mismo tiempo cómo las endosares se efec­
tuaban sin acta del Ptirlumcnlo (ibíd., págs. 152-55 y 187 y sga). En los condados
del Sudeste (Eseox, Kent, Suffolk) todo estaba cercado desde el siglo xvu.
Cf. Scrütton, Th, E,: Cotnmons and common fields, pág. 114. Según Gonneh
(Common land and inclosure, pág. 123), ocurría lo mismo on los condados de
Northumberland, Durhnm, Lnnrnstor, Cliesier, Dovoii, Cornualles, Sulop, Hereford,
Somerset y Sussex. '
¡2(1 PARTE I : LOS a n t e c e d e n t e s

esas tierras cuya división y repartición se prescribía de esta manera?


No eran de una sola especie. L a ley las designaba con varios términos
fáciles de confundir, y, sin embargo, diferentes; por una parte los de
open fields y common jields, que se presentan constantemente empare­
jados y parecen por completo sinónimos; por otra parte los de common
lands, common wastes y common pastures, que forman un grupo bien
distinto y no se emplean nunca en lugar de los precedentes, a pesar de
su parentesco visible con ellos. Estos términos, por lo demás, pertene­
cían al vocabulario usual del derecho territorial y nada es más asequible
que determinar su valor exacto.
El autor de un Ensayo sobre la manera de delimitar las partes res­
pectivas de los propietarios en caso de ceceamiento de los campos comu­
nes da la definición siguiente: «Los campos abiertos ( open jields) son
extensiones de terreno en las que las propiedades de varios derechoha-
bientes se encuentran dispersas y mezcladas» 1. La expresión de common
fialds tiene el inconveniente de prestarse a confusión: evoca la idea de
un comunismo. L a definición que se acaba de leer descarta expresamente
esta idea: nos muestra al open field —-empleemos con preferencia este
término menos equívoco— en manos de varios propietarios, provistos de
títulos individuales; unos poseen el suelo como terrazgueros libres, los
otros lo ocupan por una especie de arriendo perpetuo en calidad de
copyholders 34 . Sus propiedades no se confunden en un todo indiviso:
están solamente «dispersas y mezcladas», es decir, subdivididas en un
gran número de parcelas que se intercalan y se enmarañan unas en otras.
Es ese, en efecto, el rasgo más característico de lo que se llama el open
jield system.
Tomemos el plano catastral de una parroquia inglesa a mediados del
siglo Xvin. Uno de esos planos ha sido publicado, es el del township 3 de
Hitchin, en el condado de Hertford, al norte de Londres i 2 . Su aspecto
recuerda el de una tela de araña: es una divergencia y un entrecruza­
miento de líneas que parecen complicarse hasta el infinito. Estas líneas
delimitan superficies sensiblemente rectangulares y aproximadamente
iguales entre sí. Si sobre el mapa se marca con un signo distintivo, con
un color, por ejemplo, los pequeños rectángulos que representan las di­
ferentes partes de una misma propiedad, se obtiene una figura extraña,
incoherente, hecha de fragmentos esparcidos. La propiedad de cierto
W illiam Lucas, en la fecha de 1750, se componía de cuarenta y siete

1 H omer, H.: E ssay on llie n a tu re and m e th o d of a s c e r ta in in g th e s p e c if ic


s h a re s o f p r o p r ie to r s upan th e in c lo s u r e pág. 1 (1766): «Open
oj com m on f ie ld s ,
or commons fields are Lracts of land, wherein the property of several owners lies
promiscuously dispersed.»
2 Sobre el c o p y h o l d , véase Jenks , Edward: M o d e r n l a n d l a w , págs. 57 y sgs.
3 Municipio. (N. del T.j
4 Véase Seebohm, F.: The English village community. El mapa de la por­
tada muestra el estado de la parroquia en 1750; el de la página 6 lleva la fe­
cha de 1816.
III: LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 127

parcelas, repartidas sobre todo el territorio del tow nsh ip1. Pues estas
partes separadas no se agrupan siquiera en un conjunto más o menos
vago: parece, por el contrario, que se haya tenido cuidado de distri­
buirlas de un modo aproximadamente igual por todo el espacio consi­
derado. En la realidad, cada una de estas superficies rectangulares se
presentaba bajo la íorma de una íaja de tierrgt-esífeeiia y larga, sepa­
rada de la íaja vecina por una delgada cinta dej céspedj Sus dimensiones
medias eran de cuarenta rods de largo por cuatnTtTe ancho— unos dos­
cientos metros por veinte . Son las dimensiones mismas de la medida
de superficie inglesa, el acre 1
2. A menudo la íaja de tierra estaba dividida
en dos partes iguales, de unos veinte rods de la rg o ; la parcela así consti­
tuida llevaba el nombre de balk o de oxgang 3 4 ; el lado de mayor lon­
gitud correspondía a la dirección de los surcos, y en cada extremo había
, un emplazamiento destinado a hacer volver el arado *. Esta fragmenta­
ción extraordinaria ha dejado en ciertas localidades huellas curiosas: en
las colinas las fajas parcelarias estaban siempre dispuestas perpendicu­
larmente a la línea de pendiente, para evitar el deslizamiento de las tie­
rras después de cada labranza; niveladas poco a poco, han terminado
por formar terrazas estrechas escalonadas en la íalda de las lomas, ver­
daderas gradas que una vez formadas se han conservado indefinida­
mente. Se las ve a lo largo de los Chiltem Hills y de los Downs de Sus-
sex. así como en muchos parajes del norte de Francia 5.
Este sistema de fragmentación de las tierras, por singular que pueda

1 La supervivencia de este modo de parcelamienlo de las tierras se señala


todavía en 1926 en Laxton, en el norte del condado de Nottingham (véase la
correspondencia sobre «The last Anglo-saxon farm» aparecida en el Times de
24 y 30 de diciembre de 1925, 5, 7 y 8 de enero de 1926). El dominio de Laxton,
([lio pertenece, por lo demás, a un solo propietario, lord Manvers, está en manos
rio irnos treinta terrazgueros; se divide en cerca de 1.200 parcelas que forman
jiiriliu* un solo open field cultivado según el sistema tradicional de la rotación
trienal, Ouim.ER ( The endosare and redistribtUion of our ¡and, pág. 1) menciona
el rano análogo de la aldea de Elmstone Hardwicke (Gloucesterhire).
* 41) rmí.f= 1 lurlong (quaranlena), Esta medida corresponde exactamente a
2D!'161 ni. El acre vale 4.046’71 m2,
B l.n palabra que en francés corresponde a balk es billón (caballón, lomo
entro do» surcos). Oxgang quiere decir, literalmente, el espacio labrado por un buey
(en uriu jurtliulit); designaba superficies diversas, según las regiones. Estos tér­
minos so i'hcn ttlilrnn a menudo en las actas de endosare. P rothero (lord Ernle)
(English laiming, pnst and presenl, pág. 24), indica los nombres diversos dados
a estas íujim de licini en las diferentes partes del país.
4 Es el hi’tnlltmtl, lo cabeza del campo.
5 Véase Slu ii Oiim, l'\, oh. cit., págs. 2-6; R a m say : The fouñdations of England,
I, 159-60; C unniniuiam y M ac -A rthur : Outlines of English industrial history,
pág. 170; PnOTliutlli, 11.; The pioneers and progress of English jarming, pág. 5. So­
bre la propiedad pni'ntdm in on Frunció bajo el antiguo régimen, véase de Fo-
Vil l e : Le rnorcellemeiU, pág». 130, 153 y sgs. La existencia de los campos en
terrazas, en las faldas lio la» colinas, os, nulurulmcnte, un licclm universal: solo
nos interesa allí donde los Iludió» do lulo» tomizas coinciden con los de las an­
tiguas propiedades parcelarlas. ’
"I

1211 PARTIS I : LOS ANTECEDENTES

parecer, no ha dejado de ser general en Gran Bretaña— como, por lo


demás, en casi toda Europa— . Se ha podido decir que «el viajero lo
encontraba en su camino desde Andalucía hasta Siheria, a las orillas
del Loira y en las llanuras moscovitas» L En Inglaterra, antes del si­
glo xvi, estaba establecido casi por todas partes; a comienzos del
siglo x v in prevalecía aún en la mayoría de los condados; en 1794,
aunque cada vez más disminuido y amenazado, subsistía en 4.500 pa­
rroquias de un total de 8.500 1 2. Su extensión inmensa presta un interés
tanto más evidente al problema de sus orígenes. La solución se ha bus^
cado con mucha frecuencia, pero parece que siempre ha de quedar
dudosa. ¿Esta división del suelo en parcelas de dimensiones y de formas
si no idénticas al menos próximas a un tipo invariable; esta dispersión
de las propiedades, que no dejaba más de dos o tres acres unidos, todo
esto podía ser efecto de un puro azar? Se ha llegado a suponer que
semejante sistema era el resultado de una distribución primitiva. Las
partea habrían sido en un principio iguales entre sí; y para que esta
igualdad fuese real cada uno habría recibido en el reparto no un lote,
sino un gran número de lotes diferentes de valor variable, según la
calidad del suelo, la situación, la exposición, la altitud 3. Ciertos hechos
hacen creer que tenia lugar una redistribución periódica para mantener
la igualdad de las partes: en ciertas tierras de pasto los lotes se sortea­
ban todos los años; en otras se cambiaban según un turno fijado de
antemano; a veces, muy raramente, ocurría lo mismo con las tierras de
la b o r4. Como se sabe, toda la hipótesis ha sido objeto de vivas discu­
siones no sólo en Inglaterra, sino en Alemania y en Francia 5. ¿Ha exis-

1 General report on inclnsure (Board of Agriculture, 1808), pág. 25.


2 En Bedfordshire, 24.000 acres de 80.000 estaban todavía en open fields;
en Berkshire, la proporción era de 220.000 por 438.000; en Cambridgeshire, de
132.000 por 147.000. Véase P rothero, oh. cit.., pág. 57.
3 Esta teoría es sostenida por R amsay : The ¡oundations of England, I. 160,
4 N asse, E.; Ueber die mittelalterliche Feldgemeinschaft in England, págs. 9
y 10. S eeboum cree encontrar rastros del dos regímenes sucesivos. Véase The
English village community, págs. 437-39. En el siglo xvm todavía había lot
meadows y rotation meadows.
5 Recuérdese la polémica de Fustel de Coulanges contra Maurer. Glasson
y P. Viollet a propósito de la mark germánica. Véase Histoire des institutions
politiques de l’ancíenne France; TAlleu et le domaine rural pendant l'époqae
mérovingienne, págs. 171-98. Fustel de Coulanges demuestra que la comunidad
de aldea no existía en la época merovingia. En cuanto a los comunales, «no
derivan de una pretendida propiedad colectiva, de la que no hay indicio en nin­
guna parte; derivan de un usufructo concedido a los terrazgueros por un propie­
tario» (ibíd., pág. 436). Véanse los trabajos de A shi.ey, W. G. (The origin of
property in tand, 1891), M eitzen ( Siedelung und Agrarwesen der Westgermanen
und Ostgermanen, 1895), Maitland ( Domesday liook and beyond, 1897) y K ow a -
lew sky (íEkonomische Entmickelung Europas bis zum Beginn der kapitalisnschen
IPirtschaft-sform, 1901). Más recientemente, T. E. Scrutton, examinando el origen
de los rights of common, ha concluido contra la realidad de la antigua comu­
nidad de aldea (Commons and common fields, págs. 1-41). Hay que notar, sin
embargo, que el run-rig system, todavía practicado en las islas Hébridas, com-
II I: LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 129

tido realmente este régimen igualitario? ¿En qué época? ¿Cuándo ha­
bría nacido? ¿Sería de origen sajón o bretón, germano o celta? *1I ¿Habría
sido en sus comienzos una institución de aldea o de tribu? Otras tantas
cuestiones que continúan hasta ahora poco menos que insolubles, y la
mayoría de las cuales ni siquiera deben plantearse, si, como ha soste­
nido Fustel de Coulanges, la comunidad primitiva no es más que una
novela.
Sea lo que fuere, si en el siglo x vin todavía subsistían vestigios de
esta problemática partición, iban borrándose cada vez más. Las parcelas
de que se componía una propiedad, salvo en los casos excepcionales que
acabamos de mencionar, permanecían siempre las mismas. No cambia­
ban de mano sino, como toda propiedad individual, por vía de transac­
ción o de herencia. El azar de las ventas y de las sucesiones, que a veces
las acumulaba y a veces las dispersaba, había hecho desaparecer hacía
tiempo toda igualdad real o imaginaria entre los derechohabientes. A l
lado de un yardland2 dividido en sesenta parcelas y de una superficie
total de treinta o cuarenta acres, otro consistía, en todo y por todo, en
un m«5Í¡agF~ág?n6dTo---fiere^jjprtdo-ss-elav-aba,la. casa vivienda^/"Lo que
se había conservado casi inacto era e l sistema de agricultura vinculado
al régimen territorial de los opea jield s; las modificaciones de este debía
acarrear forzosamente la desaparición de aquel.

III

Intentemos comparar al agricultor inglés de hoy con el que vivía


en el antiguo opea field. Eli primero, que está como en su casa en el
interior de su vallado, en sus campos de un solo trozo, hace de su tierra
lo que le place. A su antojo la cultiva o la deja en barbecho, la siembra

pililil llnn redislribución periódica de las tierras, (véase Slatek: English peasan-
li Yt pág». 166 y sgs.). Las praderas se distribuían a menudo en lotes anuales,
dimilo pl din do la Candelaria al de San Juan (lord E rnle: English farming past
tiltil pr Martí, págs. 25-26). Lo mejor parece ser atenerse a la juiciosa observación
da Ma iii AMi (í)ome.vlay Book and beyond, pág. 340). «Nos movemos entre con-
letiinis, allí bolín podido, basta el presente, probar gran cosa.»
I Wouibl KaMAAY (pág. 159), el open ¡ield es de origen anglosajón; según
tarJIOIIM (prtK- 4ít7), na (interior a la ocupación romana.
II Viltltílld o ulfitnte (virgaia térra). Estas palabras designan una propiedad
i lo exletlitlón vni'llililo, según las provincias. Sobre el sentido de virgate en los
emulados del Súdente, vóuao T ait: «Hides and virgates at Battle Abbey», English
Ifittorical Unlino, 1903, págs. 705 y sgs.
,-1 El mesvtnge na el trueno situado en la aldea y sobre el que se levanta
la casa. Casi lodos loa yanl-land i comprendían uno. Véase el ejemplo dado por
SunnortM, ob. cit., piig, 26( una, propiedad sila en Winnlow se compone de un
messuage, de 68 parcolui do 1/2 aero, de 3 parecías do 1/4 de acre, más 1 acre
y 4 medios acres do puimrnjos, Sobro la doBigtinliliid de las propiedades, véase
iHd., pág. 11.
MANIOUX__ 9
1.10 PA RTE I : LOS ANTECEDENTES

de trigo o de alfalfa. Emplea los instrumentos y los procedimientos que


le parecen mejores, en la medida en que sus medios se lo permiten.
Para arar o hacer la siega elige su momento, sin tener que preocuparse
de lo que hacen sus vecinos. El otro, por el contrario, es tan estrecha­
mente solidario de todos los que lo rodean, que no puede emprender
nada sin su ayuda o su consentimiento. Sus tierras están mezcladas a
las de aquéllos de una forma tan inextricable que hace falta el largo
hábito y la memoria infalible del campesino para reconocer a la primera
ojeada lo que es de uno y lo que es de los demás. ¿Cómo podría culti­
var sus cincuenta o sesenta fanegas a su capricho, sin tener en cuenta
lo que sucede en las propiedades vecinas? ¡Cuánto tiempo perdido nada
más que en visitar su propiedad, por poco extensa que sea! Además la
posición de cada cuadro de tierra, intercalado entre las tierras ajenas,
da lugar a una serie de compromisos y de obligaciones más o menos
molestas y gravosas: imposibilidad de establecer cercados, necesidad de
trazar de un extremo a otro de la parroquia una multitud de senderos
de acceso, sustraídos al suelo mismo dedicado al cultivo. Esta compli­
cación incómoda habría degenerado en confusión total si cada propie­
tario hubiese podido obrar con entera independencia, De ahí esa
consecuencia paradójica de la fragmentación llevada hasta sus últimos
límites: el único modo de explotación posible era la explotación según
reglas comunes.
Todas las tierras de labor de una parroquia estaban agrupadas, las
más de las veces, en tres ca m p o s 1: en los que alternaban los cultivos
según un método de sucesión muy antiguo y bastante burdo. Uno se
sembraba de trigo o de cebada; el segundo, de avena, de guisantes o
de judías; el tercero quedaba en barbecho. A cada vuelta de la estación
el suelo que acababa de descansar durante un año se sembraba de
nuevo; el que acababa de producir una cosecha se preparaba para otra
diferente de la primera; el que había sido cultivado durante dos años
consecutivos se dejaba a su vez en barbecho. La estercoladura, la labran­
za, la siembra tenían lugar en épocas fijas para toda la parroquia. Du­
rante mucho tiempo el cultivo se hizo en común, poniéndose de acuerdo
los propietarios para proporcionar, según sus medios, el estiércol, el
grano, los arados, las bestias de tiro. Pero este método, abandonado poco
a poco desde el siglo XVI 1 2, había desaparecido en el siglo XVIII en la

1 Algunas veces dos o cuatro. Véase H omer, H .: Essay on the nature and
m.ethod, etc., p íg . 4; The advantages and disadvantages of inclosing ivaste lands
and open ¡ields (1772), píg. 13; P rothero (lord Ernle): Pioneers, pág. 5, y
Social England, V, 103-04. En lugar de tres campos, una parroquia o un toivnship
podía comprender seis, agrupados dos a dos; era el caso de Hitchin: SeeboHm,
ob. cit., pígs. 11-12. G ray : English field system, pág. 133, menciona en Great
T ew (Oxfordshire), a mediados del siglo xviti, una rotación en ocho tiempos.
2 Véase lord E rnle : English ¡armiiig past and present, píg. 22; Scrutton:
Commons and common ¡ields, pígs. 115-17; Curtlek : The endosare and redis-
III: LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 131

mayoría de las localidades. Incluso allí donde aún subsistía, no por eso
se olvidaban los derechos individuales del agricultor: las parcelas, sepa­
radas unas de otras por fajas estrechas de tierra inculta, seguían siendo
perfectamente distintas. A l llegar el tiempo de la recolección el producto
de cada una de ellas iba a parar, sin discusión alguna, a su propietario
legal. Una vez más el open jie ld system no es un comunismo.
Entre el momento de la recolección y el de la siembra, cuando en la
tierra solo quedan los restos de cañas o de espigas perdonadas por la
hoz, o un poco de hierba crecida en la linde de los campos, el manteni­
miento de los derechos exclusivos de cada uno resultaba inútil. Era en­
tonces cuando el open jield tomaba más que nunca el aspecto de una
propiedad colectiva. Se convertía en un terreno de pasto adonde todos
los propietarios, indistintamente, enviaban sus cerdos, sus carneros y sus
gansos. L o mismo ocurría con los prados, que situados con gran fre­
cuencia de arriba abajo, al borde del agua, no se consideraban como
formando parte del open jield propiamente dicho: en cuanto el heno
estaba en sazón, constituían una dehesa común para el ganado mayor 1.
Así durante varios meses del año— desde finales de julio hasta la Can­
delaria— las tierras permanecían indivisas. L a ausencia de cercados
permanentes hacía inevitable esta indivisión periódica. Comprendemos
ahora toda la significación del término open jields, campos abiertos, cam­
pos sin cercados, que se oponen a la propiedad autónoma y cerrada
como una federación de estados fragmentados a una monarquía unita­
ria. Y de la misma manera que una constitución federal prolonga la
existencia de las pequeñas soberanías locales, así también el open jield
nyrte.m. preservó largo tiempo la pequeña propiedad. A llí donde había
doHapaiecido se notaba que el número de propietarios era menor y sus
dominios más extensos2. Así todo lo que contribuía a mantenerlo o a
ilnvl m irlo interesaba al mismo tiempo la suerte de los pequeños pro-
plelmjo*, do esos yeom en cuya desaparición coincidió precisamente con
ín ilcl indigno régimen territorial.

IrilMliott 0¡ mil’ Ittntl, pág. 72, núm . 1. E je m p lo s de lo c a lid a d e s en q u e se h a b ía


m a n ten id o e l in d ign o uso, en Journals oí the Home of Commons, X X X V I I I , 85 7;
U , 257.
1 U omkii , ll„ nú. til,, pág. 1. Son las lammas meandows, los prados del l.° de
agosto. V ciibo Cii Nninriiam y M ac A rthür : Outlines of English industrial history,
púg. 171.
2 E n el cornllido d e I Innl in g d o n , a finales d e l s ig lo x v i n , h a b ía p a rroqu ia s
en la s q u e hubítm dn*u p a recid o lo s open /ields y o lía s t;n la s que to d a v ía
su bsistían . E n estila íd tiim u lo ren ta m ed ia de una (inca era de 50 a 150 lib r a s ;
en las otras, de 200 u 500 libras. A n á lo ga m en te ncurríii en los co n d a d o s de
N o rth a m p to n , de O xford , e tc . V éa se M a r s m a i .l , A
review o¡ the reports of the
Board of Agriculture ¡rom, the Midland departmems of England, págs. 334-348.
)

132 PARTE i : IO S ANTECEDENTES

iV

En cada parroquia había tierras que permanecían todo el año en el


estado en que se encontraba el o p en jie ld durante la estación estéril.
Eran las que se llamaban cam m o n lan d s o w a ste la n d s : nuestra palabra
«comunales» traduce bastante bien estos dos términos sinónimos. Esta
vez nos hallamos en presencia de una propiedad común, real y cons­
tantemente colectiva, semejante a los bienes comunales, tan numerosos
en la antigua Francia. A decir verdad, si estas tierras no tienen dueño
es porque se las considera como carentes de valor. Permanecen incultas,
como indica la palabra w aste. Páramos erizados de espinos, donde cre­
cen en desorden las yerbas locas, el brezo y la retama, ciénagas cu­
biertas de cañas, turberas movedizas, bosques surgidos al azar en la
arena o en la roca, he ahí de lo que se componían la mayor parte de
los co m m on s de Inglaterra 1. En nuestros días muchos de esos terrenos,
largo tiempo desdeñados, han sido roturados y cultivados con éxito. Pero,
como se sabe, el cultivo intensivo es de práctica reciente. Durante siglos
los hombres se han contentado con sembrar las tierras más ricas, cuyo
rendimiento aseguraba fácilmente una remuneración inmediata y sufi­
ciente a su trabajo.
A pesar del poco valor atribuido al comunal y del estado de natu­
raleza en que lo dejaba una negligencia tradicional, su disfrute procu­
raba a los campesinos más de una ventaja. En primer lugar podían
enviar a llí a sus ganados, sobre todo a los carneros, que saben encontrar
su alimento en un suelo ingrato: era el derecho de pasto en el comunal,
com m on o f p astu re , o el derecho de paso para los carneros, rig h t o f
sheepw alk. Si había árboles, podían cortar madera para reparar el ma­
deraje de una casa o construir una barrera: era el derecho llamado
com m on of estovers 1 2. Si se encontraba un estanque o si pasaba un río
por el comunal, los aldeanos podían aprovecharse de sus peces: era el
derecho de pesca, com m on of p isc a ry . En los pantanos, que todavía
cubrían grandes espacios en todos los condados de Inglaterra, podían
abastecerse de turba (com m on o f tu rb ary ) 3. Otra ventaja más era que

1 E n ocasiones, sin em b a rg o, e l common co m p ren d ía tierra s de a lg ú n v a lo r :


eran las q u e e n c ie rta s a ld ea s fo rm a b a n e l green common. Allí s e en via b a a las
vacas conducidas p o r un pastor co m u n a l; a veces se u tiliza b a n para cria r, con
gastos comunes, toros o sem entales. Véase S e e b o h m , ob. cit., pág. 12, y X a s s e ,
ob. cit., pág, 8.
2 D e l fra n cés estovoir, estouvoir (p re c is a r, s e r n ecesario, con ven ir, y , tom ad o
su stantivam ente, lo n ecesario, lo q u e h a ce fa lla , provisión , e tc .). E s ta p a la b ra se
em p leaba en e l a n tig u o d erech o fra n cés en un sen tido a fm a l q u e ha con servad o
en In g la te r r a : «A v e r o n t tous lo r astovoirs en b ofx batís d e L e h e ic o u rt.» Rentes
de l’Ecclese de St-Hoult (1258), A i c h . de la M e u s e . C ita d o p o r G o d e f r o y : Dict, de
l’ancienne langue francióse, IT I, 634.
3 V éa se S i n c l a i r , s ir John: «A d d r e s to th e m em bers o f the B o a rd o f A g r i-
c u lm r e », Journals of the House of Commons, L I , 263 y sgs. E s te in fo rm e , m uy
m : LA S MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 133

ciertos derechos no se ejercían exclusivam ente sobre los com unales, sino
que a veces se extendían a otras partes de la p arroqu ia
¿Pertenecían estos derechos a todos los habitantes? ¿N o h abía nada
en ellos que recordase una igualdad prim itiva? En prim er lu g ar, el
com m on no es, hablando con propiedad, una tierra sin dueño: perte­
nece, en principio, al señor, que posee una especie de derecho^ eminente
pobréTtodo el territorio de la parroquia, el lord o f the m a n a r 2. Se_lo
llam a a^veces el páram o del señor, the lo rd ’ s w aste. De hecho este dere­
cho dom inical no tiene n ad a de exclusivo: lo m ism o que en la s tierras
que com ponen el open fie ld es com o si el señor hubiera cedido una parte
de su s derechos territoriales a los terrazgueros libres, así tam bién los
adm ite en el goce de los bienes llam ados com unes. Pero sucede con el
com m on como con el open fie ld : una vez efectuada la recolección, no
son todos los habitantes los que pueden llevar sus rebaños a los cam pos
segados, sino solam ente los que poseen una o varias hazas en la p arro ­
quia. Después de haber acom etido ju n tos el cultivo del suelo, u san ju n ­
tos de él com o de un apacentadero com ún: es una consecuencia natural
de la alianza, de la asociación consuetudinaria que los une. El com m on
está som etido al m ism o régim en: no es com ún a todos los aldeanos,
sino a todos los propietarios. A pesar de las apariencias no es una
tierra libre, cuyo uso no está som etido a ninguna restricción: es en
virtud de títulos definidos, y en proporción con esos títulos, cómo se
permite a cad a uno tener acceso a él.
Acabam os de ver que los derechos de los particulares sobre el co-
iiiiitml so clasifican b a jo v arias rúbricas, según el género de provecho
ipil’ di1 ellos puede obtenerse. Se clasifican tam bién según su origen y
Iri* mil i'lceiones que este les impone. A menudo están ligados, por cos-
im nliio, u la posesión de todo bien raíz situado dentro de los lím ites
ili'l ÍPtiilu, do la parroquia o del tow nship (co m m o n a p p e n d a n tj . E s el
(ano tiiri» ordinario y que m uestra m ejor la sem ejanza entre el régim en
pi i nuiMciili- del co m m on y el régim en periódico del oppen fie ld . A veces
fi»ln* iliim'lioHi considerados como creados en su origen por un acta
de i Iiiikii'Ióu (lid Ridior (lo r d o f th e m a n a r ), están lig ad o s a la persona
mito* i|tin n lo* bienes (co m m o n a p p u r te n a n t) , Otras veces son dere-

lilllto y muy Mifilltmlo, da una visión de conjunto del régimen y del estado de
tos bienal) oiniiiiiiidn», Véase lambién, entre las publicaciones del Board of Agri-
uiilnirQi oí Getmnil ¡{(¡¡orí un enclosures (1808), pág. 26, y J enks, Ed.: Modern
Intuí laxa, liéflii. Ifít) y »k«,
1 «dCíte derecho 0* mui ventaja que un hombre encuentra en la tierra de
nlro hombro, como piisiur nn ella su ganado, pescar, coger turba, cortar madera
it otras cosas noiuejunlpit.» Hlackstone: Commentaries, II, 32. Comp. H asbach:
l'lnglish agrícultiiral hihmirer, pigs. 89-90.
2 No pódenlas tislmllnr lii|iif, ni siquiera sumariamente, el Bistemn dominical
y su evolución. Casi tm lodus partes la propiedad moderna parece liaberBe cons-
l iluido por una especie de desmembración de la propiedad señorial, Biendo en
sil origen la mayoría de los propietarios lerruzgucroB, le.nanls. Véase F u s t e l de
(ImiLANCEs, L ’Alleu el le domapie rural, caps. V II n XVI.
134 PARTE I : LO S ANTECEDENTES

chos personales, aparte de toda condición de propiedad (c o m m o n in


Por último, pueden resultar de un convenio entre habitantes
g r o s s ).
de parroquias vecinas, de una servidumbre común a dominios media­
neros cuyos limites no son netos ( com m on because o f vicin a g e) L T o ­
das estas distinciones hacen del uso del comunal una verdadera propie­
dad, y una propiedad que. lejos de estar repartida por igual entre todos
los derechohabientes, confirma su desigualdad.
Es raro, en efecto, que un individuo pueda enviar a la dehesa co­
munal un número ilimitado de cabezas de ganado. Es este un privilegio
reservado las más de las veces al señor, propietario nominal de las
tierras indivisas a. Por regla general cada propietario posee el derecho
de pasto para un número determinado de animales;i. Este número
está en relación con la extensión de su propiedad: cuantas más parcelas
ocupa en el open field , tantos más bueyes y carneros puede enviar al
comunali . Asi el disfrute de esta tierra que se llama común no solo
no pertenece a todos, sino que se adjudica a cada uno en proporción
con lo que ya posee. Es una riqueza suplementaria que viene a aña­
dirse a la riqueza. Como se ve, nada podría estar más alejado de una
igualdad ideal, cuyo modelo no debe buscarse en un pasado mal estu­
diado o mal comprendido, sino en la especulación racional que ayudada
por la experiencia prepare el porvenir.
Por poco igualitario que fuese el régimen de los comunales ingleses
ofrecía, no obstante, a la población pobre ventajas reales. Aparte de los
derechos proporcionales a la superficie o al valor de las propiedades, a
veces existían otros, que eran los mismos para todos los habitantes de
la parroquia. En ciertos distritos toda fam ilia que ocupaba una casa
podía hacer pastar dos o tres animales en el comunal: facultad pre­
ciosa para quienes una vaca, algunas aves de corral, un cerdo que se
mata al acercarse el invierno constituyen toda su fortuna s. Y cuando
no era un derecho reconocido, el uso lo suplía, el uso siempre más
flexible y con frecuencia más humano que las leyes. Una tolerancia
antigua permitía a casi todos los campesinos de Inglaterra aprove-1

1 Sinclair, John: oAddress to the mcmbcrs of ihe Board of Agriculture»,


Journ. of the House of Commons, LI, 263.
2 Véase la petición de lord Talbot, lord Vemon, lord Bagchot, etc., í propósito
de los comunales del bosque de Needwood (Staffordshire), Journ. of the House
of Commons, LVI. 414.
3 Ejemplo: las propiedades refrendadas por tin bilí de eñclosure, en 1783,
se componen de «1.538 acres y 3 roods* de tierras de labor, 71 acres y 2 roods
de herbazales, y el derecho de pasto en el comunal para 103 caballos, 259 vacas
y 1.681 carneros». Journ. of the House of Commons, XXXIX, 110.
4 Algunas veces la evaluación se basa en el alquiler de las fincas. En el
bosque de Needwood, un arriendo de 3 libras da al arrendatario el derecho de
pasto para una cabeza de ganado. Journ. of the House of Commons, LVI, 414;
I-IoMER, H„ ob. cit., pág. 2.
5 Véase Paul, sir G. O.: Observations on the General Eñclosure Bill (1796).
* El rood equivale a un cuarto de acre. (N. del T.)
m : LAS MODIFICACIONES PE LA PRODIIÍDAD TERtUTOIUAL 135

charse del bien comunal, y a veces en una medida bastante amplia. Las
mujeres iban allí a recoger leña En ciertas localidades de Yorkshire
era en el comunal donde tendían los tejedores pobres sus piezas de tela
después del blanqueo o del teñido Finalmente, allí se levantaban abri­
gos, cabañas, humildes viviendas: estos terrenos yermos tenían dema­
siado poco valor para que se impidiera a algunos pobres instalarse y
vivir en ellos. Sin ningún derecho establecido, pero por una especie de
permiso tácito, se multiplicaban las chozas, construidas con materiales
ligeros tomados del propio c o m m o n : los co tta g e rs y los squatters 3 eran
bastante numerosos y lo que se les dejaba coger en este dominio que
no les pertenecía contribuía a aliviar un poco su vida ruda y precaria
de trabajadores del campo 4.
Toda una población vivía así al margen de la propiedad. N o tenía
ningún título legal para el disfrute de los comunales. Sin embargo, a
ella era a quien importaba más su conservación. Si era imposible tocar
al o p e n f ie ld sm modificar la condición de los pequeños propietarios,
era imposible tocar al c o m m o n sin que se pusiera en cuestión la exis­
tencia misma de los obreros agrícolas. Podemos comprender ahora toda
la importancia de las transformaciones territoriales que en el curso del
siglo Xviil trastornaron la Inglaterra rural.

La e ñ clo s u re es el procedimiento que ha servido para operar este


(intnbio. La palabra es significativa. De las tierras sin cercado del
Of)Cii f ie ld y del com m on . se trata de hacer propiedades cerradas; se
linlu ilu reunir las parcelas dispersas y de distribuir los campos indi­
vidua, erilernrneiite independientes unos de otros, rodeados de setos con-
lliinud que Nun la garantía y el signo de su autonomía.
INI tu |iiiluhru ni la cosa eran nuevas. Las en closu res del siglo XVi,1

1 It lliivlm calcula que la madera o la lurbu cogida en el comunal no cos-


tnlm ni O» iln nun semana de trabajo al año (o sea. 10 chelines); para comprar
Id minina r.uiíldiiil i|<> combustible habría hecho falla gastar unas cinco veces
unid, The i ri»i< til the labourers in husbandry (1795), págs. 15 y 181.
u Vino» til pedilón contra el bilí de endosare de Annlcy (cerca de Leeds),
I7M. Jntini nI tlui /loase of Commons, XLVllf, 651.
I' I i tittoili'i ni iiiui por convertirse, en la mayoría de los casos, en una. es-
pnolo ilrt pBipieflo pinpíoinrio o de pequeño colono, f l squatler era un roturador
mita rnolento y da sil tuición más precaria. Slateii (Englísh peasaniry, pág. 119)
menciona mui pin i ui|iiiu ilul País de Cales (condado de Montgomery) en donde
«quel que en mu» mulle poilía levantar en el comunal una cabaña y hacer fuego
cu ella, do murrio que «o viese salir humo por el tejado al salir el sol. adquiría
por ello cm dcruclin do rdlnbiccimicnio.
1 Defoc, en |72l. Mlinln en Surrey la proscnciu ilu «una gran cantidad de
rottagers que obtienen cttnl toda su mtbsisleticiu do lo» eumwinlcs y de las tierras
baldías, cuya extensión es (oimiilcrublo.« Toar, |, 68,
l.% PARTE I : LOS ANTECEDENTES

que han sido objeto de estudios y de discusiones numerosas l , fueron


uno de los incidentes del gran movimiento económico que marcó el
comienzo de los tiempos modernos. El inmenso acrecentamiento de la
riqueza mobiliaria había reaccionado sobre e l estado de la propiedad
territorial. Muchas tierras habían ya cambiado de manos cuando so­
brevinieron la Reforma y la secularización de los bienes de la Iglesia.
El provecho fue para los grandes propietarios. Excitado su deseo por
tales adquisiciones, quisieron culminar su fortuna repartiéndose los co­
munales. Este reparto se inició en toda Inglaterra, y las más de las
veces se realizó por la fuerza z. Desde comienzos del siglo se oyen por
todas partes quejas contra las en dosares, su injusticia y los sufrimien­
tos que causan. Sobre todo se deplora su consecuencia habitual, la
conversión de las tierras de labor en pasturajes. En un gran número de
parroquias e l cultivo de los cereales se abandonó en favor de la cría
de ganado, las fincas y las cabañas se demolieron o cayeron en ruinas.
El predicador Latimer exclama: «A llí donde vivían hace poco nume­
rosos campesinos, ya no hay ahora sino un pastor y su perro» 34 . El
canciller Thomas Morus, mientras que traza el plan maravilloso de su
ciudad de Utopía tiene ante su vista el país de rapiña y de miseria en
que los carneros devoran a los hombres2i .
Se ha mostrado que las quejas a propósito de estas endosares ha-

1 Véase L eadam, I. S.: The Domesday o¡ inclosures, Colección de la Royal


Historical Society, 2 vols. (1897), y The inquisitions o} depopulation in 1517 and
the Domesday of indosures, por Gay , Edwin F., «Transactions of the Roy. Histor.
Soc.», nueva serie, vol. X IV (1900). T awney, R. H-: The agran'an problem in
the XVIth century (1912); Curtler, W. H. R.: The endosare and redistribntion
of oar land (1920), págs. 64, 105 y sgs.; G a y , E. F.: «Inclosures in England in
the XVIth century», Quarterly Journal of Economics (1903), págs. 576-97. Véase
asimismo su tesis para el doctorado de la Universidad de Berlín (Zur Geschichte
der Einhegungen in England, págs. 7-65).
2 K arl Marx ha dado su historia resumida en el capítulo titulado «La acumu­
lación primitiva», Das ¡Capital, I, 742 y sgs. Para un estudio más completo, véase
A sh ley , W. J,: Jntroduction to English economic history and theory, vol. II,
capítulo IV.
3 L atimer, H.: Sermons.
4 «Vuestras ovejas, de ordinario tan dulces y que se alimentan de tan poca
cosa, se han vuelto, según se dice, tan indomables y tan voraces que devoran a
los mismos hombres, que despueblan y devastan los campos, las casas y las ciu­
dades. Pues si alguna de las partes del reino produce una lana más fina y, por
ende, más preciosa, en seguida se ve a los nobles, grandes y pequeños, e incluso
a santos abades— no contentos con los censos y las rentas anuales que sus ante­
pasados aumentaron antaño con la conquista— suprimir las tierras labradas, ha­
cer en todas partes cercados para la cría de ganado, demoler las casas, y las
ovejas vienen a pastar en las iglesias que han quedado en pie.., Para que un
solo hombre pueda satisfacer su avidez insaciable, verdadero azote para el país;
para que pueda reunir tierras en un dominio y rodear con un seto varios miles
de fanegas, los aldeanos son expulsados de sus campos, despojados por el fraude
o por la violencia o, hastiados de las vejaciones que tienen que sufrir, se resig­
nan a vender su hacienda.» Morus, Thomas: Utopia, lib. I, fol. 2 (verso), Lo-
vaina, 1516.
III: LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 137

bían sido muy exageradas; incluso se ha creído poder afirmar que en


modo alguno habían acarreado la desesperación de las tierras de pan
llevar. Pero esta tesis es discutible1, y por lo demás, si se debe ad­
mitir que hubo alguna exageración en las lamentaciones de los contem­
poráneos, subsisten ciertos documentos que es preciso tener en cuenta.
Son los textos legislativos promulgados con vistas a remediar el mal
— ¿podemos creer que se trate de un mal imaginario?— . Desde 1488
bajo el reinado de Enrique V II, una ley señala la despoblación de la
isla de Wight, «debida a la conversión de las tierras de labor en pas­
turajes y al acaparamiento de las fincas», y limita las propiedades
territoriales en la isla a una renta máxima de diez marcos 1
2. Casi inme­
diatamente fue seguida por una ley más general, la famosa acta para
impedir la destrucción de los pueblos 3. «EL rey— se dice en el preám­
bulo— ve agravarse de día en día ciertas prácticas desastrosas: se deja
convertirse en ruinas o se demuelen voluntariamente casas y pueblos, y
se transforman en pasturajes tierras que en todo tiempo habían estado
dedicadas al laboreo. De ahí vienen los progresos de la pereza, fuente
y principio de todos los males. Pues en ciertos pueblos donde doscientas

1 Véase a este respecto la controversia entre Gay y Tawney. Gay, apoyán­


dose sobre los resultados de las encuestas oficiales de 1517, 1519, 1548, 1566
y 1607 llega a un total, para todo el siglo xvi, de 516.000 acres afectados por
las endosares. Su conclusión es «que la política de endosure de los siglos XV
y xvl, que despoblaba los campos so pretexto de obtener un provecho acrecentado
gracias a los pasturajes creados por la endosure de los comunales, no tenía en
mudo alguno la amplitud que con frecuencia se le ha atribuido; ... que, limitada
en importancia, también lo había sido en extensión, afectando sobre todo las re­
glones centrales de Inglaterra e incluso no presentando sino un carácter esporá­
dica.» Qutirterly Journal of Economías, pág. 596. Esta era ya la tesis de Leadam.
Tawney muestra la dificultad de interpretar las estadísticas tan incompletas utili-
tmulfll |tor Lcttdam y Gay y hace observar que, si tiene razón, «apenas se explica
id In mención dedicada sin cesar a esta cuestión por el Gobierno, ni las revueltas
i!» lint iimnpneuios, ni- la vigorosa toma de posición de hombres razonables, bien
Iii IiiiiiiiiiIuA y sin prejuicios, como John Hales.» ( Agradan movement of the XVIth
cuntía y, pág. II.) Su estudio concluye claramente en la realidad de los sufri-
nlli ntiiH ilmninnlailns por los contemporáneos y en la importancia de un movimien­
to que iiIh » aIó duros golpes a la organización tradicional de la agricultura». John -
«ON, A ll ( Otan pitearanee of the small landowner, págs. 44 y sgs.) critica
Igitnliiioiili1 ni método de Gay. Lord Ernie (English farming, pág. 58) escribe
«qna o* linnimlliln iludnr que la miseria fue real», incluso si se ha exagerado.
N asiia Cii f l'.nglisti agñcultural labourer, págs. 33-34) admite también la realidad
do los mulo* ilo ipin Iiiii ruidosas quejas hubo en el siglo XVI. Es posible, como
indion CimH i kii In h , c it,, pág. 109), que el descontento popular haya sido causado
menos por In v n t h u iif i- ipie por la extensión de los pasturajes a expensas de las
tierras do lulinl'j poro ¿no estaban estrechamente ligadas ambas cosas? Nótese
que estos cambios coincidieron con un alza de los precios debido a la deprecia­
ción de la moneda.
2 4-5 I-Ienry Vil, fe. 16.
3 An acl against the imlUng dow of lotvns (4-5 Henry Vil, c. 19). La palabra
towns no designn nquf, do hecho, más que aglomeraciones rurales y sería tra­
ducida inexactamente por U pnhtbra dudndes.
i

1311 PARTE i: LO S ANTECEDENTES

|KM'8onas encontraban trabajo y vivían de él honorablemente, ya no hay


flhoni ocupación sino para dos o tres pastores y el resto cae en la
ociosidad. La agricultura, uno de los principales recursos del Estado,
está languideciente: las iglesias están destruidas, el servicio divino in­
terrumpido, los muertos dejados sin oraciones... L a defensa del país
contra sus enemigos extranjeros está comprometida y paralizada.}) En
los términos de esta ley, toda casa de la que dependiesen veinte acres
de tierra labrada debía ser mantenida en buen estado y servir de mo­
rada a una fam ilia de agricultores. P ero esta prescripción y las penas
destinadas a asegurar su ejecución parecen haber producido poco efec­
to, pues medidas análogas fueron promulgadas en 1515, en 1516, en
1533, en 1535, en 1552. Unas veces se ordenaba la reparación de las
cabañas abandonadas \ otras veces se limitaba el número de carneros
que podía poseer un solo propietario 1 2, otras se gravaba todo pasturaje
nuevo con un impuesto igual a la mitad de la renta 34 . La frecuencia de
estas leyes y la variedad de los remedios que intentaban aplicar a un
mismo mal son la mejor prueba de su impotencia í .
El movimiento continuó durante todo el siglo xvi. En todas partes
la división de los open jields y la usurpación de los comunales tenían
como consecuencia la constitución de grandes dominios y la extensión
de los pasturajes. A l mismo tiempo muchos propietarios, medios y pe­
queños, en quienes empezaba a despertarse el espíritu comercial de los
tiempos nuevos, hallaban más beneíicio en producir lana que grano.
En 154.9 se produjeron sublevaciones, causadas por las enctosures, en
varios condados; tres m il quinientos amotinados fueron muertos y su
jefe, Robert Kett, ahorcado5. Es en esta época cuando John Hales
escribía: « j A fe mía que estas endosares serán nuestra perdición!
A causa de ellas pagamos por nuestras fincas alquileres más pesados

1 6 Henry V III, c. 5 (1514). Todas las casas de campesinos demolidas desde


el 5 de febrero de 1515 debían ser reedificadas en el plazo de un año y las tierras
que dependían de ella puestas de nuevo en cultivo. Este acta fue declarada per­
petua al año siguiente (7 Henry V III. c. 17). En 1517 tuvo lugar la gran en­
cuesta cuyos documentos forman el Domesday o¡ inclosures.
2 25 Henry V III, c. 13 (1533). El número máximo fue de 2.000. Ciertos pro­
pietarios, según el preámbulo de la ley, poseían hasta 24.000 carneros.
3 27 Henry V III, c. 22 (1535), y 5-6 Edward V I, c. 15 (1552).
4 Bacon, F.: Hist, o¡ king Henry Vil, «Obras» (ed. de 1878), VJ, 94, hace
el elogio de «la sabiduría admirable del rey y del Parlamento», que han sabido
combatir la decadencia de la agricultura. H ume, David (Hist. d’Angleterre,
trad. Campenon, III, 88) fue el primero en impugnar el fundamento de este elo­
gio mostrando que la legislación admirada por Bacon había sido casi completa­
mente ineficaz. «Se eludían las leyes, pues los que estaban encargados de hacer­
las aplicar eran sus mayores adversarios... Se las eludía de diversas maneras:
se pretendía respetar lo que prohibía respecto a derribar casas, reparando una
sola habitación para el pastor; un campo pasaba por tierra labrada cuando se
había trazado un único surco, y se ponían los dominios a nombres de los hijos
y de los domésticos.» Curtler, ob. cit., pág. 92.
5 Idem, págs. 94 y sgs.
II I: LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITO RIAL 139

que nunca y no encontramos ya tierras para labrarlas. Todo está


cogido para los pasturajes, para la cría de los cameros o del ganado
mayor, tanto es así que en siete años he visto, en un radio de seis mi­
llas a mi alrededor, una docena de arados arrumbados: allí donde más
de cuarenta personas encontraban para vivir, ahora un hombre con
sus rebaños lo tiene todo para él solo. Son esos carneros los que traen
nuestra desgracia. Han expulsado a la agricultura de este país, que antes
nos proporcionaba toda clase de artículos, mientras que al presente
no hay más que carneros, carneros y todavía carnerosJ. La extensión
de los cercamientos parece haberse moderado en la segunda mitad del
sig lo I2. Pero nunca se detuvo, y se la puede seguir a través del si­
glo X v ii3. Los trabajos emprendidos a partir de 1626 para desecar los
marjales ( jens) de los condados del Este, iban acompañados del cerca-
miento de las tierras así recuperadas4*. En otras partes, la transforma­
ción de las tierras de labor en pasturajes se proseguía por las mismas
razones que anteriormente. Lupton escribía en 1622: «Las enclosures
ponen gordos a los rebaños y flacas a las pobres gentes.» En 1620 y
1633. el Consejo Privado ordenaba encuestas sobre las enclosures. Se
publicaron numerosos escritos polémicos sobre la cuestión, especial­
mente bajo el protectorado de Cromwell s. Hay que señalar, por lo
demás, que a las quejas semejantes a las del siglo XVI, se oponen cada
vez más los argumentos de orden económico en favor de la enclosure,
quo ciertos autores aprueban «n o solo por ser legal, sino por ser digna
110 alabanza» 6. A medida que se definía más netamente la idea del
progreso agrícola, y que se afirmaba, entre los más ricos y los más

I I1ai.es, Jo h n : A discourse of the commonweal oj this realm of England


(líUO), ni. I.nmond, págs. 15 y 20. Este texto es tanto más significativo por cuan-
111 i|iiti f'l personaje en boca del cual pone el autor tales palabras reconoce las
VRHliijfli nuil eriales de la enclosure y los beneficios realizados por los que trans-
liiMMim mu llenas de labor en pasturajes.
'• |ti mui do los resultados más claros de los cuadros estadísticos establecidos
I» m Ib Ifi. fíny.
" Vítalo ;i 11H» L eonard: Inclosure of common jields in the X V Illh century
(Triiium tlmii oí llie Royal Historical Society, new series, XIX, 122 y sigs.).
(loNNili: Ciiimntm Irtnd and inclosure, págs. 153-86.
4 S i HUI K i N i (lammons and common jields, págs. 101 y sgs. P rotuero (lord
Emití) ¡ Eilglítli lmming, past and present, págs. 115 y sgs.
II hondón rind thn country carbonadoed, («Harleian Miscellanies», IX, 326);
BENTHaM, J . l V7ltt Chrlman conflict (1635); P owell , Rob.: Depopulation arraig-
ned, COtivlHutl (tlkt condomned by the lawes o¡ God and man (1636); H olland , H.:
Encloíul'tt thrtutln opal (1650); T aylor , S.: Common good, or the improvement
oj com;n\<ms ¡oroit and chases by inclosure (1652); M ooke, A.: Bread for the
poor, promlml hy mtllosurcs oj the wastes and common grounds of England
(1653); M o o m s , j . l Ciying sin oj England of not enring for the poor, wherein
inclosure being t r i c ó Os dnlh unpcople towns and uncorn jichis i.s arraigned (1653);
ídem, A scrtpum WWl tigainsl inclosure 0656); PSEUDONIMOS, ConsideraUons
concerníng common fluido and inclosnres 065*1); ídem, A viridicOlion of the
considerations, etc. (1656),
* «Not only lawful, bnt hmdahlo.M
I'IO PARTE I : LOS ANTECEDENTES

ilustrados, el deseo de beneficiar sus tierras, el antiguo régimen agra­


rio se hallaba cada vez más amenazado: es toda la historia de la In­
glaterra rural del siglo X V iu.

VI

Lo mismo que se ha querido ver en la desaparición de la yeom anry


una consecuencia de la gran industria, así también parecía obligado
explicar la reforma de la agricultura por el desenvolvimiento indus­
trial. Son las exigencias del consumo, se ha dicho, las que han dado a
la producción agrícola el impulso decisivo. L a formación de los cen­
tros manufactureros, el crecimiento de la población urbana, han abierto
al agricultor un mercado nuevo, sobre el que la demanda va siempre
en aumento. Pasó el tiempo en que la cosecha de un campo no iba más
lejos de la aldea o el pueblo vecino. En las ciudades superpobladas, en
torno a las minas, a las fábricas y a los puertos, las masas obreras
exigen a los campos que las alimenten. Es preciso que las granjas se
transformen a su vez en talleres, en donde los géneros alimenticios se
produzcan en gran cantidad, según métodos perfeccionados. El pro­
greso de la agricultura, o, si se quiere, su adaptación a los requeri­
mientos nuevos de la sociedad industrial, resulta de una necesidad or­
gánica, de una correlación indispensable de funciones solidarias1. Esta
explicación es, a primera vista, satisfactoria; expresa una verdad gene­
ral que no podría negarse, y es, sin ninguna duda, válida para un gran
número de hechos de los que nosotros mismos somos testigos. ¿Pero
responde verdaderamente a los orígenes históricos del movimiento agrí­
cola inglés? En realidad, este movimiento, al igual que la desaparición
de la yeom anry, se bosquejó mucho antes del crecimiento de la pobla­
ción debido a la gran industria. Este crecimiento de la población no
ha sido instantáneo: no ha sido, ni podía ser, contemporáneo de los
primeros inventos técnicos, o, si se produjo a partir de entonces, es
que se debía a causas en que la gran industria no contaba para nada.
Ahora bien: fue en la primera mitad del siglo XVIII, aproximadamente
en la época de los primeros tanteos que debían culminar, treinta años
más tarde, con la invención de las máquinas de hilar, cuando la agri­
cultura inglesa comenzó a transformarse.
No se puede decir que las cuestiones agrícolas hayan estado entera­
mente descuidadas en el siglo XVII: las obras de Weston y de Hartlib,
bajo el protectorado de Cromwell, y de Donaldson, después de la Re­
volución de 1688, son una prueba de e llo 1 2. Pero nada muestra que

1 P rothero (lord E m le): Pioneers and progress of English farming, pági­


na 65; ídem, Social England, V, 106-07; L ecky , W.: History o/ England in
ihe XVIllth century, VI, 189-90.
2 Sir W eston , R. es el autor de A .disecarse o/ husbandry in Brabant and
Flanders (1652). Según P rothero (lord Emle): English farming pasl and present,
in : LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 141

los consejos de estos precursores de la agronomía moderna hayan sido


seguidos. En la época en que Daniel Defoé escribe su descripción de
Inglaterra, muchas provincias son en parte eriales. El oeste del condado
de Surrey es «no solo pobre, sino completamente estéril, abandonado
a su esterilidad, horrible de ver... En un gran trecho no es más que
un desierto arenoso..., donde brotan los brezos, producto habitual de
los suelos infecundos» l . En Yorkshire, apenas se sale de Leeds, se
entra en «una soledad continua, páramos negros, siniestros, desolados,
a través de los cuales se guían los viajeros, como caballos sobre una
pista, por postes plantados de tarde en tarde para señalar los hoyos
y las barrancas» 2. Los fens de los condados de Cambridge, Hunt'mgdon
y Lincoln, a pesar de los trabajos de desecación del siglo precedente,
formaban todavía grandes extensiones pantanosas. El norte de Inglate­
rra, sobre todo, permanecía inculto y salvaje: desde el extremo norte
del condado do Derby hasta el del condado de Northumberland, una
línea de ciento cincuenta millas, a vuelo de pájaro, no atravesaba más
que tierras yermas 3.
Donde el suelo era cultivado, lo era muy a menudo de la manera
más primitiva. La rotación trienal era casi la única en uso: un año de
cada tres los campos quedaban improductivos. Los instrumentos de labran­
za tenían gran necesidad de perfeccionamientos; en ciertas provincias la
reja de los arados era de madera, guarnecida justamente con una lámina
de metal. Todavía se formaban para arar largos troncos mutiles de
diez y doce bueyes. Los forrajes eran insuficientes, y en el otoño se
mntnlia una parte del ganado, por no poder alimentarlo durante los
iiUWflK siguientes4. En cuanto al arte de la cría, era poco menos que

lililí*, lili y sgs., Weston es un precursor, especialmente en lo que concierne a


lit nilnfllón do los cultivos, basada en el uso de la naba y del trébol. Samuel
II ni lililí iiidÍKO de Milton y protegido de Cromwell, había reunido muchos docu-
rlioiilu* Snlirn agricultura. Escribió A design /or plenty by a universal planting
(>/ Itllll HKl>H (1652) y The complete husbandman (1659). Se le ha atribuido fre-
(UlnllirillMiln (tiu razón, en opinión de Cu nning h am : Crowth of English industry
tlnil CilUliiKtlTíi, II. Mi) la obra titulada Samuel Hartlib, his legacy or an enlarge-
tlieiit n/ittn Clin IHsrottrse on husbandry (1651). D onaldson es autor de la Husbandry
(tritUomlntid (1607),
1 Dmilíi 7'niir. I, 64.
a bliiirii iMih, 11F. 126.
a l'lUiílil lio (luid Emle): Pioneers of English farming, pág. 56. A fines del
siglo XVftl, a pruno- iln ln» progresos realizados, todavía escribía Edén: «Un país
afligido, romo lo o» In (!run Bretaña, por una inmensa extensión de páramos y de
tierras inculln». «ft til»Pinrt.|(i a una de esas amplias y pesadas capas que se llevan
en Italia y on I'iipaflut iliui parle muy pequeña de la tela presta servicio al que
se emboza «n tilín y rl rn*lo no sólo no le sirvo de nada, sino que le estorba y
le agobia.» E disn, I*'. M.t Statn of the poor, I, xxt.
4 Se enconifnr'án iiliiimltinlcs reseñas sobre ln tnnnora como se fueron mo­
dificando poco a poco oslni* prifniicn», on lo» V i a j e s do Y oijng. Véase, sobre todo,
A s i x w e e k s ’ t o a r t h r o u g h t h e S o u t h e r n e n u n c i e s o f E n g l a n d a n d ¡ V a l e s (1768) y
A s i x m o n t h s ’ t o n r t h r o u g h t h e N n r t h o f E n g l u t u l (1770).
142 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

desconocido: las razas domésticas, pequeñas y endebles, apenas dife­


rían de lo que hubieran podido ser en estado de naturaleza L Entre los
propietarios y los granjeros, igualmente ignorantes y rutinarios, rei­
naba una desconfianza mutua; el propietario, temiendo que el gran­
jero, durante los últimos años de su arriendo, agotase el suelo por
obtener algunas cosechas un poco más abundantes que de ordinario, se
negaba a firm ar contratos de arrendamiento a plazos fijos, y prefería
el régimen inestable de la locación revocable ( tenure at w ü l). Por eso,
toda iniciativa, toda aplicación continuada estaban como prohibidas al
agricultor, expuesto como estaba, a cada instante, a verse despedido, y
a perder en un momento el trabajo de un año. Así, las consecuencias
de la rutina perpetuaban la rutina 1 2.
Para reformar la agricultura inglesa hizo falta una larga serie de
esfuerzos sistemáticos. Su punto de partida lo marca, en 1731, la publi­
cación del libro de Jethro T u l l 3. El autor no era un puro teórico: des­
pués de haber observado y comparado los métodos empleados en Fran­
cia, en Holanda, en Alemania 4, se dedicó durante más de treinta años
a investigaciones y experiencias prácticas en su propiedad de Mount
Prosperous, en Berkshire. Fue uno de los primeros en concebir la no­
ción moderna del cultivo intensivo: recomienda el rastrillaje y el la­
boreo profundos, las rotaciones continuas, que hacen producir a la
tierra, sin fatigarla, una sucesión de cosechas variadas, y suprimen o
reducen el despilfarro de los barbechos. Explica la importancia de los
forrajes de invierno y el partido que se puede sacar de las plantas de
raíces suculentas, tales como el colinabo y la remolacha. L o que cons­
tituye su gran originalidad es que quiere sustituir la tradición inmóvil
por un método fundado en la observación y el razonamiento. Repre­
senta, si no el espíritu científico propiamente dicho, al menos algo que
se le asemeja, ese empirismo ilustrado que a menudo conduce a los
descubrimientos.
Las teorías de Jethro Tull llegaban en su punto preciso: toda una
generación de grandes señores iban a apropiárselas y aplicarlas en sus
dominios. La aristocracia inglesa, desde la Revolución, había traba­
jado por necesidad de enriquecerse. Veía con envidia cómo se engran­
decía por debajo de ella la burquesía financiera y comerciante. Con
una singular mezcla de orgullo y de codicia, odiaba a los ((hombres de

1 Excepto las razas de caballos, en las que siempre se había puesto cuidado,
especialmente por razones de orden militar. La cría de caballos de carreras solo
empezó en el siglo xvm.
2 Los efectos desastrosos de la tenure ai will, se han manifestado hasta una
cpoca reciente en Irlanda, donde ha retrasado, tanto o más que el absentismo, el
desarrollo de la agricultura.
3 T ull , Jethro: The new horse hoeing husbandry, or an essay on the princi.
pies o¡ tillage and vegetation, Londres, 1731. La lecha de 1733, dada por P rothe-
no (lord Ernle): Social England, V, 107-09, es la de la 2.1 edición.
* De 1693 a 1699.
III: LA S M O D IFICA C IO N ES DE LA PROPIEDAD TERRITO RIAL 143

dinero» (m o n e y e d m e n ) y trataba de aprovecharse de su fortuna em­


parentando con ellos mediante matrimonios. Se afanaba por tomar parte
en el saqueo de los fondos públicos, en esa época en que un ministro se
jactaba de haber organizado «el chalaneo de las conciencias». Se lan­
zaba desaforadamente a las empresas sospechosas, a las estafas famosas,
la más colosal de las cuales fué la de la Compañía del M ar del Sur, y
después de haber realizado grandes beneficios las denunciaba para rea­
lizar con ello otros más todavía. Si el deseo de conservar a todo trance
su rango, en una sociedad en que el dinero se convertía cada vez más
en la medida del prestigio y del poder, arrastró más de una vez a estos
grandes señores a las aventuras menos honorables, tuvo también como
efecto el despertar su actividad. Algunos de ellos, en lugar de buscar
por todas partes nuevas fuentes de renta, pensaron en aumentar aquellas
de que ya disponían/¿No poseían inmensas propiedades, cuyo producto
hubiese debido bastar para hacerlos poderosamente ricos? Pero esta­
ban mal administradas, mal cultivadas, presa de la desidia y la rutina.
Pava sacarles el mejor partido posible era preciso emprender su explo-
lación metódica: obra considerable, que exigía mucha iniciativa, aten­
ción y perseverancia l. La corte de la dinastía de Hannover, sin boato
y en sus tres cuartas partes alemana, no atraía a la nobility como en el
siglo precedente la de los Estuardos. Por lo demás, una parte de los
nohles eran allí mal vistos por su torísmo, o sospechosos de afección
n In causa de los príncipes exilados. Se fueron a vivir a sus tierras y
Kn hicieron agricultores.
Knlro estos cultivadores de título, el más ilustre es lord Townshend.
I mbrtjiiflnr en Holanda, negociador de la unión entre Inglaterra y Es-
i'iuilrt, y después de la paz con Francia, lord de la Regencia a la muerte
di In i ninri Ana, luego lord LieutenantI2 de Irlanda, dos veces secreta-
ilo de E*lndo y presidente del Consejo Privado, renunció en 1730 a la
\|dn piíhllmi, a raíz de una disputa famosa con sir Robert Walpolc, y
*m inlliií ii km dominio d e Rainham, en N o r fo lk 3. Era este una vasta
i ili M*lím ilinfiilicu, en que alternaban las arenas con las ciénagas, y
ni 111iiiili- In inlmnii hierba era mezquina y ra ra 4. Lord Townshend

I üimiliitii luí iiioKimiln bien que uno de los rasgos característicos de la


tiiii|ii|iMii i <1 1 1 11II111»111 MU el cálculo de los fines y de los medios: «Su símbolo es
til IIIiiii 1111 1ymr | rl nervio fiel sistema es la cuenta del debe y el haber.» Moderne
K tiiilttillu iiii», I, l'HI.
* Vlirny y ttniii-itimlnr ilc Irlanda. (N. del T .)
II VlWn YntlNi,. A.i /ton«/.í n¡ Agriculture, V, 120-21. Yoting visitó en varias
ncailone» id dimiliiln iln Hiilidinin (particularmente en 1760 y 1786) y lo describe
con nrlinlrnnliin, iiintu el modelo que deben proponerse los propietarios y los
Ri’iinjcros Inftlnml»,
4 idís mui iiiiiflin In lio In qiio Carlos I iloiín que Imliín quo dividirla entre
toda Inglaterra pnrn liiicer In» fuminos rmilti», porqun efeciiviimoriic, en su tiem­
po, solo se rompimlii de oimi|iiis de uKnllit y de detrás incultas: ni la décima
luirte estaba citlllviidiii» Km MMmltCAtil.od.iANiTiiliri, Alexutidre y Krungois de la:
f'oyage en Su,}¡olh rtf, Nm'/ulh, ll, enrtii dril 24 ríe sopiiontbro de 1784.
l>M PAUTE i : EOS antecedentes

acometió su explotación, inspirándose en los métodos que había visto


practicar en los Países Bajos. Drenó el suelo, mejoró ciertas porciones
mediante el abono con marga y con estiércol; luego inició los cultivos,
que se sucedían en rotaciones regulares sin agotar nunca la tierra y sin
dejarla nunca improductiva. A ejemplo de los holandeses, tenía sobre
todo a la vista la cría de ganado, a la que la proximidad de Norwich,
el gran mercado de las lanas, prometía una remuneración segura e in­
mediata. Esto fue lo que determinó, tanto o más que los preceptos de
Jethro Tull, su predilección por los prados artificiales y los forrajes de
invierno; al mismo tiempo que perfeccionaba la agricultura inglesa,
le trazaba la vía por la que habría de internarse cada vez más.
Se comenzó por ridiculizar un poco a este par de Inglaterra conver­
tido en granjero; se le puso el apodo de Townshcnd-Nabo ( Turnip
Tom nshend). N o por eso cejó en su obra y en pocos años hizo de una
región pobre y desheredada una de las más florecientes del reino. Su
ejemplo fu e seguido por los propietarios vecinos; en treinta años,
de 1730 a 1760, el valor de las tierras se decuplicó en todo el condado de
N o rfo lk 1. El marqués de Rockingham, en Wentworth; el duque de
Bedford, en Woburn; lord Egremont, en Petworth; lord Clare, en
Essex, y otros aún, como lord Cathcart y lord H alifax a, desempeñaron
el mismo papel, y encontraron a su vez numerosos imitadores. Bien
pronto fue una moda universal, y todo gentilhombre se vanagloriaba
de dirigir en persona la explotación de sus tierras. L a generación pre­
cedente no se interesaba más que por la caza, no hablaba más que de
caballos y perros; esta habla de abonos y de drenaje, de rotación, de
trébol, de alfalfa y de colinabos. A l caballero del siglo xvn, que había
sacado la espada en las guerras civiles, sucede el gentleman farmer.
Hacia 1760 el impulso dado por algunos grandes señores se ha­
bía comunicado a la nación entera. L o s trabajos públicos emprendidos
en todas partes, contrucción de carreteras, apertura de canales, dese­
cación de pantanos1 *3, también se aceleraron. Es entonces cuando apa­
rece la clase de los grandes granjeros, para quienes la agricultura es
una profesión, y que traen a ella el mismo espíritu de iniciativa y la
misma aplicación que el comerciante a la dirección de sus negocios.
Coke, de Holkham, se estableció en 1776 en un dominio que valía unas
dos mil libras esterlinas de renta: a su muerte valía veinte m il4. Fue

1 P eotiiero (lord Ernle): Pioneers o¡ English farming , págs. 44-47.


3 Idem, English ¡arming past and present, pág. 173; Pioneers o¡ English
jarming, pág. 79. Véase Y o u n g , A.: North o ¡ England, I, 273-305; ídem, Southern
counties, págs. 62-63.
3 Inmensos trabajos fueron ejecutados a este efecto en los fens de los con­
dados de Cambridge, Bedford, Huntingdon y Lincoln. Véase Statutes at large,
30 Geo. II, c. 32, 33, 35; 31 Geo. II, c. 18, 19; 32 Geo. II, c. 13, 32; 2 Geo. III,
c. 32; 7 Geo. III, c. 53; 13 Geo. III, c. 45, 46, 49, 60; 14 Geo. III, c. 23;
15 Geo. III, c. 12, 65, 66; 17 Geo. III, c. 65; 19 Geo. III, c. 24, 33, 34, etc.
4 RlCBY, E.: Holkham, its agriculture, págs. 21-24. Los hijos de La Roche-
III: LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 145

uno de los primeros que empleó instrumentos de labranza perfecciona­


dos. Practicó el régimen de los largos arriendos, el único que podía
alentar al cultivador, con el mañana ya asegurado, en los esfuerzos refle­
xivos y sostenidos. Se consideraba como un educador: reunía en torno
suyo a los granjeros de su región, para convertirlos a los métodos nue­
vos. Bakewell, su contemporáneo, fue el prototipo de los grandes gana­
deros m odernos1. Se propuso mejorar sistemáticamente las especies
domésticas, y lo consiguió mediante cruzamientos hábiles, mediante esa
selección artificial, cuya observación atenta habría de revelar a Darwin
algunas de las leyes más generales de la vida. En 1710 el peso medio
de los bueyes vendidos en el mercado de Smithfield era de 370 libras,
el de las vacas de 50 libras, el de los carneros de 38 libras. En 1795,
gracias a Bakewell y a sus émulos, estos pesos habían ascendido respec­
tivamente a 800 libras, 150 libras y 80 libras Ciertas razas famosas
de ganado, la raza de Dishley, la raza de Durham, datan de esta época,
y su constitución muestra, mejor que ningún documento, la meta que
se habían trazado los ganaderos del siglo Xvm : los huesos finos, los
miembros cortos, la cabeza pequeña, los cuernos apenas desarrollados,
atestiguan el cuidado que ponían en suprimir todo lo que no contri­
buya a la enorme cantidad y a la calidad superior de la carne. Com­
prendieron que estaba próximo el día «en que se estimaría más la
carne del buey que.su fuerza de tiro, y la del carnero más que su lana».
En el momento en que apareció la gran industria la agricultura
moderna estaba fundada. Y a no quedaba más que hacer sino forzar
hi« últimas resistencias de la rutina. Esta fue la obra de hombres como
A 11Imr Young, a quien vemos, a partir de 1767, recorrer toda Ingla-
Ii ' iiti anotando día por día y legua por legua el estado de los cultivos,
la» mejoras emprendidas, el éxito o las decepciones de los innovadores,
la i audición de los propietarios, de los arrendatarios, de los jornaleros.
Cuando emprendió en 1789 su famoso viaje a Francia, no fue más que
pin dm olma, mediante una serie de comparaciones entre Inglaterra y
<’l Ciiiilinriili', n la encuesta que perseguía desde hacía más de veinte
alia». I'iopagandista activo, dejó una multitud de escritos3, aparte

fWH’fluhl I lililí mol visitaron el dominio en 1784 y lo han descrilo en su V oy a ge


e n fh i lla lli II, mi tn del 24 de septiembre de 1784.
1 I aVi i i i NI. 1Ainre de: L’Economie rurale en Angleterre, págs. 27-29, narra
lirevenliinlti lo 11 1a1111 tu de ln granja ganadera de Dishley Grange. Véase Yon NC,
Anhiiri (la tlm Imthttndry o( the three celebraled farmers, Bakewell, Arbuthnot
and D líekit (IIIII),
a línlCN, |i' M Sliila al ihe \)oor, I, 334. Sombarl señala con razón la in­
fluencia del iiieivnilo rln l,i)inIrcs solue las Ivansforinaciones de la cría de ganado
y de la ugrlmiliiiiu en general. Ufoderne KapitalixmtM, TI. 155-59.
3 He inluí una llalli aiiiiiiniti (que no comprende lo» numerosos arlículos
aparecidos en luí A u n u l » u ¡ A I r i c u l t u r e desde 1784 a 1809): «Sylvuc, or occasio-
n.il traets on liiialnmili y nuil rnriil economía») (1767), «The íunner’s lelters to
ilie people oí Eriglnml» (1767), « A «lx tveuh»’ iniir llirough (lio smiilicrn counties
nf England» (17611), nl,ei1er» i'imoclniiig lite mate oí lite Frciich nalion» (1769),
mantoux .— 10
U& PARTE l : LO S ANTECEDENTES

de sus cuadernos de viaje: a partir de 1784>, dirigió los Anales de


Agricultura, en los que el rey Jorge III, según se dice, no desdeñaba
colaborar. Con sir John Sinclair, cuyo nombre merece ser asociado al
suyo, fundó en 1793 una gran institución destinada a fomentar y a
organizar el progreso agrícola: es el Board o f Agriculture, cuyo secre­
tario celoso fue durante treinta años, recogiendo de todas partes las
informaciones y las ideas, dirigiendo la inspección metódica de todos
los condados del reino \ Aunque se quejase sin cesar de la lentitud de
las mejoras más urgentes, estaba en condiciones de medir todo e] ca­
mino recorrido ya. N o era un movimiento en sus comienzos indeciso y
de porvenir incierto lo que él se ocupaba de conducir, sino un m ovi­
miento ya potente y muy pronto irresistible. Basta para convencerse de
ello releer algunas de las páginas donde describe e! estado de los campos
franceses en vísperas de la Revolución. Le pareció singularmente des­
cuidado y miserable: era el de su propio país cincuenta años antes2.
Aithur Young y sus colaboradores han asistido al crecimiento de la
gran industria; han comprendido que estaba ligada a ese desarrollo de
la agricultura, del que eran sus infatigables obreros. Han observado*1

«Essay on the management of hogs» (1769), The expedieney of a free exportalion


of cora al ihis lime» (1769). «A 6¡x months' lour ihrough ihc North of England»,
4 vola. (1770); «Tbe farmer’s guide in liiring and stocking farms» (1770), «Rural
CEconomy» (1770), «Tbe farmer's lour llirough ihe Easl of England», 4 volú­
menes (1771): «The farmer's calendar» (1771), «Proposals lo ihe legislalure for
numbering llie people» (1771), «Política! essays concerning tbe present slate
of llie British Empire» (1772), «Observalions on llie present State of ihe
wasle lands of Greal Britain» (1773), «Política] Arithmelic» (primer vol., 1774;
segundo vol., 1779), «A tour in frcland, wilb general observalions on the present
State of thal kingdom», 2 volf. (1780); «The qucslion of wool truly slated» (1788),
«Travels in France, Italy and Spain during llie years 1787, 1788 y 1789», 2 v o ­
lú m e n e s (1790-1791), «Exemple o[ France a wtirning to Britain» (1793), «General
view of lite agriculture in tbe counly of Suffolk» (1794), «Id. in llre county of
bineoln» (1799), «Herifordshire» (1804», «Norfolk», 2 vols. (1801), «Essex», 2 vo­
lúmenes (1807), «Oxfordshire» (1809), «Tbe constilution safe wilhout reform»
(1795), «An idea of the present State of France» (1795), «National danger and
tbe means of safely» (1797), «An inquiry inln tbe State of the public mind
amongsl tbe loiver classes» (1798), «The question of scarcity plainly slaled»
(1800), tilnquiry inlo the propriely of applying wasle lands to the betler main-
tenance and support of tbe nour» (1801), «Essay on manares» (1804), «On the ad-
vanlages which llave resulted from the establishmer i of tbe Board of Agricultu­
re» (1809), «On tbe husbandry of tbe three celcbrated farmers, Bakewell, Arbuth-
not and Ducket» (1811), «Inquiry inlo the progressive valué of tbe money» (1812),
«Inquiry inlo tbe rise of prices in Europe» (1815).
1 A partir de 1794 el B o a r d o f A g r i c u l t u r e publicó una serie de informes
sobre el estado de la agricultura en las diferentes provincias. Estos informes,
en número de un centenar, son conocidos con el título general de A g r i c u l t u r a l
S u r v e y s . Entre las demás publicaciones del B o a r d citemos el notable G e n e r a l r e -
p o r t o n e n d o s a r e s (1808), redactado bajo la dirección de sir John Sinclair.
i Y recíprocamente, Inglaterra era considerada como un modelo por lodos
los que intentaban, hacia el fin del antiguo régimen, reformar la agricultura fran-
cosa. Allí se enviaba a los jóvenes a estudiar agronomía.
III: LA S M O D IFICA C IO N ES DE LA PROPIEDAD TUHRITORIAL 147

más de una vez la acción recíproca de estos dos grandes hechos con­
t e m p o r á n e o s P e r o por dispuestos que estuviesen a estimar la reforma
agrícola como una obra completamente reciente— olvidando un poco, a
veces, los esfuerzos de sus predecesores *— , no habrían cometido el
error de presentarla como una consecuencia del movimiento industrial.
Es solamente hacia el fin de su vida cuando han visto surgir del
suelo esas ciudades negras y populosas, cuyo empuje debía arruinar a
la agricultura inglesa mucho más de prisa todavia de lo que la había
enriquecido. El mismo progreso de la cria de ganado, evidentemente
estimulado por la demanda de los centros manufactureros, se explica
on sus comienzos por muy distintas razones. La causa principal que
durante mucho tiempo lo habia impedido, la dificultad de alimentar
a las ieses durante el invierno, había desaparecido. La guarda y el
cuidado de los rebaños exigen menos mano de obra que la mayoría
de los cultivos. Esto era bastante para tentar a un gran número de
granjeros, incluso en una época en que la carne se vendía aún a bajo
precio 1 *3. y en que su consumo permanecía relativamente escaso. Por lo
demás, ¿no había sido Inglaterra, desde tiempo inmemorial, un país de
pasturajes? L o que ella hacía ahora no era otra cosa que explotar de
nuevo y más activamente una de sus más antiguas riquezas.

V II

Ln aplicación de los métodos nuevos tropezaba con un obstáculo:


i'ltt la existencia de los open jields. I^a m ayoría de estos «campos sin
11 ii'iiihm» estaban muy mal cultivados: las tierras de labor agotadas,
a |iu»iii de los años de barbecho, por la alternancia monótona de las
itilaimm cosechas; los pasturajes, como abandonados a sí mismos, in-
viiilhlii» por el brezo y la aulaga. ¿Cómo hubiera podido ser de otra
mmuoiir fiada cultivador se encontraba sometido a la rutina común.
El mUlenm ilo rotación adoptado por toda la parroquia solo convenía a

1 Ai lililí Yiinng, en sus viajes, nunca deja de informarse sobre los talleres
y lilaMliHrna, lomn ñola de los salarios y los compara a los de los jornaleros,
tr/ltn da salín al la población industrial aumenta o disminuye en relación con la
poblaolóu ugi indo, etc.
3 Yot/ftfi iuciIIiíii en 1770: olla habido desde hace seis años más experiencia
y descubrimiento! y luiia buen sentido empleado en el avance de laagricultura
iplc en lo» cien afín» precedentes.» R u r a l C E c o n o m y , pág. 315.
3 Víase ItiiUKiia, Thcunld: H is t o r y o ¡ a g r i c u l t u r e a n d price.r i n E n g l a n d , VI,
2H4306 (osins lubina, que condenen documento» ustndisticoa de un gran valor, son
desgraciadamente iln un mam lo más incómodo posible). Véase también las indi­
caciones recogida» por Y ui -nc, Arlliur: N o r t h o ) E n g la n d , 111, 12, 170, 293-313;
F,ast o f E n g lo n d , IV, 311-20. lili 1770 el precio de In enrne de buey variaba, se­
gún las localidades, cune 2.5 y 3,5 peniques lo libra.
í

PARTE I : LOS ANTECEDENTES

ciertas tierras, y las demás tenían que soportarlo L Los rebaños se


alimentaban de yerbajos, y su promiscuidad daba lugar a epizootias 1 2.
En cuanto a las mejoras, quien hubiese intentado hacerlas se habría
arruinado. N o podía avenar sus campos sin el consentimiento y el
concurso de sus numerosos vecinos. Cada parcela, circunscrita a límites
fijos, era demasiado estrecha para que se la pudiese rastrillar en los
dos sentidos, como recomendaba Jethro Tull. Para escoger el tiempo
de la siembra, habría sido preciso empezar por abolir la costumbre
que hacía del o ven fie ld 3. durante varios meses del año, un apacen­
tadero común. Emprender cultivos inusitados, sembrar trébol allí donde
había cebada o centeno, no había ni que soñarlo. Añádase a esto la
extraordinaria complicación del sistema, las querellas, los procesos per­
petuos, que eran su consecuencia inevitable. El granjero de antaño,
para quien la agricultura no era más que una acupación tradicional,
aceptada como una herencia, y que le hacía v iv ir medianamente, podía
acomodarse a este sistema; para el granjero moderno, que considera
la agricultura como una empresa, y que calcula exactamente sus gastos
y sus beneficios, este derroche forzado por una parte, y por otra parte
esta imposibilidad material de hacer nada por acrecentar el rendimien­
to, son sencillamente intolerables. Es menester, por tanto, que el open
field desaparezca; y es por eso por lo que el movimiento de las e n d o -

1 «¿Qué sistema puede haber más bárbaro que aquel que obliga a todos los
granjeros de una parroquia, que ocupan propiedades cuyo suelo tal vez difiere
totalmente, a practicar una rotación idéntica?» General report on endosares,
pág. 219.
2 H omer, H .: An essay on the nature and method o¡ ascertaining the specific
shares of proprietors, etc., pág. 7. Sobre todos los inconvenientes del open field
system, véase J ohnson , A. H.: Disappearance of the small landowner, pági­
nas 96-97.
3 «¿Cómo un granjero, con todo el trabajo y la aplicación de que es capaz,
logrará efectuar la menor mejora en tanlo subsista el open field? Jamás vería
recompensados sus sacrificios; sus dispendios serían siempre superiores, en razón
de la dispersión de sus tierras, a lo que pudieran reportarle sus mejoras, si es que
tenía tiempo y guslo para emprenderlas. Está forzado a conformarse con la prác­
tica costosa de la labranza, incluso, si el valor del suelo es tal que cabría con­
vertirlo en buenos pasturajes, que reportarían más con diez veces menos gastos.»
Board of Agriculture, «A view ol the State of tbe agricullure in the country of
Rutland», págs. 31-32. Véase Gentlemans Magazine, año 1752, pág. 454; S ik c m ih ,
John: An address to the memhers of the Board of Agriculture, pág. 22; Journ. of
the House of Commons, XXV, 511; XXVII, 70; XXXVII, 71; XXXIX, 904, etc,;
T u c k e tt , J.: A history of the past and present State of the labouring population,
II, 395. Todos los inconvenientes del open field son muy bien analizados por
P r o th er o : English farming, págs. 154-56, quien analiza a este propósito los in­
formes de los corresponsales del Board of Agriculture (ídem,, págs. 226 y sgs.) y
concluye así: «La impresión que deja esta masa de testimonios es que el régimen
del open field y el enmarañamiento de tierras que de él resulta tienen para la
agricultura consecuencias desastrosas e irremediables.» Véase también J o h n s o n :
Disappearance of the small landowner, págs. 96-97, y G o nn er : Common land and
inclosure, págs. 308 y sgs.
Ilt : LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 149

sures, iniciado en el siglo xvi, se reanuda en el xvm, y esta vez para


no detenerse y a 1.
Entre las enclosures de los siglos xvi y XVII y las del xvm, hay una
diferencia esencial. Las primeras habían sido combatidas por el go­
bierno real; las otras, por el contrario, fueron protegidas y fomentadas
por el Parlam ento2. Bajo los Tudor y los Estuardos, la endosare,
cuando no es un acto de acaparamiento puro y simple, va precedida de j
un acuerdo entre todos los propietarios de una parroquia. Pero los po­
derosos tienen más de un medio para suprimir toda oposición: «L o s I
que querrían resistir son amenazados con procesos costosos, largos e j
inciertos; en otros casos, son objeto de persecuciones por parte de los
grandes propietarios, que hacen cavar fosos alrededor de sus propios .
dominios, obligándolos así a largos rodeos para dirigirse a sus tierras,
o que, por pura malicia, sueltan conejos o crían gansos en los terrenos
vecinos en detrimento de sus cosechas» 3. Los acuerdos, una vez regis­
trados en el Consejo de la Cancillería, se tornan ejecutorios sin otra
formalidad. En el siglo xvm, el método se perfecciona. Si no es posible
ohlcmer los consentimientos necesarios para concluir un acuerdo mutuo
(tleed o f mutual agreement), la autoridad pública puede intervenir1.
Todas las actas de endosare inscritas en el Statute Booh, sin excepción,
ow responden a otros tantos casos en que no se había adquirido la
iinmiimidad de los derechohabientes. Pero la acción legislativa no se
lumia en movimiento espontáneamente. Es aquí donde vamos a v e r a
íiiKhmr.in» y en provecho de quiénes se hacían las enclosures.
I'um m los grandes propietarios los primeros que emprendieron la
''•liliít u'ióii metódica de sus dominios según las reglas de la agricultura
imern |t!|on ellos los que soportaban más impacientemente las servi-
illitidmi'-, ilel open field. Y ellos serán, casi siempre, los que tomarán

' lit ilM.nl.' ni de Iris comunales es preconizada por las mismas razones. Véase
mi llill ni 'IMiiii I huí npnrecido en 1744 con el tirulo siguiente; . zf method humbly
i'ii'pui. ■/ fu thi (onatde rallón of the honourable the members of both Houses of
ftifr<(iii.<. uf h i mi intfUsh woollen manufacturer: «En ciertas partes de este reino
liar |+41 1■iv|ii itiiiiiitc* rispados incultos que si estuviesen divididos y cercados se
r lii|Vi1i|l|lii|i ni liiimimi fierras de labor y en buenos pastaderos.» La repartición
Cll lllll«« * In vi- ii Iii ilu ln« comunales, según el autor del folleto, debía reportar,
|nir lli iiU’ilu», t m111mui» de libras esterlinas; para animar a los compradores pro*
liitiihi iiiiii i t|i i u lo* qiio adquiriesen varios lotes un título de gentry (esquite
por lil i'illi|i|i| lie i |ii » lulos, caballero por cuatro, baronet por ocho).
* hiii'l Mili * In» |iili(H)(,’i loe epítetos más enérgicos, calificándolas de actos
iln niplhn, liu Intuí iiifiiiiilsinlii; «El progreso del siglo xvm consistió en que fue
In l«y inliotm lil i|ii<- su rmivli'Üó cu instrumento de expoliación.» Das ¡Capital,
fl.* oil,, 1, 714. Asm r.v, W. .1.: Introduction lo English economic history antl
thtory, II, nrci ióii !i(|, iiuit'iMiti que la eviccióii de los terrazgueros consuetudina-
dos piulo Inmerso sin vln|in liíu positiva de ningún (Wnt'lio reconocido,
11 (¡ONNl'.iu Qintimm lumia itnd rnchwtiea, luíg, .1112, O , I' iio t iie u o ; English.
fuiniing, págs. Ifil r¡'¿.
* lloMitu, l l.i /tu vaanr «ti the natura mui method of uscet taining the speci-
fte altares of proptietora, pág. 42,
ISO PARTE I : 1.0S ANTECEDENTES

la iniciativa de una petición al Parlamento, para solicitar un acta de


endosare *. De ordinario, empiezan por conferenciar entre sí para
elegir un altom ey a, encargado de llevar la operación desde el punto
de vista jurídico. Luego convocan a todos los propietarios en asamblea
general. En esta reunión no es la mayoría la que decide: los votos
cuentan en razón de las superficies poseídas. Para que la petición sea
aceptada, importa poco el número de signatarios; pero deben repre­
sentar las cuatro quintas partes de las tierras a cercar 3. Los que poseen
la última quinta parte son con frecuencia bastante numerosos, a veces
los más numerosos *. Se pueden citar peticiones firmadas por dos o
tres nombres, c incluso por uno solo; bien es verdad que son nombres
importantes, imponentes, acompañados de títulos que los recomiendan
a ln atención y a los miramientos del Parlamento *. Si el consenti­
miento de algunos pequeños propietarios es indispensable, se les pide
de tal manera que apenas pueden rehusarlo. Son los grandes personajes
de la localidad, el lord of the manor, el vicario, los gentilesbombres que
residen en sus tierras 6, los que van a solicitarlo, sin duda con un tono
de mando más bien que de ruego. Si el hombre se resiste, se le ame­
naza, y acaba por dar su firma, a reserva de retirarla en seguida 7 Por

1 Y ounc, A.: North o/ England, I. 222.


* Delegado, apoderado. (N. del T.)
3 IIomer, H.. ob. cit.. pág. 43.
4 En Quainton (Buckinghamshire). en 1801, hay 34 propietarios: 8 solicitan la
endosare. 22 la rechazan. 4 permanecen neutrales. Lo* 8 primeros pagan en con­
junto 203 libras, 5 chelines 113/4 peniques del impuesto territorial; los 22 opo­
nentes. 3‘> libras 12 chelines 6 1/4 peniques. O sea, para el primer grupo, una
media ilc 23 libras 8 chelines 3 peniques, y para el segundo una media de 1 libra
16 chelines por cabeza. Journ. of the House of Commons, LVI, 544. Véase
ibid., XX11T, 559.
5 Petición ile los condes de. Derby y de Aylos lord pura la aidosu.re de Me
riden (Warwickshire), Journ. oj the Honse of Commons, XXXIX, 904. Petición
del duque de Marlhorough para la endosara de Weslcote (Buckinghamsbire),
ibid., XXX, 56. II ammond , J. L. y B„ tiinn varios casos análogos: The village
labourer, pág. 43.
n La firma del lord of the manor era indispensable. Véase Homek, H.. obra
citada, pág. 43. He aquí el comienzo de un atestado que relata la presentación
de una de estas peticiones a la Cámara de los Comunes: «Una petición de
William Sutton y Edmnnd Bunling, gentileshombre*, lores del señorío de Faceby
en Cleveland, en el condado de York: William Deason, clérigo, vicario de la
iglesia parroquial del citado lugar, y sir William Foulis, baronet; Edward Wil-
son, Francia Topham y Matthew Duane, esquifes: John Richatson y David Bur­
lón, gentilcshombres: Margare! Allilee y Mary Allilec, viudas: siendo todos terraz­
gueros libres y propietarios de bienes raíces en el citado señorío, fue presentada
a la Cámara y leída...> Journ. of the House of Commons, XXV. 511.
7 Petición de varios cultivadores de Winfrith Newburgh (condado de Dor-
wt): «Algunos de los peticionarios han sido obligados, mediante amenazas, a
(intuir la petición que solicita un acta de endosare; mas después de reflexionar
y considerando la ruina inminente con que los amenaza la enclosure, solicitan
el portniso ríe retractar su aquiescencia aparente a la citada petición.» Journ. of
lint Ihitxv of Commons, XXXI, 5.39.
m : LAS m o d i f i c a c i o n e s de i * p r o p ie d a d t e h b it o b ia l 1S1

lo demás, es raro que se llegue a estos extremos; el campesino ni si­


quiera se atreve a manifestar su descontento; lo que teme, por encima
de todo, es nentrar en conflicto con sus superiores»
Una ves firmada la petición, se envía al Parlamento, Aquí empieza
una serie de íormalídades costosas: son los ricos propietarios los que
corren con sus gastos3. El Parlamento Ies es completamente adicto.
¿¿No está acaso compuesto de sus mandatarios, de sus amigos, de sus
parientes inclusive? 3. Los caudillos de la vieja aristocracia que ocu­
par asiento en la Cámara de los Lores, así como ios gentilcshombres pro­
vincianos que pueblan la Cámara de loa Comunes, son los representan--
tes de la gran propiedad. Con frecuencia, el bilí es preparado inmedia­
tamente, sin encuesta previa1. Si una encuesta está ordenada, casi
siempre termina en conclusiones conformes con los deseos de loa peti­
cionarios. Las contrapeticiones no tienen efecto más que en un solo caso:
es cuando también ellas emanan de ta clase poseedora y dirigente. Las
íeolwnndones del lord o f the manar, que cree no enajenar ninguno
de sus derechos anteriores, las del vicario, que pide una compensación
por sus diezmos, tienen probabilidades de ser acogidas favorablemen­
te Si una sola persona posee una quinta parte de la superficie a cer­
rar, «ii oposición basta para detenerlo lodo *. .Así, lo que los grandes
propietarios hacen solo los grandes propietarios pueden deshacerlo.
Se vota el acta de encíosnre. Aunque su texto sea, de ordinario, muy
largo y cargado de cláusulas complicadas no fija más que las condicio­
nes generales de la operación: solo sobre el terreno y en presencia de
lio iutortsados se pueden regular los detalles. Una tarea considerable,
v de lua más delicadas, queda por cumplir: es preciso ir al propio lugar

t iMiiiim.ln*¿. Si.: An inquiry ínlo tkv rrnjoni lar and ogfltVut enctosing the
opu» M ili, lilis*. 21-25.
1 VAiifci i't Informe sobre las tierras incultas (1800), Jou rn , o f th e H o m e o f
t hmihiiiih, IV , 392, l.os derechos parlamentarios ( p a ríio tn e n ta ty j e e s i exigí bles
p.ti «I lino <le mi m'tn ile en clo s ttre ascendían, por termino medio, a 50 libras
¿0 i Itclhii i llar ¿tur nfíartir los bono tonos de los solicitar s * y de los abogados, los
jpMlna i a111M 1 <I1 << |im el envió de testigos ante la comisión parlamentaria encargada
ilá 1* i-nt-iii ule elt JstigiSn I.ecky : H is l, o f th e X V H h h cen tu ry , VT, 199, el total
vih UIm «ñire HUI y ,VH> libras.
* IriwMmil», j I j ti (Ti'Unge loboiirtr, pág». 65-70) citan el caso del bilí
de lo Une de k ImT» .Sedjpnoor. presentado cu interé* de lord Bollngbroke y
¿omitido * do inoilti* dri que formaba parte su hermano lord St. Jotra.
* /muo nf the tfousr of Commons, XXV, 285. W-l; XXX. 56, etc.
’ í’elJf Ido did limpie de Hnn-rl y del alcalde de Stratford-on-Avon contra la
r mioma e de tliuileiy 1 1 mojado de Warwiek). Journ. of The Homo of Commons,
XXXM, ftlM 1!l hllt de pa r t illa r e es derogado. Ejemplos de enmiendas añadidas
*t bíit tinle la demanda ¿ti-l ¿icario, ibid., XXV, 236, y Xl.lll, 317. Algunas veces,
por el contrario, lo# jmiiiietario» *e quejan de que *p haya concedido al vicario
iinn eon)t>eti»a»-l(Íi) ilriim*ímlo grande; ibid,, Xt.V'III, 217 (petición de W. Willder
iiinUn In enfilante de Pemileiiiii, Won e*irr*biro).
“ Vininr., A.t A'rnth 0 } ¡ tulmuí, l, 223.
* Procurad orea, f N, drt T.) ’
u .n PARTE I : LOS ANTECEDENTES

pitra comprobar el estado de todas las propiedades, medir todas las


parcelas de tierra de que están compuestas,..¿stimar su renta, asi como
el valor relativo de los derechos ejercidos por cada uno sobre el co­
munal; a continuación, tomar todo el territorio de la parroquia, el
commonfield junto con el open field, y dividirlos en partes equivalentes
a los dominios parcelados que van a reemplazar; distribuir, si ha lugar,
indemnizaciones, prescribir y vigilar la instalación de los cercados que
en lo sucesivo separarán las propiedades, dirigir la ejecución de los
proyectos de interés general previstos por el acta como complemento de
la enclosure, trabajos de vías de comunicación, de drenaje, de rega­
dío En suma, se trata de operar, en la extensión de una parroquia,
una verdadera revolución; de apropiarse, por así decir, del suelo para
repartirlo entre los propietarios de una manera enteramente nueva y
que debe respetar, sin embargo, los derechos anteriores de cada uno.
Para proceder con toda equidad a este reparto, para evitar los errores
y la arbitrariedad, ¡qué cuidado minucioso, qué seguridad de evalua­
ción y también qué imparcialidad, qué desinterés perfecto no hubiese
hecho falta!
Estas funciones tan importantes y tan difíciles se confiaban a comi­
sarios, en número de tres, cinco o siete a. Para todo lo concerniente a
la enclosure, gozaban de poderes ilimitados. «Ejercen, dice Young, una
especie de despotismo. Son como un soberano absoluto, en cuyas manos
están todas las tierras de una parroquia y que las refunde y redistri­
buye a su capricho» 3. Durante mucho tiempo sus decisiones no tenían
apelación. Es, por tanto, un punto capital el saber quiénes eran estos
comisarios, de dónde venían, quién los nombraba. En principio sus
poderes dependían del Parlamento: sus nombres figuraban en el acta
de enclosure \ Pero como se trataba de cuestiones locales, en las que el
Parlamento se interesaba poco y no entendía nada, en realidad eran
designados por los signatarios de la petición. Es decir, que su elección,
como todo lo que la había precedido inmediatamente, estaba al arbi­
trio de los grandes propietarios. Aquí reaparecen una vez más los mis­
mos personajes: «E l lord o j the' mcmor, el rector y un pequeño número
de los principales commoners monopolizan y distribuyen los nombra­
mientos» 5. Escogen hombres de su devoción, a menos que prefieran par-1 5
4
3
2

1 Hom er, H.: An essay on th e n a lu r e an d m e th o d , etc., págs. 60. 99. 102.


S in c l a ir , sir John: G en eral rep o rt on th e p resen t S ta te o f w a s l e l a n d s (1800).
Jotirru of t h e H o u s e o f C o m m o n s , LV, 348.
2 Idem, i b í d . , pág. 43. B o a r d o f A g r i c u l t u r e , «General report on endosares»
(1808), pág. 72.
3 Y ounc , A.: N o r t h o f E n g l a n d , I, 226.
4 Así ocurrió al menos a partir de 1775. Véase J o u r n . o f t h e H o u s e o f
C o m m o n s , XXXV, 443.
5 Bjllingst. e y , J.: A g e n e r a l v i e u i o f t h e a g r i c u l t u r e i n t h e c o u n t y o f S o -
m c r s e t , pág. 42. Sir John Sinclair, que preparaba la ley de e n c l o s u r e (General
Wlomirc Bill) de 1796 e intentaba saber cómo sucedían las cosas en general,
III: LAS MODIFICACIONES DE LA PIIO t’ IEDAD TKIIRITOHIAI. 153

ticipar ellos personalmente 1. La omnipotencia de los comisarios es la


suya. ¿Será de extrañar que la hayan usado en su provecho? 8
El abuso era tan visible, que los partidarios más decididos de las
endosares y los menos sospechosos de hostilidad hacia la gran propie­
dad lo han denunciado enérgicamente. Aithur Young pedía en 1770 que
los comisarios fuesen elegidos por una asamblea de todos los propieta­
rios y responsables ante los tribunales 3. Por lo demás, su protesta no
fue escuchada: hasta 1801, fecha en que se promulgó una ley general
destinada a fija r de una manera definitiva las disposiciones comunes a
lodas las actas de enclosure*. no se tomaron medidas para impedir las
injusticias demasiado irritantes. Se dispuso la prohibición de las fun­
ciones de comisario «al señor, a los intendentes, arrendatarios o agentes
nctnalmente a su servicio o que lo hayan dejado desde hace menos de
tres años, así como a toda persona, propietaria o no, que esté en pose­
sión de cualesquiera derechos sobre las tierras sometidas a la en dosa -
re» n. Los comisarios se atuvieron desde entonces a recibir todas las
roclnmnciones y a inscribirlas en sus atestados. P or último, toda perso­
na que se juzgase perjudicada tenía el derecho de apelar de la decisión
de los comisarios en las sesiones trimestrales de la justicia de paz ( Q uar-
trr ,lesslons) G. Estas prescripciones tardías permiten adivinar las expo­
liaciones cometidas impunemente durante un siglo.

<**iirlliln: *iEl resultado probable es el nombramiento de uno de los comisarios


jim el lo r d o f the m e n o r ; de otro, por el titular del diezmo, y del tercero, por
lux propietarios que detentan la mayor parle del valor de las tierras.» A n n a ls o ¡
Ifif/r n/titre, XXII, 76.
I R e p o rt re s p e c tin g th e persons to be a p p o in te d com m is s io n ers in b ilis o f eiu
l*m tff, |]|ÍK. 4 (1801).
■' l'btlrh los autores que han estudiado las e n closu res los comisarios han en-
. .mli tilín iliifuusores: «En cuanto al establecimiento de las enclosures y a las
din Mniii'i; ilis los comisiones, no parece que, en conjunto, haya lugar a lanzar
llIllfdlllH riotlMiLolón de parcialidad contra tal o cual clase de participantes. El
tntliil|il iiiLl'xnn linliüi'se hecho con honradez, si no siempre con competencia, y,
• ii xIllllM, i illl mili i liorna fe.» Gonner, ob. cit-, pág. 76. «A pesar de algunos errores
* iilliuil I iiviii lilmim, lio hay razón para pensar que los comisarios hayan mostrado
|.i (,|i. im (MIi liilldml que, a menudo, les ha sido imputada; en una palabra,
lllcli l i ill >ii iiiilutln honrada e imparcialmente.» Curtler, ob. cit., pág. 159. No
1 1 1iml >1 11 1 . litiNNHt infinito que «hubo muchos asuntos mal resueltos y mucha arbitra-
111*111)11 on lu til 1111 11 1 iIb dorios comisarios». Añade que «los repartos, en su conjunto,
•■ •liivlmiii mu 11111111 "* non Iob derechos legales»; ahora bien, la supresión sin com-
( iiiiiiiii liln ilii lliilri lu que no estuviese fundado en títulos escritos ocasionaba gra­
vo» |i*u illilu» (lili1» o| |iri|iii'ñn cultivador: «Quitad a las pequeñas fincas las ven­
idla» i'iimiinillii V I"1» vitról» arruinadas de arriba abajo.» (In q u i r y in to th e ad-
f'WlhtjfiM Íiuií i/mo/lrridrl/t/rM re s n ltin g /ro m lite f íi l ls o j E n clo s u re s , 1780.)
* Viiuriu A ■ Ntll th of EnglrmtL I, 232.
* <11 Cnm |l| , lOO.
* l ic p o r l iiupHi lln g ilw persons to ba u P tio in te d corm nis.uoners, pág, 4.
II SiNftUtii, »lt liilin t iilhipoil on llio nimio o( wimle liiiitlu. .loi.im. of the Hou-
«* of (litnirmiiis, liV, Íl!l8l ulteporl frnin llio Coiiimllieo nppninled lo amend the
■ intiillng nrrlrr»,,, isuprirlliig llm billa ni rnslniutn» (1801), Jtnirn. of the House of
l.'ormiwns, I,VI, 663, 1
154 PARTE I : LOS ANTECEDENTES

V III

El pequeño cultivador, para quien su campo no es un capital, sfno


un sustento, asiste como espectador impotente a esta transformación en
la que están en juego la conservación de su propiedad y las condiciones
mismas de su existencia. No puede impedir a los comisarios el reservar
las mejores tierras a los que son más ricos que él. Se ve forzado a
aceptar el lote que se le asigna, incluso si no lo juzga equivalente al
que poseía antes. Pierde sus derechos sobre el comunal, dividido desde
ahora; bien es verdad que se le atribuye una parte de esta tierra co­
mún; pero se le mide en proporción con el número de animales que
envía a pastar al páramo del señor. En fin, una vez más el que más te­
nía es el que más recibe. Y ya en posesión de su nueva propiedad, es
preciso que el yeoman la rodee de setos, lo que le cuesta trabajo y di­
nero. Es preciso que pague su cuota de los gastos generales de la en­
dosare. a menudo muy considerables \ Es imposible que no salga de
aquí empobrecido, cuando no endeudado 1 2.
En cuanto al cottager, el jornalero que, por tolerancia 3, vivía en el
comunal, en donde recogía madera y criaba quizá una vaca lechera,
todo lo que creía poseer se le quitaba de golpe. Ni siquiera tenia el de­
recho de quejarse, porque después de todo el comunal era una propie­
dad ajena. «Pretender que se roba a los pobres, exclamaba con voz
unánime la clase poseedora, es anticipar un argumento falaz; no tienen
titulo legal para d disfrute de los común-ales» 4. Sin duda, pero hasta
entonces se beneficiaban de una situación de hecho, consagrada por un

1 La cifra de 2.000 libras era considerada como una media. Véase G e n e r a l


r e p o r t o n e n e l o s u r e s , págs. 331-34. De acuerdo con Y ounc, A.: A s i x m o n t h s ’
to u r th r o u g h th e n o rth o [ E n g la n d , I, 230, I0 9 dispendios de la operación tenían
que repartirse con frecuencia entre seis y siete años.
2 Á u d in g t o n , St . : A n i n q u i r y i n t o t h e r e a s o n s j o r a n d a g a i n s t . e n c l o s i n g t h e
o p e n f i e l d , pág. 35. Sobre el peso de los gastos impuestos por la e n d o s a r e al
pequeño propietario, véase P r o t o e r o : E n g l i s h f a r m i n g , pág. 251; IIammonh,
J. L. y B.: T r e v i l l a g e l a b o u r e r , pág. 97; Gonnek: C o m m o n l a n d a n d i n c l o s n r e ,
pág. 373; E l ia s c h e w i t s c ii : D i e B e w e g n n g z u g u n s l e n d e r k l e i n e n l a n d w i r l s c h a f -
t l i c h e n G ü t e r i n E n g l a n d , pág. 58.
3 Marx se equivoca cuando escribe; «Sir F. M. Edén, en su defensa astuta,
intenta presentar la propiedad comunal como un dominio privado de los grandes
propietarios, sucesores de los feudales; pero se refuta a sí mismo al pedir que
el Parlamento vote un estatuto general sancionando la división de los comunales.
No solo confiesa con ello que para transformarlo en propiedad privada sería me­
nester un golpe de Estado del Parlamento, sino que pide al legislador una in­
demnización para los pobres expropiados.» D a s K a p i i a l , I, 749. 1.' El acta gene­
ral de e n d o s a r e no estaba destinada en modo alguno a sancionar la división de
los comunales, sino a unificar su procedimiento; 2.", la indemnización otorgada
en compensación de un goce consuetudinario no implica el reconocimiento de
un derecho propiamente dicho. Marx parece haberse hecho del régimen de los
comunales ingleses una concepción poco conforme con la realidad.
3 Iloui/roN, Matthew: ..Carla a lord Ilawkesbury, 7 de abril de 1790, citada
H l: LAS MODIFICACIONES DE LA PKOHEDAD TU ltltlTO iltAL 155

largo uso. Se ha sostenido que las ventajas de esta situación se reducían


a muy poca cosa y que su pérdida no podía disminuir sensiblemente
el bienestar de los cotfagers 1. La ley, sin embargo, parecía reconocer
la gravedad del daño que se les hacía: Un acta de 1757 prescribía a
los comisarios de las endosares entregar ciertas indemnizaciones a los
administradores de la ley de los pobres «a fin de socorrer a los indi­
gentes en la parroquia donde se encontraban las tierras baldías, bosques
v apacentaderos comunales sometidos a la endosaren 2. Era admitir
implícitamente que la división del comunal producía indigentes. A veces
se iba más lejos: se conservaba para uso de los habitantes más pobres
de la parroquia, de los cottagers sin propiedad, un trozo de tierra indi­
visa 3 o, por el contrario, se les distribuían pequeños lotes para que
ulimentasen en ellos a su miserable ganado4. Compensaciones raramen­
te concedidas® y por lo demás ilusorias: los lotes así distribuidos eran
tan exiguos, tan insuficientes, que los campesinos aprovechaban la pri­
mera ocasión de deshacerse de ellos a cambio de un poco de dinero.
Y esta ocasión no se hacía esperar.
Porque una vez terminada la endosare, asignadas las partes, plan-
indos los setos alrededor de cada tierra, todavía no ha terminado todo,
bos grandes propietarios no han sacado aún de la operación toda la
«minucia con la que cuentan. Después de haber consolidado su dominio,

|mi Smi i.I'.s, S.: The lives of Boulton and Watt, pág. 168. Véase IlOMEit, B., obra
ilhidit, púg. 23.
1 ni,as ventajas que los pobres cottagers obtienen de los comunales son más
'Mitin tiles que reales. En lugar de dedicarse a un trabajo regular que les propor-
i lultm la el medio de comprar lo necesario para calentarse, dedican su tiempo
ti itinijiof algunos trozos de leña... Uno o dos cerdos enflaquecidos, con algunos
KMli'ii* vagabundos... los pagan demasiado caros con el tiempo y los cuidados
tllli- i lli'ilim y el exceso de comida que aún es preciso comprarles.» Edén, F. M .:
Síid» t i l the poor, I, xix. Según C uktlek (The endosare and redistribution o¡
n n t /mu/ pág, 228), había tres categorías de personas «cuya suerte estaba hasta
lili liiliilu ligada a sus derechos comunales, que la pérdida de estos derechos fue
tutu dt> la* i'iiiiwis de la gran disminución de su número». Eran: l.°, jornaleros
qili i ii Ii IviiIiiiii muy pequeñas haciendas de las que eran propietarios o terrazgue-
niili 'J \ iji'iihi'Iíuh arrendatarios que culiivaban su finca solamente con ayuda de
mi lintillliií 11,‘ i la» pequeños yeomen que explotaban fincas de menos de cien
iu'I'u». da lil» que man propietarios. Cf. EliasChEWItsch: Die Bewegung zugunsten
di'l khhiett lailihtiirlxrhaltlichen Güler in England, púg. 46.
* íll lian. II, l!. 11.
-1 Vi'ilm- 1 1 ni tu de enclosnre de la parroquia de Walton-upon-Thames y del
«núiiifq do Wiilli.ii l.ei(<h (Surrey), 40 Geo. III, Local and personal public Acts,
o. fifi, Tmlti proaunii que ocupe un cotia ge de un alquiler máximo de 5 libras
gu/.ftrá da llaitu» i enervo, las con derecho de pasto, derecho de cortar madera, etc.
Huía» ticrnin dfliíun I mu prender una superficie de 260 acres.
* Eli loy d « IHIII ( l l Gen. III, c. 109) prevé la formación de allolmenls de
,'Hiu especio (mi, 111),
5 «llttrimu'itln «e loa concede una compensación cualquiera. El propietario,
que no conoce má» que *li ¡uleros, no deja de hacer observar que no tiene ningún
derecho a las vciilnjna de quo lian gozado anteriormente, que solo han tenido el
permiso de gnznr do t'llim como de un favor.» II omku, H„ oh. cit., pág. 23.
156 PARTE l : LOS ANTECEDENTES

traían de redondearlo, y cuando ya no queda nada que coger, entonces


compran. Unos quieren aumentar la extensión de sus campos cultiva­
dos o de sus dehesas; otros piensan en agrandar sus parques de recreo
y sus terrenos de caza 1; algunos adquieren las cabañas que rodean sus
castillos únicamente para demolerlas y porque no les gusta la vecindad
de los pobres» *. Y al lado de los que ya son grandes propietarios están
los que aspiran a serlo, los comerciantes, los financieros y más tarde
los manufactureros. El momento es favorable. La transformación de las
propiedades ha producido una fluctuación en las filas de la clase más
estrechamente, más fielmente vinculada al suelo. El yeom an, honrado,
laborioso, pero rutinario, poco previsor, encerrado en un horizonte li­
mitado, se siente desorientado por los cambios que se realizan en su
derredor, amenazado por la competencia temible de las empresas agrí­
colas dirigidas según los métodos modernos. O bien porque se desalien­
ta o bien porque prefiere buscar fortuna en otras partes, se deja tentar
y vende su tierra s-
Casi en todas partes el cercamiento de los open fields y la división
de los comunales han tenido como consecuencia la venta de un gran
número de propiedades. Las endosares y el «acaparamiento de las fin ­
cas» son dos hechos que los contemporáneos consideran como insepara­
bles, ya se trate de atacarlos o de defenderlos. Por lo demás, este aca­
paramiento no es siempre el resultado de la enclosure: a veces, por el
contrario, la precede145
*3. ¿Pero qué importa que sea su consecuencia o su
motivo y su meta? Lo que es cierto es que el número de fincas disminu­
yó mucho en la segunda mitad del siglo xvut. Tal pueblo del condado
de Dorset, que en 1780 contaba todavía unas treinta, se hallaba quince
años después repartido entre dos explotaciones; en tal otra parroquia
de Hertfordshire, tres propietarios habían reunido entre sus manos 24
fincas, de una superficie de 50 a 150 acres®. Un apologista de las en -
clomres, poco inclinado a exagerar sus malos resultados, evalúa el nú-

1 El conde de Dorchester, después de haber comprado toda la parroquia de


Abbey Milton (Dorsetshire), arrasa el pueblo y hace cavar un vivero de peces
en su emplazamiento. Edén, F. M.: State o/ the poor, II, 148.
3 W enueborn, F. A.: A vicio of England lotoards the cióse of the XV lllth
century, II, 287.
3 «El intendente no dejará de informarse cuidadosamente de la disposición
de los terrazgueros libres para vender sus tierras. Deberá esforzarse en adquirir­
las en las condiciones más razonables posibles para la conveniencia y la ventaja
de su amo.» L aurence , E.: The duty of a steutard to his lord, pág. 36 (1727).
Véanse las conclusiones de Slater , G.: The English peasantry and the enclosure
of common fields, y II asback : Die englischen Landarbeiter in den letzten hun­
den Jahren und die Einhegungen, págs. 110-11.
4 Según C ray , H. L.: «Yeoman farnúng in Oxfordshire from the XVIth cen­
tury to the XIXth» (Quarterly Journal of Economics, XXIV, 293), este último
caso habría sido el más frecuente.
5 Pueblo de Durweston. Edén, F. M.: State of the poor, 11, 148; W ric.ht, Th.:
A short address on the monopoly of small farms, págs. 3-5.
U I: LAS MODIFICACIONES DE L A PROPtEOAU t e r r it o r ia l 137

mero de pequeñas fincas absorbidas por las grandes entre 1740 y 1788,
en una media de cuatro a cinco por parroquia, o sea para el conjunto
del reino, un total de 40 a 50.000 '. H e ahí el hecho esencial, mucho
más importante seguramente que la división de los comunales, aun
cuando haya agitado mucho menos a la opinión contemporánea. Se rea­
liza mediante una multitud de transacciones privadas, sin ruido, sin que
el Parlamento ni las autoridades locales tengan que ocuparse de ello;
pasa, por decirlo así, inadvertido. Pero es, en realidad, la meta final
hacia la que tienden los esfuerzos de los grandes propietarios; las en-
closures, con todo el aparato legal de que están rodeadas, apenas son
sino el medio de forzar a los cultivadores a vender sus tierras o el de
explotar los dominios agrandados por adquisiciones recientes. Cuarenta
o cincuenta mil fincas menos en cincuenta años; esta cifra, que no pa­
rece exagerada, muestra cuán profundas han sido las modificaciones
experimentadas por la propiedad territorial en el curso de ese me­
dio siglo.
Bien es verdad que la desaparición de una finca no corresponde ne­
cesariamente a la de una propiedad: lo que se ha llamado engrossing
of farm s es a menudo la reunión de pequeñas fincas de un mismo do­
minio en fincas más extensas 1 2. Pero este cambio es por sí solo una re­
volución, porque acarrea variaciones profundas en la naturaleza de la
explotación y el empleo de la mano de obra.
Durante los dos primeros tercios del siglo x vn i el retroceso del pe­
queño cultivo va seguido, como en tiempos de los Tudor, por la exten-
*li’m ilc los pasturajes 3. Arthur Young, en sus Cartas de un granjero
rioi itns en 1767. hace constar oue una granja ganadera cuesta menos
immn de obra que una granja agrícola y produce más4. Un gran nú-
nii’ii) do condados, donde el laboreo se habia mantenido, pese a las
etudiuun es de los períodos precedentes, cambian entonces de fisonomía.
Itl rnmlndn de Leicester, famoso en otro tiempo por sus abundantes

1 llowir.ri. J.: The insufficiency of the causes to which the i arrease of the
/ifiiil hiuI tif the poor rafes have been commonly ascribed, pág. 42. El acapara-
iiilanln ile lea finolis fue alentado, a partir de 1765, por la recompensa que ofre-
of» i'l ulni ile prrrinB de los cereales. Véase L e v y , II.: Large and small Holdings,
|.4lí. II).
* Véuan llAalMrll. ob. cit., págs. 36-37. Después de una «encuesta bastante
arria en nienln n ln relación entre la enclosure y la consolidación*, y aun con­
cluyendo ((lio «I» enclosure no iba seguida necesariamente de la absorción de las
liequrfina IInoasa, II. A. Johnson admite «que tal fue. con frecuencia has­
ta I7B5 aproximadamente, el resultado de las endosares». ( Disappearance of the
small landnunter, tiAct. 147). Es uno de los deberes del intendente, según L vwrence.
i-1 irnhnjnr en la nltsorric'ín de las pequeñas fincas por las grandes: «El inten­
dente debe esforzarle en unir a las grandes fincas las pequeñas haciendas arren­
dadas a personan liiillgmlos.» I.awrence, E„ ob. cit., págs. 35.
3 Véase PnoiTimu: Fnglisk jarming, pág. 168. J ohnson, A. H,: Disappea­
rance of the stnall ItuglOmnt'f, pág. 98. H asbaciI: Dio engtischen Landarbe'uer,
pág. 39-
1 Youiw, A.: The Jarmer’s letters, pág. 95.
16» PARTE I: LO S ANTECEDENTES

mieses, hacia finales del siglo está casi enteramente cubierto de praderas
artificiales; más de la mitad del condado de Derby, las tres cuartas
partes del condado de Chester y otras tantas del condado de Lancaster,
son herbazales l . A partir de 1765, aproximadamente, el alza de los pre­
cios favorece el cultivo de los cereales, y el movimiento de transforma­
ción de las tierras de labor en pasturajes se modera 1 2. Pero aun cuando
la producción del trigo o de la avena requiera más mano de obra que
la cría del carnero, el número total de trabajadores agrícolas se halla,
en todo caso, disminuido. ¿No es esa una de las economías esenciales
que la reunión de las parcelas dispersas en el antiguo open field y el
acaparamiento de las fincas habían procurado precisamente realizar? 3
Las actas de enclosure encontraron poca oposición efectiva: ya sa­
bemos por qué. Los que más tenían que quejarse apenas osaban levan­
tar la voz. Si se arriesgaban a reclamar, a apelar a la equidad del Par­
lamento, sus gestiones casi no podían tener otro resultado que vanos
dispendios, derechos de notaría, gastos de tasación pericial, honorarios
de solicitors y de abogados. A menudo se limitaban a negar su firm a en
la petición redactada por los grandes propietarios sus vecinos, y toda­
vía se apresuraban a declarar que no lo hacían por oposición 4. Rasgo
a la vez cómico y triste, donde se reconocía el temblor eterno del cam­
pesino doblando el espinazo, habituado a recibir los golpes, incluso en

1 A i Kin , J.: A description oj the country round Manchester, págs. 18, 44..
69-70; E dén, F. M .: State oj the poor, II, 531; P ilk in c to n , W .: A view oj the
present State oj Derbyshire, I, 301.
2 Véase L evy , H.: Die Entstehung und Rückgang des landwirtschajtlichen
Grossbetriebes, pág. 18. P rothero : English jarming, pág. 168. «Los beneficios
eran tan grandes y tan rápidos, lo mismo para los propietarios que para los te­
rrazgueros, que las demás cosechas no solo fueron reducidas, sino, en cierto modo,
sacrificadas, con el propósito de recoger las grandes ventajas de una producción
acrecentada de cereales. Con este objeto, los cultivadores transformaron en cam­
po hasta el más pequeño rincón de sus tierras, y el mismo cottager, renunciando
a su único cordero, trabajó su pobre huerto.» ( An enquiry into the advantages and
disadvantages resulting ¡rom the bilis oj enclosure, 1780, pág. 23.) La impre­
sión que trasunta este texto era muy exagerada, pues el examen de las cifras
citadas en el General Report on Endosares, publicado por el Board oj Agricul-
ture (págs. 229-31 y 232-52), muestra, entre 1760 y 1800, una ligera disminución
de la superficie cultivada de trigo (unos 10.000 acres). E liaschewitsch (D ie Be-
ivegung zugumten der kleinen landwirtschajlichen Güter in England, págs. 23
y sigs.) señala que, por lo demás, este alza, entre 1760 y 1793, aprovechó tanto
a la cría de ganado como a la agricultura. Mediante una serie de textos, esta­
blece (págs. 34 y sigs.) contra H. Levy, que las endosares del siglo XVIII, en
su conjunto, han tenido como efecto la extensión de los pasturajes, y cita en
apoyo el General Report on Inclosures de 1808: «Que eso sea un hecho, nadie
puede ni debe negarlo.»
3 Sir John Sinclair lo reconocía: «En cuanto al efecto de las enclosures
sobre la población, muestra ciertamente una tendencia a la disminución del nú­
mero de obreros agrícolas.» Citado por WtTr B ow d en : Industrial Society in
England towards the end oj the X VIlIth century, pág. 241.
4 Los hechos de este género son muy frecuentes. Véase, p. ej., Journ. oj
the House oj Commons, X X X , 607, 608, 613, etc.
III: LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TF.llIUTORIAL 159

la libre Inglaterra. Las protestas formales eran, pues, bastante raras.


Sin embargo, nos han llegado algunas: unas veces atacan el principio
mismo de la enclosure, «muy perjudicial para los peticionarios, y que
tiende a arruinar a un gran número de ellos, sobre todo a los más po­
bres» 1 ; otras veces denuncian su ejecución, «cuya parcialidad e injus­
ticia son dañosas para los infrascritos en particular, y para la sociedad
en general» 2. A partir de 1760 tales protestas se van haciendo más
frecuentes y más enérgicas. A veces la ira contenida de los campos
estalla en violencias repentinas. En ciertas parroquias el anuncio de la
enclosure provoca motines. N o se pueden fija r los avisos legales en la
puerta de las iglesias «a causa de la obstrucción hecha en varias ocasio­
nes por las masas tumultuosas, que impiden su colocación a viva fuer­
za». El alguacil encargado de ello se encuentra en presencia de grupos
amenazadores armados de palos y de horcas: en una aldea de Suffolk,
durante tres domingos seguidos, le arrancaron sus carteles, le arrojaron
n un foso y le apedrearon 3.
Esta resistencia, cuya timidez habitual desmienten tales incidentes,
podía no tener otra causa que el temor instintivo del cambio. Mas he aquí
que toda una literatura viene a apoyarla con razones y hechos4. En ella
so muestra que las enclosures tienen por resultado el acaparamiento
ilol suelo por los njás ricos, se les atribuyen todos los males de la época,
el elevado precio de los géneros de primera necesidad, la desmoraliza­
ción de las clases inferiores y la agravación de la miseria. «N o es raro
ver a cuatro o cinco ricos ganaderos adueñarse de toda una parroquia
lineo poco dividida entre 30 ó 40 granjeros y otros tantos pequeños te-
i i (^Hileros o pequeños propietarios: todos estos se encuentran de golpe
ím i ojmlos de su hogar, y al mismo tiempo otro gran número de familias
que dependían casi únicamente de ellos para su trabajo y su subsistencia,
In» dti lúa herreros, carpinteros, aperadores y otros artesanos y gente
de ulti'ln, híii contar los jornaleros y los gañanes» 5. No solo el pequeño

1 ,/ifUIU, oj the House oj Commons, X X V III, 1031; XXIX, 563 y 612;


XX \l , filio.
“ Idem, X X X I I I , 459.
1 i/ilUPIi nj Ihtt House oj Commons, LVJ, 333; LVJII, 387. Loa carteles que
diilliiii nvllu n Ini Interesados de que el bilí de enclosure iba a pasar al Parla-
mi III» di'lihll* lluimi’nii públicos con varias semanas de antelación. (Véase ibíd.,
XXXV, lili)
1 I ni lllllllnlri'it ilcl British Museum contiene una colección muy rica de fo-
llcMiii milucl lili t m d u s i i r c x : son particularmente numerosos desde 1780 a 1790.
lid tiqiil Ini llliilni il» algunas entre las más interesantes: An inquiry into the
titlutmtnMiis ntul dhittdtmtimgcs resulting jrom the bilis oj enclosure (1780); 06-
nm>Hlluti,i on tt pimi/iMc! cntitled: «An inquiry into the advantages, etc.» (1781);
-I iioliUcttl hiqitliY hito the. consequences o j enclosing waste lands (1785); Car-
tni v nonruhtt n/ioti tmt'ltisttrrs, showing the pernicious and destructive consequen-
<||.V oj vntdosing tititmltm jichis (1786). British Museum, T. 1950.
’* AnuirvCroN, Sii'plitíii: Alt inquiry into the rcasons jor and against inclos-
¡0)1 thr open- fiel di, pilu. Bit, 1
ItlO PARTE I : LOS ANTECEDENTES

propietario cesa de poseer y cae, a menos que emigre, en la condición


de labourer *, no solo el cotíager es expulsado del comunal1 2. sino que
las grandes explotaciones emplean relativamente poco personal y falta
el trabajo a los labradores 3*. Así los campos se despueblan. «Se demue­
len las fincas o se las deja convertirse en ruinas, y en su lugar no que­
da más que un troje. Los pueblos pierden sus habitantes)' El eco de
estas quejas y de estos reproches trasparece eii la poesia de Goldsmith
»E1 pueblo abandonado».
«Pueblo apacible y sonriente, el más delicioso de la llanura, — Tus
juegos han huido, tus encantos se han marchado; — Sobre tus sotos
gravita una mano tiránica. — Y tu desolación enluta todo su verdor.— Un
solo dueño te usurpa por completo — ...Y temblorosos, retrocediendo
ante el expoliador,— Tus hijos abandonan el país y se van lejos, muy
le jo s ...— ¿Pues dónde podrá ol pobre refugiarse— Para escapar a la
dominación de un vecino orgulloso? — Si, apartándose a los confines
del comunal, donde no se alza ninguna barrera— Conduce su rebaño a
ramonear la yerba diseminada,— L os ricos se reparten entre sí esta tie­
rra sin cercado,— Y’ hasta el comunal de suelo inculto le está cerra­
d o ...— Am igos de la verdad, estadistas que veis — A l rico acrecentar
su poderío, y el pueblo perece de miseria, — A vosotros corresponde juz­
gar la diferencia — Entre un país espléndido y un país feliz. — Es una
nación que va mal, y a la que amenazan peligros inmediatos — Aquella
en que el dinero se acumula, mientras los hombres desaparecen. — Que
los príncipes y los señores prosperen o declinen, — Bastará con un so­
plo para crear otros, como un soplo ha creado estos; — Pero una raza
de intrépidos campesinos, orgullo de su país, — Una vez destruida, ya
no se vuelve a encontrar» 5.
Las endosares también tienen sus apologistas, que insisten sobre

1 Peón, bracero. (N. del T.)


2 El efecto de la enclosure sobro las diferentes clases tle ocupantes del co­
munal está bien descrito por Hashach: English agricullural labourer, pág. 107.
3 El perfeccionamiento de los procedimientos de cultivo tendía al mismo
resultado: «Hace cuarenta años, un arado era tirado por cuatro caballos y con­
ducirlo flor dos hombres o, por lo menos, por un hombre y un niño. Ahora, en
toda la extensión del condado, un arado ocupa a un hombre y dos caballos,
sin conduCLor, y en lo que a mí se me alcanza, el hombre y los dos caballos
hacen tanta tarea como los dos hombres y los cuatro caballos de antaño.»
G. B uchan Hepbürn: A general vieut o/ the agricidture in East Lothian (1794),
página 111.
1 An inquiry inío ihe causes of the present higk priee o¡ provisions (1767),
pág. 114. Véase Davtes, David: The case of the labourers in husbandry (1795),
pág». 35-36; Gentleman's Magazine, LXXI, 809.
5 G o ld sm it r , Oliver: The deserted villagc (1770), versos 35, 64, 265-82 y
303-08. Es difícil creer que estos versos no hayan sido inspirados por el espec-
tácnlo de las enclosures; sin embargo, se ha sostenido tal parecer: «Los pue-
blus abandonados—escribía en 1800 F. Morton Edén—solo se hallan hoy día en
]«* ficciones de los poetas.» An estímate of the ntimber of inhabitanls of Great
III: LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 161

sus incontestables ventajas 1, y se esfuerzan en demostrar que la ma­


yoría de las ruindades de que se las acusa son imaginarias. Los más
convencidos son los agrónomos, para quienes la repartición del suelo
importa mucho menos que su productividad. A su manera de ver. un
argumento predomina sobre todos los demás: las grandes explotaciones
son las más favorables para los progresos de la agricultura teórica y
práctica. Arthur You ng compara ias grandes fincas a los grandes talle­
res, y después de haber citado el texto famoso de Adam Smitli sobre la
fabricación de alfileres añade: «L a agricultura no admite una división
del trabajo tan rigurosa, porque es imposible que un hombre pase toda
su vida sembrando, otro arando, otro haciendo setos, otro escardando
y así sucesivamente. Pero cuanto más se aproxime a este estado de co­
sas tanto mejor será. Ahora bien: la división del trabajo no puedo tener
lugar más que en una gran finca: en una pequeña el mismo hombre
es pastor, vaquero, labrador y sembrador. Cambia su género de trabajo
y el objeto de su atención diez veces en un solo día, y por ende no ad­
quiere ninguna aptitud especia] para ningún trabajo particular» 3. Las
tierras de los yeom en están mal cultivadas, son «la morada de la rutina
v de la miseria» 3. El gran propietario tiene más inteligencia, más ini­
ciativa y sobre todo tiene medios de hacer experiencias, de intentar me­
joras más o menos costosas. En donde quiera que han tenido lugar las
i'nclosures y se han constituido grandes empresas agrícolas, la renta te-
ifitorial ha aumentado4: argumento perentorio a los ojos de estos agró­
nomos que son al mismo tiempo economistas, y para quienes los hom-

Hrítain muí Ireland, pág. 49. «Se ha oído al propio docior Goldsmith confesar
•Iiic mi pueblo abandonado no era más que una ficción poética.» (Gendeman’s
M a g u tin e , LXX, 1175.) Es posible que Goldsmilb no haya querido describir el
un»» piirl¡ciliar de tal o cual pueblo real; ¡isro los términos que emplea son
ilutuimliiclii precisos y concuerdan demasiado bien con los huellos que conocemos
pin nlniN piules, para que se pueda considerar el P u e b lo abandonado como una
nhi il iln pum imaginación. Y para nosotros, si no es el documento de un hecho,
un Mi mi IIUM el diicumento de una opinión.
1 t un lililí (The endosare and rediuribulion of our (and, púgs. 182-226)
iituiinii- |p|> i iiMi'lusioncs de los informes de! Board o¡ Agricuhure sobre los re-
-iiIiiiiIuh nuilnmltut il<: las enclosures: «Sobre dos puntos son decisivos los testi-
niiiuliiM i'Alulitei ru que las ventajas de las enclosures «on indiscutibles y que
Isa il" lila iiiiuimuld» están mucho más que compensadas por sus inconvenien-
m« . Id i iiinnlinl mi el residuo de un estado primitivo de la agricultura, cuyo
pilnrlpnl Inlorfl* Imilla desaparecido...!
■ Yiiiinl, AiiIiiiit On the sise of farms. GeórgicaI Essays. IV. 56465. Véase
The InrmePi In tu í, pág. 56.
* Idem, Oii the tito of farms. pág. 560.
4 lliiraAiu, (Y A general view of the agrirtilltire In the counly of Pem-
Itutkr, pág. 211 Yni'wr,, A: Southern connties, pág. 22: «En las inmediaciones
lie Hialmli's llnrloii tu encuentra uno de los t>/>m ¡¡chis mÚB csuraordinarios
mu que jamás huyii tupiido: cuando so liiilluluiii un su uuiitfuo estado, la tierra
iitmiHíiba nllf ii Ifl y 20 chelines el tumi uhorit que se ha volado un acta
ili ni'losare, se ilico ipio In m ita lefrlloriul luí subido n cerril de 30 chelines
M A U 'I O I IX , — 11
162 PARTE I: LOS ANTECEDENTES

brea cuentan poco al lado de las necesidades de la producción y del ren­


dimiento del capital *.
No pueden negar que la consolidalion de las fincas acarrea casi
siempre la desaparición de la pequeña propiedad; pero rechazan que
tenga por efecto agravar la miseria de los jornaleros. Ya conocemos
su opinión sobre la división de los comunales: solo es posible oponerse
a ella, dicen, «p or un sentimiento de humanidad mal entendida» *1 2. En
cuanto a la disminución de la mano de obra y a la despoblación de los
campos, es absurdo creerlo. ¿Cómo imaginar que el dejar en barbecho
una parte del suelo y cultivar el resto lo peor posible sea el medio de
ocupar y de alimentar un número máximo de trabajadores? «A mi
pobre juicio es la paradoja más extravagante. Hay en mi vecindad un
hermoso páramo, que mide unos mil acres. Yermo como está ahora, no
da para subsistir ni a una sola familia pobre, y nadie obtiene de él el
menor provecho a no ser algunos granjeros de los contornos que de
vez en cuando envían allí un poco de ganado. Mientras que si este te­
rreno estuviese dividido v cultivado como es debido, se harían seis u
ocho buenas fincas, cada una de las cuales rentaría de 70 a 100 l i ­
bras al año. Estas fincas— dejando aparte a los propios granjeros y sus
familias— ocuparían muy bien a 30 jornaleros, que con sus mujeres y
sus hijos v los diversos obreros o comerciantes indispensables para sub­
venir a sus necesidades formarían en pocos años una población de 200
personas por lo menos» 3. Para dar más valor aparente a estas aprecia­
ciones optimistas se las apoyaba con cifras cuidadosamente elegidas, que
mostraban los efectos de! acaparamiento de las tierras compensarlos y

el acre.» Véase North of England, I, 147. Es menester distinguir entre el alza


debida a las endosures y la que, durante la guerra contra la Revolución fran­
cesa, resultó de los precios de hambre alcanzados por los productos agrícolas
(véase P ortkh : Progresa of the Nation, pág, 154).
1 «En mi opinión, la población es un objeto secundario, Se debe cultivar
el 6uelo de la manera que le haga producir lo más posible, sin inquietarse por
la población. En ningún caso dehe un granjero estar como encadenado a mé­
todos agrícolas anticuados, sea lo que fuere lo que pueda sucederle a la pobla­
ción. Una población que, en lugar de aumentar la riqueza del país, es para el
país una carga, es una población perjudicial.» Younc, A.: Political Ant.hnie-
tíc, I, 122.
2 Ist report / rom the selecl committec.,, appolnted lo take into considera-
tion the meaos of promoting the cultivation and improoement of the tcoste lands
(1795), pág. 47.
3 Uowlett, J.: And eiamination of Dr. P ricts essay on he population
of England and Wales, págs. 29-30. lista cuestión ha sido examinada en nues­
tros días por varios de los escritores que han tratado de la agricultura inglesa
en el siglo xvill. G. Slaier (The English peasantry and the endosare of com-
mon fields, págs. 265-66) concluye en una despoblación local, e* decir, en un
desplazamiento entre la población agrícola. Gonncr (Common land and endo­
sare, pág. VI, y cifras págs. 411-12, 448) saca de sus investigaciones estadística»
la conclusión de que «la población rural, a fines del siglo, no había sido afeo»
tuda por la endosare*. Recordemos que por falta ríe estadísticas hubo que con*
l> litarse, hasta 1801, con evaluaciones aproximalivas.
ni: I.AS MODIFICACIONES DE LA FIIOrlIiOAD TISItlUTOIMAI. 163

aun superados por la explotación de los comunales '. Se llegaba inclu­


sive a sostener que el régimen de la gran propiedad era el que aseguraba
n las clases rurales más trabajo y mejores salarios 2. Por Ío demás, los
que representaban la opinión hostil a las endosures cometían un error
que proporcionaba un argumento fá cil a sus adversarios. Creían que la
población estaba en vías de disminución en el país entero y presenta­
ban este hecho alarmante como la consecuencia de las endosures. El
partido de los agrónomos no hallaba dificultad en establecer que esta
pretendida despoblación de Inglaterra era puramente imaginaria, y cuan­
tas veces comprobaban, por el contrario, un aumento de población en
tul o cual provincia, no dejaban de atribuirla a los felices cambios so­
brevenidos en el régimen de la propiedad a. Su triunfo era todavía más
fácil cuando, como discípulos de Adam Sinitli, se colocaban desde el
punto de vista económico: el sistema que conduce a la producción de
la mayor cantidad de mercancías con el mínimo gasto, ¿no es acaso el
mejor ¡xisible para la sociedad entera? «S i no se admite esto, tienen ra-

’ Véase Y oünc, A.: North of England, IV, 249-54. En el folleto The ad


nmtttgex and disadvantages of enciosing the traste lands, pág. 42. encontramos
rl rnnilio siguiente:*

ANTES DESPUES

Salarlos Familias Salarios Familias

Kmtosurc de open jield, suelo rico 20 100 í 5


5o

V >i » suelo mediocre. 400 — 20 325 — 16 1/4


hili'fuMirv de comunal, suelo rico ...... 10 — 1/2 100 — 5
V i » suelo piediocre... 10 — 325 — 16 1/4
Ji 1/2

ádmll liiHin Iti autenticidad de estas cifras, aun cuando no ae nos den, para
ulildtiilii iln (’hlns endosures, indicaciones ele lugar o de focha que permitan
i'ititlqnli l vi'i ilinación. Eu conjunto, muestran un ligero crociniienln de la pobla­
ran «|| i linio 112,5 familias en lugar de 41) y de lo suma lotal de los salarios
*Niii bliii« cu logtir de 820 libras). Pero este creciniiemo se debe únicamente
■t l,i< jni/o»iUi., de comunales: las endosures de open ¡ield. por el contraria,
li o pi,uliii Ido uno disminución marcada de la población y de los salarios
i^l I l lnmlllim rn lugar de 40. y 425 libras en lugar de 800 libras). Queda
pin i,ibfi nuilI bu sido, en general, la proporción de las dos especies de endo­
na»- i -iiflolrilion la diferencia de clase entre las familias que desaparecen
dnl iipitn liM las que se instalan en el antiguo comunal: en el primer grupo
había vboliiiituiili' propietarios o copyholders, mientras que el segundo está cora-
)oi< ' :ii fixulualvaniniile de jornaleros.
* VrilfM., A.: The farm ers letters, págs. 66-72; HotvLETT, J.: An exami-
lutlnm nf l)r. 1‘rnc's essny. pág. 20; S incuiu , sir John; «Aildrcss lo the mem-
lu-iv ni tito lloaró of Agticulture», en los Journ. of the Iloase of Comntons, LI,
|iág. 2511.
Véase Woi.es, W .: A n i n t j u i r y i n l o t h e p r e s v n t SK I i r o f p o p u l a l i o n i n
I nd, pág». 38-41. •

I
1M PARTE I : LOS ANTECEDENTES

zón los turcos, que se niegan a introducir en su pais la imprenta por


temor a arruinar la industria de los copistas, y toda la Europa civili­
zada está en el error» 1. ¿Se pensaría pedir a los cultivadores que re­
nuncien al arado y se pongan a labrar la tierra con la pala, so pretexto
de que este método daría trabajo a un número mayor de hombres?
Sin embargo, se les escapan confesiones significativas. A pesar de
su optimismo, atestiguan las injusticias de que los pequeños y los po­
bres han sido victimas ante su vista. «Siento profundamente, decía un
comisario de las endosares, el mal que lie contribuido a hacer a 2.000
pobres, a razón de 20 familias por pueblo. Un gran número, a quienes
la costumbre permitía llevar ganados al comunal, no pueden establecer
su derecho, y muchos de ellos, se puede decir que casi todos los que
tienen un poco de tierra, no poseen más do un acre: como no es sufi­
ciente para alimentar a una vaca, la vaca y la tierra, do ordinario, son
vendidas a los ricos granjeros» 123
. El Board o f AgriculUire, tras una en­
cuesta imparcial, reconoce que «en la mayoría de los casos los pobres
han sido despojados de lo poco que poseían». En ciertos pueblos ni si­
quiera pueden ya procurarse la leche para sus hijos. Los testimonios re­
cogidos son desgarradores en su monotonía *. El conde de Leicester, al
ser felicitado por la construcción de su castillo de Holkham, respondió
con una melancolia en que se percibían los remordimientos: «Qué

1 Edén, F. M.: State o/ the poor, I. XIV.


1 AnnaLs o/ Agriculture, XXXVI, 516.
3 «Board of Agriculture», General report on endosares (1808), pág. 18.
Bedforshire, pueblo de Tutvy: «Según mis noticias, los labriegos pobres, an­
tes de la endosare, obtenían la leche para sus hijos sin ninguna dificultad. Des­
pués, solo a duras penas la encuentran. El número de vacas ha balado de 110
a 40.» Berkshire, pueblo de Lelcomb: «Los pobres parecen haber sufrido mucho.
Ya no les es posible alimentar una vaca, como hacían antes, y quedan a cargo
de la parroquia.» Bitckitighamshire, pttehln do Waddesdon: «La miseria ha au­
mentado sensiblemente; los labradores piden socorros a la parroquia por falla
de trabajo. Toda la comarca está convertida ahora en pastaderos.» Clicshire, pue­
blo de Cranage: «Ya no hay silio para las vacas y los carneros de los pobres.»
Cloucestershire, pueblo de Todenham: «Nada crece, sino el número de los indi­
gentes. Los edificios de ocho fincas están llenos de ellos.» llertfordshire, pueblo
de Norton: «Los cottagers han perdido sus ganados, sin ninguna compensación.»
Lincolnsbire, pueblo de Donington: «Ciento cuarenta vacas de cottagers per­
didas como consecuencia de la endosare.* Norfolk, pueblo de Ludham: «Los po­
bres han tenido que vender sus ganados.» Northamptcn, pueblo de Passenham:
«Los cottagers sufren mucho por la pérdida de sus vacas y de sus cerdos.»
Staffordshirc, pueblo de Ashford: «Mucha miseria...» Yorkshire, pueblo de
Ackworth: «F.l suelo de la parroquia pertenecía a un centenar de propietarios.
Desde la enclosure, casi todo ha quedado a cargo de la parroquia.» Ibid., pá­
ginas 150 y sgs. L evy H. (Large and small Holdings, págs. 4243) hace observar
que Arthur Young, después de haber sido «el abogado más celoso de las endo­
sares», admitía que habían causado algunos males, lamentaba la pérdida del
ganado de loa cottagers, preconizaba el retorno a la pequeña propiedad rural
V la defendía contra los ataques de Mallhiig. Véase Annals o/ Agriculture,
XXXIV, píg. 251; XXXVL pág. 515; X U , pág. 231, etc.
III: LAS MODIFICACIONES DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL 165

triste es estar solo en el país que se habita: miro todo a mi alrededor


y no veo otra casa que la mía. Soy el ogro de la leyenda y me he co­
mido a todos mis vecinos» l .
¿Significa esto que tales vecinos hayan desaparecido, que hayan sido
exterminados como un pueblo vencido después de una conquista bár­
bara? No sin duda; pero como arrancada del suelo que la nutría, en
adelante sin vínculos y sin hogar, una parte de la población rural se
hace inestable y m ó v il1: pequeños terratenientes y pequeños arrendata­
rios por una parte, cotí gers y jornaleros por otra, están dispuestos a
abandonar los campos, si pue dn encontrar otro sitio donde vivir m e­
jor o simplemente donde vivir.

IX

Consideremos estas dos clases de hombres separadamente. La pri­


mera no es otra que esa yeom anry, pequeña y media, cuya decadencia
cmpranmos a comprender 3. En el sistema concebido por los teóricos de
In agricultura nueva, y realizado por las endosures, no hay lugar para
otlii: «¿ D e qué utilidad sería, en un Estado moderno, la existencia de
mili provincia cuyo suelo entero se cultivase a la manera de la antigua
Itnnm, por campesinos propietarios?... ¿Para qué serviría esto sino para

Itioilucir hombres? Lo que es, en si. de una perfecta inutilidad» *. En


n» vastos dominios metódicamente explotados por sus ricos poseedores
ya el tipo del gran granjero, que es al granjero de antaño lo
que el lUiinufacturero es al artesano. El arriendo que paga es consi-
iffiiihle, Iris beneficios que descuenta lo son igualmente. P o r eso lleva
mui v 11Iri que antes un s q w r e que viviera de sus tierras habría juz-
iiiiln |ini niciiim de sus medios s. Come bien, y cuando recibe amigos
[el iifiii'i' vino de Frahcia o de Portugal. Su hija aprende a tocar el cla-

* M ima, tC i Qfí.i Kapitat, I, 716.


* tioriMiR, ■ un rombalíendo la tesis de la despoblación por la endosare,
ndtolie i|u> «tU Uitu por resultado «perturbar y desplazar a una población, or-
s t u m i s ««Inores sobre la base de unas costumbre» inmutables*. (Com-
¡moi.í tnn,l «wwí tndnsures, pág. 444.)
' Itoiiliainnt ipia «ti vísperas del siglo xtx la yeomanry estaba lejos de haber
•IsMimie» Mu vuiuplelantenie, Como escribe H a l é v t , Elle (His taire du peuple
nontiti» mt V/V' i/M r. J, 208. n. 3), <da decadencia de 1» clase de los yeomen,
itulila •« «I siglo svttl, parece moderarse durante los anos de prosperidad agri-
<"|s ijue I m i i i Iiia ii in IB15, Después de 1815 va a ser precipitada.*
* •1‘itr tlis iiirm pmimse of breeding mea. tvhicb of itself i( a most useless
purpoae.* Yniiun, V i PaJilirat Añthmetie, I, 47.
" *11 padre ilst sguire t'hnringion se seriaba a la cabecera de la mesa de
(■ ililn, con «lis jorrnitsio*. dalia gracias por ellos y cortaba la carne y el pudding.
I.d ve* ae escanciaba una raso de cerveza fuerte, mientras que, loa demás no
je litan, pero oala era. juico más o menos,* toda la diferencia entre su comida y
U d« ello*.* Oiinnv.r, w.i Hura! rides, pág. 243,
J

tw. PARTE I: I.OS ANTECEDENTES

vicordio y se visle «como la hija de una duquesa» *, Ya no tiene nada


de común con el jornalero que trabaja a sus órdenes y apenas se ase­
meja al yeomart cuyo puesto ha ocupado. A veces también él ha salido
de la yeom anry. Mas para que haya un pequeño propietario que si ha
debido renunciar a una parte de su independencia, al menos ha logrado
enriquecerse como arrendatario, ¿cuántos hay reducidos a alquilar sus
brazos o a abandonar su pueblo?
La necesidad de desplazarse se impone, con más urgencia todavía,
a los jornaleros a quienes falta el trabajo. En ciertos distritos era la
parroquia la que enviaba de finca en finca, en busca de trabajo, a los
que le pedían socorros, y su salario se cubria en parte con el «impuesto
do los pobres» 12. Así se formaba una clase semillotante de hombres dis­
puestos a buscar en cualnuier parte un empleo cuando conseguían sus­
traerse a la servidumbre de la ley de los pobres, que ligaba al asistido
a sil parroquia 3. Es así. dicen los partidarios de las grandes explotacio­
nes, como se explica la despoblación aparente de la que se intenta sacar
nn argumento contra las endosares. «E.«tos hombres no están perdidos,
sino, como la misma tierra, mejor empleados... Sería un absoluto error
concluir que el reino se vacia de habitantes, porque ya no se ve en los
campos a tantas personas perder su tiemjio y su fatiga. Si hay menos
en los campos, los hay más en las ciudades» '. Antes de 1760 se com­
prueba ya «una emigración continua de las parroquias rurales hacia la.s
ciudades de mercado, y de estas hacia la capital: finalmente, una mu-

1 «Sus placeres son tan costosos como ciega ules, ya que no es raro ver a
uno ile estos nuevos granjeros gastar diez o doce libras esterlinas para una re­
cepción. y para acompañar manjares delicados le hacen falta los vinos más ca­
ros y mejore». Fin cuanto al vestido, no hay nadie, entre los que conocen a la
hija de uno de estos opulentos granjeros, que pueda distinguirla por su atavío
de la hija de un duque.» Cursory remarles on indosures, |'«g. 21 ( I78fi). Véase
Gentleman's Magazine. LXXI. 588.
2 «Parece haber aquí (en 'Winslow, condado de Buckinghum) gran escasez
de Irulmjo. La mayoría de los jornaleros están, como se dice, «de ronda» (on
lite roundsl: es decir, que van a trabajar de casa en ca6a. Fin invierno hay qui­
zá cuarenta personas que están asi de ronda.» F.pen. F. M.: State of the poor.
II, 29-30. El hecho era reciente: «Un viejo labriego me «lijo que antes de la
enclosure la tierra no se arrendaba a 10 chelines el acre y que en su juventud
el nombre de round.tman era desconocido en la parroquia.» Id., ibtd. Véase sobre
este punto H asbach : Agricultural labourer. paga. 188-90, y H a.m.mono. J. L.
y B.: Vittage labourer, pág. 164.
3 Sobre la residencia forz.ada de los indigentes asistidos y su abolición
en 1795. véase más adelante, tercera parte, cap. III.
* «Un arado hace, con el mismo gasto, diez reves más labor que una pala,
y priva, por tanto, de su trabajo a diez hombres, para uno solo que conserva el
suyu. ¿Es por eso una causa de despoblación? Todo lo contrario: permite a esos
diez hombres emplearse mucho más útilmente en el comercio y la manufactura.»
Younc., A.: On the sise of farms, Georgieal F.ssays, IV, 566. (Según las notas
ríe trabajo del autor.) An inquiry inlo the connection. between the presenI high
oríce of prouisions and the size of farms, págs. 124 y 136. Véase H o w l e t t :
Fuiiniiiation of ()r. Price's essrry, pég. 32.
M I: LAS M O D IFICA C IO N ES OE LA PltOlMKOAO TER R ITO R IA L 167

chedttmbre de personas nacidas en el campo escogen su domicilio en


las ciudades pequeñas y grandes, y más particularmente en las que son
la sede de industrias importantes» La industria e«, en efecto, para
estos miles de trabajadores que han perdido todo o parte de sus recur­
sos habituales la única salida posible. El trabajo que los campos les
niegan van a pedirlo a las fábricas.
Es difícil seguir en sus desplazamientos a esta población en busca
ile empleo. Los documentos son raros e inciertos. Pero cada vez que
se descubre su rastro es siempre en el camino de las ciudades indus­
triales: «H ace cuarenta años— esto está escrito en 1794— el sur y el
este del condado de W anvick estaban casi enteramente cubiertos de
opea. /iehls, hoy día divididos y cercados,,. En dondequiera que se ha
operado la enalosure se han constituido fincas mucho más extensas que
untes las tierras de labor, convertidas en pastizales, exigen mucha me­
nos mano de obra. Y , por consiguiente, la robusta yeomanry aldeana
no ha visto obligada a ir a buscar trabajo a Birmingham, a Coven-
1ry.. .» Una petición firmada por habitantes de una parroquia rural
del condado de Northampton‘ presenta a los campesinos «empujados en
ninSA por la necesidad y por la falta de trabajo hacia las ciudades ma-
iiiifnctureras, en donde la naturaleza de sus nuevas ocupaciones, el telar
0 ht fragua, tendrá bien pronto como efecto destruir su vigor y el de su
linsleridad» *.
W las endosares y el acaparamiento del suelo por los grandes te-
1míen icntes tienen como última consecuencia el poner a disposición de
Ih Industria una gran cantidad de fuerzas sin empleo *. Es el aflujo de1

1 Maiiik , .1,: A plan /or ¡he establhfimrni of rhariiy hoitses, pág, 99 (1758).
A iiiiis m o n , Si ., iras liaber consifrnaiio lu misaría cfne reina en un gran número
ilu liu al litados, añade que a veres logra avilarse «cuando los pobres encuentran.
mi)m violándoles en su ayuda, alguna industria floreciente establecida en la
iw lliduifi' An ¡tiquiry into the reaxans ¡or and against inclaúng tkc open
fiptih nág. :tn, aSi el suelo cae en manos de un pequeño numero de grandes
lemtii'itli’ltti'*, los pequeños arrendatarios se transformarán en otras turnas per-
«iili»> t..l**dii* n ganarse la vida trabajando en serví lío ajeno... Se ejecutará más
tisUstu ipiltá, porque habrá más sujeción. I .as ciudades y las manufacturas cre-
•oiiilii, |iuri|im más hombres, en busca de ocupación, serán como carados en
elUs » 1'nlt» II . On repersionary payments, II, Id9.
' W iiiii to b o : A g e n e ra l órete o f the a g r ir t ih u r r in th e r e u n í f of IF a r-
tllif. pág ti
fenni i»/ thr Ueuse of Ctimmons, LII, 661 (1797). ■ —¿Cuándo tuvo lugar
la enr/iMure ' lisie nueve años. —¿No ha mejorado nada desde ese tiempo la
cortil leído de lo» linbltanles de Harmley? —No. según Irtigo entendido. Lo que
•á e* que w tuo «Uto obligados i ir a la fábrica muchos de los que antes tra-
b.i jabalí su» i'i lipis» l asas.» Repart from the 1 eíert comnuílce appainted la
in n líder the
t n u » of the amollen manufacture in England I1B06), pág. 22.
' Según liuaniig, yl movimiento hacia las ciudades tuvo por causa» «la separa­
ción entre rl ira luí Jn agí [cola y el trabajo industrial y lu organización de las
ptbnera» fábricas», f d a m m o n (and and inclmure, pág. -VW.) Esto es verdad del
período siguiente, en que la» nuevas industrias habían mmum/adu a desarrollarse.
i

LOII PARTE I : L O S ANTECEDENTES

estas fuerzas vivas lo que hace posible el desenvolvimiento de la gran


industria. Esta es como un país nuevo en el corazón mismo del país,
como una América hacia la que los emigrantes se dirigen en masa: con
la diferencia de que en lugar de ser descubierta es creada, de que se
forma al mismo tiempo que se puebla. Cada uno de ellos desembarca
con todo lo que ha podido reunir en el momento de la partida: aque­
llos yeornen que han padecido menos con las endosares y que han con­
seguido sacar una suma razonable de la venta de sus tierras traen con­
sigo un pequeño capital. Saliendo, un poco a su pesar, de su rutina secu­
lar van ahora a probar fortuna en ese país nuevo y se lanzarán a las
empresas que por todas partes solicitan su actividad. Es de entre ellos
de donde se reclutarán muchos de los primeros manufactureros y de
los promotores y jefes del movimiento industrial, y se desquitarán de
los grandes terratenientes que los han desposeído, constituyendo frente
a ellos una clase r iv a l1. Pero esos son muy pocos. La mayoría de los
yeornen y de los pequeños arrendatarios, «reducidos a la condición de
mercenarios», comparten la suerte de los otros campesinos que la m i­
seria expulsa de los campos. Estos no tienen nada, no pueden traer
nada a la manufactura, sino solo la fuerza de sus brazos. Formarán la
masa obrera, el pueblo anónimo de las fábricas, el ejército de la revo­
lución industrial, y
Finalmente las transformaciones del régimen territorial han ejerci­
do sobre el movimiento industrial una acción más directa todavía. H e­
mos visto que el rasgo característico de la pequeña industria era su dis­
persión, su difusión en los campos. T a l difusión era inseparable del
sistema doméstico que combinaba el trabajo a domicilio con el peque­
ño cultivo. Hemos visto a los tejedores añadir a su salario el producto
de un cuadro de tierra, y a las familias de los cultivadores ocupar sus
veladas en hilar por cuenta de los mercaderes. El golpe asestado a la
propiedad labriega rompe esta alianza secular entre el trabajo de los
campos y el trabajo industrial. El obrero agrícola, privado de su tierra
y de sus derechos sobre el comunal, no puede seguir trabajando en su
casa: se ve obligado ahora a renunciar a la apariencia de independen­
cia que aún conservaba. Es preciso que acepte el salario que se le ofrece
en el taller de un amo. Así se opera la concentración de la mano de
obra antes incluso que la competencia de las máquinas haya matado de­
finitivamente a la industria doméstica.1

1 Véase parte III, cap. II. El hecho es. sobre todo, manifiesto en las regiones
en que ha sido más rápido el impulso de la gran industria, p. ej„ en los alre­
dedores de Manchester: «La yeomanry, que formaba hace poco una clase nume­
rosa y honorable, ha disminuido mucho en estos últimos tiempos: un gran nu­
mero de yeornen han entrado en la industria.» A ik in , J.: A descñption o¡ the
counl.ry /rom thirty to forty miles round Manchester, pág. 23. El mismo testi­
monio para la parte lindante con Cheshire (ibíd., pág. 48). Para el West Riding,
reglón de la industria lanera, véase James , J.: Hist. of Bradford, pág. 376.
♦ m : LAS M O D IFICA C IO N ES Oli LA M O P IC O A D T P ím iT o n iA L 169

El movimiento de las e n d o s a re s y el advenimiento de la gran in­


dustria están, pues, estrechamente ligados uno a otro. No dejándose re­
ducir su correlación a un simple enlace de causa a efecto se estaría
tentado, a primera vista, a juzgarlos como dos hechos de orígenes en­
teramente distintos que en el curso de su desenvolvimiento respectivo
vinieran a mezclarse y a modificarse recíprocamente. Consideremos, por
ejemplo, la desaparición de la y e o m a n ry ; hablando con propiedad, no es
la consecuencia de la revolución industrial, pero la revolución indus-
Iria lh a tenido por efecto precipitarla y concluirla. De la misma manera,
el movimiento de las poblaciones rurales lo que ha hecho ¿no ha sido
más bien secundar el movimiento industrial, que no determinarlo? Si por
hipótesis se suprime uno de los dos, ¿no subsiste el otro, aunaue de
modo diferente? El desarrollo de la gran industria, en un país en que
lo masa de los cultivadores hubiese permanecido vinculada a la tierra,
habría sido sin duda más lento, pero habría tenido lugar a pesar de
todo: el ejemplo de Francia es una prueba de ello. En suma, ¿no se
podría sostener que entre los dos órdenes de hechos solo hay un cam­
bio de influencias casi accidentales? ¿ Y que el perfeccionamiento de los
métodos agrícolas por un lado y el de la técnica industrial por otro son
mis dos principios de explicación, perfectamente separados, y cada uno
de los cuales tiene su razón de ser en sí mismo?
Pero estos perfeccionamientos, por independientes que parezcan uno
do otro, forman parte de un progreso total que los Tebasa. Por sus re-
■ iultndos se completan mutuamente. La formación de los grandes cen­
tro! industriales es imposible si la producción agrícola no está organi­
zado de forma que alcance a subvenir las necesidades de la población
iiloeia, y la producción agrícola no puede desenvolverse si no encuentra
ni lo» centros industriales mercados de una potencia de consumo sufi­
ciente, E n uno de los argumentos que a menudo hacen valer, en favor
di* mi IunIn, los partidarios de las endosares: «Siendo más considerable
el piiiiliieln..., su excedente irá a las manufacturas, y estas, verdaderas
mImmi de uro de nuestro país, crecerán en proporción» 1. Los dos mo-
vbnlculiiA, solidarios por sus consecuencias, lo son también, y sobre
tuilu pul aun causas. L o que ha transformado a los campos ingleses, lo
ipie luí einiAiiilo las en dosares, la división de los comunales, el acapa-
I iitnleiiln de Iiia lincas es el espíritu comercial aplicado a la agricultura.
I' i el tle*en ile los propietarios de tratar su tierra como un capital del
que nc Intenta Niicar. por una explotación metódica, una renta más ele-
viulit l.u Injninliva del capitalista, a la vez egoísta y fecunda, quebran­
tando a lii vez las rutinas perjudiciales y las instituciones consuetudi­
nal Íiin |itnl(vlninA del individuo, se ha desplegado tanto en la agricultura

1 'lu ¡tttjnii v hito the cormection belween the presen!, high price o¡ provi-
t/nn i aiiil the site o ¡ farms, pág. 129.
170 PARTE I : LO S ANTECED ENOS

como en la industria ¿Qué busca el comerciante'.'' Aumentar sus


lienelicios y disminuir sus gastos. Las en closu res reducían la mano de
obra y acrecentaban la producción. No sin razón se han comparado
sus efectos a los del maqumismo1 2: sus orígenes profundos eran los
mismos.
1 Véase en el General Repon del Board o¡ Agricultore el ditirambo en
honor del propietario, liberado por la enclosure: «Sus talentos, su energía, f u
capital son libres y puede emplearlos en lo mejor de sus intereses», etc. General
Report, pág. 220.
2 E dén, F. ¡VI.: State o ¡ the poor, 1, XIV.
PARTE SEGUNDA

GRANDES INVENTOS
Y GRANDES EMPRESAS
I
CAPITULO 1

L O S C O M IE N Z O S DEL M AQU1N1SM O
EN L A IN D U S T R IA T E X T IL

Si el maqumismo no basta para definir o explicar la revolución


industrial, no por eso deja de ser el fenómeno capital en torno al cual
no agrupan todos los demás y que ha acabado por dominarlos a todos
n imponerles su ley. Pero es preciso, en primer lugar, ponerse de acuer­
do sobre el sentido de las palabras: si por maquinismo se entiende todo
medio artificial de abreviar o de facilitar el trabajo humano, será
difícil, por no decir imposible, asignar una fecha inicial a los hechos
que queremos estudiar.

