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100 años de Relatividad

La obra maestra de Albert Einstein cumple 100 años


En noviembre de 1915, el físico alemán presentó en Berlín la Teoría
General de la Relatividad, que cambió la forma de ver el cosmos
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Daniel Mediavilla
25 NOV 2015 - 19:08 CET

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El 25 de noviembre de 1915, Albert Einstein presentó ante la Academia Prusiana de Ciencias, en Berlín, la
teoría que acabaría por culminar su mito. La Relatividad General era una continuación de la Especial, la idea
que había presentado diez años antes cuando era funcionario de la Oficina Suiza de Patentes. En aquel año
milagroso de 1905, Einstein mostró cómo el movimiento modifica la percepción del espacio y del tiempo, pero
la velocidad de la luz y las leyes de la física siempre son las mismas con independencia de la velocidad a la que
se mueva el observador.
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Con estos fundamentos, en 1907, Einstein tuvo la que consideró la idea más feliz de su vida. En uno de sus
famosos experimentos mentales, se dio cuenta de que una persona en caída libre y alguien que flota en el
espacio tendrían una sensación similar, como si la gravedad no existiese. Más adelante, observó también que
estar de pie sobre la Tierra, atraído por la fuerza de la gravedad del planeta, no sería muy distinto de encontrarse
en una nave espacial que acelerase para producir el mismo efecto.
A partir de esta intuición, Einstein se planteó que tanto la gravedad como la aceleración deberían tener la misma
causa, que sería la capacidad de objetos con mucha masa como los planetas o las estrellas para curvar un tejido
continuo formado por el espacio y el tiempo, dos dimensiones que durante milenios se habían considerado
separadas y absolutas en las que la materia existía e interactuaba. El efecto de esa curvatura y de los objetos
moviéndose sobre ella es lo que percibimos como la fuerza de la gravedad o, explicado en las palabras de John
Archibald Wheeler, el espacio le dice a la materia cómo moverse y la materia le dice al espacio cómo curvarse.

Cómo una teoría cambió la física

Las primeras consecuencias asombrosas de las teorías de Einstein llegaron pronto. Pocas semanas después de su
presentación en Berlín, Karl Schwarzschild, otro investigador alejado de las instituciones académicas, escribió a
Einstein mostrándole sus cálculos sobre cómo se comportaría el campo gravitatorio alrededor de una estrella de
acuerdo con la relatividad general. Schwarzschild, un físico reputado, había llegado a su conclusión calculando
en sus ratos libres mientras trabajaba como artillero en el frente ruso durante la Primera Guerra Mundial.
Además de mostrar la eficacia de las ecuaciones de Einstein para describir el mundo real, los resultados de
Schwarzschild sugerían la existencia de objetos cósmicos inesperados. Al calcular los efectos de la curvatura
del espacio-tiempo dentro y fuera de una estrella, observó que, si la masa de la estrella se comprimiese en un
espacio lo bastante pequeño, el tejido espaciotemporal parecía venirse abajo. Era la predicción inverosímil de
los agujeros negros, unos objetos a cuya atracción gravitatoria no puede escapar ni la luz y que ni siquiera
Einstein consideró posibles.

Un resumen: el espacio le dice a la materia cómo moverse y la materia le dice al espacio cómo curvarse

El primer gran experimento que sirvió para confirmar la validez de los planteamientos de la Relatividad General
fue el dirigido por el astrónomo británico Arthur Eddington en 1919. Durante un eclipse solar, observó que tal y
como predecía la teoría, la masa del Sol hacía que la luz procedente de las estrellas que se encontraban detrás de
la estrella se curvase. Se probaba así que un gran objeto era capaz de deformar el espacio-tiempo y que incluso
la luz debía desviarse para seguir la nueva geometría. Justo un año después de la gran guerra, un científico del
bando vencedor había dado la gloria con su esfuerzo a otro nacido en el país derrotado. A partir de ese momento
de alto valor científico y simbólico, el creador de las teorías relativistas se convirtió para siempre en el
científico más reconocible del mundo.

