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Descartes – Apuntes

Contexto

Mundo moderno (siglos XVII y XVIII) – nueva ciencia, nueva filosofía, nuevas formas de organización
política (estados-nación, absolutismo o parlamentarismo) y nuevo panorama ideológico (reforma-
contrarreforma), además de la revolución científica (del XV al XVI, de Copérnico a Newton), con esa
concepción mecánico-matemática del mundo que desplaza a la escolástica.

En lo que respecta a la filosofía, va a ser el propio Descartes el que propicie el “giro subjetivista”, es decir, el
cambio de perspectiva hacia un idealismo racionalista. Descartes va a sostener que la realidad en sí no
puede ser conocida directamente, sino solo a través de las estructuras del pensamiento con las que cuenta
el hombre. Iniciamos una relación problemática entre el entendimiento y el mundo.

Descartes – Vida y obras

Descartes nace en Francia, en 1596. Estudia con los jesuitas, y trabaja, además de como científico en
los lugares donde le dejan (por ejemplo en Holanda, donde había más libertad de pensamiento), como
mercenario al servicio de los ejércitos europeos. Participa en la guerra de los 30 años, calculando las
trayectorias de los proyectiles incendiarios. Muere en Suecia, en 1650, de una pulmonía, mientras daba
clases de filosofía a la reina Cristina.

Descartes es experto en geometría y matemáticas. En lo que respecta a la filosofía, podríamos decir que es
el fundador del racionalismo, porque es él quien propicia ese giro hacia el sujeto y su entendimiento como
claves para comprender la realidad. Escribe sobre la mente y las reglas que estructuran el pensamiento,
sobre el mundo y el cosmos, sobre cuestiones metafísicas (en las Meditaciones Metafísicas, donde formula
su teoría sobre la “duda metódica”), sobre la propia filosofía, sobre el alma y sus pasiones, la verdad, la
razón… Vamos a exponer paso por paso su filosofía (que es lo que nos interesa):

Epistemología y metafísica – los principios del conocimiento y del ser

Para Aristóteles, metafísica – filosofía primera – es un saber acerca del ser en cuanto ser y las
primeras causas (principios). Esta concepción aristotélica se mantiene en la Edad Media. En el mundo
moderno, no obstante, se produce un cambio radical a este respecto. El “ser” va a ser, desde Nicolás de
Cusa hasta Descartes, aquello que puede ser reducido a nociones matemáticas, o sea, aquello que puede
ser concebido y captado en el entendimiento (esto es lo mismo que decir que la esencia de las cosas reside
en los conceptos que el entendimiento genera).

Ahora, si esto es así, la primera tarea de la metafísica será aclarar qué es y cómo funciona el
entendimiento; por eso la metafísica cartesiana es en realidad una epistemología, una teoría del
conocimiento integrada en la ciencia primera. La metafísica se va a ocupar de aclarar la naturaleza del
conocimiento, y así de la verdad, de la razón, del método…

Verdad y certeza

Desde Tomás de Aquino entendemos la verdad como la adecuación del entendimiento a la cosa. En
Descartes es así, solo que esa cosa también es algo del entendimiento. La verdad, entonces, para Descartes,
será la adecuación del entendimiento con el entendimiento (veremos de qué). Esta adecuación, cuando el
entendimiento elabora juicios que concuerdan con sus propias reglas, arroja una certeza, una realidad
incontrovertible.
La certeza, dice Descartes, siempre va acompañada de dos notas: la claridad y la distinción. Algo es claro
cuando se nos hace presente de alguna forma, y distinto cuando está determinado, delimitado frente a
cualquier otra cosa. Y aquello de lo que siempre hablamos al respecto del conocimiento, sobre la
universalidad y la necesidad, se mantiene aquí, porque la certeza es conocimiento válido para cualquier
conciencia, y siempre indubitable.