El hombre, desde tiempo inmemorial, ha sabido construirse herra­


mientas: es esta una de las características más antiguas y quizá más
esenciales de la especie humana. Ahora bien, entre la herramienta y la
máquina es bastante delicado trazar un limite. No cabe duda de que
nnn rueca, un martillo, no podrían calificarse de máquinas, y que un
telar Jacquard es algo más que una herramienta. Pero entre ambos
extremos hay lugar para casos dudosos. ¿Cómo clasificaríamos la bom­
ba o el torno para hilar? ¿Se dirá que una máquina se reconoce en
quti no solo ayuda al trabajo humano, sino que lo suprime y lo reem­
plaza? Bastará hacer notar que la herramienta más simple permite
economizar una cantidad considerable de trabajo manual: un hombre
provisto de una azada hace la tarea de veinte hombres que no tuvieron
más que sus uñas para cavar la tierra. E inversamente, la máquina
automática más perfeccionada no elimina el trabajo humano de una
manera absoluta: necesita un obrero para dirigirla.
Se bosqueja, no obstante, una distinción. El obrero que dirige esta
rruiquina tiene por cometido ponerla en marcha, pararla, alimentarla,
vigilar su funcionamiento; pero en la operación a que está dedicada
solo interviene para moderarla o acelerarla, o a lo más, para asegurar
lu ejecución regular y sin sacudidas. Su actividad o su negligencia hacen
variar la cantidad de la obra más bien que su calidad. No es el quien
ejecuta el trabajo; solo está allí para medirlo. En enmbio la herramien­
ta está inerte en las manos que la manejan. I,a fuerza muscular del
iilnero manual, su habilidad espontánea o adquirida, su inteligencia, de-

173
174 PARTE I I : CHANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

terminan la producción hasta en sus menores detalles. ¿Se expresará


esta diferencia diciendo que lo que caracteriza a la máquina es su fuer­
za motriz? Pero si estuviera movida a brazo, por medio de una mani­
vela, ¿dejaría por eso de ser una máquina?
Lo que ocurriría en semejante caso es que el hombre mismo que­
daría reducido al papel de fuerza mecánica. La máquina, que ocuparía
aún sus brazos, haría inútiles sus manos. Y es esto lo propio de la
máquina: en lugar de ser un instrumento en manos del obrero, la
^ máquina es una mano artificial. Se distingue de la herramienta menos
por la fuerza automática que la mueve que por los movimientos de que
es capaz, esos movimientos inscritos en su estructura por el arte del
ingeniero y que sustituyen los procedimientos, los hábitos, la destreza
C . de la mano. Un torno para hilar no es completamente una máquina,
pues incluso sirviéndose del torno, es con los dedos con lo que se estira
el hilo. Una bomba es una máquina, porque basta para hacerla fun­
cionar imprimirle a su pistón un movimiento de vaivén que puede pro­
ducir una fuerza bruta. La definición de la máquina sería, por tanto, la
siguiente: un mecanismo que bajo el impulso de una fuerza motriz
simple ejecuta los movimientos compuestos de una operación técnica
efectuada antes por uno o varios hombres 1.
Esta definición descarta ya un gran número de falsos ejemplos, con
ayuda de los cuales se baria remontar el uso de las máquinas a la
antigüedad más remota. Hay que reconocer, sin embargo, que su apa­
rición es muy anterior a los tiempos modernos: los antiguos no solo
tuvieron máquinas de guerra muy complicadas y muy potentes, sino
máquinas industriales, como el molino de agua. L o que es reciente no
son las máquinas, sino el maquinismo. Este término puede aplicarse
o bien a una industria particular o bien al conjunto de las industrias.
Antes de convertirse en un hecho universal ha sido un hecho especial
o local. Incluso en nuestros días, en que ha adquirido un desarrollo
inmenso, experimenta todavía numerosas excepciones. Para que el ma^1
quinismo reine en una o varias industrias no basta que la máquina
concurra a la producción, es preciso que se haya convertido en su fac­
tor esencial, que determine la cantidad, la calidad y el precio de coste
de los productos. La industria del hierro ha empleado máquinas desde
el siglo XVI: martillos pilones, levantados primeramente con ayuda de
palancas y después por medio de ruedas hidráulicas 1 2; fuelles acciona-

1 Esta definición parece más satifactoria y más completa que la de R eü-


LEAUX: «Una máquina es un conjunto de órganos sólidos dispuestos de tal ma­
nera que permitan emplear las fuerzas mecánicas naturales paia producir movi­
mientos definidos.» Theoretische Iiinematik, pág. 38.
2 Véanse los admirables grabados en madera del De Re Melallica, de Geor-
gius Agrícola (Basilea, 1546). Cierto número de ellos están reproducidos en
Beck, Ludwig: Geschichte des Eisens in technischer und kuhurgesckicktlickt'r
Beziehung, II, 147, 149, 479, 4-82-83, 531, etc., junto con figuras análogas sacu­
das de la Pirotecknia, de Bikincuccio , Vannuccio (Venecia, 1558).
I: COMIENZOS BEL MAQUINISMO EN LA IN D U STR IA TEXTIL 175

dos por la fuerza del agua o mediante maniobras con asnos o caba­
llos 1. Un poco más tarde aparecen los tornos para metales, las lamina­
doras automáticas, los cinceles para cortar el hierro 2. Pero en tanto
que, por falta de combustible, el hierro colado solo pudo obtenerse en
pequeña cantidad, y en tanto que el hierro en barras tuvo que forjarse
durante mucho tiempo a martillo, las máquinas no ejercieron en realidad
más que una influencia secundaria en el desenvolvimiento de la indus­
tria. Por lo demás, hay grados en el maquinismo; la imprenta es, por
definición, una industria mecanizada, y esto desde su origen. No obstan­
te ha llegado a serlo mucho más desde que las prensas rotativas, m o­
vidas por el vapor o la electricidad, han reemplazado a la antigua
prensa de mano; y más todavía: a medida que la máquina de compo­
ner reemplaza al obrero cajista, al menos en cuanto a la parte material
de su labor.
Si se deja aparte la imprenta, que, en rigor, presenta mucho más
interés para la historia del progreso intelectual que para la de la evo­
lución económica, son las industrias textiles las que ofrecen el primer
ejemplo del maquinismo, entendido en el sentido más completo de la
palabra. La transformación rápida de la industria del algodón por una
serie de invenciones técnicas, ha hecho de ella la primera en cuanto a
la fecha y el tipo clásico de las grandes industrias modernas. N o sin
razón Schulze-Gávernitz, bajo el título general de La gran industria,
ha publicado, pura y simplemente, una monografía de la industria del
algodón. Pero por precipitada que baya sido la evolución cuyas fases
vamos a narrar, no se ha producido en modo alguno sin preparación.
Bajo los cambios en apariencia más repentinos se oculta la continuidad
de los fenómenos. El maquinismo, como todos los grandes hechos, ha
sirio orecedido, anunciado de lejos, por hechos precursores 3.
Uno de los más interesantes, aun cuando sus consecuencias hayan
sido limitadas, fue la invención, en 1598, del telar para tejer medias
( stocking-frame) por un graduado de la Universidad de Cambridge,
William L e e 4. Este telar es sin duda una m áquina5, y precisamente

Véase Beck, ob. cit,, II, 130-42.


- Véanse las láminas de la Enciclopedia, lomo IV, arl. «Forges ou Art
ilti fer».
J Acabamos de citar el ejemplo proporcionado por la industria metalúrgica
V de indicar las razones por las que debe ser clasificada aparte; volveremos
«olivo ello en el capítulo I II de la segunda parte (E l hierro y la hulla),
1 Consultad, para lo que sigue, F elkin . W .: History o j ihe machine-wrought.
Itasiery and lace manufactures, págs. 23-41, y el artículo «Lee» (W illiajn) en
lUrtivnary of National Biography.
h En la Encyclopédie méthodique (Manufactures, I, 220) se leo: «Es una
lililquina de hierro pulido, muy ingeniosa, cuya construcción no es posible des-
uilbit' bien a causa de la diversidad y del número de sus portes, y que se com-
|muirlo muy difícilmente incluso cuando se la tiene ante los ojos.» LaB láminas
ilo In Enciclopedia de Diderol y d’Alambert (tomo TI, art. Métier á Iaire des
litis) dun, sin embargo, una idea bastante clara.
176 PARTE I I : CHANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

de aquellas que por ejecutar la operación esencial, fundamental de una


industria, no pueden introducirse en ella sin causar una verdadera
revolución. ¿Resultará extraño que Lee haya sufrido la suerte desdi­
chada que habría de abrumar, después de él, a tantos otros inventores?
Su máquina fue juzgada como una innovación perniciosa que amena­
zaba con quitar a un gran número de obreros su subsistencia al mismo
tiempo que su trabajo habitual. Objeción renovada sin cesar, que toda­
vía en nuestros días retrasa en muchos casos el progreso de la técnica
industrial, que no podría detener en lo sucesivo. Lee, obligado a aban­
donar Inglaterra, encontró refugio en Francia, gracias a la protección
del gobierno esclarecido de Enrique TV: fue a establecerse en Ruán
con nueve o diez obreros. Pero a raíz de la muerte del rey, el inventor,
tan impopular en Normandía como en Inglaterra, más sospechoso en
su doble calidad de extranjero y de protestante, se vio forzado por
segunda vez a renunciar a su empresa y, partió para París, donde vegetó
y murió oscuramente. Sus compañeros regresaron entonces a Inglaterra
y se instalaron en la región en que tenían lugar los primeros ensayos
del invento, en los alrededores de Nottingham. Es allí donde el punto-
a máquina iba por fin a aclimatarse, después de este período de tri­
bulaciones.
A l siguiente siglo había reemplazado casi completamente el punto
a mano. Era ya el maquínismo, con la mayoría de sus consecuencias.
Bien es verdad que no había llegado todavía al agrupamiento de los
trabajadores en grandes talleres: el telar de hacer punto, lo mismo
que el telar de tejer, se empleaba a domicilio. P ero era un instrumento
de trabajo demasiado costoso para que el obrero pudiera poseerlo. De
ahí ese régimen tan particular, cuyas condiciones principales ya hemos
tenido ocasión de indicar 1: el obrero, arrendatario de su telar, y te­
niendo que deducir de su salario el alquiler, jram e reñí, que pagaba
por tal concepto; el capitalista, dueño a la vez de la materia prima
y del utilaje, omnipotente y haciendo sentir duramente su poder. A veces
los patronos contrataban obreros sin tener trabajo que darles, única­
mente para colocar algunos telares desocupados y cobrar el fram e reñ í 1
3.
2

1 Véase primera parte, cap. I. Véase Journ. oj (he Hotute oj Commons*


XXXVI, 635. 728, y el preámbulo riel Acta 28 Geo. III, c. 55: «Resultando que
los telares de hacer medias y otros artículos de punto son máquinas muy cos­
tosas y pertenecen, en general, al mediero o fabricante, que las arrienda, me­
diante un alquiler, a sus obreros...»
2 Véase Journ. o¡ the House o j Commons, XXXVI, 742, y XXXVTI, 370.
Kste abuso fue objeto de quejas repetidas hasta una época reciente: «Tenga o
no trabajo el obrero, el patrono exige el alquiler de su máquina. Los tejedores
de medias aseguran que, cuando pagaban el alquiler por sus telares, los patronos
trataban de repartir el trabajo en períodos mucho más largos de lo que era ne­
cesario, dividiéndolo en fracciones muy pequeñas, con el fin de cobrar el al­
quiler e] mayor tiempo posible. Y los tejedores de setla de Macclesfield so
quejan de permanecer constantemente en tm estado de semiparo forzoso, porque
los patronos encuentran ventajoso hacer ejecutar e! trabajo en la mayor can-
n COMIENZOS DEL MAQUINISMO EN t.A INDUSTRIA 'lEXTIt. 177

Esta industria presentaba una curiosa mezcla de rasgos antiguos y


nuevos, unos adoptados de las industrias tradicionales, otros precurso­
res de transformaciones próximas. Había una corporación de tejedores
de medias, formada según el modelo de los gremios medievales: pa­
tronos y obreros formaban por igual parte de ella, la afiliación era obli­
gatoria y el número de admisiones limitado; maestros, oficiales y apren­
dices estaban sometidos a un sistema complicado de costumbres y de
reglamentos *. Pero estos reglamentos, calcados de la legislación indus­
trial del siglo XVi, se convertían en letra muerta tan pronto contrariaban
los intereses del patrono, que era el propietario del utilaje y el que
daba el trabajo. Las prescripciones, que tenían por objeto limitar el
número de aprendices, eran violadas constantemente: el patrono pen­
saba tener a su disposición una mano de obra abundante, y, por tanto,
poco costosa. Es en esta industria donde aparecen los primeros ejem­
plos de contratos de aprendizaje colectivos verificados entre los fabri­
cantes y las parroquias: para estas era la ocasión de desembarazarse
de sus niños hospicianos, y para los fabricantes, el medio de procurarse
Iraba jo gratuito y de hacer bajar los salarios de los obreros adultos 2.
Así se afirmaba, a pesar de la supervivencia de las formas tradicionales,
la influencia naciente del maquinismo, que sustituye la habilidad ma­
nual por los procedimientos mecánicos, y el pequeño número de los
artesanos por la masa de los braceros.
Un segundo ejemplo de desenvolvimiento local del maquinismo, de
consecuencias limitadas, nos lo ofrece la industria de la seda. A decir
verdad, no es en Inglaterra donde hay que buscar sus verdaderos o rí­
genes. La industria de la seda no estuvo allí nunca perfectamente acli­
matada y el invento que la transformó es un invento italiano.
La fabricación de telas de seda había adquirido en Inglaterra, en
los últimos años del siglo xvii , un desarrollo rápido. Una colonia de
hábiles obreros, expulsados de Francia por la revocación del edicto de
Montes, acababa de establecerse en los arrabales de Londres, y la fama
ilo las sederías de Spitalfields empezaba a difundirse. Sin embargo, los
fabricantes ingleses tenían que luchar contra dificultades serias. F or­
ondos a comprar fuera la seda cruda— ya que el clima británico hace
lui|K)sible el cultivo de la morera y la cria del gusano de seda— les
Imhria interesado producir por sí mismos el torzal, el hilo de seda que
« ' obtiene reuniendo y torciendo juntos los filamentos que se sacan
tln los capullos. Ahora bien: el contrabando lanzaba al mercado inglés

llilml posible de telares separados, ya que cada lelar les proporciona nn alquiler
entero. a tanto por semana.» Webb, S. y B: Industria} Democrncy, l, 317.
1 Víase sobre esta cuestión el estudio bastante completo de Held: Zweí
Ifíh hrr tur sncialen Geschichte Englrmds, págs. 484 y sgs.
* Idem, ibid. Los estatuLos de la Company of Frameworlt Knitler», revisados
»n 1744, están reproducidos en los Journals oj tbe Ilmise o/ Commons, XXVI,
Háble. 770-!)4.
Ma n í n ú *, tí
178 PAUTE II: CRANDES INVENTOS Y CRANDES EMPRESAS

torzal a bajo precio, a tan bajo precio que no se comprendía cómo


podía haber sido fabricado b Corría el rumor de que existían en Italia
máquinas para torcer la seda, pero nadie había visto esas máquinas y
nadie sabía cómo estaban hechas. Hacia 1702, un tal Crotchett, de
Derby, se las ingenió, sin más datos, para construir una *3; pero fra ­
casó, y el torzal italiano siguió entrando fraudulentamente.
Las máquinas existían, en efecto. Se ignora en qué época fueron
inventadas. L o que es cierto es que se las encuentra descritas en una
obra de mecánica aparecida en Padua en 16213. Pero esta obra, ad­
mitiendo que jamás se hubiera conocido en Inglaterra, estaba, según
todas las apariencias, completamente olvidada; y en cuanto a las má­
quinas mismas, se las debía guardar celosamente, a juzgar por el mis­
te lio con que, todavía en esa época, se rodeaban los menores proce­
dimientos de fabricación. Era una empresa difícil, incluso peligrosa, la
de ir a Italia a robar el precioso secreto; y si la historia de una expe­
dición semejante ha sido adornada después con algunos detalles nove­
lescos, el hecho nada tiene de extraño.
El viaje fue hecho por John Lombe en 1716 *. Se dirigió a Liorna,
y no solo consiguió ver las máquinas, sino penetrar en el edificio en
que se encontraban. Con la connivencia de un sacerdote italiano pudo
tomar diseños a escondidas y enviarlos a Inglaterra disimulados entre
piezas de seda. Una vez terminada su arriesgada misión se embarcó;
según se dice, estaba a punto de ser descubierto, y un bricbarca salió
en su persecución. Pero tuvo la suerte de escapar. Vuelto a su país,
murió algunos años después, muy joven todavía; corrió la voz de que
los italianos, en venganza, lo habían envenenado.
Desde su regreso, en 1717, se había dedicado a instalar, cerca de
Derby, máquinas construidas según los planos que había traído de
Italia “. El capital necesario fue proporcionado por su hermano, Tliomas
Lombe, que cu 1718 obtuvo un privilegio por un período de catorce

1 Véase C ooke -T a y lo r : Introducción to the history of the / actory syslem,


pág. 358.
3 Raki.OWi A.: Hisl. of weaving, pág. 30.
3 Z onc,\, Vitllorio: tíuoco Teatro di Macchine ed Edifici (Padua, 1621),
págs. 68-75, con láminas.
4 El relato tradicional está en B utton , \V.: H isl. of Derby, págs. 161 y
sigui entes. Ha sido criticado, especialmente por C. T ownsend W arner (Social
England, V, 111-12). Este viaje, según él, era inútil, puesto que se poseía la
descripción de la máquina dada por Zonca. Lo que habría sido verdaderamente
extraordinario es que John Lombe o cualquier otro comerciante inglés de su
tiempo hubiese leído el Nuooo Teatro di ñlaechine. En 1692, añade Warner, se
liabía tratado de introducir en Inglaterra los molinos para torcer la seda (Véa­
se Calendar of Home Ojfice Papcrs, 1683-1693, pág. 293.) Pero ¿prueba esto
que sti plano y su funcionamiento fuesen conocidos desde entonces?
3 Con la ayuda de un italiano llamado Soracole. Véase D e f o e : Tour, 111,
311 (cd. de 1727), y 111, 28 (ed. de 1712).
t: COMIENZOS DEL MAQUINISMO EN LA INDUS1 IIIA TEX TIL 179

años 1. Pronto se alzó, en una isla de Derwent, una verdadera fábrica,


la primera que existió en Inglaterra.
El edificio asombraba por sus dimensiones; con su longitud de qui­
nientos pies, su altura de cinco o seis pisos y sus cuatrocientas sesenta
ventanas se lo hubiera tomado por un inmenso cuartel. Al entraT el
asombro se redoblaba: las máquinas, muy grandes, eran de forma
cilindrica y giraban sobre ejes verticales; varias filas de bobinas, co­
locadas en todo el contorno, recibían los hilos, y, mediante un rápido
movimiento de rotación, les imprimían la torsión deseada; en el vér­
tice. el torzal iba enrollándose automáticamente en unas devanaderas,
totalmente listo para confeccionar las madejas que Itabrian de ponerse
a la venta. La multitud de piezas que componían tales máquinas, y que
accionaba una rueda única movida por el agua del Derwent, la precisión
y. la rapidez de su funcionamiento, la delicadeza de la obra que ejecu­
taban, todo esto era motivo sobrado para impresionar vivamente a los
i|iie nunca habían visto nada semejante. La misión principal de los
obreros era la de renovar el hilo cuando se rompía. Cada uno de ellos
vigilaha sesenta hilos a la vez a. Era va la fábrica moderna, con su uti-
Inje automático, su producción continua e ilimitada y las funciones es­
trictamente especializadas de su personal obrero.
El desenvolvimiento del capitalismo industrial acompaña al del ma­
qumismo. Lo s hechos que hemos apuntado en la industria de las me­
dias se hallan aquí más acentuados, más significativos. E l fenómeno de
concentración aparece más claro, dándole la existencia de la fábrica una
forma concreta y visible. La fábrica de Tilomas I.ombe ocupaba a
trescientos obreros. Los establecimientos a los que sirvió de modelo
fueron a menudo tan importantes o más todavía. En 1765. con ocasión

1 C h r o n o lo g ic a l ín d e x o f p a te n ts a n d inven tio n s , n ú m . 477. S o b re la le g is-


lin ii'm de la » p a te n te s en e l sig lo xviii , v é a s e 1 Iiilm i :, W i n d h u m : O íi the h is tory
iiI iitihmt. la tí’ in the X V lI t .h and X V IIlth cen t-tirite, «Lnw Qiiartcrly Revietv»,
1')! I-. pág». 280 y sgs.
1 «Hay aquí una curiosidad de una naturaleza extraordinaria, la única en
ni ir<|iccic en Inglaterra: ine refiero a ese molino junto al Derwent que hace
ambir las tres grandes máquinas italianas para fabricar torzal. Gracias a este
Invento nn solo obrero bace tanta tarea como cincuenta y esto mucho mejor
v ni» mita exactitud. Esta máquina está compuesta de 25.586 engranajes y de
97.716 piezas, que producen 73.726 yardas de hilo (le seda cada vez que la
Hieda da una vuelta, lo que tiene lugar tres veces por minuto; o sea, 318.514.960
Variln" en veinticuatro horas. Una rueda única pone en movimiento a todas las
itlrzu*. ruda una de las cuales, sin embargo, puede ser detenida separadamente.»
Ilmillt Toar, III. 67 (ed. de 1742). El texto de A nderson, frecuentemente ci-
Imln, .f/i histórica! and chronological history and deduclion o/ the orígin of
tmttmrrrr, III. 91, no es más que una copia de este. Véase también Y ounc, A.:
Nurih of Englantl, I, 225, y H ctton , W.: Hist. of Derby, pág. 163. Ims máqui­
na» imis son conocidas por las láminas de ZOnca, oh, cit.. y las ilc In Enciclope­
dia (suplemento, tomo XI, art. «Satenes», Láminas 8 n 20). Introducidas en Fran-
i Is til iillstni) tiempo aproximadamente que en Inglaterra, durante muchos años
luetiui ilealgiimlns con el nombre de molinos del Diurnome.
IflO PARTE H : GRANDES INVENTO S Y CRANDES EMPRESAS

de una encuesta parlamentaria sobre la industria de la seda, varios pa­


tronos, oídos por la comisión, empleaban entre cuatrocientas y ochocien­
tas personas; un tal John Sherrad declaraba haber tenido a su servicio
hasta m il quinientos obreros a la vez *. Sin duda una parte trabajaba
a dom icilio; pero el torcido de la seda, al menos, se hacía a máquina,
en vastos talleres: Nathaniel Paterson, de Londres, poseía doce molinos
de hacer torzal, reunidos en un solo edificio 1 2. El tipo del gran indus­
trial, distinto del gran comerciante con el que hasta entonces había per­
manecido medio confundido, se abre paso y aparece a plena luz. Tho-
mas Lombe hace en quince años una fortuna de 120.000 libras 3; des­
empeña sucesivamente las funciones de alderman y de sherijf, y es
nombrado caballero, y cuando en 1732 e l Parlamento, a instancias de los
demás fabricantes, deniega la renovación de su privilegio, se le abona
una suma de 14.000 libras a título de indemnización y de recompensa 4.
N o es solamente un individuo rico y poderoso: se lo considera como
un benefactor público, y el Estado se reconoce su deudor.
Parecería, pues, que el viaje de John Lombe marca el comienzo
verdadero del sistema de fábrica en Inglaterra. ¿Cómo es que este acon­
tecimiento tan importante ha quedado como en la sombra, V que la
industria del algodón ha usurpado, por decirlo así, el puesto de honor
debido a la industria de la seda? ¿Sería un efecto del amor propio
nacional, que habría querido dar a la gran industria moderna un origen
puramente británico? No olvidemos que por estas palabras de gran in­
dustria moderna hay que entender todo un régimen económico y social,
concebido no como un conjunto de condiciones abstractas, sino como
una realidad viva. No buscamos sus orígenes absolutos, sino su inicia­
ción histórica. Ahora bien: desde el punto de vista económico o filo ­
sófico, cuando se trata de definir y de clasificar los fenómenos, debemos
limitarnos a considerar sus caracteres; pero desde el punto de vísta
histórico es preciso tener en cuenta lo que se podría llamar su volumen
y su masa, su acción efectiva sobre los fenómenos circundantes, todo lo
que determina la filiación concreta de los hechos, diferente de la deri­
vación lógica de los principios y de las consecuencias.
La industria de la seda, incluso después de la introducción de las
máquinas y del nacimiento de las grandes empresas, nunca fue en In ­
glaterra sino una industria secundaria. No obstante, se formaron varios
centros de producción: en Londres, en Derby, en Stockport, cerca de
Manchester5, en Macclesfield, donde la fabricación de torzal ocupaba

1 Jou.rn. of the House of Commons, XXX, 209-20.


3 Ibíd., 212-13.
3 Gentlemarí s Magazine, 1739, pág. 4.
4 5 Geo. II, c. 8. Journ. of the House of Commons, XXI, 782 95.
5 En 1770 había en Stockport cuatro fábricas y un millar de obreros.
Journ. of the House of Commons, XXIV, 240.
l: COMIENZOS DEL MAQTJINISMO EN LA INDUSTUIA TE X TIL 181

en 1761 a cerca de dos m il quinientos obreros1. Pero en ninguno de


estos centros se produjo un movimiento industrial comparable al que
provocó en los condados de Lancaster y Derby la invención de las má­
quinas de hilar algodón. Varios obstáculos se oponían a ello: el precio'*
excesivo de la seda cruda, sobre todo desde que el rey de Cerdeña
prohibió su exportación; la competencia desalentadora de la industria
francesa y de la industria italiana, cuya superioridad se debía en parte
a ventajas naturales. De ahí las crisis frecuentes, que se intentaron con­
jurar en vano con medidas de protección 2; de allí las lamentaciones
de los patronos y las revueltas de los obreros 3; finalmente, una ver­
dadera detención del crecimiento, de la que nunca se ha repuesto esta
industria, y que contrasta con el desarrollo de las industrias inme­
diatas 4.
Esta detención del crecimiento se hizo sentir también en el dominio
de la técnica. La introducción de la máquina de hacer torzal no fue
el punto de partida de ningún invento nuevo. En lo que concierne al
tejido y al acabado de las telas, subsistieron los procedimientos anti­
guos, y con ellos el régimen de la pequeña producción. Los tejedores
ile Spitalfields, de los que se recuerdan sus coaliciones, huelgas y moti­
nes, trabajaban en su domicilio; sus patronos eran mercaderes y destajis­
tas más bien que manufactureros, y las causas de su antagonismo no
man otras que aquellas cuya acción lenta y continua iba transformando
ioco a poco las antiguas industrias. John y Thomas Lombe, con su fá-
I»t lea a orillas del Derwent, han sido precursores más bien que inicia­
dores: la revolución industrial se anunciaba, pero no comenzaba to­
do vía.

II

A. este movimiento incompleto, o al menos amortiguado y sin pro-


lnup,i nilones, se opone el progreso continuo de la industria del algodón.
I>» iii|iii parte el impulso decisivo que en pocos años se comunicó a la
I iii I ii * I i lu textil entera. Desenvolvimiento tanto más notable por cuanto
i|iir sil» orígenes son más recientes.
l a |mlnbwi ro íto n tiene, desde hace varios siglos, derecho de ciu-
dmlmiie en la lengua inglesa; pero hasta el siglo xvn su acepción era
dlfrrnnlf’ do la que le damos hoy día: designaba ciertas lanas burdas

1 Jollín, ttl the llotisp. of Commons, XXX, 215 y sgs. La industria de las
cliilnit en t-nvniilry, llene su historia aparte.
• Vertía fi (Jen. III, c. 21, 5 Geo. III, c. 48. Estas medidas solo satisficieron
il inpilln» il luí tullí Innllles, que solicitaron en varias ocasiones la prohibición com-
|iUln iln lo» lojlilu» 0 * 1 ru ajeros, con penas muy duras contra el fraude. Journ. of
t l w l i n t mí o/ C n n i i n n n t , XXX, 87, 93, 725.
® Vóftilo prhriprn iinrln, cap. I, pá g. 99.
* V ín s o ili!H i7 „ (i, U ,i « T h e ' E n glis h sillc in d u stry in the X V I I I t h c o n tu ry »
<N ii (¡ Hnh fílfia r k ir l K m lato, 1909, págs. 710-29).
182 PA R T E rr: GRANDES i n v e n t o s y grandes em presas

que se fabricaban en el norte de Inglaterra b La palabra conservó du­


rante mucho tiempo este sentido primero, y quizá lo conserva todavía
en ciertos distritos de Cumberland y de Westmoreland 2. Hay que se­
ñalar que Manchester era una de las localidades más renombradas por
la fabricación de cottons :i. Pero entre la industria mencionada en la
Britannia, de Camden 4, y la que en nuestros días ha hecho la fortuna
de Manchester, no hay de común más que el nombre.
Las telas de algodón fabricadas en Oriente y sobre todo en la In ­
dia, habían penetrado desde tiempo inmemorial en los países mediterrá­
neos, donde muy pronto se intentó imitarlas. En los países del Norte,
esta imitación fue más tardía. Solo fue en el siglo XVI cuando el algo­
dón bruto, traído de Levante por los mercaderes venecianos, hizo su
aparición en Flandes. Amberes fue la ciudad donde primero se concen­
traron la hilatura y la tejeduría del algodón; industria poco importante,

1 «Hasta 1700... los cottons figuraban todavía en la enumeración de las


manufacturas de lana» (11 y 12, W ill. III, c. 20). D aniels , G. W .: Early English
cotton industry, pág. 7. En una ley de 1552 (5 y 5 Ed. VI, c. 6) que menciona
igualmente los « cottons, burieles y paños de Frisa fabricados en el condado de
Lancaster», el peso mínimo de 30 libras para una pieza de 22 yardas de largo
y 3/4 de yarda de ancho indica claramente que se trata de tejidos de lana.
El Acta 5 Eli?., c. 4 (1563) llama «tejedores de lanas» a las personas «que ha­
bitan en los condados de Cumberland, Westmoreland, Lancaster y el País de
Gales, que tejen paño de Frisa, cottons, y paños domésticos». La industria de
la lana era floreciente en Lancashire desde el siglo xm (V ictoria history of the
county of Lancaster, II, 376). Podrá parecer extraño el ver que en Inglaterra
la palabra «algodón» se aplicaba a las lanas, mientras que en España y en
Italia las palabras cotón y cotone tenían desde hacía mucho tiempo el sentido
que se les da actualmente. Pero A. de Candolle indica una confusión semejante
en el origen mismo del vocablo: en árabe, los términos que designan el algo­
dón ( kutn ) y el lino (katlan o kittan) son prácticamente idénticos (O rigine des
plantes cullivées, pág. 325). Apunlemos que no solo en Italia y en España se
hilaba y tejía el algodón desde el siglo xn, sino que en Alemania un tejido
llamado «barchent», mencionado desde el siglo xiv, consistía en una urdimbre
de lino y una trama de algodón. Véase LÉ v y , R.: Histoire ¿conomique de Tin-
dastrie cotonniere en Alsace, págs. 3-4, 7, y D aniels , G.: Early English cotton
industry, pág. 14. Este último escribe: «Es difícil apartar la sospecha de que
la fibra vegetal ha podido ser empleada en la fabricación de los paños de Lan­
cashire.» ¡bíd,, pág. 7.
2 Véase A complete history o f the cotton trade (1823), pág. 40; U re, A.:
The cotton manufacture of Great Britain (1836), I, 31. «U na especie de tejido
burdo, llamado cottons, de Kendal», E dén : State of the poor, II, 751.
3 «En esta época (siglo xvi) era famosa la ciudad por ciertos tejidos di*
lana, muy solicitados, que en ella se fabricaban y a los que se llamaba común
mente cottons de Manchester.» H o lling w o rtii , R.: Mancuniensis, pág. 64. Esln
obra, escrita hacia mediados del siglo xvm, fue publicada por W. W illis en 183*1
4 «Hoc circumvicinis oppidts suo ornatu, frequentia, lanificio, foro, templa,
collegio a Grislaais et La W aris ut ex insignibus deprehendi, constructo lonfti
praacellens. Superiori vero aatate multo praacellentius tum laneorum pannoruin
honore (quos Manchester cottons vocant) tum asyli jure, quod Parliamcnliuln
authoritas sub Henrico V I I I Cestriam transtulit.» C amden, W illiam : BritimMw
descriptio (1586), pág. 429.
i: COMIENZOS DEL MAQUINISMO EN L A INDUSTRIA T E X T IL 183

incapaz de rivalizar con la de la lana, tan floreciente en todo el país


flamenco. Después del sitio y de la toma de Ambcres por Alejandro Far-
nesio en 1585, cierto número de obreros emigraron a Inglaterra. T a l es,
según Schulze-Gavernitz, el origen de la industria: inglesa del algodón 1.
El primer texto que hace mención de esta industria en términos no
equívocos data de 1610. Es una petición de un tal Maurice Peeters
— nombre de resonancia flamenca— al conde de Salisbury, protestando
contra la indignidad de «los que, en los tejidos llamados bombazinas,
introducen algodón, el cual es cultivado en Persia y no es lana en modo
alguno» 2. Treinta años más tarde el algodón se ha afianzado en Man­
chester, como nos lo muestra Lewis Roberts, mercader y capitán de la
ciudad de Londres. Hablando de los habitantes de Manchester y de sus
relaciones comerciales con Irlanda, escribe: «Su actividad no se lim i­
ta a esto, ya que compran en Londres algodón bruto, procedente de
Chipre o de Esmh'na, y lo trabajan en sus casas; con él fabrican fustán,
bermellón y basín, que a continuación remiten a Londres, donde son
vendidos; no es raro que se exporten también a ciertos países extran­
jeros, los cuales podrían procurarse directamente la materia prima y a
mejor precio» a. No se trata esta vez de telas de lana, y Manchester se
llalla en posesión, desde esa época, de su especialidad famosa.
Durante este período, nue se podría denominar el periodo primitivo
de la industria del algodón en Inglaterra, la calidad de la producción
era mediocre, y su cantidad insignificante. Casi todos los tejidos de
algodón vendidos en Londres y en las ciudades principales venían, más
0 menos directamente, de las Indias. Hay una relación muy estrecha,
aunque bastante difícil de definir, entre esta importación antigua por
mui parte, y esta producción naciente por otra. El desarrollo del co­
mercio colonial, y en particular del comercio de la India, fue, como se
lili visto, uno de los rasgos principales del gran movimiento económico
que se bosquejó hacia fines del siglo xvir. En el primer puesto de los
productos que se impusieron al público inglés, y que se convirtieron
mi objeto de una demanda cada vez más intensa, figuraban las telas

' Schulze-Gavernitz: La grande industrie (trad. francesa), pág. 27.


State Papers, Dom., L IX , 5. P iule, W. H.: On the beginnings oj the
1nttun industry in England («Quarterly Journal of Economics, X X , 608-13), cita
lililí pelición de 1620, conservada en la biblioteca del Guildhall de Londres
U ‘HUions and Parliamentary Matters, 1620-1621, núm. 16), de acuerdo con la
i mil lu industria del algodón en Inglaterra se remontaría a los comienzos del
«lulo XVti o incluso a finales del Xvi: tcHace unos veinte años, diversas personas
(In tim-o reino, principalmente en el condado de Lancaster, descubrieron el arte
iln fiibricar fustanes hechos con una especie de borra o pelusa que es un producto
ilnl mielo, fruto de ciertas matas o arbustos y traídos a seto reino por los mer-
i'llilnrne i ti reos de Esmirna, Chipre, Acre y Sidón, pero comúnmente llamada lana
de nlgndi'm... Se fabrican por lo menos 40.000 piezas de fuBtiin en Inglaterra...
y un emplcun en ello millares de pobres.»
11 Thr treasure o¡ traffike, or a discourse oj joreign nade, by Lewis Ro-
llPilHi juerdumt and captain of thot cil.y of London (Londres, 1641), pág. 32.
181 PAUTE n: GRANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

de algodón, los tejidos con flores pintadas o estampadas. Intervino la


moda, y pronto hicieron furor estas telas. «Se vio a personas de calidad
disfrazarse con tapices de las Indias que, muy poco tiempo antes, sus
camareras habrían encontrado demasiado vulgares para ellas; las india­
nas recibieron un ascenso, del suelo subieron a la espalda, de alfombras
se transformaron en refajos, y a la misma reina 1 le gustaba en aquel
tiempo mostrarse vestida de China y de Japón, quiero decir de sederías
y de calicós de China. Y no era esto todo, pues nuestras casas, nuestro
gabinete, nuestro dormitorio, también fueron invadidos: cortinas, co­
jines, sillas, y hasta las mismas camas no fueron más que calicós e in­
dianas» 12.
A l propio tiempo se alzaba por todas partes un concierto de recri­
minaciones y de quejas. ¿Adonde iba a ir a parar la industria nacional,
la industria privilegiada de la lana, si se continuaba tolerando esta com­
petencia extranjera? Y a se sabe que la industria de la lana no estaba
habituada a soportar pacientemente cualquier competencia. El Parla­
mento se apresuró a darle satisfacción; en 1700 se promulgó una ley
que prohibía absolutamente la importación de tejidos estampados de la
India, de Persia y de China; toda mercancía cogida en contravención
debía ser confiscada, sacada a pública subasta y reexportada 3.
Hay que creer que esta medida enérgica no produjo el efecto espe­
rado, porque las demandas no tardaron en renovarse 4*6 . Hacia 1719 se
hicieron más apremiantes, y el Parlamento se vio asaltado nuevamente
de peticiones s. Se publicaron numerosos folletos, en los que los fabri­
cantes de telas de lana se pronunciaban en términos vehementes contra
la moda de las cotonadas estampadas 15. Y no solo se contentaron con

1 La reina María, mujer de Guillermo de Orange.


2 Defoe: fEeekly Review, enero de 1708.
3 11-12 W ill. III, c. 10. Los fardos de mercancías destinados al comercio
de exportación se permitía que entraran temporalmente en los puertos ingleses,
pero a condición de ser declarados en la aduana y consignados en un almacén
de depósito. Véase B al K rishna : Commercial relations between India and En­
gland Irom 1601 to 1757, págs. 194 y sgs„ y H amilton, C. J.: Trade relations
between England and India (1660-1896).
4 Un folleto de 1706 deplora «la moda actual de los calicós pintados o es­
tampados que se hacen venir de las Indias». H aynes, J.: A view of the present
State of the clothing trade in England, pág. 19.
3 Una de estas peticiones se opone, bastante curiosamente, a todas las de­
más: defiende la causa de los tejidos de algodón, en interés de la industria
de paños, mostrando que si el precio de las lanas inglesas disminuye, su expor­
tación debe aumentar. Journ. of the House of Commons, X IX , 254.
6 The just complaints of the poor weaver truly represented (1719); A brief
State of the question between prinled and painted callicoes, and the woollen
and silk manufactures (1719); The weaver’s true case (1720); The further case
of the woollen and silk manufactvrers (1720). Y en sentido contrario: A scill :
Brief answer to a brief estáte of the question, etc. (1719). The weaver's pretences
exatnined (1719). La mayoría de estos folletos nos han sido comunicados por el
profesor Foxwell.
r. COMIENZOS DEL MAQIHNISMO EN LA INDUSTKIA TE X TIL 185

palabras. En muchos sitios se produjeron disturbios: los tejedores,


exasperados por los paros forzosos prolongados, atacaban en plena calle
a las personas que iban vestidas con telas de algodón y desgarraban o
quemaban sus trajes; hasta algunas casas fueron tomadas por asalto
y saqueadas *. Esta agitación solo terminó después de votada una nue­
va ley de prohibición, más explícita y más radical aún que la precedente.
«Resultando— dice el preámbulo— que el uso de los calicós estampados,
pintados o decorados, ya estén destinados al indumento o al mobilia­
rio, ocasiona perjuicios a las industrias nacionales de la lana y de la
seda y tiende a acrecentar la miseria, y que, si no se toman medidas
eficaces para hacerlo cesar, podría tener como consecuencia la destruc­
ción entera de las citadas industrias, y la ruina de millares de súbditos
de Vuestra Majestad, cuya subsistencia depende de ellas», se prohibe
a toda persona que resida en Inglaterra vender o comprar tales tejidos,
llevarlos sobre sí o poseerlos, bajo pena de una multa de cinco libras
para los particulares y de veinte libras para los comerciantes 1 2.
Estos hechos no podían dejar de influir sobre el desenvolvimiento
de la industria del algodón en Inglaterra. En los tiempos en que la en­
trada de las telas de la India no estaba sometida a ninguna restricción la
demanda creada por su importación ofrecía ya a cualquiera que hubiese
sido capaz de imitarlas probabilidades de éxito y de fortuna 3. Después
de la prohibición de 1700, estas probabilidades aumentaron mucho;
el público, privado de un artículo favorito, o al menos obligado a pro­
curárselo por vías clandestinas, acogió bien las tentativas, todavía tor­
pes, de los tejedores ingleses.
El condado de Lancaster, donde se había implantado ya el germen
de esta industria, ofrecía el terreno más favorable para su desenvolvi­
miento. Gracias a la proximidad de Liverpool, la materia prima llegaba
con gastos de transporte lo más reducidos posible. Mientras que en el
siglo precedente el algodón bruto era traído de Esmirna a Londres, y
de Londres a Manchester, Liverpool lo recibía directamente de las In ­
dias Orientales y de las Indias Occidentales i . Pues, el Oriente no tenía

1 Véase T h e w e a v e r ’ s t r u e c a s e , pág. 40; T h e w e a v e r ’s p r e t e n c e s e x a m in e d ,


pág. 16.
2 Geo. I, St. I, c. 7.
3 En 1691 un tal John Barkstead sacó una patente «para la fabricación de
calicós, muselinas y telas similares, empleando el algodón producido por las plan­
taciones de Su Majestad en las Indias Occidentales»). Véase C h r o n o l o g i c a l í n d e x
» l p a te n ts , núm. 276 (22 de septiembre de 1691).
i Tan solo en la segunda mitad del siglo xviii superó Liverpool a Londres
como mercado de] algodón (E llis ON, Th.: T h e c o t t o n tr a d e o f G r e a t B r i t a i n ,
págs. 170-71). Pero desde principios del siglo los comerciantes de Liverpool im­
portaban ya mucho algodón, que también íes llegaba por los puertos de White-
huven y de Lancaster. l o u r n a l s o f th e H o u s e o f C o m r n o n s , XXII, 566-67, citado
por Daniels, G. W . : T h e e a r ly E n g l is h c o t t o n in d u s tr y , págs. 57-58. Véase
animismo Ddmbell, St.; E a r l y ' L iv e r p o o l c o t t o n im p o r te a n d th e o r g a n iz a t io n
PARTE II: GRANDES INVENTOS Y CRANOES EMPRESAS

ya el monopolio del cultivo del algodón: florecía en las Antillas, en el


llrosi) *, y mientras que la India o China no exportaban más que el
sobrante, casi toda la cosecha americana se dirigía a los puertos de
Europa, de allí una doble corriente de importación que venía a conver­
ger en Liverpool. Pero esto no hubiese bastado para implantar en el
condado de Lancaster la industria algodonera. L a hilatura del algodón
exige, en efecto, condiciones climatológicas especiales: una humedad
bastante grande del aire y poca separación entre las temperaturas extre­
mas. Estas condiciones se hallan realizadas en Lancashire. La tempe-
raura media del verano, en Bolton, es de + 15° centígrados; la del
invierno es de + 4o. El estado higrométrico medio es de 0,82; el del
mes más húmedo, de 0,93, y el del mes más seco, de 0,78 2. Las altas
colinas que se elevan al este y al norte de Manchester, hacia Ashton
y Rochdale, detienen las nubes que vienen del mar: sus laderas, bas­
tante escarpadas, reciben la mayor parte de las lluvias que, para el
conjunto del condado, alcanzan una media anual de un metro aproxi­
madamente. Se ha observado que las fábricas tienden cada vez más a
agruparse en esta zona tan lluviosa, donde gracias a la humedad to­
talmente particular de la atmósfera se consigue dar al hilo de algodón
una finura excepcional 3.

o/ t h e c o t l o n m a r k e t i n t h e X V J l l t h c e n t u r y , «Economic Journal». XXXIII, 363


y sgs. En 1752, de los 220 barcos del puerto de Liverpool, 106 hacían el comer­
cio de las islas y de América.
1 Las colonias de la América del Norte emprendieron este cultivo más tarde.
Las importaciones de algodón de Charleslon y Nueva York, mencionadas perió­
dicamente desde 1747, eran probablemente importaciones de las Antillas traídas
por barcos que habían hecho escala en América del Norte. Véase El.i. isnN. Th.:
C o t lo n tra d e o f G r e a t Britoin, pág. 81, y H au . iín, E. von: B a u m w o l lp r o d u h t io n
und P f la m e n w ir ls c h a ft in den N o r d a m e r ik a n i s c h e n S iid s tn a le n («Staats- und
Sozialwissenschaltliche Forschungen», 15, I, pág. 9). Fue en 1794 cuando se
desembarcaron por vez primera en los muelles de Liverpool algunas halas tle al­
godón expedidas desde Virginia o Carolina. La aduana se negó a aceptar la de­
claración1 de origen de los Estados Unidos, las declaró de procedencia de las
Indias Occidentales y las embargó como contraviniendo ol Acta tle Navegación,
que prohibía importar bajo pabellón extranjero las mercancías de esta proce­
dencia. Y esto Luvo lugar un año después del tratado de Versalles, que desgaja­
ba definitivamente las colonias de la América del Norte de la madre patria.
(B ishop : H i s t o r y o f A m e r i c a n M a n u f a c t u r e s , 1, 354; Ei.u so n , Th., o b c it . , pá­
gina 82.) Este incidente se menciona en un documento francés de la época
(C o n s id ír a t io n s s u r le s m a n u f a c tu r e s d e m o u s s e lin e et de c a llic o d a n s la G ra n d e -
B r e ta g n e , «Archives des Aflaires Etrangéres, Mémoires el Documents», LXXIV,
fol 182).
2 Dobson , sir Benjamín: H u m i d i t y i n c o t l o n s p in n i n g , págs. 17-22. I-as
láminas (págs. 44-45, 59, 67, 73) muestran que la cohesión y la regularidad del
hilo de algodón varían en razón de la humedad de la atmósfera.
3 Sc uultze -G aver n itz : L a g r a n d e in d u s t r ie , págs. 58 y 108. S. Chapman
parece menospreciar la influencia de las causas naturales cuando escribe: «En
resumen, la industria del algodón se estableció en Lancashire sin razón especial,
a no ser, quizá, porque la de la lana ya se encontraba allí, porque se acogía con
agrado a los extranjeros y porque la administración de Manchester no estaba en
i: c o m ie n z o s del m a Qu i n i s m o en la in d u s t r ia t e x t il
187

L o que faltaba a los hilanderos y a las hilanderas de Lancashire


eran los dedos ágiles y la extraordinaria habilidad de los obreros hin­
dúes. El hilo que obtenían, con un utilaje, por lo demás, apenas supe­
rior al que se empleaba en la India era demasiado burdo o dema­
siado débil. Por eso se tomó la costumbre de fabricar tejidos mezcla­
dos de lino y de algodón: el hilo de lino, más resistente, formaba la
urdimbre; el hilo de algodón, la trama2. Tales fueron las telas que fun­
daron, en su origen, la fama de Manchester. Estampadas a mano, por
medio de planchas grabadas, podían, si no rivalizar con las indianas,
ni menos reemplazarlas mal que bien y satisfacer los gustos del público,
contrariados por las medidas prohibitivas.
Era precisamente lo que temían los fabricantes de telas de lana. Su
campaña de 1715-1720 parecía dirigirla contra una industria extran­
jera, en nombre de. la industria inglesa por excelencia: en realidad, se
trataba de suprimir una competencia tanto más molesta por cuanto
que acaba de instalarse en la propia Inglaterra. El egoísmo corpora­
tivo sigue siendo, quizá, tan feroz, pero se ha hecho menos ingenuo.
Hoy día va no se escribirían párrafos como este: «Com o si a nuestro
país no debieran faltarle nunca enemigos encarnizados en su ruina,
apenas se hubieron prohibido los calicós de la India y todos los tejidos
estampados de procedencia extranjera, cuando hijos desnaturalizados
de la Gran Bretaña... se pusieron a trabajar para eludir la ley de
prohibición, instruyendo obreros en la imitación de la destreza hindú» 5.
¡Así, era un crimen haber querido establecer en Inglaterra una indus­
tria nueva! Cuando se compadecía a los millares de personas que se
iban a encontrar por ello privadas de trabajo y de pan, algunos espí­
ritus sin prejuicios no podían dejar de señalar que muchos, en cambio,
iban a bailar empleo en los talleres que se abrían A esto se respondía
que el número de los obreros ocupados cri la industria del algodón era
insignificante a. Pero si esta industria era tan poca cosa, ¿cómo creer

manos de un consejo municipal.» Admite, sin embargo, que «desde el momento


en que se empezó a comprender el valor de las condiciones físicas propias de
ciertas parles de lancashire, las manufacturas de otras regiones fueron atraídas
cada vez más fuertemente hacia la sede principal de esla industria». Chap
man. S .: The Lancashire cotton industry, pág. 154.
1 Se habían adoptado algunos perfeccionamientos de la industria de la lana.
P- oj„ el uso del tomo para hilar y el de las cardas metálicas.
3 Véase el preámbulo del Acta 9 Geo. II. c. 4: «Resultando que grandes
cantidades de telas hechas de hilo de lino y de algodón (cotton wool) han sido
fabricadas desde hace varios años y han sido estampadas y pintadas en este
reino de Gran Bretaña...»
3 The ju st complaints of the poor weaver truly represenled, pág. 14.
1 Ascti.i.: Rrief answer lo a briej State of the question betiveen printed
tallicoes and the ivoollen and sil kmanufac tures; The weaver's pretences exami­
ne i!; Rcasons humbly ofjered to tht¡ House oí Commnns by the callicoprinters.
n The just complaints of the poor weaver, pág. 25.
188 1>ARTE n : GRANDES INVENTO S Y GRANDES EMPRESAS

que pudiese hacer una competencia mortal a la antigua y potente in­


dustria de la lana?
Así, pues, se hizo todo lo necesario para destruir, en su nacimien­
to a la industria del algodón. Sin embargo, no pereció. L o único que
se había prohibido era el uso de los calicós pintados o estampados. La
fabricación de los tejidos no fue interrumpida; y por lo que atañe a
su estampación, hay lugar para creer que fue muy pronto tolerada:
es raro que la ley prevalezca sobre la moda. Desde 1735 los fabrican­
tes obtuvieron un acta del Parlamento que exceptuaba formalmente de
la prohibición promulgada en 1721 las telas mezcladas de lino y de
algodón, como «una rama de la antigua industria de los fustanes» h
Se mantuvo la prohibición contra los tejidos de algodón puro, pintados
o estampados; solo fue levantada en 1774., a instancia, de Richard
Arkwright 1 2.
Esta historia de la industria del algodón en sus comienzos nos
interesa por más de un motivo. Nos proporciona un ejemplo muy pal­
mario de la influencia del desenvolvimiento comercial sobre el desen­
volvimiento industrial. La nueva industria es hija del comercio de las
Indias. Es la importación de una mercancía extranjera la que ha de­
terminado su nacimiento; es la importación de una materia prima exó­
tica la que ha determinado en parte el lugar y las condiciones de su
establecimiento. Un hecho no menos interesante es el papel desempe­
ñado por la antigua industria textil. Ella fue la que suscitó, por su
ciego espíritu de monopolio, la competencia que en seguida intentó
aplastar: precisamente fue desde la prohibición de 1700 de cuando data
el éxito de las cotonadas inglesas, sucedáneas de los tejidos indios. En
fin, el contraste entre las dos industrias rivales es desde entonces visi­
ble, y nos ayuda a comprender la evolución rápida de una, la transfor­
mación más difícil y más tardía de la otra. Una industria nueva y sin
tradiciones tenía para sí, a falta de privilegios, todas las ventajas de la
libertad. N o estaba inmovilizada por una tradición rutinaria. Permane­
cía al margen de las reglamentaciones que impedían o retardaban el
progreso técnico. Era como un campo de experiencias abierto a las
invenciones, a las iniciativas de toda especie. Sobre este terreno com­
pletamente preparado para recibirla era donde iba a edificarse al fin
la estructura esbozada del maquinismo.

III

La industria del algodón, tanto en lo que concierne a la organiza­


ción del trabajo como en lo que concierne al utilaje, había empezado

1 9 Geo. II, c. 4s Véase un resumen histórico de las Actas de 1721 y


de 1735 en Daniels, G.: Early English cotton industry, págs. 20 y sgs.
2 14 Geo. III. c. 73.
I: COMIENZOS DEL M'AQUINISMO EN LA IND USTRIA TEX TIL 189

por semejarse, punto por punto, a la industria de la lana. Era una


industria doméstica y rural. E l tejedor de Lancashire trabajaba en el
campo, en su cottage, rodeado de un trozo de tierra L Las mujeres y
los niños cardaban e hilaban 1 2. En ninguna parte era más necesaria la
combinación estrecha de la agricultura y de la industria: el clima
húmedo y brumoso, el suelo cortado por páramos y marjales, obliga­
ban al labriego a buscar otros recursos que los que le ofrecía el trabajo
de los campos.
Junto a los rasgos característicos del sistema doméstico descubrimos
las huellas de la evolución espontánea, que, poco a poco, iba intro­
duciendo el elemento capitalista. Hacia 1740 ó 1750 aparece en el con­
dado de Lancaster una clase de empresarios totalmente semejante a
ios comerciantes manufactureros del Sudoeste. Se los llamaba «maestros
fustaneros» (¡ustión masters). Compraban las materias primas, hilo de
lino y algodón bruto, y las distribuían a los tejedores; estos se encar­
gaban de hacer ejecutar las operaciones preparatorias: cardado, torcido
e hilado, desempeñando así el papel de subempresarios al mismo tiem­
po que de obreros. A menudo hasta se encuentra por debajo de ellos
una segunda categoría de intermediarios, la de los hilanderos, que, pa­
gados por los tejedores, tenían que pagar, a su vez, a los cardadores y
a los torcedores de hilos 34. La pieza, una vez tejida, se entregaba al fus-
tanero, que la revendía a los comerciantes propiamente dichos *. Como
se ve, la división del trabajo estaba bastante avanzada. Y mientras que
el trabajo de hilatura se distribuía todavía por los campos, la tejedu­
ría tendía va a concentrarse en cierto número de localidades, la princi­
pal de las cuales era Manchester.
Así constituida, esta industria hizo progresos bastante marcados, si
no para justificar la envidia y la alarma de las que había estado a pun­
to de ser la víctima, al menos para dar buena opinión de su vitalidad

1 Butterworth, E.: Hist. of Oldham, págs. 105-07.


2 «En 1770 había en Mellor cincuenta o sesenta arrendatarios. Todos, a ex­
cepción de seis o siete quizá, hilaban o tejían el algodón, el lino o la lana.
I.os cottagers eran a la vez cultivadores y tejedores: en verano abandonaban
«us telares y se alquilaban para la siega.» R adcliffe, W.: Origin of the new
system. of manufacture, commonly called power-loom weaving, págs. 59-60. «Las
(incas eran cultivadas, sobre todo, para la producción de leche, manteca y que­
so... Una vez terminada la faena de la finca, se trabajaba en cardar, en torcer
y en hilar la lana y el algodón, asf como en formar la urdimbre para el telar.»
Uamford, S.; Dialect of South Lancashire, págs, IV-V. Se hallará una descrip­
ción pintoresca del sistema doméstico en la industria del algodón en MOFFIT,
l.ouis W.: England on the eve of the industrial rcvolulion, pág. 210.
3 Guest, R.: Compendious history of the cotlon manufacture, pág. 10;
IjtriTERmmTii, E.: Nist. of Oldham, pág. 103. Butlerworlh parece haber copiado
do) libro de Guest una parle de los hecho# que cita.
4 Como en la industria do la lana, al lotildo y ol acabado estaban a cargo
ilel comerciante. Guest, XI., oh cít., pág, 11. G. W. Daniel# observa <pto a principios
lio! siglo xvn Humpbroy Cliuiliam desempeñaba on Mimchestor el papel del co-
liiurciante manufacturero. (Eerity En/glüh aotton Industry, págs. 35-36).
190 PARTE II: CRANDKS INVENTOS V GRANDES EMPRESAS

y de su porvenir l . Hacia mediados del siglo xvm , Manchester expedía


sus cotonadas, según se dice, a Italia, Alemania, las colonias de A m é­
rica, Africa, Asia Menor, y hasta China, a través de Rusia 2. Pero de
acuerdo con los registros de las Aduanas 3, el valor total de las coto­
nadas exportadas de Inglaterra no pasaba de las 46.000 libras ester­
linas; y cuando en 1760, con ocasión de la coronación de Jorge III,
desfiló por Manchester una gran procesión de corporaciones de arte­
sanos «con trajes e insignias apropiados» 4. no aparecieron ni hilande­
ros ni tejedores de algodón. La industria del algodón era todavía
pequeña y débil comparada con la gran industria de la lana. Sin embar­
go, la serie de inventos que iban a transformarla, y tras ella a todas
las industrias textiles, ya había comenzado.
Un error común, del que ahora debemos guardarnos, consiste en
juzgar las invenciones técnicas, siempre y en todas partes, como debidas
a la aplicación de los descubrimientos científicos. No pensamos, en
modo alguno, en discutir la influencia decisiva ejercida sobre el progre­
so técnico por las ciencias s, sobre todo a partir del siglo XIX. Pero si
consideramos detenidamente este progreso, vemos que hasta esa época
se descompone en dos momentos distintos. Solamente en el segundo de
tales momentos es cuando aparece la ciencia. El primero es todo empi­
rismo y tanteo: la necesidad económica y los esfuerzos espontáneos que
provoca bastan para explicarlo. Toda cuestión técnica es en primer
lugar y ante todo una cuestión práctica. Antes de presentarse como un
problema ante hombres provistos de conocimientos teóricos, se ha plan­
teado a las personas de oficio como una dificultad que superar o una
_______ '
1 Véase «The lale improvcinents in trade, navigation and manufactures con-
sidered» (1739) en Sm ith , J.: Memoirs of Wool, II, 89. Véase también un do­
cumento de 1751 citado por Daniels, págs. 25-26, donde se dice de Manches­
ter: «No hay una sola ciudad en todo el país, a excepción de nuestros puertos
de mar, que se le pueda comparar por el comercio, como resulta manifiesto del
número de fardos que se expiden fuera de la ciudad cada semana, número evna-
luado, por lo baj'o, en 500.»
3 R adcliffe, W.: Origin o¡ power loom tveaving, págs. 12 y 131-33.
3 Citado por Baines, E.: History of the cotton manufacture, pág. 215.
4 The new Manchester Cuide (1804), pág. 43,
s Lo que sigue no está, de ninguna manera, en conl radicción con la idea
generalmente aceptada (y claramente expuesta por Sombart: Moderne Kapita-
lismus, II, 60) de que el gran acontecimiento económico del siglo xvm ha sido
la transformación de la técnica industrial bajo la influencia de la ciencia. Pero
este acontecimiento había sido precedido y hecho posible por toda una serie de
inventos de origen puramente empírico. Hay que reconocer también que el inte­
rés c!el público ilustrado por la técnica de los oficios— rasgos característicos del
siglo—ayudó a encontrar los medios de fomentar la invención mecánica. La fun­
dación de la Sociely of Arts en Inglaterra (17540 es contemporánea de la pu­
blicación de la Encyclopédie, en la que Diderol hace sus magníficas descripcio­
nes de los oficios. Sobre la multiplicación de tales sociedades y su actividad,
véase Bowden, W .: Industrial Society in England toioards the end of the XVÍIÍth
ccntury, págs. 10-12, 38 y sgs, Cfr. SÉE, II.: Les origines de l ’industrie capita-
liste en Trance, «Revue Historique». CLXVIII (1923), págs. 188 y sgs.
1: COMIENZOS DEL MAQUINISMO EN LA INDUSTRIA TEX TIL 191

ventaja material que obtener. Es como un movimiento instintivo que


no solo precede al movimiento reflexivo, sino que es su condición ne­
cesaria. «E s un hecho bien conocido, decía en 1785 el abogado Adair,
defendiendo a Richard Arkwright, que los inventos más útiles, en
todas las ramas de las artes y las manufacturas, no son obra de filó ­
sofos especulativos, encerrados en su gabinete, sino de artesanos inge­
niosos, al corriente de los procedimientos técnicos en uso, y conocien­
do por la práctica lo que constituye el objeto de sus investigaciones» 1.
Una idea que nace de repente en el espíritu de un hombre de genio, y
cuya aplicación produce, no menos súbitamente, una revolución econó­
mica, he ahí lo que se podría llamar la teoría romántica de las inven­
ciones 1 2. La realidad no nos muestra en ninguna parte esas creaciones
a nihilo, verdaderos milagros que nada explicaría, a no ser la potencia
misteriosa de la inspiración individual. La historia de los inventos no
es solo la de los inventores, sino la de la experiencia colectiva, que
resuelve poco a poco los problemas planteados por las necesidades co­
lectivas.
La primera, en el tiempo, de las invenciones que han transfor­
mado las industrias textiles, la que debe estimarse como el origen de
lodas las demás, es un simple perfeccionamiento del antiguo telar: es
la lanzadera volante (fly -sh u iile ), inventada por John Kay en 1733.
Nacido en 1704 cerca de Bury, en el condado de Lancaster, John Kay
trabajó primero al servicio do un pañero de Colchester. Hacia 1730 lo
\mnos ocupado en fabricar peines para los telares3. Es, pues, a medias
tejedor y a medias mecánico: se ha servido de ese mismo utilaje que
luego ha tratado de perfeccionar. En ese mismo año de 1730 hizo un
primer invento: el de un procedimiento nuevo «para cardar y torcer
el m o h a ir 4 y la lana pein ada»5. Se le atribuye también la introducción
(le peines de acero, en sustitución de los peines de madera o de asta
lie rpie estaban provistos los antiguos telares®.
La invención de la lanzadera volante fue provocada por una dificul-
tnd práctica experimentada diariamente por los fabricantes. Era impo­
nible obtener piezas de cierta anchura sin emplear dos o más obre­
ros: porque un obrero solo, que tenía que pasar la lanzadera de una
mano a otra, se veía forzado, naturalmente, a regular la dimensión de la
l< Iii según la longitud de sus brazos. Kay imaginó arrojar la lanzadera de

1 R. Arkwright versus Peter Nightingale, págs. 1-2.


2 H obson, J. A. emplea la expresión de «teoría heroica». Evolution o/ rno-
tlrm capitalism, pág. 57. Véase Brentano, L.: Ueber die Ursachen der heutigen
torialiin Not,, pág. 30.
" VVooocroFt . Bennet: Briej biographies of inventors, pág. 2.
1 Pelo de camello. (N . del T.)
' Ahridgments oj specifications relaling to weaving, 1, 3 (patente núm. 515).
*' G ioke -T ayi .or, B. W .: Introd. to the history of the factory-system, pá-
UllUl '105. *
192 PAUTE I I : GRANDES INVENTOS Y CHANDES EMPRESAS

un lado al otro del telar 1; para ello la proveyó de ruedecillas y la co­


locó sobre una especie de corredera, dispuesta de tal form a que no es­
torbase la bajada y la subida alternativa de los hilos de la urdimbre;
a derecha y a izquierda, para imprimirle un movimiento de vaivén, puso
dos raquetas de madera, suspendidas de varillas horizontales; estas dos
raquetas estaban unidas por dos bramantes a un mismo mango, con el
fin de que con una sola mano se pudiese arrojar la lanzadera en ambos
sentidos. El funcionamiento del sistema era el siguiente: el tejedor,
con un golpe seco, hacía mover alternativamente las raquetas sobre las
varillas que las sostenían; la lanzadera, impulsada bruscamente, era
expelida a lo largo de la corredera; un resorte, en el extremo de cada
varilla, detenía y volvía a colocar en posición la raqueta que acababa de
actuar *.
La lanzadera volante no solo permitía tejer piezas más anchas: per­
mitía también tejer mucho más de prisa que antes. John K ay no se libró
del eterno reproche hecho a los inventores; los tejedores de Colchester
lo acusaron de querer quitarles su pan. En 1738 fue a probar fortuna a
Leeds; allí tropezó con una hostilidad no menos temible: la de los
fabricantes, que querían servirse de su lanzadera, pero que se negaban
a pagarle la renta que les exigía. Se entablaron procesos interminables;
los fabricantes formaron una liga para sostenerlos, el Shuttle C lu b : Kay
se arruinó en gastos de justicia 1
34
2. Hacia 1745 volvió de Leeds a Bury,
su país natal. El odio de sus adversarios lo persiguió hasta allí; en
1753 estalló un verdadero motín: las turbas entraron en su casa y la
saquearon. E l desdichado inventor huyó primero a Manchester, de don­
de se dice que salió escondido en un saco de lana *; después se embarcó
para Francia. El empleo de la lanzadera volante, a pesar de las resis­
tencias que encontró durante mucho tiempo todavía, no tardó en gerte-

1 El telar holandés, que estaba en uso desde hacía un siglo, era muy incó­
modo-siendo accionada la lanzadera por un sistema de engranajes—y solo podía
servir para la fabricación de cintas.
2 Véase la especificación adjunta a la patente y fechada el 26 de mayo
de 1733: aLanzadera inventada recientemente para tejer mejor y más exactamente
el paño y la sarga de gran anchura, la lona y en general todas las telas anchas... Es
mucho más ligera que la lanzadera empleada hasta ahora y va provista de cuatro
ruedecillas: pasa a través de los hilos de la urdimbre siguiendo una tabla de unos
nueve pies de larga colocada debajo y fijada al marco del telar. La citada lanzadera
se mueve por medio de dos raquetas de madera suspendidas del marco... y de
un bramante sostenido con la mano por el tejedor. Este, sentándose en el centro,
arroja la lanzadera de un lado al otro con una facilidad y una rapidez extremas,
por una ligera sacudida dada al bramante.» Abridgments oj specijications relating
lo weaving, I, núm. 542. Véanse las láminas de la Enciclopedia, t. III del suple­
mento, artículo «Draperie».
3 Barlow, A.: Principies and hiswry of weaving, pág. 96; W oodcroft B.:
Brief biographies o f inventors, pág. 3; Cotton-spinning machines and their in­
ventor s, «Quarterly Review», CVII, 49.
4 W oodcroft, B, ob. cit., págs. 4-5: A complete history of the cotton trade,
pág. 302.
T: COMIENZOS DEL MAQÜINISMO EN LA INDUSTRIA TE X TIL 193

iTiltsovse: hacia 1760 su influencia se hacía sentir en todas las ramas


de Iti industria textil í .
lilste invento tuvo consecuencias incalculables. Las diferentes ope-
i uniones "de liña misma industria son como un conjunto de movimientos
lolldut'ios, sometidos a un mismo ritmo. Un perfeccionamiento técnico
' i|iim venga a modificar una sola de esas operaciones interrumpe el
i Iluto común. Se produce en el sistema como una ruptura de equilibrio:
nu lauto que los movimientos, que han-quedado alterados, no recobren
Sil ntmonía, el conjunto permanece inestable, sujeto a oscilaciones que,
Imil luí inamente, se regularizan y dan nacimiento al nuevo ritmo de la
|pinducción z. Las dos operaciones principales de la industria textil son
el blindo y el tejido; en estado normal, deben marchar al mismo paso:
Iti unntidad de hilo producido en un tiempo dado debe corresponder a
)n cantidad de tela que se puede tejer en el mismo tiempo. No es admi­
sible que por falta de hilo los telares cesen de funcionar, ni que las
hilanderías corran el riesgo de quedar paradas después de haber fa-
lulondo demasiado de prisa.
Este equilibrio era d ifíc il de mantener en la antigua industria tex­
til) ya se sabe que un solo telar daba tarea para cinco o seis ruecas'1.
Ilwrpitaba normalmente, y pese a la importación, una escasez de hilo
<i||»l perpetua4. Cuando la lanzadera volante hizo más rápido aún el!'
Iiiibnjo del tejedor, esta escasez se agravó. N o solo subió el precio dell
lilln, sino que a menudo fue imposible procurarse la cantidad deseada
mi un tiempo limitado. De ahí los retrasos en la entrega de las piezas,
ton gran perjuicio de los fabricantes3. Los tejedores, que tenían que
(utgnr a los hilanderos o a las hilanderas, llegaban muy difícilmente a
mullirse la vida. Esta situación no podía durar. Era absolutamente im-

1 En 1767 hubo en Londres un conflicto violento entre los narrotv tveavers


||p|rdnres de piezas estrechas) y los engine-tveavers (tejedores a máquina). Véa-
te .4muíal Register, 1767, pág. 152. En ciertas regiones, sin embargo, el uso de
lll lanzadera volante no se introdujo sino mucho más tarde: en los condados de
WIlla y de Somerset apenas si hizo aparición antes del siglo xlx. Véase Journs. of
lile flmise of Commons, LVIII, 885. H a m m o n d , J. L. y B. (The skilled labourer,
tléHi 159) señalan todavía en 1822 desórdenes causados en Frome por la intro­
ducción de «telares con resortes». En 1760 el invento de la «caja (para lanza­
dera) ascendente» (dropbox) por Robert Kay, hijo de John Kay, completó el de
In Innzndera volante y aseguró su éxito definitivo.
* Este proceso lia sido muy bien descrito y analizado por H oiiSON, J. A.:
I Vnllition of modera capitalism, pág. 59.
* Véase primera parte, cap. I.
* Sobre todo en verano, cuando las labores del campo ocupaban n la PO-
hliuilón rurnl entera. Véase testimonio de H a l l , Henry, presidente del I V orsted
( timmUl.ee, citado por J a m e s : Hist. of the tuorsted manufacture, pág. 312.
3 ho mismo ocurrió en Alemania, por las mismas razones y casi en e! mismo
liiiiliieiitn que en Inglaterra. Véase K u l is c h e r k , J .: Die Ursachen des Vebergangs
gnu dt\f llatularheit zur maschinellen Betriebsiveise um die Wende des 18ten
Htlil in dvr ersten Hdlfte des 19ten Jahrhunderts, «Jahrbitch fiir Geselzgehung»,
M\K, |ió«s. 3840 (1906).
MAHIMJX,— 13
PARTE II: GRANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

prescindible que se restableciera el equilibrio. Había que hallar el


medio de producir hilo con una rapidez equivalente a la del tejido.
A medida que esta necesidad se hizo sentir con más urgencia, las in­
vestigaciones en tal sentido se impulsaron con mayor actividad, hasta
el momento en que la solución práctica fue por fin descubierta.

IV

La industria del algodón era la más indicada para servir de terre­


no a las experiencias. En lo que concierne al problema de la hilatura
mecánica, ofrecía a los inventores condiciones particularmente favora­
bles, pues el algodón, más coherente y menos elástico que la lana, se
deja torcer y estirar más fácilmente en un hilo continuo.
Todavía reina cierta oscuridad sobre los orígenes de la máquina
de hilar. Dos hombres tomaron parte en su invención, John Wyatt y
Lewis Paul; es bastante delicado determinar exactamente sus papeles
respectivos b Lewis Paul figura en primer término. Es él quien en
1738 saca la patente de invención, en la cual no se menciona el nom­
bre de W y a tt1
2; es a él a quien los contemporáneos parecen reputar
como el inventor. Sin embargo, es probable que uno haya hecho mu­
cho menos, y el otro mucho más de lo que se creería, si nos fiásemos
solo de las apariencias.
John W yatt nació en 1700, en un pueblo de los alrededores de
Linchfield. Ejerció primero el oficio de carpintero3; pero había na­
cido inventor, con ese temperamento especial, cuyas manifestaciones
semejan las de un instinto. Inventó durante toda su vida, y la variedad
de sus proyecos sucesivos no asombra menos que su número: arpones
lanzados por un fusil, básculas perfeccionadas, máquinas para reparar
y allanar las carreteras; sus papeles, conservados en la biblioteca de

1 W yatt, Ch. (On the origin of spinning collon by machinery, «Reper tory
of arts, manufactures and agriculture», segunda serie, vol. XXXII, 1818) reivin­
dica para su padre el honor del invento. Colé Rob. (Some account of Lewis
Paul, publicado Como apéndice a la Vida de Cromplon, de F rench) sostiene, por
el contrario, que Lewis Paul es el verdadero inventor. Según B aI nes, E.: Hist. of
the eotton manufacture, págs. 19 y sgs., la máquina fue inventada por Wyatt y
perfeccionada por Lewis Paul. Dobson, B. P. defiende también los derechos de
Lewis Paul (The story of the evolution of the spinning machine, págs. 51-52).
Pero no presenta ninguna prueba que pueda invalidar los testimonios de los
manuscritos conservados en la Biblioteca Pública Central de Birmingham, citados
más adelante.
2 Abridgments of specifications relaiing to weaving, T, nútn. 562. Carla del
doctor James al librero Warren, 17 de julio de 1740: «Ayer fuimos a ver la
máquina del señor Paul, que nos ha dejado enteramente satisfechos, tanto en lo
que se refiere al cardado como al hilado.» C olé , R.: Some account of Lewis
Paul, pág. 256.
3 John Wyatt, master carpenter and inventor, págs. 1-4.
i : COMIENZOS DEL MAQUINISMO EN LA INDÜSTllIA TEXTIL 195

lili mingham. están llenos de ellosL Su primer invento parece haber


liilo el ele una máquina para doblar y taladrar metales; fue comprada
por un armero de Birmingham llamado Richard Heeley I2. Los negocios
le fueron mal al tal Heeley, quien viéndose sin duda en la imposibili­
dad de cumplir sus promesas tomó el partido de ceder sus derechos a
un tercero. El nuevo adquiriente fue Lewis Paul, que de esta manera
m iró en relaciones con W yatt; el contrato firmado entre ellos para
explotar el invento abandonado por el armero Heeley, tiene fecha de
M> de septiembre de 1732 3.
Lewis Paul, hijo de un emigrado francés, y protegido del conde de
Shnftesbury, era un hombre inteligente, inquieto, con los modales y a
veces las pretensiones de un gentilhombre. Se trataba con personajes
i icos e ilusLres, tales como Cave, el editor del Gendem an’s Magazine,
y Samuel Johnson, el autor del Diccionario4. Wyatt esperaba sin
iluda sacarle partido: quizá Paul le hizo creer que tenía dinero 56. En
lodo caso, se asociaron, y esta asociación, que muy pronto se hizo más
estrecha, duró más de diez años.
En el momento en que John Wyatt encontró a Lewis Paul, ya había
concebido— si hay que creer a su hijo Charles W yatt— la idea de una
máquina de hilar. Y la realizó al año siguente, en 1733: «En las pro­
ximidades del año 1730 nuestro venerado padre, que vivía entonces
cu un pueblo cerca de Lichfield, tuvo la primera idea de este invento,
y se ocupó de llevarlo a efecto; y fue el año 1733 cuando con un m o­
delo de unos dos pies cuadrados y en un pequeño edificio situado cerca
de Sutton Coldfield se produjo el primer hilo de algodón que haya sido
hilado sin la ayuda de dedos humanos B; mientras que él, el inventor,
»e mantenía en una expectativa mezclada de gozo y de angustia» 7- V a ­
rias indicaciones contenidas en los papeles originales de John Wyatt
roncuerdan bastante con este relato. Son cartas en que hace alusión a

I Wyatt MSS, T. 1, 8, 21, y II, 16, 25. 38. 32.


~ Idem. 1, 4.
II «Anieles of agreement indented, had, made, concluded and fully agreed
ii|iun the 19lh dav of septeraber. in ihe sixlh year of the reign of our Sovereign
lord George the Sccond, by the grace of God, etc., and in the year of our
Inrd 1732, behveen Lewis Paul genlleman, of the parish of St-Andrews, Holborn,
In ihe county of Middlessex, of the one part, and John Wyatt of lile pnrish of
Wrcford and county of Stafford, carpenter.» Paul promete a Wyalt 500 libras
pagaderas con el producto del invento. Wyatt M SS, 1, 2.
1 Véanse las cartas publicadas en el Birmingham Weecly Pont, iiiíms. de
22 y 29 de agosto y 29 de diciembre de 1891.
Wyatt no tuvo siempre entera confianza en él. Véanse las carina n an her-
..... ... del 25 de septiembre y del 28 de octubre de 1733. Wyatt M SS, 1, 8 y 10.
6 ¿Era verdaderamente la primera vez? El catálogo dn las jinloiitna hace
mención de dos inventos análogos, uno hecho en .1671! por Richard Dorclimn y
Richard Haines (núm. 202), y el otro en 1723, por Thoiims Tliwatte» y Fruncís
( '[ilion (núm. 459). En todo caso, tales,inventos no tuvieron eonsociiriiciii».
7 Wy,\TT, Ch., ob. cit-, pág. 80.
II» PARTE I I ; CRANOKS INVENTOS y CHANDES EMPRESAS

un invento nuevo del que espera grandes resultados: «C reo haber halla­
do, escribe a su hermano, un utensilio ( gimcrack) de cierta importan­
cia.» Y habla de ir a instalarse a Birmingham Son también dos do­
cumentos bastante enigmáticos, que llevan las fechas del 12 y del 14
de agosto de 1733: en ellos se estipulan las condiciones por las que
Lewis Paul se convierte en el único propietario «de cierta máquina des­
tinada a cierto uso» 12. Esta designación, de una oscuridad premedita­
da, y la importancia de la suma prometida a W y a t3 a cambio de sus
derechos sobre la misteriosa máquina, hacen pensar que se trata de
un secreto de gran valor. El invento, por lo demás, todavía estaba in­
completo, y no podia dar beneficios inmediatos.
Transcurrieron varios años antes que estuviese en condiciones de
recibir una aplicación práctica. La correspondencia de ambos socios
descubre sus contratiempos. En 1736, sus mutuos reproches estuvieron
a punto de ocasionar una ruptura. W vatt se quejaba de la miseria en
que lo habían dejado las promesas de Lewis Paul: «Soy más miserable,
escribía, que un pobre que pide limosna... L o que me pregunto es si
mi credulidad atrevida no es un crimen más imperdonable que todos
los que usted me imputa.» Lewis Paul le recordaba que lo tenía a su
merced: «Conozco su gran secreto, y puedo tratarlo como me parezca»4.
P o r lo demás, no tenía dinero; hasta 1737 apenas si pudo socorrer a
Wyatt, que había llegado al límite de la indigencia. Parecía desesperar
de llevar a buen término la empresa comenzada: «Creo que todavía
se deja usted arrastrar por vanos sueños sobre lo que ha sido para
nosotros el camino directo de la ruina... Era una imprudencia mons­
truosa por su parte el arriesgarlo todo en una empresa de la que. razo­
nablemente, no cabía esperar sino poco o ningún resultado» 3. A l año
siguiente, habiendo recibido la máquina, sin duda, los perfecciona­
mientos que necesitaba, recobraron los ánimos. La patente fue regis­
trada el 24 de junio de 1733.
Esta patente es un documento capital para la historia de la técnica
industrial: su texto es relativamente claro, y da de la máquina de
Wyatt, cuyos modelos originales han desaparecido, una idea bastante
precisa: «Esta máquina es apropiada para hilar la lana o el algodón.....
los cuales, antes de ser colocados en ella, deben ser preparados de la

1 Wfall M SS, I. 9. La carta no está fechada, pero se sitúa evidentemente


antes que otras cartas de 1733, en las que se repite la misma palabra como un
término familiar. Más tarde se transforma en una especie de cifra convencional:
25 Gimcrack o—25. Ibíd., 1, 13.
2 «A certain engine, machine or instrument for certain purposes.» Wrail MSS,
I, 1 y S.
Debía cobrar 2.000 libras: si moría en un plazo de cuatro años, sus he­
rederos recibirían 4S0 libras y su viuda una pensión de 10 libras. Idem, ibíd.
* Wyatt M SS, I, 23-28 (carta de Paul a Wyatt, sin fecha, pág. 24: cartas
•lo Wyatt o Paul, 21 de abril y 21 de septiembre de 1736, págs. 25 y sgs.).
F rtm MSS, 11. 69, 71-75, y 1. 35-37.
I: COMIENZOS DEL MAQUINISMO EN LA INDUSTUlA T E X T IL 197

manera siguiente: el contenido de cada carda, después de haber sido


arrollado sobre si mismo, se pone cabo con cabo [con el de las demás
cardas], de modo que toda la masa forma una especie de cuerda o hilo
tosco... Un extremo de esta cuerda se coloca entre dos rodillos o cilin­
dros 1 que, por su movimiento de rotación, y en proporción con la
velocidad de este movimiento, arrastran el algodón o la lana que se
quiere hilar. Mientras que esta lana o este algodón pasa regularmente
entre los dos cilindros, otra serie de cilindros, que giran con una velo­
cidad creciente, lo estiran en un hilo tan fino como se puede desear» 2.
Es el dispositivo esencial, que volveremos a encontrar en la máquina
denominada de Arkwright. Si es fácil comprender cómo el hilo, al pasar
entre rodillos que giran cada vez más de prisa, se alarga y adelgaza a
medida qué avanza, ya no se comprende tan bien cómo adquiere el
hvist el grado de torsión que le da su resistencia. El texto de la pa­
tente es bastante oscuro sobre ese punto: esa era, sin duda, la parte
débil del invento *.
E l hilo, una vez formado, se enrollaba en busos o canillas, cuya
rotación se regulaba por la de los cilindros más rápidos. Estas canillas
podian servir, en caso necesario, para otros menesteres: « A veces solo
se emplea el primer par de rodillos; y entonces las bobinas, canillas
n husos donde el hilo va a enrollarse se disponen de tal manera que,
por su mayor velocidad, extraigan más hilo del que les suministran
los rodillos; y esto en proporción del grado de finura que se desea
obtener.» Esta vez, los rodillos solo sirven para retener el hilo; son
las canillas las que, al girar sobre sí mismas, lo estiran y lo tuercen.
Es, más o menos, el principio de la jen n y de Hargreaves. Así, los dos
grandes inventos que, treinta años más tarde habrian de dar al pro­
blema del hilado mecánico su solución definitiva, derivan ambos de la
máquina de Wyatt.
¿Cuál debía ser la fuerza motriz? Es una cuestión de la que el in­
ventor no parece haberse preocupado en un principio. Pero admitía,
como una cosa evidente, que esta fuerza sería capaz de poner en mo­
vimiento varias máquinas a la vez. A l pensar en ello se representaba
una especie de molino, de ruedas motrices accionadas por caballos, por
rl agua o por el viento *. Solo más tarde advirtió que su invento podría
m t adecuado para las necesidades de la pequeña producción. «S e podrá
encontrar útil, en las regiones donde no haya oportunidad de emplear

1 La superficie de uno de estos cilindros era lisa; el otro, por el contrario,


• pi exentaba rugosidades o estrías, o bien estaba cubierto de cuero, de paño, de
irin n de puntas metálicas». Wyatt M SS, 1, 45-48. Esto era lo que les hacía
adherirse el uno al otro.
'J Abridgmcnls of specifications relating to weaving, I, núm. 502.
Véanse a este propósito la s observaciones de U ne , A.: T h e colton nianu-
Imiure o ¡ Creal Britain, I, 209.
< Ifyatt M SS, I, 34.
l'JH PARTE r i: GRANDES INVENTOS Y CHANDES EMPltKSAS

catas grandes máquinas, fabricarlas pequeñas, fáciles de transportar y


suficientes para abastecer de lulo a una o dos familias de tejedores» 1.
A si fue como se empleó más tarde la jen n y de Hargreaves, mientras que
la máquina de Arktvrigbt daba nacimiento a las grandes hilaturas.
W yatt preveía el sistema d e fábrica y consideraba sus consecuencias
probables. Las máquinas debían suprimir, según sus cálculos, un tercio
de la mano de obra. ¿Qué resultaría de ello? Desde luego, un beneficio
evidente para el fabricante. Pero este beneficio ¿no sería una pérdida
para los obreros y para el público? W yatt no lo creía: «U n provecho
adicional realizado por el fabricante lo alentará para nuevas empresas y
le permitirá desarrollar su industria en razón con la economía que las
máquinas habrán hecho posible. La extensión de sus negocios lo arras­
trará sin duda a dar trabajo a algunos de los obreros que había dejado
de emplear. También precisará más personal en todas las demás ramas
de la industria textil, a saber, tejedores, tundidores, desengrasadores, pei­
nadores de lana. etc. Estos, al tener más tarca que antes, podrán ganar
m ás» 1*3. T.a nación entera se aprovechará de ello. «T o d o perfeccionamiento
de este género, introducido en una industria cualquiera, es. a no dudar,
una ganancia para el país: sobre todo, cuando se trata de un país cuya
actividad comercial e industrial se desarrolla tan rápidamente como en
el nuestro... De la misma manera un hombre que trabaja más de prisa
que sus vecinos debe forzosamente ganar más. o si encuentra un proce­
dimiento por el que uno de los suyos gana tanto él solo como todos jun­
tos ganaban antes, todo lo que el resto de la familia puede adquirir por
otros medios constituye evidentemente un beneficio n u e v o »3.
Este invento, que debía enriquecer a Inglaterra, no logró, en todo
caso, enriquecer a sus primeros autores. Parece que no recibió aplica­
ción práctica antes de 1740; entre tanto. Lewis Paul fue encarcelado
por deudas, y el modelo de la máquina, embargado junto con sus mue­
bles h Por fin se montó en Birminghnm un pequeño establecimiento— sin
duda con capital prestado por los amigos de Paul— , dirigido por los
propios inventores. Contenía una máquina puesta en movimiento por dos
asnos y atendida por diez obreros3. Se lia negado que esta máquina pu­
diese funcionar regularmente y producir hilo de buena calidad: esto
explicaría el fracaso de la empresa *. Pero no es tal cosa lo que parece
resultar de los testimonios contemporáneos. «Fuimos ayer, escribía el
doctor James al librero Warren. a ver la máquina del señor Paul, que

1 P y a a U SS. I. 31.
3 Ibid.. 33.
3 Ibid.. 32.
*■ Carla de Lewis Paul. 6 de enero de 1739. Carla de Wyatt. 17 de abril.
Wyatt MSS. I, 50-57. En este momento fue cuando Lewis Paul solicitó del duque
de Bedford hacer una experiencia de su máquina en la Inclusa de Londres.
3 W yatt , Ch.. ob. cíe., oág. 81: Local Notes and Queries <Bíbl. de Birmin-
gham), 1889.1893. núms. 2811. 2815, 2832.
3 (Tin:, A.: Catión manufacture, I. 217.
(: COMIENZOS DEL MAQUlNISSlO EN LA i n d u s t r i a TE X TIL 199

nos ha satisfecho enteramente... Estoy cierto de que si Paul dispusiera


para empezar de 10.000 libras podría ganar en veinte años más dinero
de lo que vale toda la ciudad de Londres» L Uno de los defectos de la
máquina era la fragilidad de sus órganos: de ahí la frecuencia de
accidentes mecánicos y lo costoso de sus reparacionesI2.
Esas 10.000 libras jamás las tuvieron Paul y Wyatt. Es la razón por
la que el establecimiento, por modesto que fuese, no pudo sostenerse. En
1742 vino la quiebra 3: el invento fue vendido a Edward Cave, editor
del Gen/lem an’s Magazine. Este trató de hacer las cosas en grande. Montó
en Northampton un taller que contenía cinco máquinas de 50 canillas
cada una. A l igual míe los molinos para torcer la seda de Derby estas
máquinas eran impulsadas por un motor hidráulico, accionado por el
agua ,<lcl Non. El cardado se ejecutaba por medio de cardas cilindricas,
inventadas por Lewis Paul 4*. El personal se componía de 50 obreros V
obreras: la mitad se ocupaba en cardar el algodón, los demás vigilaban
las máquinas y ataban los hilos rotos *. Lo que faltaba esta vez no eran
los capitales, sino un elemento no menos indispensable para el éxito de
una empresa industrial, una buena administración, tanto desde el punto
de vista comercial como desde el punto de vista técnico. Según los
cálculo de Wyatt la empresa habría debido producir más de 1.300 li­
bras de beneficio anual; ya sea por causa de los defectos de la má­
quina o por la inexperiencia y la incuria de los que la dirigían per­
maneció languideciente6. Vegetó en la oscuridad hasta 17647; más
larde su material fue comprado por Richard Arkwright. A pesar de
mi existencia precaria y del poco ruido que hizo en el mundo, la
fáhiica de Northampton no deja por eso de ser la primera hilatura de
algodón que existió en Inglaterra, la antepasada de todas las factorías
que en torno a Manchester, Glasgow, Ruán, I.owell. Chemnitz, así como
Rombay y Osaka, levantan sus innumerables chimeneas.
En el poema de Dyer, dedicado a la descripción y al elogio de la
industria de lu lana, hay un curioso pasaje que so refiere evidentemente
n una aplicación del invento de Wyatt. El autor visita una manufactura
de paños situada en el valle del Caldee: allí se le muestra «una máquina
rircu lar.de invención reciente, que estira e hila la lana — sin el trabajo
fastidioso de las manos, que ya se han hecho inútiles. — Una rueda, in vi­
sible, bajo el suelo — a cada pieza del mecanismo armoniosamente dis­
puesto— imprime el movimiento necesario. Un obrero, atento — vigila

I Colé, R.: «Sonic account of Lewis Pauln, en apéndice a F ren en : Life


uf l-romplon, pág. 256.
3 Véase Dobson, B. P.: Etíolution o / iht spinning machine, pág. 50.
B'yatt MSS, 1. 65; U, 82.
4 Patente mira. 636.
“ U yatí M SS, I, 76 y sgs.
II h’cmltrks m Mr. C aves ivorks at Northainpnm (1718), lEyall A'lSS, 1, 82.
1 Wyatt, Cli.: On. the origi-n. oj ¡piaiúng coüon 6y imWiimuy, ;iúg. 81.
200 PARTE I I : GRANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

la máquina: la lana cardada, nos dice, — es arrastrada dulcemente por


estos cilindros en m ovim iento— que, girando sin esfuerzo, la conducen
allá lejos, a esa hilera — de canillas verticales: estas, por una rotación
rápida, — dan un hilo uniforme y continuo de una longitud indefinida» L
¿Prueba este texto verdaderamente que la máquina de Wyatt se haya
empleado antes de 1760 en la industria de la lana? Es licito ponerlo en
duda. Dyer ha querido, probablemente, describir una manufactura mo­
delo, a la que ha transportado, por una ficción legítima, la máquina que
había podido ver funcionar en la fábrica de Northampton, la única cuya
existencia es un hecho indudable 1 2.
Sea lo que fuere el invento no se difundió y las tentativas hechas
para explotarlo fueron poco advertidas. Los tejedores siguieron queján­
dose de la escasez y del precio excesivo del hilo. En 1761 la Sociedad para
el Fomento de las Artes y Manufacturas, fundada desde hacía solo algu­
nos años, publicaba una nota concebida en estos términos: «L a Socie­
dad está informada de que los fabricantes de tejidos de lana, de lino y
de algodón experimentan grandes dificultades cuando los hilanderos y las
hilanderas van al campo para la siega en procurarse un número suficiente
de obreros para poder continuar dando trabajo a los tejedores; por falta
de la diligencia necesaria en esta parte de la fabricación la entrega de
los pedidos hechos por los comerciantes se encuentra a menudo retra­
sada, con gran perjuicio del comerciante, del fabricante y de la nación
en general.» La Sociedad estimaba que era menester fomentar toda in­
vestigación apropiada para remediar esta situación, e instituía dos pre­
mios «para el m ejor invento de una máquina capaz de hilar simultánea­
mente seis hilos de lana, de lino, de algodón o de seda y que pueda ser
manejada y vigilada por una sola persona» 3.
Así el problema seguía planteándose y su solución era esperada, re­
clamada, con una impaciencia creciente. Si Wyatt y Paul se hubieran ha­
llado veinte años antes en presencia de una demanda tan apremiante, sus
esfuerzos habrían sido, sin duda, recompensados con mejores resultados.

1 Dyer : The Fleece, libro III, versos 291-302.


2 Véase la nota del Verso 292: «Una máquina circular. Es la curiosísima
máquina inventada por Mr. Paul. En su forma actual está hecha para hilar el
algodón, pero se la puede emplear en hilar las lanas más finas.» La aplicación
al hilado de la lana sería, por tanto, según el parecer del autor, una simple po­
sibilidad, contrariamente a la opinión de Tíeaton , H. ( The Yorkshire woolltn
and worsted industries, pág. 356).
3 Transactians of the Society ¡or the Encouragement of Arts and Manufat-
tures, I, 314-15. «Robert Dossie, que conocía bien la historia de esta sociedad
desde su origen, nos dice que sus miembros se habían interesado en la cuestión
desde que tuvieron conocimiento de la máquina de hilar imperfecta patentada
por Letvis Paul en 1738.» Bowden, W . : Industrial Society in England tomarás
the end of the X V IH th century, págs. 48.49. Un tal Harrison fabricó en 1764
una rueca «con la que un niño podría hacer dos veces más hilo que un adulto
con una rueca ordinaria». W arden, A.: The Unen ir ade, 371.
r: COMIENZOS DEL MAQÜINISMO EN LA INDUSTRIA TEX TIL 201

Pero vinieron demasiado pronto. Es malo para un invento adelantarse


demasiado al momento en que la necesidad a la que debe responder al­
canza su mayor intensidad.

Este momento decisivo por fin había llegado. Hay que notar que los
dos inventos cuyo éxito ha revolucionado la industria textil aparecieron
casi al mismo tiempo. La spinning-jenny de Hargreaves y el water-frame
de A rkw righ t1 son contemporáneos, con uno o dos años de diferencia.
La invención del water-jrame parece datar de 1767; la de la jenny, de
1765. Fue en 1768 cuando ambas entraron en uso, y las patentes que
constituyen, por decirlo así, sus partidas de nacimiento oficiales datan
respectivamente de 1769 y 1770. Constituyen la doble culminación de
una misma corriente de causas económicas.
Pero si los orígenes de los dos inventos son idénticos, sus efectos han
sido, en cambio, bastante diferentes. Si históricamente son simultáneos,,
en el orden lógico representan dos grados sucesivos de la evolución in­
dustrial. El invento de Hargreaves es más simple: modifica menos pro­
fundamente la organización del trabajo. Marca la transición entre el
trabajo manual y el maquinismo, entre el sistema doméstico o el de la
pequeña manufactura y el sistema de fábrica.
Se sabe poca cosa sobre la persona y la vida de James Hargrea­
ves. Entre 1740 y 1760 lo encontramos establecido en los alrededores
de Blackburn, en Lancashire, donde alternaba el oficio de tejedor con
ti de carpintero 1
2. Fue sin duda en calidad de carpintero como se ini­
ció su ocupación con las máquinas. En esta época en que los inge­
nieros de profesión apenas existían, su papel era desempeñado, mal
(pie bien, por obreros carpinteros, cerrajeros, relojeros, suficientemen­
te acostumbrados a trabajar la madera y el metal, a montar estruc-
luras o a ajustar piezas. Entre estos ingenieros improvisados hay que
dejar un sitio aparte a los constructores de molinos ( miü-wrights) , cuyo
Concurso fue con frecuencia indispensable para instalar las primeras
lúbricas 3. El millwright sabía manejar las herramientas del tornero, del

1 Arkwright no es probablemente su verdadero inventor. Véase más ade­


lante cap. II, sec. III.
2 A complete history of the callón trade, pág. 77.
■' «Su profesión es un intermedio entre la del carpintero y la del herrero:
ol trabajo que realizan es en suma, labor gruesa, pero exige mucho ingenio.
I1lira ser capaz de comprenderlo y de ejecutarlo hace falta tener disposiciones
|nira la mecánica y un conocimiento suficiente de la aritmética, porque hay mu-
i’lm variedad en la construcción y el funcionamiento de los molinos, ya que unos
nuil movidos por caballos, otros por la fuerza del viento, otros por el agua, la
i mil a veces es proyectada sobre una rueda y a veces la arrastra al pasar por
ilt'ltnjo. ¿y por qué no habríamos de ver, con el tiempo, molinos de fuego, al
lltiuil que ya hemos visto bombas de fuego?» FAmBAiuN, W.: M ills and M ili-
Víarlc, 1, v-vt. Véase Webh MSS, Engineering Trajes, I.
m PARTE II: GRANDES INVENTOS V GRANDES EMPRESAS

carpintero, del herrero. Sabía de ordinario aritmética y un poco de me­


cánica. Era capaz de dibujar un plano, de calcular la velocidad o la
fuerza de una rueda. Se recurría a él en todos los casos difíciles, ya
se tratase de reparar una bomba, de arreglar un juego de poleas o de
instalar un tubo de cañería. Tenía la reputación de ser útil para todo,
y apenas si se podía pasar sin él cuando se comenzaba alguna empresa
nueva.
Hargreaves tenía por vecino a un fabricante de telas estampadas
— el fundador de la gran familia industrial de los Peel— . Este fabri­
cante lo empleó, en 1762. para que le construyera una máquina de
cardar, según el modelo, sin duda, de la de Lewis Paul '. Este fue el
principio de su carrera de mecánico y de inventor. La desigualdad cada
vez más marcada entre el hilado y el tejido producía en la industria
un verdadero malestar. Los tejedores quedaban a menudo en paro fo r­
zoso, los comerciantes se preguntaban cómo iban a poder satisfacer la
demanda siempre creciente. En un paÍ9 como Lancashirc. que vivía de
la industria textil, era una cuestión sin cesar agitada, de la que todo el
mundo hablaba, v a la que cada uno se ingeniaba en resolver 1 2. L o que
Hargreaves encontró, muchos otros lo habían buscado al mismo tiem­
po que él 34 .
La máquina, bajo su forma primitiva, era de una estructura y de
un funcionamiento muy simples. Se componía de un marco rectangu­
lar, montado sobre cuatro patas. En uno de sus extremos había colocada
una hilera de canillas verticales; al través, dos barras de madera, apli­
cadas una contra otra y montadas sobre una es|>ecie de carro, se des­
lizaban a discreción hacia adelante y hacia atrás. El algodón, previa­
mente cardado y torcido, pasaba por entre las dos barras y a continua- i
ción iba a enrollarse en las canillas. Con una mano el hilandero hacía í
ir y venir el carro; con la otra daba vueltas a una manivela, cuyo mo- I
vimicnto se comunicaba a las canillas; el hilo era así estirado y torcido
a la vez \
Tal es el principio de la jertny, cuya idea habría concebido Hargrea-
ves, según el relato tradicional, al ver una rucea tumbada sobre un

1 A complete history of the cotton trade, pág. 79. La máquina de Paul, muy
simple, se componía de una especie de canalón cóncavo provisto de dientes me­
tálicos y de cardas cilindricas movidas por una manivela.
a Véase la conversación característica entre el relojero Kay v Rich. Ark-
wright en una taberna de Wairington. The Irial of a cause instituted by R . P. Ar­
den erg., ílis M ajestys attomey-general, by writ of scire /acias, to repeal a patenl
granted on the 16 dec. 1775 to Mr. Rich. Arhwright, pág. 63.
5 Por eso pudo ser acusado llargraves de no ser el primero o el único au­
tor de su invento. Véase R. Cues!. The British cotum manufacture, págs. 176-80.
4 Abridgments of specificalions relaling to spinning, pág. 19 (núm. 962);
Transactions of the Socíety for the Encouragemenl of Arts and Manufactures,
TI, 32-33: J ames, J.: History o/ the ivorsted manufacture, págs. 345-16. G u e s t , R.:
Compendióos history of the cotton manufacture, págs. 13-11; B . E.: Hist. el
a i n e s

the cotton manufacture, pág. 158.


1: COMIE ZOS DEL MAQDINISMO EN LA INOÜSTHIA TEX TIL 203

costado que seguía girando durante algunos instantes, mientras que el


hilo, mantenido entre dos dedos, parecía formarse espontáneamente. Te­
nía sobre la rueca, de la que evidentemente se deriva \ una ventaja
capital: la de que permitía a un solo obrero producir varios hilos al
mismo tiempo. Los primeros modelos construidos por Hargreaves no
tenían más que ocho canillas, pero este número podia ser aumentado sin
otro límite que el de la fuerza motriz empleada. En vida del propio H ar­
greaves se construyeron jennies de ochenta canillas e incluso de más.
¿Comprendió Hargreaves desde el primer instante toda la importan­
cia de su invento? En todo caso pasaron varios años antes que lo
hiciera público. Al principio se limitó a ensayarlo personalmente en su
propia casa; solo fue en 1767 cuando fabricó algunas máquinas con la
intención de venderlas. En seguida se vio objeto de esa impopularidad
n la que casi nunca escapan los inventores. Los obreros de Blackburn
vinieron a forzar su puerta y a destrozar sus máquinas 1 2. Fue a esta­
blecerse en Nottingham; allí, igual que en Lancashirc, la industria tex­
til atravesaba una crisis, debida a la insuficiencia de los antiguos proce­
dimientos del h ilad o3. Fue entonces cuando sacó una patente4 y
comenzó la explotación sistemática de su invento. Vendió un gran nú­
mero de jennies, y habría hecho fortuna si no hubiese tenido que luchar,
como John Kay, contra la mala fe de los fabricantes. Quiso entablar
un proceso contra los que se negaban a pagarle: los intereses compro­
metidos eran ya tan considerables que rechazó 3.000 libras que se le
ofrecían a titulo de transacción5*. Desgraciadamente para él se decidió
que el modelo de la je n n y estaba en el comercio antes de haber sido
patentado, y sus derechos fueron declarados eaducados. Tuvo, pues,
como sus predecesores, serios disgustos; pero es falso que muriese en la
miseria, como Arkwright trató de hacer creer, para interesar en su
pr pía suerte al público y al Parlamento B. Sabemos, por el contrario,
que Hargreaves, pobre en 1768, dejó en 1778 más de 4.000 libras a
mis herederos 78. Suma, por lo demás, insignificante, si se la compara con
el inmenso aumento de riqueza dejado a la invención de la jenny. Diez
nfios después de la muerte de Hargreaves se calculaba que no había me­
nos de veinte mil de estas máquinas en Inglaterra: las más pequeñas
Inician la labor de seis u ocho obreros *. En el condado de Lancaster su
uso se difundió con una rapidez asombrosa: en pocos años reemplaza-

1 «La jenny no es más que una rueca con varios husos (a múltiple hand).*
Hiib, A.: The cotton manufactures of Grrat Rrilain, I, 203.
* Abbam: Hist. of Blackburn, páRS. 205-06.
3 Kerkin, J.: History of the hosiery and lace manufacture, p íg s 81-97.
4 Núra. 962 (1770).
8 Ukr, A.: The cotton manufacture, I. 198.
* «The case of Richard Arkrmehí». en Tlic tria! of a cause, etc., pá?. 98.
7 Aiiham: Hist. of Blackburn, pág. 209.
8 An important crisis in the callico and mimlin manularlttre o/ Grcal Briiain.
pilK. 2 (1788).
m PARTE I I : GRANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

ron a la rueca en todas partes 1. Con ello la industria de la lana, que


en esta parte de Inglaterra nunca había sido muy floreciente, fue aban­
donada casi por completo: «E l algodón, el algodón y todavía el algo­
dón era ahora la mercancía única, la que daba trabajo a todos... Las
viejas ruecas fueron desechadas, ya no se empleaban más que jennies
para hilar» a.
La jen n y era una máquina muy sencilla y de una construcción poco
costosa. Ocupaba poco sitio y no exigía la instalación de talleres es­
peciales. Funcionaba sin ayuda de ninguna fuerza motriz artificial. Su
uso alteraba bastante poco los hábitos de los obreros y no modificaba,
en apariencia al menos, la organización del trabajo. Esta fue sin duda
una de las razones de su éxito rápido. Lejos de destruir la industria de
los cottages pareció, por lo pronto, fortificarla; se la vio en los pequeños
talleres de los maestros artesanos, en las fincas en donde, de generación
en generación, el producto de la rueca venía a añadirse al del arado.
P ero el crecimiento enorme de la producción, el papel del utilaje, ya
preponderante sobre el de la mano de obra, anunciaban el advenimiento
de la gran industria. Y mientras que la jen n y de Hargreaves reempla­
zaba en las chozas a la rueca de las abuelas, ya se alzaban en Notting-
ham, en Cromford, en Derby, en Belper, en Chorley, en Manchester
las hilaturas de Richard Arkwright.1 2

1 K ennedy, J.: A b r i e f m e m o i r o f S a m u e l C r o m p t o n , «M e m o ir s o f the lite *


r a r y and p h ilo s o p h ic a l so ciety o f M a n c h es te r», s e r ie II, V , 330; Guest, G.: T h e
B r i t i s h c o t t o n m a n u f a c t u r e , pág. 147.
2 R adcliffe, W.: O r i g i n o f t.he n e w s y s t e m o f m a n u f a c t u r e , pág. 01 (pue­
blo de M e llo r ).
C A PITU LO II

LAS FABRICAS

El nombre de Arkwright es uno de los que en la penumbra en que


todavía se hayan sumergidos los acontecimientos y los hombres de la
historia económica brillan con más vivo esplendor. La tradición ve en
fi], al tipo del manufacturero enriquecido por su trabajo y sus inventos,
ni verdadero fundador de la gran industria m odernal . L a economía
política, hacia 1830, hizo de él su héroe 123
. La misma literatura no lo
ha desdeñado: Carlyle se complació en bosquejar un retrato vigoroso
ile «este campesino de Lancashire de fisonomía vulgar y casi grosera,
ile mejillas espesas, de panza abultada, con un aspecto de reflexión
penosa en medio de una digestión opípara... ¡Oh lector! ¡Qué fenó­
meno en la historia este bárbaro de gruesas mejillas, de grueso vientre,
pleno de resistencia y de inventiva! La Revolución se caldeaba en Fran­
cia; los emperadores y los reyes habrían tenido buen cuidado en opo­
nérsele, si no hubiera sido por el paño y el algodón de Inglaterra.
fue este hombre quien dotó a su país de esa fuerza nueva, la industriad
del algodón» Todavía Carlyle solo considera aquí las consecuencias!
inmediatas de las transformaciones de la industria debidas, según él.
ni genio de Arkwright. Habría que referirse a otros de sus libros 1 para
encontrar descrito, en trazos sorprendentes, el mundo nuevo surgido
de la revolución industrial, ese mundo presente que compara con amar­
gura a la imagen idealizada del pasado. Nuestra tarea consiste en de­
terminar exactamente el papel desempeñado por Arkwright: al reducir
el personaje a sus justas proporciones, contribuiremos al mismo tiempo
n la solución de un problema más general. Para juzgar sobre la partq
que conviene atribuir a la acción individual en la génesis de los fenóí
menos sociales es preciso empezar por desembarazarla de las leyendas
que la envuelven, y que casi siempre tienden a exagerar su importan/
fia real. ¡

1 V éa se, p. ej., su historia en A c o m p le te h i.it .o r y of the c o tto n trad e, pá ­


gina 92.
3 V éa se UnE, A.: Philosophy oj m a n u ja c it ir e s , púgs. 15 y sgs.
* Carlyle, TI».; C h a r t i s m . cnp. VIII (N e w Era»); .Wiscellaneous Essays,
rd, C hapm an and H a ll, pág. 166.
1 Past and p re s e n t.

205
2 » PA RTE I I : GRANDES INVENTOS V GRANDES EMPRESAS

Richard Arkw right nació en Preston el 23 de diciembre de 1732.


Era el hijo menor de una familia numerosa y pobre L Colocado desde
muy joven como aprendiz en casa de un barbero-peluquero, tuvo jus­
tamente el tiempo de aprender a leer y escribir; a los cincuenta años
se le vio tomar lecciones de gramática y de ortografía. Hacia 1750 se
estableció en Bol ton, a unas leguas de su pequeña ciudad natal; durante
mucho tiempo ejerció su oficio de barbero, primero en un sótano, des­
pués en una tienda de las más modestas. Se casó dos veces; su segunda
mujer, detalle que tiene su interés, era originaria del pueblo de Leigh.
entre Warrington y B olton 1 2. L e aportó algún dinero; esto le permitió
dejar su tenducho para emprender un comercio más lucrativo, el de los
cabellos. Recorría los mercados, visitaba los cortijos, para comprarles
sus cabelleras a las muchachas del campo; luego las preparaba con un
tinte de su composición y las revendía a los peluqueros, que hacían un
gran consumo en aquel siglo de las pelucas3.
Estos comienzos de Arkwright no solo tienen interés anecdótico,
nos proporcionan indicaciones útiles sobre su carácter, y, por consi­
guiente, sobre su papel. Señalemos, por lo pronto, que nada hacía pre­
ver su carrera de inventor. No tenía ninguna experiencia técnica, no
había sido tejedor, como John K ay o Hargreaves, ni carpintero y me­
cánico, como Wyatt. Lo que sabe de la industria textil, de sus nece­
sidades, de la crisis que atraviesa, no ha podido aprenderlo sino por
conversaciones en su barbería o durante sus viajes a las aldeas de
Lancashire. En cambio da prueba ya de las cualidades que explican su!
éxito: el deseo de elevarse por encima de su condición, el espíritu i
avisado y fértil en recursos para buscar su medro, en fin, el arte de losj
tratos ventajosos y una diplomacia cazurra de buhonero o de chalán.
Los orígenes de su invento principal están rodeados de una oscuri-j
dad singular. N o es que sea d ifícil comprender cómo se vio impulsado1
a ocuparse del problema del hilado mecánico, nadie ignoraba que había
ahí mucho dinero por ganar. Sino que requerido en varias ocasiones
para que estableciese sus títulos de inventor, jamás pudo proporcionar
más que explicaciones vagas y embrolladas, y con m o tivo 4. Nos senti­
mos perdidos entre las historias absurdas y contradictorias puestas en

1 Guest, R . : Compendious history of the cotton manufacture, pág. 2 1 ;


W hittle : H ísl. oj Preston, I I , 21 3; H ardwick : Hist. of the borough of Preston,
págs. 361 y s g s .; Baines, E .: Hist. of the cotton manufacture, pág. 52.
2 Id e m , The British cotton manufacture, p á g . 14.
3 Id e m , Compendious history, pág. 14
4 V éa se m ás a d ela n te la h is to ria d e lo s procesos q u e co n clu yeron con lu
anulación d e su patente. E n e l cu rso d e lo s deb a tes se es ta b le ció q u e su in ven to
p rin cip a l había s id o p la g ia d o , p o r n o d e cir a lg o peor, a un ta l T h o m a s H ig h e,
ilc l pu eblo de L e ig h , en Lancashire.
II: LAS FABRICAS 207

circulación mientras vivía por sus admiradores, y las cuales se guardó


muy bien de desmentir. Según unos el principio de la máguina de hilar
le habría sido sugerido al ver una hiladora de cilindros para meta­
les, adelgazando y estirando una barra de hierro al rojo L Según otros,
habría estudiado en Derby el funcionamiento de las máquinas para
torcer la seda1 2; habría oído en su barbería a un marinero describir
tina máquina empleada por los chinos3; habría conocido el precioso
secreto por mediación de un ebanista llamado Brown, que lo habría
encontrado no se sabe cómo, y que, por razones no menos misteriosas,
no habría sabido sacarle partido 4. Otra versión, no menos inverosímil,
nos presenta a Arkwright afectado, hacia 1768, de una pasión súbita
e inesperada por la mecánica y encarrilado hacia su invento por las
investigaciones sobre el movimiento continuo5*.
Tanto como tiene de oscura la historia del invento lo tiene de clara
y fácil de seguir la de las empresas de Arkwright. La máquina fue
construida en 1768 en una casa contigua a la F re e Grccmmar School, de
I 'cestón °. Arkwriglrt había recibido la ayuda de un relojero de Warr-
ington, homónimo de Kay, el inventor de la lanzadera volante; esta
colaboración, como se verá, explica muchas cosas. Según parece había
tropezado con bastantes obstáculos para encontrar los recursos nece­
a m os; primero se había dirigido a un fabricante de instrumentos
científicos, que no lo tomó en serio7.; luego a uno de sus amigos, el
luí ternero John Sm alley8. Al año siguiente sacó su patente de inven­
ción. válida, según la ley, para un período de catorce años 9.
N o solo poseemos el texto de esta patente, sino el modelo original

1 Beaulies of England and W ales, I I I , 518. (R e fe r e n c ia s fa cilita d a s p o r lo s


litios de Jedediah Strutt, uno de lo s so cios de A r k w r ig h t ,) ¿Es n ecesario a d ­
vertir q u e e n tr e la o p era c ió n q u e co n sis te en a la rg a r, por com p resión, u n a m asa
n ijn p acta de m etal y la q u e consiste en r e u n ir en un h ilo fibras d e a lgo d ón o
htl/nas d e la n a , no se pu ede e s ta tu ir nin gu n a co m p a ra ción seria?
2 Gentleman’s Magazine, L X I I , 863. L a a n a lo gía , ta m b ién esta vez, es m uy
»tl| trrficial: e l to rcid o de la sed a tien e por o b jeto r e fo r z a r un h ilo ya fo r m a d o ;
M H gusano d e seda e l q u e desem peña a q u í e l p a p e l d e l hilan dero.
a Wbol encouraged without exportation, or practical observations on wool and
l/lr woollen manufacture (17 91 ), pág. 50.
I Mechanics’ Magazine , V I I I , 199.
5 G uest , R .: Compendious history, pág. 2 1 ; U r e , A .: The cotton manu-
¡tn'ture of Great Britain , pá g. 224. L a h is to ria se h a lla rep ro d u cid a p ro b a b lem en ­
te urgiín R . Guest, en e l a rtíc u lo «C otto n sp inning m achines and th eir inventors,
IJwirtcrly Review, C V I I, 59.
II « T h e case o f R ic h . A r k w r ig h t » , en The trial of a cause, etc., pá g. 98. L a
Im lid no ha sid o im p u gn ad a, y A rk w r ig h t, que h u b ie ra ten id o in te ré s en ade-
tllNliirlft un a lio o dos, n u n ca lo hizo.
7 (Lunes, E .: Hist, of the cotton manufacture, pág. 155.
11 C om ercia n te de lic o re s y p in to r (¿ d e e d ific io s ? ). V éa se G ue st : Compendious
hlitnry, pág. 22 ; 'W h i t t l e : History of Preston, I I , 216.
^ INúm. 931 (3 de ju lio d e 1769). *
2o a rARTE n: cram pes in v e n t o s y chandes em ukesas

«le la máquina, conservado en el Museo de Kensington Es enteramente


de madera, de unos ochenta centímetros de altura. P or lo que se puede
juzgar, se asemeja mucho a la máquina inventada en 1733 por John
Wyatt y perfeccionada por Lewis Paul. Una rueda pone en movimiento
a cuatro pares de cilindros de velocidades crecientes. El cilindro supe­
rior de cada par está cubierto de cuero, el cilindro inferior está es­
triado o acanalado en el sentido de la longitud. Después de haber pa­
sado por entre los cilindros, cuya aceleración progresiva tiene por efecto
estirarlo cada vez más, el hilo va a torcerse y enrollarse en canillas
verticales. En resumen: esta máquina solo difiere de la de W yatt en los
detalles de la construcción. Y no son estas ligeras diferencias las que
pueden explicar el éxito triunfal de Arkwright, en una vía en la que
otros máíi ingeniosos que él habían fracasado tristemente! es más bien
el talento de negociante, del que pronto iba a dar pruebas.
Ante todo hacía falta encontrar capital: Smalley no era bastante
rico y Arkwright soñaba ya con grandes empresas. P o r eso resolvió, a
ejemplo de Hargreaves, cuyas malandanzas conocía, trasladarse a N o t­
tingham *. Es sabido que esta ciudad era el centro de la industria de
las medias tejidas en telar, industria cuyo utilaie mecánico había intro­
ducido al elemento capitalista. Arkwright consiguió interesar en sus
proyectos a los W right, caudillos de uno de esos bancos provinciales
todavía poco numerosos y tanto más importantes por las regiones a las
que servían. L o s beneficios, sin duda, se hicieron esperar, o al menos
el éxito no fue tal como habían hecho imaginar las brillantes promesas
del inventor, pues al cabo de un año los Wright retiraron su comandi­
ta 3. Arkwright supo salir hábilmente de este mal paso; en 1771 hizo
un contrato de asociación con dos ricos fabricantes de géneros de
punto: Need. de Nottingham, y Strutt, «le Dcrhy Need y Strutt perte­
necían a la clase de los comerciantes manufactureros. Empleaban un
gran número de obreros a domicilio y poseían también talleres donde
se tejían medias. Así, fue en un régimen de producción próximo a la
manufactura, si no en la manufactura misma, donde se injertó el sis­
tema de fábrica.

TI

El primer establecimiento fundado por Arkwright en Nottingham no


era mucho más considerable que el que Wyatt y Paul habían montado1 2

1 Expuesto en el Science Museutn. Kensington, galería 24.


2 «The case of Richard Arkwringlu». en The irial o f a cause, etc., pág. 98.
2 Esfinasse, F .: L a n c a s h ir c W o r t h i c s , I. 388; T ucket: Hist. o¡ the past
a n d p r e s e n l State o j l the labouring p o p u l a t i o n , I, 212.
1 Sobre Jederiah Strutt, véase F e l k i n : Hist. of the hosiery and lace mtU
nnjactory, págs. 89-97.
II: LAS PAOKICAS 209

en Birmingham unos treinta años antes. N o contenía más que un peque­


ño número de máquinas movidas por caballos1. Fue en 1771, al año
de su asociación con Need y Strutt, cuando Arkwright marchó a ins­
talarse a Cromford, cerca de Derby.
Cromford está situado a orillas del Derwent, en un punto en el que
este río, encajonado en una garganta estrecha, y todavía poco ale­
jado de las alturas pintorescas en donde toma nacimiento, corre abun­
dante y rápido; las aguas cálidas del Matlock, que vienen a verterse
allí un poco rio arriba, le impiden helarse en invierno. El paraje era,
pues, favorable para construir un molino, m ili es el nombre que los in-
«rleses siguieron dando a las fábricas mucho tiempo después que la
máquina de vapor hubiese reemplazado casi en todas partes al motor
hidráulico. El establecimiento de los hermanos Lombe, que se hallaba
a unas millas de distancia, sirvió do modelo para la construcción y la
disposición de los talleres 2. La hilatura de Cromford se desarrolló en
pocos años: en 1779 contenia varios miles de canillas y empleaba a
trescientos obreros 3.
L o que aseguró el éxito de la empresa no fue solamente la rapidez
de la producción, sino la calidad de los productos. La nueva máquina
el water-frame*. como se la llamaba para distinguirla de la je rm j,
movida a mano— fabricaba un hilo mucho más fuerte y más resistente
que el de los más hábiles hilanderos de rueca. Asi, pues, se hacia posible
tejer, en lugar de telas mezcladas de lino y de algodón, verdaderas
cotonadas, propiamente dichas, que nada tenían que envidiar a las de
la India. La fábrica de Crom ford solo era en un principio una depen­
dencia de los establecimientos de Need y Strutt: los hilados que pro­
ducía se empleaban únicamente en la fabricación de medias. Pero eit
1773 Arkwright y sus socios montaron en Derby talleres de tejeduría,
donde se fabricaron por vez primera calicós de algodón p u ro 5.
En este punto se presentó un obstáculo: los peí meóos fabricantes,
que miraban con malos ojos esta competencia temible, creyeron haber
encontrado el medio de detenerla. La ley de 1736, que autorizaba la
fabricación de las telas mezcladas, había mantenido las medidas prohi­
bitivas dirigidas contra las cotonadas estampadas: no habia previsto el
caso en que una industria similar viniese a establecerse en Inglaterra,
lista ley podía ser invocada contra Arkwright y sus socios, v sus teji-

1 Esi’INASSE: Lancashire worlhies, I, 390.


1 C üest, R.: C o m p e n d ia o s h is to ry , pág. 26.
s M arch, R.: A tre a ü s e of
wool, worsted, cotton and ihread (1779).
s ilk ,
Kn«wetl Ijbrary; B ütterw o rth : Hist. o f Oldham, pág. 118.
1 Un modelo de water-frame de 8 canilla* o la expuesto en el Science Mu-
•iMIiii Kcnsington, galería 24.
* «The case of Rich. Arkwright», en The triol of a cause, etc., pág. 99;
4 serond letter to the inhabilanls ol Manehester on the exporlation of
fui ton- titúst, pág. 9; A complete history of the cotton trade, piíg. 101.
M A N H I t l X . —- !■ !
’ IU PARTE I I : CRANDES INVENTOS Y CHANDES EMPIiESAS

dos, gravados ya con derechos de sisa bastante fuertes \ corrían el


riesgo, si se los transformaba en indianas, a la moda del día. de ser
embargadas como mercancías prohibidas.
Arkwright presentó ante el Parlamento la causa de su industria.
¿Se debían aplicar a mercaderías fabricadas en Inglaterra, por obreros
ingleses, medidas que originariamente estaban destinadas a impedir la
entrada de mercaderías extranjeras? Debidamente autorizada y someti­
da a impuestos moderados, la industria nueva no podía dejar de con­
vertirse, para el país entero, en una fuente de riqueza: «Se desarrollará
rápidamente, dará trabajo a millares de pobres y aumentará las rentas
del reino... Además los citados tejidos, hechos totalmente de algodón,
son de calidad muy superior a los que se fabrican actualmente y cuya
urdimbre es de lino; soportan mejor el blanqueo, el estampado y son
de mejor uso» 23 . Arkwright solicitaba, en consecuencia, «que se per­
4
mitiese a todas las personas vender y comprar las citadas telas y em­
plearlas de cualquier manera que fuese para el vestido, la tapicería, el
mobiliario, etc.». Pedía también que el derecho de sisa recaudado en
el mercado interior no pasara de tres peniques por yarda. El Parla-,
mentó, tras una encuesta sumaria *, accedió a estas demandas tan jus-f
tificadas V A partir de este momento la industria del algodón, y con
ella el maqumismo, pudieron desenvolverse sin trabas. |
Al aiío siguiente 117751 Arkwright sacó su segunda patente 5. cuyo
texto, muy largo y pasablemente oscuro, debía dar lugar a discusiones
sin fin. Se refiere a varios inventos distintos, de importancia muy des­
igual, y algunos de los cuales parecen haber sido incluidos, como se
hizo observar más tarde, solo para embrollar y desorientar al lector
demasiado curioso 6*8 . Los más importantes son la máquina de cardar,
el peine móvil (crank and c o m h ), el torcedor ( roving-fram e) y el apa­
rato de alimentación (jeeder). La máquina de cardar se compone de tres
cilindros de diámetros diferentes, erizados do puntas metálicas encor­
vadas; el primero, cuyas puntas están inclinadas en d Bentido del mo­
vimiento, arrastra las fibras de algodón; el segundo, que gira en el
mismo sentido, pero con una velocidad mucho mayor, las carda al con­
tacto con el tercero, cuyas puntas, así como su movimiento, están diri-

' Seis peniques por yarda. Véase Journ. o/ the ftouse of Commons, XXXIV,
págs. 496-97.
3 Journ. o ¡ the House of Commons, XXXIV, 497 (1774).
s fbid., 709.
4 14 Ceo. III, c. 72. El texto de esta ley reproduce casi palabra por palabra
los términos de la petición de Arkwright, salvo en lo que concierne a las primas
por la exportación que Arkwright solicitaba y que no le fueron concedidas.
8 Num. l i l i (16 dic. 1775). Vcase Abridgments o/ specifications relating lo
spinning, pág. 19. El toril del proceso de 1785 contiene la reproducción por ex­
tenso de la patente. Véase The triol of a cau.se, etc., págs. 4-10.
8 Por ej., la que figura al frente de la especificación («Descripción de un
martillo para machacar el cáñamo»).
II: LAS FABRICAS 211

nidos en sentido inverso L El peine móvil es im accesorio de la máquina


ele cardar: tiene por función separar el algodón una vez cardado, de
manera que se desenrolle en una capa continua. Es, como su nombre
indica, una es ecie de peine, montado sobre una articulación acodada,
que viene a colocarse, a intervalos regulares, contra las puntas del ter­
cer cilindro, y desprende así el algodón sin arrancarlo a. El torcedor es
la máquina que transforma la faja de algodón cardado sn una mecha
cilindrica, ligeramente torcida sobre sí misma y dispuesta para ser con­
vertida en hilo. Su estructura se asemeja a la de la máquina de hilar,
|>evo es más simple, y la aceleración de un par de cilindros con respecto
ni siguiente es mucho menor; en lugar de enrollarse en canillas el algo­
dón va u depositarse en una linterna cónica que, «1 girar sobre su eje,
lo imprime la torsión requerida 3. P or último, el aparato de alimenta­
ción no es más que una correa sin fin, que lleva a la máquina de cardar
el algodón hruto a medida que le es suministrado por una manga incli­
nada. Hemos querido entrar en estos detalles, a riesgo de incurrir en el
reproche de incompetencia, para mostrar lo que era ya el maqumismo'
ütt la industria del algodón; se ve que el utilaje mecánico, desde esa
fecha de 1775, formaba un sistema complejo capaz de ejecutar todas las
«jai raciones sucesivas de esta industria, exceptuando, sin embargo, la
última y la más difícil, la del tejido.
Arkwright había puesto cuidado en insertar, en la especificación
adjunta a su nueva patente, varios artículos relativos a perfeccionamien­
to*, reales o supuestos, de la máquina de hilar; esperaba asi prorrogar
algunos años la validez de su primera patente, que debía expirar en
1783. Con el porvenir asegurado, siguió adelante, multiplicando sus
empresas. En 1776 montó una tercera hilatura en Belper, entre Crom-
Imd y Derby 4. En este momento sus diversos estableeimlentos se ha-
llubim reunidos en un reducido espacio, a lo largo del Derwent y del
Tnuit, y completamente fuera del condado de Laucaste!'. Era, no obs-
Unlc, en Lancashire donde primero se había desarrollado la industria
Inglesa del algodón y donde su crecimiento encontraba aún las condi-
idnni*s más favorables. Arkwright, que había salido de allí pocos años
«lites pobre y desconocido, regresaba ahora rico y célebre. Fundó va­
tio* establecimientos: uno, situado en Birkacre, cerca de C h orley5,
pnsnlia por la mayor fábrica que se hubiera construido hasta entonces
tu Inglaterra0; fue saqueada y quemada en 1779, cuando los motines

* Science Musseum, Kensinglon, galería 24.


* lilcin. ib id .
* lilrM, ib id .
1 K.-wnasse, F.: Lancashire worchies, I, 421; U re, A.: The colton mamt-
fw ilu rr, 1, 257. La hilatura de ¡Vlílford, que pertenecía a Jedcdiuli Sirutt, fue
tmuilnilil.i aproximadamente al mismo tiempo.
* liilrc Presión y Wigan. *
* l'.iilfn contener 500 obreros. Butteiivvoüth, E.: t iis lo r y o/ O ld h a rn , pág. 118.
212 parte i i : grandes in v e n t o s y grandes em presas

contra las máquinas, sobre los que insistiremos más adelante; las pér­
didas fueron evaluadas en 4.400 libras k Otra hilatura, fundada en
Manchester en 1780, fue tan importante, y acaso más: los edificios so­
los, apropiados para contener un personal de seiscientos obreros, costa­
ron más de 4.000 libras1 2. La asociación de Arkwright con los fabri­
cantes de medias Need y Strutt no podía proporcionarle los capitales
necesarios para la creación de todos estos nuevos establecimientos: supo
encontrar otros socios, a medida que los fue precisando, cuyos derechos
limitó hábilmente. El solo estaba presente en todos lados, tomaba parte
en todas las empresas, y, en realidad, las dirigía todas34.
6
5
En virtud de sus dos patentes— de 1769 y 1775— , tenía la propie­
dad exclusiva del water-jrame y de los inventos accesorios; pero podía
autorizar a otras personas a emplearlos mediante un censo convenido *"•
Fue así como se formaron, entre 1775 y 1780, un determinado núme­
ro de empresas, tributarias en cierto modo de las suyas. Citemos, entre
otras, las de Altham, Burton y Bury, que pertenecían a los dos Robert
Peel, el abuelo y el padre del primer ministro s . Pero la envidia, lio
menos que el afán de lucro, impulsó a los fabricantes de hilados al
fraude: se ingeniaron para construir máquinas que diferían en algu­
nos detalles de las que Arkwright Esto decidió, en 1781, entablar un
proceso por falsificación contra nueve de ellos78 . Se defendieron y ale­
garon la oscuridad sospechosa de la patente: ¿cómo reconocer lo que
pertenecía a un inventor cuando él mismo no quería o no sabía definir­
lo? Arkwright perdió su proceso, y su privilegio fue de hecho suspen­
dido sin haber llegado al término legal de su expiración.
No se dio por vencido: el 6 de febrero de 1782 dirigió al Parla­
mento una petición, solicitando no solo la confirmación, sino la pro­
longación de sus derechos s. A l mismo tiempo publicaba una memoria 9

1 Véase Manchester Mercury de 12 y 16 de octubre de 1779, y la petición


de Arkwright a la Cámara de los Comunes, Journ. o¡ the House of Commons,
X X X V tl, 926.
2 E spínasse, F.: Lancashire worthies, I, 421.
3 Butterwortii, E„ oh. cir., pág. 118, menciona la razón social Arkwright,
Simpson y Wbittenbury, de Manchester. En Escocia, Arkwright fue algún tiempo
socio de David Dale, el suegro de Owen. Dale Owen , R .: Threading my uiay, pá­
gina 7. Su asociación con Need y Strutt solo duró hasta 1781; véase F e lk in ;
History of the hosiery and lace manufactures, pág. 97.
4 The triol of a cause, etc., pág. 99.
5 P eel, sir Lawrence: A sketch of the life and character of sir Robert
Peel, pág. 20; W heeler : Manchester, págs. 519-20.
6 The trial of a cause, pág. 101.
7 Hubo nuevas citaciones distintas. Pero solo se falló un proceso, el de
Arkwright contra Mordaunt. Véase S aines : Hist. of the palatine coanty of Lan-
caster, II, 447.
8 Journ. of the House o} Commons, X X X V III, 687.
9 Esta memoria fue redactada probablemente por uno de sus abogados. Su
halla por extenso en The Pia l of a cause, etc., págs. 97 y sgs. (The case o/
Messrs. Richard Arkwright and C.°, ia relation to Mr. Arkwight's invention af
II: LAS FABRICAS 213

en la que mostraba la importancia de sus inventos, hablaba de los sa­


crificios que le habían costado, reprobaba las maniobras fraudulentas
de sus competidores y exaltaba su propio mérito.
Reconocía que la especificación de la patente no era de una claridad
perfecta; pero si la había redactado así era, decía, por escrúpulo patrió­
tico, era para impedir a los extranjeros desviar en su provecho una
fuente inagotable de riqueza. El hombre que prefería exponerse a sos­
pechas injustas antes que comprometer la fortuna del país, ¿no mere­
cía ser sostenido contra sus enemigos? El Parlamento no se dio por
enterado.
Arkwright recurrió entonces a los tribunales: inició un nuevo pro­
ceso contra uno de sus competidores, Peter Nightingale. La cansa se vio
en febrero de 1785 ante la Audiencia de Pleitos Comunes. La discusión
recayó únicamente sobre la oscuridad de la especificación adjunta a la
segunda patente. Arkwright renovó sus protestas de patriotismo, habló
ríe los franceses— aún estaba reciente la guerra de Am érica— , que se
habrían sentido demasiado dichosos con apropiarse una industria que
hasta entonces había sido exclusivamente inglesa. Varios testigos impor-
lantes declararon en su favor: James Watt, el inventor de la máquina
de vapor, manifestó que después de haber leído el texto en litigio lo
consideraba como suficientemente explícito, y que, en caso necesario,
estaba dispuesto , a construir las diferentes máquinas enumeradas en la
patente sin ninguna otra indicación L Esta vez Arkwright ganó el pro-
reso. La audiencia confirmó la validez de sus derechos y le concedió
el chelín por daños y perjuicios que había reclamado.
Esta sentencia chocaba contra demasiados intereses adquiridos 2 para
rio ser impugnada. Se form ó una coalición entre los fabricantes de hila­
dos de Lancashire y de Derbyshire 3 para sostener hasta el fin la causa
ipre primero habían ganado y luego perdido. Entre las dos resolucio­
nes, de 1781 y 1785, la contradicción era evidente: obtuvieron que la
cuestión fuese llevada ante el Tribunal del Rey por un acta de scire
Iacias. A llí no solo atacaron la redacción de la patente, intentaron de­
mostrar que su oscuridad, intencionada o no, disimulaba un fraude.

mi eligirte for spinning cotton, etc., into yarn, stating his reassons for applying to
I'tirliament for an Act to secare his right in such invention, or for such. other
trllef as lo the Legislature shall seem m eetj
1 Rich. Arkwright versus Peter Nightingale (Court of Commons Pleas, 17
fnhr. 1785), págs. 3*-7*. Véanse también los testimonios de W il k in s o n , págs. 2*-3*;
■U'AI), Jolin, pág. 9 "; DAnwiN, Erasmus, pág. 15*; Woon, Th., pág. 19*.
* H/unes , E.: Hist. of the cotton manufacture, pág. 184. Los establecimien-
111» limdndos por los competidores de Arkwright representaban en esa fecha un
mphnl de 300.000 libras.
n Se encontrará la lista de los nombres en WliEEl.Elt: Manchester, pági­
na 522. En ella figura Robert Peel, así como Peter Drinkwater, uno de los pri-
M inin a fabricantes de hilados que hizo u s o de la máquina de vapor.
211 PA RTE I I : GRANDES INVENTOS Y CRANDES EMPRESAS

III

El incidente en tom o al cual giró todo el proceso, y que determi­


nó su resultado, fue la comparecencia de Thomas Highs Este hombre
afirmó, bajo juramento, que desde 1767 tenía construida, en su pueblo
natal de Leigh. una máquina de hilar idéntica a aquella de que Ark-
wright pretendía ser el inventor. Para el ajuste de las piezas había sido
ayudado por un relojero, que no era otro que John K ay, de Warring-
ton, empleado al año siguiente por A rkw righ t1 2. Esta declaración fue
confirmada por la del propio K ay: contó cómo había trabado conoci­
miento. en 1768, con Arkwright, que era entonces barbero y comer­
ciante de cabellos. Este había vpnido a buscarlo, le había encargado
un trabajo insignificante y luego lo había llevado a la taberna. La con­
versación fue a parar al tema que preocupaba a toda la región, la del
hilado mecánico: « ¡ O h ! — me dijo— , eso nunca dará nada; muchos
gentlemen se han arruinado por ello, o poco les ha faltado.» Y o le
respondí: «Creo que v o sí podría sacar algo.» Eso fue todo lo que sucedió
aquel día. A la mañana siguiente, muy temprano. Arkwright volvió a
verlo v le pidió si no podría hacerle un modelo de la máquina: «Fu i
a comprar algunos materiales, construí un pequeño modelo de madera
y se lo llevó a Manehester» 3*.
Se recordará que la mujer de Arkwright era de Leigh. este cono­
cía a Highs desde hacía varios años '1: sin duda había oído hablar de
su invento, v no era totalmente por azar por lo que había ido a buscar
a John K ay a Warrington. Poco después de esta entrevista fue cuando,
de repente, sin preparación, se reveló como inventor. Por lo demás, sus
relaciones con K a y tuvieron posteriormente un carácter singular. Co­
menzó por contratarlo a su servicio. Después, de relíente, se enemista­
ron; Arkwright lanzó contra Kay una acusación de robo y de abuso
de confianza; el otro buvó *. Semejante hecho da pie para sospechar
del testimonio de K ay; Adair. el abogado de Arkwright, no dejó de
sacarle partido, ¿se podía vacilar entre la palabra de un hombre im­
portante y considerado y la de un obrero despedido por su indelicadeza,
deseoso de vengarse? 6. Pero hay que observar que la acusación dirigida
contra K a y se mantuvo siempre en términos muy vagos: nunca fue
perseguido ni inquietado. Su buida es bastante explicable por las ame-

1 En el informe ( T h e nial of a canse, ele... pags. 57 y sgs.), el nombre que


aparece es Tlayes: pero R. Guest lo escribe Highs, de acuerdo con los registro#
parroquiales del pueblo de Leigh: The fíritislt cotlon manufacture, pág. 18.
3 The triol of a cause, etc., págs. 57-58.
3 fbíd., págs. 62-63.
* í b i d pág. 59.
■' The trial of a cause, etc., págs. 65-66.
" Ih íd., pág. 109.
II: LAS FABRICAS 215

nnzns. justificadas o no, de que había sido objeto, «pues no hay situa­
ción más miserable y más peligrosa para un hombre pobre que la de
hallarse en posesión de un secreto, cuyo descubrimiento teme un hom­
bre poderoso y rico» 1.
¿Por qué, si Higsh era el verdadero autor del invento atribuido a
Arkwright, aguardó veinte años para reivindicar sus derechos? 1 2 El
caso no deja de ser sorprendente, pero nos asombra menos cuando co­
nocemos la vida y el carácter del personaje. Pertenece a esa raza de
inventores natos, cuyo tipo nos es familiar. Era un buen hombre, sen­
cillo y rudo, que trabajaba por instinto, desorientado en cuanto salía
de su taller y muy poco ducho en negocios. Intentó varias veces montar
por su cuenta una hilatura: siempre fracasó por falta de capital, así
i'oino de sentido práctico 3. Carecía Robre todo de aquello que consti­
tuía la fuerza de un Arkwright: la enérgica voluntad de hacer fortuna.
Se contentó con elevarse de la condición de obrero peinero4 a la de
ingeniero al servicio de los grandes industriales. Dio muchas veces prue­
bas de su talento inventivo: en 1772 expuso en la Bolsa de Manchester
una je n n y doble de cincuenta y seis canillas que le valió un premio de
doscientas guineas5. Según varios testimonios, recogidos después de
su muerte por su biógrafo y apologista Richard Guest. no solo se ía el
inventor del tvaier-fram e, sino el de la je n n y , antes de Hargreaves; y
el nombre de esta máquina, que nunca ha sido bien explicado, no sería
otro que el de una de sus hijas *.

1 Defensa de Bearcroit, abogado de la Corona: T h e triol of a cause, etc..


tuÍKS. 166-67. R. Guest supone, con cierta verosimilitud, que Kay se había mos­
trado exigente, que quizá había querido convertirse en socio de Arkwright: The
llruish Cotton manufacture, pág. 43.
2 Es el argumento más serio aducido por G. W. Daniels para invalidar las
declaraciones de dohn Kay y del propio Tilomas Highs anle el tribunal: «Es
muy difícil de comprender }ior qué Highs habido lardado lanío liempo en hacer
valor sus derechos, dado que tenía co Manrltoslcr amigos que no hubieran de­
lado de antear la patente de Arkwright a la primera ocasión.» (The early British
mitón industry, pág. 110.) Los sentimienlos de los competidores de Arkwright
no son dudosos. Pero ¿cómo es que ni Arkwright ni su ahogado utilizaron este
ni güiliento? Se limitaron a decir que Kay y Highs eran testigos falsos. G. W. Da­
niels piensa que Arkwright pudo saber algo de la máquina de Lewis Paul (o
dr> Wyatt). Pero, una vez más, ¿no es extraño que Arkwright jamás haya dicho
linda sobre el particular—ya que habría salvado al mismo tiempo su honor y su
límente -y que nunca haya explicado de manera clara y contundente el origen
de «ii invento? G. W. Daniels afirma que los testimonios invocados por Guest
ten 1823) en favor de Highs están basados principalmente en las declaraciones
de inicíanos, sesenta años después del acontecimiento (ob. cit., pág. 96); por
uunulia parte, nos limitaremos a hacer constar que toda nuestra argumentación
ic| iii* ii en el informe del proceso, publicado el mismo año (1785), y que lo que
*i’ lidíate no es su corroboración por los testigo* de Cucst.
* líimST, R., ob. cit., págs. 20305.
1 fabricaba peines para telares.
1 liiUisT, K„ ob. cit., pág. 203.
•' Idem, ibíd., págs. 176-80 (deXriatacioucB di: Til. Lcnlhct y de Th. Wikin-
216 PARTE n : GRANDES INVENTOS Y CRANDES EMPRESAS

Aun cuando el hecho quedase establecido, no por eso habría que


juzgar a Hargreaves como un plagiario; pudo encontrar de nuevo lo
que otro, sin él saberlo, había inventado antes. Eli caso de Arkwright
es muy diferente: el hecho de que no supiese nada de hilado ni de
mecánica y sus relaciones sospechosas con Kay explican bastante bien
cómo se habría apropiado un invento ajeno. P o r lo demás, parece que
trató de precaver las sospechas: cuando sacó su primera patente se
atribuyó falsamente el oficio de relojero, con el fin de ocultar su in­
experiencia en materia de mecánica '. Un documento más concluyente
todavía es el relato de. una entrevista que tuvo con Thomas Highs en
1772, en Manchester; este relato es del propio Highs: «N os pusimos
a hablar. Y o le dije que me había quitado mi invento, cuyo modelo
conocía por John K ay.... que la mujer de Kay me había contado cómo
había sucedido esto: ni el señor Arkwright ni ellos podían negar el
hecho... No respondió nada; cuando le dije que 6¡n mí nunca habría
tenido la idea de los cilindros de su máquina, hizo un gesto con la
mano, asi, sin una palabra... Solamente dijo, cuando le recordé que el
invento era m ío: «Pongamos que sea suyo: cuando un hombre hace
un descubrimiento, o comienza un proyecto, y después cesa de ocupar­
se de él, es como si lo abandonase; y otra persona tiene derecho, des­
pués de un número dado de semanas o de meses, a recogerlo y hacerlo
patentar a su nom bre» *1
2. H e ahí lo que se asemeja mucho a una con­
fesión. ¿Qué pensar del silencio de Arkw right en la audiencia, en pre­
sencia de acusaciones tan formales? Hizo decir a su abogado que Highs
y Kay eran testigos falsos, pero sin proporcionar ninguna explicación
satisfactoria sobre los orígenes de su invento.
Queda, pues, establecido, a falta de pruebas contrarias3, que el

son ante el eacrihano de la parroquia de Lcigh, el 29 de agosto de 1823 y el


I.* de noviembre de 1827). Lo que impide dar crédito sin reservas a estos dos
testimonios es que ambos testigos, en el momento en que ocurrieron los hechos
en cuestión, tenían, respectivamente, doce y catorce unos de edad. Held, A.:
Zwei Büchcr zur socialen Geschichte Englands, p út. 591, lia creído poder con­
cluir que lo jenny había sido inventada por Highs y perfeccionada por Hargrea­
ves. Nos inclinamos a compartir el escepticismo de G. W. Daniels.
1 «Richard Arkwright of Nottingham in the county of Nottingham, clockma-
ker.» Véase Calendar of Home Office P ap en , 1766-1769, pág. 425. Ure, que ha
prodigado a Arkwright los elogios más desmedidos, intenta justificarlo: «Es evi­
dente que esta circunstancias [sus relaciones con el relojero Kay] había atraído
su atención hacia la relojería; y sintiéndose impulsado, de una manera bastante
natural, a considerarse como autor de algunos perfeccionamientos aportados a
la práctica de este arte, se complació en titularse relojero en su patente de 1769,
presunción muy perdonable...« Ure, A.: The cotton manufacture of Great Brittün,
I, 231. La explicación es ingenua.
3 The triol of a cause, etc., pág. 59.
3 El único hecho de alguna importancia alegado en descargo de Arkwright
es el siguiente: Hight reconocía (Triol, pág. 58) no haber dado su disposición
definitiva a loa cilindros—unos acanalados, otros recubiertos de cuero—sino
en 17(W, un año después de la construcción del modelo de Arkwright. Pero tal
I I : LA S FABRICAS 217

principal invento de Arkwright, al que ha debido la mayor parte de su |


fortuna y de su gloria, no es en modo alguno original. ¿Lo son al /
menos los inventos accesorios, enumerados en la patente de 1775? Tam ­
poco. si hay que creer a los numerosos testigos citados contra él en el
proceso de 1785. El aparato de alimentación había sido inventado en
1772 por el cuáquero John Lees, de Manchetter1; el peine móvil, por
Hargreaves*; la máquina de cardar era aproximadamente idéntica a
la de Daniel Boume. patentada en 1748s ; en cuanto al torcedor, sus
cilindros estaban copiados de la máquina de Highs, y su caja cónica,
(¡ue giraba sobre un eje vextical, había sido empleada desde 1759 por
lloitjamín Gutler 4. Se comprende ahora por qué la especificación de
1775 estaba redactada en términos tan oscuros que solo el genio de un
Walt podía adivinar su sentido; Arkwright luibíti intentado, mal que
bien, disfrazar sus latrocinios. Pero los debates de junio de 1785 los
pusieron de manifiesto. Después de las hábiles defensas de Adair en
favor del demandado, y de Bearcroft en nombre de la Corona, el jurado I
no titubeó en condenar a Arkwright, en declarar caducado su privilegio!
v legalmente fundada la acción de sus competidores®. *
Este proceso y su resultado habrían aniquilado a cualquiera otro -
que no fuese Richard Arkwright. Pero él no era hombre que se intimi- .
«lase por tan poco. Despojado de su privilegio, seguía siendo todavía
el más rico de los fabricantes ingleses de hilados: sus fábricas eran
la» más numerosas, las más grandes y m ejor organizadas. Continuó des- ‘
envolviendo sus empresas. En 1784 había fundado, con David D a le 6, \
la* hilaturas de New-Lanark, que tomaba su fuerza motriz de las ca- j
inultas del Clyde. Fundó otras todavía, en Wirkswoorth y en Bakewell, cer­
ca de Cromford, sin descuidar por eso las antiguas, en las que agrandó
luí edificios y renovó el material: en Nottingham, donde había iniciado
«n carrera industrial, fue donde empleó por primeva vez la máquina
do vapor. Los honores tampoco le fueron negados: en 1786, e l atenta­
do d e Margare! Nicholson le proporcionó la ocasión de presentar al rey,
ni frente de un grupo de notables, un memorial de felicitaciones, por lo

<ll»|i»»irión no tenía nada de nuevo: John Wyatl la había empleado en 1738.


V/mo y a tt M SS , I, 45.
* Testimonios Lees, Th. Hale y H. Marsland. T r i o l , págs. 38-40.
* ToAlimonios Elisabeth y George Hargreaves. T r i o l , pág». 41-45. Testimo­
nio Wlduakei, págs. 4S-48. Impugnado por el autor del artículo «Hargreaves».
did D ic tio n a ry o f N a tio n a l B io g ra p h y . «Sabemos ahora <jue Arkwright era verda-
ilernmi'nte, como él afirmaba, el antor de estos perfeccionamiento», que uno de
«na obreros había dado a conocer a Hargreaves.» Véase L ipson, E.: l i i s i o r y o f
M t'iillrn and U iorsted in d u s trie s , pág. 151.
* l’alcnte núm. 628 (20 de enero de 1748).
4 Wooocroft, B.: B r i c f bio gra pfd e s o f in v e n to rs , pág. 11.
* Trini, pág. 107-87.
* Hai.k Owrn, Rob.: T h re a d in g my wny, pág». 7, 13¡ Hrkmnfu, D.: T h e
nidiMlrie.* o f Scoúnnd, pág. 280. David,Dale, suegro do Roben Owen, es cono-
i Id» miliit) lodo como filántropo. Véase tercera porto, cap. IV.
21M PARTE II: GRANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

cunl fue nombrado caballero. A l ano siguiente, sir Richard Arkwright


fue llamado a desempeñar las altas funciones de sfteriff del condado de
Derby Murió en 1792, dejando un capital de medio millón de libras
esterlinas: doce millones y medio de libras en moneda francesa del
tiempo. Una sola de sus fábricas, la de Bakewell, rentaba a sus herede­
ros veinte mil libras al año 1
2. Eran sumas considerables para una época
todavía poco acostumbrada a los grandes industriales millonarios. Esa I
fortuna adquirida en pocos años, ese éxito sin precedente de un hombre
salido de la nada, he ahi lo que, a los ojos de su b contemporáneos, jus­
tificó a A rkw righ t34
.
Y es también lo que, para nosotros, dciinc su papel verdadero y le
marca su puesto en la historia económica. No es un inventor: a lo
más lia arreglado, combinado, utilizado los invenios ajenos, que no
tuvo el menor escrúpulo en apropiarse. Los elogios prodigados a su
memoria por admiradores imprudentes parecen hoy día, por pequeños
que sean, fuera de lugar: era evidentemente excesivo compararlo alter­
nativamente con Newlon y con Napoleón y era bastante torpe invocar
su ejemplo para probar que el poderío capitalista se funda únicamente
en el mérito personal y la probidad laboriosa. Pero Arkwright tiene a su
favor el haber triunfado. A esos inventos, de los que no era su autor,!
fue el primero que supo sacarles partido, fue el primero que los agru-j
pó en un sistema. Para encontrar los capitales necesarios para la fun­
dación de sus establecimientos, para formar y disolver las asociaciones
que fueron lus instrumentos sucesivos de su f o r t u n a l e fue preciso un
talento notable de hombre de negocios, una mezcla singular de habile
dad, de perseverancia y de audacia. Para montar grandes fábricas, re­
clutar su personal, adiestrarlo en una tarea nueva, instituir en los ta­
lleres una estricta disciplina, debió desplegar una actividad y un;i
energía poco comunes. H e ahí cualidades raras en los inventores, y en
defecto de lus cuales sus inventos no habrían podido servir de base n
una nueva organización de la industria.£Es Arkwright quien, tras luij
tentativas incompletas o frustradas de los hermanos Lombe, de Wyatl

1 GtlEST, R.: Compendióos hislory, pág. 28.


3 GentLeman's Magazine, LXII. 771 (agosto de 1792): Esi-inasse, F.: ton-
cashire uiorthies, I, 463 y 664.
3 Véase la declaración de sir Roben Peel ante la comisión de encuesta
ríe 1816: «Un hombre que, más que nadie, ha hecho honor al país, sir Richard
Arkwright...» Report o ¡ the minutes of evidence taken before the select corrí,
milee on the State of the children employed in the mannfactories of the United'
Kingdom (1816), pág. 134. Peel había sido uno de loe adversarios de Arkwright';
en 1785.
* Urk, A.: Phitosophy of manufactures, pág*. 16 y 252.
4 «Arkwrighl consiguió, de la manera más sorpréndeme, encontrar sienijn*
nuevos asociados, aunque sus contratos precedentes hubiesen sido rescindidos por
no haber dado los resultados esperados; cada vez salía más rico de su malowoi
tura, como Anteo, que en su caída recobraba las Tuerzas al contacto con su liHt
ilie Cea.» CtJEST, R.: Compendióos hislory, pág. 20.
zz: LAS FABRICAS 219

y ilc l« w is Paul, ha creado verdaderamente la fábrica moderna) Es en


íl cr» quien se ha encarnado el tipo nuevo del gran industrial, diferente/
ilcl ingeniero y del comerciante, de los cuales ha adoptado sus princi­
pales rasgos, pero para añadirles los de su fisonomía original, impul-
»nr de empresas, organizador de la producción, conductor de hombre^.
Representa una clase social y un régimen económico. ¡
Su nombre permanecerá inseparable de los orígenes de la gran
Industria. Todas las fábricas de los condados de Lancaster y de Derhy.
,i finales del siglo x v m y a principios del xix, fueron construidas según
el modelo de las suyas. «Todos nosotros temamos la vista fija en él»,
ilivin sir Robert Peel h El lo sabía, y parecía afanarse en dar ejemplo
ilo iirilor en el trabajo y de ambición sin límites. Trabajaba sin des-
i’iinso, incluso a altas horas de la noche 2; obligado a desplazarse a
i iiiln instante para vigilar en persona sus numerosos establecimientos,
liulmjaba por el camino, en su silla de posta de cuatro caballos, siempre
lun/.udu a buena marcha 3. Sus proyectos para el porvenir eran gigan­
tescos: «Si vivo bastante, decía un día, seré bastante rico para reem­
bolsar la deuda nacional» i .

