Está en la página 1de 3

Sistemas de regulación de la conducta

Los filósofos empiristas (Aristóteles, de la antigua Grecia, pero también John Locke o David
Hume) consideraron por mucho tiempo que los seres humanos nacemos sin saber nada,
como hojas en blanco, y que no hay nada en la mente que no provenga de los sentidos.
Al comienzo de la psicología científica del siglo XIX, los psicólogos conductistas (J. B.
Skinner, por ejemplo) adhirieron a esa concepción y consideraron que todo lo que los
animales y personas sabían y hacían era porque lo habían aprendido.

En contraposición, otros filósofos, los llamados racionalistas (Platón de la antigua Grecia,


pero también René Descartes o Baruch Spinoza), consideraron que nacemos sabiendo
ciertos conocimientos, que no nacemos en blanco. Muchos psicólogos adhirieron a esta
concepción siguiendo la lógica de que si hay instintos en los animales, ¿por qué no habría
de haberlos en los seres humanos? Todos oímos hablar del instinto materno, el instinto de
supervivencia o de agresión para explicar por qué las personas nos comportamos de cierta
manera.

Este es el debate llamado innato versus adquirido o también natura versus nurtura (torpe
traducción del inglés, nature versus nurture). Los bandos se disputan si la conducta
(entendida como sentir, pensar y actuar) es regulada por mecanismos que son heredados
genéticamente o bien que son adquiridos desde la concepción del medio ambiente.

Del lado de lo innato se considera que el genotipo (el conjunto de todos los genes de un
individuo) determina su fenotipo (cómo estos genes se expresan en los rasgos físicos y
psicológicos de cada persona). Si se acepta que la conducta es regulada por el cerebro y, a
su vez, las formas y funciones del cerebro (su fenotipo) están determinadas por los genes
de forma innata (el genotipo), ¿por qué no suponer que la conducta está determinada de
forma innata?

Hoy son muy populares los psicólogos evolucionistas, que sostienen esta postura innatista.
Estos psicólogos argumentan que aquellas conductas que en la prehistoria posibilitaron la
supervivencia de los individuos fueron codificadas biológicamente, se transmiten por el
genoma a todos los individuos y regulan nuestras conductas. Por ejemplo, las diferencias
psicológicas de género con respecto a la atracción sexual darían ventajas evolutivas para la
supervivencia de la especie. Dicen que durante los milenios de evolución humana, en la
época de los cazadores recolectores, las mujeres no podían procurarse por sí mismas la

© Universidad de Palermo. Prohibida la reproducción total o parcial de imágenes y textos. 1


subsistencia durante el embarazo y la crianza de los niños menores, y por eso necesitaban
de hombres fuertes, altos y musculosos que proveyeran y que fueran fieles y presentes. Los
hombres, en cambio, al no estar limitados por el embarazo ni el amamantamiento, tenían
plena autonomía. Desde el punto de vista de la transmisión de su material genético,
entonces, las mujeres con más chances de pasar sus genes a su progenie debían garantizar
la supervivencia de sus hijos, atrayendo y armando relaciones estables con hombres
potentes y proveedores. En cambio, los hombres que más pasaran sus genes a su progenie
serían aquellos que fecundaran muchas mujeres fértiles y sanas, es decir, lo que preferirían
relaciones cortas con mujeres aparentemente fecundas (bellas y jóvenes). Esto explicaría,
según ellos, que las mujeres prefieran relaciones estables y los hombres sexo eventual. Esta
forma de explicar las conductas actuales (que hace caso omiso al aprendizaje) se aplica a un
sinfín de conductas: la agresión y la competencia (la necesidad de tener recursos y cuidar
los medios de la subsistencia), el cuidado y el amor (necesidad de cuidar de otros de la
misma especie para garantizar supervivencia), el consumo (necesidad de acumular objetos
y alimentos para garantizar la supervivencia), la noción de belleza (la simetría y la piel tersa
indican buena salud y hace a la buena elección de pareja), etcétera.

Los psicólogos conductistas de principios del siglo pasado asumieron el bando opuesto a los
psicólogos innatistas, y toda su teoría psicológica estaba basada en como la conducta es
regulada por el ambiente.

Sin embargo, la mayor parte de los psicólogos actuales consideran que esto es un falso
debate: ambos factores están presentes, si bien en diversas proporciones, en todas las
conductas. Puede haber predisposiciones, pero no determinaciones exclusivas del lado
de lo heredado biológicamente o adquirido como influencia ambiental desde la
concepción. Hoy se sabe que desde que somos concebidos la expresión del genotipo en
de cada individuo se va modificando en función de lo que ocurre en el medio ambiente.
Durante el desarrollo, el ADN que compone nuestros genes acumula marcas químicas que
determinan cuáles genes y de qué modo se expresan. Este conjunto de marcas químicas se
conoce como epigenoma. Si bien heredamos genes que pueden afectar nuestra conducta,
la expresión de estos genes es afectada por el medio ambiente, los procesos epigenéticos.
Por ejemplo, un niño puede haber heredado genes de sus padres que determinen una
conducta agresiva (u orientación sexual, inteligencia, identidad de género, creatividad,
carácter, temperamento), pero estos genes se van a expresar o no en función de sus
experiencias, que regulan si este genotipo deviene fenotipo o no.

© Universidad de Palermo. Prohibida la reproducción total o parcial de imágenes y textos. 2


En resumen, los mecanismos innatos y adquiridos de regulación de la conducta funcionan
en forma conjunta. El genoma puede predisponer a ciertas conductas, pero el ambiente,
factores epigenéticos mediante, regulan si se activan o no. Por eso, muchas conductas que
podrían ser innatas son modificadas o hasta completamente alteradas por el aprendizaje.
Por eso, si bien podría haber predisposiciones genéticas para tener cierta identidad de
género, objeto sexual, inteligencia, creatividad, temperamento, etcétera, aprendizaje
mediante (nuestra crianza, los valores sociales, las circunstancias de vida), estas
características se pueden modificar, revertir, potenciar o anular. Y a la inversa: muchas
influencias ambientales en un niño (su crianza, sus vínculos con sus padres y pares, su medio
ambiente social y económico) no son exclusivamente determinantes: ciertas
predisposiciones innatas pueden potenciar o disminuir las características psicológicas
adquiridas en la infancia. Por ejemplo, niños que en ambientes similares han sufrido abusos
sexuales podrían ser afectados en forma muy distinta en función de su predisposición
genética: uno podría someterse, callar y generar traumas de por vida, mientras que otro
podría rebelarse, confrontar y generar gran resiliencia. Incluso, un niño que haya heredado
genes que predisponen a la esquizofrenia, esta situación de abuso podría activar estos
genes y provocar esta grave enfermedad psiquiátrica.

Entonces, en psicología, herencia genética propone un campo de posibilidades, pero el


ambiente y el aprendizaje disponen cuál se activa y cuál no.

© Universidad de Palermo. Prohibida la reproducción total o parcial de imágenes y textos. 3

También podría gustarte