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Axcia

Alixci CamilaPosada
Axcia Fatima85
Brisamar58 Maye
CamilaPosada Karen’s
Cjuli2516zc Pochita
Gigi Srta. Ocst
Kane
Kath
Lvic15
Maria_Clio88
Maridrewfer
Mimi
Rosaluce
Valen Drtner
Vero Morrison

Kath

Cecilia
Sinopsis Diecisiete
Prólogo Dieciocho
Uno Diecinueve
Dos Veinte
Tres Veintiuno
Cuatro Veintidós
Cinco Veintitrés
Seis Veinticuatro
Siete Veinticinco
Ocho Veintiséis
Nueve Veintisiete
Diez Veintiocho
Once Veintinueve
Doce Treinta
Trece Treinta y uno
Catorce Treinta y dos
Quince Treinta y tres
Dieciséis Epílogo
D
e niño, Killian Foster sobrevive lo inimaginable. Silenciado y lleno
de cicatrices, se oculta en sí mismo, pasando tiempo con su
cuaderno en el bosque detrás de la casa de su tía.
Hasta Rylee Anderson<
Cuando Rylee ve a Killian saltando sobre la cerca de al lado, lo sigue, sin estar
preparada para el chico que va a encontrar< o la relación que se desarrollará
durante los próximos siete años.
O el silencio que vendrá.
Luchando entre el odio de su pasado y la promesa de su futuro, Killian debe
tomar decisiones; unas que lo afectaran más que a él solo. Decisiones que podrían
desafiar los límites de lo bueno y lo malo. Decisiones que podrían romper el lazo
del único amor que Killian conoció.
Odio o amor.
Venganza o perdón.
Silencio o su voz.
O
diaba las noches antes de ir a estudiar. Mamá siempre me obligaba a
ir a la cama temprano, aunque no estaba cansado a las ocho en
punto. Decía que necesitaba dormir para poder concentrarme en
clase, pero no importaba cuántas horas de sueño consiguiera, nunca podía prestar
atención de la misma manera que lo hacían todos los demás niños. Mi profesor se
quejaba porque me pasaba demasiado tiempo garabateando en mi papel, en lugar
de hacer el trabajo.
Mamá se frustraba conmigo.
Papá perdía su paciencia.
Pero no podía evitarlo.
Recordaba todo lo que veía, como una foto en mi cabeza.
A veces dibujaba el cartón de leche, el que siempre se colocaba en el estante
superior de la nevera. Junto a este, la botella de vino con la que mamá cocinaba y
una botella de agua con gas de dos litros. Añadía las etiquetas exactamente como
eran, algunas veces giradas, otras veces solo el reverso que las botellas mostraban.
Había veces que me sentaba delante de un examen, y en vez de dar la respuesta,
dibujaba la página del libro de texto en la que estaba la información. Esbozaría la
foto en la parte superior derecha, y luego añadiría garabatos debajo de ella, donde
sabía que las respuestas estaban, pero no podía recordar las palabras.
El consejero de la escuela dijo que tenía memoria fotográfica.
Podía verlo físicamente en mi mente, pero en lugar de la información, me
quedaba con las imágenes.
Intentaron con píldoras.
Terapia.
Clases de arte.
Nada funcionó.
La medicina me hizo sentir extraño. Mamá les dijo que actuaba como un
zombi. Me dieron varias prescripciones diferentes; de nuevo, nada funcionó. Una
de ellas me hizo aún más consciente de mi entorno, añadiendo más imágenes a mi
mente, que tenía que hacer salir con un lápiz y papel. El día en que dibujé la caja de
joyas de mi madre, exactamente como la tenía, con cada anillo, collar, pendiente
perfectamente en su lugar, dejó de darme las pastillas.
Solo había visto su joyero una vez.
Dijo que no estaban funcionando.
Ahora me obligaba a ir a la cama más temprano, esperando que dormir más,
me ayudara.
Pero todo lo que hacía era quedarme despierto y mirar el techo. Las
vibraciones amortiguadas de la TV zumbaban a través de la pared. Pretendía que
sabía lo que estaban viendo y creaba toda la película en mi cabeza. Esta noche, mis
padres estaban callados, así que sabía que debía haber sido una película sobre
chicos malos. Esas nunca me asustaban, si bien mamá y papá no me dejaban
mirarlas.
Cuando la casa se quedó en silencio, me volteé hacia el reloj digital de mi
mesita de noche. Los números rojos me indicaron que eran pasadas las diez. Había
estado allí recostado dos horas, cuando podría haber estado dibujando. O leyendo.
O viendo la televisión.
Cerré los ojos e imaginé el contenedor de Legos en mi armario. Estaba en el
estante superior justo al lado de una caja de Lincoln Logs 1. Mi ropa colgaba debajo
de estos, organizada por la ropa de la escuela primero, por el color y luego mi ropa
más bonita para la iglesia. Todo lo demás estaba doblado ordenadamente en mi
cómoda. Pensando en eso, imaginé cada cajón, cada camiseta y un par de
pantalones cortos. Conjuré una imagen de mi camiseta de Transformers; la que
tenía la mancha de mostaza cerca del cuello. Mamá había querido botarla, pero no
la dejaba. Me encantaba esa camiseta, y la mancha me recordaba a la fiesta de
cumpleaños a la que había ido y el perro caliente que comí mientras me sentaba
junto a Lily.
Lily Rose; su verdadero nombre era Lily Abernathy, pero la llamaba Lily
Rose. Porque era hermosa, y la primera vez que la vi, llevaba pendientes rojos en
forma de flor. Siempre que la llamaba así, se ruborizaba y me hacía sonreír.
Mis labios se curvaron. Con los ojos cerrados y la casa completamente
tranquila, la imaginé en mi cabeza. Fue entonces cuando apagué mi cerebro y me

1 Lincoln Logs: Bloques de juguetes para armar con forma de leños.


dejé caer en las fantasías de Lily. De mí, yendo a la escuela al día siguiente y
dándole una de las flores de mi madre del jardín.
Pero justo cuando mi cuerpo se hizo pesado y mi mente se perdió en ideas de
sentarme junto a la chica más linda de la clase mientras que compartía mi
sándwich en el almuerzo, algo me sacó de ello. Mis ojos se abrieron rápidamente y
mi frente dolía con opresión mientras me quede inmóvil lo suficiente para
distinguir el sonido que había oído. Mi pecho se sentía apretado, como si alguien
se sentara en él, pero mi corazón martilleaba. La presión creció en mis oídos hasta
que golpeó junto con mi corazón, más rápido y más rápido, más fuerte, más
enojado.
Y entonces lo oí de nuevo.
Un golpe, silenciado por mi puerta cerrada.
Un crujido en las escaleras, seguido por lo que solo podía describir como aire
que se escapaba de un neumático.
Me quedé quieto, asustado, todo mi cuerpo temblando.
Es solo mamá yendo a la cocina.
Pero sabía que era mentira. Mamá nunca bajaba después de acostarse. Nunca
salía de su habitación una vez que las luces estaban apagadas. Y en cuanto oí su
puerta crujir abriéndose lentamente por el pasillo, estaba seguro de que no eran
mis padres.
Volví a mirar el reloj.
Once veintiuno.
Los había oído cerrar la puerta hace una hora.
Nunca la volvían a abrir.
Alguien está en mi casa.
Apreté mis ojos cerrados y tiré de la manta sobre mi cabeza. No importa lo
que tratase de pensar, no podía dejar de imaginar a alguien entrando. Los chicos
malos de la película sobre los que había pensado antes estaban de vuelta, y venían
por mí.
Un grito amortiguado hizo que mi aliento se atorara en mi pecho.
El sonido de algo pesado golpeando el piso hizo mi piel arder.
Y entonces escuché mi nombre.
—¡Killian!
Era mi mamá, pero no sonaba como ella. Su voz era aguda, pero profunda.
No tan profunda como el tono gruñón de papá, sino como si sus cuerdas vocales
hubieran sido tragadas por su garganta. Sabía cómo se sentía eso, porque me
pasaba cada vez que me asustaba por una pesadilla y gritaba pidiendo ayuda.
Aparté las mantas y salté de la cama. Mis piernas temblaban como una hoja
en una tormenta mientras miraba mi puerta cerrada, esperando oír mi nombre otra
vez. El miedo recorrió mis venas y prendió fuego a mi piel. Aceleró mis
palpitaciones y silenció mis gritos.
Empuñé mis manos a mis costados mientras trataba de convencerme de que
había imaginado todo. La casa hacía sonidos todo el tiempo. A veces, los ruidos de
afuera parecía que venían desde dentro. Pero antes de que pudiera aceptar esa
teoría, comencé a imaginar algo peor.
Había oído algo pesado caer al suelo, el eco aún resonaba en mi cabeza. En mi
mente, mi papá podría haber caído de la cama. Tal vez había tenido un ataque al
corazón como el abuelo, o rodó y golpeó su cabeza con la mesa a su lado, la punta
dándole la parte delicada en el costado. Y mi madre me llamó porque necesitaba
mi ayuda.
Corrí hacia la puerta y la abrí, sin pensar dos veces en correr hacia ellos. Mi
padre estaba herido y me necesitaba. Mi madre estaba en pánico, y yo necesitaba
ser el hombre que siempre me dijo que sería. Volé los pocos metros por el pasillo
oscuro y empujé su puerta abriéndola del todo, sin detenerme hasta que estuve
completamente dentro.
El invisible concreto sujetó mis pies y me impidió huir.
El imaginario algodón llenó mi garganta, evitando que gritara.
Mis ojos estaban abiertos ampliamente por palos que no existían.
Y delante de mí había una escena tan irreal que era incomprensible.
Una escena que nunca olvidaría.
Una escena que me perseguiría para siempre...
E
l sudor goteaba por el costado de mi rostro, recogiéndose en el cuello
de mi camisa. El calor era casi insoportable, pero no quería estar
dentro. Mamá estaba lejos de nuevo, por trabajo; esta vez por una
semana entera, y papá estaba pegado frente al televisor viendo otro partido de
fútbol. Odiaba cuando mamá se iba, porque mi papá no sabía cómo manejarme.
No tenía ningún problema en conectar con mi hermano, pero en lo que a mí se
refería, actuaba completamente desorientado. Así que los domingos se
convirtieron en los días en que tomaba un libro y me sentaba en el patio trasero
bajo un árbol.
Llevé mi botella de agua a mis labios cuando algo llamó mi atención cerca de
la valla alta separando las casas en el vecindario y la zona boscosa detrás de ella.
Iba ascendente por el patio lateral, ofreciéndonos aislamiento de la casa de al lado.
La joven que vivía allí a menudo tenía invitados, lo cual ponía a mis padres
molestos. Pero ahora, alguien estaba en su patio trasero, subiendo su cerca.
No... no solo alguien.
Un niño.
Su cabello lacio, de color arena, colgaba hasta la mitad de sus orejas. Pero no
podía ver su rostro. Tenía su espalda hacia mí mientras subía, justo antes de saltar
en el lado lleno de árboles. Su camiseta negra fue como una mancha. Estaba allí un
segundo y al siguiente no.
Miré la barrera, preguntándome si podría subir y seguirlo. Conocía a todos en
el barrio, pero nunca lo había visto antes a él. Miré por encima de mi hombro y
esperé un momento, solo para asegurarme de que mi padre o mi hermano no
estuvieran saliendo de la casa. Cuando no noté ningún movimiento más allá de la
puerta corrediza de vidrio, me levanté y corrí tan rápido como pude. Sin pensarlo
dos veces, comencé a escalar los altos tablones de madera.
Una vez llegué a la cima, miré hacia abajo y me di cuenta de que era mucho
más alto en el otro lado. Nunca había estado en el área boscosa, y por un segundo,
contemplé volver a mi jardín. Pensé en el libro que había dejado bajo el árbol y en
mi padre, quien podría salir a buscarme. Pero entonces recordé al chico; y quería
desesperadamente averiguar de dónde venía.
La curiosidad sacó lo mejor de mí.
Pasé una pierna y, con el ritmo de un perezoso, usé la madera entre los
tablones para bajarme al suelo. De pie de nuevo, busqué a través de los árboles,
con la esperanza de detectar al niño con el pelo rubio y camiseta negra.
Pero no estaba en ninguna parte.
Cuidadosamente caminé más lejos en los árboles sobre la mullida suciedad,
manteniéndome lo más silenciosa posible. No quería aventurarme demasiado lejos,
porque me preocupaba no saber regresar a mi casa. Por este lado, no sabía qué casa
era cuál. Así que me aseguré de no desviarme demasiado lejos de mi patio trasero.
Se sintió como una hora, pero de manera realista, probablemente eran más
cerca de cinco minutos antes de decidir darme por vencida. Pensé que habría sido
mejor esperar hasta que él volviera. Me di la vuelta, lista para volver a casa,
cuando lo vi.
O... él me vio.
Se quedó a unos cuatro metros de distancia, mirándome fijamente. Lo
primero que noté fueron sus ojos; verdes como espuma de mar, mi color favorito
del cual había decorado toda mi habitación; fijos en mí, manteniendo mi mirada
cautiva. No podía mirar a otro lugar más que a sus intensos y casi preocupados
ojos. Era como si lo hubieran atrapado haciendo algo malo, incluso criminal.
Miré por encima de mi hombro, asegurándome de que no hubiera nadie
detrás de mí. Cuando vi que nadie nos había seguido, que nadie había venido a
buscarme, lo enfrenté de nuevo, solo para ver que se había girado. Se sentó en la
tierra sucia, con la espalda arqueada hacia adelante, los hombros caídos. Su largo
cabello colgaba frente a él, y noté que la parte posterior de su cabeza, bajo el velo
de los mechones rubio-arena, estaba cortado cerca de su cuero cabelludo. Había
visto niños con el mismo corte, pero todos eran mayores, más cerca de la edad de
mi hermano, de dieciséis. Este chico no se veía tan mayor. Sin embargo, tampoco
parecía tener mi edad.
Mis pies me llevaron hacia él. Su cuerpo se tensó justo antes de sentarme,
pero lo ignoré. Incliné mis rodillas contra mi pecho y envolví mis brazos alrededor
de mis espinillas, todo mientras mantenía mi mirada fija en él. Pero nunca miró en
mi dirección. Se sentó con las piernas cruzadas, los codos apoyados en sus rodillas,
los hombros levantados hasta sus orejas con la cabeza gacha, el cabello cubriéndole
su rostro, como si no quisiera ser molestado. Un cuaderno estaba en su regazo, un
bolígrafo entre sus dedos, pero no hizo ningún movimiento para escribir nada.
Sólo se sentó allí en silencio, fingiendo que no estaba a su lado.
—Mi nombre es Rylee Anderson. ¿Cuál es el tuyo? —pregunté con una voz
temblorosa.
Su mano se movió, y la siguiente cosa que distinguí, él alzando la libreta,
todavía negándose a mirarme. En la página en blanco, en tinta negra, escrita en un
garabato estaba la palabra, Killian. Al principio, todo lo que vi fue “matar”2 y mi
respiración casi se detuvo. Pero entonces lo leí para mí misma un par de veces y
me di cuenta de que era su nombre.
Me había contestado.
—Killian —dije en voz alta, casi un susurro. Salió de mi boca como un idioma
extranjero, uno que nunca había hablado antes, sin embargo, salió sin esfuerzo—.
Ese es un nombre genial. ¿Cuántos años tienes? —De nuevo, escribió algo en el
papel, su rostro todavía oculto de la vista. Cuando volvió a levantar el cuaderno,
me di cuenta de que me había contestado de nuevo—. ¿Once? Eres solo un año
mayor que yo. —La emoción se apoderó de mi pecho, sabiendo que había un niño
alrededor de mi edad cerca—. ¿En qué curso estás?
En aquella ocasión, no se molestó en escribir nada y, en cambio, se encogió de
hombros.
—¿No lo sabes? ¿Vas a la escuela?
Tutor.
—Oh. Eso es genial. Ojalá tuviera un tutor. No me gusta ir a la escuela. —El
silencio cayó sobre nosotros, lo que me llevó a hacer otra pregunta. No tardé
mucho en captar que él no era un conversador, pero parecía que no tenía
problemas en contestar cuando le preguntaban algo—. ¿Vives por aquí?
Se quedó tan inmóvil que me pregunté si había dejado de respirar. Pero luego
miró por encima de su hombro, lejos de mí, y señaló a través de los árboles.
Estudié la línea de la valla, pensando de qué dirección había venido. Cuando me di
cuenta de que había señalado en las cercanías de mi casa, adiviné y asumí que
había querido decir la casa de mi vecina, la mujer que siempre tenía gente.
—¿La casa de la Srta. Newberry?
Asintió y volvió a mirar fijamente su libreta.
—¿Estás de visita?
Sus cabellos se balancearon mientras sacudía su cabeza.

2
Matar: Kill en inglés.
—¿Vives con ella? ¿Es un pariente? —No recordaba que tuviera hijos, y si los
tenía, nunca habían venido antes, y mucho menos habían vivido con ella. Sabía
que era un hecho, nunca había visto a Killian allí antes.
Él asintió, pero no ofreció ninguna otra explicación.
Hice una pausa, preguntándome si me habría sobrepasado por seguirlo aquí
fuera. No estaba hablando conmigo, y parecía que no quería mirar en mi dirección.
Pero no era una persona sensible que tuviera miedo de conocer gente nueva. A
veces terminaba haciendo amigos. Otras veces, no querían tener nada que ver
conmigo y me trasladaría a otra persona. No iba a renunciar a Killian hasta que me
dijera que me fuera.
—¿Eres tímido? ¿O no te gusta hablar?
No puedo.
Me quedé mirando su desordenada escritura, estudié la forma en que cruzó
su T, la línea larga y extendida. Cuando volvió a poner su cuaderno en su regazo,
rompió el hechizo y me trajo de vuelta a su respuesta.
—¿No puedes hablar? ¿Conoces el lenguaje de señas?
Miré al papel, instando a que me contestara, pero en lugar de escribir algo,
volvió la cabeza hacia mí. Alcé la mirada, hipnotizada por sus ojos una vez más.
Brillaban como un faro, el verde pálido mezclado con solo un toque de azul.
Empecé a sonreír ante la vista, pero tan pronto como empecé a observar el resto de
sus rasgos, con ganas de memorizarlos todos, jadeé y cubrí mi boca abierta con las
puntas de mis dedos.
Inmediatamente se dio la vuelta y se cerró de nuevo en sí mismo.
Vete.
—Lo siento. No quise hacer eso. Por favor, mírame de nuevo.
No.
No hice ningún movimiento para irme. En vez de eso, me desplacé en la
suciedad debajo de mi trasero y me incliné más cerca de él. Abrí mi boca para decir
algo, pero fui parada, simplemente tímida de conseguir mi primera palabra. Su
mano se movió rápidamente, el bolígrafo garabateando furiosamente contra el
papel.
¿Te asusto?
—No —susurré, diciendo la verdad absoluta. Pude haber reaccionado de
forma exagerada, pero no me asustó—. Fui sorprendida. Lo siento. No quise hacer
eso.
Lentamente, levantó su rostro, sus ojos encontrándose con los míos. Examiné
cuidadosamente sus rasgos, observando su recta y estrecha nariz, sus orificios
nasales prominentes solo cuando se ensanchaban. Su labio superior era delgado,
con una V profunda en el centro, la parte inferior lisa y brillante donde parecía que
él la había lamido, antes de volverse para mirarme.
Nunca antes había visto un niño tan guapo.
Lo que me había hecho jadear antes eran las cicatrices en sus mejillas.
Comenzaban por las comisuras de su boca y se extendía hacia su mandíbula, sobre
unos cinco centímetros en cada lado, creando la ilusión de una sonrisa.
Mis dedos se alzaron, casi por su propia voluntad, hasta que su mano se
envolvió alrededor de mi muñeca y la movió lejos. Sus ojos parpadearon entre los
míos, y luego brevemente bajo a mi boca antes de mirar hacia otro lado. Sin
embargo, no soltó mi muñeca. Paso mi brazo por debajo del suyo, donde él
sostenía mi mano en su regazo, encima de su cuaderno.
—¿Es eso por lo que no puedes hablar? —Mi voz salió ronca, sonando como
si hubiera cogido un resfriado en los últimos diez segundos. Cuando asintió, sentí
la necesidad de hacer otra pregunta, de sacar otra respuesta de él—. ¿Cuándo pasó
eso?
Cuando tenía 8.
Me acerqué a su lado para poder ver su respuesta, escrita junto al lugar
donde mi mano descansaba. Cuando me moví, su cuerpo se endureció, se tensó,
pero no dejé que me detuviera.
—¿Qué pasó? —No me pareció un accidente, pero no podía imaginar lo que
podría haber causado cicatrices como esas.
Mi enfoque se mantuvo en el papel, a pesar de que no hizo ningún
movimiento para escribir algo. Tan pronto como levanté la vista para mirarlo,
comenzó a mover el bolígrafo. Pero no fue para escribir en su cuaderno. En su
lugar, un hormigueo estalló en la parte posterior de mi mano. Cuando miré por
encima de su brazo para ver lo que era, me di cuenta de que había empezado a
dibujar algo en mí.
Apoyé mi cabeza contra su hombro para mirar. Se detuvo un momento, pero
cuando no me moví, continuó. Línea tras línea, trazo tras trazo, creó una flor viva
en tinta negra, comenzando en la fusión entre mi pulgar e índice.
Nuestra conversación aparentemente, había terminado.
N
o podía sacarla de mi mente.
Veía su rostro, ya fuera que mis ojos estuvieran abiertos o
cerrados.
Esos grandes ojos castaños que se inclinaban un poco en las esquinas. El color
me recordaba al bote de arcilla que mi madre mantenía junto a la puerta principal,
lleno de flores rojas que se derramaban desde la parte superior. Sus cejas tenían ese
arco natural, que me recordaba a las alas de un pájaro inmenso. Tenía una
hendidura en el centro de la esfera de su nariz. Imaginaba una docena de veces
cómo podría sentirse al tocarla con mi dedo. Y esos labios... llenos y naturalmente
rosados, como si llevara un lápiz labial que nunca se borraba. Quería saber cómo se
sentirían presionados contra los míos
Pero eso nunca sucedería.
Puede que me haya mirado como miraría a cualquier otra persona, pero
nunca podría olvidar la forma en que se quedó sin aliento cuando vio mi rostro.
Cuando vio las cicatrices dejadas atrás como un recordatorio de la peor noche de
mi vida. No importaba lo que dijera, sabía que la aterrorizaban.
Me aterrorizaban.
Pero eso no me impidió pensar en ella, queriendo volver a verla.
La noche después de que me encontró en el bosque, regresó. Estaba oscuro,
con solo la luz de la luna asomándose entre las hojas. Elise había invitado a más
gente, y yo no quería estar cerca de ninguno de ellos. Eran simpáticos, pero no
podía soportar la forma en que me miraban. Sin mencionar, que no deseaba estar
encerrado en mi habitación, escuchando las risas, los murmullos, la música a través
de la puerta.
Todo era demasiado.
Así que había decidido saltar la valla y encontrar algo de paz.
Minutos más tarde, la paz me había encontrado, en forma de un ángel.
Ella había susurrado/gritado mi nombre. Y estuve arruinado. Sin pensar en
cómo reaccionaría, me había movido sigilosamente detrás de ella y había cubierto
su boca con mi mano, solo queriendo sentir sus labios una vez. Pero entonces su
cuerpo tembló de miedo, un gemido había escapado, y cuando la hice girar, no
pude quitar mis ojos de las pocas lágrimas cayendo por su rostro. Pero entonces su
mirada se encontró con la mía, y sin pensarlo un segundo, tomé su mano y tiré de
ella hasta que encontré el claro entre los árboles.
Durante al menos una hora, nos sentamos bajo la luna... en silencio. No se
molestó en preguntarme nada, probablemente sabiendo que no tenía forma de
contestarla sin mi libreta y, en cambio, apoyó su cabeza en mi hombro mientras
garabateaba en su palma. La única cosa que tenía era un delgado rotulador rojo, y
usé la luna para ver las líneas que dibujé. Finalmente, su respiración se calmó, y
me di cuenta de que se había quedado dormida.
Quería quedarme allí para siempre.
Congelar el tiempo y nunca dejarla ir.
Si pudiera, habría robado la luna del cielo.
Tomándola como rehén.
Y mantenerla conmigo.
Pero eso no era una posibilidad. Tenía que renunciar a ella. No me pertenecía,
por mucho que lo hubiera deseado. Y la idea de que se metiera en problemas por
seguirme no se sentía bien. Así que la desperté y la ayudé a regresar a su casa. No
fue hasta que llegamos a su patio trasero, a su ventana con la protección apoyada
contra la pared, que me di cuenta de que realmente había escapado.
Para verme.
