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Quijote Prueba 4- SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO 30 ENCUENTRO CON LOS DUQUES


Cabizbajos y pensativos iban don Quijote y Sancho después de la aventura del barco encantado. Don Quijote,
pensando en Dulcinea; Sancho, en lo mal que le iba con su amo, por los disparates que cometía y con ello la
pérdida del dinero; por todo esto pensaba pronto regresar a su casa; pero la fortuna dispuso que las cosas
transcurriesen de otra manera.
Al día siguiente, cuando salían de un bosque, divisó a lo lejos don Quijote un grupo de cazadores de altanería.
Entre ellos resplandecía una gallarda señora, vestida de verde y subida en un palafrén con silla de plata. En la
mano izquierda sostenía un azor. Don Quijote le ordenó a Sancho que se presentara a ella y con mucha atención
le ofreciese los servicios del caballero de los leones. Especialmente le ordenó que no encajara muchos refranes
en su embajada. Sancho, que se sabía con recursos para ejecutar el encargo, contestó que a buen pagador no le
duelen prendas (el que tiene razón o medios para realizar las cosas, no le importa comprometerse), y en casa
llena presto se guisa la cena (donde hay medios no hay dificultades).
Sancho fue a donde estaba la hermosa señora y cuando llegó se postró de rodillas y en nombre de don Quijote
le ofreció sus servicios. Le pidió la duquesa que se levantara, pues había realizado muy bien la embajada y, a
continuación, le dijo que ya tenían conocimiento de quién era don Quijote y su escudero, pues su historia
andaba escrita en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha; aceptaba complacida tal ofrecimiento y se
sentía contenta por tenerlos en sus territorios.
Antes de que don Quijote llegara, la duquesa le había contado a su marido todo lo referente a la embajada de
Sancho. Dado que habían leído la primera parte del Quijote, acordaron que, con humor, le seguirían en las
peticiones que él hiciera, de acuerdo con lo que habían leído en los libros de caballerías. Llegó don Quijote a
donde estaba la duquesa. Sancho, como de costumbre, fue a bajarse del rucio para tenerle el estribo a don
Quijote, pero con tan mala suerte que se le enganchó el pie en unas sogas de la albarda y quedó enredado
colgando boca abajo. Don Quijote, que creía que Sancho le estaba sosteniendo el estribo, fue a bajarse y
enganchándosele el pie, cayó del rucio, llevándose consigo la albarda de Rocinante, y quedando en el más
deplorable ridículo.
El duque les ordenó a sus cazadores que les ayudasen. Tan pronto como don Quijote se levantó fue a donde
estaban los dos señores e hizo ademán de ponerse de rodillas, pero el duque no lo consintió, abrazó a don
Quijote y le expresó su disgusto por la mala suerte que había tenido al llegar a sus dominios. Correspondió con
cortesía don Quijote, diciéndole que por el solo hecho de servirles a él y a su señora la duquesa, “digna consorte
de la hermosura universal”, se daba por satisfecho. El duque le contestó que la única señora de la hermosura era
Dulcinea. Sancho, con el lenguaje diplomático del acto que acababa de realizar, quiso cumplir con las dos: “ No
se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi señora Dulcinea del Toboso, pero donde menos se piensa
se levanta la liebre (Hay cosas que ocurren inesperadamente); que yo he oído decir que esto que llaman
naturaleza es como un alcaller que hace vasos de barro, y el que hace un vaso hermoso también puede hacer
dos y tres y ciento: dígolo porque mi señora la duquesa a fe que no va en zaga a mi ama la señora Dulcinea del
Toboso”
Le habló don Quijote a la duquesa de la gracia de Sancho y ésta correspondió, diciéndole que “las gracias y los
donaires (…) no se asientan sobre ingenios torpes, por lo cual tenía a Sancho como una persona con gracia,
donaire y discreta. A esto añadió don Quijote que también era hablador. El duque quiso justificarlo, diciendo que
“muchas gracias no se pueden decir con pocas palabras.”
Dicho lo anterior, los duques le reiteraron la invitación a su casa, como solían hacer con todos los caballeros
andantes. Hacia allí se dirigieron los cuatro. La duquesa le manifestó a Sancho lo mucho que disfrutaba oyendo
sus discreciones.
CAPÍTULO 31. RECIBIMIENTO EN EL CASTILLO. EL ECLESIÁSTICO
Sancho iba muy contento por el afecto que le había mostrado la duquesa y porque el ir a su castillo le
recordaba las otras casas que había visitado: la de don Diego y la de Basilio, en las que comió cuanto le
apeteció.El duque se había adelantado y les había ordenado a sus subordinados cómo tenían que tratar a don
Quijote. Cuando llegaron, dos doncellas le echaron por los hombros un manto escarlata. En los corredores del
patio aparecieron criados y doncellas que vitorearon y derramaron pomos de aguas olorosas. Por primera vez
don Quijote se sintió tratado como un caballero andante.
Sancho, “se cosió con la duquesa” y desamparó al rucio. Al darse cuenta, le dijo a una dueña, llamada doña
Rodríguez, que cuidara del animal. La dueña se sintió ofendida, contestándole que tales trabajos no los hacían
ellas. Sancho le respondió de acuerdo con los versos del romance de Lanzarote, que había oído a don Quijote:
“cuando de Bretaña vino, / que damas curaban de él / y dueñas del su rocino.”
A estos versos respondió la dueña que si era juglar, los guardara para donde se los pagaran, pues de ella no
obtendría nada. Se establece una graciosa, pero violenta discusión entre los dos. Intervino la duquesa y apaciguó
a doña Rodríguez; el duque tranquilizó a Sancho, diciéndole que “al rucio se le dará recado a pedir de boca”
( prov. según lo que se precise y quiera) .
Después de la intervención del duque aparecieron seis doncellas que, llevándose aparte a don Quijote, le
quitaron la ropa y cuando iban a desnudarlo totalmente, éste lo impidió, argumentando que en los caballeros
andantes, la honestidad iba unida a la valentía. Les dijo que les diesen la camisa a Sancho y, encerrándose con él
en una cuadra, se desnudó y se vistió. Aprovechó que estaba a solas con Sancho para reprenderle por su
comportamiento con la dueña, advirtiéndole que “ en tanto más es tenido el señor cuanto tiene más honrados y
bien nacidos los criados, y que una de las ventajas mayores que llevan los príncipes a los demás hombres es que
se sirven de criados tan buenos como ellos”. A continuación le dice que se encuentran en un lugar del que
pueden conseguir buenos beneficios económicos; que se frene en su forma de hablar, pues depende de él que
los duques tengan una buena impresión.
Llagó la hora de comer y don Quijote se vistió, colocándose su tahalí con la espada, el manto de escarlata y una
montera de raso verde que le dieron las doncellas. Con mucha cortesía lo acompañaron doce pajes al comedor,
donde estaba dispuesta la mesa. Salieron a recibirles los duques acompañados de un grave eclesiástico,
excesivamente severo y duro en la conversación. El duque le ofreció a don Quijote la cabecera de la mesa;
amablemente éste rehusó, pero ante la insistencia del anfitrión, aceptó. Aprovechando la invitación del duque a
don Quijote para que se sentara en la cabecera y el haberlo rehusado éste, hasta que tuvo que aceptarlo,
Sancho contó un cuento en el que se escenificaba una situación parecida: un hidalgo convidó a un labrador a
comer en su casa. Le ofreció sentarse en la cabecera de la mesa, éste rehusaba hasta que el hidalgo, enfadado,
lo sentó diciéndole: “Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me asiente será vuestra cabecera”.
Don Quijote se sintió avergonzado. La duquesa desvió la conversación y le preguntó por Dulcinea y por los
gigantes que había vencido. El eclesiástico, cuando oyó lo de encantamientos, gigantes y malandrines,
comprendió que el personaje era don Quijote de la Mancha, cuya historia leía de ordinario el duque. Aprovechó
el momento para criticar con acritud y duras palabras, los disparates que don Quijote cometía; lo llamó “don
Tonto” y “alma de cántaro” (prov. ingenuo, bonachón), diciéndole también que volviera a su casa y cuidara de su
hacienda. Don Quijote se puso en pie para contestarle.
CAPÍTULO 32 RESPUESTA AL ECLESIÁSTICO Y COLOQUIO CON LOS DUQUES
Don Quijote contestó al Eclesiástico argumentándole que el respeto que le merecía el lugar en el que se
encontraban, así como la profesión que representaba, le ataban las manos, pero especialmente “por saber que
saben todos que las armas de los togados son las mismas que las de la mujer, que son la lengua, entraré con la
mía en igual batalla con vuestra merced, de quien se debería esperar antes buenos consejos que infames
vituperios. Las reprehensiones santas y bienintencionadas…piden: a lo menos, el haberme reprendido en
público y tan ásperamente ha pasado todos los límites de la buena reprehensión, pues las primeras mejor
asientan sobre la blandura que sobre la aspereza, y no es bien que sin tener conocimiento del pecado que se
reprehende llamar al pecador, sin más ni más, mentecato y tonto”; después de insistir en que no es bueno
entrar en casas ajenas a imponer leyes de caballería, continúa diciéndole que “unos van por el ancho campo de
la ambición soberbia, otros por el de la adulación servil y baja, otros por el de la hipocresía engañosa, y algunos
por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mis estrellas, voy por la angosta senda de la caballería
andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra…; sostiene que como caballero andante se
ha enamorado, pero no soy de los enamorados viciosos, sino de los platónicos continentes. Mis intenciones
siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno”.
Sancho apoyó el discurso de don Quijote y se presentó al Eclesiástico como “soy quien júntate a los buenos, y
serás uno de ellos, y soy yo de aquellos “no con quien naces, sino con quien paces” (en la vida influyen más las
compañías que el origen de cada uno), y de los quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. El duque
le prometió que lo nombraría gobernador de una ínsula que tenía. Al oír esto el Eclesiástico exclamó: “¡Mirad si
no han de ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan (aprueban) sus locuras.” Y, lleno de cólera, abandonó la
mesa.
