Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Luego de la sublevación de julio de 1919, producto del mal llevado ejercicio de las
elecciones que justificaron el acto que llevó a Leguía al poder como “Presidente
provisional”, el mismo que le permitió arroparse de popularidad y de presentarse como
demócrata noble (efecto divulgado en una publicación del propio Leguía); la conflictividad
social encontró una pausa corta. La deportación de Pardo hacia Estados Unidos, la
decadencia del Partido Civil, la liberación de los dirigentes obreros detenidos en los últimos
días del gobierno de Pardo y la propuesta de Leguía para una nueva constitución,
generaron un ambiente esperanzador que diluyó temporalmente cualquier iniciativa
reivindicativa. Es más, dirigentes sindicalistas terminaron absorbidos por el ímpetu inicial de
Leguía.
La nueva constitución de 1920 y las garantías sociales que agrupó, además del
reconocimiento de las comunidades indígenas, no tuvieron un verdadero efecto en las
relaciones de la época, pues no se generaron grandes cambios en la estructura social
aunque tampoco protestas populares. Sin embargo, la reforma constitucional que permitió la
reelección presidencial, así como el manejo de la cuestión con Chile empezaron a atizar
algunos complots como el de Sánchez Cerro en Cusco durante agosto de 1922. Esta
sublevación fue minimizada por la prensa, ya controlada por Leguía. Posteriores debates
permitieron conocer que el conflicto, inicialmente calificado como castrense, en realidad
tenía características de levantamiento con gran apoyo popular, al punto que se
contabilizaron alrededor de 100 muertos, una cantidad mayor al del Paro General de 1919
con Pardo en el poder. Otro caso de sublevación se suscitó en julio de 1924, también en
Cusco, pero con casi nula convocatoria popular a diferencia de la de Sánchez Cerro. Sin
embargo, el plan de acción de éste último pretendía ser más audaz, involucrando a más
provincias. No pasó de ser un tema castrense.
Los primeros levantamientos de corte no castrense ocurrieron en la costa, región con mayor
penetración de ideas políticas en favor del obrero y con mayor capacidad de organización
sindical. La Federación de Campesinos del Valle de Ica venía reclamando desde 1921 el
cumplimiento de las garantías sociales constitucionales, tales como el arbitraje con la
conflictividad entre trabajo y capital. Exigían el respeto irrestricto de la jornada laboral de
ocho horas y el aumento de salarios. En 1923 este conflicto, al no obtener respuesta,
originó una rebelión violenta en Parcona, la que fue aplastada con sangre y fuego, el
saqueo del pueblo y la tortura de los principales dirigentes.
Por su parte, los trabajadores de la ya conocida hacienda Casa Grande en el valle de
Chicama, norte del país, reclamaban lo mismo que sus compañeros iqueños. A diferencia
de la cruel respuesta, los propietarios de la hacienda reconocieron la jornada de ocho horas
pero expulsaron a los dirigentes. Ello organizó una jornada de protesta que sentó bases
para una posterior huelga que dejó inactiva la industria azucarera, propiedad de la Sociedad
Chicama Limitada. Esta empresa poseía tierras desde Chicama hasta Cajamarca con una
extensión de 512 mil hectáreas.
La hacienda Roma no escapó del conflicto. Sus trabajadores, al requerir el respeto de la
jornada de ocho horas fueron despojados de sus beneficios extraordinarios que equivalía al
33% de su salario habitual. Una huelga de casi un mes terminó con la restitución del 33%
de beneficios.
Desde el lado indígena, los levantamientos tuvieron lugar en los andes desde 1921 cuando
empezó a decaer la ilusión de los supuestos derechos ganados en la constitución de 1920,
la existencia de patronatos pro-indígenas y el tratamiento de su problemática desde el poder
legislativo. Todos inútiles al querer llevarlos a la práctica.
Una de las primeras rebeliones en los andes sucedió en Cusco (1922), en las provincias de
Layo, Canas y Espinar. Terminaron en matanzas, al igual que las acaecidas en las
provincias de Aymaraes y Grau (en la actual región Apurímac) durante 1924.
Antes, en 1922, los comuneros y ganaderos indígenas de La Oroya fueron afectados por el
inicio del trabajo de la fundición en dicha localidad. La intensidad del daño en los pastos
naturales, el anhídrido diluido en el aire y el envenenamiento del ganado producido por las
sustancias tóxicas que emitían las enormes chimeneas motivó continuas jornadas de
protesta y levantamientos que obligaron a la Cerro de Pasco Copper Corporation a tratar de
llegar a acuerdos de compensación a los damnificados además de planes de mitigación que
fueron insuficientes, tanto en lo económico como en lo ambiental.