Pese a lo que se ha dicho en algunas ocasiones, Einstein, además de tener una capacidad para ver el mundo
distinta de la mayoría, era un gran estudiante y estuvo siempre entre los primeros de su clase. Pero también,
como casi todas las personas que alcanzan logros prominentes, tenía una ambición descomunal y no sentía
reverencia alguna por la autoridad. Cuando aún era un joven de 22 años y no había conseguido nada, no dudó en
dirigirse al físico Paul Drude para señalarle los errores de su teoría del electrón. “Apenas tendrá algo sensato
con lo que refutarme”, le escribió a su novia Mileva Maric. Drude tuvo la deferencia de contestarle, pero
rechazó sus objeciones y Einstein demostró que tenía un ego indestructible: “A partir de ahora, no me dirigiré a
este tipo de gente, y en su lugar les atacaré sin piedad en las revistas científicas, como se merecen”, le dijo a
Maric.

Claves del éxito de Einstein fueron su desdén por la autoridad y un ego indestructible

Con el tiempo, y sobre todo a partir de la presentación de la Teoría de la Relatividad, el propio Einstein se
convirtió en una de esas autoridades que él siempre había ignorado. En varias ocasiones, pese a haber sido
capaz de transformar la física con sus teorías, no quiso aceptar algunas de sus derivadas más revolucionarias.
Rechazó los agujeros negros, pero también se inventó una constante cosmológica para mantener el universo
estático, pese a que sus fórmulas decían lo contrario. Tampoco aceptó las ondas gravitacionales, unas
ondulaciones del tejido espacio temporal producidas por objetos cósmicos como los agujeros negros o las
estrellas de neutrones y le costó aceptar la teoría del Big Bang, planteada por físicos como George Lemaître y
consecuencia natural de las ideas presentes en la relatividad general.

Hace 100 años, Albert Einstein transformó nuestra visión del mundo, o al menos la forma en que los físicos son
capaces de entenderlo. Según cuenta Ignacio Fernández Barbón, investigador del Instituto de Física Teórica,
Einstein "era un genio, pero es probable que solo adelantase el descubrimiento de la Relatividad General en una
o dos décadas". El avance conjunto de la comunidad científica habría acabado por dar con aquella forma de ver
la realidad. Ni siquiera los genios como Einstein llegan a sus conclusiones desde la nada o son imprescindibles,
pero pocos dudan de que él fue el mejor del siglo.

Un eclipse para confirmar la Teoría de la


Relatividad General
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 20 julio 2015
 Ciencia, Física
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Uno de los hitos históricos de la ciencia de la luz que consideró la Asamblea General de las Naciones Unidas
al proclamar el año 2015 como Año Internacional de la Luz y de las Tecnologías basadas en la Luz es «la
incorporación de la luz en la cosmología mediante la relatividad general en 1915» , es decir, la celebración este
año del centenario de la publicación teoría de la relatividad general por Albert Einstein (1879-1955).

Como señala Adolfo de Azcárraga, presidente de la RSEF, en su libro En torno a Albert Einstein, su ciencia y
su tiempo, la teoría einsteniana contenía una predicción espectacular: la luz también poseía ‘peso’, es decir,
debía ser atraída y desviada por los cuerpos celestes». Puesto que la equivalencia entre aceleración y gravedad
se extiende a los fenómenos electromagnético y la luz es una onda electromagnética, los rayos luminosos
deberían curvarse en presencia de un campo gravitatorio. Einstein ya se dio cuenta de que la única forma
de verificar experimentalmente su predicción teórica era durante un eclipse total de Sol que permitiría
fotografiar una estrella cercana al Sol, sin la presencia de la potente luz solar. Pues bien, el 29 de mayo de 1919
habría un eclipse de Sol total desde algunos puntos de la superficie terrestre, lo que haría posible verificar esta
curvatura de los rayos de luz.
El primero en darse cuenta que el eclipse del 29 de mayo de 1919 era una oportunidad única para verificar la
teoría de Einstein fue Frank Dyson (1868-1939), astrónomo real británico y director del Royal Greenwich
Observatory. El astrónomo británico Arthur Eddington (1882-1944), científico de prestigio, cuáquero devoto,
pacifista convencido, director del Cambridge University Observatory y uno de los pocos que en aquellos años
entendía la relatividad general de Einstein, publicó en marzo de 1919 en la revista The Observatory el artículo
“The total eclipse of 1919 May 29 and the influence of gravitation on light”. En este artículo afirmaba que el
eclipse de Sol del 29 de mayo de 1919 sería una oportunidad excepcional para estudiar la influencia del campo
gravitatorio del Sol sobre un rayo luminoso proveniente de una estrella y así verificar la predicción de la teoría
de la relatividad general de Einstein, publicada en noviembre de 1915. Según esta teoría los rayos luminosos
rasantes a la corona solar deberían sufrir una desviación de 1.74 segundos de arco. Eddington también afirmaba
que si se pudieran tomar fotografías del eclipse, éstas podrían compararse con las que ya se habían tomado con
los telescopios de Greenwich y Oxford, que mostraban las mismas estrellas en sus posiciones reales, sin la
posible distorsión debida al campo gravitatorio del Sol. En este artículo Eddington también señalaba que si la
gravitación actúa sobre la luz, el momento lineal de un rayo luminoso cambiará gradualmente de dirección
debido a la acción de la fuerza gravitatoria, del mismo modo que sucede con la trayectoria de un proyectil.
Según la mecánica newtoniana la luz debería sufrir una desviación angular de 0.87 segundos de arco, es decir,
la mitad de la desviación predicha por la relatividad general.