Había llevado su dedo a sus labios, y otra vez, me pregunté cómo se sentirían
sus labios contra mi dedo. Contra mi boca. Contra mi lengua. Pero tuve que
ignorarlo cuando señaló la esquina del tejado, justo al borde de la casa. Susurró:
—Luz de detección de movimiento. Tienes que permanecer a lo largo de la
valla, de lo contrario, se apagará, y mi padre lo verá.
Luego la ayudé a volver al interior y ajusté la protección de la ventana en su
lugar, dando una última mirada a través del cristal a su sombra, antes de regresar a
casa. Desde entonces, no había hecho más que pensar en ella, conjurando su
imagen en mi mente. Memorizando cada detalle, cada defecto, cada línea.
—¡Killian! —gritó Elise, interrumpiendo mis pensamientos de Rylee—.
¡Tienes un visitante!
Tiré mi cuaderno en la cama a mi lado y me puse de pie.
Justo entonces, la puerta se abrió lentamente, el tiempo prácticamente se
detuvo. Nunca vino nadie por mí, nadie sabía que vivía aquí. Mi corazón
bombeaba tan fuerte que reverberaba en mis oídos cuando el pelo oscuro y
ondulado apareció a la vista. Cada rizo crónicamente tenso como un resorte que
quería estirar y verlo encajar de nuevo en su lugar. Incluso en la tenue luz de mi
habitación, era brillante y parecía suave. Y por centésima vez, reflexioné sobre
cómo se sentiría pasar mis dedos a través de este, mientras la miraba fijamente a
sus ojos.
—¿Tienes sed? ¿Puedo ofrecerles alguna cosa? —Elise se acercó detrás de
Rylee, pero me observó, probablemente preguntándose por qué estaba aquí para
empezar.
—No, gracias, señorita Newberry. —Su voz era tan dulce, tan suave. Podría
haber escuchado su charla sobre nada con Elise durante horas. Era la única razón
por la que me molesté en responder a sus preguntas, cuando nunca me importó
responder a nadie más.
Porque nunca quise que Rylee dejara de hablar.
—De acuerdo, entonces los dejaré a los dos... hablar. —Los ojos de Elise se
encontraron con los míos y no pude ignorar el resplandor de una brillante
esperanza—. Si necesitas algo, estaré aquí. No dudes en preguntar. —Y luego se
alejó, dejándonos en paz, envueltos en silencio.
Rylee me miró por un momento antes de que sus labios se transformaran en
la pequeñísima insinuación de una sonrisa. Tuvo breves momentos de
incertidumbre, pero siempre fueron rápidamente tragados por la total confianza.
Era un espectáculo asombroso de ver, el funcionamiento interno de su psique a
través de sus ojos. La manera en que entrecerró sus ojos, apenas un poco, antes de
resplandecer en un color casi de oro.
—¿Te importaría si entro? —Su pregunta rompió mi hechizo y me obligó a
retroceder un paso, hasta que me encontré con la cama.
Sacudí la cabeza y luego asentí, inseguro de cómo responder. Recuerdo
vívidamente a mi padre corrigiéndome varias veces, informándome cómo
responder apropiadamente a un tipo de pregunta de “¿te importaría si?”. Pero
Rylee no pareció darse cuenta y entró en mi habitación, aunque dejó la puerta
abierta. Por la razón que fuese, la idea de que Elise pudiera escucharnos me
inquietó, así que me moví alrededor de ella y la cerré suavemente.
Un jadeo detrás de mí llamó mi atención. Cuando me di vuelta, la encontré
sosteniendo mi cuaderno en una mano, los dedos de la otra extendidos sobre sus
labios entreabiertos. Sus redondos ojos encontraron los míos y se fijaron sobre mí.
No podía moverme, completamente congelado en el tiempo, mientras mi boca se
abría y cerraba como si tuviera una respuesta verbal para ella.
Finalmente, saliendo de mi aturdimiento, le arrebaté el cuaderno.
—¿Has hecho eso? —Sus palabras susurradas, llenas de asombro, me
rodearon.
Sostuve el libro en mi pecho para evitar que volviera a verlo y me volví para
enfrentarla. Era como esta insoportable necesidad de ver sus ojos, observar su
expresión, entender sus pensamientos a través de su lenguaje corporal. Lo que no
esperaba encontrar fue la maravilla absoluta, posiblemente admiración, que vi
reflejándose hacia mí.
Asentí lentamente mientras el peso del miedo se instalaba en mi pecho.
—Eso es< increíble. ¿Puedo verlo de nuevo?
Aguantando la respiración, lentamente lo sostuve para que lo tomase, sin
romper nunca el contacto visual. Quería desesperadamente su aprobación, a
diferencia de lo que nunca había querido de alguien antes, pero no podía luchar
contra el inmenso temor de su rechazo.
De lo obsesionado que me haría parecer.
Cómo me había entregado a mí mismo, en más de una forma.
Se sentó en el borde del colchón y sostuvo el cuaderno en su regazo,
estudiándolo con ojo atento. Las yemas de sus dedos trazaron cada línea de mi
bolígrafo. La semejanza que había creado de su mandíbula. Su barbilla. Alrededor
de sus labios, el puente de su nariz. Sus ojos. Finalmente, una vez que había
seguido todos los contornos, su dedo se detuvo en la débil cicatriz que había
añadido a su frente, la que había notado aquella noche bajo la luna, y concentró sus
ojos en mí.
—¿Me has dibujado?
Me senté a su lado y bajé la cabeza, ofreciéndole un pequeño asentimiento.
—¿Por qué?
Cerré mis puños en el espacio entre mis piernas separadas. Sabía que me
preguntaría eso. Era la única pregunta con la que podía contar, y una que recé para
que no saliera de sus labios. De repente, el bloc de papel se deslizó a la vista y lo
tomé de ella. Encontré el bolígrafo que había arrojado a un lado cuando entró, y lo
recogí, listo para darle una respuesta.
¿Por qué no? Escribí en un pedazo en blanco de papel a rayas.
—No lo sé. Simplemente no sé por qué me elegiste. —Su pregunta original se
hizo clara. No había querido preguntarme por qué la dibujé, lo cual era bueno
porque no podía darle esa respuesta. Ahora, sabiendo la verdadera intención de su
curiosidad, puse el bolígrafo en el papel y comencé a garabatear tan rápido como
pude.
Veo cosas y tengo que dibujarlas para sacarlas de mi cabeza.
—¿Qué clase de cosas?
Solo cosas. Cosas que me llaman la atención.
Tan pronto terminó de leer, sentí la necesidad de añadir más. Explicar más.
Son como fotografías en mi cabeza.
Rió e inmediatamente me puse rígido. Quería mirarla, preguntarle qué le
parecía tan gracioso, pero no pude levantar mi atención del papel que tenía frente
a mí. Mis palabras me miraban fijamente y quise borrarlas todas.
—Dibujas tan hermosamente. Tienes un talento increíble... pero tu letra es
horrible. —Rió de nuevo, y tuvo que taparse la boca con la mano para contener el
sonido, que ahora no era más que un zumbido melódico—. Lo siento. No puedo
creer que alguien que escribe tan desordenado pueda dibujar algo así... —Se calmó
y se quedó callada por un momento, y luego murmuró—. Tan perfecto.
Giré y la miré a los ojos. Las manchas doradas me atraparon dentro de su
calidez y rechazaba dejarlo ir. Eran como los rayos del sol reflejando el tesoro al
final de un arco iris. Sus cejas se juntaron en concentración, lo que terminó mi
adoración de ella.
—¿Estás bien? —Su aliento llenó cada palabra y rozó a través de mi rostro.
Asentí, estrechando mi mirada para silenciosamente cuestionarla.
—¿Pareces tan... enojado? ¿Frustrado? No sé cómo describirlo.
Mirando el papel, agarré mi lápiz y dejé que mis dedos hablaran.
No estoy acostumbrado a hablar con la gente. No tengo amigos.
—¿Por qué no?
Me encogí de hombros, pero decidí responder de todos modos.
Me he mudado mucho, y no mucha gente quiere ser amigo de alguien que se parece a
mí. Asusto a todo el mundo. Es por eso que soy educado en casa. Bueno, eso y porque estoy
atrasado.
—No me asustas. —La forma en que se inclinó para leer mientras escribía,
hizo que sus palabras se deslizaran por mi rostro como una suave brisa. Me obligó
a mirarla, a captar sus ojos mientras hablaba—. Dijiste que la señorita Newberry es
pariente. ¿Cómo estás relacionado con ella?
Tía.
—Oh... ¿Así que tu apellido es igual que el suyo?
Sacudí la cabeza. Foster
—Killian Foster... —susurró con una sonrisa—. ¿Cuál es tu segundo nombre?
Owen. Hice una pausa, y luego decidí darle más. Nombre familiar.
—Me gusta. Suena fuerte... Quiero decir, es un nombre poderoso. Vas a ser
alguien algún día, Killian Owen Foster. Marca mis palabras. La gente sabrá tu
nombre. —Sus ojos redondos brillaban muchísimo más, y yo quería tanto creerle.
Pero la verdad es que la gente ya sabía mi nombre.
Y no para nada bueno.
¿Cuál es tu segundo nombre? De repente tuve una profunda necesidad de
saber.
—Scott. Lo sé, es un nombre de chico, pero era el apellido de soltera de mi
madre. Ella pensó que yo era un niño, así que iba a ser Scott Anderson. Luego salí
chica. —Rió, y quise embotellar el sonido para guardarlo para siempre—. Así que...
mezclaron sus nombres, mi mamá es Holly y mi papá es Ryan, e hicieron de Scott
mi segundo nombre.
La miré, deseando más que nada poder decir su nombre completo en voz alta
como ella hizo con el mío. Quería sentirlo pasar entre mis labios, reverberar a
través de mis cuerdas vocales, probarlo en mi lengua. Pero no podía.
Se quedó en silencio con una débil sonrisa.
—Es una historia estúpida.
No podía quitar mis ojos de los suyos, como si estuviera encerrado en un
trance, un ensueño tejido de hilos dorados, lleno de esperanzas y sueños que no
tenía derecho a perseguir. Quise sacudir la cabeza, decirle que estaba equivocada.
No era una historia estúpida. Pero no pude hacer otra cosa que mirarla hasta que
se alejó, muy probablemente sintiéndose incómoda.
—¿Te gusta... vivir aquí? ¿Con tu tía? —Hizo una pausa cuando asentí. Al
parecer, mi falta de respuesta adicional la impulsó a seguir adelante—. ¿Dónde
está tu familia? ¿Tu mamá o papá? ¿También están aquí?
Solo pude sacudir la cabeza, incapaz de escribir nada.
Quería mantener su amistad un poco más.
—Oh. Tu tía parece muy joven para cuidarte.
Mi mirada cayó mientras pensaba en Elise y en lo mucho que había
trastornado su vida. No quería ser una carga así, por eso intentaba quedarme en mi
habitación tanto como podía. Me amaba. Sabía que lo hacía. Pero Rylee tenía
razón; Elise era demasiado joven para cuidar a alguien de mi edad, por no
mencionar, alguien con mis problemas.
Escribí el número veintiséis y dejé que lo asumiera un minuto antes de
ofrecerle más. Es la hermana de mi madre. Nadie más podía manejarme, así que me
aceptó. Estoy bastante seguro de que la pongo triste.
—¿Por qué?
Las lágrimas se alinearon en mis ojos y tuve que tragar el bulto en mi
garganta.
Porque le recuerdo a mi madre.
Afortunadamente, no presionó para nada más. En lugar de hacer más
preguntas, sugirió que viésemos una película, y no podría haber sido más feliz.
Elise vino a vernos, y cuando nos vio sentados en la cama con la espalda contra la
cabecera de la cama, hombro con hombro, simplemente sonrió y cerró la puerta
detrás de ella.
Contenta.
Era la primera vez en tres años que lo había sentido.
Y deseaba no dejarlo ir nunca.
—¿H
ola, papá? —Me senté a la mesa de la cocina
mientras mi papá tomaba su café y leía el
periódico antes de trabajar. Mi cereal estaba
esponjoso ahora, teniendo en cuenta cuánto tiempo estuve allí sentada, buscando
el coraje para hacerle una pregunta. No estaba segura de cómo lo tomaría, pero
necesitaba la respuesta—. ¿Por qué alguien tendría cicatrices en la cara en forma de
una sonrisa?
Bajó el periódico y se inclinó hacia adelante, apoyando sus codos sobre la
mesa.
—No estoy seguro, calabaza. Probablemente haya muchas razones. Cualquier
medio círculo podría parecer una sonrisa. ¿Por qué?
—No... no me refiero a eso. Quiero decir, como si alguien fuera herido< por
alguien más... quizás a propósito; y su boca parece que está sonriendo. —Utilicé
mis dedos para dibujar líneas invisibles desde las comisuras de mi boca hasta mis
mejillas.
Sus ojos se abrieron de par en par, luego se estrecharon una fracción de
segundo antes de que sus cejas se sumergieran con preocupación.
—¿Por qué preguntas eso? ¿Viste a alguien así?
Me encogí de hombros y luego ofrecí:
—En la televisión.
Mi respuesta debe haber calmado sus nervios porque soltó un largo aliento y
se relajó en su asiento.
—Oh, cariño... eso es algo que la gente mala hace. Pero no aquí. Es una cosa
europea, creo. Me parece que es llamado una sonrisa Chelsea, porque comenzó
hace mucho tiempo en Chelsea. No tienes que preocuparte por eso, cariño.
Desearía que sus palabras me hubieran calmado, pero no lo hicieron. Porque
estaba equivocado. Ocurrió aquí. A Killian. O< quizá él no era de aquí. Esa era
una posibilidad. Como nunca lo había oído hablar, nunca lo sabría. Pero
definitivamente era algo que quería averiguar.
Terminé mi cereal mientras repetía el término en mi cabeza para no olvidarlo.
Tan pronto como comprobó su reloj, supe que era hora de que se fuera, y entonces
sería capaz de usar el ordenador y obtener la información que necesitaba. Me besó
la parte superior de mi cabeza y repitió las mismas reglas, como hacía cada
mañana: no salir de casa, no contestar a la puerta, y no decir a extraños que estoy
sola en casa. Sabía que odiaba dejarme sin la supervisión de mi hermano, pero en
realidad... en cualquier momento que Jason estaba en casa, nunca me prestaba
atención. De cualquier manera, yo estaba completamente sin supervisión.
Esperé hasta que dio marcha atrás el auto fuera de la entrada, antes de
encender el ordenador en el comedor. Tenía un conocimiento limitado de Internet,
pero sabía lo suficiente como para entender el concepto de Google, gracias a la
señora Beatty y sus constantes tareas de investigación el año pasado.
En el cuadro de búsqueda, escribí “sonrisa Chelsea”. Tuve una amiga en la
escuela con el mismo nombre, así que sabía cómo deletrearlo. Sin embargo, lo que
apareció en la pantalla no era nada como la chica con pelo rojo y gafas. Mi
estómago se revolvió mientras me desplazaba a través de cada página, observando
todo, junto con las imágenes que proporcionaba.
No podía imaginar a Killian pasando por eso.
Y luego me acordé de él diciéndome que había ocurrido cuando tenía ocho
años.
Lágrimas compasivas cayeron sobre mi regazo.
Con mucha prisa, cambié mi ropa y me dirigí al lado. Era temprano, y no
esperaba que estuviera nadie levantado, así que llamé a lo que supuse que era la
ventana de su dormitorio. Tuve que adivinar ya que solo había estado en la casa
una vez. Pero recordé que tenía cortinas azules.
Tuve que tocar la ventana tres veces antes de que la cortina se moviese,
revelando a un cansado chico detrás del cristal. Frotó y entornó los ojos contra la
luz del sol, pero tan pronto como me reconoció, una sonrisa se dibujó en sus labios.
Levantó un dedo y luego desapareció de nuevo.
Me situé en la parte trasera de su casa, esperando que... hiciera algo. No
estaba segura de si regresó a la ventana o no. No fue hasta que oí pasos en la hierba
que me di cuenta que había salido, y luego rodeó la esquina. Sus largas piernas
asomaban por el fondo de los shorts de estilo cargo deshilachados, su camiseta
blanca arrugada como si la hubiese agarrado del suelo. Su cabello estaba por todas
partes, y quería tanto meter los mechones salvajes detrás de sus orejas para poder
ver su rostro mejor. El cuaderno en su mano, metido en el costado de su cuerpo,
me hizo sonreír.
Iba a hablar conmigo.
Antes de que pudiera abrir la boca para decir algo, sacudió la cabeza hacia un
lado, señalando la cerca a lo largo del patio trasero. Sin vacilar un momento, me
condujo al bosque. No nos aventuramos muy lejos esta vez, antes de que se sentara
en un pequeño claro con suficiente espacio para mí.
—Miré tus cicatrices en línea esta mañana —dije de repente.
Su postura se endureció. Ni siquiera los hombros o la espalda se movían con
el esfuerzo de respirar. Ojalá me hubiera mirado para poder al menos tener una
idea de cómo se sentía, pero se negó, manteniendo su atención en la tierra frente a
él.
—Lo siento. Sé que no debería haberlo hecho. —Suspiré y dejé caer mi cabeza
en mis palmas abiertas—. Ojalá no lo hubiera visto. Odio saber lo que te pasó... sin
saberlo realmente. Ni siquiera quieres saber las cosas que he pensado en los últimos
treinta minutos. Es horrible.
Su mano se movió frenéticamente. Creo que lo puedo imaginar.
—Oh Dios, no quise decir eso. Lo siento mucho.
Deja de disculparte.
Mientras escribía, hablándome, jamás me miró a los ojos.
—Solo quería saber qué te pasó.
Alguien entró a mi casa.
Un jadeo sonó antes de que pudiera detenerlo. Las palabras “lo siento”
situadas en la punta de mi lengua, pero afortunadamente, logré tragarlas.
—¿S-sabes quién?
Con la mirada fija en el papel que tenía frente a él, sacudió su cabeza.
—¿Y tus padres...? —Ni siquiera podía terminar mi pregunta—. Eso es tan
malo, Killian.
No quiero hablar de ello.
No lo culpaba. Solo deseaba que mi curiosidad muriera, porque no pensaba
que alguna vez sería capaz de dejarlo ir completamente. Y aparte de oírlo de él,
sabía que no había forma de obtener la verdadera historia.
—¿Es por eso por lo que no puedes hablar?
Asintió, pero no escribió nada.
—¿Duele?
Ya no.
Mi respiración se dificultó mientras me senté junto a él, ahogándome en el
silencio entre nosotros. Comprendí su incapacidad para hablar; no es que alguna
vez me hubiera topado con alguien así antes, pero lo entendía, sin embargo, no se
ponía mejor.
Toqué su brazo, haciéndole saltar donde estaba sentado.
—Solo para que sepas, Killian, si alguna vez quieres hablar con alguien, estoy
aquí. Mis amigos dicen que soy buena escuchando. Comparten todos sus secretos
conmigo porque nunca se los cuento a nadie.
Lentamente, me enfrentó. Un brillo de lágrimas se alineaba con el tenue verde
de sus ojos, haciéndolos brillar como agua de piscina turbia, en esa etapa justo
antes de que necesitara ser limpiada con productos químicos.
—¿Puedes dibujar algo para mí? —susurré, incapaz de aguantar su mirada
intensa por otro segundo. Me consumía y me llenaba de cosas que no entendía. Mi
corazón corría deprisa y mi cabeza se puso confusa, como un globo sin una cuerda.
Lleno de electricidad estática y aire.
En lugar de usar el papel que había traído con él, Killian tomó de nuevo mi
mano. No lo combatí. Me encantaba cuando dibujaba sobre mí. Nunca quería
lavarlo. Esta vez, en vez de flores, dibujó vides alrededor de mi muñeca hasta mis
dedos, envolviéndolos en mi palma.
Podría haberme pasado todo el día así, mi mano en la suya, descansando en
su regazo, su bolígrafo creando hermosas líneas en mi piel, pero no pasó mucho
tiempo antes de que su tía lo llamara. Con una sonrisa de disculpa, se puso de pie
y me ayudó a pasar sobre la cerca.

La casa estaba oscura y tranquila, pero no podía dormir. Mi mente no se


apagaba el tiempo suficiente para permitirme ir a la deriva en las ensoñaciones que
había tenido todo el día. Mi mano todavía hormigueaba con el recuerdo de su
bolígrafo, la tinta negra ahora desvanecida, pero el recuerdo aún vivo.
Fuertes y rápidos golpes en la ventana de mi habitación me asustaron,
obligándome a sentarme derecha en la cama y dirigir mi mirada hacia la dirección
del estruendo. Las persianas estaban cerradas, así que técnicamente no podía ver
nada, pero esperé a oírlo de nuevo. Después de unos segundos, otra serie de
golpes resonó. Por razones desconocidas para mí, me levanté de la cama y
lentamente avancé los pocos metros hacia la ventana.
Mirando a través de una pequeña abertura en las persianas, encontré una
gran sombra de pie en el otro lado. Me asustó, pero cuando mi vista se ajustó y se
acomodó en el contorno, me di cuenta que era Killian. Eché un vistazo a mi
conjunto de pijama y me esforcé por peinar mi inmanejable pelo antes de abrir las
persianas, y entonces abrir la ventana.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, deseando saber si él quería que me escapara.
El pensamiento cruzó mi mente, pero todo lo que podía pensar era en cómo
tendría que cambiar mi ropa y ponerme los zapatos.
Levantó un trozo de papel doblado. Luego procedió a deslizarlo a través de
un pequeño desgarro en el lado de la pantalla protectora. Una vez que lo tuve en
mi mano, se volvió para alejarse. Mi corazón se apretó y golpeó simultáneamente.
No quería que se fuera. Quería abrir la protección y correr hacia el bosque con él,
sentarme bajo las estrellas y dejarle tranquilizarme con su bolígrafo.
—Espera. ¿A dónde vas?
Killian miró por encima de su hombro, se volvió de lado y señaló el papel que
tenía en mi mano. No podía ver su rostro en la oscuridad, así que su expresión
estaba en blanco para mí. Su dedo tembló, como si estuviera empujándome para
abrirlo, y luego se fue. Sobre la cerca y de regreso a la casa de su tía.
Aturdida, lo vi irse en silencio. No me moví, no para cerrar la ventana, bajar
las persianas o incluso abrir la carta. Miré fijamente la barrera de madera entre
nosotros durante demasiado tiempo antes de apartar la mirada. Fue entonces
cuando la curiosidad sacó lo mejor de mí y entré en acción.
Encendí la lámpara en mi mesa y me senté en el borde de mi cama sin hacer,
el edredón arremolinado alrededor de mis piernas, y procedí a abrir su carta. El
papel estaba lleno de borrones garabateados con tinta negra. Algunas palabras
fueron tachadas, otras fueron mal escritas, pero pude leerlo todo.
Cuando tenía 8 años, alguien entró en mi casa. Tres personas para ser exactos. Yo
estaba despierto cuando sucedió, pero no estaba seguro de lo que estaba pasando. Pensé que
tal vez algo le había sucedido a mi padre, así que fui a su habitación. Eran las 11:29. Me
quedé allí y miré a mis padres. No grité. Quería gritar, pero no pude. No salió nada. Quería
huir de los tres hombres en su habitación, pero tampoco pude hacer eso. Mis padres no
parecían mis padres. Era como si llevaran máscaras. Mi mamá parecía que tenía un pañuelo
rojo alrededor del cuello, y sus ojos estaban abiertos. Solo yacía ahí y miraba el techo. Mi
padre estaba en el suelo. Antes de ir a la cama esa noche, recuerdo que tenía puesta su
camisa favorita. Era blanca con la mascota de la escuela donde enseñaba en el frente. Un
gran tigre. Al principio, pensé que se había cambiado a una camisa roja, pero al mirarlo
más, noté la imagen del tigre en el frente. No sabía que tenía la misma camisa de color rojo.
Me miró fijamente mientras abría y cerraba su boca, como si quisiera decirme algo. Pero no
podía oír nada. Quería ir a ver lo que intentaba decir, pero no podía moverme. Ni siquiera
podía preguntarle si estaba bien.
Yo tenía diez años. Mi vida había estado bastante protegida, considerando
que era la pequeña y la única chica. Pero había algunas cosas que entendía. Y la
muerte era una de ellas. A veces, cuando mamá y papá se habían ido y me dejaban
en casa con Jason, él veía películas de miedo en la sala de estar. Yo las veía desde la
cocina cuando comía. Traté de fingir que no me molestaban, pero lo hacían. Me
dejaban asustada por lo menos dos días. Y mi abuela murió hace un año. Fui a su
entierro y la vi en el ataúd. Pero no se parecía a la gente de las películas de mi
hermano. Parecía tranquila, como si estuviera dormida.
Leer las palabras de Killian sobre sus padres me aterrorizó. Me hizo pensar
en las horribles escenas de la televisión, la sangre, los gritos. No como la abuela.
No quería seguir leyendo por miedo a que empeorara, pero luego recordé que le
había preguntado qué había sucedido. Me había dicho que no quería hablar de
ello. Ahora, él me había dado su historia. No podía parar, no importaba cuánto lo
deseara.