El duque le manifestó su conformidad a don Quijote y éste continuó diciendo que “Las mujeres, los niños y los
Eclesiásticos, como no pueden defenderse, aunque sean ofendidos, no pueden ser afrentados. Porque entre el
agravio y la afrenta hay esta diferencia…la afrenta viene de quien la puede hacer, y la hace, y la sustenta; el
agravio puede venir de cualquier parte, sin que afrente. Intervino Sancho para comentar lo mal que le hubiera
ido al Eclesiástico con Amadís.
Se reía la duquesa de las palabras de Sancho cuando, después de la comida, entraron cuatro doncellas con
aguamaniles y toallas y, sin más, procedieron a lavarle y enjabonarle las barbas a don Quijote; la doncella
barbera fingió que se le había acabado el agua y dejó al caballero lleno de espuma, en el más deplorable ridículo.
Con el fin de que don Quijote no notase la burla, también pidió el duque que se las lavaran; Sancho le comentó a
la duquesa que el espectáculo de lavar las barbas que había contemplado, no lo había visto en otro lugar, pero
“por eso es bueno vivir mucho, por ver mucho, aunque también dicen que “el que larga viva vive mucho mal ha
de pasar”; contagiado, también pidió que se las lavasen; pero antes se marchó con el maestresala a comer.

La duquesa le pidió a don Quijote que le describiese la hermosura de Dulcinea, éste le contestó que sería
necesario acudir a grandes artistas para explicarla. Pero ahora está encantada, transformada de princesa en
labradora, de olorosa en pestilente villana, por los malos deseos de sus enemigos los encantadores; todo esto le
hace sufrir, pues “quitarle a un caballero andante su dama es quitarle los ojos con que mira y el sol con que se
alumbra y el sustento con que se mantiene”. La duquesa le comentó que de la lectura que había hecho del libro
de don Quijote no se podía deducir que existiera Dulcinea, sino que era fruto de su imaginación. Don Quijote
respondió de una manera misteriosa: “Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no
fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo”. Para que los duques
conocieran las cualidades de Sancho, realizó un breve bosquejo del mismo; como lo había tratado de algo
simple, añadió que dándole buenos consejos sería un buen gobernante, pues “por muchas experiencias
sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno gobernador, pues hay por ahí
ciento que apenas saben leer, y gobiernan como unos gerifaltes; el toque está en que tengan buena intención y
deseen acertar en todo, que nunca les faltará quien les aconseje y encamine en lo que han de hacer…
Aconsejaríale yo que ni tome cohecho ni pierda derecho (que ni acepte sobornos, ni renuncie a los que le
corresponda por derecho).
Después de lo anterior se oyó un gran ruido de voces que se aproximaban a donde ellos se encontraban. Se
trataba de Sancho que venía huyendo de los marmitones de la cocina. Le querían lavar las barbas con agua de
lejía. Sancho argumentaba que “estas cirimonias y jabonaduras más parecen burlas que gasajos de huéspedes”.
La duquesa le dio la razón y criticó a los “ministros de la limpieza” por ser tan atrevidos y querer lavarle las
barbas a Sancho sin utilizar los objetos adecuados. Los criados se retiraron y Sancho, poniéndose de rodillas ante
la duquesa, le dio las gracias con mucha cortesía. Todos se retiraron a reposar; Sancho renunció a las cuatro o
cinco horas de siesta y se quedó a conversar con la duquesa porque ésta se lo había pedido.
CAPÍTULO XXXIII (33). LOS COLOQUIOS DE SANCHO CON LA DUQUESA
Cuando Sancho llegó a donde estaba la duquesa, ésta le invitó a que se sentara a su lado; él manifestó cierta
perplejidad; pero ella insistió en que se sentara como gobernador y hablara como criado.
Antes de que Sancho empezara a hablar le preguntó la duquesa que por qué le mintió a don Quijote cuando le
dijo que le había entregado la carta a Dulcinea y que la había visto ahechando trigo, comentándole también que
dichas mentiras eran impropias de un fiel escudero. Sancho, después de comprobar que nadie los oía, le
contestó que si le había dado a entender que Dulcinea estaba encantada era porque estaba loco de remate,
aunque a veces hablaba con mucha discreción. Oído lo anterior, la duquesa, dialogando consigo misma, expresó
su temor a darle el gobierno de una ínsula a un escudero que seguía a un amo loco y mentecato, porque “el que
no sabe gobernarse a sí ¿cómo sabrá gobernar a otros?. Le replicó Sancho que tenía razón en pensar de ese
modo, pero él quería serle fiel hasta el final y nunca se apartaría de su lado. A continuación ensartó una serie de
refranes con el claro propósito de que lo nombraran gobernador:
a) A veces, lo que parece un progreso puede ser muy perjudicial y por lo tanto no le importaría nada quedarse
sin la ínsula: “Por su mal le nacieron alas a las hormigas”; “Tan buen pan hacen aquí como en Francia (Lo que se
posee puede ser tan bueno como lo mejor que se pueda imaginar); “Y yo he oído decir que detrás de la cruz está
el diablo”;
b) Todos los hombres somos iguales: “al dejar este mundo y meternos la tierra adentro por tan estrecha senda
va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del Papa que el del sacristán, aunque
sea más alto el uno que el otro, que al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y encogemos o nos hacen ajustar y
encoger”;
c) No hay que fiarse de las apariencias: “No es oro todo lo que reluce”; “Entre los bueyes, arados y coyundas
sacaron al labrador Bamba para ser rey de España”.
Apoyó los refranes de Sancho la dueña doña Rodríguez. La duquesa después de oírlo le confirmó que la palabra
que le había dado el duque, se cumpliría y Sancho sería gobernador, encargándole que ejerciese bien su cargo.
Le contestó que era una persona caritativa y compasiva, además de que no se dejaría fácilmente engañar,
apoyándose en: “A quien cuece y amasa no le hurtes la hogaza”; “soy perro viejo y entiendo todo tus, tus ( Es
una variante del refrán “A perro viejo no hay tus, tus” (A quien conoce bien las cosas no se le engaña con buenas
palabras). Le manifiesta que rápidamente aprendería a gobernar y la duquesa le contesta que llevaba razón pues
“de los hombres se hacen los obispos, que no de las piedras”. Convence la duquesa a Sancho de que el que vive
engañado es él, pues ella sabe con certeza que aquella labradora que Sancho vio era Dulcinea, que había sido
encantada. Sancho asume lo que la duquesa le dice y acepta la explicación de don Quijote cuando le dijo que
había visto a Dulcinea en la Cueva de Montesinos. Le comunica que según el bachiller Sansón Carrasco, en el
libro que ya anda por ahí, nadie quiere mal a Sancho, tiene buena fama y como ha oído decir a don Quijote “más
vale el buen nombre que las muchas riquezas”. Insiste Sancho en que le den el gobierno, a lo que la duquesa
contesta que lo que ha dicho son buenas sentencias y, como dice el refrán, “debajo de mala capa suele haber
buen bebedor” (una mala apariencia puede esconder algo de valor).
Sancho no captó el sentido irónico de la duquesa y le contestó que nunca se había emborrachado, pero que
siempre había respondido al brindis de un amigo. Ella lo envió a descansar con la esperanza de conseguir el
gobierno de la ínsula; Sancho le suplicó que se tuviera buena cuenta de su rucio, porque era “la lumbre de sus
ojos”. Le respondió la duquesa que lo cuidaría como si fuera suyo y lo pondría en “las niñas de sus ojos”; él le
replicó que ni su él ni su asno merecían tal atención, pues, “en las cortesías antes se ha de perder por carta de
más que de menos, en las jumentiles y asininas (en las cortesías relativas a jumentos y asnos) se ha de ir con el
compás en la mano y con medio término. Se volvió a reír la duquesa con las explicaciones de Sancho y se
marchó a contarle a su esposo la conversación y a preparar las burlas que le harían a don Quijote.

CAPÍTULO XXXIV (34). LA CAZA DE MONTERÍA Y EL DESENCANTO DE DULCINEA


La duquesa tramó con el duque hacerles una burla famosa a don Quijote y a Sancho, tomando como referencia
lo que éste le había contado de la Cueva de Montesinos. Se asombraba la duquesa de la ingenuidad de Sancho,
pues había conseguido hacerle creer que Dulcinea estaba encantada, cuando fue él mismo quien mintió a don
Quijote. Durante seis días prepararon a los criados para que los llevaran a una caza de montería con el mismo
ornato que tuviera una caza real. Partieron don Quijote, armado sobre Rocinante, Sancho, vestido de pardo
verde, y los duques. Se encaminaron hacia un bosque; la caza se inició con fuerte estruendo de ladridos y
bocinas. La duquesa, el duque y don Quijote se apearon y se dispusieron a esperar el jabalí. Sancho se quedó
detrás subido en su rucio. Junto a él se dispuso una hilera de cazadores. Pronto se oyó un gran ruido y la llegada
de un fiero jabalí perseguido por los perros. Sancho, al verlo, sintió miedo y se subió a un árbol, con tan mala
suerte que se quebró la rama y se quedó colgado en el aire, gritando desesperadamente.
Se acercó don Quijote y descolgó a Sancho. Lo primero que notó fue que el traje de montería que le habían dado
se había roto. Fue a ver a la duquesa; le enseñó el traje y criticó la cacería.
A la crítica de Sancho contestó el duque, diciendo que “La caza es una imagen de la guerra: hay en ella
estratagemas, astucias, insidias, para vencer a su salvo al enemigo; padécense en ella fríos grandísimos y calores
intolerables; menoscábase el ocio y el sueño, corrobóranse las fuerzas, agilítanse los miembros del que la usa, y,
en resolución, es ejercicio que se puede hacer sin perjuicio de nadie y con gusto de muchos”. A partir de las
anteriores razones, le recomienda a Sancho que cuando sea gobernador se ocupe de la caza y “veréis como os
vale un pan por ciento” (Obtendréis muchos beneficios).
