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Cottet, Serge
12 estudios freudianos. 1ª edición - San Martín:
Universidad Nacional de Gral. San Martín.
UNSAM EDITA; Fundación CIPAC, 2013.
172 pp. ; 15x21 cm.
Capítulo 1 15
A propósito de la neurosis obsesiva femenina
Capítulo 2 33
“Soy un cuerpo de oficial”
(un caso de psicosis de Freud)
Capítulo 3 45
Un sexto psicoanálisis de Freud: el caso Ferenczi
Capítulo 4 59
Freud analizante
Capítulo 5 69
El sexo débil de los adolescentes:
¿sexo-máquina o mitología del corazón?
Capítulo 6 81
Construcciones y metapsicología del análisis
Capítulo 7 95
Refoulement versus répression
Capítulo 8 101
El inconsciente
Capítulo 9 111
Freud y su actualidad en el malestar
en la civilización
Capítulo 10 125
Lacan y l´ a-Freud
Capítulo 11 131
¿Quiénes son los freudianos?
Capítulo 12 141
Las tendencias cientistas
del psicoanálisis contemporáneo
Bibliografía 161
Prólogo
¿Cómo hacer un prólogo de este libro?, tal fue la pregunta que insistió
durante el tiempo que llevó la realización del mismo.
Hacer un comentario de un libro de Serge Cottet no es tarea sen-
cilla; la complejidad de su pensamiento –reflejada en los textos– así lo
demuestra. Lo primero que diremos es que este libro es un testimonio
de que él es, sin lugar a dudas, un lector exquisito de la obra de Freud.
Pero el conjunto de los 12 artículos que componen este libro da
cuenta de que Serge Cottet es más que eso; él construye a partir de
los conceptos freudianos; descubre casos clínicos, entre los que incluye
el del mismo Freud; imagina escenas entre los protagonistas del cír-
culo más estrecho del creador del psicoanálisis; vuelve a traer las ideas
de algunos de ellos, aun cuando muchas de ellas nos puedan parecer
hoy en día un tanto extravagantes; interroga a Freud, lo critica, le rin-
de homenaje, lo defiende y, fundamentalmente, toma posición ante los
problemas clínicos, epistémicos y políticos que nacen de la mano de su
descubridor y que se hacen sentir con intensidad en la actualidad dentro
y fuera del ámbito psicoanalítico.
Clínica, epistémica y política fue la orientación que hemos decidi-
do para el ordenamiento de los textos. Aunque esta clasificación no es
exhaustiva –se podrá percibir en la lectura del libro que los rubros se
entrecruzan, que no son independientes, y que tampoco podemos decir
con certeza si uno es el resultado del otro–, ella es el soporte de la inter-
pretación que ofrecemos para la lectura del libro.
Los primeros cuatro textos estarían dentro de este rubro. Este sería a
primera vista el rasgo que los une, aunque rápidamente se verá que lo
epistémico y lo político también los atraviesan. Pero en algún punto
podemos decir que son, sobre todo, textos clínicos.
9
“A propósito de la neurosis obsesiva femenina” es un estudio profun-
do sobre lo que podemos resumir, en las palabras del propio autor: “es el
sentido y la función del síntoma lo que decide la estructura y no la ob-
servación de un comportamiento”. Así, con esta contundencia, el texto
contestará a la clínica del DSM IV respecto del TOC, por ejemplo. Asi-
mismo, el autor advertirá a los analistas sobre la necesidad de establecer
un preciso diagnóstico respecto de la pertenencia del síntoma obsesivo
a una estructura clínica o a otra, para una correcta orientación de la cura.
Cottet echará por tierra la idea de lo obsesivo como característico del
“hombre”, recordándonos la inmensa gama de síntomas obsesivos en los
casos de mujeres tratados por Freud. Este texto es también un recono-
cimiento a la clínica de los posfreudianos y a la de sus colegas actuales,
entre otras cosas, en el trabajo hecho en el CPCT.
“Soy un cuerpo de oficial” es un verdadero hallazgo clínico; un caso
de Freud prácticamente desconocido por la comunidad analítica. Entre
sus planteos, el texto advierte sobre el peligro de fascinarse con un tipo
de discurso que engañaría respecto del abonamiento del inconsciente,
trampa en la que pareciera haber caído el mismo Freud. Y es un texto
que retoma –como en el primer artículo– la necesidad de establecer un
diagnóstico diferencial preciso, y para ello el autor recurre a las compa-
raciones hechas por el mismo Freud en otros casos.
“Un sexto psicoanálisis de Freud: el caso Ferenczi” es un texto com-
pletamente original. En él se percibe a un Cottet creacionista, un Cottet
que imagina los orígenes del psicoanálisis, pero también que nos da
pruebas de su gran erudición. Es este un texto de reconocimiento, de
homenaje a los pioneros del psicoanálisis. En algún sentido, es un texto
piadoso, y es conmovedor el relato que nos hace del destino de aquellos
que participaron de los comienzos del psicoanálisis y que no salieron
indemnes de la cercanía con Freud.