Vi a los hombres en la habitación cuando entré por primera vez. Fue lo que me hizo
parar en cuanto entré por la puerta. Pero tan pronto como los vi, encontré a mis padres, y
fue como si los tipos desaparecieran. Mi padre hizo este ruido muy raro a través de su boca.
No es un sonido sibilante... sino más como un largo suspiro cuando estás enfermo y tienes
que toser. Ya no me miraba, pero tampoco cerraba los ojos. Fue entonces cuando miré a los
hombres. Todos se quedaron inmóviles y me miraron fijamente. Me pregunté si era un mal
sueño. Mamá y papá estaban viendo una mala película antes de irse a la cama, y pensé que
quizás era una pesadilla. Nadie se movía, ni hablaba, ni parpadeaba. Todos ellos o yacían
ahí o estaban de pie en la habitación, mirándome fijamente. Mamá miraba fijamente el
techo, papá miraba a mis pies y los hombres me miraban.
Llevaban ropa negra. Todos ellos. Vaqueros holgados y camisetas negras que parecían
pertenecer a sus papás. Sé que a veces usaba las camisas de mi papá y eran realmente
grandes en mí, y ésa era su apariencia. Uno de los chicos tenía un collar de perro alrededor
del cuello con cosas puntiagudas en este. El que estaba cerca de mi madre, al costado de la
cama, tenía la cara roja, como si sangre hubiera salpicado sobre él o algo así.
Empezaron a hablar entre ellos, pero yo no entendía la mayor parte. Recuerdo a uno
de ellos llamándome un niño y comenzando a asustarse. Estaba discutiendo con uno de los
otros tipos. Estaba diciendo algo de mis ojos, y de cortarlos para que no viera nada. Pero un
tipo se mantuvo llamándome niño. Entonces el que estaba con mi mamá vino hacia mí. Me
giré para huir una vez que vi el cuchillo en su mano, pero me agarró por el brazo y me tiró
al suelo. Se sentó en mi estómago y me sostuvo.
Traté de gritar, de moverme, de huir, pero no pude. Me entró el pánico y comencé a
llorar. Le rogué que me dejara despertar. Nada funcionó. Me sostuvo por mi rostro y me
dijo que nunca debía decir una palabra a nadie, y si lo hacía, me haría lo que le hizo a mi
mamá. Dijo que mamá nunca volvería a hablar porque no tenía cuerdas vocales. Me dijo
que estaba mejor sin mis padres, y luego comenzó a decir un montón de malas palabras que
no me estaban permitidas decir. Me hizo prometer que nunca le diría a nadie lo que vi. Y lo
hice. Lo prometí. Pero eso no fue suficiente.
El cuchillo me cortó los costados de mi rostro y sentí algo caliente correr por mis
mejillas hasta la parte posterior de mi cuello. Me dolía tanto. Pero nada era tan malo como
cuando se apartó de mí y me dio una patada en el estómago. Me encogí en una pelota y
grité. Tenía la boca abierta y mis mejillas dolían mucho. Quemaban y pensé que estaban en
llamas. El dolor era tan malo que ya no podía gritar. No se escuchaban sonidos. El hombre
cerró mi boca y dijo: “Eso es. Nunca hables con nadie. O te voy a callar para siempre”.
Todo después de eso es un borrón. Nunca había sentido tanto dolor antes en mi vida.
Creo que encontré un teléfono y pedí ayuda, pero en realidad no lo recuerdo. Solo recuerdo
haber oído a alguien que me hacía preguntas que no podía contestar. Porque no podía
hablar. Los policías entraron con armas. Entonces chicos de ambulancia vestidos de azul
llevando una cama sobre ruedas. Las sábanas eran blancas antes de que me subieran, pero
se pusieron rojas. Estuve en un hospital por un tiempo. Mucha gente trató de hacerme
hablar, pero nunca lo hice.
Fui a vivir con el hermano de mi papá, pero eso no duró mucho porque asusté a mis
primos pequeños. Luego fui a quedarme con mis abuelos, pero eran viejos. Mi abuela,
MeeMaw, lloró cuando me fui. Seguía diciendo que lamentaba no poder ayudarme. Tuve
que ir a muchas oficinas y sentarme con gente mientras trataban de hacerme hablar, pero
nunca lo hice. Esos chicos me dijeron que no podía. Así que no he dicho nada. Ni una sola
vez. Fui a quedarme con unas cuantas personas que no conocía, pero incluso me dijeron que
no podían ayudarme. Fue entonces cuando Elise intervino. Dijo que estaba cansada de
verme rebotar entre casas, y ella haría todo lo posible conmigo. Nunca ha intentado hacerme
hablar, ni metido píldoras por mi garganta. Odio las píldoras. Me hacen sentir raro. Estoy
haciendo todo lo posible por ser bueno para ella porque no quiero irme.
Me preguntaste qué pasó. Eso es lo máximo que puedo decirte. Probablemente no
debería haberte dicho esto, pero quería que tuvieras respuestas. No sé por qué. Nunca me
había preocupado antes de responder a nadie. Ni a los médicos o los policías o incluso a los
extraños con los que vivía. Pero por alguna razón, Rylee, quería que lo supieras.
El papel cayó sobre mi regazo y me quedé mirando la pared al otro lado de la
habitación por lo que pareció ser una eternidad. Las lágrimas rodaron por mis
mejillas mientras pensaba en las cosas horribles que Killian había vivido. Aunque
sus padres no habían sobrevivido, estaba agradecida y feliz de que Killian lo
hiciera. Pero no podía imaginar las cosas que veía en su cabeza. Dijo que veía
imágenes, y parte de mí quería saber si algunas de ellas eran de esa noche, pero no
pensé que pudiera preguntarle alguna vez.
Terminé quedándome despierta toda la noche. No pude dormir después de
leer su historia.
Me dolía el corazón.
Lloré por él.
Pero no sabía qué hacer.
L
a había asustado.
Lo sabía.
Había pasado una semana desde que le conté mi historia. Se la
había dado y luego me fui, porque no podía soportar la idea de que me mirara
mientras la leía. Pero ahora, me preguntaba si eso fue lo correcto. Porque no la he
visto. Ni una sola vez. Había escalado la cerca unas cuantas veces, con la esperanza
de que me viera y me siguiera hasta el bosque, pero nunca lo hizo. Vi su bicicleta
en su patio delantero así que supe que estaba en casa. Había visto su manta y libro
en el patio trasero bajo el árbol en que le gustaba leer. Y por la noche, miraba a
través de las tablillas de madera y veía la luz de su habitación encendida.
Pero nunca vino por mí.
Pensé que era diferente.
Aparentemente no.
La escuela estaba a punto de comenzar en pocos días. Era la primera vez con
este tutor, y cuanto más cerca estaba, me ponía inquieto. No me gustaba conocer
gente nueva. Me miraban y me hacían sentir incómodo. Por eso odiaba cuando
Elise tenía visitas.
Me ponía agitado y ansioso. Lleno de pánico. Más retraído de lo normal. Pasé
más tiempo en el bosque de lo que lo hacía en las últimas semanas, y a menudo
debatía sobre marcharme del todo. A veces, me sentaba debajo de los árboles,
dibujando en mi cuaderno, y me preguntaba cómo sería nunca volver. Solo huir.
Estar por mi cuenta donde no tenía que depender de los demás. Pero sabía que eso
no pasaría por un tiempo. No recibiría mi herencia hasta cumplir dieciocho años.
Siete años más.
Y entonces me iría.
A nadie le importaba de todos modos.
Los únicos a los que importaba, se habían ido.
Había caído la noche y sabía que necesitaba volver. Había estado fuera por
un tiempo. Había comido mi cena en mi habitación, y luego me dirigí a la
protección de los árboles. Cuando dibujaba, perdía la noción del tiempo, pero sabía
que era tarde. Cuando llegué a la valla pude decir, por lo oscuras que estaban
todas las casas, que eran más que probable pasadas las diez u once. Pero no estaba
seguro.
En la parte superior de la valla, miré hacia la casa de Rylee. Su dormitorio
estaba oscuro y me preguntaba si estaba dormida. Solo necesitaba revisarla. No sé
por qué aterricé en su patio trasero o me metí en las sombras hasta que llegué a su
ventana, pero lo hice. Algo me atrajo hacia ella, a pesar de su alejamiento.
Solo planeaba mirar en su habitación para asegurarme de que estaba bien.
No planeaba llamar.
O ayudarla a quitar la protección.
O entrar.
Ciertamente no planeaba meterme a su cama.
Y yacer a su lado en la oscuridad.
Pero lo hice.
—Lamento no haber ido a verte desde que me diste tu carta —susurró con el
rostro cerca del mío. Su calor fluyó sobre mis labios y los dejó secos. Tan secos que
tuve que lamerlos—. Mi mamá vino a casa del trabajo. Es auxiliar de aerolínea. A
veces se va por unos días, pero la última vez, se fue por una semana.
No me moví, apenas podía verla, pero seguí quieto y la observé lo mejor que
pude en el cuarto oscuro. Nunca quise que dejara de hablar. No me importaba lo
que dijera, siempre y cuando me hablara en esa respiración susurrada que
abanicaba mi rostro y me calmaba. No tenía manera de hablar con ella, así que
rezaba para que siguiera hablando.
—Mi hermano, Jason, tiene dieciséis años. Tiene muchos amigos. Así que no
le gusta quedarse en casa conmigo cuando mis padres se han ido. Mi padre odia
cuando estoy sola en casa. Es vendedor de autos, lo que significa que trabaja todo
el día. Cuando mi mamá está en casa del trabajo, tiende a mimarme mucho. Así
que no he podido escabullirme.
Odiaba cómo eso me hacía sentir. Oyéndola admitir que tuvo que moverse a
hurtadillas para verme, me corta profundamente. Como si se avergonzara de mí.
Como si no quisiera que nadie supiera de mí. Como todo el mundo. Duele. Porque
pensé que era diferente, y una vez más, estaba equivocado.
—Fui una especie de ups bebé. Jason dice que fui un accidente, pero mamá
dice que fui solo una sorpresa. A veces pienso que olvida que tengo diez y no
cinco. No me deja salir de casa sin saber dónde estoy y no le gusta que salga con
chicos. Solía haber un niño que vivía calle abajo. Tenía mi edad. Pero mamá no me
dejaba ir a su casa. No sé por qué. Solo dijo que no era un buen chico. Así que no
quise darle la posibilidad de que me dijera que no podía verte. Porque no quiero
dejar de verte.
Ese profundo dolor floreció en ardiente excitación.
Aprobación.
—La escuela empieza en unos días. No quiero ir. Estaba deseando que llegara
porque estaré en quinto grado. Por fin seré una de las chicas mayores. Pero ahora
no quiero que termine el verano. Sé que te veré aún menos, y no quiero eso.
Agarré su mano y la sostuve debajo de las cobijas entre nosotros. Nunca
había estado en una cama con una chica antes, pero me gustó. Me gustaba estar
junto a ella. Borraba las imágenes en mi cabeza y calmaba la ansiedad que corría a
través de mí. Disminuía la ira que sentía a veces, cuando pensaba en la noche que
perdí a mis padres. Estar con ella me dio... felicidad. Paz.
—Mis padres se van a dormir alrededor de las diez. Mi hora de acostarme es
a las nueve, pero puedo estar despierta para ti si quieres venir. Tendríamos que
mantener las luces apagadas, así que no podrías hablar conmigo, pero podemos
quedarnos aquí juntos. O puedo hablar y puedes escuchar.
Apreté su mano para ofrecer una respuesta silenciosa, haciéndole saber que
estaba bien con eso.
—Cuando miré en el ordenador acerca de tus cicatrices, decía algo sobre ser
escocés o irlandés. Se llama sonrisa de Chelsea. Otros sitios web lo llamaron una
sonrisa de Glasgow. ¿Eres de allí? ¿De Escocia o Irlanda? Me he preguntado si
tendrías un acento como ellos.
Sacudí la cabeza contra la almohada.
—¿Entonces eres un americano?
Asentí.
—¿Eres de Tennessee?
Sacudí la cabeza otra vez, deseando poder haberle dado mejores respuestas.
Tarareó por un segundo, y luego preguntó:
—¿Más al norte? —Cuando asentí, pude sentir su sonrisa. Esto acababa de
convertirse en un juego. Y tuve que admitir que empecé a disfrutar tanto como ella.
Después de algunas rondas de preguntas de sí o no, finalmente adivinó
Pensilvania. Fue entonces cuando terminó el juego porque no había manera que
adivinara la ciudad en la que había vivido con mis padres. Por no mencionar, que
nunca le habría dicho la verdad. Ya le había dado más información sobre los tipos
que habían irrumpido en mi casa de lo que le había contado a nadie, y no quería
arriesgarme a que jugara a los detectives.
No podía correr el riesgo.
Por mí<o por ella.
Nuestra conversación comenzó a disminuir, su voz se hizo más suave. Sus
palabras fueron más espaciadas y me di cuenta que se estaba quedando dormida,
así que pasé mis dedos por el dorso de su mano, hasta que dejó de hablar
completamente. Hasta que sus respiraciones se hicieron más profundas. No quería
irme. No deseaba arrastrarme por la ventana y dejarla sola. Pero sabía que tenía
que hacerlo.
Me di un poco más de tiempo para verla dormir. Escuchar sus suaves
ronquidos. Y entonces me aparté con cuidado de su cama, su calor, la amistad que
ofrecía. La amistad que no estaba seguro de merecer.
La amistad a la que me negaba a renunciar.
Para cuando entré a la casa por la puerta trasera, debían ser pasadas la
medianoche. La mayoría de las luces estaban apagadas; La única que quedaba era
la de la cocina sobre el fregadero. No presté atención e hice un movimiento para
regresar a mi habitación, pero algo me detuvo.
Alguien.
—Killian. —Su suave susurro quebrado me congeló en el lugar. Sonaba tanto
como mamá, excepto por lo triste. Había oído a mamá triste antes, pero no era a
menudo. La mayor parte del tiempo estaba feliz, siempre riendo. Pero esta voz,
una tan parecida a la suya, lo hizo sentir como una bomba estallando en mi pecho.
Me volví hacia la cocina y encontré a Elise apoyada en el mostrador. Su
expresión era horripilante, como si hubiera estado llorando... o al borde de las
lágrimas. Odiaba la forma en que me hacía sentir. Me recordaba a la persona que
nunca volvería. Elise y mi madre solo compartían un padre, así que la mayoría de
las veces, no se parecían en nada.
Excepto ahora.
Eran imágenes calcadas la una de la otra.
—¿Dónde has estado?
Miré abajo en el cuaderno en mi mano y luego lo sostuve en alto.
—No puedes escabullirse así sin decirme dónde vas. He estado muy
preocupada toda la noche. Pensé que estabas en tu cuarto, pero cuando lo
comprobé, estaba vacío. No puedes hacer eso.
No podía mirarla, así que alejé mi mirada hacia la encimera entre nosotros.
—No sé qué estoy haciendo aquí contigo. No tengo ni idea de cómo criar a un
niño, y mucho menos a un niño de once años. Estoy intentando lo mejor que
puedo, pero... —Soltó un largo suspiro, y a pesar de que nos encontrábamos al otro
lado del mostrador, el uno del otro, pude sentir que me golpeaba con la fuerza de
los vientos de tormenta.
Cuando miré hacia arriba, mis ojos se encontraron los suyos brillantes. Y mi
corazón se hundió. Esto fue todo. Aquí era donde me decía que no podía
manejarme. Elise era mi última esperanza; el último miembro de la familia que
tenía, que no había renunciado. Y aquí estaba, tirando la toalla.
Saqué el bolígrafo de mi bolsillo y volteé la página en mi cuaderno.
¿Me vas a devolver?
Su gemido llenó la habitación, pero no pude mirarla. No quería ver la verdad
en sus ojos. El dolor. La compasión. Sería peor que las palabras, la confirmación de
que me abandonaba como todos los demás. Todos tenían sus razones, y todas eran
válidas. Pero eso no impidió que me lastimara cada vez que me decían que tenía
que irme. No sabía lo que estaba haciendo mal. Traté de ser bueno. No hablé, no
discutí, mantuve mi habitación limpia, y nunca molestaba a nadie. Pero al parecer,
no era lo suficientemente bueno.
Mamá pensó que era lo suficientemente bueno.
Nadie más lo hizo.
Elise caminó alrededor del mostrador y extendió la mano para tocar mi
rostro. No me gustaba cuando la gente hacia eso, así que giré mi cabeza. Su mano
cayó al mostrador y soltó un suspiro una vez más. Quería que la mirara mientras
me decía que no podía manejarme y no iba a darle eso. Subrayé mi pregunta unas
cuantas veces, empujando con rabia la punta del bolígrafo en el papel.
—¿Devolverte? No. Dios, Killian... no. —Su voz agrietada, junto con su mano
temblorosa, me llevaron a creer que la pregunta la hirió tanto como a mí. Pero aún
no estaba preparado para creerlo—. Por favor mírame. Escúchame.
Esperó mientras lentamente deslizaba mi vista hacia ella. Éramos de la misma
altura, así que, de pie junto a ella, estábamos cara a cara. Sus lágrimas brillaban
contra la suave luz amarilla de la cocina. Su labio inferior temblaba, los diminutos
hoyuelos en su tenso, tembloroso mentón manifiesto. Hizo que mi respiración se
detuviera con ansiedad por sus próximas palabras.
—No te voy a enviar a ninguna parte. Estás aquí... para siempre. Esto es tan
nuevo para mí como para ti, pero vamos a sacar lo mejor de ello. ¿Me escuchas?
Somos tú y yo, niño. Contra el mundo. Te quiero. Te he amado desde que eras una
pequeña cosa que se quedaba dormida cada vez que te abrazaba. Tu mamá solía
decir que teníamos un vínculo silencioso, tú y yo, y por eso te quedabas como un
tronco minutos después de que te cargaba. Le dije que eras una pepita narcoléptica
y que yo era tu detonante. —Sonrió temblorosa a través de las lágrimas, y no pasó
mucho tiempo antes de sentir mis propios labios curvarse. Los músculos dañados
de mis mejillas se endurecieron alrededor de la sombra de la sonrisa que exhibí.
Nunca hablas de mi madre.
Leyó la nota que había empujado hacia ella. Después de limpiar una lágrima,
volvió a mirarme.
—Lo siento, Killian... pero todavía no estoy acostumbrada a tus estilos. ¿Me
estás diciendo que no hable de ella, o haciendo una observación de que no lo hago?
Sacudí la cabeza y comencé a garabatear lo más rápido que pude, necesitando
sacar mis palabras antes de que el malentendido causara más dolor. Observación.
¿Por qué no lo haces?
Su mano cubrió la mía, deteniendo el bolígrafo entre mis dedos.
—No lo sé. Supongo que es difícil a veces. Especialmente contigo. Han
pasado tres años y, a veces, me pregunto si realmente he lidiado con su pérdida.
Cuando sucedió, tenía veintitrés años y comenzaba mi propia vida. No podía
rendirme, porque no tenía a nadie para recogerme si fracasaba. Mi papá hace
mucho tiempo se fue y como sabes, mi madre murió cuando eras joven. Tu mamá
era la única que me quedaba... y cuando nos la quitaron, no sabía qué hacer. Creo
que suprimí mucho del dolor para poder sobrevivir. Sé que traté con alguna clase
de depresión, porque me enterré en el trabajo y los amigos. Por eso no te tomé
antes. Creo que solo bloqueé al mundo. Y lo siento mucho por eso, Killian. Ojalá
hubiera estado mejor, hecho esto mejor por ti y por ella.
Me gustaría oír hablar de ella alguna vez. La extraño.
Una lágrima gruesa corrió por su mejilla, deteniéndose en su temblorosa
barbilla, y luego cayó fuerte a su camisa, donde el material se empapó y dejó un
punto húmedo. Se dispersó a través de la tela y en un instante, mi mente había
sido llevada de vuelta a la sangre empapada en la camisa de mi papá, mientras él
yacía en el suelo de su habitación, mirándome fijamente.
—También la extraño. —La voz suave de Elise se deslizó en mis recuerdos,
como si estuviera allí esa noche, de pie junto a mí, sosteniendo mi mano mientras
mi vida se desmoronaba a mi alrededor. Pero entonces su mano subió por mi
brazo, atrapando toda mi atención, y la horrible escena imaginada desapareció—.
Estaría más que feliz de hablar de ella contigo. Te amaba más que a la vida
misma... tú sabes eso, ¿verdad?
Asentí, preguntándome por qué estaba tan borrosa, como si la estuviera
mirando a través de un charco de agua. Me volví de nuevo a mi cuaderno, y ahí es
cuando todo se aclaró. Gotas de líquido cayeron al papel y distorsionaron las líneas
azules en la página. Tenía la mano pesada, dificultando el levantamiento del
bolígrafo. Sin embargo, necesitaba avanzar. Mamá me dijo que crecería un día para
ser un hombre, como papá, y que habría momentos en que las cosas serían duras,
parecerían inaguantables, pero tenía que seguir adelante. Dijo que la persistencia,
la determinación, y el trabajo duro separaban al hombre del muchacho. En ese
momento, realmente no sabía lo que eso significaba... pero ahora sí.
Lo sé. Quiero hacerla sentir orgullosa. No quiero que me vea y esté molesta.
—Oh, Killian. Nunca se sentiría así por ti. Eres extraordinario. Un
sobreviviente. Sé que está orgullosa de ti, cada segundo de cada día. Y sé que está
contenta de que hagamos esto juntos. Puedo estropearlo. Puedes estropearlo. Pero
eso no nos define. Eso no significa que hayamos fracasado. Significa que estamos
aprendiendo. Y tenemos un montón para aprender el uno del otro.
Siento no haberte dicho dónde estaba. Solo quería estar solo.
—Entiendo, y haré todo lo posible para darte tu espacio y te acercaré de
nuevo en cuanto piense que has tenido demasiado. Solo por favor, dime dónde vas
la próxima vez. Creo que podemos hacer esto mientras tengamos reglas y límites.
Ambos. Deberías hacer una lista de cosas para mí también.
Asentí y luego envolví mis brazos alrededor de ella cuando cayó en mí.
—Te quiero, Killian —me susurró al oído.
Yo también te quiero, Elise, articulé contra su pelo.
E
l autobús desaceleró mientras se acercaba a mi casa. Desde la ventana
junto a mi asiento, vi a Killian saltar por encima de la valla hacia el
bosque. No lo había visto en varias semanas. Había ido a su casa unas
cuantas veces, preguntando dónde había estado, pero me encontré
con el silencio o su tía me dio alguna excusa de por qué no podía venir a la puerta.
Había golpeado en su ventana, solo para ser ignorada. Lo había buscado en el
bosque, sin embargo, no encontré nada. No tenía sentido.
Durante el último año y medio, Killian y yo nos habíamos vuelto cercanos.
Después de la noche en que se metió en mi habitación y se acostó conmigo hasta
que me quedé dormida, se convirtió en una especie de ritual para nosotros. Se
metía en mi cama, me sostenía la mano y me escuchaba contarle historias de la
escuela, de mis amigos y de lo que estaba aprendiendo. Tres o cuatro veces a la
semana, me dejaba cartas entre la protección de la ventana y el cristal. Nunca tocó
en mi ventana para hacerme saber, así que me despertaría por la mañana con sus
palabras esperando. A veces eran notas cortas que me contaban acerca de un sueño
o algo que vio, otras eran más largas, ofreciéndome un pedazo de él a través de un
recuerdo. Y luego estaban sus bocetos. Tenía un cajón lleno de ellos. La luna, los
árboles, el paisaje, un edificio... pero la mayoría de ellos eran de mí. Una vez, se
había dibujado a sí mismo, de la forma en que él se ve, y yo atesoraba ese más que
ningún otro. Era un niño, un niño feliz, sin cicatrices, sin el pesado dolor que recaía
sobre sus facciones. Tenía una sonrisa en su rostro, una verdadera, y a su lado
estaba el contorno de una chica con el pelo rizado. Sin rostro, sin rasgos, solo esta
presencia de alguien a su lado.
Pero todo eso se detuvo hace un mes. Sin advertencia o causa que yo supiese.
Tan pronto como el autobús se detuvo completamente y las puertas se
abrieron, salté de mi asiento y bajé los escalones. Ni siquiera me molesté en ir a mi
casa a guardar mi bolsa de libros. Corrí por su patio, seguí su recorrido y dejé caer
todo en la hierba. Mi respiración se había vuelto irregular y el aire frío me
quemaba la garganta. El sol había calentado el tiempo suficiente para tolerar el frío;
nada como la fría temperatura después de caer la noche, pero tan rápido como mi
corazón golpeaba en mi pecho y la anticipación rodando por mis venas, me sentí
sobrecalentada bajo mi sudadera con capucha.
Salté la valla y aterricé con fuerza en la tierra abajo. Los árboles habían
perdido sus hojas, dejando el espacio más abierto en esta época del año. No
debería haber sido difícil localizarlo, aunque no creía que quisiera ser encontrado.