Sancho, insistiendo en su idea de que el gobernante se debe dedicar al buen gobierno de sus estados, le
respondió que el buen gobernador, la pierna quebrada y en casa (Sancho adapta a sus circunstancias el refrán
“La mujer honrada, la pierna quebrada, y en casa” (Aconseja ser cauteloso, reservado y honesto). La caza y los
pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores. A lo anterior replicó el duque,
diciendo que ojalá fuera así, pues del dicho al hecho hay un gran trecho (Es más fácil hacer promesas que
cumplirlas). Volvió a tomar la palabra Sancho para ensartar una serie de refranes con el propósito de decir que
con la ayuda de Dios, gobernará bien: A buen pagador no le duelen prendas (Quien tiene razón no le importa
comprometerse); más vale a quien Dios ayuda que a quien mucho madruga (Más vale más la suerte que
afanarse mucho en el trabajo; sin embargo); tripas llevan pies, que no pies a tripas (Es necesario alimentarse
para tener buen ánimo); ¡No, sino póngame el dedo en la boca, y verán si aprieto o no! (No me pongan a
prueba). Don Quijote le censuró a Sancho su forma de hablar por utilizar tantos refranes; la duquesa lo elogió.
Salieron de la tienda en la que estaban al bosque; de repente oyeron un gran estruendo de cornetas similar al de
ejércitos que se enfrentan en una guerra; una fuerte luz, provocada por los fuegos, los cegaba. El duque y la
duquesa se asustaron; don Quijote se sorprendió y Sancho cayó desmayado en las faldas de la duquesa. Pasó un
diablo correo, a caballo, un tanto extraño, para ser diablo: Sancho se dio cuenta de que juraba “en Dios y en mi
conciencia”; le dijo al duque que venía buscando a don Quijote, de parte de Montesinos, para decirle que no se
moviera de allí porque traía encantada a Dulcinea y le revelaría el modo de desencantarla. Don Quijote decidió
esperarla.
Pasaron tres carros tirados por bueyes, guiado cada uno por un extraño personaje que decía ser sabio y
encantador, de los libros de caballerías. A continuación se oyó una suave música, que Sancho tomó como buena
señal; por esto le dijo a la duquesa: Señora, donde hay música no puede haber cosa mala.

CAPÍTULO 35. EL DESENCANTO DE DULCINEA. DIVERSAS INTERPRETACIONES


Al compás de la música de arpas, laúdes y chirimías, venía un carro triunfal, lujosamente ataviado, tirado por
seis mulas cubiertas de blanco; a lomos de las mulas iban disciplinantes de luz, vestidos también de blanco.
Sentada en el trono iba una ninfa, cubierta de plata y lentejuelas de oro, de entre diecisiete y veinte años. A su
lado venía una figura vestida con largos vestidos y cubierta la cabeza con un velo negro. Al llegar a donde
estaban los duques y don Quijote cesó la música, la figura se descubrió la cara y apareció la terrible imagen de la
muerte. Todos se asustaron; se presentó como el mago Merlín y se dirigió a don Quijote, en verso, llamándolo
“discreto don Quijote, de la Mancha esplendor, de España estrella”. Le comunicó que le ha dado pena de ver
cómo se encuentra Dulcinea y venía a darle la solución para desencantarla: Sancho se había de dar tres mil
trescientos azotes en cada una de sus posaderas, de tal manera que le “escuezan, le amarguen y le enfaden”.
Sancho, de inmediato se negó a ello; don Quijote le ordenó que aceptase, pues si no lo hacía se encargaría él de
dárselos. Intervino nuevamente Merlín para decir que se los ha de dar Sancho de propia voluntad o debe
permitir que otra persona le dé la mitad. A una y otra cosa se opuso Sancho.
Tomó la palabra Dulcinea y criticando duramente a Sancho, ofendiéndolo en su persona, le dijo que si lo que le
pedía fuera algo repugnante de hacer, como comer sapos, lo entendería; pero que la petición era que se diese
los azotes para liberarla del estado en que había caído. Si no lo hacía por ella, que lo hiciera por don Quijote.

Sancho volvió a insistir en lo mismo. Apoya su rechazo en las malas formas que ha utilizado Dulcinea cuando se
lo ha pedido. Argumenta con refranes que apoyan el que se deben pedir las cosas con agrado o bien ofrecer
beneficios para el que las realiza, diciendo que “un asno cargado de oro sube ligero por una montaña; dádivas
quebrantan peñas; a Dios rogando y con el mazo dando; más vale un toma que dos te daré; mi señor había de
traerme la mano por el cerro (cerro, lomo del animal por el que se pasa la mano para amansarlo; el prov. quiere
decir que su señor debería mimarlo). Termina diciéndoles que sepan pedir las cosas y no las lleven al extremo
de “bebe con guindas” (Siendo muy malo lo que le piden, no lo hagan con tan malas formas). El duque le
amenazó con que si no se daba los azotes, no sería gobernador, ya que se mostraba excesivamente duro a los
requerimientos de las afligidas doncellas. Sancho pidió dos días para pensárselo, pero Merlín le contestó que se
decidiera ahora mismo, o Dulcinea volvería al estado de labradora. Intervino la duquesa para pedirle a Sancho
que lo hiciera y que todo transcurriera bien, pues de acuerdo con el refrán “un buen corazón quebranta mala
ventura” con buen ánimo, las cosas se pueden solucionar.
Se dirigió Sancho a Merlín para preguntarle por qué no había venido Montesinos como anunció el diablo correo.
Le respondió que Montesinos estaba encantado en su cueva. Aceptó Sancho darse los azotes con la condición de
que no le pusieran tiempo y se contaran todos, también los de “mosqueo”. Aceptó las condiciones Merlín; don
Quijote besó a Sancho en la frente y en las mejillas. Todos expresaron su contento. Sonó la música, pasó el carro
con Dulcinea, amaneció y los duques se marcharon a su casa, pensando en qué nuevas burlas les harían a don
Quijote y Sancho.

CAPÍTULO 42. SENTIDO EDUCADOR DE LA NOVELA. CONSEJOS DE DON QUIJOTE A SANCHO PARA JUZGAR
Los duques se habían quedado contentos con los acontecimientos de Clavileño y decidieron seguir adelante con
sus burlas. Al día siguiente le dijeron a Sancho que se preparara porque iba a ser enviado como gobernador a la
ínsula prometida. Sancho, después de su experiencia se había quedado algo afectado en sus ansias de gobierno,
pues según él no merecía tanto la pena gobernar al hombre en la tierra cuando tenía, como él había visto, un
tamaño tan pequeño. Añadiendo a continuación que desearía más tener un pedazo del cielo que todas las
ínsulas de la tierra.
Las afirmaciones de Sancho, fueron contestadas por el duque, diciéndole que con la ínsula que le iba a dar, si la
sabía gobernar podría alcanzar el cielo. Sancho la acepta, según él, “ni por codicia, ni por levantarme a mayores”
(ni por querer ser más de lo que soy), “sino por el deseo de probar a qué sabe ser gobernador”. El duque le
replicó que “si una vez lo probáis, (…) comeros heis las manos tras el gobierno, ( no renunciaréis) por ser
dulcísima cosa el mandar y el ser obedecido”; tras esto, Sancho le replicó que “yo imagino que es bueno
mandar, aunque sea un hato de ganado”.
El duque le dijo que al día siguiente tenía que partir por lo que habría que prepararle el traje adecuado, pues
“los trajes se han de acomodar con el oficio o dignidad que se profesa”. Habiéndole dicho el duque que para un
gobernador, tan importante son las armas como las letras, Sancho le contestó que de las primeras, pocas tenía,
pero “básteme tener el Christus (la señal de la cruz) en la memoria”.
Don Quijote, cuando se dio cuenta de lo que pasaba, se llevó a Sancho aparte para aconsejarle en su nueva
tarea. Lo primero que quiso que entendiera es que el nombramiento de gobernador no se debía a sus méritos,
pues mientras que unos “cohechan, importunan, solicitan, porfían, … y no alcanzan lo que pretenden, llega otro
y, sin saber cómo ni como no, se halla en el cargo y oficio que otros muchos pretendieron; y aquí entra y encaja
bien el decir que hay buena y mala fortuna en las pretensiones”. A partir de los anteriores razonamientos, don
Quijote le dio los siguientes consejos para juzgar
- Has de temer a Dios, porque en temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada.
- Has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que
pueda imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey.
-Los no de principios nobles deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que,
guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa, de quien no hay estado que se escape.
-Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje … y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio.
-Si tomas por medio a la virtud y te aprecias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que
padres y abuelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista (se adquiere), y la
virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.
-Si trujeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las
propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza. Si acaso enviudares…y con el cargo mejorares
de consorte, no la tomes tal que te sirva de anzuelo y caña de pescar, y del “no quiero de tu capilla (Los dos
vienen a decir no utilices a tu mujer para que reciba los beneficios que tú simulas rechazar).
-No te guíes por la ley del encaje (Juzga de acuerdo con la ley, no de manera arbitraria), que suele tener mucha
cabida con los ignorantes que presumen de agudos.
-Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.
-Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas el rico como por entre los sollozos e
importunidades del pobre.
-Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es
mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.
-Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva ( no admitas sobornos) sino con el de la
misericordia.
-Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria (olvídate de la
ofensa que te hizo) y ponlas en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros
que en ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu
hacienda.
-Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y
considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad
en sus suspiros.
-Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin
la añadidura de las malas razones. Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre
miserable (digno de misericordia), sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto
fuere de tu parte, sin agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque los atributos de Dios todos
son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.
CAPÍTULO 43.CONTINÚAN LOS CONSEJOS DE DON QUIJOTE
Los anteriores razonamientos de don Quijote mostraban, una vez más, que su locura se manifestaba solamente
cuando tocaba asuntos de caballería. Se esforzaba Sancho en memorizar los consejos relacionados con las
virtudes cuando don Quijote empezó a darle los ya anunciados consejos “para adorno del cuerpo”.