Para intentar comprobar la desviación de los rayos de luz por un campo gravitatorio se llevaron a cabo dos
expediciones científicas británicas que emulaban a las de Malaspina, Cook y La Pérouse del siglo XVIII, la
expedición Challenger y la de Darwin a bordo del Beagle en el siglo XIX o a la expedición británica antártica –
conocida como expedición Discovery– de principios del siglo XX en la que participaron figuras como Ernest
Shackleton o el malogrado Robert Scott. Estas expediciones fueron organizadas por la Royal Astronomical
Society.

Frank Dyson fue el responsable de organizar ambas expediciones y cada una de ellas se dirigió a un lugar
próximo al Ecuador terrestre. El eclipse no era visible en Europa y aunque podía observarse como parcial
desde la mayor parte de Sudamérica y África, sólo era total si se observaba desde una estrecha franja que desde
el océano Pacífico, atravesaba Brasil, el océano Atlántico y el África Ecuatorial hasta el océano Índico. Una
expedición encabezada por Charles Davidson, asistente de Dyson en el observatorio de Greenwich, puso
rumbo a Sobral, en el estado de Ceará, en la costa noreste de Brasil, y otra encabezada por Arthur
Eddington a Isla del Príncipe, entonces perteneciente a Portugal y que hoy forma parte de un pequeño país
llamado Santo Tomé y Príncipe, en el Golfo de Guinea, y se estableció en una plantación de cacao en Roça
Sundy. Ambas expediciones partieron en marzo de Gran Bretaña, por lo que llegaron con tiempo de sobra a su
destino para hacer todos los preparativos necesarios para una correcta observación del eclipse. Éste duró 6
minutos y 51 segundos, uno de los más largos del siglo XX. Durante el eclipse se tomaron un gran número de
fotografías de estrellas alrededor de la corona del Sol (que normalmente no se verían a causa de su potente luz)
y cuyo posterior estudio necesitó de varios meses. Eddington fue el responsable del análisis de los datos
tomados en la Isla del Príncipe, mientras que Dyson lo fue de los de Sobral.

Frank Dyson (izquierda) y Arthur Eddington (derecha). Credito: AIP Emilio Segrè Visual Archives, W. F.
Meggers Collection.
Según la teoría de la relatividad general los rayos de luz que pasan cerca del Sol deben desviarse ligeramente,
porque la luz se curva debido al campo gravitatorio del Sol. Este efecto se puede observar experimentalmente
sólo durante los eclipses, ya que de lo contrario el brillo del Sol oscurece las estrellas afectadas. Se
compararon las posiciones reales y aparentes de unas trece estrellas y la conclusión fue tajante: el análisis
de las medidas obtenidas de la desviación de los rayos de luz confirmaba la influencia del campo gravitatorio
sobre la luz, tal y como predecía la teoría de Einstein. Se había verificado una de las predicciones teóricas
más espectaculares que se haya hecho jamás y además tan sólo cuatro años después de haberse realizado.
El físico, matemático y divulgador científico estadounidense Joseph P. McEvoy en su libro Eclipse publicado
en 1999 señala que “una nueva teoría del universo, la creación de un judio alemán que trabajaba en Berlín, fue
confirmada por un cuáquero inglés en una pequeña isla africana”. Eddington consideró que la verificación
experimental de la desviación de un rayo luminoso por el campo gravitatorio del Sol, que ya vislumbró a través
de un primer análisis de sus placas fotográficas cuando todavía se encontraba en la Isla del Príncipe, había sido
el mejor momento de su vida.

