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El pintor del cosmos

Por Alexander E. Braun, F.R.C.


Revista El Rosacruz A.M.O.R.C.

¿Cuál es el color del cielo marciano? ¿Cómo es la superficie del planeta Mercurio? ¿Qué
vería uno si fuera posible echarle un vistazo a nuestra galaxia desde una distancia de
400.000 años-luz? ¿Preguntas imposibles de contestar? No... al menos para un hombre,
y él es, por supuesto, Chesley Bonestell, por todos considerado como el decano de los
ilustradores espaciales.

La carrera de Bonestell cubre un período de más de sesenta y cuatro años (empezó a


los 17 ilustrando para el Sunset Magazine) y aún sigue firme hoy. Comenzó a
interesarse en pintar temas astronómicos en 1905 cuando, según él cuenta, "Tomé
temprano un tren a San José y caminé los 40 kilómetros hasta la cima del monte
Hamilton y el Observatorio Lick". Esa noche, el joven Bonestell miró por primera vez a
la Luna y a Saturno, a través de un telescopio astronómico.

Apenas volvió a su casa, pintó un cuadro de Saturno, pero éste, junto con la mayoría de
sus primeros trabajos, se perdió en el terremoto e incendios de San Francisco, en 1906.
Pese a no haberse descorazonado por este contratiempo, otras circunstancias
(principal entre ellas la terminación de su educación superior en la Universidad de
Columbia y la entrada subsiguiente al Instituto Americano de Arquitectos) lo llevaron
lejos de la ilustración del espacio por un número de años.

Más tarde, cuando comenzaba el trabajo en el puente Golden Gate, el ingeniero jefe,
Joseph Strauss, tenía problemas en explicar a los hombres de negocios que vigilaban en
qué se gastaba el dinero que mensualmente se colocaba para el proyecto. Bonestell fue
entonces contratado como intérprete del proyecto, lo que en círculos arquitectónicos
significa ser alguien que puede leer dibujos y planos y de ellos hacer dibujos de cómo
se verá el proyecto terminado para aquellos que no saben leer los planos y no abrirán
la cartera hasta poder ver cómo y en qué van a usar el dinero.

Las secciones interiores que mostraban en gran detalle cómo iban a ser construidas las
diferentes partes del gran puente colgante, y las diferentes perspectivas estructurales
que produjo, eran sólo muestras de cosas mejores y más grandes por venir.

Con el aumento en el interés por los viajes espaciales, especialmente después de la


Segunda Guerra Mundial, los servicios de Bonestell pronto estuvieron en gran
demanda. En Hollywood, por ejemplo, trabajó en los fondos y efectos especiales para
películas famosas, entre muchas otras las de ficción científica como Destino la Luna,
Cuando los Mundos Chocan y el gran clásico, La Guerra de los Mundos. Pero el cine no era
el único proyecto que ocupaba su tiempo. Desde el comienzo de la década de 1940 en
adelante, para cualquier escritor de ciencias se convirtió en un símbolo de posición
profesional que uno de sus artículos fuera ilustrado con un dibujo de Chesley Bonestell,
lo que era, para éste, la señal de que ya había "llegado".
Entre alguna de la gente así favorecida, se encontró el Dr. Wernher von Braun, a quien
Bonestell conoció durante un simposio acerca de los viajes por el espacio. Más tarde
trabajaron juntos, produciendo una serie que el Dr. von Braun escribió y Bonestell
ilustró, la que apareció en la revista Colliers.

En esta serie, del mismo modo que en todo su trabajo, el artista que hay en él fue
ayudado por los cursos de geometría descriptiva e ingeniería estructural que había
tomado en la Universidad de Columbia, junto a su experiencia en el puente Golden
Gate. Todo esto le permitió tomar una firme comprensión de la mecánica de los
aparatos espaciales y convertir los esbozos del Dr. von Braun, en papel cuadriculado
de ingeniería, en hermosas pinturas en color de espacio-naves terminadas, en
"funcionamiento".

En 1949, apareció La Conquista del Espacio. Este libro, escrito por el distinguido
escritor científico Willy Ley, recientemente fallecido, marco para Bonestell la primera
vez que prestó sus talentos a la ilustración de un libro entero. La Conquista del Espacio
fue un éxito instantáneo y llegó a las tres ediciones en su primer año, y varias más
después. Luego le siguió una serie de libros (A Través de la Frontera del Espacio, La
Conquista de la Luna, La Exploración de Marte, Más Allá del Sistema Solar, Marte, etc.),
los que también ilustró, y cuyos mundialmente conocidos autores podrían estar al
comienzo de una lista de quién es quién en la literatura científica y exploración del
espacio.

Observando una pintura de Bonestell, uno queda inmediatamente impresionado por la


magnificencia de la representación de los paisajes extraños que él elige como sus
temas, y no puede menos que preguntarse cómo se las averigua para pintar (como las
fotos e imágenes de televisión de las recientes misiones a la Luna han confirmado)
escenas tan reales de lugares a los cuales no había ido aún un ser humano. Cuando uno
toma en cuenta, por ejemplo, que aún nadie ha viajado a una de las lunas de Saturno
para desde allí pintar un cuadro del planeta anillado, y que recién se ha caminado por
la superficie de la Luna para echar una mirada y tomar unas pocas fotografías, puede
sonar sorprendente que aún así las creaciones de Bonestell no son lo que
popularmente se denomina “idea del artista”. Bonestell casi nunca adivina, y si tiene
que hacerlo, siempre sale con una adivinanza muy atinada.