“Freud analizante” es la idea misma –que luego Lacan formalizará
con el procedimiento del pase– de que nadie mejor que el propio anali-
zante para dar cuenta del pasaje a analista. Es el testimonio del incons-
ciente puesto al servicio de una causa, en este caso, la del psicoanálisis,
y es el testimonio de la necesidad del franqueamiento de las propias
resistencias para soportar un deseo que se impone más allá de uno mis-
mo. Freud, y el análisis de sí mismo –del que su obra está repleta–, es el
testimonio de lo que decimos.
“El sexo débil de los adolescentes…” ya está ahí claramente la torsión,
se percibe bien en este texto un nudo con lo epistémico y lo político.
10
Serge Cottet hace un análisis del impacto que produce la modificación
del discurso en aspectos tales como el sexo y el amor en una etapa de la
vida que parece ser más vulnerable que ninguna otra a las modificaciones
de la época. El autor no duda en tomar como interlocutor a la sociología
para cuestionar la idea de un goce sin límites como resultado del hiper-
consumo que ofrece el capitalismo, para contraponerle la idea –extraída
de Lacan– de las dificultades de los adolescentes ante el “agujero de lo
real del sexo” cuando el mundo se vacía de normas que lo enmarquen.
11
trazado de un arco que apunta a lo político; es decir, la idea de que hay
una estrecha dependencia entre la concepción que se tenga del incons-
ciente y la dirección de una cura. Es también un texto político porque
constituye una clara toma de posición en favor de la política de orien-
tación lacaniana sostenida por Jacques-Alain Miller frente a las teorías
cognitivo-comportamentalistas que desearían hacerla desaparecer.
Este rubro reúne los que consideramos también como textos de ac-
tualidad. En ellos se percibe la preocupación del psicoanalista ante los
embates que padece el psicoanálisis, y se ve más que nunca la causa
que lo anima, la cual supone mantener vivo el nombre de Freud.
Sobre “Freud y su actualidad en el malestar en la civilización”, ver-
dadero homenaje hecho en la Unesco en París para el aniversario de los
150 años de su nacimiento, lo menos que puede decirse es que es un
texto altamente político. El contexto en el que fue expuesto demuestra
el calado hondo del pensamiento de Freud en la cultura. Sin embargo,
su contenido no disimula que tal descubrimiento fue un cachetazo para
cualquier idea de progreso o de promesa, ya sean las que ofrecen las
políticas de Estado como la religión. Pero, sobre todo, es un texto que
advierte que debido a la resistencia que se le opone desde siempre a tal
descubrimiento –por el malestar que trae consigo esta nueva verdad–, el
analista debe estar siempre en estado de alerta.
“Lacan y l´a-Freud” es también un texto que conmemora un aniver-
sario, en este caso, el de los 30 años de la muerte de Lacan. Homenaje
a Lacan, no deja de ser también un tributo a Freud. El título, que an-
tepone la letra a –propiamente lacaniana– al nombre de Freud, así lo
demuestra. Si bien este texto trata sobre la transformación hecha por
Lacan a partir del descubrimiento freudiano, el autor no dejará de de-
clarar –parafraseando a Lacan– que si bien el inconsciente es lacaniano,
el campo seguirá siendo freudiano.
“¿Quiénes son los freudianos?”, como su título lo indica, denuncia el
desviacionismo y el bastardeo que los psicoanalistas de la misma institu-
ción creada por Freud hicieron de su nombre y de sus conceptos. En una
especie de contrapunto con el texto anterior –aunque no deliberado–,
aquí el autor demuestra cómo, no por ampararse en un nombre se lo
destruye menos.
12
“Las tendencias cientistas…” finalmente. Este texto va más lejos que
el anterior; aquí ya no es únicamente la tergiversación de los conceptos
freudianos, es la alianza del supuesto freudismo con aquellos que más se
oponen a Freud. Queriendo proteger supuestamente la obra del padre
de la herejía lacaniana, sus hijos “legítimos” no hacen más que empe-
ñarse en hacer desaparecer a su progenitor. La clínica desopilante de
algunos de ellos –que con gracia Cottet no se priva de interpretar– per-
mite ver el abismo que hay entre la interpretación que el autor de este
libro hace de la clínica freudiana y la de quienes se dicen los acérrimos
defensores de Freud.
Llegados al final, los lectores podrán constatar que el ordenamiento
y la lectura que ofrecemos aquí de los textos responde también a la idea
profunda de que el psicoanálisis no está asegurado. Consideramos que el
último texto es un claro ejemplo de que dentro del psicoanálisis mismo
se corre el riesgo de que ya nada se parezca a nada.
Este motivo nos anima para contribuir con esta publicación para
que el psicoanálisis continúe siendo elucidado de la mejor manera.
Consideramos que este anhelo se cumple con los 12 estudios freudianos
de Serge Cottet.
13
Capítulo 1
A PROPÓSITO DE LA NEUROSIS OBSESIVA FEMENINA1
Problemas de diagnóstico
15
así como también los ejemplos de la interpretación de las defensas
de Otto Fenichel.4
No basta con tener la manía de limpiar, hacer la cama todas las ma-
ñanas de manera rigurosa u ordenar meticulosamente la biblioteca para
ser obsesivo. Es más bien en los casos en los que el sujeto teme que los
libros mal ordenados se caigan en la cabeza de alguien, que hay algo que
no marcha (tanto más cuanto que el riesgo aumenta si se los ordena).
