CENTRO NACIONAL DE COMPETITIVIDAD
Privatizaciones
A raíz del anuncio formulado por el Gobierno de vender las acciones de las
empresas mixtas surgió nuevamente al tapete la discusión sobre las
privatizaciones. Si bien la propuestas se retiró, vale la pena retomar si se
justificaban o no dichas privatizaciones.
Hay por un lado una escuela de pensamiento que sostiene que las
privatizaciones no fueron convenientes en vista de que empresas como el
Instituto Nacional de Telecomunicaciones (INTEL) y el Instituto de Recursos
Hidráulicos (IRHE) resultaban empresas muy lucrativas. Además quienes
defienden esta tesis argumentan que la privatización excluyó a las
personas de menor ingreso.
Sin embargo, de acuerdo con un principio elemental de economía, si una
empresa (sea pública o privada) devenga por un tiempo indefinido un alto
lucro (o renta) ello inexorablemente implica que la misma está ejerciendo
algún tipo de práctica monopolística. Esta práctica a su vez
inexorablemente engendra distorsiones e ineficiencias que aminoran la
competitividad de la economía y provocan una asignación ineficiente de
los recursos.
Por ejemplo, bajo el esquema que operaba el INTEL las llamadas locales
eran fundamentalmente subsidiadas por las internacionales (lo que los
técnicos definen como subsidios cruzados). Si bien este sistema abarataba
las comunicaciones locales, por otro encarecía innecesariamente las
comunicaciones internacionales y por ende restaba competitividad a todas
las actividades y negocios que requerían contactarse con el exterior (lo
cual conllevaba efectos sustanciales para una economía como la nuestra
altamente integrada a la economía mundial).
Por otra parte surge una disyuntiva: según el concepto “economía de
escala”, bajo ciertas condiciones, una empresa o industria puede disminuir
los costos unitarios aumentando su producción.
Precisamente por la naturaleza de las inversiones considerables que
requieren los llamados servicios públicos (que incluye típicamente al
sector eléctrico y telecomunicaciones), ocurre que la sociedad se
beneficia de que existan pocos proveedores (en vista de que en estos
casos no resulta factible ni deseable que muchos competidores inviertan
simultáneamente)
Aunque lo anterior resulte paradójico se confirma un sólo hecho: la
combinación ideal para la economía y los usuarios consiste en que las
llamadas “utilidades” públicas sean provistas por unas pocas empresas
privadas.
Por: Tom Rodríguez
Analista del CNC
Sin embargo dado que estas empresas pasan de monopolio estatal a
monopolio privado éstas deben funcionar bajo una estricta regulación. La
clave del asunto pareciera consistir en dos aspectos.
Uno, que las concesiones se hagan de forma transparente a objeto de
asegurar la mayor competencia entre los potenciales oferentes, y que se
otorguen de modo que ofrezcan incentivos a los concesionarios, pero que
no inhiba que en su momento ingresen nuevas empresas al mercado y se
apliquen nuevas tecnologías.
El objetivo crucial consiste en brindar a estas empresas los necesarios
incentivos para que inviertan, innoven y se tornen competitivas, y
asegurar así el mejoramiento de la calidad y cobertura del servicio, pero
evitar a toda costa que exploten su poder de mercado como único
oferente que son.
Dos, que se dé una permanente verificación o regulación de las
condiciones pactadas con el oferente a efectos de asegurar la calidad del
servicio y la competitividad de las tarifas --lo cual exige un fortalecimiento
de la entidad encargada de velar por la supervisión de estas empresas. La
rentabilidad permitida por las tarifas reguladas debe ser acorde con la
rentabilidad promedio en el mercado para estimular las inversiones
necesarias sin permitir abusos de los consumidores.
Serían estos principios en todo caso los que convendría aplicar para juzgar
si nuestras privatizaciones fueron bien hechas y si hay espacio aun para
mejorar la calidad del servicio que se presta ahora --y de los que podrían
prestarse a futuro.
Más allá de los posibles inconvenientes del actual sistema, la pregunta de
oro sería si, bajo el viejo esquema, se hubieran logrado los avances y
gama de servicios que en la actualidad se ofrecen, y si el Estado hubiera
dispuesto de los recursos para invertir eficientemente en la tecnología e
infraestructura requerida. La respuesta es que no hubiera tenido la
capacidad. Por ello es preferible que el Estado invierta en aquellos
programas y proyectos que solo se podrían desarrollar con recursos
públicos, como educación, salud, nutrición y cierto tipo de carreteras y
caminos y deje a la inversión privada la provisión de aquellas “utilidades
públicas”.
Por último, y más allá de aspectos ideológicos, las privatizaciones no
necesariamente riñen con una función social; por el contrario una
adecuada política permite mayor eficiencia y cubrir más sectores de
menor ingreso a través de una efectiva política de subsidio focalizado.
Septiembre 2012