IV
(Ion Arkwright el maqumismo cesa de pertenecer únicamente a la ft
Itlslniia de la técnica: se convierte en un hecho económico, en el sen- j,
litio más amplio de la palabra. Pero todavía estaha lejos de haber al- i
i mundo, incluso en la industria del algodón, su completo desarrollo. P
Lo i|iti’ caracteriza al período que describimos es el uso tan difundido'
do lu je n n y * que no modificaba profundamente la organización d e l'
luibiijo ni la vida de la población obrera. P or otra parte, el telar no
liuliln recibido ningún perfeccionamiento desde la invención de la
liin/udi’ia volante. E l tejedor era, pues, ahora, el que se encontraba
ii'tiimiulo con respecto al hilandero. Los dos inventos que culminaron
la transformación de la industria textil son los de Samuel Crompton y*
ilr Kdinund Cartwright.
I ti nu tlee de Crompton es, como su nombre indica, una máquina

I f(c(>ort of the minutes of evidence... on the State of the children emplayed


tn the mantifactories of the United Kingdom, pág. 134.
' Casados los cincuenta año , aún encontraba cada día dos horas para per-
ir■i Imiiirnr en ortografía y en gramática.
* Emuwasse. F.: Laneashire worthiess, I, 467.
* IiIc iii . ibid.
* «K.l hilo de urdimbre (vsarp) se fabricaba en las bilaiaras, en las que se
SHU'bnlia el uxucr-frame, mientras que el hilo de trama ( weft) ern producido
pm la* (iimilias de los tejedores, por medio de la jenny.» GlltíT, H.: Compen-
illiiiit hhtory, pág. 17.
II O nitd e-jerm y . La ortografía m u ll-j^ n n y , muy imtiltlii en Emiteiu. <•« un liar-
IuiiUiiiii y un sin sentido.
220 PARTE I I : CRANDES INVENTOS Y CHANDES EMPRESAS

mixta, nacida de la combinación de dos principios, el de la jenny y el


del water-jrame. De uno toma sus cilindros, entre los cuales se forma
el hilo; del otro, su carro móvil, que se desliza de delante hacia atrás
y de atrás hacia delante. Sobre este carro están colocadas las canillas,
que se hallan así animadas de un doble movimiento: unas veces se
alejan con el fin de estirar el hilo por segunda vez después de su paso
por entre los cilindros, y otras se aproximan girando rápidamente sobre
sí mismas, con el fin de torcerlo y enrollarlo al mismo tiempo. El hilo
producido por el water-jrame era sólido, pero un poco grueso; el hilo
producido por la jenny era fino, pero demasiado débil y quebradizo. La
mulé permitía obtener simultáneamente la solidez y la más extremada
finura1. Era, en muchos aspectos, un invento definitivo, y a pesar de
las modificaciones que le han impuesto las necesidades respectivas de
las diferentes industrias textiles y los progresos de la mecánica, todavía
se descubren sus rasgos fundamentales bajo las piezas delicadas y com­
plicadas, bajo los m il detalles ingeniosos de las máquinas más recientes.
El inventor de la mulé, Samuel Crompton, pertenecía a un familia
de pequeños terratenientes de Lancashire 1 2. Todavía se muestra, cerca
de Bolton, la casa donde se crió y donde, desde 1774 a 1779, trabajó
en su invento. Ha sido transformada en museo. Es una bella construc­
ción de piedra, con aguilones, altas chimeneas y ventanas de cruceros,
que recuerda los días prósperos de una clase desaparecida3. En la
época en que vivió Crompton, la yeomatnry acababa de apartarse de la
tierra. El padre de Crompton era todavía cultivador, al mismo tiempo
que hilandero y tejedor: él nunca trabajó en el campo. ¿Tuvo a la
vista el modelo del water-frame? ¿Rehizo el invento, como aconteció con
Highs respecto a Wyatt? 4. En todo caso conocía personalmente a Ar-
kwright, al que había visto de barbero en B o lton 5. En cuanto a la

1 En 1792, John Pollard, de Manchester, pudo transformar, sirviéndose da


la mulé, una libra de algodón bruto en 278 madejas de hilo, que medían una
longitud total de unas 212.000 yardas. Edinburgh Review, X L V I, 18.
2 «Su padre conservaba una finca de escasa superficie y, según el uso de la
época, empleaba una parte de sus jornadas en tejer, cardar e hilar.» K ennedy, W.:
«B rief memoir of Samuel Crompton», Mem. o j the literary and philosophical
Society o/ Manchester, serie II, vol. V, pág. 319.
3 French, G.: Lije and times of Samuel Crompton, págs. 27, 43, 4-8, 51;
W oodcrof't , B.: Brief biographies o f inventors, pág. 13. La casa de Crompton,
conocida con el nombre de «.the Hall in the Woodn, está representada por un
dibujo en la obra de Daniels, G. W .: The early English ' cotton industryt pá­
gina 115.
4 Es lo que sostiene K ennedy: Brief memoir of Sam. Crompton, colección
citada, pág. 325-26. Pero los términos de la petición del 5 de marzo de 1812
(Journ. of the House of Commons, L X V II, 175) apenas concuerdan con esta hi­
pótesis: Crompton conocía evidentemente el water-frame, puesto que declara hn-
her inventado la mulé para remediar la insuficiencia de esta máquina, «comple­
tamente inapropiada para la fabricación de hilo de trama o de hilo torcido
muy fino».
5 F rencii: Life and times of Samuel Crompton, pág. 46.
II: LAS FABRICAS 221

jtm n y , muy a menudo se había servido de ella, y fue para perfeccionarla


|mr lo que, muy joven todavía, empezó sus investigaciones 1.
No había calculado de antemano, como Arkwright, el provecho a
ni itener con su invento. Durante algún tiempo se contentó con emplear
MU máquina él solo, en el pequeño taller en donde desempeñaba a la vez el
papel de ingeniero, de obrero y de patrono. Pero la finura extraordinaria
del hilo que producía llamó la atención de los fabricantes de la vecindad.
I'ronto se convirtió en objeto de una curiosidad en la que habia mucho
de envidia y de codicia: colocaban escalas bajo sus ventanas, horada-
liiin los muros de su casa a. Comprendió que no podría permanecer mu-
din tiempo dueño de su secreto. No tenía patente, y quizá le hubiese
nido difícil sacar una, pues su invento era en parte una simple adapta­
ción del water-frame, sobre el que Arkwright aún conservaba sus de­
ludios. «M e vi en la obligación o de dar mi máquina al público o de
dfiMlriiirla. Y a no dependía de mí el guardarla para m í solo, y des-
I vui ida hubiera sido demasiado penoso. Durante más de cuatro años y
medio había gastado todos los momentos de que disponía, todas las
fuerzas de mi espíritu, todos los recursos que podía procurarme con
mi trabajo, con la sola y única mira de producir buen hilo para los
Injedores. Destruir esta máquina no podía h a c erlo ...»3. Prefirió darla.
IiOM manufactureros le habían prometido resarcirlo mediante una sus­
cripción voluntaria. La sucripción se abrió, en efecto. Produjo sesenta
y «iete libras, seis chelines y seis peniques: menos de mil setecientos
f mneos4. Hasta hubo suscriptores que, una vez entregado el modelo,
110 se creyeron obligados a cumplir su palabra.
So comprende, después de semejante experiencia de la generosidad
y do la buena fe de sus contemporáneos, el desaliento de Crompton y su
intmuitropía. Algunos años más tarde inventó una máquina de cardar;
liponas la había terminado, cuando la rompió, gritando: «Esta, al me-
nuil, no la tendrán)) s. Se veía condenado a vegetar. Logró montar una
|if|||ii<’ña hilatura, primero en Oldham, cerca de Bolton; luego, a par-
111 do 1791, en el mismo Bolton; pero los fabricantes, que temían su
i (ilnpctencia. sobornaron a sus mejores obreros 6. Uno de ellos, Robert
l'W'l, fue un día a ofrecerle tomarlo como socio; Crompton rehusó7-

’ Había nacido en 1753. Tenía, pues, veintiséis años en 1779, fecha de la


Invención.
* Woodcroft, B.: Brief biographies of inventors, pág. 15; F iihncii: Life
m u í tim es of Samuel Crompton, pág. 77.
M Carla de Cromplon, citada por B aines , E.: Hist. o) the ¡i/datine county
m uí thuhy of Lañcaster, II, 453.
I l'ls lu cifra dada por F kench , pág. 85, y reproducida en el Diclionary of
N u U m m l Biography, X III, 149. W oodcroft, ob. cit., pág. 15, y K ennedy, ob. ci-
iiUht, pdg. 320, dan respectivamente las cifras de 106 y 50 lilirmt.
II l'ÍMÍNCH, ob. cit., pág. 106.
11 WOODCfiOFT, B., ob. cit., pág. 16.
f «Cuiiou spinning machines and their inventora», QuttrterLy R e v ie w , CV1I,
lilllt*. 70-71,
222 l'ARTE Ii: GRANDES INVENTOS Y CHANDES EMPUESAS
'I I
il
En 1802 una nueva suscripción en su favor produjo unas quinientas
libras \ Por fin, en 1812, sus amigos consiguieron convencerlo para que
solicitara del Parlamento una indemnización, que había sido concedida
a otros con menos méritos que él. El Parlamento acogió la demanda,
en la que se había interesado el príncipe regente: la indemnización
r asignada a Crompton ascendió a 5.000 libras2. Gastó la mayor parte
en pagar sus deudas, y murió pobre.
Crompton era un hombre inteligente, no desprovisto de cultura,1
muy superior, sin duda, a la mayoría de los que se aprovecharon de su ¡
invento 3. Sin embargo, él no supo aprovecharse. La independencia de |
su carácter y una modestia que llegaba hasta la timidez, no eran cuali-1
dades propias para hacerle triunfar: no poseía ni las dotes del organi­
zador ni las de un jefe. El contraste de su vida con la de Arkwright
muestra bien claro la distancia que hay de la investigación y del des­
cubrimiento originales a su hábil explotación. En el museo de South
Kensington se ven los retratos de estos dos hombres, uno al lado del
otro. Arkwright, con su rostro abotagado, vulgar, sus ojos abultados y
lentos, cuya inercia plácida es desmentida por el pliegue enérgico de
las cejas, la sonrisa imperceptible de sus labios sensuales y astutos, es
el hombre práctico que ha sabido, sin demasiados escrúpulos, hacerse
dueño de la realidad. Crompton, con su fino perfil demacrado, su noble
frente con los cabellos castaños rechazados hacia atrás, su boca de
contorno severo, sus grandes ojos ardientes y tristes, tiene los rasgos
de Bonaparte joven y la expresión de un predicador metodista. Repre- <
sentan la invención y la industria, el genio que hace las revoluciones j
i y la fuerza que se apodera de sus resultados. •
La mulé fue al principio, como la jenn y, una máquina de madera
hecha para ser empleada en los cottages. Hacia 1783 se empezaron a
construir de mayores dimensiones, con ruedas y cilindros de m etal4-

¡i En 1790 un manufacturero escocés, W illiam Kelly, fabricó mules auto­


máticas, puestas en movimiento por una rueda hidráulica, como la
máquina de Arkwright, y que llevaban hasta trescientas y cuatrocientas
canillas “. A partir de este momento la m ulé se convirtió en la máquina15
4
3
2

1 K ennedy, ob. cit., pág. 321. Jowrnals oj the House oj Commons, L X V II,
pág. 838.
2 La petición es del 5 de marzo. Jown. oj the House oj Commons, LX VII,
175. La indemnización fue votada el 25 de junio, ¡bíd., pág. 476. Véase Da­
niels , G. W .: Early English cotton industry, págs. 155-58.
3 Daniels, G. W., que ha estudiado la correspondencia original de Crompton,
llega a la misma conclusión: «N o se puede considerar a Crompton más que
como un obrero, pero sus cartas y sus demás obras muestran que había utilizado
plenamente la educación que pudo adquirir.» Early English cotton industry, pá­
gina 149.
4 K ennedy, an, cit., págs. 329-30.
5 Idem, ibíd., págs. 337 y sgs.; Ba INES, Ed.: Hist. o] the cotton manujac■
ture, pág. 205, menciona, como uno de los autores de este perfeccionamiento, ti
William Strutt, hijo de Jedcdiah Slrutt.
II: LAS FA8IUCA5 223

ili’ Jiiliii por excelencia; reemplazó en el uso corriente a la jenny de


llm «n'iivcs. En 1812 Crompton, antes de presentar su petición al Par-
lunumlo, quiso juzgar por sí mismo sobre el éxito de su invento y la
liiipoittmcia de los intereses que había creado: visitó los principales
ri’iilron de la industria textil y pudo comprobar que la mulé se emplea-
luí en varios centenares de establecimientos, con un total de cuatro a
idnrn millones de canillas1. La jenny, tan popular veinte años antes,
tmln desempeñaba ya un papel secundario en el conjunto de la produc-
i Iiiii Con ella desaparecían los restos del sistema doméstico en esta
Imliinhia de la hilatura del algodón, convertida en la más íloreciente de
liiHliitorra.
Nn es solamente la hilatura lo que el invento de Crompton acabó de
iinu»[inmar: tuvo su repercusión sobre la tejeduría. El water-frame
linldii hecho posible en Inglaterra la fabricación de calicós, hasta en-
I hihmi» importados de la India. La mulé, gracias a la finura extrema del i
lililí que producía, permitía superar la habilidad legendaria de los !
iiliici'os hindúes y fabricar muselinas de una ligereza incomparable2. Es
mui industria nueva la que se funda, y cuyos centros son Bolton, en
I mionsliire; Glasgow y Paisley, en Escociaa. Desde 1783 hacía fun-
iliin.ii' solo en la ciudad de Glasgow, un millar de telares4; en 1785
w- uvLiluaba la producción de muselinas en Gran Bretaña en cerca de
• Im lienta mil piezas s. Y hace observar un economista contemporáneo:
I ln industria es muy provechosa para la nación, porque solo la mano
jl■> uliiu forma su sustancia, mano de obra proporcionada muy a me-
Mnln por mujeres y niños. El valor de la materia prima que entra en
d piuducto aumenta, en el curso de la fabricación, en un 1.000 y hasta
>ili ■i.ODO por 100» G.

1 K ennedy , ¿btd.: pág. 322; WooDcitorr, B.: Briej biographies o¡ inventor!,


*4» 17.
Giumpton, en su petición de 1812, no deja de hacer valer esla ventaja
iliilililll ni uso de la mulé- Véase Journ. oj the House oj Commons, L X V II, 175.
Maci-iiusson : Annals o j Commerce, IV, 80; A complete Instary ol the
li'ilÁM titule, pág. 102; A ikun, J.: A descriplion o j the country ¡rom thirty lo
t»tf) iiii/ca round, Manchester, pág. 166; G uest , R.: Compendian! Iiislory, juí-
#lim I I
* Kiiii’r los fabricantes de muselina de Glasgow, un cieno número eran nn
u |.íiilr» o armadores que se habían dedicado a la industria en el momento
S > ln « iu 'itíi de América. Véase L a RociixFoncAULD-LiANcotitiT: Voy age attx
» r :i|iNHNi.j, yol. II, carta del 8 de mayo de 1786.
A ni iüi is on : An historical and chronological hiuttry and dcdnclhn- Oj the
n¡ romnteree (suplemento), IV , 655.
' ln hupurtant, crisis in the callico and muslin ntttniijnrture oj Grefít Britfiin,
'i
224 PARTE n: GRANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

Sin embargo, la ruptura de equilibrio, que ya una vez había puesto)'


en movimiento el progreso técnico, se producía de nuevo. Mientras que!
para hilar se utilizaban máquinas ya muy perfeccionadas, se seguía,
tejiendo a mano. Hacia 1760 a duras penas encontraban los tejedores^
Kilo suficiente para alimentar constantemente sus telares. Treinta anote*
después es lo contrario lo que sucede: los tejedores no bastan ya para
la tarea, y sus salarios suben rápidamente. Los que fabrican las muse­
linas de fantasía en Bolton son pagados, en 1792, hasta a tres chelines
y a tres chelines seis peniques la yarda; los que tejen los terciopelos de
algodón ganan treinta y cinco chelines por semana 1. Por eso se dan
tanta importancia; se los ve pasearse por las calles, el bastón en la
mano, con un billete de banco de cinco libras asomando ostensible­
mente por la presilla de su sombrero. Se visten como burgueses y nie­
gan la entrada en la sala del mesón donde se reúnen a los obreros de
otros oficios 2. Bien es verdad que su felicidad duró poco; la crisis ge­
neral de la industria inglesa en 1793 dio la señal de la baja de los sa­
larios 3. Pero eso no hizo más que cambiar el aspecto del problema. En
efecto, era tal la desproporción entre la producción de hilados y la de
tejidos, que los fabricantes de hilados se vieron forzados a exportar 4.
Esta exportación no dejaba de alarmar a muchas personas, que temian i

1 Fillh report Irom ihe select committee on artizans and rnachinery, pági­
na 392 (1824); Minutes of the evidence taken hcfore to select committee appoin-
ted to report upon the condition of the hand-loom weavers, pág. 389 (18351.
2 Place MSS (Britisli Museum, Add. MSS, 27828), pág. 199.
3 Precio de la tejeduría de muselinas en Bolton (la yarda):

1792 ..... 1797 .....


1793 ...... .... 2 s. 1798 .....
1794 ...... 1799 ..... ...... 1 s. 2 d.

Esta baja fue causada sobre todo por el aumento rápido del número de te­
jedores en el momento de los altos salarios. Fifth report ¡rom the select com­
mittee on artizans and rnachinery, pág. 392.
4 «Las cotonadas eran objeto de tal demanda que todo el producto de las
hilaturas se habría vendido en seguida si se hubieran podido encontrar bastantes
tejedores para convertirlo en tela; pero como esto no era posible, los fabricantes
decidieron pasar al extranjero el exceso de su producción.» Report on Dr. CarU
wright’s petition (1808), pág. 7. Esta exportación permitía, en el interior, redu­
cir los salarios de los tejedores, aun cuando hubiese todavía una fuerte demanda
de mano de obra. Hacia 1800, escribe un fabricante, «no ¡labia una sola
aldea en un círculo de treinta millas en torno a Manchester... donde alguno
de nosotros no enviase hilados, que le eran devueltos en forma de tejidos. Con ■
tratamos a tejedores de paño y a tejedores de liento, que abandonaban sus es­
pecialidades a medida que crecía la industria del algodón; tuvimos que recurrir
a todas las personas que estuviesen dispuestas a ponerse ante un telar». R\n
Ci.iffe, W.: Origin of the new S y s t e m of manufacture, pág. 11.
II: LAS FABRICAS 225

ver fundarse en los países vecinos, y particularmente en Francia, teje-’


dunas alimentadas por los hilados ingleses. Se inició una campaña m u y 1
viva contra la exportación de hilados: se trató, inclusive, de prohibir­
la, con el mismo título que la exportación de la lana 1.
A l igual que durante el período que había precedido a la invención
de las máquinas de hilar, un verdadero malestar abrumaba a la indus­
tria textil. Se agravaba al compás de la desproporción que era su causa,!
y alcanzó su paroxismo hacia el año 1800. Sin embargo, en esta fecha'^
ya hacía varios años que se había encontrado el remedio; pero todavía
no había producido su efecto. Su accción solo se hizo sentir cuando
la necesidad de recurrir a él llegó a su colmo. Así, el juego alternativo^
de las exigencias económicas y de la invención técnica imprime a la f
industria una serie de oscilaciones, cada una de las cuales es un pro- /
greso. i
El problema del tejido mecánico había tentado ya a más de un
investigador. La dificultad parecía bastante grande, pero de ningún
modo insuperable: el movimiento de los dos marcos sobre los que está
tensada la urdimbre de la tela, y el de la lanzadera que se desliza entre
ambos para form ar la trama, son relativamente simples. Desde el si­
glo x v i i 2 se empleaba en Inglaterra y en Alemania un telar mecánico
para el tejido de cintas: una manivela hacía ir y venir la lanzadera, v
mediante un sistema de contrapesos se tensaban y apretaban los hilos 1 3.
2
Pero el funcionamiento de esta máquina era lento y complicado; incluso
sin las medidas tomadas contra su uso en diversos países, a instancias
de los obreros tejedores 4, el telar holandés, como se lo llamaba en In ­
glaterra 5, no hubiese bastado para hacer una revolución en la indus­
tria textil. Otro tanto se puede decir del telar construido en 1678 por el
francés De Gennes, y en el cual dos vástagos horizontales se pasan la
lanzadera, al igual que los brazos, de un lado al otro del telar ®. En

1 R adcliffe, W„ ob. cit., págs. 78-84, 163-72, etc. Radclifíe fue uno de los
que se pusieron al frente de este movimiento en Lancashire. Sobre las discusiones
(i que dio lugar esta cuestión en la Cámara de Comercio de Manchester, véase
HlíLlvt, E.: Chapters in the history of the Manchester chamber of commerce, pá­
ginas 17 y sg?.
2 El invento ha sido atribuido a nn tal Antón Miiller, que vivía en Dantzing
n finales del siglo x v i i . Véase B e c k m a n n : Reitrage íur Geschichte der Erfin-
tltingen, TI, 527.
3 Véase la descripción del telar para tejer cintas en la EncYclopédie Métho-
itU/ue, «Manufactures», II, c a í y sgs, y en su Recueil de Planches, VI, 72 y si­
guientes. Véase también B aRLow, A.: History and principies of weaving (con
láminas), págs. 217-27.
* En Alemania hubo verdaderos motines contra esta máquina. Véase
Marx, K .-. Das Kapital, I, 438.
Se lo llamaba también «telar de torniquete».
® Véase Journal des Savanls, año 1678, núm. XXV11; Philosophical Tran-
tfUitiOns of the Royal Society, XIjI, 1001, y sgs., y Abridgments of specificalions
trínting lo weaving, introd., pág. XXXV.
MANimix. 15
2 2 <> PARTI" I I : GRANDES INVENTOS Y CHANDES EMPRESAS

cuanto al de Vaucanson. cuyo modelo está en el Conservatorio de Artes


y Oficios, el principal interés que presenta 1 es haber servido de puntó
de partida, medio siglo después de su construcción, a las investigaciones
de Jacquart.
Ninguno de estos inventos recibió aplicación práctica importante1 *34
*.
Si existieron en Francia o en Inglaterra talleres de tejido a máquina,
casi en seguida desaparecieron, y es difícil descubrir sus rastros3. En
todo caso, es probable que el inventor del telar mecánico, Edmund
Cartwright, ignorase su existencia. H ijo menor de un gentleman del
condado de Nottingbam y destinado desde, muy pronto al estado ecle­
siástico, había hecho en la Universidad de Oxford brillantes estudios,
coronados en 1764, con su admisión en el número de los felloim del co­
legio de la Magdalena 1. Durante rnuclio tiempo no se ocupó más que
de literatura: incluso escribió, al eslilo de Pope, poesías que no carecen
do mérito a pesar de su fría elegancia s. Cuando tlejó Oxford para una
cura en el campo 6, trató de interesarse, como hombre inteligente y ac­
tivo que era, de la vida de las poblaciones rurales en medio de las
cuales residía; se puso a estudiar medicina y agronomía, enseñando a
sus feligreses los nuevos remedios contra la fiebre y los nuevos métodos
de cultivo7. Así se manifestó por lo pronto el espíritu emprendedor
que habia de hacer, de este humanista perdido en un presbiterio de
aldea, un inventor y un industrial.

1 Ni siquiera se hace mención de él en el artículo «Soic» de la Encydopédie


Mclhódiqlic.
3 John Kay, el inventor de la lanzadera volante, sacó una patente para una
máquina de tcicr en 1745, pero no parece que sub esfuerzos en este sentido tu­
vieran resultados prácticos. Espinassk;: Lancashirc worthies, págs. 310-18.
s Guest , R .: Compendious hislory, púg. 44, menciona el establecimienln
fundado por C-arside en Manchesler en 1765. Pero este establecimiento no pudt)
mantenerse, ya que era insuficiente la oconmniíi realizada con ayuda de máqul*
lias sin dudu complicadas y deteclimsas. Véase .IamBS, J.: Hisl. oj the ivorstl'il
manufacture, pág. 351.
4 Memoir oj Dr. Cartwright, págs. 7-12. Su familia habitaba en Notliog'
hamshire desde hacía trescientos años. De sus tres hermanos, dos sirvieron con
distinción en el ejército y el tercero ocupó un ssicnto en el Parlamento, dond*
se hizo célebre por sus ideas avanzadas. E. Ilalévy lo considera como fundado)!
del radicalismo inglés. (L a formation dti radicalisme philosophique, I, 223-f
* Constantia (1768). Almint and F.lvire (1775), The Prince of Peace, u¡!
olher poems (1779), Sonnets lo eminent men (1783). «El señor Cartwright
en otro tiempo profesor de poesía en Oxford y él mismo ers un poeta que i
carecía de talento. Pero parece haber dejado las cimas áridss del Parnaso y
fuente del Helicón por las montañas, los vslles y los rios de Yorkshire. Y 1
hs dejsdo para roturar los vastos járamos incultos de la mecánica.! Carta
S. Salte, negociante de cotonadas en Londres, a S. Oldknow, 5 nov. 1787; II
w in , G.: Samuel Olknow and the Arkwrights, pág. 99.
8 Primero en Brampton (Derbyshirc), luego en Goadby Marwood (Leí
tershire).
7 Memoir oj Dr. Cartwright, pág. 18; Burley, J.; IPool and woolcomhhi
pág. 110; WooncRorr, B.: Briej biographics oj inventan, pág. 21.
J L: LAS FABRICAS 227

I ip- «*l n*nr de una conversación, durante su temporada en las aguas


dr» Mnllin-k, en el verano de 1784, lo que atrajo su atención hacia la
Imin»llia del algodón y la crisis de que estaba amenazada. «M e encon-
•iilm allí cuenta él mismo— en compañía de algunos señores de Man-
liinlcr. I.n conversación recayó sobre Arkwrigbt y sus máquinas de
hilar, lina de las personas presentes hizo observar que, desde el mo-
í. 'tito ili> lu expiración de la patente de Arkwrigbt se fundarían tantas
M u iciiA v se hilaría tanto algodón que no iba a haber manos para
**|<’ ihi A eso respondí yo que Arkwrighl tendría que apelar a los
imiiisns ilc su ingenio e inventar una máquina de tejer. Siguió una!
»ll*i imlúu. y todos los señores de Manchestcr quedaron de acuerdo para^
dt'iliiinr ipic la cosa era prácticamente im p osib le»1. Cartwright sostu­
vo lo t-niil rano, y se propuso demostrarlo.
Su» primeros ensayos fueron desordenados: no sabia una palabra
•le mecánica y jamás había visto trabajar a un tejedor. Sin embargo,
wyiiilinlo por un carpintero y un herrero, consiguió poner en pie un te-
|j»i que funcionaba mal que bien. «La urdimbre estaba tensada verti-
i'rtlMirrilc. el peine caía con una fuerza de 50 libras por lo menos y los
tcmiitcs que movían la lanzadera eran lo bastante potentes como para
ill»|imur un cohete a la Congreve. En resumen: hacían falta dos hom-
lile* vigorosos para hacer andar esta máquina a una marcha muy len­
ta *. Tal era el invento que Cartwright hizo patentar en 1785 3. En
umiid.i se a|iercibió de todo lo que necesitaba para poder utilizarle.
Medíanle perfeccionamientos sucesivos construyó una máquina fácil-
iiii'iilt* manejable, que se detenia automáticamente cada vez que se rom-
|-i*ii el hilo, y que podía ser empleada, con ligeras modificaciones, para
!' jer Inda clase de telas4. No quedaba más que introducirla en la indus-
11lu, que parecía esperarla y reclamarla: Cartwright no dudó ni un ins-
I míe ilu su éxito inmediato.
Kiic entonces cuando empezaron sus sinsabores. Tenía dinevo5; qui­
ñi nxplotar personalmente su invento y monló una pequeña fábrica en
I Imii'iiHler, Yorkshire (1787). Contenia 20 telares, ocho de ellos para
"I Irjiilo de calicós, diez para muselinas, uno para cotonadas a cuadros
uno para lienzos bastos 6. A l principio la fuerza motriz era suminis-

1 7 »i ychfHtdit Btiiannica, 1.* ed.. arl. «Colton- (reproducido en la 9.» edi-


Utn VI. .700). Véase R.ADCLirrE, W.-. Origin of pfrwerioom iceaving, pág. 52.
Incycl. Brilannica, loe. cit.; Memoir of Br. CarUvright, págs. 63-61.
dhridgnients of specificañons relating lo uicaving, núm. V170 (4 de
«MI de 1785).
4 r.nriites núm. 1o65 (30 de octubre de 1786), núm. 1616 (1 de agosto
>(. I7H7). núm. 1676 (12 de noviembre de 1788).
* »A very amplíe fortune». Petición de Kitumnd Carlwrlghi, clérigo, gra-
lliisiln mi teología, 24 de febrero de 1809. Journ. of the Houst of Commons,
I HIV, 97.
* Mnnoir of Ur. Cartwright, pág. 77; BliUM.lir, J ,: K'ool and woolcombing,
112.
228 PARTE u: GRANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

trndn, como en las primeras hilaturas, por bestias de carga; pero desde
1789 Cartwright hizo traer de Birmingham una máquina de vapor. Por
desgracia el establecimiento, bien equipado, estuvo mal dirigido: Cart-

ria lamentable de todos los inventores que se repite una vez más. En
1791 creyó haber encontrado el camino de la fortuna: se puso de acuer-
do con unos fabricantes de hilados de Manchester, los hermanos Grims-
haw, para fundar una gran fábrica, que no habría de contener menos
de 400 telares, movidos por vapor. Se levantaron expresamente edifi­
cios considerables 1
2. Pero apenas se habían instalado las primeras má-
quinas cuando se desencadenó contra ellas la hostilidad violenta de los
tejedores. Los propietarios recibieron cartas amenazadoras3. Un n
después ardin la fábrica: Cartwright no solo perdió el beneficio
contrato firmado con los hermanos Grimshaw: no volvió a encontrar ai
nadie que osase renovar la experiencia 4. '
De 1792 a 1800 el telar automático es a la vez necesario e impopu­
lar: deseado por unos, rechazado por otros; disminuida su urgencia por
la baja de los salarios su uso no llegó a imponerse. Cartwright, entera­
mente arruinado, obligado a poner sus patentes en manos de trastees,
se debatía en medio de violentos acreedores y de deudores ineducados °.
Entabló una serie de procesos contra los que trataban de arrebatarle el
beneficio de su segundo invento, el de la máquina para peinar la lana.
Sin embargo, por la fuerza de las cosas el éxito final se preparaba. Fue
en Escocia donde se esbozó el movimiento en 1793, James Lewis Ro-
bertson instaló en Glasgow dos telares, movidos por una especie de es­
petón mecánico al que daba vueltas un perro de Terran ova*; en 1794
se inauguraba en Dumbarton un ta ler de 40 telares; en 1800. John
Monteith, renovando la tentativa de los hermanos Grimshaw, montaba,

1 Le fallaba también una educación básica cu mecánica aplicada. «El telar


de Cartwright casi no era ulilizable; su valor ha sido, sobre todo, el de un punto
de partida para otros inventores... Solo cuando ln máquina rayó en manos de
mecánicos y tejedores profesionales fue cuando se realizaron progresos satis­
factorios.» «Cotton epinning machines and their inventora», Quarterly Review,
CVII, pág. 78.
1 Estos edificios eran conocidos con el nombre de Knott Mills. Véa3e B.\a-
l o w : Ilist. o¡ weaving, págs. 40 y 236; W heeleii : Manches ler, pág. 167-
1 Ho aquí el texto de una de esas cartas, fechada en el mes de mayo
de 1792: «Señores, nos hemos juramentado destruir su fábrica, aunque ello nos
cueste la vida, y tener sus cabezas, por el daño que causan x nuestro oficio; si
continúan, ya saben lo uue les espera.» Report on Dr. Cartwrighl’s petition
(1808), pág. 4.
4 Véase petición del 24 de febrero de 1809, Jonrn. of ihe House of Com-
moni, LXIV, 97.
* Encuesta sobre la petición del 18 de marzo de 1801, Jonrn. of the Home
oj Commons, LVI, págs. 271-72 (declaración de John Cartwright).
* Hay que mencionar igualmente las tentativas de Rob. Miller y de Andrew
Kinloch (1793). ff'ebb MSS, Textiles, V, I.
II: L A S FA B R IC A S 229

fn un solo establecimiento, 200 telares de vapor 1. La campaña contra


la exportación de hilados vino a acelerar este progreso tardío. En 1803,
Horrocks, de Stockport, construyó telares automáticos de hierro, cuyo
modelo fue adoptado en seguida en varias ciudades de Lancashire *. Fue
para Cartwright «una agradable sorpresa» el asistir así a la resurrec­
ción, si no al triunfo definitivo de su invento. Cuando en 1809— tres años
antes que Crompton— solicitó una indemnización del Parlamento, pudo
alegar en apoyo de su demanda el hecho de que sus máquinas «eran ya
de un uso bastante corriente en el condado de Lancaster como para po­
der ser consideradas como un objeto de alta utilidad pública» 1 *3*7
.
Sin embargo, para juzgar los efectos de este invento en toda su ex­
tensión haria falta traspasar, con mucho, los límites asignados a este
estudio: sería preciso seguir la historia del tejido a máquina hasta 1839
aproximadamente, año en que apareció el famoso informe sobre la con­
dición de los tejedores *. Este informe y los atestados que lo acompañad
muestran a la vez el progreso del maquinismo en esta rama de la indus­
tria textil y las causas que lo han retrasado. La espantosa miseria de los'
tejedores que en 1839 continuaban sirviéndose del viejo telar a brazo
habia ido agravándose a medida que crecía la competencia aplastante de
la máquina. Pero cuanto más se agravaba, tanto más se retrasaba la
adopción universal del nuevo utilaje: los salarios habían descendido ^
tan bajo que resultaba más ventajoso emplear hombres que m áqu in a^
foi nuestro tiempo a veces se asiste a la repetición de los mismos fenó­
menos en ciertas industrias incompletamente transformadas: así se ex­
plica la persistencia de la técnica más primitiva en los pequeños talleres
n domicilio, abrumados por el stveating-system. Pero el obstáculo quel
rl maquinismo opone así a su propio progreso no es nunca ni puede serl
más que temporal. I
A principios del siglo XIX apenas había empezado el desarrollo delí
lejido mecánico: para varios millones de canillas que contaban ya las'

1 Guest , R.: Compendious history, pág. 46: B aI n e s , E.: H ist. of the cotton
moni¡facture in Creat Britain, pág. 231.
* HAtiDWtCK: History of the borough of Presión, pág. 375. Sobre los per-
li‘criom«micntos introducidos p<* Peter Marsland y Millcr, de Glasgow, véase
W iieeler : Manchester, pág. 167, y «Cotton-spinning machines and their inven-
Inrin, Quarterly Review, CVTT, 78.
9 Journ. of the fíouse of Commons, LXIV, 97. La petición fue remitida el
7 de junio a la comisión de snbsidios libido pág. 391), que decidió, el 8 de
junio, conceder a Cartwright una suma de 10.000 libras (ibíd., pig. 393). Can-
w.lght no había caído en la misantropía, como Crompton. Con las 10.000 libras
ilr su indemnización compró una finca en Kent y pasó los últimos años de su
«lila ocupado en experiencias sobre agricultura, química y mecánica. Véase L ip -
ItiN, F..: History of the iuoollen and viorsted industries, pág. 168.
* Minutes and reporls from H. M.'s comrrisioners and assistant-commissio-
lU'rn on the condilion of the hand-loom iceavers (1839-1841).
2 :to 1* ARTE II: CRANDES INVENTOS Y CHANDES EMPRESAS

hilnturas aún no había, en toda Inglaterra, más que unos centenares de j


telares automáticos *. Pero esto era suficiente para que se pudieran juz­
gar los resultados: dos telares a vapor, vigilados por un muchacho de
quince años, tejían tres piezas y media de tela, mientras un obrero hábil,
trabajando con la lanzadera volante, tejía una sola Si la industria
textil no había encontrado todavía ese equilibrio estable que buscaba
desde hacía más de sesenta años, ahora poseía sus condiciones indispen-
sables^Hemos visto formarse poco a poco, como un organismo complejo,
el utilaje de las hilaturas: permanecía como inacabado antes del invento
de Cartwright. En adelante ya no le falta nada de esencial; en esta
rama particular de la industria el advenimiento del maquinismo es un
hecho cumplido.
Ya no son solamente las operaciones fundamentales de la industria,
sino los detallos y las especialidades lo ciue el maouinismo gana y trans­
forma. El estampado de los tejidos se había hecho hasta entonces me­
diante planchas grabadas en relieve aue se aplicaban a mano, tantas
veces como era necesario, sobre toda la superficie de la pieza de tela
o de calicó*. Este procedimiento era muy lento y muy costoso: los
tejidos más bastos, en que se destacahan en colores crudos motivos muy
sencillos: una figura geométrica, una hoja, un arabesco, se vendían,
hacia 1780. de tres chelines a tres chelines seis peniques la yarda *. Pero
en 1783 el escocés Tilomas Bell reemplazó por cilindros de cobre las
planchas laboriosamente aplicadas a mano: una sola máquina de cilin­
dros hacía el trabajo de 100 obreros s. Se fundaron grandes fábricas de
calicós estampados en el condado de Lancastcr. Al mismo tiempo el blan­
queo v el teñido beneficiaban los progresos de la química: los trabajos
de Berthollet sobre las propiedades decolorantes del cloro datan de
1785 c : Jipnes W alt los conoció casi en seguida y los dio a conocer
en Inglaterra7, donde su aplicación a ln industria fue realizada, algunos1 *4
2

1 CoOKK-T\Yt.on, R. W.: The modern jactory system, pág. 94, ría las cifras
siguientes: en 1813. 100 telares de vapor: en 1820. 14-000; en 1829. 60.000;
en 1833, más de 100.000. Según CnAPMAN, S.: Lancashire collon industry. pá­
gina 28. en 1813 había en Inglaterra 2.400 telares automáticos, parle de los cuales
eran movidos, probablemente, por la fuerza hidráulica.
2 Véase Giiest , R.: Compendious history, págs. 47-48.
9 Para estampar una pieza de tela de 28 yardas de longitud había que apli­
car la plancha, de 10 pulgadas de longitud por 5 de anchura, cerca de 450 ve­
ces. W arner, Townsed, en Social England, V, 471-72.
4 Véase The callico-printer’s assislant (1790).
9 Bell había tenido precursores desde 1764 6 1765. Véase Gentleman’s Maga-
d n e , XXXV, 439 (1765). La introducción de su máquina en Lancashire dala
de 1785: WnEELER: Manchester, pág. 169.
* iDcscription du blanchiment des toilcs par l’acide muriatique oxygéné»,
Annales d e Chimie, II, 151; \T, 201, y sgs. «Aclion de Pacido muriatique ozygéné
sur les maderos colorantes», la misma colección, VI. 210.
T Sobre las relaciones de James Watt con los químicos franceses e ingleses
llcrlhollcl, Black, Priestlcy, etc., véase Sm ii.f.s, S.: Lives oí [ioulton and IFat!,
II: L A S F A B R IC A S 231

nfln» imA* tarde, |>or Tennant, de Glasgow \ En pocos años el procedi-


rniriilo fue imivcrsalmcnte adoptado: ya no se vieron más, en las in-
rrinillirrlnni'A de los pueblos habitados por los tejedores, esas piezas de
It'lu expuesta» al ñire libre durante meses enteros, y que desde lejos pa-
rerlntt capujar como alboreas. Por la misma época Taylor, de Manches-
ter, volví» a descuhrir el secreto del rojo de Turquía y producía andrino-
polla, muy pronto tan populares como las indianas * ; John Wilson, de
Ainswnitli, crcaha los terciopelos de algodón s. La enumeración comple­
ta iln todo» estos perfeccionamientos secundarios no acabaría nunca *.
I-cjos de consumar la evolución comenzada la prolongaban. Cada
irtvniti) nuevo, en efecto, aprieta más todavía el lazo que unía entre sí
Ina diferentes operaciones técnicas; y a medida aue su solidaridad se
luiré más estrecha, el progreso dt: cada una de ellas tiene sobre todas
las demás una repercusión más inmediata y más profunda. Así se deter­
mina y se acelera su movimiento común, ese movimiento contagioso, in­
cesante que más que ninguna propiedad estática caracteriza a la gran
industria.

VI

En el desarrollo de la industria algodonera, por muy rápidamente


que se haya efectuado, hay que distinguir varios períodos. El primero
es el que siguió al invento de Hargreaves. Entre 1775 y 1785 una ver­
dadera fiebre de producción se apoderó de ciertos distritos: mientras
que las jennies se instalaban por millares en los cottages, el número de l
tejedores y ele telares aumentaba enormemente sin poder bastar
ía tarea. «Como los antiguos locales resultan ya demasiado pequeño, ....

Iiiigs. 14142. F.l mismo año (1786) la Sociedad Literaria y Filosófica de Man-
r.liesti-r publica la memoria de Tli. Henry sobre la Teoría del teñido ( Memoirs
of the IJterary and Philosophical Society o¡ Manchester. III, 34.1 y »gs.). Los
manuscritos de Soho contienen una carta de Watt a Berthollet, ríe 25 ilc febre­
ro de 1787, cuyo comienzo está escrito en francés: «Monsietir: L’accumulation
de» affaire». suite nécessaire de notre lnngue absence de rhez nou», m'a em-
peché jusqu'á piésenl de me preter á votre affaire de blancliinrenl, mal» je n’ai
pas oubiié cetle im|»oi1 anle affaire, ni non plus nos promessea rio vona nider
Lanl qn'il nous sera it possible.» Soho MSS.
1 Bailes, K.: Hist. of the callón manufacture, pág. 2W.
3 Ñola sobre Charles Taylor en los papeles de la Calentón Ornen, I.XXX,
74. Reíercnce Library de Manchester.
3 A complete history of the cotlon trade, piigs. 71-7.1.
* Señalemos un invento americano. In divunoindnrn do algodón (rotton gin),
cuyo empleo hizo mucho más rápida la prrpnrarión drl algodón bullo partí la
industria (1793). Sobre esta máquina y su Irivrnlnr, Elfaa Whlint-y, vésse ITam-
mono, M. B.: The cotton industry, an ess,tv ort American «ronoirtír history, I,
págs. 25-31. ,
¡tu 1‘ A lt I K II: CHANDES IN V E N T O S Y GRAND ES EMPRESAS

Iiiiii tniiilo i]tie reparar los graneros e incluso las trojes abandonadas,
loi tinglados, los cobertizos de toda especie: se abrían ventanas en los
x lejos muros ciegos, por todas partes se organizaban talleres. Cuando
ya no quedó ningún sitio se vieron levantarse por todos lados casas nue­
vas, habitadas por los t e je d o r e s L a s fábricas son todavía poco nume- (
rosas, la concentración capitalista no ha revestido aún la forma que
bien pronto se hará visible a todas las miradas. Es en apariencia la
edad de oro del sistema doméstico.
El segundo período data del proceso memorable que terminó con la i
anulación de la patente de Arkwright1*34. Es a partir de este momentof
cuando el sistema de fábrica se generaliza en la industria textil. El uso)
de un material perfeccionado, que ocupaba mucho sitio y costaba caro,,
era incompatible con la pequeña producción a domicilio. El agrupa-
miento de los trabajadores manuales en la manufactura, pese a sus ven-'1'5
tajas evidentes desde el punto de vista de la organización y de la vigi­
lancia, jamás se habia impuesto absolutamente^ De hecho el régimen de,
manufactura, si por ello se entiende un modo 3e producción dominante^
en una época dada, nunca existió en Inglaterra. El sistema de fábrica,'
por el contrario, es la consecuencia necesaria del maqumismo. Un uti-
laje formado de partes solidarias, con una fuerza motriz central, no
puede ser instalado más que en un local único, donde su funcionamiento
es dirigido por un personal disciplinado.íJEste local es la fábrica: nO|
tiene otra definición *Tj >
Las primeras hiláfíiras parecerían muy pequeñas, comparadas con
las de hoy. Sin embargo, cada una de ellas contenia un personal ya nu­
meroso, de 150 a 600 obreros4. Sus edificios de ladrillo, con una al­
tura de cuatro o cinco pisos, han cambiado poco—aparte las dimensio­
nes—durante más de medio siglo 8. El rasgo característico de este pe-1

1 R aoci.iffe , W.: Origin o / the new system of manufacture, commonly cal-


led power.loom weaving, pág. 65.
1 Sobre la impresión producida por la aentencia en Lancashire, véase Man-
chestcr Mcrcury del 28 de junio de 1785: «Así, pues, el país se ha liberado
del monopolio de la hilatura y de sus funestas consecuencias», etc. C, Unwin
hace constar que la anulación de la patente de Arkwright fue seguida de cerca
por el anuncio del invento de Crompton y que estos dos acontecimientos «es­
timularon grandemente la fabricación de los tejidos finos de algodón». Samuel
Oldknom and the Arlcwright, pág. 2.
* Véase An important crisis ¿n the callico and muslin manufactory of
Great Britairv, pág. 4. De acuerdo con este folleto—un poco sospechoso, como
lodos los pomphlets económicos del siglo xvm—, habrfa habido en Gran Bre­
taña, en la fecha de 1788, 143 hilaturas provistas de un utilaje automático, 550
mules de 90 canillas y 20.070 jennies de 8 a 80 canillas.
4 En 1780 se inauguró en Manchester una hilatura que ocupaba a 60 obre­
ros. Véase B utterworth , E.: History of Oldhttm, pág. 118.
n F m r b a í r n , W.: Mills and millwork, II, 113.
ii : las V A n itir .A s 233

río Jo es el empleo del agua como fuerza motriz. La máquina de Ark-l


wright es una máquina hidráulica, water-frame. liemos descrito la po­
sición típica de la hilatura de Cromford: en ella se realizaban las con­
diciones esenciales que todo manufacturero debia buscar. De aquí se
inf* ría una conclusión bastante importante: era imposible fundar una
f.ibrica en otra parte que no fuera a orillas de una corriente fluvial
suficientemente poderosa y rápida como para poner en movimiento las
máquinas. No era, pues, en las ciudades de la llanura donde las hilatu­
ras iban a establecerse primeramente, sino en la proximidad de las coli­
nas. en los valles encajonados, donde era fácil crear, por medio de
presas, saltos de agua artificiales. Es en pequeñas localidades, a distan­
cia de los centros donde se reúne hoy día la masa de la población obre­
ra, en las que hay que buscar los orígenes de la gran industria moderna.
^ acen dispersas en las inmediaciones del macizo Penino, a lo largo de
sus tres vertientes, que se inclinan, al Oeste, hacia Manchester y el mar
de Irlanda; al Sur, hacia el valle del Trent, y al Este, hacia la llanura
di- Yorkshire y el mar del Norte.
Esta dispersión es completamente relativa. La industria del algodón,
muy diferente en esto a la antigua industria de la lana, tiende a fijarse,
poco menos que exclusivamente, en dos o tres distritos: la parte sur
del condado de Lancaster, el norte del condado de Derby y, en Escocia,
el valle del Clyde, entre Lanark y Paisley. El primero era, con mucho, el
más importante: en 1788 contenia ya más de cuarenta hilaturas1. Es
que la fuerza motriz era allí abundante. Desde las altas colinas que se
dirigen hacia el sudeste, a los campos bajos y pantanosos que se ex­
tienden hasta el mar, la pendiente es bastante brusca. Los ríos de Lan-
rashirc han hecho girar en todo tiempo numerosos molinos: junto al
Mersey, en un espacio de tres millas río abajo de Manchester, se con­
taban unos sesenta a principios del siglo x v m *. Si la posición del
fiáis, su clima y el desenvolvimiento del puerto de Liverpool han favo­
recido el nacimiento y los progresos de la industria del algodón, es la
presencia de corrientes fluviales capaces de proporcionar la fuerza mo­
triz lo que explica el establecimiento de las primeras fábricas en torno
n Blackburn, Bury, Bolton, Oldham, Manchester 1*3. Lo mismo ocurre en
la región de Derby y en la de Glasgow. Conviene observar que esta
condición necesaria se encontraba realizada en otros muchos distritos.
Así se ven fundarse fábricas, entre 1785 y 1800, en un gran número de
condados. Pero estas tentativas, motivadas por el éxito de los manu-

1 An important crisis in the caUico and muslin manufactory, pág. 4.


5 S tukeley, V.: ftinerarium curiosum, pág. 58.
3 Hubo hilaturas en Bury desde 1774, en Chorley tiendo 1776, en Preston
desde 1777, en Oldham desde 1778. Véase BUTTEJiwonTit, Eil.: Hisl. of Oldkam,
paga. 117-18. Idem, Hist. o f Ashlon-under-Lyne, p&ga. 142 43.
w I'AHTH II: URANDKS IN V E N T O S Y CHANDES EM PRESAS

fm litrm is del Norte y su rápida fortuna, permanecieron aisladas x. Le-


jo » de tener por consecuencia una verdadera difusión de la industria
algodonera, ponen de relieve su localización, ya muy neta, y que, poste­
riormente, habría de acentuarse cada vez más.
La concentración geográfica no es más que uno de los rasgos exte- '
riores del nuevo régimen industrial. En el interior se opera una concen­
tración más profunda: es la de las empresas, ligadas entre sí por la
necesidad común de los aprovisionamientos y de los mercados; es la
de los capitales, cuyo papel va acrecentándose a medida que el utilaje
se perfecciona y se completa. Cada fábrica representaba un capital de
varios miles de libras esterlinas3; y no era raro que un solo hombre
poseyera varias. Sabemos que Arkwright, por ejemplo, dirigió ocho o
diez a la vez.3. El segundo Peel empleaba, en sus talleres de hilado, de
teñido y de estampación, a casi toda la población de Bury: el tejido
ocupaba a los cotlagers de todos los pueblos circundantes4. Tenía otros

1 El autor de An important crisis da el cuadro siguiente (1788):


INGLATERRA ESCOCIA

Lancashire ....... ...... .... 41 hilaturas Renírew ........................... 4 hilaturas


Derbyshire ............... .... 22 Lanark ............................ 4
Nottinghamshire ...... .... 17 » Perthshire ....................... 3 10
Yorkshire ............... .... 11 », Midlothian ...................... 2 »
Cheshire ............... .. .... 8 n Ayrshire .......................... 1 A
Staffordshire .......... .... 7 w Galloway ......................... 1
Westmoreland ........ ..... 5 ,» Annandale ....................... 1 »
Flintshire ................ .... 3 » Bute ................................ 1 )1
Berkshire ................. 9 » Aberdeenshire ................. 1 »
Surrey ...................... .... i » Fife .................................. 1 1»
Hertfordshire .......... .... i
Leicestershire .......... . . . i LJ Se pueden relacionar con el grupo
Worcestershire ......... . .. i Pl de Lancaster las hilaturas de los con-
Pembroke ................. .... i dados de Chcster, Flint y Westmore-
Gloucestershire ....... .... i >> land; y con el grupo de Dcrby las hi-
Cumberland ............ .... i laturas de Si.afíordshire.

An important crisis in the callico and muslin manulaclory, pág. 5.


2 G. Unwin, nos pone en guardia contra las posibles exageraciones de los
contemporáneos, Samuel Oldknow and the Arfcwrights, pág. 115.
3 Las de Nottingltam, Cromlord, Belper Bakcwell, Wirksworlh, Dcrby, 'Cltor-
ley, Mancltester y Lanark.
1 «Esta casa tiene talleres donde no se hace otra cosa que cardar, torcer e
hilar el algodón: otros donde se lo lar-a mediante ruedas hidráulicas que giran
con una gran rapidez. El blanqueo también tiene lugar en otros locales. En re­
sumen, la importancia de esta empresa es tal que emplea de una manera per­
manente a casi toda la población de Bury y de sus alrededores, sin distinción
de edad ni de sexo, y aunque los habitantes son numerosos nunca les ha faltado
el trabajo, incluso en las épocas más malas.» A tkin , J.: A descripción oj the
country ¡rom thirty to ¡orty miles round I,/te Mancltester, pág. 268; W iieei.e r :
Mnnchester, pág. 521; E s m n a s s e : Lancashire worthies, II, 90-103.
ir: LAS FABRICAS 235

establecimientos en más de doce localidades diferentesJ. El personal


colocado bajo sus órdenes se elevaba, en 1802, a quince mil personas,
y pagaba al fisco 40.000 libras de derechos de sisa 12. En Stockport, ha­
cia finales del siglo, las ganancias de un gran fabricante de muselinas,
Samuel Oldknow, se estimaban en 17.000 libras al a ñ o 3, De 1792 a
1797 los Horrocks montaron tres establecimientos solo en la ciudad de
Preston 4.
Los potentes capitales necesarios para hacer funcionar tales em­
presas no siempre pertenecían a un solo hombre. Las asociaciones entre
capitalistas se multiplicaron, sobre todo en los comienzos, antes de la
formación de las grandes fortunas industriales. Recuérdense los nume­
rosos contratos de los que Arkwright supo sacar partido tan hábil­
mente para llevar a cabo sus proyectos sucesivos. Peel también tuvo
varios socios 56
, y su casa era designada corrientemente como «la Com­
pañía dirigida por el señor P ee!» Importa hacer observar que la pa­
labra «com pañía» no tiene aquí el sentido que le damos a menudo: el
de sociedad por acciones. Este modo de organización todavía no había
sido aplicado, y no parecía convenir más que a ciertas grandes em­
presas bancarias, de seguros o de trabajos públicos7. Adam Smith se
había pronunciado a este propósito en términos perentorios 89 . Sin em­
bargo. en 1779 se trató de fundar una sociedad para la fabricación de
telas y de calicós estampados pero este proyecto no tuvo resultado.

1 En Bolton, Warrington, Manchester, Blackburn, Burnley, Walton, Stockport,


Chnrchbank y Ramsbotton, en Lancashire; Bradford, en Yorkshire; Tamworth y
Lichfield, en Staffordshire, ele.
2 Cooke-T a y i .or, W .: Life and limes of sir Robert Peel, I, 16.
3 Sobre Samuel Oldknow. véase Owen, Rob.: Life, written by himself, pá­
gina 40; K ennedy, W.: Briej memoir of Samuel Cromplon, «tMcmoirs and pro-
ceedings of the lilerary and philosophical Society of Manchester», serie II, V,
339, y el interesante libro de U n w in , G.: Samuel Oldknow and the Arkwrights,
escrito según documentos originales con la colaboración de A. llulme y G. Taylor.
4 I I ardwick : Hislory of the borough of Presión, pág. 366.
6 W ueeleu, V.: Manchester, pág. 529.
6 A ik in , J., loe. cit.
7 Véase Schmoller , G.: Die geschichlliche Enlwickelung der Unleraehmung
(Jahrbuch fiir Gesetzgebttng. Verwaltung und Volkswirtschaft, 1893).
8 «Los únicos géneros de negocios que, para una compañía por acciones, pa­
rece posible seguir con éxito sin privilegio exclusivo, son aquellos en que todaB
sus operaciones pueden reducirse a lo que Se llama una rutina o a una unifor­
midad de método tal que no admita más que poca o ninguna variación. De este
género son: l.°, el comercio de la banca: 2.a. el He los seguros contra incendios
y contra riesgos de mar y úe captura en tiempos de guerra; ,3.a, lit empresa
de la construcción y del sostenimiento de un canal navegable, y 4.", una empresa
que es del mismo género, la de conducción de agua para el abastecimiento de
una gran ciudad.)) Smith » A .: Weahh of nations, libro V, cap. i, pág. 310. Sobre
el fracaso de varias compañías industriales fundadas en el siglo xvill véase CüN-
ningham : Growlh of EngUsh induslry and commerce, II, 5I9 f.'l.* tul.),
9 Petición a la Cámara de los, Comunes, Journ. of the flousc of Commons,
X X X V II, 108. Hay que señalar también el proyecto descriio en un folleto de 1798,
JliH. PAUTE I I : GRANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

Solo Se ha realizado, lo mismo que en las demás industrias, en época


muy reciente. El capitalismo, en sus principios, no se aparta de su ca­
rácter netamente individual: el patrono, a la vez propietario y director
de la empresa industrial, reúne las atribuciones y las prerrogativas que
en las sociedades por acciones estarán repartidas entre los accionistas
por una parte, y los administradores por otra.
Así se consuma, por el maqumismo y la concentración de los medios |
de producción que de él resulta, la sumisión de la industria al capital .
comercial: en el puesto del comerciante manufacturero aparece el ma- i
nufacturero simplemente. Por lo demás, entre los dos términos extremos ,
de esta rápida evolución se encuentra toda una serie de intermedios. *1
Unas veces el fustian master se contenta con reunir en un mismo taller '
cierto número de máquinas movidas a mano: es la spinning room, ma­
nufactura más bien que fábrica E Otras veces la propiedad de la ma­
teria prima y la del utilaje no están en las mismas manos; se fundan
pequeñas hilaturas que trabajan a destajo; los comerciantes llevan allí
el algodón bruto, que les es devuelto en forma de hilados *1 2; así se
yuxtaponen los dos regímenes sucesivos de producción, limitándose la
fábrica a ejecutar las operaciones confiadas anteriormente a los obre­
ros a domicilio. En tanto que el tejido a mano subsistió al lado del
hilado mecánico, una parte de la industria siguió sujeta forzosamente
a las condiciones que al principio se habían impuesto a toda la indus­
tria: no obstante, hubo grandes talleres de tejido, a menudo poseídos
por los fabricantes de hilados, que hicieron la competencia en muchos
sitios a la industria de los cottages 3. Finalmente no hay que olvidar
que la mulé, que sucede a la jenny, y adaptada como ella a las condi­
ciones del trabajo a domicilio, se difunde por los campos a partir de
1780: durante algún tiempo todavía prolonga la existencia de la peque­
ña producción. En los tejidos de algodón fabricados en esta época la
urdimbre está hilada las más de las veces con water-frame y en una
fábrica; la trama, con mulé y en un cottage4. Así se entrecruzaban

The outlines of a plan for establishing a united company of British manuíac­


laren, proyecto, por otra parte, m u y am b icioso, cu ando n o q u im éric o. E l a u to r
im agin a una gran fe d e ra ció n d e todas la s industrias, org an iza d a s c o m o una so­
ciedad p o r accion es y com o un fa la n sterio , con o b re ro s a loja d os y p a gad os en
b on os d e su bsisten cia y en p a rtic ip a cion es d e l c a p ita l social, u n a oficina cientí­
fica en ca rga da d e d ir ig ir la producción , etc.
1 V é a s e Butterworth , E d .: History of Ashton-under-Lyne, pá g. 82. E s te
tip o de ex p lo ta c ió n se da con gran fre c u e n c ia antes de 1785.
2 Sciiulze -Gav e r n itz : La grande industrie, pág. 58, co m p ara este sistem a
a l que h a p r e v a le c id o du ran te m ucho tiem p o , q u e tod a vía su bsiste en e l O b er-
la n d sajón.
3 C om o e l q u e N e e d y S tru tt org a n iza ro n en D e rb y en 1773. V é a s e m is a rr i­
ba, pág. 363.
•* K ennedy, J.: Rise and progress of the cotton trade, «M e m o irs o f the lite-
rnry and p h ilo so p h ica l S o c ie ty o f M a n c h e s te r», s e r ie II, vol. I I I , pá g. 126.
II: LAS FABIUCAS 237

mezclados estrechamente unos a otros los rasgos de la antigua y de la


nueva industria.
Durante este período decisivo es cuando se bosqueja, en sus líneas
generales, el sistema de fábrica. El período siguiente— el del vapor— lo
encontró ya formado, y quizá lo modificó menos profundamente de lo
que se estaría tentado a creer. H oy día, cuando se vuelve a la explota­
ción largo tiempo abandonada de las fuerzas naturales y cuando laá
fábricas se elevan de nuevo a orillas de los ríos, en los valles solita­
rios, las diferencias de aspecto, tan tajantes hace poco, comienzan a
atenuarse y dejan ver mejor la identidad del principio. H ay más dis­
tancia entre la hilatura y el taller doméstico, tal como existían al lado
una de otro hacia 1780 ó 1800, que entre la fábrica de entonces y la
de ahora.

V II

Los contemporáneos no podían comprender toda la importancia de


esta transformación, cuyas consecuencias sociales les permanecían pro- ‘
fundamente ocultas. L o que más los impresionó fueron los resultados 1
materiales inmediatos, el aumento ilimitado de la producción, el naci­
miento de las grandes empresas, todo ese desarrollo sin precedente, que
comparaban con el estancamiento de las industrias tradicionales L John
Aikin, en 1795, inicia así su Descripción del país comprendido en un
círculo de treinta ai cuarenta millas de radio en torno a Manchester: «E l
centro que hemos escogido es el de la industria del algodón, cuyo pro­
digioso crecimiento no tiene, sin duda, paralelo en los anales de nin­
guna nación comerciante)) 1 2. Otro compara este progreso repentino a I
la explosión de una fuerza oculta 3. Algunos se niegan a ver en ello
otra cosa que un accidente extraordinario y tal vez desastroso. Inglate­
rra no produce algodón: es preciso, por tanto, que lo compre, y, según
la teoría de la balanza del comercio, toda importación que no es com­
pensada por una exportación igual o superior es una pérdida para el
país; por esta razón parecía imposible que la industria algodonera pu-

1 «Toda la nación observa estos hechos con un asombro lleno de admiración.»


Thoughts on the• use of 'machines in the cotton manujacture (1780), pág. 12.
2 A ik in , J.: A description o j the country jrom thirty lo jorty miles round
Manchester, pág. 2.
3 «L a industria del algodón ha adquirido, según la opinión genernl, un
desarrollo considerable. Pero su importancia es tan grande y €8 tal el beneficio
que la nación está llamada a recoger de esta admirable combinación del, trubajo
humano y de las máquinas más ingeniosas, que la impresión producida, perma­
nece forzosamente inadecuada a la realidad. Kl progreso do ostu Industria 8« bu
efectuado con una rapidez de la que no hay ejemplo: es como una explosión
que se ha producido de g olp e...» An importani erigía in thv (Milico and muslin
mañu/actory (1788), pág. 1. 1
2.111 l’ A im ; II: GRAJfBES INVENTOS Y CHANDES EMPRESAS

(llora convertirse en uno de los factores permanentes de la riqueza na­


cional \
Mas para juzgar la potencia de este impulso industrial nos vemos
reducidos a apreciaciones y razonamientos que, por poco que sea, tie­
nen que resultar arbitrarios. A falta de estadísticas de la producción,
conocemos, por los registros de las aduanas inglesas, el consumo anual
de la materia prima. En 1701 el peso del algodón bruto importado a
Gran Bretaña no pasaba de un millón de libras; cincuenta anos más
tarde apenas llegaba a tres millones. En 1771 se elevaba a 4.760.000 li­
bras; en 1781, a 5.300.000. Durante los seis años siguientes la pro­
gresión se acelera con una rapidez que justifica la sorpresa de los con­
temporáneos: en 1784 la cifra de 1781 se lia duplicado (11.482.000 li­
bras); en 1789 se ha sextuplicado (32.576.000 libras). Un lapso de
detención sucede a este movimiento precipitado; pero a partir de 1798
el movimiento se recobra cada vez más: la importación de algodón
sube de 32 millones de libras a 43 millones en 1799; a 56 millones en
1800 y en 1802 a 60.500.000 libras, más de treinta veces lo que era
un siglo antes, cuando se denunciaba como un peligro nacional la com­
petencia hecha por los calicós y las indianas a las telas de lana 12. La
exportación de los productos manufacturados sigue una linea parale­
la: en 1780 todavía era insignificante, su valor total no alcanzaba a
360.000 libras. Pero en 1785 superaba ya el millón de esterlinas; en
1792, dos millones; en 1800, cinco millones y medio; en 1802,
7.800.000 libras 3, más de veinte veces el valor de los tejidos exportados
de Gran Bretaña veinte años antes.
Examinemos de más cerca la curva de este progreso. Su dirección
ascendente está bien lejos de ser uniforme. De 1780 a 1800 presenta
varias depresiones, bastante regularmente espaciadas, que corresponden
a otras tantas crisis industriales. Dos de estas crisis al menos fueron
graves. En 1788-1789 la mayoría de las fábricas recientemente fundadas
tuvieron que despedir una parte de su personal: algunas incluso ce­
rraron. En los pueblos de Lancashire y de Cheshire, donde la jenny se
había convertido en el principal recurso de sus habitantes, la penuria
fue grande'1. En 1793 la situación fue quizá más grave todavía: una

1 «Cnllon can be no staple.» Sobre el sentido de esta expresión, véase pá­


gina 38. Véase The contras!, or a comparison behtieen our tcoollen, silk and catión
manufactures (1782).
2 Véase Journ. o¡ the House o¡ Commnns, I.VIT1, 889. 892, 891; M ac Cueloch:
Diciionary of Commerce, art. oCotton»; H , Ed.: Ilist. of the callan manu­
a in íís

facture, págs. 215-16.


3 Baines, Ed., oh. cit., págs. 349-50.
1 «La miseria más espantosa azota a los hilanderos de algodón en la ma­
yoría de los centros populosos de Lancashire y de Cheshire, donde se hace uso
de la ienny.» An important crisis in the callico and muslin manufactory, pág. 23.
«En el curso de los doce últimos meses los peticionarios han tenido que licenciar
nuil grnn liarte de los hombres, mujeres y niños que empleaban; la producción
T i: I-AS FABRICAS 239

docena de fabricantes de hilados se declararon en quiebra1 y la impor­


tación de la materia prima cayó de golpe de 35 millones de libras a
19 millones. Bien es verdad que cada una de estas crisis iba seguida
de un resurgimiento de la actividad. «Yo he visto—decía más tarde un
manufacturero— más de un desastre en la industria del algodón. En 1788
crei que no se repondría. En 1793 recibió un nuevo golpe; en 1799 fue
aun más rudamente afectada. Lo mismo sucedió en 1803 y en 1810.
Pero después de cada una de estas caídas la reacción era prodigiosa»
La periodicidad notable de estas crisis, la potencia del movimiento
que precede y que sigue a cada una de ellas, sugiere en seguida una
explicación fácil. ¿No estamos en presencia de las primeras crisis de |
superproducción debidas al maqumismo? ¿Y no captamos en sus orí-ll
genes uno de los fenómenos más característicos de la gran industria]
moderna? Sabemos ya que la producción de hilados era demasiado'
abundante para las necesidades de la tejeduría. La baja de los precios,
tesultado de los nuevos procedimientos de fabricación, se encontraba por'
ende singularmente acelerada. El hilo de algodón número 100, que en
1786 valía aún 38 chelines la libra, no valia más que 35 en 1788, 15 en
1793, nueve chelines seis peniques en 1800 y siete chelines diez peniques
en 1804 *13. Esta baja tenia como efecto, sin duda, acrecentar el consumo
en Inglaterra y en el continente. Pero la oferta aumentaba más de
prisa todavía que la demanda. El maquinismo ganaba terreno, nuevas
empresas se fundaban por todos lados. A medida que bajaban los pre­
cios los fabricantes de hilados se veían obligados, para mantener la cifra
de sus beneficios, a fabricar en mayor cantidad, lo que agravaba cada
vez más la saturación del mercado, Era inevitable que de cuando enT
cuando se produjese un desquiciamiento. Y cuando la ruina de un cier-l
to número de establecimientos, la lentitud forzada de las máquinas y el
paro do los obreros habían reducido la producción a su nivel normal,
empezaba un nuevo período de prosperidad, seguido, algunos años más
tarde, de una nueva catástrofe debida al retorno de las mismas causas
y de los mismos efectos.
Tal sería, si nos dejásemos arrastrar hacia generalizaciones apresu-f
radas, la explicación común de estas crisis sucesivas. De ahí a buscar!
la ley de su repetición periódica no hay más que un paso. Pero sería,
desconocer singularmente la complejidad profunda de los hechos el pre­
tender reducirlos, incluso durante el período embrionario en que apa-

diff sus fábricas se ha reducido a la mitad, algunas han sido complclanien le aban­
donadas en razón del mal estado de los negocios.» Jorirn. oj the House o/ Com-
mons, XL1V, 54A4Ó. Véase CoUJtmoN, Patrick: A represenlrttion of the facls
relative to the rise and progress o¡ the cntton mamijiutnre in Great Britain
(1789), págs. 3 y sgs.
1 W iie ELKr : Manchesler, púg 244.
- Uri:, A.: Ph'tlonophy o¡ iminnjfu-wies, púg, 441.
3 Bainks, E. : Htslory o¡ the ¿oíton inttniiftielinc, pág. .'457.
a-m I-ARTE t í: CHANDES IN V E N T O S Y GRAND ES EM PRESAS

i (-«-cu por vez primera, a un esquema tan sencillo, tan fácilmente expre-1
alible en los términos abstractos de la economía política. Si se estudia,
más atentamente la historia de cada una de estas crisis no se tarda en
apercibir que 1^ superproducción no siempre basta para explicarlas. L a.
de 1788 es la única que se presta a esta explicación: siguió de cerca a|
la expansión extraordinaria de la industria tras la expiración del pri­
vilegio de Arkwright; a ese momento de actividad febril y de especu­
laciones desmesuradas en que centenares de empresas, grandes y peque­
ñas, se fundaron en todas partes, en que el menor fabricante entrevio
la fortuna. L as quejas de los propietarios ingleses de hilaturas con­
tra la importación de los productos de la India muestran bien claro el
mal que sufrían *: el mercado inglés se iba quedando demasiado es­
trecho, «el consumo—decían un poco ingenuamente— era insuficiente» 1*3.
Esto equivale a decir que la producción era excesiva, que había su->
perproducción. En 1793 la situación es muy distinta. En primer lugar la]
crisis no está limitada a la industria del algodón, ni siquiera al con-1
junto de las industrias cuyo régimen de producción se ha transformado
recientemente. Es una crisis general de los negocios. El número total
de quiebras en el Reino Unido, cuya media anual, de 1780 a 1792,
apenas pasaba de 530, se elevó en 1793 a más de 1.300 s. Este tras­
torno universal no podría atribuirse a los efectos, todavía tan limita­
dos, del maquinismo y de la gran producción. De hecho comienza—y i
es lo que explica su extensión— por una crisis financiera. En febreroi
de 1793 varios bancos importantes suspendieron sus pagos, de ahí una/
conmoción que hizo caer, en algunas semanas, a un centenar de bancos
provincianos *. Se declaró un pánico general, se anuló el crédito, el d i-f
ñero se ocultaba en el fondo de las arcas, «cada cual miraba a su ve­
cino con precaución, cuando no con desconfianza» 4. Las transacciones
se redujeron a lo indispensable: las mercancías quedaron en depósito
no porque fuesen demasiado abundantes para el consumo habitual, sino
porque nadie quería comprar ya. Y el remedio fue también de orden

1 An important crisis in ihe callico and muslin manufactory, págs. 12-13.


La memoria inédita, conservada en el Ministerio de AsunlOB Exteriores con el
título de Considéracions sor les manufactures de motisseline de callico (sic) daos
la Grande-Bretagne señala estas quejaB y admite su exactitud. Por lo demás, el
autor parece haberse inspirado en el folleto que acabamos de cilar. Mémoires
et Documents, Inglaterra, LXXIV, fols. 182 a 192.
1 CoLOunouN, Patrik: A representation of faets relating to the rise and
progress of the cotton manufacture in Great Britain, pág. 4. Sobre la crisis
de 1788, véase Unwin, G.: Samuel Oldknow and the Arkwrights, págs. 85-102
(correspondencia entre S. Oldknow, S. Salte, Richard Arkwright, jun., etc.).
3 C hai.m e r s , G.: Estímate of the comparativa strenght of Great. Britain,
pág. 291. F r a n c is , V.: Hist. of the Bank of England, págs. 213-15, y M acpher-
SON: Armáis of commerce, IV, 266 y sgs. En esle número de 1.300 las quiebras
de hilaturas cuentan poca cosa (13, según WtlEELER: Manchester, pág. 244).
* M a c p iie r so n : Annals of Commerce, IV, 267. C im i . m ers , ob. cit., pág. 226.
* C hai.mers, ob. cit., pág. 291.
[I: L A S F A B R IC A S 241

financiero. Pitt, después de haber conferenciado con los principales


banqueros de Londres, resolvió emitir bonos del tesoro hasta el completo
yugo de cinco millones de esterlinas *. Esta medida, al poner en circu­
lación valores no depreciados, contribuyó a restablecer la confianza y
n restaurar el crédito. A partir de este momento los negocios volvieron
poco a poco a su curso normal.
¿Y cuál había sido la causa de esta crisis financiera? ¿Era la gue­
rra con Francia, que estalló a principios del mes de febrero? Cierta­
mente agravó el mal. pero no lo creó, pues el año precedente va se
discernían sus primeros síntomas *. Lo más inquietante era la baja del
papel emitido en cantidad excesiva por los bancos de los condados.,
¿Por qué estos establecimientos, tan poco numerosos unos cuarenta
nfios antes, se habían multiplicado más allá de las necesidades reales
del público? La razón de ello hay ciue buscarla en ese gran movimiento
económico en el que toda Inglaterra tomaba parte y por el que eran
igualmente arrastrados no sólo la industria, sino también la agricul­
tura, el comercio interior y el comercio exterior1*3. Al lado de las fábri­
cas que se inauguraban estaba también la transformación de las propie­
dades y el trazado de nuevas vías de comunicación de un extremo al otro
del territorio. Recuérdese la «fiebre de canales» que cundió a partir
de 1792. esa multitud de proyectos, esas empresas prematuramente cons­
tituidas a las que la especulación prestaba una vida ficticia y efímera.
En definitiva: la crisis de 1793 nos aparece como la resultante de todo i
un conjunto de hechos ligados entre sí; la generalidad de sus efectos se'
halla bastante explicada por la de sus causas. Es, hablando el lenguaje
de la finanza moderna, el crac sucediendo al boom, la depresión brusca
de los negocios causada por su expansión exagerada. El fenómeno de
la superproducción no es más que una de las formas de esta expan­
sión, como el maqumismo no es más que uno de los factores de la re­
volución industrial. La historia de la industria del algodón debe volver
a sil liarse en medio del desarrollo más general de que forma parte^su s
fases nos interesan en tanto que anuncian o acompañan a las de un I
progreso que las rebasa^ Pero no bastan para representar este progreso

1 Vénse «Repon from the selecl cnmmillee on the State of commercial cre-
,|¡U, Parliamentarv kistorr. XXX. 740-66. Jottrn. of the Hotise of Commons,
LXVIH. 702-07.
* E dENson , W. en *n Address lo the spinneers and manufacturen of cotlon
waol upon the presenr útuation of the market (1792), se lamenta del ««lado del
mercado, de Ibb fluctuaciones de los precios debidas, según él, a la especulación.
3 Estas consideraciones se aproximan a las conclusiones do Bounialian, si
bien este, en lugar de restringir únicamente el lírminn «superproducción» a los
fenómenos industriales, lo extiende a toda expansión económica excesiva (Bou-
NtATTAN: Geschichte der Handelskrisen in F.ntííawl, cap. V, págs. 151-72). A con­
sultar igualmente B o b r e las criBis de 1703 (págs. 1>14-50), 1797 y 1799 (pá­
ginas 173-99). '
M A N T O U X ____16
Ü'IU PARTE u : CHANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

on ni conjunto, y al mismo tiempo se mezclan a ellas, como a todos los |


hechos particulares, una muchedumbre de circunstancias contingentes '
que habría que apartar para extraer su ley.

VIII

Si esta ley no aparece netamente es, en efecto, porque demasiados


elementos adventicios la alteran y la complican. Y por tales no enten­
demos solamente los acontecimientos accidentales, como las buenas o las
malas cosechas, la paz de 1783 o la guerra de 1793, sino también ese
conjunto de medidas concertadas, reglamentos, tarifas, prohibiciones,
que, más estrechamente aún que en nuestros días, encierran en su red
de mallas apretadas la vida económica de la nación entera. La industria
del algodón, sea lo que fuere lo que se haya podido decir, tampoco ha
escapado a la protección y a la sujeción oficiales: en cierta medida se
ha aprovechado de una, y a veces ha tenido que luchar contra la otra.
Ha estado de moda, a partir del momento en que triunfó la doctrina
del laissez-jaire, el repetir que esta industria, convertida en pocos años ¡I
en la más floreciente de Inglaterra, todo lo debía a la libertad1. Es
una afirmación que no se puede aceptar sin algunas reservas. Ante todo
hay que guardarse de confundir la cuestión de las tarifas, inspiradas J
por las ideas mercantiles, con la de las reglamentaciones de espíritu
medieval.
En cuanto a que la industria inglesa del algodón haya crecido sin I
protección frente a la competencia extranjera, nada hay más inexacto, f
Pues las prohibiciones de que había estado a punto de ser víctima sub­
sistieron en su beneficio. La importación de tejidos de algodón estam­
pados, cualquiera que fuese su procedencia, continuó prohibida123. No
puede imaginarse protección más completa: aseguraba a los producto­
res un verdadero monopolio en el mercado nacional. La interdicción
no se extendía a los hilados ni a los tejidos en blanco, la Compañía
de las Indias siguió introduciendo en Inglaterra ciertos artículos ex­
tranjeros, por ejemplo, las muselinas de Dacca, renombradas por su
finura. Pero los fabricantes ingleses no tardaron en elevar reclamacio­
nes contra esta tolerancia: pensaban ser protegidos. En varias ocasio­
nes solicitaron el establecimiento de derechos de entrada sobre todos

1 Véase Baines, E d . : Hist- of the cotton manufacture, págs. 321 y sgs.;


Scuulze-Gavernitz : La grande industrie, pág. 40: Levi. Leone: Hist. o) British
commerce,-pág. 24.
3 «E n el e stad o a c tu a l de la le g is la c ió n n in g ú n t e jid o de a l g o d o 'n e sta m p a ­
d o , si no h a s id o fa b r ic a d o en G r a n B re tañ a, p u ed e se r e m p le a d o p o r q u ie n q u ie r a
que se a en to d a la e x te n sió n del r e in o . La le y lo p ro h íb e fo r m a lm e n te . La in ­
d u str ia del a lg o d ó n goza, por ta n to , en to d a la is la de un m o n o p o lio a b s o lu t o .»
Parllunientary History, X VII, 1155.
Ii: I.AS I'ABIUCAS 243

los tejidos de procedencia extranjera, y terminaron por obtenerlo *. Y


no solo les fue reservado el mercado interior, sino que se tomaron me­
didas para ayudarlos a conquistar los mercados exteriores: se les asig:
nó una prima por cada pieza de calicó o de muselina exportada 2. Favori
que quizá se juzgará superfluo, si se considera que Inglaterra llevaba,
desde el punto de vista técnico, veinticinco o treinta años de adelanto:
sobre las naciones continentales. '
La superioridad de la producción inglesa era tal, que los países ve­
cinos no habrían podido defenderse contra su invasión más que me­
diante una política de estricta prohibición. De hecho nunca adoptaron
esta política. Ante el desorden profundo causado en la vida económica
de Europa y del mundo por las grandes guerras de la Revolución y del
Imperio, la opinión tendía, si no al libre cambio, tal como lo enten­
dieron en el siglo siguiente los Cobden y los Bright, al menos a los
tratados de comercio, a los acuerdos internacionales fundados sobre
concesiones mutuas. El tratado franco-inglés de 1736 es su ejemplo más
interesante. Y uno de sus efectos fue abrir el mercado francés a los
productos de Manchester y de Paisley. Es verdad que, a cambio, se per­
mitió por vez primera que los tejidos de algodón fabricados en Francia
penetrasen en Inglaterra 3. Pero este régimen de reciprocidad no podía
dejar de aprovechar a aquel de los dos países que, gracias al progreso
técnico, podía producir mayor cantidad de mercancías y a precios más
bajos.
He ahí, se dirá, el efecto de la libre competencia. Pero los manu­
factureros ingleses todavía no habían aprendido a sustituir por este
nuevo dogma la vieja tradición proteccionista. La libertad comercial,
aun siendo favorable, les seguía pareciendo sospechosa. La campaña
lanzada contra la exportación de hilados testimonia este estado de áni­
mo. Se ve a los fabricantes como William Radcliffe negarse a vender

1 E l d e ta lle de la s t a r ifa s s u c e s iv a m e n te a p lic a d a s lo da Baines en Hist. of


the cotton manufacture, p ág s. 3 2 2 -3 1 . De 1787 a 1813 lo s d erech o s p asaro n de
1 6 ,5 por 100 a 85 por 100 ad valorem so b re lo s e a lic ó s, y de 18 por 100 a 44
por 100 so b re la s m u s e lin a s . So b re la s dem an das re p e tid a s de p r o te c c ió n por
p a rte de lo s fa b r ic a n te s de t e jid o s de a lg o d ó n , v é a s e H elm, E .: Chapters in the
history of the Manchester Chamber of Commerce, p ág s. 17, 22, e tc.
a 21 G eo. I I I , .c , 4 0 , y 23 G eo. III, c. 21. E sta p r im a v a r ia b a de m e d io pe­
n iq u e a p e n iq u e y m e d io p o r y a rd a , se g ú n la c a lid a d del t e jid o . V é ase Joitrn. of
the House of Commons, X X X V III, 465, y X X X IX , 294, 387.
;l V é ase De C lerc Q: Recueil des traites de la France, I, 146-65. A r t í c u l o V I
riel tra ta d o , p a r á g r . 7: « L o s a l g o d o n e s d e t o d a e s p e c i e f a b r i c a d o s o n Ioh E s l t i d o s
de lo s dos so b eran o s de E u ro p a, así com o la s la n a s, la m o hech a» do p u n to com o
t e jid a s , in c lu id a la c a lc e te r ía (e n in g lé s hnsicry), p agarán por u m ita s punes un
d erech o de e n tra d a del 12 por 1(10.» T e x to in g lé s olí la l'tuiiiiinmliuy History,
X X V I, 2 3 3 -5 4 . P a r a lo s d e b u te s del P a r la m e n to a p r o p ó sito da la r u tllie u c ló n del
tra ta d o , v éase ibíd., p ág s. 3 8 1 -5 1 4 (C á m a ro da le » C o m u n a *) y 5 3 1 -9 6 (C á m a ra
i l e l o s L o r e s ) . E s t o t r i l l a d o luí s i i j e a n a l i z a d o p o r Doma », E . t tStu.de .sur le traite
</e commerce de I78f> entre la ¡''ranee el I1Anglcterte (|9(jl>),
244 pa rte n; c h a n d e s in v e n t o s y grandes em pr esa s

i» los compradores extranjeros h En varios mítines celebrados en Man-


chester en 1800 y 1801, denunciaron con vehemencia «esta funesta
práctica que amenazaba arruinar a la industria inglesa del algodón». Se
hicieron gestiones cerca del Board of Trctde 1234 para obtener su prohíbi-
ción o al menos su restricción severa s. Fue precisa la oposición enér­
gica de algunos industriales influyentes, entre los que se hallaba sir
Robert Peel, para impedir que estas gestiones obtuviesen resultado'1.
Así, pues, la exportación de hilados continuó estando permitida; pero
se tomaron o se mantuvieron otras medidas de protección. Existía desde j
bacía mucho tiempo una ley contra el enganche de obreros ingleses 1
para el extranjero5 6: sus disposiciones fueron expresamente
para la industria del algodón y aplicadas con el mayor
cuanto a las máquinas nuevas, se quiso impedir su exportación medían­
te una legislación severa. Desde 1774 una ley prohibía la de las «herra­
mientas y utensilios que sirven para la fabricación de los tejidos de
algodón, o de lino y algodón» 7, En 1781 otra ley extiende esta ínter-
dicción a los diseños, modelos y especificaciones8. Como se ve, estamos'
lejos de la libertad comercial tal como la definen los economistas orto­
doxos, de esa movilidad perfecta de las mercancías y de la mano de
obra, que se dirigen espontáneamente a los puntos donde las re.claman
el máximo salario y el máximo provecho. Si la historia de la industria
del algodón puede proporcionar argumentos en apoyo de la doctrina

1 R adc e ip fe , W .: O r ig in of th e new sy ste rn of m a n u fa ctu re , págs. 10-11.


2 Junta de comercio. ( N . d e l T . )
3 A este propósito se publicaron gran número de folíelos. Véase particular­
mente A l e t t e r t o t h e i n h a b i t a n t s o f M a n c h e s t e r o n t h e e x p o r t a t i o n o f c o t t o n
t w i s t (Manchester, 1800); A s e c o n d l e t t e r t o t h e i n h a b i t a n t s o f M a n c h e s t e r o n
th e e x p o r ta tio n of co tto n tw ist, by M e rc a to r; O b se rv a tio n s fo u n d e d upom fa c ls
on th e p r o p r íe ty or im p r o p r ie t y of e x p o r tin g co tto n t w is t, fo r th e p arp ó se of
b e in g m a n u fa c tu re d in to c lo th by (Londres, 1803); A v i e w o f t h e
fo r e ig n e r s
c o t t o n m a n u f a c l o r i e s i n F r u n c e (Manchester, 1803).
4 Radcueee, w „ o h . c i t . , pág. 163.
5 5 Geo. I, c. 27. El enganchador era castigado, a la primera contravención,
con una pena de tres meses de cárcel y 100 libras de mulla; a i caso de reinci­
dencia, con doce meses de cárcel y una multa a discreción del tribunal. El
obrero que babía ido a establecerse al extranjero recibía un aviso de la
embajada y debía regresar en el plazo de seis meses; en caso contrario
perdía la calidad de súbdito inglés y sus bienes de Inglaterra eran confiscados.
6 22 Geo. III, c. 60 (1782). Las penas llegaban hasta 500 libras de multa
y un año de cárcel, y en caso de reincidencia, 1.000 libras y cinco años. La
exportación de herramientas o de máquinas era castigada con una multa de
500 libras. Véase a propósito de las condenas pronunciadas contra alemanes
en 1785 y 1786, W heei.er : M a n c h e s t e r , pág. 17.
7 14 Geo. 111, c. 71.
6 21 Geo. III, c- 37. Leyes comparables, relativas a la industria metalúr­
gica, fueron votadas en 1785 y 1786 (25 Geo. 111, c. 67, y 26 Geo. III, c. 89), y
ilcBpués una «ley general» en 1795 (35 Geo. Iíí, c. 38). Véase Bovvden, B.:
In d u str ia l. S o c i e t y i n E n g l a n d to w a rd s th e e n d o í th e X V lI fth c e n t u r y , pági­
na» 130-31.
II : LAS FABRICAS 245

(Id laissez-jaire, no es durante este período de los orígenes en que se


íiBiste a una lucha confusa entre tendencias contradictorias. Pero su
contradicción atestigua la presencia de necesidades nuevas, oscuramente
sentidas: habrían de imponerse tanto más de prisa cuanto que encon­
traban ante sí menos hábitos adquiridos.
La verdad es que el gobierno inglés no tuvo una política bien
definida con respecto a esta gran industria naciente. Por lo pronto no
vio otra cosa que una riqueza nueva, sobre la que el Estado podía re­
caudar un diezmo. En 1784. Pitt, que buscaba recursos para equilibrar
el presupuesto, trató de aumentar los derechos de sisa sobre los tejidos
de algodón. Veía una industria floreciente, que ocupaba ya a más de
ochenta mil obreros, y en la que se hacían fortunas; en su opinión, es­
taba en condiciones de soportar un impuesto suplementario L Se deci­
dió el establecimiento de este impuesto 12. Pero en seguida se pudo juz­
gar la extensión y el poder de los intereses que habían crecido con esta
industria. Se elevó un concierto de quejas: los fabricantes de calicós y
de fustanes de Laneashire, los fabricantes de muselina de Glasgow y de
Paisley, los obreros tejedores, los estampadores, los tintoreros, dirigie­
ron peticiones al Parlamento 3. En Manchester se formó un Comité
para obtener la abolición de los nuevos derechos45, que organizó la
agitación en las regiones interesadas, y envió delegados a defender su
causa ante el gobierno y la oposición. Tuvo lugar un debate en la Cá­
mara de los Comunes: Fox y Sheridan tomaron la palabra en favor de
los manufactureros. Pitt, tras un amago de resistencia, consintió en lo
que se le pedía 3. El retorno de los delegados a Manchester fue triunfal:
un cortejo de dos mil personas salió a su encuentro. Todas las corpo­
raciones de menestrales de la industria algodonera figuraban en él,
llevando estandartes con divisas de circunstancias: «¡Que pueda siempre
prosperar el comercio! ¡La libertad se ha restablecido! ¡Viva la indus­
tria libre de trabas! » 6
1 Discurso del 20 de abril de 1785, P a r l i a m e n l a r y H i s t o r y . XXV, 481. Véase
el informe del «Committee of ways and means» en 1784, J o u r n . o f t h e H o u s e
o f C o m m o n s , XL, 410.
2 24 Geo. III, c. 40. Toda pieza de calicó, de muselina, etc., debía satis­
facer, en el momento del blanqueo, del teñido o de la estampación, un derecho
de un penique por yarda si su valor era inferior a dos chelines la yarda, y de
dos peniques si el valor era superior a dos chelines. Este derecho venía a aña­
dirse a un derecho de tres peniques establecido anteriormente.
3 «Si las leyes actuales permanecen en vigor tendrán por resultado la ruina
parcial de nuestras industrias... Las dificultades y los riesgos que acompañan
a la creación de una nueva rama de la industria y los rudos esfuerzos necesarios
para llevarla a su perfección ponen de manifiesto la in,justicia irritóme de una
política que paraliza el progreso de las manufacturas nacientes.» J o u r n , o f t h e
H o u s e o f C o m m o n s , XL, 484 y 748. Véanse también pága. 749, 760, 768, 780, 835.
1 Véase A r e p o r t o f t h e r e c e i p l s a n d d i s b u r s e t n e n t s o f t h e c o m m i t t e e o f t h e
f u s l i a n t r a d e , Manchester, 1786.
5 P a r l i a m e n t a r y H i s t o r y , XXV^ 478-91.
6 Owen MSS, LXXX, 7; W iieeler: Manchester, pág, 170.
'.Mil I'AIITE rl : CRANDES IN V E N T O S Y GRANDES EM PRESAS

¿Era de la libertad de lo que se trataba? Para protestar contra la


Implantación de un impuesto demasiado gravoso los industriales no te-
nínn necesidad de invocar ningún otro principio que el del interés, tal
como lia sido comprendido en todos los tiempos y bajo todos los regí­
menes J. Lo que podría hacer la ilusión sobre el alcance del aconteci­
miento es la intervención del partido whig. Por primera vez se coloca
como defensor, o mejor, como aliado de la gran industria. Pero esta
alianza, que habría de pesar tan fuertemente en la balanza política, to­
davía no era definitiva. El gobierno tory contaba entre los manufactu­
reros del Norte con numerosos partidarios: sir Robert Peel fue uno de
los admiradores y amigo personal de William Pitt.
Hay, sin embargo, un dominio donde, desde sil origen, la historia |
de la gran industria se confunde con la de la libertad económica: es i
el dominio de la producción. Los reglamentos de fabricación, los esta­
tutos de los gremios, c incluso las leyes del Estado como la ley sobre el*
aprendizaje de 1563a, eran siempre medidas específicas: sus disposi­
ciones no eran aplicables más que a uno o varios oficios expresamente
designados. Toda industria nueva, por el hecho mismo de su novedad,
se encontraba fuera de su influencia, a menos que se convirtiese, a su
vez, en objeto de reglamentaciones especiales podía desenvolverse con
toda libertad. Es lo que ocurrió con la industria del algodón. Conside-|
rada primero como una industria extranjera, sabemos con qué dificulta­
des tropezó en Inglaterra. Cuando su existencia fue reconocida y auto­
rizada, la antigua legislación industrial estaba, si no desacreditada com­
pletamente, por lo menos muy debilitada. En la industria de la lana
a duras penas se mantenía contra el fraude: en vano se multiplicaban
las penas, en vano se organizaba entre los fabricantes un sistema de
espionaje mutuo *. Por más que se apretaban las mallas de la red lai1

1 No obstan le, hay que señalar :in folíelo de 1785, M a n u f a c t u r e s imProper


snbjects oj laxation, en que la defensa en favor de la industria del algodón
loma el aspecto de una teoría general.
* S Eliz. c. 4. El artículo XXV menciona a los cultivadores; el artícu­
lo XXVII, a los merceros, pañeros, orfebres, bordadores, quincalleros; el ar­
tículo XXIX, a los herreros, los aperadores, los fabricantes de arados, los cons­
tructores de molinos, los carpinteros, los albañiles, los yeseros, los chiquichaqucs,
los caleros, los ladrilleros, los albañiles de ladrillos, los trastejadores de tejas,
los pizarreros, los tejeros, los tejedores de lienzo, los torneros, los toneleros, los
molineros, los alfareros, los tejedores «que tejen únicamente paños bastos ca­
seros y ninguna otra especie de tela», los bataneros, los fabricantes de licores,
los carboneros, los trastejadores de bálago. Respetamos aquí el orden—o el des­
orden—del texto.
s La ley 17 Geo. 113, c. 11 (1777), instituyendo asambleas generales de fa­
bricantes, las cuales nombraban comités de vigilancia que funcionaban bajo el
control de los jueces de paz. Esta institución, establecida en primer lugar en
loa tres condados de Lancaster, York y Cltesler, fue extendida en 1784 al con­
dado ile Suflolk (24 Geo. ID, c. 3), en 1785 a los condados de Hunringdon,
Red lord, Northamplon, Leicesler, Rutland y Lincoln (25 Geo. 111, c. 40), y en
1790 al condado de Norfolk (30 Geo. 111, c. 56)
II: LA S F A B R IC A S 247

corriente inaprebensible seguía atravesándolas por todas partes. Adam


Srnilh. que en otros puntos se adelantó tanto a la opinión, no fue en
nato más que el intérprete de un movimiento espontáneo1. Mantener latí,
reglamentaciones antiguas era difícil: se hacía imposible establecer otras
nuevas. La industria del algodón se encontró, pues, desde su nacimiento,
exenta de la pesada tutela que gravitaba sobre sus mayores. Ninguna
prescripción relativa a la longitud, a la anchura, a la calidad de las
lelas, que impusiera o prohibiese el empleo de tal o cual procedimiento
de fabricación; ningún otro control que el del interés individual y de
la cnni|>elencia. De aquí la rapidez con que pudo propagarse el uso de
lns máquinas, la osadía de las empresas y la variedad de los productos.
Y la misma latitud en lo que concierne a la mano de obra: la corpo­
ración con sus tradiciones seculares, el aprendizaje y sus reglas estríe­
las, nada de todo esto existía para la industria del algodón. Ya se verá
tftié facilidades resultaron de ello para el reclutamiento de los obreros y
qué abusos fueron su consecuencia í ” |
Esta libertad interior es la únic«"sin la que no puede pasar la gran
industria. Desde el instante en que está privada de ella, cesa de mo­
verse. y el movimiento es su ley esencial: movimiento de transforma­
ción. cuyo agente irresistible es el progreso técnico: movimiento de
expansión, que se manifiesta por el aumento de la producción y la am­
pliación de los mercados. Esta transformación y esta expansión, aunque
ligadas entre sí, son dos fenómenos distintos, y si bien pueden conver­
tirse alternativamente en causa y efecto, la segunda deriva lógicamente
de la primera. De igual modo la libertad económica toma dos formas '
diferentes: libertad de la producción y libertad de los cambios. Sin la 1
primera la gran industria sería imposible, y las restricciones justifica- '
das de que es objeto nunca han puesto en cuestión su necesidad funda­
mental. La segunda se ha desenvuelto más tardíamente y de una mane­
ra más incierta: si es uno de los rasgos característicos del mundo nuevo
surgido de la revolución industrial, no es, en todo caso, uno de los que
más pronto se han abierto paso.12

1 Y tampoco fue el único intérprete. Véase Andf.rson , James: Observations


of the meons ol exciting a spirit o ¡ naliono! indusiry (1777), pág. 428: «Si es
difícil para homhres de condición media adquirir un exacto conocimiento de las
artes mecánicas en todos sus detalles, es seguramente mas difícil todavía para
ministros del Estado y altos funcionarios llegar a poseer a la perfección todas
esta» minucias. Y cuando asumen una especie de poder dictatorial para promul­
gar reglas a las que debe conformarse la práctica individual, se salen de su es­
fera y penetran en un dominio en el que es imposible que tengan la suficiente
competencia como para estar ciertos de obrar como conviene: do ahí el mal
que, muy a menudo, hacen a las mismas industrias que se proponían (ementar.»
2 Véase tercera parle, cap. IV.,
a-w r AJI T E n: GRAND ES IN V E N T O S Y C llA N D Í iS EM PRESAS

IX

De la industria del algodón, el maquinismo había de extenderse, en |


poco tiempo, a todas las industrias textiles. Nos limitaremos a indicar |
las fases principales de esta transformación en lo que atañe a una de
ellas, la más importante y también la m ás antigua, la más rebelde a la
variación. La lenta evolución que insensiblemente desarrollaba la orga-1
nización capitalista en la industria de la lana, recibió un impulso re­
pentino, contra el cual permanecieron impotentes todas las resistencias
del interés y de la rutina.
Una de las causas que habían retrasado más el progreso de esta
industria era su dispersión. El menor perfeccionan liento técnico, antes
de llegar hasta los pequeños talleres rurales, caminaba durante años de
ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo. La lanzadera volante, inven­
tada en 1733, solo hizo su aparición en los campos de Wiltshire y So-
mersetshire setenta años más tarde l. La historia de la industria lanera,
hasta finales del siglo x v i i i es una historia esencialmente regional y
local. La misma revolución industrial toma en ella la forma de un\
acontecimiento localizado, que se realiza casi enteramente en un cierto
distrito y en su provecho exclusivo. Este distrito ha seguido siendo el I
centro principal de la industria de la lana en Inglaterra: es aquel ea
que están concentradas en un espacio reducido las ciudades de Leeds,
Bradford, Hudderefidd y Halifax, cuya fama ha hecho olvidar, desde
hace mucho tiempo, la de las ciudades del Este y del Sudoeste, de
Nonvich y Colchester, de Frome y Tiverton.
¿Cómo explicar la decadencia de estas y la fortuna de aquellas? Se
ha intentado hacerlo de dos maneras diferentes y opuestas. Según
.Laurent-Dechesne, la industria de la lana se trasladó a Yorkshire por­
que los salarios eran allí más bajos que en los condados del Sur 2.
Según el doctor Cunníngham, es el alza de los salarios en Yorkshire lo
que detorminó a los fabricantes a emplear máquinas, mientras que en
el Sur la baratura relativa de la mano de obra las hacía más indiferen-
1 «Report from tlie commitlee lo whom ihe pelition of several peisons con­
cerned ¡n thc woollen trade of Somerset, ’Wills and Glouccsler, was referred»
(1803). Journ. o f the House of Commons, LVlll, 884-85. Th. Joyce, tejedor de
Freahford (Somerset), declara «que no se sirve de la lanzadera de resorle, pero
que ha sido introducida en sn país, hace aproximadamente dos años, por una
persona que había trabajado en el norte de Inglaterra». En Stroud, la lanzadera
volanlc hizo *n aparición en 1795, con gran alarma de los tejedores. Webb M SS,
«Textiles», V, 1.
a D e c i i e s n e , Laurent: L’évol¡ilion économique et sociate de Vindustrie, de
la laine en Angleterre, págs. 108-11. I-as cifras que cita son las siguientes: sa­
lario de un tejedor en 1771: en Norwich, 7 chelines; en Leeds, 6 chelines 3 pe­
niques; en 1790: en Nonvich. 11 chelines; en Bradford, 10 chelines. Estas ci­
fra» son notablemente superiores a las que da Y o u n c , Arlh.: Southern counties,
pág. 65, y North of England, I, 137.
n: LAS FABltlCAS 249

li* ni progreso técnico Pero la contradicción no es más que apa­


rento; se trata en realidad de dos hechos distintos y sucesivos. Los
fabricantes, atraídos primeramente a Yorkshire por las condiciones ven­
tajoso» que allí encontraban, habían visto subir los salarios de sus
obreros a medida que aumentaba la prosperidad de su industria, a me­
dida también que se hacía sentir la atracción de la industria del algo­
dón, establecida en los condados vecino» de Derby y Lancaster12*. En- ,
t<mees habían procurado elevar el nivel de sus beneficios, tomando de I
la industria rival el utilaje al que debía su incomparable desarrollo. |
Es sobre todo a su posición, al contacto con los nuevos centros de
la \ ida industrial, a lo que hay que atribuir la fortuna del West-Riding.
Y ima vez establecida, otras ventajas más habrían de consolidarla
para el porvenir. Los ríos de Yorkshire, en lu paite superior de su
cu iso, apenas son menos abundantes, menos ricos en fuerza motriz, que
los cíe la otra vertiente; sus aguas claras, que desde tiempo inmemorial
habían servido para el enfurtido y el acabado de los paños, hicieron
girar las ruedas de las primeras hilaturas5. Más tarde, cuando la má­
quina de vapor sustituyó al motor hidráulico, Yorkshire encontró nue­
vo» recursos en sus potentes yacimientos de hulla, que en algunos
sitios afluían casi a la superficie del suelo. Asi, cada una de las fases
del progreso industrial aportaba a esta región privilegiada nuevos ele­
mentos de prosperidad: con ello, a su vez, hacía cada vez más inevi­
table la decadencia de las otras regiones, menos abundantemente pro­
vistas de aguas corrientes, y absolutamente desprovistas de hulla. Pu­
dieron resistir todavía, en tanto duró el primer periodo del maquinismo,
el de las máquinas hidráulicas; el advenimiento del vapor acabó de
arruinarlas. La industria de Norwich, hacia 1785, aún era floreciente;
el restablecimiento de los negocios, después de la crisis grave causada
poT lu guerra de América, se había efectuado brillantemente y parecía
prometerle un porvenir digno de su pasado4. Sin embargo, algunos

1 Cunnikcham, W.: Growlh ' oj English induUry and commerce, II, 452
(2.* ed.; este pasaje no se encuentra en la 5.a ed.). Está fuera de duda que la
importancia del West-Ridding (Yorkshire) es anterior a la introducción del ma­
qumismo en la industria de la lana. La prosperidad creciente de sus ciudades
entro 1770 y 1780 está atestiguada por la construcción de las lonjas de paños
(Bradford. 1773; Coiné, 1775: Wakefield. 1776; llalifax, 1779). Victoria history
oI the cormty of York* II, 417-19.
* Fin llalifax las hilanderas, pagadas de 5 a 6 peniques por día en 1770,
recibían en 1791 de 1 chelín 3 peniques a 1 chelín 4 peniques, ¡bid. (3.a ed.),
II, 657.
8 Otra ventaja: «la presencia de una lioblación a la que el cultivo de sus
montañas ingratas no bastaba para alimentar, y que, heredera de la habilidad
adquirida por generaciones de artesanos, estábil completamente señalada para
un trabajo industrial», H e a t o n , R.: Yorkshire uwollen and tvorstetl industries,
pág. 281.
4 «1.a fábrica, desde hace do* siglos, memprv luí ido en tilíntenlo, pero jamás
ha tenido tanta actividad como ñuño ahora... bus calarntmdas se exportan a
¡í'<0 PARTE I i: CHAN DES IN V E N T O S Y CRANDES EM PRESAS

orto» más tarde, Edén notaba los síntomas de la decadencia, las quejas
dn Iw» fabricantes, los parcos salarios de los obreros l. Hoy día esta
industria ha desaparecido. Norwich, antaño famosa por sus bellas telas
de lana peinada, ya no tiene ni hilaturas ni tejedurías; han sido reem­
plazadas por fábricas de productos alimenticios, mientras que la indus­
tria de los peinados emigraba hacia el Norte, hacia Bradford, que en
un siglo ha visto ascender la cifra de su población de 13.000 a 200.000
habitantes.
La más sencilla de las máquinas de hilar, la j e n n y , fue empleada en
Yovkshire poco tiempo después de su invención, hacia 1773 *123. Pero
su uso no parece haberse difundido mucho, antes de 1785, es decir,
antes del momento en que, en la industria del algodón, empezaba a
dejar sirio en la m u l é y al w a t e r - jr a m e Como en Lancashire, y por
las mismas razones, fue durante algún tiempo impopular; en 1780 es­
tallaron en Leeds motines contra las máquinas, unos meses después del
incendio de la fábrica de Arkwright, en Chorlcy4. Pero esta hostilidad
no era seria y durable más que entre los obreros, que temían la baja
de los salarios; para los maestros artesanos, tan numerosos en el West-
Riding, la j e n n y , por el contrario, era bien venida; les permitía acre­
centar considerablemente la producción de sus talleres sin alterar su
organización tradicional. Lejos de exponer sus empresas a la invasión
capitalista, parecía proporcionarles armas nuevas para defender su inde­
pendencia. De ahí su éxito en el país por excelencia de la pequeña,
industria. En el Sudoeste los comerciantes manufactureros, poco al co­
rriente de la técnica, no comprendieron tan bien el interés que tenían
en transformar su utilaje. y lo que debía costarles por haber tardado
demasiado en hacerlo. Creían asegurados sus beneficios con tal que los
obreros ejecutasen la tarea prescrita por el salario convenido, y deja­
ban a éstos el cuidado de elegir personalmente sus herramientas, sus
procedimientos de fabricación, según sus preferencias o sus hábitos.
Por lo demás, algunas iniciativas aisladas en Tivcilon, en Sbepton
Mallet, en Leicester 5, hallaron por parte de los obreros la resistencia

Alemania. Polonia y España; los camelotes a Flandes, España, las Islas y Ame­
rica meridional.» L a R ochefouca Uld -L ia n c o ur t , A. y F.: Voyage en Sujfolk et
Norfolk, H. carta del 24 de septiembre de 1784. No hay que fiarse sin reservas
de la descripción admirativa de los jóvenes viajeros. Según J ames , J .: Hist. of
the worsted manufacture, pág. 270, el ocaso de Norvich comenzó hacia 1760.
' F.DEN: State of the poor. II, 477.
1 Report /rom the commiilee on the State of the woollen manufacture (1806),
pág. 113.
3 Report on the woollen manufacture (1806), pág. 73. Este retraso tenía
prohablcmenle causas técnicas. «Era debido en parle a la poca resistencia de
la lana, que se rompe más fácilmente que el algodón cuando es sometida a un
esfuerzo.» IIammond , J. L. y B.: The skilled labourer, pág. 145.
1 Report /rom the committee on th e State of th e woollen manufacture, pá­
gina 81.
a IIahdinc, Lt. Col.: Hist. of Tiverlon, L, 198; The httmble petidon o f the
II: LAS FA B R IC A S 251

que era de esperar, Solamente a partir de 1790, ante la competencia


amenazadora de las ciudades del Norte, fue cuando los habitantes de
Ion condados de Devon, Wilts. Somerset y Gloucester ' se decidieron a
utilizar la jenny. Pero era demasiado tarde. Ya aparecían en Yorkshire
In» hilaturas provistas de utilaje automático, que pronto iban a hacer
insostenible la posición del trabajador manual, apegado a los métodos
unlicuados de la industria a domicilio.
El primero de los grandes fabricantes de hilados de Yorkshire fue j
lien ¡aro ín Gott. de Lceds 2 Su carrera comenzó más o menos en el |
momento en que finalizaba la de Arkwright. Fue menos laboriosa, ni
siquiera tuvo necesidad de hacerse pasar por un inventor. Su papel
fue simplemente el de un capitalista inteligente, instruido por el ejem­
plo de una industria cercana. Su empresa parece haber adquirido muy
rápidamente un desarrollo considerable; gracias al importante capital
de que disponía pudo montar dos grandes fábricas en los suburbios
ile I,ccds y hacer toda clase de ensayos, demasiado difíciles o demasia­
do costosos para los pequeños fabricantes, y poner a prueba los proce­
dimientos de teñido químico más recientes. Eli éxito fue veloz y deci­
sivo: para satisfacer a la demanda, que crecía más de prisa que la
producción. Gott se vio pronto obligado, como los manufactureros de
l.ancashire. a recurrir al trabajo nocturno; a menudo las máquinas,
muchas de las cuales estaban movidas por vapor, funcionaban sin des­
canso durante cuatro días seguidos 3. Gott tuvo, en pocos años, nume­
rosos rivales; entre los que en los primeros años del siglo XVIII funda­
ron los establecimientos más activos y má9 prósperos, hay que mencio­
nar n Fishcr, de Holbeck; a Brook, de Pudsey, y a William Hirst, de¡
l.eeds, que se ufanaba de haber sido el primero en emplear la m u l é para
el liiludo de la lana 4.
La mayoría de estos manufactureros eran pañeros, comerciantes I
convertidos en fabricantes. Solo el emplazamiento de sus fábricas casi ’
bastaría para hacerlo adivinar: Leeds, en derredor de la cual se agru­
paban, nunca había sido considerada, hasta entonces, como un gran
centro de fabricación, sino más bien como tm c e n t r o comercial, un

¡mor sttinners in the lown and county o j Leictster (1787); ¡Fcbb MSS, «Texti­
les». V, 1.
1 Entre 1790 y 1794 en Frome. Shepton y Tauton. Antes de 1791 en Bam-
inaple. Annals of Agriculture, XV, 494, y Biluncsley , G.: A general view o/
the agriculture in the countj of Somerset, paga. 90, 167.
2 IJischocf, ]. : .4 comprehensive hislory oj the woollen and worsled manii-
Indure, 1, 315.
x Re/tort on the woollen manu/acture (1806), pág». 43. 72. 76, 118, 445:
Abridgmenls oj specificaáons relating to the sleam-engine. I, 106.
4 Ibíd., págs. 45, 71; H ibst , W.: Hist. o j the woollen trade dttring the
hist. sixty years, pág. 39. Hacia la misma época se fundó la gran fábrica de
lienzos de Marshal), que ocupaba en 1806 cerca de 1.100 olimos. Sobre la in­
troducción de las máquinas en la industria del lienzo. véase WaiiiiKN, A.: The
lurn trade, págs. 690-93. '
« í.ií IM U T E It: G RAND ES IN V E N T O S Y CHANDES EMPRESAS

mercado al que los tejedores de los campos comarcanos venían a ven­


der sus paños. En lo sucesivo vendrán como obreros que trabajan en
el taller de un amo. Mientras que en los condados del Sudoeste las
incursiones del capital comercial sobre la independencia del productor
se habían operado lentamente y paso a paso, en Yorkshire se anuncia­
ron de repente, y de tal manera que no daba lugar a engaño. Los pe­
queños fabricantes en seguida vieron el peligro. Una petición aue diri­
gieron en 1794 a la Cámara de los Comunes lo denunciaba con notable
clarividencia. Después de haber hecho valer las ventajas del sistema
doméstico, tal como se había mantenido hasta esa fecha en el Wcst-
Riding, añadían:
«Este régimen, que durante tanto tiempo ha prevalecido en York­
shire, con tan felices resultados para la industria, para todos los que
viven de él y para el público en general, está ahora amenazado por la
introducción de los métodos usados en otras partes del Reino, en donde
se han experimentado frecuente y cruelmente los inconvenientes y los
males que arrastran consigo. Estos métodos tienden a constituir un
monopolio en provecho de algunos grandes capitalistas; en Yorkshire
son practicados por personas que pertenecen a la clase de los comer­
ciantes pañeros, que se hacen fabricantes de paños. Varios de estos
comerciantes, particularmente en las ciudades de Leeds y de Halifax, se
han puesto a fabricar desde hace poco, y otros muchos se muestran
dispuestos a seguir su ejemplo, montando grandes fábricas para el
hilado y el tejido de la lana. Lo cual, según creen los solicitantes, no
puede dejar de tener las más desastrosas consecuencias para aquellos
que con un capital mínimo han sabido hasta aquí, gracias a su trabajo
infatigable y al de sus mujeres y sus hijos, unidos bajo un mismo techo,
. vivir honorablemente y hacer vivir a sus familias sin pedir nada a
I nadie... Hoy están amenazados de perder esta situación confortable e
í independiente; si el nuevo sistema lo consigue, deberán separarse de
sus familias y quedar reducidos a la servidumbre para ganar su pan y
el pan de los hijos que les son queridos»'
No pensaban limitarse a vanas lamentaciones: solicitaban del Par­
lamento que los defendiera contra la competencia de las grandes em­
presas. Habituados a la protección de la Ley, siempre concedida amplia­
mente a su industria, tal requerimiento les parecía totalmente natural.
Obtuvieron, en efecto, la propuesta de un bilí que prohibía a los pañeros
abrir talleres 2. Pero este bilí era un anacronismo, la legislación a la
’ lourn. of ihe House of Commons, XLJX, 275-76-
* Ibid.. XLIX, 432. Debía ser completado por reglamentos locales promul­
gados por las lonjas de paños de cada ciudad. Aikin menciona esta tentativa y
aíiade: «Es evidente que los comerciantes que se encargan personalmente de todas
las operaciones de la industria, desde el momento en que la lana les llega en
estado bruto hasta el momento en que el paño está listo para la venta, tienen
una ventaja marcada sobre los que dejan pasar la mercancía por una sucesión
de manos, cada una de las cuales retiene una parte de los beneficios. Es lo que
n: LAS FAIIMCAS 253

que se refería resultaba caduca, y no iba a tardar en perder la poca ,


fuerza que todavía conservaba. Fue rechazado, como lo fueron los me­
didas destinadas a reforzar los antiguos reglamentos de aprendizaje,1
como las que los obreros pedían contra las máquinas, como todo lo que
lendía a hacer revivir una política poco menos que abandonada l. Sin
embargo, los pequeños fabricantes de Yorkshire no se desanimaron:
uno de ellos, Robert Cookson. solicitaba en 1804 el voto de una ley
análoga a la de 1557, limitando el número de telares que podría poseer
un solo patrono 12. Unicamente después de repetidos fracasos fue cuando
(enunciaron a obtener la intervención de los Poderes públicos en favor
del sistema doméstico y en contra de 1a gran industria.
Por lo demás, el riesgo que preveían no parecía inminente. La co­
misión parlamentaria encargada en 1806 de una encuesta general sobre
el estado de la industria de la lana, pudo comprobar que el número de
fabricantes no bahía disminuido: mil ochocientos tenían todavía sus
puestos señalados en una de las dos lonjas de paños de Leeds 3. Y la
mayor paite de la producción aún estaba en sus manos, pese a la com-
|>etencia de las fábricas; solo la dieciseisava parte del número total de
piezas de tela tejidas en el West-Riding en 1803 provenía de los gran­
des establecimientos dirigidos por capitalistas; todo el resto, unas
430.000 piezas, salía de los talleres en que trabajaban los maestros-
urlesanos4. Proporción signiGcativa, que muestra bien claro la resisten-)
cía opuesta por esta industria antigua a la transformación que en la¡
industria del algodón se habia verificado tan cómoda y completamente.!
listos millares de pequeñas empresas independientes estaban dotadas del
una vitalidad robusta y no se dejaron absorber o eliminar sino con
extrema lentitud: un gran número de ellas subsistían todavía a media­
dos del siglo Xl Xs. Pero solo se mantuvieron adaptándose, tanto como \
podían, a las condiciones nuevas de la producción . El maquinismo las I
penetró poco a poco antes de destruirlas. Los fabricantes de Yorkshire,'
hacia 1800, se servían casi todos, para hilar, de la jenny o de la mulé, y
para tejer, de la lanzadera volante. El cardado se hacía también a má-
1íimprcndcn un cierto número de estos comerciantes, establecidos en Leeds y en
las localidades vecinas... Muchos pequeños fabricantes, de los que apenas tejen
más de una pieza por semana, encuentran más ventajoso trabajar en las fábrica-s,
donde su habilidad recibe una remuneración conveniente.» A ikin , j.: A dcs-
iription of the country ¡rom thirty to forly miles round Manchester, pág. 565.
1 Véase tercera parle, cap. IV.
2 lourn. of the House o f Commons, LIX. 226.
’1 Report from the commiltee on the State of the woollen manufacture in
Rngland (1806), pág. 8. Pero un gran número de ellos se ganaban pcnosumcnle
li vidn, se cargaban de deudas. Ibid., pág. 75.
1 Report on the State of the woollen manufacture (1R06), pág. 11; BlS-
i IIoff, J.: llist. of thc uoollen manufacture, II, cuadro IV.
Fin 1851 la lonja de paños de Huddcrsfield todavía rra frecuentada por
287 pequeño» fabricantes. Decheshe, Lauden 1 : Evolutiva éconoinique el sociale de
lindustrie de la laine en Anglcterrc, págs. 65 y 71.
.'VI PARTE II: C H A N D E S IN V E N T O S Y GRANDES EM PRESAS

quina, pero en talleres especiales, a donde el maestro-artesano, poi


carecer en su casa del utilaje necesario, enviaba sus lanas brutas, como
había enviado en todo tiempo sus paños a los batanes L A sí se esta­
blecía una fusión, o mejor dicho, un compromiso temporal, entre el
trabajo manual y el maquinismo, entre la pequeña y la gran industria.
En la industria de las lanas peinadas la organización capitalista
no había aguardado a la introducción de las máquinas. Pero los ma­
nufactureros tenian que contar con los peinadores de lanas, obrero?
calificados a quienes su habilidad técnica y su fuerte solidaridad per­
mitían mostrarse exigentes. Sus clubs, cuyas ramificaciones se exten­
dían por toda Inglaterra, los sostenían en caso de desplazamiento o de
paro forzoso12*4. Sus huelgas, bastante Irecuentcs, eran a menudo victo­
riosas, pues era difícil, por no decir imposible, [jasarse sin ellos, y
sabían hacerlo sentir a aquellos que los empleaban. La sola amenaza
de cesar el trabajo, en ciertos momentos, bastaba para arrancar a los
patronos concesiones que nunca habrían concedido por su plena vo­
luntad: así fue cómo los peinadores llegaron a cobrar salarios supe­
riores a los de todos los demás obreros de la industria lanera, y que
ascend ieron basta 28 chelines por semana *. Todo esto cambió con la
invención de la máquina de peinar.
Este invento fue obra de Cartwright *. Posterior en cinco años al
del telar automático, respondía a necesidades o a intereses no menos
apremiantes; sin embargo, tampoco fue utilizado inmediatamente. Su
uso no se generalizó sino mucho más tarde, entre 1825 y 1840 s. Pero
su aparición bastó para poner término a las exigencias de los obreros
peinadores. Pronto se pudo ver el temor que les inspiraba, por los es­
fuerzos desesperados que hicieron para obtener su prohibicións. Los

1 R e p o rl. on th e State o f the w a o lk n m a n u fa c tu re (1806). pág. 446: «Desde


huce diez o rloce años, creo que el n ú m e r o do estas pequeñas fábricas, que yo
llmnarfa fábricas domesticas o fábricas de los maestros artesanos, se ha triplicado
y quizá cuadruplicado en el distrito qtie mejor conozco: entiendo por tales las
fábricas cuyos clientes habituales son Jos maestros artesanos... Cada vez que voy
al campo encuentro un nuevo molino o una pequeña máquina de vapor colocada
en un paraje donde se encuentra un poco de agua; sobre el menor arroyo esta­
blecen una rueda que hace andar a dos o tres máquinas o una máquina de
vapor que puede tener hasta treinta caballos, principalmente para el emborrizado
(scribbling) y el cardado de la lana.*
2 Véase la petición de Williatn Toplis a la Cámara de tos Comunes (1794),
fourn. of the fiouse of Commons, X LIX, 395.
s /¿id.
4 Véase Memoir o¡ Edmund Cartwright. pág». 99 y sgs.: Bischoff. J.:
Hist. of the wooilen manufacture, 1, 316 y sgs.: Ja.vibs. J.: Hist. of the worsted
manufacture, págs. 555-56, y B urnley, J.: ¡Tool and tvoolcombins. págs. 114
y siguientes.
1 Véase Ccnningham : G ro tc th o f E n g tis h in d u s lry an d c o m m e rc e . II. 761.
a Véase tercera parte, cap. III. Más do cuarenta peticiones fueron enviadas
al l’ i.irlamemo por los obreros; los patrono» respondieron mediante contrapell-
n: las FAuniCAs 255

manufactureros disponían desde este momento contra ellos de un arma


infalible; sin duda imaginaron que podían contentarse con tenerla en
reserva, y retrocedieron ante los gastos que hubiese acarreado la ins­
talación de un utilaje costoso, movido por máquinas hidráulicas o má­
quinas de vapor. CartwTÍght, empero, había expuesto sus ventajas de
la manera más convincente: «Tres máquinas manejadas por diez niños
y un capataz, peinarán una bala de lana de 240 libras en doce horas.
Como para peinar a máquina no se precisa aceite ni fuego, la econo­
mía que resultará— aunque no fuera más que la del combustible—será,
en general, suficiente para pagar los salarios del capataz y de los diez
niños. De suerte que la economía realizada por el fabricante equivaldrá
n lo que le cuesta hoy día toda la operación del peinado, ejecutada
según el antiguo y defectuoso método tlcl trabajo a mano» l .
El primer establecimiento donde se empleó la máquina de peinar
fue la fábrica que el propio inventor dirigid en Doncaster, no lejos de
Shefficld. Fue allí donde recibió el mote de Grand Ren, del nombre de
un boxeador popular, cuyos movimientos recordaba su vaivén atrope­
llado 3. Pero todavía era imperfecta: no peinaba igual de bien las lanas
de procedencias y calidades diversas. La decepción de los que se sir­
vieron de ella antes de que fuera retocada y mejorada basta quizá para
explicar el retraso de su éxito definitivo s. Ño obstante, a principios del
siglo XIX se la encuentra ya empleada en un número bastante grande
de establecimientos, sobre todo en torno a Nottingham y a Bradford4.
Porque esta transformación, como las precedentes, debía aprovechar
especialmente a las ciudades del Centro y del Norte. Bradford no era
n)ás que una pequeña ciudad adormecida en la que la hierba brotaba en
sus callesí , cuando, en 1794, Garnett introdujo la mulé y Ramsbo-
tham la máquina de peinar *1346. Diez años después poseía ya varias gran­
des fábricas7, y empezaba a hacer una competencia terrible a la vieja
industria de Norwich.
La superioridad de los centros industriales del Norte quedó desde
entonces tan bien establecida, que se la proponía como ejemplo al resto
de Inglaterra: «Después de veinte años que los fabricantes de hilados
cienes preparadas por un sindicato formado con este motivo, el Worsted Com-
mttlee.
1 BorNLEY, J.: Wool and reoolcombing, págs 114-15 .
* Memoir of Edmund Cartutright, pág. 106. La palabra se encuentra en la
primera estrofa de la canción compuesta por tm obrero el día de la inauguración
de la máquina, y reproducida en Buríhj.ey, ob. cil., pág. 126.
3 Idem, ibíd., pág. 127.
4 Reporl on the woolcombers' petuions (1794), págs. 5 y sgs., y Journ. of
the House o/ Commons, LV1, 272.
4 J ames, J.: Continualion to the history o¡ Bradford , pág. 91.
4 Idem, ibíd., pág, 222. Garnett es el fundador de una de las grandes di­
nastías manufactureras de la región. Idem, Hist. of the u/orsted manufacture,
págs. 328-29.
7 Idem, ibíd., pág. 366, e Hist. of Bratlford, pág. 283
í
256 ('ARTE ll : CHANDES INVENTOS Y CHANDES EMPRESAS

do Manchester hacen uso de las máquinas hidráulicas, la actividad de


cata ciudad y el personal de sus talleres se han acrecentado de tal modo
que apenas si se hallaría un solo obrero sin trabajo; los de Yorkshire,
al adoptar el mismo utilaje, no solamente llegan a emplear toda su lana,
sino que la envían a buscar al Oeste, y se la arrebatan, por decirlo
así, de las manos a nuestros comerciantes de lanas y a nuestros pane-
ros. Se puede concluir sin vacilar que la introducción y el uso de estas
máquinas en los condados del Oeste, y en todos los condados del Reino,
seria un beneficio para la clase pobre, yo diría que incluso para la
sociedad entera» l. Y lo que era Yorkshire en relación con las regiones
atrasadas de Devonshire o de Norfolk, lo era Lancashire con relación
a Yorkshire. La industria algodonera seguía trazándoles la senda a
todas las industrias textiles: «En mi humilde opinión— escribía en 1804
un representante de la clase de los grandes industriales, émulos o su­
cesores de Arkwright—, la industria de la lana no podría marchar
demasiado exactamente sobre las huellas de la industria del algodón,
porque el país que produce la mejor mercancía, y al mejor precio, ten­
drá siempre la preferencia; no es más que a fuerza de perfeccionamiento
como es posible conservar o conquistar el primer puesto» 2.
Mas para eso hacía falta ante todo cambiar el espíritu que gober­
naba todavía esta industria secular, destruir la tradición de protección
a ultranza que la consagraba a la rutina, abolir los reglamentos trasno­
chados que la regían: reglamentos de aprendizaje que se oponían al
libre reclutamiento del personal; reglamentos de fabricación que ha­
cían difícil la renovación del utilaje y de los procedimientos sanciona­
dos por la costumbre. «Al comienzo del siglo XIX sería un espectáculo
alentador el ver los viejos prejuicios apartados a un lado, y una Comi­
sión de la Cámara de los Comunes encargada de borrar del Statute-
Boolc todas las leyes relativas a esta industria... Redimida de las trabas)
que han pesado tanto tiempo sobre ella, podría en TtT sucesivo efectuar!
sus operaciones con tanta libertad como otra industria, que ha alcanzado.1
una importancia por lo menos igual, sin que su nombre haya s:‘ 1
apenas mencionado en los atestados de ambas Cámaras.» Este voto
a realizarse muy pronto, haciendo caer el último obstáculo que toda
retrasaba el progreso de la revolución industrial.
1 IFool encotiraged wiíhout eiportalion (1791), pág?. 69-7(1.
3 Observadons on ihe coííon-weavers’ Act. (1804), pág. 20.

I
CAPITULO III

EL H IERRO Y LA H U LLA

El mismo país y la misma época que han visto el extraordinario


crecimiento de la industria del algodón, la aparición del maquinismo,
la organización del sistema de fábrica, han asistido a una evolución
paralela en la industria del hierro. Este paralelismo es un hecho muy I
notable, porque se trata de dos industrias de tipos netamente distintos,
cuyos materiales y procedimientos elementales nada tienen de común,
V cuyo progreso técnico debía, en consecuencia, hacerse por vías total­
mente diferentes. Solo causas muy generales podían arrastrarlas en un I
movimiento cfimún,—Por lo demás, entre las transformaciones de l a 1
industria textil y las de la industria metalúrgica hay algo más que una
simultaneidad en la que se estaría tentado a ver una simple coinciden­
cia; se completan mutuamente como las partes de un todo. Los co­
mienzos del maquinismo pertenecen a la historia de la industria tex­
til, su advenimiento definitivo y su progreso universal no han sido
posibles sino gracias al desarrollo de la metalurgia. ^
Esta, en efecto, posee un puesto aparte en la gran industria mo-~-
derna. Ocupa, por decirlo asi, su centro. Porque es ella la que le propor­
ciona su utilaje y en la que encuentran un indispensable auxilian
todas las ramas de la mecánica aplicada. Por tanto, cada uno de los/
perfeccionamientos de la metalurgia reacciona sobre el conjunto de laí
producción industrial. Y por metalurgia hay que entender, ante todo,)
la metalurgia del hierro. Su preponderancia antigua ha aumentado a
medida que se multiplicaban los usos de la fundición, del hierro y del
acero. Da hoy día a nuestra civilización contemporánea, moldeada por
la revolución industrial, algunos de sus aspectos más impresionantes.
Levanta las armaduras de las construcciones más colosales, lanza puen­
tes sobre los más anchos ríos y hace flotar en los mares buques pobla­
dos como ciudades, extiende hasta los extremos de los continentes la
red de las vías férreas. Su historia no es solamente la de una industria;
es, en un sentido, la de La gran industria entera.

En el momento en que empezó la serie de sus transformaciones de­


cisivas, Inglaterra, que fue su teatro, no era lo que llegó a ser más
tarde y lo que ha seguido siendo durante mucho liempo: el país meta-
MANTOtlX.— M 257
afoi PARTE rr: grandes in v e n t o s y grandes em presas

hírgico por excelencia. Bajo este aspecto no podía compararse con Sue­
cia o con Alemania. La riqueza en hierro del suelo inglés parecía
desconocida, muchos yacimientos permanecían inexplotados. Lejos de
poder exportar, como en nuestros dias, grandes cantidades de fundición
y de hierro en barras, Inglaterra se veia forzada a importarlos, en
particular de los paises del Báltico, y, en menor proporción, de España
y de las colonias americanas L
La industria del hierro se divide naturalmente en dos ramas prin­
cipales: la primera comprende la extracción, y el tratamiento del mi­
neral; la segunda, el trabajo del metal en todas sus formas. La prime­
ra, con mucho la más importante, puesto nue sin ella es preciso ir a
buscar fuera la materia prima manufacturada a medias, estaba tan
decaída, a principios del siglo XVIII, que se desesperaba de que llegara
a restablecerse. Hacia 1720 no habla en toda Inglaterra más que unos
sesenta altos hornos, que producían anualmente 17.000 toneladas de
fundición 2. Y esta producción miserable, muy inferior a la de uno
de nuestros grandes altos hornos3, estaba singularmente parcelada.
Hallamos aquí esa dispersión característica que ya hemos notado en
la antigua industria textil. Las principales forjas estaban repartidas
entre dieciocho o veinte condados diferentes *. Algunos, como los con-1

1 Scrivenor: Hist. of the iron trade, págs. 325-27: de 1710 a 1720 la im­
portación de hierro bruto varía entre 15.000 y 22.000 toneladas; la exportación
apenas pasa de 4.000 toneladas. Las importaciones suben constantemente hasta
1765 (57.000 toneladas), luego permanecen casi estacionarias. Los hierros suecos,
de calidad superior, constituían ellos solos cerca de las tres cuartas partes. Véa­
se A nderson, A .: An historical and chronological deduction o/ the origin o¡
commerce, ITT. 217. La tonelada inglesa es sensiblemente igual a la tonelada
métrica (1016,048 Kg.).
2 MusriET, D.: Paperj on iron and Steel, pág. 43. Alrededor de 18.000 to­
neladas en 1737, de acuerdo con una encuesta parlamentaria (véase Journ. o¡
the House o/ Commons, XXIII, 109 y sgs.). Se desearía poder comparar estas
cifras con las de los períodos anteriores, pero para el siglo xvn solo poseemos
evaluaciones caprichosas, como las de Sturtevant, S. (Treatise o/ Metallica ,
págs. 3-4, 1612) y Dudley, Dud (Metallum Martis, prefacio, págs. VIII y si­
guientes, 1665). La producción de fundición en Inglaterra antes de la primera
guerra mundial era de unos dies millones de toneladas (10.425.000 en 1913).
3 En 1921 los Estados Unidos tenían 331 altos hornos, que representaban
una capacidad diaria de 126.115 toneladas (Statesmanls Yearbook, 1925, pági­
na 471). En 1925 la producción americana de fundición alcanzaba 37.288.000 to­
neladas.
4 He aquí la lista de esos condados, clasificados por regiones: l.° Sudeste,
15 altos hornos (Kent, 4; Sussex, 10; Hampshire, 1); 2.a Bosque de Dean y
alrededores, 11 (Gloucester, 6; Hereford. 3; Monjnouth, 2); 3.°Gales del Sur,
5 (Brecon, 2; Glamorgan, 2; Caermarlhen, 1); 4.° Midlands, 12 (Shropshire,
6; Worcester, 2; Warwick, 2, Stafford, 2); 5.° Región de Sheffield, 11 (York.
6; Deiby, 4; Nottingham, 1); 6.° Noroeste, 5 (Chester, 3; Denbigh, 2). Mus-
het, D.: Papers on iron and Steel, págs. 43 y sgs. A esta lista habrá que añadir
Cumberland, con uno o dos altos hornos: véase Swedenborg: Regnum subterra-
neum, sive de ¡erro, obras III, 160.
[U: EL HIERRO Y LA HULLA 25t>

dados de York, Warwick y Glamorgan, contienen en la actualidad


centros metalúrgicos de primer orden. Otros han perdido dosrk- lineo
mucho tiempo lo poco de vida industrial que todavía conscrvnlmri.
Entre estos hay que citar en primer lugar el condado de Su«*r-x,
Cubierto en otro tiempo de bosques, que suministraban a sus rrnfltin-i
el combustible necesario, había atravesado en los siglos xvi y XVit imo
era de prosperidad notable: «Sussex—'escribía Camden— abiuiihi ni
mineral; para tratar este mineral, se han construido altos hornos pot
todos lados del país, y en ellos se consume cada año una enorme (‘nu­
lidad de madera. Con frecuencia se han reunido varios arroyos cu uno
solo, y grandes terrenos poblados de árboles se han transformado mi
estanques, para producir saltos de agua que hacen girar los molino»:
estos molinos mueven los martillos para forjar el hierro, que día y
noche llenan con su estruendo toda la vecindad» b Grandes familia*,
como los Howard, los Neville, los Percy, los Ashburnham, poseían for­
jas en Sussex: otros se enriquecieron allí, y pidieron a la misma indus>
tria sus títulos de nobleza, como esa familia de los Fuller, que puso
<n sus blasones una tenaza y tomó por divisa Carbono et forcipibus a,
A comienzos del siglo XVIII, el ocaso de esta industria era ya sen­
sible. Defoe, en 1724, admira todavía idas numerosas y bellas fraguase
situadas en la parte oriental del condado, en las campiñas selvosas de
Weald 3. Se seguían fabricando allí calderos, placas para chimeneas y
también material de artillería 4. Pero sabemos por otra parte que, en
aquel tiempo, el número de altos hornos en Sussex se había reducido
a diez, cada uno de los cuales producía una media anual de 140 tone­
ladas de fundición 3. Para fundir las rejas que rodean la catedral de
San Pablo, apenas bastaron dos de ellos para la tarea Se fueron apa­
gando uno tras otro: solo algunos nombres de lugares, entre los pue­
blos de Hawkhurst y Lamberhurst, recuerdan hoy esta industria desapa­
recidos T.
Otra región metalúrgica, después de haber sido completamente aban­
donada, ha recuperado en nuestros días alguna actividad. Es el hosqtlo
de Dean, entre el curso superior del Wve y el estuario del Severn. Con-123*567
1 Campen, W.: B ritan nice D e s c r ip tio , II, 105 (ed. de 1607).
2 Smiles, S.: Industrial Biography, págs. 35-37. Un herrero, Leonaril Galo,
nacido en 1620, pudo hacer de su hijo un castellano y un miembro del l’iti'la
mentó. Se encontrarán reseñas interesantes sobre la antigua industria del IiIitih
en Sussex, en el libro de L ower, M. A.: Contributions to literaiure, hiswrlvttl,
antiguarían, and metrical, pág, 132 y sgs.
3 Véase el mapa de Sussex de Budcen, R, ( Actual s u rv e y of the rnirnlt nf
Sussex, 1724), en la que está marcado el emplazamiento de las principales fulja».
1 Defoe: Tour. I. 106.
5 F airbaírn, W.: Iron, its h is to ry . p ro p e rtie s . and p ro cesses o f m antiltlt In t e ,
pág. 283.
6 L ower, M.. of>. cil., págs. 132 y 136. l'.stas rejas pesaban 200 Iniiidtidit»
aproximadamente.
7 Forge Wood. Furnace Wood.
m PARTE I I : GRANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

tenia yacimientos bastante abundantes, conocidos y explotados por los


romanos \ y que todavía no están agotados. Si hay que creer a Andrew
Yarranton, el bosque de Dean, bajo la Restauración, aún alimentaba a
una población numerosa de mineros y de herreros 2. ¿Es este testimo­
nio otra cosa que el eco de un antiguo renombre? Lo cierto es que,
entre 1720 y 1730, este distrito, como Sussex, no contenía más que
una docena de altos hornos, que a menudo, en lugar de tratar la mena
directamente, utilizaban las escorias de las forjas romanas-''. Y se ha­
bría buscado en vano en el resto de Inglaterra un centro más impor­
tante. En las comarcas donde florecía la pequeña metalurgia, en torno
a Bírmíngham y Sheffield, se agrupaban algunos altos hornos, cuya
producción, por lo demás, era demasiado escasa para abastecer a todos
los talleres de materia prima. P o r todas partes, en el sur del País de
Gales y en el valle medio del Severn, en los condados de Cbester y de
Cumberland, no había más que empresas diseminadas, de existencia
precaria, que subvenían a duras penas las necesidades locales.
De la industria fundamental pasemos a las industrias secundarias.
Eran mucho más prósperas y estaban también más rigurosamente lo­
calizadas. Dos ciudades, cuyos nombres se acaban de leer, Birmmgham
«1 l| y Sheffield, les debían una reputación secular. Sheffield estaba en pose­
sión, desde la Edad Media, de su especialidad famosa: Chaucer hace
mención de los cuchillos de Sheffield en un pasaje frecuentemente c i­
tado de sus Cuentos de Canterburj 4. Todo el distrito circundante, cono­
cido con el nombre de Iíallamshire, tomaba parte en esta fabricación:
la piedra molar era abundante y los riachuelos, de rápida corriente,
brotados de las altas rocas del Peak, servían a la vez para templar las
hojas y para hacer girar las muelas 5. L a proximidad del mar y del
puerto de Hull, orientado hacia el Báltico, permitía a los cuchilleros
procurarse sin demasiados gastos el hierro sueco, más fácil de convertir
en acero por los procedimientos entonces en uso. Hallamshire no solo
producía cuchillos y tijeras, sino hachas, martillos, limas, herramientas

1 Estaban situados en la proximidad de Bath (Aquse Sulis), donde el em­


perador Adriano liabía establecido una fabrica, es decir, una armería militar
para uso de las legiones de Bretaña. Véase Scrivenor : Hist. of the iron tra-
de, pág. 29.
3 Y arranton, Andrew: England’s improvement on sea añd ¡and., primera
parte, pág. 57.
3 Ñ icholls, H. G.: ¡ron niaking in the olden times, págs. 48-54.
4 « A ioly popper baar he in his ponche. — Ther ivas no man ío r peril
dorst him touche. — A Sheiíeld thwytel baar he in his hose. — Round was his
face, and cantuse was his nose.» «Llevaba en su escarcela una linda daga.
— Ningún hombre se habría arriesgado a tocarlo con el dedo. — Tenía en sus
calzas un cuchillo de Sheffield. — Su cara era redonda y su nariz chata.» Chau­
cer: «The Canterbury Tales» (The reeve’s tale, v. 13 y sgs.), Complete ¡forks
of Geofjrey Chaucer, ed. Skeat, IV , 114.
5 Defoé: Toar, I II , 81, señala este empleo de la fuerza hidráulica como
rclal ¡vamfnte reciente.
w s^ > -
XXX
I I!: EL HIEKRO Y LA HULLA 261

de toda especie. Birmingham también trabajaba el acero: en el si­


glo XVII tenía fábricas de armas, que proporcionaron a los ejércitos
de Cromwell picas y espadas por millares V Pero la verdadera especia­
lidad de Birmingham era la quincallería, con una variedad muy grande
de artículos, unos de consumo corriente y otros que variaban según
los caprichos de la moda: desde los clavos y la cerrajería hasta los
botones de metal, las hebillas de los zapatos1 2 y toda esa bisutería
(Birmingham, toys) popular en Inglaterra y muy pronto en toda Euro­
pa. Los habitantes de esta ciudad pasaban por no menos laboriosos
que hábiles: el ruido de los martillos, se decía, empieza a escucharse
desde las tres de la mañana 3. Como Sheffield, Birmingham era la ca­
pital de una región industrial bastante netamente delimitada. En la
dirección en que se extiende el «País N egro», Blak Country, desfigurado
por las minas y los altos hornos, los talleres se apretaban ya alrededor
de algunas localidades como Dudley, Wednesbury, Wolverhampton45 ,
pueblos-que se han convertido en ciudades.
Cualquiera que fuese la importancia relativa de estos dos centros |
privilegiados, no era, en suma, mucho más considerable que, en la,
industria de la lana, la de una ciudad como Norwich o de un distrito
como el West-Riding. Había además otros, que se pueden dividir en(
dos clases. Unos eran la sede de industrias especializadas, que produ-|
cían para un mercado amplio. La fabricación de alfileres en Bristol y j
en Gloucester, y en Newcastle la de cuchillos «estilo Sheffield» entran i
en esta categoría. Los otros, por el contrario, abastecían las necesi­
dades generales de mercados restringidos: se fabricaba mal que bien^
todo lo que no era ventajoso traer de lejos, en una época en que ell
transporte de las mercancías pesadas era difícil y costoso. Tanto más
oscuros por cuanto que eran más numerosos y más dispersos, es casi
imposible tener sobre ellos referencias precisas. Pero nos haríamos una

1 T immins , S.: The resources, producís and industrial history of Birmingham


and the Midland hardware district, pág. 210; Gardtner, S.: Hist. of the great
civil war, I, 107.
2 También se fabricaba allí moneda falsa. Véase procesos de monederos fal­
sos en la Birmingham Gazette, 15 nov. y 16 dic. 1742. Las industrias de Birming­
ham a principios y a finales del siglo x v iii están enumeradas en C laree , L. W .:
Hist. of Birmingham, I II, 30 y 160.
3 «Quedé maravillado de esta ciudad, pero más aún de sus habitantes. Era
una especie de hombres con la que todavía no había tropezado. Había vivido
entre soñadores y al fin veía hombres despiertos. Hasta su paso al cruzar las
calles testimoniaba su actividad. Cada mañana, a las tres, me saludaba de Lo­
dos lados el golpear de los martillos.» H utto n , W .: Hist. of Birmingham, pá­
ginas 90-91.
4 Se encontraban ya agrupadas en torno a Wolverhumpkin casi todas lus in­
dustrias de Birmingham. Véase Journ. of the flouse of Commons, XXIII., 15, y
X L V I, 202.
5 Deeoe : Toar, I II, 194. En el curso del siglo se Jundaron allí grandes es­
tablecimientos metalúrgicos. Véase Young, Arthur: Norlh of íingland, III, 10-15.
n a PAUTE II: CRANDES INVENTOS Y CKANQES EMPKÜSAS

idea muy inexacta del estado de la industria del hierro en la primera


mitad del siglo Xv iii , si olvidásemos el papel esencial desempeñado
en multitud de burgos y aldeas por el calderero y el herrador. En Es­
cocia, casi toda la metalurgia estaba aún en sus manos *.
De hecho, la concentración geográfica de la industria y su subdi­
visión en especialidades varían según las regiones y según la natura­
leza de las operaciones técnicas. Lo mismo ocurre con su organización
interior, producto heterogéneo de las condiciones económicas más di­
versas. 1.a explotación de las minas, por imperfecta que fuese, exigía
capitales relativamente considerables. Por eso se fundaron bien pron­
to Compañías mineras 1*3, análogas, en cuanto a la constitución y a los
privilegios, a las Compañías de comercio. Estas empresas colectivas,
dirigidas por gobernadores o capitanes, y que so repartían dividendos
anuales entre sus asociados, eran bastante numerosas y de importancia
muy desigual. Algunas, como la Company o j Mine Advcnlitrers of En-
gland y la Rayal Mines Company, tenían intereses en diversas partes
de Inglaterra, y aspiraban a grandes negocios, con un éxito, por lo
demás, mediocre 3. Otras, como las que existían en Cornualles. eran
pequeñas asociaciones, que disponían de recursos modestos, e impo­
sibilitadas, en la mayoría de los casos, de explotar más de uno o dos
pozos mineros a la vez4. Como se ve. este sistema estaba lejos de haber
alcanzado su pleno desarrollo. Tanto más cuanto que no se extendía a
la industria extractiva entera. En general, estaba en vigor en las minas
de cobre, que, por ser a menudo muy profundas, exigían trabajos cos­
toso de instalación y de sostenimiento *. Las minas de hulla, por el
contrario, casi siempre eran explotadas por individuos. A veces lo
eran por los mismos propietarios, muchos de los cuales pertenecían
— y pertenecen aún— a la gran aristocracia territorial: un ejemplo típico
es el del duque de Bridgewater, que hizo abrir el canal de Worsley para
transportar a Mánchester el carbón de sus minas. Más frecuentemente
estaban arrendadas a empresarios, mediante un censo (royalty) pro-

1 M ac A dam , W. Ivison: Notes on the ancicitt ¡ron iriduslry o/ Scolland,


pág. 89. En 1760 la producción de fundición en Esencia estaba evaluada en
1.500 tonelada». Bremner, D.: The industries of Seotland, paga. 32-33.
3 La primera fue fundada en 1561 en Norlhumberland. C u n .n ing Uam, W.:
Grouth of English industry and commerce, II, 59.
3 A comienzos del siglo xvni la Company of Mine Adveniurers. cargada de
deudas, habría zozobrado de no haber sido reorganizada y dotada con nuevos
privilegios por un acta del Parlamento (9 Annc, c. 24),
4 Sobre la» pequeñas sociedades de adveniurers de Cornualles, véase S mi-
lxs, S.: The Uves of Boulton and Watt, págs. 230 y 349-50.
* Una de estas minas, situada en Eclon Tlili (Staffordshire), está descrita
en el Annual Keg ster de 1769. La galería más baja se hundía a una profundi­
dad de unas 400 yardas bajo la cima de la colina. Se descendía a ella por es­
calas muy mal conservadas. Era una mina de. cobre; en las minas de hierro
los |ioz,os no lenínn a menudo más de 15 a 18 yardas. Véase AlKtN: A descrip-
tion of the country frorn thirty to jorty miles round Mánchester, pág. 81.
I I I : E L H I E R R O Y LA H U L L A 263

piircional a la cantidad de carbón extraído '. En Yorkslilre los llama­


dos banksmen obraban unas veces en calidad de intendentes o de
capataces al servicio del propietario, y otras en calidad de gerentes
■pie dirigían a su capricho la explotación3. Tal era también, según
parece, el régimen de las minas de hierro, cuya suerte, por lo demás,
estaba tan eeliechamente ligada a la de las (raguas y fundiciones que
es imposible estudiar aparte unas de otras.
La mina y el alto homo formaban casi siempre una sola y misma
empresa. La mena se fundía en el lugar de origen, y su extracción estaba
limitada por la demanda de las herrerías inmediatamente vecinas al
yacimiento. El maestro de forjas era al mismo tiempo, si se puede
aventurar esta expresión, maestro de minas. Y , recíprocamente, el pro­
pietario de una mina de hierro no podía explotarla más que haciéndose
maestro de forjas. Asi se explica el papel industrial de las familias
nobles en el sur de Inglaterra: era para ellas una manera de beneiieiar
sus dominios. Lord Ashbumham posee todavía un castillo no lejos del
[viraje donde sus antepasados, hace doscientos o trescientos años, fabri­
caban cañones para el ejército real 3. Un establecimiento que compren­
día a la vez una mina, uno o dos altos hornos y, a menudo, una fragua
propiamente dicha, tenia necesariamente un carácter capitalista. Y este
carácter estaba aún más acentuado por la naturaleza del utilaje: a los
bajos hornos expuestos a la acción del viento, en el cruce de los valles
•> en la cima de las colinas, habían sustituido, desde el siglo x v, los
altos hornos con sus potentes fuelles, puestos en movimiento por
ruedas hidráulicas'1. El texto de Camden viene a enseñarnos que a1 4
*3

1 Cuando se trataba de un dominio inalienable, el Parlamento debía inler-


vnir para con irmar el alquiler. Ejemplo: A n a c t f o r c o n l i n n i n g a le a s e o f
mines b e tw e e n C h a rle s , da lee of Q u e e n s b e rry and D o ve r, and P a t r íe le C ra w fa rd ,
nm l fo r e n a h lin g th e s a id d tik e and his h a 'r s nf e n.tail to in terms
g ru rU leo n es
n I th e s a id ro n tra c t <7 Geo. III, c. 44, actas privadas!.
= Véase I.istkk, C.i C o a l m i n i n g i n I l a l i f m - , O í d Y o r h s h ir e , 2." serie, pá­
ginas 274 y *gs. Los elementos de esta curiosa monografía lian sido sacados de
archivo» de familias. La organización de la industria minera en el siglo xvii
Im sido descrita en sus líneas generales por Levy, H. ( M o n o p o l ie s a n d C o m p e -
n t i o n , págs. 10 y sgs.), pero no existe todavía ninguna monografía completa (1927).
Sob-e las rninuB de cobre de Cornualles. véase o b . e ir ., págs. 146 y sgs.
3 Ashbumham Place está situado en el este del condado de Sussex, a unas
diez millas de Hastings. Comparar ciertas grandes familias del centro como los
Dudley. Qud Dudloy, a la edad de veinte años, fue encargado por d conde, su
padre, de dirigir un establecimiento metalúrgico situado en Pensnet Chace, en
Worcestershirc. D u d le Y, Dud: M e l a t l u m M a r ii s , pág. S.
4 Véase Beck, Ludwig: G e s c h ic h t e des E is e n s . II. 186. Sobre los métodos
de la industria metalúrgica antes del siglo xvt, véase Laps k y , Tli.t «An account
rol! of a fifteenlb centnry iron-master», E n g l is h f í i s t o r i c a t N e v ic w , XfV, S09-29
11899). En el siglo xvirt se empleaban fuelles de mndern formados por dos pie­
zas. una de las cuales se embutía en la otra. Véuse IIeckmann: B e h r á g e z u r
G e s c h ic h t e d e r E r f i n d a n g e n (Leipzig, 1782), T, 319-30.
2M I'A H T E II: C H A N D E S IN V E N T O S Y CHANDES EMPRESAS

flnnlrs del siglo XVI se empleban martillos hidráulicos 1 en las herrerías


do Sussex. Y a hemos mencionado las máquinas de laminar y de cortar
el hierro, todo ese material que anuncia el de la gran industria. No
hay que olvidar, sin embargo, que todo esto apenas vivía, que se había
producido una verdadera detención del desarrollo, y que un alto
horno daba, por término medio, cinco a seis toneladas de fundición
por semana. Estas empresas capitalistas seguían siendo, a pesar de las
apariencias, pequeñas empresas.
Las industrias metalúrgicas secundarias presentaban un espectáculo
totalmente diferente. La vida y la actividad no faltaban en ellas, y la
división del trabajo estaba muy avanzada. Pero es preciso saber lo que
se debe entender aquí por esa expresión de división del trabajo. Se
emplea en sentidos diferentes, cuando no opuestos. ,A veces significa la
repartición de labores particulares con vistas a una obra única; a veces
designa solamente la formación de especialidades, cada una de las
cuales puede ser considerada como bastándose a sí misma. En el pri­
mer caso, la división del trabajo tiende a la concentración, a la unidad:
en el segundo, a la parcelación económica. Esta parcelación es la que
prevaleció en un principio. Los artículos tan diversos de la quincallería
y de la cuchillería inglesa salían de una multitud de pequeños talleres
especializados. Poco o nada de capital, un utilaje muy simple, la habi­
lidad del artesano tanto más indispensable, tales eran las condiciones
normales de la producción. En Sheffield, los obreros asalariados ape­
nas eran más numerosos que los patronos; estos trabajaban con sus
manos, en sus propias casas, rodeados de sus hijos y de sus aprendices *.
Es el sistema doméstico, tal como subsistía, no lejos de allí, entre los
tejedores del valle de Halifax, y con rasgos quizá más arcaicos, pues
se combinaba con un régimen corporativo muy estrecho. La Compañía
de Cuchilleros de Hallamshire, cuyos reglamentos habían recibido en
1624 la sanción de un acta del Parlamento 1 3, era una asociación obli­
2

1 Tenían generalmente la forma de los martillos ordinarios y se movían


en arco de círculos alrededor de pibote* horizontales. Sin embargo, ya se cons­
truían martillos de caida vertical. Véase Bf.ck, L.: G e s r .h ic h te d es E is e n s , .11,
479, 482-83, 531 (con figuras).
2 II unter , J .: H a lla m s h ir e , the. h i s lo r y a n d ta ita g r a p h y o f ih e p a r is h o f
S h e f f i e l d , pág. 149: «Las casas de lo» cuchilleros eran casi todas pequeñas mo­
radas, con un taller v una fragua por detrás, en el patio. Se descendía un pel­
daño para llegar a la puerta; Iob trozos de papel donde el comerciante, que
pasaba de cuando en cuando, había inscrito sus pedidos, se ofrecía a los comen­
tarios de los transeúntes. Muy pocos fabricantes se atrevían a salir de la ciudad
para buscar clientela.»
3 21 James L c. 31. El título oficial de la compañía era «the holy Fellowship
and Company of cutlers and makers of knives wilhin the lordship of Hallamshire
in the county of York». No comprendía más que los cuchilleros propiamente di­
chos (véase petición de los herreros de corte y Iob fabricantes de sierras contra
un h i l l que Iob sometía a su jurisdicción, J o tirn .. o f th e l l o u s e o f C o m m o n s ,
XLV, 274).
n i: el h ie r r o y la h u lla 26S

gatoria de los fabricantes, organizada según el tipo de los gremios lo­


cales de la Edad Media. Nadie podía establecerse en el distrito si no
era admitido en el número de sus miembros. Cada taller recibía de ella
una marca de fábrica. Estaba prohibido enrolar otros obreros que los
del distrito, que hubiesen hecho en el distrito un aprendizaje de siete
años, vender hojas de acero no montadas a una persona forastera del
distrito, prestarle una piedra de amolar o una herramienta cualquiera.
Estos reglamentos, con otros muchos relativos sobre todo a la técnica
del oficio y a la calidad de los productos, continuaron en vig or hasta
fines del siglo x vm \ La Compañía de Cuchilleros de Hallamshire es
una de las corporaciones profesionales que han conservado durante
más tiempo su autoridad efectiva 2. Se lo debe a la existencia de la
pequcñn industria, a la que sin duda ha contribuido a prolongar, in­
movilizándola en los marcos tradicionales en que se había desenvuelto.
El paso de la división del trabajo espontánea entre los talleres inde­
pendientes a la división del trabajo organizada en la manufactura, se.
ha efectuado por grados/ Como en la industria textil, el comercio y el,
capital comercial han- éido los agentes de esta transformación. En
Sheffield, lo mismo que en Birmingham, el mercader que venía en épo­
cas fijas a visitar a los pequeños fabricantes, era un personaje indis­
pensable**. La producción se regulaba de acuerdo con sus pedidos4:
todo sucedía como si el maestro-artesano no hubiera sido más que un
jefe de taller a su servicio. A veces, esta dependencia llegaba más lejos:
el mercader proporcionaba la materia prima, y el productor, siempre
independiente en apariencia, no era, en realidad, ni más ni menos que
un obrero pagado a destajo, que todavía conservaba la propiedad de
sus herramientass. Solo algunos fabricantes más ricos o más empren­
dedores pudieron entrar, gracias a la mejora de los medios de trans­
porte, en relaciones directas con Londres, e incluso con los mercados
continentales A medida que se convertían en comerciantes, se veían
arrastrados, para satisfacer la demanda de su clientela, a reunir espe­
cialidades en otro tiempo separadas. Joseph Hancock, en 1765, poseía
en Sheffield seis talleres, en los que estaban representadas las princi-

1 Véase J o u r n . o f th e H o u s e o f C o m m o n s , XLIV, 233, y XLVI. 12.


2 Sobre el descrédito en que habían caído la mayoría de ellas, véase Ct!N-
m n c m am : G r o w th o j E n g l i i h in d u s n y a n d c o m m e r c e , II, 322.
s lllJKTER, J„ o b . c i t . , pág. 168.
1 Los fabricanles siempre tenían miedo de producir en demasiada cantidad
y no osaban «enviar sus mercancías, con muchos gastos y dificultades, a merca­
dos desconocidos». Ana*', J.: A d e s c r ip tio n o f the e o u n tr y /r o m t h i r i y to f o r l y
m i l e s r o u n d M a n c h e s t e r , pág. 547.
* En un gran número de talleres loa obreros de Sheffield lian seguido, has­
ta época reciente, poseyendo sus herramientas y pagando mm especie ríe arricudo
por el uso de los bancos y de la fuerza motriz (información proporcionada por
Mr. R. Holmshaw, secretario de la Unión de Afiladores de Tijeras en 1902).
“ A i k i n , o b . c it . , pág. 548. '
11Wt PARTE II: GRANDES IN V E N T O S Y CHANDES EMPRESAS

pnlrs industrias de la ciudad, incluida la industria reciente de la o rfe­


brería cu chapeado1. Un paso más en el sentido de la concentración
capitalista y llegamos al régimen de manufactura. Matthew Boulton,
mucho tiempo antes de su asociación con Watt, dirigía un gran esta­
blecimiento que se asemejaba ya, aparte del utilaje, a una fábrica
moderna. En él se trabajaba el hierro, el cobre, la plata, la concha;
de sus talleres diversos salían los productos más variados: bronces or­
namentales, botones de metal, tabaqueras, cadenas para relojes es
toda la industria de Birmingham resumida en una sola empresa y en
manos de un solo hombre 1 3.
2
El agrupamiento de las especialidades no es más que uno de los
efectos de ese movimiento de concentración, que se ha pronunciado en
todas las industrias a la vez; otro efecto, más importante quizá, y segu­
ramente más profundo, es la subdivisión, en cada especialidad, del
proceso técnico en un número creciente de operaciones fragmentarias,
confiadas a otros tantos obreros o categorías de obreros. En ninguna
parte esta forma clásica de la división del trabajo se ha mostrado más
pronto, y con un carácter más neto, que en las industrias metalúrgicas
secundarias: es de una de ellas de donde Adam Smith ha tomado el
ejemplo famoso que figura en la primera página del Ensayo sobre la
naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones.
Pero esta evolución hacia la manufactura solo se pronunció— la
mavoría de los hechos que acabamos de citar lo testifican— a mediados
del siglo XVTIJ. Con anterioridad, el rasgo característico de la industria
del hierro era, por el contrario, su inmovilidad. En tanto que la pro­
ducción seguía siendo insignificante, y tendía a disminuir más bien
que a aumentar, su régimen tenía jiocas probabilidades de transfor­
marse. La metalurgia inglesa vegetaba: ti algunas de sus industria»
secundarias conservaban una vitalidad relativa, era gracias a la im ­
portación de los hierros de Suecia o de Rusia. Incapaz de bastarse 4
sí misma, Inglaterra creyó poder sacar al menos de sus dependencia^
la materia prima que necesitaba, reservándose frente a ellas el mono*
polio de los productos manufacturados. Fomentar la producción de fun­
dición o de hierro en barras, prohibir, en cambio, toda competenciá
a las industrias de Sheffield y de Birmingham, tal fue la política adop­
tada. a partir de 1696. por el Gobierno de la metrópoli. Se aplicó su-

1 Ht NTER. o b . c i K pS25. 156. 169.


2 Sobre Matthew Bonílon. véase cap. IV. sec. IV.
* Una empresa del mismo género y no menos impórtame era la de John
Taylor, hombre notable, a quien W . Huilón, en un transporte de admiración,
llnma «el Shakespeare o el Newton de sil tiempo». F.l principal mérito de este
Shakespeare o de este Newton fue el de sobresalir en la fabricación de hebillas
de zapatos y de tabaqueras maqueadas. Dejó una fortuna de 200.000 libras.
Véase H u t t o n , Will.: B is !, o f B i r m in g h a m , pág. 10.1, y las «Local Notes and
(Jm'ricH» de la R e / e r e n c e L ib r a r y d e B i r m in g h a m , 1885-1888, mím. 1.906.
III: EL HIERRO Y LA HULLA 267

cesivamente a Irlanda1 y a las colonias americanas1 3*; pero los recursos


2
de Irlanda se agotaron pronto, y los americanos, como se sabe, no se
sometieron con agrado al régimen que se les quería imponer. El único
remedio eficaz contra e l estado languideciente de la metalurgia inglesa,
era la renovación de la técnica. 11

II

¿Cómo |K>día haber escasez de hierro en un país en que los yaci­


mientos de hierro abundan? ¿Por qué la vida se retiraba de las regio­
nes metalúrgicas antes florecientes? Esto se explica por una razón muy |,
sencilla: lg falta de .combustible.
Tal combustible, el único que entonces se sabía emplear en el
tratamiento del mineral, era el carbón de madera. De ahí la posición
de los altos hornos en medio de las comarcas selvosas de la Inglaterra
meridional; de ahí también el abandono completo en que habían que­
dado ciertos yacimientos demasiado alejados de los bosques. Para ali­
mentar el fuego de una fragua, se precisaba una gran cantidad de
madera: en torno a cada establecimiento metalúrgico tenía lugar una
verdadera hecatombe de árboles. El desenvolvimiento de la industria
del hierro parecía tener como secuela inevitable la explotación a ultran­
za y, finalmente, la destrucción de los bosoues. Tal era al menos la causa
a la que se atribuía su desaparición gradual, debida sobre todo, en
realidad, a la roturación y a la extensión de los pastizales. Y era, desde
hacía largo tiempo, un tema de inquietud pública: se temía que faltase
madera para las construcciones navaless. Ya en 1548 una comisión
nombrada para investigar sobre las destrucciones de bosques debidas