La razón

Para los racionalistas, la razón es la clave para obtener el conocimiento (frente a la experiencia o la
fe). La razón de Descartes, ojo, no es el logos presocrático, que significa palabra y ley, ni la de Aristóteles,
que es el modo de proceder demostrativo y dialéctico frente al mito. Desde el Renacimiento, o más bien
desde el propio Descartes, la razón se identifica con el proceder matemático. Esto no quiere decir que
razón y matemática sean lo mismo, sino que solo la ciencia matemática ha logrado proceder como la razón,
alcanzando con ello el máximo grado de certeza. Descartes quiere desvelar este modo de proceder y
emplearlo e el resto de ciencias, unificándolas bajo el método (uno que sería universal). Entonces
podríamos articular una unidad orgánica de las ciencias, con la metafísica a la base, y sobre ella el resto.

El método

Las matemáticas siempre alcanzan la certeza porque operan con nociones que son claras y distintas
para la mente. Por eso sirven como modelo para formular un método universal (no así las ciencias
empíricas, que dependen de los sentidos y nos dan un saber confuso). Para la filosofía, Descartes también
propone el método de las matemáticas.

Las matemáticas operan de la siguiente manera. Primero partimos de elementos simples (naturalezas
simples, puntos, líneas…) captados como evidentes por la intuición intelectual, y luego desarrollamos
demostrativamente (deductivamente) el resto del saber. De este hecho deriva Descartes 4 reglas o
procedimientos:

1.- Evidencia: no admitiremos nada como verdadero que no se conozca como evidente, o sea,
incontrovertiblemente. El acto por el que la mente llega a la evidencia es la intuición, la aprehensión
inmediata de algo. Puede ser sensible o intelectual, pero Descartes dice que solo la intelectual (la sensible
es confusa, como hemos dicho) nos hace llegar a las ideas simples – esto es un concepto similar al de Platón
y Aristóteles, solo que ellos situaban la verdad fuera del sujeto, y Descartes en el propio sujeto, en su
entendimiento.

En el caso de la fundamentación de la filosofía, la primera verdad que cumple este requisito habrá de ser
encontrada siguiendo un proceso denominado la duda metódica.

2.- Análisis: dividimos lo complejo en partes simples, claras y distintas, para percibirlas correctamente por
medio de la intuición. Así opera la física al respecto de los datos confusos de la realidad sensible.

3.- Síntesis: reconstrucción deductiva del saber a partir de los elementos simples conocidos. Ahora,
Aristóteles habla de la deducción como silogismo que conecta determinaciones; la escolástica, heredera de
Aristóteles, reformula el silogismo y éste aparece como un proceso deductivo en el que a un juicio general
le sigue uno particular; Descartes, por su parte, cree que el silogismo no es un método adecuado para
descubrir verdades, porque la cadena de proposiciones menos generales no aportan nuevo conocimiento a
la premisa inicial.
Para Descartes, la deducción es un proceso por el cual partimos de elementos imples, intuidos, y
elaboramos saberes más complejos (por ejemplo, partiendo de la intuición simple del triángulo accedemos
a nuevas verdades al respecto de los triángulos). Cada paso de la deducción tiene que verse como evidente
en la intuición, porque si no damos pasos en falso.

4.- Enumeración: la deducción es un proceso progresivo, que sigue pasos para llegar a la demostración. De
alguna manera el método cartesiano es enumerativo: va elaborando una memoria de su camino mientras
avanza.

La duda metódica

Hemos descrito los pasos del método en matemáticas. Ahora Descartes quiere aplicarlos a la
metafísica para tratar de hallar un axioma sobre el que construir conocimiento filosófico cierto. Claro que
encontrar un axioma para la metafísica, que no es una parcela concreta del saber sino EL saber en sí, es
especialmente complejo. Ha de ser el más universal de los principios; ha de ser una verdad absoluta, pero
eso es difícil de encontrar.

Descartes dice que habremos de dudar metódicamente de la realidad al completo hasta encontrar esa
verdad incontrovertible. El entendimiento ha de cuestionarse a sí mismo hasta llegar a lo más hondo de sí,
hasta encontrar algo de lo que sea imposible dudar. Entonces Descartes comienza a aplicar su método:

Primero dudamos de los sentidos, porque son confusos, y su datos no son objeto de la intuición intelectual.
Solo en ella las cosas están presentes de manera clara e inmediata.