No es suficiente tampoco con una división entre el objeto de amor
y el objeto del deseo en una mujer para formar parte del tipo clínico en
cuestión. Freud hizo célebre la degradación de objeto como condición
del deseo en el hombre, pero esa degradación no es distintiva desde el
punto de vista de la diferencia de los sexos, la prueba está en que hay una
degradación histérica. Karen Horney describió bien ese quiasma de la
estructura y del síntoma en “La feminidad inhibida” que es un clásico de
la clínica.5 Síntomas como la idea fija en sujetos femeninos descritos por
Janet atraviesan todas las estructuras clínicas y deben ser opuestos a la es-
tructura de la obsesión que implica un pensamiento y una forma de hablar
bien precisos, formaciones reactivas, etcétera (como vimos en el caso “El
Hombre de las Ratas”). El hecho de no distinguir esta estructura signi-
ficante del comportamiento ritualizado es lo que explica el éxito de los
TOC, entidad transclínica y más exactamente transestructural, que puede
incluir tanto a un sujeto esquizofrénico como a un autista o a un neurótico.
Una diferenciación diagnóstica se plantea respecto de la melancolía
y la obsesión en la literatura psicoanalítica clásica. Así lo demuestra el
caso de la joven paciente de Abraham con un ritual al acostarse: cada
noche se vestía de punta en blanco, como si esperara la muerte. Su iden-
tificación con el padre muerto no desestimaba la melancolía.6
La enferma de Daniel Lagache7 pone en acto un suicidio melancó-
lico, mientras que la cura se orientaba hacia la elucidación de un duelo
imposible de hacer: se trataba del hijo muerto en un accidente en una
mujer que tenía motivos para considerar a dicho hijo como un estorbo y
que conjuraba su odio mediante numerosas formaciones reactivas.
Esta superposición de una estructura cualquiera y un síntoma
obsesivo se verifica más todavía en la psicosis. Un caso de Hanna
16
Segal,8 comentado recientemente en la Sección clínica, ilustra una su-
plencia por medio de la duda en una estructura paranoica de un hombre.
El sujeto pasaba dos horas por día en resolver un dilema: ¿debería tomar
un baño o ponerse a tipear en la máquina de escribir? Una mujer ver-
daderamente paranoica describe un ritual inconmovible en el momento
del aperitivo: los pistachos y los maníes antes de las nueces, si no nada.
Recordemos el comentario que hacía Jacques-Alain Miller del “Re-
trato del artista”9 de Joyce. El ego de Joyce, en tanto que está construido
“como un retrato”, como un imaginario de seguridad, es un yo obsesivo.
Si hoy en día estamos atentos a la ideología de la personalidad donde
“construirse” se vuelve el trabajo de una vida, vemos que el síntoma tiene
por delante un buen porvenir.
Nuestra teoría de la psicosis no se opone al hecho de que un síntoma
obsesivo permita una estabilización en una psicosis ordinaria. Hemos
visto en el CPCT un sujeto sin papeles, instalado en una ambivalencia
entre la identificación con un padre idealizado y el rechazo a las insig-
nias del logro social, revelarse finalmente un megalómano delirante.
Recordemos finalmente que el episodio obsesivo de la neurosis in-
fantil de “El Hombre de los Lobos” de Freud debe ser reconsiderado
a la luz de su desencadenamiento paranoico de 1926. En síntesis, es
el sentido y la función del síntoma lo que decide la estructura y no la
observación de un comportamiento. Hay un mundo entre la defensa
contra los impulsos sádicos o perversos en un ritual de conjuro y el he-
cho de golpearse diez veces al día la cabeza contra la pared para resistir
a un impulso suicida.
Lacan nos volvió sensibles a esta distinción del sentido y la estructu-
ra en su “Introducción a la edición alemana de los Escritos”,10 particu-
larmente cuando se trata de la neurosis obsesiva, al afirmar que un caso
de neurosis obsesiva no enseña nada sobre otro caso del mismo tipo.
Hay que ver hasta qué punto el sentido y la función del síntoma no son
deducibles a priori a partir de estándares y parámetros generalmente
asociados a la obsesión.
La cuestión tiene importancia porque se trata de saber si se le da la
oportunidad a un sujeto de levantar sus defensas, de perturbarlas –como
8 H. Segal. “D’un système délirant comme défense contre la résurgence d’une situation
catastrophique”, Nouvelle Revue de Psychanalyse n° 10, 1974, pp. 89-106.
9 Ver la conferencia de J.-A. Miller sobre J. Aubert. “Sur James Joyce”, Analytica n°4,
1992, pp. 3-18.
10 Ver la Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos,en J.
Lacan: Otros escritos. Buenos Aires, Paidós, 2012, pp. 579-585.
17
decimos corrientemente– para hacer advenir un deseo reprimido o si,
por el contrario, se las estabiliza, o incluso se las incita, dado que ellas
pueden impedir por ejemplo, mediante una duda permanente, un pasaje
al acto.