Le dice que sea limpio, que se corte las uñas, que no ande desceñido, pues era señal de decaído o dejado; que a
sus criados los atendiera con honestidad; que fuera prudente en la comida y en la bebida, pues “el vino
demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra”; que procure no eructar ni oler a ajos ni cebollas; que fuera
cuidadoso con el estómago ya que de su salud dependía todo el cuerpo; que fuese moderado en el dormir, ya
que “el que no madruga con el sol, no goza del día”; que anduviese despacio y hablase con reposo, pero sin
afectación. También le aconsejó cómo debía ir vestido.Le recomienda también que no introduzca tantos
refranes en su conversación, porque con frecuencia no se ajustaban y más parecían disparates que sentencias.
Sancho se disculpó diciendo que no los podía evitar, pues sabía muchos y le venían todos juntos a la boca,
peleándose por salir; procuraría utilizarlos de acuerdo con la importancia del cargo que iba a tener, pues “en
casa llena, presto se guisa la cena” (donde hay medios no hay dificultades), “y quien destaja no baraja” (no
pueden hacerse varias cosas al mismo tiempo) “y a buen salvo está el que repica” ( no hay de qué preocuparse)
“y el dar y el tener seso, ha menester (la prudencia es muy necesaria).
Don Quijote, para demostrarle a Sancho que no le había entendido, puesto que había ensartado sin venir a
cuento los refranes anteriores, le respondió con ¡Castígame mi madre, y yo trómpogelas! (Me reprende mi
madre y yo me burlo de ella. Se usa el refrán para reprender a los que reinciden en algo después de haber sido
advertidos).
Sancho le respondió que pronto se les olvidarían, por esta razón le pidió que se los diera por escrito, pues
aunque no sabía leer, se los daría a su confesor para que “me los encaje y recapacite cuando fuere menester”.
Le critica don Quijote que no sepa leer y aquel le responde que cuando tenga que firmar “fingiré que tengo
tullida la mano derecha y otro firmará por mí”, pues “para todo hay remedio, si no es para la muerte y teniendo
yo el mando y el palo (tener la facultad de mandar), haré lo que quisiere, cuanto más que el que tiene el padre
alcalde...seguro va a juicio (el que cuenta con un poderoso protector). Con la condición de gobernador Sancho
dice que no le temerá a nadie, pues vendrán por lana y volverán trasquilados (si se meten contra él les sucederá
lo contrario de lo que esperan), y a quien Dios quiere bien, la casa le sabe (quien tiene buena suerte no tiene de
qué preocuparse), y las necedades del rico por sentencias pasan en el mundo. …haceos miel, y paparos han las
moscas (convertíos en miel y os comerán las moscas.
Don Quijote le volvió a criticar el uso que hacía de los refranes, a lo que Sancho le respondió que se servía de la
única hacienda que tenía, que era refranes y más refranes; le venían cuatro a la memoria, pero no quería seguir
porque al buen callar llaman Sancho ( es una variante abreviada de refr. Al buen callar llaman Sancho; al bueno,
bueno, Sancho Martínez (Conviene moderarse en el hablar)). Don Quijote muestra interés en saber qué
refranes eran y Sancho los dice: “entre dos muelas cordales nunca pongas tus pulgares” (no hay que
entrometerse en problemas de parientes cercanos) y “a idos de mi casa y qué queréis con mi mujer, no hay
responder”(hay cosas que no admiten réplica), y “si da el cántaro en la piedra o la piedra en el cántaro, mal para
el cántaro” ( el daño siempre lo recibe el más débil). Explica a continuación Sancho los refranes anteriores con la
intención de decirle a don Quijote que sabe de lo que está hablando y no se diga de él lo de “espantose la
muerte de la degollada” (Es más fácil reparar en los defectos ajenos) y “más sabe el necio en su casa que el
cuerdo en la ajena” (en los asuntos propios sabe más aquel a quien pertenecen que el que los ve desde fuera).
Finalmente, don Quijote le dice que duda del gobierno que ejercerá; no obstante, él ha cumplido con su
obligación, y espera que Dios “te gobierne en tu gobierno”. Sancho le replicó que si no le parecía adecuado,
estaría dispuesto a dejarlo, porque “más quiero un negro de la uña de mi alma que todo mi cuerpo” (la parte
más pequeña de mi alma), ya que prefería irse al cielo como Sancho, que al infierno como gobernador.
Oído lo anterior, don Quijote considera que merecía ser gobernador porque tenía “buen natural, sin el cual no
hay ciencia que valga”. Por último, le advierte que se tiene que encomendar en Dios.
Capítulo 44. LOS ENCANTADORES. LA POBREZA. LA ENAMORADA ALTISIDORA
Cide Hamete justificó la inclusión de las novelas El curioso impertinente y El capitán cautivo en la primera parte
por el tedio que suponía hablar siempre de don Quijote y Sancho; muchos, llevados por las hazañas de don
Quijote, no les han concedido la importancia que por sí solas tienen. En esta segunda parte no ha querido
intercalar ninguna novela, sino algún episodio que lo parezca y siempre relacionado con el tema de la obra.

Sancho salió aquella tarde, acompañado de su séquito, a gobernar su ínsula. Notó que tanto el rostro como la
voz del mayordomo que lo acompañaba, se parecían a la Dolorida. Se lo dijo a don Quijote, y éste respondió que
no sabía lo que quería decir con que “el rostro de la Dolorida es el del mayordomo; pero no por eso el
mayordomo es la Dolorida, que a serlo implicaría contradicción…es menester rogar a Nuestro Señor nos libre a
los dos de malos hechiceros y de malos encantadores”. Sancho se despidió de los duques; les besó las manos y,
don Quijote con lágrimas en los ojos le dio su bendición. Se quedó don Quijote entristecido cuando se marchó
Sancho. La condesa le ofreció, como consuelo, cuatro de sus doncellas más hermosas para que lo atendieran,
pero él rehusó tal atención porque quería poner una barrera entre sus deseos y su honestidad. Aceptó la
duquesa la voluntad de don Quijote, le admiró su honesta virtud y le deseó que Sancho cumpliera su promesa
de azotarse para que el mundo pudiera volver a ver la hermosura de Dulcinea.
Después de cenar don Quijote con los duques se recluyó en su cuarto. Cuando se desnudaba, al descalzarse se le
rompió una media. No tenía hilo para remendarlas y se sintió humillado. Cide Hamete, reflexiona sobre la
pobreza. Dice que no entiende por qué el poeta cordobés (Juan de Mena) la llama “dádiva santa desagradecida”.
La increpa y le pregunta “¿por qué quieres estrellarte con los hidalgos y bien nacidos más que con la otra gente”.
Añadió: “Miserable del bien nacido que va dando pistos a su honra, comiendo mal y a puerta cerrada, haciendo
hipócrita al palillo de dientes con que sale a la calle después de no haber comido cosa que le obligue a
limpiárselos”. ¡Miserable de aquel, digo, que tiene la honra espantadiza y piensa que desde una legua se le
descubre el remiendo del zapato…!
Aquella noche hacía calor y don Quijote no podía dormir; abrió un poco la ventana y oyó que una de las jóvenes,
Altisidora, le confesaba a otra, Emerencia, la pasión que le había despertado don Quijote. Ésta la animó a que se
desahogase cantando con el arpa su amor al caballero. Le contestó que se esforzaba en hacerlo porque deseaba
seguir el refrán que dice “más vale vergüenza en cara que mancilla en el corazón” ( es preferible la verdad a los
remordimientos que resultan de no decirla). A continuación oyó don Quijote el sonido de un arpa que le trajo a
la memoria las historias que se oían en los libros de caballerías. Supuso que alguna de las doncellas de la
duquesa se había enamorado de él. Para que se dieran cuenta de que estaba despierto, don Quijote tosió.
Altisidora al darse cuenta de que don Quijote la oía entonó con tonos burlescos un romance en el que le
declaraba su amor y se hacía su esclava. Oído el romance se lamentó don Quijote de cómo era perseguido por
todas doncellas que se encontraba; pero él siempre lo rehusaría porque se sentía únicamente de Dulcinea,
“cocido o asado, limpio, bien criado y honesto, a pesar de todas las potestades hechiceras de la tierra”.
CAPÍTULO 45. LOS JUICIOS DEL JUEZ PANZA EN LA ÍNSULA BARATARIA
Empieza el capítulo el narrador pidiéndole al sol que lo alumbre en su ingenio para contar ordenadamente el
gobierno de Sancho. Éste, acompañado de su séquito llegó a un lugar cercado, de unos mil vecinos, llamado la
ínsula Barataria. Los recibieron, con gran alegría, los insulanos acompañados del consejo municipal; lo llevaron a
la iglesia para dar gracias a Dios, le entregaron las llaves del pueblo, lo nombraron gobernador perpetuo y
posteriormente lo llevaron al juzgado.
Sentado en la silla, el mayordomo del duque le dijo que era costumbre preguntarle al gobernador unas
preguntas para que los insulanos valoraran el ingenio de la respuesta. Un letrero en las paredes daba la
bienvenida a don Sancho Panza. Sancho rechazó el don, alegando que en todo su linaje, nunca lo tuvieron.
Entraron dos hombres: un sastre y su cliente. Éste le había dado un trozo pequeño de paño para que le hiciera
tantas caperuzas como pudiera. Le hizo cinco, pero eran inservibles por el tamaño. Se quejaba el sastre de que
el cliente no le quería pagar el trabajo realizado. Sancho sentenció que el sastre se quedara sin sus honorarios y
el cliente sin el paño, pues los dos habían actuado con malicia. Las caperuzas se deberían llevar a los presos de la
cárcel.
A continuación entraron dos ancianos. Uno venía apoyado en un bastón de caña. El denunciante decía que le
había prestado al otro, diez monedas de oro y no se las había devuelto. Se le pedía al juez que solucionara el
problema. Sancho le pidió que jurara que había devuelto las monedas. Le dejó el prestatario al prestador el
bastón de caña y juró que se las había devuelto. Sancho sospechó la verdad; pidió la caña y la rompió. En su
interior estaban los diez escudos que devolvió a su dueño.