Luego dudamos de la realidad, porque, a pesar de que los sentidos nos engañen, podemos aún así suponer
que la realidad existe. Pero, dice Descartes, dudar de esto también es sencillo: nadie nos asegura que la
realidad no es un sueño como esos tan intensos que tenemos a veces, así que no se trata de una evidencia
absolutamente indubitable.

Finalmente dudamos del entendimiento. Ahora bien, por mucho que forcemos la imaginación, hay
verdades que se dan al entendimiento, como las de las matemáticas, que resisten la duda; la duda afecta a
la realidad sensible, pero no al entendimiento mismo.

Parece que la certeza que buscamos se encuentra en el entendimiento. Pero Descartes plantea una
posibilidad que permite dudar del propio entendimiento: tal vez exista un genio maligno que nos hace caer
en el engaño aún cuando nuestros conocimientos parezcan incontrovertibles (como los de las matemáticas,
cuyo saber aparentemente es solo mental, pero necesariamente ha de tener una aplicación extramental).
Es posible que, a la hora de aplicar fuera del entendimiento los conocimientos que aparecen en él
incurramos en errores.

¿Entonces, qué hacemos? Aquí Descartes da un giro magistral en el marco de su duda metódica: podemos
dudar de absolutamente todo, pero el propio acto de dudar arroja lo que parece una certeza fundamental:
que dudo. Es decir, que cuando se duda de lo que sea, hay una sustancia que duda, una sustancia que
permanece inmune a la duda porque no se puede dudar sobre su realidad (su realidad queda confirmada,
efectivamente, en el propio acto de dudar).

Existimos, al menos, como seres pensantes, capaces de someterse a sí mismos y someter a la realidad a
duda. Hemos encontrado la certeza incontrovertible que andábamos buscando: “yo pienso”. Hay un yo que
es una sustancia pensante y resiste a la duda. Si hay una sustancia que piensa, hay una sustancia que existe:
“pienso, luego existo”. Esta es la certeza fundamental.
Ahora, la tarea que tenemos por delante es la de partir de esta primera certeza, o axioma, y deducir a partir
de ella el resto de la realidad.

El desarrollo del sistema – la explicación de la realidad

Ahora hay que salir del pensamiento hacia el mundo, y eso es problemático. Hay que justificar de
manera demostrativa o intuitiva la existencia de algo aparte del Yo que piensa. Veamos:

Primero hemos de analizar el propio pensamiento, porque es lo único que tenemos como seguro. Veremos
si en él hay algo que nos permita explicar la existencia de algo más. Analizamos, y vemos que el
pensamiento es una actividad que consiste en manejar ideas. Las ideas, según Descartes, pueden ser de
tres tipos: adventicias (provienen de la experiencia externa, o, al menos, eso parece; sea como sea no nos
sirven para fundamentar la exterioridad), ficticias (construidas en la mente a partir de las anteriores, y, por
tanto, también inservibles) e innatas.

Las ideas innatas nos interesan, porque no se forman ni por la experiencia ni por la composición mental
sobre la experiencia. Son las ideas que la razón por sí misma posee y por sí misma desarrolla. Son las ideas
de extensión, pensamiento e infinitud.

Esta última idea es interesante. Infinito es aquello a lo que no le falta nada en el orden del ser. Donde no
falta nada, dice Descartes igual que los escolásticos, encontramos la perfección. La idea de infinitud y la de
perfección son la misma. Ahora, esta idea de un ser infinito y perfecto no es otra que la idea cristiana de
Dios. Si mi mente ha llegado a la infinitud, también ha construido la idea de Dios.

