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El duelo y su relación con los estados maníaco-depresivos

Según Freud, hay una parte esencial del trabajo del duelo y es el fortalecimiento del juicio de
la realidad. Se necesita “un cierto lapso para tomar conciencia del mandato a la realidad, labor
que devuelva al yo la libertad de su líbido, desligándola del objeto perdido”.

Ser consientes de la pérdida es doloroso, aunque es también es lógica y natural. La realidad le


impone a cada recuerdo y esperanza (puntos de enlace de la líbido con el objeto), que ese
objeto ya no existe. El yo, situado en la interrogación de si quiere compartir el mismo destino,
se decide a abandonar lo que lo liga con el objeto destruido (influenciado por satisfacciones
narcisistas de la vida).

El juicio de realidad es básico para la realización del trabajo del duelo. La novedad que
introduce Klein es mostrar la conexión entre la posición depresiva-infantil y el duelo normal.
En la posición depresiva, el objeto de duelo es el pecho de la madre y todo lo que significa
(amor, bondad y seguridad). El niño siente que perdió todo eso como resultado de su
voracidad y sus fantasías destructivas contra el pecho de la madre. Estos sentimientos pueden
vencerse si lo que rodea al niño es un mundo de personas en paz unas con otras y con su yo.
Como resultado de eso tenemos una integración, una armonía interior y un sentimiento de
seguridad.

Las situaciones externas se internalizan en los primeros meses de vida. Los objetos internos
son dobles de las realidades externas. Pueblan la fantasía del niño, actuando como una
pantalla que filtra la observación y las sensaciones del mundo externo. En niños dominados
por su mundo interno, a tal punto de que sus ansiedades no pueden ser refutadas, hay
trastornos mentales. Por otro lado, el aumento de amor y confianza y, la disminución de los
temores a través de experiencias felices, ayuda a que venza su depresión y sentimiento de
pérdida.

En el niño los procesos de introyección y proyección (dominados por la agresión y la ansiedad),


llevan a temores de persecución de objetos terroríficos; a estos miedos se agrega el temor a la
pérdida de los objetos amados. Es así como surge la posición depresiva.

Dos grupos de temores

Persecutorios: se relacionan con la destrucción del yo por perseguidores internos. La defensa


contra estos temores es la destrucción de los perseguidores por métodos secretos y violentos.

Pena o inquietud por los objetos amados: temor de perderlos y el ansia por reconquistarlos.
Todo esto puede llamarse el “penar” por los objetos amados”.

En la posición depresiva, el yo está forzado a desarrollar defensas que se dirigen contra el


penar por el objeto amado. Estas defensas pueden llamarse maníacas, porque se trata de
controlar la ansiedad depresiva por medio de fantasías omnipotentes; de esta manera, se
podría controlar y dominar los objetos malos y, salvar y restaurar los objetos amados.
La idealización, que es parte de la posición maníaca, implica una negación de la realidad, esto
le permite al yo temprano afirmarse contra los perseguidores internos y contra la dependencia
peligrosa y esclavizante de sus objetos amados.

Las fluctuaciones entre la posición depresiva y la maníaca son parte esencial del desarrollo
normal. En el duelo de un sujeto, la pena por la pérdida real de la persona amada está, en
gran parte, aumentada por las fantasías inconscientes de haber perdido también los objetos
“buenos” internos. Se siente, que predominan los objetos “malos” y que el mundo interior se
desgarra. Se reactiva, así, la posición depresiva temprana, junto con los temores de
persecución.

El mayor peligro en el duelo: es la vuelta contra sí mismo del odio hacia la persona nada
perdida. Una de las formas en que se expresa el odio en la situación de duelo, son los
sentimientos de triunfo sobre la persona muerte. De ahí, un sentimiento de culpabilidad.

Sólo gradualmente, obteniendo confianza en los objetos externos y en múltiples valores, el


sujeto es capaz en duelo de fortalecer su confianza en la persona amada perdida. Sólo así
puede aceptar que el objeto no fuera perfecto, sólo así puede no perder la confianza y la fe en
él, ni temer su venganza. Cuando se logra esto, se dio un paso importante en la labor del
duelo y se lo venció.

Freud: llegó a la conclusión de que en el duelo normal, el sujeto logra restablecer a la persona
amada y perdida en su yo, mientras que el melancólico fracasa en ese intento. En realidad, el
sujeto instala dentro de sí, el objeto amado perdido, pero no lo hace por primera vez, sino que,
a través del duelo, reinstala el objeto perdido tanto como los objetos internos amados que
sintió que había perdido. De este modo, recupera lo que había logrado ya en la infancia.

El mundo interno consiste en una gran cantidad de objetos dentro del yo que corresponden en
parte a multitud de aspectos variados, buenos y malos, en que los padres aparecen en el
inconsciente del niño, a través de varias fases de su desarrollo. En el duelo normal, el
individuo reinstala a la persona real perdida como un objeto interno bueno.

Las personas que fracasan en su trabajo de duelo son aquellas que no cuentan con objetos
buenos internos, no han tenido seguridad suficiente. Cuando el sujeto en duelo reinstala
dentro de sí a los padres buenos y a las personas recientemente perdidas y, reconstruye su
mundo interno (que estuvo desintegrado y en peligro), puede vencer su pena, gana nueva
seguridad y logra una armonía y una paz verdaderas.

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