18
síntomas obsesivos descritos son puestos a cuenta de una regresión de
la libido a una etapa del desarrollo de la sexualidad. La localización no
es en absoluto estructural. Se trata de una mujer frustrada de las dichas
de la maternidad debido a una esterilidad del marido. Las relaciones se-
xuales se vuelven escasas, la mujer desidealiza al marido. Ella se abstiene
de las relaciones sexuales, su libido regresa al estadio sádico-anal aislado
por Freud a partir del artículo de Jung: “Odio y erotismo anal”.14
Freud destaca sobre todo el hecho de que los síntomas obsesivos
aparecen tardíamente en el transcurso del matrimonio. La neurosis es
precedida por un trauma seguido de una histeria de angustia. En este
caso, Freud pone en cuestión su tesis según la cual la neurosis obsesiva es
un dialecto de la histeria, es decir, un documento escrito en dos lenguas
distintas pero con un contenido idéntico. En el presente caso, la neuro-
sis obsesiva es una segunda experiencia que desvaloriza completamente
la primera, en lugar de ser una reacción nueva al traumatismo de la
histeria. Aquí también es la impotencia del marido lo que desencadena
una serie de síntomas. La esterilidad la priva de un hijo, lo que reactiva
su insatisfacción; las relaciones conyugales se deterioran, el hombre ya
estéril se vuelve impotente. Debido a la desvalorización de la vida ge-
nital, la vida sexual experimenta una regresión a un estadio anterior: la
organización sádico-anal.
En esa época, Freud quería hacer reconocer a toda costa la exis-
tencia de pulsiones parciales, es decir, un modo de goce exclusivo del
genital. De ese mecanismo resulta una neurosis de carácter que, sin ser
muy original, Freud la atribuye a la frustración del goce, en vista de los
clichés imputados a las mujeres querellantes, intrigantes, peleadoras y
mezquinas. Únicamente el rasgo de avaricia permite destacar una rela-
ción al objeto en correlación al erotismo sádico-anal. Sin embargo, es la
reacción a esta pulsión, es decir, su recusación, que bajo la forma de la
duda y la formación reactiva se vuelve el hueso de la neurosis: volvemos
a encontrar el conflicto entre la hipermoralidad del lado de la defensa
del amor de objeto y el odio contra él.
Freud trata en términos de desarrollo y de regresión de los estadios
una posición subjetiva que hasta entonces estaba articulada de mane-
ra más estructural, a saber, a partir de significantes religiosos. Así lo
demuestra especialmente su artículo fundamental: “Los actos obsesi-
vos y las prácticas religiosas”, que tiene numerosos ejemplos de rituales
14 S. Freud. “La disposición a la neurosis obsesiva”, en S. Freud: op. cit., tomo II, p. 1738.
19
femeninos, todos relativos a lo imposible de la relación sexual.15 Parece
que este período (1907-1914) es rico en observaciones sobre los sínto-
mas femeninos, como lo testimonian las cartas a Jung. Sin embargo, la
descripción sigue siendo fragmentaria y no llega al paradigma de “El
Hombre de las Ratas”.
Esta cuestión nos da la oportunidad de profundizar sobre las afi-
nidades de la neurosis femenina con la religión. Un caso de Hélène
Deutsch nos da una idea. Se trata de una maestra de una escuela católica,
quien “en el momento de su análisis había intentado huir del mundo
haciéndose novicia en un convento”.16 Parecía presentar un cuadro de
estupor catatónico. De hecho, no se le podía tocar el cuerpo porque
temía que fuera mancillado al contacto con el otro. Un grave delirio de
contacto genera una serie de rituales de conjuro, de prohibición, de inhi-
bición, de anulación, etcétera, totalmente característicos de las defensas
obsesivas contra las tentaciones masturbatorias y sádicas.
H. Deutsch despliega las categorías en uso de los años 30 concer-
nientes al desarrollo de la libido, la regresión sádico-anal y el autocastigo.
Entre la masturbación y las pulsiones mortíferas, toda la gama de sínto-
mas se encuentra ordenada por la severidad implacable del superyó. Las
tendencias destructivas de la persona sufren la inversión característica
de los avatares del sentimiento de culpa: el masoquismo interior y las
tendencias ascéticas superan al sadismo exterior. El recurso a un voca-
bulario extraído de la energética, en términos de conflicto de fuerzas, no
aclara nada sin embargo de lo específicamente femenino.
Es verdad que algunos años más tarde, H. Deutsch verá en el ma-
soquismo una característica de la libido femenina, un punto de vista
bastante polémico, debido al hecho de que las pulsiones pregenitales y
la culpabilidad dejan poco espacio al inconsciente. Es el inconveniente
de la teoría de los estadios de la libido. El goce pulsional oculta toda
referencia al deseo, término mayor en el tratamiento de la obsesión en
el Seminario 5 de Lacan.17 La equivalencia de la culpabilidad sexual y
de la contaminación forma parte de la sintomatología obsesiva en los
niños. En el caso de la paciente, el origen de las obsesiones se remonta
a un episodio de juegos sexuales con su hermano, muerto de sífilis. La
15 S. Freud. “Los actos obsesivos y las prácticas religiosas”, en S. Freud, op. cit., tomo II,
p. 1337.