1 Los derechos de entrada sobre los hierros en barras He procedencia irlan­


desa fueron suprimirlos por dos leyes de 1696 y 1697 (7-K Will. TIL c. 10, y
8-0 Will. TU, c. 20). Sobre el desarrollo de la industria dpi hierro en Irlanda a
fines .lid siglo xvin, véase P e t t y , W illiam: P o l i t i c a l m in lo m y o f h e l a n d (1791).
S ir William Petty noseía forjas en el condado de Kcrry.
2 Véase Busouing, Paul: D ie E n t u i ic k e lu n g d e r h c m d e ls p o lilis c h e n B e ñ e h n n -
g e n z w is c h e n E n g l a n d u n d s e irte n K o l o n i e n bi.% z u m J a h r e 1860, págs. 34-37. La
ley de 1750 (23 Cco. II, c. 29) autoriza la importación en franquicia de los hierros
americanos al puerto de Londres; esia autorización se extendió a todos los puer­
tos ¡Dgleses en 1757 (30 Geo. Q. c. 16). Al mismo tiempo se vedaba a los colonos
trabajar el hierro o convertirlo en acero; todo taller abierto contrariamente a la
ley )' toda máquina para forjar o estirar el metal eran declarados c o m m o n n u i-
s a n c e y debían ser destruidos en el plazo de treinta días.
* Esta preocupación se delata en Dial Dtldley: «Si los bosques continúan
disminuyendo y acaban por desaparecer, lo que constituye la mayor fuerza de
Inglaterra, sus navios, sns marinos, su comercio, su pesca y la flota de Su Ma­
jestad, nuestra arma ofensiva y defensiva, lodo eso se habrá perdido para nos­
otros. Es lo que, antes y después del año 1588, Im inducido a los predecesores
de Su Majestad... a promulgar leyeB para la protección de Iob bosques y selvas,
puestos en tan gran peligro por las fraguas y fundiciones.» M e ia lh im . M a r t i s ,
página 2. *
añil I*Alt TE tr: GRANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

« IrtB lierrerías de Sussex, había comprobado una penuria de madera


liin grande que los puertos de la Mancha estaban amenazados de que­
dar sin combustible, y que «los pescadores, a su regreso al puerto, no
tendrían muy pronto nada con qué calentarse ni secar sus vestidos» 1.
Bajo el reinado de Isabel se proclamaron varias leyes con objeto de
proteger los bosques: limitaron el número de fraguas en ciertos con­
dados y prohibieron establecer ninguna en un radio de veintidós millas
alrededor de Londres 1 2. Pero estas leyes chocaron con una necesidad
que no podían suprimir, y, por otra parte, no hacían nada contra algu­
nas de las causas reales y activas de la despoblación forestal. La obra
de destrucción continuó cada vez más: «Quien haya visto en otro
tiempo los montes de Sussex, de Surrey y de Kent, ese gran vivero de
robles y de hayas 3*, encontrará, en menos de treinta años, un cambio
singular: unos años más tan desastrosos como los precedentes, y muy
pocos de esos bellos árboles quedarán en pie» De las selvas del Sur,
las primeras atacadas, el mal se propagó hacia el Oeste y el Centro:
«E l estrago causado por las forjas en los bosques de los condados de
Warvvick, Stafford, Hereford, Worcester, Monmouth, Gloucester y Sa-
lop [Shropsbire] es algo inimaginable» 5. Las mismas quejas se suce­
dieron con respecto a Irlanda: «H ace unos sesenta años [bajo la Res­
tauración] estaba mejor provista de robles de lo que estamos nosotros
al presente; pero las fraguas que se han montado después han aclarado
en poco tiempo sus montes, hasta el punto que los industriales no tienen
ya suficientes árboles para producir la corteza necesaria para sus tene­
rías: ahora se ven obligados a traer corteza de Inglaterra y madera
de Noruega, y a exportar sus cueros en estado bruto...» 6.
La gente casi había llegado a preguntarse si se debían contar las
minas de hierro entre las riquezas de Inglaterra: «Estoy seguro— escri-

1 A shton, T. S.: I r o n a n d S t e e l i n t h e i n d u s t r i a l r e v o h t i o n , pág. 0 (que


cita S u s s e x A r c h , C o l l , , X V , 21, e H ísl. M S S C o m m . , H a t j i e l d H o u s e , X III, 19-24).
2 1 E li*., c. 15 (1558); 23 Eliz., c. 5 (1581); 27 Eliz., c. 19 (1585); .28
Eliz., c. 3 (1586). L a ley de 1581 obligó a cambiar de residencia a una parte, de
los maestros herreros de Su ssex; muchos fueron a establecerse a l P aís de Gales.
Véase Smiles, S . : I n d u s t r i a l B i o g r a p h y , págs. 41-42.
3 De estos bosques es de donde W eald ha derivado su nombre.
1 Véase N orden, Joh n : T h e s u r v e y v r 's d i a l o g u e , pág. 214 (1607).
5 Texto citado sin referencia por S crivenoii: I l i s t . o ] t h e i r o n i r a d e , p á­
gina 69 (escrito entre 1720 y 1730, como lo demuestran l a s cifras de importación
mencionadas).
6 Idem. i h í d . U n a opinión algo diferente fue expresada en 1749 por los
curtidores de Sheffield, quienes protestaron contra el b i l í que favorecía la im­
portación de los hierros am ericanos: «Sí el b i l í se llevaba a efecto, los hierros
ingleses sufrirían la competencia de productos menos caros; en consecuencia, un gran
número de altos hornos y de fraguas serían abandonados, los bosques que los ab as­
tecen de combustible quedarían en pie, y los curtidores no sabrían dónde encon­
trar la corteza de roble necesaria para su trabajo.» J o u r n . o ¡ t h e H o u s e o f C o m -
m o n s , X X V , 1019. Peticiones an álogas de los curtidores de Gloucester y de
Soutliwark, i h í d . , págs. 1048 y 1051.
III: EL HIERBO Y LA HULLA 269

Mu Anrlrcw Yananton— de que voy a atraer sobre mi cabeza un en-


|nmluc de avispas. Porque, dicen algunos (hay incluso muchos que
»e creen llenos de sabiduría), más valdría que no hubiese forjas en
Inglaterra y que no se produjese hierro, pues son las forjas las que
devoran todos nuestros árboles» Y El combatía enérgicamente esta opi­
nión, y se esforzaba en mostrar que a la industria del hierro no se la
podía hacer responsable de la conversión de los bosques en campos
cultivados y en facerías 3. Causada o no por esta industria, la despo-
lilafiión de arbolado tenía para ella las más enojosas consecuencias. Con
los montes desaparecían los altos hornos. A l escasear el combustible,
ao elevaba el precio de coste del metal, y toda medida de protección
contra la competencia extranjera resultaba forzosamente impotente, ya
que la producción nacional era muy inferior al consumo. La metalur­
gia inglesa tenía que resolver esta dificultad o perecer.
La solución parecía ofrecerse espontáneamente: ¿no se tenía la
India para reemplazar al carbón de madera? La hulla, en efecto, era
conocida y empleada en Inglaterra desde hacía siglos. En los términos
de una carta de privilegio del año 852, citada en la ylnglo-Saxon Chro-
nicle. un tal Wulfred se comprometía a proporcionar a los monjes de la
abadía de Medhamstead, entre otros censos anuales, «sesenta cargas de
nnidcra, doce cargas de carbón de piedra (g r a j a ) y seis cargas de
turba» 3. El uso de la hulla estuvo muy difundido en las ciudades ingle­
sas durante toda la Edad Media L Se la traía de las cuencas hulleras
situadas en las orillas o en la proximidad del mar: de ahí el nombre
un poco singular de carbón de mar ( sea cual) que se encuentra frecuen­
temente en los textos anteriores al siglo XVIII *.1
3
2

1 Y arbanton, Andrew: E n g l a n d ’s i m p r o v e m e n t o n s e a a n d l a n d , I, 56.


2 Idem, i b í d . , II, 163-64. L a mism a cuestión se planteó en Francia hasta una
cínica mucho más reciente. Véase Bonnari): «Mémoire sur les procédés emplo­
mes en Angleterre pour le traitement du fer par le moyen de la houille», J o u r n a l
d e s M i n e s , XVII, 245 (año X III): «Las numerosas herrerías esparcidas por todos
los puntos de Francia y que apenas bastan para las necesidades multiplicadas de
nuestra agricultura, de nuestras fábricas y de nuestros arsenales, consumen cada
nt o una cantidad de carbón de madera que cuando se calcula parece verdadera­
mente aterradora, y, desgraciadam ente, está fuera de duda que en muchas partes
del Imperio este consumo está en una proporción demasiado grande con respecto
a) estado actual de decaimiento en que se hallan nuestros bosques.»
3 A n g l o - S a x o n C h r o n i c l e , año DCCCLII. L a palabra g r c e j a , g r r e ja n , se rela­
ciona con la raíz germánica g r a b (alemán g r a b , i n g l é s moderno g r a v e ) . Véase
B o s w o r t h : D i c l i o n a r y o j t h e A n g l o - S a x o n l a n g u a g e , en l a palabra «Gracia».
•' Muchos se quejan de su olor y de su humo. Eduardo I quiso prohibir su
aso en Londres. Véase Cunnincham : G r o w t o f E n g l i s h i n d u s t r y a n d c o m m e r c e ,
I. 173. Sobre su empleo en el obispado de L ieja, en los siglos xil y sin , véase
flr.CK, L .: G e s c h i c h t e d e s E i s e n s , II, 101.
/l P o r ejemplo, en un pasaje muy conocido de la s A l e g r e s c o m a d r e s d e W in d -
s o r , acto I, escena IV : «Go, and we’ll have a posset for ii b o u s al nlghl, in failh,
.u the latter end on a sea-coal fire.»’
#7li l’AUTE i i : gran des in v e n t o s y c r a n d e s e m p r e s a s

lil carlum consumido en Londres venia sobre todo de Newcastle:


pin objeto de un tráfico muy importante, que habia hecho de esta ciudad
un prim puerto y uno de los principales centros de reclutamiento de la
marina real. Este comercio se extendía hasta los países extranjeros, y
daba tales provechos que se lo comparaba, bajo este aspecto, a las em­
presas coloniales: las minas de ¡Northumberland 1 eran ya «las Indias
Negras» s.
La importancia de Newcastle y de su comercio no se explicaría si
la hulla solo hubiera servido para la calefacción de las casas y demás
usos domésticos. Se empleaba, en efecto, en un gran número de indus-
diistrins. Una petición de 1738, que solicitaba del Parlamento que to­
mase medidas contra el alza excesiva del carbón, estaba firmada por
«los vidrieros, los cerveceros, los fabricantes de licores, los refinadores, los
jaboneros, los herreros, los tintoreros, los ladrilleros, los caleros, los
fundidores, los estampadores de indianas» 3. No dejará de advertirse
que los herreros y los fundidores figuran en esta lista: ¿no bastaría

1 La del País de Cales también fueron explotadas desde muy pronto. Defoé
menciona la ciudad de Swansea. que enviaba grandes cantidades de carbón a
Somerwt. Devon, Comualles y a Irlanda. T o u r , 111. 82.
2 Según B raro: H is t. o j N e w c a s tle , II, 273, eate comercio ocupaba, en 1705.
a 1.277 embarcaciones de gran tonelaje. «Las minas de carbón deben ser esti-
mudas canto una de las cansas que más han contribuido a extender la navega­
ción y la marina en Inglaterra. Esta sola rama del comercio emplea más de
1.500 buques de 100 basta 200 toneladas y se la juzga como la escuela de los
marinero» de la marina inglesa. Lo cual ha hecho dar a estas minas el nombre
de Indita Negras.» L a riq u e z a d e I n g l a t e r r a (1773), pág. 56. D u d l e y escribía
ya: «Los territorios de Gran Bretaña son nuestras Indias del Norte, ricos en
minas y en metales.» M e ta llu m M a r i i s , pág. v.
3 Journ. o j th e llo u s e o f C o m m o n s , XXIII, 263. En algunas de estas indus­
trias la hulla no parece haberse introducido más que a finales del siglo XVI o prin­
cipios del XVU: «En ios ladrillares, las cervecerías, las tintorerías, las fundi­
ciones ilo cobre, los únicos combustibles empleados hace solo algunos años eran
la Mintiera y el carbón de madera; pero ahora se los reemplaza por el carbón de
piedra, que da ton buenos resultados.» St UrtgVant, S.: A tr e a d s e o j m e ta lh c a ,
prefacio, pág. 8. Los herreros lo emjjleabun desde hacía mucho tiempo: «Antaño
los herreras forjaban el hierro con un fuego de carbón de madera (y en ciertos
sitios donde el carbón de madera es burato aún continúan sirviéndose de él);
pero desde hace largos años se ha empleado y se emplea en su lugar el carbón
de piedra partido en pequeños trozos.» Idem, i b i d . Véase el pasaje donde Agrí­
cola, en 1546. enumera los usos de la hulla: «Etenim fabri aerorii el f e r r a r e
carbonttm, quod eis multo diutius durci, vice ipso utuntur. Sed quia sua pingue
tudine inficit ferrum el fragile fácil, qui subtilia opera eíficiunt hoc non utuntur,
nisi eorum qui ex ligno íiunt magna lucrit penuria. Eodcm bituininc hi, qtios
ligua dcficiunt, cibos coquunt. caldaria, in quibus hieme degunt vitam, calefa-
ciunt, calcem urunt, viü'um vero ioeioris plcrumque sale, in ignem iujecto, corri-
gunt. Agrtcolac codem vites oblinunt. quod vermes illarum oculos róllenles in
tcrficiat. Eodcm, dccoris gratia, quídam tingunt palpebras et capillos, in medi-
cinae vero usu exsiccat et digerit. Atque ex duro político figurantur efligies
homitttun, globuli quibus numerantur preces, gemmae aunulis inferendae, aut
lumia clandendae.» A grícola, C.: D e n a tu r a j o s s i l i i i m , libro IV, pág. 237 (edí-
líútl tic I.V16).
iir : el h ie r r o y la h u lla 271

rato para probar que la metalurgia, desde esa época, bacía corriente­
mente uso de la hulla? La usaba, sin duda, pero solamente para algunas
de sus operaciones. Para forja r o moldear los metales, la hulla tenía
aproximadamente las mismas cualidades que el carbón de madera; pero
no sucedía igual cuando se trataba de fundir las menas, y sobre todo
la mena de hierro. Esta, bajo la acción de los compuestos sulfurosos
que la hulla contiene en cantidad más o menos grande, y que se des­
prenden en el momento de la combustión, se altera y da una fundición
impura, quebradiza, que es imposible trabajar con el martillo. N o se
sabía cómo evitar este inconveniente. Asi, la industria a la que la hulla
ilohía prestar los mayores servicios era justamente la que no podía ser\
virse de ella. Las fraguas continuaron quemando carbón de madera,'
cada vez más raro y mus caro, mientras quo a su lado inmensas reser­
vas de carbón de piedra permanecían inutilizadas.
¿Cómo llegar, empleando la hulla, a producir metal de buena cali-!
dad? Tal es el problema que acometieron con obstinación varias ge-^
neraciones de investigadores. L a historia de sus tentativas es muy in­
teresante, aunque sea harto dificil apreciar exactamente los resultados
de cada una de ellas. En 1612 un tal Simón Sturtevant, de origen ale­
mán, obtuvo por cartas patentes un privilegio exclusivo para el trata­
miento de la mena de hierro con fuego de hulla D ejó un libro curioso,
que trata, en forma un tanto escolástica, pero con atisbos a menudo in­
geniosos, de los inventos en general, y del suyo en particular 1 2. Todo
procedimiento técnico nuevo, decía, debe cumplir tres condiciones m í­
nimas en relaeión con aquel al que reemplaza: debe asegurar una pro­
ducción por lo menos equivalente en cantidad, en calidad y en precio 3.
Su utilidad real no se demuestra y su éxito no es probable sino cuan­
do este mínimo es superado, y la producción resulta más abundante,
más perfecta o menos costosa. El invento que Sturtevant pretendía ha-

1 Beck, L .: G e s c ld c h t e d es E is c n s , 11, 124V. cita privilegios análogos con­


cedidos en 1589 a Tilomas Proctor y William Pcterson, y en 1607 a Robert Chan-
Lrell. ¿Pero empleaban estos la bulla y la turba («Alone coal. sea coa), pit coal
and peat coal») para fundir el hierro o solo para forjarlo? F.l texto de la pa­
tente de Siurtevnnt está reproducido por extenso en el T r e a t ia e o j M e t a l l i c a ,
púgs. 5 y ags.
* Distinguía, en lo que llamaba la hcurélica (del griego aipfoyui), dos par­
tea, la parte científica y la parte mecánica: «La científica e» la que prescribe
reglas generales para todas las artes liberales, cuyo fin principal es la ciencia,
fuera de torio resultado visible y de todo objeto material... La parte mecánica
es la que prescribe reglas generales para todas las artes no liberales que tienden
a un resultado visible y a un objeto material. Y una invención de esta última
especie se llama una invención mecánica.» T r e a l is e o ] M e t a l l i c a , págs. 50-51.
Loa inventos, según Sturtevant, se dividían en inventos mixtos e inventos puros,
consistiendo unos en aplicaciones nuevas de un principio ya conocido (ejemplo,
el molino de viento, inventado después del molino de agua), y liasAñilóse los
otros, por el contrario, en un principio nuevo (ejemplo, la imprenta). I h i d . , pág. 56.
3 I b í d . , pág. 82. «F.qui-sufficiency, eqúi-oxcellency, <*qiii-<licit|>nes».
»T« PARTE I I : GRANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

ber hecho reunía, a su entender, dos de estas ventajas. En primer lu­


nar permitía realizar en la fabricación una economía muy considera­
ble: un alto horno gastaba en carbón de madera 500 libras al año; el
empleo de la hulla debía icducir este gasto a la décima parte *. Nada
se opondría, según esto, al desarrollo rápido e indefinido de las indus­
trias metalúrgicas. Y al mismo tiempo se preservarla la existencia de
los bosques: consideración que, lejos de ser accesoria, era quizá la
que importaba más a los contemporáneos1 2.
Así, pues, comprendió e indicó muy netamente el inmenso bene­
ficio que debía resultar para la industria del hierro del uso de la hulla.
¿Pero fue más lejos? ¿Era verdaderamente un inventor o solamente un
hombre de proyectos? Estamos bastante bien enterados de lo que pen­
só y hastanto nial de lo que hizo. Sin duda, había renunciado a ser­
virse de la hulla cruda, pues habla de una preparación «que tiene por
objeto separar todo lo que podría corromper o alterar el metal34 *. Tal
vez logró fabricar el cok. Pero es probable que no supiese sacar par­
tido de este primer invento, porque al cabo de un año apenas fue de­
clarado nulo su privilegio, como habiendo abandonado por propia ini­
ciativa su empresa *. Sus derechos fueron transferidos a un protegido
del principe de G ales3, John Rovenzon. que prometió a su vez el oro
y el moro, y no consiguió mejor que su predecesor cumplir sus pro­
mesas.
Este doble fracaso era de mal augurio. Pero las dificultades que
atestiguaba no detuvieron las investigaciones, provocadas por la nece­
sidad práctica. Quien parece haberse acercado más a la solución defini­
tiva es Dud Dudley, personaje extraordinario, al que ciertos técnicos
reconocen un valor que para otros permanece discutible “. El mismo
nos ha contado la historia de su v id a 7. H ijo natural de Eduardo, con­
de de Dudley, fue colocado, recién salido de la Universidad de Oxford,
al frente de las fraguas que su padre poseía en el bosque de Pensnet,
en Worcestershirc. Fue allí donde, en 1619, se dedicó n sus primeras ex­
periencias: «La madera y el carbón de madera escaseaban, y en los

1 T r e a t is e o/ M e t a l li c a , pág. 2.
2 S turtevant vuelve sobre ello a menudo, con marcada insistencia, Ib id e m ,
págs. 2. 8, lO.1).
3 I b í d „ pág. 106. V ase P ercy: /r o n a n d S te e l, pág. 882.
4 R ovENZON, John: A Ir e a tis e o f m e t a ll ic a , b u l n o t t h a t t v h ic h w as p u b lis h e d
b y M r . S im ó n S t u r t e v a n t a p o n A is p a t e n t , pág. A. Beck, I..: G e s e h ic h te des
F is e n s . II. 1253-54, toma partido contra Sturtevant, tratándolo de charlatán y de
timador.
3 Henry Stuari, primogénito de Jacoo 1. que murió en 1613.
* M üshet, D.: P a p e r s o n i r o n a n d S te e l, págs. 43 y 401. y P ercy: [ r o n and
Steel., págs. 884-85, hablan con estima de sus trabajos. A siito n , T. S.: I r o n
a n d S te e l i n t h e i n d u s t r ia l r e v o lu t io n , págs. 11-12, se mantiene escéptico.
7 F.n la obra titulada M e t a l l u m M a r t i s , o r i r o n m a d e u iith p it - c o a l, s e a -
C oa l. e t c ., a n d ic it h th e s a m e f u e l l o m e l t a n d f in e i m p e r f e c t m e tá is , a n d r e fin e
ncr/i-cí m e tá is (1665).
III: EL HIERRO Y LA MULLA 273

contornos inmediatos del alto homo habia hulla en gran cantidad. Esto
fue lo que me determinó a m odificar la estructura del hogar para tra­
tar de meterle hulla... El éxito que obtuve desde el primer ensayo me
animó... Después de un segando ensayo vi que el metal obtenido con
mi nuevo procedimiento era de buena calidad. La cantidad dejaba que
desear, ya que no pasaba de tres toneladas por semana: pero no du­
daba que llegaría a perfeccionar mi invento» 1... Hizo presentar mues­
tras al rey Jacobo, las cuales fueron reconocidas como «de buen hierro
comercialn, y habiendo caducado el privilegio de Sturtevant y de Ro-
venzon, pudo sacar en seguida una patente a nombre de su padre, lord
Dudley 2.
No lo seguiremos a través de todas las vicisitudes de su existencia
agitada. Tuvo que sufrir los percances habituales de lo » inventores. Los
altos hornos que había construido cerca de Stourbridge, en la región
de Birmingham, fueron arrastrados por una inundación s. Más tarde,
establecido en Sedgaley, Staffordshire, se vio expuesto a la envidia de
los maestros de forjas, que excitaron a sus obreros contra él: su esta­
blecimiento fue invadido y saqueado 4. En medio de sus apuros, el rey
Carlos I le dio señales de sn benevolencia, y hasta accedió en 1638 a
otorgarle la renovación de su privilegio s. Pero casi en seguida estalló
la guerra civil. Dudley, realista exaltado, abandonó sus fraguas para
alistarse en la caballería del príncipe Ruperto. Se distinguió por su
Valor y llegó al grado de coronel. Terminada la guerra con la derrota
y la muerte del rey, se encontró arruinado, aislado, sospechoso ®. N o po­
día pensar en defender su privilegio: consintió incluso en ayudar— sin
confiar, no obstante, su secreto— a algunos de los que intentaban, por
métodos más o menos análogos al suyo, obtener los mismos resultados.
Primero fue a cierto capitán Buck, que, asociado con Edward Dagney,
«un ingenioso vidriero», se había instalado en el bosque de Dean: su
procedimiento consistía en aislar la mena de la hulla colocándola en
crisoles de barro cocido. Pero los crisoles estallaron y las experiencias

1 M a r tis , pág. 6.
M e t a llu m
3 Esta patente fue renovada en 1621 por un período de catorce año». Véase
Abridgments of speci/ications relating to th e m a n u fa c tu re of iron and Steel,
pág. I (patente núm. 18).
3 M e t a llu m Martis, pág. 13: «En la parte baja de la ciudad «le Stoubridge
las gentes salvaron a duras penas sus vidas refugiándose en el tillimo piso de
sus casas.»
4 Ib íd ., pág. 16.
* «Mi muy querido señor, nuestro santo mártir Carlos 1—que su memoria
sea por siempre bendecida— me estimuló concediéndome, en el decimocuarto año
de su remado, cartas patentes para confirmar mi derecho exclusiva de fundir el
hierro y de preparar y refinar todos los metales por medio de carbón de piedra
y de turba.» I b í d . , págs. VII y 17-18.
0 I b i d . , págs. 17-20. Sus fraguas habíap sido destruidas por tercertt ver por
el ejército republicano,
mantoux __ 18
a ;i PARTE ir : C IU N D E S IN V E N T O S Y CRAN O ES EM PRESAS

i ii luí» i|uc se había interesado Cromwell quedaron interrumpidas1. Co-


p/tlry, que en 1656 hizo en los alrededores de Bristol una tentativa se­
mejante, no tuvo más éxito: Dudley había construido para él fuelles de
grandes dimensiones «que un solo hombre podía, sin fatiga, hacer
funcionar durante una hora o dos» 2. La cuestión seguia en el mismo
punto cuando la Restauración devolvió a Dudley la esperanza de en­
trar en posesión de sus derechos y de poder reanudar su empresa.
Sus diligencias fueron acogidas con bastante frialdad. Fue entonces
cuando escribió y dedicó «al honorable Gran Consejo de Su Majes­
tad» su libro titulado MetaUum M ariis, que es a la vez una autobio­
grafía y una defensa en favor de su invento. Recordaba las inquietu­
des causadas desde hacía largo tiempo por la destrucción de los bos­
ques y las leyes vanamente promulgadas para detenerla. El remedio que
proponía, lejos de dañar al desenvolvimiento de la metalurgia, debía,
por el contrario, favorecerlo. Insistía sobre el número y la riqueza de
los yacimientos hulleros, situados a menudo en la vecindad inmediata
de las minas de hierro. Citaba como ejemplo el país donde habia v i­
vido y trabajado durante su juventud; alrededor del castillo de Dud­
ley había encontrado las capas de carbón y los filones de mineral su­
perpuestos unos a otros, estos aflorando a la superficie del suelo, aque­
llos a una profundidad de diez yardas apenas. Y eso en una región
donde las fraguas paraban por falta de leñ a3. El aliento y la ayuda
que pedía, después de tantos sacrificios, debian aprovechar al público
más aún que a él mismo: «Créeme, lector, no es un interés privado o
político lo que me inclina a obrar, sino únicamente el deseo ardiente
de ser útil, como conviene a un hombre honrado, paíriae, parenábus et
ainicis » *. Había en este llamamiento, tan digno de ser escuchado, aun­
que nada más hubiese sido por interés práctico, algo de noble y de
conmovedor. Y , por otra parte, la abnegación probada de Dudley a la
causa real parecía recomendarlo a los favores de Carlos II. Pero es lo
propio de las restauraciones el mostrarse ingratas para con algunos de
sus viejos partidarios. Dudley fue de esos. L e fue negada su solicitud
y, abrumado por esta decepción suprema, renunció a ocuparse en ade­
lante de su invento. Murió oscuramente en 1684 y su secreto con él.

1 MetaUum Mariis, págs. 21-25. La patente del capitán Buck está fechada
el l.° de marzo de 1651. Una serie de patente* anteriores, algunas concedidas
con infracción del primer privilegio de Dudley, testimonian repetidos esfuerzos
dirigidos en el mismo sentido. Véase Abridgments of specilicaiions retalias lo
ihe manufacture of iron and sleel, págs. 2-3. Tentativas del mismo género tu­
vieron lugar en Francia, aproximadamente al mismo tiempo. Véase el Portíllele
des bois et forests avec les ierres ó brusler, verbal de l’invenlion du vray charbon
de terre par toute la France (anónimo, París, 1627), y L ambf.rvh .i.e, Cb.: (Eco-
nomié ou mesnage des ierres inútiles propres á brusler el taire charbons de
jorge (Paría, 1631).
a Metallum Martis, pág. 26.
3 lb íd „ págs. xv, 2, 9 y 38-39.
I b í t l. , MI.
ÍJI: E L H IE R R O V L A H U L L A 275

Aunque no esté corroborado por ningún contemporáneo, su propio


testimonio sobre los resultados que obtuvo ha sido aceptado en el si­
glo XIX por técnicos calificados \ A firm a haber producido una fundi­
ción de buena calidad por un precio de coste de cuatro libras esterlinas, en
lugar de seis a siete libras, que era el precio habitual a, lo que habría tras­
tornado la industria metalúrgica. Es sorprendente que con tal ventaja
sobre todos sus competidores no haya triunfado al fin. Además, como
lia hecho observar uno de los más recientes historiadores de la revolu­
ción industrial en el dominio de la metalurgia: «S i Dudley estaba
animado por un noble patriotismo y por el solo deseo de ahorrar la
madera de que dejiendía la seguridad de Inglaterra, es extraño que se
haya llevado su secreto a la tumba... Su memoria no menciona ninguna
tentativa de transformación del carbón en cok; ahora bien, parece que
los fuelles de que se disponía en el siglo XVII no habrían permitido ob­
tener un hierro de buena calidad mediante el empleo directo del car­
bón» 3. Sin duda, nunca sabremos si Dudley ha sido poco o mucho un)
precursor en cuanto al invento que en el siglo siguiente iba a revolu­
cionar la industria o si no era más que un soñador y un aventurero
que ha sabido presentarse bajo un aspecto interesante y novelesco.
Después de Dudley volvió a empezar la serie de vanas tentativas.
Ln alemán llamado Blauenstein levantó en 1677, cerca de Wednesbu-
ry, un alto horno «tan ingeniosamente construido que muchas personas
pensaban que triunfaría » A. Era un horno de reverbero propiamente di­
cho, en el que la llama, al encorvarse, venía a lamer la mena, colocada
completamente fuera del hogar. Pero la llama, cargada de vapores sul­
furosos, alteraba la fundición casi tanto como el contacto inmediato de
la hulla en combustión5. Blauenstein empleaba la hulla sin someterla a
ninguna preparación; sin embargo, el uso del cok se difundía cada
vez más: había llegado a ser completamente corriente en ciertas indus-1 2

1 Es la opinión de M ushet, David.: Papen on irán and Steel, pág. 43. Véa-
/ron and Steel, pág. 885; B eck, L.: Geschickte des Eiscns, 11, 9oo.
rp P e rc y :
a MetaUum Martin, págs. 14-15. Lo vendió hasta 12 libraB la tonelada,
s A shton , T. S.: Iron and Steel in the industrial revolulion, págs. 11-12.
* P lot , R.: N a t u r a l h is t o r y o f S t a j lo r d s h i r e (1686), pág. 128. La patente
concedida a Blauenstein (bajo el nombre inglés de Blewstone) « t é fechada el
25 de octubre de 1677 (núm. 198). Véase A b r id g t n e n t s o j s p e c t lic a U o n s r e la U n g
lo iron a n d S te e l, pág. 3. . _ . . . , », , ..
* Idem, l o e . cil.; Becher, J.: Narrische Weishetl und uietse r/arrneit,
nág. 34, pretende que Blauenstein logró resolver esta dificultad: «Yo he vibIo
recientemente la prueba en casa del príncipe [Ruperto]: un instrumento, hecho
de metal fundido según este método, que presentaba todos los caracteres del
hierro maleable.» Pero: 1.» el testimonio de Plot es posterior al de Becher
<1686 y 1683): en el intervalo se había podido juzgar el valor real del invento;
2 o Plot que vivía en Inglaterra y escribía la historia,<1e1 condudo donde habían
tenido lugar las experiencias, ha debido recoger informes más directos y mas
completos; 3.° Becher, compatriota de Blauenstein (no ge olvido de hacer notar
que es un alemán, ein Teulscher), es sospechoso de parcialidad en su favor.
27fi l’ A U T E II I G R A N D ES IN V E N T O S Y CRANDES EMPRESAS

Illas. En particular los cerveceros lo empleaban con preferencia al car­


bón de madera *. Fue con el cok con lo que se hicieron entre 1726 y
1734 las experiencias desgraciadas de William Wood. Este W ood fue
un personaje célebre en su tiempo: contra él escribió Swift, con un
brío tan admirable como injusto, sus Cartas del pañero. La acuñación
de la moneda de vellón para Irlanda, que le valió los ataques apasiona*
dos del temible libelista, no fue más que una de sus numerosas em­
presas. Poseía forjas y talleres de quincallería y había tomado en arrien­
do la explotación de las minas en toda la extensión del dominio r e a l12.
Habituado a los grandes proyectos, soñaba con crear en su provecho un
gigantesco monopolio, renovando la técnica de la industria del hierro.
En 1726 se instaló en Whitehavcn, Cuniberland, c intentó producir
fundición mezclando la mena con cok pulverizado en un horno de re­
verbero 3. Los resultados no fueron muy satisfactorios, si hay que creer
a un juez competente, Swedenborg, que antes de fundar una religión
fue Bsesor de minas y escribió sobre química de los metales4. Wood no
dejó por ello de pretender que estaba o estaría bien pronto en condi­
ciones de producir excelente hierro maleable en cantidad indefinida.
Hablaba de tomar a prés amo un millón de esterlinas y de montar cien
altos hornos®. En 1728 firmó un contrato por el que se comprometía
a entregar a la Compañía Real de Minas 30.000 toneladas de hierro en
barras de 11 y 12 libras la tonelada *. No habría adquirido tales com­
promisos de no haberse creído muy cerca de la meta. Pero se equivoca­
ba al contar así con el porvenir. Cuando en 1729 solicitó una carta de
monopolio que quizá le hubiese permitido salir del paso comprando los
altos hornos existentes, fue intimado a que proporcionara en seguida
la prueba de su descubrimiento. Las burlas y las injurias comenzaron
a llover sobre él. Se lo acusó de estafa: el hierro que mostraba a los
expertos estaba fundido, se decía, con carbón de madera; lo que obtenía
por su maravilloso procedimiento era una fundición negra, tosca y írá-

1 «Los cerveceros tienen una manera de calcinar el Carbón de piedra total­


mente igual que se carboniza el carbón de madera... Se da al carbón así pre­
parado el nombro de cok ( o a k ) ; da casi tanto calor como el carbón de madera
y puede reemplazarlo en casi todos los casos, exceptuando, no obstante, cuando
se trata de fundir y de refinar el hierro.» Pl.OT. R., l o e . c it .
* T h e p r e s e r a S t a t e o ¡ M r . W o o t t s m i n e p a r t n e r s h ip (1720); A nderson, A.:
H i s t ó r i c a ! a n d c h r o n o l o g i c a l d e d u c l i o n o/ t h e o r i g i n o/ c o m m e r c e , III, 124-.
3 Patente del 18 de septiembre de 1728 (núm. 502). Véase Abridgmenls o/
speci/ications relaling l o iron and Steel, págs. 5-6.
4 «Tcntamen novum Angliae venim ferri íundendi in caminis reverberii per
carbones lapideos sive lossiles.» R e g n u m s u b l c r r a n e u m : d e F e r r o . Obras. III,
160-62.
3 T o a l l lo v e r s o / a r t a n d i n g e n u i l y , pág. 2: A l e t t e r /r o m a m e r c h a n l a l
W h it e h a v c n to h is j r i e n d i n L o n d o n , pág. 3.
“ A l e t t e r ¡ r o m a m e r c h a n l, pág. 2. El precio del hierro de Bilbao, en el
mercado rio Londres, se elevaba a 15,5 chelines; el del hierro sueco, a 16,5 che­
lines. K n c E R S , Thorold: H i s t . o d a g r i c u l t u r e a n d p r ic e s i n E n g la n d , VII, 387.
Ilr: EL HIERRO V LA HUI.l.A 277

gil: todos los herreros que lo habian ensayado declaraban que no que­
rrían servirse de él ni aunque se les diera gratis. Se lanzaron falsos
prospectos en los que, contando con estos bellos resultados se invitaba
al público a suscribir somas fabulosas: «Se aceptarán incluso los cuar­
tos irlandeses de Mr. Wood» x. Una prueba ante testigo», a la que Wood
fue obligado a prestarse, remató su confusión 123*. Lo cual no impidió
que el mismo año un al William Fallowfield anunciase ostentosamente
un invento análogo5 *: hasta tal punto se deseaba encontrar una solu­
ción al problema que interesaba la existencia misma de la metalurgia
inglesa,
UnR familia, o mejor dicho una dinastía de maestros de forjas, los
Darby de Coalbrookdale, halló por fin lo que desde hacía un siglo se
buscaba en vano. Hoy sabemos que el invento debe ser atribuido al
abuelo, el primer Abraham Darby, que murió en 1717. Era un cuáque­
ro, h ijo de granjeros, que ejerció primeramente el oficio de construc­
tor de molinos y luego el de fabricante de cacharros de fundición. Du­
rante un viaje que hizo en 1704 había observado los métodos de los fun-
didores holandeses, y en 1707, conjuntamente con otro cuáquero, John
Thomas, obtuvo una patente «para la fabricación de marmitas y otros
utensilios panzudos, vaciados en moldes de arena, sin arcilla ni tierra
gredosa» L En 1709 se estableció en Coalbr ookdafe, no lejos de Wolver-
hampton, en los confines de esa región de los Midlands, que es el país
por excelencia de los inventos metalúrgicos, como Lancashire lo es de
los inventos textiles. El valle del Coldbrook, pequeño afluente de la iz­
quierda del Severn, era un antiguo centro de fraguas poco menos que
abandonado, aunque sus alrededores estuviesen todavía muy poblados
de arbolado. Habia en su proximidad importantes yacimientos de hulla
fáciles de explotar. ¿Había visto Darby desde el principio las ventajas
de esta situación? Lo cierto es que lo comprendió rápidamente y en
neguida trató etc sacarle partido.
Es difícil precisar la fecha de la invención. En una carta escrita
muchos años más tarde y descubierta recientemente, Abiah Darby, es­
posa del segundo Abraham Darby, hace el relato siguiente: «H acia el
año 1709 v in o 8 a instalarse a Coalbrookdale, en Shropsbire, donde con
varios asociados tomó en arriendo las instalaciones, es decir, un viejo
alto horno y algunas fraguas. A llí colaba en moldes de arena diversos

1 ,f le tte r ¡r o m a m erch a n l in IF h ite h m e n to an ir o n m a s te r in th e S o u th


<>l K n g l a n d ; An accou nt o ¡ M r. J P o o tfs ir o n m ade w it k p u lv e r iz a d o r e and p it
to a l; B eu/are o/ b u b b le s . Todos estos folletos están reunidos en el Briiish Mu-
leura bajo la signatura 816 m. 13 (13).
3 G e n l l e m a n 's M a g a s in e , año 1731, págs. 187 y 219.
3 M r . William F a l l o t c f i e W s p r o p o s a l /o r m a k i n g iron w itk p e n i, at ten
fioundí a t a n , i n p u r s u a n c e o/ a p a l e n t g r a n te d to h i m b y b is la t e M a je s t y (1731).
■* Smiles : In d u s t r ia l B i o g r a p h y , pág. 81; A siiton , T. S.: I r o n a n d Steel i n
th e industrial r e v o lu t io n , pág. 27. t
3 El primer Abraham Darby.
ll.'H paute n : c r a n d e s in v e n t o s y c h a n d e s e m p r e s a s

ohjelos de hierro, procedentes de este alto horno, que funcionaba con


cmbón de madera, ya que todavía no se habia pensado en emplear el
rarbón de piedra. Algún tiempo después expresó la idea de que tal vez
sena posible obtener hierro tratando la mena en el alto homo con car­
bón de piedra: primero hizo ensayos con el carbón crudo, tal como
salía de las minas, pero no logró resultado. Sin desanimarse hizo tostar
el carbón para obtener las cenizas, como se hace con la malta para
secarla, y entonces lo consiguió y le dió satisfacción» l .
Este relato concuerda con la mención hecha por Darby en su M e ­
morándum del empleo que hizo en 1713 de una mezcla de cok. turba y
cisco*. Pero del examen de los archivos de la fábrica resulta que des­
de 1709 las compras de hulla eran habituales, mientras que se señalan
muy pocas compras de carbón de madera; el mismo año se pagaron
ciertas sumas a los «tostadores de carbón», lo que significa que Coal-
hrookdale fabricaba y empleaba el cok. Pero fue preciso, sin duda, al­
gún tiempo para vencer las dificultades que, desde hacía tantos años,
se habian comprobado como insuperables.
El problema era complejo1 *3 y quedaba verosímilmente mucho por
hacer después de la muerte prematura de Abraham Darby. Su hijo, que
no dirigió el establecimiento de Coalbrookdale más que a partir de
1730, perfeccionó los procedimientos de fabricación del cok, reforzó
los fuelles, que eran accionados por ruedas hidráulicas e imaginó, para
impedir la alteración del metal durante la fusión, mezclar la mena con
cal viva y otros cuerpos que sirvieran de reactivos. Mientras que su
padre jamás había fabricado más que fundición él logró producir hie­
rro en barras a partir de la fundición con el cok 4. Pero transcurrieron
años antes de que este descubrimiento, cuya necesidad se hacia sentir
tan vivamente, fuese universalmente adoptado por la industria meta­
lúrgica s.

1 A stiion, T. S., ob. c i t ., pág. 250. En la jirimera edición de la presente


obra habíamos adoptado le versión de Percy que, fundándose en una tradición
familiar, atribuía el invento al segundo Abraham Darby (hacia 1735). Véase
P ercy: ¡ r o n a n d Steel, pág. 888. El testimonio de Mra. Darby invalida esta his­
toria: es evidente que ella nunca había oído hablar sobre el particular.
1 Scrivenoh. H.: H i s t o r y o f th e i r o n tr a d e , pág. 56. y Rece, L.: G e s c h ic h t e
d es E is e n s , III, 160-61. Ambos hacen datar el invento de 1713.
3 «Para producir una calidad satisfactoria de metal con el combustible mi­
neral hacía falta ante todo encontrar el medio de desembarazarlo de ciertas im­
purezas por la transformación del carbón en cok; en segundo lugar, construir
un alto homo suficientemente grande para que la mena pudiese permanecer en
contacto con el combustible durante un tiempo más largo que por el procedi­
miento que empleaba el carbón de madera; y en tercer término, elevar más la
temperatura por medio de fuelles más potentes.» A siiton, T. S., o b . c it . , pág. 31.
4 Percy, o b . c it . , pág. 888, y A shton, T. S,. o b . c it ., pág. 251.
• La primera mención pública del invento fue hecha en 1747, en la R o y a l
S o c ie ty (comunicación del profesor Masón, de la Universidad de Cambridge):
iiSo lia internado varias veces emplear la hulla para tratar la mena de hierro;
Itt: EL FI1EHU0 V LA IIUI.l.A 279

Ln historia de este invento capital presenta más de un rasgo de se­


mejanza con la de los inventos textiles. En ambos casos ln transforma-;'
ción de la técnica se ha hecho necesaria por una crisia económica.!
Y esta crisis es debida a una ruptura de equilibrio entre las diferentes
ramas de la industria; la actividad relativa de los pequeños talleres
de Sheffield y de Birmingham, que precisaban de materia prima: la de­
tención del crecimiento, o más bien la debilitación de la industria d$
las minas y de los altos hornos, que no podia ya proporcionársela, ta­
les son las causas del movimiento, cuya etapa decisiva la constituye el
invento de Abraham DarbyTlEn cuanto a sus consecuencias, ya se de-|
jaban entrever, al menos éñ lo que concierne a Inglaterra. «La natu­
raleza nos lia dado tesoros de hierro y de hulla. El carbón de piedra es
tan abundante y tan poco costoso, al lado de nuestras fraguas, como
lo es el carbón de madera en Suecia y en Rusia» ’ . La alianza, en loi1
sucesivo indisoluble, de la hulla y del hierro, abría a la metalurgia in-1
glesa un magnífico porvenir.

III

Después de la invención de la spinning-jenny, los telares a mano


no bastaron ya para la tarea. Del mismo modo cuando, gracias al em­
pleo de la hulla, se pudo producir fundición en gran cantidad se plan­
teó un nuevo problema: ¿Cómo convenir esta fundición en hierre
maleable? El procedimiento de refinado en bajo h orn o2 no permitía ope­
rar más que con pequeñas cantidades. Además— y era ahí donde re­
sidía la dificultad principal— exigía el uso exclusivo de carbón de*1

no eren que jamás se haya conseguido... Hay que exceptuar a Mr. Ford, de
Coalhi'ookrlale, en Shropshire; con mena do hierro y Hulia, ambos extraídos en
el mismo lugar, produjo a su antojo fundición frágil y fundición maleable. Ca­
ñones fabricados por este procedimiento son do un metal tan blando que se
puede horadar y moldear a tomo como si fuera hierro forjado. P h i l o s o p h i c a l
ir a n s a c tio n s o f th e R o y a l S o c i e t y , XLIV, 305. Ford era yerno y asociado de
Abraham Darby. Según M ac Cüli.och: L i l e r o t u r e o/ p o l i t i c a l e t o n o m y , pági­
na 238. el procedimiento solo fue verdaderamente conocido y empleado corrien­
temente hacia 1780. Las quejas a pro osito de la falta de combustible se pro­
longaron mucho tiempo después del invento que las hacia inútiles; véase T h e
s l a t * o í th e tr a d e a n d m a t U íf a c to r y o / i r o n i n G r e a t B r i t a í n c o n s id e r e d (1750).
T. 5. Ashton apunta que el uso de la fundición con cok no se introdujo en el
condado de Worccster sino hacia 1750. Explica que sel fundidor que deseaba
vender a los maestro» de forjas no tenia ninguna razón pura anticipar el hecho
de que su fundición estaba colada con la ayuda de un combustible mineral».
O b . e ir ., pág. 36.
1 H ostleth w ayte: C o n s i d e r a t io n s on th e r n a k tn g oí bar ir o n K Ítli p it Or
peat con l ¡ir é(1747). pág. 5.
~ El refinado en bajo bonio se practicaba directamente sobre las menas
ricas; tenía lugar mediante fusión en un crisol colocado tt rus de lierru, bajo
la acción de los fuelles. Véase B eck, L.: t G e s c h ic h t e d e s E is c n s , 111, 113-31, y
Lr.nEBtm: M a n u e l d e l a m é t a ll u r g i e d a ¡ e r (irail, fr.), II, 335 y sig.
■ jmt I'A R T E M: G R A N D ES IN V E N T O S V CRANDES EMPRESAS

inaileru. Mientras que la producción de fundición aumentaba rápida­


mente, la de hierro en barras se encontraba, pues, limitada. De ello
resultaba una especie de atascamiento crónico de la industria, del que
lns maestros de forjas tenían motivos para preocuparse l. El único me­
dio de hacerlo desaparecer era consumar la obra de Abraham Darby,
llegar a emplear la hulla en el refinado de la fundición al igual que en
d tratamiento de la mena.
El período de tanteos fue relativamente corto. En 1762 fueron obte­
nidos resultados alentadores por John Roebuck, el fundador de las fra ­
guas de Carrón. Era un hombre inteligente y culto que había estudiado
química, al mismo tiempo que medicina, en Edimburgo y en Leiden *.
Por lo que se puede juzgar, su invento se aproximaba bastante a la pu-
dolación tal como se practica boy día1 *3*. Ignoramos lo que le faltó para
alcanzar el éxito. Sin duda, el metal obtenido no era bastante puro y
no habría podido sostener la competencia formidable del hierro ruso
o del hierro sueco. Un procedimiento análogo fue hallado en 1766 por
dos obreros de Coalbrookdale, Thomas y Ceorge Cranage. Con ayuda
de su patrono, Richard Reynolds, yerno del segundo Darby, constru­
yeron un hom o de reverbero, análogo al que Blauenstein habia levan­
tado no lejos de allí un siglo antes *. Sus experiencias, como las de Roe­
buck, concluyeron en un triunfo a medias. ¿Comprendieron exactamen­
te la naturaleza de la operación que se trataba de efectuar? Es poco
probable, ya que la presencia del carbono en la fundición y la descar­
buración por la que se aísla el hierro puro son nociones totalmente
modernas. Es sabido el estado en que se encontraba la química antes
de Priestley y Lavoisier.
Una vez más la práctica adelantó a la teoria, bajo la presión de la
necesidad económica. El precio elevado del hierro en barras importado
de Suecia y de R u sia5 sin el que no se podía pasar en tanto que la

1 Altamos buscaron soluciones en el extranjero, particularmente en Suecia.


Véano sobre el viaje de Samuel G arbea, de llirminglmui, en 1763, los documentos
citados en el C a le n d a r o f H o m e O f f i c e P a p e r .* , 1760-1765, nútn. 1.359.
3 Véase Bobre Roebuck la excelente reseña del D i c l i o n a r y o f N a t i o n a l B i o -
g r a p h y , XLIX, 93-95, y Jardine : «Account of John Roebuck», T r a n s a c tio n s o f
t h e R o y a l S o c i e l y o f E d i n b u r g h , IV, 65 y sgs.
3 Patente del 25 de octubre de 1762 (núm. 780): «La fundición en lingotes
se funde en an homo calentado con un poco de hulla, bajo la acción de una
corriente de aire, y el metal se trabaja hasta que se reduzca al estado de natu­
raleza (?). Entonces se retira del fuego y se tritura, luego se expone a un fuego
de refinado, alimentado con carbón de piedra, hasta que se forme una l e n t e ,
que se golpea con el fin de convertirla en una barra de hierro.» A b r i d g m e n l s
of specifications r e l a t i n g to th e manufactures of iron a n d Steel, pág. 9.
* Patente del 17 de junio de 1766 (núm. 851). Los hornos de reverbero
eran numerosos en Suecia, donde se los empleaba sobre todo para poner al rojo
el hierro en barras antes de forjarlo por segunda o tercera vez. Véanse papeles
de W EDGWOOD, Josiah. British Museum, A d d i l i o n a l M S S , 28.311, pág. 9.
3 i)e»de 1700 se había producido una fuerte subirla (véase W arner, Town-
semi, en S o c i a l E n g la n d , V, 465). Las últimas cifras auténticas recogidas por
n i: E L H rE R R O Y LA H U L L A 281

producción inglesa permaneciese insuficiente, es una de las causas que


activaron las investigaciones, emprendidas en varios puntos a la vez L
I<n pudelación fue inventada, con algunos meses de intervalo, en el sur
ilH País de Gales y en Fontley, cerca de Portsmouth. Los dos inventores
no se conocían y, por lo demás, tuvieron destinos muy diferentes. Pe-
trr Onions J, capataz de forjas en Merthyr-Tydvil, siguió en la oscuri­
dad: Ilenry Cort 3, proveedor del Almirantazgo, en relaciones con altos
p'TSonajes, pudo en seguida dar a conocer su procedimiento y acometer
su explotación comercial. Si el mérito del invento no recae sobre él
solo, al menos desempeñó el papel principal en la transformación de la
industria que fue su consecuencia.
Conviene dar aquí una descripción sumaria de la pudelación4. La
fundición, cargada de impurezas, se parte en primer lugar en trozos y
se refina sobre un fuego de cok, lo que le hace perder algo de su carbo­
no. Luego se pone en un hom o de reverbero con escorias ricas en óxi­
do de hierro; desde el momento en que entra en fusión, el carbono que
todavía contiene se combina con el oxigeno: ]>ara acelerar esta combi­
nación se remueve fuertemente el baño metálico por medio de un
gaucho o hurgón. En seguida se produce una especie de ebullición, con
una llama azul característica, debida a la combustión del óxido de car­
bono. Se continúa agitando la masa incandescente, haciendo variar, por
momentos, la intensidad del fuego: poco a poco el metal se va reunien­
do en una lente esponjosa. Se recoge esta lente, se lleva bajo el martillo
i|ue extrae sus escorias y finalmente se lamina entre cilindros. El empleo
do la laminadora era quizá la parte más original del invento de Cort:
abreviaba singularmente la operación laboriosa del martilleo y permitía
producir de prisa y en grandes c a n t id a d e s T a l es el procedimiento,

TI), Rogéis están fechadas en 1763 (Estocolmo, 17 a 22 libras, y Gotemburgo,


17 libras la tonelada, H i s t . o ¡ a g r i c u l t u r e a n d ¡ ¡ r i c e s , VIII, 389). De acuerdo
ron ScttivKNOn: H i s t . o j t h e ¿ r o n t r a d e , pág. 93, en 1791 el hierro de Oregrund
valía 24 libras.
1 Citemos como recuerdo las de John Cockshutt (1771); véase A b r i d gm en ts
»/ s p e c ific a tio n s re la tin g to th e m a n u fa ctu re s o f ir o n and Steel, pág. 13.
1 Patente del 7 de mayo de 1783 (núm. 1.398), A b r i d g m e n l s , pág. 19.
3 Patente del 13 de febrero de 1784 (núm. 1.420), A b r i d g m e n l s , pág. 21.
Vcase en A shton, T. S., o b . c i t . , págs. 87-103, páginas de gran interés sobre la
carrera de Henry Cort y sns inventos.
4 Tomamos los elementos de esta descripción de B o n n a r d : «Mémoire
•nr les moyens employés en Angleterre pour le traitement du fer par le moyen
de la bouille», J o u r n a l d e s M i n e s , XVII, 270 y sgs. (año XUI). No hemoB tenido
i n cuenta, naturalmente, los perfeccionamientos recientes, mencionados en obras
i unió el M a n u e l de L edf.b u b .
1 Carta de Raby de Llanelly a Coningsby Cort. 20 de iimio de 1812: «La
jilea de producir hierro en barras en grandes cantidades y haciéndolo posar en-
ire cilindros acanalados después de la pudelación, en lugar ilc trabajarlo a mar-
nllo, era enteramente nueva y original.» W EBSTt.it, Th.: «Memoir of Ilenry Cort»,
M c c h a n ic s ' M o g a z in e , nueva serie, II, 53. Cfr. pe lición de los hijos de Cort a
l'AH'l’K II: GRANDES INVENTOS Y GRANDES EMPRESAS

on puramente empírico, de acuerdo con el cual se han prepa-


desde 1784 centenares de millones de toneladas de hierro: los
(W'uhrimientos del siglo XIX, que dieron su explicación científica, lo
lian modificado, en resumen, bastante poco L
El éxito práctico fué inmediato. Las primeras muestras de hierro
pudelado, sometidas a los peritos de la marina, fueron declaradas ude
calidad igual o superior al mejor hierro de Oregrund» *1 34. James Watt,
que había recibido a Cort en Solio en 17823, reconoció en seguida la
importancia capital del invento, y a este propósito mantuvo corres­
pondencia con su compatriota el químico Joseph Blanck, de Glasgow \
Los propietarios de las grandes ferrerías establecidas desde hacía poco
en los Midlands y en el País de Gales se mostraron al principio incré­
dulos. uCort, escribía Watt, es tratado indignamente por el mundo de
los negocios: son todos unos ignorantes y unos asnos.» Pero muy
pronto vinieron personalmente a pedir al inventor que tratase con ellos
para la explotación de su patente. Los resultados superaron todas sus
esperanzas: en Cyfarthfa, en el establecimiento de Richard Crawshay,
la producción de hierro en barras se elevó de 10 toneladas a 200 to­
neladas por semana 5. El censo estipulado por Cort era de diez chelines
por tonelada 6; si los contratos firmados en 1786 y 1789 hubiesen sido
lealmente ejecutados, el importe de los derechos durante el período legal
del privilegio habría alcanzado 250.000 libras esterlinas 7.
En el momento en que Cort veía anunciarse para su empresa el por­
venir más brillante, un desastre repentino lo abatió. Para agrandar sus
fraguas de Fontley había tomado a préstamo capital de un funcionario

la Cámara de los Comunes en 1812, Journ. of the House o f Commons, LXVII, 77.
S e precisaban doce horas para martillear una tonelada de hierro; en el mismo
espacio de tiempo se podían hacer pasar quince toneladas por la laminadora.»
Scrivenor: Hist. oj the iron trade, pág. 122.
1 Un perfeccionamiento casi inmediato consistió en colocar en el fondo de
los hornos de pudelar ceniceros móviles de hierro que permitían retirar el metal
a voluntad. Patente de Robert Gardner, nóm. 1.642.
3 Se verificaron ensayos en Portsmouth, en Plymouth, en Wootwich y en
Sheem ess. Véase W ebster, Th., ob cit., pág. 85.
3 C arta de Walt a Boulton, 14 de diciembre de 1782: «IToy hemos tenido
la visita de un tal ¡Mr. Cort, de Gosport; posee allá fraguas y ha descubierto,
según dice, un gran secreto para la producción de hierro, gracias al cual puede
proporcionar una cantidad doble en el mismo tiempo y al mismo precio que
antes. Dice que tiene necesidad de una máquina, pero no ha podido decirme
cu ál; desea que uno de nosotros vaya a visitarlo, y, al parecer,le ha escrito a
usted sobre el particular. Tiene aspecto de un buen hombre sin m alicia.» Smiles :
Lives of Boulton and Watt, pág. 327.
4 Carta del 6 de junio de 1784, citada por W ebster, pág. 52.
5 W ebster, Th., ob. cit., pág. 118.
6 0 sea, del 2,5 a l 3 por 100 del precio de venta, que era de unas 18 libras
la tonelada. M ushet, D .: Papers on iron and Steel, pág. 39.
7 Webster, Th., ob. cit., pág. 385.
I I í: EL HIERRO y LA TOLLA 283

ilcl Almirantazgo, Atlam Jellicoe, tesorero-pagador de las tripulaciones1,


cuyo hijo era sti socio desde 1775. En el mes de agosto de 1789 este
Jellicoe murió súbitamente: corrió el rumor de que se había suicidado
para escapar a las diligencias judiciales por haber malversado parte
de los fondos que le estaban confiados, El Estado se hizo cargo de sus
bienes, incluidos los créditos sobre terceros: todo lo que poseía Cort
desapareció. Hasta sti patente fue confiscada o vendida y los maestros
de forjas, sus deudores, se aprovecharon para no pagarle los derechos
vencidos 12. Fue el fin de su carrera industrial: completamente arrui­
nado obtuvo, gracias a la protección de Pitt, una pensión módica, de la
que vivió hasta 1800 3*. Pero la suerte de su invento no estaba ligada
a la suya, Por el contrario, al pasar al dominio público tenía tantas más
probabilidades de difundirse en poco tiempo, como el invento del wa-
ter-frame después del juicio que anuló la patente de Arkwright. La
pudelación fue muy pronto el procedimiento comúnmente empleado en
toda la Gran Bretaña para la producción de hierro en barras *. Esta
podía marchar, en lo sucesivo, con el mismo paso que la producción de
fundición; y ambas, reaccionando una sobre otra, entraban en la vía
de ese progreso gigantesco, cuyo término aún no ha sido alcanzado 56 *.
El gran papel industrial del acero no empezó sino mucho más tarde,J
hacia mediados del siglo xix. Sin embargo, hay que citar, al lado de
las invenciones cuya historia acabamos de contar brevemente, la del
acero fundido, debida a Benjamín Huntsman. Y a en 1722 Réaumur
había conseguido producir acero mezclando en un crisol hierro ma­
leable y fundición; pero sus experimentos no habían tenido consecuen­
cias prácticas 11. Huntsman era un relojero de Doncaster, en Lincolnshi-
re, que se ocupaba un poco de mecánica y de cirujía. Afectado, según
se dice, por la dificultad que experimentaba en procurarse acero fino

1 «Deputy-paymasler of seamen’s wages.» Véase sobre este asunto W ebs­


ter, Th., págs. 386 y sgs., y Esiunasse, F . : L a n c a s h i r e w o r t h i e s , II, 234-36.
- Enire olios, los Crawshay ele Cyiarthfa, que ahorraron a sí 10.000 libras.
Percy: I r o n a n d S t e e l , pág. 639.
3 En 1811 una suscripción en favor de su viuda produjo 871 libras 10chelines.
* El peso del hierro pudelado en las forjas de Inglaterra y de Escocia se
elevaba, en 1812. a 250.000 toneladas. Véase petición de los hijos de Cort,
J o u r n . o [ t h e H o u s e o f C o r p r n o n s , LX V II, 77.
5 Sir Joh n Dalrymple escribía en 1784: «Estos inventos... dan a la Gran
Bretaña el primer puesto en el mundo en cuanto a la industria del hierro, y se
lo dan para siempre, o al menos para tanto tiempo como los ingleses conserven
su libertad y su espíritu de em presa; porque la Gran Bretaña es el único país
conocido donde los yacimientos de hulla, de mena de hierro y de piedra de cal
(que son los tres elementos componentes o m aterias prim as que se emplean partí
producir el hierro) se encuentran frecuentemente en los mismos terreno» y en
la proximidad del m ar.»' A d d r e s s a n d p r o p a s á i s o f s i r J o h n D a l r y m p l e b a r í o n
ih e s u b j e c t o f t h e c o a l , l a r , a n d i r o n b r a n c h e s o f t r a d e , pág. 8.
6 Véase su T r a i t e s u r l ’a r t d e c o n v e r t i r l e f e r e n a c i e r e t t ü a d t t i i c i r l e l e r
¡ o n d a , P arís, 1722.
281 1‘AltTE H : chandes IN VEN TOS V CHANDES EM PRESAS

pitrn los resortes de los relojes 1 se ingenió los medios de remediarla.


I1
'.* probable que sus investigaciones se hubiesen ya iniciado cuando
rn 1740 abandonó Doncastcr para ir a establecerse cerca de Sheffield.
Fueron laboriosas y no llegaron a término hasta 1750 aproximadamen­
te a. Para obtener un metal homogéneo y sin defectos, Huntsman lo fun­
día a una temperatura muy elevada en crisoles de tierra refractaria,
herméticamente cerrados, con pequeñas cantidades de carbón de ma­
dera y de vidrio machacado, que servían de reactivos 1 *3. Es el procedi­
miento en uso, todavía hoy, en un pequeño número de fábricas me­
talúrgicas, donde se sigue fabricando acero al crisol.
Huntsman pensaba vender su acero a los fabricantes de Sheffield.
Pero estos, rutinarios y desconfiados, se negaron a comprarlo. Encontró
mejor acogida en Francia; pero en seguida los cuchilleros de Hallamshi-
re, que temían la competencia del extranjero, fueron en corporación a
pedir a sir George Savile, uno de los representantes del condado en la
Cámara de los Comunes, que actuase cerca del gobierno para hacer
prohibir la exportación de acero fundido Así habrían destruido el
malhadado invento, que amenazaba sus intereses, después de haber es­
tado a punto de alterar sus hábitos. Pero sir George Savile rehusó in­
tervenir: al mismo tiempo, algunos fabricantes de Birmingham, puestos
al corriente de los trabajos de Huntsman, lo invitaron a que fuese a
residir con ello s4*: este hubiera sido el golpe más grave asestado a la
prosperidad de Sheffield. Los cuchilleros acabaron por comprenderlo y
se resignaron a lo que debía ser su fortuna y la de su ciudad. Su hos­
tilidad dejó paso a una curiosidad interesada: Huntsman, que no tenia
patente, se vio obligado a tomar precauciones rigurosas contra el es­
pionaje: trabajaba de noche y no empleaba más que hombres de con­
fianza. Por lo demás, no logró guardar el secreto mucho tiempo *. Pero
la excelencia de su fabricación no fue igualada: su marca fue muy
pronto conocida y solicitada en toda Europa. Su establecimiento de
Alterclifíe 7, que no parece habar sido muy considerable, fue el primero
al que se puede dar el nombre moderno de acería. Su prosperidad co-

1 Tradición reproducida por S miles , S.: In d u s t r ia l b io g r a p k y , pág. 103.


3 H untsman , B.: H i s t o r i q u e d e l ’in v e n t io n d e l 'a c i e r ¡ o n d ú e n 1 7 5 0 , pági­
nas 5-10.
3 Idem, ib íd . Véase B eck, L.: G e s c h ic h t e d e s E is e r is , n i, 272; L e P lay, F.:
A n u a le s d es m in e s , cuarta serie, III, 636; V ic to r ia h i s lo r y o/ th e c o u n ty o/
Y o rk , II, 396.
1 Sm iles , S.: I n d u s t r ia l B io g r a p k y , pág. 108.
C a c ie r f o n d ú , pág. 12.
s H untsman , B.: H i s t o r i q u e d e l ’in v e n t io n d e
8 Un maestro de forjas, Samuel Walker, llegó a penetrar en su taller dis­
frazado de mendigo. El viajero sueco Proling ha embrollado toda esta historia:
atribuye el invento a un obrero herrero llamado Waller (en lugar de Walker),
al que Huntsman se lo habría quitado. Véase B eck : G e s c h ic h t e d e s E is e n s ,
111, 278.
7 Attcrcliffe es hoy día un arrabal de Sheffield.
I I I: EL HIERRO Y LA HULLA 285

mcnzó hacia 1770, en el instante mismo en que se fundaban, a 30 ó 40


millas de aquí, las primeras hilaturas *.
La comparación entre estas dos grandes industrias, cuyo desarrollo
ha sido casi simultáneo, se impone una vez más. La historia de la téc­
nica hace aparecer sus diferencias más bien que sus analogías. La trans­
formación de la industria textil se ha debido .a invenciones mecánicas;
la de la metalurgia, a invenciones químicas^ De un lado están las má«
quinas cuyo funcionamiento sustituye al trabajo manual; del otro, pro­
cedimientos que aumentan la cantidad o mejoran la calidad de la pro-l
ducción, sin que el papel de la mano de obra se halle sensiblemente
disminuido.' Los dos órdenes de hechos son, en ciertos aspectos, tan
desemejantes que se experimenta una real dificultad en trazar su para­
lelo: ¿cómo compulsar el invento de Abralmm Darby con el de Wyatl
o el de Hargreaves? Sin embargo, sus consecuencias son, si no idénti­
cas al menos muy comparables. La revolución industrial no se deja re­
sumir en una fónnula simple: la diversidad de los hechos que abarca,
ya nos coloquemos desde el punto de vista técnico o desde el punto de
vista económico, se opone a ello absolutamente. El propio maquínisl
mo, al que a veces se ha intentado reducir toda la gran industria mo­
derna, no basta para explicar sus orígenes. ¿Cuál es la definición del I
maqumismo en la que se pueda hacer entrar ese hecho capital de la I
aplicación de la hulla a la metalurgia del hierro?
Más tarde el maqumismo ha invadido la industria metalúrgica como
todas las demás industrias, y quizá más que ninguna otra. Pero las má­
quinas no han desempeñado más que un papel secundario en su trans­
formación más decisiva. Por otra parte, su uso no tenía aquí el mismo (
carácter de novedad que en otros dominios. Más bien diríamos que{
el utilajc, ya formado, se ha adaptado a las condiciones nuevas de
la producción, en lugar de determinarlas. Hay que citar algunos de
estos perfeccionamientos que vinieron a completar inventos más impor­
tantes. Por lo pronto, se trató de acrecentar la potencia de los fuelles:
era necesario para poder construir altos hornos de grandes dimensio­
nes, y sacar del empleo de la hulla todas sus ventajas. Fue en los ta­
lleres de Carrón, en 1761, donde se utilizaron por vez primera máquinas
sopladoras de cilindros: se componían de cuatro cuerpos de bomba de
21 pies de longitud por cuatro pies y medio de diámetro, cuyos pis­
tones eran movidos alternativamente por una rueda hidráulica. Fueron
obra de Smeaton, uno de los primeros ingenieros de profesión que ha­
yan puesto su ciencia al servicio de la industria a. Gracias a la corriente1
*3

1 En Sheffield. en 1774, oirás dos empresas utilizaban el procedimicnlo <lc


Huntsman. Véase V i c t o r i a h is t o r y o/ Y o r k , II, 397. Hunlsman murió en 1776.
Era un cuáquero, como los Darby; rechazó inclusive, por simplicidad puritana,
el (nrmar parte de la Royal Society. Con frecuencia se ha hecho observar la
actividad y el espíritu emprendedor de los disidentes.
3 Véase J ardi .n e : «Account of John Roebuck», T r a n s a c tio n s o f t h e R o y a l
286 l’MtrE n: grandes inventos y cfundes empresas

il<> ñire enérgica y continua que mantenían, un alto horno que antes
producía 10 ó 12 toneladas de fundición por semana podía producir
más de 40 *. Hemos mencionado las laminadoras empleadas por Cort
para trabajar el hierro después de la pudelación *1
3*5
2 , y que reemplazaron
en parte a los martillos hidráulicos; casi al mismo tiempo Watt cons­
truía para las fraguas de John Wilkinson un martillo de vapor, pesaba
ciento veinte libras y daba ciento cincuenta golpes por minuto J. A las
máquinas desde hacía mucho tiempo en uso para tirar, cortar y mol­
dear metales, vinieron a añadirse otras nuevas: máquinas de taladrar
para horadar el ánima de los cañones *, tornos para metales, cuyo per­
feccionamiento principal fue, en 1797, el soporte de carro de Henry
Maudslay *, sin olvidar las máquinas más complicadas y más especia­
les, como la máquina de forjar clavos y la máquina de hacer tornillos6-
Estos inventos no tenían solamente como efecto acelerar el trabajó
y realizar una economía sobre la mano de obra, ante todo aseguraban
esa precisión perfecta de la ejecución, esa regularidad absoluta de las
formas, sin la que hasta entonces se hahia podido pasar, pero que había]

S o c ie ty o/E d i n b u r g h , IV, 73. Sobre Smeaton, véase Smiles, S.: L iv e s o f th e


II, 61. Faujas de St. Fond describe así el funcionamiento de los fue­
e n g in e e r s ,
lles de Carrón: «Cuatro altos hornos de cuarenta y cinco pies de elevación de­
voran día y noche masas enormes de carbones y de menas; juzgúese después
de esto la cantidad de aire que se precisa para animar estos abismos abrasa
que vomitan de seis en seis horas arroyos de hierro líquido; por eso cada homo
está alimentado por cuatro bombas de aire del más grueso calibre, donde el vien­
to, comprimido en cilindros de hierro y concentrándose en un solo tubo dirigido
contra la llama, produce un silbido agudo y una conmoción tan violenta, que a
un hombre que no estuviese prevenido de antemano le costaría trabajo defenderse
de un sentimiento de terror. Estas máquinas de viento, esta especie de fuelles
gigantescos se ponen en movimiento por la acción del agua. Semejante masa de
aire es indispensablemente necesaria para mantener en el más inerte estado de
incandescencia uim columna de carbón y de tuena de cuarenta y cinco pies de
altura; esta corriente de aire es tan rápida y tan uolivu que eleva una llama
viva y brillante a más de diez pies de altura por encima de la boca de los hornos.»
St . F ond, Faujas de: V o y a g e e n A n g l e l e r r e , e n E co s s e e l darts le s i le s F lé b r id e s ,
1, 213.
1 ScRIVENOR: H i s l . o f t h e i r o n tr a d e , pág. 85.
2 Las había hecho patentar desde1783 (pdlente núm. 1.398; véase Abrid-
gments o/ speclfications relaáng to themanufactures of iron and Steel, pág. 1
5 Cartas de Watt a Boulton, 3 de mayo, 26 y 28 de noviembre de 1782;
S o h o M S S . Según T uürston : T h e g r o t v t h o f th e s le a m - e n g in e , pág. 111. Watt
habría propuesto a Wilkinson construir para él un martillo pilón desde 1777.
* Antes los cañones se vaciaban en moldea; solo se horadaba la luz con
ayuda de una especie de berbiquí o de un taladro movido por una ballesta.
Véanse las láminas de la E n c y c l o p é d i e , tomo IV, arl. «Fonte des canons>.
5 Sobre Henry Maudslav, véase Suiuts. S.: I n d u s t r ia l B i o g r a p h y , pági­
na 198-235.
6 Máquinas de forjar clavos fueron inventadas por Thomas G ¡fiord, en 1790,
y S. Guppy, en 1796. Véase Beck, Ludwig; G e s c h ic h t e d e s E is e n s , III, 447-48.
1.a primera máquina de hacer tomillos se debe a Maudslay. Véase Smiles, o b r a
c ita r la , pág. 226.
m : EL H IE R R O Y LA H U L L A 387

llegado a ser indispensable. Estas máquinas han servido para fabricar


«Iras máquinas. A l desarrollar su propio utilaje la metalurgia ha con­
tribuido a perfeccionar el de todas las demás industrias. Mas este pro­
greso gigantesco, de consecuencias incalculables, no ha sido posible
•ino gracias a algunos inventos anteriores al maquinismo y de otra na-t
turaleza: el empleo de la hulla en los altos hornos, la pudelación, el.
procedimiento de Huntsman para la preparación del acero. Son ellos
los que han abierto para el mundo entero la era de la gran producción^
metalúrgica.

IV

Gran producción, grandes empresas, los dos términos son casi sinó­
nimos, Lo que había impedido a los maestros de forjas, en los siglos XVI
y Xvil, extender su hegemonia sobre la industria del hierro eran Los
límites estrechos impuestos a la producción por la falta de combustible.
Varios altos hornos, reunidos en una sola explotación, no podían ser
alimentados más que por la tala regulada de una vasta extensión de
bosque. Desaparecido este obstáculo, nada se oponía a la fundación de
grandes establecimientos metalúrgicos; por el contrario, todo parecía
contribuir a ello. No solo se hacia posible, sino necesario, producir en
grandes cantidades. Y los que primero se internaron en esta via, ad­
quirieron en seguida tal superioridad, que sus capitales aumentaron muy
rápidamente.
El ejemplo que desde luego se presenta es el de los Darby. En 1750
las forjas de Coalhrookdale eran todavía las únicas en que corriente­
mente se hacía uso de la hulla *. Su importancia era ya tal, que el ria­
chuelo a cuya orilla se habían colocado era ya insuficiente para accionar
aus fuelles; fue preciso crear, por medio de una bomba atmosférica 1 2,
un salto de agua artificial, que hacía girar una rueda motriz de veinti­
cuatro pies de diámetro 34 . Nuevos altos hornos se construyeron sucesi­
vamente en las localidades vecinas *. El de Horsehay, desde 1754, pro­
ducía de veinte a veintidós toneladas de fundición por semana \ Richard
Reynolds, que tomó la dirección de los negocios en 1763, fue un gran
industrial en toda la fuerza del término ®. Después de haber dirigido
los negocios de Coalbrookdale durante la minoría de edad de los hijos
del segundo Darby, siguió luego asociado a ellos durante muchos anos,

1 El autor del folleto de 1750 titulado T h e s l a t e o f th e tra d e a n d n u m u f a c -


to ryo f iron ín Great B r i t a i n c o n s id e r e d se queja de la cantidad insuficiente y
de la carestía de la madera y no dice una palabra del empleo de la hulla.
- Era una máquina de Newcomen. Véase más adelante, cap. IV.
5 B eck, L.: Gcschichte des Eisens, Id , 363.
< En Horsehay, fíetllcy, Madelye Wood y Dunnington Wood.
4 Pim.ltrs, J.: G e n e r a l h i s t o r y o f i n l a n d n a v ig a t io n , paga. 126-27.
* T. S. ABhton cita frecuentemente ^1 M e m o i r o f R e y n o ld s , por Rathbone,
que contiene numerosos extractos de la correspondencia de Reynolds.
2HH 1'AUTE I I : CRANDES INVENTOS Y CRANDES EMPRESAS

min teniendo en otra parte sus propias empresas. Los establecimientos


tenían sucursales en Londres, en Liverpool, en Bristol y en Truro, Cor­
nuales 1. En 1784 comprendían, en torno a Coalbrookdale, ocho altos
hornos y nueve fraguas, y sacaban el mineral y el carbón de minas to­
madas en arriendo. Para hacer circular de un extremo a otro de este
vasto dominio los pesados vagones cargados de hulla y de mena, se
habían colado e instalado railes de fundición de una longitud total de
veinte m illas1
*3. La producción, que a la muerte del primer Abraham
Darby apenas pasaba de quinientas o seiscientas toneladas por año, se
elevaba a finales del siglo a trece o catorce mil toneladas 3, cerca de las
tres cuaTtas partes de la producción total de Inglaterra antes que la bulla
hubiese reemplazado al carbón de madera.
La fortuna de los Darby fue la obra de tres generaciones. Su histo­
ria, durante ochenta años, resume la de la metalurgia inglesa. Los co­
mienzos fueron más fáciles para aquellos que venidos más tarde, se
aprovecharon del impulso dado y de los resultados adquiridos. John
Wilkinson es el tipo de estos hombres del segundo período, menos in­
ventores que atentos a las invenciones, prontos para comprender su
valor práctico y realizarlo en su provecho. Su padre, Isaac Wilkinson,
parece haber sido uno de los primeros en hacer construir un horno
de cok según el modelo de los de Coalbrookdale1. En 1775 John W il­
kinson encargó a Boulton y Watt la primera máquina de vapor que no

1 En Truro vendía sobre todo bombas de Newcomen para extraer el agua


de la s minas. V éase Smiles, S .: I n d u s t r i a l B i o g r a p h y , pág. 86.
3 Idem, i h í d . . pág. 93. Antes de los raíles de fundición se habían empleado
raíles de m adera, principalmente en las inmediaciones de las minas de New-
castle ; véase Y oung, A rthur: N o r t h o f E n g la n d , III, 9 : «L as rutas que siguen
las vagonetas de los pozos de extracción hasta e l em barcadero son obras nota­
bles, porque ha sido preciso trazarlas a través de todas las desigualdades del
terreno en una longitud de nneve o diez m illas. E l paso de la s ruedas está mar­
cado por piezas de madera fijadas en el suelo, sobre las que ruedan la s vago­
n etas; de esta m anera un caballo puede arrastrar sin esfuerzo cincuenta o se­
senta celemines de carbón.» En los documentos parlamentarios relativos a la
abertura de canales a menudo se hace mención de r a ilw a y s o r a ilr o a d s construi­
dos al mismo tiempo que se trazaban la s vías navegables y destinados a establecer
enlaces. Véase J o u r n . o f t h e I l o u s e o f C o m m o n s , X X X IV , 604 (enlace entre la s
m in as de Middleton y el curso del A íre ); X L , 240 (entre Bilston y Birm ingham);
LVTI, 182 (entre las m inas del bosque de Dean y el Sevem).
3 Esta cifra resulta de una comparación entre el «Cuadro de los Altos Hor­
nos que queman cok, en mayo de 1790», dado por Scrivenor: H i s l . o ¡ t h e i r o n
tr a d e , pág. 359, y la estadística de la producción de hierro en 1796, i b í d . , pá­
gin as 95-96. D esde 1776 « la cifra de los negocios de cad a uno de los altos hornos
de Coalbrookdale, Madeley Wood, Lightmoor, Horsehay y K etley p asaba, se decía,
de 80.000 libras al año». W hithwort : I n la n d n a v ig a lio n , pág. 37, citado por
ASHTON, T- S ., ob . cit.., pág. 43.
1 P almer, A. N .: J o h n W i lk i n s o n a n d t h e o í d B e r s h a m i r o m e o r k s , pág. 8.
Nickolson , F .: «Notes on the Wilkinson, ironmasters» (M e m . of th e M a n c h e s te r
a n d p h i l o s o p h i c a l s o c ic t y , 1905. nóm. 15).
lit e r a r y
n i: EL HIERllO Y LA HULLA 289

uní simplemente una bomba L En 1770 poseía, con su hermano William,


fraguas importantes en Broseley, Bersham y Bradley. Agrandó poco a
poco las de Broseley, hizo abrir para su servicio un empalme con el
canal de Birmingham 3 y construyó uno tras otro cinco o seis altos
hornos3. La hulla le era suministrada por yacimientos que poseía y
explotaba personalmente. Hacía pedidos a las fundiciones del sur del País
de Gales; era accionista de las minas de estaño de Cornualles. En
Londres tenía un gran almacén de depósito, con cinco o seis muelles a
orillas del Tám esisd. Sus actividades se extendían hasta Francia: en
1777 funda el establecimiento de Indret, en 1778 dirige la construcción
de altos hornos en Creusot5. El conjunto formaba un verdadero reino,
un estado industrial que Wilkinson gobernaba con mano enérgica y auto-
n’laria Este estado, más importanLe y más rico que muchos principa­
dos italianos o alemanes, gozaba de un crédito que aquellos podían
envidiar, y, cómo ellos, acuñaba moneda; piezas de cobre y de plata, con
ia efigie de John Wilkinson, circularon de 1787 a 1808 en varios con­
dados del Centro y del Oeste. El gran maestro de forjas está represen­
tado de perfil: caTa burguesa un poco ruda, que haría pensar en la
vulgaridad de Arkwright. a no ser por las cejas altivas y la boca des­
deñosa. Alrededor se leen estas simples palabras: «W ilkinson Iron
\laster» 7.

1 Véase cap. IV («El vapor,,). El mismo sacó patentes para la fabricación de


tuberías de plomo (1790, mim. 1.735). para una laminadora y un lomo de vapor
H7Q2, núm. 1.857) y para ciertos perfeccionamientos aportados a los procedimien­
tos de fusión de las menas (1794, núm. 1.993).
2 P a l m e r , o í , , c i t . , pág. 16; A shton, págs. -14-45.
3 Véase Scrivekoh: H i.s i. o f th e ir o n trade, pág. 359.
I Palmer, pág. 18.
a KourLin , G.: «Deux. documents sur Indret),, f l u l l e t i n ( l ’ h i s lo i r e é c o n o m í q u e
i le la R é v o / u t io n F r a n j a r s e , 1917-1919, págs. 167 y sgs.; A shton, T. S., o b . c i ­
ta d a , pág. 54.
II Su carácter imperioso fue la causa de sus altercados con su hermano
William. que lo dejó en 1795 para ir a establecerse en Nantes. Los S o l i o M S S
dan algunos informes sobre esta ruptura entre los dos hermanos (correspondencia
entre James Watt y .1. Wilkinson, noviembre de 1795). Véase A shton, o b . c it a ­
d a , cap. III (Watt. Boulton y los Wilkinson), y Dickiívson, H. W .: J o h n W U -
I,in s o n , ir o n m a s te r .
7 Véanse las reproducciones fotográficas de estas piezas en P almer : ¡ F i l -
í.in-son and th e o í d B e r s h a m ir o n w o r k s . págs. 24 y sgs. Se emitieron tipos di­
ferentes en 1787. 1788, 1790, 1791, 1792 y 179.3. La pieza de 1787 lleva en el
reverso un obrero poniendo un pedazo de hierro en el martillo hidráulico; la
■le 1788, un barco; la de 1790, una mujer apoyada sobre una rueda dentada y
-osleuiendo en la mano un taladro; la de 1791, un hombre desnudo, sentado,
levantando un martillo por encima de un yunque; la de 1792. un arpa con la
inscripción «IVORTH WALES»; la de 179.3, una mujer sosteniendo unas balanzas,
con la divisa «M EA PECUNIA». Wilkinson *-milia también billetes de tina gui­
nea. Recordemos que por la misma época hubo cu Francia m o n e d a s d e c o n lia n z a
emitidas por comerciantes o industriales; entre otras, lit de los hermanos Mon-
inTon, que fue acuñada en Inglaterra al cuidado de Mnltltcw Boulton.
MANTOUN__ 19
m t'AIITE II: ch andes in v e n t o s y grandes em pr esa s

Nuevos centros metalúrgicos se formaban en dondequiera que se


d Inserí reunidas las tres condiciones necesarias: la presencia del hierro,
lft de la hulla y la proximidad de corrientes fluviales apropiadas para
suministrar la fuerza motriz. Gales del Sur era bajo este triple aspecto
una región privilegiada. Pero sus recursos habían permanecido durante
mucho tiempo poco menos que desconocidos, y su acceso, difícil. En
1755 un tal Anthony Bacon obtuvo de lord Talbot la concesión de todas
las minas situadas en un espacio de cuarenta millas cuadradas en tom o
a Merthyr-Tydvil mediante un alquiler anual de cien libras l . Este Ba­
con hizo fortuna durante la guerra de la independencia americana, gra­
cias a los pedidos de artillería hechos por el gobierno británico. Cuando
se retiró de los negocios, en 1782, poseía cuatro grandes establecimien­
tos en plena prosperidad, en Dowlais, Cyfarthfa, Plymouth y Pen-y-
Darran. Los dos más importantes pasaron a manos de Samuel Homfray
y de Richard Crawshay. Estos fueron de los primeros en practicar la
pudelación; se enriquecieron mientras que Cort se arruinaba. Craw­
shay, fundador de una verdadera dinastía de maestros de forjas 1 2, gozó
del mismo género de celebridad que algunos grandes industriales de
nuestro tiempo. Cuando se dirigía de Londres a Cyfarthfa en su coche
de cuatro caballos, todos sus paisanos corrían para ver pasar a aquel
a quien se llamaba el rey del hierro, the irán k in g 3.
Otra región cuya actividad metalúrgica data de esta época son las
Tierras Bajas de Escocia, de suelo rico en minas, de población inteli­
gente y laboriosa. Las primeras y más famosas de las grandes fraguas
escocesas fueron las de Carrón, fimdadas en 1760 por John Roebuck 4.
Su emplazamiento había sido muy felizmente elegido, en el límite de
la llanura central con las colinas que preceden a los Highlands, muy
cerca del ancho estuario del F orth 5. El carbón se encontraba en abun­
dancia en el mismo lugar, y apenas costaba trabajo extraerlo. Roebuck,
cuando vino a instalarse allí ya estaba avezado en materia de inven­
ciones y de empresas. En Birmingham, donde primeramente había
ejercido la profesión de médico, se había asociado, en 1747, con Samuel
Garbett para hacer lo que hoy se llamaría química industrial. En 1749

1 L loyd, J.: Early kistory of the oíd South fíjales ironworks 0760-1840),
pág. 48.
2 Las fraguas de Cyfarthfa han pertenecido sucesivamente a Richard Craw­
shay. a su hijo W illiam Craw’shay. a su nieto, llamado igualmente W illiam ; a
su biznieto Robert Thompson Crawshay. E ste murió en 1879. legando la empresa
a su hijo. Véase L loyd, J., o6. cit... págs. 63 y sgs.
3 S aúles , S . : Industrial Biography, pág. 132. Véase A shton, T. S., ob. ci­
tada, págs. 94 y sgs. En 1803 los establecimientos de Cyfarthfa empleaban para
ellos solos 2.000 obreros.
'* Los pocos altos hornos construidos desde 1730 a 1760 (en Bunawe, Goat-
field, Abernethy, etc.) consumían carbón de madera. Véase I vison M ac A dam, W .:
Notes on the ancient iron industry o f Scotland, pág. 89.
íi La fuerza motriz la proveía un pequeño afluente de la izquierda del Forth,
el Carrón W ater; Bheuner, D .: The industries of Scotland, pág. 42.
III: E l HIERBO Y LA HULLA 291

habla montado en Prestonpans, cerca de Edimburgo, una fábrica de


acido sulfúrico 1. Quiso hacer de Carrón un establecimiento modelo, y
se aseguró para conseguirlo el concurso de los colaboradores más emi­
nentes. Tomó, por lo pronto, a su servicio al ingeniero Smeaton, que
construyó para él fuelles hidráulicos. Más tarde atrajo a su lado a
James Wyatt, todavía desconocido; le proporcionó los medios de llevar
a cabo sus investigaciones y de sacar su primera patente i 2. Su error fue
querer intentar demasiadas experiencias a la vez: la explotación de las
hulleras y de las salinas situadas en las tierras del duque de Hamilton,
que había tomado en arriendo, fue para él un negocio desastroso. Con­
sumió sumas considerables, y acabó por ir a la quiebra en 1773 34 . Pero
el establecimiento de Carrón, vendido a una asociación de capitalistas
ingleses y escoceses, la Carrón Company, no cesó de p r o s p e r a r L a s
partes suscritas al principio por los comanditarios de Roebuck estaban
limitadas a un total de 12.000 libras; este total se elevó bien pronto
a 130.000 libras y luego a 150.000 libras 5. Y el nombre de Carrón dio
la vuelta a Europa con la reputación de las carroñadas 6.
En Yorkshire, en torno a Sheffield, y en Northumberland, en torno
a Newcastle, se levantaban también grandes empresas. Poseemos las
notas en que Samuel Walker, de Rotherdam, consignó los acontecimien­
tos principales de su carrera industrial7. En 174.1 había instalado «en
una antigua fundición de clavos» una pequeña fragua, de la que su
hermano y él constituían todo el personal. Encontraron socios, que les
aportaron un poco de dinero; en 1746 pudieron construir su primer
alto horno. En 174S, habiéndose adueñado por sorpresa del secreto de
Hunstman, Samuel Walker empezó a fabricar acero fundido. Este fue

1 F ue allí donde se usaron por primera vez las cám aras de plomo en las
que se condensan los gases sulfurosos. Véase Jabdine: «Account oí John Roe­
buck», en las Transaclions oj the R oja l Society o j Edinburgk, IV, 69. El precio
del ácido sulfúrico bajó la s tros cuartas partes.
2 Véase más adelante, cap. IV.
3 .Iardine, ob. cit., pág. 75: Smiles, S.: Boulton and Watt, págs. 150-53.
4 En 1788 la producción era de 4.000 toneladas; en 1796, de 5.620. Véase
Sckívenor: Hist. of the iron trade, págs. 87 y 96.
3 Beck, L.: Geschichte des Eisens, III, 364..
0 «E s la mayo:' fundición de hierro que existe en Europa.» S t . F ond, Fau-
ja s d e : Voyage en Angleterre, en Ecosse el auz iles Hébrides, I, 209. F a u ja s
de St. Fond describe las carroñadas como «enormes piezas, cortas y abultadas
por la culata». Ibíd., pág. 210. Antes que él, otro técnico francés, Jars, G., en
sus Voyages métallurgiques, h abía descrito la s fundiciones de Carrón. Entre los
demás establecimientos m etalúrgicos fundados en Escocia entre 1770 y 1800,
citemos las Devon Ironworks, la s Clyde Ironworks y la fábrica de John Wilson
en Wilsontown. Véase D a y : The iron and Steel industries oj Scotland, pág. 34,
y Svedenstjerka, E .: Reise dttrch einen Theil von England und Scholdand in
<len 1802 und 1803, pág. 157.
7 «Resumen de la s operaciones de la fundición instalada en unu vieja fá ­
brica de clavos de Crennoside, hacia el mes de noviembre de 1.74-1, por Sam uel
y Aaron W alker», publicado por H untek, J . : llaUanisliire, págs. 211-12.
202 I’ AII'I'F. I I : CRANDES INVENTOS Y URANDRS HMI'ltKSAS

el origen de su fortuna: e l valor de su producción anual, que en 1747


estimaba en 900 libras, subió en 1750 a 2.400 libras; en 1755, a
6.200 lihras; en 1760. a 11.000 libras. Tuvo talleres no solo en Rother-
hnm. sino en todos los pueblos vecinos, en Holmes. en Conisborough.
en Masborough, donde se edificó una residencia principesca. Murió en
1782, y le sucedieron sus h ijos; en 1796 las fraguas de Rotherham
representaban un capital de más de 200.000 libras esterlinas b
Se plantea una cuestión a propósito de la organización y de la pro­
piedad de estas grandes empresas: ¿en qué medida eran individuales
y en qué medida colectivas? La Compaiiía, que tras la bancarrota de
Roebuck compró la fábrica de Carrón, no es un ejemplo único. Socie­
dades análogas a las que desde hacía mucho tiempo se habían formado
pitra ln explotación de las minas, crearon o dirigieron establecimientos
metalúrgicos en diversas partes del Reino. Pero examinemos la com­
posición de una de ellas. La L o w M a o r C om pany . que compró en 1788
las minas de Low Moor, no lejos de Leeds. y fundó al año siguiente
las forjas de Rowling, se componía en su origen de tres asociados1 23
.
Más tarde su número se elevó hasta seis, pero por poco tiempo. En
las inmediaciones de 1800 ya no eran de nuevo más que tres para re­
partirse los riesgos y los beneficios de la empresa: un negociante de
Liverpool. John Lofthouse: un solicitar de Bradford, John Hardy. y
un pastor protestante, Joseph Dawsons. Esta «compañía», vista de
cerca, se reducía, pues, a las dimensiones habituales de una simple
asociación comercial del tipo más antiguo y más ordinario. Todo lo que
tenía de común con las grandes sociedades industriales de hoy era la
forma anónima de su razón social. Designada, como hubiera podido
serlo, con el nombre de sus asociados, ni siquiera llamaría la atención.
En cambio, algunas casas conocidas por rl nombro de su fundador, o
del hombre míe llevaba la dirección efectiva, no jiertcnecían siempre a
él solo. Eran necesarios capitales considerables para montar o para
transformar los talleres metalúrgicos. Con el fin de encontrarlos, los
maestros de forjas se dirigían a prestamistas, cuya buena o mala fo r­
tuna podia tener, sobre la suerte de los negocios que comanditaban,
contragolpes irresistibles. Recuérdese la historia de TJpnry Cort, arras­
trado a la quiebra fraudulenta de Jellicoe, su acreedor. Las más de las
veces, estos comanditarios eran también industriales que. al convertirse
en socios propiamente dichos, tomaban parte activa en la dirección de

1 H unter , J.: H a l l a m s h ir e . pág. 213.


2 IllRB (Richard). P restos (John) y Garhat (John): F o rtu n e s m ade in b u s i-
nes.i, pág. 91.92. A comparar con varias compañías similares descritas por A sh-
TON. T. S., o h . c i t . (Darby y Reynolds, los Wilkinson, Roebuck en Carrón, etc.).
3 F.sle rs una figura bastante curiosa. Se intrresaha en el progreso de las
ciencias (¡sicas y estaba en relaciones con Priestlcy. Mis ocupado de los nego­
cios que tic lu religión, pagaba a sus obreros ios domingos por la mañana.
I b i d . . pág. 94.
III: EL HIERRO Y LA U Ü I.H 293

lo» negocios. Roebuck y Walker tuvieron varios asociados; Wilkinson


trabajó largo tiempo con su hermano W illiam ; Richnrd Reynolds, con
tu cuñado, el tercer Abraham Darby. Mas con todo eso no salimos
del régimen de la empresa individual. Son individuos, ya sea aislados
o reunidos en pequeños grujios, los que han fundado los grandes esta­
blecimientos de la industria metalúrgica, así como los grandes estable­
cimientos de la industria textil.

l.a inferioridad de Inglaterra, en lo que concierne a la industria


del li ierro, se había transformado, en pocos años, en una superioridad
«'conocida por toda Europa. Entre los extranjeros que en los últimos
arios del siglo xVHI o en los primeros años del XIX fueron a Gran Bre-
Inna fiara estudiar los procedimientos de la metalurgia nueva, varios
lian dejado notns de viaje. En ellas han descrito, con una admiración
que justificaba la novedad del esjiectáculo, la actividad de los centros
que babian visitado, su asjiecto general, tanto como los detalles de su
organización técnica. Y el cuadro que nos presentan no difiere esen­
cialmente— guardando las debidas proporcione»— del que habría podi­
do dar un viajero que recorriese, a principios del siglo XX, un gran
distrito metalúrgico.
El sueco Erik Svedenstjema visitó, en 1802-1803, las fraguas del
País de Gales, de los condados del Centro y de la Baja Escocia. H om ­
bre informado, inteligente, que sabía observar y preguntar, vio mucho,
aprendió más y volvió maravillado. «Alrededor de Swansea se con-
rrnlra tal aglomeración de fundiciones de cobre, de minas de hulla, de
depósitos do agua, de canales, de acueductos y de víhb férreas, que el
vinjci'o, a un llegada, no sabe hacia qué lado dirigir primevo su aten­
ción» *. Se encamina a M erthyr-Tydvil: «Era hace unos veinte años
una localidod insignificante, pero las fábricas que allí se encuentran
lian hecho de ella, desde hace poco, uno de los sitios más interesantes
ile toda Inglaterra.» En una longitud de media milla sueca cuenta,
alineados en el valle estrecho del T a fí, trece altos hornos, cada uno de
los cuales produce por término medio cuarenta toneladas de fundición
por sem ana3. Tan solo en el establecimiento de Pen-y-Darran se le
muestran, uno al lado de otro, tres altos hornos, tres hornos de refinado
y veinticinco hornos de pudelar. El utilaje mecánico es formidable: en
(iyfarthfa la rueda hidráulica que acciona los fuelles tiene cincuenta y
ibis pies de diámetro. Por todas partes hay máquinas de vapor, algunas1 2

1 Svedenstjerna , Erik: R e is e d u re k e in e n T h e il E n g lm id x im il S r h o t t lc m d s ,
[láff. 40. '
2 Main, i b íd ., púg. 50.
2‘H DARTE II: grandes inventos y grandes empresas

fio ollas de setenta y ochenta caballos Cada fábrica semeja una ciudad
donde se agolpa una población atareada: una ocupa, junto con las
minas que de ella dependen, a novecientos obreros. Su propietario es
Samuel Homfray, que pasa por emplear, en sus diversas explotaciones,
a cerca de cuatro mil hombres 1234.
Es bastante curioso comparar con las descripciones de Svedens'tjer-
na, escritas con toda la precisión de un técnico, las imágenes, quizá
menos netas, pero muy vivas, y a veces pintorescas, que relatan otros
espectadores menos avisados. Al mineralogista francés Faujas de Saint.-
Fond le fue permitido, en 1784, visitar las fraguas de Carrón. Vio
los talleres donde se fabricaban las famosas carroñadas: «En medio
de estas máciuinas de guerra, de estos terribles instrumentos de muerte,
grúas gigantescas, cabrestantes de todas clases, palancas, máquinas con
polipastos, que sirven para mover tan pesadas cargas, están dispuestas
en lugares convenientes para tal servicio. Sus movimientos, los agudos
chirridos de las poleas, el ruido repetido de los martillos, la actividad
de los brazos que dan impulso a tantas máquinas, todo ofrece aquí un
espectáculo tan nuevo como interesante A,, Existe una serie tan grande de
estos talleres, que el aire se caldea a gran distancia y la noche está
toda llena de fuego y de luz, de manera que cuando se divisan, desde
cierto trecho, tantas masas de carbón abrasado por una parte, y por
otra los haces de chispas que se elevan por encima de los altos hornos,
y cuando se oye el ruido de los pesados martillos que golpean sobre los
yunques resonantes, mezclado con el silbido agudo de las bombas de
aire, no se sabe si estamos al pie de un volcán en erupción o si hemos
sido transportados, por algún efecto mágico, al borde del antr o donde
Vulcano con sus ciclopes se ocupa en preparar el rayo» ,l.
La vista de estas grandes fábricas mostraba, del modo más concreto
y más sorprendente, la revolución que acababa de realizarse en la me­
talurgia inglesa. Lo que hacía prever desde entonces sus consecuencias
eran los nuevos y múltiples usos del hierro. Al cesar de estar limitada
su producción ®, el hierro y el acero, con sus cualidades únicas de cohe­
sión y de resistencia, su aptitud para tomar todas las formas y conser­
varlas indefinidamente, se convertían, para una multitud de industrias,
en materias primas incomparables.
Hemos visto a Richard Reynolds, desde 1767, sustituir por raíles
de fundición los raíles de madera que unían entre sí los altos hornos
1 S vf.d en stjer n a , E rik : Re i se durch einen Theil Englands und Schottlands,
pág. 57.
2 Idem, ibíd-, pág. 56. Sobre el grupo del Severn (Coalbrookdale, etc.), véan­
se págs. 68-80. Sobre Nevrcastle, págs. 115-17.
3 S t . F ond , F a u ja s de: Voyage en Anglelerre, en Ecosse et aux iles H ¿bri­
des, I, 210-11.
4 Idem, ibíd., págs, 216-17.
s Producción de fundición en Gran Bretaña: en 1788. 68.000 toneladas;
en 1796, 128.000; en 1804., 250.000. Parliamentary Debale.s, V II, 81 y 88.
III: E L H IE R R O Y LA HULLA 295

y las minas de Coalbrookdale. Pero el verdadero precursor, el hombre


que primero entrevio todo el porvenir reservado a la industria meta­
lúrgica, y que lo anunció a sus contemporáneos asombrados con una
especie de entusiasmo, fue John Wilkinson, «el padre de la industria
del hierro». Isaac Wilkinson, antes que él, había hecho uso, en Bersham,
de fuelles cuyas paredes móviles eran de hierro 1. Fue este el ejemplo
en el que se inspiró para fabricar por lo pronto sillas de hierro, luego
cubas para las cervecerías y las destilerías, y después tubos de fundi­
ción de todas las dimensiones. En 1776 se trató de construir un puente
sobre el Severn, entre Broseley y Madeley. Wilkinson estaba directa­
mente interesado en ello, como uno de los principales jefes de industria
de la región. Fue de los que emprendieron la ejecución del proyecto,
junto con Darby de Coalbrookdale 1 3. Propuso que en lugar de levantar
2
un puente de piedra o de ladrillo se emplease, al menos para una parte
de la obra 3, el producto por excelencia del país, aquel que al enrique­
cerlo había hecho necesario el establecimiento de nuevas vías de comu­
nicación, el hierro. La idea no era absolutamente nueva, había sido
expresada, en varias ocasiones y en diferentes países, por sabios e inge­
nieros4. Pero nunca había sido realizada. 'Wilkinson y Darby afirma­
ron resueltamente su valor práctico, y decidieron ponerla inmediata­
mente a prueba. Los planos fueron trazados con el concurso del arqui-

1 «Me cansé de mis fuelles de cuero y decidí fabricarlos de hierro. Todo


el mundo se burló de mí, nevo cumplí mi palabra. L e s hice accionar por una
máquina de vapor y todo el mundo exclam ó: «¿Q uién lo hubiera creído?» Sími­
les, S.: Livcs of Boulton and Watt, pág. 212. Esta máquina de vapor era, sin
duda, una bomba de Newcomen que conducía el agua a la rueda motriz. En 1757
Isaac Wilkinson había hecho patentar un sistema por el cual «los fuelles de los
altos hornos, de las forjas y demás son accionados por un salto de a g u a ... in­
cluso a una distancia de varias m illas... por medio de una tubería». Véase
A shton, ob. c i t . pág. 22. Sm ii .es, S .: Lives of Boulton and Watt, pág. 212.
2 Sus nombres figuran en la lisia de los trastees en el acta de autorización
concedida por el Parlamento (16 Geo. III, c- 17). Se los vuelve a encontrar en
la lista modificada de 1777 (17 Geo. III, c. 12) junto con el nombre de Francis
Homfray, hermano de Homfray de Pen-y-Darran.
3 Hubo vacilaciones sobre este particular. E l acta de 1776 dice que el puen-
le podrá ser construido, a gusto del sindicato responsable de la em presa, «de
fundición de hierro, de ladrillo, de piedra o de m adera».
4 A principios del siglo xvn el ingeniero veneciano Faustus Verantius (Ve-
ranzo) había redactado el presupuesto de un puente colgante de cadenas metá­
licas y el de un puente de bronce. Véase BecK, Ludw m g: Geschichte des Eisens,
III, 758-59. Un tal Calippe sometió al consulado de la ciudad de Lyon. en 1779,
un proyecto de puente metálico del que se ocupaba, según decía, desde 1755, con
la colaboración de un botánico lionés llamado Goiffon. E l texto del proyecto,
titulado «Puente de un solo arco, edificio metálico, noble y simple, de construc­
ción nueva, destinado a atravesar un gran río sin presentar para la navegación
ningún peligro de n aufragio», y la correspondencia cam biada entro el consulado
lionés y el inventor se conservan en los Archivos M unicipales do Lyon (serie D).
El modelo del puente que Calippe quería construir íue expuesto en la Academia
de Ciencias en 1779.
m I’ A liT E II: GRAND ES IN V E N T O S Y CRANDES EMPRESAS

indo J’ ritcliard. de Shrewsbury \ Las piezas de la armadura fueron fun-


didas bajo el cuidado de Darby. cuya fábrica estaba muy cercana. La
inauguración tuvo lugar en 1779. El puente, totalmente de hierro, o
más bien de fundición, tenía un solo arco de cien pies de alcance y de
cuarenta y cinco pies de altura hasta su suelo *. Fue un objeto de cu­
riosidad universal1 . El segundo puente metálico se construyó en 1796,
34
2
en Sunderland, sobre el río W car; mucho más largo que el primero,
era bastante elevado para dejar pasar los navios de mar con toda su
arboladura El tercero, que cruzaba el Severn un poco rio arriba en
Broselcy, data de 179756 . Las ventajas de este modo de construcción
eran tan evidentes, que ya empezaban a hacerse sobre su uso los pro­
yectos más ambiciosos. En 1801, como se pensase en reemplazar el
viejo puente de Londres, desde hacía mucho tiempo insuficiente para
las necesidades de la capital, la comisión parlamentaria encargada de
estudiar la cuestión escuchó las opiniones de los principales metalúr­
gicos de la época. Estos no solo propusieron construir un puente de
hierro, sino hacerlo de un solo arco: habría tenido unos setecientos
pies de luz *.
La construcción de un puente de hierro no tenía, después de todo,
nada que trastornase las ideas admitidas; pero hacer flotar en el agua
barcos de hierro parecía un desafio al sentido común. Cuando Wilkin-
son habló de ello por vez primera, co tiempo después de la inaugura­
ción del puente de Broseley, los demás se encogieron de hombros; se
le declaró atacado por un nuevo género de locura, la locura del hierro.
Seguro del principio de Arquímedes, dejó que hablaran, y en el mes
de julio de 1787, botó en el Severn un barco hecho de planchas de
palastro empernadas. «Responde a todo lo que esperaba— escribía a un
amigo— y ha convencido a los incrédulos, que eran novecientos noventa
y nueve de cada mil. Causará admiración durante ocho días: en seguida
será el huevo de Cristóbal Colón» 7. Los primeros barcos construidos

1 S mH.es . S.: Lites o f the enginieer.s, II. .lifi


2 «Se atraviesa el río sobre un puenle de hierro de un Rolo arco de cien
pies de abertura y de cuarenta y cinco pies de elevación sobre el nivel del agua.
Su anchura es de ocho yardas, su longitud de ciento. F.sle puente condene cin­
cuenta toneladas de hierro y está compuesto de parles totalmente vaciadas en
moldca.> Tournée faite en 1788 dans la Grande-Brelagnc par un Franíais parlant
la langtte anglaise , pág. 100-
3 Rozier: Observations sur la physique, Fhisloire naturelle et les arls.
XXXV, 16-19 (1789). (Referencia del señor l’révost-Dacier. de Cincbra.)
1 206 pies de alcance y 108 piea de altura sobre el nivel del agua. Véase
Annales des Artes et Manufactures, 11, 166-73.
4 Véase S aúles, S.: Lives o ¡ the enginieers. II. 360. Svedensljerna menciona
un puente de hierro construido en 1796 en Laasan. Silesia. 06, cit^ pág. 73.
6 Véase el Report on the iniprouemcnls of the port of Londqn (1801). Este
informe contiene las declaraciones de Rennie, Watt, Reynolds, Wilkinson, etc.
7 Carta a Stockdale. 14 de julio de 1787, en S.vitl.ES. Lives of Boulton and
Watt, págs. 212-13.
m : E L 1 IIE H K 0 Y LA H U L L A 29 7

jtcgún este modelo fueron pequeñas chalanas do veinte toneladas, desti­


nadas a la navegación interior Una novedad menos sorprendente, pero
<|ue merece ser mencionada, fue el empleo de la fundición para la fa ­
bricación de cañerías. En 1788 Wilkinson ejecutó un pedido que por
su importancia hubiera resultado inverosímil a los ojos de la genera­
ción precedente: el de dieciséis leguas de tuberías de fundición para el
servicio de agua de la ciudad de P a rís 1 2. Se comprende que tales re­
sultados le hayan inspirado cada vez más la pasión por su industria y
tina confianza ilimitada en su porvenir. Hacia el fin de su vida se com­
placía en repetir que el hierro estaba llamado a reemplazar a la mayo-
tía de los materiales entonces en uso; que algún dia se verían por todas
partes casas de hierro, carreteras de hierro, navios de hierro. Cuando
murió, en 1805, fue enterrado, conforme a su última voluntad, en un
ataúd de h ierro3*5.
A l mismo tiempo que se anunciaba el reinado del hierro, comen­
zaba el reinado de las máquinas. ¿Hubiera sido posihle uno sin otro?
La máquina de vapor que en 1775 encargó Wilkinson para las fraguas
de Bradley no habría podido construirla Watt, si previamente W il­
kinson no le hubiera proporcionado unos cilindros metálicos de forma
irreprochable, tales como en vano se hubiesen intentado fabricar por
los antiguos métodos. Circunstancia significativa, en la que se manifiesta
claramente la interdependencia necesaria de esos dos hechos contem­
poráneos uno de otro, el desarrollo de la industria del hierro y el del
maquinismo. De todos los nuevos usos del hierro este es. y con mucho,
el más importante. En las antiguas máquinas— la mayoría de las que
se ven, por ejemplo, en los bellos grabados del D e R e Metallica, de
Agrícola-— todas las piezas, aparte de algunos resortes, eran de made­
ra J. l)e aquí resultaba forzosamente cierta desigualdad de m ovi­
mientos y un desgaste rápido. Fue en las fraguas y en las fundiciones,
como era do esperar, donde primero so empleó el utilaje metálico:
máquinas como las laminadoras, los tomos para metales, los martillos
hidráulicos, no podían hacerse más que de hierro, y de un hierro muy
duro s. Más tarde se vieron aparecer las ruedas de fundición, los v o -

1 Svedensljerna las vio flotar en 1802 en loa canales que rodean a Bir-
mingham; Reise durch einen Theil Englunds, ele., pág. 87.
2 Macpiier.son: Annals o¡ Commerce, IV, 176. Es la entrega mencionada en
el «Examen et débat des comptes lant de l'ancienne que de la nouvelle adminis-
tration des eaux de París, á partir de l’origine de celle entreprise jusq’au 10
aoút 1793 (vicux siyle), par le citoyen G. I). David, liquidateur, ci-devanl bomme
de loi», pógs 27 y 92. Archives Naliónales, 11.396.
5 Dict. of National Biography, artículo «Wilkinson (Jolin)».
1 La máquina de Arkwrighl, cuyo modelo se puede ver en el Science Mu-
seum, Kcnsinglon, también era enteramente de madera.
5 Véase la patente de J. Paine (mim. 505): «Las barras, después de haber
sido calentadas al rojo en el bogar abovedado de un horno para mena, pasan
entre dos grandes rodillos metálicos que llevan en su superficie muescas y cana­
laduras dispuestas con tocio intento.» (1728.)
Í<M PARTE H: GRANDES INVENTOS Y CHANDES EMPRESAS

lítate.1, n los que su peso considerable y su form a rigurosamente geomé-


tiicA aseguraban la doble ventaja de una gran fuerza de impulsión y de
una marcha uniforme y regular. Los molinos de vapor conocidos con
el nombre de Albion Mills, que fueron montados, entre 1785 y 1788,
por el ingeniero John Rennie, según lo » planos de Watt, pasan por
haber sido el primer establecimiento importante en el que todas las
piezas del utilaje, ejes, ruedas, piñones, tambores de transmisión, eran
de m e ta ll . P ero el testimonio de los viajeros franceses que visitaban
Inglaterra precisamente en esta época, permite establecer que no se
trataba de un hecho aislado: por todas partes las máquinas de hierro
sustituían a las máquinas de madera. En las hilaturas, este progreso
estaba ya casi enteramente cumplido a. Así, todos los fenómenos com­
plejos, cuyo conjunto va a formar la gran industria moderna, parecen
avanzar espontáneamente en una dirección común. Una fuerza omnipo­
tente, la del vapor, va a unificar y acelerar todavía más su movimiento.*3

1 Nota de James Watt en R obinson: Stettm and seleamengine, pág. 137.


3 alie admirado aquí [en una hilatura de algodón, en Paisley], como en
todas las grandes manufacturas que he tenido ocasión de ver en Inglaterra, su
habilidad para trabajar el hierro y la extremada utilidad que de ello resulta
para el movimiento, la duración y la precisión de las máquinas. Todas las ruedas
dentadas, y en general todo, están ejecutadas en hierro de fundición, pero de
una fundición fina y dura que se pule como el acero con el frotamiento y que
jamás puede retrasar el movimiento general. Es ciertamente la primera de las
arles el tTabajar el hierro y es esta la que nos falta esencialmente. Es el único
medio de multiplicar en grande nuestras manufacturas y de ponemos a la altura
do los ingleses en la competencia, porque es imposible pretender esta competen­
cia si continuamos luchando con nuestras hilaturas contra esas máquinas, por
ejemplo, y contra máquinas de hierro con máquinas de madera.» L a R ochefou-
CAULT-LianCourt, F. y A.: Voyage aux montagnes, carta del 9 de mayo de 1796.
CAPITULO IV

LA MAQUINA DE VAPOR

En la industria metalúrgica, lo mismo que en la industria textil, la


mayoría de los inventos de donde ha salido la técnica moderna no son
obra de la especulación abstracta, sino de la necesidad práctica y de
los tanteos de la experiencia profesional. Con la máquina de vapor apa­
rece la ciencia: al período empírico de la revolución industrial sucede
el período científico. Es. esta una de las razones del interés excepcional
atribuido a tal invento, que pertenece por igual a la historia de las
ciencias y de la tecnología. Mas no nos corresponde considerarlo bajo
este doble aspecto: se precisaría la competencia del físico y del inge­
niero. Debemos limitamos a tomar de las fuentes autorizadas las no­
ciones sumarias indispensables para la inteligencia de los hechos que
constituyen el objeto propio de nuestro estudio. La invención del vapor
es. para nosotros, un fenómeno de orden económico. ¿A qué necesida­
des respondía? ¿Cómo se ha realizado bajo una forma práctica? ¿Cuán­
do se introdujo en las diferentes industrias, dando inclusive nacimiento
a una industria nueva? Tales son las cuestiones a las que podemos y
debemos responder. Disponemos por lo demás, para tratar esta materia,
de documentos de primer orden: los papeles del establecimiento de
Boulton y Watt en Soho l , conservados en gran parte por los cuidados
esclarecidos de un gran industrial inglés *, nos permiten reconstruir,
durante el período decisivo de los orígenes, la historia industrial y co­
mercial de la máquina de vapor.

El uso de fuerzas motrices distintas de la fuerza muscular del hom­


bre o de los animales es uno de los rasgos esenciales de la gran industria
moderna. Sin ellas podría haber máquinas, pero no existiría el maqui-
nismo: la producción no podría desenvolverse sino dentro de límites
relativamente estrechos; en una palabra: la distancia que separa el
régimen de la manufactura del de la fábrica no se había franqueado.
De hecho la existencia de los grandes establecimientos cuyos orígenes
ncabamos de narrar, estaba subordinada al uso de una fuerza motriz,1 *3

1 Conservados en la Biblioleca Municipal de Binmngliam, Municipal Refe-


rence Library, ,
3 M. Tangye, de Birmingham.

299
,100 '♦AKTE II; CHANDES INVENTOS Y CRANDKS EMI'HKSAS

lo ilel agua; recuérdese el nombre significativo de tvater-frame dado a


la máquina de Arkwright. La antigua rueda hidráulica, empleada desde
siglos para moler el grano, y después, hacia finales de la Edad Media,
para mover los mazos de abatanar, los fuelles y los martillos de forja,
las bombas de alimentación o de extracción, adquiere en el siglo XVIU
una importancia universal1: la encontramos en dondequiera que se
funda o se transforma una industria. Basta ya para hacer funcionar, en
un mismo edificio, máquinas potentes o numerosas; permite organizar
el trabajo en grandes talleres, en donde los obreros se ven sometidos a
esa disciplina estrecha que es la consecuencia necesaria e inmediata
del maquinismo.
Este periodo de la historia industrial, que podría llamarse el período
del motor hidráulico, en contraposición al período de la máquina de
vapor, ha sido de una duración bastante larga. Si termina en Inglate­
rra antes de iniciarse el siglo XIX, ello se debe a varias causas, cuya
acción combinada explica el éxito rápido del invento de Watt. El uso
del motor hidráulico imponía a las industrias una localización muy
estricta. Las fábricas no podían establecerse más que a la orilla de co­
rrientes fluviales abundantes y rápidas. Esta condición se hallaba rea­
lizada en las inmediaciones del macizo Penino, donde se elevaron las
primeras hilaturas, en el País de Gales, en Escocia, en donde sabemos
el partido que sacó de ello la metalurgia *3.
1 Pero el resto de la Gran Bre­
taña está formado de llanuras dulcemente onduladas, en que serpentean
lentamente ríos perezosos. A este primer inconveniente se añadía otro:
la fuerza motriz, incluso allí donde no faltaba, era a menudo insufi­
ciente. Los sistemas de ruedas encargados de recogerla y transmitirla
dejaban perder una parte de ella, y no se tenia, como ahora, el recurso
de tomar el suplemento requerido de una fuente de energía más o
menos alejada por intermedio de la electricidad. El único medio prác­
tico de que se disponía para aumentar la cantidad de fuerza motriz
disponible sobre un emplazamiento dado, era crear saltos de agua
artificiales. Mas para ello era preciso comenzar por elevar el agua a un
depósito, por medio de una bomba. Y es anuí donde comienza el papel
de la máquina de vapor.
1.a máquina de vapor, en efecto, o, para darle el nombre que ha
llevado durante largo tiempo, la máquina de fuego ( fire-en g in e ), no
es, en su origen, otra cosa que una bomba. Solo citaremos a guisa de

1 Hay que señalar también algunas tenlativa» con vistas a utilizar la fuerza
del viento, a imitación de los holandeses. En 1766 se construyó en Limehouse,
en el este de landres, una serrería mecánica movid.'i por un molino de viento.
Pero fue demolida en 1768 por una muchedumbre amotinada. Véase Journ. of the
House of Commons, XXXH, 160 y 191.
3 K! grupo metalúrgico del Severo puede considerarse como perteneciente
o la región galcsa, con la qae se relaciona, geológicamente, la alta colina del
Wrckin. al norte de Coalbrookdalc.
IV: LA MAQUINA IIK YAI'tlH 301

recítenlo las primeras investigaciones sobre la expansión riel vapor, las


ile Salomón de Caus. del marqués de Worccster y de Denya Papin '.
Las aplicaciones prácticas, entiéndase, las (pie no fueron experiencias
■in mañana, no comenzaron verdaderamente más que con el invento de
Siiverv. Thomas Savery. oficial del ejército inglés, era originario de
(iornualles2. Había podido observar en este país las dificultades cre­
cientes que encontraba la explotación de las minas de cobre: más allá
iln cierta profundidad, se hacía casi imposible extraer el agua que
invadía las galerías: los juegos de bombas superpuestos, a los que era
preciso recurrir, eran de una instalación costosa y daban resultados
mediocres3. Fue para reemplazarlos para lo que Savery inventó su
máquina, cuyo modelo fue presentado a Guillermo III, en su castillo
ilr Hampton Court, en el varón de 1698 *.
Esta máquina, aunque de una construcción muy simple, utilizaba

1 C aus, Salomón de, en las Raisons des ) orees motivantes (Francfort. 1615).
liág. 4. fue el primero en señalar las aplicaciones prácticas posibles de las pro­
piedades del vapor y construyó una máquina que recordaba el eolipyle de Herón
Je Alejandría. El marqués de Worcester, hacia 1660, cmplenba la presión del
vapor |iara elevar el agua a unos depósitos y producir surtidores. En Veaux-
liall se construyó una fuente de vapor de su invención y recibió, en 1669. la
visita del gran duque de Toscana. Véase DlRCKS, Henry: The life, times and
srientific labours of the second marquis of Worcester, págs. 264 y sgs. Las in­
dicaciones liadas por el marqués mismo, en su famosa Century of inventions,
números 68 y 100. son muy vagas. El digestor de Papin data de 1682; sus pri­
meros trabajos sobre el vapor como fuerza motriz datan de 1690 («Nova methodus
.id vires motrices validissimas levi pretio comparandas», publicado en las Acta
Hruditornm de junio de 1960).
2 T iiurston: Growth o/ the steam-engine, págs. 31 y sgs,; Matschoss, C .:
Pie Entivicklung der Dampfmaschine (2.* ed.), 1, 292-93.
3 En virtud del principio elemental de física descubierto por Torricelli
en 16*10, la altura de la columna de agua elevada por lina bomba aspirante está
limitada por la intensidad de la presión atmosférica: no puedo pasar de 10,336
metros para una presión de 0,760 m. de mercurio. Pura llegar a una profundidad
de 60 metros era preciso emplear seis bombas colocadas una encima de otra;
cada lina de ellas vertía su agua en un depósito, de donde lu sacaba la bomba
inmediatamente superior. Este sistema de extracción escalonada era conocido
empíricamente y empicado en las minas mucho tiempo antea del descubrimiento
ile Torricelli. Véanse las figuras del De re metallica, de A chicóla.
1 Comunicación a la Sociedad Real (14 de junio de 1699); véanse las Trans-
acnons of the Royal Society, XXI, 228 (con láminas). La patente es del 23 de
julio de 1698 (núm. 356): «Nuevo invento para elevar el agua y poner en movi­
miento toda clase de máquinas por la fuerza motriz del fuego (b y the impellent
¡orce of fire ), que será de uso muy ventajoso para drenar las minas, abastecer
de agua las ciudades y hacer girar los molinos en los parajes donde no se dis­
imile de aguas corrientes o de vientos regulares.» S avery ha dejado un opúsculo
intitulado The miner's friend. or an engine to mise water by fire described, and
the manner of fixing it in the mines, icith an accounl of the sevcral uses it is
npplicable unto, and an ansuier to the obiections agninsl it (1707). Hay que
l itar finalmente las descripciones contemporáneos do II a k iu s : Lexicón tcchnicum,
en la palabra «Engine»; de D esacuciek .s: Expelíineitutl plülosophy, 11, 465, y
de L eucoi d : Theatrum machinarum hydrthtlictitutn, 111, 302-01.
m I-AH1E 11: GRANDES INVENTOS Y CHANDES KMI'HKSAS

lio» fuerais a la vez: la presión atmosférica para aspirar el agua y la


tensión del vapor para expulsarla. Se compone esencialmente de una
caldera (C ) y de un depósito (R ) comunicantes; el depósito va provisto
en su parle inferior de dos tubos, uno descendente (T ), el otro ascen­
dente ( T ) , cerrados ambos por válvulas. El vapor que sale de la cal-
de™ viene a llenar el depósito; se cierra entonces la llave de comuni­
cación y se rocían las paredes con agua fría. El enfriamiento condensa
el vapor: se produce un vacio parcial en el depósito v la presión at­
mosférica hace subir el agua en el tubo T. Es la primera parte de la
operación. La segunda consiste, cuando el depósito está casi lleno, en

admitir de nuevo el vapor; este ejerce a su vez una presión sobre la


masa líquida y la empuja por el tubo de expulsión (T 1) dirigido de
abajo arriba. Ni que decir tiene que esta descripción es puramente i
esquemática, lo mismo que la figura que la acompaña, y que de intento i
se omiten los detalles. H ay que señalar, sin embargo, el dispositivo f
que daba a la máquina de Savery su forma característica: en lugar de '
un depósito único, tenía dos de igual capacidad, que se llenaban y se j
vaciaban alternativamente. _ j
Esta máquina, según pensaba su inventor, podía ser empleada en j
una multitud de usos: para desecar los pantanos, nara extraer el agua
de las minas, para aprovisionar de agua las ciudades y las casas, para ,
apagar incendios, para hacer girar las ruedas de los m olinos 1. Fue |
empleada, en efecto, en las minas: primero en Cornualles. en las mi- |
ñas de cobre de Huel V o r; después, en 1706. en Staffordshire, en las
minas de bulla de Broadwater, cerca de Wednesbury J. P or lo demás,
dio bastantes disgustos a los primeros que se sirvieron de ella: no ha- j
cía subir el agua más que a un centenar de pies como máximo, y si se
intentaba forzar la presión, se hacía estallar la caldera. Savery tuvo
más éxito con máquinas menos potentes, colocadas en casas particu-

’ Véase ia patente y The mineras friend, pigs. 22 y *gs,


Smh.es , S.: Uves oj Bouhon and Wall. paga. 5.5-56.
rv: LA M A Q U IN A 1>E V A I’ Olt 303

Iki'ciI
o en jardines. Varias fueron instaladas, hacia J712, en Londres

u en guu alrededores; hay que citar la de Sion Houac, comprada por


lord Chandos, y la de Camden House, que elevaba cincuenta y dos ga­
lones por minuto a una altura de cincuenta y ocho pies l . Otra fue
empleada por la Compañía que distribuía en una parte de la ciudad el
agua del Támesis. Pero, según parece, no prestó los servicios que se
esperaban de e lla 2. La bomba de Savery estaba lejos de ser perfecta:
•u funcionamiento era lento, su potencia limitada; era peligrosa por
«us explosiones, que no se sabía cómo prevenir, ya que carecía de ma-

La máquina de Newcomen (croquis enqucmáLico).

nómetro para medir la presión, y de regulador para moderarla. Fue


abandonada cuando se conoció la máquina de Newcomen.
L o que constituye la diferencia esencial de los dos inventos— dife­
rencia que, desde el punto de vista teórico, está en favor de Savery— es
que Newcomen no emplea la tensión del vapor. En realidad no se
sirve de] vapor más que para hacer, por condensación, el vacío en el
cuerpo de la bomba. El nombre que mejor se aplica a su máquina es
el de máquina atmosférica. E l principio es el siguiente: la caldera (C ¡
comunica con un cilindro (R ) en el que se mueve un émbolo (P i. El

1 Abrid gments o¡ specifUadons relating to ihe steatn-engint, 1, 32-33.


3 Reemplazó una rueda hidráulica colocada bajo ti pílenle de Londres.
Véate lourn. o¡ the Hau.se o¡ Commons, XXIX, ttli.'i y Abridgmenls, I, pág. 34.
bl eei■ vicio de aguas de Londres estaba dtesde el siglo xvn en mimos de com-
-im I*AR1£ I I : GRANDES INVENTOS V CHANDES EMPRESAS

▼Atlngo de este émbolo está unido a uno de los extremos de un balan­


cín (B). que oscila como el astil de una balanza sobre un pivote, en un
pimío vertical. Al otro extremo va ligado un segundo vastago ÍT ’ ), que
hace funcionar una bomba aspirante y expelcnte. En estado de reposo, un
contrapeso (N I mantiene el balancín en posición oblicua- Para poner
en movimiento la máquina se enfría el cilindro (R ) por aplicación de
agua fría; en seguida se condensa el vapor, la presión atmosférica baja
el émbolo (P ), y mediante el balancín, levanta el vástago (T*l. El efecto
inverso se produce tan pronto como se deja entrar de nuevo el vapor
en el cilindro (R ); al cesar la acción de la presión atmosférica el
émbolo (P ) vuelve a subir, arrastrado por el contrapeso. Se establece
así un vaivén regular que hace andar la bomba 1.
El invento es posterior en algunos años ni de Savery *12. Newcomen,
su autor, era herrero y cerrajero en Dartmouth, en Devonshire. Sin
duda oyó hablar de Savery. cuyas primeras experiencia» tuvieron lugar
no lejos de allí 3. Una tradición quiere que haya conocido los trabajos
de Papin, y que haya mantenido correspondencia a este respecto con
uno de los sabios más ilustres de su país y de su tiempo. Robert Hoo-
ke, secretario perpetuo de la Sociedad Real *. Es probable que el in­
vento tuviese orígenes más modestos: el hombre al que Newcomen se
asoció para llevarlo o buen término era, como él, un artesano o un

pañías privilegiadas, las cuales, por lo demás, habían hecho mucho para justifi­
car su monopolio. Defoé. en 1724. ensalza «la gran comodidad de lener agua en
las calle», distribuida por cañerías de madera. Hay dos grandes máquina; para
elevar el agua del Tájnesis: una en el pucnlc, la Otra cerca de Broken Wharf,
las cuales elevan tal cantidad de agua que podrían, según se dice, aprovisionar
toda la ciudad hasta sus barrios extremos y todas las casaB hasta el último
piso... Sin cmhargo, el ¡Vev-B-iver, traído desde Ware por un acueducto, sigue
abasteciendo (le agua la mayor parte de lo ciudad. Es preciso añadir que la com­
pañía se fui visto obligada a abrir un nuevo estanque o depósito en Islington,
a un nivel más alto que el del curso ntilural del río. Pura hacer subir el agua a
este estanque elevado se emplea una gran máquina movida en otro tiempo por
un molino de seis aspas y ahora por una gran número do caballos que trabajan
sin cesar.» DefOÉ: Tour, II, 150.
1 Véase Abridgments of specijications relalins to the steam-engine, I, 35.
Un modelo de la máquina de Neweojnen. construido en1740 por el físico Desa-
guliers y perteneciente al King’s College (Londres! está expuesto en el Science
Muscnm de KcnBÍngton, galería núro 3 (en 1957).
2 Data de 1705 ó 1706. Véase Smu.es, S .: Lives «) lioidton and Watt, pá­
gina 63: Beck, L.: Geschichte des Eisens, III. 91; Ma t s c u o s s . C., ob. cit., I,
304 y sgs.
3 En Modbury, cerca de Plymoulh.
1 Rorinson. en el artículo «Steam-engine». de la Eneyclopedia Britannica
( ‘V.’ e d .. 1805), presta su autoridad a esta tradición que ningún documento apoya.
En todo caso. Newcomen no tenía nada do sabio. He aquí lo que Desaguíjers
dice de él y de su socio Calley: «No siendo ni bastante filósofos para compren­
der las razones y las causas, ni bastante matemáticas para calcular las propor­
ciones de las partes, fueron bastante afortunados para encontrar por azar lo que
Imanaban.» Experimental phisolophy, II, 532.
IV : L A M A Q U IN A B E V A P O n 305

pequeño fabricante, el vidriero John Calley \ La máquina, tal como


•alió de sus manos, era todavía muy tosca. En el cilindro al que llegaba
el vapor, el émbolo no se adhería exactamente a sus paredes; la con­
densación, que se obtenía rociando con agua fría el exterior del cilin­
dro, se hacía muy incompletamente; era preciso abrir y cerrar con la
mano la llave de comunicación siete u ocho veces por minuto. Perfec­
cionamientos sucesivos remediaron en parte estos defectos. La conden­
sación se hizo más rápida y más completa mediante el establecimiento
de un sifón que inyectaba el agua en el interior del cilindro, en medio
del vapor mismo. El funcionamiento de la máquina se aceleró gracias
a un sistema de hilos y de barras que, ligando las llaves de paso al
balancín, hacían su movimiento alternativo enteramente automático;
mas tarde se contaba que este perfeccionamiento fue debido a la pereza
do un joven obrero, Humprey Potter, que, encargado de vigilar una
máquina de Newcomen, había imaginado este medio de simplificar y
de abreviar su tarea. Finalmente, se evitó el peligro de explosión merced
n una válvula de seguridad, añadida en 1717 por Henry Beighton, de
Newcastle *. Hacia 1720, la máquina había llegado a la forma práctica
que conservó, con algunos detalles más o menos, durante más de medio
•iglo 3.
En 1711 se constituyó una sociedad para explotar el invento de
Newcomen *. El uso de estas máquinas se extendió muy rápidamente
no solo en Inglaterra, sino también en el Continente *. Una de eDas,
establecida en G riff, cerca de Coventry, realizaba un trabajo equiva­
lente al de cincuenta caballos, con un gasto seis veces menor ’ . L a de
los Y o rk Buildings, comprada en 1720 por la Comjiañía de las aguas
*<lel Támesis para reemplazar a la máquina de Savery, reconocida como
insuficiente, era de dimensiones respetables: la caldera medía 450 pies
cúbicos, el cilindro dos pies y medio de diámetro y nueve pies de1 6
5
*4

1 Véase C awmsy, 0 .: Abridgments, loe. cit. Según el Dict. of National


lliography, era un propietario, nn ganadero ( grazier en lugar de glazier, vidriero).
Ari. «Newcomen.»
1 Véase DesaculiCrs, ob■ cit., II 481, 533. La historia del boy Polter
es sospechosa: quizá proviene simplemente de una especie de juego de pala­
bras sobre buoy (flotador) y boy (muchacho). Véase Dictionary of National
fliograpky, arl. «Newcomen.»
Véanse IaB láminas de la Enciclopedia, tomo IV, art. Hidráulica, y M atschOss,
ob. cit., I, 47, 308 a 310.
4 Se intitulaba «Company of the propietors of the invention for rnising
Water by fire.» Véase Abridgment , I, 36.
5 Una máquina de Newcomen se montó, desde 1722, en Cassel en el
Inrnlgraviato de llcase, otra en Konigsberg en Hungría. Beck, 1..: Ge.svhichte
des Ei ens, III, 166.
6 Desaculiers, ob. cit., II, 470 y sgs. (descripción detallada con lámina»).
Un grabado fechado en 1712. y que representa una máquina de vapor iitsla-
Imlu en los alrededores de Dudley, forma parte de la colección particular de
Mr. Samuel Timmius, en Birmingham. 1
m a n tu iix .— 30
Hllft l-A H T E n: G R A N D E S IN V E N T O S Y G R A N D E S E M P R E S A S

consumía anualmente por valor de 1.000 libras esterlinas de car­


u Ii i i i h ;
bón El asombro de los contemporáneos no debió de ser, sin embargo,
de larga duración, pues bien pronto hubo por todas partes «.máquinas
de fuego», no solo en las minas, donde en poco tiempo llegaron a ser
indispensables a, sino a la orilla de los canales, cuyos depósitos y esclu­
sas 3 alimentaban, y en las ciudades a las que abastecían de agua po­
table. En 1767 se contaban cerca de setenta en Newcastle y en sus
arrabales *.
La máquina de Newcomen hubiera podido convertirse, sin m odifi­
caciones profundas, en una máquina motriz: habría bastado unir el
balancín a un mecanismo de transmisión. Cierto Fitzgerald, en 1758,
hizo a este respecto una comunicación a la Sociedad Real; pero la
idea, aunque de una aplicación fácil, no se llevó n la práctica 5. Se con­
sideraba más simple elevar el agua a un depósito, para emplearla luego
en hacer girar una rueda. Esta combinación de la bomba de fuego y de
la máquina hidráulica estuvo en uso por todas partes hacia mediados
del siglo xviit. L a pérdida de fuerza que resultaba de este sistema bas­
tardo se anadia a la pérdida de calórico causada por los enfriamientos
sucesivos del cilindro condensador. La consecuencia era un gasto de
combustible sin proporción con el efecto obtenido. Se buscó varias
veces el medio de remediarlo. L os ingenieros más hábiles de la época,
Brindley, Smeaton, se ocuparon de ello *. Mas la solución del problema
solo se halló gracias a la ciencia y al genio de Watt.

II

La gloria que envuelve el nombre de James Watt, el puesto que


Inglaterra y todo e l mundo civilizado le ha reservado entre sus gran­
des hombres, y, sobre todo, la duración, el desarrollo y las consecuen­
cias do su obra, nos advierten que pertenecía a otra raza que el común
de los inventores y que perseguía otros fines. Su curiosidad científica 1
*3

1 Véase la d e sc rip ció n (co n lá m in as) dada por W e io e e r , Johann, en su


Tractatus de machinis hydraulicis tolo terrarum orbe mazimis Maryliensi et
Londinieasi, Wittemberg, 1728.
1 Véase A trealise upon coal mines 0769), págs. 100 y sgs.
3 A veces la misma bomba servía para extraer el aguade una Tnina y
para llenar an canal. Véase Journ. o¡ the House of Commons, XXXV. 210. En
las actas de concesión de canales, se encuentra a veces una cláusula que obli­
gaba a tos propietarios de las minas situadas en el trayecto a verter en el
canal el agua extraída de sus pozos. Véase el Acta 16 Geo. III, c. 28.
* Thurston, Hist. of the grouith of the steam-engine, pág. 71.
* Philosophical transactions the Royal Society, L, 370 (1758).
0 S aúles, S.: Lioes of the engineers, 1, 330-33, y II, 73. Sobre los perfec
cionitmicntos de la máquina de Newcomen, ver M axscuoss, C.: Die Entwicklun
tler Darnpfmascldne, I, 313, 334 (láminas).
iv : i .a m a q u in a d i : v a w iii 307

M di*'i«'rtú muy tempranamente. En la casa donde nació \ en Grcenock,


en Escocia, pudo ver en las paredes el retrato de Isaac Neivton y el de
Nnpier, el creador de los logaritmos. Estos retratos venían de su abuelo.
Tilomas Watt, que había enseñado matemáticas*. Su padre, arquitecto
y empresario de construcciones navales, era un hombre inteligente, ins­
truido. que fue tesorero del burgo de Greenock y magistrado munici­
pal \ A pesar de su temperamento delicado, los continuos e intolerables
dolores de cabera de que toda su vida se vio torturado, James Watt
manifestó desde la infancia no solo un gusto marcado, sino una ver­
dadera pasión, por el estudio. Ya entonces se revelaron sus disposicio­
nes para la mecánica: a los trece años construía modelos de máquinas
en el taller de su padre 1 *4. Cuando tuvo que tomar una profesión, eligió
Iíi iln fabricante de instrumentos de laboratorio, y fue a establecerse a
(dnsgow. Las autoridades le buscaron pendencia porque no era ciuda­
dano; pero la Universidad, que necesitaba de sus servicios, lo tomó
bajo su protección y le dio en sus propios locales un taller, donde pudo
I raba jar libremente5*. A llí trabó conocimiento con algunos sabios dis­
tinguidos, principalmente con el químico Black, cuyas lecciones siguió
ru el momento en que exponía su teoría del calor latente *. Robison,
que lo vio por primera vez en 1758—tenía entonces veintidós años— ,
quedó admirado de su saber y de su claridad de espíritu: «Esperaba
bailar un obrero y he encontrado un filó s o fo »7. Para poder leer las
obras científicas publicadas en el extranjero, aprendió a fondo bes
idiomas: el francés, el italiano y el alemán *. Desde entonces, y durante
su vida entera, se mantuvo al corriente de todo el movimiento cientí­
fico y tomó parte personalmente en importantes descubrimientos; con
Black, y después con Roebuck, hizo investigaciones sobre la composi­
ción de la sal, sobre el ácido fluorhídrico, sobre los perfeccionamientos
a introducir en la construcción del barómetro y del higrómetro; más
tarde trabajó, al mismo tiempo que Caveridish y Prieslley, en el aná­
lisis del agua” . Y ni su cultura ni su inteligencia eran las de un
especialista estrecho: en su edad madura asombraba a los que se le

1 El 19 de enero de 1736.
8 Símiles, S.: Lives of Bouhon and Watt, pág. 81.
s W illiamson, Me moríais of Watt, 91. Era también fabrícame de instru­
mentos náuticos, telescopios, brújulas, sextantes, etc. T immins. S.: lam es Watt,
página 4.
4 Idem, ob. cit., 1, 152.
4 T immins, S., ob. cit, pág. 5.
* U he, A.: The cotton manufacture of Great Britain, I, 175. Ure conocía
rl hecho por Wall mismo.
7 R obison: Steam and steam-engine, pág. 108.
* Smiles, S., ob. cit., págs. 145.146.
0 Las discusiones que tuvieron lugar sobre este punto están bien resumidas
Cu el nrt. «Walt» del Dictionary of National IHograplty. Las cartas que establecen
tos títulos de Wall han sido publicadas por M uiuiiead 1.: (Correspondence o)
tlie ¡ate Jumes Watt on tke discovery, of the composition of ¡linter).
.HIO parte t i: chandes in v e n t o s y chandes empresas

ncercnbnn por sus conocimientos en materia de antigüedades, de legis­


lación y de bellas artes: leía a ios metafisicos alemanes, se interesaba
por la poesía, gustaba apasionadamente de la música *. Su genio especu­
lativo se ha nutrido de toda la ciencia y de todo el pensamiento de
su tiempo.
Los orígenes de su invento nos son conocidos por la exposición que
él mismo ha dado 1 2 N o se trata en modo alguno de esas inspiraciones
precoces y subitáneas que la gente se complace en atribuir a los gran­
des hombres. No fue mirando hervir el agua en una tetera como Watt
descubrió de repente la potencia del vapor. Las conversaciones con su
amigo Robison atrajeron su atención sobre un problema planteado des­
de hacía mucho tiempo. En 1761 ó 1762 comenzó una serie de experi­
mentos sistemáticos sobre la presión sirviéndose del digestor de Papin.
En el invierno de 1763 a 1764 tuvo que reparar un pequeño modelo
de la máquina de Newcomen, que pertenecía a la Universidad de Glas­
gow y que se empleaba en las demostraciones del curso de fisica. Se
vio conducido a observar su funcionamiento y a hacer su crítica metó­
dica. La pérdida de energía, que era su defecto evidente, le pareció
ligada a dos causas principales: por una parte, se consumía una gran
cantidad de calórico en restablecer, después de cada golpe de émbolo,
la elevada temperatura en el interior del cilindro, y, por otra parte, la
condensación permanecía muy incompleta en razón de la insuficiencia
del enfriamiento. ¿Cómo remediar este doble inconveniente? El invento
de Watt no es otra cosa que la respuesta a esta cuestión, obtenida en
un laboratorio, según el método científico.
Dejemos la palabra al inventor: «Para evitar toda condensación
inútil, era preciso que el cilindro en que el vapor venia a actuar sobre
el émbolo permaneciese siempre tan caliente como el vapor mismo...
Para obtener el vacio deseado, era preciso que la condensación tuviese
lugar en un recipiente separado, en el que la temperatura pudiese ser
disminuida tanto como fuera necesario, sin que la del cilindro 6e viese
modificada» 3. En estas pocas palabras está contenido todo el principio
del condensador, distinto desde ahora del cilindro, con el eual formaba
un todo en la máquina de Newcomen. Y este primer perfeccionamiento
traía consigo otro más importante: «S i no se quería estar obligado a
poner agua sobre la cara superior del émbolo para hacerlo adherir
herméticamente a las paredes, y si se quería impedir que el aire enfria­
se el cilindro durante el descenso del émbolo, era absolutamente nece-

1 Reseña sobre Walt, en los Timmins M SS (Relerence Libraty de Birming-


ham). Los Soho M SS contienen numerosos cartas en francés escritas por Watt.
Svedenstjema, que lo visitó en 1802, vio en su casa una colección muy bella
de minerales, que tenía reunidos y clasificados «sin ufanarse coa el título de
mineralogista». SvedenstJerna, Reise, pág. 89.
2 Nota de Watt inserta en Robinsnn, Steani and steam-engine, págs. 118-20.
3 Watt, ibid., prefacio, pág. IX.
IV: L A M A Q U IN A D E V A P O R 309

•ario emplear como fuerza motriz, no la presión ulmosfórica, sino la


ilrl vapor» *. Así queda cumplida—-tal como se impone una conclusión
al término de un razonamiento bien conducido— la transformación esen­
cial: la máquina atmosférica se convierte en máquina de vapor.
La obra está ya fijada desde entonces en sus lineas generales. A l­
gunas las ha esbozado Watt hacia 1764; otras se encuentran en el
texto de la especificación adjunta a su primera patente, con fecha
de 1769 *. El título modesto que dio a su invento indicaba muy exac­
tamente su origen. N o se trataba, en un principio, más que de «dism i­
nuir el gasto de vapor y de combustible en las máquinas de fuego».
Desconfiando de sí mismo, W att solo mencionaba de pasada, como
una hipótesis accesoria, lo que constituye el resultado verdaderamente
original y fecundo de sus investigaciones: el empleo del vapor no como
fuerza auxiliar, como medio de hacer el vacío en un cuerpo de bomba,
sino como fuerza activa, generadora de movimiento \ Solo trece años
más tarde, después de una larga serie de experimentos prácticos, es
cuando la expansión del vapor aparece en primer plano y se abandona
definitivamente el principio de la máquina atmosférica.
No tenemos que exponer todos los inventos secundarios con los que
Watt completó su obra maestra. Unos, como el regulador de bolas, o la
corredera móvil de la máquina de doble efecto, tienen por objeto obte­
ner un máximo de energía y regular su consumo 1 *4. Otros tienen por

1 W a1t , Steam and steam-engine.


4 Núm. 913. La patente es del 5 de enero, la especificación del 29 de abril,
•i'.l texto está íntegramente reproducido en el cuerpo del acta de 1775 (15 Geo.
III. c. 61) que prorrogó su validez. He aquí el comienzo de la especificación:
«Mi método para reducir el consumo de vapor, y en consecuencia de combus­
tible, en la* bombas de fuego, se basa en los principios siguientes: l.° La cámara
cu la cual la fuerza del va p o r debe emplearse en hacer funcionar la máquina,
designada, en las bombas de fu e g o ordinarias, con el nombre de cilindro y que yo
llamo cámara de vapor, debe mantenerse constantemente, durante el funcio­
namiento de la máquina, a la misma temperatura que el vapor que viene a
llenarla. Lo que se obtendrá, en primer lugar, rodeándola con una funda de
madera o de otro cuerpo m 1 conductor del calor; después, manteniéndola en
contacto con una capa de vapor, o de una sustancia cualquiera que alcance una
temperatura elevada; y finalmente, teniendo cuidado de impedir que el agua, u
otra sustancia más fría que el vapor, penetre en ella o loque sus paredes. 2." En
lis máquinas que deben ponerse en movimiento por la condensación del vapor,
ota condensación tendrá lugar en recipientes cerrados, distintos de las cámaras
d« vapor, aunque comunicando con ellaB. Estos recipientes, a los que yo doy el
sombre de condensadores, deben mantenerse constantemente, cuando la máquina
está en marcha, a una temperatura tan baja al menos como la del aire ambiente.»
4 «4.° Me propongo, en ciertos casos, emplear la fuerza de expansión del
vipor de la miama manera que se emplea actualmente la presión atmosférica en
lis bombas de fuego ordinarias. En los casos en que sería imposible procurarse
nipia fría en cantidad suficiente, las máquinas podrán ser movidas únicamente
|W la fuerza del vapor...»
1 Patente del 12 de marzo de 1782, núm'. 1.321. Véase M atsciIoss, C.: obra
diada, I, 359-66.
a io l'A R T E U: G R A N D E S IN V EN TO S Y C H A N D E S E M P R E S A S

olijcto utilizar esta energía, adaptarla a usos prácticos variados. Estos


son los que deben retener nuestra atención, pues de ellos, en efecto, ha
dependido en cierto momento de su historia el porvenir industrial
de la máquina de vapor. Si hubiera seguido siendo únicamente lo
que era en un principio, lo que eran las máquinas de las que se deriva,
es decir, una bomba automática, no habría desempeñado en la industria
sino un papel limitado: a lo más, habría sido el auxiliar de la máquina
hidráulica, encargada de proporcionar el agua para hacer girar las
ruedas. Para que pudiese accionar directamente mecanismos de todas
clases, ejecutando las operaciones técnicas más diversas, era preciso
resolver una serie de problemas, el primero de los cuales era este:
; Cómo convertir la oscilación del balancín en movimiento circular?
Watt, reanudando las investigaciones de Fitzgerald, encontró bien pron­
to no una, sino varias soluciones L La m ejor estaba tomada de una
de las máquinas más antiguas y más simples que existen: la rueda de
pedal de los afiladores2. Otra, más complicada, pero a la que W att
debió de recurrir con preferencia por razones de orden comercial, se de­
fine bastante bien con el expresivo nombre de «movimiento planetario»,
san and planet m otiori". H ay que mencionar, además, uno de los
inventos de que W att se sentía más orgulloso: el paralelogramo articu­
lado, punto de partida de una multiud de perfeccionamientos ingenio­
sos. Estamos en presencia de uno de esos raros espíritus que saben
dominar los detalles tanto como el conjunto, que no se contentan con
sentar principios, sino que llevan hasta el límite sus aplicaciones; en
una palabra: para los que la ciencia es a la vez un fin y un medio.1 3
2

1 Cinco se exponen en la patente del 25 de octubre de 1781, núm. 1.306.


2 El mismo dispositivo existía en la rueca de pedal, llamada rueca sajona.
Aplicarlo a la máquina de vapor era, según decía Wall en el estilo familiar que
le era habitual, «servirse para cortar queso de un cuchillo hecho para cortar
pan.» SmIles, S.: Boulton and Watt. pág. 287.
3 Un vastago unido al balancín lleva en su extremo una pequeña rueda den­
tada que mueve una segunda rueda, de gran diámetro, al girar alrededor de su
cubo, con el cual forma engranaje. La idea de este mecanismo pertenece a
William Murdock, capataz de la fábrica de Sobo. Documentos y diseños rela­
tivos a este invento se encuentran en los Soha M SS, correspondencia comercial,
añoa 1780-1782. Watt renunció a servirse de la excéntrica simple porque un
competidor, Matthew Wasbborough, la había hecho patentar por su cuenta en
1779. Sobre la acusación de plagio lanzada por Watt contra Washborough, véase
M uirhead, J.: Mechanical tnvenlions of James Watt, II, 128. Dos máquinas de
Watt, construidas en Soho entre 1782 y 1800, y provistas de la sun and planet
wheel están expuestas en el Science Museum (Kensington) en la galería del Este
(East Hall). Una de ellas, construida en 1797 para el farmacéutico John Maud,
funciona a la vista del público (1957).
IV : LA M A Q UINA OF- V A l'O ll 311

II I

Una cosa es inventar y otra es saber explotar un invento: de ello


hemos tenido muchas pruebas. Y en lo que concierne a la máquina de
vapor, se presentaban dificultades particulares. Era, en suma, toda una
industria lo que había que crear, con su personal y su utilaje. Para
reemplazar a los mecánicos de ocasión con que se habían contentado
hasta entonces— relojeros, hojalateros, constructores de molinos— era
preciso formar un cuerpo de obreros especializados, preparados para
tm trabajo difícil, que exige a la vez fuerza muscular, inteligencia y una
gran seguridad manual. Las piezas, a menudo irregulares y mal ajusta­
das con que se construían las primeras máquinas y que explican en
parte su mal funcionamiento, había que sustituirlas por cilindros de un
contorno geométrico, émbolos que se adhiriesen sin un frotamiento exce­
sivo, engranajes tan precisos como los de un reloj. Esta transformación
necesaria la hicieron posible los progresos de la metalurgia. Mas para
efectuarla se precisaban también capitales, y la osadía de arriesgarlos
en una empresa totalmente nueva y de porvenir incierto, el talento co­
mercial de que depende el éxito práctico. Un invento tan precioso como
la máquina de vapor tenía que triunfar: se hace difícil imaginarlo
ignorado o desconocido. Pero como en tantos otros inventos, hubiera
podido ocurrir que no alcanzase el éxito sino tras la muerte de su in­
ventor. W att tuvo la suerte de encontrar en su camino a dos hombres
notables, capaces de comprenderlo y de secundarlo, y que merecen com­
partir con él, si no la gloria del descubrimiento, al menos el honor de
haberlo llevado del dominio de la teoría al de la práctica. Estos dos
hombres son John Roebuck, de Carrón, y Matthew Boulton, de Soho.
W att fue presentado a R oebu ck1, en 1765 ó 1766, por un amigo
común, el profesor Black, de la Universidad de Glasgow. En aquel
momento había abandonado casi completamente sus investigaciones,
cuyos gastos no podía soportar; sin fortuna y cargado de deudas, había
tenido que hacerse agrimensor e ingeniero para ganar su vida y la de
los suyos: se le acababa de confiar la preparación del trazado del canal
Caledoniano2. Y en calidad de ingeniero lúe como entró en negocios
con Roebuck, el cual necesitaba bombas para las minas cuya concesión
acababa de obtener en Borrowstounness, en la margen derecha del
F o rth 3. Su inteligencia, su carácter emprendedor, nos son ya cono-1 *
2

1 Símiles, S.: Boulton and Watt, pig. 139.


2 El resumen de su informe está en el Journ, of the U oum o¡ Commons.
I VIII, 1107. También fue encargado de sondar el curso dol Clyde, y trabujó en
el mejoramiento del puerto de Glasgow. Williamson: Meinoriuls o/ Jantes Watt,
I, 172, 176, 177.
J ardine, S .: «Account of John Roebuck»), H'i'tmsacümts o ¡ lite Boyal Súcieiy
al Fdinburgh , IV, 75 (1787). ,
BU PA U TE I I : G R A N D E S IN V E N T O S Y CRANDES EM PRESAS

olilos: informado de los trabajos de Watt, comprendió en seguida todo


•u interés, y le propuso su ayuda para que lograse darles término. Watt
aceptó su ofrecimiento: se firmó un contrato por el que Roebuck se
comprometía a saldar las deudas de su nuevo socio, hasta el completo
pago de 1.000 libras, y a proporcionar los fondos necesarios para llevar
a cabo las investigaciones comenzadas y organizar la explotación in­
dustrial de los resultados: se reservaba, a cambio, los dos tercios de los
beneficios 1.
Este contrato marca una fecha en la historia del vapor. Es enton­
ces cuando sale del laboratorio para entrar en el mundo de la industria,
a la que va a transformar; esto, gracias a la iniciativa osada de Reo-
buck. Watt, siempre vacilante, inquieto, descontento de sí mismo, ne­
cesitaba a su lado alguien que lo alentase y lo empujara hacia adelan­
te. Roebuck desempeñó este papel con un celo infatigable. Watt, hacia
el fin de su vida, se complacía en reconocer todo lo que le debía: «Es
a su aliento amistoso, al interés que se tomaba por los descubrimientos
científicos y a su prontitud en imaginar sus aplicaciones; es a su co­
nocimiento profundo de los negocios y de la industria, a su visión am­
plia, a su temperamento ardiente, generoso, activo, a lo que hay que
atribuir, en gran parte, el éxito que mis esfuerzos han podido al­
canzar» 123
.
La primera máquina de vapor fue instalada en Kinneil íío u s e s, no
lejos de Edimburgo, en 1769. Su construcción había sido laboriosa: las
herrerías de Carrón, pese a la superioridad de su utilaje, no habían lo­
grado ejecutar correctamente lo que Watt les exigía. Esta máquina, rea­
lización imperfecta de una idea que no había adquirido todavía su
completo desarrollo, recibió— según un uso que se ha conservado en
Inglaterra— el nombre de Belcebú; con su cilindro único, su balancín
oscilando en un plano vertical, se parecía mucho a una bomba de New-
comen: su destino, por lo demás, era el mismo 4. Su funcionamiento,
muy defectuoso, obligó bien pronto a dejarla de lado. A l mismo tiem­
po comenzaron los apuros de Roebuck. Las minas, cuya explotación
había emprendido imprudentemente, se llenaban de agua a pesar de las
bombas antiguas y nuevas: le habían costado ya mucho dinero a é! y
a sus amigos. Todos los negocios a los que pretendían hacer frente sufrie­
ron el contragolpe de este desastre. Durante algún tiempo se debatió
contra la ruina inminente. Watt vo lvió a emprender sus trabajos de agri­
mensura. Su invento, todavía incompleto, y cuyos defectos había mos­
trado la experiencia, quedaba paralizado. La quiebra de Roebuck en

1 Abridgmenls oj specifications relating to the steam-engine, I, 56. L ord, J.:


Capital and steam pmeer, pág. 80.
2 Nota e Watt, en R obison : Steam and steam-engine, pág. 144.
3 Esta casa, que pertenecía a Roebuck, fue habitada más tarde por el fi­
lósofo Dugald Stewart. Smiles, S.: Industrial Biography, pág. 134.
1 Esta máquina fue destruida en un incendio en 1777.
IV : L A M A Q U IN A D li V A P O Il 313

1773 puso fin a esta situación enojosa y fue el origen de la asociación


de Watt y Boulton.
Boulton conocía a Watt desde hacía varios años. Puesto al corriente
de sus investigaciones por Roebuck, de quien era amigo, se había inte­
resado tanto más cuanto que esperaba encontrar en ellas la respuesta a
una cuestión por la que estaba preocupado: la fuerza motriz faltaba
en su manufactura de Soho y pensaba en crearla artificialmente, bien
con la ayuda de una máquina de Newcomen, o bien por cualquier otro
medio. A este respecto se había aconsejado en 1766 de dos hombres
que constituían una autoridad en materia científica: Benjamín Fran-
klin y el doctor Erasmus D a rw in 1. En 1767, Watt, de paso para Bir-
mingham, visitó los talleres de Soho y admiró allí la perfección del
trabajo metalúrgico, cuya necesidad sentía él mismo tan vivam ente1 2.
A l año siguiente, Boulton lo invitaba a que fuese a verlo; se entrevista­
ba con él largamente y le ofrecía su concurso. Consultado Roebuck, su
opinión fue que debía aceptarse la proposición, pero a condición de li­
mitar expresamente su alcance: Boulton se convertiría en concesionario
de la patente para los condados de W arwick, de Stafford y de Berby.
Era desconocer los amplios puntos de vista del manufacturero de Soho
y las esperanzas que había puesto en el nuevo invento: «E l plan que
me ha sometido— respondió— es tan diferente del que yo había conce­
bido que no puedo juzgar conveniente ocuparme más de él... Mi idea
era establecer una fábrica al lado de la mía, a orillas de nuestro canal,
en la que yo habría puesto todo el utilaje necesario para construir má­
quinas y que abasteciese al mundo de máquinas de todas las dimensio­
nes... Fabricar para tres condados solamente no vale la pena; lo que sí
valdría la pena sería fabricar para el mundo entero» 3.
La bancarrota de Roebuck ofreció a Boulton la ocasión de volver
a su proyecto. Roebuck le debía 1.200 libras; le ofreció renunciar a

1 Sobre esta correspondencia, véase Smiles, S.: Boulton and Watt, páginas
182-183. Erasmus Darwin, naturalista y poeta, fue el abuelo de Charles Darwin.
Una carta de Boulton a Franklin, del 22 de febrero de 1766, es citada por
Lord, Capital and steam potoer, pég. 96.
2 T immins, S.: James Watt, pág. 9; Smiles, S.: oh. cit., pég. 187. L ord,
obra citada, pég. 93.
3 Febrero de 1769. Citado por T imm INS, James Watt, pégs. 11-13. La misma
caita contiene indicaciones interesantes sobre la colaboración que Boulton ofre­
cía a Watt «Pienso que para sacar de su invento el mejor partido posible, es
preciso dinero, una ejecución muy esmerada, y relaciones comerciales extensas.
El único medio de asegurarle el éxito que merece es no dejar su ejecución a la
turba de mecánicos empíricos, que, por ignorancia, por falta de experiencia, y
carencia de un utilaje apropiado, no harían probablemente sino un mal trabajo...
Podríamos reclutar e instruir a cierto número de obreros escogidos; pondríamos
en sus manos herramientas mucho mejores, las cuales no se toma uno la molestia
de buscar cuando se trata de construir una sola máquina; obtendríamos un
20 por 100 de economía en la ejecución, y tanta diferencia en la calidad de la
obra como puede haberla entre un ^herrero y un fabricante de instrumentos cien­
tíficos.»
Jll C U I T E 17: C H A N D E S IN V E N T O S Y G R A N D E S E M I'R E S A S

«Ha» a comlicióu de que Roebuck le cediese su contrato de asociación


citn Wat. Se dirá que esto era comprar demasiado barato unos dere­
chos «le un valor incalculable, Pero ese valor era todavía dudoso: los
resultados de la empresa, cualquiera que fuese la confianza que pudie-
ía tenerse en ellos, parecían todavía lejanos: «Tod o esto no es aún más
que una sombra, una pura idea: para realizarla será menester mucho
tiempo y mucho dinero» L El acuerdo se concluyó sin dificultad: la
máquina de Kinneil House fue desmontada y enviada a Soho: Watt
mismo, una vez terminado el trazado de los planos para el canal Cale-
doniano, fue a instalarse allí en el mes de mayo de 1774 *.

