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LEVANTAMIENTOS MILITARES Y SOCIALES DURANTE EL ONCENIO DE LEGUÍA.

Las situaciones de conflicto durante el oncenio no se originaron necesariamente en dicha


etapa, aunque hay que decir que sí obtuvieron “alimento” constante. Era consecuencia de la
crisis económica que afectaba principalmente a la clase obrera desde principios del siglo
XX. Ya con Pardo, visiblemente agudizada, la crisis había producido diversos sucesos como
el Paro para la exigencia por las ocho horas y el Paro General de Mayo de 1919. En ambos
casos, la presencia organizada del sindicalismo expresado en las calles y el creciente
arraigo de las ideas socialistas en el sector estudiantil, influenciaron en la aparición del
Partido Socialista.
El Paro de mayo venía gestándose desde un mes antes. Las federaciones textiles
convinieron en crear un Comité de abaratamiento de subsistencias, cuya función fue la de
realizar campañas políticas contra la carestía de costos de alimentos y artículos de primera
necesidad. Este comité significó uno de los primeros frentes comunes que aglutinaron a
obreros y artesanos de variados segmentos. Entre sus principales demandas destacan la
reducción del precio de los alimentos y pasajes, control de precios a la leche, cereales,
carbón, legumbres; reducción del precio de los alquileres; cumplimiento de las ocho horas,
etc. Una de las primeras jornadas de protesta con asistencia principalmente femenina se
gestó en el marco de este paro.
El gobierno optó por no atender las demandas y apresó a los dirigentes, lo que ocasionó la
escalada violenta por parte de la clase obrera que desencadenó en saqueos de mercados y
negocios, principalmente de propietarios extranjeros. Hubo varios muertos y heridos tanto
en Lima como en el Callao. Las situaciones desbordaron desde el 27 de mayo hasta el 5 de
junio, aplicándose una dura represión que dejó como resultado unos 40 muertos y 70
heridos.
Los acontecimientos conllevaron a justificar desde el lado ejecutivo, la disolución del Partido
Socialista, señalado como el principal azuzador de los hechos. Aprovechando tal excusa,
Pardo también clausuró el periódico “El Tiempo”, un feroz opositor de su gestión y del
Partido Civil.

Luego de la sublevación de julio de 1919, producto del mal llevado ejercicio de las
elecciones que justificaron el acto que llevó a Leguía al poder como “Presidente
provisional”, el mismo que le permitió arroparse de popularidad y de presentarse como
demócrata noble (efecto divulgado en una publicación del propio Leguía); la conflictividad
social encontró una pausa corta. La deportación de Pardo hacia Estados Unidos, la
decadencia del Partido Civil, la liberación de los dirigentes obreros detenidos en los últimos
días del gobierno de Pardo y la propuesta de Leguía para una nueva constitución,
generaron un ambiente esperanzador que diluyó temporalmente cualquier iniciativa
reivindicativa. Es más, dirigentes sindicalistas terminaron absorbidos por el ímpetu inicial de
Leguía.

La nueva constitución de 1920 y las garantías sociales que agrupó, además del
reconocimiento de las comunidades indígenas, no tuvieron un verdadero efecto en las
relaciones de la época, pues no se generaron grandes cambios en la estructura social
aunque tampoco protestas populares. Sin embargo, la reforma constitucional que permitió la
reelección presidencial, así como el manejo de la cuestión con Chile empezaron a atizar
algunos complots como el de Sánchez Cerro en Cusco durante agosto de 1922. Esta
sublevación fue minimizada por la prensa, ya controlada por Leguía. Posteriores debates
permitieron conocer que el conflicto, inicialmente calificado como castrense, en realidad
tenía características de levantamiento con gran apoyo popular, al punto que se
contabilizaron alrededor de 100 muertos, una cantidad mayor al del Paro General de 1919
con Pardo en el poder. Otro caso de sublevación se suscitó en julio de 1924, también en
Cusco, pero con casi nula convocatoria popular a diferencia de la de Sánchez Cerro. Sin
embargo, el plan de acción de éste último pretendía ser más audaz, involucrando a más
provincias. No pasó de ser un tema castrense.