16 H. Deutsch. La psychanalyse des névroses. Paris, Payot, 1970, p. 105.
17 J. Lacan. El Seminario, libro 5: Las formaciones del inconsciente, ver especialmente el
cap. XXIII. Buenos Aires, Paidós, 2004.
20
paciente, siendo niña, se atribuye la responsabilidad: “sus dedos sucios,
es decir, contaminados por la masturbación, contaminarán al mundo
entero con la sífilis”.18 Se trata de una extrapolación que permite todas
las especulaciones sobre lo que Lacan condensó en el matema F0.
Más convincente, respecto de la especificidad femenina, es el des-
enlace de esta cura con un resultado terapéutico mínimo. La paciente
finalmente encuentra una salida. Se desembarazará de su sentimiento de
culpa mediante la religión: “una sublimación lograda (…). Rezos y pe-
nitencias se vuelven el sustituto de los rituales obsesivos aparentemente
absurdos”.19 ¿Es la pobreza de la doctrina de la feminidad lo que explica
ese resultado o es la gravedad del caso que, fuera de discurso, no encuen-
tra otra solución para el lazo social más que en la Iglesia?
Es difícil creer que una sintomatología tal sea el producto de la re-
presión. En todo caso, semejante odio a la sexualidad y una intensidad
tal de la necesidad de castigo permanecen sin ser apaciguadas por el psi-
coanálisis. El caso es una incitación a cernir más de cerca la afinidad del
goce femenino con el Nombre de Dios. Pero sabemos que según Lacan
es más bien la experiencia mística la que invita a ello.20
Lacan mostrará, entre los años 1955-1960, la insuficiencia de la teo-
ría de la fijación y del desarrollo en su crítica a los conceptos de ambiva-
lencia y de agresividad preedípica que algunos no dejaron de promover
después de Melanie Klein en los años 50. Él va a contracorriente de esta
orientación. Así como lo es para la histeria, el esquema L21 es el que
va a servir de marco conceptual al desciframiento del deseo obsesivo,
haciendo funcionar la estrategia del sujeto en relación al gran Otro: no
para sostener el deseo sino para apuntar a su destrucción y su anulación.
En los años 1957-1958, Lacan precisará esta función del gran Otro en
la neurosis obsesiva femenina.22
21
El caso de M. Bouvet
22
pensé”. En la pubertad tiene la obsesión de estrangular a su padre y de
desparramar alfileres en la cama de sus padres para pinchar a su madre.
En esa época, la paciente se avergüenza de su padre y vive dolorosa-
mente la educación religiosa que su madre le impone. Son sobre todo
las obsesiones de tema religioso las que focalizan el interés de Lacan,
especialmente las frases injuriosas o escatológicas, las blasfemias, los
pensamientos sacrílegos. Ella insulta tanto a Dios como a la virgen y
agrega: “odio la obligación de cualquier lado que venga, de parte de un
hombre o de una mujer. Las injurias que dirijo a la Virgen las he pensa-
do ciertamente a propósito de mi madre”.28
Lacan retiene especialmente una imagen que se le impone: la ima-
gen de los órganos genitales masculinos en el lugar de la hostia. El te-
mor de una maldición consecutiva da a sus defensas el aspecto de esa
“armadura de hierro” comparable a la que Lacan señala a propósito de
“El Hombre de las Ratas”.29
Las coordenadas edípicas de la paciente no dan cuenta de la inten-
sidad de sus obsesiones, ni la ambivalencia respecto de la madre ni los
reproches dirigidos al padre por su sumisión a esta. Se destaca sobre
todo la transferencia de esta agresividad sobre la persona del psicoa-
nalista: “soñé que destrozaba la cabeza de Cristo a patadas, y esa cabe-
za se parecía a la suya”.30 Asociando, confiesa un recuerdo: “Paso cada
mañana, para ir a mi trabajo, frente a un servicio de pompas fúnebres
donde están expuestos cuatro Cristos. Mirándolos, tengo la sensación
de caminar sobre sus penes. Experimento una suerte de placer agudo y
de angustia”.31 Todas las insignias de la potencia del hombre son objeto
de una degradación agresiva. La muchacha ataca el pene como lo que
ella no tiene, por un lado, y por otro, como símbolo de la potencia que le
falta para asegurar su independencia con relación al deseo de la madre.
Esta última la tiranizó toda su vida.
Bouvet reduce ese fantasma a la posición kleiniana de la agresividad
oral. Por ejemplo, a propósito de un sueño en el que sus propios senos son
transformados en pene: “acaso, ¿no deposita sobre el pene del hombre la
agresividad oral dirigida primitivamente contra el seno materno?”.32 Sin
23
embargo, la observación no pone de relieve la pulsión oral, a excepción
de dos puntos correlacionados a la palabra: primero, cuando se calla en
el análisis; luego, cuando sueña con estrangular a su padre.
Lacan se aboca a distinguir esta omnipotencia de la palabra del ob-
jeto parcial, seno o pene.33 En el mismo contexto, descalifica un análisis
fundado sobre el tener y la frustración, oponiéndole el ser del sujeto y
sus identificaciones.