Ahora bien, la idea de Dios es una muy particular. Ya San Anselmo demostró, a través del argumento
ontológico, que el término Dios expresa la esencia de un ser que no puede no existir. La presencia de Dios
en el pensamiento es argumento bastante para Descartes para reconocer su existencia (idea muy ligada a la
escolástica: al final Descartes estudia con los escolásticos, y es él el primero que innova a su respecto). Si
Tomás de Aquino decía que la idea de Dios proviene de la fe, aquí Descartes aporta una explicación
racional: la de Dios es una idea innata, construida por el entendimiento, y aquí no entra en juego la fe.

Una vez hemos justificado la existencia de Dios (existen dos argumentos más aparte del ontológico, que
tienen que ver con la perfección y la causalidad, como las vías de Tomás, pero no están bien elaborados en
Descartes), podemos dar el paso hacia el mundo.

Dios es la garantía de que lo cierto es verdadero. Dios, porque es perfecto y absoluto, es incompatible con
el genio maligno; o sea, que las leyes que el entendimiento formula para el mundo son válidas. El
entendimiento no puede engañarnos. Lo que conozco usando correctamente el entendimiento es cierto, y
esto no es otra cosa que lo matemáticamente formulable, lo cuantificable, o sea, la extensión. Toda
cualidad del mundo queda descartada como cierta a priori, pero no así la extensión, que es sinónimo de
mundo.

Descartes llega de esta manera a concluir (luego Kant se apoyará en él en este punto) que existen tres
realidades, o bien tres sustancias o tres ámbitos de realidad, indubitables: el alma, el mundo y Dios.

La(s) sustancia(s)

Descartes define sustancia como “una cosa que existe de manera autosuficiente”. Según esta
definición, Dios – el cristiano, creador y causa del mundo - es la única sustancia propiamente dicha.
Entonces Descartes implementa una distinción: no es lo mismo hablar de la sustancia creadora que de las
sustancias creadas, y podemos hablar de estas últimas como sustancias en la medida en que solo necesitan
a Dios para existir, pero no ninguna otra sustancia “inferior”.

También distingue Descartes, una vez hecha esta primera diferencia, entre sustancia pensante y sustancia
corpórea. La primera es la que se rige por leyes propias, que no coinciden con las que rigen el resto de la
extensión; cada sustancia pensante es simple, y por tanto indivisible e inmortal (conciencia, yo,
pensamiento, sujeto, etc., sirven para referirse a ella). Sobre la segunda, la extensión, que es objeto de la
física, rigen leyes claramente determinadas.

Por su parte, los atributos son lo que constituye la esencia o naturaleza de una sustancia. El de los cuerpos
es la extensión; el de la conciencia, el pensamiento, y los de Dios son infinitos (conocemos la bondad, la
eternidad, la perfección, la omnipotencia…). También la existencia y la duración, que se dan siempre en la
sustancia, son atributos para Descartes.

Los modos, a su vez, son las formas en que los atributos se dan. La extensión puede ser figura o
movimiento; el pensamiento, en general, puede ser entendimiento o voluntad. Dios no tiene modos
porque en él no hay variación posible. Aparte de los modos, por último, podemos hablar de accidentes,
pero no tienen realidad objetiva, mientras que los modos sí.

La física

La física trata de los cuerpos a los que se le atribuye extensión (materia, cantidad). Es ciencia porque
la noción de extensión es clara y distinta, y por lo tanto el saber sobre ella ha de ser universal.

Los modos fundamentales de la extensión son la figura y el movimiento. Estas son las cualidades primarias,
frente a las secundarias, tales como el olor o el color (estas últimas solo tienen validez subjetiva). Todo lo
concerniente al mundo puede explicarse a partir de los cuerpos, sus movimientos y la causalidad eficiente.

Los cambios se producen por un desplazamiento de la materia. Para que algo provoque un cambio en otra
cosa su materia debe incidir sobre la materia de la otra cosa directamente (contacto). La física, en verdad,
es cinemática, ciencia de los cuerpos en movimiento. Y su tarea es explicar el mundo en términos
mecánicos, dada su naturaleza. Todos los seres son máquinas, de una u otra forma: Descartes se declara
mecanicista, en este sentido. Además, sobre la máquina del mundo gobiernan una serie de leyes
mecánicas, que no dejan lugar al azar o la libertad; por eso la física de Descartes es determinista.

