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«En tiempos complicados, la cultura peligra»

Nacida en Madrid, criada en Campo de Criptana y afincada en Sevilla, María


Zaragoza es la flamante ganadora del Premio Azorín de Novela 2022. Su obra «La
biblioteca de fuego» es un homenaje a las bibliotecarias y archiveras que
participaron en el salvamento del tesoro artístico y bibliográfico de España
durante la Guerra Civil

En el efervescente Madrid de los años treinta, Tina sueña con convertirse en


bibliotecaria. Junto con su amiga Veva, se adentrará en un mundo de cabarets y clubs
feministas, libros malditos y viejos fantasmas. Así descubrirán la Biblioteca Invisible,
una antigua sociedad secreta que vela por los libros prohibidos.
Pronto Madrid se convierte en una ciudad sitiada, donde la cultura corre más peligro
que nunca. En medio de una guerra que lo arrasa todo, Tina vivirá una historia de amor
clandestina que marcará el resto de su existencia mientras trata de proteger los libros no
sólo de los incendios y las bombas, sino también de la ignorancia y los saqueadores.
Este es, a grandes rasgos, el argumento de La biblioteca de fuego, la novela con la que
la escritora María Zaragoza se ha alzado con el Premio Azorín de Novela —a la
convocatoria de 2022 se han presentado 223 obras—; un sincero homenaje a quienes
arriesgaron sus vidas para preservar el tesoro de nuestras bibliotecas. Hablamos con la
autora nacida en Madrid, criada en Campo de Criptana y afincada en Sevilla.

Tras un prólogo que corta la respiración, La biblioteca de fuego arranca en mayo


de 1930 y se prolonga hasta septiembre de 1939, unos años que marcaron la vida
de los españoles durante todo el siglo XX. ¿Cómo afrontar un periodo histórico tan
complejo en poco más de quinientas páginas y al mismo tiempo hacerlo atractivo
para el lector actual?

Creo que al final toda novela histórica habla del tiempo que vive su autor. Por
desgracia, tendemos a repetir las historias una y otra vez, no de manera idéntica, pero lo
suficiente como para poder agarrarnos a los detalles y recrear el resto. Ha sido un arduo
trabajo tener que aceptar que los derechos y las libertades que se adquieren en un
momento dado pueden borrarse de un plumazo, a veces violentamente. Los primeros
años treinta estuvieron llenos de esos avances y luego llegó la guerra.

Uno de los aciertos de la novela es que está narrada en primera persona, lo que
permite conectar rápidamente con su protagonista. ¿Quién es Tina Vallejo?

Tina Vallejo es una chica bien de provincias que siempre ha querido ser bibliotecaria y,
para su sorpresa, tiene permiso de su familia para estudiar en Madrid. Al principio no
sabe nada, está llena de prejuicios e ideas preconcebidas, pero rápidamente conecta con
ese mundo en constante evolución que encuentra de la mano de su amiga Veva. Eso
hace que se termine convirtiendo en una persona ordinaria que toma decisiones
extraordinarias.
Otro de los grandes personajes del libro es precisamente Genoveva Villar, por
cierto el seudónimo que utilizaste para presentar el manuscrito al Premio Azorín…

Veva, o Genoveva Villar, es probablemente uno de los personajes que más me ha


divertido crear. Es una de esas personas que son revolucionarias sin saberlo, que
rompen moldes sólo siendo como son, sin ningún tipo de artificio. También es insegura
y vulnerable, pero jamás lo parece a ojos de Tina, una amiga que quizá la idealiza.

Los primeros capítulos del libro son un recorrido por la vanguardia que se
respiraba en el Madrid anterior a la guerra, un escenario por el que desfilan
mujeres como María de Maeztu, María Teresa León o María Lejárraga, quienes,
tras años en el olvido, hoy vuelven a resurgir gracias a novelas y documentales
impulsados precisamente por mujeres.

No se puede decir que en los años treinta la mujer tuviera todo solucionado, pero sí que
se consiguieron muchos derechos, como el derecho al voto o el divorcio. Cuando llegó
el franquismo, todo eso desapareció como si nunca hubiera ocurrido, hasta el punto de
que se anularon los divorcios que se habían concedido durante la República, de tal
forma que las mujeres volvían a estar casadas con sus antiguos maridos. Y si una se
había casado con un divorciado, pasaba a ser una adúltera, y sus hijos ilegítimos. No es
de extrañar pues que las mujeres que hicieron algo para mejorar la situación de sus
semejantes o que destacaron en lo intelectual fueran simplemente ignoradas durante
años. Así es como se borra a las personas del relato. A menudo esas personas borradas
son mujeres.