Cuando quiera que sea que va a comenzar una pintura, pasa a través de un largo y
tedioso período de investigación, durante el cual acumula hechos y datos, consulta con
astrónomos y varios otros expertos y sabios en cuanto a probables colores, atmósfera y
varias otras características físicas de los planetas y estrellas que va ya a pintar, y luego
procede a correlacionar y ordenar toda esta vasta cantidad de información, antes de
siquiera tocar un pincel.

Por ejemplo, para poder tratar con los problemas de mostrar aparatos en órbita, en su
correcta relación a la Tierra, (hay que recordar que comenzó haciendo esto mucho
antes de que fuera orbitado Sputnik I) o poder mostrar las superficies de Marte, la Luna
o cualquier otro cuerpo desde varias alturas, Bonestell tuvo que desarrollar una forma
de perspectiva esférica, de su propia invención, en la que considera a los planetas como
esferas cubiertas con una serie de planos chatos de unas diez millas cuadradas (según
la elevación que desee mostrar) planos cuyos centros siguen tangentes a la esfera,
permitiéndole así encontrar el horizonte y los puntos de desaparecimiento de los lados
del cuadrado y delinear en estos los objetos físicos.

Cuando pinta un espacio-nave o cualquier otro objeto en la superficie de un planeta,


construye modelos de los mismos y hace dibujos a tinta de los aparatos, en hojas de
plástico transparente, en escalas convenientes. Luego junta todas estas secciones, y las
pega en ángulo recto y las fotografía, algo que le permite ahorrar mucho tiempo,
porque, en lugar de probar diferentes puntos de vista teniendo que hacer perspectiva,
puede simplemente rotar los modelos hasta que encuentra lo que quiere, y luego lo
fotografía. El siguiente paso es hacer ampliaciones de lo que quiere, en una escala de
cuatro por uno, y las calca para transferirlas a una superficie suave de cartón; luego las
pulveriza con barniz, para fijarlas y hacer la perspectiva aceptable para la pintura al
óleo; no obstante, antes de pintar raspa muy suavemente la superficie barnizada, con
una hoja de afeitar, para suavizarla.

De esta manera produjo la pintura de Saturno, desde una de sus lunas (Titán) la que
considera su obra maestra. Por supuesto, para aquellos de nosotros que conocemos su
trabajo, tal elección sería imposible, debido a que todos los trabajos de Bonestell son
obras maestras de la unión del arte con la ciencia y la inspiración. Una prueba de esto
es su más reciente obra maestra: una pintura de nuestra galaxia, de 3 x 6 metros, como
aparecería observada desde un planeta hipotético, a 400.000 años-luz de distancia.
Muchos astrónomos de renombre ya la consideran como una "soberbia herramienta de
enseñanza" y pronto será exhibida permanentemente en una nueva ala del Museo de
Ciencias de Boston.

Esta perspectiva de la Galaxia es particularmente extraordinaria, pues no podría


haberse pintado hace unos siete años, debido a que todos los datos e información usada
para producirla no se conocían en aquel entonces, por haber sido el resultado de
trabajos relativamente recientes llevados a cabo por instalaciones de radio
telescopios existentes en ambos hemisferios. Bonestell los correlacionó y utilizó para
construir el aparato de proyección necesario para proyectar la vista astronómica para
la tela.

Las proyecciones de Bonestell fueron posteriormente revisadas por computadores de


la Universidad de California, encontrándose que eran extraordinariamente precisas.

Cuando se le preguntó acerca de sus planes para el futuro, respondió, sonriendo:


"Bueno: cuando llegue el momento, la cremación". Al insistir más sobre el tema,
confesó finalmente que está ahora trabajando con el Dr. Robert S. Richardson, en un
libro intitulado Nuestra Galaxia, que aparecerá dentro de un año. Naturalmente este
libro promete también ser un éxito.

Llegado el momento, es difícil definir a Chesley Bonestell como persona… pues


pertenece a un escaso tipo humano. Pese a ser internacionalmente reconocido
(recientemente recibió una mención del Instituto de Investigaciones del Medio Este),
tiene una manera de ser modesta, nada presuntuosa, que recuerda la del poeta Carl
Sandburg. Su irreprimible sonrisa aflora repetidas veces, y su suave humor jamás es
mordaz, debido quizás al hecho de haber sido templado por el trabajo de toda una vida
en una disciplina que, como ocurre con muchos sabios (especialmente astrónomos)
parece haber mezclado en su carácter una actitud mental filosófica que no tiende a
hacerlo un hombre mundano, sino más bien uno universal.

Él ha considerado a la Tierra, desde el espacio, como un total y no como un


conglomerado de estados, por más tiempo y más arduamente que cualquier
astronauta, y la ha colocado en su correcta perspectiva en la escala cósmica; y
muchas veces ha visualizado en una cercana y despiadadamente detallada manera,
planetas más grandes que el nuestro, viajando alrededor de estrellas más poderosas
que nuestro sol. Todo esto ha contribuido a darle un punto de vista sobre la vida que es,
por decir lo menos, bastante más amplio en su campo que aquel de la persona común.

Mientras su trabajo bien podría ajustar a la definición que Ruskin hiciera del arte: “El
buen arte es aquello en que se juntan la mano, la cabeza y el corazón del hombre”,
Chesley Bonestell, como individuo, trae a la mente estos versos de Wordsworth:

¡Alta es nuestra vocación, amigo!


La Criatura Arte (sea que ella use la palabra
Como instrumento o la pluma de etéreos tonos preñada)
Demanda el servicio de una mente y un corazón,
Aunque sensitivos, aún, en su más débil porción,
Heroicamente contorneados.

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