Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El profesor español de Filosofía de la Educación Jorge Larrosa realiza una relectura de Michel
Foucault quien analiza los mecanismos que “transforman a los seres humanos en sujetos”. La
persona humana se fabrica en el interior de ciertos aparatos (pedagógicos) de subjetivación, es
decir, existen teorías y prácticas pedagógicas que producen personas. Por esta razón, el “sujeto
individual” es un “dato” problemático y no puede analizarse independientemente de los discursos y
prácticas donde se constituye en lo que es. Por lo tanto, la idea de lo que es ser una persona, o un
yo, o un sujeto, es histórica y culturalmente contingente, aunque nos parezca algo “natural”.
Ahora bien, ¿qué es lo contingente? ¿Son las ideas, los comportamientos? Foucault va más allá y
afirma que no se trata de las ideas ni de los comportamientos sino de algo que los hace posibles y
es la: “experiencia de sí”, que también es histórica y culturalmente contingente y adopta formas
singulares. Por tanto, las prácticas pedagógicas serían espacios institucionalizados donde la
verdadera naturaleza de la persona humana en tanto que autoconsciente y dueña de sí misma
puede desarrollarse. Entendemos por “contingente” algo que puede suceder o no suceder.
Lo que Foucault va a señalar es la relación entre saber y poder en cuyo interior se produce el sujeto.
En su perspectiva, la experiencia de sí se constituye cuando un determinado dominio o materia es
focalizado como objeto de atención, cuando determinados estados o actos del sujeto son tomados
como el objeto de alguna consideración práctica o cognoscitiva.
Surge así uno de los conceptos claves del filósofo que es la “visibilización” que se realiza por
cualquier forma de la sensibilidad. Dice Larrosa que podemos extender esta metaforización de la
visión a la reflexión, a eso de “verse a uno mismo”. En la pedagogía suele fomentarse en los niños,
las niñas, el autoconocimiento a través de la pregunta “¿cómo me veo?” y esa pregunta se deriva
en un “hablar” o “escribir”, es decir a través de la expresión es como “mostrar”, “hacer ver” a los
otros sacando hacia afuera lo que él ha “visto” primero en su propio “interior” poniéndole nombre
“re-presentándolo” a través del lenguaje.
Sin embargo, tanto la “visión” como la “representación” significan una caracterización de la
subjetividad, pero la conciencia y la autoconciencia humana no implican solo una tipología del yo,
sino toda una construcción de la identidad personal que está articulada temporalmente.
Aparece entonces el recuerdo que no es una “huella”, o un rastro que podamos mirar como un
álbum de fotos, el recuerdo implica imaginación y composición, implica un cierto sentido de los
que somos, implica cierta habilidad narrativa. “Narrare” significa algo así como “arrastrar hacia
adelante” lo que se ha visto y el “que ha visto” es lo que significa también la expresión griega "istor“
de la que viene “historia” e “historiador”. Se entrelazan así el ver y el saber, la imagen del hablar
como “representar” lo visto.
La comprensión de la propia vida como una historia que se despliega, y la comprensión de uno
mismo como el personaje central de esa historia, son algo que se produce en esos constantes
ejercicios de narración y autonarración en que nos implicamos cotidianamente.
Por todo esto es que Larrosa afirma que la historia de las formas en que los seres humanos han
construido narrativamente sus vidas y, a través de eso, su autoconciencia, es también la historia de
los dispositivos que hacen a los seres humanos contarse a sí mismos de determinada forma, en
determinados contextos y para determinadas finalidades. La historia de la autonarración es
también una historia social y una historia política.
A lo largo de la trayectoria de formación han estado trabajando sobre la autonarración a través del
cuaderno de bitácora y de las narrativas sobre las biografías escolares y sus prácticas. Retomamos
este aspecto contingente, histórico y narrativo de la construcción de la subjetividad, hecha
autoconsciente, porque el eje de esta segunda unidad es la constitución del posicionamiento
docente. Este proceso que se inició con el análisis de la biografía escolar requiere, a partir de ahora,
la revisión constante de las propias prácticas y de la experiencia de sí, durante todo el desempeño
profesional.
El foco de atención estará entonces en el proceso de enseñanza del cual el docente es responsable.
Y así como hablamos de la historicidad en el autosocioanálisis también hablamos de la historicidad
en el enfoque pedagógico de nuestras clases.