Desde que cumplió los trece años, era como si no quisiera hacer nada conmigo.
Pensé que podría haber sido porque todavía tenía once... pero tendría doce en
pocas semanas. Él lo sabía. No tuvo ningún problema el año pasado durante las
seis semanas que él tenía doce años y yo todavía tenía diez años. Pero por alguna
razón, ahora era un problema. Un problema que estaba decidida a aplastar.
Eché un vistazo a mi reloj, sintiéndome como si lo hubiera estado buscando
durante horas. No tenía ni idea de a qué hora había bajado del autobús y
empezado a buscar, pero sabía que era generalmente alrededor de las dos y media.
Si ese fuera el caso hoy, lo había buscado durante quince minutos. Decidí ir un
poco más lejos en el bosque, más de lo normal, desesperada por encontrarlo. No
habría sido demasiado difícil encontrar el camino de regreso, pero seguía
preocupada por perderme. Mamá estaba fuera por dos días más, papá no estaría
en casa durante horas, y Jason estaba en la universidad. Así que supe que tenía
tiempo, pero eso no detuvo que el miedo de perderme me consumiera.
Finalmente, vi su suéter gris detrás de un tronco de árbol. Estaba agachado,
probablemente escondiéndose. No se escaparía tan fácilmente. Me acerqué detrás
de él, con cuidado sobre dónde pisaba, así no rompería una ramita debajo de mis
zapatos y lo alertaría de mi presencia. Me las arreglé para llegar al otro lado del
árbol sin ser vista, pero cuando eché un vistazo alrededor del tronco para ver lo
que estaba haciendo, mi jadeo rompió mi tapadera.
Se levantó de un salto, se dio la vuelta y rápidamente tiro hacia abajo la
manga de su chaqueta para esconder lo que ya había visto. No podía hablar
mientras miraba su brazo, sabiendo lo que había detrás de la tela. Mi boca colgaba
abierta y algo que nunca había experimentado antes llenaba mi pecho, lo apretaba
y golpeaba contra él, todo a la vez. Killian solo me miró fijamente con los ojos
endurecidos. Sus fosas nasales ensanchadas, sus labios planos y apretados.
—Déjame ver. —Me estiré hacia su brazo, pero lo apartó—. Killian... déjame
ver. Por favor. —Cuando sacudió la cabeza, di un paso adelante, luego otro, para
igualar su retirada. Eventualmente, me detuve y puse mis manos en mis caderas,
ofreciéndole el descaro que solía encontrar tan divertido—. No me burlaré. Lo
prometo. ¿Puedes mostrarme por favor?
Su barbilla bajó, su cabello cayendo alrededor de su rostro para ocultarlo.
Todavía era del color de la arena, pero ahora era más largo. Alcanzaba justo más
allá de sus lóbulos y normalmente se rizaba. Me encantaba verlo meterlo detrás de
sus orejas. No sé por qué, pero pensaba que era lindo. Mi padre dijo que el cabello
largo era para las niñas; y los pendientes; aunque no había nada femenino sobre
Killian Foster. Ahora se elevaba por encima de mí con unos hombros mucho más
anchos que antes. Tenía las piernas largas, y aunque hacía tiempo que no lo veía en
pantalones cortos, sabía que tenía vello rubio rizado desde las rodillas y hasta los
tobillos, y los músculos debajo se habían definido. No era ajena a los chicos
mayores, considerando que estaba en la escuela secundaria con muchos niños de la
edad de Killian, pero no se parecía a ninguno de ellos. Si no lo conociera, habría
asumido que estaba en la escuela secundaria.
Di un paso adelante, con cuidado de no asustarlo. Parecía tan asustadizo, no
estaba segura de qué lo haría correr y qué lo haría quedarse. Así que guardé mis
manos para mí y me puse frente a él.
—¿Por qué no quieres enseñármelo?
Sus ojos se encontraron con los míos, pero sin su cuaderno ni su bolígrafo en
la mano, no podía comunicarse conmigo. No importa cuántas veces había sugerido
que podíamos aprender lenguaje de señas juntos, se negaba. No dejaba de decir
que sería inútil. Nunca entendí lo que quería decir, y nunca me dio una respuesta.
Lentamente, subió su manga, lo suficiente para concederme mi deseo. La
tinta negra se destacaba en su claro antebrazo, en la suave piel entre la curva de su
codo y su muñeca. No era su caligrafía típica; el garabato que la mayoría de la
gente probablemente no podía leer. Era ordenada y elegante, algunas líneas
gruesas y otras finas y delicadas.
Sin pensarlo, me acerqué para recorrer la R con la punta de mi dedo. Se
estremeció tan pronto como toqué su piel, pero me negué a dejar que eso me
detuviera. Continúe las líneas hasta que terminé de trazar mi nombre. Cuando
encontré su mirada, estaba observándome con gran expectación. Sus ojos de color
azul verdoso se centraban únicamente en mí, entrecerrados e intensos, mirándome
con cautela y tal vez con un ligero toque de curiosidad.
—Yo... no lo entiendo, Killian. ¿Por qué me ignoras, pero dibujas mi nombre
en tu brazo? He intentado venir a verte. Me has empujado lejos. No lo entiendo.
¿Hice algo mal? ¿Tu tía dijo que ya no podías pasar tiempo conmigo? —La histeria
llenó mi voz con cada escenario que planteé, preocupada de que uno de ellos fuera
correcto.
Killian sacudió su cabeza con la suficiente fuerza para hacer que su pelo se
azotara en su rostro. Levantó ambas manos para meter los mechones tras sus orejas
y mordió su labio. Su mirada cayó al suelo entre nosotros mientras sus hombros se
levantaban lo suficiente como para ofrecerme un encogimiento de estos. Sin
embargo, una fracción de segundo antes de renunciar a la esperanza de una
respuesta, se inclinó y agarró su cuaderno.
No eres tú.
—¿Entonces qué es?
Miró a su alrededor, como buscando algo. Su nerviosismo me preocupó hasta
que volvió a poner el bolígrafo en el papel.
Me gustas.
No pude contener a mi risa vertiginosa de estallar. Sería una mentira si
tratara de decir que no tenía un enamoramiento por él desde el día que nos
conocimos. Pero era joven, y nuestra amistad no era lo que la gente consideraría
normal. Mis padres ni siquiera sabían que lo conocía. Nuestras reuniones siempre
eran en privado, a sus espaldas. Y la idea de nosotros siendo más alguna vez, me
asustaba. Porque no sabía cómo tener un novio, sobre todo uno que nadie conocía.
—¿Has estado ignorándome porque te gusto?
Algo está sucediendo conmigo y no sé qué es.
—¿Cómo qué?
Sus mejillas ardieron y se negó a mirarme a los ojos. Pero al menos no dejó de
escribir.
No puedo hablar con Elise al respecto, y no sé con quién más hablar. He tratado de
buscarlo, pero no lo entiendo.
—Tal vez pueda ayudar. Dime qué es.
Cuando estoy a tu alrededor, me siento bien. Le tomó un poco más de tiempo
escribir la última palabra.
—Está bien... ¿por qué es algo malo? También me siento bien contigo.
Cerró sus ojos, la frustración revistiendo sus labios y frente. Después de una
respiración profunda, sostuvo su mano sobre su pecho y sacudió su cabeza,
entonces hizo una pausa antes de mirar la parte baja de su cuerpo. Todavía no
sabía lo que quería decir, y estaba más confundida que nunca.
—¿Killian? —Tomé su mano en la mía y le obligué a mirarme—. Puedes
decirme cualquier cosa. Lo sabes ¿verdad? No te juzgaré ni me burlaré. Pero
necesito que lo escribas, porque no entiendo lo que estás tratando de decir.
Puso el cuaderno delante de su rostro, impidiéndome leerlo antes de que
terminara. Sus cejas se fruncían mientras rebotaba nerviosamente de un lado a otro
sobre sus pies. Escribía, hacía una pausa, escribía algo y luego escribía de nuevo.
Preguntarme qué es lo que tenía que decir, y cómo podría ser una mala cosa, causó
que mi ritmo cardíaco se acelerara. Por lo que sabía, gustar a alguien y sentirse
bien no eran cosas malas.
Pero luego me mostró sus palabras, garabateó tan atrozmente, que tarde un
segundo en leerlas.
No sé cómo explicarlo, pero algo sucede allí abajo. Hormiguea y se siente bien. Nunca
he dado importancia a eso antes, hasta que comenzó a pasar cuando estaba a tu alrededor o
pensaba en ti. Es sucio, pero no sé cómo evitar que suceda. No sé qué está pasando. Creo
que algo está mal.
Mi corazón se hundió a mis pies, mientras leía su confesión. A veces, era tan
difícil verlo como un niño protegido cuando parecía mucho más mayor que su
edad. Luego, después de haber aceptado todo lo que me dijo, una indescriptible
excitación me llenó. Estaba mezclada con un poco de miedo, un poco de
preocupación, y con matices de puro pánico, pero en general, el pensamiento de él
pensando en mí y en nadie más, me puso casi mareada.
—Killian... lo que estás describiendo suena como pubertad.
Su mirada se estrechó aún más, la confusión profundizando sus rasgos.
Sacudí mi cabeza e intenté encontrar otra manera de explicarlo. Pensé en
cómo había sido enseñada a través de mi madre y en la escuela, lo que algunos de
los niños en la clase dijeron, y las cosas que había leído en los libros.
—Nuestros cuerpos pasan por cambios a esta edad. Son las hormonas o algo,
y las cosas pasan. Los muchachos tienen erecciones. Tu... —señalé el punto entre
sus piernas, insegura de qué palabra usar—... se pone duro. Eso es normal. Y
cuando dices que es sucio, creo que estás diciendo que estás eyaculando. Así es
como las personas tienen relaciones sexuales< así se hacen los bebés. El hombre
eyacula y el esperma fertiliza el óvulo en la mujer. Y luego tienen un bebé.
Cuando terminé, sus mejillas eran de un rojo vivo y ni siquiera podía
mirarme. Se sentó en la tierra con las manos retorcidas en su regazo, su mirada fija
firmemente en el suelo. No había querido hacerle sentir incómodo, pero no sabía
cómo explicarlo para que tuviera sentido. Me sentí triste por él. Estoy segura que
no era la forma en que quería aprender sobre los pájaros y las abejas. Así que me
senté, mis pies metidos debajo de mí, y me enfrenté a él.
—Es normal, Killian. No hay nada de qué avergonzarse. Estoy segura que
esto habría sido algo que tus padres te habrían enseñado, o tal vez lo aprenderías
en la escuela. No sé todo sobre ello, solamente lo que mi mamá me dijo y lo que he
oído en clase de salud. Pero te lo puedo contar si quieres.
Negó con su cabeza, pero mantuvo su enfoque frente a él.
—Hay videos en línea que estoy segura que puedes ver.
Lentamente, me quitó el cuaderno y volvió a escribir. Me dolía ver lo difícil
que era para él.
¿Significa esto que quiero tener bebés contigo?
Me reí en voz baja, captando su atención. Estaba claro que no lo apreciaba,
aunque no me estaba burlando de él.
—No. Creo que es solo una parte normal de la vida. Creo que los chicos se
sienten así por muchas chicas. Mi maestra dijo que a veces los niños no pueden
evitarlo.
¿Sabes sobre sexo?
—No mucho... simplemente lo que mi mamá me dijo cuando le pregunté por
eso. Dijo que se suponía que debía esperar hasta que estuviera casada. Que una
vez que doy mi virginidad, no puedo recuperarla. Mi maestra dijo que las chicas
tienen algo dentro de ellas que las hace vírgenes, pero los niños no. Así que no creo
que los muchachos puedan dar la suya, porque no pueden ser vírgenes como
nosotras.
¿Alguna vez has besado a alguien antes?
—No. Algunos de mis amigos lo han hecho. Pero yo no. ¿Tú lo has hecho?
No. Pero a veces quiero besarte.
—A veces también quiero besarte.
¿Es malo si nos besamos?
—No lo creo. —Mis palabras no eran más que un susurro ronco. Mi corazón
golpeaba contra mis costillas y me dio un dolor en el pecho como si me hubieran
golpeado con algo duro. Nunca pensé que algo pudiera ser tan aterrador. Había
visto a mis padres besarse todo el tiempo. No podía haber sido tan malo, así que
no entendía por qué tenía tanto miedo.
Asintió y un rastro de sonrisa ensombreció el rincón de su boca.
Entonces, tal vez algún día te besaré. Siempre y cuando no estés asqueada por lo que
te dije.
—Nunca estaré asqueada por nada que hagas o digas, Killian. Somos amigos,
¿verdad? Nos apoyamos mutuamente. Sin importar qué. Haré mi mejor esfuerzo
para enseñarte cosas, siempre y cuando dejes de ignorarme.
Cuando me miró, su atención se estabilizó en mis labios, y esto hizo que un
cosquilleo se extendiera dentro de mí. Nunca había deseado la boca de alguien
sobre la mía antes. No dijo que me besaría ahora, pero no pude evitar el deseo
rodando a través de mí, de que lo hiciera.
Levanté mi brazo hacia él y arrastre hacia atrás la manga de mi sudadera con
capucha.
—¿Puedes dibujar tu nombre en mí?
Sus ojos se iluminaron, el color convirtiéndose en lo que supuse que el océano
se vería. Sostuvo mis dedos y comenzó a garabatear su nombre en mi muñeca con
una escritura elegante. Killian. Deseé no lavarlo nunca, pero sabía que no sería
capaz de dejar que mi papá lo viera. Planeé usar mangas largas hasta que
desapareciese, necesitando parte de él conmigo.
Tendría que contenerme hasta que mis labios se encontraran con los suyos.
H
abía intentado alejarme de ella, pero no pude. Era como un
imán del que no podía alejarme. Me sentía atraído por ella,
siempre ha sido así. Al principio, disfruté de su comodidad y
compañía. Me gustaba cómo me hablaba, aunque nunca le había dicho una
palabra< aparte de mis palabras sobre el papel. No parecía importarle. Y ni una
sola vez me juzgó.
Ella me aceptó.
Todo de mí.
Rylee realmente era mi amiga. La única persona a la que podía acudir.
Debería haber sabido que no me miraría de otra manera cuando le conté mi
problema. Nunca me vio de otra forma de la que siempre lo hizo. Pero había
estado asustado. No podía decírselo a nadie. Me sentí avergonzado, como si algo
estuviera mal. Todo lo que encontré en el ordenador hizo parecer que tenía algún
tipo de enfermedad causada por el sexo. Siempre asumí que el sexo era estar en la
cama con una chica, y había estado en la cama de Rylee. Así que pensé que era una
mala cosa.
Después que ella me dijo lo que me estaba pasando, me fui a casa e
investigue, aprendí que no habíamos tenido relaciones sexuales. Se necesitaba más
que estar en la cama con alguien para que eso suceda. Aprendí mucho sobre sexo
ese día. Encontré videos que nunca supe que existían, y aunque parecía mal
mirarlos, no pude dejar de reproducir uno tras otro.
Durante una semana, siempre que estaba solo en la casa, buscaba más videos.
Miraba hasta que las cosas se calmaran en mis pantalones, y cuando volvía a sentir
el impulso, miraba más. Cada vez, pensé en Rylee. Pensaba en ella en la ducha,
antes de acostarme, en medio de la noche cuando me despertaba duro. Cada vez
que me metía las manos en el bóxer y envolvía mis dedos alrededor de mi pene, su
rostro aparecía detrás de mis párpados cerrados.
Una mañana, salí de la ducha y encontré mi cama sin sábanas. Elise estaba en
mi dormitorio recogiendo la ropa del piso, y cuando atravesé la puerta, sus
grandes ojos se levantaron hacia los mío.
—Estaba lavando la ropa y decidí lavar algo de la tuya. Parecía que
necesitabas cambiar las sábanas. —Su voz era inestable, casi nerviosa. Me puso
nervioso, aterrado. Quería esconderme. Y entonces noté mi computadora en la
cómoda, abierta y encendida. Entonces no sólo quise ocultarme... quise huir y
nunca más ser encontrado.
Me di la vuelta para marcharme, pero no tenía mis zapatos y hacía
demasiado frío para ir afuera descalzo. No podía volver a mi habitación para
sacarlos de mi armario. Mi corazón se apretó fuerte y la parte posterior de mis ojos,
ardieron.
—Killian, creo que necesitamos hablar.
Sacudí la cabeza y continué por el pasillo, lejos de Elise.
Ella me persiguió, llamándome hasta que me acorraló cerca de la mesa de la
cocina.
—Si no quieres hablar conmigo, estoy segura de que puedo encontrar a
alguien con quien te sientas más cómodo. ¿Quizás, un chico? Steven podría hablar
contigo. Pero, de cualquier manera, creo que hay cosas que estás descubriendo que
deberían explicarse de una mejor manera que la forma en la que estás
aprendiendo.
Sintiéndome derrotado, me desplomé en una de las sillas y dejé caer la cabeza
en mis manos. No quería hablar con ella sobre eso, pero era mejor que discutirlo
con su novio, Steven. Era un tipo agradable; sin embargo, no tenía ningún deseo de
oír hablar sobre el sexo al hombre durmiendo en el dormitorio de mi tía.
Elise tomó el asiento a mi lado y bajó su voz a un tono calmado y
tranquilizador.
—Nunca pensé que tendría que tener esta charla con nadie, y mucho menos
con un chico. Pero aquí va... cuando un hombre y una mujer se aman.
Levanté la cabeza y extendí la mano para detenerla.
—De acuerdo... tienes razón. Eso es patético. Y no creo que nadie escuche esa
mierda. Vamos a intentarlo de esta manera. A veces tenemos impulsos. Cuando
actuamos al respecto, ya sea por nosotros mismos o con alguien más, se sienten
bien.
Me levanté y busqué alrededor de la habitación, sin encontrar lo que estaba
buscando. Me dirigí al pasillo, ignorando los ruegos de Elise de que me detuviera y
volviera. Una vez que encontré mi cuaderno y lápiz junto a mi cama, volví a la
mesa y volví a tomar asiento.
Ya lo sé.
—¿Por los videos que has estado viendo?
Sacudí la cabeza, ignorando la humillación de tener esta conversación con
ella. Esto era peor que escucharlo de Rylee. Lo busqué en línea. Sé de la pubertad y el
sexo.
—¿Sabes de protección y enfermedades? ¿Sobre las consecuencias del sexo?
Entonces mi tía me explicó sobre los condones, la planificación y los bebés.
Entró en detalle sobre lo difícil que sería la vida si satisfacía mis impulsos y
embarazaba una chica. Nunca dijo el nombre de Rylee, pero no era estúpido. Rylee
era la única chica que conocía. Fue bastante transparente cuando continuó
explicando cuán jóvenes éramos "nosotros", y cómo eso agregaba un nuevo nivel
de peligro. No era lo más cómodo de escuchar mientras explicaba cuán difícil es
pensar en la protección en el calor del momento, y así es como ocurren los
accidentes. No quería oír esto de mi tía. Sin embargo, no eran cosas que hubiera
podido encontrar en Internet.
Al final, Elise me dejó con miedo de algo que, en principio, me hizo sentir tan
bien siguiendo las explicaciones de Rylee.
Esa noche, después de que mi tía se había ido a la cama, me escabullí por la
puerta de atrás. Esta vez, no iba camino al bosque. Necesitaba ver a Rylee. Aparte
de dos notas abandonadas en su ventana, no la había visto desde ese día, detrás de
la casa. Estaba desgarrado y confundido por lo que sentía, y ella era la única que
hacía todo mejor.
—Te debes estar congelando. Entra aquí —susurró después de abrir la
ventana para mí.
Cuando salí de la casa, no había pensado en ponerme ropa normal, así que
sólo llevaba mis pantalones de franela, una camiseta de manga corta y mis
zapatillas deportivas. El frío me atravesó antes de llegar a la cerca, pero estaba en
una misión. No podía darme la vuelta y vestirme sabiendo que Rylee estaba tan
cerca.
Se arrodilló en el suelo frente a mí para desatar mis zapatos, como siempre lo
hacía cuando me metía por la noche, y luego me ayudó a ir a la cama como si fuera
un niño. Había conseguido un televisor en su habitación por Navidad. Estaba
sobre su cómoda frente a su cama, el volumen al mínimo, pero la luz iluminaba la
habitación. Después de echar el cerrojo, se arrastró bajo las sábanas y me miró.
Era nuestro ritual.
Le cogí la mano y la miré. Era el momento en el que solía hablar de su día,
pero por alguna razón, no dijo nada. En vez de eso, me estudió con el resplandor
de lo que sea que estuviera mirando antes de que golpeara a su ventana. Su
garganta se esforzó para tragar, y se lamió los labios.
Esos labios.
Esa boca.
Su lengua.
Durante una semana fueron en todo lo que pude pensar, y ahora aquí estaba
ella. Frente a mí. Y no podía pensar en otra cosa que no fuera cuál era su sabor.
Qué sonido haría si la besara. Apreté su mano más fuerte y contuve la respiración.
El espacio entre nuestros rostros desapareció, y entonces mi boca estaba sobre
la suya. No era como las películas en absoluto. Nada como lo que esperaba. Mis
labios se presionaron contra los suyos con fuerza. Prácticamente podía sentir sus
dientes detrás de ellos. Pero ella no me empujó. No podía moverme, mi boca
pegada a la suya. Su mano agarró la mía. Nuestras respiraciones se precipitaron
entre nosotros por nuestras narices.
No era nada como los videos.
Sino mucho mejor.
Porque era con Rylee.
Finalmente, se apartó, probablemente para recuperar el aliento. Sabía que
estaba sin aliento, como si hubiera corrido por todo el vecindario durante el
verano. Mi cuerpo estaba caliente y cada músculo estaba tenso. Cada músculo.
—Lo siento... —No pensé en ello hasta que salió. Demasiado perdido en el
momento, en lo que acaba de suceder, no me di cuenta de lo que había dicho hasta
que fue demasiado tarde. Sólo lo pensé, y luego lo dije, sin prestar atención a la
realidad de mis acciones.
Ella respiró hondo y me miró con los ojos como platos. La luz de la pantalla
del televisor hizo que brillaran mientras parpadeaba alrededor de mi rostro.
—¿Q-qué fue lo que dijiste? ¿Acabas de hablar?
No sabía cómo responder, así que simplemente me quedé allí, mirándola.
—Killian. ¿Acabas de hablar conmigo?
Sintiendo que mis palabras estaban siendo absorbidas nuevamente, asentí.
—¿Pero... pero pensé que no podías hablar?
Sacudí la cabeza y cerré los ojos. Sólo los abrí de nuevo cuando sentí que la
yema de su dedo trazaba la cicatriz en el lado derecho de mi cara. Nadie las había
tocado, ni siquiera ella. Pero ahora mismo, no podía alejarme. No podía quitarle la
mano.
El pánico llenó mis venas, bombeando a través de mí con cada golpe intenso
de mi corazón. No pude oír nada por encima del torrente de sangre en mis oídos.
De repente, sonrió y todo lo demás se desvaneció. El zumbido desapareció en la
distancia, la presión contra mi pecho se alivió, y como si sus respiraciones a lo
largo de mi rostro me dieran aire, inhalé profundamente.
Estaba a salvo con ella.
—Me dijeron que no hablara. Me dijeron que no hablara con nadie. Y no lo he
hecho. No sé por qué te dije eso. Ni por qué estoy hablando ahora. —Fueron
palabras susurradas, sólo audibles por el aire que las llevaba a nuestros oídos. Pero
eso fue más de lo que había podido pronunciar en los últimos cinco años.
—Así que, ¿todo este tiempo, has podido hacerlo y no lo has hecho? —
Cuando asentí, pasó suavemente su palma sobre mi mejilla y rozó la yema de su
pulgar sobre mi ceja—. ¿Alguien sabe que puedes hablar?
Me encogí de hombros y luego pensé mejor. Me gustaba hablar con ella. Me
gustaba cómo me hacía sentir que oyera mi voz, susurrada o no.
—No lo sé. Después de que pasó, fui enviado a un montón de médicos.
Algunos de ellos eran como terapeutas. Todos dijeron que no había ninguna razón
para que no pudiera hablar.
—¿Así que no has dicho nada porque esos hombres te dijeron que no lo
hicieras?
—Dijeron que, si lo hacía, me harían lo que les hicieron a mis padres.
—¿Ibas a guardar silencio para siempre?
—Hasta encontrar mi voz otra vez.
Ella sonrió y trazó mis labios con la punta de su dedo.
—Creo que la has encontrado.
—No se lo digas a nadie. Por favor.
Su ceño se profundizó y proyectó una sombra sobre sus ojos marrones,
haciéndolos indistinguibles.
—¿Por qué? Quiero decir, no lo haré< pero ¿por qué? pensaba que ahora que
has encontrado tu voz, querrías usarla.
Con la mano en su hombro, junté nuestras frentes.