La regresión a lo pregenital no explica nada: la afirmación por parte
de la paciente sobre la omnipotencia del falo está totalmente relacio-
nada con su insurrección contra el saber supuesto del analista. Ella lo
hace callar. La intolerancia al significante del Otro, especialmente a la
voluntad materna, enmascara al mismo tiempo un odio hacia el padre,
que no tiene nada de pregenital.
Bouvet cree poder ver fácilmente en los afectos transferenciales lo
que fue la relación de la paciente con su padre. Sin embargo, es la into-
lerancia a la interpretación y la transferencia negativa lo que está en el
centro de la observación.
El análisis de Bouvet se apoya solamente en lo imaginario de la en-
vidia del pene y de la castración masculina. Ahora bien, ese estereotipo
no tiene nada de específico en cuanto a la elección de la neurosis. En
su lugar, Lacan hace pivotear la cura, no sobre la envidia del pene y el
deseo de ser un hombre, sino sobre el deseo de la madre y del falo como
significante del deseo. Durante la infancia, la paciente fue objeto del
deseo de la madre: varias escenas describen su dependencia a la vez vital
y apasionada. Pero la ambivalencia no quiere decir pregenital. Se trata
de la dialéctica falocéntrica. A propósito de la iconografía respecto de
los pies de la virgen sobre la cabeza de la serpiente: “Contrariamente a
lo que se cree, el falocentrismo es la mejor garantía de la mujer”.34 Lo
que ella destruye es esta dependencia de la imagen fálica deseada por la
madre. En efecto, está en rivalidad, pero no con el padre ni con la ma-
dre, sino con un deseo más allá de ella que es el falo. Lacan aplica la ley
general del deseo obsesivo: “Destruir los signos del deseo del Otro”. En
este caso, es a ella misma a quien destruye, en tanto que identificada con
esos signos. “El objetivo del tratamiento es hacerle ver que tú misma eres
lo que quieres destruir…”.35
33 J. Lacan. El Seminario, libro 10: La angustia. Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 291.
34 J. Lacan. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, en J. Lacan: Intervenciones y
textos 2. Buenos Aires, Manantial, 2001, p. 143.
35 J. Lacan. El Seminario, libro 5, op. cit. p. 462.
24
El problema no es el de tener o no ese falo, sino el de serlo. Es así
como ella está en rivalidad con su marido, en tanto que el marido es el
falo. En esa época, Lacan trata la dialéctica del ser y del tener y del de-
seo de reconocimiento. Esta dialéctica vale tanto para el hombre como
para la mujer. En efecto, el neurótico en general quiere serlo: como lo
demuestra el caso de la paciente.
En la provocación que manifiesta con los hombres, vistiéndose de
manera sexi, haciendo de su cuerpo un fetiche, especialmente usando
zapatos de taco alto cuyo precio entra en relación con el precio de las se-
siones, ella es el falo. Lacan se refiere al análisis de la mascarada descrito
por Joan Rivière.36 Una variante de la huida, asimilada a una coquetería,
caracteriza a una paciente que oculta a los hombres su engaño y su agre-
sión imaginaria:
36 J. Rivière. “La féminité en tant que mascarade”, vol. VII: La sexualité féminin, Paris,
PUF, 1964, p. 261.
37 Ibíd.
38 J. Lacan. El Seminario, libro 5, op. cit., p. 461.
25
Seminario 9, “La identificación”. Hay que decir todavía que el odio solo
no es determinante respecto del tipo clínico. Por otro lado, el pasaje
de una mascarada agresiva a otra es siempre posible en la historia del
sujeto, como lo demuestra la historia amorosa de los adolescentes.39 Se
hará la misma observación tratándose de la identificación con el falo,
que vale para la neurosis en general y no solamente para la neurosis
obsesiva en particular: es la estrategia en relación al deseo del Otro lo
que es determinante.
La neurosis obsesiva se caracteriza por el desvanecimiento y la afá-
nisis del deseo; porque, destruyendo el deseo del Otro, es el suyo propio
el que el sujeto golpea. Dado que Lacan hace recaer todo sobre el ser en
detrimento de un imaginario de la posesión, la estrategia de Bouvet le
parece incoherente. Bouvet le da a su paciente el falo que se supone le
hace falta, tal como una madre condescendiente. Frente a ese regalo, ella
responde enviando a su propio hijo a análisis. Esta generosidad reduce
la angustia, en tanto que los síntomas no se modifican.
El interés de la observación de Bouvet reside en el hecho de que él
cree fundar una especificidad de la neurosis obsesiva femenina en lo pre-
genital y la envidia del pene, temas cruciales en esa época. Lacan consi-
dera más fundamental la relación a la palabra y sobre todo el estatuto del
verbo y lo que implica el significante Cristo-rey. Es esta omnipotencia la
que es objeto de destrucción.
39 S. Cottet. “Le sexe faible des ados: sexe machine et mythologie du coeur”, Revue de
la Cause freudienne n° 64, 2006, pp. 67-76. Incluído en esta obra.
40 J. Lacan. El Seminario, libro 8: La transferencia. Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 287.
26
cerrándose al amor. El significante de la falta en el Otro es retrotraído a
la pulsión anal, como encarnación justamente de la demanda.