Después entraron una mujer muy alterada y un ganadero. Denunciaba ella que él la había violado y pedía
justicia. El respondió que venía de vender cuatro puercos, cuyo importe casi se lo habían llevado los impuestos;
en el camino se encontró con ella y, después de haberle pagado, yogaron juntos. Lo traía ante el juez y lo
denunciaba por violación. Sancho le dijo al ganadero que le diese a la mujer el dinero que llevaba encima. La
mujer, con muchas zalemas, salió del juzgado. Después le dijo a él que fuese tras de ella y le quitase el dinero a
la fuerza. Intentó, pero no pudo, por lo que volvieron los dos al juzgado. Le pidió Sancho la bolsa a la mujer y se
la devolvió al hombre, diciéndole a ella que si hubiese defendido su cuerpo como defendió la bolsa, hubiera sido
imposible hacerle lo que ella había contado. El hombre le dio las gracias y todos admiraron el buen juicio y las
sentencias de Sancho.
CAPÍTULO LIX (59) SANCHO ACONSEJA A DON QUIJOTE CÓMO SALIR DE LA DESESPERACIÓN
Después del atropello de los toros, don Quijote y Sancho se dirigieron a una fresca arboleda y se sentaron cerca
de una fuente clara y limpia. Sancho sacó comida de las alforjas y sin esperar, como era lo cortés, a don Quijote
comenzó a embaularla.
Don Quijote, cuando lo vio comer de esa manera, le dijo que eso demostraba que le importaba mucho la vida,
sin embargo él, hundido en sus pensamientos y desgracias, era lo contrario, porque “Yo, Sancho, nací para vivir
muriendo y tú para morir comiendo”. Le explicó don Quijote la causa de su desesperación diciéndole que había
pasado de ser respetado por los duques y amado por doncellas a ser “acoceado y molido de los pies de animales
inmundos y soeces”. Esto le quitaba las ganas de comer y por eso quería dejarse morir de hambre. Sancho le
contestó que entendía que don Quijote no aprobara el refrán “Muera Marta, y muera harta” (Crítica que se
realiza a los que quieren hacer su gusto, aunque esto les pueda (ocasionar un gran daño). Le dice a continuación
“que no hay mayor locura que la que toca en querer desesperarse como vuestra merced, y créame y después de
comido échese a dormir un poco (…), y verá como cuando despierte se halla algo más aliviado”. A la petición
que le hizo don Quijote de que se azotase para desencantar a Dulcinea, Sancho le contestó que lo haría, pero
que ahora que comiera y descansara. Así lo hicieron.
Cuando se despertaron siguieron camino a Zaragoza. Pararon en una venta que a una legua se veía, y entraron a
pasar la noche. Después de dejar las bestias en la caballeriza y recogerse en su estancia, tuvo lugar un gracioso
diálogo entre el ventero y Sancho sobre la oferta de platos que la cocina ofrecía. Tuvo que contentarse el
escudero con dos uñas de vaca, cocidas con garbanzos, cebolla y tocino.
Estaba cenando don Quijote en su habitación cuando oyó que en la contigua estaban hablando dos hombres de
la segunda parte de don Quijote de la Mancha. Uno le decía al otro que era peor que la primera y que lo que le
disgustaba es que pinta a don Quijote desenamorado de Dulcinea. Don Quijote que lo oyó, lleno de ira, en voz
alta para que se oyera, dijo que eso era falso y mentía el que lo decía. Al preguntar desde el otro aposento que
quién era el que respondía, Sancho contestó que el mismísimo don Quijote de la Mancha, que podría demostrar
lo que ha dicho, pues “A buen pagador no le duelen prendas” (El refrán explica que el que desea cumplir con lo
que debe, no le importa proporcionar alguna garantía de ello).
Entraron los dos caballeros en la habitación de don Quijote. Lo abrazaron emocionados. Le entregaron el libro
que quería suplantarlo y don Quijote, después de hojearlo, se lo devolvió y le indicó los defectos del falso
Quijote: ciertas palabras insultantes del prólogo, el lenguaje es aragonés porque escribe sin artículos, se
equivoca en el nombre de la mujer de Sancho Panza, presenta a Sancho como comilón y bebedor. Este contestó
que mejor hubiera sido que no se acordara de él, porque “quien las sabe las tañe”, (Cada uno debe dedicarse a
lo que sabe) y Bien se está San Pedro en Roma (Cuando desconoces una cosa, es mejor dejarlo como está).
Los caballeros invitaron a don Quijote a que se pasase a su aposento a cenar con ellos. Se pasó para no
desairarlos. A unas preguntas que le hicieron sobre Dulcinea les contó lo sucedido en la cueva de Montesinos.
Uno de los caballeros dijo que se debía ordenar que únicamente tratase de don Quijote, Cide Hamete. El Hidalgo
contestó que lo retratara el que quisiere, pero que no lo maltrataran porque “Muchas veces suele caerse la
paciencia cuando cargan las injurias”. Le pidió uno de los caballeros que leyera más el libro, contestó que lo
daba por leído y lo consideraba necio del todo, pues “De las cosas obscenas y torpes los pensamientos se han de
apartar, cuanto más los ojos”. Al decirle el caballero las simplezas que se contaban de la estancia del falso
Quijote en Zaragoza, respondió el Ingenioso Hidalgo: no pondré los pies en Zaragoza y “así sacaré a la plaza del
mundo la mentira de ese historiador moderno”. Se retiraron y al día siguiente, de madrugada, emprendió el
camino para Barcelona.
CAPÍTULO LXIV (64). EL CABALLERO DE LA BLANCA LUNA VENCE A DON QUIJOTE
Ana Félix fue muy bien recibida por la mujer de don Antonio Moreno en su casa. Don Quijote hubiera querido ir
con sus armas a liberar a don Gregorio, tomando como ejemplo lo que don Gaiferos hizo con Melisendra, (lo
contó maese Pedro en II, 26.). Sancho que lo oyó, le contestó que hubiese sido imposible porque entre Berbería
y España estaba la mar por medio. Don Quijote le replicó que “Para todo hay remedio, si no es para la muerte”.
Sancho le replicó que “del dicho al hecho hay un gran trecho” (refr. “Es más fácil hacer promesas que
cumplirlas”. Al final lograron disuadirle.
Don Quijote salió una mañana a pasear por la playa, a caballo y armado con todas sus armas. Desde lejos le dio
voces otro caballero, tan armado como él, vestido de blanco y con un escudo en el que llevaba pintada una luna
resplandeciente. Se presentó como el Caballero de la Blanca Luna y venía a desafiar a don Quijote para hacerle
confesar que su dama, “sea quien fuere”, es más hermosa que Dulcinea. Si vencía el de la Blanca Luna, don
Quijote estaba obligado a retirarse a su pueblo por el tiempo de un año, sin echar mano de la espada y sin salir
de aventuras. Don Quijote, se sorprendió, pero “con reposo y ademán severo”, aceptó el desafío y le dijo que
eligiera la parte del campo que quisiera, y “a quien Dios se la diere, San Pedro se la bendiga” (refr. “es necesario
resignarse ante la suerte de cada uno”).
Desde la ciudad habían avisado al virrey de la presencia del Caballero de la Blanca Luna. Se presentó con don
Antonio y con otros caballeros allí. Creyendo que se trataba de una burla más a don Quijote, permitió el
enfrentamiento. Don Quijote se encomendó al cielo y a Dulcinea. Se distanciaron; volvieron las riendas a sus
caballos y se arrojaron, especialmente el de la Blanca Luna, con tal ímpetu sobre don Quijote, que éste cayó
junto con Rocinante al suelo. Le puso la lanza en la visera y con “voz debilitada y enferma manifestó: “Dulcinea
del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que
mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la vida, pues me has quitado la honra”.
El de la Blanca Luna, después de elogiar la fama de la hermosura de Dulcinea, le exigió que se retirara a su lugar
un año, como habían concertado antes del combate. Aceptó don Quijote en presencia de todos; el de la Blanca
Luna, después de hacer una reverencia al Virrey, se dirigió a la ciudad.
Recogieron a don Quijote desvaído y trasudado; Sancho, lleno de tristeza, creyó que todo aquello era sueño y
encantamiento; se imaginó oscurecidas las glorias pasadas y se representó deshechas sus esperanzas como el
humo en el viento. Llevaron a don Quijote a la ciudad en una silla de manos y El Virrey quiso saber quién era el
Caballero de la Blanca Luna.
CAPÍTULO LXVI (66). DETERMINISMO FRENTE AL LIBRE ALBEDRÍO. EL PUNTO DE VISTA DEL INGENIOSO
HIDALGO
Don Quijote cuando salió de Barcelona recordó el lugar en el que había sido vencido con palabras que
expresaban su adiós a las aventuras y al olvido de sus hazañas. Sancho trató de reconfortarlo diciéndole que no
había que estar pesaroso por lo que nos acontece, pues todo era obra de la Fortuna, y ésta es “una mujer
antojadiza, y sobre todo ciega, y, así, no ve lo que hace, ni sabe a quién derriba ni a quién ensalza”. Don Quijote,
después de elogiarle a Sancho su manera de hablar, le contesta que discrepa de lo que dice, pues “no hay
Fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular
providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura.”. Dice que
ha sido vencido porque debería haber pensado que el débil Rocinante no podría hacerle frente al poderío físico
del caballo de la Blanca Luna. Se siente humillado en su honra, porque fue vencido y la perdió; sin embargo, “no
perdí, ni puedo perder, la virtud de cumplir mi palabra.”
Sancho se quejó de lo fatigoso que era hacer el camino a pie porque el rucio llevaba las armas; por eso le
propuso a don Quijote que las armas e incluso Rocinante los deberían dejar colgados de algún árbol, a lo que
don Quijote respondió que no lo permitiría, porque no se diga que “a buen servicio, mal galardón!” (refr. “los
ingratos no reconocen la ayuda recibida”). Sancho reconoció que tenía razón don Quijote y le contestó que le
parecía muy bien, porque “la culpa del asno no se ha de echar a la albarda” ( refr. “algunos por disculpar sus
errores, los atribuyen a otros que no han tenido que ver con ellos”).