Diferente es la sublevación de Osores, un exiliado, él que con apoyo de Samuel Alcázar


(héroe de Tarapacá), ingresó clandestinamente por Ayabaca y Jaén hasta Cutervo. Desde
ahí organizaron unas 150 tropas que tomaron Chota en noviembre de 1924. Las fuerzas del
gobierno enviadas desde Lima recuperaron el pueblo y fusilaron a Alcázar y Barreda.
Osores logró huir pero fue capturado en La Libertad y enviado a la isla San Lorenzo con
toda su familia.

Los primeros levantamientos de corte no castrense ocurrieron en la costa, región con mayor
penetración de ideas políticas en favor del obrero y con mayor capacidad de organización
sindical. La Federación de Campesinos del Valle de Ica venía reclamando desde 1921 el
cumplimiento de las garantías sociales constitucionales, tales como el arbitraje con la
conflictividad entre trabajo y capital. Exigían el respeto irrestricto de la jornada laboral de
ocho horas y el aumento de salarios. En 1923 este conflicto, al no obtener respuesta,
originó una rebelión violenta en Parcona, la que fue aplastada con sangre y fuego, el
saqueo del pueblo y la tortura de los principales dirigentes.
Por su parte, los trabajadores de la ya conocida hacienda Casa Grande en el valle de
Chicama, norte del país, reclamaban lo mismo que sus compañeros iqueños. A diferencia
de la cruel respuesta, los propietarios de la hacienda reconocieron la jornada de ocho horas
pero expulsaron a los dirigentes. Ello organizó una jornada de protesta que sentó bases
para una posterior huelga que dejó inactiva la industria azucarera, propiedad de la Sociedad
Chicama Limitada. Esta empresa poseía tierras desde Chicama hasta Cajamarca con una
extensión de 512 mil hectáreas.
La hacienda Roma no escapó del conflicto. Sus trabajadores, al requerir el respeto de la
jornada de ocho horas fueron despojados de sus beneficios extraordinarios que equivalía al
33% de su salario habitual. Una huelga de casi un mes terminó con la restitución del 33%
de beneficios.

Desde el lado indígena, los levantamientos tuvieron lugar en los andes desde 1921 cuando
empezó a decaer la ilusión de los supuestos derechos ganados en la constitución de 1920,
la existencia de patronatos pro-indígenas y el tratamiento de su problemática desde el poder
legislativo. Todos inútiles al querer llevarlos a la práctica.
Una de las primeras rebeliones en los andes sucedió en Cusco (1922), en las provincias de
Layo, Canas y Espinar. Terminaron en matanzas, al igual que las acaecidas en las
provincias de Aymaraes y Grau (en la actual región Apurímac) durante 1924.
Antes, en 1922, los comuneros y ganaderos indígenas de La Oroya fueron afectados por el
inicio del trabajo de la fundición en dicha localidad. La intensidad del daño en los pastos
naturales, el anhídrido diluido en el aire y el envenenamiento del ganado producido por las
sustancias tóxicas que emitían las enormes chimeneas motivó continuas jornadas de
protesta y levantamientos que obligaron a la Cerro de Pasco Copper Corporation a tratar de
llegar a acuerdos de compensación a los damnificados además de planes de mitigación que
fueron insuficientes, tanto en lo económico como en lo ambiental.

Habíamos referido que el reconocimiento a los derechos indígenas, sus comunidades y su


defensa fue ineficaz. Ejemplo de ello fue el comportamiento del hacendado Ezequiel Luna,
quien había impuesto un régimen de terror en sus tierras ubicadas en la provincia de Anta,
Cusco, teniendo noticias de masacres en la zona de Chinchaypuquio. Producto de los
abusos, los indígenas se rebelaron y sin llegar a extrema violencia, despojaron del
cacicazgo a Luna, quién viéndose despojado del poder, demandó penalmente a la
comunidad. No fue sino hasta 1933 que los demandados fueron exonerados de los cargos.

La tónica de los levantamientos, principalmente los de corte obrero y campesino, devinieron


en una base para nuevos planteamientos políticos, haciendo eco las ideas socialistas y el
surgimiento del APRA. La lejanía declarada de sus líderes, Mariátegui y Haya de la Torre,
terminarían por levantar el escenario político de las siguientes décadas.

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