Por otro lado, la degradación del objeto da su aspecto de perversión
a la obsesión. Podemos observar desde este ángulo las novelas eróticas
de Georges Bataille, que acumulan escenas de degradación del objeto
femenino entre Misa negra y sacrilegio. En “Ma mère” y en “Madame
Edwarda” está especialmente revelada la equivalencia del abismo del
sexo y de Dios. Pero es sobre todo “Histoire de l’oeil” la que presenta
más analogías con la obsesión de la paciente. Bataille se complace en los
escenarios de profanación de la hostia: “justamente, continuó el Inglés,
esas hostias que ves son el esperma de Cristo en forma de galleta”.41 Una
anotación biográfica nos da la clave de la novela: Bataille escribe sobre
la degradación real de su padre, enfermo y ciego. Las palabras obscenas
del padre delirando, mezcladas con escenas de decadencia, sufren una
conversión erótica que forma un nudo de goce transgresivo sobre un
fondo de teología.
Nos dispensamos aquí de debates sobre el misterio de la transubs-
tanciación que eran bien conocidos por Bataille y ciertamente por La-
can también, a saber, que la hostia no es otra cosa que el cuerpo real de
Cristo y no su símbolo; pan y vino se convierten en carne de Cristo:
algunas discusiones interminables resultaron después del Concilio de
Letrán, en 1215, luego en el Concilio de Trento en 1551.
Los cristianos de Oriente y los ortodoxos se inquietaron por ese
“metabolismo”, y más tarde los protestantes también. La paciente se
hace eco de esto en su religión privada. ¿Es que el excremento puede
ser asimilado a una parte del cuerpo de Cristo? (Las especulaciones
de “El Hombre de los Lobos” sobre el trasero de Cristo actualizan las
mismas polémicas).
Queda el hecho de que el ropaje perverso del fantasma en el obse-
sivo es correlativo de una frecuencia mayor de la obsesión sexual en el
hombre, por más que él sea el sexo débil con respecto a la perversión.
En Freud, es la disimetría del complejo de castración: la represión de la
sexualidad en una, el superyó en el otro; el trauma de la seducción pasiva
en la niña opuesto a la actividad sexual precoz del varón. La paciente de
Bouvet, justamente, es una excepción: de niña tuvo una actividad sexual
precoz con otras niñas, un esquema “activo” mucho más determinante
que los traumas anteriores.
41 G. Bataille. Madame Edwarda, La Mort, Histoire de l’oeil. Paris, UGE (10/18), 1994, p.
112.
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Podemos anticipar también otras razones: a partir del Seminario 16,
“De un Otro al otro”, Lacan introduce la variable del saber, su relación
al goce y su disimetría en los dos sexos: no estamos más en la dialéctica
del deseo del Otro, que resume un pasaje de los Escritos en “Subversión
del sujeto y dialéctica del deseo”.42 Los dos términos del fantasma se
encuentran hendidos.43 Es cierto que Lacan ubica a la mujer del lado
de la insatisfacción y del sin fe de su intriga. Ahora bien, encontramos
el mismo binario en el Seminario 16, pero articulado en los términos
de los cuatro discursos: en particular S1 y S2, como términos del saber.44
En respuesta a los impasses del goce, el obsesivo negocia un tratado
con el Otro, excluyéndose como amo (contrariamente a lo que se cree).
Su relación con el saber queda marcada por la prohibición. Él no se
autoriza sino a partir de un pago siempre renovado. Es la deuda inter-
minable. La forma histérica está en el otro extremo y se encuentra más
especialmente en las mujeres, en tanto que ella no se toma justamente
por La mujer. Esta definición de la mujer como una “entre otras” será
el giro del Seminario 20. La mujer no existe como La; su goce no está
completamente borrado por el Uno fálico.
La operación matemática que “sustrae el a al Uno absoluto del Otro”
proyecta la relación sexual a un punto infinito. El argumento matemá-
tico es difícil, especula sobre la serie de Fibonaci.45 Lacan todavía no
tiene la hipótesis del goce suplementario, pero ya no se contenta con los
clichés clásicos sobre la represión del goce. Es más bien que la histérica
“promueve el punto al infinito del goce como absoluto”, lo cual es una
razón para que ella “rechace cualquier otro”.46 En contraste, la estrate-
gia obsesiva tiene la estructura repetitiva del par anulación-repetición,
que pone más bien al pequeño a en serie. Podríamos, para simplificar,
buscar un anudamiento específicamente obsesivo de RSI y tendríamos
entonces como especificidad de lo real el hueso de un goce imposible
de alcanzar y contra el cual el sujeto se protege como una fortaleza a lo
Vauban. En lo simbólico, es la inflación del Otro y del amo. El obsesivo
no puede tomarse por el amo, “pero supone que el amo sabe lo que él
quiere”.47 Y él lo anula perpetuamente. En lo imaginario, la fortaleza
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narcisista del obsesivo coincide con su mortificación: de esta manera
está en la procastinación.
En cuanto al objeto, Lacan retiene menos las características del ob-
jeto anal que las que atañen a la mirada y a la pulsión de “hacerse ver”,
donde se concentra la oblatividad obsesiva: dar a ver una imagen de sí
mismo. Los diferentes seminarios acentúan respectivamente el yo, el sig-
nificante, el objeto mirada. Al respecto, el caso Bouvet es paradigmático.