IV

La manufactura de Soho, situada al norte de Birmingham, sobre


una altura hoy día totalmente cubierta de fábricas, negra de carbón
y de humo, había sido fundada en 1759 1 *3. Matthew Boulton era ya en
esta época un hombre importante y rico. Su padre, fabricante de bara­
tijas de Birmingham 4*, lo había dedicado desde muy joven a los nego­
cios, pero después de haberle dado una educación bastante buena, que
él supo completar más tarde por sí mismo. Los talleres de Boulton e hijo
fabricaban botones de metal, cadenas para relojes, hebillas de acero
grabado para zapatos. Estas últimas eran objeto de un curioso trá­
fico, causado por las exigencias de la moda; se las expedía a Francia,
para volver a importarlas luego como artículos francesess. Después de
su matrimonio con una heredera, hija de un esquire *, Boulton habría
podido llevar la vida de un aristócrata campesino; pero le gustaba la
industria en la que había sido educado; quiso consagrar su fortuna a
la creación de una manufactura modelo. La construcción de este gran
establecimiento que, iniciada en 1759, no fue terminada sino en 1765,
le costó 9.000 libras esterlinas7. Comprendía cinco cuerpos de edificios

1 Carta de Boulton a Watt, 29 de marzo de 1766. Smii.es, Boulton and J f a l t ,


página 198. No hay que olvidar que ninguno de los demás acreedores de Roebuck
«habría dado ni un céntimo por esta máquina» (Carta de Watt a Small, 25 de
julio de 1766, citada por L obo, Capital and steam power, pig. 86).
3 Idem, ibid.
3 Su emplazamiento, cuando Boulton la tomó en arrendamiento, era «un
paramo desierto cuya cima, batida por los vientos, estaba ocupada por una mi­
serable choza, habitación de tm guarda de caza». Memoir of Matthew Boulton
esq„ tale of Soho, pág. 5.
4 i b í d C l a r k e M SS (bibl. de Birmingham), V, 65.
3 Idem, ibid.
# Smiles, ob. cit., pág. 166. El término esquire conserva todavía su valor
a mediados del siglo xvm ; no se da más que a los gentlemen, miembros de la
pequeña nobleza o de las viejas familias burguesas.
7 M e .rn .o Ir o¡ M a llh e w B o u lto n esq., la te of Soho, pág. 6; L aNCFord, J, A.:-
A cen tury o/ B ir m in g h a m , II, 147. , i
IV: u MAQUINA de vado» 315

y podía contener 600 obreros. Un depósito, colocado sobre la altura,


proporcionaba el agua necesaria para hacer girar una potente rueda
motriz «que ponía en movimiento un gran número de máquinas dife­
rentes» 1. Se sabe que el utilaje mecánico estaba ya muy desarrollado
en la industria metalúrgica, sin que desempeñase todavía el papel capi­
tal que tuvo más tarde. Boulton quiso tener en su casa las máquinas más
recientes y se ocupó personalmente de adaptarlas a las necesidades par­
ticulares de su industria1 2. La suma total de sus negocios ascendía, des­
de 1763, a 30.000 libras esterlinas 3*.
Los productos de esta manufactura eran muy variados. A los ar­
tículos clásicos de la bisutería de Birmingham, Boulton había añadido
otros nuevos: los bronces ornamentales, jarrones, candelabros, trípo­
des, la orfebrería maciza y chapeada, las imitaciones do oro y de con­
id ia '. Pensaba inclusive, hacia 1768, en añadir la porcelana, y Wedg-
tvood, el gran ceramista de Staffordshire, se preparaba ya para sos­
tener la competencia de aquel a quien llamaba «el primer manufacturero
•le Inglaterra» 8. Boulton merecía este titulo no solo por la importancia
de su empresa, sino por la calidad de su producción. Se había pro­
puesto como tarea borrar la mala reputación de Birmingham y no aho­
rraba ningún esfuerzo para ello: no quería emplear sino los mejores
materiales y los obreros más hábiles, y dirigía personalmente, con el cui­
dado más minucioso, el trabajo en sus talleres.
Para la dirección comercial de la empresa estaba secundado por
Fotbergill, su socio desde 1762. Fothergill tenía relaciones en el extran­
jero, conocía los gustos de las diferentes clientelas, viajaba en caso de
iteccsidad para ir a buscar fuera modelos y pedidos 6. Gracias a su ac­
tividad, las ventas de la casa se ampliaron y su reputación se hizo
europea. En 1765 so le hicieron a Boulton ofertas muy ventajosas para
que so decidiese a establecerse en Suecia 7. Pero Boulton no pensaba
en modo alguno en abandonar Inglaterra. La situación que ocupaba allí
era ya muy considerable. El elemento artístico, que tenía entonces en

1 Daiiwin, Erasmus: The botaru'c gatdcn 07681, uág. 287.


2 Idem, ibid. «Los inventos mecánicos son allí superiores por su multitud,
variedad y simplicidad a los de cualquier otra manufactura.»
s Memoir of Malthew Boulton, pág. 5.
* Timmins M SS; Journ. o f the House of Commons, XXXIV, 191-93.
8 Carta de J. Wedgwood a R. Bentley, 27 de noviembre de 1768: «Si Etru-
ria no puede conservar su posición, sino que debe doblegarse y caer ante Soho,
no dejemos al adversario la victoria a un precio demasiado bajo: sepamos defen­
demos como hombres y esforcémonos, incluso en la derrota, en compartir los
laureles del vencedor. Esto redobla mi valor, el tener que luchar contra el primer
manufacturero de Inglaterra. Es una lucha que me complace. Me gusta esc hom­
bre y su carácter emprendedor.» Museo Wedgwood. Stoke on Tren!. Boulton,
por lo denlas, no dío curso a su proyecto y se limitó a fabricar guarniciones de
bronce dorado para las vasijas de Wedgwooij.
Smiles, S.: Boulton and Wall, pág. 172.
7 Calendar of Home Office Papers, 1760-1765, núms. 1.818, 1.1121, 1.919.
,11 ll 1'AtlTE 11: C R A N D E S IN V E N T O S Y GRANDES E M PR E SA S

iti fabricación casi el mismo puesto que tomó más tarde el elemento
científico, le proporcionaba estímulos preciosos. La aristocracia lo pro­
tegía. Horace Walpole, lord Shelbume, lord Dartmouth, el duque de
Northumberland, le prestaban bronces antiguos para que los copiara;
lord Cathcart lo recomendaba a la emperatriz de Rusia l . Valido de un
éxito merecido, se comprende que con su espíritu naturalmente ambi­
cioso y audaz haya form ado grandes proyectos: «M e intereso— escri­
bía— por todo lo que puede acrecentar o mejorar mis conocimientos en
materia de artes mecánicas. Es preciso que el campo de mis negocios se
extienda de año en año. Debe, por tanto, estar al corriente de los gustos
y de las modas que reinan en las diferentes partes de Europa... Qui­
siera trabajar para Europa entera y fabricar todos los artículos que
pueden ser objeto de una demanda general: oro, plata, cobre, metal
chapeado, metal dorado, similor, acero, platino, concha...» 1 23
Se ve lo que era ya el establecimiento de Solio, cuando Watt entró
allí, tras la nuiebra de Roebuck. Nunca el régimen de la manufactura
y el de la fábrica han estado tan cercanos uno de otro; nunca la tran­
sición del uno al otro ha sido más insensible ni la distinción— que per­
manece justificada cuando se trata de clasificar hechos vistos en con­
junto y sumariamente— más difícil de hacer sin caer en sutilezas y
arbitrariedades. L o que Boulton ponía a disposición de W att eran los
recursos y casi la potencia de la gran industria.
Watt se puso en seguida a trabajar. En el mes de noviembre de
1774 la máquina de Kiuneil House, transportada a Bírmingham y re­
parada con el concurso de los hábiles obreros formados por Boulton,
pudo al fin funcionar. Watt lo anunciaba a su padre en estos tér­
minos: «E l asunto que me ha conducido aquí se desenvuelve más bien
que mal: la máquina que he construido marcha ahora y da resultados
muy superiores a los de ninguna otra que haya sitio inventada antes
de mi. Confío en que este invento me será mnv provechoso» s. Pero
había que esperar, antes del éxito definitivo, lartrns esfuerzos y grandes
dispendios. Cinco años habían transcurrido desdo que W att sacó su pa­
tente, cuya validez expiraba en 1783. La competencia de inventos si­
milares o de‘ imitaciones más o menos disimuladas era de temeT. Watt
tomó el partido de pedir al Parlamento la prórroga de sus derechos de
propiedad. El 23 de febrero de 1775 dirigió a la Cámara de los Comu­
nes una petición 4 que gracias a sus relaciones en el mundo científico
y gracias también sin duda a las relaciones aristocráticas de Boulton,
fue examinada con la mayor atención. L a comisión encargada de la
encuesta oyó el testimonio de Roebuck: este hizo plena justicia al in­
vento, cuyo valor práctico había sido el primero en reconocer: «L a

1 Sauces, ob. cit., págs. 172-74.


1 Carta al viajante Wendler, ídem, ibid.
3 Muirhead: Meehanical inventions oj James Walt, II, 79.
* Journ. ol l.he ¡lause af Cojnmons, XXXV, 142.
IV : L A M A Q U IN A OK V A P O R 317

máquina de vapor, comparada con la bomba de fuego ordinaria, hará


por lo menos dos veces más trabajo con un gasto igual... Será ventajoso
servirse de ella en dondequiera que se tenga necesidad de fuerza mo­
triz para cualquier uso que sea» l . A l mismo tiempo atestiguó los
sacrificios que había costado y que debia costar aún antes de dar bene­
ficios: él primero y Bonlton después habían empleado en experimen­
tos, construcciones y ensayos más de 3.000 libras; el total de gastos
previstos se elevaba a 10.000 libras por lo menos. Pero ¿qué era seme­
jante suma en comparación con el provecho para Inglaterra y el mun­
do entero? La prorrogación de la patente fue concedida para un período
de veinticinco años2. N o sin alguna resistencia, porque Burke, en el
momento del voto, se levantó para protestar, en nombre de la libertad,
contra la institución de un nuevo monopolio
Durante varios años todavía este monopolio no fue absolutamente
nada reinunerador. Sus gastos sobrepasaron, y con mucho, la evalua­
ción de Roebuck4. Fue el producto de las demás industrias, a las que

1 Journ. o¡ the House of Commons, XXXV, pág. 168. Boulton declaró, más
o menos, en los mismos términos: «No es solo la más económica de las máquinas
motrices inventadas hasta el presente—poniendo aparte los molinos de agna y de
viento—, sino que puede aplicarse a un número infinito de usos psra los que la
máquina de fuego ordinaria es absolutamente inapropiada.»
1 15 Ceo. ni, c. 61. He aquí los considerandos del Acta: «Resultando que
Su muy excelente Majestad el rey George HI, por cartas patentes, bajo el gran
«ello del reino, con fecha 5 de enero del noveno año de su reinado, ha dado y
concedido a james Watt, de la ciudad de Glasgow, comerciante, y a toda per­
sona que esté en calidad de representarlo, el derecho exclusivo de fabricar y de
vender ciertas máquinas por él inventadas, para reducir el consumo de vapor y
de combustible en las máquinas de fuego... [sigue el texto de la patente de 1769];
resultando que el citado James Watt ha pasado varios años y ha gastado una
notable parte de bu haber en hacer investigaciones sobre el vapor y las máquinas
do vapor, comúnmente llamadas máquinas de fuego, a fin do mejorar estas muy
lítilos máquinas; que gracias a estas investigaciones bo linn realizado muy im­
portantes perfeccionamientos, pero que en razón do las dificultades inherentes
ii la construcción de máquinas tan complicadas y del largo espacio de tiempo
que requieren las experiencias necesarias, no ha podido acabar bu invento antes
de finalizar el aiio de 1774. que a fin de fabricar estas máquinas con todo el
cuidado deseado y de poder venderlas a precios moderados, se deberán gastar
probablemente sumas considerables para organizar talleres y proveerlos de un
nlilaje apropiado, y que siendo necesarios todavía varios años para que una parle
suficientemente numerosa del público pueda comprender bien la utilidad del in­
vento y su propio interés en hacer uso de él, el período fijado por las citadas
carias patentes podría transcurrir enteramente antes que el citado James Watt
haya recogido un beneficio en relación a su trabajo y al valor de au invento...
•« ordena...», etc.
3 Solo después de la renovación de la patente de Watt tomó una forma de­
finitiva au asociación con Bonlton. Véanse los términos de au contrato, firmado
rl 1.* de junio de 1775, por una duración de vinticinco años, en M u irilea d :
Mechanical inventions o¡ James Watt, II, 98.
* De acuerdo con una nota de los Timmins MSS, las construcciones, el uti-
llijc, etc., habrían costado unas 47.000 librvas. No hemos podido contrastar la exac-
3IH IM R T R U : CRANDES IN V E N T O S Y C R A N D E S E M P R E S A S

Boulton no había renunciado al asociarse con Watt, lo que permitió


continuar la fabricación onerosa de las máquinas de vapor. Un pequeño
invento práctico de Watt, el de la prensa de copiar, proporcionó unos
ingresos que no fueron inútiles1. Varias veces atravesó la casa momen­
tos difíciles, casi críticos: en 1778 y 1780 Boulton tuvo que buscar co­
manditarios, después de haber vendido parte de las propiedades que
tenía de su padre y de su mujer: al terminar el año financiero de 1781.
Boulton y W att no habrían podido hacer frente a sus vencimientos de
Navidad ni pagar los salarios de sus obreros si no hubieran recibido
para ello fondos de los establecimientos Boulton y Foth ergill*1
2. En 1782
W att estaba tan inquieto por el peso creciente de las obligaciones con­
traídas con los banqueros Lowe, Vere y Williams, que escribió a 6u
socio: «S i consintiesen en renunciar a todo crédito sobre mis empresas
futuras, casi me dan ganas de cederles todo lo que poseo actualmente y
dejar mi suerte en manos de la Providencia. N o puedo vivir en el es­
tado de ansiedad en que me encuentro...» 3*5 . No fue sino muy poco an­
tes de 1786 ó 1787 cuando la casa pudo librarse de sus deudas y reci­
bir al fin el beneficio de su costosa iniciativa.
Los pedidos, sin embargo, no se habían hecho esperar demasiado.
En 1775 la fábrica de Sobo había entregado una bomba de vapor a las
minas de carbón de Bloomfield, cerca de Birmingham; extraía el agua
tres veces más de prisa que una máquina de Newcomen con el mismo
gasto *. Poco después, Wilkinson encargó una máquina destinada a ac­
cionar los fuelles de los altos hornos de Broseley: por primera vez el
invento de Watt se aplicaba a un objeto distinto de la elevación de
aguas s. Y un pedido de la New River Company también data de estos
primeros años G. En 1777, Watt se dirigió a Cornualles, donde, a pesar
de algunas vacilaciones por parte de los propietarios de minas y algu­
nas decepciones debidas a la imperfección del montaje, vendió cierto
número de grandes bombas: la de las minas de Chacewater, cuya po­
tencia y buen funcionamiento hicieron mucho por vencer las rutinas lo­
cales, fue construida en 17787. El mismo año la fábrica de Solio recibía

titud de esta cifra con ayuda de los Solio MSS, ya que esta colección no se
remonta más allá de 1780 para la correspondencia, v 1795 para los libros.
1 Véase Soko .1/55, correspondencia comercial, 1780-1785: L ord, J.: Capital
and steam power, pág. 130.
2 Boulton lo G. Matthcw, 19 de junio de 1782, citado por L ord, J., ob. ci­
tada, pág. 130, según los Tew MSS.
3 S auces, S.: Boulton and (Fatt, págs. 262-63, 314; L ord, J., ob. cit., pá­
gina 114.
*Birmingham Gazette, 1] de marzo de 1776.
5 B eck, L.: Geschichte des Eisens, III, 1079, y AsilTON, T. A.: Iron and
Steel in the industrial revolution, pág. 70.
0 M atscaoss, C.: Die Entwicklung der Dampfmaschine, I, 126-27.
T Smiles, ob cit., págs. 242-48. Véase la descripción de otra máquina colo­
cada en Gwenham, cerca de Truro: «La máquina de fuego que hace andar la
bomba es de un tamaño prodigioso y de una actividad por encima de toda expre-
rv: la maquina de vapob 319

la visita de los hermanos Périer, quienes solicitnhan de Watt que les


proporcionase una máquina para el servicio de aguns de París: fue ins­
talada en 1779 a orillas del Sena, en el final del Cours-la-Reine: es la
famosa bomba de fuego de Chaillot, reemplazada en el siguiente siglo
por máquinas más modernas, que no han cesado de funcionar en el
mismo lugar hasta una fecha reciente L Ingenieros alemanes, enviados
por el gran Federico, fueron también a visitar Soho; pero las máquinas
de vapor no se introdujeron en Alemania sino algunos años más tar­
de. en 1785 *1
2.
Las condiciones ofrecidas por Boulton y Watt eran muy razona­
bles: no exigían de los compradores más que el pago de los gastos de
construcción y de instalación de cada máquina, más un tercio de las
economías de combustible realizadas con respecto a una máquina at­
mosférica de igual potencia3. Así, solo esperaban su remuneración de
la superioridad comprobada, experimentada, de la máquina de vapor y

sión. La gran tubería tiene 65 pulgadas de circunferencia. La bomba es de doble


marcha; da comúnmente ocho golpes por minuto y puede dar doce, aunque la
profundidad del agua que saca sea de 120 fathoms*, 720 pies; cada golpe saca
100 galones de agua, 400 pintas, una parte de la cual es llevada al gran depósito
que proporciona el vapor y el resto forma un arroyo que va a perderse al pie
de las colinas.» Toumée faite en 1788 dans la Grande-Bretagne par un Frangais
parlant la langue anglaise, pág. 53. En 1783 la máquina de Watt había reem­
plazado a la de Newcomen en casi todas las minas de Cornualles. Véase M ats-
CHoss, ob. cit., I, 126, y Victoria history of the connty of Cornwall, pág. 550.
Se encontrará en L ord, ob. cit-, págs. 155 y sgs., la lista de las máquinas de
vapor empleadas en Cornualles en 1782.
1 Los diseños de máquinas ejecutados para los hermanos Périer se encuen­
tran en los Solio M SS. El trato realizado entre ellos y Boulton y Watt es del
12 de febrero de 1779. La máquina debía suministrar 57.600 moyos de agua en
veinticuatro horas. Los derechos pagados al inventor, desde 1779 a 1793, se eleva­
ron a 48.000 libras. «Examen et débat des comptes tanl de l’ancienne que de la
nouvelle administration des eaux de Paris, á partir de l’origine de cette entre-
prise, en 1778, jusqu’au 10 aoñt 1793, par lo citoyen G. D. David, liquidateur,
ci-devant homnte de loi», pág, 22, Ardí. Nat., 01 1596J . Los Périer pretendían
haber construido ellos mismos sus máquinas: «En cuanto a la invención, los
señores Périer nunca se la han atribuido, pero no así en cuanto a la ejecución:
no hay ni un inglés que haya trabajado en montar las máquinas de Chaillot.
Estas máquinas son obra de los señores Périer solos... Los señores Périer son
igualmente los únicos que han hecho todas las máquinas de este género que
existen en Francia.), «Second plaidoyer des sicurs Périer fréres contre les admi-
nistrateurs des eaux», pág. 8, Arch. Nal., AA, 11. Es posible, en efecto, que
Watt no haya proporcionado más que los diseños. Sin embargo, los Périer con­
fiesan que habían comenzado por hacer traer las grandes piezas metálicas de las
fundiciones inglesas, «las únicas de este género que existen en Europa». Ibíd.,
pág. 8. Para las relaciones entre Boulton y Watt y los hermanos Périer, véase
Lord: ob. cit., págs. 210 y sgs.
2 B eck, L.: Geschichle des Eisens, DI, 541.
3 Boulton y W a tt : «Proposals to thc adventurers», pág, 1 (prospecto fe­
chado en 1800, Birmingham, Reference Lihrny, núm. 69.672),
* Brazas. La braza equivale af seis pies. (N . del T .)
:«(> l*M tTE II : C H A N D E S I N V E N T O S Y C H A N D E S E M P ItK S A S

ció los Itencficios obtenidos gracias a su uso. Pero una vez superada la
repugnancia en servirse de un invento nuevo se ve manifestarse, inva­
riablemente, una repugnancia no menos fuerte en pagar por aprove­
charse de él. Los propietarios de las romas de Comualles en particu­
lar dieron prueba de una mala voluntad y de una mala fe insignes,
cuando se trató de entregar el censo estipulado. Fue, durante años,
una batalla perpetua entre ellos y los manufactureros de S o h o *. En
1780 se propagó un movimiento en todo el condado para pedir al P a r­
lamento la supresión del privilegio. W att se quejaba de ello con vehe­
mencia: «N os acusan de establecer un monopolio, pero si lo es, este
monopolio, en todo caso, ha hecho sus minas más productivas de lo
que nunca lo fueron... Dicen que es incómodo para ellos tener que pa­
gar derechos por hacer uso de las máquinas; también es incómodo para
aquel que quiere robarme el dinero que yo tenga cerrado el botón de
mi bolsillo. No está en nuestro poder forzar a quienquiera que sea a
emplear nuestras máquinas. ¿Qué responderá, pues, el Parlamento
cuando vayan esas gentes a quejarse a él de un mal que son perfecta­
mente libres de evitar?»... 1 2* La diligencia proyectada no tuvo lugar.
P ero empezaron interminables procesos: en 1799 Boulton y Watt, ha­
biendo ganado la causa, cobraron de golpe más de 30.000 libras de de­
rechos impagados s.
Tuvieron también que defenderse contra las empresas de competi­
dores más o menos escrupulosos. El más temible fue Jonathan Hom -
blower. en quien hay que ver algo muy distinto de un imitador vulgar:
adelantó a Watt en el estudio y utilización de las altas presiones. Su
máquina, más complicada que la de Watt, tenía dos cilindros, que el
vapor llenaba alternativamente'4. Tuvo bastante éxito como para inspi­
rar serias inquietudes a Boulton y Watt, los cuales se decidieron a de­
mandar a Homblower, que fue condenado y arruinado s.
Otras dificultades, y no las menores, eran las de la organización
interior. Se superaron gracias sobre todo a Boulton, cuya cualidad maes-

1 Sus peripecias están narradas en la voluminosa correspondencia de Boul­


ton y Watt con sus representantes en Comualles, Murdock, y luego Wilson
(Soho M SS). El propio Watt residió algún tiempo en Comualles para adminis­
trar los intereses de la casa.
2 Carta de Watt a Boulton, 31 de octubre de 1780: Smiles. ob. dt., pá­
gina 281.
5 Idem, ibíd., pág. 420.
4 Patente del 13 del julio de 1781, núm. 1298. El invento, según el propio
Homblower, databa de 1776. Véase su petición a la Cámara de los Comunes.
Journ. o ¡ the 1Jouse of Commons, XLVU, 437 y 478. Una buena descripción de
esta máquina ha sido dada por T hukstün : Growlh o/ the steam-engine, pági­
nas 135 y sgs.
4 Injustamente, según el ingeniero J. Bramah, que escribió para su defensa
«A letter to the right honourable sir James Eyre, lord Chief Juslice on the
Cornmon Pleas, on the subject of the cause Boulton and Watt versus Homblower
and Mabrrly» (1797).
tv : L.A M A Q U IN A DE VAl'O II

lia era su talento para dirigir a los hombres. So precisaba también


mucha diplomacia en la colaboración estrecha con sus clientes, a la aue
se vieron conducidos Boulton y W att por sus métodos comerciales. Las
máquinas no salian totalmente acabadas de sus talleres. Se considera­
ban como «diseñadores e instaladores de máquinas de vapor y como
lus consejeros de las empresas que utilizaban su invento. Las más de
las veces la empresa que tenía necesidad de una máquina encargaba
rila misma sus materiales a las fundiciones y herrerías de su elección,
y la casa de Soho proporcionaba los obreros especializados, asi como
las partes del mecanismo cuya fabricación exigía un cuidado partícu­
la i" '• La mayoría de los cilindros eran fahricados por Wilkinson, sin
rival en cuanto a la precisión del pulimento, por lo cual siempre era
i'ücomendado por Boulton y W a t t 12.
Estos fueron admirablemente secundados por los capataces que ha­
bían formado. Uno de ellos al menos, W illiam Murdock, fue un hombre
de un mérito superior a su condición. H ijo de un mittwrigkt escocés,
había pedido como un favor el ser admitido entre los obreros de S oh o 3:
inteligente, laborioso, inventivo, se hizo notar de sus patronos, que lo
encargaron de dirigir la instalación de las máquinas, especialmente en
Comualles. Allí desplegó una actividad increíble, trabajando día y no­
che en montar las máquinas, en examinarlas, en repararlas, vigilando
como un guardián los derechos de su casa y resistiendo a la coalición
de los intereses hostiles4. Entre tanto, buscaba y encontraba perfeccio­
namientos técnicos. Fue él quien sugirió a Watt la idea del «m o vi­
miento planetario». Fue é l quien, uno de los primeros en Europa y el
primero en Inglaterra, construyó en 1784 un pequeño modelo de loco-
’ motora que marchaba a una velocidad de ocho millas por hora 5. R e­
cordemos, además, que comparte con el francés Lcbon el honor de ha­
ber sabido descubrir y utilizar las propiedades del gas de hulla: la
fábrica de Sobo fue alumbrada con gas a partir de 1798. Y este hombre,
que hubiera podido enriquecerse por sus inventos, prefirió permanecer
toda su vida al servicio de Boulton y Watt, gozando por lo demás de
su entera confianza y testimoniándoles una abnegneirin absoluta Su

1 AsilTON, T. S.: Iron and Steel in the industrial revolution, pág. 64.
* En una carta a un cliente, con fecha del 27 de julio de 179S. el hijo de
Walt escribe, hablando de Wilkinson-, »En veinte años no hemos instalado mas de
tres o cuatro máquinas cuyos cilindros no salieran de sus talleres.» Idem. ibíd.
3 T immtns, S.: William Murdock. pág. 2. Su entrada en Soho tuvo lugar
en 1774. aproximadamente al mismo tiempo que la llegada de Wall.
1 Soho M SS, correspondencia comercial, años 1780 y ags.
* TtMMtNs. S.: William. Murdock, págs. 7 y sg».; T iiurston: Crowth of
the steam-engine. pág. 153. Este invento es mencionado en nna de laa patente*
de Walt (núm. 1.432, 18 de abril de 1784). Es sabido que Ciigitol enneiruyó su
vehículo de vapor, conservado en la Escuela de Artes y Oficios, eti 1769.
* Sus emolumentos eran los de un capataz más bien que los de un ingenie­
ro. Hasta 1780 no ganaba más que 20 chelines por semanu. En 1793 Be lo envió
ti instalar unu máquina a Cádiz en las condiciones siguientes: gastos de viaje
maktoux .— 21
,132 1‘ ARTE I I : CHANDES INVENTOS V CHANDES EMPRESAS

eolnboración fue preciosa en las horas difíciles, en que el porvenir de


la máquina de vapor, por brillante que cupiese esperarlo, no se anun­
ciaba todavía sino de una manera confusa-

V
Boulton nunca había tenido dudas sobre el éxito final de la empre­
sa, muy contrariamente a Watt, siempre desalentado y pesimista*1. En
1781 vio por fin dibujarse el movimiento que aguardaba desde hada
diez nííos: el invento de Watt se convertía en objeto de la atención e
incluso do la curiosidad general. «La genle de Londres, de Manchester
y de Birmingham— escribía— ban perdido la cahczn por las máquinas
de vapor» *.
El mismo ano, Watt sacaba su segunda patente, la del movimiento
circular. Hasta esa fecha, la máquina de vapor no era otra cosa que
una bomba de fuego perfeccionada. Como tal se la empleaba en las
minas o para el servicio de aguas. Mediante la invención del m ovi­
miento circular se convirtió en una máquina motriz: en lo sucesivo,
sus usos pueden multiplicarse indefinidamente; el campo entero de la
industria le está abierto. Las primeras aplicaciones se llevaron a efecto
en el mismo Soho, donde se emplearon fuelles, laminadoras y martillos
de vapor. Casi en seguida Wilkinson encargó máquinas similares para
sus establecimientos de Bradley, y Reynolds para Coalbrookdale: su
ejemplo fue seguido por todos los grandes maestros de forjas de In­
glaterra y de Escocia3. Es en este instante cuando las fábricas meta­
lúrgicas, provistas ya de máquinas de todas clases, toman su aspecto
característico; es entonces cuando se sella, por decirlo así, la alianza
todopoderosa del vapor y del hierro.
Desde muy pronto la máquina de vapor fue empleada para mover
molinos: molinos de harina, molinos de malta para las cervecerías4,
molinos de sílice para la industria cerámica n, molinos para triturar la

pagarlos, una gratificación de SO libras y un salarín de una guinea por semana.


Contrato firmado el 20 de abril de 1793, Timmins MSS.
1 «El temperamento activo de Mr. Botillon y su confianza en el porvenir
servían de contrapeso a la timidez y al desaliento que me eran naturales.»
Notas de Watt sobre Boulton, en Smiles: Boulton and IPatl, pág. 485.
s «The people in I.andón, Manchester and Birmingham are Steam-mitl.mad.s
Boulton a Watt, 21 de junio de 1781. Idem, ibld., pág. 293.
s Idem. ibid.. págs. 301 y 317. l.os Soho MSS contienen numerosas cartas
cambiadas entre Boulton y Watt y los metalúrgicos Wilkinson, Reynolds, Walker,
Ilomfray, etc. Sobre las primeras aplicaciones de la máquina de vapor a la meta>
lurgia véase A sfiton, ob. cit., págs. 72 y sgs.
1 Máquina proporcionada a Whítbread y Cía. (1785). Continuó funcionando
hasta 1887, Timmings M SS.
* Máquina proporcionada a Wedgwood en 1782. Véase L ord, J.: Capital
tmtl striim power, pág. 179, núm. 1.
IV; LA MAQUINA DE VAI'OH 323

• aña de azúcar con destino a las refinerías de la# Indias Occidentales1.


Kntre una multitud de ejemplos, cuya enumeración sería fastidiosa, hay
ijiie citar uno al menos, el de la fábrica de harinas de Albion, Albion
Mills, construida en Londres en 1786. El utilaje de este gran estableci­
miento fue organizado por el propio Watt, con la colaboración de John
Rennie, que más tarde fue el arquitecto del puente de Waterloo. Este
utilaje consistía en 50 parejas de muelas, puestas en movimiento por
dos máquinas1 2*. La producción debía elevarse a 16.000 celemines de ha­
rina por semana. La apertura de esta fábrica causó sensación en Lon­
dres y se puso de moda el ir a visitarla, con gran impaciencia por
|t¡nte de Watt a. Los molineros se alarmaban de esta competencia ines­
perada cuando en 1791 un incendio, debido probablemente a la malevo­
lencia, destruyó de arriba abajo los edificios con todo lo que conte­
nían: las pérdidas fueron evaluadas en 10.000 libras esterlinas4.
En la industria textil la máquina de vapor solo fue en un principio
el auxiliar de la máquina hidráulica. Richard Arkvvright empleaba ba­
cía 1780 en su fábrica de Manchester una bomba de Newcom en5*.
En 1782 algunos fabricantes de hilados establecidos en Burton-sobre-el-
Trcnt encargaron a Watt que les proporcionara una máquina. Este aco­
gió bastante fríamente el pedido: «L a carta de estos señores, escribía
a Boulton, y el hombre que han enviado aquí no me dan muy buena
idea de su capacidad. Si usted vuelve a Manchester ®, le ruego que no
vaya en busca de pedidos para las hilaturas de algodón: he oido hablar
de tantos establecimientos que se montan en las márgenes de los ríos
del Norte, que de aquí a poco no puede ¡ror menos de quedar saturada
, esta industria. Corremos el riesgo de malgastar nuestro trabajo» 7. No
concebía que el desarrollo industrial del que era testigo pudiera conti­
nuarse más allá de un límite que creía próximo: no veía que él mismo

1 Ciivm de ,|nincs Walt a Fermín de Tuslct, 3 ile septiembre de 1794. Tim~


rnlng MSS.
- Nota de J. Watt, en R obison: S ten m and sicani-engine, pág. 137. Según
llobisou, cada máquina tenia una potencia de íiO caballos. Pero esta cifra no
está confirmada por las que ha recogido J. Lord, de acnerdo con las cuales las
seis máquinas proporcionadas a la fábrica de harinas entre 1785 v 1795 no to­
talizaban más que 68 caballos. L ord: Capital and steam power, pág. 175-
2 «/E s acaso asunto de los duques, de los caballero» y las damas distingi i-
das el ir a pasearse a un molino?» Carta a Boulton del 17 de abril de 1786.
Smii.es, ob. cit., pág. 357.
* Iclrm. ibid., págs. 358-59.
2 S aines, E.: Hist. of the cotton manufacture, pág. 226. La máquina de
Walt so empleó algún tiempo de la misma manera; véase el Icslimonio de un
viajero francés en 1784: «En la mayoría de estos molinos el agna es elevada
por medio de las bombas de fuego perfeccionadas por M. Woite (lie) y que
consumen dos tercios de carbón menos que las otras.» HlKNCOlitir, marqués de:
Mámotre sur l'Angleterre, «Affaires étrangéres». Métnoirr.s vi dot'umfínts, LXXIV,
tol. 28.
B Boulton se encontraba enlonces eft Irlanda.
7 Carta de Watt a Boulton, diciembre tío 17112; S miuís, ob. rit., pág. 327.
S'24 PARTE II: G R A N D E S IN V E N T O S Y CRANDES EMPRESAS

Imliíii contribuido más que nadie a hacer retroceder indefinidamente


e*te limite. Por lo demás, no tardó en cambiar de parecer. En 1784
reconocía «que la máquina de vapor podía seguramente ser empleada
en las hilaturas, siempre que la facilidad de poner la fábrica en una
ciudad o en locales ya construidos compensase el consumo de combus­
tible y el pago de derechos» *. Casi en seguida la experiencia fortificó
esta opinión, enunciada en términos tan tímidos todavía.
La primera hilatura de vapor fué, en 1785, la de los Robinson. en
Papplewick 1 3. A continuación fueron los manufactureros de Warrington
2
y de Nottingham los que hicieron traer máquinas de Soho: su ejemplo
fue seguido en 1787 por Robert Peel, en 1789 por Peter Drinkwater,
de Manchester; en 1790 por Richard A ikw iigh t y por Samuel Oldk-
now 3. En Yorkshire, y en general en las regiones en que predominaba
la industria de la lana, el movimiento fue más lento y encontró la
oposición más viva. No solo los obreros, sino muchos patronos, no ocul­
taban su hostilidad. John Buckley, de Bradford, habiendo querido en
1793 instalar en su hilatura una máquina de vapor, recibió de sus ve­
cinos una especie de ultimátum amenazándolo con que, si daba curso a
su proyecto, lo demandarían por daños y perjuicios, a causa del ruido
y del humo que la máquina iba a esparcir a su alrededor 4. Sin embar­
go, a partir de 1794 el vapor se introdujo poco a poco en las hilaturas
de lana, donde el maquinismo apenas la había precedido.
Así, desde finales del siglo xvm , la máquina de Watt comienza a sus­
tituir en todas partes al motor hidráulico. Svedenstjerna, en 1802, se
asombra de encontrarla casi a cada paso en su viaje a través de las
regiones industriales de Inglaterra: «N o es una exageración decir que
estas máquinas son en Inglaterra tan comunes e incluso mucho más
que entre nosotros las aceñas y los molinos de viento» s. A veces se en­

1 Carla ríe Watt a Mac Gregrir, de Glasgow, 30 de octuhre de 1784. W il -


liamson :Memorials of }. Watt, pág. 181. Se precisaban de 8 a 10 caballos de
vapor por cada 1.000 canillas.
2 Condado de Nottingham. U re, A.: The cotton manufacture of Great
Britain, I, 274. La Victoria history of the county of Lancaster (II, 386) señala
la existencia de una hilatura donde la fuerza motriz era suministrada desde 1777
por máquinas de vapor; Hecho sorprendente, porque la patente de Watt para su
máquina de movimiento circular solo dala de 1781.
3 Baines, E., loe. cit. Arkwrighl mantenía correspondencia con Boullon
y Watt desde 1785 (carta de Arkwright a Watt, 30 de enero de 1785, Soho M SS.
correspondencia comercial). La máquina proporcionada a Samuel Oldknow estaba
destinada a su hilatura de Slockport. Véase Unwin, G.: Samuel Oldknow and
the Arhwrights, pág 123.
* Ja m e s , J.: Hist. of Bradford, pág. 282: «Queda advertido de que si se le
ocurre instalar una máquina de vapor para hilar el algodón o la lana sobre un
terreno situado en Horton, cerca de Bradford, y conocido con el nombre de
campo del Tejar, nosotros, los abajo firmantes, en el caso de que la citada má­
quina noa incomodase, demandaríamos ante los tribunales tal reparación como
puilicacn concedernos.» (23 de enero de 1793.)
3 Svedenstjerna : Keise durch einen Theil non tlngiand und Schottland, pú-
IV: LA MAQUINA ov: VACO» 323

cuentran varias de ellas reunidas en un reducido espacio, en donde se


aplican a los usos más diversos: en Swansea, por ejemplo, donde
«unas extraen el agua de las minas, otras suben el carbón u la superfi­
cie y otras ponen en movimiento laminadoras y muelas». En 1800 había
en Birmingham 11 máquinas de v a p o r1, 20 en Leeds, 32 en Man­
chester *.
Hay que decir que Watt y Boulton no han sido los únicos artífices
de esta revolución. Murdock, su lugarteniente abnegado; Hornblower,
su competidor desdichado; John Wilkinson, que fue el primero en com­
prender la necesidad de una gran precisión en la fabricación del utilaje
moderno y logró obtenerla; Cartrvriglit, que después de haber inventa­
do la máquina de tejer y la máquina de peinar encaminó su espíritu in­
genioso hacia otros problemas3; Adam Heslop, que intentó renovar y
ampliar el principio de la máquina atmosférica4; toda una falange de
investigadores, muchos de los cuales permanecieron oscuros, fueron sus
colaboradores o sus émulos. P ero el establecimiento de Soho, protegido
por el acta de 1775, siguió siendo el centro único para la fabricación y
la venta de las máquinas. En sus talleres, que ocupaban a más de un
millar de obreros s, crecía la industria nueva en medio de las industrias
tradicionales de Birmingham, que primero le habían servido de auxilia­
res y a las que ella, a su vez, transformaba. «Todas las ramas de la me­
talurgia— escribía un visitante— están representadas en esta fábrica...
Casi todo el trabajo se hace a máquina: para las operaciones que exi­
gen cierta fuerza, para laminar los metales; por ejemplo, para pu­
lirlos, etc., se utilizan grandes ruedas, puestas en movimiento por la
máqina de vapor» B. Entre las aplicaciones más interesantes del vapor
en la fábrica de Soho hay que citar la acuñación automática de mone­
das, empresa debida a Matthew Boulton, y de la que se mostraba par­
ticularmente orgulloso. Su animosidad contra los fabricantes de moneda
falsa que comprometían la buena reputación de Birmingham le habia

gina 44. Según L ord fob. cit., pág. 176). el número total de máquinas cons­
truidas por Boulton y Watt para Inglaterra, Escocia y el País de Gales, desde
1775 a 1800. se elevaba a 321.
1 Clarke MSS, III, 150.
3 G a s k e l l : Artizans and machinery, pág. 35; B ainE s , E.: Hist. of the cotton
manufacture, pág. 227.
* Patente» del 11 de noviembre de 1797 (núm. 2.202) y del 5 de lebrero
de 1801 (núm. 2.471).
4 Patente del 7 de julio de 1790 (núm. 1.760). Una máquina de Heslop
estuvo funcionando en Whilehaven hasta 1878. Se halla en el Science Musenm,
Kenaington (East Hall).
s F o r s t e r , G.: Voyage phUosopkique et pitloresque en Angleterre et en
France, pág. 88; S t-Fond, Faujas de; Voyage en Angleterre, en Ecosse el aux ües
Hibrides, II, 387.
6 Duque de RuUand, Journal of a toar to the northern parís of Great Britain,
citado en las Local notes and queries la Bibl. de Birmingham, año» 1889-1893,
número 2.438.
S J fl PARTE n : CH AN DES IN V E N T O S Y CRAN DES E M PR E SA S

inspirado el deseo de obtener un monedaje perfecto que excluyera el


fraude, tan fácil de conseguir debido a la tosquedad de los antiguos pro­
cedimientos. Hizo construir balancines de vapor, en los que las piezas,
mantenidas por un collar de acero, recibían el molde con una precisión
infalible: cada balancín, vigilado por un obrero, podía acuñar de 50
a 120 piezas por m inuto1. Este invento tuvo un gran éxito: Boulton
recibió pedidos de la Compañía de las Indias, de Francia, durante ios
primeros años de la Revolución1 23
; de Rusia, en donde fue autorizado
en 1799 a montar un taller m onetario*, y, finabnente, del Gobierno
inglés, al que proporcionó en diez años, de 1797 a 1806, más de 4.000
toneladas de vellón *. A las ventajas de la producción rápida y de la
supresión casi total de la mano de obra se añadía la de una ejecución
correcta y regular. Era un ejemplo de los resultados que se debían es­
perar, en todas las industrias, con el uso de las máquinas, movidas des­
de ahora por una fuerza poderosa y dócil, que el hombre puede pro­
ducir, acrecentar, transportar, gobernar a discreción.

VI

Este hecho capital, el advenimiento de la máquina de vapor, abre la


última Fase, y la más decisiva, de la revolución industrial. Al liberar a
la gran industria de las trabas que pesaban todavía sobre ella, el vapor
ha hecho posible su inmenso y rápido desenvolvimiento. El empleo del
vapor, en efecto, no está subordinado, como el del agua, a condiciones
absolutas de situación y de recursos locales. Dondequiera que es posible
procurarse hulla a un precio razonable se puede instalar una máquina
de vapor. En Inglaterra, donde abunda la hulla, donde sus usos, a fi­
nales del siglo xvm , eran ya múltiples, donde una red de vias navega­
bles creadas expresamente permitía transportarla a todas partes con
pocos gastos, era el país entero el que se convertía en una tierra privi­
legiada, la más adecuada entre todas para el desarrollo de las indus­
trias. Las fábricas pueden abandonar ahora los valles en donde han
crecido, solitarias, a la orilla de los ríos; van a aproximarse a los mer­
cados donde compran sus materias primas y venden sus productos, a
los centros de población donde reclutan su |>ersonal; van a reunirse, a

1 Patente del 8 de julio de 1790 (núm. 1.757). Anuncio del molino de moneda
en el Moniteur Universal, suplemento al núm. del 27 de enero de 1791.
2 De los talleres de Sobo fue de donde salieron las piezas llamadas Monne-
rons, emitidas por los Monneron, banquero» de París, con la autorización del l
gobierno. Véase Dewamin E.: Cents ans de numismatique ¡ranqaise, láminas 7.
10 y 11.
3 39 Ceo. III. c. 95.
* S mii. ks: Boulton an d Walt, pág. 399. Las máquinas suministradas por
Boulton funcionaron en la Casa de la Moneda de Londres hasta 1882. Dict. of
National fliogrnpAy, ar1. Boulton
iv : la m a q u in a di: v a i ' iiii 327

agruparse, a formar esas aglomeraciones enormes y ncgias, por encima


ile las cuales la máquina de vapor hace planear eternos nubes de humo.
Por lo demás, esta concentración no es más que la continuación de
mi movimiento ya iniciado. No modifica la repartición geográfica de
las industrias tal como la determinó, entre 1760 y 1790, el maqumismo
i*n su primer |jeriodo— el del motor hidráulico. Hecho uotiihle, que
arroja un rayo de luz sohre los orígenes de la gran industria en Ingla­
terra: el desplazamiento de los principales focos de la actividad econó­
mica hacia los condados del Norte, la formación de las nuevas regiones
textiles y metalúrgicas son anteriores a las aplicaciones prácticas del
vapor. Estas no han tenido otro efecto que acelerar la marcha de los
fenómenos, prolongando la acción de las fuerzas que la habían causado.
Esta continuidad, se objetará, bien pudiera ser fortuita. El hecho es que
en los distritos donde las industrias nuevas venían a fijarse por muy
distintas razones había yacimientos de hulla: es esto lo que les ha per­
mitido permanecer allí, cuando la proximidad de las minas les resultó
más preciosa que la de los ríos, de la que se habían aprovechado en
un principio. Pero ¿es preciso ver en ello una pura coincidencia? La
hulla, antes del invento de Watt, desenfrenaba ya en la vida industrial
un papel suficiente como para que los manufactureros se dirigieran con
preferencia hacia las comarcas en que se encontraba en abundancia y
a bajo precio. Para creer que la han descubierto de repente, como un
tesoro oculto, precisamente en los parajes en donde venían a estable­
cerse. haría falta olvidar su ya larga historia.
EL vapor no ha creado la gran industria. Pero le ha prestado su po­
tencia y ha hecho que su impulso sea tan irresistible como las fuerzas
-de que él mismo dispone. Sobre todo le ha dado su unidad. La inter­
dependencia de las diferentes industrias era hasta entonces mucho me­
nos estrecha que en nuestros días. Entre sus técnicas respectivas no
había más que raros puntos de contacto. Sus progresos se hacían separa­
damente y por vías totalmente específicas. El empleo de una fuerza
motriz común, y, lo que es más, de una fuerza artificial, impone desde
ahora leyes generales a los progresos de todas las industrias. Los perfec­
cionamientos sucesivos de la máquina de vapor han reaccionado igual­
mente sobre la explotación de las minas y sobre el trabajo de los meta­
les, sobre los tejidos y sobre los transportes. El mundo industrial se
ha convertido en algo así como una inmensa fábrica, en donde la ace­
leración del motor, su contención, sus paradas, modifican la actividad
de los obreros y regulan el nivel de la producción.
Los contemporáneos de James Watt no vieron desenvolverse todas
estas consecuencias del gTan acontecimiento de que crun testigos. Pero
podían ya adivinarlas. Tenían el sentimiento de que «• abiin mui era
nueva, llena de posibilidades, cuya medida no podia dar ninguna com­
paración con el pasado. «En materia de mecánica, escribía Edén en
1797, es de creer que somos todavía tinos niííos. Si se considera el nú-
jWfl PAUTE n : GRANDES INVENTOS V GRANDES EMPRESAS

fllfin de inventos realizados desde hace cincuenta años con vistas a abre­
vi ni las operaciones de la industria; si se piensa que empiezan ahora
fl ponerse en uso, mientras que hace cincuenta años eran absolutamente
ignorados, no es extravagante suponer que de aquí a cincuenta años se
habrán hecho otras invenciones, en relación con las cuales las de la
máquina de vapor y de la máquina de hilar, por admirables que nos
parezcan, resultarán insignificantes y sin alcance» h1

1 Edén, F. M.: Suite of th e poor, I 44.


1

P A R T E TERCERA

LAS‘ CONSECUENCIAS INMEDIATAS


CAPITULO I

GRAN INDUSTRIA Y POBLACION

Si la revolución industrial consistiese únicamente en algunos perfec­


cionamientos técnicos, si sus consecuencias no se hubieranextendido
más allá del utilaje y de las mercancías, sería, en suma, unhecho de
importancia mediocre y no ocuparía mucho lugar en la historia gene­
ral. Pero a través de las cosas, expresiones concretas de lasnecesida­
des, de los cálculos y de la actividad del hombre, es sobre el hombre
sobre quien ha actuado. Ha marcado con su huella la sociedad moder­
na, primero en Inglaterra, después en todos los países civilizados: no
es preciso para reconocerlo, aceptar sin reservas la hipótesis del mate­
rialismo histórico. Ya se considere la sociedad desde fuera y en con­
junto, como una población que crece y se distribuye según ciertas le­
yes. o bien se estudie su estructura interna, la formación, las funciones,
las relaciones de las clases que la componen, en todas partes se descubre
el rastro de ese gran movimiento que. al transformar el régimen de la
producción, ha cambiado, al mismo tiempo, las condiciones de vida
de la colectividad entera.
I

El crecimiento rápido y continuo de la población no es un fenó­


meno particular de nuestra civilización industrial. Puede producirse, y
se produce en efecto, en medios totalmente diferentes: baste citar el
ejemplo de China, donde la pequeña propiedad rural y la agricultura
intensiva alimentan a la más formidable aglomeración de hombres que
hay en el mundo. Se podría añadir que el notable movimiento de po­
blación que tiene lugar, desde hace siglo y medio, en los países occi­
dentales. no cabe atribuirlo a una causa única: ¿no se halla favorecido
por todo lo que tiende a aumentar la prosperidad pública y la seguri­
dad individual? Pero lo que importa hacer observar es que no es ante­
rior al régimen de la gran industria. En nuestros días una población
que permanece estacionaria, o cuyo progreso es lento, es objeto de
inquietud y de escándalo: hace doscientos o doscientos cincuenta años
lo contrario es lo que hubiera admirado. Gregory King. en sus Obser­
vaciones sobre el estado de Inglaterra, escritas en 1696, predecía en
estos términos el crecimiento de la población inglesa durante los siglos
venideros: «Según toda probabilidad, se habrá duplicado en seiscien­
tos años, hacia el año 2300 de nuestra era: en esa fecha Inglaterra
331
,1.12 PAItTE III: LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

trndiá once millones de habitantes. La siguiente duplicación no suce­


derá, sin duda, sino después de un nuevo intervalo de mil doscientos
o mil trescientos años, en el año 3500 ó 3600: el reino contará en esa
época veintidós millones de almas— si es que dura hasta entonces» *.
Gregory King era optimista. Fue una opinión muy acreditada du­
rante todo el siglo X v i i i la de que Inglaterra se despoblaba 12. Se hablaba
de tal despoblación como de un hecho probado: estadistas como lord
Shelburne y lord Chatham expresaban públicamente los temores que
les inspiraba 34. Se atribuía este mal supuesto a las causas más diver­
5
sas: al aumento excesivo de las fuerzas militares, a las guerras, a la
emigración, al peso demasiado gravoso de los impuestos, al encareci­
miento de los géneros alimenticios, al acaparamiento de las fincas *. Sin
embargo, a medida que la riqueza creciente de la nación se hacía más
evidente, se desarrolla una teoría contraria, que afirmaba a p rio ri el
progreso de la población, ligado al progreso económico. Curiosas dis­
cusiones tuvieron lugar sobre este tema entre 1770 y 1780, en el mo­
mento mismo en que se manifestaba por todos lados la actividad crea­
dora de la gran industria naciente *.
Lo que posibilitaba estas discusiones era la falta de datos estadís­
ticos dignos de tal nombre. El primer empadronamiento oficial de la
población inglesa se efectuó en 1801 6. Antes de esta fecha había que
contentarse con evaluaciones más o menos verosímiles. Las cifras sobre

1 K ing , Gregory: N a tu ra l and o b s e r v a tio n s a n d conclusions a p o n


p o lilic a l
th e s ta le and c o n d it i o n of pág. 9. La población de Inglaterra y del
E n g la n d ,
País de Galea ee evaluaba en unos 39.290.000 habitantes a mediados de 1927.
1 «Desde hace algunos años, es opinión corriente que la población inglesa
esiá en vías de decrecimiento rápido; este decrecimiento sería de tal magnitud,
que habríamos perdido más de un millón y medio de habitantes desde la Revo­
lución. Semejante opinión no solo se encuentra en los libelos políticos, sino que
más de una vez ha sido enunciada en el Parlnmenio.» O b s e r v a t io n s o n th e p r e s e n t
S ta te o j th e w a s te la n d s (1773), pág. 5.
3 Véanse sus discursos a propósito de las pérdidas sufridas durante la guerra
de América, P a r l i a m e n t a r y H i s t o r y , XIX, 599 y XXI. 1036.
4 P rice, R.: E s s a y o n th e p o p u l a t i o n o f E n g la n d , págs. 27 y sgs.: L a r ic h e s s e
d e l ' A n g le t e r r e , págs. 9. 84. Véase también C o n s id e r a tio n s o n th e i r a d e a n d
f in a n c e s o f t h e U n i t e d K i n g d o m (3.1 ed„ 1769).
5 Sobre estas discusiones y sobre loa métodos de evaluación empleados por
una y otra parte, consultar el interesante artículo de G o n n er , E. C. K_.: en el
J o u r n a l o f th e R o y a l S t a t is t i c a l S o c i e t y , LXXV1, pgs. 261-303 (1913). Este ar­
tículo contieno una abundante bibliografía.
* El proyecto de un empadronamiento, sometido a la Cámara de los Co­
munes en 1753, encontró una oposición violenta e infundada: «Yo no creía, ex­
clamaba un orador, que pudiese haber un grupo de hombres, ¿qué digo? un
solo ser perteneciente a la especie humana, lo bastante audaz y desvengonzado
como para hacer la proposición que acabáis de oír.» Se declaraba que el em­
padronamiento revelaría a los enemigos de Inglaterra su debilitamiento, que
ocultaba proyectos tiránicos de reclutamiento militar, que tendía «a la subver­
sión total de los últimos restos de la libertad inglesa.» P a r t i a m e n t a i y H i s t o r y ,
XIV, 1318-1322.
: CRAN INDUSTRIA Y POHI.ACtON 333

las que se fundaban estas evaluaciones provenían o bien de las listas


de impuestos, que contenían el cómputo de los hogares o de las casas,
o bien de los registros de las parroquias, en los que se inscribían los
bautizos, los matrimonios y los entierros. Se calculaba empíricamente,
ya la relación media entre el número de casas y el de habitantes, ya el
nivel de la natalidad o de la mortalidad, y se hacia una multiplicación.
Así es como había procedido Gregory King: había encontrado en los
libros de fogaje, en la fecha del 25 de marzo de 1690, la cifra de
1.319.115 casas. Estas casas se repartían, según él, en varias catego­
rías: distinguía las que estaban situadas en Londres, en el extrarradio
de Londres, en las demás ciudades de Inglaterra y del País de Gales,
y finalmente en los pueblos y aldeas. A cada categoría le atribuía
cierto coeficiente de población, que variaba de uatro a cinco y medio,
y por el cual multiplicaba el número de casas comprendidas en la re­
gión correspondiente. La suma de los productos parciales le daba la
cifra de 5.318.000 almas. Añadiendo el efectivo de los ejércitos de tie­
rra y de mar, y un resto suplementario para compensar las omisiones
probables de las listas, llegaba a un total de 5.500.000 habitantes l .
Se ve, desde luego, todo lo que había de arbitrario en semejantes
cálculos. Y las mismas cifras que les servían de base, aunque tomadas
de documentos auténticos, no eran, ni mucho menos, ciertas. Los re­
gistros parroquiales, incluso los mejor atendidos, no podían proporcio­
nar, en efecto, más que datos incompletos. La inscripción de lo que
hoy llamamos actas del estado civil no era en modo alguno obligatoria.
Conservaba además un carácter esencialmente confesional. La Iglesia
establecida registraba, en cada parroquia, los bautismos, casamientos y
entierros de sus fieles. No se ocupaba de los no conformistas, muy
numerosos en ciertas regiones, y a veces más numerosos que los angli­
canos Las cifras extraídas de las listas de impuestos tampoco soti
dignas de confianza. Los agentes del fisco encargados de redactar estas
listas se colocaban desde un punto de vista puramente práctico: para
ellos las casas que no pagaban el tributo de los hogares o el de las
ventanas no oxistían; en la mayoría de los casos ni siquiera se moles­
taban en contarlas. Tales documentos, tomados al pie de la letra y ma­
nejados sin crítica, debían, conducir a quienes los empleaban a las con­
clusiones menos fundadas.

1 Ciialmers, G.: E s t ím a t e o f th e c o m p a r a t iv e s lr e n g lh o f G r e a t B r i t a i n . pá­


gina 56, juzga esta cifra demasiado reducida. Pero coincide poco más o menos
con las que proporcionan hipótesis más recientes, fundadas en el estudio de
las leyes demográficas y en los dalos positivos de varios empadronamientos su­
cesivos. Véase Rjckman, J.: A b s t r a c t o f th e a n s w e r s a n d r e t u r n s lo th e P o p u -
l a t i o n A c t I I G e o . I V , prefacio, pág. XLV; P ortkr, P r o g r e s s o f th e n a t io n . pá­
ginas 13 y 26, y S t a t i s t i c a l J o u r n a l , XL1I1, 462.
- A b s tra c t of th e a n s w e rs and r e ta r a s lo the P o p u la tio n A ct II G eo. IV ,
I, XXXII.
J.T I PARTE ni; LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

Kn esos documentos era en los que se apoyaban para demostrar


que Inglaterra se despoblaba. El argumento principal de esta demostra­
ción, largamente desarrollada por Richard Price en su Ensayo sobre
la población d e Inglaterra (1780) \ era el siguiente: bajo el reinado
de Guillermo III había en Inglaterra— excluyendo a Escocia e Irlanda—
alrededor de un millón trescientas mil casas. Ahora bien: este número
se había reducido en 1759 a 986.482, en 1767 a 980.692 y en 1777 a
952.734 *. ¿Cómo no concluir que la población de Inglaterra dismi­
nuía? Había debido bajar un 25 por 100 en menos de un siglo. Price
no olvidaba más que un detalle: las cifras sobre las que instituía su
comparación estaban tomadas de fuentes diferentes. Las más antiguas
procedían de las listas del fogaje ( hearth-tax,) . Pero el fogaje había sido
abolido en 1696 y reemplazado por un tributo sobre la propiedad
edificada, calculado según el número de ventanas. Este nuevo impuesto
había dado lugar al establecimiento de una estadística nueva, cuyas
cifras no concuerdan con los datos precedentes1*3. De ahí una especie
de desnivelación brusca y en apariencia inexplicable. Londres, según
las listas del fogaje, contaba, en 1690, 111.215 casas; según los regis­
tros del impuesto de las ventanas no habia, en 1708, más que 47.0314.
¿Hay que concluir que una catástrofe repentina, sin saberlo los con­
temporáneos ni la historia, había destruido, a principios del siglo xvin,
la mitad de Londres? Esta reducción al absurdo hubiese bastado para
demostrar el vicio ridículo de un método de evaluación contra el cual
pronunciaba Arthur Young. en su Aritm ética Política, una condena
definitiva s.
Sin embargo, es poco probable que la tesis de la despoblación hu­
biera sido atacada por razones de método, si los signos visibles de la
prosperidad general no hubiesen constituido fuertes presunciones en

1 Y bosquejado, desde 1773, en sus O b s c r v a t io n s o n r e v e r s io n a r y p a y m e n ts ,


IT, pág. 280 y sgs. También encontraba pruebas en apoyo de su tesis en el ren­
dimiento decreciente de los impuestos de sisa, en las quejas relativas a la des­
población de los campos, etc.
3 P rice, R.: E s t a y o n t h e p o p u l a t i o n o/ E n g ia n d a n d W a le s , págs. 14-18.
3 De hecho, el número de «fuegos» era diferente del número de casas. Véase
C onner , E. C. K.: o h . c it . , pág. 269.
4 Véase eJ cuadro que da la comparación de las cifras para todos los con­
dados. en Chalmers, E s t í m a t e o f th e c o m p a r a t iv e s t r e n g t h o f G r e a t R r i t a in , pá­
gina 216.
s «En resumen, llegamos a la conclusión de que los hechos por los cuales
se pretende demostrar la despoblación de Inglaterra son absolutamente falsos,
que las conjeturas que se levantan sobre ellos son puras fantasías sin valor
alguno, y, finalmente, que las conclusiones que se sacan no pueden ser otra cosa
que un montón de confusiones y de errores.» Y ounc , Arlh.: P o l i t i c a l A r i t h m e t i c ,
I, 90. Vcase las observaciones críticas de E dEiN, W.: L e t t e r s t o th e E a r l o f C a r -
l i s i e (1780), pág. XXI-XXTX, y H o w le tt . W.: A n e x a m in a t io n o f D r . P r i c e 's
e s ta y o n th e p o p u l a t i o n o f E n g ia n d a n d W ttle s , págs. 43-62.
I: CítAN INDUSTRIA V POW.ACION 335

favor de la tesis opuesta. ¿Cómo creer que un país se debilita y se


vacia de habitantes cuando se ve cada dia aumentar su actividad y sus
recursos? «Considerad— escribía Young— la navegación, las carreteras,
los puertos; observad el espíritu de empresa que se manifiesta en nues­
tras industrias. A cualquier lado que dirijáis vuestras miradas, no ve­
réis por todas partes más que riqueza... He mostrado que Inglaterra
posee inmensas rentas, ampliamente suficientes para todas sus necesi­
dades; que su agricultura está progresando, que su industria es prós­
pera y su comercio muy extenso; en una palabra: que es un gran país
laborioso. Ahora afirmo que es imposible establecer todo esto sin es­
tablecer al mismo tiempo que el Reino festá muy poblado. En vano se
citarán las tablas de mortalidad y se pedirán a las listas de las casas
y de las ventanas pruebas de la despoblación. El estado floreciente de
nuestra agricultura, de nuestras manufacturas, de nuestro comercio,
nuestra riqueza general, demuestran claramente lo contrario» 1.
Esto, sin duda, no era más que una impresión: para convertirla en
una verdad demostrada habría sido preciso disponer de medios de in­
formación de los que se carecía por completo. Aquellos que, como
William Edén. Howlett y Wales1 3, cometieron el error de emplear a su
*
vez el método que habían criticado tan justamente, no llegaron a resul­
tados más concluyentes que sus adversarios3. Otros, a falta de prue­
bas de hecho, se apoyaban en el razonamiento abstracto, a la manera
de los economistas de quienes habian sido discípulos, y de lo que
desde luego no era más que una opinión, hacian una teoria.
Esta teoría está implícitamente contenida en las líneas de Young
que acabamos de citar. En otros pasajes del mismo libro la desarrolla
y la explica. El crecimiento de la riqueza y el de la población son,
según él, dos hechos necesariamente ligados. Dondequiera que los
hombres encuentran con qué ganarse la vida, se multiplican rápidamen­
te: «Es el trabajo el que suscita la población. No hay en toda la tierra
un solo ejemplo de un pueblo perezoso que sea numeroso en propor­
ción con la extensión de su territorio. Por el contrario, los países don­
de se trabaja están muy poblados, y tanto más lo están cuanto más se
trabaja. Cuando la labor no falta y los jornales se pagan bien, una
familia no es una carga y los matrimonios son precoces y numerosos.
Es absolutamente imposible que en estas condiciones la población no
aumente... * En todas partes es fácil comprobarlo, el trabajo hace a los

1 Y o u n c , A.: N o r t h o f E n g l a n d , IV, 104-06, 416.


3 Amor de A n i n q u i r y i n t o t h e p r e s e n t S ta te o/ p o p u l a t i o n i n E n g l a n d (1781).
3 Véanse las observaciones muy juiciosas del folleto titulado U n c e r t a i n t y o f
th e p r e s e n t p o p u l a t i o n o f t h e k i n g d o m (1781), pág. 4: «Es imposible decidir, cou
un grado cualquiera de certidumbre, si nuestra población lia aumentado o dis­
minuido desde hace un siglo, si es actuulmcnie de ocho o nueve millones de
almas, o solamente de cuatro o cinco millones.»
1 Y o u n c , A.: N o r t h o f E n g la n d , IV, 411.
PARTE III: LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

hombres propagarse como hongos» 1. El miedo de ver a las empresas


medrar demasiado de prisa, y a la mano de obra quedar insuficiente, es
quimérico: «Una nación laboriosa no tiene que temer nunca la escasez
de brazos para ejecutar los más amplios trabajos. Seria absurdo, sin
duda, sostener que estos trabajos podrían ejecutarse en cualquier si­
tio por una cantidad fijada de antemano, o mediante salarios inva­
riables; pero en dondequiera que haya tarea, es decir, dinero que
ganar, jamás se carecerá de mano de obra... Que se encuentre tan
solo el dinero necesario, no son los hombres los que faltarán» 1 2.
Por otra parte, el progreso económico sería imposible si no fuera
acompañado de un progreso de la población, por lo menos equivalente.
Porque si la agricultura o la industria no pudiesen disponer más que
del número de obreros estrictamente requerido para sus necesidades
inmediatas, sería de temer que ese número resultara pronto insuficien­
te: «Es preciso que la población aumente más de prisa que el volumen
del trabajo a ejecutar, sin lo cual la oferta sería inferior a la demanda.
Pongamos un ejemplo. Quinientos hombres están ocupados en el cul­
tivo de la tierra.' Se emprenden obras en el país que, según el trabajo
medio proporcionado por un jornalero, deberían emplear a trescientos
hombres. Al dar lugar la subida de los salarios a una especie de rela­
jamiento general, los trabajos no podrían continuar, a menos que se
presentaran trescientos nuevos obreros. De suerte que para hacer la
labor de trescientos será preciso que una población de trescientos cin­
cuenta o cuatrocientos obreros sea creada, por decirlo así, por la su­
bida de los salarios» 3. Se advertirá esa fórmula: la población aumenta
más de prisa que el trabajo a ejecutar. ¿Hay que ver en ella solamente
la consecuencia de una deducción lógica? ¿No encierra como el pre­
sentimiento de un estado de cosas, apenas esbozado todavía, pero que
ojos clarividentes percibían ya? Tal exceso de población, concebido a
la vez como la resultante y la condición necesaria del desarrollo eco­
nómico, es lo que Marx, un siglo más tarde, llamará «el ejército de
reserva de la gran industria».
Las discusiones sobre la población de Inglaterra no habían cesado
cuando apareció, en 1798, el libro famoso de Malthus *. Aquí no es de
Inglaterra sola de la que se trata: el principio de población que Mal-
thus pretende establecer es un principio general, válido para todos los
tiempos y para todos los países *. Hay que notar, inclusive, que entre

1 "YOVNC, A .: N o r t h o f E n g ta n d , 1, 173.
* Idem, ibid., 1, 178.
3 Idem, ibid.. I, 177.
* E ssa y on th e p r in c ip ie o} p o p u la tio n as it a ffe e ts th e fa tu re im p r o v e m e n t
o í s o c ie ty , Londres, 1798.
* Sobre los orígenes abstractos de la teoría He Malthus, véase H alévy, Elie.;
L 'E v o l u l i o n d e l a d o c t r i n e u ü l i l a i r e d e 1785 a 18 1 6 , págs. 136-156.
I: GKAN INMISTIUA Y l’ OIII.AlíiON 337

loa hechos en que Malthus apoya su teoría solo un número muy pe­
queño están tomados de Inglaterra: ha querido pasar revista a todos
loa pueblos, a todos los estados de civilización, a íin de mostrar que
su ley se verificaba— o parecía verificarse— en los casos mus diferentes.
Sin embargo, nos es imposible olvidar que este libro fue escrito en
Inglaterra, en los últimos años del siglo xvm. Las ideas no nacen solo
ile las ideas, y el pensamiento de Malthus ha sido formado por el me­
dio y las circunstancias tanto como por la lectura de Adam Smith, de
Condorcet o de Godwin. En 1798 el régimen de la gran industria es­
taba ya constituido: las aglomeraciones industriales empezaban a en­
grosarse, y aparecía el proletariado de fábrica. Al mismo tiempo el
país atraviesa una crisis de las más graves: una sucesión de malas
cosechas, cuyos electos se ven agravados por los de la guerra maríti­
ma, hicieron subir, en 1795 y 1796, el costo de los géneros alimenticios
a precios de hambre h Se puede juzgar el incremento de la miseria
por el aumento del impuesto de los pobres: de dos millones y medio
de libras esterlinas se elevó, en ocho años, a cerca de cuatro millones.
f*a reforma de la ley de los pobres, corregida por primera vez en 1782 3,
está a la orden del día. En medio de este crecimiento apresurado y de
esta penuria es cuando Malthus escribe su libro. Y trata de demostrar
que esta es consecuencia de aquel. Al miedo de ver a Inglaterra despo­
blarse sucede ahora el miedo de encontrarla demasiado poblada, abo­
cada al pauperismo, menos por la mala repartición de la riqueza que
por el número demasiado grande de sus habitantes.
El problema que Malthus creía haber resuelto sigue planteándose
todavía hoy. La verdadera ley de población— si es una ley única
la que rige fenómenos tan complejos— no es conocida, ni podría serlo
más que después de investigaciones pacientes, realizadas según los mé­
todos de la ciencia positiva. En cuanto a la cuestión histórica del
crecimiento de la población inglesa en el siglo xvm, fue resuelta por
el empadronamiento de 1801. Inglaterra y el País de Gales tenían, en

Precio de] quarter de trigo en:

1791. — 2 £ lo s. 6 í Í. 1796. — 4 £ 10 a. 4 d.
1792. — 2 ■ 19 » 7 » 1797. — 3 . 9 » 9 »
1793. — 3 1* 2 » 8 » 1798. — 3 » 9 » 9 -
1794. — 3 1» 0 « 9 » 1799. — 1 » 5 » 1 »
1795. — 4 1» 11 » 8 * 1800. 7 » 2 » 10 »

A b s t r a c t o f t h e a n s u te rs a n d r e t a r a s l o th e p o p íi l a t io n , 4 r t 11 Geo. IV, I. 211.


!■#* cifras de los «Eton records», publicadas por T OOKe : //¿ tí, o/ P r i c e s , II, 389,
son inferiores a estas en un 10 por 100 aproximadamente.
J Por la ley conocida con el nombre de G i l b e r t 's A r t . «En ln época de la
■Instauración se habían dado a las parroquias inglesa» nrnia» pura defenderse
contra los indigentes; en la víspera de la Revolución industrial se les da el
medio de distribuir socorros sin cuento.» OtmNtNUitAM, W.: Grotvth oj English
i tu llí,H ry and. r.a m m e rc e , II, 578.

MANI ou.\. —22


;un PAUTE III: LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

1801, 8.873.000 habitantes, y el Reino Unido 14.681.000’. Si se acepta,


para las postrimerías del siglo xvit la evaluación, bastante razonable,
de Gregory Ring1 3, hay que admitir que en cien años la población ha­
*
bía aumentado un 60 por 100 en Inglaterra y casi se habia duplicado
en el conjunto del Reino. El territorio de las Islas Británicas, por lo
demás, no estaba en modo alguno superpoblado: la densidad de po- i
hlación, casi cuatro veces menor que en la actualidad, no alcanzaba la
media de 47 habitantes por kilómetro cuadrado. Los resultados del em­
padronamiento vinieron a confirmar la impresión producida por la teo­
ría de Malthus. Ya no volvió a tratarse de la despoblación de Inglate­
rra, en la que mucha gente creía sin saber demasiado por qué. A partir
de este instante es cuando el crecimiento regular de la población co­
mienza a ser considerado como una lev normal de las sociedades, y su
lentitud o su detención como el signo de un estado mórbido. Esta idea
ha adquirido en nuestros días la consistencia de un dogma. En ninguna
parte recibe una adhesión más general y más absoluta que en Ingla­
terra. Sobre ella se fundan las esperanzas y los sueños más grandio­
sos. El primer artículo de fe de esta creencia, que ha tenido, como
sabemos, sus apóstoles y sus fanáticos, es que la fortuna y el poderío
del Imperio irán incrementándose junto con su población, que el Ca­
nadá, Australia, el Africa del Sur, alimentarán un día a centenares
de millones de habitantes, a toda una humanidad nueva hablando la
lengua inglesa y agrupada bajo el pabellón inglés *. No es imposible, en
efecto, que el movimiento de población cuyo comienzo ha visto el si­
glo xvin se continúe durante mucho tiempo todavía. No hay que
olvidar, empero, que es un hecho reciente, ligado a ciertas condiciones
históricas que no han existido en todo tiempo, y que muy bien po­
drían, en el porvenir, modificarse o desaparecer.
Por lo que atañe al pasado, parece— sobre este punto no cabe ser muy
afirmativo, pues se trata de conjeturas más bien que de hechos— que el
crecimiento de la población inglesa, hasta 1750, se ha efectuado con
extremada morosidad. Citemos, con toda reserva, las cifras propues­
tas por Rickman en su prefacio a las tablas del censo de 1831 4: en
1600 Inglaterra y el País de Gales habrían tenido cinco millones de

1 A b s t r a é is of ike a n s ie e rs a n d r e h i r a s<18011. pág. 3 ( O b s e r v a li o n s o n th


r e s a lís o f i h e P o p u la tio n A e l. 41 Ceo. 111),
* F!. C. K. Gonner. fundándose en las cifra» de los libros del fogaje, lleg
a un Iota! aproximado de 5.860.000 habitantes, muy cercano a los 5.500.000 d
Gregory King ( o b . c it . , págs. 182-83). Y criticando las evaluaciones de Rickma
( l n t r o d t i c t i o n l o i h e C e n s a s 'o ¡ 1 8 4 1 ), basadas en las listas parroquiales de bauti
moa y entierros, obtiene la cifra de 5.740.000 (pág. 284).
3 Recordemos que la presente edición se ha hecho conforme a la edición
revisada por el autor y publicada en 1028 en lengua inglesa (nota del edito
francés).
1 Abstraéis o f th e a n s ie e rs and rehiras tu th e p o p u l a t i o n Act, 11 Geo. IV
prefacio, l, xi,v.
I: CRAN INDUSTRIA V l'ORUCtlIN 339

l>:il>itantes; hacia 1650. cinco millones y medio; deis millones en 1700;


seis millones y medio en 1750. En ciento cincuenta años la población
apenas se habría acrecentado en un millón quinientas mil almas. Du­
rante el medio siglo siguie. x-. de 1750 a 1801, aumentó en dos millo­
nes y medio de habitantes: su nivel de crecimiento se había cuadrupli­
cado en relación con el período precedente '.

II

Al mismo tiempo que aumentaba, sa centro de gravedad se despla­


zaba: la dirección de este movimiento casi bastaría para hacer adivinar
sus causas. Tracemos, sobre el mapa de la Inglaterra propiamente dicha,
una línea transversal desde la desembocadura del Ilumber hasta la del
Severa, siguiendo aproximadamente el declive jurásico de la cuenca
de Londres. Las dos regiones que separa son de una extensión más o
menos igual *. Una, la del Noroeste, comprende boy día casi todos los
grandes centros de la industria inglesa: las cuencas hulleras de los
Midlands, de York y de Lancaster, de Northumberland y de Durham,
las aglomeraciones de fábricas que se agolpan en torno a Manchester,
Liverpool. Lecds, Sheffield, Newcastle. La región del Sudeste es e!
teatro de una vida económica menos activa y menos concentrada. Fuera
de Londres, cuyo crecimiento desmesurado corresponde al de un Im­
perio mundial, encierra pocas grandes ciudades. Abunda, por el con­
trario, en viejas ciudades históricas, orgullosas de sus colegios, de sus
castillos y de sus catedrales, pero que han quedado pequeñas y como
adormecidas, como replegadas sobre sí mismas en el recinto de sus
murallas seculares. Esta oposición, que basta con recordar, se marca
muy netamente en la estadística. Los diecisiete condados del Noroeste
tenían en 1901, cien años exactamente después del primer censo,
16.718.000 habitantes; los veinticuatro condados del Sudeste no tenían
más que 14.254.000, de los cuales casi un tercio— exactamente 4.536.000—
habitaban el condado de Londres:l. El primer grupo contenía veintiuna
ciudades de 100.000 habitantes por lo menos— tres de ellas con más

1 Sobre el progreso de la medicina desde 1750 y sus consecuencias, véase


U r iu e t ii . T albo!:
P o p u l a t i o n s p r o b le m s i n th e a g e o l M a fth u .% , y D orothy G eorge , M.,
■Some causes of the increase o{ population in the XVlllrh ccnlury», E e o n o m i c
J o u r n a l, XXXII. págs. 325-57. El mejoramiento de la agricultura permitió el
consumo de carne en invierno y a pesar de la mortalidad debida a la viruela y
al lifus las epidemias se hicieron menos mortíferas. Véase tvNoui.ES, L. C. A.:
In d u s t r ia l a n d c o m m e r c i a l r e v o lu tio n s in G re n t H r í t i ii n d it r i n g th e n in e te e n lh
c e n t u r y (3.* ed.), pág. 67.
- 71.537 km1, (condados del Sudeste) tremo a (>l,flS¿ kma. (condados del
Noroeste). ,
!í El condado de Londres fue errado en lílílít.
¡no PARTE III: LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

fie 500.000 y doce con más de 200.000— 1; el segundo grupo no con­


tenía más que ocho, incluida Londres y dos de sus barrios, West Ham
y Croydon 2.
1 La densidad media de la población era. en el Noroeste,
de 270 habitantes por kilómetro cuadrado; en el Sudeste, de 199, y, si
se pone aparte el condado de Londres, de 135 solamente.
De muy otro modo sucedía en el siglo xvrn. Hemos intentado re­
presentar en los mapas adjuntos el estado de la población en las fechas
de 1700, 1750 y 1801. Los documentos anejos al censo de 1801 nos
permiten esta tentativa, que no promueve las mismas objeciones que
las evaluaciones sin base seria del siglo xvn y del xvrn: el método
conjetural resulta legítimo cuando se funda en comparaciones con los
datos ciertos y completos de un cómputo oficial 3. Lo que ante todo
sorprende la mirada cuando se examina el primero de estos mapas, es
la exigüidad de la densidad media, comparada con la de hoy día. A
excepción de Londres y de sus alrededores inmediatos, ni un solo con­
dado tiene 60 habitantes por kilómetro cuadrado. En cuanto a la repar­
tición, es muy clara: los condados más populosos se agrupan en una
zona casi continua, desde el canal de Bristol a la costa de Suffolk. Esta
zona estrecha contenía más de las tres quintas partes de la población
total de Inglaterra. Los condados del Norte estaban escasamente po­
blados: Lancashire y Yorkshire occidental no tenian más de 30 a 40 ha­
bitantes por kilómetro cuadrado.
En 1750 el movimiento hacia el Norte comienza a bosquejarse. Se
diría que la población se encauza hacia el Atlántico, adonde la atraen
el desarrollo del comercio marítimo, la fortuna creciente de Liverpool
y de Bristol. La zona más poblada forma un triángulo cuya base mayor
está al Oeste y que se extiende, al Norte, hasta el condado de Durham.
Finalmente, en 1801 cambia por completo el aspecto del mapa. La
aglomeración londinense constituye, en el ángulo dirigido hacia el
Continente, una mancha aislada, mientras que una faja profunda, en­
sanchada hacia el Norte, se extiende por los condados del Centro y del
Oeste, y se detiene al pie de las montañas de Cumherland y en las
inmediaciones del macizo galés. Sin el excedente de Londres, con sus

1 Birlccnliead. 110.926 h.: Binningliam. 522.182; Blackbum. 127.527: Bol­


lón. 168.205; Bradford, 279.809; Brislol. 328.842; Derby, 105.785; Gateshead,
109.887; Haliíax. 104.933: Hall, 240.618; Leeds, 428.953; Leicester, 211.574;
Liverpool, 684,947; Manchester. 543.969; Ncwcasilc, 214.803; Nottingham- 239.753;
Oldham, 137.238; Presión, 112.982; Saltón!, 220.956; Sbeffield, 380.717; Sunder-
land, 145.565.
2 Brighton, 123.478 h.r Croydon, 133.885: Norwich, 111.728; Plymtralh,
107.509; Portsmouth, 189.160: Soulhamplon, 104.911; West Ham, 267.308; Lon­
dres, 4.536.036.
3 Véase A b s t r a c ta o f th e a n s ic e r s a n d r c t u r n s t o th e P o p u l a t i o n A c t , 41 Geo.
III. I, 11 y sgs. (O b s e r v a t i o n s o n th e r e s u l t a ). Los mapas trazados por Gon-
ner . F.. C. K. ( o b . c it . , págs. 289-91) presentan poca diferencia, en conjunto,
non los nuestros, que hemos conservado para permitir una comparación.
I

i: CRAN INDUSTRIA V l'GUL ACION 341

HABITANTESPORKm. CUADRADO
menoide 70 .
dt 70 a 40
de 40 a 60—
de 60 a 60. ..
de BO s 100..
de 100 a ISO
por tocimadeISO

M A R

Los condados más poblados forman ana zona alargada de Orale a Este, desde el
estuario del Severa a la costa de Suffolk. Uno de aquellos en que la población
alcanza su máximo de densidad, aparte de la aglomeración londinense, es el
condado de Wilta, país de cría de ganado y de pequeña industria.
...... ....., ac l'nNSECIJENCIAS INM EDIATAS

u, m . .1.1»««. u .» ..» -
adquirir imparuucia: .1 m á m e n lo * '■
» * ■ « ■ .* * w ?'c.y !r8l
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H rosinnzc BensibltpiCnlC.
I: GRAN INOIJSIHIA Y l'Olil,ACION 343

Una ¿ona de intensa población se extiende de Norte a Sur, desde los condados
«le York y Lancasler hasta el condado fie Somerset: las regiones más pobladas
son las de Manchester y Birminghani. La aglomeración londinense está separada
de esta nona por comarcas agrícolas medianamente pobladas (Berks, Oxford,
NorthamptoiO.
PARTE U t : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

Los centros de la gran industria) en torno a los cuales se agrupa la población,


están casi lodos al norte de una línea trazada desde la desembocad ura del Hurober
a Ja del Severa. Londres y sus alrededores inmediatos forman un distrito aparte,
orientado hacia el mar del Norte y el continente.
I: GRAN rNDÜSTIUA Y l'OOT,ACION 345

novecientos mil habitantes, el grupo del Noroeste habría equilibrado


en esta época al del Sudeste: su población era de 3.895.000 almas,
frente a 4.711.000. Tomemos ahora el mapa que représenla la repar­
tición de la población inglesa en 1901. Se descubren los mismos ras­
gos, más acentuados sin duda, pero netamente reconocibles. Desde 1801
a 1901 es un mismo movimiento el que se prosigue sin cambiar de
dirección; en 1700 aún no se había iniciado.
¿Qué significa este desplazamiento de la población hacia el Norte
y hacia el Oeste? Para comprenderlo hay que estudiarlo de más cerca
y en detalle. Consideremos, por ejemplo, uno de los condados del Sur,
Devonshire. Es uno de los países típicos de la antigua industria, con sus
talleres domésticos dispersos por los campos, y sus pequeñas ciuda­
des, residencia de los destajistas y los mercaderes. En 1700 Devonshire
figuraba en tercer lugar, después de Middlesex y Surrey, en cuanto a
densidad de población: rebasaba la cifra de 50 habitantes por kilóme­
tro cuadrado. En el curso del siglo xviii apenas varió; descendió por
bajo de 49 en 1750, para elevarse a 51 en 1801. En ciertos condados
puramente agrícolas, como los de Lincoln o Rutland, el resultado final
es aproximadamente el mismo, con fluctuaciones quizá un poco más
acentuadasT’sü densidad no asciende, en cien años, más que de 25 a 28
y de 4.0 a 42 habitantes b Atendamos ahora a las regiones donde se
desarrollan las industrias nuevas, donde aparecen el maquinismo y las
grandes empresas. Warwickshire y Staffordshire, en el límite de los
cuales se halla el distrito metalúrgico y minero de Birmingham, conta­
ban conjuntamente 224.000 habitantes en 1700; 285.000 en 1750;
447.000 en 1801. Aquí la población apenas si se ha duplicado; en Lan-
cashire casi se ha triplicado: de 240.000 sube a 672.000. Y, hecho
significativo, las tres cuartas partes de este enorme crecimiento se han
producido en la segunda mitad del siglo.
Es~entonces, en efecto, cuando la gran industria, allí donde su des­
arrollo encontraba las pondiciones más favorables, ha hecho nacer esas
enormes aglomeraciones, cuyo crecimiento monstruoso conLinúa todavía
ante nuestra vista. Aglomeraciones un poco difusas al principio, como
las industrias en torno a las cuales se formaban, no se han fijado y con­
solidado definitivamente sino después de la introducción de la máquina
de vapor. Las primeras fábricas, cuyas máquinas eran movidas por rue­
das hidráulicas, estaban generalmente situadas fuera de las ciudades.
Sin embargo, no podían establecerse más que en las cercanías de una
ciudad. Les era preciso un mercado de aprovisionamiento y de venta
que no estuviese demasiado alejado, en razón de la dificultad, bastante
grande aún, de las comunicaciones y de los transportes. Les hacía falta
mano de obra no solo para el trabajo que se ejecutaba en los talleres,1

1 Estas cifras están tomadas de las tablas de Gonneh, E. C. K..: ob. cit. pá­
gina 296.
Mil PARTE ni: LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

•lili) |iniii uquel que, en el exterior, era su complemento necesario. Es


naltiil» que durante el periodo que precedió a la invención y a la adop­
ción general del telar automático, el algodón y la lana hilados a má­
quina tenían que tejerse a mano: y los tejedores de los campos estaban
demasiado dispersos para bastar a la tarea. Fue así como los centros
de la gran industria, antes incluso de que apareciese la máquina de
vapor, pudieron fijarse ya y desenvolverse con una rapidez que anun­
ciaba su grandeza futura.
III

Entre las ciudades cuyo nomine se repite a cada página de este li­
bro, y a quienes la gran industria debe lauto como ellas le deben, aque­
llas cuyo crecimiento ha sido más precoz y mt'ts notable son las ciudades
de la industria del algodón, y en el primer puesto, [a más importante,
la más ¡lustre de todas, que ha seguido siendo hasta nuestros días el
tipo clásico de la gran ciudad manufacturera: Manchester.
No hay que creer que la ciudad do Manchester sea de creación mo­
derna. Es. por el contrario, muy antigua: es el Mancunium de los ro­
manos1. Dominaba el paso entre los escarpes del macizo Penino y las
turberas infranqueables que se extendían al lado del mar 2. Su posición
a orillas del Irwell. no lejos de la confluencia de este rio con el Mer-
sey, y en medio del anfiteatro de colinas que circunda la parte meri­
dional de Lancashire. la designaban para» convertirse en un centro de
intercambios locales. La pendiente rápida de las corrientes fluviales que
por todos lados descienden hacia la cuenca natural cuyo fondo ocupa,
ha sido una de las causas do su fortuna industrial. El tejido de las te­
las, y el de esas lanas burdas llamadas cottons, que fueron largo tiempo
la especialidad de la región, dieron a Manchester, hacia finales de la
Edad Media, una prosperidad que atestiguan todavía uno o dos monu­
mentos que han quedado en pie en medio de la| ciudad moderna \ En
tiempos de los grandes pañeros del Renacimiento su reputación fue
muy superior a su importancia real ': se hablaba de ella como de una1
1 Véase el «Itinerarium Anlonini Augnsli, ller Rritannicum». M o n u m e n t o
H is tó r ic a B r i t o n n i c a , L xxu. Las disertaciones ríe WtllTAKER. John: H is t. o/
M a n c h e s te r , J, 3 y sgs.. no añaden a este texto explicaciones muy concluyentes.
1 Cubrían todavía grandes espacios a fines del siglo xvlll. Véase la descrip­
ción que da Aikin: «En tiempo seco la superficie es bastante sólida para sopor­
tar a un hombre, pero a cada paso el suelo tiembla a gran distancia; los caba­
llos y el ganado no pueden aventurarse allí sin |ieligro. Kn tiempo de lluvia estas
tierras pantanosas forman un obstáculo infranqueable.» Aikin, J.: D e s c r i p t i o n
o f th e c o u n t r y f r o m . t h i r t y t o f o r t y m ile s r o u n d M a n c h e s te r , pág. 11.
1 Los edificios del Chelham Hospital, que contienen una bella biblioteca an­
tigua, datan del siglo xv: la catedral, de la primera mitad del xiv.
1 «Manchester es, desde hace ya mucho licm|io, una ciudad muy poblada...
Kn ella se fabrican telas lanío de lino como ríe lana, industnia que enriquece
a los habitantes y los pone en condicionen de vivir confortablemente. Su activi-
r : c r a n in d u s t r ia v i’ o i i u n t i N 347

ciudad considerable; a decir verdad, todavíu no era más que un pue­


blo rico L
En el siglo xvn aparece la industria del algodón. Es entonces cuan­
do Manchester se transforma en una ciudad, pero que no es ni será
durante mucho tiempo reconocida oficialmente como tal. No tiene cor­
poración municipal ni envía diputados a la Cámara de los Comunes*.
Por eso Defoe, en 1727. la llama todavía «uno de los mayores, si no
el mayor, pueblo de Inglaterra» 3. Por lo demás, lejos de querer re­
presentarla como una localidad insignificante, evaluaba su población en
la cifra ridiculamente exagerada de cincuenta mil habitantes. En rea­
lidad no se elevaba a más de nueve o diez mil '. Lo que podía dar la
ilusión sobre el número de sus habitantes era la actividad de todo el
país de alrededor. Manchester era el mercado de una región industrial
que se extendía a diez o quince millas a la redonda. Allí se fabricaban
lelas de lana, lienzos bastos, sombreros de fieltro, y sobre todo tejidos
de algodón de todas clases y calidades, cal icos, fustanes, guineas de
colores chillones, que los mercaderes de Liverpool exportaban a Africa
v a las coloniasD. La industria del algodón, tras el período crítico
de la.s leyes prohibitivas, se desenvuelve regularmente y sin sacudidas.
El progreso de la población sigue una curva paralela. En 1753 las dos
iglesias de Manchester ya no son suficientes, y se pide autorización para
construir una nueva s. En 1757 otra gestión testimonia las necesidades
nuevas de la población que se incrementa: los habitantes solicitan
ser eximidos de la obligación de hacer moler su grano en el School
M ili, el antiguo molino común, inadecuado desde hacia largo tiempo
para el consumo local: un censo de la ciudad, hecho en apoyo de esta
instancia, da, para Manchester y Sulford, una población de unas veinte
mil almas7. El espacio ocupado por las casas era aún muy limitado.

dad. su exactitud y su honradez le* valen lu vi»ila de mercaderes venidos de


irlanda y do oíros diversos países.» 33 llenry VIH. c. 15. prcámhuln.
1 Ks lu expresión de que se sirve A smikv, W.: l l r s t n i r e e t d o c t r in e s é c o n o -
m iq tie s d e l 'A n g l e t e r r e . irad. fr.. II, 68.
3 Manchester solo esluvo reprcsenlada en el Purlamcnlo después de la re­
forma de 1832.
De f o e : Y o u r . II. 69. y 111. 209-11.
P e r c h a n Th.: O b s e r v a t io n s o n th e State o j p o p u l a t i o n i n M a n c h e s t e r a n d
S a t f a r d . pág. 1, da para el aüo 1717 la cifra de 8.000. Fundándose en las indi-
raciones de los registros parroquiales (resumidas en los A b s t r a é is o f t h e a n s ie e rs
a n d r e t u r n s t o th e P o p u l a t i o n A c t . 41 Ceo. lll. 11, 149) y lomando como pumo
de comi>ararión los dalos del empadronamiento local de 1773 tires vols. manus­
critos, en la Chelham Lihrary), se llega aproximadamente al mismo resultado.
•’ A ikin , J.: D e s c r . o f t h e c o u n t r y f r o m t f i i r t r t o f o r t y m ile s r o u n d ^ l o n c h e s ,
te r . paga. 158-61.
• Petición del w a rd e n y de los fe llo w s d» In (oli-giul. J u itn . o f t h e H o u s e
o l C o m m o n s , XXVI. 556.
t A ikin, J., ob cil., pág. 156'. Heniii, Th,: Obsírvntions orí ihe bilis o f
i lr o r ia U f y for Manchester and Sulford, Mewoirs of ihtt lUvrary and philosophi-
,1411 1MBTE H I: LAS CONSEC ENCIAS INME IATAS

■I se compara con la enorme superlicie cubierta ahora por las dos


ntnlmics gemelas. Algunas calles estrechas y sombrías se agrupaban
en torno a Cannon Street, habitada por los principales mercaderes, y
a Deansgate. la antigua carretera de Chcster; estas dos vías conver­
gían hacia el puente único del Irwell. Al otro lado del puente, en el
interior del gran meandro descrito por el río, Salford entera no ocupaba
mucho más lugar que hoy día la gran estación del Exchange. El Hos­
picio Real, cuya construcción data de 1753, estaba situado fuera de la
ciudad. Todo alrededor se extendía el campo, y todavía se pescaba la
trucha en los arroyos que lo atravesaban, el Irk y el Medlock, en la ac­
tualidad más sucios y más negros que el Biévre en París1.
La excavación del canal de Worsley, que permitió a los habitantes
de Manchester aprovisionarse de hulla a bajo precio, y la del canal
del Mersey. que hizo más fáciles y más regulares las relaciones comer­
ciales con Liverpool, son hechos que hay que señalar entre los que
más han contribuido al crecimiento de la ciudad. Durante los años
siguientes se tomaron importantes medidas para la mejora de las vías
de comunicación, el alumbrado de las calles, la organización de los
socorros en caso de incendio2: signos evidentes de un desarrollo ya
sensible, aunque apenas en sus comienzos. En 1773 un nuevo censo,
emprendido por un grupo de particulares a la cabeza de los cuales se
hallaba John Whitaker, el primer historiador de Manchester, midió el
progreso realizado. Sus resultados fueron los siguientes: Manchester,
3.402 casas y 22.481 habitantes; Salford, 866 casas y 4.765 habitantes;
en total un poco más de 27.000 almas3. Lo que hace a esta estadís­
tica particularmente interesante es que se estableció en el momento
preciso en que la técnica de la industria textil empezaba a modificar­
se. Ya el uso de la jenny se difundía en Lancashire y en los condados
vecinos; pero la fábrica de Cromford se había fundado hacia apenas
dos años y aún no había una sola hilatura en Manchester. Si la pobla­
ción de esta ciudad se había triplicado en cincuenta años, entonces, se
dirá, no es el maqumismo la causa de ello. Sin duda, pero lo eran
las fuerzas que habían preparado el maquinismo, y que inclinaban ya,
en el sentido en que iban a precipitarla, toda la evolución económica. Y
cuando por fin apareció, se vio que aceleraba con una rapidez significa­
tiva el movimiento de población que inmediatamente lo había prece­
dido. En 1790 Manchester tiene 50.000 habitantes; en 1801, 95.000*.

cal Socttly o / Manchester, III, 159; Percival: Observations on the State o/ pc-
pulation in Manchester, pág. 1.
1 Véase la serie de planos de Manchester en el departamento cartográfico
del British Museum.
2 Véase J o t t m . o / t h e T I ouse. o / C o m m o n s , XXX, 159.
3 C e n s u s o / M a n c h e s t e r a n d S a l f o r d (1773), Chetham Library. Cada casa,
como se ve, contenía por término medio de seis a siete personas.
4 Contando la población de los suburbios. Véase W heelek: M a n c h e s te r , pá-
I: GRAN INDUSTRIA Y POIILACION 349

Al mismo tiempo cambia el aspecto de la ciudad. 1.a» grandes fá­


bricas— sobre todo a partir del instante en que la máquina de vapor
comienza a sustituir al motor hidráulico— se establecen allí cada vez
en mayor número. En 1786, según la opinión de un contemporáneo, no
se veía elevarse por encima de las casas más que una sola chimenea, la
de la hilatura de Arkwright *. Quince años más tarde había en Man­
chester unas cincuenta hilaturas, la mayoría de las cuales poseían má­
quinas de vapor *. En torno a ellas, formando como un cinturón de la
antigua ciudad, se extendían los barrios obreros construidos a la ligera,
demasiado reducidos para la población que en ellos se amontonaba. En
sus callejuelas negras y húmedas reinaban las fiebres endémicas3.
El centro, por el contrario, donde estaban situados los almacenes, se
había embellecido: se habían abierLo anchas calles, bordearlas de altas
casas de ladrillo Por último, completamente fuera de la ciudad, se
alzaban desde hacía poco villas elegantes, rodeadas de jardines: era
allí donde vivía la aristocracia nueva, la clase advenediza y opulenta
de los lores del algodón 5. Manchester habría de conservar mucho tiem­
po estos rasgos característicos, que se han reproducido, en el siglo xix.
en todas las grandes ciudades industriales de Inglaterra, y que los pro­
gresos recientes de los transportes no modifican sino para acentuarlos
cada vez más.
Y es bastante difícil determinar, al menos para esta época, cómo se
ha formado la población de Manchester. Es cierto que su crecimiento
ha sido sobre todo el resultado de la inmigración. Muchos obreros han
venido de los condados vecinos atraídos por los salarios relativamente
elevado de la industria del algodón *. Esta atracción se ha hecho sentir
a gran distancia: ya se ve aparecer, no solo en Manchester sino en
todo Lancashire, el elemento irlandés7.
La historia de Manchester es, guardando las debidas proporciones,
gina 249. La cifra oficial es de 84.020. A b s t r a é is o ¡ the a n .iw c rs a n d re tn rn s lo
th e p o p u l a l i o n A c l , 41 Gco. III, I, 173.
1 Report o f th e m in u te s o f th e evid e n ce ta k e n b e l o re the select c o m m itte e
o n th e S ta te o f th e c h ild re n e m p lo y e d in the m an u/a ctories o f the U n ite d K in g -
d o m (1816), pág. 317.
2 .Svkdenstjekm : R e is e , pág. 188.
•1 H knuy, Th., ob. c it . , págs. 161-62, y Aikuv, o b cit,., pág. 192. Véase más
adelante, cap. 1H: L a r e v o lu c ió n , i n d u s t r ia l y la c la s e o b r e r a , sección II. En 1790
se decidió la construcción de un nuevo rv o r k h o u s e ; véase J o u r n . o ¡ t h e l l o u s e o f
C o m m o n s , XLV, 194, 544.
4 A ikin, J.. ob. cit., págs. 182. 192, 373. Hasta 1760 ó 1770 casi todas la?
casas de la ciudad estaban construidas de madera y de adobes.
1 Idem, i b l d . . pág. 203.
* Medio de los salarios agrícolas desdi- 1789 u 1803: 10 chelines por se­
mana. KoCEtiS, Tli.: S i s c e n t u r i e s o f w o r k a n d u n g e s , piig. 510. Merliu de los
salarios industríales en Manchester: 16 chelines por semana. Euen, [■’, M.: Síafe
o/ t h e p o o r , II, 367.
7 A s e c o n d l e t t e r to th e in h a b it a n t s , a / M a n c h e s te r o n th e e x p o r t a b a n of
c o l t o n n v i s l (1800), pág. 11.
I 'M UARIE I I I : U S CONSECUENCIAS INMEDIATAS

la d» ln mayoría de las ciudades que la rodean. Oldham. hacia 1760,


i<i a un pueblo de 300 ó 400 habitantes ’. En ella se tejía la lana y el

nlgodón por medio de la lanzadera volante, recientemente introducida


en el país. Las primeras fábricas se fundaron entre 1776 y 1778 z. En
1778 había veinticinco en el territorio de la parroquia, y el pueblo se
había convertido en una ciudad, cuyos arrabales los formaba una cam­
piña muy poblada 1 34
*. En 1801, el toions/iíp contenia 12.000 habitantes,
y 20.000 la parroquia. Bolton. en 1753. fecha del nacimiento de Sa­
muel Crompton. se componía de una sola calle, desigual y mal ¡javi-
mentada, a lo largo de la cual se extendía una doble fila de chozas
aldeanas, rodeadas de jardines. Los tejedores del campo traían a vender
en ella sus piezas «en bizazas colocadas en un hombro, mientras que
en el otro brazo llevaban, a menudo, un cesto ríe manteca fresca»
En 1773, la población sobrepasaba ya la cifra de 5.000 habitantes; en
1789, se elevaba a 12.000 5; en 1801, a 17.000. Lo mismo sucede en
Rochdale, Bury, Blaekburn, Preston. Wigan. Stockport. Ashton, Staly-
bridge: en todos los puntos de este suelo pobre, un mismo empuje de
savia hace germinar, en pocos años, una mies apretada de ciudades
No hay que olvidar que la industria, lejos de estar enteramente
concentrada en las ciudades, se extendía en torno a ellas, en un radio
bastante amplio. El progreso de la población en estos suburbios indus­
triales ha sido, con frecuencia, más rápido que en las mismas ciuda­
des. La aldea de Tyldesley, al sur de Bolton, se componía, en 1780, de
dos fincas y de ocho o nueve cottages; en 1795, no contaba menos
de 162 casas, una. iglesia y 976 habitantes, 325 de ellos tejedores. Esto
gracias a la iniciativa de un tal Johnson, que acababa de construir allí

1 Butterwurth, E . i H is l. o j O ld h a m . pág». 110-11.


s ídem, ib íd . , pág. 117. De las seis primeras, leen estaban provistas (le rue­
das hidráulicas; las otras tres empleaban caballo» pura poner en movimiento sus
máquinas.
Idem, i b í d . , págs. 132, 118.
4 Krench : L i j e o j S a m u e l ( '. r o m ¡ i lo n , pág. 9; Dcfuc, en 1727. no mencionaba
a Bollon más que como lugar de origen de un lílulo nobiliaria. T o u r , Til» 217.
* A ikin , J„ o b . c i l . , pág. 260.
0 Véase Bnrif.KWORTH. E.: f f i s t . o j A s h t o n - u n d e r -l. y n e , págs. 81 y siguientes;
AttciN. J.: D e s c r i p t i o n o j r ite c o u n i r y j r o m t l n r t y lo j o r t y m il e s r o u n d M a n c h e s -
l e r , págs. 260 y sgs.: Edén, F. M.: S t a t e o j t h e f t o o r . II» 298. Sobre la revolución
industrial en Stockport, véase U nwin , G.: Samuel O ld k n o w a n d t h e A r k w r ig h ls ,
págs. 21 y sgs.
lie aquí la población de algunas de estas ciudades en el censo de 1801:

| Cíadad Cfodjd [

Ashton ............... l 5.000 1 15.000 ji Blaekburn ......... 10.000 14.300


Itoclvlale ........... 7.000 i 29.000 i.Presión ............. 11.000 33.000
Bury .................. 5.500 22.300
I: CRAN INDUSTIllA Y 1*0111.ACION 351

una fábrica de seis pisos, que comprendia una hilatura v una tintorería,
y estaba provista del utilaje mecánico más reciente *. Ante tales ejem­
plos, parece que se vea a la industria, según la enérgica expresión de
Young, hacer propagarse a los hombres.
En las regiones en que predominaba la industria de la Innn, la
revolución industrial fue más tardía y más lenta: del mismo modo, el
crecimiento de la población y la formación de las grandes ciudades.
Leeds, a principios del siglo xvttt, era una ciudad más importante que
Manchester a; pero en 1775 su población «{tenas llegaba a 17.000 ha­
bitantes3. mientras que la de Manchester alcanzaba o sobrepasaba
los 30.000. Su desarrollo no empieza verdaderamente sino hacia 1780,
cuando la jenny hace su aparición en Yorkshire, y solo se hace rápida
a partir de 1793 ó 1794, cuando se abren las primeras fábricas. Es
únicamente entonces cuando en lugar de ser como la cabeza de un
distrito extenso sobre el que se desparrama la pequeña producción, el
mercado a! que varios miles de tejedores venían cada semana a vender
las piezas que habían tejido con sus manos, Leeds se convierte en la
sede de una industria concentrada. Pero esta concentración está lejos
todavía de ser completa. Las fábricas, poco numerosas aún, dejan sub­
sistir a su lado multitud de talleres domésticos. De los 53.000 habi­
tantes que contenía la parroquia en 1801. más de 20.000 vivían en ca­
bañas, fuera de la ciudad propiamente dicha.
Si de Leeds, donde la influencia del maquinismo, aunque débil to­
davía, era ya sensible, pasamos a la parroquia vecina de Halifax, se
revela un contraste evidente. Aqui no se ha producido ningún cambio

1 A ikin , J., o b . c i t . , pág. 299. Aikin felicita al manufacturero por el empla­


zamiento que había elegido para establecerse: «Hay allí carbón en cantidad y
bellas aguas corrientes; se «*ncueiilra cu medio de vatios miles de tejedores y a
una distancia de cualro millas solamente ilcl canal did duque de Bridgetvater, en
Wnrslcy...» Esto indica bastante bien las principales condiciones requeridas, en
osla época, por los fundadores de fábricas.

MANCHESTER * LEEDS

Bautlxo* ,tutUnoi H
Entierro»

1700 259 195 290 274


1710 212 260 t 28V 253
1720 298 298 305 186
1730 351 574 i 569 519
1740 i 402 622 573 582
1750 653 818 1 770 548

A b s t r a é is oj th e a a s w e rs and r e tu r n s to th e P o p u la tio n A c l. 41 Geo. III, II,


149 y 371.
■* Edén, F. M.: S ta te oj th e p o o r, II. 847.
'1 i 1 PARTE n i : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

|jiofunció. La pequeña producción, la pequeña propiedad, el trabajo


a domicilio, todo esto se ha mantenido y subsiste casi intacto L P o r
eso la población, desde hace tiempo bastante densa en toda la exten­
sión de esta gran parroquia, no crece sino lentamente. De 50.000 ha­
bitantes en 1760 1 2, apenas sube a 63.000 en 1801. En cuanto a la ciudad,
su desarrollo es aún menor: conserva sus antiguas casas de piedra,
estrechamente apretadas alrededor de su iglesia gótica; sigue siendo
lo que no ha cesado de ser desde hace varios siglos: el lugar de cita
de los tejedores de los contornos, que se reúnen en su gran lonja de
paños, construida en 1779 34 .
En los centros industriales del Este y del Sudoeste, no solo se asiste
a una disminución del crecimiento, sino a una verdadera paralización.
Norwich, antes la tercera ciudad del reino, detrás de Londres y de
Bristol, queda en 1801 en el décimo puesto i . A l menos sigue siendo,
y siempre lo ha sido después, una ciudad importante. Donde el desmedro
es completo e irremediable es en los condados del Sudoeste. Su tiempo
de prosperidad ha pasado; la competencia del Norte los arruina. En
vano los fabricantes de Tiverton, de Frome, de Exeter, se esfuerzan en
luchar, introducen en sus talleres el utilaje mecánico, intentan inclusive
aclimatar en su país la Industria del algodón al lado de la industria
de la la n a 5*. Sus ciudades, que se contaban en la víspera de la revolu­
ción industrial entre las más ricas del reino, parecen condenadas en
lo sucesivo a vegetar. En Tiverton, la población se reduce de 9.000 ha­
bitantes a 7.0000; Frome, tal como lo describe Edén en 1795, hace
un pobre papel al lado de las grandes ciudades del Norte: nada de
construcciones nuevas, solo viejas calles tortuosas, sucias, sin pavi­
mento, donde brota la hierba7. Es la decadencia, y muy pronto el
abandono, el silencio, la soledad melancólica de las ciudades de antaño,
de donde la vida se ha retirado.

1 Véase Report from the select commitlee on the ivoollen manufacture 0806),
página 9.
2 fourn. of the Hoitse o/ Cammons, XXVI11, 133.
3 James, J.: Hist. of the worsted manufacture, pág. 616. La ciudad vecina de
Bradford, hoy día mucho más importante que Haiifax, permaneció insignifi­
cante hasta fines del siglo xvm. Véase James J.: Hist. o f Bradford, pág. 185,
Continuation to the history of Bradford. págs. 180 y sgs.
4 Abstraéis of the anstmrs and relurns to the population Act I I Geo. IV,
prefacio, pág. XXIII.
11 H ardinc: H i s t . o f T iv e r to n ,, I, 191. En 1793. una gran hilatura de algodón
fue instalada en Tiverton: pero a su propietario le íueron mal los negocios, y
tuvo que renunciar.
E dén: State of the poor, TI, 142.
7 Idem, ib íd . , II, 644.
I: GRAN FNDUSTRtA V 1‘OIU.Af'tON 353

IV

Las ciudades del hierro se lian engrandecido menos do |ii isa que
las del algodón, y más de prisa que las de la lana. Si no se lum apro­
vechado, como las primeras, del nacimiento y el desarrollo de una
industria nueva, han visto sus industrias antiguas transformarse rápi­
damente y sin dificultad. Bien es verdad que esta transformación se
lia consumado fuera de las ciudades y lejos de ellas. La mayoría de
los grandes establecimientos metalúrgicos, el de los Darby. en Conl-
hrookdale; los de Roebuck, en Carrón; de Wilkinson, en Rersham y
en Bradley; de Homfray y de Crawshay, en el País de Gales, se han
fundado aparte de los antiguos centros. ¿Y no es, por el contrario,
en ciudades como Birmingham o Sheffield donde junto con la multi­
tud de las pequeñas especialidades se han mantenido las formas tra­
dicionales de la producción? 1 Sin duda; pero la influencia de la gran
industria tampoco ha tardado en penetrar en ellas. Al proporcionar a
los pequeños talleres la materia prima que necesitaban, ha cambiado,
si no el modo, al menos la importancia de la producción. E l uso del cok
en los altos hornos, la pudelación, el procedimiento de Huntsman para
la fabricación del acero, si no han modificado inmediatamente los
hábitos técnicos de los quincalleros de Birmingham y de los cuchilleros
de Sheffield, lian ayudado de manera singular a la fortuna de sus
empresas y al crecimiento de sus ciudades.
La población de Birmingham, durante la primera mitad del si­
glo XVIII, parece haber sido sensiblemente superior a la de Manchester.
En 1740. podía elevarse a 25.000 habitantes; en 1760, a 30.000 2. Pero
de 1760 a 1800, mientras que la población de Manchester se cuadru­
plicaba, la de Birmingham apenas si se hacía el doble: cuando el cen­
so de 1801, era de 73.000 habitantes. La ciudad, edificada del modo
más irregular— así ha permanecido, por lo demás, hasta las grandes
obras ejecutadas a fines del siglo pasado— , era ya bastante extensa:
cubría una superficie de una milla cuadrada aproximadamente, deli-

1 En 1780. Birmingham tiene 6 fabricantes de leznas. 104 fabricantes de


botones, 23 fundidores de cobre, 26 fabricantes de hebillas, 8 cuchilleros, 9 fa­
bricantes de balanzas, 12 fabricantes de candeleras, 29 grabadores en bueco,
15 fabricantes de limas, 21 armeros, 9 fabricantes de bisagras, 8 fundidora# tic
hierro, 14 cerrajeros al por mayor, 46 chapislas, 9 fabricantes de anidan, 12 fa­
bricantes de sierras y herreros de corte, 24 forjadores, 10 fabricantes do juguetes
26 fabricantes de bisutería, 17 fabricantes de cadena». T immins, S.: B r . I >r i e s t l r y
¿n B ir m in g h a m .. pág. 3.
2 Véase H utton : H i s t . o f B i r m in g h a m , |iúgs. 57-59 (tendencia a exagerar
las cifras); C l a r k e M S S , III, 46; A b s tr a c ta o j t h e a r m v e r s a n d r e h ir a s l o th e
P o p u l a ú o n A c i. 41 Geo. IIT, II. 319 (cifra# extraída# de los registros parro­
quiales). ’
maNTOux .— 23
MI I’ABTB III: LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

miltula por los canales de Wolverhampton, Worcester y Warwick 1. En


lns inmediaciones de estos canales, por los que llegaba la hulla y el
mineral, era donde se habían desarrollado los nuevos barrios: era en
las cercanías de un cuarto canal, el que se dirigía hacia Tamworth y el
Gran Tronco, donde se elevaba, un poco al norte de la ciudad, la gran
íábrica de Sobo. A pesar de su aspecto poco seductor, de la fealdad de
sus pequeñas casas de ladrillo, aglomeradas como al azar en un suelo
desigual, Birmingham era, desde esa época, una de las ciudades más
ricas del reino. Sus dos teatros, su biblioteca, fundada por suscrip­
ción pública, eran las pruebas visibles de ello 1
2. Riqueza, por otra par­
te, muy desigualmente repartida: de ocho mil casas empadronadas en
1780 por los administradores del impuesto de los pobres, solo dos
mil ochocientos eran contribuyentes3.
E l agrupamiento de la población en torno a Birmingham presen­
taba desde entonces su disposición característica. A l noroeste de la ciu­
dad, en el ángulo meridional de Staffordshire, se extendía un distrito
muy poblado, rico en yacimientos de hulla, resonante todo el día con
el ruido de los martillos, incendiado por las noches con el fulgor de
las fraguas. Es el País Negro, entre Dudley y Wolverhampton, que ya
merecía su nombre. Svedenstjerna, en 1802, contaba allí, en un espacio
limitado, unos cuarenta altos hornos4. En todas las demás direcciones,
por el contrario, se pasaba sin transición de una aglomeración indus­
trial muy densa a las praderas, salpicadas de escasos pueblos, que
dominan en lontananza los campanarios esbeltos de Coventry y las
murallas almenadas del castillo de Warwick, reflejadas en las aguas
tranquilas del Avon.
Sheffield se desarrolló más lentamente que Birmingham. ¿Fue acaso
porque la industria, repartida como en Birmingham entre un gran nú­
mero de pequeños talleres especializados, estaba además inmovilizada
en sus fenecidas tradiciones por los reglamentos de que se había hecho
guardiana la Corporación de cuchilleros de Hallamshire? ¿No fue
más bien una consecuencia de su posición geográfica, menos ventajosa
que la de Birmingham por ser más excéntrica? Sea lo que fuere, Shef­
field fue muy pronto sobrepujada por la ciudad rival: en 1760, su
población no era más que de unos 20.000 habitantes; en 1801, de cua-

1 Plano de Ilirmingham en 1795, en TIutton , W .: Hist. o¡ Birmingham,


página 80. Plano por Sheriff (1805): comparar con el plano trazado por Bradford
en 1750. (British Museum, mapas núms. 72.830 y 72.835).
2 H utton , W „ ob. cit., págs. 165 y 196-200. Sobre la construcción de las
iglesias nuevas, véase fourn. of the House of Commons, XXIII, 494, y LVIII, 365.
3 lourn. of the House of Commons, XXXVII, 576.
4 Svedenstjerna, E.: Reise, pág. 83. Un gran número de talleres de fa­
bricación de clavos y de quincallería estaban todavía diseminados por los pueblos.
Véase P it t , W .: A general view of the agrículture in the count.y of Stafford,
página 160 y sgs. (1794).
I : CUAN INDUSTRIA Y POIILACtON 355

renta y cinco mil ¿Pero cuántas ciudades de 45.000 almas tenía In­
glaterra un siglo antes?
Ni siquiera es necesario, para hacer la comparación, remontarse a
un siglo atrás. Antes de 1750, lo que se llamaba una gran ciudad era
una localidad de más de 5.000 habitantes. Defoe podía decir, hablando
del condado de Devon: «Es un país lleno de grandes ciudades» a. De
hecho, la masa de la población vivía en pueblos y burgos de menos de
trescientos vecinos. Y entre esas «grandes ciudades» de hace doscien­
tos o doscientos cincuenta años, ¿cuántas han cumplido las promesas
que parecían ofrecer? En cambio, aquellas cuyo crecimiento data de
la revolución industrial no han cesado de engrandecerse. Su fortuna
estaba ligada a la de la gran industria. No solo su situación, sino su
estructura y su fisonomía, se han fijado a un mismo tiempo. L os úl­
timos años del siglo x v n i las han visto tal como fueron cien años
más tarde: feas y negras, envueltas por una atmósfera humosa, ex­
tendiendo por todos lados sus arrabales mal edificados como tentácu­
los informes, pero desbordantes de actividad, ricas, y enriqueciéndose
más cada día, en relaciones ya con toda Europa, sobre la cual derraman
el sobrante de su producción, que crece sin cesar. En estas ciudades de
un tipo nuevo, donde se desenvuelve una vida urbana que la vieja
Inglaterra no ha conocido, hombres nuevos, clases nuevas, casi se
podría decir un pueblo nuevo, se forman en e l espacio de una o dos
generaciones: es la muchedumbre enorme y confusa del proletariado
obrero, que colma con su movimiento disciplinado el hormiguero in ­
dustrial; es, por encima de ella, y dirigiendo en su provecho todo el
mecanismo de la gran industria, la aristocracia manufacturera, la clase
poderosa de los capitalistas, fundadores y propietarios de las fábricas.
Después del movimiento de población provocado por la revolución in­
dustrial, es menester describir las especies sociales que ha creado, y
cuyas necesidades, tendencias, conflictos, llenan la historia del mundo
contemporáneo.1 2

1 Las cifras conjeturales dadas por E dén .: S ta te o f th e p o o r , II, 869, son


demasiado cortas en relación con la cifra cíerla de 1801. Véase J o u r n , o/ tk e
fin a s e o f C o m m o n s , XXVIIT. 497.
2 D efo e : T o a r , I, 81. Véase primera parte, cap. I. sec. II.
CAPITULO 11

EL CAPITALISMO INDUSTRIAL

Solo por un singular desconocimiento de la historia se buscarían


en la revolución industrial los orígenes del capitalismo. Estos van re­
trocediendo a medida que se profundiza su estudio: son quizá tan
antiguos como el comercio y el numerario, o como la distinción entre
ricos y pobres. Lo que pertenece propiamente al régimen de la gran
industria es la aplicación del capital a la producción de mercancías
y la formación misma del capital en el curso de esta producción: es la
existencia de una clase capitalista que es, esencialmente, una clase in­
dustrial.

Hasta entonces, el capital era el producto, bien de la acumulación


pura y simple, bien del cambio en sus diferentes grados. Era capital
territorial, capital financiero o capital comercial. Si se pregunta en qué
manos se bailaba la riqueza antes de finalizar el siglo xvm . la respuesta
nos pone en presencia de tres grupos de hombres bien distintos. En pri­
mer lugar, los propietarios de bienes raíces, de tierras laicas o eclesiás­
ticas: clase numerosa, preponderante en el país, y cuyo poderío eco­
nómico, fortificado por privilegios seculares, era todavía muy grande.
Tras ellos venía la pequeña tropa de los manipuladores del dinero,
cambistas, banqueros, arrendadores de contribuciones: su opulencia,
su actividad, sus relaciones con los gobiernos, de los que eran acree­
dores, les daban ya en la sociedad un puesto considerable; su papel,
aunque muy especial todavía y no ejercitándose más que en un domi­
nio limitado, perdía cada vez más ese carácter de excepción que había
tenido anteriormente, en tiempos de los grandes banqueros de Florencia
o de Ausburgo. Finalmente, los mercaderes, que en sus empresas pró­
ximas o lejanas, individuales o colectivas, empleaban a menudo y acu­
mulaban grandes capitales. Los más ricos de entre ellos formaban en
las ciudades comerciales una verdadera aristocracia. Hemos mostrado
en un capítulo precedente cómo se apoderaban poco a poco de la indus­
tria. Cuando se establecían como maestros en el dominio de la produc­
ción, seguían ante todo ocupados del cambio, como mercaderes que
eran: su función no era fabricar, sino comprar y revender. Propietarios,
financieros, negociantes: todos los ejemplos que se pudieran citar, con
muy pocas excepciones, entrarían en una u otra de estas tres categorías.

35fi
II: El, CAPITALISMO INlWKTIUAI, 357

Hay que admitir, por lo demás, que hubo oxcepciottes, relacionadas


con esa forza precoz de la gran industria que liemos tlnmmln, de acuer­
do con Marx, la manufactura. Los grandes paneros del siglo xvr 1 o los
maestros de forjas de Sussex 1 23 eran algo más que comerciantes y em­
presarios. Dueños del utilaje y de los locales industriales, organizaban
el trabajo y lo vigilaban personalmente, doblegando a sus numerosos
obreros a una disciplina común: en una palabra, dirigían la produc­
ción. Pero se trata de casos aislados, que se lian advertido y retenido
precisamente porque eran raros. Que haya habido antes de la gran
industria hombres que han desempeñado el papel de manufactureros,
es un hecho cierto; mas una clase de manufactureros es diferente. Ni
siquiera existía en el idioma inglés un término para designarla. La
palabra manufacturer significaba indistintamente obrero y fabricante,
y con frecuencia se acercaba más al primer sentido que al segundo 5.
Un «eminente manufacturero» de Manchester, hacia 1720, bajaba al
taller a las seis de la mañana, almorzaba con sus aprendices unas ga­
chas de avena y se ponía a trabajar a su la d o 4. Habiendo entrado
en los negocios sin capital, se ganaba la vida al día; si después de
unos años de trabajo había ganado un poco de dinero, lo ahorraba,
sin que por eso se alterasen nada sus costumbres *. Apenas si salía de
su taller o de su tienda, y bebía vino una vez al año, en Navidad. Su
distracción favorita consistía en reunirse por la tarde con algunos de
sus iguales en un taberna, en donde el gasto convenido se elevaba a
cuatro peniques de cerveza fuerte y medio penique de tabaco6. En

1 Véase introducción.
2 Véase segunda parte, cap. III, El hierro y la hulla, sección I.
3 T oynbee, A.: Lectures on the industrial revolulion in England, pági­
na 53: «The manufacturer was literally the man who wotked with his own hands
in his own cotlage.» Véase ibíd., ¡ndustry and democracy, pág. 183.
1 A complete hiswry oj the cotton irade, pág. 170; W heeler, J.: Manchester,
lis pnlitical, social and commercial history, pág. 149.
•’ A ikin , J.: Description of the country, pág. 181: «La historia de la industria
en Manchester puede dividirse en cuatro períodos. El primero es aquel en que
los manufactureros trabajaban duramente para ganarse la vida, sin haber acumu­
lado todavía ningún capital; el segundo es aquel en que, habiendo comenzado
a enriquecerse, trabajaban tan duramente y vivían con tanta sencillez como en
el pasado, y aumentaban su pequeña fortuna tanto por la economía como por
beneficios moderados; el tercero es aquel en que el lujo hizo su aparición y
la industria fue estimulada a producir por el envío de viajantes de comercio
en busca de pedidos a todas las ciudades de mercado del reino; el cuarto es
aquel en que las relaciones comerciales, extendidas a través de toda Europa,
dieron a este lujo reciente todo su imperio.» Hay que notar que lo que cons­
tituye la distinción entre estos diferentes periodos, son los progresos sucesivos,
no de la técnica industrial, sino del comercio con Inglaterra y el extranjero. Los
manufactureros de que habla Aikin eran sobre todo comerciantes.
6 Idem, ibíd., pág. 190. Un gran induslrial, a únales del siglo, se hace servir
por un lacayo, tiene una casa en la ciudad y una casa de campo, y se muestra
en Bulh o en Brighton. Véase L ecky„ flist. of Ertgland in the XVIlIth centu-
ry, VI, 185.
A l» PAUTE X II: LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

Yoi knhire, donde la industria estaba particularmente parcelada, casi


ntk borraba la distinción entre el patrono y el obrero 1: los millares de
pequeños fabricantes que vivían en torno a Leeds, Brandford y Halifax
eran ambas cosas a la vez: patronos por su independencia, obreros
por sus ocupaciones y su género de vida. También eran, como se recor­
dará, propietarios y un poco cultivadores; estaban ligados con la clase
de los granjeros, al igual que los manufactureros de las ciudades lo
estaban con la de los mercaderes. Asi, todavía se encontraban mezcla­
dos y medio confundidos los elementos sociales que la revolución in­
dustrial iba a separar y a oponer netamente entre sí.
A fines del siglo se ha verificado esta separación, no absolutamente,
sin duda, como tampoco los pequeños talleres han desaparecido de
golpe ante las fábricas. Pero los grandes establecimientos industriales,
minas, fraguas, hilaturas, tejedurías, son ya numerosos: cada uno de
ellos, con su utilaje costoso, su personal, que a veces se eleva a varios
centenares de obreros, representa un importante capital. Entre el hom­
bre que posee y explota este capital y los asalariados, cuya mano de
obra compra a bajo precio; entre el que dirige desde arriba la empresa
y sus humildes colaboradores confinados en especialidades estrechas,
la distancia es enorme, cuando no infranqueable. Colocado tan por
encima de sus obreros, el manufacturero se halla en pie de igualdad con
los otros capitalistas: el financiero y el mercader. P o r lo demás, tiene
necesidad de ellos: del crédito que le proporciona uno y de la clientela
que le asegura el otro; a su vez, aporta mercancías a este e imposi­
ciones de dinero a aquel. Pero no se confunde con ninguno de los dos:
tiene su función propia, que es organizar la producción industrial y
sus intereses propios, al servicio de los cuales sabrá poner bien pronto
el poder político. Los creadores del sistema de fábrica han creado al
mismo tiempo una clase, una especie social nueva.

II

¿Cómo se ha formado esta clase? Los elementos que la componen


son seguramente de orígenes muy diversos. Hacia la gran industria
afluían de todas partes los hombres como hacia una mina de oro re­
cientemente descubierta. Recuérdese el estado del condado de Lancaster
durante los años que siguieron a la invención de las máquinas de hilar.
Fueron años de actividad febril y de ambiciones ilimitadas. El desarro­
llo de la industria, con una rapidez que parecía entonces prodigiosa,
se hacía como a saltos. Tras un tiempo de prosperidad, en que se veía
a las empresas fundarse y engrandecerse y a las fortunas edificarse en
pocos años, sobrevenía un desastre; después el impulso, detenido un

1 Véase primera parte, cap. I. sección III.


II: EL CAPITALISMO INDUSTIUAL 359

instante, se recobraba cada vez más. Durante los períodos favorables


■—uno de estos períodos se inició en 1785 con la anulación de la pa­
tente de Arkwright— , ¿quién no habría probado suerte? Todos los
que disponían de un capital, por modesto que fuese—tenderos, carre­
teros, posaderos— , se hacían fabricantes de hilados V Algunos triun­
faban y se enriquecían; muchos fracasaban y volvían a su antiguo
oficio o se unían a la masa creciente del proletariado de fábrica.
La mayoría de estos industriales improvisados ignoraban totalmen­
te la industria en la que buscaban su riqueza. En el curso de una en­
cuesta sobre la industria del algodón, en 1803, se hizo la siguiente pre­
gunta: «¿ Están los patronos en general lo bastante al corriente de las
cuestiones técnicas como para poder zanjar una disputa relativa a la
calidad de las materias primas?» Y he aquí la respuesta: «No; no son
capaces de juzgar sobre ello, y esto por la sencilla razón de que jamás
han sabido nada del arte de tejer. El patrono se contenta con poner
al frente a un hombre que conoce el oficio; él aporta su capital, y tan
pronto como puede vender al precio corriente, sigue adelante» 12. El
papel del industrial, así concebido, no difiere mucho del papel del empre­
sario; es sobre todo comercial, y para desempeñarlo con éxito, lo
esencial es entender de negocios, talento que la capacidad técnica no
da en absoluto.
Otro hecho significativo: en esta primera generación de los gran­
des manufactureros ingleses, se esperaría encontrar en primera fila a
los hombres que con sus inventos han creado la gran industria. Nada
de eso ocurre. Sin embargo, un nombre nos viene a la mente, el de
Arkwrigth; pero ya sabemos a qué hemos de atenernos sobre sus mé­
ritos como inventor. Ni Hargreaves, ni Crompton, ni siquiera Cart-
wright, a pesar de sus esfuerzos obstinados ’, lograron fundar impor­
tantes establecimientos industriales. Los Darby son el ejemplo de una
familia de manufactureros cuya fortuna tiene por origen un gran in­
vento. Mas este ejemplo es poco menos nue único en su tiempo:
¿es preciso recordar el éxito tardío y mediocre de Huntsman y la quie­
bra de Cort? Bien es verdad que James Watt dirigió la fábrica de
Soho y fue, a la vez que un inventor genial, uno de los primeros meta­
lúrgicos de Inglaterra. ¿Pero qué no debe bajo este aspecto a la cola­
boración de su socio, Mattheiv Boulton? Esto vendría a demostrar que

1 V é ase B ütterw o rtii, E .: Hist. o¡ Oldham, pág. 178. E je m p lo s : el b ar­


b e r o A r k iv T Í g h t, e l p o sad ero Y a le s , so c io de) se g u n d o P e e l. V é ase Cooke-T ay-
lor , W .: Life and times o / S ir Robert Peel, I . 6 .
2 Minutes o¡ the evidence taken be/ore the committee lo whom the severaí
petitions presented to the House in this session, relating lo the act o¡ the
39th and 40t.h year of His present. Majesty, for settling disputes belween mas-
ters and toorkmen engaged in the colton mnmifacture, uias referred ( 1 8 0 3 ) , p á ­
g i n a 26.
,1 S o b r e l a s e m p r e s a s d e C i m l w r i g h l , v é u s e Memoir of Edmund Cartivright,
p á g in a s 115, 119, 133, e tc.
MU P A R T E III: L A S C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

ln transformación de los medios de producción debida a los técnicos


hn aprovechado sobre todo a los hombres de negocios. Los industriales
del siglo xix serían, pura y simplemente, los sucesores de los comer­
ciantes manufactureros del xvni. Por lo demás, nada más lógico. Al
adueñarse de las materias primas y de una parte del utilaje, al reducir
poco a poco a los pequeños productores independientes a la condición
de obreros asalariados, ¿no habian adelantado los comerciantes manu­
factureros la mitad del camino del sistema de fábrica? La teoría, asi
presentada, seduce por su valor explicativo *, pero sería imprudente
aceptarla sin reservas.
Consideremos la industria de la lana: las regiones en las que se
notaba de la manera más clara la supremacía del capital comercial
eran las del Este y el Sudoeste: los condados de Norfolk, Devon, Wilts
y Somerset. Es allí, según parece, donde habrían debido elevarse las
primeras hilaturas y las primeras tejedurías de lana. En el Norte,
donde la producción seguía repartida entre un gran número de peque­
ñas empresas, se comprendería que la evolución hubiese sido más lenta.
Ahora bien, es precisamente lo contrario lo que se produjo: fue en
Yorkshire, al lado de la industria de los cottages, todavía vivaz, donde
la gran industria hizo primeramente su aparición. Fuera de las causas
generales que han ocasionado el desplazamiento de los centros industria­
les del sur hacia el norte de Inglaterra, hay que tener en cuenta las
dificultades con que tropieza el paso de un régimen económico a otro,
incluso a aquel que parecía ser su consecuencia natural. Entre su filia­
ción lógica y su sucesión real hay sitio para todas las resistencias pro­
vocadas por el interés y el prejuicio. Los empresarios, habituados a los
métodos que algunos de ellos habían practicado de padres a hijos, no
se decidían fácilmente a modificarlos Se asustaban del gasto en edifi­
cios y en utilaje que acarreaba la instalación de una fábrica 2. ¿Para
qué imponerse cargas tan pesadas cuando se podían obtener— al menos i
lo creían—los mismos beneficios con mucho menos coste y riesgos? I
De la situación que ocupaban a la de jefes de industria, la distancia no
era grande; pero esta distancia juzgaban inútil franquearla. Bien pronto
sufrieron los resultados de su inercia.
Así, pues, no fue entre ellos exclusivamente entre quienes se reclutó
la clase de los manufactureros, aunque emparentada tan de cerca con
la suya. Sobre todo en las comarcas que. como Lancashire y Yorkshire,1

1 Véanse a este propósito las observaciones muy juiciosas de I I e l D : Z i& e i


B iic h e r za r s o c ia le n G e s c h ic h t e pág. 566: «Todo empresario capita­
E n g la n d s ,
lista, esté o no al tanto de las cuestiones técnicas es, en lodo caso, un comer­
ciante. Es el comercio el que determina el objeto, el lugar y el modo de la
producción.»
* Véase R e p o r l f r o m th e s e le c t c o m m it t e e o n th e s tn tc o/ th e w o o l le n m a ­
n u f a c t u r e (18061, pág. 1 1 .
11: EL CAPITALISMO INDUSTRIAL 361

pasaron casi sin transición de la pequeña a la gran industria, es me­


nester buscar otros orígenes.
Para conseguir la solución exacta del problema, el mejor método
sería establecer una a una las genealogías de todos los manufactureros
de esta época. Podemos hacerlo, al menos para algunos. En seguida
aparece un hecho de conjunto: la mayoría de ellos vienen de los cam­
pos, salen de esa clase, mitad agrícola, mitad industrial, que había for­
mado hasta entonces una parte notable, quizá la mayor, de la población
inglesa. Y si intentamos remontarnos más arriba, llegamos casi siempre
a un tronco campesino, a la vieja raza desaparecida, pero no extin­
guida. de los yeomen.
Un ejemplo ilustre es el de la familia Peel. El padre de sir Robert
Peel, el ministro, era un fabricante do hilados y de telas estampadas de
Bury, en Lancashire, que murió en 1830, dejando una fortuna inmen­
sa, enteramente amasada en la industria *. El abuelo, nacido en 1723 J,
era ya un manufacturero, uno de los primeros imitadores y competido­
res de Arkwright1*3. Antes de establecerse como fabricante de hilados
vendía telas de lana y lienzos estampados a mano, que había empezado
ñor fabricar personalmente y en su propia casa Al mismo tiempo cul­
tivaba tierras que pertenecían a su familia desde el siglo xv, pues los
Peel, desde hacía numerosas generaciones, eran campesinos propietarios,
yeomen acomodados, «situados demasiado alto para desempeñar las fun­
ciones de constable, ya que no lo estaban bastante para desempeñar las
de s h e r i f f » s. En un principio cultivadores, luego cultivadores y tejedo­
res, fueron poco a poco atraídos por la industria. Fue solamente hacia
1750 cuando Robert Peel, el primero de su nombre, abandonó el cam­
po por la ciudad.
Esta familia de los Peel ha sido particularmente venturosa. Ha
marchado con paso regular hacia la fortuna y el poder social, sin co­
nocer las tribulaciones que han arrancado de su terruño y de sus
hábitos seculares a la mayor parte de la ye.omanry. Para muchos la revo­
lución industrial ha sido motivo de recuperación tras un período crí­
tico. William Radcliffe, nacido en 1761 en el pueblo de Mellor, descen-
1 La herencia mueble ascendió a 1.400.000 í (35 millones de francos). Los
derechos percibidos fueron los más importantes que se registraron hasta enton­
ces. Véase G e n t r e m a n s M a g a d n e (1830), I, 557-58. Sobre la vida del primer
sir Robert Peel. vé_ase C oocke-T aylo r , W.: L i j e a n d tim e s o f s ir R o b e n P e e l ,
I. 6 y sgs.; P eel. sir Lawrence: A s k e tc h o f th e l i f e a n d c h a r a c t e r o f s ir R o b e r t
P e e l, pág. 33; Espinarse , F.: L a n c a s h ir e la o r th ie s , II, 84-87.
1 E spinassk : o b . c it ., II 52. Era, por tanto, contemporáneo de Arkwright,
nacido algunos años después que el, en 1732.
3 Hubo fabricantes de hilados primero en Allham, después, en 1779, en
Burton-sobre-el.Trent. W heeler, J.: M a n c h e s le r , pág. 519; P eel, sir Lawrence:
o b r a c it a d a , pág. 20.
1 Uno de estos modelos, que representaba una hoja de perejil, habia hecho
que le pusieran el apodo de P a r s le y P e e l . Espina SSE ob . c it ., II, 67.
P ee.l , sir Lawrence, o b . c it . , pág. 6.
,W,I ('ARTE n i : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

ilfn c!n terratenientes que se contaban entre los más ricos de la parro­
quia. La guerra civil de 1642-1649 había comenzado su ruina, que
culminaron las enclosures y el movimiento de acaparamiento que las si­
guió b Para ganarse la vida, los Radcliffe se habían hecho tejedores.
William, desde muy pequeño, aprendió a cardar y a hilar en el taller
familiar donde tejían sus padres y sus hermanos; se lo sentó ante un telar
tan pronto como sus piernas fueron lo bastante largas 1*3 El mismo ha
contado sus principios en la gran industria3: «Yo me aproveché del
progreso que se había realizado durante mis años de adolescencia4: en
el momento de mi matrimonio— tenía veinticuatro años, era en 1785—
poseía algunas economías y conocía por la práctica todos los detalles
de la fabricación, desde que la bala de algodón llega al almacén hasta
aquel en que es transformada en una pieza de tejido; sabía cardar
a mano y a máquina, hilar con la rueca y con la jenny, encanillar, tren­
zar la urdimbre y prepararla, tejer tanto con el telar ordinario como con
la lanzadera volante. Estaba, pues, en condiciones de establecerme por mi
cuenta, y desde 1789 me hallaba al frente de una buena casa donde ha­
bía empleados muchos obreros, así para el tejido como para el hilado» °.
En 1801 distribuía labor a más de un millar de tejedores36.
¿Citaremos otros ejemplos? Joshua Fielden, en 1780, todavía vivía
como campesino en su pueblo natal de Todmorden 7. Poseía y cultivaba
aún el campo patrimonial; pero su renta más limpia la obtenía de dos
o tres telares instalados en su casa: de cuando en cuando iba a vender su
paño al mercado de Halifax. Sin embargo, los progresos de la indus­
tria del algodón empezaban a tener resonancia en la región: Fielden
compró unas jennie's y estableció en tres pequeños cottages talleres don­
de sus hijos, en número de nueve, componían por sí solos todo el per­
sonal. Antes de acabar el siglo este embrión de hilatura se había con­
vertido en una fábrica de cinco pisos 8. Jedediah Strutt, que fue uno de
los primeros asociados de Arkwright, era hijo de un pequeño terrate-

1 R adcliffe , W .: Origin of the new System oj manufacture, commonly called


power-loom weaving, p á g . 9 .
3 I d e m , ibíd., y W oodcroft, B.: Brief biographies of inventors, p á g . 3 1 .
3 R adcliffe , W . , ob. cit., p á g . 1 0 .
4 « W h ile I w a s in m y t e e n s .» E x p r e s i ó n i n t r a d u c i b i e . E s l a edad de trece a
d ie c in u e v e a ñ o s , l o s a ñ o s c u y a c i f r a t e r m i n a e n teen ( thirteen, jourteen, fifteejt,
e tc é te ra ).
5 R adcliffe , W ., ob. cit. ((D e sp u é s d e a lg u n o s a ñ o s d e p r á c t i c a , u n jo v e n la b o ­
r io s o y a c t iv o p o d í a , d e lo q u e g a n a b a c o m o t e je d o r , a h o r r a r b a s t a n t e p a r a e s t a b le c e r ­
se ; p ero de la m a s a d e te je d o r e s e r a escaso el n ú m ero de lo s que te n ía n e l v a lo r
de in te n ta r s e m e ja n te em p resa. Yo fu i de ese e scaso n ú m e r o .»
6 Id e m , ibíd., pág. 16.
7 E n tre R o c h d a le y H a lifa x . Fortunes made in busines, I, 4 1 4 -1 8 .
8 Uno de su s h ijo s , Jo h n F ie ld e n , fu e m ie m b ro del P a r la m e n to . Fue uno
d e lo s c a u d illo s de la cam pañ a fila n tr ó p ic a en fa v o r de la le g is la c ió n in d u str ia l,
y e l au to r d e u n lib r o q u e lle v a e l t ít u lo s ig n ific a tiv o de The curse of the factory
System (1 8 3 6 ).
II: EL CAPITALISMO INDUSTRIAL 363

rúente y se ocupaba de agricultura antes de establecerse como fabrican­


te de me das en Derby 1. David Dale, de niño, guardaba ganados en
Stewarton, Ayrshire 12. Isaac Dobson, el antepasado de una de las gran­
des dinastías industriales de Lancashire, era eí hijo menor de una
vieja familia de yeomen, establecida en Westmoreland desde hacía cua­
trocientos años3,
Del grupo de los fabricantes de hilados pasemos al de los metalúr­
gicos. Muchos de ellos venían de pequeños talleres locales: «Aaron Wal-
ker era fabricante de clavos; William Hawks, de Newcastle, y John Par­
ker, en Staffordshire, dieron sus primeros pasos en la carrera industrial
como herreros; Peter Stubs, antes de fundar en Rotherham una casa
renombrada, comenzó por ser posadero y fabricante de limas en Wai-
rington; Spencer, el dueño de los altos hornos de Barnby, en Yorkshi-
re, había sido fabricante de rastrillos, y George Newton, de Thornclif-
fe, de palas y palustres. Antes de estar al frente de una fundición de
acero Benjamín Huntsman era relojero... Samuel Garbett había sido
calderero; el padre de Roebuck era un pequeño fabricante de artículos
de mercería en Sheffield; el de Reynolds, comerciante de hierro en
Bristol»... 4. Pero si nos remontamos aún m ás hacia los orígenes de sus
familias tropezamos muy a menudo con la tierra y lo campesino. Isaac
Wilkinson, padre de John Wilkinson, era un cultivador del País de los
Lagos que se hizo capataz en una fragua vecina, con unos ingresos de
12 chelines por semana 5. Richard Crawshay, a quien más tarde se llamó
el rey del hierro, también había salido de una familia de cultivadores;
sin duda el rendimiento de sus fincas, situadas en Normanton, cerca de
Leeds, era insuficiente para alimentar a todos los hijos, ya que el joven
Richard fué enviado muy tempranamente como aprendiz a casa de un
quincallero de Londres 6. Henry Darby, padre del primer Abraham, era
cerrajero, pero hacia 1670 John Darby, el antepasado d los maestros
de forjas de Coalbrookdale, era granjero en un pueblo de Worcestershi-
r e 7. Finalmente, los Boulton venían del condado de Northampton, país
esencialmente agrícola. Viendo disminuir sus recursos se trasladaron

1 F elkin , J.: History of the machine-ivrought hosiery and lace manufacture,


p á g in a 89.
3 Dale Owen , R .: Threading my way, p á g . 2 . D a le p e rte n e c ía p r o b a b le m e n te
a una fa m ilia de c ottagers m á s b i e n yeomen.
que de
3 Dobson, B. P .: The story o) the evolution of the spinning machine, pá­
g in a 88.
4 SoutHCLIFFE A skton, T .: Iron and Steel in the industrial revolution, pá­
ginas 209-10.
0 P almer, A . :John Wilkinson and the oíd Bersham ironworks, p á g . 7 . V é a s e
L ord, Capital and steam power, p á g . 2 6 .
6 Smiles, S . :industrial Biography, pág. 130. L lo y p , J.: Early history of
the oíd South Wales iron worhs, pág. 63 y sgs.
7 P ercY: Iron and Steel, pág. 887.
/Mil I'ARTE I I I : LAS CONSECUENCIAS IN M E D IA T A S

|»i micro o Lichfíeld y después a Birmingham. donde entraron en la in­


dustria
En las regiones industriales, la yeomanry no lia tenido necesidad de
emigrar. Allí mismo se lia transformado. Oldliam, hasta mediados del
siglo XVIII, estaba rodeada de fincas poseídas y cultivadas por familias
de terrazgueros libres. Cincuenta años más tarde se vuelve a encontrar
a esas mismas familias al frente de las principales manufacturas de la
ciudad. Los Clegg y los Whitehead, convertidos en fabricantes de som­
breros; los Lees, los Broadbent, los Hilton, los Taylor. en fabricantes
de hilados; los Boulton y los Jones, que explotan minas de hulla, son
todos yeomen o hijos de yeomer 12.
Más arriba mostramos cómo las modificaciones del régimen terri­
torial, la división de los comunales y el acaparamiento de las fincas
habían alterado la condición de las clases rurales. Hemos tratado de ex­
plicar el ocaso de la yeomanry; ahora empezamos a comprender lo
que ha sido de ella. Proporcionó, por decirlo así, los materiales para
una sociedad en formación. Cuando la alianza secular del pequeño cul­
tivo con la pequeña industria, sobre la cual reposaba su existencia, se
halló comprometida, se inclinó instintivamente del lado en que se ofre­
cían los mayores recursos. La revolución industrial abría a las activi­
dades sin empleo una carrera nueva: los más emprendedores o los más
afortunados de los yeomen se lanzaron a ella como conquistadores.
Alcanzado el éxito, muchos de ellos se apresuraban a ser de nuevo
propietarios. Volvían a comprar las tierras a esa gentry que hacía poco
los miraba altivamente; adquirían para casas de campo sus viejas man­
siones históricas, o construían frente a ellas residencias señoriales, mo­
numentos de su fortuna reciente y de su viejo orgullo 3.

III

Una transformación semejante no se realiza sin dificultad: no pue­


de cumplirse sino por una selección muy rigurosa que solo deja sobre-
1 D ic t io n a r y o¡ N a t io n a l B i o g r a p h y , art. «Boullom..
3 H is lo r y oj O lA h a m , págs. 33, 40, 12, 47, 53, 57. 61, 125, 130. Lo mismo
ocurrió con los Wedgwood. a la vez culi ivadores y alfareros. Véase M eteyahd.
Elisa: J o i i a k W e d g w o o d , I, 180-85.
3 Roben Peel, en 1797, compra la casa solariega de Drayton. E s p in a s s e , F.:
L a n t a s h ir e w o r t h ie s . II, 95. Arkwrighl y sus hijos se instalan en el castillo
de Willcrsley. ■— irSmedley Hall era hace poco propiedad del último descen­
diente de los Cheelham. de Cheeihnm. Ahora pertenece a James Hilton, esq....
Ordsall Hall pertenecía en otro tiempo a una rama de la familia de los Ratcliff...
Este castillo, rodeado de un foso, está ocupado ahora por Mr. Richard Alsop---
Ancoats Hall, edificio muy antiguo, hecho de yeso y de madera, pero ciertas
parles del cual han sido reconstruidas de piedra y de ladrillo, está habitado
por William Rawlinson, esq., un importante negociante de Manchester.» A ikin :
D e s c r i p l i o n o ¡ i h e c o u n t r y , etc., págs. 207-08, 211.
II: EL C A P IT A LIS M O t('¡DI)SI 1(1At. 365

vivir a los más aptos. Esos cultivadores, esos herreros, esos tejedores,
esos barberos de pueblo que han formado la primera generación de
los grandes industriales ingleses, para liiunfnr han tenido que poseer en
el más alto grado ciertas cualidades apropiarlas para su nueva tarea,
v que les dan a todos cierto aire de parentesco. No era por el ta­
lento inventivo por lo que se distinguían. Trataban de explotar sobre
todo tos inventos ajenos. No todos han teñirlo, como Arkwright, la
suerte o la audacia de apropiárselos enteramente y de hacerse atribuir
su monopolio. Pero han trabajado sin descanso, como su interés los
impulsaba, en reducir a la nada los derechos legítimos de los inventores:
la conducta de los fabricantes de hilados frente a Hargrcaves y Cromp-
ton l , de los maestros de forjas frente a Henry Coit *34, los procesos in­
numerables que tuvieron que sostener Walt y Boulton contra los que
empleaban sus máquinas3 teslinmninn esta disposición más natural se­
guramente que laudable. Hay que guardarse, sin embargo, de exagerar
la incompetencia de los industriales en materia técnica: estaba lejos
de ser general. Varios de ellos son autores, si no de inventos muy im­
portantes, al menos de perfeccionamientos de un valor práctico real.
Slrult introdujo en el telar de tejer punto un mecanismo especial para
fabricar medias con costas*: John Wilson. de Ainsworth. imaginó pro­
cedimientos nuevos para teñir y aprestar los tejidos de algodón5; Wil-
liam Radcliffe, con uno de sus obreros, Thomas Johnson, inventó el
telar Je aderezar (dressingmaclwne) *. El propio Arkwright tuvo el mé­
rito de combinar hábilmente lo que otros habían encontrado y de llegar
a resultados prácticos que aquellos se habían mostrado incapaces de
obtener.
Donde se manifiesta la inteligencia particular del industrial es en la
organización de las empresas. Era preciso, en primer lugar, reunir el
capital necesario: los que no tenían necesidad de pedirlo a comandita
ríos, como Mntthew Boulton o Roebuck, hijos de fabricantes ya ricos,
eran la excepción. Y no era fácil hallar comanditas, sobre todo al prin­
cipio, cuando máquinas y fábricas pasaban por novedades sospechosas
y de porvenir incierto. Arkwright descolló en estas negociaciones di­
fíciles: recuérdense los contratos de asociación de que se sirvió, como
de otros tantos escalones sucesivos, para llegar a la fortuna. A los que
le proporcionaban capitales les ofrecía, por lo demás, algo en cambio:
sus patentes, cuyo valor fue muy pronto indiscutible. Aquellos que no
tenían ni patente ni capital se encontraban más apurados. Comenzaban
en pequeño sin otros recursos que sus pobres economías Fue asi como

* Véase 2.a parle, cap. I y cap. IT.


3 Ib id e m ,cap. III.
5 I b í d e n u c a p . IV.
4 VéaBe F f.i.kin, o6 . c i t . , págs. *>1.1)3.
5 Véase A c o m p le t e h i s lo r y o f i h f c o lt o n tra d e , p«Rs. 71.73.
0 Uadclifff,, \V.. o b . c it . . págs. 20.2:1.
inri PARTE t i l : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

«a estableció Radcliffe en 1785, con el dinero que había ahorrado de


ni salario de tejedor1; y como Kennedy, primero aprendiz en casa
dr un fabricante de hilados de Manchester, abrió en 1791 un taller
donde trabajaba con sus propias manos, ayudado por dos obreros12.
Estos principios, más que modestos, no fueron raros en la industria
textil. Eos facilitaba la naturaleza tan simple de su utilaje. Sin grandes
dispendios se podian instalar en un local cualquiera algunas males o
algunas jennies movidas a mano. Las máquinas más complicadas, wa-
ter-frames o telares automáticos, venían después, tan pronto como los
heneficios realizados permitieran su adquisición, y con ellas aparecía
el motor hidráulico o la máquina de vapor, el material pesado y po­
tente de la fábrica propiamente dicha. Así se operaba en unos años,
y en una misma empresa, el paso del régimen de la pequeña industria
al ríe la manufactura, y de la manufactura a la gran industria. Al mis­
mo tiempo se formahan en esas hilaturas y esas tejedurías administra­
dores que gracias a la experiencia práctica que en ellas habían adqui­
rido se elevaban en seguida a la posición de jefe de manufacturas3.
Resueltas las cuestiones del capital y del utilaje se planteaba la de
la mano de obra. ¿Dónde reclutarla y cómo dirigirla? Los obreros ha­
bituados al trabajo a domicilio se mostraban en general refractarios al
enganche. El personal de las fábricas estuvo compuesto al principio de
los elementos más dispares: labriegos ahuyentados de sus pueblos por
la extensión de las grandes propiedades, soldados licenciados, indigen­
tes a cargo de las parroquias, el desecho de todas las clases y de todos
los oficios4. A este personal inexperto, poco preparado para el trabajo
en común, el manufacturero tenía que instruirlo, ejercitarlo y, sobre
todo, disciplinarlo; tenía que transformarlo, por decirlo así, en un
mecanismo humano, tan regular en su marcha, tan preciso en sus mo­
vimientos, tan exactamente combinado con vistas a una obra única como
el mecanismo de madera y de metal en cuyo auxiliar se había conver­
tido. Al abandono que reinaba en los pequeños talleres lo sustituye la
regla más inflexible: la entrada de los obreros, sus comidas, su salida,
tienen lugar a hora fija al toque de una campana En el interior de
1 Radcliffe, W.: ob. c it . , pág. 10.
2 Sm ii .es, S.: I n d u s t r ia l B io g r a p h y , pág. 321.
3 T a y i .o r . G.: H a n d lo o m w e a v e rs a t S t o e k p o r t , en G. Unwin, Sam uel O íd -
know and th e A r k w r ig h t s , pág. 51. Véase el cuadro tan impresionante que traza
Roberl Owen de su actividad como administrador en la fábrica de cotonadas
de Drinkwater ( L i f e o j R o b e r t O t e e n , u r i t t e n b y h i m s e l f , pág. 38).
* Sciiulze-Gaverjíitz : L a g r a n d e in d u s t r ie , pág. 67. En la fábrica de teji­
dos estampados se ajustaban a bajo precio «cuadrillas de patanes de Lancashire».
T h e e a l li c o - p r in t e r 's a s is ta n t (1790), Q, 4.
3 Fn Manchester, las campanas de las hilaturas empezaban a tocar a las
cuatro y media de la mañana. M i n u t e s o/ th e e v id e n c e ta h e n b e f o r e th e s e le c t
r o m m i t t e e o n the State o / th e c h i l d r e n e m p lo y e d in th e m a n u f a c to r ie s o f th e
U n ite d K i n g d o m (1816), págs. 127-28. La fábrica de Wedgwood fue el primer
cislablecimicntn importante de Staffordshire donde las horas de trabajo fueron
It: t i C A P IT A L IS M O J N U U 9 IIU A I. 367

la fábrica cada uno tiene su puesto marcado, sil tarea estrictamente de­
limitada y siempre la misma; cada uno debe trabajar regularmente y
sin detención, bajo la mirada del capataz que lo fuerza a la obediencia
con la amenaza de la multa o del despido, y a veces incluso con una
coacción más brutal1. Esta disciplina no era, bay que reconocerlo, una
cosa absolutamente nueva. Existía desde hacía mucho tiempo en un pe­
queño número de manufacturas donde la división del trabajo, llevuda
hasta su extremo, tenía por complemento necesario una fuerte dirección
de conjunto *12. Pero es el maqumismo el que le ha dado su rigor y el
que la ha generalizado. Los grandes industriales ingleses del siglo XVin,
si no son sus creadores, han sabido organizaría con una inteligencia y
una energía notables. Aquí también el ejemplo de Arkwright es el cjue
hay que citar en primera línea3. El orden que supo establecer en sus
hilaturas fue su invención más original. Estaba presente en todas partes,
vigilaba a sus obreros, les exigía el trabajo más asiduo y más exacto.
Rudo de ademanes y de lenguaje, implacable para los que juzgaba in­
capaces o negligentes, no cometía, sin embargo, el error de agotar de
fatiga al personal de sus talleres: no les bacía trabajar más que doce
horas diarias4*, cuando el tiempo medio, en los establecimientos funda­
dos después que los suyos, alcanzaba y sobrepasaba las catorce horas *.
Dirigir una fábrica es hacer acto de gobierno. El manufacturero es,
en toda la fuerza del término, un jefe de industria. Boulton, en la fá­
brica de Soho, había obtenido de sus obreros tal regularidad que una
disonancia en la armonía acostumbrada de las ruedas y de los martillos
bastaba, según se decía, para que advirtiese una parada o un accidente 6.
anunciadas al loque de una campana. De allí el nombre que se le daba en la
vecindad: «the Bell-Works», la fábrica de la campana. Smu.es, S.: J o s ia h JPedg-
uiood, pág, 44; M eteyakd, E.: T h e U fe o f J o s ia h (V e d gw oo d , I, 330; L t.ewellyn
jEwrnn: T h e W e d g tv oo d s , I, 132.
1 Véase 3.‘ parte, cap. IV.
2 E11 las manufacturas reales de Frauem. Véase Martin, Germain: L a g r a n d e
in d u s t r ie en. F r a n c e sous le r h g u e d e L o á is X I V , pág. 14i (Manufactura de paños
en Villenouvelte, en Langucdoc). Id. en Abbevitle. en casa de los Van Robáis, que
empleaban a 600 obreros: «Todo su personal eslá gobernado con mucho orden
y regularidad. Se pone al trabajo y lo deja al loque de un tambor. Si un obrero
se embriaga o comete una falla cualquiera, es despedido por el capataz de
la división a que pertenece; cada especialidad, en efecto, esiá colocada bajo la
vigilancia de un jefe particular, que disciplina a sus hombres con objeto de
obtener de ellos el mejor trabajo posible en cada parte, a fin de contribuir a la
perfección del conjunto.» A n essay i n tr a d e a n d c o m m e r c e , pág. 131 (1770).
3 Es esta una de las razones principales de loa elogios hiperbólicos que le
ha prodigado la escuela individualista de la generación siguiente: «Promulgar y
poner en vigor un código eficaz de disciplina industrial adecuada a las necesi­
dades de la gran producción, tal fue la empresa hercúlea, la obra grandiosa de
Arkwright.» U re, A .: P h i l o s o p h y o j m a n u f a c tu r e s , pág. 15.
4 M in u te s of evidence... on the State of the children employed in th e manu-
f u e t o ñ e s , etc. (1816). Declaración de A. Biiclianan, jiág. 8.
J h id ., págs. 96-98.
0 Smii.es, S.: B o u lt o n and IP t á l, [>ág. 4(12.
; in ii PARTE [ I I : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

lloiwel!, que lo visitó en 1776, quedó sorprendido de la autoridad que


njercía; creyó ver, como dice con frase expresiva, «a un capitán del
hierro en medio de sus tropas». El ceramista Wedgwood tuvo que lu­
char contra la mala voluntad y hasta contra la hostilidad declarada de
sus obreros cuando quiso instituir en sus talleres una división del tra­
bajo estrictamente regulada: lo consiguió, no obstante, y quebrantó
todas las resistencias k La excelencia de la producción, que hizo célebre
su marca en el mundo entero, no fue obtenida sino gracias a su activi­
dad infatigable, a la vigilancia que ejercía a cada instante sobre sus
menores colaboradores. Corría por todas partes con su pierna de ma­
dera, rompía con sus propias manos las piezas imperfectas y escribía
con tiza sobre el banco del obrero cogido en falta: «Esto no pasa con
Josiah Wedgwood» 12.
Finalmente el manufacturero ve plantearse ante sí un problema, del
que los pequeños fabricantes, sus predecesores, apenas habían tenido
que preocuparse: el de los mercados. El no puede, como aquellos, ir
a vender sus productos a la ciudad vecina; para proporcionarle una
clientela cuyo consumo responda a la cantidad, sin cesar acrecentada,
de la producción, la plaza local es, desde luego, insuficiente, y el mer­
cado nacional apenas si basta. Si no tenía ya las cualidades de un co­
merciante es preciso que las adquiera, que sea capaz de extender sus
relaciones al país entero c incluso más allá de las fronteras. Hemos te­
nido a la vista la correspondencia de un gran establecimiento indus­
trial del siglo XVIII, la de la fábrica de Sobo: atestigua una actividad
comercial comparable a la que hoy día nos ofrecería como espectáculo
una casa de primera fila. Boulton y Watt estuvieron en relaciones co­
merciales con todos los manufactureros de su tiempo; vendieron má­
quinas a los propietarios de minas de Cornualles y a los maestros de
forjas del País de Gales, a los fabricantes de hilados de Manchester,
de Derby y de Glasgow y a los fabricantes de porcelana de Staffordshi-
re; recibieron numerosos pedidos de Francia, de los Países Bajos, de
Alemania, de España y de Rusia. Bien es verdad que a partir de cierto
momento ya no tuvieron mucho que hacer para atraer la clientela: ve­
nía espontáneamente y aceptaba sus condiciones sin titubear. Pero no
había sido así desde el principio: se recordarán las batallas que tu­
vieron que librar en Cornualles y los servicios que les prestó su agente
el fiel e infatigable William Murdock 3. Boulton y el propio Watt, a pe­
sar de que su tendencia al desaliento lo hacía bastante timido en los
negocios, a menudo se vieron obligados a obrar personalmente no solo
para gestionar los contratos, sino también para vigilar su ejecución *.