Eddington, junto con Dyson y Davidson, publicó los resultados de las medidas tomadas en las islas Sobral y de
Príncipe en enero de 1920 en un artículo titulado “A Determination of the Deflection of Light by the Sun’s
Gravitational Field, from Observations Made at the Solar eclipse of May 29, 1919” –que habían enviado el 30
de octubre de 1919– y fueron la prueba concluyente que validaba la teoría de la relatividad general de
Albert Einstein. El 7 de noviembre de 1919 el periódico londinense The Times anunciaba a bombo y platillo:
«Revolution in science/new theory of the universe/newtonian ideas overthrown» (Revolución en la
ciencia/nueva teoría del universo/las ideas newtonianas derrocadas). Tres días después, el 10 de noviembre de
1919 el New York Times publicaba «Light All Askew in the Heavens/Men of Science More or Less Agog Over
Results of Eclipse Observations/Einstein Theory Triumphs» (Luces colgando en el cielo/Hombres de ciencia
más o menos excitados por los resultados de las observaciones del eclipse/La teoría de Einstein triunfa).

Pero del éxito de la expedición y de sus conclusiones no sólo se hicieron eco los periódicos británicos y
estadounidenses. Casi en las antípodas de la Gran Bretaña, el periódico australiano Western Argus en su página
2 publicaba también el 20 de enero de 1920 «Revolution in science/new theory of the universe».

Las expediciones a Sobral e Isla del Príncipe, así como los resultados de las medidas tomadas durante el eclipse
total de Sol del 29 de mayo de 1919, habían traspasado fronteras y no sólo las de los países, sino también entre
los científicos y el gran público, catapultando a Einstein a la fama mundial. Había nacido una estrella gracias a
la desviación de la luz de otras estrellas.

El legado de Albert Einstein (1879-1955)


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 20 noviembre 2015
 Ciencia, Física
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Una colaboración especial de J. Adolfo de Azcárraga

Presidente de la Real Sociedad Española de Física. Profesor emérito de la Univ. de Valencia y miembro del
IFIC (CSIC-UV)

Newton, Darwin y Einstein son, seguramente, los más grandes científicos de la historia. También cabe
mencionar a James Watson y Francis Crick por descifrar en 1953 la estructura del DNA, cuya fundamental
importancia para copiar el material genético “no les pasó inadvertida”, como no olvidaron puntualizar. Y en un
plano muy diferente, no estrictamente científico, se encuentra el físico Timothy Berners-Lee por crear en 1989
en el CERN la world wide web, que ha producido una transformación social mucho más profunda que la
originada por Gutenberg en el s. XV. Todos ingleses, por cierto, salvo el estadounidense Watson (pero que
trabajó en Cambridge), y Einstein, alemán de nacimiento aunque renegó de su nacionalidad. Einstein se
encontraba fuera de Alemania cuando Hitler tomó el poder en 1933 y ya nunca regresó a ella. Dos años antes se
había publicado en Leipzig el libro Cien autores contra Einstein, ante el que comentó: “si estuviera
equivocado, con un solo profesor bastaría”. Y, en mayo de 1933, en autos de fe con portadores de antorchas, sus
libros ardieron junto con los de muchos otros autores, sobre todo judíos.

Einstein escribiendo las ecuaciones del campo gravitatorio en el vacio en torno a 1930