Para volver a los ejemplos, podemos encontrar muy restringido el
cuadro clínico precedente dado que está marcado por la educación re-
ligiosa y otras determinaciones simbólicas obsoletas; no podemos exi-
gir del sujeto contemporáneo tener obsesiones religiosas estructuradas
como las elucubraciones del Concilio de Letrán.
La madre y el hijo
Una madre que no quiere ser tal y que deja caer a su hijo es lo que
Lacan llama una madre fálica, tal Clitemnestra en l’Electre de Girau-
doux.49 La categoría de obsesiva o de histérica es aquí secundaria.
Un ejemplo: una mujer de unos cuarenta años, madre de dos hijos,
está paralizada por una inhibición. Es periodista y no puede escribir en
su nombre: no puede escribir sino para otro que recoge el fruto del éxito
y cobra en su lugar. Esta dependencia que enajena el producto de su
48 S. Freud. “Inhibición, síntoma y angustia”, en S. Freud: op. cit., tomo III, p. 2874.
49 J. Lacan. El Seminario, libro 10, op. cit., p. 136.
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trabajo la indigna, provocándole al mismo tiempo una rabia femenina
donde su deseo de reconocimiento está frustrado. Ella hace el trabajo
pesado, pero su nombre no aparece nunca. De golpe, no solamente no
escribe más para ese otro sino que, tirando al niño junto con el agua de
la bañera, no escribe más tampoco para ella misma. Se borra, en sentido
estricto, borrando su nombre, que es el de su padre y no el de su marido.
Al mismo tiempo, piensa en un accidente que podría sucederle a su
hija mayor. Las condiciones del nacimiento de esta última le provocaron
un sentimiento de extrañeza, como si su hija no le perteneciera, como
si no fuera su prolongación o su imagen. La paciente permanece a dis-
tancia de su propia imagen; en su división, se construyó una imagen de
madre completamente artificial.
Es la mayor de los hermanos de una familia en la cual, para el pa-
dre, los hijos varones tardan en llegar, y de niña estuvo mucho tiempo
aterrada por sus gritos. “Son todas tontas”, decía el padre respecto del
mundo femenino. Una fórmula significante fue especialmente aislada
y descifrada: el equívoco entre los gritos (cris) del padre y el escrito del
padre (écrit). Ella tuvo que trabajar muy duro para salir de su dificultad,
hacer sus estudios y ganarle los títulos al saber…
El éxito profesional, considerado como una proeza masculina, pro-
voca una deflación que parece verificar el paradigma obsesivo: el sentido
gozado que ella le da al nombre de autor sostiene una inflación fálica
imposible de soportar. Ella se anula y se elimina de la escena literaria, lo
cual vuelve compatible su frenesí narcisista con su modestia. El anuda-
miento de una inhibición intelectual respecto de los ideales superyoicos
contrariados por el veredicto paterno y el estorbo que provoca la presen-
cia del hijo van en el sentido del síntoma. Ella duda y su pensamiento se
enreda. Sin embargo, no hay ninguna degradación del falo en este caso.
Podríamos decir también que para ella tener éxito es hacer el hom-
bre; ese paradigma da suficientemente cuenta de la inhibición del pen-
samiento por el conflicto que produce estragos entre maternidad y fe-
minidad. ¿Autocastigo y pulsión mortificante? Apostaríamos más bien
por el embrollo contemporáneo de la identificación…
En todo caso, no intentamos analizar “la defensa antes de la pulsión”,
según el consagrado cliché, sino más bien interrogar la insatisfacción
del deseo de nuestra “escritora”, orientándolo sobre el parásito del pen-
samiento, más que sobre las dificultades relativas al hijo.
Lo que parasita a la paciente es más bien su nombre propio. Ese
patronímico tomado al pie de la letra la importuna: este contiene el
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significante de un exceso, de una cantidad supernumeraria. Ese signi-
ficante la perturba. Sacrifica mucha energía para llevarlo. Sucede que
ella se toma de los significantes del patronímico como de una blasfemia
para aliviarse. A pesar de esos síntomas “obsesivos”, la paciente no tiene
rituales, no tiene impulsiones ni culpabilidad: no hay que confundir la
inhibición del amor por el odio, en la neurosis obsesiva, con una deman-
da de amor contrariada. Aquí, la ambivalencia es relativa al deseo del
padre, que ella mantiene, y no a su destrucción.
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femenina habitualmente retenidos han envejecido: una atmósfera de
santurronería y de convento recubre los casos de la literatura clásica. La
ideología feminista, la lucha de los sexos y el espíritu de la época vienen
a enredar las diferencias estructurales estrictas y a dar más amplitud a la
reivindicación fálica ordinaria que a la blasfemia. La destrucción de las
insignias del Uno fálico no milita forzosamente a favor de la obsesión;
la paranoia, como la histeria, puede dar cuenta de ello. Es cierto que la
introducción del significante Dios en la cuestión del goce femenino, a
partir del Seminario 20 “Aun”,52 podría relanzar el debate.
52 J. Lacan. El Seminario, libro 20: Aun, cap. V. Buenos Aires, Paidós, 1975.
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