1 M eteyaud , E.: L ije of J o s ia h W edgw ood, I, 260.


2 Smiles , S.: J . W ed gw ood , pág. 145.
•’* Véase 2.a parte, cap. IV.
Watt pasó varios años en Cornualles. Boulton hizo frecuentes viajes a las
ii: el c a p it a l is m o i n d u s t iu a i . 369

Por lo demás, la forma de tales contratos, que hacía depender sus be­
neficios de las economías realizadas por el comprador gracias al empleo
de la máquina de vapor, estaba muy hábilmente concebida: *11 éxito no
ha sido únicamente el de un invento técnico, sino asimismo el de un
sistema comercial.
A la vez capitalista, organizador del trabajo en la fábrica; en fin,
comerciante, y gran comerciante, el industrial es el tipo nuevo y cum­
plido del hombre de negocios. Con frecuencia no es otra cosa. Robe.rt
Owen, que conocía mejor que nadie a los que llama los (dores del algo­
dón», juzga bastante desfavorablemente a la mayoría de ellos: «Fuera
del círculo inmediato de sus ocupaciones profesionales sus conocimien­
tos eran casi nulos, sus ideas limitadas» 1. Algunos, sin embargo, unían
a la habilidad y a la energía práctica cualidades de un orden superior.
Formaban en medio de esta, aristocracia del dinero como una minoría
intelectual. Ya se los mire como personalidades originales y excepcio­
nales o bien como los representantes más eminentes de su clase, merecen
ser estudiados con más detenimiento.

TV

Los más interesantes son aquellos a quienes el ejercicio mismo de


su profesión ha mezclado en el movimiento científico o artístico de su
tiempo. Los problemas de la técnica, aunque planteados en su origen
en términos puramente concretos, toman contacto, hacia fines del siglo,
con las investigaciones especulativas de la ciencia. Por otra parte, ciertos
productos— por ejemplo, los de la industria cerámica—no son solamen­
te objetos de uso; tienen, o al menos pueden adquirir, un valor esté­
tico. Algunos industriales lo han comprendido: desde entonces la idea
que se hacían de su propio papel se ha ampliado y transformado. Para
ellos la industria ha dejado de ser únicamente un medio de enriquecer­
se. Es una obra a la que se vinculan y en la que se esfuerzan por rea­
lizar una cierta perfección. Si quieren perfeccionar su utilaje, mejorar
su producción, no es solo por superar en la lucha comercial a sus
rivales menos escrupulosos o menos avisados, es porque el progreso
técnico, ligado al progreso de las ciencias y de las artes, se les muestra
como un fin deseable en sí. Y estas preocupaciones, más elevadas quo
las de la masa de sus competidores, parecen conferir a su carácter y
a su vida una especie de nobleza.
Matthew Boulton es de esos. Antes de convertirse en el colaborador
inteligente de James Watt, había ya dado pruebas de ¡as raras citali-

regíones industriales. De ahí la correspondencia intercambiada entre los dos


socios. '
1 Owen , R.: The lije oj Roben O to e n imiten, by h im s e lf , p6g. 31 y 35.
mantoux __ 24
m i ■ •ARTE IÍI: L A S C O N S E C U E N C IA S INMEDIATAS

(Indo* i]uo explican su fortuna. Cuando emprendió, hacia 1765, la fa­


bricación de los bronces ornamentales, tenia ante su vista las obras
maestras del arte decorativo francés. Se propuso igualarlas, aunque tu­
viese que violentar el gusto de un público habituado a productos más
vulgares '. No omitió nada para conseguirlo: se hizo remitir de Italia
las copias de los más bellos modelos antiguos, visitó las colecciones
particulares de los grandes señores que le concedían su protección12-
Tenía a orgullo el no poner a la venta lo que no fuese aprobado por
los expertos más exigentes; recuérdese cómo Wedgwood temió por un
momento el verlo convertirse en su competidor. Con el mismo cuidado
se ocupó veinticinco años más tarde do la acuñación de monedas, por
el procedimiento de que era inventor. «Si Mr. Boulton—escribía a este
respecto James Watt— no hubiera hecho otra cosa en toda su vida,
por eso solo merecería ser salvado del olvido. Y si consideramos la
variedad y la importancia de los trabajos que tenía que dirigir al mis­
mo tiempo, y los enormes gastos comprometidos para un resultado
dudoso, no sabemos qué se ha de admirar más, si su capacidad de in­
vención, su perseverancia o su magnificencia. Ha llevado esta empresa
a la manera de un soberano más bien que de un industrial: la pasión
do la gloria siempre tuvo sobre él un ascendiente más fuerte que la
pasión del lucro» 3.
Boulton era un hombre culto. Tuvo por amigos a algunos de los
espíritus más distinguidos de su tiempo: d Dr. Darwin, médico, botá­
nico y poeta; el astrónomo William Herschell, Priestley, con el que
compartía sus opiniones avanzadas en materia de religión y de gobier­
no, sir Joseph Banks, que fue presidente de la Sociedad Real de Lon­
dres, y otros menos ilustres, como el químico Small, el impresor Basker-
ville y el erudito De Luc, bibliotecario de la reina 4. Boulton se complacía
en reunirlos en la casa que se había hecho construir al lado de su fá­
brica de Sobo, «el hotel de la amistad sobre el páramo de Hands-
worth», como la llamaba en su correspondencia familiar. Estas reunio­
nes se hicieron periódicas: tenían lugar todos los meses, en el plenilu­
nio, lo que facilitaba el trayecto de ida y vuelta, por la noche; a través
del campo. De ahí el nombre de Sociedad Lunar, Lunar Society, que

1 Escribía a su mujer, a propósito de dos de sus relojes de pared que no


habían encontrado adquisidor: «Los be traído de landres y los enviare a un
país donde el sentido común todavía no haya pasado de moda. Si los hubiera pro­
visto de carillones que tocasen las notas de una giga, con un oso danzando al
compás, o si hubiera representado una carrera de caballos por encima de la es­
fera. creo que no habrían faltado compradores... Este verano los enviaré a la empe­
ratriz de Rusia, a quien pienso que le agradarán.» Smu.ES: B o u lto n a n d W a tt,
página 174.
1 Véase 2.* parte, cap. IV, píg. 339.
3 W a t t : M e m o i r o j M r . B o u lt o n , en Smilcs. ob. o/., pág. 399.
1 Smiles. o b . c it . , pág. 201; T immins, S.: M a lth e tv B o u lto n , pág. 4
n: E l. C A P IT A L IS M O IN ItllS T R IA I 371

-e daba bromeando este grupo de am igos1. Wcdgwood fue allí alguna


vez desde Burslem o desde Etruria 123*. Walt, naturalmente, eru uno de
los miembros más asiduos, durante los años que pasó en Rirmingham.
I.as discusiones, preparadas de antemano, versaban como siempre sobre
temas científicos. Boulton se mostraba digno de tomar paite en ellas
al lado de sus huéspedes. Su fábrica era un vasto laboratorio de mecá­
nica aplicada, donde trabajaba como alumno y émulo de Watt. Fue
conforme a sus diseños como se construyó la máquina de acuñar mo­
nedas. Y fue él el primero que tuvo la iden de las calderas tubulares *,
recogida más tarde por el francés Marc Séguin. Se interesaba en los
progresos de la química y se dedicaba en este dominio a investigacio­
nes originalesL Se ocupaba también de economía política y fue nom­
brado miembro de la Sociedad de Economistas de San Petersburgo 5.
Estos estudios no lo apartaban en absoluto de su labor industrial: por
el contrario, lo preparaban para cumplirla mejor.
La amplitud de sus miras, y al mismo tiempo la rectitud de su ca­
rácter, se revelan en su correspondencia privada. Su máxima favorita
era la frase optimista del buen hombre Richard: «Honesty i s ihe best
policy.)> Escribía a su socio, a propósito de ciertos tratos a concluir:
«No fije los vencimientos con demasiado rigor. Un negocio en el que
se imponen al cliente condiciones demasiado duras es un mal negocio.
Quiero que toda nuestra conducta esté marcada con el cuño de la pa­
ciencia y de la buena fe. Tenemos que estar firmemente resueltos a
mostramos equitativos con los demás como con nosotros mismos» 6.
Completaba la educación liberal dada a sus hijos con preceptos de una
moralidad elevada: «Tened presente que no deseo ver la cortesía des­
arrollándose en vosotros a expensas de la lealtad, de la sinceridad, de
la honradez; pues esas son las cualidades esenciales de un carácter
noble y viril. Mantened vuestro honor por encima de todo. Sed íntegros,
justos y benévolos, hasta cuando parece difícil seguir siéndolo. Perse­
verad en estos principios, nunca os lo repetiré demasiado, y conservad­
los como tesoros preciosos»7. Y no se limitaba a los consejos, sino
que daba ejemplo.
Era adversario implacable de los fraudes industriales a los que es­
taban acostumbrados los fabricantes de Birmingham. Es conocida su
lucha contra los monederos falsos: «Haré—decía—todo lo que es posi-

1 S mii.e s , pígs. 369-75.


o b . c il.,
3 M eteyard . E : 7. W e d g x c o o d , II, 558. 1.a distancia era demasiado grande
(unas cuarenta millas) para que pudiese ir regularmente.
3 T immins, S,: M a tt h e w B o u l t o n , pág. 10.
1 «La química es desde hace algún tiempo mi manía» ( m y h o b b y - h o r ie ) . * Car­
ta a James Watt. 3 de julio de 1781, S mtles: o b . c i l . , pág. 373.
3 Fue también miembro de las Sociedades Realce de Londres y de Edim­
burgo.
0 Carla a Watt, citada sin fecha en Syit.ES: B o u l t o n a n d W a tt , pág. 271.
7 Idem, i b i d . , pág. 341 (carta a su hijo mayor, escrita desde Cornualles).
M PARTE I U : L A S C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

l»lo Imcer sin rebajarse al papel de delator para poner fin a sus prácti-
i’iifl indignas» \ En una reunión de fabricantes, celebrada en 1795, se
levantó contra los engaños en la calidad de las mercancías: «No me
extenderé sobre la imprudencia del acto en sí mismo y sobre las conse­
cuencias que inevitablemente deben resultar de él, a saber: el daño cau­
sado a nuestra industria y la mancha infl gida al nombre de Birmin-
gham. No olvidemos que la política de la honradez es siempre la mejor,
y que la buena fe en los negocios no puede dejar de ejercer la influencia
más venturosa sobre el comercio de la ciudad en general y de cada
una de nuestras casas en particular» 3. Personalmente se ajustaba a este
principio de la manera más escrupulosa. Se abstenía de usar represa­
lias contra los que trataban de sobornar a sus obreros3. Se abstenía
ttambién de reducir los precios por bajo de cierto nivel, cualquiera
que fuese el rigor de la competencia. Bajar los precios habría sido
bajar la calidad y, por ende, destruir la confianza 4. Practicaba así, antes
que Bentham la hubiese expresado en fórmulas, la moral utilitaria.
Su generosidad era proverbial. Cuando Priestlev fue víctima de los
motines provocados en Birmingham por el odio a la Revolución fran­
cesa, Boulton, sospechoso asimismo de opiniones subversivas, abrió una
suscripción para ayudarle a vivir y a continuar sus trabajos °. Al fun­
darse, en 1792, el Birmingham Dispensary, aceptó ser su tesorero, di­
ciendo: «Si los fondos no bastan para cubrir los gastos, aquí estaré
yo para completar el déficit» 6. Para con s u s obreros s u conducta era
la de un «hombre sensible», lector de Ríchardson y de Rousseau, más
bien que la de un discípulo de los economistas, a cuyo parecer el tra­
bajo no es más que una mercancía. Autoritario y benévolo, se hacía
querer de ellos por sus modales' francos y sencillos, y por su espíritu
de equidad. Permanecían mucho tiempo a su servicio, y a menudo em­
pleaba al hijo después del padre7. Conociéndolos personalmente, se
interesaba por su suerte; había instituido para ellos una caja de so­
corros en la que ingresaban cuotas que variaban entre medio penique
y cuatro peniques por semana, según el monto de su salario R.12345678

1 S m ii . es : B o u lto n a n d ÍP a tt, p á g . 1 7 8 .
2 B irm in g h a m G a zette, 2 8 d e d i c i e m b r e de 1795.
3 C a r la a J. T a y lo r , 23 de en ero de 1769. Smiles, S., lo e . c it .
4 Id e m , ibíd., p ág s. 3 7 4 -7 5 .
5 E n tre lo s p r in c ip a le s su sc rip lo re s fig u r a b a Jo h n W ilk in so n . que e n v ió oOO
lib r a s . Palmer, A .: W ilk in s o n and
the o íd B e rs h a m iro n w o rh s , p á g . 3 3 . V é a s e
s o b r e e l p a r t i c u l a r e l o p ú s c u l o d e T immins, S.: D r . P r ie s tle y in B irm in g h a m .
6 I.ANOFORD, W.: A cen tu ry o f B irm in g h a m U fe , II, 143.
7 E n g e n e r a l , s e a j u s t a b a n p a r a c u a t r o o c in c o a ñ o s p o r c o n tra to r e n o v a b l e ;
por e je m p lo , con re sp e c to al o b rero G a v io M ac M u rd o, que e n tró al se r v ic io de
B o u lto n y W att en 1 7 9 3 , h e m o s e n co n tra d o c u a tro de e sto s co n tra to s (1 7 9 3 , 1796,
1799 y 1 8 1 0 ).
8 L o s a p r e n d ic e s, que ganaban 2 c h e lin e s 6 p e n iq u e s p or se m an a, in g re sa b a n
m e d io p e n iq u e ; lo s q u e ganaban 5 c h e lin e s, 1 p e n iq u e , y a s í su c e siv a m e n te , h a s ta
II: EL C A P IT A L IS M O IN D U S T R I A L 373

Esta benevolencia filantrópica no carecía de orgullo. Era la de un


gran señor en relación con sus vasallos. Cuando el primogénito de Boul­
ton alcanzó la mayoría de edad, tuvo lugar en Solio una fiesta memora­
ble. Desde la mañana tocaron las campanas en Handsworth y en Bir­
mingham. A la una del día todos los obreros de la fábrica formaron
en un cortejo y desfilaron por grupos de oficios, con música al frente.
Por la tarde fueron convidados a un banquete de setecientos cubiertos,
y bebieron a la salud de los amos de hoy y de mañana l. Era así como
un gran lord terrateniente, rodeado de sus terrazgueros, celebraba en
el castillo de sus antepasados el coming of age del heredero de su nom­
bre. Por lo demás, Boulton tenía lo que era preciso para desempeñar
este papel: dignidad, un cierto empaque de magnificencia al que debió,
no menos que a su generosidad, el sobrenombre de «principesco», prin-
cely Boulton *12. De elevada estatura y de bello porte, con una fisonomía
agraciada, a la vez inteligente y cordial, su persona tenía el raro pri­
vilegio de seducir tanto como imponía34. Este jefe de industria hacía,
en verdad, figura de jefe. Al poder material que le confería el capital,
unía lo que en todo tiempo y en todos los países ha hecho a las aris­
tocracias: el prestigio.
Boulton, amigo de las artes y de las ciencias, sigue siendo ante todo
un industrial. Con Wedgwood nos hallamos en presencia de un artis­
ta; algunos llegarán inclusive a decir de un gran artista *. Las delicadas
obras maestras que llevan su nombre no son, ciertamente en modo algu­
no, la obra de un solo hombre: las figuras que las decoran han sido
dibujadas y ejecutadas por toda una falange de pintores, de escultores
y de ornamentistas, que trabajaban para él y bajo sus órdenes 5. Pero
los mismos objetos en los que no ponía su mano llevan, sin embargo,
su marca personal. Es él quien elegía la forma, el color, la decoración;

Jo s o b rero s pagados a 20 c h e lin e s p o r s e m a n a y m á s, q u e in g r e sa b a n 4 p e n iq u e s.


V é ase Local notes and queries ( R e f e r e n c e L ib r a ry de B ir m in g h a m ) (1 8 8 5 -1 8 8 8 ),
n ú m . 1 9 1 7 , y Smiles : ob. cit., p á g . 4 8 2 .
1 Birmingham Gazeite, 1 5 d e a g o s t o d e 1791.
3 M eteyard, E . : Josiah Wedgwood, I I , 27.
3 R e trato de B o u lto n , por s ir W. Beechy, R. A ., en la p o rta d a del lib r o
de S m ile s Boulton and Watt. O tro s v a r io s re tra to s fo rm a n p a rte de la c o le c c ió n
T im m in s, en la B ib lio te c a de B ir m in g h a m . — La fre n te es a lta y un poco in c li­
n ada h a c ia a tr á s, lo s c a b e llo s r iz a d o s y e m p o lv a d o s, lo s o jo s sa lto n e s, c la ro s y ex­
p r e siv o s, la n a r iz b a sta n te sa lie n te , la boca fir m e , con la s c o m isu r a s n e ta m e n te
m a r c a d a s, l a s m e jilla s lle n a s y a n c h a s, e l m e n tó n g r u e s o so b re u n a a m p lia papada.
4 N o v a lis com p ara su o b ra a la de G o e th e : «G o e th e es un p o e ta p r á c tic o .
O cu rre con su s lib r o s com o con la s v a s ija s del a lfa r e r o in g lé s: to d o es en e llo s
s im p le , e le g a n te , cóm odo y s ó lid o . Ha h ech o p ara la lite r a tu r a a le m a n a lo que
W edgw ood ha hech o p ara el a rte in g lé s .» C ita d o por Gladstone , W. E.: Wedg­
wood, an address delivered at Burslem, Stalfordshire, oct. 26, 1863, pág. 5.
5 Jo h n B acon , Jo lm V oyez, C o w ard , S to th a rd , H ackw ood, S tr in g e r , B u rd e tt,
M r s . W ilc o x , etc. V é a s e M eteyaiid, E .: I. IPcdgwood, T f, 90-93, y Letters of Josiah
Wedgwood, p u b lic a d a s por K . E. F arrer. El e sc u lto r F la x m a n fu e ta m b ié n uno
de lo s c o la b o ra d o re s de W edgw ood.
:w i PARTE iii: las c o n s e c u e n c ia s in m e d ia t a s

« a él quien les daba su estilo, en armonía con el gusto clásico de su


tiempo. Es él, en fin, quien había creado su materia; esos vidriados de
esmalte brillante e inalterable, esas porcelanas mates, rojas y negras,
y sobre todo esos bizcochos matizados de verde pálido, de azul, de
violeta, sobre los que unos motivos blancos se destacan en relieve como
camafeos, bastarían por su belleza para justificar su renombre de ar­
tista
Se había formado a sí mismo. Colocado de aprendiz a los nueve
añ os12 en casa de su hermano mayor Thomas Wedgwood, aprovechó
para instruirse los ocios que le proporcionó la enfermedad3. A los
treinta años, leía mucho, y se informaba de los libros nuevos: fue uno
de los primeros lectores, en Inglaterra, del Emilio, de Rousseau456. Fue
por los libros como aprendió a conocer el arte antiguo: la Colección
de antigüedades egipcias, etruscas, griegas, romanas y galas, del conde
de Caylus, que tuvo ante su vista en 1767 \ le dio la idea de emprender
esas imitaciones, de las que salieron, poco tiempo después, sus obras
más originales. Cuando en 1769 fundó una nueva manufactura, a corta
distancia de Burslem, le dio el nombre de Etruria, y sobre las vasijas
fabricadas el día de la inauguración grabó la inscripción «Artes Etru-
riae renascuntur» G. Entabló correspondencia con numerosos eruditos
y arqueólogos, en particular con sir William Hamilton, embajador
de Inglaterra en Nápoles, cuyas colecciones eran entonces célebres7.
1 He aquí la lisia de la s p r in c ip a le s p a sta s e m p le a d a s en la m a n u fa ctu ra
d e E tr u ria en 1776: 1 .» loza d e la R e in a , d e c o lo r c re m a , co n v id r ia d o b r illa n le ;
2 .° terracota, de un r o jo m a te , com o c ie r ta s a lfa r e r ía s ja p o n e s a s ; 3 .“ basalto,
n egro , a im ita c ió n de lo s v a so s e n co n trad o s en E ir u r ia ; 4 .° jaspe, con m e d a llo n e s,
g u ir n a ld a s, e t c ., r e sa lta n d o en h la n c o so b re c o lo r e s d iv e r so s, azul de u ltr a m a r ,
a z u l p á lid o , v erd e, m a lv a : es la c re a c ió n m ás o r ig in a l de W edgw ood, la que ha
sid o m ás a d m ir a d a e im ita d a ; 5 .° bambú, p ard o , con s u p e r fic ie s a c a n a la d a s;
6 .° bizcocho, b la n c o , de p a sta d u ra.
2 A la m u e rte de su p ad re, qu e era a lfa r e r o en B u rsle m , S m il e s , S .: Josiah
Wedgwood, p á g . 2 4 ; Meteyard, E . : ob. cil., I , 2 1 9 - 2 2 , Según Jewitt, L le v e lly n .
The Wedgwoods, p á g . 8 9 . n o e m p e z ó a t r a b a j a r h a s l a lo s on ce añ o s. En lo d o
ca so , su e d u c a c ió n fu e m uy e le m e n ta l. « N a d ie en B u r sle m a p r e n d ía o ir á co sa que
a le e r y a e s c r ib ir .» S History oj the Stajjordshire potteries,
h aw : p á g . 180. V é ase
W edcwood, Ju lia : Personal lije oj Josiah Wedgwood ( 1 9 1 5 ) .
3 D esp u és de haber te n id o la v ir u e la en 1742, s u fr ió co n stan te m e n te de una
p ie r n a , que al fin tu v o que ser am p u tad a en 1768.
• C a rta a B e n tle y , su so c io , d e l 26 de o ctu b re de 1762: «Si u ste d ha le íd o
el Emilio, de R o u sseau , q u isie r a sab er lo que p ie n sa de é l. A h o ra que se ha tra ­
d u c id o , me g u sta r ía c o m p r a r lo , de acu erd o con su c o n s e jo .» M u seo W edgw ood,
S to k e on T r e n l.
5 M eteyard, E ., ob. cit., I, 480. V io ta m b ié n , h a c ia la m ism a época, lo s
v o lú m e n e s de lá m in a s p u b lic a d o s b a jo el c u id a d o de sir W illia m H a m ilto n .
6 E stas v a s i ja s , jn u e h a s de la s c u a le s se e n c u e n tra n en la s c o le c c io n e s m en­
c io n a d a s m ás a r r ib a , lle v a n adem ás la in sc r ip c ió n s ig u ie n te : «Ju n e X III,
M D C C L X IX , one oí th c fir sl day s p r o d u c tio n s at E tr u ria in S ta ffo r d sh ir e by
W edgw ood an d B e n t le y .»
7 N u m e ro sas c a rta s en el M u seo W edgw ood, S lo k e on T ren . V é ase e sp e c ia l­
m e n te In d e sir W illia m H a m ilto n a W edgw ood a n u n c iá n d o le el e n v ío de d ib u jo s
U: JSt, CAl'JTAUSMO INDSISTKIAI, 375

La carta que le dirigió, a propósito de la llegada a Londres del vaso


Barberini— depositado en la actualidad en la sala de las gemas del
British Museum— , testimonia una elevada cultura y un sentido crítico
muy aguzado \
Sus estudios sobre el arte antiguo estaban en relación estrecha con
su actividad industrial. De igual modo, sus estudios sobre química, que
llevó muy lejos. De las reacciones que se producen en los hornos donde
se cuecen las alfarerías, de las combinaciones que producen las diferentes
pastas y que determinan o modifican sus colores, pasó insensiblemente
a abordar cuestiones más generales. Ponía en ello una verdadera pa­
sión: «El cazador de zorros no siente más placer en cazar, que yo
cuando persigo mis experiencias» *12. Sus investigaciones sobre la me­
dida de las altas temperaturas y la invención del pirómetro constituyen
sus títulos científicos más serios 3. F ue admitido en la Royal Society al
mismo tiempo que Priestley, al que conocía de antiguo, y cuyo genio
fue uno de los primeros en reconocer 4.
Espíritu muy abierto, tenía la mayor independencia de ideas y de
lenguaje. Como Boulton, como Wilkinson, profesaba opiniones demo­
cráticas. La guerra de América le inspiró la indignación más violenta
contra el Gobierno. «Quisiera encontrar a alguien que me dijese clara­
mente cuál puede ser el objeto de esta guerra infame y absurda que
sostenemos contra nuestros hermanos y nuestros mejores amigos... Soy
feliz con que América sea libre. La idea reconfortante de un refugio
seguro para los que prefieren huir que someterse al yugo férreo de la
tiranía me llena el corazón de gozo» 5. La Revolución francesa con­

de lo s o b je t o s d e a r te c o n t e n id o s en la g a le r ía del G ran D uque de T o scan a, 8 de


ju n io de 1773: «C o m o n ada me in te re sa m ás que c o n tr ib u ir , en la m e d id a en
que e llo me e s p o s ib le , a l p r o g r e s o de la s arte s en G ran B re tañ a, y com o su p ro ­
d u c c ió n . y a lia h ech o, en v erd ad , gran honor a m is m o d e sto s e sfu e rz o s, te n g o el
p la c e r de e n v ia r le a lg u n o s d ib u jo s de lo s v aso s m ás e le g a n te s de la c o le c c ió n
del G ran D uque de T o s c a n a .» C a rta del m ism o so b re el e stu d io de lo s m o d e lo s
a n tig u o s, 6 de ju lio de 1773.
1 C a rta a sir W illia m H a m ilto n , 24. d e en ero de 1786. El v aso B a rb e rin i es
m á s c o n o c id o h o y d ía con el n o m b re de v aso de P o r lla n d . W e d g w o o d e je c u tó m uy
b e lla s c o p ia s e n jasper-ware. ( E l o r i g i n a l e s de v id r io o p a c o .)
' S.viiLES, S . : Josiah Wedgwood, p á g . 9 0 .
3 C o m u n ic a c io n e s a la R o y a ] S o c ie ty : E l pirómetro o instrumento que sime
para medir el calor, Philosophical iransactions, L X X I I , 305 (1782). Ensayo de
campar ación entre el pirómetro y el termómetro de mercurio, ibíd., L X X I V , 358:
Observaciones complementarias sobre el mismo asunto, I .X X V T , 390. E n l o s ¡ñ ú t e ­
le s de W edgw ood se puede se g u ir el rastro de o tro s m uchos t r a b a jo s . S o b re su
Commonplace Book y s u Memorándum Boolc, c o n s e r v a d o s e n a r c h i v o s p r i v a d o s ,
v é a s e SmIles, S . : ob. cit., p á g s . 181-82. E n e l B r i t i s h M u s e u m luty n u e v e v o l ú m e n e s
de e x tra c to s de a c ta s d e se sio n e s de la A c a d c y u ia R eal tic C ie n c ia s do U p e a l, h e ­
ch o s p or él o p ara é l. Add. MSS, 28309 a 283111.
4 C a rta de W edgw ood a R e n lto y so b re In g a lv a n o p la stia , 9 de o c tu b re de
1776, M u seo W edgw ood, S lo k e ou T m tl.
5 C a rta a B e n tle y , 3 do m a r z o u ln 1778, M u se o W edgw ood, S lo k e on T rc n t.
n?6 PARTE III: L A S C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

quistó desde el principio sus simpatías: «Oímos aqui a los políticos


declarar que no hay motivo para regocijarnos de esta revolución, por-
quo si los franceses llegan a ser un pueblo libre como nosotros, se apli­
carán en seguida a desarrollar sus industrias y se convertirán en poco
tiempo en nuestros rivales, mucho más temibles entonces de lo que
pudieran serlo bajo un gobierno despótico. Por mi parte, seria muy
feliz de ver a vecinos tan cercanos compartir los beneficios de que dis­
frutamos nosotros: quisiera, en verdad, ver la libertad y la seguridad
inglesas expandirse por toda la tierra, y no me inquietaria demasiado
por lo que pudiera resultar de ello para nuestra industria y nuestro
comercio, pues me seria penoso creer que un acontecimiento tan ven­
turoso para la Humanidad en general pueda ser tan molesto para nos­
otros en particular» L Tomó parte activa, asi como su socio Thomas
Bentley 12, en el movimiento antiesclavista. Miembro de la Sociedad para
la abolición de la esclavitud, fue él quien dio a esta sociedad el sello
cuya marca quedó como su emblema habitual3.
La filantropía estaba de moda. Mas para muchos manufactureros,
se detenia ante el umbral de la fábrica. Su compasión por los negros
de lag colonias, que ñor lo demás les costaba poco, agotaba toda su pro­
visión de humanidad. Es este un reproche que les fue dirigido muchas
veces por los reformadores del siglo XIX. Wedgwood no lo merecía en
absoluto. Aunque a veces en lucha con sus obreros 4*, se comportaba
en lo que a ellos se referia como hombre liberal e ilustrado. Estableció
en Etruria. como Boulton en Soho, una coja de socorros pora los en­
fermos. Abrió una biblioteca y contribuyó generosamente a la funda­
ción de las escuelas públicas de la región *. No olvidaba que él también
habia trabajado con sus manos, y que al llegar a su mayoridad poseia
por todo capital las veinte libras exterlinas que le habia legado su
padre, durante su vida maestro alfarero en Bttrslem 6*8.

1 Carta a Edén, 5 de julio de 1789. Se reconoce aquí el principio de la


identidad natural de los intereses, que está en la base de la economía política de
Adain Smith y de la filosofía utilitaria de Bentham. Es sabido, por otra parte,
que el radicalismo inglés deriva del utilitarismo. Véase Halevy, E.: L a je u n e s s e
d e B e n th a m , págs. 159-60.
* Sobre Thomas Bentley, véase M eteyard . E.: L i f e o/ J o s ia h W e d g w o o d , I,
469-73, II. 15-16 y 415-16; Jew itt , L.: T h e W e d g w o o d s , págs. 195 y aes. Bentley
era un hombre muy inteligente. Durante mucho tiempo colaborador de la M o n t h l y
R e v ie w y fundador de la Academia de Warringlon. se ocupaba sobre todo de
los asuntos comerciales de la casa. Era él quien dirigía los almacenes de venta de
Creek Street, en Londres.
3 Este sello representa a un negro encadenado, en una actitud suplicante, con
esta divisa: «Am I not a man and a broiher?».
4 Principalmente en 1772, cuando quiso reducir el tiempo de trabajo y los
Balanos, tras un período de superproducción. Carta de Wedgwood a Bentley, 8 de
septiembre de 1772, Museo Wedgwood, Sloke on Trent.
4 Véase Siiaw : f l i s t a r y o f tk e S t a f j o r d s h i r e p o t te r ie s , págs. 19.1-91.
8 Jewitt , Llcwellyn: T h e W e d g w o o d , págs. 90-91 (testamento de Tlt. Wedg-
II; EL CAPITALISMO INDUXIM Al, 377

En el cuidado que ponia en la fabricación do sus alfarerías, el es-


ci úpulo del artista se mezclaba con el cálculo del comerciante, Contra
la producción apresurada y defectuosa, empleaba el mismo lenguaje que
Boulton. y con más razón aún: «Un articulo de uso corriente, si es
■ le calidad inferior, es siempre más caro que el mejor de su especie;
fiero un objeto puramente ornamental, si es vulgar y de mal gusto, no
solo es caro a cualquier precio que se venda: realiza el colmo de lo
inútil y de lo ridículo» No temia la competencia, la reclamaba inclu­
so. si podia aprovechar al arte y al público: «Lejos de recelar que
otros se apoderen de nuestros modelos, deberíamos más bien ufanamos
de ello, y no escatimar en dar los ejemplos y las ideas, a fin de ver,
si era posible, que todos los artistas de Europa nos imitaran. He ahi
lo que sería noble, y lo que concordaría con mis sentimientos mucho
mejor que la estrecha red de intereses en que nos encierra el egoísmo
mercantil» *. Jamás quiso sacar una patente, salvo en una ocasión,
cuando creyó haber descubierto el secreto de la pintura al encausto,
olvidada desde la antigüedad *134.
Este desinterés, que le resultaba fácil por la conciencia de su supe­
rioridad aplastante sobre la mayoría de sus competidores, no le impidió
hacer negocio. No solo fabricaba objetos de arte de elevado precio, sino
artículos de consumo corriente, que se vendían en cantidad. Abastecía
n Europa entera de vajillas de mesa: «Viajando de París a Petersburgo
—escribe Faujas de St. Fond— , de Amsterdam hasta el interior de
f'uecia. de Dunquerke hasta los confines del sur de Francia, en todas
las posadas se sirve sobre esta loza inglesa; España, Portugal, Italia, se
aprovisionan de ella. Grandes cargamentos salen en barcos para las
Indias Orientales, para las islas y el continente de América» *. Des­
de 1763, los talleres de Burslem exportaban más de 550.000 piezas5.
En el momento mismo en que preparaba sus más bellas creaciones ar­
tísticas, Wedgwood pensaba en los usos industriales, que debían abrir
a la producción cerámica nuevos e inmensos mercados. «Tengo que

wood, 26 de junio de 1739). A su muerte, Josiah Wedgwood dejó grandes pro­


piedades y unas 240.000 libras de valores muebles. I b í d . , págs. 413-20.
1 C a t a lo g u e de 1774, fin.
- Carla de Wedgwood a Bentley, 27 de septiembre de 1769. No le gustaba,
sin embargo, que se intentara sorprender sus procedimientos de fabricación. Véase
caria a Nicholson, 25 de octubre de 1785, sobre el espionaje extranjero.
3 'Patente para la decoración de vasijas de barro y de porcelana por medio
de una pintura especial al encausto, en diversos colores, a imitación de las alfa­
rería» romanas y elruscas» (núm. 939).
4 F acías d e St . Fono: V o y a g e e n A n g le t e r r e , en E c o s e e t a n x ¡ l e s M é b r i -
d e s , I, 112 .
* Carta de Josiab Wedgwood a John Wedgwood, 19 de febrero de 1765. «La
inasa de nucstroa productos, escribía el mismo año, se va a los mercados extran­
jeros... Los principales son los países del Continente y las islas de América del
Norte.» Carla a sir W. Meredilh, 2 de marzo de 1765, Museo Wedgwood. Sloke
,in Trent.
,I?B l’ ARTE III: I.AS C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

intpomler—escribía en 1799 a Tbomas Bentley—a una buena carta de


mi viejo amigo Paul Elers: el pequeño negocio que me propone, el día
en que me decidiera a emprenderlo, me elevaría tan alto por encima
de todos los medallones, camafeos y demás zarandajas, como ciertas
máquinas de vapor que conocemos han elevado a un buen amigo nues­
tro por encima de sus cadenas de relojes y de sus botones para ca­
misas... Se trata simplemente de fabricar cañerías de barro, para Lon­
dres primeramente, y después para el mundo entero» 1. Empezó, en
efecto, a fabricar tuberías para el drenaje y la distribución de aguas 12,
especialidad que habría de adquirir un desarrollo colosal y clasificar
definitivamente a la cerámica entre las grandes industrias de Inglaterra.
La prosperidad de la región conocida hoy con el nombre de distrito
de tas alfarerías dala de los inventos y de las empresas de Wedgwood.
Cuando nació, en 1730, este país estaba atrasado y miserable. El suelo,
arcilloso, rebelde al cultivo, alimentaba a duras penas a una población
exigua. Los caminos eran raros y tan malos que era necesario el em­
pleo de hombres para que transportasen a sus espaldas las mercancía?.
No habia ninguna ciudad, solo algunos pueblos de tejados de paja:
unos cincuenta alfareros vivían en Burslcm, siete en Hanley; Stoke no
tenía ni diez casas 3*. La industria local había hecho, no obstante, algu­
nos progresos desde mediados del siglo xvii: el barniz a la sal, intro­
ducido hacia 1690 por alemanes, los hermanos E l e r s l a mezcla de
sílice calcinada y de arcilla plástica, empleada por primera vez por
Astbury®, hacia 1720. habían abierto la senda de los perfeccionamien­
tos, Al lado de los greses pesados y toscos, de las lozas bastas, adornadas
con dibujos pueriles6*1, aparecían ya productos más delicados, cuando
no más artísticos, porcelanas blancas, imitaciones de mármol, de ágata,
de concha, con las que se hacian tapas para tabaqueras y mangos para
cuchillos. Pero la organización de la industria seguía siendo muy pri­
mitiva. Era el sistema doméstico en toda su simplicidad. Los talleres

1 Wedgwood a Bentley, 20 de octubre de 1779, Museo Wedgwood, Stoke on


Trenl.
2 Véase carta de Arthur Young, 6 de noviembre de 1786, relativa al empleo
de tuberías de drenaje proporcionadas por Wedgwood, Museo Wedgwood, Stoke
on Trent.
3 SllAW: H i s t . o f th e S t a f f o r d s h i r e p o n e r l e s , págs. 4 y sgs.; W akd, J.: T h e
b o r o a g h o ¡ S t o k e a p o n . T r e n t , pág. 42; M eteyard, E.: o b . t i l . , I, 106. Hasta 1750,
Burslem no tenía más de cinco tiendas. En 1740, el correo lo llevaba una anciana
que iba de NewcaslIe-under-Lyme todos los domingos.
•' Sobre los Elers, véase Jewitt , L.: T h e c e r a m i c a r l o ¡ G r e a l B r i t a i n , I,
págs. 100 y sgs. Las colecciones designadas más arriba contienen muestras bas­
tante bellas de sus alfarerías rojas, que se asemejan a ciertos produetos japoneses.
s Véase la historia tradicional de este invento en A nderson, A.: A n k is t o -
r i c a l a n d c h r o n o l o g i c a l k i s t o r y o ¡ th e o r i g i n o ¡ c o m m c r c e , IV, 698-99.
11 Véase, por ejemplo, la pitra de la colección Batcman, reproducida en
Meteyard, E.: o b . c i t . , I, 117.
II L EL CAPITALISMO INIUISTKIAl. 379

más importantes empleaban media docena de obrero»1: uno daba la


forma a las vasijas, otro fabricaba las asa» y las poniti, los demás se
ocupaban en la decoración, el esmaltado y la cocción. Por otra parte,
su especialización no era, ni muchos menos, permanente. Un buen obre­
ro debía saber todo y trabajar en todo. Estos alfareros de Staffordshire
formaban una población pobre e ignorante, de costumbres brutaleg,
i|ue se complacían en las peleas de gallos y en las luchas de toros.
Cuando John Wesley, el apóstol de la reforma metodista, fue por vez
primera a predicar ante ellos, le arrojaron lodo 12.
El desenvolvimiento de la industria cerámica, cuyo principal artí­
fice fue Wedgwood, la mejora de las carreteras, la apertura del canal
del Mersey ni Trent, cambiaron en pocos años la faz del país. En torno
a las fábricas fundadas por 61 y por sus émulos3* crecían ciudades, que
formaban poco a poco una vasta aglomeración difusa '. La reputación
adquirida, gracias a Wedgwood, por las alfarerías de Staffordshire,
había tenido como consecuencia un aflujo de riqueza y un aumento
general del bienestar. El gran ceramista podía decir, dirigiéndose a la
nueva generación: «Pedidles a vuestros padres que os describan el
estado de la comarca donde vivimos, en la época en que comenzaron
a conocerla, y os dirán que los habitantes llevaban todos, mucho más
que al presente, el estigma de la pobreza. Por casas tenían verdaderas
cabañas; las tierras, mal cultivadas, no producían gran cosa que pudie­
se alimentar a bestias y personas. Estas condiciones deplorables y el
mal estado de los caminos aislaban a nuestro país del resto del mundo
y lo hacia bastante poco habitable para nosotros. Comparad con este
cuadro, que yo sé que es fiel, la condición actual de este mismo país:
los obreros ganan casi el doble de su salario de antaño, la mayoría de
sus casas son nuevas y confortables, y los campos y las carreteras mues­
tran las señales evidentes del progreso más satisfactorio y más rápido.
Este feliz cambio es el trabajo, es la industria quen lo ha producido» 5.
Wedgwood ba glorificado aquí, sin decirlo, su propia obra, que podía,

1 W ard, J.: T h e b o r o u g h o j S t o k e - u p o n - T r e n t , pág. 46: Shaw. o b . c i t . , pá­


gina 166; Smiles, S.: J o s ia h IF e d g U ’o o d , pág. 173. El abuelo de Wedgwood em­
pleaba seis obreros, a los que pagaba de cuatro a seis chelines por semana.
2 W esley, John: J o u r n a l , TI, 500 (Everyman’s Library).
3 Entre otros, Spodc, de Stoke-upon-Trent, el primero, según Aikin, que
empleó la máquina de vapor para mover la sílice que entraba en la composición
de la loza inglesa. A ikin, J.: D e s r r i p l i o n o ¡ th e c o ttn lr y r o u n d M a n r h e s t e r , pá­
gina 522.
1 «Esta induslria se extiende por el norte de Staffordshire en una longitud
de unas 9 millas, espacio cubierto boy día por tantas fábricas y viviendas que
presenta el aspecto de una gran ciudad dispersa.» Macpherson: A r m á is o ¡ c o m -
m e r c e , III, 383 (1805).
s W k. d k w o o d , J . : A n a d d r e s s lo the y o u n g in h a b ita n ls o j th e P o t l e r y , pági­
nas 21-22. La ocasión de este folleto fue un motín provocado en 1783 por la ca­
restía de los granos y que no terminó( sino por la intervención de la fuerza ar­
mada. Véase D e r b y M e r c t t r y del 20 de marzo de 1783.
,1IKI PARTE n i: L A S C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

«jit efecto, no menos que sus éxitos artísticos, inspirarle cierto orgullo.
Tales hombres, en quienes el talento práctico no perjudica a las
más altas cualidades intelectuales y morales, y cuya actividad tan fe­
cunda no tiene por único fin el interés, hacen honor a la clase de la
que han salido. Pero hay que guardarse de juzgar conforme a ellos a
la clase entera. La mayoría de los grandes industriales, sus contemporá­
neos, no se les asemejan por su lado más hermoso. Su iniciativa y su
actividad, sus cualidades de organizadores y de conductores de hombres
merecen nuestra admiración. Pero no pensaban más que en hacer for­
tuna. Los hombres, igual que las cosas, no eran en sus manos sino ins­
trumentos con vistas a este solo objetivo. Acerca de la manera como
trataban al personal de sus fábricas, daremos más abajo detalles edifi­
cantes l. El sentimiento de su poder los hacía tiránicos, duros, a veces
crueles. Sus apetitos de advenedizos se satisfacían brutalmente. Tenian
la reputación de beber con exceso y de no perdonar la virtud de sus
obreras *. Muy vanidosos, vivían como grandes señores, con lacayos,
carruajes de lujo, suntuosas residencias en la ciudad y en el campo *.
Mas su generosidad apenas estaba en proporción con el lujo que osten­
taban. De 2.500 libras recaudadas en Manchester en los primeros años
del siglo Jtrx para la fundación de las escuelas dominicales, los princi­
pales fabricantes de hilados de la región, cuyos establecimientos emplea­
ban a 23.000 personas, dieron 90 libras 12*4. La conquista de la riqueza
los absorbía por completo: si tenían las cualidades de los conquistado­
res, la ambición, la audacia, la infatigable energía, también tenian su
egoismo.

V
A pesar de su formación reciente, de la diversidad de sus orígenes y
el valor desigual de los elementos que la componían, la clase de los
manufactureros tomó muy pronto conciencia de sí misma. Esta concien­
cia de clase, que no es otra cosa que el sentimiento del interés común,
no puede existir sino allí donde encuentra ocasión de expresarse. Ingla­
terra ofrecía a este respecto condiciones más favorables que ningún otro
país del mundo. La libertad de su régimen político, y sobre todo el
1 Véaae cap. III, páf^. 73B60.
2 R e p o r t ora t h e s t a t e o f t h e c h i l d r t n , etc. (1816), paga. 104 y sgs.
* Véaae, p. ej-, lo que cuenta Robert Blincoe de uno de sus antiguos pa­
tronos, Ellice Needham: «Se decía que había salido de la condición más misera­
ble y tenía la debilidad de avergonzarse de su origen. Por la profusión de su
mesa, la magnificencia de las fiestas que daba frecuentemente, parecía que qui­
siese cubrir y disimular su bajo nacimiento. Por su casa, su parque, sus carrozas
y su tren de vida eclipsaba a la e e n t r y de la vecindad.» Brown , J.: «Memoir of
Ííolicrt Blincoe», en T h e L i o n , I> 181.
1 R e p o r t o n t h e State o f the c h i ld r e n e m p lo y e d i n th e manufactories (1816),
i.ág, 837.
n : EL C A P IT A L IS M O IN D U S T H IA L 381

uso del derecho de petición, tan profundamente arraigado en las cos­


tumbres, daban amplio margen a las reivindicaciones colectivas. Desde
hacía mucho tiempo los súbditos ingleses habían adquirido el hábito de
unirse, según sus necesidades o sus opiniones, para presentar quejas o
súplicas al Parlamento. En los atestados de ambas Cámaras no hay ni
una agrupación, temporal o permanente, ni una de las categorías que
el interés económico, politico o religioso puede crear en una sociedad
que no haya dejado algún rastro de su existencia y de su acción. Fue
por un movimiento enteramente natural y en concordancia con innume­
rables precedentes, como los grandes industriales se vieron arrastrados
a concertarse con miras a ciertas diligencias prácticas.
La política fiscal de William Pitt halló en ellos críticos atentos.
Apenas llegado al poder había anunciado su intención de crear nue­
vos impuestos para mejorar el estado de las finanzas, bastante grave­
mente comprometidas por la guerra de América. Entre estos impues­
tos debían figurar contribuciones sobre las materias primas, particular­
mente sobre el hierro, el cobre y la hulla '. En seguida se sobresaltaron
los jefes de las industrias mineras y metalúrgicas: sin constituirse en
una asociación propiamente dicha se entendieron para actuar cerca del
ministro y hacerle oír sus reclamaciones. Reynolds, de Coalbrookdale,
redactó una memoria en la que mostraba los progresos realizados por
la metalurgia del hierro gracias al empleo de la hulla: ¿se quería co­
rrer el riesgo de retardarlos o detenerlos? a. Boulton expresó su opinión
en términos que Adam Smith no hubiera desaprobado: «Recaudad im­
puestos sobre el lujo, sobre los vicios y en rigor sobre las propiedades
territoriales; gravad la riqueza y el gasto que de ella se hace, pero no
lo que sirve para crearla. Esto, de lo que hay que guardarse por encima
de todo, es matar la gallina de los huevos de oro» a. Obtuvo una audien­
cia de Pitt, que parece haberlo escuchado: adepto de la nueva econo­
mía, este no veía en los tributos proyectados sino un expediente presu-1

1 Al mismo tiempo que sobre los tejidos de algodón. Véase TI parte, cap. II.
1 «Los progresos de la metalurgia del hierro en estos últimos años han sido
gigantescos. Se ha pensado, y se ha tenido razón en pensarlo, que la preparación
de la fundición mediante fuego de hulla sería de una gran ventaja para nuestro
país. Al ahorrar la madera y reemplazarla por otro combustible, se ha transfor­
mado una industria cuya producción había perma iccido siempre por bajo de las
necesidades, debido a la falta de madera... La industria de tos clavos, hoy tan
floreciente, se habría perdido para Inglaterra si no se hubiera llegado a hacer
los clavos con hierro fundido en fuego de hulla. Ahora tenemos que buscar otro
procedimiento que permita obtener hierro en barras con luego de hulla, y a
este fin hemos iniciado construcciones en Donnington Wood, en Ketley y en
otros sitios también. Esperamos terminarlas este año. No habrán costado menos
de 20.000 libras, que habremos perdido sin ningún provecho para nadie si el
derecho sobre la hulla queda establecido.» Véase Símiles; I n d u s t r ia l B i o g r a p h y ,
página 93.
Carta de M. Boulton a J. Wilson, 16 de diciembre de 1784. .Sm u .e s : L iv e s
« I B o u lt o n a n d W a tt , pág, 343. ’
;IIIJ t’ARTE I I I : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

juiOHario. Al mismo tiempo los jefes de la industria algodonera habían


rntablado una campaña contra la contribución llamada {(impuesto de los
fustanes», la cual solo acabó después de varios meses de una lucha en
la que todas las ramas de esta industria tomaron parte activa *. El im­
puesto sobre el carbón desapareció, sin embargo, antes que el impuesto
de los fustanes, que todavía era objeto de vivas controversias cuando
otro proyecto vino a suscitar, con razón o sin ella, nuevas inquietudes.
Fue, en 1785, el de un tratado de comercio angloirlandés que debía
establecer entre los dos reinos un régimen de reciprocidad 12 y en par­
ticular igualar los derechos sobre la importación de objetos manufactu­
rados. Acogido favorablemente en Irlanda, tropezó34 en Inglaterra con
vivas resistencias. La cuestión afectaba a todas las industrias: un mo­
vimiento general de oposición se bosquejó y no tardó en organizarse.
Wedgwood tomó el mando. Fue a buscar a Boulton a Birmingham y le
propuso formar «un comité al que enviarían delegados todos los centros
manufactureros de Inglaterra y de Escocia, y que radicaría en Londres
mientras durasen las discusiones sobre el tratado irlandés» \ La idea se
abrió camino rápidamente; la mayoría de los grandes industriales en­
viaron su adhesión. La Cámara General de Fabricantes—es el nombre
que tomó el comité—se reunió en la primavera de 1785 bajo la presi­
dencia de Wedgwood. Inmediatamente entró en liza contra el tratado,
que no había recibido aún la sanción definitiva del Parlamento. Lanzó
por todo el país circulares y folletos, uno de los cuales fue preparado
por James W att5. Se hizo representar ante el Consejo Privado y la co­
misión parlamentaria encargada de la encuesta. Wedgwood fue oído
por uno y otra. Hizo además gestiones personales cerca de los jefes del
gobierno y de la oposición, conferenció con Pitt y el duque de Portland,
con Fox y Sheridan 6. Por fin, tras una serie de enmiendas que habían
modificado mucho el texto primitivo, el tratado anglo-irlandés fue
abandonado 7.

1 Véase Bow Den, Wilt: Industrial society in England towards the end oj
the X V U lth century, págs. 172-73. En poco tiempo se recogieron 350 suscripcio­
nes. Los tintoreros y blanqueadores amenazaron con parar todo el trabajo hasta
que el proyecto fuese abandonado.
2 La cuestión fue planteada en Inglaterra por el discurso del trono del
20 de enero de 1785. Journ. oj the House oj Commons, XL, 453.
3 Según Bowden, W. ( ibíd ., págs. 175 y sgs.), esta oposición no carecía de
fundamento, sobre lodo por parte de las industrias nuevas, cuya situación apenas
habían considerado Pitt o sus consejeros.
4 Josiah Wedgwood a Matthew Boulton, 21 de febrero de 1785. Vease ME-
t e y a r d , E.: Josiah Wedgwood, II, 540. .
s An answer to the Treasury paper on the iron trade oj England. and lre­
inad (1785). _ . -r .
fi Correspondencia, marzo-abril de 1785, Museo Wedgwood, otoke on Xrenl.
7 Parliamentary History , XXV, 311-75, 409-14, 575-778, 820-85, 934-82. La
lercera lectura del bilí fue aplazada sirte die después del discurso del trono del
24 de enero de 1786, que hacía constar el fracaso de las negociaciones con Ir-
II: E l. C A P IT A L IS M O IN IH ISTU IAI. 383

La Cámara General de Fabricantes representaba en esta circunstancia


intereses coaligados más bien que una opinión común. Sobre el íondo
de la cuestión, en efecto, los manufactureros no estaban, ni mucho me­
nos, unánimes. Unos temían ver salir a Irlanda de la servidumbre eco­
nómica en que la envidia inglesa la había mantenido durante sig lo s1;
otros, por el contrario, hubieran querido ver caer completamente las
barreras que separaban todavía a los dos países. La política tradicional
de la protección a ultranza conservaba muchos partidarios, sobre todo
en las industrias antiguas, habituadas al privilegio, y que creían no po­
der pasarse sin él. Pero los jefes de las industrias nuevas empezaban a
comprender que su interés esencial era asegurarse materias primas a bajo
precio V mercados de exportación ampliamente abiertos. Esta divergencia
de puntos de vista se acusó cuando fue concertado en 1786 el tratado
de comercio con Francia. La Cámara de Fabricantes se dividió. Wedg­
wood fue de los que aplaudieron la iniciativa del gobierno *12: los meta­
lúrgicos de Birmingham y los fabricantes de hilados de Manchester y
Derby lo siguieron 3. La palabra «librecambio» en esta fecha sería una
inexactitud y un anacronismo; pero en dondequiera que aparecían el
maqumismo y la gran producción en seguida se hacía sentir la nece-

landa. IbítL, 985. Véanse las numerosísimas peticiones relativas a este asunto en
el tomo XL de los Journals oj the House oj Commons. La campaña de la Cámara
de Fabricantes conlra el tratado angloirlandés sirvió de ejemplo: en 1794 la So­
ciedad Comercial de Manchester, creada desde hacía poco, presentó al Gobierno
-observaciones sobre el tratado de comercio que se intentaba concluir con España.
Véase H elm, E.: Chapters in the history oj the Manchester Chamber oj Com-
merce, pág. 17,
1 Los fabricantes de cotonadas que combatían el impuesto de los fustanes
supieron sacar provecho del sentimiento antiirlandés. Véase en Bowden, ob. ci­
tada, pág. 176, un buen estudio de la formación y de la actividad de la Cámara
de Fabricantes. Véase también A shton: ¡ron and Steel in the industrial revolu-
tion, págs. 170 y sgs., sobre el tratado de comercio con Francia y las diferencias
de opinión entre los maestros de forjas sobre el particular; Dumas, F.: Etude
sur le traite de commerce de 17H6 entre la France et l’Angleterre (Toulouse, 1904),
y R ose, J. H.: «The Franco-British commercial treaty oí 1786», Engl. Hist. Re-
vieut, XXIII, 709 y sgs. (1908).
2 Hizo ejecutar por Flaxman un bajorrelieve alegórico para conmemorar el
acontecimiento. Notemos, empero, que en los debates tan largos que tuvieron lu­
gar en ambas Cámaras a propósito de este tratado no se encuentra ni una alusión
a las transformaciones recientes de las industrias. Parliamentary History, XXVI,
381-514 y 534-96.
8 Watt le escribió: «.Me ha irritado el saber que hay en la Cámara de Fa­
bricantes dos opiniones con respecto al tratado con Francia. Como la suya pa­
rece concordar con la mía, he pensado que, al decírselo, podría darle algún alien­
to; también le puedo asegurar que Mr. Boulton, Mr. Carbett y creo que toda la
ciudad de Birmingham son del mismo parecer. En todo caso, asistí el otro día
a una reunión en la que se hallaban un centenar de los habitantes notables,
comerciantes y manufactureros de In ciudad; se bebió por el éxito del tratado
y por una paz perpetua entre Francia y la Gtun Ilretañu, y el brindis fue salu­
dado por tres aclamaciones unánimes.» Cnrlu de ,1, Watt u Wedgwood, 26 de
febrero de 1787. Sobo MSS.
;m i PA R TE III: L A S C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

lidad de una expansión comercial ilimitada: toda medida propia para


facilitarla tenia que encontrar el beneplácito de los manufactureros más
inteligentes l. Lo que sus industrias precisaban por encima de todo era
hallar salidas en el exterior, y si las potencias extranjeras exigían me­
didas de reciprocidad, la superioridad técnica de estas industrias las
garantizaba suficientemente contra la competencia. Así se manifestaba
desde este momento la tendencia que muy pronto iba a poner en dispu­
ta a la clase de los industriales, hostil al antiguo sistema protector, con
la de los terratenientes, interesados en su mantenimiento. La aprobación
que recibió el tratado de 1786 entre los representantes de la gran indus­
tria anuncia de lejos el apoyo que sus sucesores dieron medio siglo des­
pués a la propaganda de la escuela de Manchestcr 12. La actitud de los
medios gubernamentales frente a las organizaciones de los grandes in­
dustriales evolucionó rápidamente. En 1785 los representantes de la in­
dustria algodonera, llegados para protestar contra el impuesto de los
fustanes, habían sido recibidos «con una condescendencia humillante».
Pero, menos de dos años más tarde, Pitt, después de haber tratado des­
deñosamente a la Cámara de Fabricantes de asamblea ridicula que «que­
rría descargar al Parlamento del trabajo de legislar», admitía que las
observaciones de los fabricantes, en todo lo que concernía a sus intere­
ses, «pesarían ciertamente con gran fuerza». Y cuando se procedió al
tratado con Francia se cuidó de consultarlos y de seguir su parecer 3.
Si no siempre estaban de acuerdo sobre la política más favorable a
los intereses generales de la industria, los manufactureros se entendían
sin dificultad cuando sus intereses de clase estaban en juego. Con res­
pecto a sus obreros daban prueba ya de una solidaridad estrecha y sig­
nificativa. Vemos, por ejemplo, en 1782 a un comité de los fabricantes
de telas de algodón solicitar y obtener del Parlamento una ley terrible
contra los obreros que en tiempo de huelga rompían los telares o des­
truían las mercancías4. Esta ley, al igunl que las violencias que debía
reprimir, era un arma de clase. En 1799 los tejedores de Bolton denun­
ciaron que cierto número de ellos no podían encontrar ya trabajo en el
distrito por haber sido inscrito su nombre en una lista negra que los
1 VáaBe la pelición de los fabricantes de hilados y de tejidos de algodón en
el momento de la crisis de superproducción de 1788-1789: «Dada la gran re­
ducción de lo» precios y la calidad superior de las mercaderías, bastaría obtener
para los calicó» y las muselinas inglesas el libre acceso a los mercados extran­
jeros para producir un aumento de consumo que daría un rigor nuevo a la in­
dustria,» J o u r n . o ¡ t k e H o u s e o ¡ C o m m o n s , XLIV, 544.
1 En su A d d r e s s t o t h e y o u n g i n h a b it a n t s o/ t h e P o t t e r y , pág. 10, Wedcwood
se declara partidario de la libre importación de granos.
5 B o w u kn , W.. o b . c it . , págs. 172. 187, 207.
4 C ir c u la r d e l C o m m itte e o/ M a n u f a c t u r e n , fechada el 10 de diciembre
de 1782, O w e n M S S (Central Free Library de Manchester), LXXX, 3. Relación
de Iob miembros del comité^ en 1782, i b í d . , pág. 4. La ley eB la de 1782, 22 Geo. HI,
c. 40, que clasifica los danos voluntarios cometidos por Iob obreros en el número
de los crímenes capitales w ii h o u t b e n e f it o f c le r g y .
II: EL C A P IT A L IS M O IN D U S T I U A L 385

patronos se comunicaban entre sí *. Esta lista negra había sido creada


en virtud de un convenio expreso, al que se habían adherido unas 60 ca­
sas. Tenía por objeto, según decían los fabricantes, hacer más difíci­
les las sustracciones de materias primas cometidas con demasiada fre­
cuencia por los obreros que trabajaban a domicilio *. Se advertía que
este ejemplo típico de coalición patronal es exactamente contemporáneo
de la ley que a instancia de los patronos prohibió, bajo pena de multa
y de cárcel, las coaliciones obreras 3.
Donde se manifestó la unanimidad completa de los grandes indus­
triales, en oposición al sentimiento no menos unánime de los obreros,
fue contra las antiguas leyes de reglamentación del trabajo, en particu­
lar contra las leyes sobre el aprendizaje. Los obreros, privados del de­
recho de unirse para sostener por sí mismos sus reivindicaciones, habían
esperado encontrar en estas leyes, casi caídas en desuso, un medio de
defensa contra la opresión económica. En seguida los manufactureros,
de un extremo al otro del reino, solicitaron su abrogación, que no tar­
daron en obtener. Tendremos que volver a considerar con más extensión
este conflicto, cuyo solución, conforme a los deseos de los patronos,
inauguró en Gran Bretaña el régimen del l a ú s e z - f a i r e .
El interés de los manufactureros era opuesto, naturalmente, a toda
reglamentación, de cualquier naturaleza que fuese, ya se aplicara a los
hombres o a las cosas, a la técnica o a la organización del trabajo. In­
tentaban mantenerse como únicos dueños de la producción, sin reserva
y sin control. En esto sus miras interesadas estaban de acuerdo con las
ideas de su tiempo. En el momento mismo en que se cumplía la revo­
lución industrial, la doctrina del laissez-jaire salía de los libros para en­
trar en el dominio de la acción práctica. No es en modo alguno un eco­
nomista; es un hombre de Estado, es el propio William Pitt el que en
1796 se dirige en estos términos al Parlamento: «Considerad los casos
en que la intervención de los poderes públicos ha estorbado el desen-

1 Encuesta sobre la condición de los tejedores de algodón (1800). J o u r n . o )


th e H ouse o ¡ C o m m o n s , LV, 492; R e p o n I r o m t h e c o m m iu e e to w h o m th e
p e t it io n s o ¡ m a s ters an d i o u m e y m e n w ea v e rs soere r e f e r r e d (1800), i b í d „ pá­
gina 15.
4 Varias leyes fueron promulgadas contra este género de sustracciones ( e m -
b e z z le m e n t ), principalmente las leyes 13 Geo. II, c. 8 (1740) y 22 Geo. II. c. 27
(1759). Esta contenía las penas siguientes: al primer delito, la Instigación pú­
blica y catorce días de encarcelamiento: en caso de reincidencia, un encarcela­
miento de dos a tres meses. Los encubridores incurrían en la pena del látigo y
maltas de 20 a 40 libras. Una ley semejante íue votada en 1777 (17 Geo. III,
c. 1 1 ); concernía particularmente a la fabricación de los tejidos peinados, o
rworsted», y los manufactureros de Yorkshire constituyeron una Comisión de
Tejidos Peinados ( W o r s t e d C o m m i u e e ) para velar por su estricta aplicación.
Heaton ( T h e Y o r k s h i r e w o o U e n a n d w o r s te d in d u s t r ie s , pág. 435) señala con
razón que toda la legislación contra los ■íruiideS y iimrnccionei, está ligada al
sistema doméstico. ,
3 Víase cap. IV.
MAXTOUX.—21
Itltfl P A R T E IIIt L A S C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

volvimiento de la industria y en que las mejores intenciones han produ­


cido los efectos más desastrosos... El comercio, la industria, el cambio,
encontrarán siempre su nivel espontáneamente y solo podrán ser tras­
tornados por medidas artificiales que al turbar su operación natural
impedirán sus felices efectos» b La clase manufacturera no tendrá otro
lenguaje cuando en el siglo siguiente llegue a ocupar el poder.

VI

Esta clase nacida la víspera, pero rica, laboriosa, ambiciosa, desem­


peñaba, a medida que se desenvolvía la gran industria, un papel cada
vez más esencial en la vida económica del país. ¿Mas cuál era su lugar
reconocido en la sociedad, esa sociedad inglesa que incluso en nuestros
días conserva casi intacta su jerarquía antigua y los prejuicios que la
acompañan? Estos hombres nuevos a los que no solo su fortuna, sino la
autoridad que ejercían y el número de personas colocadas bajo sus ór­
denes tendían a igualar con la aristocracia territorial, ¿han compren­
dido acaso ellos mismos qué puesto les correspondía en el mundo trans­
formado por la revolución industrial? Por ciertos indicios se podría
creer que ante el orgullo de arriba y el snobismo de abajo esta clase con­
taba poco. En una lista de celebridades de Inglaterra en el siglo xvm,
redactada en 1803, en vano se buscaría un solo nombre de manufacture­
ro o de inventor 12. Por la misma época el hijo y sucesor de Wedgwood,
nombrado sheriff de Dorsetshire, tuvo que soportar los desdenes poco
disimulados de los hidalgüelos del condado: después todo no era más que
un alfarero 3. Muchos de ellos pertenecían a iglesias disidentes— eran «no
conformistas»—, lo que levantaba una barrera más entre ellos y las cía-
sus superiores de la sociedad4. Sin embargo, los extranjeros, llegados de
países donde la gran industria no existía todavía, y tanto mejor situa­
dos para captar sus rasgos característicos, notaban la posición emi­
nente ocupada en Inglaterra por algunos, ni menos, de los principales
manufactureros: «Un hombre lo bastante rico para montar y hacer
marchar una manufactura semejante—escribía un francés después de

1 Discurso en la Cámara de los Comunes, 12 de febrero de 1796, T h e


speeches o f t h e r i g h t h o n o u r a b l e I T i U i a m P i t t (ed. de 1816), TI, 368.
2 G e n t le n u m 's M a g a z in e , LXXtil. págs. 161-70.
3 M eteyaro, E.: A g r o u p o f E n g l i s h m e n , pág. 187. Véase lo qne escribe
Bowden sobre la actitud desdeñosa de la g e n t r y con respecto a la nnera aristo­
cracia industrial, i n d u s t r i a l s o c ie ty i n E n g l a n d to w a r d t h e e n d o f t h e X V I I I i h
c e i u u r y , págs. 151 y sgs.
4 Esto es particularmente cierto de los maestros de forjas. T. S. Ashton
hace notar los nombres bíblicos qne llevan muchos de ellos: Abraham Darby,
Benjamín llunslman (ambos cuáqueros), Isaac Ilawkins, Shadrach Fox, Samuel,
Anron y Jonathan Walker, Sampson y Nchcmiah Lloyd, David Mushel, Jeremiah
llotnlrny, etc! ¡ r o n a n d Steel i n the i n d u s t r ia l r e v o l u t i o n , pág. 212.
u: EL CAPITALISMO INDU8THIAL 387

haber visitado una fábrica de tejidos esta ni p a r ló n ' - no querría ejercer


una profesión que juzgase como inferior a su fortuna: se baria pronta­
mente consejero en el Parlamento o inspector de instancias, y haría bien,
porque es natural que el hombre se afane tras la consideración que va
vinculada a los cargos, ya que el mérito personal no da ninguna. En este
país los señores Boulton. de Birmingham; Wedgwood, de Eti uria; Sterl-
ing, de Cordale, y todos los manufactureros de análogo calibre gozan
de un crédito y de una consideración que los empareja, a juicio de la
nación, con lo que haya de más ilustre»
Este ascendiente se funda, ante todo, en el poder local. No repetire­
mos la consabida comparación de los manufactureros con los señores
feudales; pero lo que tiene de común es que ciertas localidades, cier­
tos distritos les pertenecen. No solo en sus fábricas, donde mandan como
amos, sino en el pueblo o la ciudad que sus empresas animan con una
vida nueva, y en la provincia, en que su industria se convierte en el
recurso indispensable, la población entera se ve arrastrada a mirarlos
como sus jefes naturales. Los fabricantes de hilados en los condados de
Lancaster y Derby, los metalúrgicos en Birmingham, sobre el Severn y
en el País de Gales; los ceramistas en Staffordshire, ocupan, en cuanto
a influencia real, el puesto inmediatamente posterior a los grandes te­
rratenientes, a quienes eleva por encima de ellos el pres tgio de sus tí­
tulos. ¿Se trata de ejecutar alguna gran obra de utilidad pública, de la
que toda una región debe sacar provecho? Allí están interesados más
que nadie, y al punto toman la iniciativa. Es asi como contribuyen, en
un amplio margen, a la creación de la red navegable de Inglaterra, tras
el ejemplo dado por el duque de Bridgewater. En los comités que se en­
cargan de preparar los proyectos, de obtener de los poderes públicos las
autorizaciones necesarias, de organizar, en fin, los trabajos y la explo­
tación se ve a los manufactureros tomar asiento ni lado de los altos per­
sonajes de la aristocracia local1*3; unos y otros son servidos por una

1 La de Sterling, en Cordale, cerca de Dumbai'ton, en Escocia.


s Tonvnúe faite dans la Grande-Bretagne en 1788 par un Franjarse parlant
la langue anglaise, pág. 158.
3 Lord Slamford, lord Grey, lord Gower, el duque de Bridgewater forman
parle del comité del Grand Tnmk Canal, junio con Wedgwood, Carbclt, Bentley,
Boulton, ele. Véase M eteyard, E.: T h e U f e o f J o s ia h W e d g w o o d , I, 410; Smt-
LES, S,: L iv e s o f t h e e n g iñ e e r s , I, 433, y Id ves o f B o u l t o n a n d W a t t , pág. 179.
Wedgwood cuenta en estos términos una visita al duque de Bridgewater en 1766:
«Me dirigí a casa de Su Gracia el duque de Bridgewater para presentarle unos
planos relativos a la navegación interior. Sparrow Imlmi venido conmigo. Fuimos
acogidos con toda amabilidad. Pasamos unas ocho liorna en compañía de Su Gracia
y recibimos todas las seguridades que podíamos esperar de su concurso en nuestra
empresa. Su Gracia me encargó un servicio de mean de color crema, el más
completo que me fuera posible hacer. Nos nioslr» una urna roniuua, de mil qui­
nientos años de antigüedad por lo menos, huella dn hnriu rujo, que había sido
encontrada en Casllcfield, cerca de Vlimctii'slcr. Cumulo Su Gracia nos hubo
despedirlo tuvimos el honor y el placer de subir un su gómluln y de ir hasta Man-
;mn PAUTE III: L A S C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

clientela numerosa y adicta, que no piensa en reprocharles el haber


trabajado sobre todo para sí mismos.
Fuera de la región donde se ejerce su actividad y donde la impor­
tancia que se le concede se mide por los servicios de que Se piensa ser­
le deudor, el manufacturero no halla, sin duda, la misma consideración;
es tratado según su mérito personal. ¿Mas no es un signo de los tiem­
pos el ver a un gran señor hablar a un simple fabricante, aun cuando
sea hombre de mérito, de otra manera que como a un proveedor? Bien
es verdad que desde principios del siglo xvm los filósofos de Francia y
de Inglaterra se habían esforzado a porfía en rehabilitar las artes y
oficios, e incluso el trabajo manual L Las deferencias testimoniadas a
los fundadores de la gran industria se explican quizá por esta moda más
bien que por el sentimiento verdadero del lugar que les estaba reser­
vado en la sociedad moderna.
Wedgwood, en su calidad de artista o al menos de productor de ob­
jetos de lujo solicitados por los aficionados, ocupa entre los industriales
un sitio aparte. Al patrocinarlo, la gentry y la nobilily se ajustaban a
la tradición de todas las aristocracias. Pero hicieron algo más que pa­
trocinarlo. Los Gower, los Cathcart, los Talbot mantuvieron con él re­
laciones marcadas con el sello de una cortesía amistosa *123. Boulton, a
quien se debe estimar como un industrial mucho más que como un ar­
tista, desde 1767, es decir, antes de su asociación con Watt, fue recibido
en varias ocasiones por el rey Jorge 111 y la reina Carlota, que todas
las veces hablaron con él largamente, prodigándole atenciones y cumpli­
dos*. Cuando en 1776 Catalina II visitó Inglaterra aceptó por algunos
chester por su canal, paseo de unas nueve millas a través de un valle encanta­
dor.» Carta a John Wedgwood, 6 de julio de 1766. Museo Wedgwood, Stoke
on Trent.
1 En Inglaterra, como en Francia, estuvo do moda, entre los jóvenes de la
aristocracia, aprender un oficio. Lord Cliulham decía de su yerno, lord Stanhope,
quo habría podido ganarse la vida como horrero o constructor de molinos. Smi-
i .es: L iv e s o f t h e e n gin eers, II, pág. 142.
3 Cuando le íue cortada la pierna, en mayo de 1768, sir William Meredith,
sir George Saville, lord Bessborough, lord Cathcart, el duque de Bedford, el du­
que de Marlborough, etc., mandahan pedir noticias diariamente a su casa de
Londres. Meteyard, E.: T h e U f e o f J o s ia h W e d g w o o d , II, 42.
3 «Jamás fue un hombre más cumplimentado que yo. La reina me mostró
a su último hijo, que es una belleza. La encuentro embellecida y ahora habla in­
glés como una dama inglesa. Dibuja con talento, es una gran música y maneja
la aguja mejor que Mrs. Betty. Por lo demás, y sin broma, es nna mujer muy
inteligente, muy afable y gran protectora de las industrias nacionales. Me dio
una prueba particular de ello, ya que después de que ella y el rey hubieron
hablado conmigo durante cerca de tres horas se retiraron, e inmediatamente des­
pués la reina me envió a bascar, me hizo conducir a su gabinete, me mostró su
chimenea y me preguntó cuántos jarrones se precisarían para adornarla.» Carta
de Boulton a su mujer (1767), citada por Smiles: L iv e s o f B o u l t o n and. W a t t ,
pág. 175. Por otra parte, Boulton quedó poco intimidado ante la majestad real,
si se da crédito a su arrogante conversación: u— Señor, yo vendo aquí lo que los
reyes más desean poseer. — ¿Qué? La fuerza ! p o w c r ) , majestad.»
II: EL C A P IT A L IS M O I N D U S T R IA L 389

días la hospitalidad del manufacturero de Soho \ Más tarde fue invi­


tado, en los términos más halagador**, a ir a Paria con su socio * ; mar­
chó con gastos a cuenta del gobierno francés y recibió la acogida reser­
vada a los huéspedes insignes I*3.
Estos honores concedidos a personalidades eminentes repercutían so­
bre la clase que representaban. Venían, poT decirlo asi, a consagrar la
situación de hecho que la fuerza del capital daba a los manufactureros.
Pero esto solo no debia bastarles. Su interés, tanto como su orgullo, los
incitaba a enderezar más alto sus ambiciones, ya anhelaban la potestad
política. La vida del primer sir Robert Peel nos hace asistir a esta doble
conquista de la riqueza y del poder 4.
Sus primeros pasos los había dado bastante modestamente en 1772,
como socio de su tío Haworth, estampador de telas en Bury. Al acecho
de todas las novedades de la moda, desplegando en la dirección de su
empresa una actividad increíble se enriqueció en pocos años. Desde
1780 ocupaba, bien en sus talleres o bien a domicilio, a casi toda la
población de Bury. En 1788 construyó una fábrica sobre unos terrenos
que acababa de comprar en Tamworth, Staffordshire. Fue allí donde
en 1790 se hizo elegir miembro del Parlamento. Gran admirador de
William Pitt, en quien veía sobre todo al protector esclarecido de la in­
dustria, «verdadera fuente de la grandeza nacional» *, sostuvo apasiona-
I S m ii .es : o b . c i t . , pág. 2X5.
5 La carta de invitación venía de la embajada de Francia en Londres y
estaba así concebida: «Señores, tengo la orden de mi Corte de honrarme en ha­
cerles saber que si sus negocios les pudiesen permitir marchar a París, ella pro­
veería los gastos de su viaje, y de asegurarles, por lo demás, que recibirían por
parte del Gobierno toda la acogida, señores, que pudiesen desear y que deben
esperar las personas de su mérito y de su celebridad. Tengo tanto más placer,
señores, en ejecutar cerca de ustedes esta orden de mi Corte por cuanto que
encuentro la ventaja particular de renovarles la expresión de lodos los sentimien­
tos do consideración y de afecto con los que tengo el honor (le ser», etc. Barthé-
lomy. Carta de Watt a Boulton, 3 de octubre de 1786. S o h o M S S .
II «(Cuando recuerdo el estado de embriaguez en que nos han mantenido
durante nuestra estancia en París, los agasajos, las atenciones tan halagüeñas y
las lisonjas inmerecidas de que fuimos objeto, sin olvidar el buen vino que bebi­
mos, temo que nos hayamos hecho culpables de muchos descortesías.» Carta de
Walt al abad de Calonne, 17 de febrero de 1787, S o h o M S S .
* Para lo que sigue, consúltese C ooke, W .-T a y lo r : L i j e a n d t im e s o f d r
R o b e n P e e l , I, 6 y sgs.; P eel , sir Lawrence: A s k e t c h o f t h e U f e a n d c h a r a c t e r
o f s i r R o b e r t P e e l , págs. 32-42: E spinasse, F.: l a n c a s b i r e w o r th ie s , II, 82-125;
W heeler , J.: M a n c h e s t e r , págs. 520 y sgs.
3 «Era un hombre de una energía infatigable, de una actividad increíble.
Se levantaba de noche, cuando el tiempo estaba revuelto, para visitar los terrenos
en donde estaban tendidas las piezas para blanquear. Cada semana permanecía
en pie toda una noche con su diseñador de modelos, a fin de recibir y examinar
los modelos nuevos que llegaban a medianoche en la diligencia de Londres.» P eel,
sir lawrence: 06. cií-, pág. 34.
* Véase su discurso del 7 de mayo de 1802 en la Cámara de los Comunes,
P a r l i a m e n t a r y R e g i s t e r , nueva serie.» XVUL 248-49: «Tengo el honor de perte­
necer al mundo comercial y lie tenido ocasión de tratar con el difunto canciller
aro PARTE n i : LAS C O N SEC U E N C IA S IN M ED IATAS

ilnmente el ministerio en los peores momentos de la guerra contra Fran­


cia. En 1797. cuando en lo más grave de la crisis financiera Pitt apeló
tt los particulares para aumentar mediante contribuciones extraordina­
rias los recursos del Estado, Peel le envió 10.000 libras. Además equipó
por su cuenta ocho compañías de voluntarios, los Rury Loyal Volonteers,
cuyo mando tomó con el grado de teniente coronel. En recompensa fue
nombrado baronet, título hereditario, con la divisa: Industria1.
Su papel en la Cámara de los Comunes no fue muy importante, sal­
vo en una ocasión memorable, cuando propuso e hizo aprobar en 1802
la ley sobre el trabajo de los aprendices en las hilaturas, prefacio de
toda la legislación obrera. Tenía poco tiempo que consagrar a la políti­
ca: su gran preocupación y la tarea que se había asignado era asentar
sobre bases inquebrantables la fortuna de su casa. Renunciaba perso­
nalmente a las más altas ambiciones: era sobre su hijo sobre quien las
trasladaba. Desde muy niño lo había dedicado, decía, al servicio de su
país *. Apenas salido de la Universidad le encontró un burgo podrido
en Irlanda. Poco tiempo después lo hacía entrar, en calidad de subse­
cretario de Estado, en el gobierno de Spencer Percival. Asistió a las
etapas sucesivas de est gran carrera. Vio a su hijo convertirse en 1812
en secretario para Irlanda; en 1820, en ministro del Interior; en 1828.
en leader de la Cámara de los Comunes*1*34. Hubiera querido, antes de
morir, verlo de primer ministro * ; fue el único de sus sueños que no
realizó.
El espacio de una generación había bastado para que una familia
de manufactureros se elevase a uno de los primeros puestos en el Estado.
El advenimiento político de la clase manufacturera en tanto que clase
fue más tardío. Los Peel, hombres nuevos, se apresuraron a incorpo­
rarse al partido de la tradición, al partido de la vieja nobleza, con la
que estaban orgullosos de mezclarse; al partido de la conservación so­
cial, fortificado por su lucha enérgica y al fin victoriosa contra la

de la Tesorería acerca de negocios muy importantes y difíciles. Puedo, por tan­


to, atestiguar personalmente que ningún ministro comprendió jamás tan bien el
interés económico del país. Sabía que la verdadera fuente de bu grandeza era su
industria y por eso prodigaba Iob estímulos a esta industria.»
1 Arkwriglit no había sido nombrado más que caballero, titulo personal no
transmisible.
3 «Todos Iob domingos, al volver de la iglesia, quería qne el niño, en pie
sobre la mesa, repitiera el Bermón que acababa de oír, pensando que no podía
imponerle demasiado pronto esos fuertes ejercicios de memoria y de palabra que
anidan tan eficazmente a formar Iob grandes oradores.» Guizot, F.: S i r R o b e r t
P e e l, pág. 7.
3 Es el título qne se da al principal de Iob miembros que forman parte de
la Cámara de los Comunes: jefe de la mayoría, es él quien fija el orden del
día y dirige los trabajos de la Asamblea. El s p e a k e r no tiene otra función que
la de velar por el bnen orden de las deliberaciones.
4 l.legó a serlo por vez primera en 1834. Su padre había muerto en 1830.
II: E l. CAI*ITAI.I9M 0 IN IH I8TIIIAL 391

Revolución francesa l . Su torysmo, que más tordo ludiría de ampliarse


hasta los confines del liberalismo, afectó al principio formas estrechas
y exclusivas. No tenían la intención de que la puerta quedase detrás
de ellos demasiado abierta para los que los seguían. El bilí de reforma
electoral de 1832, esa Carta Magna de la burguesía inglesa, consagra­
ción en el orden político de la revolución industrial, tuvo como adver­
sario a sir Robert Peel, el hijo del manufacturero de Bury.
1 S ir Robert Peel había aplaudido I comienzo# de la revolución. Tomó
o b

miedo cuando entró en b uperíodo de propaganda armada.


C A P IT U L O III

LA R E V O L U C IO N IN D U S T R IA L
Y L A C LA SE O BRERA

Nos queda por mostrar cuáles fueron los primeros efectos de la re­
volución industrial sobre las condiciones del trabajo y la suerte de la
clase obrera. Y para eso no basta oponer al cuadro de la aristocracia
manufacturera el del proletariado de fábrica. No es, en efecto, hacia la
fábrica sola, sino al lado y en torno a ella, hacia donde debe dirigirse
nuestra atención. La masa de los trabajadores manuales, que había
permanecido largo tiempo fuera deTa gran industria, sufrió, no obs-
tante,.desde.el_p_EÍnct|iio su influencia todopoderosa.

Esta influencia fue, por lo pronto, temida. Ya se sabe qué senti­


mientos de desconfianza y de cólera provocó entre los obreros la apa-
rición Ht^Prnaquinismo. Su lucha contra las máquinas y en general con-
tra todas las innovaciones técnicas es, de toda esta historia, el episodio
más conocido. Por lo demás, no es un hecho particular de una época y
de un país: ¿es preciso recordar los ejemplos tantas veces citados del
barco de vapor de Papin destruido por los bateleros del Fulda, o del
telar de Jacquart destrozado por los tejedores de Lyon? En nuestros
días inclusive, pese a los hábitos nuevos creados por una larga serie de
invenciones y perfeccionamientos, la transformación del utilaje tropie- .
_za_aún, por parte de los obreros, con ciertas resistencias/délasV Jucncf
hay motivo para asombrarse1. ¡Cuántas veces su actitud ha sido con­
denada en nombre del progreso y de la sana economía política! ¡Cuán­
tas veces ha hecho clamar contra la ignorancia y la barbarie! Sin em­
bargo, no puede ser más natural: no poseyendo el obrero por todo.
yhaberhsino su fuerza de trabajo y éu habilidad profesiónalt todo lo que

1 A comienzos del siglo xx los adversarios de las Trade Unions inglesas


les dirigían todavía el reproche— excesivo, a nuestro parecer— de hacer casi im­
posible el perfeccionamiento técnico. Véase The crisis in British industry, artícu­
los aparecidos en el Times desde el 21 de noviembre de 1901 hasta el 16 de
enero de 1902. Sobre la táctica realmente seguida por las Trade Unions, véase
S idn By y W ebb, BealTÍce: Industrial Democracy, segunda parte, cap. V III, New
processes and machinery, y M antoux, P., y A j .f a s s a , Maurice: Crise da Trade-
Unionisnie, págs. 127, 134-, 142, ISO, 163.

392
Iü : LA REVOLUCION INMISTIIIAL. Y LA CLASE OUHERA 393

tienda a depreciar una u otra lo priva do uuo parlo do su propiedad. La


gran ventaja de la máquina y su razón deseri os lo economía que permite
realizar sobre la mano de obra; pero esta economía d obiüro puede
considerarla, con pleno derecho, como efectuada n sus expensas. La res­
puesta clásica a esta objeción popular es que al bajar lo» precios la
máquina estimula el consumo; el aumento de la demanda acelera el
desarrollo de la industria y al fin de cuentas la mano de obra, lejoB de
ser eliminada, recupera en los talleres agrandados y multiplicados un
puesto más amplio que nunca. Mas esTe razonamTento, que una larga
experiencia ha justificado, no estaba al alcance de los obreros cuando
se vieron por vez primera en presencia de las máquinas. Su único pen­
samiento fue que iban a tener que luchar contra una competencia aplas­
tante, que un gran número de ellos iban _a_ encontrarse sin _trabajo, que
sus salarios, por lo menos, se reducirían. Y estas alarmas no siempre
fueron tan vanas como se estaría tentado a creer cuando, en lugar de
mirar las consecuencias inmediatas del maquinismo, se considera toda
!a<sucesión de sus resultados después de más de un siglo. Si por su opo­
sición violenta los obreros obstaculizaron el progreso y obraron contra
el interés general sin ninguna ventaja para sí mismos, ¿es solamente
a su torpeza y a su brutalidad a lo que hay que recurrir? ¿No es más
bien al régimen social en el que un aumento de la producción puede ser
seguido—aunque sea por poco tiempo—por un aumento de la miseria
entre los productores, y en el que los inventos destinados a aliviar Ja
carga del trabajo humano hacen más pesada a los trabajadores la di-
ficultad de vivir?
Los obreros no habían aprendido todavía a conocer la verdadera
causa de sus sufrimientos. No comprendieron más que una cosa: las
máquinas amenazaban con_privarlos de sus medios de existencia. Y de
ahí concluyeron que era menester destruir las máquinas. No insistire­
mos sobre la impopularidad de los inventores y las persecuciones de que
fueron víctimas. Algunos de ellos no distaban mucho de compartir la I
opinión o si se quiere el prejuicio de los obreros. Lawrence Earnshaw,
habiendo construido, diez años antes que Hargreaves una mácfuma de
hilar algodón, la rompió tan pronto la hubo acabado: no quería, decía,
privar a los pobres de su sustento L Pero este desinterés, por lo demás
mal entendido, fue raro, cuando no único. Las violencias ejercidas con-
tra los inventores hicieron, en g eneral más daño a sus personas que a
sus ideas. El utilaje mecánico respondia a necesidades económicas rea­
les y apremiantes: ofrecía además a los que disponían del capital pre­
ciso para montar una empresa incomparables probabilidades de prove­
cho e incluso de fortuna. Dfispués...de jiah.er atacado en vano a los
inventores, los obreros encontraron ante ellos a la clase de los manufactu-1

1 Smiles , S.: Lives of the engineers, I, 390. Véase una liistoiia análoga so­
bre Th. Benford, de K eiterin c : Gcnt/tman's Magaúnc, LXI, 587 (1791).
!l ul PARTE III: LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

i-M’os, interesados en el mantenimiento y extensión del maqumismo. Su


movimiento instintivo siguió siendo igual: fue el de marcKar"contra las-
fúhricas y destruir las máquinas.
La destrucción de herramientas era un incidente habitual de las
huelgas tumultuosas, mucho antes de la aparición del maqumismo. Pero
( cuando los tejedores de medias, sublevados contra los fabricantes, rom­
pían los telares, no era para prohibir su uso. No hubieran querido ha­
cerlo con los propios telares, sino contra aquellos que los poseían: los
destruían en tanto que, propiedad de los capitalistas rapaces, que re­
caudaban sobre ellos el impuesto inicuo del frame-rent. Por otra parte,
lo obreros— lo que muestra claramente sus intenciones— atacaban indi­
ferentemente los útiles y las mercaderías. Muchas veces los tejedores
fueron condenados por haber desgarrado o quemado las telas, bien en
el taller en el que estaban empleados o bien introduciéndose a viva fuer­
za en una casa ajena 1. Los motines contra las máquinas, a partir de,
la segunda,mitad del siglo xviil, tuvieron muy otro carácter.
La primera ley promulgada especialmente para reprimirlos data de
1769. Poco tiempo ,antes. nn aserradero mecánico, situado en Limehou-
se y construido según el modelo de los que existían en Holanda, habia
sido asaltado y demolido por la multitud z. Bajo la impresión de este
incidente, que se produjo a las puertas mismas de Londres, fue votada
la ley. A proximadamente al mismo tiempo los obreros de Blackburn
hacían pedazos las jennies de James Hargreaves y forzaban a este a re­
fugiarse en Nottingham. La destrucción voluntaria de un edificio que
contuviese máquinas, ya por una persona aislada o por un tropel «ilegal
y sedicioso», fue calificado de felony y los culpables sentenciados a la
pena de los incendiarios:_la pena de muerte 123.
Esta medida draconiana no ^mpidió que se renovaran los motines,
cada-_vez más frecuentes y cada vez más graves a medida que se__pro-,
pagaba el uso de las máquinas. En 1779 este movimiento tomó propor­
ciones alarmantes en el país donde el maquinismo se había desarrollado
más rápidamnte, es decir, en el condado de Lancaster 4. Wedgwood,
que se hallaba en ese momento en la región en que estallaron las re­
vueltas, nos ha dejado en su correspondencia un relato que tiene el va­
lor de un testimonio directo: «Al venir aquí (a Bolton) y después de

1 En este último caso, el castigo previsto ,por las leyes 12 Geo. I, c. 33 y


22 Geo. II, c- 27 era la pena de muerte.
2 Véase petición de de Ch. Dingley y el informe del comité encargado de exa­
minarla. Journ. of the Honse of Commons, X X X II, 160, 194, 388.
3 9 Geo. III, c. 29.
4 Incidentalmente, la guerra de la Independencia americana fue la causa de
una crisis en la industria algodonera; las exportaciones hacia España y sus colo­
nias quedaron interrumpidas, el Mediterráneo estaba vedado a los navios ingle­
ses y el comercio con A frica y las Antillas era muy reducido. Este estado de cosas
creó el paro forzoso, que la introducción de las máquinas amenazaba con agravar.
Véase Daniels, G. W .: The early English cotton industry, pág. 89.
III: LA. «EVO LU CIO N INDUSTIHAL V LA CLASE OItIIF.HA 395

haber dejado atrás Cliowbent nos topamos en la carretera con una tur­
ba de varios centenares de hombres. Creo que pasahan de 500, y como
le preguntamos a uno de ellos por qué razón se encontraban reunidos,
en tan gran número me dijeron que acababan de destruir algunas má-j.
quinaá y que tenían la intención de hacer otro tanto en todo el país. En f
consecuencia se ha prevenido aquí que se debe esperar su visita para
mañana: los obreros de la vecindad ya han reunido todas las armas ¡
que. han podido hallar y están fundiendo balas y haciendo provisión de [j
pólvora para atacar m añaqa..por la mañana. Sir Richard Clayton 1 aca­
ba de traer la noticia: en este instante está en la ciudad, a fin de enten­
derse con los habitantes sobre las medidas a tomar para protegerlos.
Creo que han decidido mandar a pedir a Liverpool inmediatamente
una parte de las tropas que hay allí acuarteladas» 12. Wedgwood no ha­
bía encontrado más que la vanguardia de los amotinados. «El mismo
día, en las primeras horas de la tarde, una gran fábrica situada cerca
de Chrosley y organizada según el sistema de Arcrite (sic), que es uno
de sus propietarios, fue atacada por ellos. La posición del edificio no
les permitía aproximarse más que por un pasaje estrecho, gracias a lo
cual el jefe de la fábrica pudo, con la ayuda de algunos vecinos, re- y
chazar el ataque y salvar la fábrica por esta vez. Dos de los asaltantes
quedaron muertos en el sitio, uno ahogado y varios heridos. La muche­
dumbre no tenía armas de fuego y no esperaba tan cálido recibimien­
to. Aquejhr gente se exasperó y juró vengarse. Así, pues, pasaron la
jornada dei domingo y la mañana del lunes en reunir fusiles y municio-_
nes... Los mineros del duque de Brldgewater se juntaron entonces a
ellos, y otros obreros más, tantos que su número alcanzó, según se nos
ha dicho, a 8.000 hombres. Estos 8.000 hombres marcharon, al toque
de tambores y con banderas desplegadas, hacia la fábrica de donde ha­
bían sido rechazados el sábado. Hallaron allí a sir Richard Clayton, al
frente de una guardia de 50 inválidos. ¿Qué podía hacer un puñado de
hombres contra estos miles de furiosos? Tuvieron que retirarse— los
inválidos—y desempeñar el papel de espectadores, mientras que la mu­
chedumbre destruía de arriba abajo un utilaje evaluado en más de
10.000 lib ras3. Así transcurrió la (Jornada del lur¡e&> El martes por la
mañana oímos sus tambores a una distancia desunas dos millas, poco
antes de abandonar Bolton. Su intención declarada era apoderarse de
la ciudad, luego de Manchester y de Stockport, de aquí marchar a j
Cromford y destruir las máquinas no solo en estos diferentes lugares,

1 Uno de los magistrados del condado.


2 Carta a Th. Bentley, 3 do octubre do 1779, Wedgwood Mitseum, Stoke
on Trent.
3 Véase la petición dirigida por K. Arkwrighl »1 Parlamento, Jonrn. of the
House oí Commons, X X X V IÍ, 926. Kn ella se evalúan los destrozos no en 10.000
libras, sino solamente en d.rlOO.
JtWi PARTE I I I : C A S C O N S E C U E N C IA S IN M ED IATAS

■ Ino en toda Inglaterra» 1. Ya Arkwright habla hecho en Cromford


preparativos de defensa *. L os mismos desórdenes se produjeron en va­
rios puntos a la vez: la fábrica de tejidos estampados de Kobert PeeL,
en Altham, fue tomada al asalto, y las máquinas rotas y arrojadas
al rio s.
La represión fue pronta y enérgica: las tropas enviadas de Liver­
pool dispersaron sin dificultad a los amotinados. Algunos fueron cog>
dos, llevados ante el gran jurado del condado y condenados a la horca *7
Pero la mayoría escaparon a todo castigo. La opinión se les mostraba
indulgente, por no decir simpática; la clase media, ya por espíritu de
rutina, ya por recelo de ver la rebaja de los salarios compensada por
una subida equivalente del impuesto de los pobres ", se manifestaba casi
tnn hostil a las máquinas como la misma clase obrera. En c.1 pueblo de
Mellor, como el pastor hiciese, en el pulpito, alusión a los disturbios
recientes y los reprobase para edificación de sus feligreses, un viejo
yeoman se levantó y dijo al malhadado predicador, «Mejor haria, señor,
en seguir su texto que no en descarriarse por los negocios seculares» *.
En cambio los jueces de paz del condado, reunidos en sesión trimestral
en Preston, votaron una resolución netamente opuesta al prejuicio po­
pular: «La invención de las máquinas ha sido un beneficio para el país;
suprimirlas en un condado sería simplemente el medio de trasladarlas
a otro, y si se promulgase una prohibición general contra ellas en toda
la Gran Bretaña, eso no podria servir más que para acuciar su adop­
ción en los países extranjeros, con gran detrimento de la industria bri­
tánica» 1*347.
Los motines_de 1779 fueron seguidos, en efecto, de gestione§_que
tendían a obtener,_por las vías legales, la prohibición de las máquinas
dg hilar. Habia precedentes. Una ley de 1552 había vedado el uso de
la desmotadora mecánica ( gr'-g mili) 8; una proclama real, fechada en
1623, había impedido la adopción de una máquina para la fabricación

1 Carta a Th. Bentley, 9 de octubre de 1779, Wedgwood Mtiseum, Stoke on


Trenl.
a «Todos los genllemen de la región han decidido ofrecer asistencia a roís-
ter Arkwright para defender sus fábricas, que han prestado tantos servicios al
país. Se han traído de Derby y de las ciudades vecinas mil quinientos fusiles y
pistolas, y una balería de artillería, compuesta de piezas del nueve y del doce,
con gran cantidad de pólvora y de metralla... Cinco o seis mil hombres, mineros,
etcétera, pueden, en el momento deseado, ser regimentados en menos de una hora.»
Carla publicada en el Manehester Mercury del 12 de octubre de 1779.
3 A complete history o ¡ the cotton trade, págs. 80-81.
4 Manehester Mercury, del 26 de octubre de 1779.
* K ennedy, J.: On the rise and progresa o¡ the cotton manufacture, Mem. of
the literary and philosophical Society of Manehester, 2.* serie, III, 121.
• Radcmíte, W.: Origin o ¡ the new system of manufacture, pág. SS.
7 ít'ebb M SS (Textiles, I, 227). Resolución votada el 11' de noviembre de 1779.
" '1-6 Edw. VI, c. 22.
III: LA R EV O LU C IO N IN D U ST R IA L Y LA C L A SI! OUIIEIIA 397

de agujas *. £gU& medidas, conformes con el mpiritu autoritario de la


antigua legislación industrial., tenían menos por objeto proteger el tra­
bajo que asegurar la buena calidad de los productos, que se juzgaba
comprometida por todo cambio aportado a los procedimientos de fabri­
cación tradicionales. Los hilanderos de algodón, en lo petición que diri­
gieron en 1780 a la Cámara de los Comunes, invocaron cate argumento
caducadoJ . Pero no hizo gran impresión. Sus quejas a propósito del
parí» y de la disminución de los salarios estaban más justificadas 3; pero
pueden explicarse por la depresión general de los negocios debida a la
guerra de América4. La comisión encargada de examinar la petición
la^ rechazó, apoyándose en los mismos considerandos que los magistra­
dos de Lancashire *.
Al mismo tiempo aparecía en Manehester un folleto escrito por uno
de estos magistrados, Dorning Ramsbotham, que firmaba «un amigo de
los pobres» Trataba de explicar a los_obreros la verdadera causa de
la Cji&is que padecían. Les representaba tal crisis como esencialmente
pasajera. «Todo progreso de.la industria debido a las máquinas tiene el
principio consecuencias enoj_osas para algunos... Hace una decena de
años, cuando las jeimies hicieron su aparición, las personas de edad, los
niños, todos aquellos a quienes les era dificil aprender a manejar el
nuevo utilaje, sufrieron durante algún tiempo.» La invención de la im­
prenta, ¿no tuvo como primer resultado arruinar a la industria de los
copistas? «¿.Qué significan estas revueltas, estos movimientos sediciosos
de que acabamos de ser testigos? ¿Qué significan estas peticiones al
Parlamento, solicitando que se supriman o que se graven las máquinas?
Tan razonable sería pedir que se nos corten las manos y que se nos
degüelle» T.
El desarrollo rápido de la industria del algodón y el aumento co-
rrespondiente de jhi .personal ayudaron mucho a la difusión de estas123*57
1 Véase CüKNlNCiiAM, Groioth oj English industry and commerce, II, 295.
2 «El trabajo ejecutado con ayuda de máquinas es de tal modo inferior al
trabajo manual, que el buen renombre de nuestra industria está comprometido y
corro el riesgo de desaparecer.» Journ. o ¡ the House o ¡ Commons, XXXVII, pá­
gina» 804-05. Véase la petición de los obreros de paños contra el gift mili, ibidem,
XLI, 599.
■' En 1764, una hilandera ganaba de 10 a 15 peniques por día; en 1780, de
3 a 5 peniques. El salario de los hombres, en el mismo lapso, se había re­
ducido de 17 a 10 peniques. Véase Journ. o ¡ the House o ¡ Commons, XXXVII, 926.
1 En 1774 la cifra del comercio exterior (exiiorlaciones e importaciones) pa­
saba de 33.000.000 de libras; en 1779 había descendido a 25.000.000 de libras.
Anderson, A.: Chronological history and deduction o¡ the origen o¡ commerce,
IV, 694.
5 Journ. o\ the House oj Commons, XXXVII, 926.
* Thoughts on the use o¡ machines in the cotton manufacture, uddrcssed to
the worta'ng peo pie in that manufacture and to the poor in genend, by a friend
of the poor, Manehester, 1780. Sobre la atribución de esto folleto u D. Uamsbo-
tham, véase Radclifte, W.: ob. cit., pág. 55.
7 Thoughts on the use of machines, págS. 9, 11. 20.
,‘MH l'AUTE 111: LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

lilnns nuevas. La hostilidad hacia las máquinas, entre los obreros de


ti»Ui ^industria, no tardó en dar paso a un sentimiento .completamente
opuesto Se mantuvo más tiempo en la industria de la lana, cuya
transformación se hacía menos fácilmente. Violencias parecidas a las
que habían tenido a Lancashire como teatro, tuvieron lugar más de una
vez en el West Riding y en la región del Sudoeste. En 1796 fue preciso
poner guarniciones en ciertas hilaturas de Yorkshire; el empleo de la
cardadora mecánica en 1802 provocó trastornos graves en los condados
de Wilts y de Somerset2. Estos desórdenes, seguidos siempre de san-
grientas represalias, se reprodujeron frecuentemente_durante los años
j críticos de la lucha contra Napoleón, sobre todo tras la proclamación
delJ}loqueo_ continental. Las páginas famosas de Skirley, donde se des­
cribe el ataque a una hilatura, conservan el recuerdo de estos años agi­
tados 3. Pero a medida que sq avanza en este periodo en el que tantos
acontecimientos se entrecruzan y se mezclan, los hechos adquieren tal
complejidad que sería necesario para interpretarlos bien un estudio es­
pecial y profundo. El movimiento de los ludditas, que en 1811 y 1812
llevó el_terror a los distritos industriales del Centro, e inspiró seria_s
inquietudes al gobierno de lord Liverpool, fue algo totalmente distinto
de una rebelión contra el maquinismo; mientras que en el Norte de In­
glaterra los tundidores de lana atacaban las máquinas, a las que acusa­
ban de hacer bajar sus salarios, los tejedores de medias de los Mid-
lands4, al romper los telares, empleaban simplemente su procedimiento
de lucha habitual contra los fabricantes *. Unos y otros padecían ante1

1 «Hoy día estallarían motines, sin duda, si se intentase suprimirlas.» Wen-


deborn, F.: A vietv o¡ England totearás the end on the XVIIIlh century (1791),
II, 235.
2 Repon ¡rom the commitlee on the State o¡ the tooollen manulacture in
England (1806), págs. 3 y sgs. Dechesne, Laurent: Evolulion de l'industrie de la
laine en Angleterre, pág. 144.
3 CtJRitER Bell (Charlotte B ron te): Shirley, I, capítulos II y VIII, y II, ca­
pítulo II.— Véase Cazamian, L : Le román social en Angleterre, págs. 419 y sgs.
4 Es a los que se aplica más particularmente el nombre de Ludditas, deri­
vado del nombre de familia de un tal Ned Ludlam, apodado E l rey Ludd. Esta
etimología no es, por lo demás, ni mucho menos, cierta, y el sobrenombre de Ring
Ludd parece haber sido llevado por varios individuos (Cooke-Taylor, The modera
jactoryr system, pág. 155; H ammond, J. L. y B.: The skilled labourer, págs. 259,
|260, 292, 310). Véase, sobre este movimiento, el breve y sustancial estudio conte­
nido en H alévy, E: Histoire du peuple anglais au XI X e siécle, I, 313-15.
5 C unninchaM, W.: Grotvth o¡ English indnstry and commerce, II, 663,
muestra la diferencia entre los motines de Yorkshire (región de la industria de
la lana) y los motines de los ludditas en 1811: mientras que en Yorkshire la
multitud atacaba exclusivamente las fábricas que empleaban máquinas, el mo­
vimiento de los ludditas iba dirigido contra los manufactureros a quienes por
su riqueza rápidamente adquirida o su dureza designaba el odio popular. Ham-
mond, J. L. y B., tras un cuidadoso estudio sobre el movimiento de los ludditas,
llegan a la misma conclusión. «Se acepta a menudo la opinión de que los luddi­
tas de Notlingham dejaban estallar su cólera contra las máquinas nuevas o me­
joradas; en realidad, no había allí nuevas máquinas, pero una de las quejas
n i: LA nF.VOLUeiON INDUSTMAt. Y LA CLASE OttllKItA 399

todo la situación excepcional creada por la prolongación de la guerra


contra Francia, las trabas puestas a la libre expansión del comercio bri­
tánico por el bloqueo continental, cuya ejecución rigurosa data de 1810,
la escasez causada por la dificultad de los avituallamientos y por el
alza consecutiva de los géneros. Estas insurrecciones locales, que estu­
vieron a punto de unirse y desarrollarse en una especie de Jacqnerie
obrera, no pertenecen únicamente a la historia de la gran industria ’ .
Mientras que se reanudaban los motines contra las máquinas, se re­
novaban también las gestiones cerca del Parlamento, cuya inutilidad
habían reconocido ya los obreros de la industria del algodón. En 1794'
los peinadores de lana reclamaron contra el uso de la máquina de pei­
nar de Cartwriglit. Su demanda, hábilmente presentada, recibió al prin­
cipio una acogida bastante favorable, pero los patronos adelantaron en
seguida el argumento irresistible del interés superior de la industria,
idéntico al interés mismo del país. Fueron estos, naturalmente, los que
ganaron una vez m ász. Algunos meses más tarde, en el momento de1
formuladas por los obreros tiene relación con una adaptación nueva y, en su sen­
tir, ilegal, de una máquina ya en uso.» Hammond, J. L. y B.; The skilled labou­
rer, pág. 258. Véase Repon / rom the Commillee o¡ Secrecy on the disturban-
ces in the Northern counlies (1812) y Annual Register 1812 (Chronicle), pági­
nas 39, 51, 114.
1 Byron creyó ver en ellas un movimiento revolucionario y escribió para los
insurrectos de los Midlands su feroz Song for the Luddites:

As the Liberty lads over the sea


Boughl their / reedorn, and cheaply, with blood
So toe, boys, toe
m il die fighting, or live jree,
And down with all Rings but Ring Ludd.

When the web thal ive iveave is complete,


And the shullle exchanged jor the stvord,
W'c will Iling the windig-sheet
O er the despol al our jeet.
And dye il deep in the gore he has poured.

Though blanck as his heart its hue,


Since his veiñs are corrupled to mud,
Yet this is the dew
IPhich the tree shall renew
0 ¡ liberty, planted by Ludd!

Miscellaneous Poems, Works, ed. de los «Chanclos Classics», pág. 667.


- Las peticiones presentadas por una y otra parte contienen la exposición
más neta de las dos tesis adversarias. «Lajs peticionarios—decían los peinadores—
siempre han sido considerados como miembros útiles de la sociedad, que sC ganan
la vida con su trabajo, sin recurrir a la asistencia patroquinl, mucho más que
ninguna otra categoría de obreros cquivtdenic en número. Pero la invención y
el uso de la máquina pora peinar la lana, tpio tiene por electo reducir la mano
de obra de la manera más inquietante^ los itispiru el temor serio y justificado
de convertirse, ellos y sus familias, en mui pesada carga para el Estado. Hacen
lint P A R TE n i : LA S C O N SE C U E N C IA S IN M ED IA TA S

lo* disturbios de Wiltshire, el Parlamento se vio sorprendido por nu­


merosas quejas contra el uso de la tundidora mecánica, y sobre todo
contra el del gig miU. ¿Era idéntico este último a la máquina prohibida
por la ley de 1552? Es probable que no haya de común entre ellos más

constar que una sola máquina, vigilada por una persona adulta y servida por
cuatro o cinco niños, efectúa tanta labor como treinta hombres trabajando a
mano según el antiguo método. Las razones invocadas en favor de las máquinas
empleadas en otras industrias, tales como la industria del algodón, las de la
seda, el lienzo, etc., no se aptican a la industria de la lana; porque aquellas pue­
den procurarse materias primas en cantidad casi ilimitada, lo que les permite
desenvolverse y emplear un número de personas igual o superior [al que em­
pleaban antes de la invención de las máquinas]; mientras que esta no dispone
más que de una cantidad determinada de materia prima, apenas Buñciente para
ocupar a los obreros de tal industria sin cambiar nada en los procedimientos an­
tiguos. La introducción de la citada máquina tendrá como consecuencia casi in­
mediata el privar de sus medios de existencia a la masa de los artesanos. Todos
los negocios serán acaparados por algunos empresarios poderosos y ricos, y, tras
un corto período de lucha, el provecho adicional producido por la supresión del
trabajo manual pasará a los bolsillos de los consumidores extranjeros. Las má­
quinas cuyo uso deploran los peticionarios se multiplican rápidamente en todo el
reino, haciéndoles ya sentir cruetmente sus efectos: un gran número de ellos
están sin trabajo y sin pan. Con el dolor y la angustia más profunda ven acer­
carse el tiempo de la miseria en que cincuenta mil hombres, con sus familias,
privados de todo recurso, víctimaa del acaparamiento, lucrativo para algunos, de
sus medios de existencia, se verán reducidos a implorar la caridad de la s pa­
rroquias.» Journ. of the House of Commons, XL1V, 21. He aquí los principales
pasajes de la contrapetición de los fabricantes: «Es seguramente un derecho
común a todo súbdito del reino, y reconocido desde hace largos años por la sabi­
duría del Parlamento, el de que puede ejercer su arte o su profesión de la
manera que le parezca más ventajosa, a condición de no transgredir la ley y de
no atentar contra el derecho ajeno; no es menos cierto que cada cual es el mejor
juez de su propio interés, y que de la búsqueda libre y bien dirigida del interés
individual ha resultado y resultará siempre la mayor ventaja para la nación.
Gracias a la protección de las leyes que garantizan a los peticionarios y a otras
personas la posesión de ciertas natentes. el público se ha aprovechado de un
precioso invento, el del peinado mecánico... Beneficios considerables ya se han
realizado gracias a e6te procedimiento de fabricación perfeccionada, pero es poca
cosa al lado de los resultados que se confía obtener... Según una evaluación
razonable, el coste del peinado, para las lanas de calidad inferior, se ha rebajado
por este procedimiento de 2,5 ó 3 peniques a 1 penique por libra; y cuando las
lunas finas sean sometidas a la misma operación, el gasto, que es actualmente
de 6 peniques por libra y más aún, descenderá, sin duda, a 1 ó 1,5 peniques por libra...
Si los peticionarios se vieran constreñidos a renunciar al uso de las máquinas se
hallarían sometidos a la obligación ruinosa de gastar, para producir el hilo (de
worsted), 1.500 ó 2.000 libras más al año de lo que lea costaría la producción
de ese mismo hilo por procedimientos mecánicos. Si, por el contrario, el peinado
a máquina, en ausencia de toda ley prohibitiva, llegase al cabo de cierto tiem­
po a reemplazar completamente al peinado a mano, resultaría para la industria
nacional una economía de más de un millón de libras al año, sin exageración:
ca la carga que la industria tendrá que soportar si se veda el peinado mecánico...
La excelencia de la política que consiste en dejar a las industrias a su desen­
volvimiento natural ha Bido demostrada, del modo más impresionante, por el
ni: L A R EV O LU C IO N IN D U S T R IA L V LA C L A S E ODRERA 401

que el nombre1. Eso no impidió a los obreros reclamar con insistencia


la puesta en vigor de esta ley caida en desuso *. Rechazados una pri­
mera vez, volvieron a la carga en la época de la gran encuesta parla­
mentaria sobre la industria de la lana, cuyos atestados han sido publi­
cados con el precioso Informe de 1806. Pero las conclusiones de la
comisión fueron contrarias a su demanda. «Ha sido establecido por tes­
timonios auténticos, y admitido por algunos de los propios peticionarios,
que temores análogos a los que hace concebir hoy día el uso de la
enlanadora mecánica se propagaron en el momento en que se emplea­
ron por primera vez varias máquinas que hoy son utilizadas, y con una
ventaja reconocida, para diversas operaciones de la industria textil, an­
taño ejecutadas a mano. Estos temores, al cabo de algún tiempo, se
desvanecen, y se establece gradualmente el uso de las máquinas, sin ha­
ber modificado, según parece, la condición de los obreros ni dismi­
nuido su número» a.
¿Tenía suficientemente en cuenta este optimismo los sufrimientos de
los* trabajadores desplazados por las máquinas? Tales sufrimientos, no
por ser provisionales eran menos crueles. Mas la oposición que trataban
de hacer a los progresos del maqumismo no era el medio de reme­
diarlos: instintiva o reflexiva, pacífica o violenta, no tenía, evidente­
mente, ninguna probabilidad de éxito: iba contra la fuerza de las co­
sas. El único resultado que produjo alguna vez fue obligar a los*13

ejemplo de la industria del algodón, donde la introducción de las máquinas de


hilar amenazaba los intereses de un número de obreros mucho mayor. Gracias
al progreso que se siguió de ello los obreros encomiaron trabajo y la industria
del algodón alcanzó un grado de perfección y de desarrollo sin precedentes. La
industria de la lana conocerá sin duda la misma prosperidad, si no es impedida
por leyes que prohíban el uso de Jas máquinas.» Jourrl. of the Housc of Com-
mons, XLIX, 545-46. Hemos elegido estas dos peticione» enlre el enorme número
do las que fueron presentadas al Parlamento. Véase Journ. o¡ the Hou.se of Com-
mons, XLIX, 104, 135, 152, 158, 201, 249, 280, 307, 322, 331, 395-96, etc.
1 El antiguo gig mili ejecutaba la operación llamada desmote o desborre,
que consiste en despinzar el paño para hacer desaparecer los nudos que han
quedado en la trama: el gig mili en uso hacia 1802 era una enlanadora mecá­
nica tjue guarnecía la tela, es decir, que hacía aparecer en la superficie, después
del tejido, una especie de pelusa. Véase Journ. of the House of Commons,
LXVIII, 885. Sobre la oposición al uso del gig mili en Yorkshire y en los con­
dados del Sudoeste entre 1802 y 1806, véase H ammond , J. L. y B„ The skilled
labourer, págs. 171 y sgs. ; I jp s o n , E.: The hislory of the i vorsted and uioollen
industries, págs. 188-90.
5 _ En Leeds, Huddersfield y Halifax se formaron comités para organizar las
peticiones. Algunas corporaciones de artesanos les enviaron dinero, enlre otras
los carboneros, los ladrilleros y los zapateros. Véaso lieport from the committee
on the woollen clothiers' pe i ion (1803) y éíe/jor/ on the State of the
uioollen manufacture in England (1806).. págs. 2*1, 355. U a deseos de los fa­
bricantes están expresados en el lolleto tío A nstik , .1., Obsemttions on the
importance and the necessity of introducta g imfiroved mtu-hinery into the wool­
len manufacture (1803).
3 Repon on the State of the woollen'manufacture in Enghmd (1806), pág. 58.
MANTOUX.— 26
4 t tj PARTE I D : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

manufactureros a ocuparse de los obreros exasperados por el paro, y a


buscarles trabajo \ por miedo de ver reanudarse los motines que ame­
nazaban sus bienes y sus vidas.
II
A las querellas contra la máquina se mezclaba el odio a la fábrica.
La repulsión que esta inspiraba se comprende sin ¿ fuerzo. Para el
obrero habituado al trabaj o a domicilio, o al del pequeño taller, 1a dis-
ciplina de la fábrica era intolerable. En su casa, a pesar de las largas
jornadas de trabajo que la parquedad del salario le obligaba a reali­
zar, podía iniciar la tarea y abandonarla a su jantojo *, sin horas regu­
lares, repartirla como le acomodase, ir y venir, detenerse un instante
para reposar e incluso, si le placía, descansar durante días enteros3. En
casa del maestro-artesano, su Tibertad, aunque menor, seguía siendo
grande todavía1234. S us relaciones con el patrono, del que no se sentía
separado por un abismo, conservaban el carácter de un trato personal
de hombre a hombre. No estaba sometido a un reglamento inflexible,
arrastrado, como un engranaje, en el movimiento despiadado de un
mecanismo sin alma. Entrar en una fábrica era como si dijéramos entrar
en un cuartel o prisión. Por eso los manufactureros de la primera ge­
neración experimentaron muchas veces una real diiicultad en reclutar
su personals. Todavía más la habrían experimentado si no hubiesen
1 Véanse las resoluciones de una reunión de fabricantes celebrada en Bath
el 16 de agosto de 1802. Después de haber decidido defender contra todos los
ataques el utilaje mecánico, los fabricantes se comprometen «a buscar un trabajo
convenientemente retribuido a todos aquellos de sus obreros que se encontrasen
privados de su empleo como consecuencia de la introducción de las máquinas.»
Véase Report from the commiltee on the uioollen clothiers’ petitions (1803),
pág. 12. . , ,
2 «Un hombre de salud delicada, cuando trabajaba en bu hogar, podía per­
der el tiempo. Pero en la fábrica hay que llegar a la hora justa: la campana
toca a las cinco y media, luego una segunda vez a las seis...» Report on the
State o/ the uioollen manufacture (1806), ¡>dg. 111.
3 Es lo que hacía tan pronto como hahía ganado un poco de dinero. Sobre
este punto todos los testimonios, favorables u hostiles a los obreros, están de
acuerdo. Véase primera parte, cap. I. Entre 1790 y 1800 los hilanderos que tra­
bajaban a domicilio con la fenny o la mulé «pasaban a menudo dos o tres días
de la semana holgando y bebiendo y los niños que empicaban los acompañaban'
a la taberna hasta el momento en que se sentían dispuestos a volver al trabajo;
pero cuando volvían era, frecuentemente, para trabajar día y noche.» Second
repon ¡rom the Central Board of H. M.'s commisioners... on the employment o¡
children in factories (1833), pág. 36.
4 Sin embargo, desde 1777, una serie, de leyes y de reglamentos que tenían
por objeto reprimir las sustracciones, habían creado un sistema de vigilancia que,
poco a poco, alteraba profundamente el carácter del sistema doméstico en diver­
sas ramas de la_industria. Véase U nwin, G.: Samuel Oldknow and ihe ÁrTc-
wrights, pág. 35. /"' S
* David Dale, cuando se estableció en New-I^mark, eil 1784, no pudo en­
contrar al principio obreros entre la población circundante,. OtVEN, R.: Life,
wriUcn by himself, pág. 58.
I t l: LA REVOLUCION INDUSTRIAL Y LA CLASE OBRERA 403

tenido a su disposición esa población flotante quo las usurpaciones de


la gran propiedad arrojaban de la agricultura hacia la industria y de los
campos hacia las ciudades. Atraídos por los altos salarios, también vi­
nieron obreros de las parles más pobres del reino, de las regiones pan­
tanosas de Irlanda, de las montañas de Escocia o del País de Gales *. J£n
su origen la mano de obra industrial se reclutó, por tanto, o bien entre
las poblaciones que se veían despojadas brutalmente de sus medios de
existencia o bien entre hombres a los que la industria ofrecía situaciones
preferibles a aquellas en que se encontraban entonces.
En la industria textil los manufactureros hallaron otra solución al
problema que los afligía. Consistía en enganchar en masa mujeres y
sobre todo niños 12. El trabajo de las hilaturas se aprendía fácilmente, y l a
exigía muy poca fuerza muscular. Parn ciertas operaciones la pequeña '
estatura de los niños y la finura de sus dedos los convertía en los me­
jores auxiliares de las máquinas3. Se los prefería también por otras
razones, y más decisivas. Su debilidad era la garantía de su docilidad:
sin dificultad se los podía reducir a un estado de obediencia pasiva, al
cual los hombres hechos no se dejan fácilmente doblegar. Costaban muy
poco: a veces se les pagaba un salario mínimo, que variaba entre la
tercera y la sexta parte de lo que ganaban los obreros adultos * ; a veces
se les daba por todo pago el alojamiento y la comida. Finalmente esta­

1 «Habéis asistido al desenvolvimiento, en esta región, de la clase de los


trabajadores de fábrica. Hace algunos años no existía; la habéis visto en poco
tiempo hacerse muy numerosa. ¿Cómo se ha reclutado? ¿De qué hombres ha
sido formada? ¿De qué trabajo se apartaban por el de las hilaturas? Un bnen
número ha venido de los países de cultivo; muchos del País de Gales, muchos
de Irlanda y de Escocia. La gente abandona los otros oficios para venir a las
hilaturas a causa de los altos salarios. Recuerdo los zapateros que dejaban su
oficio para aprender a hilar. Recuerdo los sastres, los mineros, pero sobre todo
un gran número de cultivadores que dejaban su antiguo trabajo para aprender
a hilar...» Testimonio recogido en Bollón por la Comisión de encuesla sobre las
fábricas (Factory Commission) de 1831'. Supplemenlary Report, I, 169. Véase
Bowden, W.: Industrial society in England tonar ds the end o¡ the XV Illth cen-
tury, pág. 97.
2 Sobre la cuestión del trabajo de los niños en las fábricas, consúltese Mi­
nutes o/ evidence taken befare the selecl committee on th e slate o j the children ?
employed in the manufactories oj the United Kingdom (1816); Report ¡rom the
select committee on he bilí to regúlate the labour of'children in milis and fac-
tories (1832); Fielden, John: The curse o f the factory syslem (1836); Alfreo
[S. íCynpJ, Hiitory of the factory movement (1857); W f.yer, 0.: Die englische Fa-
brikinspeclion (1888); Cooke-Taylor, R. W.: The factory System and the factory
acts (1894); H u tc h in s , R L y Harrison, A.: History of factory legisla don
(1903}, y IIammonD, J. L. y B .: The town labourer, caps. VIII y IX (1917).
3 Por ejemplo, los reatadores, encargados do anudar lo* hilos rotos, erun siem­
pre niños.
« En una fábrica de calicós eslumpudos un obrero utluho, en 1803, ganaba
25 chelines por semana; un aprendiz, de 3 chelines 6 Peniques a 7 chelines.
Minutes of evidence taken before the select committee to whom the pelilion of
the ¡ourneymen collíco Primer.s roas 'referredf (1804)), pág. 17.
101 l'ARTE I I I : LAS CONSECUENCIAS I¡V>;EMATAS

han ligados por contratos de aprendizaje, que los retenían en la fábri­


ca durante siete años por lo menos, y con gran frecuencia hasta la ma­
yoría de edad. Era el interés evidente de los fabricantes de hilados el
emplear el máximo posible de ellos, y reducir otro tanto el número de
obreros. Los primeros establecimientos de Lancashire estaban llenos:
sir Robert Peel tuvo en sus talleres más de un millar a un tiempo L
La mayoría de estos desdichados niños eran niños asistidos, propor­
cionados— se podría decir vendidos—por las parroquias que los tenían
a su cargo. L os manufactureros, sobre todo durante el primer período
del maquinismo, cuando sus fábricas se alzaban fuera, y a menudo lejos
de las ciudades, l e habrían" visto muy~~apurados para encontrar en su
vecindad inmediata la mano de obra que precisaban. Por su parte las
parroquias solo pedían ser desembarazadas de sus niños asistidos 12. Ver­
daderas transacciones, ventajosas para las dos partes, ya que no para
los niños, tratados como una mercancía34, intervenían entre los fabri­
cantes y los administradores del impuesto de los pobres L Cincuenta,
ochenta, cien niños eran cedidos en conjunto, y embarcados, como ga­
nado, con destino a la fábrica en la que habrían de permanecer ence­
rrados durante largos años. Tal parroquia, para que el negocio fuese
mejor, estipulaba que el adquirente debería aceptar a los idiotas, en la
proporción de uno a veinte s. Estos «aprendices de las parroquias» fue-.

1 Véase el testimonio de P eel, Robert, ante la Comisión de 1816: Report


from the select commitee on the State o¡ the children employed in the manujac-
tories, pág. 132.
J La práctica no era nueva; las parroquias habían tratado, en todo tiempo,
de colocar a sus niños asistidos, menos en interés de estos que para aligerar
sus propias cargas. Una ley de 1697 (8 y 9 Will. III, c. 30) obligaba a los pa­
tronos designados por Ira jueces de paz a tomar en aprendizaje a estos niños
bajo pena de una mulla de 10 libras. Véase la encuesta de 1767, Journ, oj the
House oj Commons, XXXI, 248-49. Según miss O. J. Dunlop, el alquiler de los
«aprendices de las parroquias» era una práctica corriente desde los tiempos de
Enrique VII (English apprenticeship and child labour, págs. 248 y sgs.). Véase
también H asbach, W.: History oj the English agricultural labourer, pág. 83, y
H utchins y H arrison : History oj jactory legislation, págs. 3-6.
3 Se les pedía, por cubrir el expediente, su consentimiento, pero puede ima­
ginarse lo que este valía y a qué fraudes daba lugar tal formalidad: «Se les
afirmaba gravemente, de la manera más positiva y más solemne, que todos, desde
su llegada a la fábrica, iban a transformarse en damas y en señores, que come­
rían roastbeej y plum-pudding, que se les permitiría montar los caballos de sus
amos, que tendrían relojes de plata y sus bolsillos siempre llenos. Y no eran los
i sirvientes del workhouse u otros subalternos los autores de este infame engaño,
* sino los propios funcionarios de la parroquia.» Brown, J .: Memoir of Robert
J Rlíncoe, en «The Lion», I, 121.
4 Un ejemplo típico es el de Samuel Oldknow, conperTáñfl» con la parroquia
de Clerkemvell un trato para la provisión de 70 ni fifís. (1796). Al enterarse de
esta noticia, los padres de algunos de los niños «habían venido llorando a su­
plicar que se les devolviese a sus hijos antes que verlos partir para un destino
tan lejano.» U nwin , G.: Samuel Oldknow and the Arkwrights, pág. 171.
* Report de 1816, pág. 39.
U I: LA REVOLUCION INDUSTRIAL Y LA OIASE OHHEIU 405

roncal principio, los únicos niños empleado» en loa fábricas. Los obreros
se negaban, y con razón, a enviar a los suyos l. Su resistencia, desgracia­
damente, no duró mucho tiempo; empujados por la necesidad, se re­
signáronla lo que antes tanto los había horrorizado.
La ¿ola, circunstancia atenuante de los actos odiosos que debemos re­
cordar brevemente es que el trabajo forzado de los niños no era un mal
nuevo. En el taller doméstico, la explotación de los niños se practicaba
como una cosa completamente natural. Entre los quincalleros de Bir-
mingham el aprendizaje comenzaba desde la edad de siete años 4; en­
tre los tejedores del Norte y del Sudoeste, los niños trabajaban a los
cinco años, a los cuatro años, desde que se los juzgaba capaces de aten­
ción y de obediencia 123. Lejos de indignarse, los contemporáneos encon­
traban eso admirable. Yarranton recomendaba el establecimiento de
escuelas de industria, como las había visto en Alemania, donde dos­
cientas niñas, bajo la férula de una maestra, hilaban sin descanso, obli­
gadas a un silencio absoluto, y azotadas si no hilaban bastante bien o
bastante de prisa. «En ese país—añadía—el hombre que tiene más hijos
es el que vive mejor, mientras que aquí, cuantos más se tienen, más
pobre se es; allí los hijos enriquecen a sus padres, aquí los reducen a la
mendicidad» 4. Defoé, al visitar Halifax, se maravillaba de ver a niños
de cuatro años ganarse la vida como personas mayores56. La frase de
William Pitt sobre el trabajo de los niños, que Michelet, con su habi­
tual exuberancia de sentimiento y de lenguaje le ha reprochado como
un crimen, no era más que la expresión trivial de una opinión ad­
mitida \
1 Report de 1816, pág. 8. Véase A lfhed: Hist. of the factory movement, I, 16.
«Durante mucho tiempo los obreros miraron como una vergüenza para un padre el
dejar a su hijo entrar en la fábrica. El que se resignaba a ello se convertía en
la mofa de la ciudad.»
2 Journ oj the House of Commons, XXVIII, 496.
3 Defoé: Toar, II, 20; III, 101.
4 'Yarranton , A.: England’s improvement on sea and land, I , 45-47. El autor
del Essay on Trade, en 1770, empleaba palabras análogas.
5 No hay, por decirlo así, ni una persona, por encima de la edad de cuatro
años, que no esté en condiciones de ganarse la vida con el trabajo.» Defo é ;
Toar, III, 101.
6 Véase M ichelet; Le Peuple, págs. 90-91: «En la violencia del gran duelo
entre Inglaterra y Francia, cuando los manufactureros vinieron a decirle a M. Pitt
que los salarios elevados del obrero los imposibilitaban para pagar el impuesto,
dijo una frase terrible. «Tomad a los niños.» Esa frase gravita pesadamente sobre
Inglaterra como una maldición.» Lo malo es que nunca fue pronunciada. He aquí
el pasaje de un discurso de Pitt al que Michelet parece hacer alusión; «La expe­
riencia ha mostrado ya todo lo que puede producir el trabajo de los niños y la
ventaja que se puede hallar en emplearlos tempranamente en las labores de que
son capaces. El desarrollo de las escuelas de indusina debe dar también resul­
tados materiales importantes. Si alguien se tomuse la molestia de calcular el
valor total de lo que ganan desde ahora los niños educados según este método,
se sorprendería al considerar la'carga de que exonera al país su trabajo, que
basta para subvenir a su mantenimiento, y los ingresos que sus esfuerzos labo-
Wfi PA R TE m : LA S C O N SE C U E N C IA S IN M ED IATAS

¿Se dirá que en la an igua industria el niño era siempre un apren­


dí?: en el sentido propio del vocablo, es decir, que aprendía un oficio
en lugar de ejecutar, como en las fábricas, faenas de bracero? Pero el
aprendizaje real no podía empezar más que cuando el niño estuviese
en edad de aprovecharlo: durante varios años el «aprendiz» no podía
desempeñar otro papel al lado del obrero que el de auxiliar gratuito o
muy poco remunerado. ¿Se dirá que vivía en condiciones menos des­
favorables a su desarrollo físico? Pero sabemos lo que hay que pensar,
con respecto a la higiene, del taller doméstico. ¿Que era tratado con
dulzura y que no trabajaba más allá de sus fuerzas? Pero los mismos
padres, aguijados por la necesidad, se mostraban a veces como los más
exigentes, cuando no los más duros de los maestros ’ .
Hechas estas reservas, hay que reconocer que la suerte de los «apren­
dices de las parroquias» en las primeras hilaturas fue particularmente
lamentable. Al arbitrio de los patronos, que los mantenían encerrados en
edificios aislados, lejos de todo testigo que pudiese conmoverse con sus
sufrimientos, padecían una esclavitud inhumana. Sus jornadas de traba­
jo no tenían otro límite que el agotamiento completo de sus fuerzas:
duraban catorce, dieciséis y hasta dieciocho horas2, y los capataces,
cuyo salario aumentaba o disminuía con la obra ejecutada en cada ta­
ller 5, no les permitían demorarse ni un instante. De los cuarenta minu­
tos concedidos en la mayoría de las fábricas para la principal o la única12

riosos y los hábitos en los que son formados vienen a añadir a la riqueza nacio­
nal.» Pirr, W.: SpeecA«,Itríl7.1 (Discusión del bilí Whilbread sobre la asistencia
pública, 12 de febrero dé^1796)'. Hacia la misma fecha, «un caritativo» sacerdote
de la Iglesia anglicana, q u ése interesaba particularmente en el bienestar de las
clases laboriosas (el reverendo David Davies), recomendaba que en todas partes
se adoptase la regla aplicada en el Rutland en 1785: que no se asigne ningún
socorro para loa niños mayores de seis años que no sepan hacer pumo, como
tampoco para los niñoB mayores de nueve años que un sepan hilar el hilo o la
lana.» B owpen : Industrial society towards the end o¡ ihe XVUlth century, pá­
gina 276.
1 C oocke - T aylo r , W .: Notes of the manujacturing distric of Lancashire,
pág. 111. Según un viejo obrero que había empezado a trabajar hacia 1770, alus
pequeños eran puestos al trabajo cuando apenas sabían andar, y sus padres e an
los más duros maestros». Otro declaraba «que no aceptaría el ofrecimiento de ,
revivir su vida entera si este ofrecimientu se le hucía con la condicióndepasar
una segunda vez por la miserable esclavitud que había sufrido en su infancia». .
Hay que reconocer que la antigua reglamentación de la condición de los apren­
dices imponía a sus maestros toda clase de obligaciones legales y morales, a las
cuides los manufactureros que organizaron la gran industria no se encontraban
sujeLos en sus comienzos; pero esta reglamentación se había relajado gradual­
mente mucho antes de la revolución industrial.
2 Report de 1816, págs. 89, 146, 252. En Manchestcr la duración media de
la jomada era de catorce horas (veintidós ejemplos citados, págs. 96-97). David
Dale, que era un filántropo, hacía trabajar a sus aprendices trece horas al día;
tbid.. pág. 27, y Life of Robert Owen, wrilten by kimsel/, pág. 116. I
n Eiei.den, John: The curse o j the ¡aclory syslem, pág. 10. I
III: LA R EV O LU C IO N IN D U ST R IA L Y LA C L A S E OUItfiUA 407

comida, unos veinte se consagraban a la limpieza de las máquinas 1. A


menudo, para no detener el funcionamiento del utilnjc, el trabajo con­
tinuaba sin interrupción, día y noche. En este caso se formaban equipos
que se relevaban: «los lechos no se enfriaban jamás» \ Los accidentes
eran muy frecuentes, sobre todo hacia el término de las jom adas dema­
siado largas, cuando los niños, extenuados, se adormecían a medias
sin abandonar el trabajo: los dedos arrancados, los miembros aplas­
tados por los engranajes, eran incontables.
La disciplina era feroz, si Be puede llamar disciplina al despliegue
de una brutalidad sin n ombre, y a veces, de una crueldad refinada que
se saciaba a placer en seres indefensos. El relato famoso de los sufri­
mientos soportados por un aprendiz de fábrica, Robert Blincoe, hace
estremecer de horror 3. En Lowdham, cerca de Nottingham, adonde
fue enviado en 1799 con un lote de unos ochenta niños de ambos sexos,
se contentaban con emplear el látigo; bien es verdad que se le empleaba
desde la mañana a la noche, no solo para corregir a los aprendices por
la falta más ligera, sino para estimularlos al trabajo, para mantenerlos
despiertos cuando la fatiga los postraba4. En la fábrica de Litton era
algo muy distinto: el patrono, un tal Ellice Needham, golpeaba a_los
niños a puñetazos, a patadas, a trallazos; una de sus gentilezas consis-1

* Repon de 1816, pág. 97; B hown, J . : «Mcmoir of Robert Blincoe», en The


Lion. I, 193. Esta cuestión es objeto de un nolabte estudio de Hammond, I. L.
y B., en The town labourer, cap. VIII.
3 Idem, pág. 115. No hemos podido encontrar referencias precisas so­
bre el sistema en uso en las hilaturas inglesas a fines del siglo xviu: es pro­ I,,
bable, a juzgar por la duración media de las jornadas, que los equipos se rele­
vasen en tres turnos, trabajando cada uno dieciséis horas al día con un descanso
de ocho horas. En ciertas hilaturas, sin embargo, los aprendices qo trabajaban
más quo doce horas, p. ej., en las fábricas de Paisley, visitadas en 1786 por
los hijos del duque de La Rochefoucatiltl-Liaucourt: «Trabajan doce horas seguidas,
sin los intervalos necesarios para comer y descansóte. Pero pasadas esas doce horas
son reemplazados por otros, de manera que el trabajo no se interrumpe más que
los domingos... He preguntado si este trabajo no tenia consecuencias sobre su
salud y se me ha respondido que no.» La RoCREFoUCAULD-LiancoorT: V o y age
aux montagnes, IJ, carta del 9 de mayo de 1786. Samuel Oldknow hacia trabajar
a sus aprendices desde las seis de la mañana hasta las siete de la tarde. Pero su
«reputación de maestro excepcionalraente humano estaba bien establecida»; ali­
mentaba bastante bien a los niños y les mandaba hacer ejercicio en las praderas
vecinas a los talleres. Véase U nwin, C.: Samuel Oldknow and the Arkwrighl,
págs. 173-74'. En 1784 los magistrados de Manchestcr, dando prueba de un raro
sentimiento de responsabilidad, prohibieron el alistamiento de aprendices en las
fábricas donde se les impusieran más de diez horas de trabajo al día. H utcmns
y H arrison: HUtory of fa tory ¡egislation, pág. 9.
3 Robert Blincoe fue descubierto en 1822 por J. Brown, que hacia en los
centros industriales una encuesta sobre los efectos morales y sociales clcl sistema
de fábrica. El retalo de su tris le infancia fue publicado en 1828 en The Lion,
periódico radical dirigido por R. Corlile, y en 1832 en The Poor Maris Advócate.
Hay que reconocer que se trata de hechos excepcionales referidos f>or un perio­
dista en quien no se puede tener una confianza nbsoluta.
4 The Lion, I, 125.

,i
4011 PASTE m : L A S C O N SE C U E N C IA S IN M ED IATAS

lia en ]>ellizcarles una oreja entre las uñas lo bastante fuerte como para
atravesarla L Los capataces eran peores. Uno de ellos, Robert Wood-
ward, inventaba torturas ingeniosas. Fue él quien imaginó colgar a
Blincoe de las muñecas, por encima de una máquina en movimiento,
cuyo vaivén lo obligaba a tener las piernas dobladas; hacerle trabajar
casi desnudo en invierno, con grandes pesos sobre los hombros; limar­
le los dientes. El desgraciado habia recibido tantos golpes, que su ca­
beza estaba cubierta de llagas; ju ra curarlo se empezó por arrancarle
los cabellos mediante un casquete de pez1*3*5. Si las víctimas de estas
atrocidades intentaban huir, se les ponían grilletes en los pies. Muchos
pensaban en el suicidio: una muchacha que aprovechando un momento
en que la vigilancia se había relajado, había corrido a arrojarse al
agua, obtuvo así su libertad: se la despidió, «temiendo que el ejemplo
fuera contagioso» 3.
Todas las fábricas, sin duda, no fueron teatro de tales escenas, pero
no eran tan raras como su horror haría suponer *, y se renovaron hasta
que no fue instituido un control muy severo ®. Aun sin malos tratos, el
exceso de trabajo, la falta de sueño, la sola naturaleza de las tareas im­
puestas a los niños en la edad del crecimiento_ habrían bastado para
arruinar su salud y deformar su cuerpo. Añádase a esto la alimentación
mala e insuficiente, pan negro, gachas de avena y tocino rancio s. En
Litton Mili los aprendices se peleaban con los cerdos que se cebaban
en el patio de la fábrica para disputarles el contenido de su gamella7.

1 The Lion, 1, 191-92. '


* Ibíd., págs. 189-90. i i
* Ibid., pág. 219.
* William Hutton nos ha dejado el relato de sus sufrimientos en la fábrica
fundada por los hermanos Lombe, en Derby: «Es en este curioso pero terrible
establecimiento donde pasé los siete años de mi aprendizaje, que siempre he
considerado como los más desgraciados de mi vida... Por bajas que fuesen las |jj
máquinas, yo era demasiado pequeño para alcanzarlas; para remediarlo se fa­
bricó un par de altos zuecos de madera que so me ataron a los pies y que arras­
tre conmigo hasta que mi estatura se hizo suficiente. Pero la cautividad y el tra-
bajq^ho eran nada al lado de la brutalidad intolerable, cuyas marcas todavía
llevo.» H u t t o n , W.: Hist. of Derby, pág. 160.
5 1-os jueces de paz tenían el derecho de anular los contratos de aprendizaje
por malos tratos infligidos a los aprendices. La ley 32 Geo. III, c. 57 (1792) obli­
ga al patrono, en semejante caso, a dejar a) aprendiz los vestidos que le jía dado
y a pagar a su familia o a su parroquia una indemnización que puede elevarse
hasta un máximo de 10 libras. Una ley votada el año siguiente (33 Geo. HL c. 55)
castiga además al patrono delincuente con una multa al arbitrio del juez. Pero
estas disposiciones permanecieron como letra muerta o poco les faltó. Véase
The Lion, 1, 225. La encuesta de 1832 muestra la persistencia del mal que
habrían debido remediar. Véase A l f r e d : Hist. o/ the jactory movement, I, 279,
284fl6, 305, etc.
8 The Lion, I, 149, 186. Statemenl o/ a clergynum, en A lfr ed , ob. cit., I, 25.
Oldknow daba a sus aprendices pan de trigo candeal, vporridge» de leche, carne
casi lodos los días y fruta de, sus huertas. Unwinc , ob. cit., págs. 173-74.
7 The Lion, I, 214-15. En 1801 una instrucción abierta contra el propietario
III: L A R EV O LU C IO N IN D U ST R IA L Y LA C L A SB OUIIEItA 409

Las fábricas eran generalmente insalubres: sus arquitectos se preocupa­


ban tan poco_de la higiene comcTjle la estética. Ixia techos eran bajos,
con el fin de perder el menor sitio posible, las ventanas estrechas, y
casi siempre cerradas L En las hilaturas de algodón la borra pulveriza­
da flotaba como una nube, y se introducía en los pulmones, causando a
la larga los más graves desórdenesa. En las hilaturas de lino donde
se practicaba el hilado en húmedo, el polvo de agua saturaba la atmós­
fera y calaba los vestidos*. El hacinamiento en un aire confinado, que
viciaba todavía más, por la noche, el humo de las velas, engendraba una
fiebre contagiosa, análoga a la fiebre de las cárceles. Los primeros ca­
sos de esta «fiebre de las fábricas» fueron señalados en 1784 en los
alrededores de Manchester4: se propagó un poco de tiempo por la mayo- i
ría de tos centros manufactureros, donde ocasionó numerosas víctimas.
Por último, la promiscuidad del taller y del dormitorio daba lugar al
desarrollo de una corrupción de costumbres peligrosa, sobre todo cuan­
do se trataba de niños 5, y, desgraciadamente, fomentada por 1a conduc­
ta indigna de cierto número de patronos y de capataces, que la apro-\
vechaban para dar rienda suelta a sus bajos instintos *. Por esta mezcla ■
de depravación y de sufrimiento, de barbarie y de abyección, la fábrica
presentaba a una conciencia puritana la perfecta imagen del infierno7. !*1245

de una hilatura de seda situada en Walford (Hertfordshirc) estableció que dejaba


literalmente morirse de hambre a sus aprendices. Se mató para escapar a las
diligencias criminales. Gentleman’s Magazine, LXXI, 1157.
1 A short essay wrilten /or the Service of the proprietors of collon milis and
the persons cmployed iherein (1784), pág. 9; D obson , sir Benjamín: Humidily
in coHon spinning, pág. 8.
2 Id., ibíd. Gaskell : Mamijacturing population of England, pág. 260.
s First repon from the Central ¡loará o¡ H. !\1.’s commissioners on the em
ploymenl oj children in faetones (1885), pág. 328.
4 «Una enfermedad contagiosa so hn declarado en una hilatura, cerca de
Manchester, y ha hecho perecer a un gran número de personas. Era una fiebre
maligna que se transmitía a familias enteras. Hacía estragos en las gentes de
todas las edades, pero los que más la padecían eran los adultos.» A short essay
writlen for the Service of the proprietors of cotton milis and of the persons em-
ployed therein, págs. 4-5. Blincoe vio hasta cuarenta aprendices, de ciento sesenta,
atacados al mismo tiempo: la mortandad era tan grande que «Mr. Necdham juz­
gó prudente repartir los entierros entre varios cementerios». The Lion, I, 185.
5 Esta cuestión ha sido largamente estudiada por Gaskell, P.: Mamijacturing
population of England, págs. 64 y sgs. Véase d Report de 1816, pág. 104.
* «la indecencia grosera que reina en ciertas hilaturas de algodón supera
a la de la más baja prostitución. Loa patronos tienen conocimiento de ella, pero
seria peligroso saber demasiado sobre este capítulo... Todos los que conocen las
hilaturas saben que los directores, los capataces, las personas en general que
mandan en los talleres, han fignrado con harta frecuencia entre los autores res­
ponsables de estos escándalos.» Place, F.: Additional M SS (British Museum),
27.827, pág. 192.
T Una hilatura de Lancashirc, en 1787. fue denominada la «puerta del infier­
no , H elfs Gate. El maqumismo, se leía en un artículo del Genlleman's Magazine
Ill) PARTE I I I : LA S CONSECUENCIAS INMEDIATAS

Entre los que resistían las pruebas de estos terribles años de apren­
dizaje, muchos conservaban sus estigmas: columnas vertebrales des­
viadas, miembros torcidos^ por el_ raquitismo o mutilados por los acci­
dentes de máquinas. «La cara pálida y fofa, la estatura deficiente, el
vientre .hinchado#.1, eran las víctimas señaladas para todos los conta­
gios, a los que en el curso de su vida debían quedar demasiado expues­
tos. Su estado intelectual y moral no era mejor: salían de la fábrica
ignorantes^ corrompidos. No solo no habían recibido durante su lamen­
table esclavitud ninguna especie de "ínstrübcTóHj- sín o q u e ni" siquiera
hablan ^adquirido, pese a las cláusulas formales del contrato de apren­
dizaje, el saber profesional necesario para ganarse la vida; no sabían
nada fuera 3e la labor maquinal a la que se los habia tenido encade­
nados durante largos y crueles años 2. Por eso estaban condenados a
seguir siendo siempre braceros, ligados a la fábrica como el siervo
a .la gleba.-
No se podría juzgar, por la condición de los aprendices en las hila­
turas, la de todo el personal obrero de la gran industria. Pero si_la
opresión que se ejercía sobre los adultos no tenía el mismo carácter de
irritante crueldad, también a e1Tos~Tes bacía_la vida muy dura. Para
ellos .también Jas_horas de trabajo eran demasiado largas, los talleres
abarrotados v malsanos, la vigilancia tiránica. La arbitrariedad patro-I23
nal, a falta de la violencia, empleaba contra ellos la mala fe. Uno^de los_
abusos de que con más frecuencia tenían que quejarse era el siguiente:
con el fin de alargar las jornadas, cada instante de las cuales represen-
taba para el manufacturero una fracción de provecho cotidiano, se les
robaba literalmente una parte de_su tiempo de descanso. Durante el
almuerzo el reloj de la fábrica adelantaba de repente como por mila-
¡r, gro, de suerte que había que reanudar el trabajo cinco o diez minutos
antes que la hora fijada hubiese sonado realmente3. A veces el pro­
cedimiento era más simple y menos hipócrita: la comida y la salida

aparecido ei(\1802, «no puede ser considerado má.s que como un mal sin mezcla
de bien, mal a la vez moral, médico, religioso y político: en las grandes fábricas
parece que la corrupción, llevada a su colmo por la promiscuidad, alcanza un
I grado de virulencia cuyo equivalente se buscaría en vano fuera del infierno».
Gentleman s Magazine, LXXII, 57.
1 Gask e ix , P.: M anuíacta ring population, pág. 195. Véanse las declaraciones
ante la Comisión de encuesta de 1832.
2 The Lion, I, 181-82.
3 «Se decía que el minutero a menudo corría de golpe, cuando llegaba a lo alio
de la esfera a la hora del almuerzo; eso apenas sucedía en algún otro momento de la
jornada. Yo lo he visto con mis propios ojos correr tal vez cinco mínalos; cuando en
realidad no eran más que las doce del día, avanzaba hasta la doce y cinco...
No puedo decir cómo se hacía esto, pero pensamos todos que era para acortar
eí tiempo de nuestra comida. Habíamos barruntado la cosa, y un día una docena
de entre nosotros miraron a la ventana, justo en el moinento deseado, y ocurría,
en efecto, como se ltabía dicho.» First repon from the Central Board o¡ H. M.’s
enmmissioners... on the employment of children in faetones (1833), pág. 9.
III: LA REVOLUCION INDUSTRIAL Y LA C LASE OBRERA 411

tenían lugar cuando le placía al patrono; y les estaba prohibido a los


obreros llevar reloj H
Aquí se descubre la causa verdadera de los males imputados al ma­
qumismo: el ^¡oder absoluto y sin control del capitalista. Por lo de­
más, en "éste tiempo heroico de las grandes empresas tal poder es con­
fesad oJ_admitido, y se afirma con una brutalidad ingenua. El patrono
esta en su casa, hace lo que quiere, y no cree tener necesidad de otra
justificación. Debe a sus obreros un salario: pagado este salario, ya no
tienen nada que reclamar. Tal es, en pocas palabras, la teoría del jefe
de industria sobre sus derechos y sus deberes. Un fabricante de hilados
a quien se le preguntaba si hacía algo por sus aprendices enfermos, res­
pondió: «Cuando tomamos un niño en nuestrs talleres es con el consen­
timiento de sus padres: nos comprometemos a pagarle cierto sala­
rio por cierto trabajo. Si ese trabajo no es ejecutado, el niño está a
cargo de sus padres. — ¿El aprendiz, no tiene, pues, ninguna garantía de
ser socorrido en caso de enfermedad? — Si el patrono se ocupa de el,
es pura generosidad por su parte.» Pura generosidad, en efecto, con la
que será prudente no contar. El mismo, interrogado sobre las razones
que lo habían determinado a parar sus máquinas durante la noche, ex­
plicaba que era con el fin de dejar acumularse el agua en un depósito,
por falta de una corriente suficiente en el río vecino. «¿Si el río hu­
biera tenido un caudal más abundante, habría continuado el trabajo
de noche? — Sí, mientras los negocios fueran bastante bien. — ¿No hay,
pues, nada que le impida trabajar día y noche, si no es la falta de agua
o la disminución de los negocios? —No conozco ninguna ley en nombre
de la cual se me pueda impedir» 12. ¿Qué responder a esto mientras la
ley no haya cambiado?

III

Un discípulo de Adam Smith, en 1797, definía en estos términos la


situación del trabajador manual: «El hombre que a cambio de los pro­
ductos reales y visibles del suelo no puede ofrecer más que su trabajo,
propiedad inmaterial, y que no puede subvenir a sus necesidades de cada
día más que por un esfuerzo de cada día, está condenado por la natu-

1 «Yo estaba entonces en la fábrica de Mr. Braid... Allí se trabajaba en


verano tanto como duraba la claridad del día y no podría decir a qué hora se \ ¿
paraba. Nadie, excepto el patrono y su hijo, tenía reloj, y no sabíamos la hora, v
Había un obrero que poseía un reloj; era un amigo, según creo, quien se lo
había dado. Le fue confiscado y guardado por el patrono, porque había dicho a
los camaradas la hora que era.» A lfred: The jactory movement, I, 283.
2 Report de 1816, pág. 115 (declaración Williams Sidgwick). La ley de 1802
(42 Geo. III, c. 73) había prohibido hacer trabajar a los aprendices durante la L
noche, pero los manufactureros se ponían en regla ajustando a jóvenes obreros
sin contrato de aprendizaje. Ibíd., pág. 137.
4U PARTE m : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

raleza a encontrarse casi absolutamente a merced del que lo emplea» *.