—Sólo quiero hablar contigo. Si pudiera, robaría la luna del cielo. Detendría
la tierra y evitaría que pasara de día. Me quedaría aquí contigo, hablando contigo,
escuchándote... besándote. Por siempre. No quiero hablar con nadie más, decir
nada más. No quiero estar en ningún otro lugar excepto aquí. Contigo. Me haces
sentir seguro.
Me cubrió los labios con los suyos. Aunque, esta vez, era más suave, más
lento. Nuestras bocas no estaban presionadas juntas en una carrera contra el
tiempo. Ella de alguna manera ralentizó el reloj, sacando cada segundo posible del
beso, y lo hizo significar mucho más.
—Tú también me haces sentir segura —susurró. Su voz débil y palabras sin
aire se agitaron contra mis labios hasta que las inhalé, las tragué, las hice parte de
mí—. No se lo diré a nadie. Lo prometo. Puedes hablar conmigo cuando quieras.
Todavía puedes escribirme cartas y hacerme dibujos. No quiero que nada cambie
entre nosotros.
Ante su última frase, cerré los ojos y me permití sentir su presencia. Yo quería
que las cosas cambiaran entre nosotros, aunque fuera aterrador. Quería seguir
besándola. Quería besarla de la misma manera en que lo hacían en los videos, pero
pensé que la asustaría si empujaba mi lengua en su boca. Había tantas cosas que
cambiar entre nosotros, pero ella no quería eso. Quería que fuéramos amigos y
comprendí por qué. Tenía que entrar furtivamente a su habitación, y casi no la veía
cuando su mamá había vuelto a casa del trabajo. Sus padres no me aprobarían.
Y no quería que quedara embarazada.
Pero eso no significaba que no quisiera que las cosas cambiaran.
Tal vez cuando fuera mayor. Tal vez cuando su cuerpo atravesara los
cambios que el mío pasó, las cosas podrían ser diferentes. Y hasta entonces, tenía
que conformarme con mi imaginación. Tenía que estar bien con las reuniones bajo
las mantas en la noche, bajo las estrellas, y las palabras escritas que compartiríamos
entremedio.
Un día, todo sería diferente.
Encontraría mi voz en el mundo real.
Y luego estaríamos juntos.
Como mis padres.
B
esar a Killian no era nada nuevo para mí. Era el único chico que
había besado, e incluso aunque nunca me dijo, estaba segura de
que mis labios eran los únicos que alguna vez había probado. Debo
decir, sin embargo, que ha mejorado desde la primera vez. Ya no presionaba su
boca tan fuerte contra la mía que hacía que mis labios y dientes dolieran. Había
aprendido hace tiempo como ser gentil. Y nunca olvidaré la primera vez que metió
su lengua en mi boca.
No estaba segura de qué quería hacer. Pero después de unos intentos, lo
descubrimos. Pero ahora, era mucho mejor. No podía evitar comparar el antes con
el ahora mientras se apoyaba sobre mí en mi cama, su lengua uniéndose a la mía,
su boca tragándose mis gemidos.
Hemos mejorado mucho durante los dos últimos años de besarnos.
Todavía era la única con la que hablaba. Continuaba el juego del silencio
cuando se trataba de cualquier otra persona. Al principio, no entendía por qué
simplemente no le contaba a la gente lo que sucedió. Nunca atraparon a los tipos
que mataron a sus padres y lo lastimaron. Pero cada vez que lo mencionaba, se
cerraba y me decía que no me preocupara al respecto.
Mis padres ahora sabían sobre él. Mi padre había llegado a casa una tarde del
trabajo; más temprano de lo normal, y me encontró saliendo de casa de Killian.
Cuando papá me preguntó al respecto, no pude mentir. No hay necesidad de decir,
que estuve castigada una semana. Él no supo cómo manejar la situación, así que
esperó que mamá llegara a casa. Por supuesto, nunca les conté sobre Killian
escabulléndose a mi cuarto de noche, sobre besarnos, o nada de su pasado. Hasta
donde sabían, sólo era el sobrino mudo de la señora Newberry que perdió a sus
padres cuando tenía ocho años. Una vez que supieron su historia, su actitud
empezó a cambiar, pero todavía no les gustaba la idea de que estuviera en su casa
sin supervisión adulta. No tenía permitido estar a solas con él en la casa. Y hasta
ahora, no había roto esa promesa, porque cuando estaba en mi cuarto, ellos
técnicamente estaban en casa.
Tecnicismos. Hacían girar al mundo.
Killian rompió el beso y descansó su frente en la mía. Este era por lo general
el momento en que diría buenas noches e iría a casa. Después de un par de noches,
supuse porque debía de irse, y no tenía nada que ver con estar cansado. Sus jadeos
revelaban su secreto. Nunca habíamos ido más allá de besarnos; aunque si tocó mi
seno una vez. Entré en pánico y él se detuvo. Desde entonces, nos habíamos
limitado a solo nuestros labios. Poco sabía él, que cuando dejaba mi cuarto para
irse a encargar de su asunto, giraba sobre mi vientre y me encargaba del mío
propio.
Era un juego peligroso el que jugábamos, pero ninguno de nosotros parecía
ser capaz de detenerse.
Acababa de empezar mi primer año en la secundaria, e incluso aunque solo
tenía catorce años, tenía amigas en algunas de mis clases que admitieron haber
perdido su virginidad. La idea de ir tan lejos con Killian me ponía nerviosa. No
estaba lista. Él tenía quince años y podría estarlo, pero nunca me presionó por
nada. Dijo que estaba feliz con lo que hacíamos. Aunque, parecía haber estado
progresando a algo más. Lentamente. Quiero decir, habían pasado dos años. A este
ritmo, para cuando termináramos teniendo sexo, podría estar en la universidad.
—Odio tomar una ducha después de que me voy —susurró contra mis labios.
—¿Por qué? ¿No es la mejor parte para ti? —Nos hemos vuelto tan cómodos
el uno con el otro que mis bromas ya no le molestan. Solía avergonzarse y su rostro
se ponía de un furioso tono rojo; sin embargo, ahora solo se reía de mí. Creo que le
gustaba.
—Bueno, sí< me gusta esa parte. Pero no me gusta lavarme tu aroma.
Desearía poder quedarme dormido con tu olor sobre mí. No es justo que te quedes
aquí y me huelas toda la noche y yo tenga que ir a casa y lavarlo. —Enderezó su
brazo y se alejó de mí.
A la luz de la parpadeante vela en mi mesa de noche, encuentro mi nombre
garabateado en el interior de su brazo. Suele dibujarlo ahí de vez en cuando, pero
este parecía reciente, lo rehacía cada vez que empezaba a borrarse. Cuando le
había pedido que pusiera su nombre en mí, siempre lo ponía en un punto
escondido por la ropa. Habría sido difícil convencer a mis padres que sólo éramos
amigos si tenía su nombre con marcador en mi piel.
—Cuando cumpla dieciocho, voy a ponerlo ahí de forma permanente. —
Amaba la aspereza del sonido de su voz. La primera vez que lo había escuchado
hablar, fue más alto, como los otros niños con los que iba la escuela. Pero con los
años, se profundizó, y cuando susurraba/hablaba como ahora, sonaba abrasivo y
tosco. Me hacía cosas. Cosas que no debería haber sabido a la edad de catorce años.
—En realidad no hablas mucho del futuro. ¿Cuáles son tus planes? ¿Cómo
vas a trabajar si no hablas?
Se encogió de hombros y luego se acomodó en el colchón a mi lado. Me
quedé sobre mi espalda, pero giré mi rostro para verlo.
—Con suerte, podré hablar para ese momento. No sé qué haré para trabajar,
pero estoy seguro de que habrá algo para mí ahí afuera.
Me reí y aparté un par de mechones de su cabello de su rostro. La mayor
parte del tiempo, lo peinaba hacia atrás, mostrando las partes afeitadas a los lados,
pero cuando estaba en la cama conmigo, algunos de los mechones frontales se
salían.
—¿Qué quieres decir con que podrás hablar para ese momento? Ya puedes.
—Sabes lo que quiero decir, Rylee —dijo con un resoplido.
—No< no sé, Killian. Nunca lo explicaste. Lo único que dijiste es que se te
dijo que no hablaras, así que no lo haces. Has mencionado que encontraste tu voz,
pero no sé qué quiere decir.
—Me quitaron demasiado. Mis padres, mi infancia, mi voz. No los dejaré
ganar. De alguna forma, de alguna manera, recuperaré lo que es mío. Ni siquiera
he regresado a casa desde que me fui hace siete años. Nunca he ido a sus tumbas.
Nunca he visto sus lapidas. Fui sacado de mi casa en una camilla, llevado a un
hospital donde estuve por semanas, luego fui embarcado a vivir con otra gente.
Nunca tuve un cierre.
—¿Entonces planeas volver allá? ¿Para cerrar? ¿Y luego te sentirás bien
hablando en público?
Colocó su brazo a lo largo de mi vientre y me acercó.
—Ese es el plan. Necesito verlo. No puedo explicarlo, Rylee, pero necesito
estar donde ellos están. Necesito saber que están bien. Hay este fuego en mi
interior cuando pienso en lo que esos bastardos le hicieron a mis padres; esta
intensa rabia con la que nunca he podido lidiar. Sólo quiero sentirme normal.
—Pensé que te hacía sentir normal.
Resopló y apoyó su cabeza en mi hombro.
—Así es. Y también no lo haces. Tú misma, sí, me haces sentir que estoy bien.
Como si no estuviera viviendo en medio de un misterio sin resolver. Un drama
criminal que nunca termina donde los asesinos están recorriendo las calles y las
victimas están tres metros bajo tierra o escondiéndose en el cuarto de sus vecinos
con una sonrisa permanente en su cara para que todo el mundo la vea. Y cuando
doy un paso atrás y miro más que solo a ti, me doy cuenta que soy tu secreto. Soy
el secreto de Elise. Todavía estoy atorado en este agujero, el interminable abismo
de recuerdos. Necesito escapar de eso.
—No eres mi secreto, Killian. Mis padres saben de ti. Todos mis amigos en la
escuela saben de ti. No te escondo. No estoy avergonzada o apenada de ti. No
deberías sentirte de esa forma, porque yo no me siento así.
Presionó sus labios en mi hombro desnudo cuando la manga de mi blusa se
levantó.
—Lo sé. No es exactamente lo que quiero decir. Puedes decirles a tus amigos
sobre quienes somos en verdad, pero nunca les has dicho a tus padres. Para ellos,
soy el niño patético que vive al lado. Con el que pasas el tiempo a veces porque te
sientes mal por él.
Ruedo de lado, contra él, mirándolo fijamente.
—Porque si ellos supieran, esto terminaría. Se han vuelto más indulgentes
conmigo desde que he empezado la secundaria, pero si crees por un minuto que no
asumirán que estamos haciendo cosas, entonces te equivocas. Ahora, están bien
con que pasemos el rato afuera. Si les dijera que eres más que un amigo,
probablemente encontrarán un problema con eso y pondrían punto final a vernos
por completo.
—Y si crees que tus padres te creen cuando dices que solo somos amigos,
entonces estás equivocada. —Cuando me besó de nuevo, lento y cuidadosamente,
me olvido del todo de la conversación.
—Killian. —Suspiré—. Ni siquiera yo sé qué demonios somos.
—Somos amigos. —Presionó sus labios con los míos de nuevo—. Que se
besan. —Otro beso—. En la cama. De noche. —Envolvió su brazo alrededor de mi
espalda baja, lo cual hizo que mi pecho colisionara con el suyo—. Eres la amiga
sobre la que pienso en la ducha. —Sus labios recorrieron mi mandíbula hasta que
llegaron a mi lóbulo—. Y soy el amigo en quien piensas cuando tienes la mano
entre tus piernas.
Jadeé y mi rostro ardió con el calor de mil fuegos.
—Gracias por esa confirmación —dijo con un beso en mi ardiente mejilla.
Apartándolo, pregunté:
—¿Planeas poner los nombres de tus amigos tatuados en ti? ¿En tus brazos
para que todos puedan verlos?
—Síp. —Su sonrisa se apoderó de su rostro y movió sus cejas—. Eres la única
amiga que tendré.
—No me creo eso ni por un segundo. Puede que sea tu única amiga ahora
porque estudias en casa y en realidad no vas a ninguna parte; porque te niegas a
hablar con la gente, pero es una tontería que nunca tengas más amigos por el resto
de tu vida.
—No otros amigos como tú.
Me derretí en sus suaves labios mientras consumían los míos.
Cuando se apartó, miró sobre mi hombro al reloj en la mesa de noche.
—Debería irme. Es pasada la medianoche. He estado aquí por una hora. —Su
mirada encuentra la mía de nuevo, y algo malvado brilló en las piscinas de sus ojos
verdes—. Pero antes de irme< ¿puedes al menos mostrarme cómo te ves cuando
piensas en mí?
—No. —Lo aparté más e intenté reírme con la vergüenza.
—Al menos muéstrame para tener algo en qué pensar en la ducha. ¿Estás de
espaldas cuando lo haces? ¿Con las piernas levantadas? ¿Rectas? De verdad no
tienes que hacerlo; sólo quiero ver.
Suspiré, pero cedí, rodando sobre mi vientre. Sin embargo, mantuve mis
brazos junto a mi almohada para que no pareciera como si me estuviera tocando
frente a él. Para mi sorpresa, se inclinó sobre mí, prácticamente sujetándome en la
cama, y apagó la vela. El cuarto quedó completamente a oscuras.
No se apartó de mí. En cambio, presionó su pecho en mi espalda y movió la
parte inferior de su cuerpo para que quedara a ras con la mía. Su mano se empujó
debajo de mí, entre el colchón y el vértice entre mis muslos; afuera de los shorts del
pijama. Contuve el aire, insegura de qué estaba pasando, pero sin querer que
parara.
—¿Así? —susurró en mi oído mientras movía sus dedos de un arriba abajo.
No podía responder. Mis ojos estaban cerrados con fuerza, ligeras burbujas
flotaban tras mis parpados. Mi respiración llenó mis pulmones, pero nunca
salieron de nuevo por mis labios secos. Su cuerpo empezó a moverse con su mano,
su obvia erección en la fisura de mis nalgas.
No podía pensar.
No podía hablar.
La única cosa que hice fue levantar mis caderas y girarlas contra su mano.
Tomó unos aproximados treinta segundos para que la explosión se apoderara de
mi cuerpo. Fue más intensa que nada que hubiera sentido antes. Sin importar
cuántas veces me hubiera traído hasta este mismo lugar, nada nunca se sintió tan
asombroso como cuando él lo hizo.
Se apretó contra mí, su boca cayendo a mi hombro y su rostro enterrado en
mi cabello, y un rugido atravesó su pecho. Mi cuerpo ahogó el sonido, pero resonó
a través de mí mientras sus brazos y piernas empezaban a temblar. Se había
quedado completamente rígido sobre mí.
Una vez que las olas de un calor de verano se asentaron, se apartó,
dejándome fría y sola. Su voz susurrada flotó hasta mí mientras me deseaba
buenas noches y me besaba en la mejilla. Pero todavía no podía moverme. Quedé
sobre mi vientre, con mi cara presionada en la almohada, mientras lo escuchaba
salir por la ventana. La persiana sonó suavemente mientras la dejaba en su sitio.
Y entonces estuve sola.
Mi espalda baja estaba mojada, mis bragas empapadas, pero dentro, estaba
fría.
Ni siquiera sabía qué pensar al respecto, o cómo manejar lo que acababa de
pasar. Así que cerré mis ojos, subí la manta hasta mi barbilla, y me quedé ahí
recostada por el tiempo que pasó hasta quedarme dormida.

—Ya sabes las reglas, Rylee. Quédate afuera. No debería tardar mucho, así
que por favor no salgas del patio. —Mi mamá metió su bolso en su auto y esperó
para que accediera. Tan pronto como asentí, entró y cerró la puerta.
Observé mientras retrocedía en el camino de entrada, sin poder mirar a
Killian a los ojos. Habían pasado cuatro días desde la noche en que me tocó en el
cuarto. No habíamos hablado desde entonces. Sabía que estaría incomoda después
de eso, y por su silencio, asumí que se sentía igual.
Tan pronto como su auto rodeó la esquina, me volteé a Killian, aunque evité
su mirada.
—Probablemente deberíamos ir a sentarnos al patio trasero. No me extrañaría
que diera la vuelta a la manzana para vigilarnos.
Me siguió hasta la sombra del árbol en que por lo general me sentaba. Era
extraño que no sostuviera mi mano, considerando que siempre lo hacía. Pero no
podía darle mucha importancia, porque no es como si hubiera estirado la mía para
tomarla. La incomodidad parecía habernos envueltos en sus alas, sofocándonos en
su capullo.
—Lo siento, Rylee. —Su voz sonaba tan sombría. Tan profunda y distante—.
No quise hacer lo que hice. No debí.
—Está bien. No te dije que pararas.
—Pero ha vuelto las cosas raras entre nosotros.
Al fin, lo miré, encontrando sus ojos en mí.
—Me asustó.
Cada emoción entre el miedo y la pena destellaron en su rostro en un
segundo, y casi me destrozó.
—No quise asustarte.
Puse mi mano en su rodilla doblada para reconfortarlo.
—No, Killian. Tú no me asustaste. No es eso en absoluto. Es sólo< —Miré
mis dedos mientras sacaba lo que necesitaba decir—. Cuando estaba por suceder,
no podía pensar en nada más que sucediera. Y lo mucho que lo deseaba. Luego
durante< sólo pensaba en lo bueno que se sentía. Que no quería que parara. Nada
más entraba en la ecuación. Pero después de que terminó, me di cuenta de lo
peligroso que era. ¿Y si hubiera ido más lejos, y ninguno de los dos se detuviera?
No estoy lista para eso.
Pellizcó el esmalte en mis uñas y presionó sus labios.
—Creo que tal vez nos dejamos llevar —añadí.
Se aclaró su garganta, y esperé con miedo por lo que diría.
—Lo sé. Y lo siento. Vas a la escuela, con otras personas, y puedes descifrar
estas cosas. Yo no. Siento que aprendo todo al paso que voy, y eres la única con la
aprendo algo.
—Bueno< hiciste un fant{stico trabajo para no saber lo que haces.
Sonrió y se giró a mí.
—Veo videos.
—¿Aprendiste a hacer eso con un video? —Y luego me di cuenta de qué clase
de película hablaba—. Oh< ¿ves de esas?
Su hombro se levantó en un perezoso encogimiento.
—Sí. ¿Está mal?
Pensé en ello, insegura de qué decir.
—No lo sé. Nunca he visto una antes. Una chica en mi clase dijo que encontró
una en el cuarto de sus padres una vez, pero nunca me dijo qué había visto. Dijo
que era asqueroso.
—¿Quieres que deje de verlos?
Lo miro a los ojos y me detuve un segundo para apreciar la parte inocente en
él. Había momentos cuando parecía tan asertivo; como la otra noche, veces en que
él decía cosas que asumía sólo un adulto diría, y momentos como estos cuando me
daba cuenta que sólo es un niño, descubriendo las cosas a medida que le llegan.
—No. Puedes ver lo que quieras.
—Te prometo que no te haré eso de nuevo.
Me reí y agaché mi barbilla para que no viera el infierno ardiendo en mis
mejillas.
—No prometas eso. Tal vez di que no lo har{s por un tiempo< hasta que
ambos estemos listos.
Su tono se aligeró con esperanza cuando preguntó:
—¿Cuándo crees que será eso?
—No lo sé< ¿después de que cumpla quince tal vez?
Giró su atención hacia el cielo y arrugó su cara.
—Así que en< ¿cinco meses? Es factible. No muy lejos. —Ambos nos reímos
al unísono—. Probablemente no debería volver a tu cuarto entonces, ¿eh?
Odiaba la idea de no acostarme a su lado durante los próximos cinco meses,
pero tenía un punto. No había forma de que pudiera rechazarlo si volvía a
intentarlo. Todavía sentía las cosquillas de lo que me hizo< cuatro días después.
—Probablemente sería lo mejor —concluí.
—¿Todavía puedo besarte?
Entrecerré mi mirada en él.
—Será mejor que lo hagas.
Y una risa se le escapó de los labios mientras descendían sobre los míos.
—¿H
as vuelto a pensar en ir a la escuela este año? —
Elise despejó la mesa después de la cena, pero
no había terminado de comer todavía. Se alejó
de mí, dándome la espalda, como si pudiera haber leído mi mente para obtener la
respuesta—. Es tu primer año. Pensé que querrías asistir a una escuela de verdad
durante los últimos dos años.
Me senté en mi asiento y esperé a que volviera a mirarme. Había estado
haciendo esto mucho últimamente, esperando que de repente empezara a hablar.
Me hacía una pregunta, o simplemente hacía un comentario, pero no me miraba
para contestar.
Finalmente, se dio la vuelta y se apoyó contra el mostrador.
—Rylee quiere que asistas a la escuela con ella. Piensa que es una buena idea.
Y tengo que ser honesta, Killian, estoy de acuerdo. Ahora estás completamente
nivelado con tu grado y solo te faltan dos años más para graduarte. Me gustaría
verte ir a la universidad, obtener un título y hacer algo contigo mismo.
Elegí ignorarla, volví a terminar la comida en mi plato. Había insinuado cosas
antes, y últimamente había intentado convencerme de que fuera a una escuela de
verdad. Rylee también lo había mencionado una vez, pero le dije que no me
interesaba ser el fenómeno. No importaba lo que ella dijera, nunca sería capaz de
convencerme de que encajaría con todos los demás.
Ya no me escondía más. Iba a la tienda de comestibles, corría por el
vecindario e incluso visitaba la biblioteca a veces. Veía la forma en que la gente
seguía observándome, y no estaba interesado en tratar con eso a diario. Lidiar con
los otros niños haciéndome preguntas, viendo la compasión en las caras de los
maestros. Por no hablar, que sabía que me harían aprender el lenguaje de señas, y
me negaba. Sabía que encontraría una razón para hablar de nuevo.
Sólo tenía que esperar unos años más.
Pero la encontraría.
Hablar con mis manos ya no sería necesario.
—Es bueno tener a alguien con quien hablar, pero creo que sería mejor si
estuvieras con más niños de tu edad. Creo que Rylee ha sido un sistema de apoyo
increíble para ti, y puedo ver lo mucho que le importas. Creo que te sorprendería
encontrar más gente como ella. Más personas con las que puedas abrirte y hablar.
—No se alejó cuando la miré.
No podía comprender lo que había dicho. Nunca hablaba a su alrededor, o lo
suficientemente fuerte como para que ella escuchara. No hay manera de que lo
supiera... a menos que Rylee se lo contara. Pero confiaba en Rylee. Sabía que no
diría nada. Al menos... esperaba que no lo hiciera.
Elise puso los ojos en blancos y me hizo un gesto con la mano, como si no
hubiera dejado caer una bomba en mi regazo.
—Killian, no nací ayer. Sé que hablas con ella, más que en palabras escritas.
Estoy feliz de que puedas hacer eso con ella. Desearía que me hablaras, pero lo
entiendo. Con suerte, algún día saldrás allá y aprenderás que está bien confiar en
otras personas. No tienes que estar en silencio todo el tiempo.
Mi frente se tensó y se hizo más difícil respirar a través de la ansiedad
recorriéndome. Este era mi secreto. Nadie debía saberlo. Especialmente ella.
Intentaría obtener respuestas, me haría hablar de quién mató a mis padres. Y me
negaba a decírselo a nadie.
Elise se movió alrededor de la encimera hasta que se paró frente a mí.
—No es un secreto que puedas hablar, Killian. Ya te he oído antes. Cuando te
mudaste por primera vez, llorabas y hablabas mientras dormías. Llamabas a tu
papá, rogabas que tu mamá se despertara. Tus palabras no eran claras, en su
mayoría llantos y gritos desgarradores por ayuda, pero hablabas. Te oí. Los
doctores me informaron que eras capaz de hablar, pero o bien decidiste no hacerlo,
o fue el trauma lo que impedía que lo hicieras. Así que, por favor, no me mires
como si tuviera dos cabezas. Sólo porque no me has hablado no significa que no
sepa que tienes la habilidad de hacerlo. Continuaré permitiéndote hacer esto a tu
ritmo. Háblame cuando quieras, o sigue escribiendo todo por el resto de tu vida.
No me importa. Sólo quiero lo que es mejor para ti, y creo que es hora de que
empieces a vivir en el mundo real. Alrededor de personas reales. Algunas buenas,
algunas malas, algunas ignorantes o inocentes. La gente dirá cosas malas, tomará
malas decisiones... pero luego hay gente como Rylee.
Sacudí la cabeza, porque no había gente como ella. Solo ella. Ella era única en
su clase. Rylee era mi persona, mi mejor amiga, la única con quien podía ser yo. No
importa lo que dijera Elise, nunca me convencería.
No quería a nadie más.
Sólo quería a Rylee.