Las leyes de la física

Las leyes que rigen el funcionamiento de la gran máquina del mundo son las siguientes:

Cada cosa permanece siempre en el mismo estado en que se encuentra, ya sea en movimiento o en reposo,
de no ser por la acción de otra cosa.

Todo tiende a moverse en línea recta (frente a Galileo y la tesis clásica del movimiento circular)

La cantidad de movimiento existente permanece fija en el cosmos, solo que se transfiere de unos cuerpos a
otros por medio de choques.

La materia del mundo

Para Descartes no existe el vacío, porque es contradictorio a la noción clara y distinta de extensión.
Cuando decimos que algo está vacío en realidad queremos decir que no contiene lo que esperamos, pero
no que no contenga nada. Todo el cosmos, en general, está ocupado por tres materias: la materia gruesa
(constituyente de los cuerpos, la percibimos con los sentidos), el éter (partículas sutiles que llenan gran
parte del espacio) y las partículas de luz (las más finas, viajando a través del espacio).
La psicología

Alma y cuerpo son, para Descartes, dos sustancias separadas. De hecho, dice Descartes que la
muerte no se produce porque el alma se separe del cuerpo, sino porque la máquina corporal deja de
funcionar (en esto discrepa de la filosofía tradicional).

El conocimiento sensible tiene lugar cuando las cosas impresionan a los órganos de los sentidos, como si los
cuerpos emitieran determinados tipos de figuras, colores, etc. Y estas emisiones condicionaran de alguna
forma los sentidos, estimulándolos. Las modificaciones en los sentidos provocan modificaciones en el
llamado “sentido común”, que transmite las modificaciones a la imaginación, y de ahí a la memoria.

Ahora, en el hombre tiene que producirse una interacción entre alma y cuerpo. Dice Descartes que alma y
cuerpo se unen en la glándula pineal (en la base del cerebro), y ahí interactúan de la manera siguiente:

El pensamiento que resulta de la interacción puede darse como entendimiento o como voluntad. El
entendimiento, a su vez, puede darse bajo los modos de sentir, imaginar o concebir, y estos modos
interactúan con la imaginación. Sentimos cuando el entendimiento es pasivo, determinado por la
imaginación y el sentido común; imaginamos cuando el entendimiento es activo y determina la
imaginación, y cuando el entendimiento actúa, concebimos.

La voluntad, por su parte, se da en los modos del admirar, el desear, el odiar, el afirmar, el negar, el dudar y
el pronunciarse ante los juicios (moralmente, acerca de la validez del conocimiento – o no – de los juicios
emitidos). La voluntad es libre y tiene un campo de acción mucho mayor que el entendimiento; en eso, dice
Descartes, nos asemejamos a Dios (aunque en Dios voluntad y entendimiento se identifican).

La ética

Descartes no escribe ningún tratado de ética. No obstante, podemos hablar de una ética cartesiana,
porque en varios momentos habla Descartes, primero, de una moral provisional (reglas de conducta básicas
a adoptar mientras uno se encuentra en el proceso de duda metódica), y después y más importante, del
determinismo, que afecta al cuerpo pero no al alma.

La moral provisional es sencilla: se ha de obedecer las leyes y costumbres del país, conservando la religión
tradicional y ateniéndose a opiniones moderadas, y se ha de ser resuelto a la hora de actuar de acuerdo a
las decisiones tomadas, además de guiarse de manera recta en los proyectos y empresas acometidos
(significativos).

Ahora, una vez resuelta la duda y establecidos los principios del conocimiento, Descartes no se pronuncia
acerca de los fundamentos de la moral. Sobre lo que sí habla, para terminar, es sobre el libre arbitrio. En el
mundo, como decimos, rige el determinismo, pero la libertad es la condición de posibilidad de la moral; en
este sentido, existe libertad en el plano moral, y de ahí que sea importante (luego será Kant quien
desarrolle esto) la responsabilidad y la rectitud personales.

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