Asi ocurría antes que la revolución industrial hubiese comenzado.
Hemos visto a los tejedores del Sudoeste, a los sastres de Londres, a los
tejedores de medias de Nottingham, sometidos al capricho de los fabri­
cantes que les distribuían trabajo a domicilio. Asimismo la suerte de
los jornaleros estaba en manos de los granjeros y de los propietarios,
de quienes dependían a la vez como obreros que vivían de su salario
cotidiano, y como cottagers establecidos por tolerancia en tierra ajena.
La oposición entre el trabajo y el capital, punto sobre el que nunca
insistiremos demasiado, es anterior en muchos siglos a la revolución
industrial. Sin embargo, jamás se habia marcado tan netamente. Por
una parte el manufacturero, poseedor de las fábricas y de las máquinas,
dispone de un poder más formidable que el de todos sus predeceso­
res: tiene sus capitales, rápidamente multiplicados por la acumulación
del trabajo humano, y tiene su utilaje mecánico, que lo sirve como un
pueblo de esclavos, y contra el cual toda lucha sería desastrosa y vana.
Por otra parte el obrero, ante este poder abrumador, se siente más dé­
bil que nunca. Si ya, las más de las veces, no estaba en condiciones de
discutir el salario que se le ofrecía, habia por lo menos, entre el patrono
y él, una apariencia de transacción, debatida individual, ya que no libre­
mente. Bajo el régimen de la gran industria el contrato individual de
trabajo no es más que el medio de consumar la servidumbre del indi­
viduo: unidad perdida en una masa, o, si se quiere, soldado regimen­
tado en un ejército, es preciso que se someta, de grado o por fuerza, a
las condiciones comunes.
¿Cuáles eran estas condiciones? ¿En qué medida diferían de las que
se le imponían al obrero antes de la gran industria o fuera de las fá­
bricas? ¿Cómo reaccionaban sobre los salarios de la pequeña indus­
tria, que empleaba todavía una población tan numerosa? Son cuestiones
de importancia capital a las que se desearía poder aportar respuestas
precisas y completas. Por desgracia, los documentos estadísticos, no
solo por lo que concierne al periodo que estudiamos, sino para todos
los períodos anteriores a las grandes encuestas y a los censos regula­
res del siglo XIX, son de una insuficiencia que hace su uso difícil y
engañoso. El último volumen de la Historia de los precios, de Thorold
Rogersa, obra a la que, por lo demás, se le puede dirigir más de una12

1 E dén: State o f the poor, I, 476. I.a idea de que la condición del obrero
ea el resultado de una especie de íatalidad económica se expresa, desde esta
época, como una verdad demostrada: «No oa posible que los argumentos de los
filántropos tengan nunca fuerza suficiente para determinar a la masa de los em­
pleadores a aumentar los salarios de los empleados, porque hay un conjunto de
circunstancias ineluctables que ni el patrono ni el obrero pueden modificar a sn
antojo y que son las que regulan las demandas de estos y las concesiones de
aquellos.» Ibíd., pág. 454
2 TncniOU) RocEfis, James E.: A history of agricullure and prices in England
H I: LA REVOLUCION INDUSTRIAL V LA CLASE OIIRE1U 413

crítica1, no contiene ninguna indicación relativa a los salarios indus­


triales*123. Las cifras anotadas en los propios lugares por observadores
dignos de confianza, como Arthur Young y los corresponsales del tioard
o/ Agriculture, las que Edén recogió, desde 1790 a 1797, para su mo­
numental compilación sobre la Condición de las clases pobres *, las que
se encuentran dispersas en gran número en los documentos parlamen­
tarios; en fin, las que hallamos directamente en los libros de cuentas
de algunas casas antiguas, escapadas por milagro a la suerte de los
papelotes inútiles, y que los historiadores estudian hoy dia metódica­
mente45*10, ofrecen garantías evidentes de exactitud. Pero eso no basta.
Tan pronto como se intenta agruparlos, aparecen enormes lagunas: re­
giones y épocas enteras permanecen en la sombra. Las conclusiones
fundadas sobre estos datos incompletos deben sernos tanto más sospe­
chosas cuanto que sabemos cómo variaban los salarios y los precios
de una provincia a otra *: las cifras más auténticas resultan las más
aproximativas, desde el momento en que se pretende sacar medias y
estadísticas generales. Con esta aproximación tosca es, empero, con lo

(1279-1793), vol. VH (1703-1793), en dos partes, publicado después de la muerte


del autor bajo el cuidado de Mr. Arthur L. Rogers, 1902.
1 Hemos indicado brevemente algunas de estas críticas en una comunicación
a la Sociedad de Historia Moderna. Véase Bulletin de la Societé dHistoire Mo-
derne, págs- 98-99.
2 Las tablas de los precios del trabajo (págs. 493-528) no nos dan apenas,
aparte de los salarios agrícolas, más que los de los obreros de la construcción.
Las tablas redactadas con ayuda de los Viajes, de Young, están consagradas ex­
clusivamente a los salarios agrícolas. Es cierto que el libro de Th. Rogers se
titula A history o j agriculture and prices. Pero se juzgaría al menos tan natural
encontrar listas de salarios industriales como la cotización diaria de las acciones
de la Compañía de las Indias (véase págs. 803-83).
3 Sobre su documentación, véase State o¡ the poor, prefacio, pags. I-IV.
* En ese orden de in v estig a c io n e s se deben tra b a jo s del m ayor valor a
G . U n w in y a sus co lab orad ores, que han dado a conocer los archivos de Sa­
muel Oldknow; a T. S. Ashton, que ha estudiado los manuscritos de Soho, de
Coalbrookdale, de lluntsman, de Horsehay y de Thorncliffe; a I. L y B. Ham-
mond, que han sabido extraer de los documentos del Home Office (Ministerio
del Interior) tan preciosas informaciones; y a J. Lord, a quien le han sido co­
municados los documentos de Tew Park, donde se encuentra una parle de la
correspondencia entre Boulton y Watt. Queda por emprender, sobre la base de
semejantes documentos y de los archivos municipales, un estudio general de la
historia de los salarios en la industria durante las primeras décadas de la era
industrial.
5 A. Young había creído poder establecer una tabla general de los salarios
agrícolas, mostrando su decrecimiento a partir de Londres. North oj England,
IV, 293-96. Pero el cuadro redactado por A. Bowlcy (W ages in the United King-
dom, apéndice) muestra que había varios centros de altos salarios, principalmente
en el Este (Norfolk, Suffolk) y en los Midlands (Warwick, Leicester, Notting-
him). Las cifras extremas son, por semana:
En 1770, 9 chelines (Surrey y Nottingham) y 6 chelines (York); en 1793,
10 chelines (Surrey) y 7 chelines (Cumberlnnd); en 1795, 11 chelines (Kent)
y 7 chelines (Cornualles). '
4M PARTE I H : LA S CONSECUENCIAS INMEDIATAS

(jila leñemos que contentarnos, mas sin engañamos sobre su valor y sin
olvidar que la verdad no es nunca más que parcial y local.
La insuficiencia de los documentos aumenta la dificultad de inter­
pretarlos, que se uiría siendo muy grande aun cuando fuesen más abun­
dantes y más seguros. Si se quiere conocer, no el salario nominal, la
suma de dinero pagada por un tiempo o un trabajo dados, sino el sa­
lario real, con eí poder adquisitivo que representa, se aborda un pro­
blema dificil y complejo, cuya solución no podría obtenerse más que
por la comparación de datos múltiples. En primer lugar sería menester
saber cuál es el importe del salario para un mes, para una estación,
para el año entero, y en qué proporción se reduce por el paro volunta­
rio o forzoso: un obrero puede estar bien pagado, y ganar poco, si no
trabaja todos los días. Sería preciso saber si tiene algunos recursos!
aparte de su oficio: era el caso del obrero de los campos, ya estuviese
relativamente acomodado y cultivara un cuadro de tierra o enviara una
vaca lechera al comunal, ya hubiese caído en la indigencia y recibiera
socorros de la parroquia. H aría falta conocer la aportación respectiva
del marido, de la mujer, de los hijos, al presupuesto anual de la fami­
lia. Suponiendo tratada esta parte del problema, quedaría otra, no me­
nos ardua. Habría que establecer, al lado de la lista de ingresos de la
economía obrera, la de los diferentes artículos de gastos. ¿Basta para
ello conocer el precio de los géneros y del alojamiento? Pero si igno­
ramos cuáles son los géneros efectivamente consumidos y su puesto re­
lativo en las necesidades y los hábitos del consumidor \ este cuadro de
precios no nos enseñará ran cosa. En resumen, para estar en condicio­
nes de concluir, habría que poseer una multitud de elementos de infor­
mación que casi siempre nos fallan, Balvo para el periodo contempo­
ráneo. En verdad no llegaremos a captar más que relaciones exteriores
y burdas entre los fenómenos: podemos establecer, por ejemplo, la di­
ferencia del salario nominal de un oficio a otro, sus variaciones durante
un cierto tiempo y las variaciones, correlativas o no, del precio de tal
o cual género. Sucede a veces que estos fenómenos siguen una marcha
lo bastante netamente dibujada como para que se pueda sacar una con­
clusión inmediata: cuando, por ejemplo, se produce una fuerte subida
de los precios sin que los salarios aumenten, o viceversa. Pero más fre­
cuentemente su interpretación es dificil, y siempre más o menos arbi­
traria, cualquiera que sea el esfuerzo que se haga para evitarlo. Tal
interpretación sería imposible sin la ayuda de documentos descriptivos,1
1 Mr. Cunningbam hace observar que los jornaleros, en la Edad Media,
podían procurarse gratuitamente ciertos artículos de consumo corriente que hoy
aa verían obligados a comprar {por ejemplo, la leña), y que ignoraban completa­
mente otros anículos que ban llegado a ser casi indispensables para la población
obrera inglesa (p. ej., el té, el tabaco). Véase Gromh o/ English industry and
commerce, II, 937-42. Hay que tener en cuenta sobre todo el lugaT cada v e *,
más importante ocupado en la alimentación por la carne y el papel de las bebidas
alcohólicas.
m : LA REVOLUCION INDUSTRIAL Y LA CLASE OBHERA «5

menos precisos quizá, pero a menudo m ás exactos que las estadísticas


incompletas.
Tratemos de despejar los hechos esenciales. Uno de los más mani­
fiestos, lo mismo antes que después de la aparición de la gran indus­
tria, es la superioridad de los salarios industriales con respecto a los
salarios agrícolas L En 1770 un jornalero recibía de cinco a seis che­
lines por semana en invierno, y de siete a nueve chelines en verano:
en el momento de la siega podía ganar hasta doce chelines 12, pero du­
rante un tiempo forzosamente limitado y en algunos distritos solamente.
En la misma época, un tejedor de cotonadas, en Manchester, ganaba
de siete a diez chelines por semana 3; un tejedor de paños, en Leeds,
alrededor de ocho chelines4 *; un tejedor de droguetes, en Braintree, en
el condado de Essex, nueve chelines A; un tejedor de mantas de Witney
0 un obrero de tapices de Wilton, once chelines y más 6, Los peinadores
de lana, que gracias a su pequeño número, a su habilidad técnica y
también, sin duda, a su precoz organización, ocupaban una situación
privilegiada entre los obreros de la industria textil, ganaban fácilmente
trece chelines por semana: este salario era aproximadamente el mismo
en toda Inglaterra, en razón de los hábitos nómadas de los einadores.
que iban a buscar trabajo de ciudad en ciudad, y en todas partes se sos­
tenían entre sí 7*. Los fogoneros de altos hornos, en Horsehay, ganaban
unos 12 chelines por semana; los herreros de Rotherbam, 13 cheli­
nes: los cuchilleros de Sheffield, 13 chelines y medio * ; los mineros
de Neweastle, 15 chelines’ ; los alfareros de Straffordshire, de ocho a
doce chelines, según su especialidad 10. Entre los obreros menos paga­
dos, hay que citar a los calceteros de telar, duramente explotados por
los fabricantes; los de Leicestcr, en 1778, llegaban n ganar cinco che­
lines, seis peniques por semana, trabajando quince horas al día; los
ile Nottingham se quejaban de que, después de haber deducido de su
salario a destajo todos los gastos de taller dejados a su cuenta, apenas
1 Circunstancia que ayudó ciertamente ni reclutamiento de la mano de obra
industrial. Véase B o w d en : Industrial society, págs. 253 y 8gs.
3 Por ejemplo, en las cercanías de Londres y en lo» condados del Este, países
de cultivo de los cereales. Y oung, A.: Southern counries, pág. 62, y North of
England, I, 171; III, 345. El salario en metálico sufría una ligera disminución
cuando el uso local concedía al jornalero una medida de cerveza ligera (¡m alí
beer); te reducía a la mitad para los gañanes, que tenían derecho a la comida
y al alojamiento (board).
3 Y o unc , A.: Nortk o/ England, III, 190.
* Id., ibíd., 1, 137.
4 Id., Southern counties, pág. 65.
4 Id., ibid., pág. 270.
7 Id., North o/ England. AsmoN: / ron and Steel in the industrial revolu-
fian, pág. 190.
’ Id., ibid., I, 115 y 123.
,J Id., ibíd., JV, 322, y B iiand : fllst. o¡ Newctistlr, II, (5111.
Y ounc, A.: North o ¡ England, III, 255, y Jt.WTT, 1„: The ceramic arl
o/ Crecí Britaúi, II, 167-68.
'lia PARTE II I : L A S C O N SE C U E N C IA S INMEDIATAS

to# quedaban cuatro chelines y medio por el trabajo de toda una se­
mana '. Pero incluso en este caso extremo, agravado por una crisis
temporal* el salario nominal apenas descendía por debajo del que re­
cibían normalmente, durante dos tercios del año, la mayoría de los
trabajadores agrícolas.
A fines del siglo, la diferencia no solo se había mantenido, sino acre­
centado sensiblemente. El salario de los jornaleros, durante esos veinti­
cinco años que vieron tan grandes cambios en el orden económico y
social, habia aumentado en notables proporciones: siete a ocho chelines
en invierno, ocho a diez durante los meses de verano, habian llegado
a ser la tasa ordinaria 1*3*. Pero los salarios industriales habían aumentado
más de prisa todavía. En 1795, los obreros empleados en las hilaturas
de algodón do Manchester, Bolton, Bury y Cnrlile, ganaban, a pesar
de las frecuentes jornadas de paro, una media semanal de dieciséis
chelines'1; especialistas como los estampadores de indianas ganaban vein­
ticinco chelines 5. Los metalúrgicos, en Birmingham, en Wolverhampton,
en Sheffield, ganaban de 15 a 20 chelines: era lo que Boulton y ^Katt
daban a sus obreros6*8. Estos altos salarios se explican por el estado

1 Fabricaban en una semana 12 pares de calzoncillos, obteniendo 7 peniques


por par, o sea 7 chelines de salario bruto. Pero de estos 7 chelines había que
deducir 9 peniques por el a riendo del telar de hacer punto, 3 peniques por el
del taller, 4 peniques de agujas, 2 peniques para el bracero que preparaba la
labor, S peniques para el fuego y la luz durante las horas de trabajo. 7 [teniques
para la costura, o sea, 2 chelines 6 peniques de gasto. Petición de los tejedores
de medias, lourn. of the House of Commons, XXXVI, 740.
3 Al año siguiente el salario medio volvió a subir de 4 chelines 6 peniques
a 6 y 7 chelines. Ibíd.. XXXVII, 371-72.
3 Fíoen, F. M .-. State of the poor. II. 11, 17, 24, 45, 135, 275, 280, 379. 395,
424, 589, 712 Los cifras citadas por Edén son de los años 1795 y 1796. Para los
aíios precedentes, véanse los Agricultural Surveys del Board of Agriculture apa­
recidos en 1794.
1 E dén: State of the poor, II, 60, 294, 360. «Traba jan raramente los lunes
y muchos de ellos paran dos o tres días por semana. Hay que reconocer, por
lo demás, que no es posible actualmente encontrar trabajo regular y sin interrup­
ción para todos los que lo desean.» Id., ibíd., II, 357.
5 Minutes of evidente taken before the commiltee to xuhom the petitlon of
severai joumeymen callico-printers... was referred (1804), pág. 17. Radcliffe los
describe así: están «bien vestidos, los hombres llevan un reloj en el bolsillo de
su chuleco, las mujeres van trajeadas como les place», en sus casas se ven «ele­
gantes relojes de caoba, bellos juegos de té de porcelana de Staffordsbire con
cucharas y pinzas para el azúcar, de piala o de plaqué». R a d c l iff e : Origin of
the new system, etc., pág. 67.
8 Edén, ob. cit„ II, 655, 739, 873. Los obreros de Boulton y Watt se ajus­
taban, mediante contratos escritos, por un período de cuatro o cinco años. Un
gran número de estos contratos han sido conservados en los manuscritos de Sobo.
Los salarios aumentaban desde el primero al úllimo año, según una progresión
prevista. Joseph Hughes, herrero y ajustador, alistado el 27 de julio de 1795,
debía ganar 16 chelines por semana durante el primer año, 17 durante el segun­
do, y «sí sucesivamente hasta 20 chelines. En 1800 renovaba su compromiso por
un periodo de cuatro años, con la promesa de un salario invariable, que debía
III : LA R EV O LU C IO N IN D U ST R IA L V LA C L A S E ODRERA 417

floreciente de las industrias textiles y metalúrgicas, por el desarrollo


rápido que habia seguido a la transformación de su utilaje y de sus
procedimientos. Y se comprende sin dificultad la atracción que han
ejercido sobre las poblaciones rurales, a las que tantas otras causas con­
currían a apartar de la tierra.
De las cifras que acabamos de citar, no hay que apresurarse a con­
cluir que el advenimiento de la gran industria haya tenido por conse-
<uencia el alza general de los salarios. Esta alza, como se verá pronto,
fue más aparente que real, y, en la mayoría de las industrias, fue seguida
de una baja tanto más desastrosa cuanto que la afluencia de la mano
de obra habia sido más grande durante los buenos años. Fue así como
empezaron las tribulaciones lamentables de los tejedores ingleses. La
situación ventajosa en que se habían encontrado a raíz de la invención
de las máquinas de hilar, cuando no halda en toda Inglaterra suficientes
lanzaderas para convertir en tela el hilo producido por las jemu.es y los
water-frames l. no fue de larga duración. El ano 1792 marcó, para los
tejedores de algodón, el apogeo de esta prosperidad efímera. Los obre­
ros'que tejían los cálicos y los fustanes ganaban de 15 a 20 chelines por
semana; los que tejían los terciopelos y las muselinas finas, de 25 a 30
chelines *. Pero al año siguiente, la crisis de la industria algodonera tuvo
sobre sus salarios una repercusión inmediata. En Bolton, los fabricantes,
para limitar la extensión terrible del paro, fijaron, de común acuerdo,
un máximo de trabajo para los obreros a domicilio; este máximo co­
rrespondía a un salario de 10 chelines por semana*1234. Desde entonces
la baja fue continua. El tejido de una pieza de terciopelo, pagado a
cuatro libras en 1792, no reportó al obrero más que dos libras 15 che­
lines en 1794; dos libras en 1796, una libra 16 chelines en 1800.
Y al mismo tiempo la longitud de las piezas aumentaba: en lugar de
40 yardas, hacía falta tejer 50; un buen obrero, trabajando catorce
horas al día, a duras penas llegaba a ganar cinco o seis chelines de un
domingo a otro 't.

elevarse a 21 chelines por semana. En los contratos firmados entre 1780 y 1790
los salarios, sensiblemente más bajos, varían enlro 11 y 15 chelines. El mismo
género de documentos se encuentra en los edgweds M SS de Stolce on Trenf.
Se hallará en U nwin, C., ob. cit., págs. 167-69, un interesantísimo resumen de
documentos relativos a los salarios pagados en Mellor en 1792 y 1793.
1 Entre 1780 y 1790 el precio de un telar se triplicó. Véase Journ. o) the
House o j Commons, LVIII, 884-85.
2 Report upon the petitions o¡ masters and journeymen weavers (1800), pá­
ginas 11-13. Encuesta en los Journals o/ the House of Commons, LV, 487 y 493
(declaraciones de James llolcroft, tejedor en Bolton, y de. Daniel Uuret, tejedor
en Oldham).
3 Report Irom the eommittee... on the petitions o/ seueral cotton mannjac-
lurers and journeymen cotton weavers (1808), |iág. 21.
4 Journ. of the House o/ Common.\. Ion. rit. Tu thr nohility, geniry and
peopte oj (ireat Hritain. manifiesto de los tejedores, l ’lacc M SS , Hritish Museum,
Addilional M SS, 27.828, pág. 199.
MANTOUX.— 27
418 PARTE m : L A S C O N S E C U E N C IA S IN M ED IATAS

¿Cómo explicar esta baja? La crisis de 1793 solo fue, evidentemen­


te, la causa ocasional. En esta época, y en esta rama de la industria,
no se podia tratar de la competencia hecha por la máquina al trabajo
manual: el uso del telar automático estaba todavía tan poco difundido,
que los obreros, cuando presentaron sus lamentaciones al Parlamento,
no hicieron a él la menor alusión. Lo que causó la depreciación de la
mano de obra fue únicamente su abundancia excesiva. El número de
tejedores, en un principio insuficiente, se habia acrecentado más de lo
razonable, y entre los recién venidos se encontraban muchos campesinos,
habituados a contentarse con salarios inferiores, y dispuestos a some­
terse sin murmurar a las exigencias de los fabricantes *. Atraídos hacia
la industria por los salarios elevados del período precedente, precipita­
ron el movimiento determinado por la competencia, y bien pronto agra­
vado por el maquinismo.
En la industria de la lana, en retraso en todos conceptos con res­
pecto a la del algodón, las mismas causas produjeron los mismos
efectos, pero con más lentitud. No hubo subida de salarios comparable
a la que habia acompañado al Ímpetu de la industria del algodón, salvo
en algunos distritos privilegiados y por razones enteramente locales.
Mientras que en Leeds la ganancia semanal de un tejedor se elevaba,
en 1796, hasta 18 chelines*, y que en cieitas localidades de Wiltshire
alcanzaba una guinea1*3, en todas las demás partes apenas pasaba de
11 ó 12 chelines4. La baja fue también menos pronunciada, incluso
durante las guerras de la Revolución y del Imperio. Pero lo que las
estadisticas no dicen es que el paro, endémico desde bacia mucho tiem­
po en centros como Norwich, donde la industria habia cesado de des­
arrollarse y de donde la vida parecía retirarse dulcemente, se convertía
en un mal general. Los obreros más hábiles, favorecidos por el sistema
del trabajo a destajo, aún se ganaban la vida, pero en detrimento de la
masa de obreros mediocres, que ya no encontraban trabajo. Los fabri­
cantes sacaban ventaja de ellos: «En Yorkshire, declaraba un testigo
ante la Comisión de 1806, han tomado como regla el tener siempre a
mano más hombres de los que pueden emplear, en una proporción del
33 por 100, de suerte que nos vemos reducidos a cruzarnos de brazos
durante una paite del año» *. Asi se hacia oir, desde los primero; años
del siglo XIX, la triste queja de los tejedores. Su descontento se tra-

1 Es lo que muestra muy bien G a s k e l l : Artizans and machinery, pág. 34.


De ahí la gravedad de la situación después de 1815. cuando la terminación de
las guerras napoleónicas tuvo por consecuencia un nuevo crecimiento de la mano
de obra. Véase C hapm an : The Lancashire cotton industry, pág. 46.
* E dén: State of the poor, II, 847.
3 En Chippenham y Bradford-on-Avon. Report /rom the com.miU.ee on the
State of the ttioollen manufacture in England (1806), pág. 438. Edén, I, 782.
4 Edén, II, 753 (Kendal, 8 a 12 chelines); 810 (Bradford, 7 a 11 chelines);
820 (Halifax, 7 a 11 chelines).
* Report on the woollen manufacture 0806), pág. 111.
m: LA REVOLUCION INDUSTRIAL Y LA CLASE OIIREHA 419

ducía ya por una sorda agitación y por frecuentes apelaciones a los


poderes públicos1. Con todo, todavía estaban lejos de hnber alcanzado
el horrible estado de miseria que, treinta años más tarde, hizo de ellos
el ejemplo clásico de los artesanos victimas de la revolución industrial.
El maquinismo todavía no reaccionaba más que de rechazo sobre
la condición de los tejedores. Otras categorías de trabajadores expe­
rimentaban directamente sus efectos. Entre estos se hallaban los peina­
dores de lana, que durante tanto tiempo habían formado, entre los
obreros de las industrias textiles, una minoría orgullosa y privilegia­
da a. El invento de Cartwright puso fin a sus pretensiones, humillando
el valor reconocido de su habilidad profesional. Sus salarios, hacia poco
superiores en un 50 a un 60 por 100 a los de los tejedores, descendie­
ron más o menos al mismo nivel1234*. El u r o de la peinadora mecánica no
se generalizó sino mucho más tarde <l. Pero la sota amenaza de emplearla
era, en manos de los patronos, un medio de detener las reivindicaciones
y de quebrantar las resistencias. La invención de la tundidora tuvo las
mismas consecuencias para los tundidores de paños, otra corporación de
obreros de selección: la parte que tomaron en los sangrientos motines
de 1811-1812 testimonia sus inquietudes y sus iras, cuando se vieron
expuestos a quedar en el número de los braceros, auxiliares y esclavos
de las máquinas.
Los salarios más bajos eran, como siempre, los de las mujeres y los
niños. Por eso se los empleaba en las fábricas, con preferencia a los
hombres. Los niños de las parroquias, las más de las veces no cobraban
salarios en dinero. Se contentaban con alojarlos y alimentarlos, ya sa­
bemos cómo. En cuanto a aquellos aprendices que no habitaban en la
fábrica, era preciso pagarlos: en las hilaturas de algodón, donde des­
empeñaban las funciones de descargadores (dojjers) y de anudadores
( piecers) *, recibían, según su edad, de uno a cuatro chelines por se­
mana fi. Las hilanderas con jenny o con mulé no ganaban mucho más:
un salario de cinco chelines parece haber sido el máximo7. Por exiguos

1 En ocho años cuatro encuestas fueron provocadas por sus peticiones: la


de IBOO, que concluyó con la institución de un sislema de arbitraje entre obreros
y patronos; la de 1802, a propósito del uso del gig mili en las provincias del
Sudoeste; la de 1806, sobre el estado de la industria de la lana, y la de 1808,
sobre el proyecto de un salario mínimo.
2 Se hacían llamar «gentileshombres peinadores» y en la taberna se negaban
a beber con loa demás obreros. Webb: Hist. of Traite Unionism, pág. 38.
3 13 chelines por semana en 1770. Y o u n c , A.: Southern counties, pág. 270.
9 a 10 chelines en 1795. E d é n : State of the poo r, 11, 385, 810, 820.
4 Después de la gran huelga de 1825. Véase Wkiib: flist. of Trade Unionism,
pág. 100.
3 El doffer vigila la máquina do cardar y recoge el algodón al salir de esta
máquina; el piecer anuda los hilos roma diuanlc la operación drl hilado.
* Hilatura de Wirksworth, cerca do Dorhy, 1797. Ehkn: State of the
poor, II, 130.
7 Las hilanderas de laiau, en KenVItil, gnnolran 4 chcllno»; en Lcicester, de
420 PARTE II I: LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

que nos parezcan estos salarios, es cierto que al menos eran equivalentes
a los del período anterior l. Nunca el trabajo femenino y el de los niños
había sido objeto de tal demanda. Pero precisamente este uso cada vez
más general de una mano de obra inferior y barata constituía para los
obreros adultos un verdadero peligro. Fueron los progresos del maqui-
nismo los que apartaron este peligro después de haberlo suscitado: a
medida que el utilaje mecánico se desarrollaba, su manejo se hacia
más difícil. Muy pronto hubo que renunciar a los talleres poblados de
aprendices. Aquí, como en todas las grandes transformaciones, fue sobre
todo la transición la que estuvo, para los individuos, llena de dificul­
tades y sufrimientos. Pero se prolongó durante años, tan dolorosa como
fecunda, mereciendo, a pesar de sus beneficios ciertos, la instintiva
maldición de la muchedumbre.

IV

Lo que agravó singularmente los males fueron las circunstancias


críticas que atravesó Inglaterra desde 1793 a 1815. El aumento del
salario nominal, que hemos comprobado en la mayoría de las industrias,
no guardó proporción con el alza de los precios causada por la guerra.
Las Islas Británicas recibían ya del exterior una parte de los géneros
consumidos por sus habitantes, principalmente cereales, cuya importa­
ción se había acrecentado mucho desde 1770 23. El menor obstáculo en
el curso regular del comercio marítimo bastaba en adelante para sus­
pender sobre la población inglesa la amenaza de la escasez. Los dos
primeros tercios del siglo XVIII habían sido un período de abundancia
relativa y de vida barata3. Fue entonces cuando lo confortable— palabra
nueva, cosa nueva—había hecho su aparición, no solo en la burguesía,
sino en el pueblo mismo, con los zapatos de cuero y el pan blanco. Los
años de 1765-1775 marcaron una época de detención en el progreso
del bienestar general. El país, probado en la desgracia por una suce­
sión de malas cosechas, resonó de quejas sobre la carestía de los ví­
veres 4: el precio del trigo, que desde 1710 raramente había pasado
2 a 4; en Newark (Nottinghamshire), de 1 chelín 6 peniques a 5 chelines: cerca
de Northampton. 3 chelines. Id., ibid., 385, 563, 753, y Donaldson, J . : Genera
vicw of the agricultura in the county of Northampton (1794), pág. 12.
1 Las hilanderas de los alrededores de Manchester, en 1770, ganaban de
2 a 5 chelines a la semana. Y o u n c , A.: North o j England, III. 192.
2 Esta importación variaba mucho de un año para otro, según que la cosecha
hubiese sido buena o mala. En 1781 se elevo a 160.000 quarters, en 1785, a
94.000 quarters solamente; en 1790, a 216.000; en 1793, a 482.000. General report
on endosares, pág. 355. ,
3 Véase Rogers, Thorold: Six centuries o j works and u>age$, pags. y
siguientes. Las cifras extremas, en las labias de Eton College, son 53 chelines
4 peniques en 1757 y 22 chelines 1 penique en 3744.
1 Tablas de Eton, publicadas por T ooke: H í m . oj price$> II, 387-89. E dén:
III: LA REVOLUCION INDUSTIUAI. V LA CLASE OIJUUHA 421

de 45 chelines el quarter, y que muchas veces había descendido por


bajo de 25, alcanzó, en el verano de 1773, 66 chelines en el mercado de
Londres1. En muchos sitios se produjeron disturbios: molinos, alma­
cenes, mercados, fueron invadidos y saqueados por la multitud a. Pronto
bajaron los precios, pero sin volver nunca al nivel del período prece­
dente. Una coseclia mediocre bastaba para causar penurias locales. Se
vio un ejemplo de ello en 1783: fue con ocasión de un motín que había
estallado en Staffordshire*123, cuando VVedgwood escribió su Discurso
a los jóvenes habitantes del Distrito de las alfarerías. La condición de
las clases laboriosas era ya desde ese suceso bastante precaria cuando
en 1793 comenzó la gran guerra franco-inglesa.
Durante los dos primeros años de esta guerra, los acontecimientos
exteriores no tuvieron influencia apreciable sobre la cotización de los
géneros. El trigo, que valía en 1792, 47 chelines el quarter, no subió
más que a 50 chelines en 1793 y a 54. en 1794. Pero en 1795 y 1796, es­
taciones desfavorables causaron un alza sin precedente. La media de
los precios rebasó los 80 chelines. En el mes de agosto de 1795 llegó
hasta 108 chelines4. Esta crisis perniciosa fue seguida de un recalmón:
cosechas excepcionales, más aún que las medidas tomadas para fo­
mentar la importación de granos 5, restablecieron la abundancia. EL

State oj the poor, III, lxxv-lxxviii, y el Abstract of the answers and retaras to
the Population Act 11 Geo. ¡V , I, LII, dan cifras un poco diferentes. Comparad
con las tablas de R ocers , T u .: Hist. oj agriculture and prices, VII, 4-229.
1 Véanse las numerosas peticiones contenidas en los Journals of the House
of Commons, tomo XXX. Entre los folletos publicados a este propósito, citemos:
An inquiry into the causes of the high price of provisions (¿por William Vaug-
ham?), 1767, y An inquiry into the connection between the present prices of
provisions and the size of farms, by a Farmer (J. A R B U T H N o r), 1773. Véase
Y oung, A.: Political Arithmetic, I, 42.
2 En Bath y en Malmesbury los amotinados se apoderan de los sacos de grano
y los venden a 5 chelines el celemín; en Oxford, la harina cogida en los molinos
es distribuida en la vía pública; en Leicester se intenta forzar las puertas de la
cárcel; cerca de Kidderminster tiene lugar una escaramuza en la que resultan
muertos ocho hombres. Annual Rcgistcr, 1766, pág. 140. Análogos hechos en
Birmingham. Durante algunas horas el pueblo es dueño de la ciudad y decreta
un máximo de lodos los géneros. Clarke: Hist. of Birmingham, III, 60-61.
3 Barcos cargados de harina y de quesos fueron detenidos en el Grand
Trunk Canal; una compañía de fusileros galeses, enviada para restablecer el
orden, encontró resistencia e hizo uso de las armas. El asunto terminó con varias
condenas, una de ellas a pena de muerte. Derby Mercury, 20 de marzo de 1783.
Ni Thorold Rogers (VII, 183) ni las cuentas de Eton permiten comprobar en
1783 un alza general. Th. Rogers da para el invierno de 1782 precios de 53 a
58 chelines; pero hallamos ya 57 chelines en el mes de agosto de 1782 y 55
chelines 6 peniques en el mes de mayo de 1781 (págs. 176 y 179).
4 T ooke: Hist. of Prices, II, 182. Las causas naturales se mezclun aquí a
las causas artificiales de lal manera que es difícil distinguir sus efectos respecti­
vos. La hipótesis más razonable consiste en atribuir las variaciones de los precios
de un año para otro a la diferencia de las estaciones, y su tasa generalmente ele­
vada a la insuficiencia de las imporl,aciones durante todo el tiempo de la guerra.
5 Las sumas entregadas durante el año 1796 u título de primas a la impor-
422 PARTE I I I : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

q u a rte r de trigo costó 62 chelines en 1797 y 54 en 1798; la cotización


descendió inclusive un instante por debajo de 50 chelines. Mas du­
rante el invierno riguroso de 1798-1799, se reanudó el alza, más fuerte
que nunca: el precio subió a 75 chelines ocho peniques en 1799, a
127 en 1800. a 128 y medio en 1801 Eran literalmente precios de
hambre: el pan de cuatro libras se vendió hasta un chelín 10 peniques,
a cinco peniques y medio la libra. El Parlamento, asaltado de innu­
merables peticiones, hizo encuesta sobre encuesta3 y se ingenió para
encontrar los medios de remediar el mal. Con objeto de reservar para
la alimentación todo el grano disponible, se cerraron las destilerías y
las fábricas de almidón3; los particulares fueron invitados a reducir
a lo estrictamente necesario su consumo de pan; se propuso fomentar
mediante primas el cultivo de la patata*1. Con la misma intención fue
votada la ley de 1801, destinada a hacer más rápido y menos costoso el
procedimiento obligatorio de las endosares: se confiaba en evitar el
retorno de la escasez, merced al progreso de la agricultura. Una sola
medida podía ponerle fin: la conclusión de la paz, exigida por el
clamor de la masa del pueblo inglés. Al dia siguiente de los prelimina­
res de Londres, cuya noticia fue acogida con transportes de júbilo, el
precio del trigo bajó a 72, y luego a 66 chelines *. Pero la mejora
aportada por la paz fue provisional como la paz misma. Por lo demás,
era totalmente relativa: los precios que en 1802 parecían moderados,
y cuya reaparición fue estimada como un beneficio, eran los que,
treinta años antes, habían provocado motines.
No eran solo los precios de los cereales, sino de todos los géneros
de primera necesidad los que habían aumentado, hasta el punto de
hacer pesar sobre los más pobres una carga intolerable. Entre 1770 y
1775, la carne costaba de tres a cuatro peniques la libia, el queso a
tres peniques y medio, la cerveza a ocho peniqucH el galón, las patatas

tnción bc elevaron a 573.418 libras 4 chelines 9 peniques. Repon from t h e select


committee appointed to consider the most eflectual means of laciUtating the en-
closure and improvement o/ the Waste, uninclosed and unproductive land.s t1nLKJ
pig. 224.
1 T ooke, ob■ cit., I, 188, y II. 387 y sgs.
a Ls comisión encargada de examin r la cuestión de las subsistencias ( Com-
mitlee on the high price o/ provisions) presentó seis informes en 1800 y siete
en 1801. Estos informes deben consultarse. Véase también lo* debates en la Cá­
mara de los Comunes (12 y 26 de noviembre de 1800) y en la Cámara de los
Lore* (14 de noviembre y 15 de diciembre de 1800). Parí. History, XXXV, 786*
832 y 837-854.
3 41 Gco. Til, c. 3.
« Estas primas debían ser distribuidas a los cottngcrs por los jueces de paz.
Reports /rom the committee appointed to consider the presenl high price of pro­
visions, pég. 132.
» fíentlcman’s Magazine, tomos LXXI y LXXII (1801-1802) (cuadros mensua-
lns ilc loa precios en el mercado de Londres).
III: L A R E V O L U C IO N I N D U S T R IA L Y LA CLASE OUIIKHA 423

de un chelín a chelín cuatro peniques el celemín entre 1795 y 1800,


la libra de carne valia, según las regiones, cinco, seis y ocho peniques;
la libra de queso, de siete a ocho peniques; el galón de cerveza, 10 ó 12;
el celemín de patatas, de dos a tres chelines, y esto al comienzo de los
malos años, cuando el trigo no estaba todavía más que a 80 chelines
el quarter *. Mas querer construir con ayuda de estos datos aproxima-
tivos una curva general seria, a nuestro entender, una empresa teme-
raria, que no se podría obtener más que a expensas de la probidad
científica; a jo rtío ñ , una comparación, en términos matemáticos, entre
el movimiento de los precios y el de los salarios, correría el riesgo de
no ser más que una mixtificación. Es menester apelar a los testimonios
directos, a las descripciones concretas, que pongan ante nuestra vista
la condición del obrero inglés a fines del siglo xvin.
Artliur Young, que visitó Francia en vísperas de la Revolución,
podía trazar de la miseria y los sufrimientos populares un cuadro muy
ventajoso para su pais: en cada página de su libro resuena el senti­
miento orgulloso de esa superioridad envidiable que entonces tenia In­
glaterra sobre Francia y sobre todas las naciones del Continente. La
diferencia, con seguridad, era grande; sin embargo, no habría que
exagerarla. En los campos ingleses, el jornalero se alojaba y se vestía
mejor que en Francia y ayunaba con menos frecuencia; pero su régi­
men ordinario no era, ni mucho menos, lujoso. En los condados del
Sur, a menudo se veía reducido a alimentarse, durante todo el año, de
pan y de queso. En el Norte, añadía gachas de cebada o de avena rocia-

1 El celemín inglés equivale a 8 galones o 36,35 litros. [En realidad se trata


del b u s k e l; el celemín, en francés b o isse a u , equivale más bien al p e c h , que es
1/4 de b u sk e l. (N . d e l T . ) ] Véase Y ounc , A.: S o u th e rn c o lin d e s, págs. 48, 62,
65, 152, 154, 157, 171, 187, 193, 253; E ast. o/ E n g la n d , IV, 311-26; N o r t h of
E n g ln n rt, t, 171, 313; II, 255; III, 12, 25, 134, 255, 278, 349; IV, 275 y sgs. Com­
partid con las cifras de T horold R ocers, V II, 291 y 557-58.
2 Edkn ; S t a te o f the p o o r, II, 11, 17, 24, 29, 74, 130, 275, 357, 379, 385,
565, 753, 782, 810, 812, etc. T horold R ocers, V II, 351 y 591. S i se toma el
punto de comparación más alto la diferencia es más marcada aún. He aquí los
precios de los géneros en Nottingham en 1742 y 1796, según los documentos con­
sultados por Mr. y Mrs. W e bb :

1742 ET96-1906 1742 1796- 1806


0 ch. 3 p. 1 ch. 3 p. I 1ch. 2 p. 5 ch. 6p.
Q ueso, la lib r a ..... O 2 0 S 2 patos................ ....... 1 2 5i 6fi
0 3,5 I 3 0 g
Sal, .......... 0 I 0 4,5 jabón, la libra............ 0 3,5 0 10
Buey, .......... 0 3 0 9 Velas. • ........... 0 4 0 10
O 1,5 0 7 1 0 A 4
Vaca. * ..... 0 1,5 0 8 0 8 3 1,5
Cerdo, » ..... 0 2 0 8 Mnllo, t ......... . 1 c 8 6
Tocino salado, > ..... 0 3.5

ll'e b b M S S , T e x tile s , Vf, 5.


4.'4 PARTE III: LAS C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

da» de suero F La patata, aunque su cultivo se hubiese difundido en


Inglaterra mucho antes que en Francia*23, ocupaba en la alimentación
popular un puesto todavía variable, en unas partes muy importante y
en otras casi nulo \ En cambio, es sorprendente comprobar los pro­
gresos hechos en el siglo XVIII por el consumo del té 4, convertido en
la bebida habitual de todos los que encontraban la cerveza demasiado
cara: los más pobres, antes que pasarse sin él, lo bebían sin azúcar.
Pero la carne no aparecía sino raramente en su mesa 5: los magistrados
de Hampshire, en 1795, expresaban un deseo que parecía bien lejos
de realizarse, cuando pedían que el trabajador de los campos pudiese
comer carne al menos tres veces por semana 6.
El obrero de las ciudades, bajo este aspecto, tenía una participa­
ción un poco mejor. Para él, la carne había dejado de ser un manjar
de lujo 7. Y sin duda habría podido comprarla más a menudo si hubie­
ra sabido reducir su consumo de cerveza y de ginebra. Pero no hay que
olvidar que el alcoholismo, cuyos estragos experimentaba Inglaterra
desde hacía largo tiempo, es un resultado tanto como una causa de la
miseria: la existencia de las straw-houses, donde era posible embria­
garse por unos peniques, y donde el tabernero proporcionaba gratuita­
mente un lecho de paja fresca a los clientes incapaces de volver a su
domicilio 8, no cabe considerarla como un signo de bienestar en las
x E dén: State of ihe poor, I, 4.96, y JI, 812; Armáis o j agriculture, V II, 50.
2 Hacia 1770 había adquirido ya tal importancia en Lancashire que «el cul­
tivador, a menudo, esperaba más de una buena cosecha de p atatas que de una
cosecha de trigo o de cualquier otro grano». En f ie ld : Hist. of Liverpool, p á­
gina 5. Th. R ogers cita precios de la patata con fecha de 1734, Hist. of agri­
culture and prices, VII, 555.
3 Véanse los presupuestos fam iliares, en 1795-1796, dados por E d é n , II, 767,
770, y III, cc c x x x ix y sgs. Para cuatro fam ilias de cultivadores de Bedfordshíre,
el gasto en patatas varía de 3 peniques a 1 chelín 3 peniques por semana.
* En el presupuesto de un tejedor de Kendal (Lancashire), en 1795, el gasto
de té y de azúcar representa el doble del gasto de cerveza y casi la mitad del
gasto de pan y de harina. Ibíd., II, 767. E l consumo del té reemplazaba muchas
veces al de la leche, que se había puesto demasiado cara, D aves, D.: The case
o l labourers in husbandry, pág. 37. En semejante caso no era de ningún modo
un signo de comodidad.
5 «Alimento de los pobres: pan y queso con leche o agua y un poco de
cerveza. Nunca carne, salvo los domingos.» Armáis o¡ Agriculture, VII, 50 (Bre-
conshire, P aís de Gales, 1787).
e «La carne y la cerveza forman parte de lo estrictamente necesario en la
subsistencia del jornalero, si se quiere que sea capaz de producir un trabajo s a ­
tisfactorio p ara sí mismo, p ara los que lo emplean y p ara la sociedad en general.
Debería comer carne una vez al día, o cuando menos tres veces por semana. Es
a la insuficiencia del consumo de cante y de cerveza a lo que hay que atribuir
diversos hábitos perniciosos, entre otros el u so de las bebidas espirituosas.»
Armáis of Agriculture, X X V , 365 y sgs.
7 Edén, ob. cit., II, 60 (obreros de industria del algodón, en Carlisle), 753
(tejedores de lana, en Kendal), 873 (obreros del hierro, en Sheffield).
8 Place MSS, Brilish Museum, Additional M SS, 27.82,5, pág. 186. Los pri­
meros esfuerzos intentados para atajar el mal datan de 1736. E s la fecha del
I ir : L A R E V O L U C IO N I N D U S T R I A L Y L A CLASE O DRERA 425

clases laboriosas. En los años de hambre no se veía disminuir la em­


briaguez en la proporción en que crecía la escasez pública: los obre­
ros continuaban bebiendo ginebra, mientras que en su casa no tenían,
para alimentar a sus hijos, más que pan y patatas enmohecidas1
La revolución industrial no íue la causa de estos padecimientos, que
se sintieron menos cruelmente en la Inglaterra manufacturera de 1800
que en la Francia rural de 1789. Los agravó, sin duda, en la medida
en que el uso de las máquinas condujo a la supresión o a la reducción
de la mano de obra. Pero donde sus efectos fueron más directos y más
desastrosos fue en lo concerniente a la vivienda. El crecimiento apresu­
rado de los centros industriales tuvo por resultado inmediato la super­
población con sus peores consecuencias. Manchester, antes de 1800, tie­
ne ya sus barrios obreros, de callejuelas estrechas y sórdidas, de casas
destartaladas, cuyas habitaciones no bastan para contener la población
macilenta y débil que en ellas se hacina. Muchas personas viven en
sótanos sin aire y sin luz: «En ciertas partes de la ciudad—se lee en
un informe médico de 1793—estos sótanos son tan húmedos, que hay
que considerarlos como absolutamente impropios para ser habitados...
Yo he visto a más de una familia de trabajadores arrebatados por la
enfermedad por haber residido algún tiempo en estos sótanos en los
que el agua rezuma de las paredes... Los pobres sufren sobre todo la
insuficiencia de los medios de ventilación. La fiebre es su consecuencia
habitual, y he visto muy a menudo casos de tisis que no tenían otro
origen.» No menos malsanos son los pisos amueblados de baja clase,
donde los recién llegados se hospedan por la noche: «El horrible es­
pectáculo que estas casas presentan es difícil de describir: un inquilino,
venido de su pueblo la víspera, se acuesta a menudo en un lecho todavía
infectado por la mugre que ha dejado el último ocupante, o sobre el
cual el cadáver de un hombre muerto de fiebre estaba tendido hace
apenas unas horas» *12. El cuadro que los filántropos y los reformadores,
folleto famoso Distilled liqu or the bañe of the nation. Una pelición presentada
por los jaeces de paz del condado de Middlesex provocó la intervención del P ar­
lam ento; las bebidas espirituosas fueron gravadas con derechos de sisa muy ele­
vados y la compra de una licencia impuesta a los expendedores. La venta de
ginebra incluso fue prohibida durante algún tiempo, pero esta prohibición, muy
difícil de hacer respetar, cansó disturbios en Londres y en otras varias ciudades.
1 V éase Cárter. T u .: Mem oirs o/ a working man, pág. 43: «Mi padre no
gan aba m ás de 10 chelines 6 peniques por semana, y mi madre, con su pequeña
escuela, añadía 2 ó 3 chelines. Con muy pocos recursos, aparte de esla renta
lan insuficiente, tenían que subvenir sus necesidades y las de sus hijos en una
época en que el pan de cuatro libras se vendía al precio exorbitante de 1 che­
lín 10 peniques. En consecuencia, tuvimos que conienlarnos con una alimeniación
fnás que fru gal... Las púlalas eran también mus caras y de peni’ calillad, debido
a la humedad del verano precedente (1700). Un cuarto de peck, que costaba
4 peniques, rociado con im poco de sebo derretido, y una ración muy pequeña
de pan constituían la comida do la ítumliu.n (1 prole 0,01160 litros.)
2 Comunicación de) doctor Ecrriiir u ,1o Comisión para la organización de la
policía de Manchester, 1790 (citado por A ik in : A de.tcriplion of the courítry
■m PARTE in : LAS consecuencias inm ediatas

medio siglo más tarde, pusieron ante la vista del público espantado, es
más sombrío aún que este A. A medida que se agrandaron las ciudades in­
dustriales, el mal cundió en extensión, cuando no en gravedad: su natu­
raleza y sus causas permanecieron las mismas.
Por medianamente alojado, por mal nutrido que estuviese, el obrero
inglés no conseguía reducir sus gastos en proporción con el alza de los
precios. Las más de las veces superaban a sus recursos. En las épocas
de crisis, el presupuesto de una familia obrera, por poco numerosa que
fuese, estaba casi constantemente en déficit *. Para enjugar este défi­
cit, se veía forzada a apelar a la caridad pública: un estudio sobre la
condición de las clases laboriosas en Inglaterra no es completo si no
trata la cuestión del workhotise y de la ley de los pobres.

La ley de los pobres, que forma uno de los capítulos más origina­
les*
3 de la legislación inglesa, data del reinado de Isabel4. Su objeto
2
1
primitivo, como el de las medidas de que es consecuencia y culminación,
parece haber sido la represión de la mendicidad y el vagabundeo tanto
como el alivio de la miseria. Está marcada a la vez por un sentimiento
de caridad cristiana y por un violento prejuicio social. La idea de que
la limosna es una obra pía y redime los pecados, conducía a distribuir
socorros ampliamente y sin discriminación; pero no excluía en absoluto
la desconfianza y el recelo con respecto a los que la recibían. De ahí
las alternativas de debilidad y de rigor en la aplicación de esta ley:
las más de las veces fue el rigor quien venció. Se trataba de hacer des-

fro m th ir ly lo f o r t y m ile s r o u n d M a n c h e s le r , pág. 193). E l doctor Ferriar, médico


en Manobester, fue un precursor en cuanto al estudio de las condiciones sanita­
rias en los barrios industriales donde ejercía. Véase B o w o e n : I n d u s t r ia l s o c ie ly
in E n g la n d lo w a r d che e n d o f t h e X V l l l t l i c e n tu ry , país. 265-66, y F erriar, doctor:
M e d ic a l h is to r ie s a n d r e fle c tio n s, 3 vols., Londres, 1792.
1 K a y , J. P.: T h e m o r a l a n d p h y s ic a l c o n d itio n o f th e uiorlcing c la s s e s
(1832); G askell , P.: T h e m a n u fa c tu r in g p o p u la tio n o f E n g la n d , i t s m o r a l, s o c i a l
a n d p h y s ic a l c o n d itio n s (1833); A r tiz a o s a n d m a c h in e ry (1836, reedición de la
obra precedente); B dret , E.: L a m ise r e d e s c la s s e s la b o r ie u s e s e n F r a n c e e t
e n A n g le te r r e (1840); C oOk E-Taylor , W.: N o t e s o f a t o a r in th e m a n u fa c tu r in g
d i s t r i c ls o f L a n c a s h i r e (1842); E ncels , F.: D ie L a g e d e r a r b e ite n d e n K l a s s e in
E n g la n d (1844).
2 E dén : S t a t e o f t h e p o o r, n , 767-70, y III, cccxxxix.
* Ash le y , W. ( In tro d u c tio n to E n g lis h eco n o m ic h isto r y a n d th e o ry , tra­
ducción i r ., 11, 349409) ha mostrado que esta originalidad está lejos de ser ab­
soluta. Instituciones análogas han existido en los Países Bajos, en Francia y en
Alemania. Pe o su evolución, a partir del siglo xvn, ha sido completamente di­
ferente.
4 No íuo promulgada de una sola vez. La ley de 1536 (27 Henry V III. c. 25)
impuso a las parroquias el deber de socorrer a los indigentes. La ley de 1572
( Id F.liz., c. 5) creó el impuesto de los pobres y prescribió a los jueces de paz
III: L A R E V O L U C IO N I N D U S T R IA L Y L A CLASE OIIHEIIA 427

aparecer la clase peligrosa de los mendigos profesionales, que había


adquirido, a mediados del siglo xvi, un desarrollo terrible *. La obliga­
ción del trabajo impuesto a todos los asistidos, salvo a los que sus
achaques hiciesen absolutamente incapaces, estaba reforzada por pena­
lidades severas: el látigo al primer delito de pereza, o el envío a una
casa de corrección; en caso de reincidencia, el látigo y la marca de
hierro al rojo J. Más tarde, el workkoasse, donde se encerró a los pobres,
se asemejó menos a un hospicio que a una prisión. Se contaba con el
espanto que inspiraba para apartar a los que no habían caido en el
último grado de la miseria.
Una de las causas que más contribuyeron a dar a esta institución
caritativa un carácter de dureza casi inhumana fue la base estricta­
mente local de su organización. Cada parroquia entendía no tener que
socorrer más que a sus pobres, con exclusión de los recién venidos, a
los que consideraba como intrusos: por lo demás, no es dudoso que
ciertas parroquias hayan procurado desembarazarse de las cargas que les
incumbían, a expensas de otras parroquias más ricas o menos avaras * 3*
2
1 .
Por remediar este abuso fue por lo que se promulgó, en 1662, la ley
del domicilio ( Act o f settlem en) *. Todo individuo que cambiaba de
residencia podia ser devuelto de oficio a la parroquia en donde tenía
su domicilio legal: la expulsión (rem oved) era pronunciada por dos
jueces de paz, a requerimiento de los administradores del impuesto de
los pobres. Y para justificar tal decisión, no era necesario que la per­
sona señalada estuviese en un estado de indigencia que reclamara soco­
rros inmediatos e hiciera su presencia onerosa para la parroquia en
que acababa de establecerse: bastaba que esa eventualidad fuese con­
siderada como probable 5.

nombrar administradores e inspectores (nversccrs) encargados (le organizar la


asistencia parroquial. L as leyes de 1576 y de 1597 (18 Rliz.., c. 3, y 39 Eliz., c. 3)
generalizaron la instilación de las casas de corrección, puesta en práctica prime­
ramente en Londres. La ley de 1601 (43 Eliz,, c. 2) reúne y completa las dispo­
siciones precedentes: es la «ley de los pobres» propiamente dicha, que, a pesar
de un gran número de modificaciones sucesivas, ha subsistido hasta nuestros días.
Véase Nichols, G.: H i s t . o ¡ th e E n g lis h p o o r la to , I, 160 y sgs., y L eonard:
T h e e a r ly h isto r y o f E n g lis h p o o r r e lie ), púgs. 36 y sgs.
1 Sobre el vagabundeo en el siglo xvl, véase A s h ley , o b . c it ., págs. 386-95.
2 E s la pena infligida en su primera condena; a la terce a eran ahorcados
(14 Eliz., e. 5).
3 Véase E d én : S t a t e o ) th e p o o r , 1, 144.
■* 14 Charles II, c. 12: «En razón de las lagunas que presenta la ley— dice
el preámbulo —, los pobres, al no estarles impedido el pasar de una parroquia a
otra, tratan de establecerse en las que tienen más recursos, donde encuentran los
comunales más extensos para levantar sus r o l l a s e s y los mayores bosques para
quemarlos y destruirlos; cuando lo lian devánalo linio van a otra parroquia y
terminan por caer en el vagabundeo. Esto desanima a bis parroquias, que vacilan
en constituir fondos de socorros cuando los ven expuesto* a ser absorbidos por
forasteros.» 1
Tborold Rogers compara u la servidumbre la condición impuesta a los
■ WB PARTE IU : LAS C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

Esta ley salvaguardaba los intereses de las parroquias, ¡pero a qué


precio! Era la clase obrera entera la que se hallaba privada de una de
las libertades más esenciales: la libertad de moverse. ¿Queria un
jornalero abandonar su pueblo, donde el trabajo faltaba? Se exponía,
desde que llegaba a otra localidad, a verse arrojado de ella porque
«podia convertirse en una carga» l. Se le quitaba asi la única oportu­
nidad que hubiese tenido de ganarse la vida, y por miedo a tener que
socorrerlo, se lo condenaba a caer en una indigencia irremediable, en
Ja que la asistencia pública o privada quedaba como su único recurso.
Sin duda, la ley no se aplicaba siempre, pero si con frecuencia y, en
ciertos casos, con una brutalidad increíble: «Al llegar a la ciudad, el
domingo pasado, vi un ejemplo que causa horror a la Humanidad: un
ser desgraciado en la agonia, a quien se metía en una carreta para
llevárselo, por temor a que la parroquia tuviese que soportar el gran
dispendio de su entierro. Otro ejemplo con que se tropieza todos los
días es el de una mujer a punto de dar a luz, a quien se expulsa, con
peligro para dos vidas, por evitar que el niño nazca en la parroquia» *13.
labriegos por la ley del domicilio y explica cómo los grandes propietarios se
aprovechaban de ella para proporcionarse mano de obra a bajo precio entre los
trabajadores domiciliados en las parroquias vecinas a sus tierras: «Esta ley no
solo tenia por efecto clavar al terrazguero al suelo, sino que permitía a los pro­
pietarios opulentos robar a sus vecinos y agotar prematuramente las fuerzas y
la salud de los trabajadores. Todo esto aconlccia mientras que los patriotas y los
hombres sesudos parloteaban sobre la libertad y el gobierno, y señores elegantes
y damas distinguidas hablaban de los derechos del hombre, y de Rousseau, y de
la Revolución francesa, y Burke y Sheridan denunciaban el despotismo de
Hastings. Pero a la puerta de su propia casa, en Bearonsfield, Burke debe haber
visto lodos los días siervos que tenían menos libertad que esos Rohillas cuyos
sufrimientos ha descrito con una elocuencia tan patética.» Roceh , Thorold:
S i x c e n t u r i a o/ w o rk a n d w a g e s, pág. 434.
1 «As likely 10 become chargeable.» Debía presentar como justificación de
su domicilio legal un certificado firmado por el clu ir ch ivar d en y por los ( ¡v e r s e e n
de su parroquia y refrendado por dos jueces de paz; entonces se le permitía
establecerse en su nuevo domicilio, reservándose las autoridades parroquiales
el derecho de expulsarlo si llegaba a ser «actually chargeable» (8-9 William III,
c. 30). La preocupación de no acrecentar las cargas de la parroquia era tal que
en muchos regiones los granjeros ajustaban a sus domésticos por cincuenta y
una semanas a fin de evitar que por una residencia de un año pudiesen adquirir
un s e ttle m e n t en la parroquia en que trabajaban. H ammond , J. L. y B.: T h e
v illa g e la b m ir e r , paga. 112 y sgs. «Había quejas de que las parroquias industria­
les donde faltaba la mano de obra permitían a los obreros venir a trabajar, pero
les negaban el s e ttle m e n t y los devolvían a su parroquia de origen tan pronto
como parecía que se iban a convertir en un estorbo.» Bow den : i n d u s t r i a l s o c ie t y
¡ o v a r a s th e e n d o f th e X V l I í i h c e n tu ry , pág. 258. Sin embargo, hay que reco­
nocer con II asbach ( H i s t o r y o/ th e E n g lis h a g r ic u h u r a l la b o u r e r , págs. 172-73)
que el re m o tia l no era un hecho diario. Véanse los hechos citados por E dén, W.;
S t a t e o f t h e p o o r , 1, págs. 181 y 296: en Ashford (2.000 h.), 2 por año; en
Kendal (8.000 h.), 3; en Sheffield (35.000 h.), 20. Pero esto se explica quizá
pur el hecho de que a muchos indigentes se les impedía abandonar su parroquia.
3 P a r í. H is to r y , X V II, 844 (disc. de sir William Meredith). E l mismo debate
•e renovó en 1775. I b íd ., X V IU , 541-46.
III: LA R E V O L U C IO N I N D U S T R I A L V L A C L A S E OURE1IA 429

El discurso que contiene esta protesta indignada es de 1773. Casi


al mismo tiempo, Adam Smith atacaba con vigor un sistema que, desde
su punto de vista, aparecía como el colmo del absurdo \ Pero transcu­
rrieron veinte años antes de que se tomase la decisión de reformarlo.
Fue preciso para ello el irresistible empuje de la revolución industrial.
L a libre circulación de la mano de obra era de una necesidad vital para
la gran industria. No había podido desenvolverse sino gracias a nume­
rosas infracciones de la ley del domicilio, gracias al movimiento de la
población hacia las ciudades, demasiado general y demasiado potente
para que se lograse detenerlo por medidas individuales. Y conforme
se desenvolvía sentía con más impaciencia las trabas que se oponían
aún a su progreso. Lo que consideraciones de pura humanidad no hu­
bieran obtenido fue logrado por razones de ulilidad, apoyadas en la
doctrina del laissez-faire. «La lev del domicilio— decía William Pitt en la
Cámara de los Comunes—impide al obrero dirigirse hacia el merca­
do en que podría vender su trabajo en las mejores condiciones y al ca­
pitalista emplear al hombre competente, capaz de asegurarle la remune­
ración más elevada para los anticipos que ha hecho» 12. La ley de 1795
retiró a las autoridades locales el derecho de expulsión preventiva: solo
las personas sin medios de existencia, que quedaban efectivamente a car­
go de la asistencia pública, debian ser devueltas a su pais de origen;
tenían derecho a un plazo en caso de enfermedad o de achaques 3. Así
terminó, junto con la opresión intolerable ejercida sobre la clase obre­
ra, el apuro que pesaba sobre las empresas. La movilidad del trabajo fue
en lo sucesivo completa, en la medida, claro está, en que el hombre,
materia menos inerte que los capitales y las mercancías, obedece a la
acción de las fuerzas económicas que lo atraen y lo repelen.
Otra reforma, contemporánea de esta, tuvo efectos menos felices,
a pesar de las buenas intenciones que la habían dictado. Fue la distri­
bución de socorros en dinero ( allowances), destinados a compensar la
insuficiencia de los salarios. La práctica, a decir verdad, no era nueva,
pero la ley, en lugar de fomentarla, se había propuesto hacía tiempo
como tarea el combatirla. Se había llegado en 1723 hasta prescribir a
1 S m ith , Adam: W ealth o f N a t io n s , libro I, cap. X. Arthur Young lo llamaba
«el sistema más falso, más malvado, más pernicioso que jamás haya sido imagi­
nado por la barbarie». P o li t i c a l A rilh m e tic , 1. 93.
3 P i t t , W.: S p e e c h e s , IT. 369 (disc. del 12 de febrero de 1796).
3 35 Geo. III. c. 101: «Resultando que gran número de personas pobres en
condiciones de trabajar y que están a cargo de su parroquia o de su itnenship
únicamente porque allí no pueden encontrar empleo, conseguirían en cualquier
otra sitio donde el trabajo no les faltase subvenir a sus necesidades y las de su
familia sin estar a cargo de ninguna parroquia o t o u n s l u p ; que las citadas per­
sonas están obligadas, en la mayoría de los casos, o vivir en su parroquia y no
pueden ser autorizadas a residir en otra parle, so pretexto de que quedarían pro­
bablemente a cargo de la parroquia o del lo w s h ip adonde se dirigieran para
buscar trabajo, aun cuando su trabajo podría ser, ru muchas ocasiones, de gran
provecho para la citada parroquia o para el rilado to w n sh ip , ele.»
1

4¡M) PAUTE I I I : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

las autoridades locales la construcción de workhouses y la negación de


toda asistencia a los indigentes que no quisieran entrar en ellos1. A pe­
sar de esta ley las parroquias habían continuado, en ciertos casos, dis­
tribuyendo socorros a domicilio. Evitaban así el tomar enteramente a
su cargo a familias que, sin estar desprovistas de todo recurso, no te­
nían bastante para vivir. Pero eso no era más que una tolerancia y, en
opinión de muchos, un abuso, un estímulo a la pereza y al desorden123.
La segunda mitad del siglo xvni vio relajarse mucho la severidad con
respecto a los pobres: se reconoce aquí la acción de esa gran corriente
sentimental que ha ejercido una influencia tan profunda sobre el pensa­
miento europeo. La miseria cesó de ser mirada únicamente como la con­
secuencia ordinaria de la imprevisión y del vicio, y la opinión se con­
movió ante la idea de tantos sufrimientos inmerecidos3. Este espíritu
nuevo halló su expresión en la ley de 1732, conocida con el nombre de
ley Gilbert4: esta, al mismo tiempo que mejoró la administración de
la asistencia pública, introdujo en ella reglas menos estrechas, más in­
dulgentes. Autorizó a las parroquias a socorrer a los indigentes válidos
sin forzarlos a entrar en los workhouses, que debían ser reservados para

1 9 Geo. I, c. 7.
2 «El parecer ele la comisión es que el nso actual ele dar dinero de los fon­
dos parroquiales a personas válidas para impedir que soliciten ser completamente
mantenidas, ellas y sus fam ilias, a costa de las parroquias, es contrario al es­
píritu y a la intención de las leyes sobre la asistencia pública, pone un poder
peligroso en manos de los funcionarios parroquiales y constituye, en fin, un mal
uso de los caudales públicos y un gran incentivo para la pereza y la intemperan­
cia.» Informe de la comisión encargada de examinar diversas enmiendas a la
ley de los pobres, Journ. of the Ti ouse oj Commons. X X V III, 599 (1759).
3 Fielding escribía en 1753: «I.os sufrimientos de los pobres son menos
conocidos que sus fechorías: es lo que disminuye nuestra piedad hacia ellos.
Para mendigar o robar van a casa de los vicos; permanecen en sus casas para
reventar de hambre y de frío.» Véanse sus dos opúsculos: An inquiry into the
causes of the late increase of rohbers (1751) y A proposal /or making an effec-
tual provisión jo r Ihe poor (1753). «M uchas gentes—escribía algunos años más
tarde J. M assie—se ven reducidas a esta condición lastim osa por la falta de
trabajo, por enfermedad o por algnna otra cau sa accidental, y lo que prueba la
repugnancia con la que estos desgraciados se dedican a la mendicidad o su poco
resultado e s que no es raro encontrar abogado o muerto de hambre a un pobre
hombre o una pobre mujer, de cuerpo enflaquecido por la s privaciones. E s posi­
ble que cierto número de personas se hagan mendigos voluntariamente, o por
pereza o por em briaguez; pero esos Fuicidas, esos muertos por inanición son la
triste prueba de que la causa genera] de la mendicidad no es otra que la nece­
sidad.» M a s s i e , J .: A plan jo r the cslablishment of charity houses (1758), pá­
gina 50.
4 22 Geo. III, c. 83. Fue obra de Th. Gilbert, miembro de la Cámara de los
Comunes. Su objeto principal era dar a las parroquias la facultad de agruparse
en Vnions para la percepción y el empleo del impuesto de los pobres. Estos
Unions, dotados de personalidad civil, tenían por funcionarios guardians y visitors
designados por los jueces de paz. Estaba prohibido a las parroquias arrendar las
empresas de asistencia, a menos de ejercer sobre su dirección un control muy
severo. N ichols , G : Hist. of the English poor lato, 11, 83-88.
III: I.A REVOLUCION INDUSTRIAL Y LA CLASE OBRERA 431

los niños, los viejos y los lisiados. Los administradores del impuesto de
los pobres debían buscarles faena en las fincas y si el salario era insu­
ficiente añadir un suplemento tomado del producto de este impuesto L
Así, el Estado parecía reconocer no solo el derecho al trabajo, sino el
derecho a la existencia 12.
Estas, disposiciones no fueron puestas en vigor en toda Inglaterra
al mismo tiempo: la ley Gilbert, en efecto, admitía el principio de la
opción local; las parroquias eran libres, o bien de someterse a ella, o
bien de atenerse al régimen anterior. Las circunstancias se encargaron
de consumar el movimiento iniciado. La escasez, a finales del siglo, pro­
dujo un terrible recrudecimiento del pauperismo. ¿Qué hacer para ate­
nuar sus males y sus peligros? Fue este el problema que se planteó en el
mes de mayo de 1795 ante los magistrados de Berkshire, reunidos en la
posada del Pelícano, en el pueblo de Speenhamland34. La angustia ge­
neral causada por el alza de las subsistencias estaba agravada, en la In­
glaterra del Sudoeste, por una crisis de la industria de la lana, cris¡9
juzgada temporal, pero que en realidad marcaba el comienzo de una de­
cadencia irremediable, que privaría para siempre a la población de los
campos de uno de sus recursos habituales. Ya estallaban disturbios en los
mercados; aquí y allá se saqueaban almacenes y tiendas *. La asamblea,
convocada para examinar la situación y aconsejar los medios de reme­
diarla 5, fue del parecer de que (da condición de la clase pobre exigía
más socorros de los que generalmente se le habían concedido». Estos
socorros, para ser equitativos, debían variar con los precios de los gé­
neros. Se redactó una tabla que evaluaba el mínimo de renta necesario
para vivir, según que el precio del trigo fuese más o menos elevado:
«Cuando el pan de un galón, de ocho libras once onzas de peso, hecho de
harina de segunda calidad, cueste un chelín, todo pobre en condiciones
de trabajar deberá, para subvenir a sus necesidades, tener tres chelines
por semana, ya sea que los gane con su trabajo o el de los suyos, ya
reciba una asignación de la parroquia; además, para alimentar a su
mujer y por cada uno de los miembros de su familia, un chelín y seis
peniques. Cuando el pan de un galón cueste un chelín y seis peniques, de­
berá tener cuatro chelines por semana para sí mismo y un chelín diez
peniques para cada uno de los suyos. Y así sucesivamente, añadiendo tres

1 Fue así como nació el sistema de los roundsmen, del que se ha iraliulo
m ás arriba (primera parte, cap. III, sec. IX).
2 Véase H ai.É vy, E lie : La evoltuion de la doctrine utililaire de 1789 a 1815,
pág. 98.
3 Corea tle Newbury, en Berkshire.
4 E s lo que se ha llamado1 la reviiollu de las nniuB de rasa (Th e revolví of the
homeuiivesl. Véase H ammonh, ,1. L. y B.: The idlhiHt' tnlnnncr, piíg. 121.
5 Era la consecuencia de mm drrifliíin imnuila en las «General Qnnrler Ses-
sionsii, «Asamblea trimestral de los jueces do ikiz. ii del condado do Berkeshire, en
el curso del mes precedente. II amHONI», .1. L. y ít.: nh. n t„ pdgs. 161-62.
PAUTE I I I : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

lieniqiios por hombre y un penique por cada miembro de su familia,


coda vez que el precio del pan se eleve en un penique» L Tal es la de­
cisión célebre que ha sido denominada la ley de Speenhamland: tomó,
en efecto, fuerza de ley, primero en el condado y en seguida en todo el
reino 2.
La ley de Speenhamland no era, en la intención de los que la pro­
pusieron, sino una medida de circunstancia. Es probable que fuese ins­
pirada sobre todo por el temor de un levantamiento popular: el espec­
táculo de la Revolución francesa daba motivos de reflexión a la gentry.
Sea lo que fuere, el principio sentado era singularmente audaz. Todo
hombre, declaraban los magistrados de Berkshire, tiene derecho a un
mínimo de subsistencia: si con su trabajo no puede ganar más que una
parte, la sociedad debe darle el resto3. Este principio, contenido implí­
citamente en la ley de 1782, está ahora formalmente expresado. Y casi
inmediatamente recibe una sanción legal: la ley de 1723 es derogada y
se autoriza la distribución de socorros a domicilio en todas las parro­
quias ‘. Esta reforma de la asistencia pública había de tener la reper­
cusión más sensible, ya que no la más feliz, sobre la condición de la
clase obrera.
Su popularidad no tiene nada de que haya que extrañarse. La crisis
que atravesaba entonces Inglaterra había borrado, por decirlo así, la
línea de demarcación entre la pobreza y la indigencia. La escasez era
grande no solo entre los campesinos, víctimas de las enclasures y del
ocaso de la pequeña industria rural, sino también entre los obreros del
taller y de la fábrica. Las demandas de socorros fueron muy numerosas.
Se comprueba en el aumento rápido del impuesto de los pobres. De dos
millones de libras en 1785 se eleva en 1801 a cuatro millones; en 1812,
a seis millones y medio *. El dinero de la parroquia se convirtió, para
muchas familias que hasta entonces se habían esforzado en vivir por sus
propios medios, en un recurso normal y por lo demás indispensable.
«Antaño había en el pueblo, escribía Arthur Young, una repugnancia12345

1 R e a d in g M e r c u r y del 11 de mayo de 1795. La tabla completa está repro­


ducida en EofiN: S t a t e o j th e p o o r , 1, 577. Tablas análogas, pero con cifras dife­
rentes, fueron redactadas en los demás condados.
2 En el mes de octubre de 1795 Arthur "Young se expresaba así en una
circular a los corresponsales del B o a r d o j A g r ic u lt u r e : «Dada la recomendación
de varias «Quarter Sessions» de establecer en lo sucesivo los salarios según las
variaciones del precio del trigo, sírvase participarme su opinión en cuanto a las
ventajas y a los inconvenientes de tal sistema.» A n n a ls o j a g r ic u lt u r e , X X V , 345.
3 En especial se trataba de reemplazar por socorros en metálico los salarios
del trabajo a domicilio.
4 36 Geo, 111, c. 23. Pitt pensó un momento en hacer votar en el Parlamento
la ley de Speenhamland. Sobre su b i lí de 1797 y la crítica que de él hizo Bentham,
véase H a l Év y , E.: o b . c it ., págs. 101 y 152.
5 E d én : S t a t e o j th e p o o r , I, 363-72; N icholls, G.: H i s l o r y o ! the E n g tís h
poor l a w , II, 133.
en: LA REVOLUCION I N D U S T R IA L V LA CLASE OBREI.M 433

invencible a recurrir a la asistencia parroquial. Se veía a la gente de­


batirse por mantener grandes familias, sin que nunca pidieran ser ayu­
dados: este espíritu ha desaparecido por com pleto,.,»1. Primero y de­
plorable resultado de una política en apariencia generosa: los obreros
ingleses se transforman en mendigos y experimentan la inlluencia de­
gradante de la limosna: «Es una lucha perpetua entre el asistido y la
parroquia, aquel tratando de recibir lo más y trabajar lo menos posi­
ble, esta no decidiéndose a pagar más que cuando se ve apremiada por
una decisión de la justicia de paz. El mal que resulta es incalculable;
toda idea de trabajo y de economía se ve cortada de raíz cuando el po­
bre sabe que si no se alimenta por sí mismo la parroquia deberá alimen­
tarlo, y que. por otra parte, no tiene la más remota esperanza de lograr
nunca la independencia, por laborioso y economizador que pueda ser.»
Así el socorro otorgado a la miseria se convertía en una prima a la im­
previsión y a la pereza 2. Está fuera de duda que pese al vicio fundamen­
tal del sistema y tal vez gracias a él se alcanzó la meta apuntada. La
atenuación inmediata aportada a los sufrimientos populares alejó el mie­
do al motín. Inglaterra consiguió atravesar en una calma relativa los
años críticos de la guerra napoleónica. Y al mismo tiempo el gran mo­
vimiento económico que proseguía en medio de las revoluciones y de
las guerras europeas veía desaparecer, gracias a la nueva ley de los po­
bres, algunos de los obstáculos que retardaban su marcha. En ciertas
regiones los socorros distribuidos por las parroquias hicieron cesar casi
completamente la oposición al maquinismo: compensaban en parte la
pérdida de los salarios adicionales proporcionados hasta entonces por
la industria y tenían sobre ellos la ventaja de no costar ningún esfuerzo.
Se vio a las hilanderas en los campos romper sus propias ruecas 3.
En realidad el sistema funcionaba a expensas de aquellos a quie-12*

1 Annals of Agriculture. X X X V I. 504.


2 Sucedió también que el dinero de los pobres, distribuido a diestro y si­
niestro. iba a engrosar el peculio de algún campesino laborioso y astuto: «:En
mi pueblo natal de llam pshire—escribe Thorol Rogers—me acuerdo muy bien
d e l ejemplo de d o s jornaleros que supieron aprovecharse del sistema de los so­
corros a domicilio para elevarse a la condición de pequeños propietarios... Co­
braban su asignación de la parroquia y vivían de su salario, al que se añ ad ía
el producto de un trabajo accesorio. Uno de ellos ejercía en el pueblo el oficio
de matarife de cerdos, que le dab a tarea desde el día de San Miguel hasta la
Anunciación. Recibía un chelín por cada animal sacrificado y los despojos, de
lo s que su fam ilia se alimentaba durante la mitad del a ñ o ... Los socorros que le
estaban asignarlos, ahorrados con el mayor cuidado, y pienso que rigurosamente
secretos, acabaron por ser colocados en bienes raíces. Uno compró cuarenta acres
de tierras m ediocres que le dieron para llevar una existencia independiente y
confortable; el otro, una veintena «le acres solamente, pero de los que sacó me­
jo r partido todavía, pues la tierra era una de las mejores «le todo el pueblo.»
S ix centuries oj work and ¡coges, págs. 502-03.
:i Armáis o j Agriculture, XX V , 635. '
m antoux __ 28
'l.'l'l PARTE n i: L A S C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

nes pretendía socorrer. L as clases poseedoras, cuando se quejaban del


peso cada vez más considerable del impuesto de los pobres, olvidaban
que con ello pagaban una especie de seguro contra la revolución: la d a ­
se obrera, cuando se contentaba con la pensión mezquina que se le ofre­
cía, no se daba cuenta de que estaba deducida del importe de sus ga­
nancias legítimas. Porque el efecto inevitable de los socorros en dinero
(rdlousancts) era mantener los salarios al nivel más bajo e incluso ha­
cerlos descender más allá de las necesidades elementales del asalaria­
do El granjero o el manufacturero contaba con la parroquia para
completar la diferencia entre lo que daba a sus obreros y lo que les
era imprescindible para vivir. ¿Por qué se habría impuesto un gasto
que podía tan fácilmente arrojar sobre la masa de los contribuyentes?
Por su parte, los asistidos de las parroquias se contentaban con un saí
lario inferior, y esta mano de obra barata bacía una competencia in­
sostenible al trabajo no subvencionado1. Se llegaba a este resultado pa­
radójico: el impuesto llamado de los pobres representaba una economía
para el patrono y una pérdida para el obrero laborioso que no pedía
nada a la caridad pública. De una ley de beneficencia, el juego despia­
dado de los intereses bacía una ley de bronce.
Sobre la población rural fue sobre La que este régimen ejerció una
influencia más desastrosa1*3. Consumó lo que las ertclomres habían co­
menzado: la miseria y la ociosidad rompieron los últimos lazos que
ligaban al cultivador con el suelo y lo empujaron, desmoralizado, indi­
ferente ante la pérdida completa de su independencia, hacia las filas del
proletariado de las ciudades. La población industrial fue atacada, se­
gún parece, menos profundamente por la plaga del pauperismo endé­
mico: hasta cierto punto estaba preservada por el desarrollo de las in­
dustrias y el nivel relativamente elevado de los salarios. Pero permanecía
siempre expuesta a los paros, que acarreaban en seguida el recurso1 a
la asistencia parroquial, con sus peores consecuencias. Esta extendía,
pues, su influencia sobre toda la clase obrera y en todas partes produ­
cía los mismos resultados, creando más escasez de la que aliviaba, pe-

1 Se encuentra una requisitoria completa contra el sistema en el R e p o r t


¡r o m H i t M a je s t y 's c o m m iss io n e r s a p p o in t e d to in q u ir í ¡nro th e a d m in istr a tio n
a n d p r a r l i c a l o p e r a lio n o f th e p o o r la te s (1834). Véase también H asba CH: H is lo r y
o f the E n g lis h a g r i c u lt u r a ! la h o u ie r , págs. 183-84. Su conclusión es que los re­
sultados de la ley Gilhert, en particular, han sido «una verdadera maldición
para los trabajadores».
3 «Contra una manufactura que emplea indigentes, aquella en donde se paga
un salario normal no puede, naturalmente, luchar. Fía así como un fabricante de
Macclesfteld puede encontrarse arruinado por la mala administración de la ley
de los pobres en Essex.» R e p o rt / ro m H is M a je s t y ’s c o m m iss io n e r s, etc. (1834),
Pag. 43.
3 L a mayoría de los hechos citados en c) informe de 1834 son relativos a
parroquias rurales.
in : L A R E V O L U C I O N IN D U S T H U I . V CA C I.A S E OIMIKRA 43S

sando sobre el pueblo inglés como un instrumento de humillación y de


servidumbre. A ese precio fueron compradas la tranquilidad de las cla­
ses poseedoras durante una época de crisis y la gloria de Inglaterra en
el exterior, las victorias de Nelson y de Wellington, y fue sobre el di­
nero de los pobres, arrebatado a medias al público, a medias a los po­
bres mismos, sobre el que se edificaron las grandes fortunas del capi­
talismo industrial.
CAPITULO IV

INTERVENCION Y «LAISSEZ-FAIRE.

L a ley de los pobres, tal como acabamos de verla funcionar, era


un remedio con frecuencia peor que la enfermedad. Mejor comprendida
o mejor administrada, nunca habría sido más que un paliativo. La re­
volución industrial ha planteado un problema que la caridad más inge­
niosa no puede resolver: ¿cómo mejorar la condición de esa muche­
dumbre de trabajadores que tiene tan poca parte en las riquezas crea­
das por sus esfuerzos? Esta cuestión no existía para el artesano que
después de haber servido bajo un maestro confiaba en llegar a ser maes­
tro a su vez; para el obrero, enrolado en una gran empresa a la que
no tiene ni una probabilidad entre mil de llegar jamás a dirigir \ se
convierte, por el contrario, en la cuestión capital. Se trata de su por­
venir y el de los suyos, del único porvenir que puede esperar. Sus rei­
vindicaciones no tienen, por el momento, nada de revolucionarios *. No
pone en cuestión el orden establecido; todavía no se le ha ocurrido el
pensamiento de su emancipación completa mediante el trastorno de la
sociedad. Lo que pide es el aumento de su salario: las más de las veces
se limita a combatir su reducción. Son garantías contra el paro oca­
sionado por el uso de las máquinas o el número excesivo de aprendices:
es una disciplina menos dura o menos arbitraria en el taller. En todo
esto su interés se opone al del patrono, que consiste en pagarle lo me­
nos posible, en rebajar los gastos de producción por el empleo del uti-
laje mecánico y de la mano de obra barata, en ejercer en la fábrica y1

1 F.b lo que manifestaron al Parlamento, en 1804, los estampadores de in­


diana» al protestar contra la ley que prohibía las coaliciones. «No ha podido en­
trar en las intenciones del legislador el causar perjuicio al hombre cuyo solo deseo
es ganar para vivir con su trabajo; y es eso todo lo que puede esperar un obrero
estampador de indianas, pues la naturaleza de su industria y los capitales que
exige le quitan toda esperanza de alcanzar nunca el rango de patrono.» R e p o r t
o n (h e p e t it io n p r e s e n t i d b y th e jo u r n e y m e n c a U ic o -p rin te rs (1804), pág. 7.
a Gavernitz, Schullze: L e g r a n d e in d u s t r ie , trad. fr., pág. 42, escribe, por
el contrario, que «Inglaterra, en los diez primeros años de este siglo, poseía ya
un partido obrero socialista-revolucionario que superaba en fuerza y en peligro
a todos los movimientos ulteriores análogos del continente». No se ve en qué se
funda esta añrmación. Los motines que estallaron aquí y allá y los más graves
de los cuales fueron los de los lu d d i t a s , no estuvieron dirigidos por un pensa­
miento revolucionario consciente de sí mismo. En cuanto a las teorías comunistas
expresadas por hombres aislados como Thomas Spencer, no parecen haber ejer­
cido la menor influencia sobre la opinión popular.
rv: IN T E R V E N C IO N Y « M lS S H Í H 'A n iE l» 437

en torno a ella una autoridad sin control. De esa oposición inevitable


resulta la lucha de clases; para sostenerla, las fuerzas obreras han em­
pezado ya a organizarse y pronto parecen lo bastante formidables para
alarmar al gobierno y decidirlo a recurrir, contra ellas, a medidas excep­
cionales.

Hemos indicado en un capitulo precedente la distinción esencial


entre las coaliciones temporales, formadas en tal o cual circunstancia,
para la corrección de tal o cual agravio particular, y que desaparecían
tras el éxito o el fracaso de su tentativa, y las coaliciones permanen­
tes, prontas para defender en toda ocasión los intereses de los obreros
que las componen 1. Unas, semejantes a las revueltas espontáneas de las
que han surgido y con las que casi siempre son aplastadas, no perte­
necen propiamente a ninguna época y a ningún régimen económico.
Las otras, en cambio, tienen orígenes netamente determinados; aparecen
en el momento en que se verifica el divorcio entre el productor y los me­
dio* de producción 2; representan el antagonismo, en lo sucesivo per­
manente, entre el capital y el trabajo, unidos antes y casi confundidos.
L as más antiguas se han adelantado en medio siglo a los comienzos de
la gran industria moderna; son contemporáneas de esa evolución gra­
dual hacia la organización capitalista, que ha precedido inmediatamente
a la edad de las máquinas y de las fábricas. Pero es la gran industria
la que ha dado al movimiento toda su amplitud y su dirección defini­
tiva. La que agrupó a los obreros y los unió en sufrimientos comunes;
la que al mismo tiempo ha hecho indispensables su inteligencia y su
ayuda mutua: a la fuerza del capital, los asalariados no pueden oponer
más que la del número.
Fuo en la industria de la lana donde se formaron, entre 1700 y 1780,
las primeras asociaciones obreras, las de los peinndores, los tejedores y
los calceteros3. La industria del algodón no tardó en tener también la
suyas. Cuando en 1787 los fabricantes de muselina de Glasgow quisie­
ron aprovecharse de la abundancia de mano de obra para bajar de co-

1 V íase primera parte, cap. T, sec. V L


3 Véase Webb , Sidney y Bcatrice: H is t o r y o/ tr a d e u n io m sm . pág. 25.
s Hay que señalar también la organización <le los obreros pasamaneros
(s m a ll- ic a r e sc e o v e r s), que desde 1753 formaban tina unión dividida en talleres
( s k o p s } , cada uno de los cual® nombraba un delegado para el comité ejecutivo
central. Un folleto conservado en la Freo Hcfcrcnce U b ra ry de Manchester con­
tiene los estatutos de esta sociedad: T h t w o rste d sm otl-w are-w eaoer’ s a p o lo g y
to g e th e r w ith (d i ih e ir á r d e l e s , w h ic h e ith c r co n c e rn ih c ir s c c ie ty o ] t r a d e ; lo
w h ich i s a d d e d a fa n n u e ll d is c o n r s e m a d e by lh « ir ¡ i r s t c h a ir m a n , a ll ¡a it h f u ll y
c o lle c t t d to g e th t r (Manchester, 1756). El nulor lia firmado con el seudónimo
de Timothy Shuttle.
4811 PARTE I I I : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

mún acuerdo la tarifa de los salarios a destajo, chocaron con una resis­
tencia organizada. Los obreros en masa se negaron a trabajar por bajo
de cierto mínimo. Las casas que no consintieron en pagar ese mínimo
fueron puestas en cuarentena. El conflicto se terminó con violencias y
fusilazos en las calles; pero el método con el que desde un principio
fue entablado y sostenido parece demostrar la existencia de una asocia
ción obrera que imponía a sus miembros una consigna y una discipli­
na b Un conflicto análogo que estalló en 1792 entre los fabricantes de
Bolton y Bury y los tejedores de algodón acabó con la conclusión de
un tratado, verdadero contrato colectivo: los patronos se comprometían
a no cambiar los tipos de hilo empleados para cada clase de ar­
ticulo sin un aumento de salario proporcional a la finura mayor del
tejido; los obreros, a cambio, renunciaban a la dieta de un penique y
medio de cada chelín que cobraban por los suministros accesorios que
tenían a su cargo. Este convenio fue respetado por ambas partes du­
rante seis años, «hasta el momento en que los manufactureros se inge­
niaron a porfía para hallar los medios de disminuir sus gastos» 12.
Estas organizaciones, al principio enteramente locales, no tardaron
en extenderse y en reunirse. En 1799 hubo una Sociedad de tejedores
de algodón, cuya acción se ejercía en todo Lancashire y quizá más allá.
Se había asignado como tarea principal la de presentar las denuncias de
los obreros ante los poderes públicos. Lejos de procurar disimular su
existencia apelaba osadamente a la opinión pública. Poseemos, gracias
a William Radcliffe3. el texto de un manifiesto lanzado por el comité
general, cuya sede estaba en Bolton, el 23 de mayo de 1799. Empieza
por una exposición de la línea de conducta que la sociedad se proponía
seguir: «Como las leyes actuales, que deberían proteger a los obreros
tejedores contra la opresión, han sido pisoteadas por falta de unión
entre los interesados, estos han decidido prestarse mutuo apoyo para la
reivindicación de sus derechos, según la equidad y según la ley, y di­
rigirse a los legisladores para obtener de ellos las medidas que en su
sabiduría juzguen convenientes, cuando les haya sido expuesto el es­
tado real de la industria del algodón...» Siguen protestas contra las
sospechas y los recelos que provocaba la sola idea de una gran coali­
ción obrera: «Vosotros, que sois nuestros enemigos..,, ¿estáis muy asus­
tados de vernos obtener acceso cerca del gobierno y decirle la verdad?
¿Es por eso por lo que recurrís a la miserable estratagema que con­
siste en deshonrarnos con el nombre de jacobinos y en hacer correr
rumores de conspiraciones y motines? Desdeñamos vuestras calumnias y

1 Bremner, D .: The industries o f Scotland, pág. 283.


2 R eporl ¡rom the select committee on the handloom-weavers’ petitions (1835),
pág. 448.
O rigin o ¡ the new systern o ¡ manufacture, págs, 73-76.
IV: INTERVENCION Y «I^AISSEZ-EAIHH» 439

os miramos con el desprecio que merecéis... l. Detestamos el desorden


y los ardides ilegales y somos firmemente adictos n nuesl l o rey y a
nuestro país, cuya prosperidad será siempre el objeto más caro a nues­
tros corazones. ¿Qué se puede temer do nuestra unión? No pensamos
en atacar a la Iglesia o al Estado; nos limilmnos estrictamente a, ocupar­
nos de nuestros agravios corporativos, que deseamos someter al gobier­
no. Es a él a quien corresponderá juzgar si nuestro caso merece o no
merece su intervención.)) Los motivos de queja de los tejedores nos son
ya conocidos. No solo eran la baja do los salarios, sino las exigencias
crecientes de los fabricantes, que varias veces b tibian aumentado la lon­
gitud de las piezas 12. La sociedad, aun arrogándose como tarea princi-
nal la de llevar la causa de los obreros ante el Parlamento, buscaba un
terreno de inteligencia con los patronos; «Si quisieran condescender a
una entrevista, nuestro comité les enviaría una diputación. Nosotros
no nos consideramos como en oposición con ellos. Al contrario, pensa­
mos como ellos a propósito de ciertas prácticas nocivas 3 que obstacu­
lizan el progreso regular de la industria.» Gracias a estos modales con­
ciliadores y a su intención declarada de someterse a la decisión del Par­
lamento, la sociedad de los tejedores de algodón pudo sobrevivir al voto
de la ley contra las coaliciones obreras, promulgada el mismo año de
su fundación.
El movimiento del que habían dado ejemplo los obreros del Sudoeste
permaneció largo tiempo sin propagarse a uno de los centros más im­
portantes de la industria de la lana, el del Yorkshire occidental. Pero a
medida que se transforma esta industria—y es precisamente en Yorkshi­
re donde comienza la transformación—se ven constituirse agrupaciones,
en las que entran, juntos con los obreros, los pequeños fabricantes, alar-

1 Hay que anotar que también se les dirigía el reproche de antipatriotismo


y de inteligencia secreta con los revolucionarios extranjeros: «Con qué injusticia
se nos calumnia cuando se pretende que nuestras reuniones tienden a sacrificar
la independencia de nuestro país. La verdad es todo lo contrario. Aunque
jam ás toque el clarín, aunque no resuene el grito « ¡A la s arm as!», si Inglaterra
está en peligro, sabemos cuál es nuestro deber y nuestro interés, el deber y el
interés de todo inglés.» Id., ibíd.
2 «Supongamos que un hombre se haya casado en 1792; en esa época
recibía 22 chelines por 44 yardas de paño. Sigámoslo de año en año: vemos
acrecentarse su familia, vemos subir el precio de todas las cosas necesarias para
la vida, mientras que los salarios bajan continuamente. Reparemos en cómo está
en 1799: lo hallaremos quizá rodeado de cinco o seis niños pequeños, y lie aquí
que en lugar de 44 yardas de paño se le exige que teja 60 y no se le tía por
ello más que 11 chelines. ¡Luego se asombraran de que el impuesto do los pólices
se aum ente!» tbíd. Este último argumento so dirigía n los contribuyente» y en
particular a los terratenientes.
3 Se trataba, sobre todo, de In oxporlnción do hilados, contra la qtto se alzaban
también un gran número do iulinounlns, Wllliam Htidcliffe ora uno do los que
conducían esta cam paña; por osa ra/Au lia citado ostti manilioslo de los tejedo­
res, a los que consideraba como tillados.
<Ufl PARTE m: LAS C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

mados por los progresos del maqumismo *. Tal fue la Commimity o


hnütution de los obreros de la lana, que fundada hacia 1796 12 cubrió
bien pronto con sus ramificaciones todo el norte de Inglaterra: «Creo,
decía un testigo ante la comisión de encuesta de 1806, que no se ha­
brían encontrado en toda la ciudad de Halifax y sus alrededores dos te­
jedores que hubieran quedado fuera de esta agrupación» 3. Una caja
común, alimentada por cuotas regulares, proporcionaba los fondos pre­
cisos para cubrir en caso necesario los gastos de un recurso al Parla­
mento, para hacer comparecer testigos y para pagar altormys y aboga­
dos. La Institution disponía además de otros medios de acción menos
costosos y más enérgicos. Era lo bastante potente para obligar a
los obreros a abandonar los talleres sobre los que había lanzado el en­
tredicho 4: los que se negaban a someterse o que después de haber for­
mado parte de la asociación la dejaban, se exponían a represalias bru­
tales. Eran tratados de serpientes fsnakesl 56, amenazados, asaltados y a
veces sitiados en sus casas. Los manufactureros vivían en el terror de
esta organización secreta que, según se decia, fomentaba los motines
contra las máquinas y advertía a las compañías de seguros contra in­
cendios que no asegurasen las fábricas ®.
Por la misma época se forman las primeras coaliciones de los obre­
ros del hierro. La industria de Shefíield, con las numerosas especialida­
des que todavía hoy le dan un carácter tan particular de parcelación,
había permanecido mucho tiempo repartida entre centenares de talleres
independientes, bajo el control caducado de la compañía de cuchilleros
de Hallamshire. Pero hacia fines del siglo, las antiguas reglamentacio­
nes, protectoras de la pequeña industria, se relajan o desaparecen7 y
dejan desenvolverse libremente a las empresas capitalistas. En seguida
se unen los obreros para resistir a las exigencias de sus nuévos amos.
Son los obreros cuchilleros los que en 1787 boicotean a un tal Wat-
kinson por haber querido obligarlos a que le entregaran 13 cuchillos
por docenas8. Son en 1790 los afiladores de tijeras a quienes los fabri-

1 Helo: Zw ei B iic h e r zur so á a le n G e sc h ich te f in g la n d , pág. 441; W e b b :

H ist. o j T r a d e U n io n ism , págs. 30 y 60.


- N o fue completamente organizaría hasta 1803. Véase H f. ld : ob. cit., pa-
g jji£ tj42,
5 R e p o n a n d m in u te s o f e v id e n c e /rom the c o m m ille e on the s t a t e o ¡ th e
w o o lle n m a n u fa c t u r e i n E n g la n d (1806), págs. 231 y 353.
* I b íd ., pág. 181.
s I b íd . Este nombre ha sido reemplazado por el de B la c t d e g s , que correspon­
de a las palabras: renegados, ovejas negras, pelardistas, esquiroles, etc.
6 Ib íd ., pág. 36.
7 En particular, las que limitaban el número de aprendices en cada taller.
8 H unter, I.: H a lla m s h ir e , pág. 220. El asunto causó gran revuelo en Sbef-
fiehl. Se cantaba una canción contra el fabricante impopular: «Ojalá el tredécimo
cuchillo sirva para disecar su gran corpachón— para poner al desnudo sus ór­
ganos, que los hombres los vean,— su corazón tan negro como el abismo del
infierno,— su corazón de lobo voraz, roedor de huesos y bebedor de sangre.»
IV: IN T E R V E N C IO N Y a L A I S S t Z - K AlUI.'u 441

Cantes acusan de formar asociaciones ilegales pura hacer subir el pre­


cio de la mano de obra l . A consecuencia de lo cuul, cinco de ellos son
procesados y condenados por el crimen de «(conspiración», previsto por
la ley penal mucho antes de que se pensara en tomar medidas especia­
les contra las coaliciones obreras.
Los mismos hechos se reproducen en las industrias y en las regio­
nes más diversas. Los obreros papeleros de Kent, en 1795, estaban fuer­
temente organizados. Tenían una caja de huelga que les había permitido
en varias ocasiones sostener con ventaja la lucha contra sus patronos 12.
Se negaban a trabajar con los obreros que no formasen parte de su so­
ciedad y abandonaban el taller en masa si no obtenían su despido 3. Los
constructores de molinos empleaban la misma táctica, tanto más eficaz
cuanto que eran obreros calificados, instruidos largamente en un oficio
difícil y que no podían reemplazarse de un día para otro. También los
obreros agrícolas, a falta de coaliciones propiamente dichas, celebraban
mítines para solicitar del Parlamento la reglamentación de sus salarios:
el orden del día de una de esas reuniones, que se llevó a efecto en una
iglesia de pueblo de Norfolk, tendía nada menos que a agrupar, con vis­
tas a una gestión colectiva, a todos los jornaleros del condado, y los de
los otros condados eran invitados a seguir su ejemplo 4.
La agitación que parecía propagarse así, gradualmente, por toda la
clase obrera, no podía por menos de inquietar al gobierno. No amenaza-

1 S h e f ji e l d I r i s , 7 de agosto y 9 de septiembre de 1790. Véase W e b b :

H is t . o j T r a d e U n io n ism , pág. 33.


2 Hubo huelgas en Dover en 1789, 1794 y 1795. Véase petición de los fabri­
cantes de papel, J o u r n . o ¡ th e H o u s e o j C o m m o n s, L I, 589.
3 I b íd ., pág. 595 (encuesta sobre la petición de los fabricantes).
1 A n n a ls o í A grir.ul.ture, X X V . 504. He aquí en resumen el texto de las
resoluciones voladas (5 de noviembre de 1795): l.°, el jornalero debe ser pagado
convenientemente, y el procedimiento corriente que consiste, pora aliviar su penu­
ria, en venderle harina por bajo del precio... no es solo un insulto indecente a
su condición miserable, sino un medio de socorro ilusorio...; 2.°, los salarios de­
berán variar con el precio del trigo... [sigue unu tabla]; 3.°, se preparará in­
mediatamente una petición al Parlamento para solicitarle que fije los salarios con­
forme al plan de más arriba, y todos los jornaleros del condado serán invitados
a asociurse a esta gestión necesaria...; 4.°, cada adherente deberá pagar al teso­
rero una cuota de un chelín para cubrir los gastos...; 5.°, tan pronto como el se­
cretario de la reunión conozca la opinión de los jornaleros de este condado, o de
la mayoría de ellos, convocará una reunión general en una ciudad situada en
una posición central...; 6.°, un jornalero, provisto de las instrucciones deseadas,
podrá ser delegado por dos o tres parroquias vecinas entre si; recibirá dos che­
lines seis peniques diarios pora sus diligencias y otro tanto para sus gastos...;
7.°, Adam Moore, secretario de la reunión, hará publicar las resolucione» ante­
riores con los nombres de los arrendatarios y los jornaleros que las lian votado
y firmado en un periódico de Nortvich y en un periódico de Londres; se confía
en que el proyecto de una petición al Parlamento sea uprobudo y aduptndo no
solo por los jornaleros del condado, sino también por los de ludo» los condados
del reino. Por lo demás, no hay que confundir esta orguiii/jiciúu, formada única­
mente con miras a una apelación a los poderes públicos, con tina Trade Union.
m PA R TE I I I : L A S C O N SE C U E N C IA S INM EDIATAS

bn solamente los intereses de los patronos; tomaba, en razón de las


circunstancias, el aspecto de un grave peligro político y social. En esta
época en que el terror de una revolución semejante a la Revolución
francesa obsesionaba los espíritus y hacía divagar a los hombres de
Estado, toda asociación popular, cualquiera que fuese su objeto confe­
sado, debia ser naturalmente sospechosa. El mismo pensamiento qtte
había hecho adoptar, como un medio de apaciguamiento, el sistema de
los socorros a domicilio, dictó la ley de 1799 contra las coaliciones l . Por
otra parte, esta no hizo más que renovar y completar toda una legisla­
ción anterior. Sin hablar de los edictos antiguos sobre las «conspiracio­
nes de los mercaderes y artesanos», cuyas cláusulas penales podían ser
aplicadas, y en efecto lo fueron en varias ocasiones, a las coaliciones
obreras a, una serio de medidas más recientes y no menos severas apun­
taban directamente a estas coaliciones. «Desde el comienzo del si­
glo xvm, leemos en la Historia del Trade-Umonismo, el Parlamento no
cesó de votar leyes prohibiendo a los obreros, en tal o cual industria
particular, el coaligarse» 123. Citemos entre otras las que concernían es­
pecialmente a los obreros sastres (1720) 4, a los tejedores y peinado­
res de lana (1725)5, a los sombrereros (1777) *. a los papeleros (1796) T.
Lo que, no obstante, las distingue, bajo el doble aspecto del principio y
del alcance de la ley de 1799, es que casi siempre iban a continuación
de reglamentaciones oficiales del trabajo, de las que no eran más que
el complemento. Este punto ha sido puesto en evidencia por S. y B. Webb:
«Se admitía que era asunto del Parlamento y de los tribunales el regla­
mentar las condiciones del trabajo; desde ese momento no podía permi­
tirse, ni a los individuos ni tampoco a las coaliciones, que intervinie­
sen en conflictos para los que se había instituido un modo de solución
legal.» Al ligarse para modificar las condiciones del trabajo fijadas por
la ley o conforme a la ley, los obreros cometían un acto de rebehon.
En 1799 la cuestión se planteaba do una manera totalmente diferente. La
política intervencionista se desacreditaba cada vez más; el laissez-faire

1 Casi al mismo tiempo fue votada la ley corara las d e b tn in g so c te tie s,


39 Geo. III, c. 79.
2 M ás arriba hemos mencionado la decisión de los jueces de paz de Lan-
cashirc en 1725. Esta se fundaba en el acia de 1549 (2-3 Edward Vi, c. 15)
intitulada B ill o f c o n s p ír a c ie s o f v ic t u a ü e r s a n d c r a /ls m e n y destinada en un prin­
cipio a impedir d encarecimiento artificial de las mercaderías. S. y B. Webb
citan el caso mucho más reciente de los hilanderos de algodón condenados
en 1818 a dos años de prisión por aplicación de una ley de 1305. H ist. o í T r a d e
U n io n ism , pág. 60.
3 Id., i b i d ., pá*. 61. Según Whitbread, existían en 1800 cuarenta leyes pro­
mulgadas con este fin.
* 7 Geo. I, si. 1, c. 13. Véase G.m .t o n , F. W.: S e le c l d o cu m en ta illu s t r a t in g
the h isto r y o ¡ t r a d e u n io n ism , I, T h e t a illo r in g tr a d e , pág. 16.
3 12 Geo. 1, c. 34.
3 17 Geo III. c. 55.
f .if> Geo. III, c. 111.
IV : IN TERVEN CIO N Y «I.A ISSE Z -T A IIIF .» 443

reinaba ya en la mayoría de las industrias; la autoridad de lns corpora­


ciones de artesanos apenas si existía ya, y el Estado rehusaba ejercer la
suya. La idea de que el contrato de trabajo di‘.be resultar únicamente
de un acuerdo entre las partes interesadas no estaba lejos de ser admitida
y proclamada como un dogma. Prohibir a los obreros coaligarsc en el ins­
tante mismo en que se les quitaba toda esperanza de protección legal era
abandonarlos a merced de los patronos.
La ley fue votada con una premura que revelaba las preocupaciones
de sus autores. El 5 de abril de 1799 el Parlamento había recibido una
petición de los constructores de molinos, que solicitaban ser protegidos
contra la «peligrosa coalición» formada desde hacia algún tiempo por
sus obreros. Se decidió, por derogación del reglamento, darle lectura in­
mediatamente, «en consideración a las circunstancias excepcionales».
Cuando la comisión a la que se habia remitido esta petición hizo su in­
forme. Wilberforce, en quien la filantropía se unía al conservatismo más
obstinado, propuso promulgar una ley contra las coaliciones aplicable
a todos los dominios. William Pitt se adhirió en seguida a esta idea. El
17 de junio de 1799 presentó un proyecto de ley—denominado Work-
men’s Comóína/íon Bill—que tenía por objeto «poner remedio a un mal
que alcanza proporciones considerables». El voto en primera lectura se
efectuó al día siguiente. «El 1 de julio todas las etapas de trámite
ante la Cámara de los Comunes habian sido salvadas, y veinticuatro días
después de la presentación del proyecto la ley recibía la sanción real» L
En la Cámara de los Comunes un solo diputado, Hobhouse, habló con­
tra la ley, recordando la facilidad con que podían formarse y obrar
las coaliciones patronales y alzándose contra la jurisdicción propuesta,
la de los jueces de paz. que excluía la intervención del jurado: su en­
mienda, que exigía al menos la presencia de dos magistrados, fue recha­
zada sin un voto siquiera Ante los lores, una petición presentada en
nombre de la sociedad de estampadores de indianas, de Londres, hizo oír
en vano una protesta aislada 1*3. Solo lord Holland se levantó para apoyar
la petición. Habló largamente, con fuerza, contra un bilí al que decla­
raba «injusto en su principio y malvado por su tendencia». Los patro­
nos siempre tendrían interés en acusar de coalición a sus obreros, incluso
cuando trataran solamente de obtener mejores salarios. «Es evidente que
podrian sobrevenir circunstancias en que la justicia y la humanidad exi­
gieran que fuesen aumentados los salarios de los obreros; pero si de­
jamos que este bilí se convierta en una ley, jamás esos hombres podrán
buscar honradamente una mejora de sus salarios sin incurrir en las
sanciones penales que prevé.» Mostró el peligro de confiar este género de

1 Véase H ammond , J. 1.. y R.: The town la b o ttre r, |>ág. 123 y ggs.
1 20 de junio de 1799. P a rlin m e n ta r y R e g iste r, I.XXT, 65-66.
3 A f u l l a n d a c a i r a / e r e p o r t o [ t f’n; p r o r e e d in g o / th r p e t it io n tr s a g a in s t
th e en m b in a tin n lo w s, b y one o f t h r petidoner.% Londres, 1800.
4-M PARTE i n : LAS C O N S E C U E N C IA S INM EDIATAS

asuntos a magistrados locales, que se arriesgan a ser a la vez jueces y


partes; evocó «el caso de uno de esos magistrados que en una ciudad
manufacturera sería al mismo tiempo un patrono y tendría por vecino a
otro patrono, magistrado como él; ved qué extraños servicios podrían
prestarse. Citando uno a otro como testigo, le sería posible enviar a la
cárcel o a trabajos forzados a aquellos de sus obreros que no se some­
tiesen a sus condiciones». El derecho de apelación a los Quarter Sessions
era una irrisión, porque al apelar debía depositar una fianza de 20 libras
y pagar, si era condenado, las costas de la instancia. «Semejantes estipu­
laciones imposibilitan a los pobres obreros el hacer apelación.» Por últi­
mo, era una monstruosa injusticia crear un nuevo crimen y substraerlo al
iurado para llevarlo ante una jurisdicción sumaria. Nadie se tomó la mo­
lestia de responder a lord Holland 1 y la ley pasó sin ninguna enmien­
da z. En ella se prohibía a los obreros de todos los oficios el concertarse,
ya fuera para obtener un aumento de los salarios o una disminución de
las horas de trabajo, ya para obligar a los patronos a emplear a ciertos
obreros con exclusión de ciertos otros, ya para establecer e imponer cual­
quier reglamento; esto bajo pena de tres meses de cárcel como mínimo
o dos meses de hará labour. La misma pena se aplicaba contra los que
tratasen de seducir a los obreros para impedirles que entraran en ciertos
talleres o que se negaran a trabajar con ellos, y contra los que asistiesen
a reuniones ilícitas y recibiesen o entregasen dinero para organizarías 123.
A estos delitos previstos expresamente hay que añadir todos los que com­
prendía, en el sentir de jueces malévolos, la palabra terrible y vaga de
coalición: «En adelante, ni un obrero podrá tener con otro obrero la
menor conversación sobre un tema profesional sin exponerse a persecu­
ciones» *. Lo que acababa de dar a esta ley su carácter de parcialidad
era que, como habían hecho observar Hobhouse y lord Holland, los acu­
sados no eran conducidos ante un jurado, que hubiese constituido para

1 9 de julio de 1799, P a r lia m e n r a r y R e g is t c r , LXX 1 . 562-65.


2 39 Geo. III. c. 81. He aguí su preámbulo: «Resultando que un gran nú­
mero de obreros y jornaleros, en diversas parles de esle reino, han inlentado,
medíanle reuniones y coaliciones ilegales, obtener un suplemento de salario y
perseguir el cumplimiento de otros designios ilegales; y resultando que las leyes
actualmente en vigor contra esas intrigas ilícitas han sido reconocidas como in­
suficientes para ponerles fin, se ha hecho necesario tomar medidas más enérgicas,
a fin de prevenir la formación de las citadas coaliciones, sancionando a los cul-
pahles con un castigo pronto y ejemplar.» Una ley análoga fue promulgada para
Irlanda en 1803 (43 Geo. III, c. 86).
3 M ás tarde, estas penalidades fueron juzgadas insuficientes. Se hizo entonces
uso contra los obreros de una ley de 1797, 37 Geo. III, c. 123, que apuntaba a
las conjuraciones sediciosas, y había sido votada durante la rebelión de la fióla
en Nore. P or aplicación de esta ley fue pronunciada, en 1834, diez años después
de la abrogación de la ley de 1799, la sentencia famosa que condenó a seis jor­
naleros de Dorchester a la deportación.
1 Petición de los jornaleros, obreros y artesanos de Liverpool. J o u r n . o f the
H n u se o í C o m m o n s, LV , 646.
rv: IN TER V EN CIO N Y «L A IS S E Z -F A IK E n 445

ellos una garantía: su suerte se confiaba a un magistrado único, un juez


de paz que según las ideas del tiempo debía ser un representante de la
causa del orden tal como la concebían las clases dominantes
La conmoción fue viva entre los obreros cuando comprendieron el
golpe que se asestaba a sus organizaciones nacientes. Afluyeron peticio­
nes y protestas, que provenían de todas las regiones y de todas las cor­
poraciones de artesanos 12, tantas, que fue dificil tener en cuenta ninguna
de ellas. La ley recibió una enmienda en el mes de julio de 1800 3. Pero
ni el fondo ni las principales cláusulas fueron alterados. La jurisdicción
siguió siendo la misma; sin embargo, el veredicto debía ser pronunciado
por dos magistrados en lugar de uno solo, no siendo elegidos estos ma­
gistrados entre los patronos de la industria en causa. La principal inno­
vación recaía sobre ciertas cláusulas de arbitraje: las cuestiones de
salarios y de horas de trabajo podrían ser deferidas a dos árbitros desig­
nados respectivamente por los patronos y por los obreros; y, a falta de
acuerdo entre ellos, la decisión pertenecería a un juez de paz, a reque­
rimiento de una u otra parte. Pero de hecho, estas estipulaciones resul­
taron inoperantes, debido a la mala voluntad de los patronos4. En el
curso del debate, Sheridan había pedido la abrogación pura y simple
de la ley contra las coaliciones, declarando que «jamás una masa tan
intolerable de injusticias había figurado entre las leyes del Reino».
El cuarto de siglo siguiente ha dejado en la historia del Trade-
Unionismo el recuerdo de una era de persecución. Es la época medio
legendaria de las afiliaciones secretas, de las reuniones nocturnas, cuyos
atestados, para mayor seguridad, eran enterrados en parajes solo cono­
cidos por los iniciados ®. El hecho es que las condenas fueron frecuentes
y severas: «Las leyes contra las coaliciones eran consideradas como ne­
cesarias para obstaculizar las pretensiones desastrosas de los obreros, que,
de no haber sido reducidos al orden, habrían arruinado enteramente el
comercio, la industria y la agricultura británicas... Era tal el imperio
de esta idea falsa que, cuando se procesaba a los hombres que trataban
de unirse para regular el tipo de su salario o la duración de su trabajo,
por dura que fuese la sentencia dictada contra ellos, y por despiada­
damente que fuese ejecutada, nadie manifestaba el menor sentimiento
de compasión por aquellos desdichados. Toda consideración de justicia
desaparecía: su defensa raramente era escuchada por el juez, y nunca

1 «Los peticionarios se hallan, por esta ley, privados ele bu drreeho u ser
juzgados por un jurado según la costumbre de su país; se los envía unte un
juez de paz que, las más de las veces, es un hombre de negocios, y niyn nom­
bramiento, en todo caso, está al arbitrio de los patronos.» Id., ibltl.
3 Véanse las numerosas peticiones presentadas en 1800 a In rim ara dr los
Comunes, J o u r n . o f th e H o u se o f C o m m o n s, l-V, 648, 665, 672, 706, 712, ele.
3 39-10 Geo. 1H, c. 106.
4 H ammond . J. L . y B.: T h e lo t in la b o tire r, pág. 126.
■' W ebh: H ís t . o ¡ T r a d e lln io n ís m , píga. Íi6 y aga, y It'e b li l/.S'.S, ( ¡ m u r a l
llis t o r y , I ! , I.a w s r e la t in g lo tr a d e un ión ».
■ ilr. I’ AIITE 111: LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

»in impaciencia o sin insulto... Si se pudiese dar un relato fiel de los


interrogatorios, de los debates ante las sesiones trimestrales y el Tribu­
nal del Rey. con su parcialidad monstruosa, sus invectivas groseras, las
penas terribles infligidas y sufridas, nadie querría creerlo, si los hechos
no estuviesen atestiguados por testimonios irrecusables...»1. Con todo, las
coaliciones, incluso las coaliciones permanentes, origen de las Trade
Unions, no pudieron ser completamente impedidas ni destruidas. La per­
secución, muy desigual, perdonó a muchas. Para poner en movimiento
la acción judicial, era preciso una queja, que a menudo faltaba. Algunas
hasta estuvieron en relaciones abiertas y pacificas con los patronos2.
Otras podían invocar, si se las amenazaba, la protección de las leyes:
se limitaban, en principio al menos, a usar el derecho de petición al
Parlamento o de recurso a las tribunales que pertenecía a todo súbdito
inglés. Otras, por fin, obligadas a más disimulación, tomaban el aspecto
inofensivo de sociedades de socorros mutuos*1. Fue asi como subsistieron
y se desenvolvieron las asociaciones de los hilanderos de algodón, las
más antiguas de las cuales, las de Oldham y Stockport, fundadas en 1792,
habian tenido, desde su iniciación, el carácter de benefit clubs, que daban
socorros de paro y de enfermedad s. Estas mostraron su fuerza real cuan-12345

1 P lace, Francia: O n c o m b in a tio n lo te s, en W ebb, o b . cit., pág. 65. Encon­


tramos ya en un informe de 1804 la crítica de este régimen inicuo: «La sabi­
duría y la humanidad del Parlamento se negarían a sancionar la ley Contra las
coaliciones si les pareciese probable que obra únicamente en favor de los fuertes
contra los débiles y que tiende a asegurar la impunidad a los opresores y a dar
una ventaja injusta a los patronos, que pueden coligarse sin tener que temer por
ser descubiertos... E s imposible que el legislador haya querido perjudicar al
hombre cuyo solo deseo es vivir de su trabajo.» R e p ort on th e p e titio n p r e se n te d
by th e ¡o u r n e y m e n c a llic o - p r in te r s (1804), pág. 7.
2 Véanse los ejemplos citados por W euu , págs. 66 y sgs.
3 Hay que relacionar con esta clase la gran sociedad de los tejedores de al­
godón, de la que hemos hablado más arriba.
4 Estas sociedades, estimuladas por una ley ríe 1703 (33 Geo. III, c. 54),
y ya muy numerosas, se formaban casi siempre entre gente del mismo oficio.
Véase E d én : S t a t e o f th e p o o r, I, 600 y sgs. Sobre las relacione» entre las socie­
dades de socorros mutuos y las Trade Unions, véase Uowdf.n : I n d u s t r ia l so c ie ty
to w a rd s the e n d o f the X V I I I t h c e n lu r y , págs. 295 y sgs.
5 IT eb b M S S , T e x t ile s , l l l , O ld h a m S p in n e r s y F i f t h R e p o rt jr o m the s e le c t
co m n u'ttee o n a r t iz a n s a n d m a c k in e ry , pág. 410. Ignoramos por qué Webb da.
para la fundación de la Sociedad de Stockport, la fecha de 1786 ( H is t . o f tr a d e
u n io n ism , pág. 35). Algunas de estas sociedades han debido encerraise, al menos
en sus comienzos, en sus atribuciones mutualistas. Véanse los estatutos de los
Friendly associatcd cotlon spinners of Manchester (1795), art. 25: «Si una o
varias personas pertenecientes a la citada sociedad atacan o insultan a un patrono
o a un capataz o causan voluntariamente destrozos en sus casas, edificios o pro­
piedades, bajo cualquier pretexto que sea, o se coaligan para elevar el tipo de
eu salario contrariamente a la ley, o loman parle en desórdenes de tal naturaleza
que perturben la paz pública, o desobedecen a un requerimiento o a una orden
cualquiera de los magistrados del condado... esa persona o esas personas serán
expulsarlas de la Sociedad y perderán todo derecho a unas ventajas que están
destinarlas únicamente a fomentar la sobriedad, el trahajo y la buena conducta.»
IV: INTEJt VENCION V «UtlSSKZ-VAlKKit 447

do la gran huelga de Manchester, en 1810, en la que tomaron parte mi­


llares de obreros: las sumas distribuidas a los huelguistas se elevaron
hasta 1.500 libras por semana **.
Los hilanderos de algodón de Lancashire eran obreros de gran in­
dustria. Como tales, experimentaban dificultades particulares en orga­
nizarse, las que encuentran, todavía hoy, los jornaleros y los braceros.
Recién venidos la inmensa mayoría a su oficio, sin cohesión, sin tradi­
ción común, incapaces de imponerse por su capacidad técnica y de re­
sistir a la competencia desastrosa de las mujeres y los niños, se hallaban
en las peores condiciones para hacer frente a los manufactureros capi­
talistas: «Sus coaliciones efímeras, sus huelgas frecuentes, apenas eran
otra cosa que esfuerzos desesperados por conservar su salario a un nivel
que les permitíase justamente vivir...; explosiones repentinas, marca­
das por destrucciones de máquinas y por toda clase de violencias, con
intervalos de sumisión abyecta y de competición ciega...»)2. Sin em­
bargo, habían empezado a forjar el arma de las luchas futuras.

II

Uno de los objetivos perseguidos con más ¡terseverancia por los


obreros coaligados, uno de los medios que creian mas apropiados para
mejorar su condición, era el mantenimiento o la extensión de reglamen­
taciones antiguas3. Con mayor razón, cuando les fue prohibido unirse

i r t ic le t , r u le s a n d r e g t d a t io n s m a d e a n d lo b e o b se r v a d by a n d betw een the


’nem b ers o f th e F r ie n d ly a s s o c i a t e d cotton s p in n e r s, p á g . 15. I,ns sospechas de
que fueron ob je lo las sociedades de socorros mutuos están enunciadas netamente
*n las O b se rv atio n s on th e co tto n -w e av e rs' a c t (1804), págs. 15-16: «No puedo
menos de advertir los efectos desastrosos que ha tenido en las regiones industria­
les el desenvolvimiento de las sociedades de socorros nuil nos desde el estímulo
que les lia sido dudo por la ley de M r. Rose, has circtmslnncias muestran cómo
las mejores intenciones pueden ser desviadas de su meta. En lugar de ayudar al
bienestar de sus miembros o de mejorar su conducta, estas sociedades se han
convertido en focos de descontento y de intrigas... A l abrigo del título con el que
se enmascaran y de los reglamentos nominales que exhiben, los obreros se reúnen
por corporaciones de artesanos y mantienen alianzas con sus camaradas. Sus
■ Motas n menudo ban sido lo bastante fuertes para subvenir a las necesida­
des de cierto número de ellos, que, a una consigna, se declaraban en huelga
contra sus patronos. S i un patrono se mostraba obstinado y se negaba a ceder,
*us obreros reanudaban el trabajo y se declaraba en huelga otro equipo. Y así
sucesivamente, hasta que hubiesen obtenido satisfacción. Estos ardides se han
proseguido casi sin interrupción desde hace varios años. E s raro que en una u
otra rama de la industria no se produzca, y casi siempre han tenido éxito. N o
obstante, es tan difícil probarlo que, a pesar «le las quejas frecuentes, se han
pronunciado muy pocas condenas.»
1 IT eb b M S S , T e x tile s , I.
-' Wt.as: lli s t o r y o f T r a d e U n io n ism , pág. 78.
J Según L. Brentano, la mayor parte de lus asociaciones obreras, en el si­
glo xvitl, se han fundado con el fin tínico «(le mantener las reglamentaciones exis-
mi PARTE III: LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

|inni la defensa de sus intereses colectivos, apelaron a la protección, real


o ilusoria, que estas reglamentaciones les ofrecían contra la opresión
económica.
Tenían un doble origen. Unas eran reglamentaciones del Estado, de­
rivadas del SlattUe of Artificers de 1563, verdadero código del trabajo,
donde se resumian las ordenanzas de las municipalidades y de los gre­
mios, y con el que se ha perpetuado, hasta el umbral de nuestra época,
el sistema económico de la Edad Media '. Las otras eran reglamentacio­
nes corporativas, particulares de ciertas ciudades y de ciertos oficios, en
los que tenian fuerza obligatoria. Unas y otras formaban cuerpo con las
prescripciones relativas a la técnica industrial, y con la institución a la
vez caritativa y tiránica de la ley de los pobres. Constituían en conjunto
el monumento característico de una legislación valias veces secular. A
mediados del siglo xvm, este monumento todavía estaba en pie, aunque
decrépito y en derrota: el empuje de intereses nuevos, más aún que de
ideas nuevas, pronto hizo que se derrumbara por completo. Fue en
vano que los obreros intentaran levantar sus ruinas a.
Los puntos sobre los que se encaminaron sus esfuerzos principales
fueron los reglamentos de aprendizaje y la fijación legal de los sala­
rios3. De acuerdo con la ley de 1563, nadie podía ejercer un oficio en
Inglaterra si no habia hecho un aprendizaje de siete años bajo el régi­
men de un contrato en debida forma ( indenture) , que definía las obliga­
ciones reciprocas del maestro y del aprendiz4. Además, el número de*1234

lentes de la industria, legales y consuetudinarias». Desde el momento en que el


Estado cesaba de mantener el orden, aquellas lo sustituían. G u itd s a n d T r a d e
U n io n , pág. CLXxvit.
1 Se hallarán páginas excelentes sobre el S l a l u t e o j A n ijic .e r s (5 Eliz., c. 4)
en CUNNINGIIAM: G ro w th o f E n g lis h in d u s lr y a n d co m m e rc e , 11, 27-43.
2 Sobre el desuso gradual del S t a t u ie o f A r tific e r s , particularmente en lo
que concierne al aprendizaje, véase D unlop , 0. J.: E n g lis h a p p r e n lic e s h ip a n d
ch ilrl lab o ttr, págs. 118, 121, 228-30. Las ciudades ya no se cuidaban de la eje­
cución de los antiguos reglamentos corporativos; los tribunales se mostraban muy
indulgentes con los contraventores..
3 No insistiremos sobre las tentativas por hacer revivir contra las máquinas
las prohibiciones del siglo xvt. Véase, anteriormente, tercera parte, cap. III, sec. I.
4 S Eliz.. c. 4, art. 31. He aquí, a título de ejemplo, el contrato de aprendi­
zaje de J. Wedgwood (cuyo término es, como se advertirá, de cinco años en lugar
de siete): «Este contrato, hecho el 11 de noviembre del decimoséptimo año del
reinado de nuestro soberano señor George II, por la gracia de Dios rey de
Gran Bretaña, etc., el año de nuestro Señor 1744, entre Josiah Wedgwood, hijo
de Mary Wedgwood, de Churcbyard, condado de Stafford, por una parte, y Tilo­
mas Wedgwood, de Churcbyard, condado de Stafíord, por otra parte, atestigua
que el citado Josiah Wedgwood, de su pleno grado y consentimiento, con la
aprobación y bajo el consejo de sn citada madre, se compromete como aprendiz
ai servicio del citado Thomas Wedgwood, en cuya casa residirá y trabajará con­
tinuamente, ilesdc la fecha anterior hasta la expiración completa del término de
cinco años. Durante el cual término el citado aprendiz deberá obedecer la volun­
tad de su maestro y servirlo fielmente, guardar sus secretos, apresurarse en toda
circunstancia a obedecer sus órdenes legítimas; deberá abstenerse de hacer nin-
IV: INTERVENCION Y «LAISSEZ-FAMK» 449

aprendices era limitado, o por lo menos debía mantenerse una cierta


proporción entre este número y el de los obreros adultos'. Estas medi­
das concordaban con las tradiciones de artesanos orgullosos de su habi­
lidad profesional, y acantonados en sus oñeios como en otros tantos
dominios reservados. Deseosos de elevar barreras en tomo a ellos, cui­
daban de encarecer aún las exigencias de la ley. Los cuchilleros de
Hallamshirc no admitían que un maestro tuviese en su casa más de
un aprendiz a la vez, a menos que el segundo aprendiz fuera su h ijo 2.
Casi en todas partes, se obligaba a los aprendices cuyos padres eran
ajenos a la profesión, a pagar derechos de entrada, a veces bastante ele­
vados8. Se trataba menos de asegurar el buen reclutamiento de la cor­
poración que de garantizar a sus miembros una especie de monopolio
hereditario.
Se ve el interés que los patronos, desde el momento en que habían
cesado de pertenecer personalmente a la clase de los artesanos, podían
tener en hacer desaparecer estos reglamentos. Aplicados en todo su rigor,
hubieran contrariado singularmente el impulso de las industrias. Por eso
eran constantemente violados. Desde muy pronto se elevan quejas a este
propósito: los tejedores de Colchester, en 1716, denuncian las maniobras
de los fabricantes que toman demasiados aprendices; los de Gloucester,
en 1728, protestan contra el ajuste de obreros que no han hecho su
aprendizaje legal45*. Algunas veces los patronos, para cortar todas las
reclamaciones, tomaban el partido de solicitar la supresión formal de

guna cosa que pueda perjudicar a su citado maestro y no lo permitirá por parle
de otras personas, sino que deberá dar aviso de ello inmediatamente a su maestro
en cuanto pueda; no deberá sustraer o deteriorar las mercancías que pertenecen
a su maestro, no jugará a la s cartas, a los dados y a otros juegos ilícitos; no
frecuentará las tabernas y bodegones, no cometerá fornicación, no contraerá ma­
trimonio. No abandonará, aunque sea por un momento, el servicio de su Inaestro
ni se ausentará sin permiso del citado maestro; en lodo deberá conducirse y se
conducirá para con su maestro y los suyos como un buen y fiel aprendiz.
Y el citado maestro enseñará a su aprendiz el arte de tornear y decorar las
alfarerías, que practica actualmente, con todo lo que a él se refiere; deberá ins­
truirlo o hacerlo instruir lo mejor que pueda; deberá igualmente asegurar al
citado aprendiz la comida, la bebida, el lavado, el alojamiento, vestidos de toda
clase, de lana y de lienzo, y todas las cosas necesarias en estado de salud y de
enfermedad, de la manera que conviene a un aprendiz, durante el tiempo del
término fijado; y para garantizar la ejecución fiel de todas las cláusulas anterio­
res, aceptadas por las dos partes, los infrascritos se ligan mutuamente por el
presente documento, en fe de lo cual han cambiado sus firmas y sus sellos el
día y el año mencionados más arriba.* Publicado por M eteyard , E.: L i f e o f
J o s i a h IF e d g tv o o d , 1, 222-23.
5 F,liz., c. 4, art. 33. «Los fabricantes de paños, los bataneros, lo* tundido­
res de lelas, los tejedores, los sastres, los zapateros tendrán por lo menos nn
obrero por cada tres aprendices.» E l límite es, por [o domó», muy amplio.
Carta de los C u U e rs o f H a lla n x M r e , 21 jante* I, c. 31.
8 De S a 20 libras, según W e Uii: l l i s t , o f T r a j e lln io n is m , pág. 75, nota 1.
J o u m . o f the H o m e o f C o m m o n s, X V III, 171. y XX|, 153. Véanse también
las peticiones de 1742, X X IV , 117 y 124.
MANT0UX— 29
4 l' i 0 PARTE I I I : L A S C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

lo* reglamentos que les estorbaban: es lo que hicieron en particular los


sombrereros, los tintoreros, los estampadores de indianas. Estos últimos
reconocían espontáneamente que el personal de sus talleres apenas com­
prendía una décima paite de antiguos aprendices, y decían la razón de.
ello: «Nuestro oficio no exige que todos los obreros que se emplean ha­
yan sido preparados para ejercerlo desde la infancia: simples braceros
bastan para la faena» L Argumento al que el maquinismo iba a prestar
una fuerza singular.
L a actitud del Parlamento frente a estas demandas contradictorias
es bastante interesante de observar. De ningún modo tenía la intención
de renunciar a su derecho de control sobre la industria: la ley de
1768 sobre los salarios y las horas de trabajo de los obreros sastres 12,
y el Spiudjield Act de 1773 3, están nM para probarlo. Todavía no expe­
rimentaba la influencia de las nuevas doctrinas económicas; sus miem­
bros no habían leído a Adam Smith, y con motivo'1: fue en 1753,
veintitrés años antes de la publicación del Ensayo sobre la naturaleza
y las causas de la riqueza de las naciones, cuando los estatutos de la
Compañía de tejedores de medias fueron declarados inoperantes como
«contrarios a la razón y atentatorios a la libertad de los súbditos ingle­
ses» ®. La tendencia al hñssez-laire se manifestó poco a poco, y en cier­
tas ocasiones, antes de aparecer claramente y de justificarse por una
teoría general. Concordaba no solo con el interés de los patronos, sino
con el interés no menos palmario de la industria creciente.
La revolución industrial iba a asestar un golpe decisivo a los regla­
mentos de aprendizaje, y al mismo tiempo a dar a los obreros nuevos
motivos para aferrarse a ellos. El perfeccionamiento del utilaje y el
progreso de la división del trabajo hacían cada vez más inútil una
larga educación profesional. Sin emhargo, el número de aprendices, en
las industrias textiles y sobre todo en la industria del algodón, no ce­
saba de aumentar. Las hilaturas estaban llenas. Entre los estampadores
de indianas, eran a menudo tan numerosos como los obreros, y a veces
mucho más. Se citaba, hacia 1800, un taller donde había hasta 55 y 60

1 Jo u r n . o ¡ th e H o u se o l C o m m o n s, X X X V I, 194. Contrapetición de los obre­


ros, pág. 283. Los patronos ganaron la cansa por las leyes 17 Geo. M . c. 33, y
17 Ce o. 111, c. 55 (1777).
3 8 Geo. III, c. 17. Renovaba y enmendaba las disposiciones de una ley
de 1721 (7 Geo. I, sL I, c. 13). Véanse los textos en Ca lto n , F. W .: T h e
ta ilo r in g tr a d e . pág. X L IH , 16-22, 60-63.
s 13 Geo. I II , c- 68. Véase primera parle, cap. l.°, final de la sección VI.
* Véase la crítica del aprendizaje tradicional en el I n q u ir y in to th e n a tu rc
a n d c a u s e s o ¡ th e w e a lth o í n a b o n s , pág. 55 (cd. Mac Culloch).
* J o u r n . o j th e H o u se o/ C o m m o n s, X X V I, 593, 764, 779, 788. Véase F el -
k in , J.; r i i s t . o ¡ th e m ach in e .w ro u .g h t h o sie r y a n d la c e m a n u fa c tu r e , págs. 80 y
siguientes, y H elo , A.: Z w e i B ü c h e r t u r s o c ia le n G e s c h ic h te E n g la n d s , pági­
nas 486-88. V ic to r ia h isto ry o/ th e c o u n ly o/ N o tlin g h a m , II, 353-54 y V ic to r ia
h isto ry o/ the c o u n ty o í D e rb y , II, 367.
(V : I N T Í Jl V E N C IO N Y « I .A iS S K Z - r A I U E il 451

aprendices por dos obreros b ¿Merecían verdaderamente el nombre de


aprendices? Eran en realidad trabajadores no adultos, cuya edad se m a
de pretexto para pagarles lo menos posible y someterlos a un disciplina
brutal. Con frecuencia eran alistados sin contrato, o bien el patrono,
aun considerándolos como ligados a él, se reservaba el derecho de des­
pedirlos a su antojo. Algunas veces, por el contrario, los retenía ocho
o diez años en lugar de siete 12*7. Durante todo este tiempo, ganaban de
tres chelines seis peniques a siete chelines por semana, mientras que el
salarlo de los obreros se elevaba a veinticinco chelines y más. Estos
estaban naturalmente predispuestos a ver ahí una de las causas, y quizá
la principal, de sus paros frecuentes: la muchedumbre de aprendices
los expulsaba de los talleres *’ . En cuanto a los propios aprendices, su
situación, cuando llegaban a ser hombres, era de las más críticas: se en­
contraban a su vez sin trabajo, a menos que consintieran en prolongar
su compromiso por un nuevo período de cinco o siete años, en las
condiciones que se les quisiera imponer b
Así, pues, no sin razón los obreros estampadores de indianas, en
1803 y 1804. se afanaron por obtener una ley que reorganizase en bu
industria el régimen de aprendizaje y limitase el número de aprendices.
Consiguieron provocar una encuesta, y gastaron más de 1.000 libras,
recaudadas sueldo a sueldo en toda la Gran Bretaña, para hacer com­
parecer a sus testigos ante la comisión s. Sheridan hizo oír su voz elo­
cuente en favor de «esas pobres gentes que se habían impuesto tales
sacrificios para solicitar la protección de la ley» y contra sus opreso­
res, «un grupo de hombres poderosamente ricos, cuya riqueza ha salido
del trabajo de aquéllos» fl. Tras largas moratorias, fue presentado un
biü, cuyo voto habria dado satisfacción a los obreros; mas a pesar
de una nueva y enérgica intervención de Sheridan T, no pasó de la se­
gunda lectura. Los Comunes, al colocarse al latió de sir Robert Peel,
expresamente designado para tomar la palabra en nombre de los ma­
nufactureros, creyeron servir la causa del progreso industrial contra la
ignorancia y la rutina.
Los tejedores de lana no fueron más afortunados, cuando trataron,
1 R e p o r t Ir o m th e c o m m itte e lo wkom. th e p e titio n oj s e v e r a l jo u r n e y m e n
c u llic o .p n 'n te r s, etc., to as re j e t red U804), pág. 3.
2 I b id ., pág. 4.
* «Loa peticionarios, desde hace un cierto número de años, han tenido mucho
que sufrir por el paro, debido no a la depresión do los negocios en la industria
de las indianas, sino a la superabundancia de la mano de obra.» Petición de los
estampadores de indianas. J o u r n . o/ th e H o u se o/ C o m m o n s, L V III, 180.
■* Véase el discurso de lord K in g en ltt Cámara de, los Lores, el 27 de mayo
de 1805, P a r U a m e n ta r y D e b a t e s , V, 118, y el (lo P. Mooro en la Cámara de los
Comunes, el 30 de mayo, ib id -, 147-48.
* Véase M in u te s o/ th e ev id trw .e la h e n h e ¡o r e the co m m itte e to w h om th e
p e titio n o j s e v e r a l jo u r n e y m e n c a liie o - p r in t e r s ,,. i v a s r e je r r e d (1804-.
* Sesión del 27 de junio do 11104, l'n r l. D e b u te s, I!, flSHliO,
7 Sesión del 23 de abril de IfltlV. Ib id ., IX, 535-,'1)1,
[■ ARTE I I I : LAS C O N S E C U E N C IA S IN M E D IA T A S

no de hacer promulgar en su provecho reglamentos nuevos, sino sim­


plemente de hacer respetar la ley de 1563 sobre el aprendizaje. Co­
menzaron por demandar ante los tribunales a los tejedores «ilegales)) y
a los que los empleaban. Los pañeros replicaron reclamando la abroga­
ción de una ley caducada que «por los obstáculos que oponía a un re­
clutamiento más amplio del personal, hacía difícil aumentar su nú­
mero y mantener esa subordinación de la que depende la vida misma
de la industria» L Varios de ellos fueron oídos: se pusieron de acuerdo
para decir que desde la invención de la lanzadera volante, se podía
aprender a tejer en un año, e incluso en pocos meses; que, por otra
parte, los obreros que habían hecho sus siete años de aprendizaje cons­
tituían una pequeña minoría: «Me vería muy perplejo, declaraba un
fabricante de Bradford, para decirles si tejen mejor que los otros: nun­
ca he visto ni uno solo» a. Estas explicaciones decidieron al Parlamento
a suspender la validez del Statute of Artificers3, medida que fue reno­
vada de año en año basta la abrogación definitiva 4.
Sin embargo, el movimiento, a pesar de su fracaso, conquistaba a
toda la población obrera; incluso algunos patronos, allí donde se man­
tenía la pequeña industria, le prestaron su adhesión, por odio a las
empresas capitalistas. Cuando en 1813 y 1814 se intentó un último es­
fuerzo en favor del antiguo sistema de aprendizaje, las peticiones, lle­
gadas de todas las regiones y de todas las corporaciones de artesanos,
reunieron cerca de trescientas mil firm as5. Una gran comisión, de la
que formaban parte Huskisson y Canning, había vacilado en pronun­
ciarse: hasta tal punto los hechos aportados ante ella habían modificado
sus opiniones preconcebidas. Su presidente, míster Rose, se había de­
clarado convertido a la tesis de los obreros. Mas el interés de los manu­
factureros se apoyaba esta vez sobre la idea de la libertad económica,
elevada poco a poco a la altura de un dogma. Las disposiciones de la
ley de 1563, relativa al aprendizaje, fueron abrogadas, en nombre de
los «verdaderos principios del comercio», que la rema Isabel, «aunque
gloriosa», no había conocido r>.123*56

1 Petición de lo s fabricantes de H alifax, Journ. of the House of Commons,


LV III, 380.
2 ¡b íd,, pág, 392. John Lees, de H alifax, afirmaba que a los tejedores «le
gales» no le s faltaba trab ajo; era, por el contrario, la mano de obra la que fal­
taba. «Por fa lta de obreros, se emplea un gran número de m ujeres en el tejido
y en la tría de la s lanas.»: V éase el testimonio de sir Robert P eel ante la Comisión
de encuesta de 1806, Report ¡rom. the committee on the State of the vioollen m a­
nufacture, pág. 440.
3 Por la ley 43 Geo. III, c. 136.
* Tuvo lu g ar, en lo tocante a la industria de la lana, en 1809 (49 Geo. III.
c. 109).
5 P arí. D ebates, X X V II, 574.
6 Véase el debate en la Cámara de los Comunes, Parí. Debates, XX V II,
503 y sgs., y el acta de abrogación, 54 Geo. III, c. 96.
IV : INTERVENCION Y «L A ISSE Z -fA IR E » 453

III

El año anterior había desaparecido otro artículo de la misma ley,


el que atribuía a los jueces de paz el poder de fijar el tipo de los sa­
larios L Entre las atribuciones múltiples de estos magistrados, que
fueron los agentes por excelencia del antiguo intervencionalismo, no es
esta la menos interesante, ni, por otra parte, la menos estudiada 12. ¿Hay
que admitir, con el doctor Cunningham, que a principios del siglo XIX
había dejado de existir de hecho, y que no era más que «una pura cu­
riosidad jurídica»)34. Es perfectamente exacto que la fijación de los
salarios (assessment oj wages), por aplicación directa de la ley de Isa­
bel, había cesado desde hacía mucho tiempo Pero textos más recientes
que seguían en vigor en las industrias que regían especialmente, man­
tenían la tradición intervencionista. Los jueces de paz de Middlesex y
las autoridades municipales de Londres continuaban fijando los sala­
rios de los tejedores de seda, en virtud del Spitaljields Ace, confirmado
en 1792 5; los de los sastres de Londres y de Westminster eran fijados
por las autoridades municipales solas: simple diferencia de forma,
que no alteraba el principio. Los magistrados de Speenhamland, cuando
tomaron su resolución célebre, comenzaron por protestar de que en
modo alguno tenían la intención de hacer revivir la reglamentación
de los salarios. En esto se mostraban fieles a los intereses de su clase

1 5 Eiiz., c. 4, art. 15. L es había sido conferido por vez primera en 1389
(13 Rich. II, c. 8): «Como es imposible saber de antemano el precio del grano
y de los demás géneros, los jueces de paz deberán declarar públicamente, el día
de San Miguel y en Pascua, según el grado de carestía de los víveres, cuánto
deberá recibir por día un albañil, un carpintero o cualquier otro obrero o jo r ­
nalero, en tiempo de siega y en las demás estaciones del año, con o sin comida
o bebida.» A sí la ley, en lu g ar de fijar los salarios directamente y de una vez
para siempre, como se había intentado hacer antes sin miramiento a las necesi­
dades económicas, instituía una autoridad encargada de regularlos en épocas de­
term inadas y según la s circunstancias. Recordemos que los jueces de paz fijaban
también el precio del pan. Véase Híii.n, A., ob. cit., y W ebb , S. y B .: The assize
of bread, «Economic Jou rn al», XTV, 196 y sgs. 1904).
2 Véanse sobre su s orígenes los artículos de m iss M ac A rthur : «T h e Bobo
lohgyng to a justice of the peace and the assessm ent of wages» ( Englisk Histo-
rical Review, IX , 1894), «A fifteenlh century assessm ent of wages» (ib íd ., X III,
1898), «The regulation of wages in the síxteenth century» (ibíd., X V I, 1900).
P ara el período reciente, véase C unningham , W .: «A Shrewsbury nSBosstmmt of
w ages» (Economic Jou rn al, IV , 1894); H ewins , W. A. S .: «Englhth tmilo «mi
íinance, chieíiy in the X V IIth century», y «The regulation oí wago» by the jtm-
lices of the peace» (Economic Journal, VIII, 1898).
3 Cunningham , W .: Growth of English induslry and cornmcrce, II, díl. Atlom
Sm ith, en 1776, comprobaba ya su desuso O Feallh of Nati orín, \nlg, 65),
4 Uno de los últim os ejem plos conocidos es el assessment tls lo» J uocch de
paz de Shropshire, en 1732. Véase Economic Journal, IV. filó,
5 32 Geo. III, c. 44. Esta le y cjftendfu el modo do lljnoión do lo» salarlos,
prescrito en 1773, a la industria de las getlcrín» tramada».
■Ifíl PARTE I U : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

y r las ideas de su tiempo. ¿Pero qué es esa tabla redactada bajo su


cuidado sino la base de una reglamentación indirecta? En lugar de
fijar los salarios, se establecía la cifra mínima de ingresos que debía
ser asegurada a los jornaleros, y la obligación que no se quería impo­
ner a los patronos se trasladaba a las parroquias. ¿No era inspirarse
en el mismo principio que se quería desechar?
Este principio, en medio de la penuria popular, encontraba nume­
rosos partidarios. Es muy probable que se hayan hecho ilusiones sobre
sus beneficios pasados: sin duda había sido invocado más veces contra
los obreros que en su favor l. Los que pedían la fijación legal de los
.salarios entendían por ella el establecimiento de un mínimo garantizado
por la ley y que variase con el precio de los géneros. La idea se propagó
sobre todo en los campos, duramente castigados por la crisis que atra­
vesaba entonces el país 1*3. Dio lugar, como se ha visto, a un comienzo
de organización entre los trabajadores agrícolas3. Arthur Young, en
sus Anales de Agricultura, abrió una encuesta a este propósito: sus
corresponsales, que eran propietarios o granjeros, se mostraron, como
se podía esperar, generalmente hostiles a una medida que estimaban
como dirigida contra su libertad4. La cuestión fue planteada ante el
Parlamento, pero el bilí presentado en noviembre de 1795 por Samuel
Whitbread, y sostenido por Fox, tropezó con la oposición más viva. Su
propio autor parecía excusarse de tal falta a la sana doctrina, que solo
circunstancias excepcionales podían justificar 56. En vano pidió Fox que
se diese a los pobres el medio de ganarse la vida sin recurrir a la cari­
dad pública. Pitt, en nombre del Gobierno, se pronunció contra el bilí.
que fue rechazado. Whitbread volvió a la carga unos años más tarde,
pero sin más éxito ®. A todas las razones que podían tener las clases

1 «Sostengo que, desde 1563 a 1824, una conspiración perpetua, maquinada


por la ley y dirigida por aquellos a quienes su éxito debía aprovechar, tuvo por
objeto robar al obrero inglés una parte de su salario, su jetarlo a la gleba, qui­
tarle incluso la esperanza y hacerlo descender a una condición de m iseria irre­
m ediable... L a ley inglesa y los que estaban encargados de aplicarla se asignaban
por tarea el reducir al obrero a la m ás miserable pitanza y reprim ir por la
fuerza toda expresión o todo acto organizado de descontento...» R ogers» Thorold:
Six centuries o f Work and wages, pág. 398. Hay quizá aquí alguna exageración.
Trabajos m ás recientes han mostrado que la s decisiones de los jueces de paz no
eran siem pre desfavorables a los obreros. Véase L eonard : «The relief o f the poor
by the S ta te regulation of wages», Engl. Hist. Review, X III 0898).
8 D a v i e s , D avid: The case of labourers in husbandry (1795), págs. 105-06.
3 Véase anteriormente, sección I.
4 V éase Annals of AgricuLture, lomo XX V .
5 «Y o siento como nadie cuán deseable es, en sem ejante materia, abstenerse
de toda intervención legislativa; el precio del trabajo, como el de cualquier otra
mercancía, debería dejarse a sus fluctuaciones naturales.» Pa rí. History, X X X II,
página 703.
6 En 1800, ibid., X X X IV , 1426-36. Acababa de promulgarse la ley contra las
coaliciones, que proporcionaba a Whitbread un argumento muy plausible en fa­
vor fluí establecimiento de un mínimo de salario.
IV : INTERVENCION Y «LAISISKZ-l>'AUtlii> 455

poseedoras para oponerse a una elevación artificial de los salarios, se


añadía el temor de agravar de rechazo el alza de los precios, y de llevar
a un mal real un remedio ilusorio1.
Pero no se liabia terminado todo. Por una curiosa vuelta de la for­
tuna, el sistema abandonado, condenado en nombre de una doctrina
que de día en día se hacía más absoluta, iba a recibir utin nueva e im­
portante aplicación. Los tejedores de algodón, en querella constante
contra los fabricantes a propósito de los salarios, que habían bajado
continuamente desde 1792, y desarmados en sus tentativas de resisten­
cia por la ley contra las coaliciones, suplicaron al Parlamento que vi­
niese en su ayuda. Pedían la institución de un modo de arbitraje expe­
ditivo y poco costoso para zanjar las diferencias que se alzaban n cada
instante entre obreros y patronos, «y para fijar de cuando en cuando y
según las circunstancias el precio de la mano de obra» 12. Algunos pa­
tronos, deseosos de poner término a unos conflictos perpetuos, apoya­
ron esta demanda: fue quizá lo que la hizo tomar en consideración,
a pesar de los precedentes.
Apuntaba en realidad a dos objetivos distintos, pero que los obre­
ros tenían interés en confundir: por una parte, el reglamento de los
litigios individuales relativos a la ejecución del contrato de trabajo, y
por otra parte un modo de intervención más atrevido, que pudiese
modificar (as cláusulas mismas de este contrato. Los testimonios exhi­
bidos por los tejedores de algodón en apoyo de su petición mostraron
los abusos de que se quejaban: «sucede frecuentemente esto: un pa­
trono os da a tejer ciertai cantidad de tela, pongamos cinco o seis
piezas; conviene con vosotros un precio cuando os lleváis la labor. Este
precio, os lo pagará quizá por la primera pieza; por las otras, os im­
pondrá una reducción más o menos fuerte» 3. Los obreros tenían siem­
pre el derecho, en semejante caso, de dirigirse al juez de paz, sin que
hubiese necesidad por eso de una ley especial '1. Pero se quejaban de la
1 Se hacía observar también que un salario mínimo obligatorio podría tener
por efecto privar de trabajo a los obreros mediocres. Véase petición de los ma­
gistrados de Chesltire, Joum. of che House o f Commons, LT, 383.
2 Petición de los tejedores de algodón de los condados de Cliester, York,
Lancaster y Derby, Joum . o f th e House of Commons, LV, 262 (5 de marzo do 1800).
Esta petición y otras redactadas en los mismos términos reunieron más do 23.000
firmas. W e b b M S S , T e x lile s , IV, 1.
3 Encuesta sob reía petición de los tejedores de algodón, Joum. of the House
of Commons, LV, 487. Véanse también págs. 489 y 493 (deducciones por gusto»
de utilaje, aumento arbitrario de la longitud de las piezas, etc.).
1 La ley 20 Geo. II, c. 19 (1747) autorizaba a los jueces de paz ti ordennr
el pago de los salarios debidos hasta una liquidación total de 10 libras y a
efectuar embargos. Esto parece muy equitativo, itero la misma ley contieno dis­
posiciones de un espíritu menos liberal. El obrero o el aprendiz acumulo por su
maestro de mala conducta o de ¡nilisciplinu (murarritigv, ill.beliuv¡tni.) podía ser
condenado por el juez de paz a un tito* do Imrd /abatir. 5) tetiíil, por el contra­
rio, que quejarse de malos tratos v du negación ilr llt comida, el juez no podía
más que desligarlo de su compromiso, sin Infligir ninguna pena al patrono.
4Wi PARTE HE LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

Incompetencia de los magistrados en las cuestiones, a menudo muy


eapcciales, que les eran sometidas; de las dilaciones que acarreaba
una apelación a las sesiones trimestrales l, y que muchas veces cansaban
la paciencia y agotaban los recursos de los litigantes pobres. Habrían
querido, sobre todo, que el tribunal del que eran justiciables no se limi­
tase a examinar los agravios de cada uno, sino que pudiera también
pronunciarse sobre sus reivindicaciones colectivas, que tuviese autori­
dad para exigir no solo el pago de los salarios adeudados, sino el
aumento de los salarios insuficientes; que fuese investido, en una pa­
labra, de los poderes aue la ley daba a los jueces de paz, pero que estos
rehusaban ejercer.
El momento parecía mal elegido para presentar tales demandas. El
bilí Whitbread acababa de ser rechazado por segunda vez. Pitt, cada
vez más adicto a la doctrina de los economistas, era opuesto en prin­
cipio a toda intervención. Pero comprendió que había que hacer algo
para responder a unas quejas demasiado bien fundadas, y que no venían
de los obreros solamente. La lev de arbitraje de 1800 marca el límite
extremo que se había propuesto no rebasar 12 Toda discusión relativa
a los salarios, a las indemnizaciones por los gastos accesorios del tra­
bajo, a la entrega o a la calidad de las mercancías, debía ser llevada
ante dos árbitros, designados respectivamente por las dos partes en pre­
sencia. Si los árbitros no podían entenderse para dar una decisión en
el plazo de tres días, se encargaba de desempatarlos un juez de paz,
que en ningún caso podía ser un manufacturero o una persona intere­
sada en la industria. El arbitraje era obligatorio: si una de las dos
partes se negaba a designar un árbitro, se exponía a ser condenada con
una multa de diez libras, en beneficio de la parte adversaria. Estas dis­
posiciones, si nos atenemos a las apariencias, harían pensar en las expe­
riencias legislativas más recientes y más audaces. La palabra arbitraje
ayuda a la ilusión. Pero no hay que engañarse: el arbitraje instituido
por la ley de 1800 apenas se asemeja al que funciona hoy día en Austra­
lia y en Nueva Zelanda, sino más bien al que ejercen, en una esfera
más estrecha y con atribuciones más modestas, nuestros consejos de
hombres buenos. Y no era el comienzo de una legislación nueva, sino

1 Journ. o/ the tí oase of Commons, LV, 488 y 492, y Reporl on the cotton
weavers' petition, págs. 9 y sgs.
2 Véase a este respecto el testimonio de un manufacturero, R. Needham, de
Bolton: «En 1800 solicitamos del Parlamento una reglamentación de los salarios
según el modelo del Spitalfields Act. Mr. Pitt, que entonces era canciller del
Erario, encargó a nuestro solicuor que viniese a buscarnos a Lancashire para
decimos que si queríamos renunciar a la reglamentación nos haría una ley que
respondería tan bien o mejor a nuestros deseos. Resolvimos por unanimidad, en
una reunión de delegados, aceptar el ofrecimiento de Mr. Pitt, y nos dio la ley
de arbitraje 3940 Geo. IH, c. 90.» Fijth report from the select committee on
artizaos and machinery (1824), pág. S44.
IV : INTERVENCION V «LAISSEZ-FAtltF.» 457

la renovación parcial y provisoria de un sistema caído en desuso, cuya


resurrección se habia decidido no permitir.
Aun cuando esta ley no diese satisfacción completa a las demandas
de los tejedores de algodón, le hicieron buena acogida, como a un
mínimo de garantías contra la opresión económica. Se puede juzgar
su popularidad por los esfuerzos de los obreros de Paisley y de Glasgow
para obtener el beneficio de una ley análoga que se aplicase particular­
mente a Escocia1: les fue concedida en 1803 12. Gran número de casos
litigiosos, sometidos al arbitraje, recibieron una solución rápida y con
pocos gastos3. La mayoría de las decisiones falladas lo fueron en
favor de los obreros, víctimas de fraudes y de abusos de poder injusti­
ficables 45. Los fabricantes tenían menos motivos para estar satisfechos:
una ley que limitaba su omnipotencia, pronto se les hizo odiosa, y todos
los medios les parecieron buenos para desembarazarse de ella. A veces
se ingeniaban para impedir su funcionamiento: obligados a nombrar
un árbitro, hacían que se alargaran las cosas, designando a una persona
que debía abstenerse, o que residía a trescientas millas de allí 6; otras
veces aguardaban a corregir por su propia mano los efectos de las
sentencias pronunciadas contra ellos, recuperando al día siguiente de
los obreros lo que se habían visto forzados a concederles la víspera *.
Y como no podían, a pesar de todo, sustraerse completamente a la ley
de arbitraje, hacían campaña por su abrogación7.
Su estado de espíritu se refleja muy exactamente en un folleto apa-

1 Es sabido que Inglaterra y Escocia, aunque no tengan, desde el acta de


Unión de 1707, más que un solo Parlamento, continúan rigiéndose por leyes di­
ferentes, Véanse las peticiones de los obreros escoceses en los Journ. of the House
of Commons, LVII, 174; LVIII, 216. Peticiones de patronos en sentido contrario,
ibíti., LVIII, 236, 278.
2 43 Geo. III, c. 151. El texto presenta algunas diferencias con respecto al
de la ley inglesa. Los árbitros, en lugar de ser designados por las partes, lo eran
por el juez de paz que recibía la queja.
3 Las costas apenas sobrepasaban de un chelín por causa. Minutes of evi-
ience on the cotton weavers’ petition (1803), pág. 11.
4 Ihíd., págs. 3 y 91.
5 Parliamentary Debates, I, 1081.
6 «¿Tiene noticia de casos en que habiendo sido sometido un litigio al ar­
bitraje conforme a la ley, y habiendo ganado la causa el obrero, el patrono haya
anunciado la intención de indemnizarse por su cuenta de los salarios del trabajo
venidero? —Sí, yo puedo citar un ejemplo... Mr. Joshua Crook, de Bollón, que­
ría reducirle el salario a un obrero, contrariamente a lo que se habia convonulo,
en 3 chelines por cada 25 yardas; el tejedor no quiso aceptar esta reducción y
solicitó un arbitraje. Los árbitros no pudieron ponerse de acuerdo. El asunto
fue entonces llevado ante el coronel Fletchcr, juez tic paz. El patrono dijo al
coronel Fletcher que pagaría a sus obreros n cu antojo; que decidía darles algo
o nada, según su voluntad, y que si se le ohllgubn n pagar reduciría otro tanto
los salarios al día siguiente.» Minutes of citidcnce on the cotton uicQwcrs* peti­
tion, pág. 23.
7 Véanse peticiones de los mmiuhtciurero* do Miinchusior, do Hollon, de
Presión, de Stockport, Journ, oí the House of Comutons, LVIII, 275-76, 316, 351.
4f.M PARTE n i : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

recilio en Manchester, en 1804, con el título de Observations on che


catión weavers' Act. Todos los argumentos sobre los que se apoya
boy día la resistencia a la legislación protectora del trabajo se hallan
allí enunciados de antemano y sostenidos con vehemencia. He aquí, en
primer lugar, las frases bien conocidas sobre los cabecillas que man­
tienen entre los obreros una agitación facticia: «Todo el asunto, desde
su origen, ha sido preparado por un puñado de descontentos, hombres
de reputación dudosa, que convocaron mítines, redactaron planes de
acción, hicieron secretamente colectas... Su conducta fue inspirada por
principios muy semejantes a los del jacobinismo. En cuanto a la masa
de los tejedores, habrían permanecido dichosos y satisfechos, como lo
estaban verdaderamente, sin las maquinaciones de algunos fautores de
desórdenes» J. He aqui la teoría clásica de la libertad de los contra­
tos: «Es ciertamente poco conforme con las ideas admitidas el permi­
tir a quienquiera que sea interponerse entre el patrono y el obrero en
el trato que conciertan juntos. Si quedan de acuerdo sobre el precio,
el obrero se pone al trabajo; si no, es tan libre de buscar otro señor
como el señor de ajustar otro obrero. 0 si cree que puede ganar más
con otro género de trabajo, no tiene más que cambiar de oficio» 3. El
autor no dice nada del caso en que el patrono no se creyera obligado a
cumplir sus compromisos. Pero lo que le parece más inadmisible todavía
que el principio mismo del arbitraje, es el derecho reconocido a los
obreros de designar a uno de los suyos como árbitro. Con ello, «el señor
se encuentra colocado en dependencia y bajo el control del servidor3...
Nada puede repugnar más a los sentimientos de un patrono, y nada
es más contrario al espíritu de las antiguas leyes de nuestro país, que la
institución de tribunales de esta especie, reclutados entre los más astu­
tos de toda la raza de los tejedores, que, como ya ha mostrado la expe­
riencia, saben arreglárselas para vivir confortablemente de su nuevo telar.
No se debe esperar que hombres juiciosos y honorables consientan en
sentarse como árbitros del lado de los patronos, cuando se ven forzados
a encontrarse y a tratar de igual a igual con estos picaros ladinos» L La
requisitoria tiene al menos el mérito de la franqueza.123
1 Observations on the cotton weavers' Act, págs. 9-10.
2 !bíd„ pig. 21. Un argumento más sólido consistía en mostrar cómo los
efectos de la reglamentación podían volverse contra los obreros. En la industria
de la seda, donde los salarios estaban reglamentados, los patronos no tenían otros
medios de reducir sus gastos, cuando los negocios iban mal, que despedir parte
de su personal: a Asi. el patrono puede retirarse a tiempo, mientras que el obrero
pierde su sustento.»
3 Las palabras master y servant solo fueron borradas de las leyes y sustitui­
das por las palabras emptoyen y wortanan en 1875 (38-39 Victoria, c. 90).
* Observations on the cotton weavers' Act, pág. 6. El autor se pregunta lo
que sucedería si este régimen se extendiera a otros oficios: «Todavía no se ha
mostrado, que yo sepa, sobre qué principios superiores fundan los tejedores de
algodón sus pretensiones..., ni por qué los carpinteros, los zapateros, los herreros
<• incluso tos jornaleros no tendrían los mismos derechos a la protección legal...
IV: INTERVENCION Y «LAISGKZ'PAIHK» 459

Esta hostilidad a la ley de arbitraje, compartida por los propios ma­


gistrados que debían vigilar su ejecución \ la condenaba a convertirse
en letra muerta. Las enmiendas de que fue objeto en 1801, y que te­
nían por finalidad impedir su violación sistemática*, permanecieron sin
efecto. La agitación continuó cada vez más, y los tejedores pretendie­
ron asegurarse un salario mínimo por un reglamento basado «sobre el
principio de la ley de Spitalfields». Una petición presentada ni Parla­
mento en febrero de 1807 no había recogido menos de 130.000 firmas
entre los hilanderos de I^ancashire, de Cheshire y de York. Hecho nota­
ble: este movimiento recibió el apoyo de los manufactureros y de los
comerciantes, inquietos por las repercusiones que podrían tener las
perpetuas fluctuaciones de los salarios sobre los precios de las mercan­
cías y, por consiguiente, sobre el estado de los negociosa. El gobierno
presentó un proyecto de ley, pero apenas si fue más que por salvar las
apariencias: Perceval, entonces primer ministro, declaró que «valía
más que los tejedores se desengañasen por el resultado de un debate
sobre los fundamentos legales de sus demandas, que por una negativa
de la Cámara de los Comunes a deliberar sobre ellas». El principio del
salario mínimo, atacado por todas partes, fue juzgado indefendible;
ninguna voz se elevó en su favor en la asamblea, y el proyecto fue in­
mediatamente retirado. Esta conclusión causó un vivo descontento y al­
gunos disturbios, sobre todo en Lancashire4. Desesperados de obtener
por una legislación nueva la seguridad que buscaban, los obreros, estre­
chados hasta el límite por la escasez y por las crisis frecuentes de su
industria, invocaron la ley de 1563.
De nada les valió, porque el Parlamento no aguardaba más que una*1234

¿Por qué el que teje una pieza de fustán o de calicó gozaría de un privilegio
que los que liilan su trama, los que la blanquean, la tiñen, la estampan o hacen
con ella vestidos no poseen? ¿Qué título tiene m á s que el obrero que fabrica
sillas o barreños y por qué se negaría a nuestros ayudas de cámara y a nuestros
cocineros la facultad de ir ante los árbitros que lijarían sus gajes y las condi­
ciones de su servicio?»
1 Muy a menudo los jueces de paz consentían, a petición de los patronos,
en intervenir en causas que habrían debido ser llevadas primcramenlc ante los
árbitros. Ibld., pág. 8.
2 44 Geo. III, c. 87. «I-a ley daba potestad al magistrado para confeccionar
una lista (de cuatro nombres como minimo y seis como máximo, formada por
una mitad de patronos o de sus representantes y por otra mitad de tejedores)
de la cual ambas partes elegían cada una un árbitro.» IIammond, J. L. y B.:
The skilted labourer, pág. 68. Esta enmienda, que lmcía imposible designar árbi­
tros que no pudieran o no quisieran ocupar asiento en el tribunal, fue vigorosa-
mente combatida por lo* manufactureros. Parliamentary Debates. T, 1172-73, y
I I 943-
3 El más conocido <)« estos manufacturen)* era Ainsvviirlh, que distribuía
unas 40.000 libras de salará». II ammoni», J. 1., y ll,¡ The sldlled labourer, pá­
gina 76.
4 fbíd., págs. 72-80; Reporta o/ the YotUm ueuvera' per¡tloin, 1808 y 1809,
y Parliamentary Débales, XI. 426 y sgs.
V lil i*ARTE IH : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

ocasión para abrogarla. En vano le suplicaron que no les retirara este


último medio de defensa: «La presentación de un bili conteniendo la
abrogación de la citada ley ha causado entre los peticionarios el más
profundo desaliento. Ninguna esperanza les queda; al ser ya ineficaces
las leyes promulgadas anteriormente para protegerlos, nada defiende su
única propiedad, que es el trabajo» *l. La medida que temian fue tomada
sin haber encontrado otra oposición que la su y aa. Así desapareció
una de las instituciones más características de la antigua legislación
social de Inglaterra. En Escocia, su abolición dio lugar a una lucha me­
morable. Los tejedores, tras largas y costosas gestiones, habían obte­
nido el establecimiento de una tarifa del trahajo a destajo, aprobada por
la Courl of Sessions, de Edimburgo. Pero los magistrados declararon
que esta tarifa no era obligatoria, y los patronos se negaron a aplicar­
la. Exasperados, todos los obreros de la industria textil se declararon
en huelga; millares de hombres cesaron el trabajo al mismo tiempo. Pero
una huelga era uno de los casos en que los poderes públicos no te­
nían escrúpulo en intervenir entre obreros y patronos. Detenidos los
jefes, y condenados, la resistencia cayó de golpe3. Fue el último es­
fuerzo realizado con miras a restaurar la reglamentación de los salarios.
La política del laissez-faire triunfaba. En los tribunales, lo mismo
que en las asambleas, ya no encontraba contradictores. Empírica en su
origen y llena de inconsecuencias, se apoyaba desde este momento sobre
las fórmulas absolutas de los economistas, donde hallaba su justifica­
ción teórica, así como hallaba su razón de ser y su fuerza práctica en
el interés de la clase capitalista. La teoría y el interés, aliados uno con
otro, eran irresistibles. Cuando se oponían, ¿es necesario preguntar cuál
de los dos vencía? La ley sobre las coaliciones da su verdadero sentido
al principio de la libertad económica, tal como la entendían entonces las
clases dirigentes. Sin embargo, otro móvil distinto del interés, otros
principios diferentes de los de la economía política, estaban ya en ac­
ción, y mientras que se derrumbaba el viejo edificio de las reglamenta­
ciones medievales, ponían la primera piedra de la legislación obrera.