Suele creerse que los descubrimientos de Einstein fueron sólo de naturaleza teórica; ciertamente, es el físico
teórico por excelencia. Sin embargo, también han generado incontables aplicaciones prácticas, pues a toda
revolución conceptual le sigue siempre una gran revolución tecnológica, algo que deberían recordar quienes
insisten en que la investigación debe ser ‘práctica’. El “muy revolucionario” trabajo sobre el efecto
fotoeléctrico de 1905, la gran contribución de Einstein a la naciente física cuántica y la razón de su Nobel, es
la base de incontables aplicaciones. Pero la imaginación popular siempre ha vinculado a Einstein con la
relatividad. En 1905 (su Annus Mirabilis) desarrolló la Relatividad Especial, que resulta imprescindible
cuando intervienen velocidades muy grandes, comparables a la de la luz, donde la mecánica de Newton ya no es
adecuada. Sus consecuencias (E=mc² aparte) son muy profundas, pues la relatividad modifica el carácter
absoluto y separado del espacio y del tiempo newtonianos, que en ella se funden en un único espaciotiempo.
Como señaló en 1908 Hermann Minkowski, antiguo profesor de Einstein en el Politécnico de Zúrich, “sólo
esa unión retiene una entidad independiente”. Más aún: la ‘fuerza’, base de la mecánica de Newton, acabará
cediendo su protagonismo en favor del ‘campo’. El nombre de ‘relatividad’, sin embargo, es poco feliz: la teoría
resalta lo que es invariante bajo ciertas condiciones, las leyes físicas, que por tanto (y afortunadamente), no son
‘relativas’. Ortega y Gasset –que acompañó a Einstein en su visita a España en 1923- apreció enseguida este
aspecto. El propio Einstein utilizó ocasionalmente Invariantentheorie, pero ya era tarde para cambiar el nombre
de ‘relatividad’, ya establecido.

Albert Einstein en Toledo, 6 de marzo de 1923 / Imagen: Fundación Ortega y Gasset

Sin embargo, la obra cumbre de Einstein, cuyo centenario celebramos, es la Relatividad General (RG).
Conceptualmente, las ecuaciones de la RG son sencillas: geometría = materia, es decir, la distribución de
materia determina la curvatura del espaciotiempo; se puede decir que la gravedad es la dinámica del
espaciotiempo. Como teoría del campo gravitatorio, la RG es la base de cualquier consideración
cosmológica o astronómica; por ejemplo, da cuenta del perihelio anómalo de Mercurio, inexplicable por la
mecánica newtoniana. Pero también tiene consecuencias inesperadas, desde filosóficas, pues invalida el
apriorismo kantiano sobre la pretendida naturaleza euclídea del espacio (y de paso cuestiona cualquier otro
conocimiento a priori), hasta otras bien mundanas: la precisión del GPS sería imposible sin la RG. De hecho, si
los aparatos que utilizamos indicaran el nombre del científico cuyos descubrimientos permiten su
funcionamiento, el de Einstein sería omnipresente.

Todos los grandes avances de la física moderna -relatividad, teoría cuántica, cosmología- nacieron en el primer
tercio del siglo XX. Las contribuciones de Einstein a esos campos fueron mayores que las de cualquier otro
científico. También se equivocó alguna vez, claro, incluso por juzgar erróneo lo que no lo era. Su oposición
inicial a la expansión del universo le movió a introducir en 1917 la famosa constante cosmológica, en el lado
geométrico de las ecuaciones de la RG, para describir un universo estático, entonces la creencia más común
hasta que la Ley de Hubble de 1929 (predicha por Georges Lemaître) mostró la expansión del universo. Según
manifestó Einstein a George Gamow, esa constante fue “el mayor error de su vida”. Pero el verdadero error de
Einstein no fue introducirla, sino no apreciar que su solución estática no era válida como tal por ser
inestable. Hoy, la constante cosmológica ha resurgido en el lado derecho de las ecuaciones de la RG (materia)
como la ‘energía oscura’ que forma un 70% del universo y que es responsable de la aceleración de su
expansión, observada en 1998. Sin embargo, conocer la verdadera naturaleza de la constante cosmológica y
ajustar su valor constituye un reto fundamental. Tampoco acertó Einstein en su manifiesta hostilidad a los
agujeros negros (hoy menos negros por la radiación de Hawking, resultado de considerar aspectos cuánticos),
quizá porque indicaban que su teoría de la RG no era definitiva. Al margen de anticipaciones newtonianas y de
importantes contribuciones basadas en la RG de Karl Schwarzschild, Lemaître, Chandrasekhar y otros, la
física de los agujeros negros (cuyo nombre, de 1968, se debe a John A. Wheeler) comienza en 1939 con el
estudio del colapso estelar por Robert Oppenheimer (el futuro director científico del proyecto Manhattan) y
Hartland Snyder. Hoy hay evidencia de numerosos agujeros negros; por ejemplo, hay uno supermasivo en el
centro de nuestra galaxia (la Vía Láctea), Sagitario A* o Sgr A*, con una masa de cuatro millones de soles.