Otros personajes reales que se mencionan en la novela son Zenobia Camprubí,


Fernando Villalón y Luis Menéndez Pidal, aunque quedan eclipsados ante la
fuerza arrolladora de Federico García Lorca. ¿Cómo se te ocurrió conectar al
poeta granadino con la trama protagonizada por Tina?

Porque a Lorca le censuraron una obra de teatro y mi libro hablaba de libros censurados.
Encontrar esa historia fue un hallazgo que no podía dejar pasar.

A partir de la página 252, el tono de la novela cambia radicalmente. El viaje nos


traslada a julio de 1936, y la prosa se vuelve de arte mayor para narrar unos
episodios en los que cuesta distinguir a los buenos de los malos. ¿Qué fue lo más
difícil a la hora de abordarlos?

Lo más difícil fue transmitir la idea de que, en tiempos complicados, la cultura peligra y
sólo unos pocos locos maravillosos se dedican a salvaguardarla. Locos maravillosos de
los que nunca nos acordamos, ocupados en el relato bélico. No quería hacer una historia
de guerra, sino de amor a la cultura. El reto era no dejarme arrasar por los datos que
tenía, sino entresacar de ahí debajo la pasión de estos personajes que interpusieron sus
cuerpos entre los libros y las balas.

Más allá de sus inolvidables personajes, la verdadera protagonista de la novela es


la literatura, la «hermana pobre» de las Bellas Artes, que hay que proteger de una
barbarie que no entiende de bandos. Aquí es cuando cobra más valor la Biblioteca
Invisible…

Cuando cobra más valor la Biblioteca Invisible que me inventé, y la Junta de


Salvamento del Tesoro que sí existió. El espíritu de la República estaba muy ligado a la
cultura y en especial a los libros, que se consideraban un arma contra el fascismo. Sin
embargo, hubo que hacer campañas de concienciación para que la gente furiosa
entendiese que la cultura es de todos; hay que tener en cuenta que hablamos de una
época con tasas de analfabetismo de casi la mitad de la población. La Junta de
Salvamento del Tesoro salvaba a menudo las obras de arte y bibliotecas de su propia
gente. Por otro lado, el bando fascista consideraba la cultura una amenaza. Su purga de
bibliotecas no fue caótica, sino estudiada y ordenada con el fin último de construcción
del relato. Considero que la ignorancia y el tener un plan prefijado son dos tipos
bastante distintos de barbarie.

Resulta curioso que hasta la publicación de tu novela no hayamos tenido noticia de


la labor realizada por esos hombres y mujeres que se jugaron el tipo para salvar la
cultura en tiempos de guerra. ¿A qué crees que se debe?

La exposición del museo de El Prado, la de la Biblioteca Nacional y el documental


sobre las cajas con el tesoro pusieron de relevancia a esos héroes anónimos de la
cultura, y hay algunas historias que lo mencionan, como un capítulo maravilloso de El
ministerio del tiempo, por ejemplo. Supongo que mi aproximación se centra en las
bibliotecarias y archiveras porque fueron doblemente borradas, ya que lo fueron
también como mujeres. En cualquier caso, terminada la guerra, el relato oficial fue que
ese salvamento había sido en realidad un expolio, así que resulta natural que se hiciera
todo lo posible por borrar a sus protagonistas, ya que sabían lo que de verdad habían
hecho.

En cierto modo, tu historia recuerda a la de los Monuments Men, grupo aliado


creado para proteger y recuperar el arte expoliado por los nazis, que cuenta
incluso con una película dirigida por George Clooney. ¿Ves posible una adaptación
de tu novela al cine o la televisión?

El cómo se realizó nuestro salvamento fue luego adaptado en guerras posteriores, así
que el paralelismo es acertado. Creo que una adaptación siempre es posible y además es
un regalo, ya que permite asomarse a la interpretación que los lectores han hecho del
texto de forma muy gráfica. De momento yo espero que el libro guste; si lo otro llega,
bienvenido será.

Por último, ¿qué sentiste cuando el presidente del jurado, Juan Eslava Galán, dijo
que La biblioteca de fuego es «una de las mejores novelas de las 29 ediciones del
Premio Azorín»?

Lo tenía al lado y me tocaba hablar después, no sé cómo fui capaz. Me emocioné


muchísimo, pero al mismo tiempo debo reconocer que sentí alivio. Él es un experto en
la época y tuvo esas generosas palabras para mi texto: el libro pasaba una gran prueba
de fuego, nunca mejor dicho. Las llevaré siempre en el corazón, porque cada vez que
me acuerdo me animan a seguir.

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