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La variedad de las artes del espectáculo y las múltiples formas que adoptan en cada
cultura a lo largo de la historia son un signo de que responden a necesidades del ser
humano en todos los tiempos y en cada pueblo, sean cuales sean las formas que adapte
su cultura. Y en efecto, la investigación ha demostrado que hay características humanas
que están en la base de las artes escénicas.
El pensamiento mágico.
En 1922 el antropólogo inglés Sir James George Frazer publicaba La rama dorada,
libro que resumía sus investigaciones de muchos años atrás sobre las formas del
pensamiento primitivo, que él definió como pensamiento mágico. Desde entonces sus
conclusiones han dado lugar a polémicas, pero en gran parte sus ideas siguen siendo
válidas. Para Frazer las manifestaciones más extravagantes de los pueblos primitivos
responden a un pensamiento riguroso que se basa en dos principios.
La ley de semejanza explica por qué se encienden hogueras para celebrar los
cambios de estación: es una forma de conseguir que el sol siga alumbrando el mundo
con su fuego, del mismo modo que en las danzas de la lluvia se echa agua en el suelo
para forzar a la naturaleza a hacer lo mismo. Y finalmente, explica por qué es necesario
representar ante el pueblo los mitos que forman parte de su historia como si estuvieran
sucediendo de nuevo. Porque, para el pensamiento mágico, si se reproduce un hecho
con todas las condiciones que exige el ritual, este hecho vuelve a producirse realmente.
La fiesta.
Las artes escénicas han estado siempre ligadas a la fiesta. De hecho, en el Siglo
de Oro era corriente denominar “festejo” a las representaciones teatrales, especialmente
cuando se celebraban con algún motivo especial. Y en las modernas performances se
puede encontrar el mismo ánimo subversivo y rompedor que en las fiestas descritas por
los estudiosos de la cultura antigua.
El teatro nace de la unión del rito y el mito. Son fenómenos universales, que no faltan
en ninguna sociedad humana. El ser humano necesita contar y que le cuenten historias.
Así como encontramos sociedades en donde no existe el teatro, no hay ninguna en la
cual no se cuenten mitos que den cuenta del origen del mundo, de la historia del pueblo
o de hechos de los dioses y los héroes. Y a la vez la Humanidad tiene necesidad de
ritualizar algunos momentos especiales de la vida, lo que permite encuadrarlos dentro
del gran ciclo de la naturaleza.
De esa necesidad de contar las historias de los dioses y los héroes, y a la vez
honrar al dios de la vid, nació hacia el año 500 a.C. el teatro en Atenas. Pero este
nacimiento no surgió de la nada, sino que se produjo en medio de un auténtico océano
de rituales que exaltaban la renovación de la naturaleza.
Las primeras manifestaciones artísticas del ser humano son las pinturas y esculturas del
Paleolítico. En ellas podemos encontrar ya un propósito estético, en cuanto el anónimo
artista busca representar con la mayor fidelidad las figuras de animales que se
encuentran en cuevas y abrigos. Pero esta finalidad estética deriva de una finalidad
mucho más importante para quienes las realizaron: la finalidad ritual.
En Egipto el dios al que se celebraba como representante del ciclo de la vida era
Osiris. Según la leyenda, este fue un rey hijo del cielo y de la tierra. Inventor de la
agricultura, fue asesinado por su hermano Seth, que lo descuartizó y esparció sus restos
por todo Egipto. Pero su hermana y esposa Isis, acompañada por su otra hermana,
Neftis, recuperó los restos de Osiris, lo recompuso y tuvo con él un hijo, Horus, que
mató a Seth y vengó a su padre. Osiris se convirtió en dios del mundo de ultratumba, el
reino de los muertos donde los que seguían los ritos del dios vivían una nueva vida.
Pintura egipcia que representa a Osiris, Isis y Neftis.
Sin embargo, el carácter fuertemente ritual, el hecho de que alguno de estos ritos
se hiciera en secreto y especialmente la inmutabilidad de texto y representación, que
impide la creación de nuevos espectáculos, llevan a considerar que los egipcios, al igual
que otros pueblos de su entorno, no llegaron a tener un verdadero teatro. Esta creación
estaba reservada a los griegos.