Con este tipo de diálogos se les pasó cuatro días; al quinto divisaron varias personas en la puerta de un mesón.
Cuando llegaron, un labrador le pidió a don Quijote que diera su opinión sobre una apuesta que dos vecinos se
habían echado sobre quién corría más rápido. Uno estaba gordo y pesaba once arrobas (ciento veintisiete kilos),
mientras que el otro sólo pesaba cinco arrobas (cincuenta y ocho kilos). El gordo le pedía al flaco que corriera
cargado con seis arrobas (sesenta y nueve kilos) de hierro para igualar el peso. Don Quijote le dijo a Sancho que
respondiera porque “no estoy para dar migas a un gato” (prov. “no estoy para nada). Sancho les dio la solución:
el gordo debería de adelgazar seis arrobas (sesenta y nueve kilos). Los aldeanos elogiaron la respuesta,
cancelaron la carrera y se fueron a la taberna a gastarse en vino la apuesta.
Los labradores, -con cierta ironía, pues hablaban de dos personas que no eran jóvenes-, comentaron que si
ambos fueran a estudiar a Salamanca, pronto los veríamos como alcalde o magistrado, pues “todo es estudiar y
más estudiar, y tener favor y ventura; y cuando menos se piensa el hombre, se halla con una vara en la mano o
con una mitra en la cabeza.”
Don Quijote y Sancho, que habían declinado la invitación de beber con los lugareños, continuaron su camino.
Durmieron esa noche en medio del campo. Al día siguiente se encontraron un hombre que llevaba unas alforjas
al cuello y un chuzo en la mano. Era Tosilos (II, 54, 56), el lacayo del duque, que iba a Barcelona, con cartas de su
señor para el virrey. Les contó que por desobedecer al duque recibió cien palos; que la hija de doña Rodríguez
entró en un convento, y que doña Rodríguez se volvió a Castilla. Los invitó a que compartiesen con él un poco
de vino y unas lonchas de queso de Tronchón. Rehusó don Quijote porque no quería comer con un personaje
que estaba encantado. Sancho se quedó con él para comer y beber. Le dijo Tosilos a Sancho “Este tu amo,
Sancho amigo, debe de ser un loco. ¿Cómo debe? –respondió Sancho-. No debe nada a nadie, que todo lo paga,
y más cuando la moneda es locura. Asegura Sancho que se lo dice a don Quijote, pero que de nada vale, “y más
ahora que va rematado, porque va vencido del Caballero de la Blanca Luna”.
CAPÍTULO LXVII (67). LOS PROYECTOS DEL PASTOR QUIJÓTIZ
Después de comer con Tosilos, Sancho fue hasta donde estaba don Quijote. Se encontraba bajo la sombra de un
árbol; allí, como moscas a la miel, le acudían y picaban pensamientos” (Prov. la expresión “como moscas a la
miel”, es una forma de exagerar la atracción que se siente por algo o alguien). Iban desde el desencanto de
Dulcinea, al enamoramiento de Altisidora, pasando por la transformación del Caballero de los Espejos en Sansón
Carrasco. Dado que don Quijote se interesó por el estado sentimental de Altisidora y Sancho le había respondido
que cómo era posible que estuviera indagando ahora en los pensamientos amorosos de la doncella, don Quijote
le respondió que “mucha diferencia hay de las obras que se hacen por amor a las que se hacen por
agradecimiento”. Añadió que un caballero andante no debe ser desagradecido, haciendo referencia a los
tocadores que ella le regaló; también afirmó que cuando Altisidora lo maldijo cuando se marchaba fue porque
estaba enamorada, pues “las iras de los amantes suelen parar en maldiciones”. Le recordó a Sancho lo
desagradecido que era con Dulcinea porque no se azotaba y éste le replicó que no entendía que el azotarse
tuviera que ver con los desencantos de los encantados, pues esto era como decir “Si os duele la cabeza, untaos
las rodillas” (Refr. “en ocasiones el remedio que se aplica a un problema es disparatado).
Iban con estas pláticas caminando cuando llegaron al lugar donde se encontraron con las bellas pastoras de la
fingida Arcadia y fueron atropellados por los toros (cap. LVIII). Se le ocurrió entonces a don Quijote que el año
de retiro de la caballería andante lo debería pasar, junto con Sancho, dedicado a la vida pastoril. A Sancho le
pareció bien, y además de ellos dos, se podrían incorporar el bachiller, el barbero e incluso el cura. Se inventó
don Quijote los nombres que tendrían que adoptar: “pastor Quijótiz” y “pastor Pancino”, para él y para Sancho;
Carrascón, para el bachiller, Niculoso, para el barbero y Curiambro, para el cura. Le pareció bien la idea a
Sancho. También planteó el ponerle nombre a las pastoras y Sancho le contestó que a su mujer la llamaría
Teresona, por su gordura, pero no buscaría nombres para las de los otros pastores porque “no ando a buscar
pan de trastrigo por las casas ajenas” (prov. “buscarse líos”; el mejor pan es el de trigo). Respecto a la pastora
del bachiller, “su alma en su palma” (“el verá lo que hace”). Se imaginó a continuación los instrumentos
musicales que oirían en esa nueva vida: gaitas zamoranas, tamborines, sonajas, rabeles, albogues.
Animado en la conversación, don Quijote dio muestra de sus conocimientos filológicos, examinó los nombres
que empiezan por al y las que terminan en i y dijo que eran arábigos. Sancho se sintió fascinado por ese mundo
pastoril y aseguró que haría cucharas polidas, migas, natas, guirnaldas y zarandajas pastoriles. Comentó que su
hija podría llevarles la comida, pero tuvo dudas porque era de buena presencia y podría despertar lascivia entre
los pastores. Añadió una serie de refranes en relación con lo anterior como: “quitada la causa, se quita el
pecado”, “ojos que no ven, corazón que no quiebra” (“que no sufre”) más vale salto de mata que ruego de
hombres buenos” (refr. más vale una buena retirada que todos los buenos consejos”).
Le reprendió don Quijote por el abuso que hacía de los refranes, utilizando otro refrán: “castígame mi madre, y
yo trompógelas”. (“te lo digo una y otra vez, y tú ni caso”). Esto da lugar a que Sancho le responda “Dijo la sartén
a la caldera: Quítate allá, ojinegra” (refr. “se ven los defectos ajenos, pero no los propios”). Volvió don Quijote a
amonestarlo, diciéndole: “yo traigo los refranes a propósito, y “vienen como anillo al dedo” (prov.“oportuno y
adecuado en un momento concreto” ) porque “los refranes son sentencias breves, sacadas de la experiencia y
especulación de nuestros antiguos sabio, y el refrán que no viene a propósito antes es disparate que sentencia”.
Se hizo de noche; “Cenaron tarde y mal”; Sancho pasó la noche durmiendo y su amo, velando.
CAPÍTULO LXXI (71). LOS AZOTES DE SANCHO Y LA COEXISTENCIA DE DOS MUNDOS: GENEROSIDAD FRENTE A
PRAGMATISMO
Iba don Quijote triste por haber sido vencido y alegre porque la virtud de Sancho había resucitado a Altisidora.
Sancho se sentía decepcionado porque ni había recibido las camisas prometidas por la doncella, ni había
cobrado honorarios como los médicos; por esta razón se prometió “que si me traen a las manos otro algún
enfermo, antes que le cure me han de untar las mías, que el abad de donde canta yanta (que cada uno vive de lo
que trabaja), y no quiero creer que me haya dado el cielo la virtud que tengo para que yo la comunique con
otros de bóbilis, bóbilis (gratuitamente, de balde).
Don Quijote se hizo eco de las palabras de Sancho y le contestó que se azotase por Dulcinea y cobrase del dinero
que llevaba. A Sancho se le abrieron las orejas un palmo, dijo que cobraba por el amor que sentía por sus hijos y
su mujer. Sacó la cuenta con todo detalle: cobrando por azote un cuartillo, sacaría un total de ochocientos
veinticinco reales. Terminó diciendo que entraría en su casa rico y contento, pero azotado porque no se toman
truchas…(el refrán termina …a bragas enjutas, suprimida esta última parte por ser muy conocido, indica que el
que quiere truchas tiene que mojarse). Don Quijote, emocionado, le dio su aprobación, Sancho le contestó que
empezaría esa misma noche. Después de cenar, una vez que Sancho hizo un látigo con el cabestro y la jáquima
del rucio, se retiró de su amo y se metió entre unas hayas. Le dijo don Quijote que se diera los azotes que
correspondían y, para que no perdiera “por carta de más ni de menos”,( que se diera el número exacto), él los
contaría.
Sancho empezó azotándose, pero a los seis o siete azotes cambio de parecer y comenzó a azotar los árboles
cercanos con unos suspiros tan grandes que parecía que se le arrancaba el alma. Don Quijote, temeroso por su
salud, consideró que “se le debía de dar tiempo al tiempo, que no se ganó Zamora en una hora” y dado que le
había contado más de mil azotes, decía que “el asno, hablando en grosero, sufre la carga, más no la sobrecarga”
(la paciencia tiene sus límites). Sancho, el socarrón, le replicó que se daría otros mil más, para que no se pudiera
decir de él: “a dineros pagados, brazos quebrados” (cuando ya se ha cobrado no se cumple lo acordado).
A la mañana siguiente reanudaron su camino. Llegaron a un mesón, que don Quijote reconoció como tal, pues
desde que fue vencido discurría con mejor juicio. De las paredes de la habitación en la que se alojaron colgaban
unos tapices con temas clásicos, muy mal pintados, alusivos al rapto de Elena y, a la separación de Dido y de
Eneas. Sancho comentó que no pasaría mucho tiempo en que se vieran las historias de sus hazañas en las
ventas, mesones y tiendas de barbero, pero mejor pintadas que aquellas. Don Quijote le dio la razón, añadiendo
que el pintor sería como Orbaneja, pintor de Úbeda, que cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: “Lo
que saliere”. Esta forma de trabajar es la que cree don Quijote que tiene el “pintor o escritor” del falso Quijote.