—Solo piénsalo, ¿de acuerdo? —Tomó el plato de delante de mí y lo llevó al
fregadero. A pesar de su actitud fría y tranquila, actuando como si nada de esto la
molestara, vi el dolor en sus ojos. Pude ver cómo mi silencio y evasión la
molestaban. Nunca quise causarle ningún dolor, pero no sabía cómo darle lo que
quería sin sacrificar lo que había prometido.
Les prometí a ellos que no hablaría.
Pero me prometí a mí mismo, que lo haría< con el tiempo.
Cuando llegara el momento.
—Voy a ir a la casa de Steven un rato. Tiene una nueva pantalla grande para
su sala de estar y quiere ver una película. ¿Quieres ir? —Ella y Steven están ahora
comprometidos. Elise todavía tenía invitados de vez en cuando, pero nada como lo
que solía ser. Ahora, eran parejas que venían a jugar y tomar unas copas. Los
conocía a todos, y no les importaba que estuviera cerca. Especialmente Steven.
Admiraba la forma en que amaba a mi tía, y no tenía problemas para estar a su
alrededor. Incluso había ido a su casa varias veces con Elise, pero no estaba
dispuesto a hacerlo esta noche.
Quería estar solo.
Tan pronto como se volvió a mirarme de nuevo, sacudí la cabeza.
—Bueno. Tal vez pueda dejarlo para otra noche.
Elise guardaba cuadernos y papel en todas las habitaciones, junto con
bolígrafos y marcadores. Incluso teníamos una pizarra blanca en la nevera. Así que
me levanté y me dirigí al mostrador al lado del teléfono y empecé a anotar una
nota para ella.
No. Deberías irte. Estaré bien.
—No me siento bien dejándote solo.
Levanté una ceja y sonreí. Tengo dieciséis. No seis. Me dejas solo todo el tiempo.
¿Qué tiene de diferente ahora?
—Siento que te he molestado, y no quiero que pienses que me estoy
escapando para estar con Steve en lugar de contigo. Siempre vendrás primero,
Killian.
Yo sabía eso. Había estado comprometida durante casi un año, pero no
habían hecho planes para casarse, y sabía por qué. Ella quería esperar hasta que yo
estuviera fuera de la casa, por mi cuenta, hasta que supiera que estaba bien antes
de hacer ese compromiso. No dejaba que se mudara con nosotros para evitar que
me sintiera incómodo sin importarle cuántas veces le dije que estaba bien que se
casaran o estuviera aquí. Quería verla feliz, y Steven la hacía feliz. Pero por alguna
razón, ella quería esperar.
Ella me estaba eligiendo.
Y apreciaba eso.
Ve. Diviértete y disfruta de la película. Voy a ver televisión en mi habitación.
—No saldré hasta tarde.
Resoplé una risa y sacudí la cabeza. Quédate fuera tan tarde como quieras.
Simplemente no quedes embarazada. Asegúrate de usar protección.
Elise me dio una palmada en el hombro mientras se reía conmigo.
—¿Qué voy a hacer contigo? Confía en mí, eres suficiente para mí. No quiero
más niños.
Mi corazón se calentó ante su sentimiento, pero no duró.
Poco después de que salió de la casa, pensé en lo que había dicho. Me hizo
pensar en mis padres, y me preguntaba por qué nunca habían tenido otros hijos.
Por qué no tenía hermanos o hermanas. La pregunta provocó ira en mi pecho. Era
una pregunta que nunca sería capaz de hacerles, una respuesta que nunca les oiría
decirme.
Porque me los arrebataron.
Brutalmente.
Cuanto más pensaba en aquella noche, más caliente se volvía la ira hasta que
se encendió en una oleada de furia. Agarré el bloc de dibujo que guardaba debajo
de mi cama para momentos como este, cuando no podía suprimir la rabia y la
angustia cegadora. Antes de saberlo, tenía lápices de colores, marcadores de punta
fina, bolígrafos y lápices de carbón dispuestos a mi alrededor, mis manos
moviéndose por el papel por su propia voluntad.
Había hecho esto tantas veces, dibujado las mismas características, las
mismas escenas tan a menudo, ya no necesitaba pensar en las líneas que se
formaban. Era como piloto automático. Me perdía en los recuerdos, en el dolor, en
las imágenes que nunca podría olvidar, hasta que se hacían realidad en el papel.
Los colores, las líneas, los detalles visibles para que cualquiera los viera.
Habían estado tres tipos, y nunca olvidaría sus rostros. Uno de ellos, el que se
había quedado en un rincón y recordaba a sus amigos que yo era sólo un niño,
siempre fue el más fácil de dibujar. Tal vez fue porque no tenía sangre en él. Nunca
pensé que realmente tuviera algo que ver con eso. Aunque, no me impidió odiarlo.
Podría haberlo detenido.
Podría haberle dicho a sus amigos no.
Podría haber evitado que me cortaran la cara.
Pero no lo hizo.
Sólo se había quedado allí, discutiendo, pero sin hacer nada para ayudarme a
mí o a mis padres. Él no dio un paso y entregó a sus amigos. Permaneció en
silencio. Como yo. Por lo que a mí respecta, él era tan malo como ellos. Sin
embargo, cuando lo bosquejé, no puse tanto tiempo como lo hice con los demás.
El que estaba junto a mi padre siempre era el segundo. Pasé más tiempo en él
que el primero. Cada vez, su rostro era siempre el mismo. El mismo ceño fruncido,
los mismos ojos oscuros y enojados. Sus labios apretados y delgados, sus fosas
nasales ensanchadas. Tenía la nariz torcida y un pendiente en una oreja. Una
cicatriz recorría una ceja y, después de dibujarlo con tanta frecuencia, ahora
parecía una cicatriz en vez de una línea manchada. Y siempre me tomaba tiempo
extra para colorear la sangre que goteaba del pequeño cuchillo en su mano.
Pero pasaba la mayor parte de mi tiempo detallando al tipo que había estado
al lado de mi mamá, me sujetó en el suelo y me cortó el rostro. Era el que más
recordaba de todos. Al que había prestado más atención. Sus bocetos siempre
tenían más color que los otros, y no sólo por la imagen de su camisa. Sus ojos eran
de un azul brillante. Incluso en el dormitorio tenuemente iluminado hace tantos
años, sus ojos atravesaron la oscuridad. El mal brillaba dentro de ellos, el diablo se
asomaba a través de las estrechas hendiduras de sus párpados. Eran ojos
distintivos; grandes y redondos, aunque los había mantenido parcialmente
cerrados. Era como si tuviera demasiado párpado; eran demasiado pesados, y le
impedía abrirlos completamente.
Su cabello era de color marrón oscuro y despeinado, ondulado y demasiado
largo para parecer manejable. Pero sus cejas no coincidían. Eran más claras,
notablemente más claras. Recuerdo haber pensado durante años en ello y me
pregunté si había coloreado su cabello más oscuro como hacía mi mamá. Ahora, ya
no me importaba
Siempre usaba más lápiz rojo en su dibujo, porque él era el único
completamente cubierto en el marrón oscuro. Se le salpicó el rostro y el cuello,
manchó los lados de sus ojos. Tal vez por eso el tono era tan notable; el contraste
contra la sangre carmesí de mi madre en su pálida piel. Tenía un corte en la nariz,
aunque no tenía idea de dónde había venido. Sangraba, así que sabía que era
fresco, y a medida que había crecido, me preguntaba si tal vez mi madre había
luchado. Con toda la sangre en la cara, habría sido indistinguible, excepto que era
la única cosa que había mirado mientras se sentaba sobre mí, sosteniendo mi
cabeza quieta. Me había concentrado intensamente en esa marca mientras rogaba
por mi vida.
Nunca olvidaré ese corte.
Esos ojos azules ásperos.
La horrible mueca en sus labios desiguales.
Sentado en mi cama, observé la imagen completa. Aquella en la que había
dibujado al hombre que más odiaba en el mundo. Los odiaba a todos, pero él era el
peor. Había mirado a los ojos de mi madre y le había cortado el cuello, y luego
miró a los míos mientras me cortaba el rostro.
Maligno.
Eso es lo que era.
Cada detalle finito de su rostro presumido fue grabado en mi memoria como
palabras grabadas en una lápida.
Cerré la libreta, incapaz de verlo más. Mi sangre hervía y era más difícil
respirar. La habitación se sentía como si se hubiera cerrado en mí. Estaba
sofocándome, muriendo, mi puro odio y ciega rabia asumiendo el control.
Necesitaba salir.
Necesitaba aire.
Después de meter todo debajo de mi cama donde lo guardaba, rápidamente
me puse mis zapatos y salí de la casa. El aire seguía siendo húmedo, pero era mejor
que estar atrapado en el interior. El barrio estaba oscuro y silencioso; la mayoría
estaban probablemente dormidos o en la cama por la noche. Pero no yo. Empecé
con una carrera corta, la necesidad de liberar algo de esta energía y la ira.
Cuando doblé la esquina, mi casa detrás de mí, un auto giro hacia la calle, sus
luces me cegaron. Entrecerré los ojos contra los fuertes rayos y seguí adelante,
ignorando todo y concentrándome en mis pies. Mis zapatos se estrellaron contra el
pavimento, uno tras otro. Lo sentí en mis talones, mis rodillas, mi espalda baja.
Sabía que estaba corriendo demasiado, pero no me importaba.
De repente, escuché mi nombre. No sólo mi nombre, sino la voz dulce que
pertenecía a una sola persona. Mi persona. Me detuve hasta detenerme y me volví
justo a tiempo para ver a Rylee salir del asiento trasero. Cerró la puerta y se quedó
quieta, mirándome como si esperara que me moviera.
Sin darse la vuelta, corrió hacia mí y me puso las manos en el pecho.
—¿Que está pasando? ¿Por qué estás aquí tan tarde? ¿Está todo bien? Pareces
enfadado o algo así.
Quería mirarla, pero no podía quitar los ojos del auto del que acababa de
salir. Sabía que tenía amigos, que salía con gente que no conocía, pero eso no
impidió que los celos se envolvieran alrededor de mi garganta y me apretaran
hasta que no pude respirar.
La puerta lateral del conductor se abrió y un chico salió.
—Rylee, ¿estás bien? ¿Lo conoces? —Sus palabras eran ruido de fondo en mi
cabeza. Estática. Los bordes de mi visión se pusieron borrosos, y todo lo que podía
ver era su camisa.
Una camiseta negra.
Un triángulo en el centro.
Un brillante arco iris se extendía desde un lado.
Y mi mente al instante fue a mi último boceto. El tipo en la habitación de mis
padres. El de la herida en la nariz. Su cuchillo. Él sentado sobre mí. El dolor en mis
mejillas.
Las cicatrices que dejó atrás.
Su camiseta negra con el mismo triángulo y el arco iris.
—¡Killian! ¡Detente! —La voz de Rylee se deslizó a través de los sonidos
amortiguados que me rodeaban. Fue suficiente para que retrocediera justo lo
necesario hasta que entendí lo que estaba haciendo—. Killian... para, por favor.
Mírame. Detente.
Parpadeé y el mundo volvió a ser claro. Ya no estaba al otro lado de la calle.
Estaba ahora cerca de la puerta abierta del coche, el conductor presionado contra la
pintura roja con mi mano alrededor de su cuello. Dejé caer mis brazos a mis
costados y retrocedí.
—¿Qué diablos, hombre? —Su pregunta era dura y su voz ronca mientras
carraspeaba y tosía—. ¿Lo conoces, Rylee?
—Sí, lo conozco. Por favor, no se lo digas a nadie. Por favor, te lo ruego, Ross.
—Él viene a mí sin razón y me ahorca ¿Y no quieres que diga nada?
—No es así. Nunca lo había visto herir a nadie antes. Déjame manejarlo. —
Ella me miró por encima del hombro, pero estaba paralizado. No podía mirar nada
más que la imagen borrosa del chico frente a mí. Estaba perdido en un
aturdimiento, incapaz de reconocer lo que pasaba a mi alrededor—. Por favor...
déjame manejarlo. Lo siento. Juro que no es una mala persona.
No es una mala persona.
No podía dejar de repetir sus palabras en mi cabeza.
La siguiente cosa que supe, fue que el coche se había ido y Rylee estaba de pie
delante de mí, con mi rostro en sus manos.
—Killian, ¿qué fue eso? ¿Qué te sucedió? Es solo un amigo, lo juro. Salí con él
y su novia, Malika, ella es una amiga mía. Sólo me traía a casa.
Pensó que estaba celoso... lo que sí estaba, hasta cierto punto. Pero no era por
eso que lo había atacado. Honestamente, no estaba seguro por qué había ido tras
él, aparte de la camisa. Sabía que él no era el mismo tipo de la habitación de mis
padres, pero lo ataqué de todos modos.
Mis hombros cayeron y finalmente pude respirar hondo.
—Lo siento —le susurré. Ella no podía saber qué provocó mi respuesta a su
amigo, así que decidí dejarla creer que eran celos—. No me gusta verte con otros
tipos.
—Tengo varios amigos hombres de la escuela; sólo amigos. No puedes ir a
atacar a todos.
—Lo sé. Lo siento. —Fue todo lo que pude decir. No tenía otra excusa.
—Vamos, regresemos. Podemos hablar de eso allí.
—¿No están tus padres esperándote?
Sacudió la cabeza y me tomó la mano antes de empezar a caminar hacia
nuestras casas.
—Tengo un poco más de una hora antes del toque de queda. Malika tenía que
estar en su casa antes de las diez, así que todos nos fuimos temprano. Tenemos
tiempo. ¿Está tu tía en casa?
—No —dije mientras caminaba junto a ella—. Pero no sé cuándo regresará.
—Está bien. Sólo hablaremos.
Corrimos mientras pasábamos por su casa por si acaso sus padres estaban
levantados. Ahora que éramos mayores, les costaba más que saliéramos juntos.
Rylee dijo que era porque su madre estaba paranoica con que tendríamos sexo,
pero siempre me preguntaba si era más. Si les asustaba y no querían que su hija se
asociara conmigo.
Una vez que llegamos a mi casa, la llevé adentro, y luego de vuelta a mi
habitación.
Dijo que hablaríamos.
No quería hacerlo.
S
us labios se estrellaron contra los míos, y no tuve la fuerza de
voluntad para empujarlo lejos. Había algo con él, pero no tenía ni
idea de lo que era. Cuando lo pasamos en la carretera, parecía
enojado, sus pies golpeando el pavimento como nunca había visto antes. Entonces,
cuando lo llamé, sólo parecía perdido. Pero nada comparado con la forma en que
se alejó, empujándome a un lado como si no hubiera estado delante de él, y fue tras
Ross.
Nunca lo había visto actuar así. Tan enojado. Tan lleno de< odio. Y no tenía
sentido. No conocía a Ross, nunca se molestó en conocer a cualquiera de mis
amigos, así que su ataque me confundió.
Quería respuestas, pero no pude apartarme de él para hacer las preguntas. La
forma en que me abrazaba, me besaba, era como si me necesitara. Estaba
desesperado, lo que solo me confundía más. Esta no era la primera vez que me
mostraba tanto entusiasmo con su cuerpo, pero justo después de presenciar su
lucha, sabía que tenía que haber más.
Me empujó hacia atrás hasta que la parte de atrás de mis piernas golpearon la
cama, pero no se detuvo allí. Continuó inclinándose hacia mí, y sin ningún otro
lugar para ir, me caí sobre el colchón con él encima de mí. Sus brazos me
encerraron y se apoyaron lo suficiente como para mantener su peso fuera de mi
pecho, aunque no quitó sus labios de los míos.
Killian me movió hasta que tenía una de sus almohadas debajo de mi cabeza
y él estaba situado entre mis piernas. Sus caderas giraron, su evidente erección
presionando contra mí. Gemí en su boca mientras deslizaba su deseo a lo largo del
mío. Nunca habíamos hecho esto antes. Desde mi quinceavo cumpleaños, nos
habíamos vuelto más cómodos el uno con el otro. Pero siempre jugábamos a salvo.
Esto no era seguro.
Estaba acostumbrada a que me llevara al orgasmo con sus manos; siempre en
el exterior de mi ropa. Nunca me dejó devolverle el favor. Lo había intentado dos
veces, pero me dijo que no porque era un desastre. Él no quería sus “cosas” en mí,
lo cual no tiene ningún sentido. Había innumerables veces que eyaculaba sólo por
tocarme; podía sentirlo a través de sus shorts, o dejaba un pequeño punto húmedo
en mi cama. Pero por alguna razón, nunca quiso que lo hiciera.
Ahora, estaba encima de mí, moviéndose contra mí como si estuviéramos
teniendo sexo. No quería parar. Se sentía muy bien. Pero tenía miedo de dónde
había venido esto. Aunque, no era totalmente raro de él que hiciera algo salido de
la nada, como la primera vez que me tocó.
—Killian —susurré entre besos mientras pasaba mis manos por su pecho. No
me detuve hasta que llegué al dobladillo de su camiseta, que había subido con su
ayuda. Junto con su camiseta sus movimientos también hicieron que la banda de
sus pantalones de ejercicio bajara. Las yemas de mis dedos rozaron el vello grueso
de su abdomen, y ambos nos detuvimos con un jadeo.
—Rylee. —Mi nombre era ronco, gemido a lo lago de la piel sensible debajo
de mi oreja.
Ignoré su desesperada suplica y continué. Mis hormonas se habían hecho
cargo, y ya no me importaba hablar. La forma en que me hizo sentir cuando se
empujó contra mí, presionando en mi ansioso nudo de nervios, se hizo cargo de mi
raciocinio. Enganché mis dedos debajo de la cintura de sus shorts y ropa interior, y
luego los bajé. Él gruño y encendió algo en mí. Nunca antes había oído ese ruido
de él. Quería hacer que lo hiciera de nuevo.
Me empujé contra él, lo suficiente como para sentarme y girarlo sobre su
espalda. No sé de dónde provino la motivación, qué se apoderó de mí, pero tomé
el control y guíe el camino. Me senté a horcajadas en sus caderas y lo besé antes de
arrastrar mis labios por su cuello, su pecho, su estómago, hasta llegar a su erección.
Saliva se juntó bajo mi lengua ante la anticipación de lo que haría. Todo esto
era nuevo; también para él, pero al menos él había visto videos gráficos. Yo ni eso
había hecho. Era completamente inexperta. Sólo tenía quince años, así que no era
como si conociera a muchos chicos con este tipo de experiencia. Pero quería
hacerlo.
—Rylee, para. No lo hagas. No tienes que hacer esto. —Su voz sonaba tensa,
y sabía cuánto control le tomó detenerme.
Miré hacia arriba y encontré su mirada. El verde pálido se había oscurecido y
fundido con el azul hasta que era casi un color turquesa apasionado. Sabía que en
realidad no quería que me detuviera, pero lo había dicho porque me conocía.
Conocía mis deseos y mi nivel de comodidad. Normalmente, yo sería la que
estuviera haciendo una pausa y tomando un descanso, diciendo que
necesitábamos disminuir la velocidad. Pero no esta vez. Ahora no. La forma en que
se movía encima de mí me había hecho algo. Me cambió.
Me provocó.
—Quiero hacerlo, Killian.
—No podré soportarlo cuando me ignores después de esto. —El dolor en su
expresión casi me destrozó.
Dejé un beso suave en su cadera desnuda.
—No lo haré. Lo prometo. Déjame hacer esto por ti.
Soltó una inhalación constante y se relajó en la cama con su atención hacia el
techo. Miré el palpitante pulso en su dura longitud y la gruesa vena que corría por
la parte inferior de la misma. Era la primera vez que veía uno; sin contar los
dibujos que habían usado en la clase de salud. Quería tomarlo todo, saborear este
momento, recordar cada segundo de este.
Sostuve su eje duro y bajé mis labios a la punta. Líquido perlaba la parte
superior, y poco a poco pasé mi lengua sobre esta, necesitando saber cuál era su
sabor. La salinidad sutil no me desanimó. De hecho, me animó a ir más allá. Sólo
saber que le hice eso, que lo provoqué, me hizo volar con confianza.
Sus dedos pasaron por mi cabello tan pronto como mis labios se separaron
alrededor de la corona. Aplasté mi lengua sobre la punta, tomando su sabor. No
tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero decidí que me lo diría o lo averiguaría
mientras lo hacía.
—Rylee< —gimió e inclinó sus caderas hacia arriba, empujándose más
adentro.
Cuando bajé mi boca sobre él, él silbo, y luego succionó fuertemente entre sus
dientes. Me encantó cómo lo hice hacer eso. Puse esto en movimiento. Lo excité.
Era una emoción muy diferente a cualquier otra, y no quería que se detuviera
nunca.
Lo llevé lo más lejos como pude y luego lentamente retrocedí, ahuecando mis
mejillas lo más posible. Me encantó la sensación de su dureza en mi boca, en mi
lengua, probando cada pedacito de él como nadie más había hecho nunca. Saboreé
cada segundo, sacándolo lentamente.
De repente, en mi camino hacia abajo por tercera vez, su agarre se apretó en
mi cabello. Sostuvo mi cabeza hacia abajo y empujó más profundo en mi boca. Fue
más lejos de lo que lo había tomado en los dos primeros pasos y me ahogué,
tratando de retroceder. Pero no me dejó. Me sostuvo contra él, la punta de su pene
provocándome arcadas. Pensé que iba a vomitar. Las lágrimas llenaron mis ojos, y
antes de que lo supiera, algo caliente inundó mi garganta. Su agarre en mí se cayó,
y pude alejarme de él. Tragué y tosí, ahogándome con la bilis y su eyaculación.
Se volvió a subir sus pantalones mientras yo saltaba de la cama. Me limpié la
boca con el dorso de mi mano y me giré, sin mirarlo. No podía. La idea de mirarlo
me revolvió el estómago. Daba vueltas y se sentía enfermo, como si estuviera a
punto de vomitar. Algunas de las chicas de la escuela hablaban de lo fantástico que
era complacer a sus novios, pero no entendía. No era nada como eso para mí.
Su mano bajó sobre mi hombro y salté lejos de él. El movimiento me hizo
girar hasta que lo enfrente. Y mi corazón se cayó inmediatamente en mis pies. Él
no tenía ni idea de lo que había hecho. No entendió mi reacción. Las arrugas en su
frente, su mirada estrecha y su nariz arrugada lo delataron. Estaba preocupado por
mí. Asustado. Preocupado.
—¿Qué pasa, Rylee? ¿No te gustó?
Las palabras me fallaron. No pude formar lo suficiente para explicárselo.
—Lo siento mucho. —Cerró la brecha entre nuestros cuerpos y envolvió sus
brazos alrededor de mí, tirando de mí contra su pecho. Su rostro cayó sobre mi
hombro y su aliento me calentó la piel a través del algodón de mi camisa. Esta era
su manera de reconfortarme. Casi funcionó, hasta que deslizó sus manos al frente y
trató de desabotonar mis shorts—. Déjame compensártelo. También quiero hacerlo
contigo.
—No. —Empujé contra él. No sabía que estaba pasando con él, y a una parte
de mí no le importaba. Le había dicho que siempre lo aceptaría, pero en algún
punto tenía que dibujar la línea—. No quiero que devuelvas el favor. Así no es
como compensas las cosas con alguien.
—¿Qué hice? —El miedo inundó su tono, profundizando el tono en un
estruendo desesperado.
Me encontré con su mirada triste, su dolor prácticamente tangible.
—Simplemente no necesito que me correspondas ahora mismo. Eso es todo.
Debemos hablar, no hacer< esto. ¿Qué está pasando contigo, Killian? ¿Qué pasó
esta noche?
—Nada está pasando conmigo. No pasó nada. —Se dejó caer al borde de la
cama y dejó caer su cabeza entre sus manos. Estaba cerrándose. Lo sabía. Pero no
pude hacer nada para detenerlo. Dios, quería más que nada sacarlo de este agujero,
pero no sabía cómo quitar la ira rugiendo a la vida dentro de mí.
—Algo pasó, no soy idiota. Te vi corriendo por la calle. Es tarde, y nunca
corres a esta hora de la noche. Parecía que estabas huyendo de algo. Sólo quiero
saber qué es lo que es, así puedo entender esto mejor.
No habló, no me miró, solo estaba encorvado con los codos clavados en sus
muslos, sacudiendo furiosamente la cabeza de un lado a otro.
—¡Tú asfixiaste a mi amigo Killian! —Mi voz se elevó y tembló, a pesar del
control que traté de mantener. Cerré los puños en un esfuerzo por contenerlo,
aunque no estaba segura de lo exitoso que sería—. Te abalanzaste sobre él, le
rodeaste el cuello con tus manos y lo ahogaste. Luego tomas algo que se supone que
es bueno, algo que quería hacer por ti y me lastimaste.
Killian finalmente alzó la mirada, con los ojos húmedos con lágrimas no
derramadas.
—No sólo ahogaste a Ross con tus manos, sino que me ahogaste con tu pene.
Puede que nunca haya hecho esto con nadie antes, pero no creo que eso sea
normal. No creo que sea así como se supone que es.