Sagittarius A* es un agujero negro en el centro de nuestra galaxia / Créditos: X-ray: NASA/UMass/D.Wang et


al., IR: NASA/STScI

Finalmente, aunque Einstein observó que sus ecuaciones de la RG daban lugar a ondas gravitatorias (como las
de Maxwell a ondas electromagnéticas), cuestionó su existencia: en 1974 fueron observadas indirectamente
estudiando el púlsar binario PSR B1913+16. Hoy se intenta detectar directamente las ondas gravitatorias
primordiales producidas tras el Big Bang, lo que permitirá comprobar aspectos esenciales de la gravedad y de la
expansión del universo en sus inicios, antes del origen de la radiación de fondo. Ésta comenzó su viaje
380.000 años tras el Big Bang, cuando el universo se hizo transparente; es, por tanto, la luz más antigua del
cosmos. Pero éste ya lo era antes para las ondas gravitacionales que, por tanto, permitirán ‘ver’ el universo en
sus comienzos, con anterioridad a las imágenes proporcionadas por la astronomía óptica y la radioastronomía.

Como es natural, Einstein no fue ajeno a su tiempo: la física de las partículas elementales, esencial en muchos
avances, no se había desarrollado todavía. Sus fracasados intentos de aunar la gravedad y el
electromagnetismo, quizá condicionados por su disgusto ante la mecánica cuántica ‘ortodoxa’, hubieran
seguido hoy otras vías. Ese rechazo surgía porque, pese a sus ecuaciones deterministas, la mecánica cuántica
presenta aspectos probabilísticos: la función de onda, cuya evolución sí es determinista, no es lo directamente
observable, siendo en el proceso la medida donde entran las probabilidades. Por ello, Einstein creía –frente a
Bohr y Heisenberg, los padres de la interpretación ‘ortodoxa’ de Copenhague de la mecánica cuántica- que ésta
no proporcionaba una descripción completa de la realidad física: “Dios no juega a los dados”, decía. Esa íntima
convicción, siempre mantenida, contribuyó a su progresivo aislamiento científico. Pero hoy, sin embargo, el
problema de la medida en la mecánica cuántica continúa siendo un reto. La independencia de criterio de
Einstein, que tan útil le había sido, le indujo a continuar solo su camino. De hecho, Einstein fue un solitario
personal y científicamente; por eso no dejó escuela, como otros físicos muy originales como Paul Dirac o
Richard Feynman, también premios Nobel. “Quizá me he ganado el derecho a cometer mis propios errores”
ironizó Einstein en alguna ocasión. Pero ni todos fueron tales, ni rebajaron un ápice su estatura científica: nadie,
ni siquiera él, podía acertar siempre ante problemas tan profundos como los que ocuparon su mente.

Einstein gozó de una extraordinaria popularidad, sobre todo tras la confirmación en 1919 de la desviación de luz
estelar por el Sol que predecía su RG. Asediado por periodistas y fotógrafos, llegó a comentar que su profesión
era la de ‘modelo masculino’ y, como si de un moderno oráculo se tratase, no rehuía responder a las preguntas
más dispares. En el ámbito familiar, sin embargo, el Einstein europeo no alcanzó cotas elevadas: ni siquiera su
dedicación a la ciencia permite excusar algunos aspectos de su comportamiento. En lo social, Einstein se
inclinaba por la socialdemocracia, mostrando una gran preocupación e integridad; como dijo C.P. Snow,
era unbudgeable (inamovible). También tuvo que enfrentarse a situaciones extremas: el 2-VIII-1939 abandonó
su probado antibelicismo para escribir al presidente Roosevelt la carta que contribuyó a iniciar el proyecto
Manhattan y, finalizada la guerra, regresó a sus convicciones pacifistas. En 1959, días antes de su muerte y en
plena guerra fría, firmó un manifiesto con Bertrand Russell que daría lugar a las conferencias de Pugwash.
Su conciencia determinó su conducta pública: censuró el régimen de Stalin, la segregación racial en Estados
Unidos como “enfermedad de los blancos, no de los negros” y criticó el Macartismo, al que oponía la
resistencia civil. En 1952 Einstein rechazó la presidencia de Israel: “conozco algo sobre la Naturaleza, pero
prácticamente nada sobre los hombres”, sentenció. Aceptada literalmente, esa afirmación podría explicar su
bienintencionada pero utópica creencia en la necesidad de un gobierno universal; hubiera sido interesante
conocer su opinión, si llegó a leerlo, sobre el 1984 de Orwell, quien tenía una visión mucho más sombría de los
supergobiernos. Quizá las bases evolutivas de la naturaleza humana, poco proclives al ideal rousseauniano del
buen salvaje, o la teoría de la evolución en general, no suscitaron el interés de Einstein; sí habían atraído antes –
y mucho- al gran físico Ludwig Boltzmann, 35 años mayor que Einstein y admirado por éste.

