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ALAIN FINKIELKRAUT
Cuando escucho los eslóganes de la revolución digital,
cuando miro –¿cómo no hacerlo?– sus innumerables
filmes publicitarios, tengo la penosa impresión de
vivir en el reino de los muertos, de ser el sobrevi-
viente un poco aturdido de un mundo sepultado, un
sobreviviente de la Atlántida.
Estos eslóganes y estos filmes, extáticos e impiado-
sos, me recuerdan mi condición de vestigio, de fósil,
de residuo, de reliquia, de anacronismo, de hombre
de las cavernas, de dinosaurio, de noble destituido...
Según ellos, soy el testimonio encarnado del Antiguo
Régimen, de la comunicación anterior a la intercone-
xión, de la vida mutilada anterior a la vida.com.
Sólo de mí depende, es cierto, formar parte de la
generación Internet, ya que, precisamente, es trans-
generacional. Se me pide una sola cosa: estar ready.
Pero, es cierto, me resisto, me empecino, sigo
obstinadamente desconectado de las “fuerzas vivas”:
al mantenerme a distancia de las máquinas, me
atrinchero, en cierto modo, en lo perimido, me afe-
rro a mi lapicera, a mis papeles y a mis queridos
amigos, los libros.
18 ALAIN FINKIELKRAUT . PAUL SORIANO
4 Calmann-Lévy, 2000.
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5 Ibid., p. 96.
INTERNET, EL ÉXTASIS INQUIETANTE 29
Internet puede ser lo peor y lo mejor. ¿Por qué ver una fata-
lidad en esa libertad? ¿Acaso no hay varios posibles?
Usted parece creer que la técnica como tal crea una cultura,
incluso una nueva trascendencia, y esto, más allá de nuestra
voluntad. También es posible pensar que el hombre domes-
tica esta nueva tecnología, como siempre lo ha hecho con
las tecnologías, en lugar de dejarse transformar pasiva-
mente por ella, como usted teme.