—No quise hacerlo —susurró en un tono bajo, áspero.
—No importa. Si querías o no, no cambia el hecho de que lo hiciste. Lo que
significa que algo está pasando contigo. Algo pasó esta noche y sólo quiero saber
de qué se trata, así te puedo ayudar. Por favor, Killian<—Mi voz se quebró y una
ola de lágrimas amenazó con romper a la vista de su palpable dolor—. Dime qué
es. Deja que te ayude. Déjame estar ahí para ti.
El silencio llenó la habitación mientras no hacíamos nada más que mirarnos el
uno al otro. Mi corazón latía tan fuerte que estaba segura que podía oírlo.
Transcurrieron segundos antes de que la primera lágrima cayera libre, resbalando
por mi mejilla. Y luego otra. Más siguieron, ya no arrastrándose de mis ojos a mi
barbilla, sino en cascada, en ríos de dolor, dolor e impotencia. Fluyendo de mi cara
sobre mi pecho en oleadas de vulnerabilidad. Justo antes de abrir la boca para
rogarle una vez más, la puerta de su habitación crujió.
—¿Está todo bien aquí? —Elise estaba de pie en la puerta con un brazo
cruzado sobre su pecho, sus ojos suaves.
Volví a mirar a Killian una vez más, pero él tenía sus ojos puestos en el suelo
frente a él. Negándose a encontrar mi mirada, negándose a reconocer la presencia
de su tía. Cerré mis ojos, inhalé profundamente, y luego me volví hacia Elise con
toda la sonrisa que pude reunir.
—Debo irme. Es tarde. —No me molesté en mirar hacia atrás, ni en decir
adiós antes de pasar por la abertura entre ella y el marco, y dirigirme hacia la
puerta principal. Nadie me detuvo. Ambos me dejaron marchar.
Apenas dormí toda la noche, incapaz de controlar mis emociones. Cada vez
que me quedaba dormida, no era por mucho tiempo y no era tranquilo. Me sacudí
y me giré, lloré, pasé demasiado tiempo pensando en Killian y en lo que podría
estar pasando. Odiaba como obviamente sufría, pero no podía venir a mí. Se
rehusó a abrirse cuando estaba claro que lo necesitaba.
Después de que salí de la cama, fui a la ventana a ver< No sabía lo que fui a
buscar. No era como si pudiera ver su casa, pero supongo que parte de mí había
esperado que lo atrapara en la cerca. En su lugar, encontré un trozo de papel
doblado deslizado por la pantalla protectora y el panel de vidrio.
Lo siento. Por todo lo que pasó esta noche. Sobre tu amigo, sobre ti. Sobre la pelea.
Nunca quise que pasara nada de eso. Antes de que me encontraras corriendo, Elise trató de
hablarme de ir a tu escuela. Luego me trajo a hablar contigo. No sé cómo lo sabe, pero de
alguna manera, es consciente de que te hablo. Y odio que ella lo sepa. No parecía enojada o
molesta, pero eso no cambia el hecho de que mi secreto ya no es un secreto. Y ya no eres la
única persona que lo sabe. Supongo que eso puso todo en movimiento. Ella salió de la casa y
mi cerebro comenzó moverse. No podía parar de recordar todo.
Entonces tu amigo salió del auto. Te lo juro, Rylee, no recuerdo haber ido tras él.
Estabas delante de mí un minuto y luego tratando de separarnos. Su camisa desencadenó
algo en mí… un recuerdo. Era idéntico a una de los tipos de mi casa. Mi mente ya había
vuelto a esa noche, y verlo debió de haber roto algo dentro de mí. No puedo explicarlo. Y no
puedo disculparme. Fue un error ir tras él. Sólo quiero que sepas que soy consciente de eso.
Sólo quería besarte. Sólo quería abrazarte y sentirte unos minutos, sabiendo que
puedes calmarme como ninguna otra persona. No sé cómo pasamos de besarnos a más.
Nunca antes había sentido nada parecido y supongo que las cosas se salieron de las manos.
No puedo disculparme lo suficiente. Necesito que sepas que no quería que pasara nada de
eso. Nunca quiero herirte. Nunca.
Y siento no haber podido sincerarme esta noche.
Lo firmó de la misma manera que hacía con cada carta que me dejaba. Con la
luna y las estrellas. Killian.
Me paré y limpié una lágrima que no sabía que había escapado. Mi mente
estaba decidida, incluso antes de vestirme. Antes de salir a la cocina. Sabía lo que
tenía que hacer, lo que no tenía otra opción más que hacer. Tenía que verlo. Tenía
que saber que estaba bien. Tenía que hacerle saber que lo perdoné.
Lo perdoné mucho antes de leer la carta.
Antes de despertarme.
Antes de que saliera de su casa anoche.
—¿A dónde vas tan temprano? —preguntó mi mamá desde la mesa de la
cocina con una taza de café en la mano. Se quitó las gafas de su rostro y las dejó
junto con su libro rasgado. Siempre usaba marcadores en lugar de doblar las
páginas, lo que me parecía cómico, considerando que compraba libros de tiendas
usadas, y la mayoría de ellos ya estaban arrugados y bastante desgastados. Pero
creía que tenías que cuidar de todo, sin importar cuán maltratado estaba cuando lo
consiguieras. Para ella, el libro era nuevo y lo trataba como tal.
Me senté frente a ella y me encontré con sus ojos castaños, iguales a los míos,
excepto que eran pequeños y un poco caídos.
—Voy a ver a Killian. Nos hemos peleado anoche y quiero arreglarlo.
Ella me estudió por un momento, parpadeando más de lo normal.
—Pensé que estabas afuera con Malika. ¿También fue él?
—No. Lo vi cuando Ross me trajo a casa. —Cuando su mirada se endureció y
su respiración se desaceleró, supe que necesitaba darle más información—. Mamá,
estaba afuera. Cuando bajamos por la calle, él estaba corriendo. Parecía loco o
molesto< o algo así. Así que nos detuvimos y salí. Solo quedaban tres o cuatro
casas.
—¿Entonces qué tipo de pelea tuvieron?
—Sabía que algo estaba pasando, pero no me lo dijo.
Ella ladeó su cabeza a un lado y entrecerró sus ojos.
—¿Corre con un cuaderno?
Sabía lo que estaba haciendo, y no me había dado cuenta de la trampa en la
que había caído cuando fui sincera con ella. Ella no sabía que él hablaba. Como
todos los demás, tenía la impresión que era mudo, silenciado. Y aunque confiaba
en mi madre, no podía traicionar a Killian.
—No, no lo hace. Pero se negó a contestarme.
—¿Cómo se supone que te responda en medio de la noche, a un lado de la
carretera, sin pluma y papel? ¿Finalmente aprendió el lenguaje de señas? ¿Leíste su
mente? —No estaba siendo grosera en su interrogatorio, simplemente quería que
viera las cosas desde un punto de vista diferente. Cualquiera que conociera a mi
madre, sabía que ella era la abogada del diablo y lo hacía bien.
—Mam{< —Sacudí la cabeza y bajé la mirada hacia donde corría la punta de
mi dedo en un círculo sobre la mesa de vidrio. No estaba evadiendo, estaba
comprando tiempo—. Volvimos a casa juntos, pero se negó a ir a buscar un
cuaderno. No me decía nada, sólo seguía sacudiendo su cabeza cada vez que le
pregunté qué pasaba.
—¿Has entrado en su casa?
No sabía por su tono si ya sabía la respuesta. Era tan difícil de leer la mayor
parte del tiempo. Por lo general, si preguntaba algo como esto, ya lo sabía y mentir
solo empeoraría las cosas, y si me atrapaba en una mentira, eso no sucedería.
Asentí, negándome a encontrar su mirada ardiente.
—¿Estaba la señorita Newberry en casa?
Esta vez, miré hacia arriba, encontré sus ojos, y vi la verdad en las piscinas de
chocolate. Ella sabía. Yo estaba arruinada.
—No, pero ella<
—Conoces las reglas, Rylee. Si no te quiero en su casa a solas con él durante el
día, ¿qué te hace pensar que está bien estar allí sin su tía por la noche?
—Mam{< —Me incliné hacia adelante y supliqué con ella, sosteniendo su
mirada fija con la mía—. Ella estaba de camino a casa. Y sólo entré para que
hablara conmigo. Pensé que estaría mejor adentro que solo en la oscuridad. La
señorita Newberry llegó a casa y me fui. Si él no se sinceraba conmigo sin ella, no
me diría nada con ella allí. Así que volví antes de que fuera el toque de queda.
—Sé a qué hora llegaste. Escuché la puerta. Pero eso no significa que está bien
que me desobedezcas, independientemente de las razones. ¿Tu discusión no podía
esperar hasta hoy?
Sacudí la cabeza y mis hombros cayeron. La derrota me pesaba mucho,
sabiendo que iban a poner fin a mis planes de ver a Killian hoy y posiblemente
durante el resto de la semana. Mis padres eran duros< cariñosos, pero duros.
—Sé que te preocupas mucho por él< —empezó y colocó su mano sobre la
mía encima de la mesa—. No es un chico malo. No sé demasiado sobre él aparte de
lo que he visto y lo que me has dicho tú y la señorita. Newberry. Pero basta con
saber que es un buen chico. Sin embargo<
Sabía que habría algún tipo de objeción. Siempre había. Ella tenía una manera
de ver las cosas desde dos perspectivas, ambas partes< buenas y malas. Mientras
crecía, nunca me dejaba concentrarme en las cosas malas. Si algo pasaba, si obtenía
una mala nota en un examen, lo reconocía, pero siempre lo cambiaba
completamente. Siempre había un lado positivo a cada negativo y a su vez un
negativo a cada positivo. Respiré, pero la dejé continuar.
—Él está protegido, Rylee. Nunca va a ningún lado, no tiene amigos aparte
de ti. Estaría dispuesta a apostar que tiene la mentalidad de alguien cinco años más
joven que tú. Ha pasado por una dura experiencia, y a veces, cosas como esas
cambian a una persona desde su núcleo.
—No lo conoces, mamá. Aprecio lo que dices, pero no lo entiendes como yo.
Sí, está protegido. Tienes razón. Pero estás equivocada. Él sí sale. Tiene su permiso
de aprendizaje y obtendrá su licencia cuando cumpla diecisiete años. Tiene un
tutor en casa y ha estado al día con la escuela completamente, de hecho, está por
encima del nivel del grado en la mitad de sus asignaturas. Killian es inteligente, no
es como lo estás retratando.
—Nunca dije que no era inteligente.
—Dijiste que su mentalidad es la de un niño de once años.
—Eso no es lo que quise decir. No quise decir cuando se trata de la escuela.
La vida en general. Sus habilidades sociales.
Me recliné en mi silla y miré el techo. Mi boca se abrió para decir algo, pero
me interrumpió, silenciando mis pensamientos. Mi corazón. Mi respiración. Todos
con una pregunta que no había previsto.
—¿Has tenido sexo con él?
Mi barbilla bajó, mi boca boquiabierta, ojos abiertos y puestos en los suyos.
—No, mamá. No lo he hecho.
Trató de ocultarlo, pero el alivio fue palpable en su exhalación. Sus hombros
perdieron un poco de la tensión que los contrajo en su perfecta postura. Y entonces
sus ojos se suavizaron justo antes de que se cerraran por un segundo, más que
probable enviando un silencioso agradecimiento a los cielos.
—¿Por qué me preguntas eso? Tengo quince.
—Lo sé cariño. Sólo me estaba asegurando. Sé que ustedes dos son más que
amigos, pero no sé cuánto más. Porque no me lo dices. Has intentado ocultarlo
durante años, y tal vez tú solo eres su amiga, tal vez te preocupes por él más de lo
que estás dispuesta a admitir, pero soy tu madre. Es mi trabajo ver a través de tus
palabras. Se me permite preocuparme.
—Bueno, solo somos amigos. Me gusta. No voy a mentir sobre eso. Creo que
también le gusto, pero no sé si eso es porque él no conoce a nadie más. —Le di un
golpecito en la parte superior de su mano y le ofrecí una sonrisa genuina—.
Aprecio tu preocupación, mamá. Realmente lo hago. Pero creo que Killian es tan
segura como voy a estar. Ni siquiera quieres saber el tipo de chicos con los que voy
a la escuela. Agradece que he elegido a Killian para que me guste y no a otra
persona.
Ella asintió con los labios curvados en un indicio de una sonrisa.
—Por favor, si alguna vez intenta presionarte en algo, ven a mí. No me
enfadaré. No te voy a castigar. Y cuando tengas relaciones sexuales, ya sea con él o
con alguien más, necesito saberlo. No puedo protegerte de las cosas si no soy
consciente.
Yo sabía lo que quería decir. Ella lo había mencionado cuanto tuve mi
periodo por primera vez, y de nuevo cuando comencé la escuela secundaria. Sabía
todo sobre la protección y las citas médicas y las pruebas de enfermedades, aunque
no había tenido una razón para hacer nada de eso todavía.
—Lo haré, mamá. ¿Puedo ir a verlo ahora? Necesito disculparme por estar
enojada con él anoche. No fui muy amable cuando me fui.
Ella asintió y luego le besé la mejilla y huí de la casa en una carrera contra el
tiempo para llegar a Killian.
—¿Q
ué diablos, hombre? ¡Él tiene un hijo! —El tipo con el
collar de púas alrededor de su cuello me señaló, su pecho
levantándose, hombros elevándose con cada respiración de
pánico.
—Encárgate de él —dijo el que estaba al lado de mi mamá. Su voz era calmada y
tranquila, y cuando extendió su brazo, apuntando el cuchillo en mi dirección, noté que no
temblaba. Pareció extraño; no había una parte de mi cuerpo que no dejara de temblar, y no
era porque tenía frío. El calor de la habitación era sofocante.
—¿Y hacer qué con él?
Mi vista rebotó alrededor de la habitación, la única parte de mí capaz de moverse. Mi
mamá miraba fijamente el techo, su boca abierta como si estuviera a punto de gritar. Pero
seguía inmóvil. Completamente inmóvil. Ni siquiera su pecho pintado de rojo se movía.
La miré fijamente, deseando que se levantara.
Deseando que se moviera.
Pero no lo hizo.
Me perdí en los recuerdos de su canto en la cocina, de ella sosteniéndome contra su
pecho y susurrando lo mucho que me amaba. El latido de su corazón seguía sonando a
través de mis oídos... o tal vez era el mío.
El hombre a su lado cambió su postura. Estaba diciendo algo, pero no podía entender
nada de ello. Sus palabras fueron amortiguadas, como si tuviera un calcetín en la boca.
Volví mi atención del arco iris en su camisa a su cara, notando que su boca estaba vacía y
preguntándose por qué sonaba tan gracioso.
—¡Cállalo! —Pude oír eso, y parecía que todos lo hicieron también.
El que tenía el collar saltó ante el tono áspero del hombre al lado de mi mamá. Miré
entre los dos, sintiendo como si estuviera viendo una película. Era surrealista. Todo esto.
Como si fuera invisible, una mosca en la pared como mi mamá siempre decía.
Las púas en el collar atraparon una luz por la ventana y brillaron cuando el hombre
volvió su cabeza hacia mí.
—Es sólo un niño.
Solo un niño. Rodé mi lengua alrededor de las palabras, aunque no las dije en voz
alta.
—No me importa cuántos años tenga. Es un testigo.
—No voy a matar a un niño. —El collar debió haber moderado su voz, porque
hablaba en voz baja, no muy susurrando, pero sin gritar como el hombre que tenía frente a
él; el que tenía el cuchillo. El hombre con el triángulo y el arco iris en su camiseta negra.
—Entonces arráncale los ojos. No me importa lo que hagas. Siléncialo.
Volví mi atención a mi papá. Juré que lo oí hablar. Pero cuando lo encontré, pensé que
podría haberse quedado dormido, aunque no estaba seguro de cómo podía hacerlo con gente
en su habitación. Sus ojos estaban abiertos, y al igual que mamá, su pecho estaba quieto.
El hombre que estaba parado sobre él no se movió, sólo me miró con los labios
apretados y los hombros rígidos. Parecía enojado. Pero no sabía por qué. Tal vez estaba
enojado porque mi papá estaba dormido. Desearía que se despertara.
Un ruido constante seguía llamando mi atención. No sabía lo que era, pero no podía
ignorarlo. Venía de mi papá, o cerca de él. Un golpeteo tenue, una palmada amortiguada.
Sonaba como agua goteando en algo suave. Miré hacia abajo y noté algo brillante en la
mano del hombre. Lo estudié más, sólo para descubrir de dónde venía el ruido.
Pintura goteaba del objeto brillante que sostenía. No podía decir lo que era. Su puño
se apretó alrededor del mango negro hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Y cuando
me encontré con su feroz y furiosa mirada, el miedo casi me dobló las rodillas.
No era pintura.
La camisa de papá había sido blanca.
No estaba enojado porque mi papá estuviera dormido.
Porque no lo estaba.
No era una película o una pesadilla o mi imaginación activa. Era la realidad. Como si
me hubiera golpeado justo contra una pared de ladrillos, todo me golpeó a la vez. Mis
padres estaban muertos, y estos hombres los habían matado. Yo sería el siguiente si el que
está junto a mi mamá tenía algo que ver con ello.
Retrocedí un paso, pero antes de que pudiera girar y correr, el hombre con el
triángulo en su camisa apuntó su cuchillo hacia mí y cruzó la habitación. Me agarró por el
hombro y me tiró al suelo. Traté de gritar, pero sólo aire escapó. Traté de moverme, pero se
sentó sobre mí, impidiéndome retorcer lejos. Mi rostro estaba mojado, mi vista borrosa, mis
pulmones no funcionaban correctamente.
—¡Es sólo un niño! ¡Un niño! ¿Qué mierda estás haciendo, hombre? —No podía ver
más allá del tipo sentado en mi pecho, pero sabía que las súplicas frenéticas habían venido
del de la esquina que no tenía sangre encima.
—Alguien tiene que asegurarse de que no diga nada.
—No lo haré —grité, aunque estaba ahogado por un sollozo y apenas audible—. No
lo haré. Lo prometo. No voy a decir nada. Por favor, déjame despertar. Quiero despertar
ahora.
—¿Crees que esto es un sueño? Tus padres son monstruos. Arruinan la vida de las
personas. Estás mejor sin ellos. Esto no es un sueño. De hecho, te salvé de tu peor pesadilla.
—No.… no... no... —Seguí repitiendo la palabra hasta que mi garganta estaba áspera
y en carne viva.
—Son unos hijos de puta. Ambos. Pedazos inútiles de mierda. Y acabo de salvarte.
Deberías darme las gracias. —Se rió, pero sonó apagado. Sin humor. No como si acabara de
contar un chiste. Me asustó y me sacudí aún más, sollocé aún más fuerte—. Sí... eso es lo
que debes hacer. Agradéceme, niño.
No podía. Sacudí la cabeza e intenté liberar mis brazos de debajo de su peso. Pero era
demasiado grande, demasiado fuerte. Estaba atascado. Papá siempre decía que los niños no
lloran, pero mamá me dijo que estaba bien. Dijo que todos tenían sentimientos y emociones,
y se nos permitía dejarlos salir de la manera que pudiéramos, porque mantenerlos era malo.
Así que lloré.
En voz alta.
No lo guardé.
Porque eso habría sido malo.
—¡Agradéceme! —gritó de nuevo el hombre encima de mí.
—Gra-gracias. —Esas dos palabras me quemaron la lengua, y tenía miedo de que mis
padres se enojaran conmigo por decirlas. Volví a sacudir la cabeza, pero el tipo me agarró.
Manos a ambos lados de mi rostro me detuvieron—. Gra-gracias —repetí de nuevo, con la
esperanza de que me dejara ir.
—No le dirás nada a nadie sobre esto, ¿verdad? Si te dejo vivir, ¿no dirás nada?
—N-no. No lo ha-haré. Lo prometo. —Mi voz era espaciosa, sin aliento, y con su peso
aplastante sobre mi pecho, los bordes de mi vista se volvieron oscuros. Mis manos, pies,
brazos y piernas se helaron y hormiguearon, como si estuvieran a punto de dormirse.
—Si lo haces... si le dices a alguien; y me refiero a cualquiera; te quitaré las cuerdas
vocales como lo hice con tu mamá. ¿Lo entiendes? No creas que la policía pueda ayudarte.
No pueden. Te harán promesas, te dirán lo que quieres oír, pero mienten. Son cerdos. Y
ellos te mentirán. No podrán salvarte de mí. ¿Comprendes?
Asentí, porque no podía hablar. Mis sollozos me ahogaban y mis lágrimas me
cegaban.
—Sabré si dices algo. Y luego vendré por ti. No me hagas lamentar dejarte vivir. Si lo
haces, no lo pensaré dos veces antes de cortarte en pedazos y hacerte ahogar en tu propia
carne a través de un agujero en tu garganta.
Cerré los ojos con fuerza y sacudí la cabeza, deseando que se alejara de mí para poder
respirar. Rezando para que me dejara solo para poder despertar de esta pesadilla. Calidez se
deslizó por los lados de mi rostro y se juntó en mis oídos, y el mundo se quedó en silencio.
Sonaba como si estuviera en una bañera, bajo el agua, oyendo cosas a mi alrededor, pero
incapaz de distinguir las palabras.
Me soltó el rostro y pensé que mis oraciones habían sido contestadas.
Pero entonces vino el dolor abrasador.
Mis mejillas ardían tanto que no pude hacer un sonido. Mis ojos se abrieron de golpe,
y encontré al hombre encima de mí sonriendo, un brillo malvado en sus ojos. Ni siquiera
podía mover mi cabeza, como si estuviera pegada en el suelo debajo de mí. Mis pulmones se
encogieron, ardiendo por el dolor. Mis fosas nasales picaron. No había una parte de mi
cuerpo que no gritara en completa agonía.
Entonces se levantó, pero no se fue.
Traté de jadear por aire, aunque no pude encontrar ninguno. Todo había sido
expulsado de la habitación. Mi cuerpo se sentía pesado. No podía moverme. No podía
hablar. No podía llorar. No podía ver.
Pero podía sentir.
Y lo que sentí después sería algo que nunca olvidaré.
La punta de su zapato se estrelló contra mis costillas. Sentí algo dentro agrietarse,
romperse, y un dolor cegador me inundó. Mi boca se abrió de par en par en un esfuerzo por
gritar, pero todo lo que hizo fue causar más tortura. No tenía ni idea de lo que había hecho
en mi rostro, pero sea lo que fuera me dejó ahogando con líquido caliente. El sabor de
monedas saturó mi lengua y goteó por mi garganta.
En mi visión borrosa, noté movimiento, pero no estaba seguro de lo que significaba.
No podía ver nada más allá de la avalancha de lágrimas, no podía oír las palabras que
hablaban sobre el golpeteo en mis oídos. No sé quién o qué me dio la fuerza, pero rodé sobre
mi costado.
Y luego la oscuridad llegó.
Mis ojos se abrieron bruscamente, mi corazón golpeando sin descanso contra
mi pecho. Las costillas de mi costado que una vez habían estado rotas palpitaban
de dolor. Y mis mejillas, donde me había concedido una sonrisa permanente,
dolían. Mi garganta apretada hizo más difícil respirar, pero lo ignoré. Sin
moverme, miré alrededor de la habitación, asimilando todo.
Ya no tenía ocho años.
No estaba en la habitación de mis padres.
Estaba a salvo.
Nunca fallaban; siempre tenía los mismos sueños después de esbozar sus
rostros. Pero si no lo hacía, las pesadillas eran peores. El dolor residual con el que
despertaría sería más severo. No había escapatoria. No los evadiría a ellos. Siempre
estarían conmigo; en mi cabeza, en mi cuaderno, en mis sueños. Persiguiéndome.
Riéndose de mí. Recordándome el silencio que prometí mantener.
Y lo haría.
Nunca le diría a un alma lo que pasó aquella noche.
Porque nadie podría salvarme.
Me acomodé sobre mi estómago, empujé mis brazos bajo mi almohada y
cerré mis ojos. Apenas había pegado ojo anoche después de que Rylee se fuera.
Elise había querido hablar. Yo quería que me dejaran en paz. Al final, escribí una
carta, me escapé, y pasé al menos dos horas bajo la luna y en las copas de los
árboles. No dibujé, no hice nada más que contemplar el disco de plata en el cielo y
pensar en Rylee.
En la luna.
Y en cómo un día, no tendría que robarla del cielo.
No tendría que detener el tiempo.
Porque ella sería mía.
Satisfecho con mi determinación, me quedé dormido con los sonidos de Elise
moviéndose por la casa.
Rylee

L
a puerta del garaje se abrió mientras subía por el camino de entrada.
Elise salió con su bolso y las llaves del auto en la mano, una sonrisa
sutil en el rostro.
—Está dormido, cariño. Traté de decirle que me iba, pero no se despertaba.
Tal vez vuelva en unas horas. Tuvo una noche dura. No sé qué sucedió entre
ustedes dos, pero lo que haya sido, no le sentó bien.