A continuación le preguntó a Sancho que cuándo finalizaría con la tanda de azotes que le faltaban, a lo que éste
contestó con una serie de refranes, aludiendo a que cuanto antes se acabaran, mejor: “en la tardanza está el
peligro,(la demora en la ejecución de una acción puede hacerla fracasar) y a Dios rogando y con el mazo dando
(hay que trabajar para conseguir lo que se desea)y más vale un toma que dos te daré, (no hay que dejar lo
seguro por cosas mejores, pero dudosas), y el pájaro en la mano que el buitre volando”. Una vez más, le rectificó
don Quijote su forma de expresarse, diciéndole: “habla a lo llano, a lo liso, a lo no intrincado, (…), y verás cómo
te vale un pan por ciento” (sacarás mucho provecho). Sancho prometió enmendarse.
CAPÍTULO LXXII (72). DECLARACIÓN JUDICIAL DE DON ÁLVARO TARFE
Pasaron aquel día en el mesón, esperando la noche: Sancho para terminar los azotes; don Quijote para verlos
terminar. Llegó al mesón un caballero, acompañado de sus criados. Uno, lo llamó don Álvaro Tarfe. Don Quijote
le dijo a Sancho que ese nombre lo había visto él cuando hojeó la segunda parte.
La mesonera le dio al caballero una habitación al lado de la de don Quijote. En el portal del mesón se
presentaron; Don Álvaro le dijo que era amigo de don Quijote y que en Zaragoza intervino para que no le
azotase el verdugo.
Después de haberle contado estos incidentes, don Álvaro llegó a la conclusión de que estaba delante de los
auténticos don Quijote y Sancho. Dijo Sancho que nada tenía que ver él, con el falso, soso y ladrón Sancho
Panza; que era él quien tenía más gracias que lluvias y su señor era el valiente y generoso caballero don Quijote
de la Mancha. Le manifestó su conformidad don Álvaro y para demostrarle don Quijote que no era el mismo que
el de Avellaneda, le dijo que nunca había estado en Zaragoza; que no quiso ir allí, “por sacar a las barbas del
mundo su mentira, y, así, me pasé de claro a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros,
hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes
amistades, y en sitio y belleza, única”. Le pide a continuación que declare delante del alcalde del lugar que ni él,
ni Sancho eran los que aparecían en la ya impresa segunda parte.
Era la hora de la comida. Entró el alcalde del pueblo con un escribano. A petición de don Quijote, don Álvaro
declaró que no era el mismo don Quijote “que estaba allí presente que el que aparecía impreso en una historia
intitulada Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de
Tordesillas.”
Llegó la tarde, abandonaron el mesón y a eso de media legua cada uno tomó su camino: don Quijote a su aldea;
don Álvaro a Granada, calificada por don Quijote como ¡buena patria!. Aquella noche Sancho cumplió la
penitencia con su fingida flagelación, con lo que quedó don Quijote contento e ilusionado, esperando la llegada
del día para poder ver desencantada a Dulcinea y topársela en su camino a la aldea.
Con estos pensamientos y deseos subieron una cuesta, desde la cual se divisaba su aldea. Sancho se apeó del
rucio e hincándose de rodillas, saludó emocionado a su patria a la que regresaba, “si no muy rico, muy bien
azotado”; don Quijote, vencido por brazos ajenos, pero vencedor de sí mismo, que era la mayor victoria que
pudiera desearse. Dice Sancho haber salido con dinero por los azotes que se ha dado, hecho que es recriminado
por don Quijote y, imaginándose la nueva vida pastoril, bajaron la cuesta, camino de su aldea.
CAPÍTULO LXXIII (73). DON QUIJOTE INTUYE SU FINAL
A la entrada del pueblo, vieron a unos niños riñendo. Uno le decía al otro: “No te canse Periquillo, que no la has
de ver en todos los días de tu vida”. Don Quijote interpretó la frase como un signo de mal agüero y le dijo a
Sancho que nunca más volvería a ver a Dulcinea. En ese momento, una liebre perseguida por galgos y cazadores,
se agazapó debajo del rucio. Sancho cogió la liebre, y junto con la jaula de grillos por la que reñían los niños, se
las dio a don Quijote, diciéndole que se imaginase que fuese Dulcinea, perseguida por unos encantadores: los
cazadores. Continuó don Quijote diciendo que todo aquello era signo de mal agüero y Sancho le contestó que
“no es de personas cristianas ni discretas mirar en estas niñerías, y aún vuestra merced mismo me lo dijo los días
pasados, dándome a entender que eran tontos todos aquellos cristianos que miraban en agüeros”.
En un pradecillo, en la entrada del pueblo, estaban rezando el cura y el bachiller Carrasco. Desmontó don
Quijote y se abrazaron estrechamente. Los muchachos, que son linces no excusados (todo lo ven), acudieron a
ver lo que el rucio portaba.
Rodeados de muchachos y, acompañados del cura y el bachiller, llegaron a casa de don Quijote. Lo esperaban el
ama y su sobrina; Teresa, que también se había enterado, acudió, desgreñada y medio desnuda, con su hija, y al
ver a Sancho le dijo que más parecía “desgobernado que gobernador”. Sancho le contestó que muchas veces,
“donde hay estacas no hay tocinos” (Las apariencias engañan. Una vez más, Sancho trastrueca el refrán para
darle a entender que traía dinero). Sanchica, que lo esperaba “como agua de mayo” (pondera que algo es muy
bien recibido o deseado) se abrazó a su padre, y los tres, muy alegres se fueron a su casa.
Don Quijote, sin guardar términos ni horas (actuando precipitadamente), se reunió a solas con el cura y el
bachiller y les dijo que venía vencido, que cumpliría su promesa de permanecer un año en su aldea y su
propósito de llevar una vida pastoril, invitándolos a que lo acompañasen en el proyecto, para lo cual tenía ya
pensado los nombres que tendrían. Quedaron asombrados cuando lo oyeron, pero para que no se les rebelase,
le siguieron la corriente, esperando que en ese año se pudiera curar. Sansón Carrasco les dio nombre a las
posibles pastoras sobre las que versarían sus versos. Se despidieron y le rogaron que cuidase su salud.
La sobrina, que había oído la conversación le recriminó tales intenciones, argumentando que “está ya duro el
alcacel para zampoñas” (que no está ya para esos trotes; el alcacel: hierba verde de la cebada, que al soplar
suena a modo de silbato, pero no si ya se ha secado). Le comentaron lo duro que era vivir a la inclemencia en el
campo y le aconsejaron que se estuviese tranquilo en su casa y cuidase de su hacienda. No se sintió bien don
Quijote; pidió que lo llevaran a su lecho. La sobrina y el ama lo trataron lo mejor que pudieron, como si fueran
hijas suyas.
CAPÍTULO LXXIV (74). MUERTE DE DON QUIJOTE. EL QUIJOTISMO COMO ANTÍDOTO CONTRA LA MUERTE
Por causa de la melancolía que cogió cuando fue vencido, o porque el cielo lo quiso, se le arraigó una calentura
que lo tuvo seis días en la cama y la vida de don Quijote llegó a su fin. Lo visitaba el cura, el bachiller, el barbero
y, especialmente, Sancho Panza, que no se apartaba de él. Éstos creían que se encontraba en esa situación a
causa de la frustración de verse vencido o por no haber visto cumplido su deseo de ver desencantada a
Dulcinea. Lo animaba el bachiller, diciéndole que se levantase para emprender la vida pastoril.
Llegó el médico, después de reconocerlo, dijo que estaba grave y que atendiesen la salud de su alma. También
les comentó que, según su parecer, la causa era disgusto y melancolía. Don Quijote oyó estas palabras con
tranquilidad, pero las acompañantes, el ama y la sobrina, con tierno lloro. Rogó don Quijote que lo dejasen solo
porque quería dormir un poco. Durmió más de seis horas y cuando se despertó prorrumpió en alabanzas a Dios
por la mucha misericordia que con él había tenido. Dijo que había recuperado el juicio y se encontraba libre de
las sombras a las que lo llevaron los embelecos de los libros de caballerías. Pidió que llamaran a sus amigos
porque quería confesarse y hacer testamento.
Entraron y don Quijote les pidió que lo felicitasen, pues había dejado de ser don Quijote de la Mancha para
pasar a ser Alonso Quijano “el bueno”. Volvió a decir que detestaba los libros de caballerías, cosa que los amigos
no se creyeron; Sansón Carrasco lo animó a que volviera en sí y se dejase de cuentos. Don Quijote le replicó que
los cuentos vividos hasta ahora le han sido muy perjudiciales y que con la ayuda del cielo, la muerte los volvería
en su provecho. Les dijo que sentía que se iba “muriendo a toda prisa”. Les pidió un confesor y un escribano,
porque “en tales trances como éste no se ha de burlar el hombre con el alma”. Se sorprendieron los amigos de
que fuese verdad lo que decía, pero las abundantes razones que daba, confirmaban que estaba cuerdo.
Entró el cura y lo confesó; el bachiller fue a por el escribano. Ante él hizo testamento, ordenando lo siguiente:
que del dinero que Sancho tenía en su poder por haber sido su escudero, se le pagase lo que se le debiere; si
después sobrare algo, que se le diese porque “la sencillez de su condición y la fidelidad de su trato lo merecían”.
Le pidió perdón por haberlo metido en una aventura de locos al hacerle creer que hubo caballeros andantes en
el mundo. Sancho, emocionado, le contestó: “No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y
viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni
más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía”. Insistió en que se levantara de la
cama, porque como los libros de caballerías decían, los caballeros se derribaban unos a otros y “el que es
vencido hoy ser vencedor mañana”. Se unió a las razones de Sancho el bachiller, y don Quijote les contestó:
“vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño” (los tiempos han cambiado).