1 Petición de los tejedores de Bolton, Journ. o/ the House of Commons,


LXVIIT. 229. Comparad las expresiones del segundo manifiesto de los Cotton
weavers' en 1799: «Los ricos cuentan con el Gobierno para que les garantice el
disfrute pacífico de sus propiedades. Los pobres tienen derecho a la misma pro­
tección para su propiedad de ellos, que es el justo salario de su trabajo.! Rad-
clifve , W.: Orí pin of the netc system of manufacture, pág. 77.
1 53 Geo. III. c. 40 (1813).
a Second repon ¡rom the commiuee on artizaos and machinery (1824). pá­
gina 59. La historia de este conflicto ha sido sumariamente expuesta por We b b :
¡( íM. of Trade Unionism, pág. 52.
IV. INTERVENCION Y «LMSSKZ-KAIHS» 461

IV

El desenvolvimiento de las ideas humanitarias pertenece a un orden


de hechos totalmente diversos de los que hemos estudiado en este libro.
Pero los grandes movimientos que dirigen la vida material, moral, inte­
lectual de una época, por dispares que sean en cuanto a su naturaleza
y sus orígenes, se mezclan siempre en cierto grado, o al menos se bor­
dean, se encuentran, y por sus puntos de contacto obra uno sobre
otro. Basta cotejar algunas fechas para recordar en medio de qué acon­
tecimientos y en qué atmósferas han vivido los fundadores de la gran
industria moderna. Mientras que Hargreaves e Highs inventaban las
máquinas de hilar, y Watt se hacía dueño de la fuerza inmensa oculta
en el vapor, Jean-Jacques Rousseau era, en Wootton-Hall, el huésped
de David Hume. Entre el momento en que Arkwright se estableció como
fabricante de hilados en Nottingham y aquel en que muere rico y titu­
lado, dejando a sus herederos una fortuna principesca, estallan una tras
otra la Revolución americana y la Revolución francesa. Unos meses an­
tes que él se extingue, lleno de dias y de obras, el apóstol de la Iglesia
metodista John Wesley, cuya poderosa predicación ha efectuado tam­
bién una gran revolución silenciosa.
El espíritu de reforma suscitado en Inglaterra por la controversia
filosófica y por la propaganda religiosa se expresa a la vez por escritos
v por actos. En el dominio de la teoría, su audacia no tiene límites.
Paine se hace el apologista de la democracia igualitaria, Godwin y Spen-
ce llegan hasta el comunismo y el anarquismo. En la prááctica restringe
sus ambiciones y las acomoda a las tendencias conservadoras de la so­
ciedad inglesa: moral y sentimental ante todo, se confunde con la filan­
tropía, Los esfuerzos caritativos de Howard por dulcificar la condición
de los presos, los discursos apasionados de Burke contra la tiranía y las
exacciones de Warren Hasting, las mociones de Wilberforce para la
abolición de la trata de negros, datan de los mismos años en que apa­
recen, en los condados del Centro y del Norte, las primeras fábricas. Al
mismo tiempo se constituyen sociedades filantrópicas, como la Socie­
dad para la prevención del crimen, la Sociedad para la mejora de las
clases pobres, ocupadas, es cierto, más bien de educación que de bene­
ficencia. Ya la influencia de sus ideas penetra en la legislación. Con­
tribuye a hacer más humano el régimen de la asistencia pública, por la
supresión de la odiosa ley del domicilio. Donde está manifiesta es en la
ley votada en 1788 para proteger a los pequeños deshollinadores contra
los peligros de su oficio y la brutalidad de sus patronos 1: causa muy
a propósito para conmover las «almas sensibles», cuyos enternecí ni ien-

1 28 Gco. flf, c. 48. F.sln ley, por lo quedó »ln efecio, como lo de­
mostraron varin» encuesta» ulteriores.
l'tl I'AIIIX IU : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

til# y efusiones, en Inglaterra como en Francia, Kan tenido libre curso


en la segunda mitad del siglo xvin.
Que la minoría selecta de los manufactureros haya sufrido esta in­
fluencia, no es dudoso. Había entre ellos espíritus abiertos y carac­
teres elevados. Algunos, como Boulton. Wcdgwood, Wilkinson. profe­
saban, en materia de política y de religión, las opiniones más liberales;
muchos pertenecían a las sectas disidentes, principalmente a la de los
cuáqueros, cuya recia educación puritana les había impreso su marca
imborrable. Seguramente eran de su clase y de su tiempo; ignoraban
lo que se ha llamado, con una expresión elocuente, el remordimiento
social; no dudaban ni un solo instante de su derecho a la riqueza y al
mando. Pero eran excepción, en un mundo de advenedizos groseros y
duros, por los deberes de beneficencia a los que se consideraban obli­
gados con respecto a los hombres en general, y a sus obreros en par­
ticular. A veces incluso se elevaban ¡tasta la concepción de un deber
especial, cuyo cumplimiento satisfacía su orgullo tanto como su con­
ciencia; el deber del amo hacia sus servidores, o del señor hacia sus
vasallos. Se ha visto a Boulton en Soho, a Wedgwood en Etruria, fundar
cajas de socorros para los obreros enfermos, abrir dispensarios y es­
cuelas l. En Coalbrookdale, Richard Reynolds, que durante la escasez
de 1795 envía a los pobres el donativo magnífico de veinte mil libras
esterlinas, se ocupa del bienestar de sus numerosos empleados, y dirige
personalmente «paseos obreros» 12*. Son evidentemente actos aislados y
sin gran alcance, que testimonian la buena voluntad de sus autores más
bien que sus ideas sobre los medios de mejorar la suerte de las clases
laboriosas. Pero han servido de punto de partida para esfuerzos más
sistemáticos: el socialismo de Robert Owen ha salido de la filantropía
de David Dale.
David Dale era un no conformista, miembro de la secta austera
de los Independientes, y miembro muy celoso, que todos los domingos
predicaba en el templo de su comunidad, orí Glasgow'1. Y junto a ello,
un hombro de negocios activo, entendido, que supo fundar y hacer pros­
perar una de las empresas industriales más importantes de toda la Gran
Bretaña. Su religión y su espíritu práctico de ningún modo se oponían,
y la beneficencia, en él, a menudo estuvo aliada con el interés. Cuando
en 1784 instaló una hilatura cerca de las cataratas del Clyde, con la
ayuda de Arkwright, que. admirado de las ventajas de la posición, veía
ya a New-Lanarks convertirse en el Manchestcr de Escocia4 ; la gran
dificultad fue encontrar obreros. La comarca, en sus alrededores, estaba
poco habitada y los campesinos, más refractarios todavía que en Ingla-

1 Véase cap. precedente.


1 S mii.es, S.: Industrial biography, pág. 98.
8 Dale Owen, R.: Threading my u<ay, pág. 15.
4 EspINassE, F.: Lancashire worlhies, j, 450. I,a asorinción de Arkwright y
T)nle terminé iras el proceso de 1785.
IV: INTERVENCION T «LAISSEZ-VAlnr.# •163

térra a la disciplina del taller, se negaban obstinadamente a entrar en


la fábrica **. Para atraerlos, Dale tuvo la ocurrencia de crear, al lado
de su hilatura, un pueblo modelo, cuyas casas, construidas según un
plan regular, se alquilaban a muy bajo precio. El cálculo tuvo éxito:
un número bastante grande de familias, llegadas sobre todo de las re­
giones pobres de los Highlands, vinieron a fijarse a New-Lanark, Al
mismo tiempo David Dale, siguiendo el ejemplo de los demás manufac­
tureros, solicitaba de las parroquias de Edimburgo y de Glasgow va­
rios centenares de niños asistidos para hacerlos aprendices. En 1792
el pueblo tenía 2.000 habitantes 2. Las ventajas de que gozaban hacían
honor a la liberalidad del propietario más aún que a su habilidad. No
sólo tenían alojamiento barato, sino que, por un compromiso tácito,
tenían asegurado un trabajo regular; habiéndose incendiado uno de los
edificios de la fábrica, los doscientos cincuenta obreros que en él tra­
bajaban continuaron percibiendo su salario habitual mientras duró
su paro forzoso a. El régimen aplicado a los aprendices, tan odiosamen­
te agobiados en la mayoría de las hilaturas, era todavía más digno de
elogio. Dale había prohibido absolutamente a sus capataces retenerlos
en el taller después de las siete de la tarde; ponía gran cuidado en su
alimentación y en su vestido, los alojaba en dormitorios espaciosos y
bien atendidos, y les daba recreos al aire libre, en el campo vecino. Diez
maestros de escuela estaban encargados de instruirlos: la religión, ni
que decir tiene, ocupaba gran sitio en su enseñanza. El establecimiento
de New-Lanark, sin ser todavía cólebre, fue pronto conocido y visitado
por personas que se interesaban en las cuestiones de educación y de
asistencia, y David Dale recibió testimonios de admiración, quizá exa­
gerados, pero que justificaban la novedad de su iniciativa y la genero­
sidad de sus intenciones 4.

1 «Hubo que reunir una población nueva para proporcionar obreros a la ex­
plotación naciente. No era una tarca fácil, porque a todos los campesinos es­
coceses que sabían hilar o tejer les repugnaba igualmente la idea de trabajar
todos loa días desde muy temprano y hasta una hora muy avanzada de la noche,
encerrados en una fábrica.» O w e n , Rob.: S e c o n d e s s a y on th c fo r m a iio n o f
c h a r a c t c r , ed. de 1857, pág. 276. «No quedaban más que dos maneras de procu­
rarse la mano de obra necesaria: una era solicitar niños de las diferentes
instituciones de caridad del país, y la otra traer familias a establecerse en tomo
a la fábrica.» T h e U fe o f R o b e n Oteen, u r i n e n b y h im s e l) , pág. 58.
2 i a n u a l R e g is t e r , año 1792 ( C h r o n ic le , pág. 27); D ale O wen , R.: o b . c i ­
ta d a , págs. 12-13; B remneR, D.: T h e in d u s tr ie s o f S c o t la n d , pág. 281.
2 Roben Owen hizo lo mismo durante el embargo americano de 1806. D ale
Owen, R„ o b . c it., pág. 15.
* Testimonio de un visitante en 1804: «Cuatrocientos niños son alimentados,
vestidos e instruidos a costa de este venerable filántropo... Los demás viven cou
sus padres en viviendas adecuadas y confortable» y reciben un salario por su
trabajo. La salud y el contento pintados en el rostro de eswe niños muestran
que el propietario de las fábricas de 1-annrk, en Jitudio do la prosperidad co­
mercial, no ha olvidado el deher de la caridad,.. La» medidas lomadas con el
fin de preservar su salud moral y física presentan el cimiruste más sorprendente
4M PARTE i n : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

))«igraciadamente, él no vivía en New-Lanark; absorbido por la di­


rección de sus múltiples empresas, se contentaba con ir allí desde Glas­
gow tres o cuatro veces al año 1. No era suficiente para ejercer una
vigilancia efectiva y juzgar verdaderamente los resultados. En 1797 Ro-
bert Owen, colocado al frente del establecimiento en calidad de geren­
te, miró las cosas de más cerca, y quedó muy descontento de lo que
vio. Los niños, aunque tratados con mucha más humanidad que en cual­
quier otra parte, estaban obligados a un trabajo excesivo: a partir de
los seis años hacían jomadas de once horas y media y de doce horas;
su desarrollo físico e intelectual se resentía de ello *. En cuanto a los
obreros adultos, tomados entre los elementos más inestables y menos
respectables de la clase rural, dejaban mucho que desear: «La mayo­
ría— dice Owen—eran perezosos, indecentes, habituados n la mentira y
al ro b o »a. Al pretender mejorarlos, Owen piensa continuar la obra de
Dale, de quien pronto queda como sucesor; todavía no es, a los ojos
de sus contemporáneos y a los suyos propios, más que un manufac­
turero filántropo. Cuando reorganiza las escuelas de New-Lanark, cuan­
do extiende a todo su personal el sistema escolar de las notas de con­
ducta y de trabajo, o cuando compra al por mayor géneros de primera
necesidad para revenderlos al precio de costo*1234, no lo hace en virtud de
una doctrina nueva; aplica solamente, en el orden social, las enseñanzas
morales que, como Dale, debe a una educación religiosa. Pero en el
curso de sus experimentos filantrópicos, una idea germina en su espíri­
tu, que se convertirá en la teoría de la formación del carácter, piedra
angular de todo su sistema: los hombres no son más responsables de
sus vicios o de sus crímenes que de su ignorancia o de su miseria; son
producto del medio social, y para hacerlos más virtuosos y más felices,
es el medio lo que hay que modificar 5. Se reconoce aquí el pensamiento

con las que rigen la mayoría de nuestras grandes fábricas, verdaderos focos de
enfermedad y de corrupción. Un hecho que debería ser conmemorado con letras
de oro, en eterno honor del fundador de New-Lunark, es que de cerca de tres
mil niños empleados en esta fábrica desde hace doce años, solo catorce han
muerto y ni uno siquiera ha incurrido en condena.» Gentleman’s Magadne,
LXXIV, 49394.
1 Report on the State o¡ children employed in the manu/actories oí ihe
United Kingdom (1816), pág. 25, deposición de Robcrt CKvcn.
2 Ibid., pág. 20. Recordemos que pocos años antes Samuel Oldknov. era
considerado como un patrono excepcionalmente humano, porque sus aprendices
hacían jomadas de doce horas solamente.
3 The Ufe of Roben Owen written by himself, pág. 58. Hay cierta dife­
rencia de tono entre esta página, escrita en los últimos años de la vida de Owen,
v su deposición de 1816. Es muy posible que haya recargado las tintas del cua­
dro, con objeto de dar más relieve a su papel persona], y esto de buena fe, por­
que había llegado a considerarse como el verdadero fundador de New-Lanark.
* The Ufe of Roben Owen, págs. 80-84.
5 Véanse los dos diálogos que forman la introducción a la vida de Owen.
particularmente págs. IV, V y XJI. Esta idea está netamente expresada ya en 1814
en las Observations on the effeets of the manufaeturíng system: «Los habitantes
tV: INTERVENCION Y «t.AISSEZ-l-'AIUK» 465

del siglo x v i i i revolucionario, el de Rousseau. Llegamos al momento


decisivo en que la teoría viene a reunirse con la práctica y toma cuerpo
en ella. Cuando más tarde Owen traza el plan de una sociedad mejor,
se inspira en la obra a la que ha colaborado y que poco a poco se ha
convertido en su obra propia. Las comunidades industriales y agrícolas
que deben servir de marco a la humanidad regenerada son otros tantos
New-Lanark ideales, y el New-Lanark real, que pasa por su copia im­
perfecta, les ha proporcionado antes el original.

El mismo sentimiento que inspira esfuerzos individuales como los


de David Dale y Robert Owen. asesta el primer golpe al sofisma inhu­
mano del Imssez-fcdre. La condición de los aprendices en las hilaturas
de algodón había sido objeto, en 1784, de un informe médico a los ma­
gistrados del condado de Lancaster; tras haberlo examinado, estos de­
cidieron no autorizar más a las parroquias a colocar niños en las fá­
bricas donde se trabajase de noche*1. Pero esta resolución no parece
haber surtido efecto, o en todo caso fue en seguida olvidada, y los
manufactureros, cada día más numerosos, más ricos y más influyentes,
siguieron encontrando tantos aprendices como quisieron, y tratándolos
como mejor les placía. En 25 de enero de 1796 un nuevo informe, con­
cebido en términos muy enérgicos, era redactado por un médico de
Manchester. el doctor Percival. en nombre de un comité que acababa
de constituirse para examinar las cuestiones relativas al estado sanita­
rio de la ciudad, el Manchester Board of fíeatlh. Sus conclusiones han
sido citadas con frecuencia, y merecen serlo, como prefacio de toda la
legislación de fábrica. Helas aquí en su texto:
« l.° Está comprobado que los niños y las demás personas emplea­
das en las grandes hilaturas de algodón están particularmente expuestos
a las liebres contagiosas, y que, cuando se declara una de estas enfer­
medades, se propaga rápidamente no solo entre aquellos que están ha­
cinados en los mismos locales, sino en las familias a que pertenecen y
en toda la vecindad. 2.° Las grandes fábricas ejercen en general una
influencia perniciosa sobre la salud de los que en ellas trabajan, incluso
cuando no hay ninguna epidemia, por la acción debilitante del aire
caldeado o impuro y por la falta de ejercicio físico, de ese ejercicio
que la naturaleza recomienda como esencial, en la infancia y la adoles­
cencia, para fortificar el organismo y hacer al hombre capaz de rcali-

de an país son formados por las grandes rautas que rigen la vida Renrral de
ese país; las que moldean el carácter de las cítisos inferiores en Gran Itrriaña
están en relación estrecha con el desenvolvimiento del comercio y de lo Industria.»
The tife of Robert Oteen, apéndice H, pág. .I'A
1 Véase U utciiinr y IIaiuiison: U i .h . al fm-tory texisla/mn, piig. 8.
mantovx_JO
PARTE n i : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

znr las obras y de cumplir los deberes de la edad viril. 3.° El trabajo de
noche y las jornadas prolongadas, cuando se trata de niños, no solo
tienden a disminuir el total de vida y de actividad con el que cuenta
el porvenir, al alterar las fuerzas y destruir la energía vital de la gene­
ración naciente, sino que favorecen demasiado a menudo la pereza, la
prodigalidad y el vicio de los padres que, contrariamente al orden de
la naturaleza, viven de la explotación de sus hijos. 4.° Los niños em­
pleados en las fábricas están generalmente privados de toda ocasión de
instruirse y de recibir una educación moral y religiosa. 5.° Los exce­
lentes reglamentos en vigor en algunas hilaturas de algodón muestran
que es posible, en una amplia medida, remediar la mayoría de estos
males. Así, pues, autorizados por la experiencia y seguros del concurso
de los hombres liberales que dirigen esas hilaturas, proponemos, si no
se cree posible alcanzar la meta por otros medios, hacer una gestión
cerca del Parlamento, para obtener leyes que establezcan en todas esas
fábricas un régimen razonable y humano» L
Este último parágrafo es el que da al documento su importancia his­
tórica. Contiene, en efecto, un llamamiento inequívoco a la interven­
ción del Estado. Ante los abusos que acompañan al desarrollo de la
gran industria, se reconocen como impotentes los esfuerzos de la bene­
ficencia privada. Se pide que el Estado haga obligatorio para todos los
manufactureros lo que no es todavía más que pura caridad por parte
de algunos. El Manchester Board of Health se había contentado con ex­
presar un aviso o un deseo: faltaba pasar a los actos. Fue un manu­
facturero el que se encargó de ello. Sir Robert Peel, al recorrer sus
propios talleres, había quedado impresionado por el aspecto enfermizo
y dolorido de los aprendices; se había conmovido por las condiciones
malsanas en las que vivían, por su ignorancia y sus disposiciones vi­
ciosas 12. Sabiendo que en las otras fábricas el mal era peor aún, com­
prendió que para remediarlo se imponía una medida general. En su
calidad de miembro del Parlamento, le correspondía provocar su adop-

1 Report de 1816, págB. 139-40.


2 «La casa en la que tengo intereses empleaba en un momento dado a cerca
de un millar de niños asistidos. Mis otras ocupaciones no me permitían visitar
a menudo las fábricas, pero cada vez que iba allí me impresionaba el aspecto
enfermizo común a todos esos niños, el crecimiento tardío o incompleto de la
mayoría de ellos. Las horas de trabajo eran reguladas por el interés del capataz:
como sus ingresos variaban en proporción con la suma de labor ejecutada, muchas
veces se sentía tentado a hacer trabajar a estos pobres niños mas allá del tiempo
prescrito, dándoles alguna bagatela para evitar que se quejaran. Después de ha­
ber visto de qué manera eran dirigidas mis propias fábricas, me enteré de que las
mismas prácticas prevalecían en otras partes del reino donde se empleaba el
mismo ulilaje. Los niños estaban agotados y apenas si se tenía cuidado de la
limpieza ni de la ventilación de los talleres. Fue entonces cuando, con el con­
curso del doctor Percival y de varios médicos distinguidos establecidos en Man-
chostcr, preparé mi proyecto de ley...» Ibid., pag. 132, deposición de sir Ro­
bert Peel.
IV : INTERVENCION Y OIAISSEZ-IAIIUS» 467

ción, sometiéndola personalmente al voto de la Cámara de los Comu­


nes. Es lo que hizo en la sesión del 6 de abril de 1802.
La atención de la Asamblea había sido atraída, pocos días antes
por las escandalosas transacciones concertadas entre los manufactureros
y las parroquias. Los niños, una vez entregados a sus amos como otras
tantas cabezas de ganado, desaparecían de la circulación: a menudo re­
sultaba imposible saber dónde se hallaban. Se adivinaba cuántos abusos
criminales podían cometerse impunemente a favor de este régimen de
oscuridad premeditada. Una moción pidiendo que los administradores
del impuesto de los pobres estuviesen obligados a inscribir en un re­
gistro los nombres y la residencia de los niños puestos en aprendizaje
había recibido una aprobación unánime. El terreno estaba, pues, pre­
parado para la iniciativa de Peel, por lo demás, miembro influyente de
la mayoría y representante autorizado de la gran industria. Habría sor­
prendido, en cualquier otro país que no fuera Inglaterra, el ver que un
debate que promovía una cuestión de principio tan importante— la del
derecho de vigilancia del Estado sobre las empresas privadas— daba lu­
gar a tan poca discusión. A decir verdad, la cuestión de principio se
borró ante la cuestión de especie, y el pensamiento que prevaleció fue
un pensamiento de humanidad, al margen de toda consideración de or­
den jurídico.
Peel, al presentar el bilí, insistió, sobre todo, en la degradación moral
de los jóvenes empleados en las fábricas: «Se comprenderá sin dificul­
tad que en un lugar donde viven un gran número de personas en es­
trecha promiscuidad se introduzca la corrupción, y a continuación la
enfermedad.» Impedir esta promiscuidad era el primer objetivo de la
ley; el segundo era destruir sus efectos mediante la educación, «pues
la falta de instrucción— decía Peel— ha dado nacimiento a mucha inmo­
ralidad» 123. Argumento que debía conmover a los menos sensibles, al di­
rigirse al cant3 británico, menos severo para un acto cruel que para
un acto indecente. Lord Belgrave, que tomó la palabra para apoyar la
proposición, amplió el debate denunciando todos los abusos del sistema
de fábrica: «Las brutalidades cometidas sobre estos pobres niños, sus
sufrimientos, sus privaciones, son algo monstruoso.» No era solo a los
aprendices, y a los aprendices de una sola industria, a los que se debía

1 El 13 de mareo de 1802. Véase Parí. Register, nueva serie, XVH, 199


(moción de Wilbraham Bootle). Diversos incidentes acababan de ¡atraer la aten­
ción sobre la cuestión del trato de los aprendices de parroquias en las fábrica?.
En 1801 un manufacturero de Lancasler llamado .louvttux huitín sido condenarlo
a un año de trabajos forzados por malos tratos infligidos a sus aprendices. Se
había comentado también la decisión de los mnnistrados de nirminglmm negán­
dose a dej'ar alistar a los niños asistidos en las fábrica». I UtrcillNS y lUitntsoN:
History o/ factory legislation, jtág. 15.
2 Declara más adelanto que quiero lincor a las fábrica» «corred «nd moral».
Ibíd., pág. 447. i,
3 Hipocresía, mojigatería. < /V. ilel T.)
■tfllt ¡«ARTE m : LAS C O N S E C U E N C IA S INMEDIATAS

cutierder la protección de la ley: «Esta debería asegurarles el descanso


necesario, tanto como la limpieza y la instrucción. La consecución de la
fortuna se busca en este país con una pasión ante la que todo se borra,
v da lugar a excesos a propósito para atraer la venganza del cielo» 1.
Esta voz aristocrática, alzándose contra los crímenes del capitalismo
industrial, parece anunciar, con una generación de adelanto, el movi­
miento generoso que domina la noble figura de Shaftesbury. Wilberfor-
ce intervino también, para pedir que se indicase expresamente, en el títu­
lo dado a la ley, que sus disposiciones serían aplicables a todas las
fábricas o manufacturas12. Peel, cumplimentado por todos por «su hu­
manidad y su devoción a la cosa pública» 3, tuvo los honores de la
sesión, y la ley, votada sin dificultad en segunda y en tercera lecturas,
así como en la Cámara de los Lores, recibió la sanción real el 22 de ju­
nio de 1802 *.
Contenía en primer lugar prescripciones sanitarias. Las paredes y
los techos de los talleres debian ser blanqueados con cal dos veces al
año. Cada taller debía tener ventanas lo bastante grandes y numerosas
para asegurar la ventilación conveniente. Cada aprendiz debia recibir
dos vestidos completos, renovados a razón de uno por año, al menos.
Dormitorios separados debían acondicionarse para los niños de distinto
sexo, con un número de camas s ficiente para que no se metiera nunca
a más de dos niños en la misma cama. A continuación venían las pres­
cripciones relativas a la longitud de las jornadas: nunca debían sobre­
pasar el máximo de doce horas, no incluida la duración de I s comidas.
El trabajo no podía en ningún caso prolongarse después de las nueve
de la noche ni empezar antes de las seis de la mañana. La instrucción
era declarada obligatoria durante los cuatro primeros años de aprendi­
zaje: todos los aprendices debian aprender a leer, a escribir y a con­
tar, siendo sustraído de las horas de trabajo autorizadas el tiempo con­
sagrado a las lecciones diarias. La instrucción religiosa, igualmente
obligatoria, debía darse todos los domingos, y conducirse a los apren­
dices a un oficio celebrado, o bien fuera, o bien en la misma fábrica.
Para vigilar la aplicación de la ley, los jueces de paz del condado de­
bían designar cada año dos visitadores, uno de ellos elegido entre los
magistrados locales, y el otro entre los ministros de la Iglesia estable­
cida. Estos visitadores tenian el derecho de entrar en las fábricas a
cualquier hora, y de llamar con urgencia a un médico, si comprobaban
en un establecimiento la presencia de una enfermedad contagiosa. De­
bian presentar informes a las sesiones trimestrales de la justicia de paz.

1 Parí. Register, nueva serie, X V II, pág. 448.


2 E l título definitivo fue «An act for ifie preservation of the healtb and mo­
ráis of apprentices and others, employed in cotton and other milis and cotton
and other factories» (42 Geo. III, c. 73).
3 Véase M orning Chronicle del 7 de abril, de 1802.
1 Parí. Register , nueva serie, XVIII, 63, 183, 457, 591.
IV : INTERVENCION Y «LAISSKZ-t'AIHEi « 9

Seguía, por último, la lista de las penas: toda contravención era cas­
tigada con una multa de dos a cinco libras; la negativa a recibir a los
inspectores, o toda traba puesta a su misión, con una multa de cinco
a diez libras. El texto de la ley debía ser fijado de modo visible en
todos los establecimientos afectados por sus disposiciones, a fin de que
todos los interesados estuviesen en condiciones de conocerlo y de recla­
mar, en caso necesario, su aplicación.
Esta ley, cuyo voto pasó casi inadvertido 1, merece toda la aten­
ción de la historia. Fundó una institución que ha desempeñado en In­
glaterra un papel considerable en el curso del siglo XIX, y que todos los
países civilizados han adoptado: la inspección de las fábricas. Sentó el
principio de la obligación en lo que concierne a la higiene de los talle­
res, la instrucción de los aprendices, la limitación de las horas de tra­
bajo. Al introducir una restricción, por ligera que fuese, en el poder
arbitrario del industrial, marca el primer paso en el camino cuyas eta­
pas extremas son el laissez-faire absoluto y el socialismo de Estado.
Hay que reconocer que su efecto práctico fue casi nulo. En primer
lugar, no se aplicaba más que a las grandes fábricas, y particularmente
a las hilaturas. Los talleres pequeños y medios, donde con frecuencia
no eran mucho mejor tratados los aprendices 12, escapaban a todo con­
trol, Incluso allí donde este control existía, los patronos, después de ha­
ber protestado del ataque perpetrado— decían—contra su libertad y los
intereses de la industria 3, supieron pronto hacerla ilusoria. Los térmi­
nos de la ley eran vagos, las sanciones que imponía, insuficientes. El me­
dio más sencillo de eludirla consistía en ajustar jóvenes obreros, sin
firmar contrato de aprendizaje; desde entonces, no siendo aprendices,
en el sentido legal de la palabra, cesaban de estar protegidos, y se podía
impunemente hacerles trabajar día y noche4. Esta práctica se hizo casi
universal, cuando las máquinas de vapor reemplazaron a las máquinas
de agua: al poder instalar en lo sucesivo sus fábricas al alcance de las
grandes ciudades, los manufactureros no tuvieron ya necesidad, para
encontrar mano de obra, de tratar con las parroquias 5. La ley había

1 La Parliamentary History de Cobbet ni siquiera la menciona. «S o consi­


deró simplemente esta ley como un complemento sin importancia de la Ley tic
los pobres.» H utchins y H a r r iso n : History oí factory legislation, pág. 17.
2 H eld , A .: Zwei Siinher zar sociulen Geschichte Englands, pág, 420.
3 Petición de los fabricantes de hilados de Manchester, Stockport, Presión,
Bolton, Glasgow. 11 de febrero de 1803, Tourn. of the Home o í Corntnons,
LVT.II, 149. Petición de los fabricantes de hilados de Leeds, ibíd., pág. 161.
4 L ettsom , doctor: «R einarks on cotton milis», Gcnliemtm's Magazintl, I,XXIV,
492 y sgs. (1804). En Holywell, condado de l'lint, tmu hikiuirn entílenla unos
setecientos niños, que trabajaban por equipos, sin ninguna Interrupción, tlostlo el
domingo a medianoche hasta el sábado u medianoche,
5 R epon de 1816, pág. 137. Vónsn íbíd„ púa*. Ill.'t, 2112. .'117. 1121, Kn 1815
todavía se trabajaba dieciocho hora# en nlorlat» lál.ririi» ilc. Hiookpnrl. (pág. 89,
deposición tic Robert Owen). I ,ns luirás do trnlnijn liitbían Ido o» aumento des­
de 1802 (deposición tío N. Gonld, pága, 96-97).
■ no PARTE n i‘. LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

previsto el nombramiento de inspectores, pero estos mostraban poco


celo en desempeñar su tarea y temían por encima de todo malquistarse
con los patronos, de los que a menudo eran vecinos y amigos. En
ciertos distritos, al cabo de algunos años, ni siquiera se tomaron la
molestia de nombrarlos. Finalmente, la fijación en los talleres de car­
teles con el texto de la ley nunca se llevó a efecto: el aprendiz Robert
Blincoe, cuyos padecimientos hemos narrado, lo leyó por primera vez
once o doce años después de su promulgación b Los abusos a los que
esta ley, escrupulosamente aplicada, no hubiese aportado más que un
débil remedio, se perpetuaron largo tiempo, y la encuesta de 1816, que
reveló toda su gravedad, no fue seguida de ninguna acción decisiva123.
Para que al fin se tomase la resolución de atacarlos, fue menester un
verdadero movimiento de indignación de la opinin pública, debido a la
intervención enérgica y apasionada de algunos hombres animosos, como
Richard Oastler y Michael Sadler.
La ley de 1802, en la intención de los que la votaron, no debía
constituir un precedente. La estimaban como una medida excepcional,
justificada por razones de orden puramente sentimental. Su propio autor,
sir Robert Peel. era y siguió siendo toda su vida uno de los partidarios
más convencidos del taissez-faire. Antes y después de 1802 luchó con
todas sus fuerzas contra el mantenimiento o la renovación do los anti­
guos reglamentos de aprendizaje, y en general de todas las medidas que
impusieran una sujeción cualquiera a la industria s. Por lo demás, ha­
bía puesto cuidado en limitar muy estrechamente el alcance de su ley,
con objeto de hacer más marcado su carácter de excepción: «Recuerdo
muy bien—decía más tarde—que en el momento de su discusión tuve
mucho que hacer para impedir que los manufactureros padecieran tanto
como los aprendices. Numerosas personas me apremiaban, con las ins-

1 «Memoir of Roben Blincoe», en The Lien, 1, 156.


2 T,u ley ríe 1819 (59 Geo III, c. 66) se limitó a prohibir e l empleo de niños
menores de nueve años y a extender a todos los trabajadores no adultos el be­
neficio—teórico—de la jornada de doce horas.
3 Véase la parte que tomó, en 1808, en los debates sobre la petición de los
estampadores de indianas, contra Sberidan, que apoyaba las demandas de los
obreros, Parí, Debates, IX, 538 y sgs. Véase también su deposición, en 1806,
ante la Comisión de encuesta sobre el estado de la industria de la lana: «En
lo que concierne al aprendizaje, estoy demasiado dispuesto a creer en el buen
sentido de tos testigos que comparecen ante ustedes para pensar que desean im­
poner trabas a la industria. Tengo por todos los que trabajan en ella bastante
simpatía como para ser de los primeros en reclamar la enmienda de una ley o
de cualesquiera leyes actualmente en vigor, que yo creyese que tendían a favore­
cer a un pequeño número de individuos, en detrimento de la masa del pueblo;
porque es preciso que las clases inferiores no sean privadas de ninguna ocasión
de mejorar su suerte. En cambio, si hubiese personas lo bastante ignorantes de
sus propios intereses como para querer imponer a su industria restricciones mo­
lestas, me opondría a sus deseos, aunque dejara de ser clasificado entre sus ami­
gos. para impedir el mal que se harían a sí mismos.» Repon ¡rom the commitlee
on tlie State ol the woollen manufacture (1806), pág. 441.
IV : INTERVENCION Y íLAlSSEZ-I'AIIIK» 471

tandas más vivas, para que fijase a la jom ada do trabajo un limite
muy inferior al que yo juzgaba conveniente. Se me pedia que exten­
diese los efectos de la ley a los menores colíages de Inglaterra, lo que,
a mi parecer, hubiera sido tan desatinado que habría decidido aban­
donar completamente la dirección de este asunto si hubiese dependido
de mí so lo » '. Lo quisiera o no, había sentado el principio de donde
debía salir toda la legislación moderna del trabajo. La tendencia a la
que había cedido, aun esforzándose en combatirla, iba a desarrollarse
al mismo tiempo que la tendencia contraria. Una y otra tomaban su
fuerza de la revolución industrial, la cual, mientras que por sus conse­
cuencias económicas precipitaba la ruina de las antiguas reglamentacio­
nes, por sus consecuencias sociales creaba la necesidad o el deber de
inslituir otras nuevas.
En la época a que nos conduce este estudio, es decir, en los prime­
ros años del siglo XIX, la revolución industrial está lejos de haberse
consumado. El dominio del maqumismo está todavía limitado a ciertas
industrias, y en estas industrias, a ciertas especialidades o a ciertos
distritos. Al lado de fábricas metalúrgicas como las de Soho o Coal-
brookdale subsisten, y subsistirán mucho tiempo aún, los pequeños ta­
lleres de los quincalleros de Binningham o de los cuchilleros de Shef-
field. Al lado de las hilaturas de algodón de Lancashire y de las hila­
turas de lana del West-Riding, millares de tejedores continúan trabajando
a domicilio, en sus viejos telares a mano. El vapor, que debe llevar a
su más alta potencia los efectos de todos los inventos precedentes, apenas
si acaba de inaugurar su reinado. Sin embargo, la gran industria mo­
derna existe: está constituida en sus elementos esenciales. Y ya se pue­
den despejar las características de la transformación que acaba de rea­
lizarse.
Desde el punto de_vista técnico, la revolución industrial, consiste en
la invención y el uso de procedimientos que permiten acelerar y acre-
ceplnr constantemente la producción: procedimientos mecánicos, como
en las industrias textiles ; procedimientos químicos,, como encías ^indus­
trias metalúrgicas, que preparan la materia de las mercancías o deter­
minan su forma, y cuya variedad fecunda no expresa sino imperfecta­
mente el término «maqumismo». Estos procedimientos no son debidos,
al menos en su origen, a^ la aplicación de los descubrimientos teóricos
de la ciencia. Los primeros inventores—el hecho parece suficiente­
mente establecido—no eran en modo alguno sabios: eran hombres de
oficio que, puestos en presencia de un problema práctico, empleaban
en resolverlo su inteligencia natural y su conocimiento profundo de los
hábitos y de las exigencias de la industria. Tales fueron Higlis, Cromp-
lon. Hargreaves, Dudley. Darby, Cort. A vece», también investigadores
que trabajan por instinto o por curiosidad, sin educación científica ni1

1 A cfhkd: Uiit. of the ¡attory nmtrnieru, I. >11.


i ,-a PARTE IH : LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

profesional: Wyatt, Cartwright son ejemplos de ello. Bajo el impulso


de necesidades inmediatas, y operando sobre datos enteramente concre­
tos, se han puesto al trabajo sin método determinado, y no han alcan­
zado la meta si no a fuerza de tanteos. Representan la necesidad eco­
nómica, ejerciendo sobre los hombres su acción sorda y potente, supe­
rando los obstáculos y creándose sus propios, instrumentos. La ciencia
interviene después. Aporta al movimiento ya en marcha el concurso de
las fuerzas inmensas que le obedecen. Al mismo tiempo unifica los pro­
gresos parciales de las industrias y les imprime una dirección y una ve­
locidad comunes. Este papel de la ciencia aparece de la manera más
sorprendente con Watt y la máquina de vapor. Son dos corrientes que
se encuentran, dos corrientes de distinto manantial: si la revolución^
industrial debe a su conjunción su amplitud y su fuerza definitivas, no
ha nacido de ellas, y había dado antes sus primeros resultados.
Desde el punto de vista económico, la ^revolución industrial está
caracterizada por la concentración de los capitales y la constitución de
grandes empresas, cuyo funcionamiento, en lugar de ser un hecho ex­
cepcional. tiende a convertirse en la forma normal de la industria. Esta
concentración, frecuentemente considerada, no sin alguna razón, como
la consecuencia de los inventos técnicos, les es anterior en cierta me-
dída. Es esencialmente un fenómeno de orden comercial. Corresponde
a la invasión progresiva del dominio de la industria por la clase co­
merciante, No solo va acompañada, sino precedida por la expansión
"del comercio y del crédito. Tiene por condiciones de existencia la se­
guridad interior y el desarrollo de las vías de comunicación y de la na­
vegación marítima. El intermedio histórico entre el maestro artesano de
antaño y el gran industrial de hoy, es el comerciante manufacturero,
situado primero^ por decirlo así, en la "frontera de la industria, ocupado
únicamente de poner a los productores en relaciones con los mercados,
que ya se han hecho demasiado vastos o demasiado lejanos, y que, des^
pues,'como ^l capital _de_que dispone y la precisión que el fabricante ticne_
de sus pedidos, íe~hace dueño de la producción, llega por grados a
poseer la materia prima, los talleres, el utilaje y a reducir a los traba­
jadores independientes a la condición de obreros asalariados. La corr_
centración que se opera así, en manos de capitalistas que siguen siendo
comerciantes más bien que industriales, es un hecho de importancia
capital. La manufactura, con el gran número de obreros que emplea, la
división del trabajo tan avanzada que reina en sus talleres, los mil ras­
gos de semejanza que presenta con la fábrica moderna, ofrece quizá un
aspecto más impresionante, pero ha ocupado un lugar mucho menor en
la evolución de la industria. Es una etapa en la ruta recorrida, pero
una etapa pronto rebasada, en la que el tiempo de parada apenas se
nota. Los que han estudiado esta evolución como economistas, la han
comprendido y definido como un progreso simple, cuyas fases se suce­
den como los elementos de una curva geométrica. A los ojos del histo-
IV. INTERVENCION Y «LAISSEZJ'MHE» 473

riador aparece de otro modo compleja: es como un río que no avanza


siempre con la misma marcha, sino que a veces se retarda y a veces se
precipita, estrechado en cieitos pasos, desplegado después ampliamen­
te, a trechos dividido en brazos numerosos y divergentes, dihujando
luego meandros en que parece volver sobre si mismo. Para describirlo
no basta disponer la lista de los puntos por donde ha pasado, es pre­
ciso seguirlo en su marcha desigual, tortuosa, y sin embargo continua,
como la pendiente que lo arrastra hacia su meta.
Desde el punto de vista_social. la revolución industrial ha tenido
consecuencias tan extensas y tan profundas que sería presuntuoso pre­
tender reunirlas en una breve fórmula. Si no ha modificado, como han
hecho las revoluciones políticas, la forma jurídica de la sociedad, la lia
renovarlo en su materia misma. Eta hecho nacer especies sociales cuyo
desenvolvimiento y antagonismo llenan la historia de nuestro tiempo.
Sería fácil apoyarse en algunos de los hechos que también hemos citado
para intentar demostrar que no ha habido tal revolución, que esas cla­
ses sociales existían ya, que su lucha habia comenzado desde hacia
mucho tiempo y que no ha cambiado de carácter. Una de nuestras 'J
preocupaciones constantes ha sido, en efecto, mostrar, incluso en medio
de los cambios más rápidos, la continuidad de los fenómenos. No hemos^
hallado ninguno que haya surgido de golpe, como por milagro: ninguno
que no haya sido preparado, anunciado, esbozado de lejos. Un examen-
superficial deja en la sombra estos esbozos, o no los saca de ella sino
para confundirlos con aquello a que han precedido. Hemos querido guar­
damos de este doble error. Sabemos que ha habido máquinas antes del
maqumismo, manufacturas antes de los grandes talleres,^coaliciones y
huelgas antes del advenimiento del capitalismo industrial_y de la for-
mación del proletariado de fábrica. Pero en la masa, tan lenta en mo­
verse, del cuerpo social, la acción de un elemento nuevo no se hace
sentir desde el momento de su aparición. No solo liemos de tener e n .
cuenta su presencia, sino el sitio que ocupa en relación con los hechos
circundantes, lo que se podría llamar su volumen histórico. La revo­
lución industria] es precisamente la expansión de fuerzas antes reple-
gadas sobre sí mismas, la expansión brusca y el empuje invasor de gér­
menes que hasta entonces habían permanecido ocultos o adormecidos.
Desde principios del siglo X IX , el crecimiento de la gran industria
es visible a todo el mundo. Ejerce ya sobre el agrupamiento ele las po­
blaciones, así como sobre su vida material, una influencia decisiva. Es
ella la que explica la importancia y la prosperidad repentina de regiones
clasificadas hasta hacía poco entre las más pobres de la Gran Tlretuña.
como Lancashire, el Sur del País de Gales y ciertas partes de l/i Raja
Escocia. Es ella la que, viniendo después de las modificaciones y las
usurpaciones de la propiedad territorial, precipita la emigración de las
clases rurales hacia los talleres. En el,censo de 1811, cualro condados,
los de Middlesex, Warwick, York y bnneaster, tienen el 60 ú 70 por 100
IV'l PARTE l i l i LAS CONSECUENCIAS INMEDIATAS

ilp tus habitantes empleados en el comercio o la industria; los conda­


dos de Chester, Leicester, Nottingham y Stafford tienen el 50 por 100
por lo m enos1. En los centros nuevos, teatro de una actividad intensa,
se destacan, en el contraste de la extrema riqueza y de la extrema mi­
seria, los datos del problema social, tal como se plantean todavía ante
nosotros. Está próximo el día en que Robert Owen los enunciará por
vez primera en su Carta a los manufactureros de Inglaterra y sus Obser­
vaciones sobre las consecuencias del sistema de fábrica. Y no hablará
para Inglaterra sola, sino para todos los pueblos de Occidente; pues
mientras que se prosigue el desarrollo de la gran industria en su país
de origen, su progreso a través del mundo ha empezado ya. Aparece en
el Continente: su historia deja de ser inglesa para hacerse europea, y
luego universal.
1 L.as indicaciones del censo de 1801 sobre las ocupaciones y profesiones de
los habitantes son muy vagas y poco seguras. Véase Abstraéis of the anstvers
and retaras lo the Populación Act 4] Geo. III, I, d97.
BIBLIOGRAFIA

PLAN fíK 1,A B l f íU O C H A F lA

I. D ocumentos :

A) Documentas y trabajos manuscritos. — 13. Documento» impreso»: 1) Docu­


mentos y compilaciones estadísticas. 2) Patentes, descripciones do m áquinas,
procesos relativos a las patentes. ¡5) Documentos oficíalos, debates del Patio-
memo, a llo m e s parlamentarios. 4) Selección de toxlos relativos a la historia
crondinica.

II. T e s t im o n io s co n tem po ráneo s:

A) Descripciones. — B) Viajes. — C) Memorias y tratados relativos a la téc­


nica. — D) Diarios y periódicos.

III. L iter a tu r a eco n óm ica con tem po rán ea (libros y folletos):

A) Generalidades, comercio, navegación interior. — B) Cuestiones agrícolas,


«cnclosures», precio de los géneros. — C) Población y pauperismo. — D) In­
dustrias textiles. — E) Metalurgia e industria cerámica.

IV . M o n o g r a fía s v t r a b a jo s de d eta i .l e :

A) Historiu de las industrias y oficios — B) Historia de las localidades. —


C) Biografías. — D) Agricultura, «enclosures», etc. — E) Cuestiones económi­
cas y sociales.

V. OttKAS GENERALES.

VI. HniL.tor.tiAi-ía s :

A) llibliogralías generales. — 13) bibliografía» eg|>eciales: 1) Documentos par­


lamentarios. 2) Literatura económica. 3) Historia de los oficios. 4) Biografías.
I7ll BIBLIOGRAFIA

l. DOCUMENTOS

Las fuentes manuscritas son abundantes, -a pesar de la destrucción de nu­


merosos documentos comerciales q ue habían perdido toda utilidad practica y a
lo® que no se atribuía interés histórico, Pero están dispersos y el acceso a ellos
es a menudo difícil. Su escrutinio completo, que no puede ser sino labor colec­
tiva, exigiría la preparación de numerosas monografías i , Los archivos de los
grandes negocios industriales y comerciales que han escapado a las destrucciones
son de elevado interés. Los archivos municipales, los «Quarter Session Books»,
los documentos de orden judicial, públicos y privados, proporcionaran informa­
ciones de gran valor; y los expedientes del Home O ffice permitirán estudiar
ciertos aspectos de las condiciones sociales. Los archivos d el Reino, conservados
en el Record Office, no contienen nada comparable a los informes de los inspec­
tores de las manufacturas y ,a todos los documentos acumulados por la burocra­
cia francesa del antiguo régim en; pero esta laguna es colmada por los docu­
m entos parlamentarios (peticiones, Informes, etc.), cuya bibliografía damos m&s
adelante,

Census of ihe townships o j Manchester and Salford (1773).— Censo emprendido


en 1773 por un grupo de particulares. 3 vols., en la Biblioteca del Chetham
Hospital, Manchester (Chetham’s Library, núm. 6710).
Colección de las patentes y especificaciones, en e! Patent Office, Londres.
Correspondencia y papeles de Josiah Wedgxoood y de su socio Thomas Bentley.
Colecciones «Liverpool» y «Etruria» (unas 60.000 piezas). En el Museo Wcdg-
wood, Stoke-on-Trent, Barlaston, Staffordshire.
Place M SS. — Manuscritos de Francis Place, con abundantes referencias sobre la
historia social y la historia de las costumbres a fines del siglo XVIII y princi­
pios del xix.— Britisb Museum, Additional M SS, 27789-27859.
Soho MSS.— Papeles de negocios de Boulton y Watt (a partir de 1795). Corres­
pondencia comercial (50 vols. de copias, 7 de 8,000 cartas originales), registros
de pedidos, inventarios, contratos de aprendizaje, etc.— Reference Library,
Bírmingham.
Wyatt MSS.— Papeles del inventor Joh n Wyatt, de Lew is P au l, etc. (1732-1813),
2 vols.— Biblioteca de Birmingham (Reference Library), núm. 93189.
Biencourt , Marqués d e : Mémoire sur l’état agricole, industriel et commercial de
VAngleterre (1784).— Archives des A ffaires Etrangéres, Mémoires et documents,
Angleterre, LX X IV , fols. 24 y sgs.
Considérations sur les manufactures de mousseline de callico (sic) dans la Grande-
Bretagne (1788).—Ibíd., fols. 182 y sgs.
R ochefoucauld -L iancourt , F . y A. de l a : Voyage en Suffolk et N orfolk (1784) y
Voy age aux Monlagnes (1786), 4 vols.— M anuscritos comunicados por M. Fer-
dinand Dreyfus.i

i Ya se ha avanzado bastante en este aspecto; en cuanto a los documentos


relativos a la lana, consúltese H eaton , H, : Y oDtsh'&'e vrcollen an d Worsted in dus­
tries (P refacio); sobre las cartas de Samuel Orompton, véase Daniels , G. W . :
E arly English cotton in dustry, pág. 166 y sgs.; sobre los archivos de Oldknow
en Mellor, U n w in , G „ H olmes , A „ y T atlor , G .: Sam uel Oldknow an d trie
Arkw ríghts, pág. v a x v i; los manuscritos de Coalbrookdale, de Horsehay y de
Huntsman (que quedaron en posesión de estas empresas), con otros documentos
originales relativos al hierro y al acero, han sido utilizados y descritos por
A s h to n , T. S . : Iron an d Steel in the in d u strial revoiu tion , pág. v-v n i; L ord, J :
C ap ital and steam poiuer, ha tenido acceso a los manuscritos de Tew (conser­
vados en la 0110111» de Garantía de Biimtingham), que contienen parte de la co­
rrespondencia personal entre Boulton y Watt, Los libros de J. L. y B. Hammond
muestran el partido que se puede sacar de los archivos del Home Office.
I. DOCUMENTOS 479

Clarke, L. W: Hisiory of Birmingham. Trabajo» rmiumsorilOB y copias de docu­


mentos relativos a la historia do la ciudad da Ijt'nninghajn (lleíerenco Library),
núm. 122040.
Owen M S S .~ N otas y documentos relativo» o la hlSlotlu do L<mütl»Wro, 89 volú­
menes. L as referencias útiles para I d hiaum l» económica son rara» y están
diseminadas. V éase particularm ente el tomo L X X X . IliblloiOcn do Manches-
ter (Reference Library).
Timmins MSS.— N otas y documentos relativos a la historia de la ciudad y de las
industrias de Birmingham, recogidas por Mr. Samuel Timm lin,
Webb MSS.— Colección de notas y de documentos recopilado» por S. y 1L Wobb.
para la preparación de sus trabajos de historia económica. Esta colección pre­
ciosa está depositada en la British Library of Political and Economía Sciouce,
London School of Economics (W ebb Trade Union Collection, CollootiOn E,
Section A).

B) Documentos impresos

I. Documentos y compilaciones estadísticas

Abstracts of the answers and returns to the Population A ct 41 Geo, [ [ ! , 2 volú­


menes, Londres, 1802.
Abstracts of the answers and returns to the Population A ct 11 Geo. IV , 3 volú­
menes, Londres, 1833 (véase el prefacio por J . Rickm an, estudio crítico sobro
los censos precedentes y las evaluaciones anteriores a l siglo xix).
R ocers, T h .: A histor-y of agriculture and prices in England, vol. V II (1703-1793).
Oxford, 1902 (publicación postuma).
T ooke, T h .: A history of prices and of the State of the circulation ¡rom 1793
to 1837. 2 vols., Londres, 1838.— Contiene la s tablas de los precios del trigo
según los archivos de Eton College.

II. Documentos técnicos ( patentes , descripciones de máquinas , procesos


RELATIVOS A LAS PATENTES)

Abridgments of specifications relaling to the manufactures of iron and Steel


(vol. I). Publicado por e l Patenl O ffice, Londres, 1883 (2.a ed.).
Abridgments of specifications reiating to pottery. Londres, 1863.
Abridgments of specifications reiating w spinning. Londres, 1866.
Abridgments of specifications reiating to weaving. Londres, 1861.
Abridgments of specifications reiating Lo bleaching, dyeing and printing cailico
and other textile fabrics (vol. 1). Londres, 1859.
B ennet W oodcroft : Subfect-malter Índex of patents of invention from March 2,
1617, to October 1852, 2 vols., Londres, 1854.
— Chronological índex of patents of invention , 2 vols., Londres, 1860.
Richard Arkwright versus Peter Níghtingale ÍCourl. of Common Píeos, Febr. 17,
1785). Londres, 1785.
The trial of a cause instituted by R. P . Arden esq., His Majesty's Attorney-General,
by writ of Scire facías, to repeal a patent granted, on the lóth of Decem-
ber 1775, Lo M r. Richard Arkwñgfa (Court of King’s Bench, June 25, 1785).
Londres, 1785. 1
'Uto BIBLIOGRAFIA

111. D ocum entos o f ic ia l e s , atestado s y debates del P a r la m en to , in fo r m es


PARLAMENTARIOS, TEX TO S LEGISLATIVOS

Calendan of Home Office Papen in the reign o/ K ing George III (1760.1775),
4 vols. Colección del Archivero .Mayor, Londres, 1873-1899.
Journats of the House of Commons, Actas de las sesiones, peticiones, informes de
las comisiones, cuentas y documentos sometidos a la Cámara de los Comunes.
Fuente de primer orden para la historia económica. Tomos XX a LXX
(1714-1815).
Journals of the House o/ Lords. Actas de la Cámara de los I-ores y documentos
anejos. Tomos XX a XLIX (17141815).
Ceneral índex to the Journal o/ the llouse of Commons, en cuatro partes: 1.* par­
te, lomos I a XVII (1547-1713), publicada en 1852 ; 2.a parte, lomos XVIII
a XXXIV (1714-1773), publicada en 1778; 3.» parte, lomos XXXV a LV
(1774-1800). publicada en 1803; 4.“ parte, tomos LV1 a LXXV (1801-1820)
publicada en 1825. Los volúmenes relativos al siglo XVIII no pueden ser reco­
mendados ain reservas.
_ General índex to the Journals of ihe Hottse of Lords, en cuatro partes: 1.a parte,
lomos I a X (1509-1649), publicada en 1836 : 2.* parle, lomos XI a XIX (1660-
1714), publicada en 1834; 3.a parte, tomos XX a XXXV (1714-1779), publicada
en 1817; 4.a parte, tomos XXXVI a LUI, publicada en 1832.— 1 * misma ob­
servación anterior. .
Parliamentary Regtster (1743-1802), 88 vols. Londres, 1775-1803. Recopilación de
los debates de ambas Cámaras, según los diarios y periódicos contemporáneos.
Contiene extractoe de debates que faltan en la recopilación siguiente.
Parliamentary History of England from the Norman conquest to the year 1803
(ed. Cobbetl), 36 vols. Londres, 1806.
Parliamentary Debates (ed. Tlansard), 1.a serio (1803-1812), 22 vols. Londres,
1804-1833.
Reports of lite Commitlees of the House of Commons from 1715 to 1801, 16 vo­
lúmenes. Londres, 1803.
Ceneral, índex lo the repons Irom the Committees of the House of Conunont
(3715-1801). Londres, 1803.
Ceneral índex to the reports from Seíect CommiUees of the Hottse of Commons
from 1801 lo 1852. Londres, 1852.
Entre loe Informes publícanos aparte de los Journals. ciue. salvo excepciones»
se contentan con dar su resumen, citaremos los slguentes:

Repon from the Committee to whom the petition of the coton spinners in and
adfoining to the county of Lancaslcr... was referred. I-ondres, 1780.
Re por t from the Committee lo 1 chom the petilions from the -u/oolcombers, cono
plaining o f cerlain machines constructed for the combing of wool, viere refer­
i d , 1794.
Report from the Select Committee appointed to take into consideration te means
of promoting the cultivation and improvement of the uaste, uninclosed, and
unproductive lands of the kingdom, 1795.
Second report from the committee, etc., 1797.
Report ¡rom the Select Committee appointed to consider of the mosl effectual
means of ¡acilitating under the authority of Parliament the inclosure and imprl>•
1. DOCUMKNTOS 481

vement of the vaste, uninclosed and unproductive lands, 1800 (Informe prepara­
torio del General Inclosure Act).
Reports /rom the Committee appointed to consider o/ the preitnt hlgh price of
provisions (seis informes). 1800.
Report ¡rom the Committee to whom the petitions o¡ several master and ¡ourneymen
weavers... viere re/erred, 1800.
Report on the improvemerU o¡ the port o ¡ London, 1801.
Reports ¡rom the Select Committee appointed to consider o ¡ the standing orders
relating to bilis o¡ inclosure, so ja r as regards the setting out or the altering
of public roads, 1801.
Reports from the Committee appointed to consider o ¡ the presen) hlgh ¡trie» o¡
provisions (siete informes), 1801.
Repon ¡rom the Select Committee on the petitions o¡ persons concerned in the
woollen trade and manufactures in the counlies o/ Somerset, ITiVt.l and Glott-
cester, 1803.
Report from the Select Committee on the petition of merchanls and mamtfactnrers
concerned in the woollen manufacture in the county o/ York and totm of
Halifax, 1803.
Report from the Select Committee on the petitions of the manufacturrrs of
woollen cloth in the county of York, 1803.
Minutes o/ the euidence taken befóte the Committee lo whom the several petitions
presenled to the House in this session relating lo the Act of the 30th and
40th year o / His presera Majesty *¡o r setding disputes between masters and
workmen engaged in the cotton manufacture• soere referred, 1803.
Minutes o¡ the evidence take befóte the Select Committee to whom the petitions
o/ the journeymen callico-printers and olhersworking in that trade etc., were
referred, 1804.
Report from the Committee to whom U was referred to examine into the matter
of the minutes o/ evidence respecling the callico-printers, 1806.
Repon from the Select Committee appointed to consider the State of the woollen
manufacture in F.ngland, 1806. — Muy importante: presenta un cuadro com­
pleto del estado de la industria de la lana desde el punto de vista económico
y aociul, en los primeros años del siglo XIX.
Repon from the Select Committee to whom the petition of Edmmttl Caiiwright,
elerk, D. !)., respecling a machine for weaving, was referred, 1808.
Report from the Select Committee to whom the petition of Richard Mnstoorlh
of Bollon, manufacturer, and also the petition of several journeymen COttón-
weavers, resident in England, were severally referred, 1808.
Report from the Select Committee to whom the petition o/ several journeymen
cotton-weavers resident in England, and also the petition o/ the cotton mam i-
facturers and operative cotton-weavers in Scolland, tvere severally re/erred, 1110'J.
Report from the Committee o/ Secrecy on the disturbances in the Northern eOun-
ties, 1812.
Report Irom the Committee to whom the several petitions presented to litis House,
respecling the apprentice laws of the kíngdúm, were referred, 1U1.H,
Report of the minutes of evidence taken befare the Seten Commiltee oppolñted
to inquire into the State of the chiltiren eniftlofed ht the nitninlnrloriet af the
United Kingdom, 1816.—Documento ntenrinl puní l« liUltnla dfl In legisla­
ción de fábrica, asi como también bit no» sluuloniat.
Rejnirts from the Select Commiltee on atligtms nn tutuhinery, 1824.
MANTOUX__3)
•UV¿ BIBLIOGRAFIA

Report Irom the Select Committee to whom the bilí to regúlate the labour o ¡
rhildren irt milis and faetones of the United Kingdom was referred, 1832.
Report from the Central Board of His Majesly’s Commissioners appointéd to
intuiré into the employment of children in factories, 183.3.
Report Irom the Select Committee appointéd to inquire into the present State of
agriculture, 1833.
Report from the Central Board of His Mafesty’s Commissioners appointéd to in­
quire into the administration and practital operation o¡ the poor-taws, 1834.
Report from the Select Committee on hand-loom weatiers' pcúúons, 1835.
Report of Commissioners and Assistant-Commissioners on the comlition of the
hand-loom weatiers, 1839-1841.
Statutes al large from Magna Charta to the di Geo. ! ¡ ¡ (erl. Rnnnington), 14 vo-
lúmenes. Londres, 1786-1801.—Recopilación de las leyes de Inglaterra.
Statutes al large of the United Kingdom oj Crea/ Britain and Ireland, from
41 Geo. I l l (1801), to 25 Victoria [1862) (ed. Tnmlins, líaithby y Simons).
26 vola. Londres, 1862.—Recopilación de las leyes del Reino Unido; sn pu­
blicación lia sido continuada de año en afio basta la época actual.

IV. S fxección de textos relativos a la historia económica

G a l t o n , T. W .: Select* documente idustraling the history of Trades Unionism.


I: The tailoring trade. Londres, 1896.
R an o , B.: Selections illustrating economic history since the Se ven Years’ War.
Londres, 1903.
B land, A.; B row, P., y T awnky. R. H.: English economic history: Select docu-
ments. Londres, 1914.

II. TESTIMONIOS CONTEMPORANEOS

A) Descripciones
Las obras descriptivas publicadas en el s ig lo x vm , sobre In gla te rra en general
y sobro aua d iferen tes condados, son m u y num erosas; solo Indicam os las mil*
Interesantes para el tem a a u e teníam os q u e tratar,

A uCIN, J.: A desCription of the country from thirty to forly miles round Manches­
ter. Londres, 1795.—Importante.
A ston, J.: A piel tire of Manchester. Manchester, 1804.
C ampbell . J . : A political survey of Britain. being a series of reflections on the
situation, lands, inhabitants, revenues, cotonies and commerce of this ií/and.
4 vols. Londres, 1774.
C hamberlayne, J . : M agna Britannia ffotitia. or the presenl State o¡ Great Britiun,
Londres, 1708. Numerosas ediciones desde 1708 a 1750.
DefoL, D.: A tour through the whole island of Great Britain. divided into
circuits or journeys, 3 volé. Londres, 1724-1727. —1
Obra clásica, que abuitil*
en informaciones de iodo tipo sobre el. estado de Inglaterra entre 1720 y 1727-
— Rrlición modificada por S. Richardson, 4 vols. Londres, 1742.
The Manchester guide, or a useful pocket companion, cotitaining a briej hisloricol
accotmt of the tincas of Manchester and Salford. Manchester, 1804.
II. TESTIMONIOS CONTEMPORANEOS 483

Ma k s h a l l , W.: R u r a l e c o n o m y o f Y o rk sh ir e , 2 vols. Loinlro», 17B8.


M a w e , J.: T h e m in e r a lo g y o f D e r b y sh ir e , w ith a d e sc r ip t io n o f th e m o st in te re st-
in g m in e s in th e N o r t h o f E n g la n d , in S c o tla n il, a n d in ¡P a le s , I emires, 1801.
N e w a n d a c c u r a t e d e s c r ip t io n o f th e p r e se n t g r e n t r o a d s a n d lh e p r in c ip a l c r o s s
r o a d s o j G r e a t B r ita in (con nn mapa de carreteros), Londres, 1756.
(O c h e n , J.) A description of Manchester, with a succinl history oí its former
original manufactories, factories , etc., Iry, a natioe of the town. Mnnrlmsler, 1783
(reedil, en 1887 con el título de Manchester a hundred yrars ago),
P i i .k in c t o n , R.: A uíew oj the present State of Derbyshire, 2 vols. Derby, 1789.

H ay que relacionar con estas descripciones loa In form es do los corresponsales


d e l Board o f Agriculture, conocidos b a jo el titu lo general de A o r tc u ltu r a t S u r v e v s
Estos Inform es fo rm a n dos series, publicadas desde 1708 a 1 7 0 6 y dosüo 1002
a 1B16, E stán divididas e n fascículos p or condados, llevando cada u n o de los
fascícu los el nom bre de su au tor y el t it u lo do A n e n e rtd PUsw o f Vio avrUiuUttrc-
In th e o o u n tv o f , . . El con ju n to constituye u n a fu e n te de gran valor. eneues.
tas d el Board o f A gricu ltu re han sido resumidas on. cinco volú m enes por WUlUvm
M arshall :

M a n s k a i . l , W .: R e v ie w a n d c o m p le te a b s t r a c l o f th e r e p o r ts o f the B o a r d of
A g r ic u ltu r e fr o m th e N o r th e r n d e p a r tm e n ts o f E n g la n d . Londres, 1808.
— i.. fr o m th e ( P e s t e r a d e p a r tm e n ts. Londres, 1810.
— ... fro m the E a s le r n d e p a r tm e n ts. Londres, 1812.
— ... from the Midland departments. Londres. 1815.
— . . . ¡ r o m the S o u th e r n d e p a r tm e n t s. Londres, 1817.

B) Vtajes

F auja S de S aint-F ond, B.: Voyage en Angleterre, en Ecosse et aux lies Hébrides,
2 vols. París, 1797.
F orstf.r, G.: Voyage philosophique et pitloresque en Angleterre et en Franco,
fait en 1790 par George Forster , un des coniftagnons de Cook. Pürís, nño IV ( I79(>.)
Nkminicu, P.: Beschreíbung einer im Sommer des Jaltres 1799 volt Hambitrg nnrh
and dtirch England geschehenen Reise. Tubinga, 1800.
S ved Iín s t .íkuna , Krik T.: R esa igonom en del a f England ocli Skotland, ui <it
1802 och 1803. Eslocolmo, 1804.
— Reise dtirch einen Theil von England und Schottlartd in den Jtihrrn 1802
und 1803, besonders in berg-und hüttenmánru'scher, technologischer nuil mmerola-
gischer Absicht. Marburgo y Casel, 1811. Traducción de la obra procmlome,
Tournée faite en 1788 dans la Grande-Bretagne par tm Frtmt,aisv parlant la Itingue
angtaise. París. 1790.
Wendeborn , F. A.: Beitráge zur Kenntniss von Grossbritannien. 2 vnl» Lrm-
go. 1780.
A view of England totearás the cióse of the .XVIIIth cenlttry, 2 vola. Lon­
dres. 1791. Traducido del alemán por el aului. .
Y oijnc , Arlliur: A six teeeks’ tour thrtmgh the Sotilherii loiinlirs of Fngltnul
and ¡Tales. Londres, 1768.
A six months’ tour through the North of F.nghmtL l vols. Limite», 1770.
The farmer’s tour throttgh the Eust of F.ngtmul. 4 vola. I.mnlioa. 1771.
— A tour in Iretand, with general ohsr/intmns on the /iretent State oI that
kingdom. 2 voIb. Londres, I7H0.
4M BIBLIOGRAFIA

YotlNC, ArÚiur: Trovéis in Franee. holy and Spain, during the years 1787, 1788
and 1789. 2 vola. Londres, 1790-1791.

C) Memorias y tratados relativos a la técnica

B eckmann, J.: Beitrage zur Geschichte der Erfindungen. 5 vals. Leipzig, 1782-
1B05.—Contiene poca cosa sobre los inventos de la industria textil y de la
industria metalúrgica a fines del siglo xvin. Debe consultarse, sin embargo.
B onnaro, R.: Mémoire sur les proeédés cmployés en Anglelerre pour le traite-
ment du jer par le mayen de la houille. Journal des Mines, XVII, 245-296
(nivoso del año XIII). París, 1805.
The callico-prinlers' assistanl. Londres, 1790.
Desaguliers, J. T.: A course o j mechanieal and experimental philosophy, 2 vo­
lúmenes. Londres, 1729-1744'.
H u n tsm a n , B.: Hislorique de Cinvention de l’acier fonda en 1750. París, 1888.
H a r r is . J .: Lexicón technicum, or an universal English diclionary of all the arts
and Sciences. 2 vols. Londres, 1704-1710.
J a r s , C.: Voyages métallurgiques, ou recherches el oijeriio/ionj sur les mines el
forges de jer, la ¡abricaiion de Cacier, ele. 3 vols. Lyon, 1774.
R o b i S o n , J.: The articles Steam and Steam-Engine, written / or the Encyclopcedia
-V Britannica (con notas de James Watt sobre sus principales inventos). Edim­
burgo, 1818.
S w edew jorc , E.: Rcgnum sublerraneum sive minerale: de ferro. Tomo III de
las Obras de S-wedenborg. Dresde y Leipzig, 1784.
St . S witzer: An inuoduction lo a general system of hydrostaticks and hydrau-
^ lides, philosophical and praclical. 2 vols. Londres, 1729.—Contiene descrip­
ciones, con láminas, de las máquinas de Savery y de Newcomen.
A irealise apon coal mines. Londres, 1769.

Laa recopilaciones enciclopédicas publicadas en Fran cia y en In glaterra, entre


1760 y 1815, con tien en ú tiles in form acion es sobre la técnica d e los o fic io s antes
y durante la revolu ción In d u s tria l:

F.ncyclopédie ou dictionnaire raisonné des Sciences, des arts et métiers, 28 volú­


menes. París, 1762-1772. Consúltense los volúmenes de láminas, artículos Dra-
perie, Forges, Laines, Mines, Soie, etc.
Encyclopédie méthodique par une société de gens de letlres, 301 vols. París,
1782-1832. Véanse los volúmenes titulados Manufactures, por Roland de la
Platiére, 1785.
F.ncyclopcedie Britannica, Edimburgo, ].* ed„ 1788, y 4.' ed., 1805. Véanse en
la 4.a los artículos Cotton, Iron, Steam, etc.
Las publicaciones de las sociedades proporcionan también documentos pre­
ciosos sobre los Inventos, el estado de la agricultura y de la industria en dife­
rentes épocas.

Annals of Agriculture and olher usefui arts (órgano del Board oí Agriculture),
40 vols. Bury St. Edmunds, 1790-1804.
Phylosophical Transadions of the Royal Sociely. Londres, 1665 y sgs.—Nume­
rosas memorias sobre mecánica y máquinas.
111. LITERATURA ECONOMICA CONI'KMI'OUANEA 485

Memoirs of the Laterary and hilosophical Society of Manchester, 1.* serie,


5 vols. Warringion, 1785-1802; 2.* serie, Manchester, 1805 y «g»
Transactioas of the Society for the encottragement o/ Arte, Manufactures and
Commerce, 1.* serie, Londres, 1761 y sgs.; 2.* serie, 1783 y iga.

D) Diarios y p riódicos
Annual Register (1732 y sgs.).
Hirmingham Gazelle (1741 y sgs.).
Oerby Mercury (1754 y sgs.).
Genlleman's M agutine (1731 y sgs.).
¡Uslorical Register (1714-1738).
hccds Mercury, l.“ serie, 1718-1755; 2." serie, 1767 y sgs,
Manchester Gazeite (1730-1760).
Manchester Mercury (1762-1830).

III. LITERATURA ECONOMICA CONTEMPORANEA


Esta literatu ra c o m p re n d e : 1.*, u n p eq u e flo n ú m ero de obras teóricas; 2.*. In ­
numerables fo lle to s de circunstancias, m anifiestos, «broa d sid es» (m em orias presen­
tadas a l P arlam en to), etc. E l B rítlSb M useum con tien e una colección bastante
com pleta de esos folletos, cierto n ú m ero de los cuales se ban hecho raros o ú n i­
cos. A l la d o d e esta colección, citarem os la d e l profesor Foxw ell, d e C am bridge
y Londres, ad qu irid a a p rin cip io s d e este a ís lo por la c o m p a fiia de O rfebres d e
la Ciu dad d e Londres, q u e la d on ó a la U n iversidad d e Londres. Con e l n om bre
de «G oldsm lth s L lb rary o f E con qm ic L itera tu ra», se conser a actu alm ente e n la
B ib lioteca d e esta U n iversidad (S en ate House, Londres, W . C. 1). Bata b ella bi­
blioteca deba ser conocida y consultada p or to d o s los qu e se Interesan por la
historia d e loa hechos y de la s d octrin a s económ icas e n In gla terra.— Hem os adop­
tado, p ara esta parte de la b ib lio gra fía , u n clasificación por m a terias; las obras
d e cada sección e a tó n agrupada p o r orden cronológico.

A) Generalidades, comercio, medios de comunicación


Yauranton, A.: Englands improvement on sea and ¡and. Londres; 1.* par­
le, 1677; 2.“ parle, 1681.
Gonsideralions upon the East india trade (¿por sir Dudley Norlh?). Londres, 1701.
A short essay upon trade in general, by a locer of his country, Londres, 1740.
Considerations on laxes, as they are supposed lo affect the price of labour in
our manufactures. Londres, 1764.
ilK N T L E Y , R.: A t i cu- of the adventages of i ni and navigadon, wilh a pían of the
navigable canal intended for a comunication between the ports of Liverpool
and Hull. Newcsstle-under-Lyme, 1766.
Wiiitworth, R.: The advantages of inland navigation. Londres, 1766.
(’osTLETimAYTE. M.: Universal diclionary of trade and commerce, 2.* e<l, Lon­
dres, 1766.
llO M E N , 14.; An inquiry inlo the means of fitetennng and i7ujjroiun|¡ the piiblic
roads of this kingdom. Oxíord, L7(i7.
I.a richesse de CAngletérre. Vienn, 1778, ,
T h e h islo r y o f in la n d M v ig a tlo tu í, im r u r u la t ) th o s » <*/ i h * tltihe o f llr td g e w a te r .
Londres, 1776.
486 BIBLIOCRAKIA

S mith, Adam: An inquirj into the nature and causes of the wealth of nations.
2 vols. Londres, 1 76.—CiLamos según la edición Mac CnIJoch, Edimbur­
go, 1870.
Y o Ung, Arlhur: Political arithmelic. coniaining observatíons on the presenl su te
o j Great Briiain and the principies o/ her policy in the encouragement of
agriculture. Londres: 1.* parle. 1774; 2.“ parle, 1779.
Anderson, James: Observatíons on the means of c ia lin g a spirit of national
industry. Edimburgo, 1777.
The ottllines of a plan for establishing a united company of British manufac-
turrrs. Imuir es, 1798.
T atiiaM, W.: T h e ¡¡o lU ic a l econ om y o f in h in d n a v ig a tio n , ir r ig a t io n an d d rainage.
Londres, 1799.
P ublicóla: U e fle c lio n s on the g e n e ra l t n ility oj in la n tl n a v ig a tio n to the com -
m e re ia l and te n d e d ín te res ts . Londres, 1800.
CilAi.iMEHS,C.: An estímale o} the comparativo slrenglk of Great Britain during
the presenl and four preceding reigns. Londres, 1804.
Cierto n ú m ero de fo lle to s ra ro s h an sido reim presos en la recopilación titulada
Sclect oollectum of early Engiish trocís on commcrce. ed. M ac C u lloch. L o n ­
dres. 1856-

B) Agricultura, «endosares», precios de ¡os géneros

L aUrence, E .: The duty of a steward to his lord. Londres, 1727.


T u l U Jetbro; The neto horse-houghing husbandry, or an essay on the principies
of dllage and vegetation. Londres, 1731.
Cow per, J.: An essay proving that enclosing commons and common field lands
is contrary lo the interest of the nation. Londres, 1732.
A method humbly proposed to the consideraban of the hononrablc the members
oí both Hotises of Parliamenl, by an Englísh woollen manufacturer. Lon­
dres, 1744.
IIomiir, H.: An essay u p o n th e nature an d m e th o d of a s c e rla in in g th e s p e c ijic
sitares o f p r o p r ie io r s upon the in c lo s u re s o f com m on fie td s . Oxford, 1767.
Addincton. S.: A n in q u ir y in to th e reasons f o r a n d (tgainsl, e n c lo s in g the o p e n
fie ld s . Covenlry, 1767.
F ohstkii, N.: In q u ir y in to the causes o f the p re s en l h igh p rice o f p ro v is ion s .
Londres, 1767.
Y oung. Arlhur: The farm ers letters lo the peopie of England. Londres, 1767.
— Rural Economy. Ixmdres, 1770.
The advantages and disadvaniages of indosing wasie lands and open fields, im-
partiaüy slated and considered, by a counlry gentleman. Londres. 1772.
An inquiry into the connection beticeen the present price of provisions and the
size of ¡arms, iriló remarks on popuiation, as affected thereby, by a farmer
LJ. Arhutluiot]. Londres, 1773.
Y o ung , Arlhur:Observatíons on the presen! State of the tvaste lands of Great
Britain. Londres, 1773.
An inqtdry into the advantages and disadvan tages restdling from bilis of endo­
sare. Londres, 1780.
Observatíons on a pamphlel enlitled «an inquiry into the advantages, ele.». Lon­
dres, 1781.
A p o litic a l in q u ir y in to the consequenc.es o f in d o s in g toaste lands a n d th e causes
n i. l it e r a t u r a e c o n ó m ic a c o n ik m i 'O k an k a «7

o/ the present. high price of butcher't me tu, bríng the tttuiment o/ a society
of /armers in ...shire. Londres, 1785.
How lett , J.-. Inquiry into the mfhtence of endosares upon the populación o/
England. Londres, 1786.
Cursory remarks on inclosures, showing the ¡itrnUivm tmti desirurtívr consequen-
ces oj indosing common fields, hy a country ¡antier. Londres, 1786.
5 tone , Th.: Sitggestions for rendering the inclosure ol common fields and toaste
lands a source of poptdation and riches. Londres, 1787.
Hoivlktt, J.: Enclosures a cause of improved agricultnre, of plttity nnd cheapness
provisions, of population, and of both ptiuate and nationnl sestil th. Lon­
dres, 1787.
Ira v ie s , David: The case of labourers in hnsbamlry. I.onrlnvt, 171)5.
Wkiciit, Th,: A short address to the public on the nifmopoly ü! StitaU I fruís,
Londres, 1795.
P aul, sir G. O.: Observatíons on the general endosan,- bilí. Londres, IHQQ.
CihdlLk, J. S.: Observatíons on the pcrnicious consftquenccs of fOrttsKlUiltg, regrtit-
ling and engrossitig. Londre , 1800.
V oiinc , A-: An enquiry into che propriely of applying masías to the better nm¡ma­
ñanee and support of the poor. Londres, 1802.
— On the site of farms. Aparecido en los Georgical Essays, pul.il. por A. ilunler,
tomo IV. ensayo XXVII. York, 1803.
Genera/ repon on inclosures, drmen up by order of the Board oj Agricultnre.
Londres, 1808.—Publicado bajo la dirección de sir John Sinclair. Muy im­
portante: imparcial en La exposición de los hecho», aunque netamente favora­
ble a las «enclosures».

C) Población y pauperismo
K inc, Gregory: Natural and political observatíons upon the State and conditiun
of England (16%). Publ. por G. Chalmers: Estímate of the comparatine
slrenght of Great firdatn. Londres, 1804.
D xkoe , D.: Civing alms no ckarity, and emptoying the poor a grievanoe to tka
nailon, Londres, 1704.
PiEi.njNC, II.: An inquiry into the causes of the late increase of robbers. Lon­
dres, 1751.
— A proposal. for making an effeclual provisión ¡or the poor. Londres, ) 75.3.
Reasons for the late increase o) the poor rales, or a comparative view of the
prices o f labour and provisions. Londres, 1777.
E dén. W.: Four letlers to the Earl of Car lisie (the third edition, to tehirh is
added a fifth leUer on population, on certatn reve rute laus, etc.). Londres, 1780,
P rice, R.: Essay on the population of England from the Revolví ion to the presenl
time. Londres, 1780.
IlowLFr, J.: An exarmnation of Dr. Price’s essay on the population of England
and ITales and the doctrine of the increased population of this kingdom, es-
tablished by faets. Maidstone, 1781.
W a i . e s , W.: Inquiry in to t h e State of p o p u la tio n of England and (Tales. Lon­
dres. 1781.
Uncertnituy of the present population of litis tcingdom. Londres, 1781.
GlLBEtn, Th.: Considtrations on the btlft ¡or lite better relie/ and cntploymcnt
of tlie poor. Londres, 1787.
4MB b ib lio g r a fía

I Iowi.ktt, J.: The insuffiáency o/ the causes to which the increase oj ihe poor
and o / the poor rotes haue been commonly ascribed. Londres, 1788.
P krc Ival , Th.: Observations on the State o/ populación in Manchester, 7775-/789.
Manchester, 1789.
A letter to sir T. C. Bunbury, bar'., on the poor-rates, by a gentleman o f Sufjolk.
Londres, 1795.
M orton Edén, sir Frederick: The State o/ the poor (yol. 1ID. Londres. 1797.
M althus , R.: An essay on the principie o/ population as it affects the fature
improvemenl o/ sociely. landres, 1798.
— An investigation into the causes o/ Ihc present high price o/ provisions. Lon­
dres, 1800.
M orton E dén, sir Frederick: An estímate o ¡ the number o/ inhabitants in Great
Brilain and Ireland. Londres, 1800.

D) Industrias textiles

R oberts, L.: The treasure o/ traflike, or a discourse o/ forraigne trade. Lon­


dres, 1641.
H a y n e s , J . : A view o/ the presen! State o/ the clothing trade in England, ils
decay and remedies. Londres, 1706.
— Provisión Ior th e poor, or a view o/ the d ecayed State o/ th e woollen m a n ufa c­
tu re . Londres, 1715.
A b r ie l State o/ th e p rin ce d ca llic o e s , w o o lle n a n d s ilk m a n u fa ctu res [¿por D. De-
foe? ]. Londres, 1719.
Briel answer to a briel state ol the printed callicoes. woollen and silk manufac-
tures [por W. Asgilll. Iondres, 1719.
The fust compíainls of the poor weavers truly represented. londres, 1719.
A briel State o ¡ the question between printed and painted callicoes, and the
tooollen and silk manufactures. Londres, 1719.
The weauer's pretences examined. Londres, 1719.
The weover's trae case. Londres, 1720.
The cose of the journeymen callico-printers. Londres, 1720.
Observations on wool and the tooollen manufacture, by a manufacturer of Nort-
hamptonshire. Ixjndres, 1739.
An essay on riots [sobre los motines de los tejedores de Wilisliire]. Londres, 1739.
Rcmarks on the essay on the weavers' riots. Londres, 1739.
The case between the clothiers and the weavers. Londres, 1739.
S mith, John: Chronicon rusticum-commercíale, or memoirs of wool, woollen manu­
facture and trade, pardeulary in England. 2 vols., Londres, 1"47.—Contiene
análisis y textos de folletos raros relativos a la industria de la lana.
SHUTT1.E, Timolhy: The worsted small-ware weavers' apology, logether with all
their árdeles, which eitker concern their sociely or trade. Manchester, 1756.
Ejemplar único en la Biblioteca de Manchester (Rcference Library), núme­
ro 677, S. 18.
D y er , J . : The Fleece, a poem in four books. Londres, 1757.
The petition and memorial of the manufacturers and printers of silks, callicoes,
linens, fusttan.s and stuffs, in and ntar Manchester in the county of Lancasler.
Manchester, 1778.
M arcii, R.: A treatise on silk, wool, worsted, colton and thread. Iondres, 1779.
III. U T t R A rU R A E CO N O M ICA C O N fU M I'D IIA N K A 489

Thoughts on the use of machines m the eolio» nuinu/utiure, addressed to the


tvorking people in thm manufacture and to the poor ¡n general, by a fricad
of ¡he poor. Manchesler, 1780.—A11 llittlilo |«it \V. Undeliílo a Doming
Ramsbotham, uno de loa jucos* de pa¡( drl condado.
Dalrymfle , sir John: The question considered. whether wool thould be allowed
to he exponed when the price is /oto at home on paying a duty to the public.
landre», 1781.
Considerations apon the present slate of the wool trade, by a gentleman resident
on his State in Lincolnshire. Londres, 1781.
[G. Chalmera]. The proprrety of alloudng a qualificd eiportalion of wool discus-
sed historicaily. Londres, 1782.
FonSTEit, 1\,: Ansioer to Sir John Dalrymple’s pant.phlei lipón the exportación of
■ wool. Colchester, 1782.
The conl.rast, or a compartsan betnveen ori.r toolien. Unen, collon and silk manu­
factures. Londres, 1782.
Plain reasons addressed to the peoplc of Great Britain against the intended
petition lo Parliamenl for leave to export wool. Leedg, 1782.
A letter lo the landed gentlemen and graziers of Lincolshire, by a friend and
neighbour. Cambridge, 1782.
A short view of the proceedings of the several committees and meetings held in
consequence of the intended petition lo Parliamenl ¡rom the county of Lincoln
for a limiled exportation of wool. Londres, 1782.
The case of Richard Arkwright and C o„ in relation lo Mr. Arkwright’s invention
of un engine for spinning eolio», etc., iruo yarn; stating his reasons for
applying to Ptaüamenl for an Act to secare his ríght in such invention, of ¡or
such other retíef as to the Legislature shall seem meet. Londres, 1782.
A short essay iorillen for the Service of the proprielors of collon milis and the
persons emplayed tn l hem. Manchester, 1784.
W riciiT, John: An address to the members of bolk Houses of Parliament on the
late tax Inid on f ustión and other cotton goods. Warringlon, 1785.
Manufactures improper subjeets of taxadon. Londres, 1785.
CoLQUMOUN, Palrick: T h e case o¡ the cotton-pr-Ínters of Great Britain. Lon­
dres, 1785.
A repon of ihe receipls and üsbursámcnls of the Commi/.tee of the fustian trade.
Manchester, 1786.
A letter shotving the necessity tu amend the latos concerning the woollen manufac­
ture. Ipsvñch, 1787.
The humble petition of the poor spinners of the town and county of Leicester.
Leicester, 1787.
An important crisis in the calibo and mastín manufactory of Great Britain expiar-
ned. Londres, 1788,—Intensante y muy raro; no se encuentra en el British
Museum. Se conserva un ejemplar en la Reference Library de Manchester,
núm. M 30/6.
The question of uval truly staled. Londres, 1788.
CoLQUMOUN, Pairlck: An accoitnl of faets relating to the riso and progress of
the cotton manufacture in Great Britain. Londres, 1789.
Woll encottraged uithout exrmttation, or practica! observations ou wool and the
woollen maiuifacture, by a Viltshire clolhier. Londres, 1791.
E dknson, \V.: A letter t-o thi ¡pindén mu! mtiniifnrtitres of cotton wool apon
the present siumtian of the inurlctt, Lmiili n», 1792.
490 B I B L IO G R A F IA

lili* tus, II.: The cotton manufacture of thit country. Londres, 1793.
huirles, rules , orden and regidations made and lo be observed by and between the
friendly associated cotton-spinners within the tounship of Manchester in the
county of Laucaster an in other townskips and places of the neigbourhood
thereof. Manchester, 179.1
A letter to the inhabitants of Manchester on the exportation of cotton twist.
Manchester, 1800.
A second letter to the inhabitants o f Manchester on the exportation o/ cotton
twist, by Mercator. Manchester, 1800.
Observations founded upon facts on the propriety or impropriety o/ exporting
cotton twist for the purpose o/ being manujaetured inlo cloth by foreigners.
Londres, 1803.
A view of the cotton manufacturies in Trance. Manchester, 1803.
ANSTIC, J .: Observations on the imporlrtncc and ncco.ssily ol introducing improved
machinery into the woollen manufacture o¡ the cotuiües of ¡Filis, Gloucester
and Somersel. L o n d r e s , 1 8 0 3 .
Observations on the cotLon-weavers' Act. Manchester. 1804.
OtVEN, K .: Observations on the efjects o/ the manufacturing system, with hints
for the improvement o¡ those parís of it which are most injurious to health
and moráis. Londres, 1815.

E) Metalurgia e Industria cerámica

S t u r t e v a n t , S.: M e la lü c a , o r th e t r e a t is e o f m e ta llic a , b r ie f ly c o m p r e h e n d in g the


d o c t r in e o f d iv e r se neto m e t a llic a ll in v e n tio n s. Londres, 1612.
R o venzo n , J.: A t r e a tis e o f m e ta llic a , b u l n ot t h a t w h ich w as p a b lis h e d by
M r . S i m ó n S t u r t e v a n t u p o n h is p a t e n t . Londres, 1613.
O udle Y, Dttd: M e ta llu m M a n í s , or ir o n m a d e w itli p it-c o a le , s e a -c o a le , e tc ., a n d
w ith the s a m e f ir e to m e lt a n d fin e im p e r /e c t m e tía is, a n d re fin e p e r je c t
m e tía is . Londres, 1665.
I’ ovey , C l t . : A d isc o v e ry o f i n d ir e c t p ractir.e s in the c o n l tra d e . L o n d r e s , 1 7 0 0 .
S avhuv, T il.: T h e m in e r’s jr i e n d , or a n e n g in e l o m i s e iv atcr by ¡ir é d e s c r ib c d ,
a n d ih e m a n n e r o f fix in g it in the m in e s. Londres, 17()7.
T h e p r e s e r a State o f M r . ¡F o o d 's m in e p n r tn e rsh ip . L o n d r e s , 1 7 2 9 .
T o a ll lo v c r s o f a r t a n d in g e n u ity . L o n d r e s , 1729. — Prospecto d e l a e m p r e s a
de W ood.
A le tte r fro m a m e rc h a n t a t ¡F h ite h a tie n lo h is F r ie n d in L o n d o n . Londres, 1730.
A le t te r jr o m a m e r c h a n t a i W h ite h av e n to a n ir o n m a s t e r in th e S o u th o f
E n g la n d . Londres, 1730.
A n a c c o u n t o f M r . I F oorfs iro n m a d e ivith p u lr e r iz e d o re a n d p itc o a l, Lon­
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I I a c a r e o f b u b b le s . Londres, 1731.
P o s t i .kt livv Ay t , M .: C o n síd e r a t io n s o n th e m a lü n g o f b a r ir o n w ith p í l o r p e a t-
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the S e rv ic e o ¡ f o r e ig n m a n u fa c tu r e r s. Newcastle-under-Lymc, 1783.
IV, MONnCRAm» V TRAMJOS HE DETALLE m

Aifdress and proposals / rom >ir John Halrmplt. liar'., <m lite subject of the
coa!, lar and iron bronchas oj frailo, KdiinlnirgM. 178-1.
W att , J .: An answert lo lite treasnry ttapar on the iron trade o j England and
Ir el and. Londres, 1785.
Braman, J.: A letter to lite right honorable su Jtimen h'yr», lord Ckiel Justice
of the Common Pteas, on ihe case ¡limitan and If'itu venus f/arnblower and
Maberly. Londres, 1797.
Boijlton and W att : Propasáis la ihe adocnturtrs. Hirmingliain, 1800. — Pros­
pecto dirigido a los propietarios de niinas.

IV. MONOGRAFIAS Y TRABAJOS Dli DETALLE

A) Historia de las industrias y oficios

A complete hislory oj the cotton trade, inchiding also that o) the s¡lk, callico
prinling and hat manu/actories, by a person concerned in trade. Manchen-
U-r, 1823.—Tiene el valor de un testimonio contemporáneo.
A'PRÉadks, A.: E ssai sur la iondation el l’histotre de la Banque iAngleterre.
París, 1901.
A rcher , Al.: A s k e t c h o ) th e h islo ry o j lite cool H ade o f tX o rth u m berlan d a n d
D u rh a m . Londres, 1897.
Ed.: Hislory o¡ the couon manufacture in Creat Britain. Londres, 1835.
Hain Ks ,
Buena monografía: el autor ha podido recurrir al testimonio directo de los
contemporáneos para un gran número de hechos.
Baulow, A.: H is lo r y a n d p rin cip ies o f w e a v in g by h an d a n d by Pow er. Lon­
dres, 1878.
B kck, L.; Geschichle des Eisens in technischer und Kulturgeschíchtlicher Beziehung.
1 vols. Brunswick, 1894-1898.—Muy sustancial y serio, a pesar de las refe­
rencias vagas.
B ísuhofe, J.: Comprehensivo hislory o¡ the tvooüen and worsted manufactures.
2 vols. Londres, 1842.— Compilación bastante mediocre; numerosas citas de
la literatura económica del siglo xvtti: útil desda el punto de vista biblio­
gráfico.
Boca, S. v o n : Geschichte der Touferarbeiter von Staffordshire im XIX Jahrhun-
derl. Slullgart, 1899. Colección de los Müncliencr volswirlschaftliche Studieti,
vol. XXXI.
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lation affecting it. Londres, 1892.
Bu rnlev, J .: Hislory of wool and utool-combing. Londres, 1889.—Trabajo
mediocre.
Ct-APHAM. J. H.: «The transference oi the worsted industry from Norfolk to the
West Kiding.i Economic Journal, XX (1910).
«Collon-spinning machines and their inventora.» QuaUerly Heoietu, tomo CVil,
enero de 1850.—Investigaciones originales y d ¡seta iones interesantes.
Chapman, S .: The Lancashire cotton industry. a tludy tn economic development.
Manchester, 1901 (muy serio y particularmente intcreminlu sobre la organiza­
ción de la industria y las condiciones de trábalo).
Daniels, G. W.: The early cotton indusiry, with ¡ame tmjntlilished lelters of
Samuel Cromplon. Manchester, 192(1 (obro excelente!.
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F eliun, W.: Hislory of the machine-wroughl hosiery and lace manufactures, Lon­
dres, 1867.—Monografía mal compuesta, pero sólida y completa.
F ranciS, J,: History of the Bank of England, its limes and traditions. 2 vo­
lúmenes. Londres, 1848.—Sobre todo anecdótico.
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— History of coal-mining in Great Britain. Londres, 1882.
G üest , R.: A compendióos hislory of the cotton manufacture, wilh a disproval
of the claim of sir Richard Arkuiright to the invención of its ingenióos machi-
nery. Manchester, 1823.—Muy interesante y bastante concluyente.
— The British cotton manufacture. Manchester. 1828.—Discusiones en apoyo de
la tesis sostenida en la obra precedente.
H eaton , H.: The York.shire woollen and worsted industries / rom the earliesl
limes up to the industrial revolution. Oxford, 1920 (vol. X of The Oxford
Hislorical and Lüerary Studies). Completo y seguro, particularmente en lo que
concierne a la primera mitad del siglo xvtn.)
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ters in Etirope and America. Londres, 1831.—lia servido a W. Felkin.
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J ames, J . : Hislory of the worsted manufacture in England jrom the earliesl times.
Londres, 1857.
J ewItt, Llewellyn: The ceramic arl of Great Britain from prehistoric times dotvn
to the present day, 2 vola. Londres, 1878.—Importante sobre lodo para el
estudio de los estilos y de las marcas.
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K ennedy , J .: On the rise and progress of the cotton trade. Memoirs of the
Literary and Philosophical Society of Manchester, 2.“ serie, vol. III. Man­
chester, 1819.
Ln>SON, J.: The history of the woollen and worsted industries. Londres, 1921.
(Obra de vulgarización, pero interesante.)
L ister, J.: Coal mining in Halifax. Oíd Yorkshire, 2.“ serie, Londres, 1885.
L oh .mann, F.: Die statliche Regelung der englischen Wollindustrie vom XV. bis
zum XV III Jahrhundert. Staals-und socialwissenschaftliche Forschungen heraus-
gegeben von G. Schmoller, fase. XVIII. Leipzig, 1900.—Estudio serio y do­
cumentado.
l.Ottl), J.: Capital and steam. power, 1750-1800. Landres, 1923. (Fuentes originales;
IV. MONOGRAFIAS Y TXA U IA JnS l>K MITA],1.15 493

muestra cómo el uso del vapor fue introducido en In industria gracias a Los
esfuerzos de Boulton y Watt.)
L ower , M. A.: The ancient iron industry o/ Su.tjex, en el volumen titulado Con-
tribulions to literature, historical, onliqttnritin, and metrical. landres, 1854.
Anecdótico.
Mac A oam, W. I.: Notes on the ancient iron industry of Scotlnnd. Londres, 1887.
Interesante para la historia local.
M arwick , W.: «The cotton industry and the industrial revolnlion in Scolland»,
Seottish Historical Review, XXI, 207 y sgs. (1924).
M at SChoss, C-: Die Entwicklung der Dempftnaschine, 2.a ed., 2 vols., Ber­
lín, 1908. (Técnica. Con láminas.)
M ushet , D.: Papers on iron and Steel. Londres, 1840—Obra de un técnico:
dos o tres artículos presentan cierto interés desde el punto de vista histórico.
N-IC1 1 0 U.S, G.: Iron making in the olden times. Londres, 18fiñ.—Sobre las minas
y las fraguas del bosque de Dean.
P e h c y , J . : Metallurgy of iron and Steel. Londres, 1864.—Notas históricas en la
última parle.
P rotiiero , R. E. (lord Emle): The pioneers and progress of English jarming,
Londres, 1888. Edición revisada, con el nuevo título: English / arming pasl
and present. (Muy claro y muy completo.)
Radcliffe, W.: Origin of the neto syslem. of manujacture, commonly called po-
wer-loom weaving. Slockport, 1828.—Mezcla de historia y polémica; cri­
ticada por G. W. Daniels (Early English cotton industry).
RiCby, Eli.: Holkham, its agricullure. Norwich, 1817.
«Rise, progress, present State and prospecta of the Rrilish cotton manufacture»
[¿por J. R. Mac Culloch?], Edinburgh Review, tomo XLVI. Edimburgo. 1828.
Examen de la Compendious history, de R. Guest (véase anteriormente).
R ocers, Th.: The first nine years of the Bank of England. Londres, 1887.
S crivenor, IT.: A comprehensive hislory of the iron trade ¡rom the earliesl
records lo the present period. Londres. 1841, 2." ed. (modificada), 1854.—Do­
cumentada: tablas estadísticas interesantes.
S hoi.l , S.: A short historical, account oj the silk manujacture in England. Lon­
dres, 1811.—Historia de las coaliciones obreras en la industria de la seda.
THtiltSTON, R. H.: History o) the gromth of the sleam-engine. Londres, 1878.
IJnw in , G.: «Transilion to the faclory systcm», English Historical Review, XXXVI,
206-218 y 383-397 (1922).
W aroen , A.: The fínen trade. Londres, 1864,

B) Historia de las loitalidades

Las obras relativas a la H istoria local, siem pre ú tiles, incluso cuando su valor
c ien tífic o es escaso, dejan u n a parte variable a la h isto ria económica. N o citarem os
los m is recientes o las m ejo r hechas, sino aquellas qu e nos proporcionan más
n oticias au tén ticas sobre lo s orígenes de la g ra n Industria.

A bram, W.: History ol Blackhurn. toivn and porish. Rlackburn, 1877.


Axort, W. A.: Annals «/ Manchester. Manchester, 1880.
R aines, E.: History o¡ the coitnty palatino and duchy of Manchester, tomo II.
Londres, 1836.—Completa lu ultra del mismo autor titulada History of the
cotton manujacture. *
■m B I B L IO G R A F IA

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o/ manufacturing industry in the adjoining counlies. landres y Liverpool, 1852.
Yorhshire, past and present. 2 vols. Londres, 1877.—Colección de reseñas
locales.
B aines, Th.. y Faiiibairn, W.: Lancashire and Cheshire, past and present, 2 vo­
lúmenes. Londres, 1869.
Urano, J,:The history and antiquities o¡ the town aiul county of Newcaslle-
uponTyne, including an account of the coal trade in that place. 3 vols. Lon­
dres, 1789.—Impórtame para la historia de las minas de hulla.
Bremner, D.: The industries of Scotland, their rise, progress, and present con-
dition. Edimburgo, 1869.
B rown, A.: History of Glasgow and of PaisLey, Greenoclc and Port-Glasgow, 2 vo­
lúmenes. Glasgow, 1795.
ButterwORTH, E.: An histórica!- account of lite toums of Asht,on-under-Lyne,
Stalybridge, and Dukinfield. Ashion, 1Ü<12.
— Hislorical sketches of Oldham. Oldham, 1856.—Informaciones preciosas sobre
las familias manufactureras de la región.
Ci.EGG, J.: Annals of Bolton. Bolton, 1888.
Dumbell, S.: «Early Liverpool cotton importa and the organisalion of the cotton
market in the XVIlllh century», Economic Journal, XXXI11. 363 y sgs. (1924).
Dunsford, M.: Hislorical memoirs of te town and parish of Tiverton. Lon­
dres, 1790.—Importante para la historia del trabajo y de las huelgas de los
tejedores en Devonshire.
E nfiei.o, W.: An essay towards the history of Liverpool (sic). Warrington, 1773.
HaroiNC, Tle. Cor.: The history of Tiverton in the County of Devon. 2 vols. Lon­
dres, 1845.
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Hela), E-: Chaplers in the history of the Mancheslcr Chamber of Commerce.
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H ollingw ort , K.: Mancuniensis (escrito a principios del siglo xvn). Manches­
ter, 1839.
IIONTElt, J.: Hallamshire. The history and topography of the parish of Sheffield.
Londres, 1869.—Contiene documentos interesantes sobre la industria del hierro.
II utton, W.: History oj Birmingham. lltrnnughuju, 1795.—Reíalo tradicional,
sin valor histórico pura todo el período anterior al siglo xvni. Testimonio
de un contemporáneo en la última parle.
llurroN, W.: History of Derby f i ° m the remóte ages of antiquily to the year 1791.
Derby y Londres, 1791.—Poca cosa sobre la historia económica.
J ames, J.: The history and topography of Bradford in the county of York. Lon­
dres y Bradford, 1841.
— Contirutation and addilions to the history of Bradford and its parish. Brad­
ford, 1866,—Noticias abundantes sobre la historia de la industria de las lanas
peinadas.
L akgfokd, J. A.: A century of Birmingham Ufe, 2 vols. Birmingham, 1868. Es­
crutinio de loe antiguos diarios de Birmingham, de un interés sobre todo anec­
dótico.
L eader, W.: Sheffield in the XVIIIth century.
Local notes and queries, 15 vols. Birmingham, 1865-1914.—Recopilación de textos
relativos a la historia de Birmingham: en lu biblioteca de esta ciudad (Refe-
runce Library).
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M ac C recur , G.: History of Glasgow. Glasgow, 1881.
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time, 3 vols. Londres. 1874.
Mom, R.: History o¡ Liverpool. Londres, 1907.
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S baw, S.; History of the Staífordshire Ponerles, and the rise and progrrss of
the manufacture of pottery and porcelain. llanley. 1829.- Fundado en parle
sobre testimonios orales.
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The rcsources, producís and industrial history of Birmingham and
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linghumshire, 1906; I.umnisler, 1906-1914; Yorlcshiro, 1907; Siul’fnvtlsliire, 1908;
Wnnvickshlre, 1908,
Waro, i.; The borouglt of Stoke-npon-Trent. Londres, 1843.
Wf.lford, R.: History of Newcastlc. 3 vols. Londres, 1884-1887.
Whkelfr, .1.: Mitnchester; its political, social and commercial history, andent
and modera. Londres. 1836.—Bastante bien hecha, sobre lodo para el periodo
contemporáneo del autor.
W r it t l e . D.: History of Presión, 2 vols. Presión, 1821-1837.

C) Biografías
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del siglo Jtvm.
Cárter, Th.: Afemoirs of a icor ing man. Londres, 1818.
Cooke-Tayujr , W.: Life and times of sir Roben Peel, 3 vols. Londres. 1817.
Dickinson, H. W.: John Wükinson, ironmaster. Londres, 1914.
E spinas®!;, F.: /,ancashire uvrrhies, 2 vols. Londres, 1847-1877,—Compilación poco
original.
F akrkh, K.. E.: Cmrcspondence of Josiuh IVvdgwood. Londres, 1906.
Fortunes mntle in bttsiness, a series oí original sketches, biographicat and anee-
dotic, from the receta history of industry ttnd commerce, by various writers,
2 vols. Londres, 1884.—Poca cosa sobre el siglo Xvni: noticias interesantes,
sacadas de archivos privados.
F rknc.h, J.: The Ufe and times of Samuel Crompton. Londres y Mancheslcr, 1859.
Contiene en ajwndicc: R. Colé: Some account of Lewis Paul, and his iñvemion.
of the machine for spinning cotton-wool by rotters—Fundado sobre docu­
mentos de archivos privados.
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his tvorks, memoirs af the K edgivood nntl other families, a tul n history of
the eariy potteries of Stttffordshirr, Londres, 1865.- (loollene din úntenlo» inte­
resantes, método mediocre.
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son los IPyatt MSS, mcintinimdos imtoriorincnle.
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and Philosophical S o c i e t y of Manchester, 1905.
Oivkjv, R.: The life of Roben Ornen, written by himself, ivith selections of his
writing and correspondence. Londres y Fiiadelfia, 1857.—Autobiografía, útil
sobre iodo para la historia de las ideas de Owen, pero que nos informa
también sobre la revolución industrial, cuyas repercusiones en el orden social
ha sido el primero en señalar.
Owen, R. Dale: Threading my way. Londres, 1874.—Algunas páginas intere­
santes sobre David Dale y la fundación de New-Ltmarlt.
P almer, A. N.: John Wilkinson and the oíd Bersham. irowoks. Extracto de las
Transaclions of the Honourable Society o f Cymmrodorion. Londres, 1899.
P arker , C. $.: Sir Roben Peel, from his prívate papers, 3 vola. Londres, 1892-
1899. (Véase el tomo I.)
P eel, sir Lawrcncc: A sketch of the life and character of sir Roben Peel. Lon­
dres, 1860.—El autor ha hecho uso de papeles de familia.
S miles, S.: The live of the engineers, 3 vols. Londres, 1861.—La forma es la
de una obra de vulgarización, pero el fondo es Bólido y la documentación
muy seria.
— Industrial Biography: iron workers and tool-makers. Londres, 1863.
— Lines of Bouhon and Watt. L o n d r e s , 1865.—B u e n a biografía, e s c r u t i n i o
cuidadoso y numerosas c i t a s de la correspondencia cambiada enLre los dos
socios y de los papeles d e las dos familiar.
— Josiah Wedgwood, his personal history. Londres, 1894.
SouriiU.lrfE A shTon , T-: Iron a d Steel in the industrial revolution. Manches­
ter, 1924. (Importante: Informaciones nuevas extraídas de sus fuentes ori­
ginales.)
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T 1 MM1 NS, S.: Matlhew Bouhon (extracto de las Transaclions of the Archwological
Section of the Birmingham a d Midland Instílate). Birmingham, 1872.—Cor­
ta reseña, poro que lleva la huella de investigaciones originales, así como las
siguientes.
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Unvun , C. (ciertos capítulos por Huuik , A. y T ayj.or, G.): Samuel Oldknow
IV . M O N O G R A F IA S Y T R A B A J O S D E D £ T A I.l,£ «7

and the Arkwrights: the industrial revolulion a l Stockport and Marpie.—Mo­


nografía muy completa.
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vols. I y II. Londres, 1859.
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W il l a m s o n , G.: Memorials of the lineage, early life, educaban and development
of the genius of James Watt. Greenock, 1856.—Interesante sobre todo en lo
que concierne a la vida privada y la familia de Wall.
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or textile jabrics. Londres, 1863.—Recopilación de cortas reseñas, bastante
bien hechas, pero sin valor original, salvo sobre algunos puntos.
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publicada en el Repertory of Arte, Manufactures and Agriculture, 2.1 serie,
vol, XXXI1. Londres, 1818.

D) Agricultura, uenclosures» , etc.

CookE, G. W.: On the law of rights of common. Londres, 1864.


CüRTLER, W. R. H.: The enclosure and rcdistribution of our land. Oiioid, 1920.
Estudio muy completo.
Düni.OP, O. J .: The farm labourer. Londres, 1913.
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V . OIIIIAÜ G ÍN K IlA l.K It 499

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burgo, 1882.—Numerosos pasajes relativo* a la historia económica do In­
glaterra (véanse particularmente Caps. VIII, XI, XII, XIII, XIX, XXIII), Co­
nocimiento profundo de la literatura económica y de los documentos parla­
mentarios).
M oí'J'Tí', Louis W.: England on the ave o¡ the industrial revolution: a study of
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Intento de síntesis, importante sobre todo para la historia de la Banca.
S ch u i .tz e -G aevernitz , C. von: Der Grossbetrieb, ein wirlschaftlicher und so áaler
Forlschrilt. Leipzig, 1892.—Estudio sobre la industria de) algodón.
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Historia social de Inglaterra desdo los orígenes. Obra colectiva: buenos ca­
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rico, fundado en parte sobre testimonios orales (el autor conoció a James Watt).
U s iier , A. P.: An introduction to the industrial history of England. Comell
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MM B I B L IO G R A F IA

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n . L IT E R A T U R A ECONOM ICA

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M ac Culloc, J. R,: Lilerature of political economy. Londres, 1845.—Bibliogra-
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1049. Hecho con c u id a d o .

P ara la a tr ib u c ió n de la s o b ra s a n ó n im a s, c o n sú lta se :

FIalhktt y L aikc: Dicáonary of anonymous and pseudonymus lilerature, 4 vo­


lúmenes. Edimburgo, 1882-1888.
Catálogo de la Colección Foxwell.

I II. H ISTO R IA DE L O S O F IC IO S V D E LA AG RICU LTU R A

En Bi Sciioff , J.: Comprehensive history of the woollen and utorsted manufactures.


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En CllAPMAN, S.: The Lancashíre cotton industry. Manchester, 1904.
F.n E liaschew itcii, A.; Díe Bewegung zugunsten der kleinen landwirlschafllichen
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Fin H eaton , H .: The Yorkshire woollen and worsted industries. Oxford, 1920.

IV . B10CRAKXAS

Küooliinies biografías a continuación de los artículos del Dictionary of National


¡lingrnphy.
SUPLEMENTO BIBLIOGRAFICO
preparado por

A . J. B O U R O E, Ph. D.

Encargado de la cátedra de iCistorin Moderna


de l a Facultad de Letras de Argel

La magistral bibliografía que coronaba, en sil fnrnui inicial, Iu presente obra


se había enriquecido más todavía para acompañar a la edición eri inglés de 1929.
Se precisaba jaira esta un complemento que respondiese o las exigencias de eru­
dición y de amplitud de las precedentes.
Señalar únicamente los trabajos de los maestros actuales de la cuestión, a
pesar de la abundancia de sus informes y de la penetración de sus conclusiones,
no podía bastar. Uno de tales maestros, el profesor T. S, Ashton, publicaba en 1937
un estudio sobre la bibliografía de la revolución industrial, cuyo conocimiento
es indispensable para la sola aproximación a una materia tan compleja. He aquí,
en efecto, un movimiento, cuya naturaleza intima se revela no solamente en el
contenido de los trabajos que le han sido consagrados, sino por el número y la
diversidad misma de esos trabajos. Una bibliografía de la revolución industrial
es ya un esbozo de ese momento de la civilización. Esbozo cuyos contornos van
matizándose y precisándose con los años, puesto que desde 1928 una literatura
inmensa hace escolta a las reediciones inglesas del libro de Paul Mantoux.
La presente bibliografía no pretende hacer el balance ríe cerca de treinta años
de investigaciones. Solo trata de servir a una obra histórica clásica, proporcionando
a sus lectores los medios de ir aún más adelante en la exploración del mundo
que descubre,
Se encontrarán reunidos aquí los títulos de los trabajos mayores publicados
desde 1928. Siri iluda, el lector francés se !m mantenido ni corriente por las listas
y los extractos que regularmente dan las revistos, Sin duda también, se han pu­
blicado recientemente notables estudios bibliográficos sobre la historia económica
de Inglaterra y sobre la revolución industrial. El autor de! presente trabajo, que
ia Biblioteca de )u Universidad de Cambridge y la Biblioteca Bodleiana de Oxford
han permitido llevar a término, quiere esperar que este prestará servicio igual­
mente.
Debo el más vivo agradecimiento al doctor W. If. Chaioner, de la Universidad
de Manchestcr, cuya competencia y erudición nunca han sido invocadas en vano
por sus colegas y amigos.

El editor desea expresar muy ¡turticulármente su recono­


cimiento al profesor T. S. Asthon, al profesor W. Rópke y
al profesor P. Vanchar, ijue han tenido a bien aportnr el
concurso de su alta uit/oridarl en ht elección de (as obras <¡ue
figuran en esta bibliografía.'
m SUPLEM ENTO B IB L IO G R A F IC O

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Las ocho indicaciones bibliográficas siguientes provienen


de notas preparadas por el autor en 1932 con miras a una
nueva edición de esta obra, trabajo que otras obligaciones
no le habían permitido proseguir. (N. del E. francés.)

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INDICE ALFABETICO

Aceru ul crisol. 284. reglamentos de aprendizaje, 177, 448-


Acia de navegación. 74, 186. 50.
Agricultura: trabajo nocturno, ‘107. 411, 165, 469.
e industria doméstico, .'19. 41, 168. contrato de aprendizaje, 441 n.
y grun inilustriu, 16570, 405. en casa de David Dale y lloberlo
salarios ugrícolus comparados con los Owcn, -162-65.
salarios ¡nrluNlriuleu, 415-17. ley do 1802, 469, 470.
demanda do rotfldtnoiiinolón, 442. Arbitraje, ley de (Coutm IPeavers’ ActJ,
Véase Judien uiudítico, luirte I, capí­ 455 y sgs.
tulo III. Aristocracia:
Aíbitm Mills, 297-823. y canales, 110.
Alcoholismo, 424, y comercio, 117, 118.
Alfarerías, distrito do las, 1)78. y agricultura, 142-44, 151-53.
Algodón, industria del: y forjas, 259.
típica de los comienzo* del muquí y minas, 262, 263.
nismo, 21. y Boulton, 315, 316.
orígenes, 86, 89. Arkwrighl, Richard, 188, 197, 199, 201,
en Liverpool, 89, 90. 204-19, 235, 323, 324, 365, 461, 462.
en Manchester, 89, 346 a 350. su retrato, 222.
importaciones, 183 a 185, 238. expiración de su patente, 227, 232.
combatida, 183, 209, 210. gran organizador, 367.
comienzos del maqumismo. 194. Arti/icers (véase Slatute).
impulso, 231 a 237. Asiento, 80, 89.
localización, 232, 233. Asistencia, 426-35.
crisis, 238. a las víctimas de las endosares, 154.
protección y libertad, 242 a 247. 155.
gravada con derechos, 245. Véase Legislación social, parroquias.
Véase Legislación industrial e Indice Asociaciones obreras:
analítica, parto 11, caps. I y II. atuignu industria, 56, 61.
Altos hornos: gran industria, 437 y sgs.
con carbón do mailcrn, 267. 268.
desaparecen poi (alta de madera, Bacon, Anthony, 290.
268. Hnkowcl!, 145.
ron hulla: Banco de Amstcrdam, 76.
Banco de Inglaterra, 75-78.
Sturtevant, 271, 272.
Banco do San Jorge, de Cénova, 76.
Dudlcy, 272-75. Bu reos do hierro, los primeros, 296. 297.
Blauenslein, 275. IJolíiruvu, lord, 467.
Wood, 276, 277. Ilelí, Tilomas, 230.
Wilkinson, 288, 289. Bcnlley. Tilomas, 111.
lo* Darby, 297 y sgs. Ilertltollci, 230.
Véase Indice analítico, piule II, cu- liinniiigliam, 67 , 85, 86, 111, 112, 198,
pílulo III. 260, 261, 265, 314-16, 318, 325, 345.
América, guerra de. y nirrcimiillumo, -‘453. 3f>4, '105, 416.
79. 80. Blni-k, Josepli, 282, 307, 311.
Anson, lord, 110. Illmieustcin, 275 y sgs.
Aprendices, 50, 60, 177, 25!I. .«13-11, 419. Illlucoe, llnlici t, -107-09, 470.
120. Bloqueo continental, 398.
515
Slfi INDICE ALFAIlETICO

Board oj Aftricultnre, 146, 163 n., 164. contra industria doméstica, 251-53.
113. y minas, 262.
Board of Trade, 244. capital comercial, 35961.
Bomba de fuego de Chai! ot. 319. antigüedad de la oposición entre ca­
Boutlon. Matthew, 83. 111, 266, 310 n., pital y trabajo. 411, 412. 436, 437.
364, 369-73, 375, 376, 387-89, 462. e impuesto de loa pohres, 434, 4,35.
y Wilkinson. 288, 289. 321. Capitalismo:
y Wall, 299, 313-26, 359, 365, 367-71, formas precoces, 11, 13. 14, 44 n., 254.
417. so desarrolla con el maqumismo, 179,
y política fiscal de Pitt, 381. 382. 180, 208, 235, 236.
Bourne, Daniel, 217. progresa en el sistema doméstico, 189.
Bradford, 33. 34, 45, 91, 248, 250, 255, industria de la lana, 248.
324, 358. minas, 263.
Bridgewalcr, duque de, 106, 107, 110, y pauperismo, 435, 436, 467.
262, 387. ntmcrnlración tic ios capitales, 473.
Ilrmdloy, .lame», 106-08, 110, 11 I, 306, Vótino In d ic e a n a lític o de materias,
liuckley, John, 324. pune llf. cap. II.
Buhoneros, 93. Capitalistas, 10 n.
Burguesía, 75, 142, 143. comerciantes pañeros, 11, 40-42. 85.
Véase también Clases medias. en el régimen de manufactura, 44.
Bury, 233, 234. 391. comerciantes aún no industriales, 72.
motines contra J. Kay, 192. Banco de Inglaterra, 76. 79.
población, 350. exportadores, 84, 90.
salarios, 416. agricultura, 169. 170.
Byron, lord, 399. industria doméstica, 176. 177.
industria lanera, 252, 253.
Caldera tubular. 371. aparecen romo clase, 355.
Cámara general de fabricantes, 382-86. poder absoluto al principio de la era
Cambios, 19, 71, 86. industrial, 410, 411.
Véase parle I, cap. II. «El desarropo Carbón:
comercial». conflictos del trabajo, 61, 62.
Caminos, 92-102. de madera, escasez de madera. 267-72.
mal estado, 92-100. 278-80.
caminos de peaje, 96-98. exportación, 270.
grandes obras, 97-100. concentración de las industrias, 326,
Melcolf, 98, 99. 327.
Canales, 10.3-12, 114. Vénsfl In d ic e a n a lític o de m aterias.
Trent, 104, 105, 107, 111, 112, liarlo II, cap. III, y H u lla .
y minas de hulla, 105. Carlylc, 5, 20,5,
Mersey, 105, 107, 111, 112, 348. Carrón, fraguas de, 280, 285, 290-92, 294,
Worsley, 106, 107, 262, 348. 312, 353.
F'orth al Clyde, 108. Carlwright, Edintuid, 226-30, 254. 399,
Grand Tronco, 110, 354. 419.
y exportaciones, 112, 114.
caledoniano, 311. Censo primero en 1801. 337.
cerca de Birmingham, 353, 354. Clases industriales, 355.
Capital: Clases medias:
causa y fin de la actividad industrial, papel político, 75.
2-4. importancia comercial y social. 117,
separación del capital y el trabajo, 118.
14, 43, 53. envidiadas por la aristocracia, 142. 143,
capital y maqumismo, 16. compran tierras, 155-57.
concentración gradual, 35, 52, 232, evolución de los yeomen, 365, 366.
265, 266. a veces, hostiles a las máquinas. 396.
de comercial se convierte en indus­ Coalbrookdale, 277-80, 287, 288, 295,
trial, 40, 41. | 322, 353, 413 n., 471.
IN D IC E A L F A B E T IC O 517

Coaliciones obreras, 54, 56-61, 436 n„ dependencia de los obreros, 411-20.


43747. esboro de un estudio sobre este tema,
agrícolas, 441, 442. 411 y sgs,
Véase Legislación industrial. comparación con Francia, 423-26
Coaliciones patronales. 380-86. alimentación, 423-25.
Coke de Holkham, 144. alojamiento, 426, 427,
Colbcrf, colberlisnto, 8*11, 13, 62, 63. Véase Indice de malaria), parle H),
Comercio: cup. 111, y: salarios, coste d é la vida,
ni el origen 4c la transformación de legislación social, asistencia, apren­
la industria, 40, 41, 69-72, 84-86. dices, duración del trabajo, etc.; m-
influencias reciproca#, 71 y sgs., 188, dustria, Oale, Ornen.
265. Conflictos del trabajo:
exterior. 80 y sgs., 355, 368, 377, 378, en la antigua industria textil, 53-61,
383. 181, 254, 255, 394.
iinportur.ióit, 1113-85. en el carbón y en los puertos, 6i.
Véase Indice analítico, parte I, capí- gran industria, 437, 438.
lulo II. Consideraciones sobre el comercio de las
l.ommon appendant, 133. Indios Orientales, 115-17.
Cutnmon fipprirlenrrnt, 183. Contratos:
Commun bec/iuso of vícüiage, 134. individua les, 412, 416 n., 455.
Cvmmo.n ¿tí gross, 134. contrato colectivo, 438.
Common innds, 132. libertad de los contratos. 458.
Common o/ estovers. 132. Corirotaciones:
Common of pasture, 132. prohibidas, 58. 59.
Common oj turbary, 132. Compañía de los tejedores de géneros
Comnunity o Institución de los obreros de punto, 59, 450.
en lanas, 439, 440. Compañía de los tejedores de medias,
Compañía Báltica, 73. Í77.
Compañía del Mar del Sur, 77. Cnmpañíu de los cuchilleros de Hal-
Compañía de los cuchilleros de Hallams- Inmshiro, véanse esas pa abras.
hirc: Correo. 102.
mis reglamentos, SU pervivencia, 264, Cort, Ueiiry, 281-83, 286.
265, 284. CranaKc-, Tilomas y Georgc, 280.
aprendices, 440, 449. Crawshny, Richard, 282, 290, 363.
Compañía de Moscovia, 73. Crensot, 2H9.
Compañía rio Turrutín, 73. Crisis jn.tftrttlt'iales y financieras de 1788
Compañías comerciales, 235, 236, 262. y 1793, 238-42.
Cnmpumus de comercio marítimo, 73-75, en la Industria algodonera, 193, 194,
77-80. 224, 394, 395, 417, 418.
Compañías de Indias. 73, 78-80, 86, 326. económica, 420 y sgs.
Compañías metalúrgicas, 290-93. Cromíord, 209, 211.
Loto Moor Compony, 292. Crompton, Samuel, 6, 219-23.
Compañías mineras, 262. Cunnlnghum, doctor W„ 248, 249 n.
Comunales, bienes, 51, 132 y sgs.
derechos sobre los. 132-35, 154, 155,
164, 165. Chathant, lord. 332.
Chiltí, josialr, 78.
Véase open jield e Indice analítico de
materias, jtarle 1, cap. IU. China, comercio con, 46. 184. 186.
Comunicaciones, 9-H02.
Véase Caminas, canales. Dagncy, F.tlwnrd, 273.
Concentración, 29, 35, 472. Dale, David, 217, 363, 402 n., 462-65.
Véase también Capital, empresas me­ Darby, ytbrulium y su hijo, 277-80.
talúrgicas y textiles, mano de obra. sus establecimientos, 287 y sgs.
Condición obrera y artesano: Véase también Coalbrookdale.
antigua industriu, 35-38, 46-53. Deíoc (VértBC Fíre, Daniel de).
gran industria, 366, 367. Delicias tic/ ¡/añero, 54-56.
518 ÍN D IC E A L F A B E T IC O

Desequilibrio industrial: oposición, 158. 159, 170.


tejidos, hilaturas, 193, 194, 200, 202, consecuencias, 159 y sgs.
224-27. para la población, 165 y sgs.
industrias metalúrgicas, 279-81. para la industria, 167-70.
División del trabajo: pauperismo, 433, 434.
y gran industria, 1416. Véase Encuestas.
manufactura, 18, 19, 69 n., 366, 367. Encuestas municipales, parlamentarias c
unida a los cambios, 19, 20. informes:
en la concentración de las industrias, estado de la agricultura, 121 n.. 115.
35 y sgs. 146 n.
industria doméstica, 42, 43. precio de las mercancías e importan­
en la extensión del mercado, 69, 70, cia de las granjas, 122 y sgs.
115, 116. endosares, 127, 128, 132, 147, 148,
Consideraciones sobre el comercio de 158, 164, 169. 170.
las Indias Orientales, 115-17. Oomesday of cndo.vires, 136.
en la agricultura, 161. tierras baldías, 154, 155.
comienzos de la era industrial, 189, industria de la lana, 254, 401.
368. ley de los pobres, 426. 430 n.
en ¡a metalurgia, 26467. contratos de aprendizaje, 452.
resistencia (le los obreros, 368. salarios agrícolas, 454.
Doméstico, sistema (Véase Industria do­ trabajo de los niños, 465, 466.
méstica). Esclavos, comercio de, 89.
Dudley, Dud, 272-75. Sociedad para la abolición de la es­
Duración del trabajo: clavitud, 376.
anLigua indusLria, 53, 54, 59. Estampados, tejidos, 230, 231.
gran industria, 367, 406, 410. Etruria, 111, 315 n., 374, 376, 387.
niños, '106, 464, 468. Exiiorlación:
antigua industria, 30, 40, ‘16.
Flaroshaw, Lowrence, 393. cotonadas, 182, 183, 190, 238, 347,
Edicto de Nantes, 86, 177. hilados de algodón, 224, 225.
Empresas metalúrgicas, grandes, 287 y subvencionada. 240, 241.
siguientes (véase también: Bacon, lanas, 249 n.
Crauithay, Oarby (Coalbrookdale), aceros, 284.
Homlray. Hittüsman, Reynolds, Roe­ Boulton, 316, 368.
buck (Carrón), Soho, ITalkcr, IFíl- Wedgwood, 368, 377.
kinson). gran industria, 383, 3H4.
Compañías metalúrgicas, 290-93. Véase Indice analítico de materias,
concentración de industrias, 326, 327. parte 1. cap. 11.
Empresas textiles, grandes:
Lombe, 178-81. Fábrica:
Paterson, 180. definición legal, 17.
Sherrard. 180.
V. Arkwright, 208, 209, 211, 217, 218. sistema de. 17, 18, 180, 198-235.
otros, 234. 235. primeras fábricas, 231-37, 350, 351,
concentración de las empresas, 234-37. 365.
326, 327. definición Jnatcrial, 232.
Cotí, 251. personal rural, 402.
Johnson, 350, 351. odio a las. 402. 462, 463.
Dale, 462, 463. Inspección, ley de 1802. 468-71.
Véase parte 11, cap. II. Fallowfield. Wilíiam, 277.
Endosares, loy de las, 125. Faujas de Saint Fond, 285, 286 n., 294.
en los siglos xvi y xvit. 135-39, 148, Ferias y mercados, 37, 89-94.
149. Ferriar, doctor. 425 n.
y pastos, 138-40. 157, 158. Fiebre de las fábricas. 409.
motines, 138, 170. Fielden. Josuba, .362.
en el siglo xvm, 149-53, 155-59. Filantrópico, movimiento, 376, 461-64.
INDIO. AM'MlKllOO 519

Fije, Daniel He, 12 n„ 28-30, 32-34, 87, finir». Pilis de, 260, 290. 293.
110. 259. • milirll, Samuel, II], 290, 363.
forjas. (Véase Carrón, Cori, C.oulbronk- t»a* Hi | alumbrado, 321.
dale, Crawshay, Pnrbv, Kuehttch, (irtwral Post Office, 102.
ilicinson.) Véase también Correo.
y (ala He árboles, 267-7I, Ci-uni's. de, 225.
Véase Indice analítico de materia i, CiK tmll, 64 n., 396, 400, 401 n., -119 n.
parle II, rap. III. llilbrrl, ley de ^véasc Legislación so­
Folhcrgill, 315, 318. cial J,
Fox. C. J., 245, 382, 454. I •l.ixgmv, 28, 223, 228, 2-15.
Francia; líoll, llcnjamfn, 251.
manulaciuras reule» e Industria do­ tiranías, acaparamiento de las. 156-59.
méstica, 7-11. l-'i ierras y paz:
Hesaparición He 1a servidumbre, 52. oléelos sobre el comercio y las finan­
ferias y arbilrios, 90.92. zas, 40, 79, 211, 242, 249.
ramales, 103. 1111 r<i obrero, 394 n.
propiedad territorial, 127, 128, 132, sobre el precio ile las mercancías.
169. 420-25.
viaje de Young, 145, 146, ( I ucbi, Richard, 215.
progreso inHuslriol más Irnio, 16)9, 170.
refugio de l.cc, 175, 176: y de Kay, llnhilnción, condiciones de, 35, 36, 47.
192. '18. 125, 426.
temores He concurrencia francesa. 225. I lalifnx, 29, 32-35. 38 10. 45
guerra de 1793. 241, 242, 421. mercado de tejidos, 91, 249 n., 253,
iratado de comercio, 243. 351. 358. 401 n.
ensayos en metalurgia, 273. trabajo de los niños, 405.
compra de acero fundido, 283, 284. IIniirnck, .loseph. 265.
íorjus de Wilkinson, 289. Ifargronves, James, 201-04, 216, 231, 359.
canalizaciones de París, 297. 367, 393. 471.
reimportación, 315. llasUngu, Warren, 78.
bomba de fuego de Chaillol, 319. Ileslop, Adam, 325.
comparación, 423-26. Hierro:
revolución, 432. importación, 258. 260.
¡deas filantrópicas, 462. extensión de su empleo, 29497.
Fuelles, 274, 275, 278, 28.5. primeros puentes de, 295, 296.
Fuerzas motrices y gran industria, 4, 17, barcos, conducción de aguas, 296, 297.
18, 201, 202, 231, 232, 327. hierro y maquinismo, 297.
hidráulicas. 36, 174, 175. 179. 199, 209, Véasn también Metalurgia y parte 11,
217, 222, 231, 249, 254 n„ 255, 259, cap. III.
263, 278, 285, 287, 290 n„ 293. lliglis, Tilomas, 214-17.
295 n„ 300, 303 n„ 310, 349, 366. Hilaturas:
y definición He una máquina, 173. 174. primeras hilaturas a vapor, 323, 324.
animales. 174, 175, 198, 209, 228- Véase parte 11, cap. II.
288 n„ 303 n. Hobhousc, Benjamín, 443, 444.
y máquina de Wyyll, 197. Holanda, 40, 72, 74. 76, 77, 79, 104.
humanas, 201 03, 22,5, 227, 229, 274 Hollaml, lord, 443, 444.
366. 171. Nomíray, Samuel, 290, 291.
máquina do vapor, 228-31), 249, 251. Hornbiower, Jonallian, 320, 325.
254 n., 255, 288, 293, 291. 295, n., Iluddersfield, 91, 248, 401.
298. 349, 169, 472- 1lorigas:
viento, 300 n, IK'inadurrs de lanas, 54, 57-60, 254.
caldera tubular, 371. diversas, .-interiores al inaquiidsino, 54,
Véase parte 11, t:;ip. IV, Ln máquina 59-61.
de vapor. ilv Moni lieslcr. en IMIl), 417.
Fundición, 280. iiuloslria textil, 160.
520 INDICE ALFABETICO

Hulla: algodón, 188-90, 223, 231, 232, 236,


y canales, 105-08. 237.
en la Edad Media, 269. ;enny, 204, 223.
en el siglo xvm, 270. mulé, 222, 223.
tratamiento del mineral de hierro. 271 resiste al sistema de fábrica. 251-54.
y *gs. metalurgia, 264, 265.
localización de las industrias, 326, 327. y población, 345.
tasas de Pitt, 381, 382. cerámica, 377, 378.
Véase Indice analítico, parte II, ca­ trabajo de los niños. 403-07.
pítulo III. Véase parte 1, cap. III, sec. III.
IlitntBman, Benjamín, 283, 284, 287, 291, Industriales, grandes, 180, 181, 358 y si­
35.3. guientes.
actividad pública, 110, 111, 387.
Im p o r t a c ió n :
orígenes, a menudo, territoriales, 359,
algodón, 182-84, 188, 237-40. 360, 361.
hierro, 257, 260, 266, 267, 280. e- inventores, 365.
cereales, 420-23. organizadores, hombres de r.eeocias,
Véase Indice analítico de mate riña, 365-69.
purie 1, cap. II. retrato, 380.
india, comercio con la: conciencia de clase y acción política,
antigua industria, 46. 380-86.
Compañía de Indias, 78. 79. coaliciones, 385.
repercusión en la industria inglesa, categoría social, 386, 387.
11517. no-coníormistas, 386, 387, 462.
algodón, 182-87, 223. cuáqueros, 462.
crisis de 1788, 239. Véase Ark'turigkt, B a c o n , Boutlon,
Industria: Darby, Fielden, G o 1 1 ,
C ra u tsh a y ,
grande, 3-11. 13, 16-19. 28, 52. 71, 179, L o m b e , Oldknow, Peel,
H a m /r a y ,
180. Radclilje, Reynolds, Roebuck, Wal-
nuce del comercia 69-72, 84-86, 89 ker, Wall. Wedguood, Wilkinson.
(véase Desequilibrio industrial). Instrumentos de trabajo (véase Medios
y yeomanry (véase parte 1, cap. 111, de producción).
sección V). Inventores:
y agricultura, 130, 142-45, 168-70. Véase Textiles: Arlcwright, Bell, Rour-
orígenes, 180, 181, 218, 219. tíe, Cartwright, Crompton, Earnshaw,
papel de Arkwright, 205; de Boulton, Hargreaves, liighs, Kar, Kelly, Lee,
Paul, Wyatt,
314-18.
movimiento, 230, 231, 247. Metalurgia: Blauenstein, Corl, Darby,
concentración, 236-38, 262, 265, 266. Dadley, Ihintsmán, Smeaton, Sturte-
su aparición en Yorkshire, 360. vard, Wood.
y población (véase parte III, cap. II. Fuerza motriz: Hornblower, Newco-
mea, Sarery, Watt.
condición obrera, estudio por hacer,
412-16. Inventos, 190-93, 277-80, 285-87, 365.
Véase Inventores, máquinas, talleres,
y libre circulación de obreros, 426-29. metalurgia.
conclusión, 473. Investigación científica, 369.
Industria doméstica: Irlanda:
en Francia, 9, 10. asunto de las lanas peinadas. 61. 62.
lana: condiciones de vida. 36-39. 41. prohibición de sus exportaciones. 65.
44. 47-50, 52, 57 «„ 411, 412. producción He hierro, estimulada. 267.
producción, 37-40. tala de árboles, 267-69.
persistencia, 39 n. tratado d<* comercio anglo-irlaudés,
y agricultura. 41, 42, 48, 49. 382.
idealización, 47.
reglamentación, 62-65. Jacquarl, 226, 392.
iransihión, 168-70, 201, 351-55. Jellicoe, Adam, 282, 283.
INOtCU AI.I'AHI IlÜO 521

Jenny, 197, 198, 20104, 215-17, 220, 222, y enclosuras, 155, 156.
223, 231, 250, 253. ley Gilüerl, 337 n, 430, 431, 434 n.
Jueces de paz, 59 «., 61, 64, 96, 120, trabajo nocturno, 411.
396, 408 n.. -130 n., 431 a , 4-13, 453 ley de jtobres, 426-35.
56, 459, 468. ley del domicilio, 427-29, 461.
Kay, John, de Oury-, la luirmclei a vola»- l«-y ríe Speenhandand, 431, 453.
te. 191-93. uhrogación, 447 y sgs.
Kay, John, de Warrington. 209, 214 Hi. proyecto de ley VVhitbread, 454, 455.
Kelly, Willinm, 222. ley de 1802 (trabajo de los niños),
King. Grcgory, 331-33, 338. 465.71.
I.eicestcr, conde de, 164.
iMÍsaez-fairv: I.t-y <lcl domicilio (véase Legislación so-
libertad de contratos, 242, 245, 457, c ia l).
458. U:y de ¡os Pobres (véase Pauperismo,
libertad econónndti, 248.4-0, 399 í|50, ttigislación social).
452, 460, '169, 470. Mltoruid económica, 244-47 (véase Lain-
Pin, 381-84. liién Laisscz-jaire).
Véase labia armllüca de materias, |ntr- Librecambio, 383.
te 111, cap. IV. Lista negra, 385.
lama, industria de la: l.ivt-riKjol, 86-90, 10002, 312. 185. 186,
grandes pañeros, 11-13. 339, 340, 347, 348.
tipo de la antigua industria, 25-27. l-ocomotora, 321.
orígenes, 25-27. l.ombe, Johny Thomas, 178-81. 209. 218.
dispersión, 28-30, 32-34. •108 n.
industria doméstica, 35-40. Londres, 59, 74-77, 180. 183, 185.
manufactureros, 44-47. instalación de la bomba de 5averv,
condiciones de trabajo, salarios, 48-50, 302- 05.
52, 55-60. instalación de la bomba de Newcomen.
protección, 62-67. 303- 05,
exportación, 84-85. moneda, 325, 326.
se transforma en gran industria, 248, l-ord of the Manar, 132, 133, 152, 153 n.
360-62, 397, 398. Lucha de clases, 54, 437, 438.
y máquina de vapor, 323, 324. Luddiius, 39a 399.
su retraso con respecto a la industria I .uís XIV, 7, 8.
del algodón, 350-52. Luis XV. 9.
Véuse Máquinas, talleres, coaliciones, Lumir, sociedad, 370.
huelgas, salarios, reglamentación.
Liincusliire, 86.90, 185-87, 189-91, 203, Madera:
211, 229, 233, 245, 256, 339, 340, 346, su puped en la metalurgia, 259, 260,
818, 349, 358, 360, 394, 459, 473. 267-72, 288.
Lanzadera volante, 191-93, 248, 253, 452. Malthus, 336-39.
l.chon, Philippe, 321. Manchester, 28, 86, 87, 89. 90. 92, 112.
Lee, William, 175. comienzos de la industria del algodón.
I.eeds, 32, 33, 37, 38, 40, 67, 91, 248, 180. 182, 183, 185-87, 189, 192.
251-53, 325, 351, 358. 401 n., 418. apogeo, 236, 237, 255, 256.
motines, 97, 250. tratado (raneo-inglés, 243.
legislación industrial y comercial: máquinas de vapor, 322-25.
antigua industria, 9. 10, 58, 62-67, 177. población, 346-50.
ley de SpUalfields, 60, 449, 453. 459. manufactureros, 357.
algodón, lana, 212-47, 252, 253, 38-1, fiebre de las fábricas, 409.
385. salario de los bilnndecoa. 415, 416.
contra lita coaliciones obreras. 441*47. condicionen do vivienda, '125.
Catión IPeauerV zfeí. 455-60. huelgas de 1(110, 446, 447.
Legislación social: Manchester liu/lrtl a) llctdt, 465, 466.
salarios en especie, 52 n. - Muño do libra:
antigua industria, 58, 441. c e tm tm d il, 116, I I ? ,
r.22 INDICE ALFABETICO

ugricola y cambios territoriales. 157, de vapor, v. esta palabra. (Véase Te­


158. lares.)
desplazamiento y concentración, 166. Maqumismo, 16-19, 188.
167-69, 179, 180, 403. aparece en las industrias textiles, 86,
reclutamiento, 311, 366. 367, 402-04. 173-83. 190-204.
462. 463 n. comparado con las endosares, 169
no especializada en la industria, 448, 170.
449. hostilidad, 175, 176. 192. 203, 209, 221.
movilidad (ley del domicilio), 427, 428. 228, 392 y sgs.
Véase también Aprendices, mujeres. alegatos en Su favor, 198, 210, 213,
Manufactura, 14, 17, 18, 35, 68. 69, 208, 255-57, 396, 397, 400 n.
209. Arkwrighl, 210-14.
silevolución es económica, 110 técni­ progresos del maqumismo, 228-31.
ca, 69. el sistema de fábrica, 232, 237.
no huy «régimen de manufactura» en y ntelaliiigia, 257, 285-87, 297, 298.
Inglaterra, 232. 31-1-17, 325, 326.
de la manufactura a la fábrica (tex­ maqumismo y tuerza motriz, 299-306.
tiles), 236, 237. y socorros parroquiales, 432-35.
metalurgia, 265, 266, 316. Véase Motines o Indice analítico de
Manufacturas regias y privilegiadas, 7- materias, parte II, cap. 1.
11. Mare ctausum, 73.
Manufactureros: Marx, Karl, 3 n., 14-16, 68. 69 n., 122.
antigua industria, 37-39, 357. 358. 136 m, 149 n., 154 n„ 336, 357.
,aliilos de los yeomen, 167, 168. Mattdslay, llenry, 286.
se afirman, 236. Medios de producción, propiedad de los.
gran industria, 358-64. 36-38. 42. 43, 61, 62, 69, 176, 265.
juzgados por R. Owen, 369. concentración, 236.
su |>otencia, 411, 443-47. transformación, 359, 360.
Véase Industriales (grandes). Mercaderes ambulantes, 91-93.
Máquina de vapor, 217, 228-30. 308-12, Mercaderes de tejidos (véase Mercade­
316-20, 323-26. res manufactureros).
hostilidad, 324. Mercaderes manufactureros, 40-45. 54.
> población, 346. 85. 250, 251, 253.
Véase Indice analítico de materias, Mercado o lonja do tejidos:
parte II, cap. IV. de Lcccls, 37, 40.
Miquillos: y otros, 91.
definición, 173, 174. Mercados, 4, 5, 40-42, 7J, 72, 89, 261.
fabricación local, 201, 202. locales, 90 y sgs., 346.
do tejer medias, 175, 176. de salida, 234, 368, 383, 384.
organizar, 178-80. Mercantilismo y sistema mercantil, 63,
do hilar, de Earnshaw, 393. 65, 80, 81, 242.
do Wyalt, 193-97. Mersey, 86, 99, 103, 105-07, 111, 112.
de Hargreaves ( jenny), 202-04. 348.
de Arkwright ( water / rnme), 206-10. Metalurgia:
de Crompton (m ulé), 219-23. paralelo con las industrias lexLiles.
ríe cardar, tle Lcwis Paul, 202; de 257, 279, 285.
Arkwrighl, 210, 215. domina la evolución industrial, 2-57,
de retorcer, 210, 211, 217. 286, 287.
de peinar, de Cartwrighl, 254, 255. debilidad y dispersión a principios del
sus cuusecuncias, 399, 419. siglo xvtii, 258 y sgs.
prohibición de ex|iortar las máquinas antecedentes, 259-65.
textiles, 214. industrias secundarias que siguen do­
en la metalurgia, 285, 286. mésticas y corporativas, 261, 264.
cu madera, 222, 297, 298. tratamiento del mineral con madera,
en hierro, 297, 298. 267-69; y con carbón, 271 y sgs.
do acuitar moneda, 325, 326. padilla ge, 280-83.
liN'DICE Al.KABtriUO 523

acero fundido. 2R3, 234. No-conformista», 333, 386. I6I, 162.


utilaje mecánico, 285. 286. Norwich, 32. 45, 46, 49, 58 n., 67, 68,
nuevos usos del arrm, 291-68. 85. 91, 95, 144, 248-50, 255, 352, 418.
máquina de vnpor, 322. Noiimghum. 4-1 n„ -15 n., 60, 176, 203.
salarios, 416, -l 17. 20-4, 208, 217, 255.
Véase Indice nmlitico de materias, salarios, 415.
l>arle II, rujt. III. precios 423 n.
Mricay, Jolm, 98. 9*1.
Método crítico do liinloiia económica, Observations on the Cotlon fl'ctwers’ riel.,
111-15, 420-23. •158.
Mili, .1olíu Slunrl, I /i,. 119, 124. Oldknow, Samuel, 235, 324, 104 n.,
Minas de hierro, de Imlltt, 267 y sgs. 107 n„ 408 ii., 413 n., 464 n.
canales, 105, llléi. Onions, P e t e r , 281.
propietarios inilivlduillea, rOnipnñfas Open. lield, 126.38, 147-49, 152, 156, 158.
ii inoras, 262-64. 167.
máquinas do vapor, 302, 30106, 311, Dwen, llúberl, 369, '162-65, 474.
312, 318, 321), 322, 325-27. I’ apiri, Denys, 301, 304, 392.
roncenlración indilslrliil, 322. I’aralclngramo urticulado, 310.
Moneda, acuñación uiitoiiiáilca, 325. 326. I’urís:
Monopolios iuduslriuln»! conducción do aguas, 297.
en el siglo XVII, 10. bomba de /negó de Chailiot, 319.
opinión de A. Young, 67. Paro:
y concurrencia (industria textil), 188. industria doméstica, 49, 50.
del algodón. 242, 243. debido a las enclosure.s, 156, 157.
máquina de vapor; protesta do ílurke, agrícola, 166-69.
317, 320. ini|iortación, 18.5.
More, Tilomas, 136. crisis del algodón, 238, 239.
Motines: ilebidii al maqumismo, 394 n, 396.
antigua industria, 57-59. 399 n„ 401, 418. 419.
contra los peajes, 97. Kmn industria, 412-14, 416, 417.
contra las enetosures, 138, 159. y ley de pobres, 434, 435.
contra el maqumismo, 192, 203, 211, y aprendices, 450.
212 , 250, 300 »., 394-96, 398, 399, I’ iii roigi ins:
419. i-nnsi-rvitción de caminos, 96. 97.
metalurgia, 273. plan catastral. 126.
su represión, 395, 396. ley de enelostires, 151.
I.udd¡Las, 398. roimdsmen, 166, 167.
temores de los manufactureros, 401. aprendices de parroquias, 177, 404,
de 1811-1812, 419. 406, 408 ii., 426, 463, 465-69.
Movimiento circular en la mtíiptina de worhlwuse, 127.
Watt, 310. Pastoreo, derecho de, 132-31.
Mujeres, trabajo de las, 48, 49, 198, 199. Pastos, 136-39, 157, 158.
223, 403, 419, 420, 452 n. Patronos y asalariados, sus relaciones:
Mulé, máquina de hilar, 219-23, 236, 250. antigua industria, 48-50, 53-56. 63. 111.
253. 412.
Mnrdock, William, 321, 325, 368. sistema de fábrica, 384-86, 401-04, 112,
113, 455-57. 459.
Need y S i m u, 209. Paul, Lew», 19496, 198-200, 202, 208,
Negociantes, importancia social, 117. 118. 219.
Newbury, Jack de, 11. 12. l’au|icrt>>mo, 426-35.
Newcomcn: su máquina, 303-06, 308. ley de pobres y lasa do pobres. 337.
estudios de Watt, 308, 309. 126--2H, <130-35.
Niños en la industria, 403-10, 161. 463, ley (Jilberl. 3.37 n., 430.
164-68. Véusc P a rro q u ia s .
en la industria doméstica, 12. 102 ;i. I’i-el, tumiliu. 202, 361, 390.
Véase también Aprendices. Perl, Uobeiio (primero), 202, 221, 234,
\
'.2 1 INDICE ALFABETICO

244, 246. 324, 389-91, 396, 404. 451, Protección, proteccionismo:


467, 468, 470. medidas contra los colonias, 80.
Pee], Roberto (segundo), 234, 390, 391. en la antigua industria, 62-65.
Peinado a mano, 56. 57. de la industria lanera, 62-68.
con cardas, 65. comienzo de ]a industria del algodón,
Véase Máquinas de peinar. 242-44.
Peinadores de lana; su asociación, 56- metalurgia. 283-85.
58. Pudelación, 280-84.
combaten la máquina de Carlwriglu, Puentes metálicos sobre el Severa y el
254, 399, 419. Wenr, 295, 296.
Pcrcival, doctor Spencer, 390, 465, 46G n.
Périer, hermanos, 319. Quarter sessions, 153, 396, 431, 432, 443-
Peticiones y derecho de petición, 381. 45, 453.
lana, 26, 27, 58, 59, 252, 253, 399, Véase también Jueces de paz.
401, 418, 419.
enclosures, comunales, 149-51, 167. Rudeliffn, Williarn, 243, 362, 365.
contra la tasa de fustanes, 245. Raíles: de fundición, 288.
algodón, 384, 396, 397, 455-57. de mudera, 288 n.
6800862, 422. Raleigh, Waller, 73.
coaliciones, 445, 446. Ramsbotham, Dorning, 397.
reglamentos de oficios, 449-52. Réaumur, 283.
salario mínimo, 459. Régimen agrario (véase Enclosures e
salarios, 459, 460. Indice analítico de materias, parte 1.
Pin, William, 241, 245. 246, 283, 381, cap. III).
382, 384, 385, 389, 429, 443, 455, 456. Reglamentos de oficios, 21. 62-66.
Población rural y enclosures, 155, 156, en la industria lanera, 27, 397.
159, 160, 162 n. tejedores de punto, 177.
movimiento hacia la industria, 51, 52, algodón, 188.
166, 167. metalurgia, 264, 265.
desplazamiento v crecimiento, 140, 338, los obreros quieren resucitarlos, 386,
339-46. 441, 442, 447-52, 460.
Véase Indice analítico de materias, agujas, 396, 397.
parte 111, cap. I. en Sheífield, 440.
Precios de los víveres, 47, 48, 90 n., StaUite oj arlijicers, 448.
147, 337, 420-25. su abrogación, 452.
precios y salarios, 423, 454, 455. Rennic, John, 323.
PrenBU de copiar, 318. Revolución industrial:
Price, Richard, 334. origen de la expresión, 3.
Producción, 2-8. consecuencias sociales, 6, 331.
influencia del comercio, 84, 360 n. delimitación del lema, 20-22.
caracteriza la revolución industrial, caracterizada por Toynbee, 21, 62.
238, 239, 471, 472. estimulada por el comercio, 69, 70.
y libertad económica, 245-47. y yeomanry, 123, 124, 364.
gran producción metalúrgica, 287-93. y maqumismo, 173 y sgs.
de la hulla, 288. y clase obrera, 392-435.
Propiedades (pequeñas), ejemplo de su afecta a los trabajadores incluso fuera
desaparición, 156, 157. de la industria, 392.
Propietarios territoriales (grandes) y en­ conclusión, 471-74.
dosares, 126, 127, 149-53, 155-58, 160, Véase parte II], cap. III.
161, 169. Reynolds, Richard, 280, 293, 294, 322,
capitalistas, 356. 462.
nuevos, 364. Right oj sheeptvalk, 132.
e industriales, 364, 365, 386. Roebuck, John, 280, 285 «., 290-93, 307,
Propietarios territoriales (pequeños), 154, 311-14, 316, 317.
160, 165, 166. Rousseau, J. J., 374, 461, 465.
Véase también Ycomen. Rim-rig syslem, 128 n.
1NIHCE Al.l'ABETtIO 525

Salarios, 248, 249, 411-20. 436, 438. 439, Siurlevanl, Simón, 271.
441, 413, 145, 148. 453-56. Svedenstjernn, Krik, 293, 294, 324.
industria doméstica, 13. 44, 18-50, 57- Stceaiing Sy*lrm, 52, 229.
60, 402. Swedenborg, 276.
en especie, 52,
niños. 177. 103, 1W. 450-52, Talbot, lord. 290.
tejedores. 224. 22*4, 415-20. 434. Tejedores:
y progreso técnico, 254. 396-08. en la industria doméstica. 37-40, 49,
hilanderos do algodón, 397. 50, 189.
altos en la imliivlrja, 403 n,: más en paro (concurrencia del algodón), 181-
apariencia ipic realmente. 117, 418. 86 .
mujeres, 403, 419. división del trabajo. 189.
metalurgia, 415*17. hostiles a la lanzadera volante. 192.
agrícolas o industriales compuiados, carecen de hilo anteB de las máquinas
415-17. de hilar, 193, 194, 200.
gran industria, 416, 417, prosperidad y, luego, baja de salarios,
salarios agrícolas, dril n. 224, 228.
fijación legal, 45.4 y sgs. v t4 telar mecánico, 228.
ley de nrhitrujo (Colton (Propios’ Acl), encuesta sobre su condición, 229.
455. arbitrariedad de los fabricantes, 411,
tejedores de algodón, 455 , 456. 412.
salario mínimo, 459. salarlo?, 415-20, 437-39.
Véase Legislación imlustrial, social. primeras uniones, 437, 440.
Savcry, Thomas: su máquina, 301-05. ley contra sua coaliciones, 442-15.
Savile, Gcorge, 284. reglamentación, 443.
Seda, industria de la, 86, 177-81. Callón Weavers’ Act, 455 y 3gs.
Ségnin, Maro, 371. Telnr de punto, 175.
Selburne, lord. 332. de tejer, a torniquete, 225.
Servidumbre, 52, 53. de Carlu'righl, 226-28.
comparación con la ley del domicilio, de v,t|«>r. en hierro, 228. 229.
427. 428. Telar holandés, 225.
Sheífield, 260, 264-66, 353, 354, 115, 116, Territorial, régimen (véase Agricultura).
440. Textiles (industrias):
Sheridan, Richard, 245, 382, 445, 151. lanzadera volunte, 191-93.
Sistema de fábrica, 17. comparadas con la metalurgia, 257, 279,
Sistema doméstico, 39, 40. 285.
Sistema mercantil, 65. y máquina fie vapor, 323, 324.
Smealon, .Inlm, 285, 291, 306. y población, 346-49.
Smith, Adatn, 15, 16, 65, 69. 70. I I I. Véase itarte II, caps- I y II.
^ 115. 163, 235, 429. Tivertnn:
Sorialismo, 5, 6, 462. conflictos del trabajo, 57, 58.
Sociedad de fomento de las artes y ma­ su decadencia, 250, 352.
nufacturas, 200. Tonangehcml, 19.
Soho, manufactura de, 311, 314-16, 318. Tnwnsheml, lord, 143-46.
319-22, 324-26, 367, 376. Toynbee, Arnold, 3. 21, 62, 122.
Specnhamland, ley de (véase Legisla­ Traltujo nocturno, 251, 402 n., 407. 411.
ción social). 165.
Spilalfields, industria de la aeda: Véase también Duración, división, etc.
motines, 60. Trnde Unions, orígenes, Si. 56-62. 437-47.
estado de esta industria, 181. Tratados de comercio:
ley de (véase Legislación industrial). (raneo-ingles (1786). 243, 383.
Stafford, marqués de, 110. unglo-irlandés (1785), 382.
Staiute of Artijicers, 448, 449, 451. 452, Tul!. Jelliro, 142.
460. Tumpihc roads, 97.
Slourbridgc, feria ,1c. 91. Vaiicanson, 226.
Slrutt, Jcdcdtah, 362. Volt aire, 117, J 18.
526 INDICE ALFABETICO

Wakclield. mercado de telas. 91. Whithread, Samuel: provecto de ley. 454.


Walker, Samuel, 291-93. 456.
Pater-frame, 209 y sgs.. 215, 220-23. Wilberforce, 443. 461, 468.
Véase también Arkwright. Wilkinson. Isaac. 288, 295. 363.
Watt, James. 5, 306 y sgs. Wilkinson. John. 286, 288, 289. 293. 295.
y Arkwright, 213. 297. 318, 321. 322. 325, .372 n.. 462.
sus trabajos químicos, 230. Winrhcoinhe. John, llamado Jack de New
v Cort, 282. bury. 11, 12.
y Wilkinson, 286, 288. 297, 321. Wood, William, 276, 277.
y Roebuck, 291. 307. 311-13. Wootiward, Roben. 408.
y los Albion Mills, 298. Worhhonse, 427, 430. 431.
y Black, 306, 307, 311. Wyall, Charles, 195. ,
y Boulton, 313-26. Wyatt, John, 194-200. 208.
Wcbb, S. y B., 54, 442.
Werlgwoorl, Josiah, 18, 315, 368. 373-80. Yan'umon, Andrew, 103, 104, 260, 269.
382, 383, 386-88. Yewnanry, ycttmen, 119-24, 131, 140, 165.
canales, 111. y revolución industrial, 167, 168. 361,
relato de motín, 394-96. .363, 364.
Adtlress lo young inhabitanls rj/ ihe Yorkshire, 29, 33, 39-41 n„ 68. 91, 98. 141,
Poiteries, 421. 249-54, 256, 259, 291. 339, 340, 358,
su contrato de aprendizaje. 149 rt, 360, 440, 441, 459. 473.
opiniones, 462. Young. Arthur, 48- 49. 67. 88. 89, 99.
Wellesley, 78. 145, 146, 152-54 tí., 157, 16163 n„
Wesley, John. 379, 461. 334-36 n.. 351.

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