Ante los logros einsteinianos cabe la misma admiración que Feynman expresó ante las ecuaciones de Maxwell:
“con el paso del tiempo, incluso la guerra civil americana quedará reducida a una insignificancia provinciana
comparada con este descubrimiento de la misma época”. En los cien años transcurridos desde la RG, la física
ha realizado grandes avances en el camino de la unificación de sus leyes y de la geometrización de la
Naturaleza que el propio Einstein trazó. Los problemas fundamentales que él no pudo resolver determinan
todavía las fronteras del conocimiento. Muchos físicos consideran que la estructura de la mecánica
cuántica, que nunca le satisfizo, aún no es definitiva; Einstein contemplaría hoy el desarrollo de la segunda
revolución cuántica con gran interés (y una sonrisa). La gravedad cuántica, necesaria unión de dos teorías aún
inmiscibles, espera la llegada de un nuevo Einstein; entretanto se rastrean sus pistas en los orígenes del
universo, desde observatorios en el polo Sur y con el satélite Planck. Estas nuevas medidas de la radiación
cósmica de fondo están poniendo a prueba los modelos de inflación (la brevísima expansión exponencial del
universo primitivo) y su conexión con la física de partículas, la gravedad cuántica y, quizá, hasta con la teoría
de cuerdas. Así se podrá ir más allá de la teoría de la RG de Einstein que, por no ser cuántica, ha de
considerarse como una aproximación de una teoría más completa. Por todo ello, ante la envergadura de los retos
planteados y la frecuente banalización del conocimiento y la Cultura, cabe concluir recordando lo que el propio
Einstein afirmó en 1952 y le es aplicable a él mismo: “sólo hay unas cuantas personas ilustradas con una
mente lúcida y un buen estilo en cada siglo. Su legado es uno de los tesoros más preciados de la
humanidad…No hay nada mejor para superar la presuntuosidad modernista”.

n evento para recordar la teoría que cambió el


mundo
EL PAÍS, 'Materia' y OpenMind celebran los 100 años de la teoría de
la relatividad general en un acto en Madrid con cinco grandes
personalidades de la física mundial
El evento se podrá seguir en 'streaming' en español e inglés
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El País

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18 NOV 2015 - 12:13 CET


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El 25 de noviembre de 1915, Albert Einstein presentaba ante la Academia Prusiana de las Ciencias un artículo
que iba a cambiar para siempre la forma que tenemos de entender el tiempo y el espacio. Proclamaba que la
materia le dice al espacio cómo curvarse, mientras el espacio le dice a la materia cómo moverse. La teoría de la
relatividad general es, cien años después, uno de los grandes logros de la historia de la humanidad, y aún sigue
siendo objeto de enormes polémicas en la comunidad científica.
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EL PAÍS, Materia y OpenMind, la comunidad del conocimiento de BBVA, quieren celebrar el logro de Einstein
y debatir sobre sus implicaciones con un gran evento en Madrid. La noche de la ciencia es una oportunidad
única para escuchar las reflexiones de cinco grandes físicos de talla mundial sobre la teoría de la relatividad, el
impacto que tuvo en la física de su tiempo y los debates que aún genera en la actualidad, así como sobre la
figura de Einstein, y su influencia sobre la cultura, el arte y la política.