Dispuso que toda su hacienda fuera a parar a su sobrina Antonia Quijana, después de haberle pagado al ama por
el tiempo que le ha servido. Dejó como albaceas al cura y al bachiller y ordenó que si su sobrina se casare con un
hombre del que se sepa fehacientemente que conoce los libros de caballerías, se le desposee de los bienes que
le deja. Termina el testamente pidiendo perdón al autor del falso Quijote por haberle dado, sin pensarlo,
ocasión para escribiera tanto disparate como dice.
Acabado el testamento entró en coma; no obstante estaba la casa alborotada por la inquietud de los presentes,
porque “esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el
muerto” Después de recibir todos los sacramentos y de abominar una vez más de los libros de caballerías, don
Quijote murió. Para quitar la ocasión de que cualquier otro autor le resucitase, pidió el cura al escribano que
diera fe de que Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había muerto de
muerte natural. Sansón Carrasco escribió:
Tuvo el mundo en poco, / fue el espantajo y el coco / del mundo, en tal coyuntura, / que acreditó su ventura /
morir cuerdo y vivir loco. // Finalmente dejó Cide Hamete colgada su pluma en la espetera, diciéndole que si
alguien se atreviera a tocarla dijere que “Para mí sola nació don Quijote, y yo para él: él supo obrar y yo escribir,
solos los dos somos para en uno”. Termina el autor diciendo que “no ha sido otro mi deseo que poner en
aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías…”

***Comentario Cap. 74 -- La prueba de que don Quijote es un clásico es que se ha leído e interpretado por
muchísimos lectores a lo largo del tiempo y desde puntos de vista distintos. Es un hecho lógico, puesto que en el
libro está “toda la vida”, en palabras de García Márquez. Quiero comentar este capítulo final desde dos lecturas
divergentes que demuestran que la búsqueda de una interpretación única que pueda imponerse a todas, como
dice Eisemberg, “es quijotesca imposible”. (Eisemberg). Una de las lecturas nos remite a la cultura religiosa y
existencial de la época; la otra, a la ética que desde la ilustración, como dice Savater, se imponen en el
pensamiento filosófico.
a) La visión religiosa y existencial de los últimos días de don Quijote.
En el capítulo anterior intuyó don Quijote que la muerte estaba próxima porque su ilusión de ver desencantada a
Dulcinea se desvanecía. Este capítulo se abre con un marco narrativo, en el que, con gran naturalidad, se cuenta
el final de la vida de nuestro héroe: “Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de
sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente la vida de los hombres”. Con esta sencillez narra
Cervantes los días y las horas finales de nuestro héroe.
Tuvo que meterse en la cama a causa de una calentura, provocada o bien por la depresión melancólica que le
ocasionó su derrota, o bien, porque el cielo así lo dispuso. Sus amigos no dejaban de visitarle y Sancho no se
apartaba de su lado. Ellos, que intuían que el estado de don Quijote tenía que ver con las causas antes
señaladas, no dejaban de animarlo, incitándole en todo momento para que siguiera viviendo. Para ello, le
hablaban de sus proyectos pastoriles; especialmente el Bachiller, que había sido el causante de su derrota, se
desvivía ahora por demostrarle su aprecio a la vida pastoril, para la cual “tenía ya compuesta una écloga y que
ya tenía comprados de su propio dinero dos famosos perros para guardar el ganado”.
En vista de que no mejoraba y su tristeza no remitía, llaman al médico y este diagnostica que “melancolías y
desabrimientos le acaban”. Don Quijote oye las palabras del médico con serenidad, pero no así los
acompañantes: el ama, la sobrina y Sancho. Pide que le dejen solo porque quiere dormir un poco. -Es
conveniente recordar como observa Avalle Arce en Don Quijote como forma de vida, que el sueño era uno de los
tratamientos que en la época se daban contra el desequilibrio de los humores.- Cuando se despierta, irrumpe
diciendo: ¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho!. El bien al que se refiere don Quijote es a
la misericordia de Dios, que le ha perdonado sus pecados y le ha devuelto la razón. En esta línea de
pensamiento, recuperar la razón significa sentir a Dios, disponerse a bien morir y ver la locura que la vida ha
sido: un breve instante, sintetizado en el verso del epitafio que le escribe el Bachiller: “Morir cuerdo y vivir loco”.
Por este motivo, cuando entran sus amigos, después de que don Quijote hubiera dicho que quiere confesarse y
hacer testamento, el Bachiller le dice que se deje de cuentos, a lo cual responde el Caballero: “Los de hasta aquí,
(…) que me han sido verdaderos en mi daño, los ha de volver mi muerte, con ayuda del cielo, en mi provecho”.
Lo anterior, como sostiene Casalduero, es uno de los principios de la Literatura ascética: Don Quijote morirá
desengañado: “su muerte debe desengañar al hombre”. En parecidos argumentos se expresa Avalle Arce, en el
libro antes mencionado, cuando dice que en su lecho de don Quijote queda empequeñecido, pero ya ha obtenido
“la más alta de todas las victorias morales, la más alta porque esta vez es el triunfo sobre sí mismo”. El cura lo
confiesa y confirma que ha recuperado el entendimiento. Testigos del testamento son el Bachiller, el ama, la
sobrina, Sancho y el escribano. Partiendo de la memoria de su vida, Don Quijote redacta el testamento y
dispone los tres mandatos a los que hago referencia en el resumen. En su memoria testamentaria señala las
locuras y mentiras que ha vivido; las quiere corregir y para ello dispone que a Sancho, que por su causa ha caído
en la locura de creer que existen los caballeros andantes, no se le exija nada del dinero que llevaba por ser su
escudero. Sancho pretende engañarlo, una vez más, y le dice que no se muera: “vámonos al campo vestidos de
pastores (…) quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora Dulcinea desencantada…”. Don Quijote contesta
con la famosa frase “En los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”: se ha ido la locura y ha vuelto la cordura y
con ella el sentido religioso de la vida. Terminado el testamento, sufrió desmayos durante tres días, al cabo de
los cuales murió. Durante este tiempo, “Andaba la casa alborotada, pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el
ama y se regocijaba Sancho Panza, que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la
pena que es razón que deje el muerto”. Cervantes parece que quiera decirnos que no tiene por qué haber
ruptura entre la muerte y la vida. Con la misma naturalidad con que se abre el capítulo se cierra.
b) La visión ética de la muerte de don Quijote. Tomada en un sentido axiológico, la ética es la vivencia de un
mundo de valores que nos permiten llevar una existencia plena. La vivencia de esos valores no la hacemos por
imposiciones de ningún tipo, ni porque nos lo imponga ninguna institución social, sino porque nos sentimos
dichosos y nos hacen humanos en tanto que vemos en nosotros la humanidad del otro. Don Quijote se sentía
dicho en su propia humanidad, porque buscaba lo que a los otros, como humanos, les hacía falta: el desencanto
a Dulcinea, la justicia para la hija de doña Rodríguez, o la compasión y humanidad con Andrés cuando sufre los
azotes. Don Quijote se sacrifica por los otros, porque su propia humanidad de caballero andante se lo exigía. De
esa forma pretendía hacer de su vida una obra de arte, surgida del arte caballeresco. Desde estos principios,
dos ensayos son útiles para leer la muerte de don Quijote:
1. Vida de Don Quijote y Sancho, de Unamuno; 2. Don Quijote y la muerte, de Fernando Savater.
Unamuno defiende la tesis de que el despertar de don Quijote del sueño de la locura que había vivido, le llevó a
la muerte; pero por otra parte, ya sabemos en qué consistió su locura: en combatir el mal. Entonces, la pregunta
que nos tenemos que hacer es: ¿Es conveniente dejar de soñar que hay que combatir el mal?. Está claro que
cuando se vuelve a la pura realidad, el alma muere, como le aconteció a don Quijote. Mientras tuvo esos sueños,
se consideró inmortal. No vivió con la muerte. La antorcha de don Quijote la toma Sancho. Esta es la conclusión
a la que llega Unamuno cuando Sancho le aconseja a don Quijote que no se muera y vuelvan a retomar la vida
pastoril: “!Oh heroico Sancho, y cuán pocos advierten el que ganaste la cumbre de la locura cuando tu amo se
despeñaba en tal abismo de la sensatez y que su lecho de muerte irradiaba tu fe, tu fe, Sancho, la fe de ti, que ni
has muerto no morirás!. Don Quijote perdió su fe y muróse; tú la cobraste y vives”.
Fernando Savater en el ensayo antes señalado, sostiene una línea de argumentación próxima a la de Unamuno.
Para el autor de La tarea del héroe, y Ética para Amador, las palabras de Sancho a don Quijote: “No se muera
vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer
un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las
de la melancolía”., constituyen el núcleo fundamental de la obra. Cervantes, según el filósofo, nos presenta a
Sancho Panza que, en todo su realismo, se da cuenta de que las indomables aventuras en las que se metía don
Quijote, lo despertaban en su humanidad. Le eran necesarias para vivir. En este sentido, “Don Quijote es el santo
patrono y el mártir de la invención humana de propósitos para la vida”. Cuando estos propósitos para la vida
desaparecen, cuando la melancolía se adueña de nosotros, es cuando la verdadera locura nos mata. “Para
combatir la muerte hay que escoger una empresa, una cruzada (generalmente ética), en pos de la cual, cabalgar
por la faz de la tierra; identificar un mal y romper lanzas contra él”. El objetivo de Cervantes, dice Savater, “es
denunciar y combatir la melancolía. Porque la melancolía es la enfermedad mortal que nos aqueja…El
humorismo cervantino desafía la melancolía y propone a un personaje delirante y grave que se enfrente a
ella. ..El proyecto de don Quijote es un proyecto ético…El verdadero, el único fracaso de la ética es no poder
vencer a la pereza paralizadora. Don Quijote no muere de quijotismo, sino de renunciar finalmente a serlo y
volver al alonsoquijanismo melancólico.” Don Quijote recobra la razón, pero pierde el sentido de la vida,
parafraseando a Viktor E. Frankl, en El hombre en busca de sentido, cuyo norte lo sintetizó Nietzsche en las
siguientes palabras: “Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”

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