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Himnos
1 despierta, alma mía, y con el sol
tu etapa diaria del deber correr;
sacúdete de la pereza aburrida y levántate temprano
para pagar tu sacrificio matutino.
Poeta inglés
Meditación
Perfectamente puede ser que ese por quien esta campana dobla
ahora esté tan enfermo que no sepa que el tañido es por él; y
bien puede ser que yo mismo crea que me hallo así de bien, y
que quienes se hallan a mi alrededor y ven mi condición la hayan
hecho doblar por mí y que yo no lo sepa, claro. La Iglesia es
católica, universal, e igual ocurre con sus procedimientos; todo
cuanto ella hace pertenece a todos. Cuando bautiza a un niño,
esa acción me concierne, porque a partir de ahí ese niño estará
vinculado a ese cuerpo que es también mi cabeza, asociada a ese
cuerpo del que yo soy un miembro. Y cuando entierra a un
hombre, esa acción me concierne: la humanidad entera es obra
de un único autor y está compendiada en un único volumen;
cuando un hombre muere, no es que un capítulo sea arrancado
del libro, sino que es traducido a una lengua mejor, y cada
capítulo ha de ser así retraducido. Dios se vale de varios
traductores en su proceder: algunas partes son traducidas por la
edad, otras por la enfermedad, algunas por la guerra, otras por
la justicia, pero la mano de Dios está en cada traducción posible
y su mano habrá de reunir de nuevo todas nuestras páginas
dispersas en esa biblioteca en que cada libro estará abierto ante
los demás. Así, igual que la campana que dobla para llamar a
misa no convoca solo al predicador sino también a la grey, esta
campana nos convoca a todos, pero mucho más a mí, que estoy
tan cerca de las puertas a causa de esta enfermedad. Hubo
alguna vez un contencioso, una querella (en que piedad y
dignidad, religión y valía se mezclaban) sobre cuál de las órdenes
religiosas existentes debía llamar primero a los fieles por la
mañana, resolviéndose que solo debía hacerlo la que se
levantara primero. Si entendemos correctamente esta dignidad
asociada a la campana que dobla llamando a la oración
temprana, debiéramos estar contentos de hacerla nuestra
levantándonos temprano, en el bien entendido de que ella
puede estar haciéndolo por nosotros o un tercero, como es
ciertamente el caso ahora. La campana dobla por aquel que
piensa que ella dobla por él; y, aunque ella se interrumpa cada
tanto, desde el momento en que vuelva a tañir en sus oídos, ese
individuo estará unido a Dios. Nadie alza necesariamente los ojos
al sol cuando este asoma, pero ¿quién aparta sus ojos de un
cometa cuando este irrumpe en los cielos? Nadie presta oídos a
una campana que tañe en cualquier ocasión, pero ¿quién puede
desentenderse de ella cuando esa campana está transfiriendo
una parte de uno mismo fuera de este mundo? Ningún hombre
es una isla, ni se basta a sí mismo; todo hombre es una parte del
continente, parte del todo. Si una porción de tierra fuera
desgajada por el mar, Europa entera se vería menguada, como
ocurriría con un promontorio, con la casa de tu amigo o la tuya:
la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy parte
de la humanidad; así, nunca pidas a alguien que pregunte por
quién doblan las campanas; están doblando por ti. No
debemos considerar todo esto como una forma de llorar
miserias o de tomar prestadas las miserias ajenas, como si no
tuviéramos suficiente con las nuestras y hubiéramos de acudir a
la casa vecina para hacernos con el dolor de esos vecinos. Sería,
en cualquier caso, una forma excusable de codicia si lo
hiciéramos, porque la aflicción es un tesoro y prácticamente
ningún hombre tiene suficiente de ella. Todo hombre con la
aflicción suficiente está maduro y en exceso maduro, dispuesto
a encontrar a Dios a causa de ella.