En el debate de La noche de la ciencia, que será moderado por Patricia Fernández de Lis, redactora jefa de
Ciencia y Tecnología de EL PAÍS, participan los siguientes ponentes:

David Gross. Físico teórico y premio Nobel de Física 2004. Es director de la cátedra de Física Teórica y
antiguo director del Instituto Kavli para Física Teórica de la Universidad de California, Santa Barbara. Junto
con Frank Wilczek y David Politzer recibió el premio Nobel de Física en 2004 por el descubrimiento de la
libertad asintótica, la responsable de la cohesión de los núcleos de los átomos. Su estudio desveló que si los
quarks se encuentran muy unidos, la fuerza es tan mínima que prácticamente pueden moverse libremente. La
Academia sueca consideró entonces que este descubrimiento "pone a la física un paso más cerca de completar el
gran sueño de formular una teoría unificada del todo, que también incluya la gravedad", uno de los grandes
desafíos que planteó la teoría de Einstein.

José Luis Fernández Barbón. Investigador científico del Instituto de Física Teórica CSIC/UAM. Doctor en
Física Teórica por la Universidad Autónoma de Madrid, ha trabajado como investigador en la Universidad de
Princeton, la Universidad de Utrecht y la Universidad de Santiago de Compostela, y ha sido investigador de
plantilla de la división de física teórica del CERN. Es autor del libro Los agujeros negros.

La teoría de la relatividad cumple años

 Cuando Einstein “vio la luz”

 El año milagroso de Einstein

 La belleza cumple un siglo

Hanoch Gutfreund. Profesor de física teórica y antiguo presidente de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Gutfreund es uno de los mayores expertos mundiales en la figura de Albert Einstein; es el autor, junto a Jurgen
Renn, de los libros The Road to Relativity: The History and Meaning of Einstein's 'The Foundation of General
Relativity' y de Relativity: The Special and the General Theory, ambos publicados este año por Princeton
University Press. Es el titular de la cátedra Andre Aisenstadt Chair en física teórica desde 1985.

Manuel Lozano Leyva. Catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear en la Facultad de Física de la
Universidad de Sevilla. Es autor de más de un centenar de artículos científicos de su especialidad. Ha sido
vicerrector de investigación de su universidad y ha representado durante seis años a España en el comité de
expertos de física nuclear de la European Science Foundation. Uno de los mejores divulgadores científicos de
España, Lozano Leyva ha publicado El cosmos en la palma de la mano (2002; Debolsillo, 2009); De
Arquímedes a Einstein (Debate, 2005); Los hilos de Ariadna (Debate 2007); Nucleares ¿por qué no? (Debate,
2009) y el ensayo digital Lecciones de Fukushima (EnDebate, 2011). Lozano Leyva forma parte del consejo
editorial de Materia.

Jean-Pierre Luminet. Astrofísico y director de investigación del CNRS. Este astrofísico francés es un
especialista reconocido mundialmente por sus trabajos en cosmología y gravitación relativista, como autor de la
teoría del "universo arrugado". Miembro del Laboratorio de Universo y Teorías (LUTH) del Observatorio de
París-Meudon, Luminet ha realizado importantes descubrimientos relacionados con la cosmología, la
emergencia del universo y los agujeros negros. Además, es poeta, novelista y divulgador científico, labor por la
que ha sido nombrado oficial de la Orden de las Artes y las Letras de su país.

El evento se celebrará en Madrid el próximo 25 de noviembre, en la Fundación Giner de los Ríos, a partir de las
19h, y se podrá seguir en streaming en español en la web de EL PAÍS, y también en español e inglés en la web
de OpenMind. Además, los espectadores podrán hacer preguntas y comentarios en Twitter a través del hasthtag
#Relatividad100. La asistencia es gratuita, y el aforo es limitado; se puede confirmar la asistencia en el correo
eventos@elpais.es.
OpenMind es un proyecto de BBVA para fomentar la difusión de la cultura y la ciencia. Para ello, la comunidad
cuenta con una página web en la que todos los contenidos están disponibles de manera gratuita en español y en
inglés, incluyendo todos los libros de la serie OpenMind y distintas publicaciones sobre ciencia, tecnología,
medio ambiente, economía y humanidades.

Este acto forma parte del Especial 100 años de relatividad general, en el que EL PAÍS, Materia y OpenMind
van a publicar reportajes, artículos de divulgación y opinión, vídeos, fotogalerías e infografías para explicar cuál
ha sido el significado de este gran avance para la historia de la ciencia.

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