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Personas creativas
En esta época, ser creativo es uno de los objetivos que se pretende alcanzar en cualquier
quehacer, pero siempre poniendo el acento en la connotación positiva del concepto (que
equivaldría a tener la intención de llegar a ser original, imaginativo, ingenioso, flexible,
productivo...) y soslayando el complejo y conflictivo proceso que requiere la creación.
Se puede partir del supuesto de que todos podemos ser creativos, como cuando éramos
niños, como cuando se crean sueños.
En todo adulto permanece vivo, en su inconsciente, el niño que fue. No todos los adultos
pueden conservar más o menos permeable el acceso a aspectos infantiles de la mente, inter-
narse en ellos y volver a salir. El artista puede hacerlo. La creatividad requiere de un espacio
mental abierto, en el que se pueda recuperar hechos vividos, en el que las vivencias emocio-
nales infantiles son de la mayor importancia.
En primer lugar, me propongo revisar las ideas que Freud fue desarrollando en su obra sobre
el creador, su actividad, sus motivaciones.
Así como Freud había descubierto los factores causales de la patología en el proceso de la
formación del edificio del aparato psíquico y de la energía que lo recorre desde el comienzo
de la vida, también en esa historia podrían encontrarse los orígenes de la creatividad.
Dice:«deberíamos buscar en el niño las primeras huellas del quehacer poético» (11, p. 127).
Todo niño expresa plásticamente sus fantasías, a través del juego, que es su ocupación
principal, en todas sus manifestaciones. El juego es una actividad muy importante, y el niño
la toma seriamente. «Acaso tendríamos derecho a decir: todo niño que juega se comporta
como un poeta» (11, p. 127).
Tanto el niño como el poeta —o «por extensión, el creador», como dice Marcos Aguinis—
coinciden en varias características:
—crean un mundo fantástico, en cuanto lo configuran con elementos reales o imaginarios
combinados a su gusto;
—lo toman muy en serio invistiéndolo de intenso afecto;
—lo concretizan con materiales de la realidad externa y lo mantienen diferenciado
de esta realidad.
Cuando el adulto, por su necesaria adecuación al mundo real, deja el juego, aparentemente
renunciaría al placer que éste le deparaba. Pero, «no podemos renunciar a nada; sólo per-
mutamos una cosa por otra» (11, p.128), el juego infantil es cambiado por el fantaseo (sueños
diurnos, en los que se deja de lado el apuntalamiento en objetos reales).
«La creación poética, como el sueño diurno, es continuación y sustituto de los antiguos
sueños del niño» (11, p.134) .
Como vemos, hasta acá el planteo de Freud parece acentuar el aspecto lúdico y placentero de
la creación como cumplimiento de deseos. Aparece el aspecto conflictivo, en la particularidad
de que estos son infantiles y prohibidos por el mundo externo.
El propósito de la obra de arte, es «producir una purificación de los afectos»; «se trata de abrir
fuentes de placer o goce en nuestra vida afectiva» (9, p. 277), con la liberación de tensiones
al levantar censuras y flexibilizar resistencias. El espectador, como un niño que sabe que se
trata sólo de un juego, puede «entregarse sin temor a mociones sofocadas, tales como son sus