El Diseño Curricular de la Formación Docente manifiesta que el Campo de los Saberes a Enseñar
debe articular el dinamismo histórico-crítico en la construcción de saberes con el carácter
constitutivo de la enseñanza de los mismos. También aquí está implicado el binomio señalado por
Foucault de saber y poder.
Continúa el Diseño afirmando que las áreas de conocimiento se caracterizan por las continuas
revisiones a que son sometidas por la actividad científica y académica, razón por la cual, no son
neutrales ni naturales, por el contrario, asumen un carácter político y son constantemente
transformadas según los fines de la educación que la Política educativa defina. En el caso del
currículum, la inclusión social y educativa como horizonte, solo será posible a través de un trabajo
pedagógico de construcción colectiva del conocimiento, constituyendo alumnos, alumnas y
docentes en sujetos de este proceso y tomando la realidad, no como algo dado, sino como
construida y por lo tanto objeto de problematización constante.
3. La historicidad como constitutiva de los sujetos y los saberes: Con el fin de avanzar en la
reflexión sobre la práctica pedagógica acudimos a Isabelino Siede quien analiza la relación
existente entre los “propósitos” y las “estrategias” por lo cual esclarecemos dos cuestiones, la
primera es que los propósitos implican un posicionamiento frente a los sujetos de aprendizaje y
frente a los saberes a enseñar, es decir, portan un sentido político, y la segunda es que las
estrategias no son neutrales, sino que responden a esos propósitos. Si se quiebra esa relación, o
si no hay coherencia entre ellos no existe la posibilidad de transformación. A menudo se piensa
más en las herramientas didácticas sin haber esclarecido primero cuál es el sentido ético político
de esa enseñanza, entonces deriva muchas veces en desajustes o fracasos.
En ese caso deberemos buscar las herramientas y estrategias que se orienten a la constitución de
ese tipo de subjetividades y de ciudadanía.
Siede identifica distintos modelos de ciudadanía en la educación argentina y por consiguiente los
medios para lograrlo.
“La vara no era un método poco político, sino, por el contrario, un símbolo y anticipo de las
relaciones de poder que se establecían entre docentes y alumnos, como entre el gobierno y el
pueblo” afirma Siede. Pero la mayor efectividad se da cuando los niños internalizan las
representaciones sobre su lugar en la vida social y reprimen todo deseo emancipatorio, junto con
cualquier mínimo gesto de libertad.
Un método menos agresivo es el que apela a generar emociones y sentimientos vinculados con la
vida política, herramienta basada en una educación moral tendiente hacia la empatía con los otros.
En estos últimos años se habló mucho de la educación emocional buscando suscitar en los niños
y niñas actitudes de aceptación de las adversidades, disfrute de la incertidumbre y respeto. No deja
de ser un dispositivo manipulador que oculta los intereses del statu quo al separar la vida afectiva
de la vida política. Ejemplos de esta postura los encontramos, durante la dictadura cívico militar, en
la utilización de las emociones para lograr la adhesión de la ciudadanía, como fueron, tanto el caso
del Mundial de Futbol como el de la guerra de Malvinas. En ambos casos encontramos la
efectividad (aunque momentánea) ya que la emoción patriótica obturó la posibilidad de analizar
racional y razonablemente la realidad. Si bien no son métodos tan degradantes como los castigos,
no promueven la autonomía ni el pensamiento reflexivo crítico que requiere la vida democrática.
Como bien afirma Siede, la escuela no inaugura la construcción de las representaciones, los niños
y niñas llegan con prejuicios asimilados en su vida previa al ingreso, por lo cual, la ardua tarea
docente en la formación ético política será, en primer lugar, tematizar esas representaciones para
desnaturalizarlas, desmitificarlas y confrontarlas si fuera necesario y en segundo lugar, propiciar la
búsqueda colectiva de alternativas que transformen la sociedad cuestionando las desigualdades,
reclamando por una más justa distribución de la riqueza, y rechazando las actitudes de
discriminación, xenofofia y violencia hacia el que piensa distinto.
Esta clase será completada por la lectura de los parágrafos “De problemas y contenidos” y “Hacia
una didáctica de lo político” que son parte del capítulo 7 que estuvimos trabajando.
BIBLIOGRAFÍA
SIEDE, I. (2007) La educación política. Buenos Aires. Paidós. Cap. 7 “Lo público como contenido y
herramienta”.