Asentí y retorcí las manos nerviosamente delante de mí.
—Lo sé. Es por eso que estoy aquí. Quiero disculparme con él, tal vez ver si
hablará conmigo hoy. Si no te importa, ¿puedo tratar de despertarlo? Esperaría...
pero realmente no creo que pueda.
Su pecho se expandió con su lenta y profunda respiración, y su mirada cayó a
mis manos.
—No seré la culpable. Si tu madre sabe que estás adentro, en la habitación de
Killian, y yo no estoy en casa, no voy a hacerme responsable por ello. Te estoy
diciendo ahora mismo que vuelvas en unas horas después de que se haya
despertado y pueda salir. Si me ignoras y pasas por la puerta sin seguro, es tu
responsabilidad.
La oí fuerte y claro, asintiendo con entusiasmo.
Cuando arrancó el auto para marcharse, me dirigí apresuradamente a la
puerta principal y entré. La casa estaba extrañamente silenciosa; no es que fuera
usualmente ruidosa, pero no siempre estaba sola en el interior. El sol de la mañana
entraba a través de las ventanas del frente e iluminaba la sala de estar. Mientras me
dirigía por el pasillo hacia la puerta cerrada de Killian, las sombras comenzaron a
consumirme, dejándome con un dolor inquietante en el pecho. Haciéndose más
grande y más profundo cuanto más me acercaba a su habitación.
No me molesté en llamar a la puerta. En su lugar, giré el pomo y la abrí
lentamente, entrando en el espacio oscuro poco a poco hasta que estaba de pie en
la entrada. Él estaba dormido en un lado de la cama, con las sábanas amontonadas
alrededor de su cintura. Su espalda y hombros subían y bajaban con cada
respiración constante que tomaba, con los brazos metidos bajo la almohada debajo
de su cabeza.
Junto a él había un anuario, lo que me parecía extraño ya que no iba a la
escuela. Entré con cuidado en la habitación y me senté en el borde del colchón,
esperando que no se despertara el tiempo suficiente para poder mirarlo. Estaba
abierto, pero no podía ver en qué página. La portada mostraba una caricatura de
un tigre con las palabras “New Hope Tigers” en letras doradas en la parte
superior. Debajo, escrito con letra de pergamino, decía “Promoción 2001”. No tenía
idea de quién era este anuario, o por qué lo tenía abierto junto a él.
Justo cuando empecé a levantarlo, para ver lo que había estado mirando antes
de dejarlo, sus dedos se envolvieron alrededor de mi muñeca, sobresaltándome.
Jadeé y dejé caer el libro. Aparte de su mano, él no se había movido. Cuando lo
miré por encima de mi hombro, lo encontré acostado en la misma posición, con un
brazo todavía debajo de la almohada y el rostro vuelto hacia un lado. Pero sus ojos
estaban muy abiertos, sin rastros de sueño en ellos. El verde suave contradecía
completamente a las duras líneas en su frente mientras me miraba. Sus fosas
nasales se ensancharon, haciéndolas más pronunciadas que de costumbre, y su
agarre se apretó.
Abrí la boca para decir algo, pero me detuvo tirando de mí hacia él. Aterricé
extrañamente de lado, aunque no me quedé así mucho tiempo. Simultáneamente
me puso de espaldas y se apoyó en un codo para cernirse sobre mi cuerpo
aturdido. Sentía como si me hubiera dejado sin aliento. A pesar de que aún tenía la
capacidad de respirar, elegí no hacerlo.
Miró por encima de su hombro hacia la puerta abierta. Su frente se arrugó
profundamente en concentración, mientras al mismo tiempo parpadeaba hacia el
espacio vacío, como si estuviera escuchando atentamente algo. Sabía qué, pero me
llevó un momento ordenar mis pensamientos y ofrecerle la respuesta que buscaba.
—Ella no está aquí. Se marchaba cuando entré.
Sus ojos se movieron de vuelta hacia los míos, y me preocupó cuando la
aprensión no abandonó su rostro.
—¿Recibiste mi nota? —La forma en que su voz sonó somnolienta y ronca,
arañando cada sílaba, envió a mi corazón a un estado arrítmico.
Tragué saliva con fuerza para pasar el nudo en mi garganta y asentí. Todo lo
que había querido decirle salió volando, abandonó mi cerebro y, en su lugar,
floreció la lujuria. No podía explicarlo. Habíamos estado en esta posición antes. Me
había susurrado con voz ronca numerosas noches en mi habitación, bajo las
sábanas, con su cuerpo tocando el mío de una forma o de otra. Me había
provocado más orgasmos de los que podía recordar. E incluso anoche, había
pasado su erección contra el lugar que más rogaba por él. Así que no tenía ningún
sentido para mí por qué ahora, con nada más que una pregunta formulada con su
voz mañanera, sentía un dolor tan profundo que no estaba segura si alguna vez se
aliviaría.
Estrelló sus labios contra los míos. No podía cerrar los ojos mientras su boca
tomaba lo que quería de mí. Nos habíamos besado muchas veces, pero nunca a
primera hora de la mañana. Al principio, quería apartarlo de mí, decirle que se
cepillara los dientes y luego regresara. Pero no me dio esa opción. En lugar de
detenerse, siguió adelante, más hambriento, más determinado. Su ceño estaba
fruncido y su nariz apretada tan fuerte contra la mía que podía sentir cada
exhalación en mi piel, salpicándome con humedad que no experimentaba a
menudo en los meses de verano.
Cuando su lengua se apoderó de la mía, ya no pensaba en su aliento matutino
o en pedirle que se cepillara los dientes. Mis ojos se cerraron y un largo gemido
brotó de mi pecho. Palmeó mi seno, masajeándolo suavemente, pero con la fuerza
suficiente para enviar ondas expansivas hacia el lugar necesitado entre mis
piernas. Sin embargo, no duró mucho tiempo.
Se apartó de mi boca, pero mantuvo su cuerpo contra el mío, mientras
arrastraba sus labios y lengua por mi cuello. La humedad que quedaba en mi
clavícula se enfriaba cuanto más abajo se deslizaba por mi cuerpo, enviando una
nueva sensación a través de mí. Los nervios que se encontraban en mi columna, los
que se reunían en la base cerca de la curva de mi trasero, ardían como un rastro de
fuego. Sin embargo, mis brazos y piernas se estremecían con un escalofrío. Mi
pecho casi estalló cuando hundió la punta de su lengua en mi ombligo.
El deseo se acumuló en la cima de mis muslos, más que en cualquier otro
momento que me había tocado. Mis caderas se movieron hacia él, buscándolo.
Necesitándolo. Rogando su atención. Apreté la sábana debajo de mí en un intento
desesperado de luchar contra el desconocido deseo intenso que cautivaba mi
lógica.
—Espera... Killian... —susurré, forzando las palabras a cobrar vida tan pronto
como sus dedos comenzaron a desabrochar el botón de mis pantalones cortos—.
¿Qué estás haciendo? —Cada palabra pesada fue separada con respiraciones
temblorosas que coincidían con los estremecimientos que se apoderaron de mi
cuerpo.
No levantó la mirada hacia la mía. En vez de eso, habló con sus labios contra
la suave piel debajo de mi ombligo.
—Haciéndote sentir bien. Tan bien como me haces sentir.
Pasé los dedos temblorosos por su cabello, apartando los mechones claros de
su rostro.
—No tienes que hacer esto. No he venido aquí para eso. Sólo quería
asegurarme de que estuvieras bien después de anoche. Que estamos bien.
Finalmente, sus ojos se encontraron con los míos. El deseo dilató sus pupilas
hasta dos veces su tamaño normal, casi invadiendo el color que tanto amaba.
—Estaría mucho mejor si me dejaras hacer esto. Pero no tenemos que hacerlo.
Si no te sientes cómoda, puedo parar. —Luego, susurró—, por favor, no me hagas
parar<—en mi bajo vientre con respiraciones calientes.
Mis piernas se envolvieron alrededor de él, apretando su caja torácica... en
lugar de las palabras que no podía decir. La aprobación que ofrecí, pero no podía
pronunciar. No importaba que tuviéramos que hablar, o que aún no hubiéramos
discutido sobre la noche anterior. Mi cuerpo lo quería.
Mi corazón lo quería.
Yo lo quería.
Killian se sentó en cuclillas y me sacó los pantalones cortos y las bragas por
las piernas con un movimiento rápido como si lo hubiera hecho antes. Levantó una
de mis piernas por detrás de la rodilla y suavemente presionó pequeños besos en
mi muslo hasta que se acomodó de nuevo en su lugar. Su aliento soplaba contra mi
sexo, un lugar que nadie más que yo había visto desnudo, que había tocado. Y
ahora, aquí estaba él, con su boca, sus labios, su lengua tan cerca de mi centro que
no podía respirar.
Cuando no pasó nada, abrí los ojos para mirarlo, preocupada porque algo
estuviera mal. Me observaba con una expresión suave, el ceño ligeramente
fruncido y los labios un poco separados.
—No sé qué estoy haciendo, Rylee. No lo sabía anoche, y no lo sé ahora.
Habíamos recorrido un largo camino desde los niños que aplastaban sus
labios entre sí con besos apresurados. Cuando se trataba de Killian, no me faltaba
confianza. Tal vez eso era porque durante unos años, mi madurez y conocimiento
de la vida superaron al suyo. Pero cuando se trataba de sexo, parecía naturalmente
cohibida. Nunca había visto el tipo de videos que él tenía. La pornografía nunca
me atrajo. Pero sabía que de ahí aprendía todo, así que nunca lo cuestioné. Al verlo
ahora, tan asustado, tan inseguro, mi corazón se rompió por él.
—Está bien, Killian. Yo tampoco lo sé.
—Si hago algo mal... dímelo. No quiero hacerte daño de nuevo.
Asentí y pasé la punta del dedo por el lado de su rostro.
Su exhalación me golpeó en el lugar adecuado e hizo que mi espalda se
arqueara. Killian pasó los brazos por debajo de mis muslos, llevando mis piernas
sobre sus hombros, y agarró mis caderas para mantenerme firme. Me echó un
último vistazo antes de presionar un beso contra mis labios inferiores.
Y entonces la habitación comenzó a girar.
El espacio poco iluminado se oscureció aún más.
Un golpe con la punta de su lengua me envió a la órbita. El segundo encendió
mi cuerpo en llamas, quemándome desde adentro hacia afuera. Luego presionó su
boca sobre el lugar que más lo necesitaba, y el calor de sus labios arrancó un largo
y profundo gruñido de mi pecho. Me estremecí cuando mi orgasmo lamió su
camino a través de mi cuerpo, por mis extremidades, y chisporroteó en las puntas
de los dedos de mis manos y pies.
Se sentía como cuando me tocaba a través de la ropa, y comencé a
acomodarme en su cama. Sin embargo, no duró mucho tiempo. Porque un instante
después, me lamió de nuevo. Mis ojos se cerraron fuertemente, mis muslos
temblaron incontrolablemente, y mis puños apretaron las sábanas con tanta fuerza
que me dolían los nudillos. Una luz estalló detrás de mis párpados, combinando
con las explosiones que se producían en mi interior. No era completamente
consciente de lo que mi cuerpo estaba haciendo, nunca había sentido nada como
esto antes.
Mi respiración frenética salía en duras ráfagas de pura desesperación
mientras él se arrastraba por mi cuerpo. La euforia inundó mi sistema con calor
líquido y temblores que no podía controlar. Tomé los lados de su rostro y atraje su
boca hacia la mía. Ya no sentía su aliento matutino, sino algo caliente y un poco
agrio. Sus labios estaban mojados, pero no me importaba. La dulzura en su lengua
me dejó rogando por más.
Más de qué... no lo sabía.
Sólo más.
Mientras profundizaba el beso, pasé las manos por su pecho, sin detenerme
hasta que alcancé el elástico de sus pantalones cortos. En el momento en que mis
dedos se deslizaron dentro, él se apartó, con la mirada dura e inflexible.
—No, Rylee. —Se suponía que era para detenerme, pero los gruñidos
profundos de su voz me alentaron. Me agarró la muñeca, usando su otra mano
para sostenerse—. Esto fue para ti. No quiero que hagas nada por mí.
—Lo sé —susurré, sonando mucho más confiada de lo que me sentía por
dentro—. Esto es para mí. —Envolví los dedos alrededor de su duro eje y tiré lo
suficiente para hacerlo gruñir. Cuando bajó su boca a la mía de nuevo, dándome
su apreciación a través de gemidos y gruñidos, usé mis manos y pies para empujar
sus pantalones cortos hacia abajo.
Con él completamente desnudo para mí, en mi mano, a pocos centímetros de
mi núcleo dolorido, me sentí poderosa. Una ilusión que nunca supe que existía.
Era de lo que algunas de mis amigas habían hablado en la escuela. La forma en que
se sentía poner a un hombre de rodillas. Estar a cargo de sus necesidades, deseos,
pensamientos y acciones. Pero Killian no hacía otra cosa que besarme. No se
empujaba dentro del agarre que tenía en su eje. No inclinaba las caderas ni
presionaba por más. En vez de eso, se quedaba quieto y me dejaba tocarlo, con sus
labios atacando los míos con total control.
En un movimiento que no había esperado, alineé la punta de su erección con
mi húmeda entrada. Se quedó inmóvil sobre mí. Su boca dejó la mía, pero no se
apartó.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, con los ojos entrecerrados.
—Quiero sentirte. En todas partes. Dentro de mí.
Killian sacudió la cabeza lentamente, sin apartar su atención de mis ojos.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Después de anoche...
—Está bien. —Ahuequé su mejilla y levanté mi cabeza hasta que mis labios se
posaron suavemente sobre los suyos—. Quiero esto. Te quiero.
—No estamos listos. Tú no estás lista.
Odiaba lo duro que trataba de resistirse a mí. Pero era mi orgullo el que
hablaba, herido por su rechazo inmediato. Tuve que recordarme a mí misma por
qué. Éramos jóvenes. Habíamos acordado tomarnos las cosas con calma, un paso a
la vez. Y me había prometido que no me haría daño.
Nada de eso importaba ahora.
Lo acaricié un poco más y pasé la punta por entre mis pliegues, cubriéndolo
con mi excitación. Nuevamente, lo coloqué en mi entrada. Esta vez, lo miré
fijamente y asentí, diciéndole en silencio lo que más quería.
—No podremos retroceder esto —argumentó.
—Lo sé. No quiero hacerlo.
Cerró los ojos y cubrió mi rostro con su exhalación.
—No sé lo que estoy haciendo.
—Yo tampoco. Aprenderemos juntos. Al igual que con todo lo demás.
Sus caderas se sacudieron, lo que añadió una presión inesperada contra mi
sexo. Tomé aire a través de los dientes, el sonido de un siseo lo forzó a quedarse
inmóvil.
—No< no te detengas. Estoy bien.
—¿Y si te lastimo? ¿Y si no puedo controlarme como anoche? Te hice daño,
Rylee. No quiero volver a hacer eso.
—Está bien. Me dolerá, pero estoy preparada para eso. No lo esperaba
anoche, pero ahora lo hago. Por favor —le supliqué, prácticamente lloriqueando en
sus labios—. Por favor, Killian. Quiero esto contigo. Más que cualquier otra cosa
que he querido alguna vez.
Esparció besos sobre mi mejilla y movió lentamente sus caderas hacia mí. Lo
mantuve en su sitio mientras empujaba contra mí. No estaba segura sí estaba
dentro o no, pero no se sentía para nada como esperaba. Era sólo presión... mucha
presión.
—No creo que esto vaya a funcionar —susurró contra mi cuello donde
enterró su cabeza.
—Lo hará. Creo que sólo tienes que empujar más fuerte. —Apenas terminé de
decir las palabras cuando movió las caderas hacia delante, empujando más allá de
la obstrucción y entrando en mí.
Un dolor ardiente punzó a través de mi mitad inferior y tuve que morderme
los labios para evitar gritar de agonía. Fijé mi mirada con los ojos muy abiertos en
el techo y, luego, su rostro apareció a la vista. La preocupación y conmoción
arrugaban sus facciones, y sus pupilas estaban dilatadas. Su respiración frenética
escapaba a través de sus labios separados.
Estábamos piel con piel, con sus caderas pegadas a las mías. Los latidos de su
corazón palpitaban a través de mi pecho, llamándome, sincronizándose con el mío.
Atrayendo cada latido. Provocando cada pulso. Éramos uno, unidos desde la
cabeza a los pies. Entrelazados. Conectados en los lugares más íntimos.
—No quise hacerlo —dijo con voz ronca contra mi mejilla.
—Está bien. Estoy bien. —Mi voz tembló, vacilante por el dolor leve
punzando dentro de mí. Lo insté a seguir con mis caderas, esperando que no viera
la forma en que mi labio se curvó cuando hice una mueca de dolor. Esperando que
no pensara demasiado en lo fuerte que ahora tenía cerrados los ojos.
De nuevo, enterró su rostro en la curva de mi cuello y, lentamente, deslizó su
erección hacia afuera hasta que sólo quedó la punta. Todo su cuerpo se estremeció
cuando suavemente volvió a entrar. Contuve el aliento hasta que se volvió viciado
en mis pulmones, encendiendo un fuego dentro de mi pecho. Esperaba dolor, pero
no había previsto que fuera así.
Después de dos interminables empujes más de sus caderas, su cuerpo se puso
rígido. Sus movimientos se volvieron más duros y sus embestidas más fuertes que
el primero. No se retiraba lo suficiente para ganar impulso, pero la poca ventaja
que tenía, la tomaba, empujando dentro de mí tan duro que su hueso púbico se
estrellaba contra el mío en cada arremetida. Finalmente, se detuvo, aunque sus
hombros, brazos y piernas temblaban violentamente.
—Lo siento —dijo con voz ronca contra mi cuello, su disculpa crispando mi
piel—. Lo siento mucho.
—Está bien. —Mi voz tímida apenas se escuchaba, pero sabía que sentía mis
dedos rozando su espalda desnuda, su piel estaba resbaladiza por el sudor.
—No, no está bien. Estás llorando.
Sólo hizo que las lágrimas cayeran más rápido. No sabía cómo lo supo, cómo
se dio cuenta, pero lo hizo. Incluso sin mirarme, sin ver mi rostro, comprendía mi
dolor. Y lo reclamó como suyo. Se culpó a sí mismo.
—Lo siento mucho... —repitió.
E
l espejo estaba empañado por la ducha mientras me ponía mi
camiseta negra sobre mi pecho mojada. Desde mi cumpleaños
dieciocho, había estado luchando por quedarme aquí. Me he dicho a
mí mismo por muchos años que una vez tuviera la edad, me iría. Me iría para
encontrar mi voz.
Pero no puedo irme.
Todavía no.
No hasta que pueda llevarme a Rylee.
Es la única cosa que me mantiene aquí. La única persona capaz de calmar la
tormenta dentro. Han pasado diez años desde la noche en que mis padres fueron
asesinados. Diez años desde que esos hijos de puta entraron a mi casa y se robaron
a las personas más importantes de mi vida.
Y se fueron.
Nunca fueron hallados. Probablemente porque nunca hablé. Nunca les di
respuesta a los oficiales de policía. En ese tiempo, había estado muy aterrado para
decir algo, incluso aunque sabía las respuestas. Ahora, mis recuerdos no servirían.
Mucho tiempo ha pasado, mucha evidencia se perdió. Los hijos de puta nunca
verían el interior de la corte.
Abrí la puerta y apagué la luz, listo para irme a la cama. Pero tan pronto
como atravesé mi puerta, todo se detuvo. El mundo dejó de girar, mis pulmones se
negaron a trabajar, y mi corazón dejó de latir.
Elise estaba sentada a los pies de la cama, con mi cuaderno en su regazo.
Lágrimas alineaban su rostro y sollozos sacudían sus hombros. No necesitaba ver
el dibujo frente a ella para saber qué estaba viendo. Me sabía cada uno de
memoria; algunos los había dibujado una y otra vez. Pero lo miré de todos modos,
viendo la mórbida escena, los colores sangrando en el papel por sus lágrimas
errantes.
Entré rápidamente al cuarto y le quité el cuaderno de dibujo.
—N-no entiendo, Killian. ¿Por qué dibujarías eso?
Cerré la cubierta antes de que pudiera mirarlo de nuevo. No necesitaba ver
en completo detalle cómo se veía su hermana. El agujero abierto en su cuello. La
sangre. Sus ojos abiertos con miedo, desprovistos de vida. Demonios, ni siquiera sé
por qué lo había dibujado tantas veces. Tal vez para recordar al malvado bastardo
que lo hizo. Para recordar lo que me quitó; y cómo. O tal vez para aliviar mi mente
de las imágenes, para sacarlo lo suficiente para evitar que el peso en mi mente me
aplastara. Cualquiera que fuera la razón, había docenas como estos.
De mi padre también.
Y de los hombres que viciosamente me los robaron.
Me giré para irme. Mi rostro ardía tan fuerte que me sentí de pie bajo los
intensos rayos en medio de un día de verano< no en mi cuarto justo después de
las diez. Giré sobre mis talones, sin saber a dónde ir o qué hacer. La rabia apretó
mis puños y la idea de golpear una pared llenó mi cabeza. Visiones de romper mi
silencio y gritarle por invadir mi privacidad destellaron ante mis ojos. La
necesidad de irme, salir por la puerta, y nunca volver creció más, más fuerte, más
intensa que antes.
—Killian. —La voz débil, temblorosa e insegura de Elise me detuvo.
No podía enfrentarla, no podía mirarla a los ojos. Así que me quedé de pie
dándole la espalda y esperé por lo que tenía que decir. Saber que le hice esto me
destrozó. Nunca habría tenido que ver esas imágenes. Era suficientemente malo
que yo lo hubiera hecho; en ese entonces, y cada día desde eso. Pero no era mi
culpa que las hubiera encontrado, no era mi culpa que hubiera visto mi pesadilla.
No se lo había mostrado. Lo hizo por su cuenta. Y por eso, la rabia dentro de mí no
moría, sin importar que nivel de pena me atravesara por ella.
—Necesitas ayuda, Killian. Necesitas ver a alguien. Hablar con alguien. Esto
no es saludable; lo que haces. Si hubiera sabido< —Inhaló lentamente,
profundamente, tembló, y se estremeció. Cada ligero hipo me golpeó la espalda,
retrasó mis latidos, y se apretó en mi pecho hasta que no pude respirar—. Si
hubiera sabido que eso era lo que dibujabas aquí, habría buscado ayuda antes. Te
habría llevado para ver a alguien que te ayudara con esto.
Un gruñido empezó en mi vientre bajo, y antes de saberlo, me giro para
mirarla, a centímetros de mi cara, y suelto mi fura ardiente entre mis dientes
apretados. El rugido la hace retroceder un paso, sus ojos se abren con miedo, su
mano tiembla sobre su pecho.
No quería asustarla.
Pero lo hice.
Y sin importar cuánto dolor causó, no podía detenerme.
Seguí su forma retrocediendo, dando un paso para igualar los que ella daba,
hasta que cayó sobre el borde de la cama, exactamente donde la encontré cuando
entré. Encorvé mi espalda con mis hombros tensos, mi pecho inflado. Mi violenta
respiración abanicó su rostro, pero no se movió. Parpadeó con sus ojos abiertos
como platos. Sus labios se abrieron. Pero aparte de eso, no retrocedió contra mi
asalto visual.
—Killian —susurró e intentó alcanzarme, pero retrocedí—. Habla conmigo.
En papel, con tu voz< no me importa como lo hagas. Escribe en una pared para lo
que me importa. Pero no me apartes. Te amo. Sólo quiero ayudarte. No deberías
tener que revivir esa noche una y otra vez.
Abrí el cuaderno a una hoja limpia casi en el final. Después de muchos años,
no quedaban muchas hojas, pero encontré una. Un marcador grueso negro estaba
en mi escritorio. Tenía lapiceros y lápices por todo el cuarto, pero eso fue lo
primero que tomé.
No puedes hacer que se vaya.
—Si hablas con alguien, podría servir.
¡Nada de hablar!
Leyó mis palabras y luego se giró con sus ojos brillantes hacia mí. Sus labios
se presionaron entre sí mientras su mandíbula temblaba, y me di cuenta que me
había malinterpretado. Un dolor empezó a formarse tras mi esternón, suave y
profundo.
No puedo hablar con nadie. Nadie puede ayudarme.
—Sí pueden, Killian. Sólo debes dejarles.
Niego, pero eso no evitó que continuara.
—Hablas con Rylee. Ella ayuda, ¿verdad? te he visto con ella. Eres diferente.
Más tranquilo. Ella hace que las imágenes se vayan, ¿verdad? pero no es una
profesional; no puede ayudarte de la forma en que otros sí pueden.
He ido con doctores antes. No ayudan. Sólo quieren saber que sucedió y no
puedo decirles eso. No puedo decirle a nadie. Nadie puede ayudarme. Subrayé la
última frase un par de veces, reiterándola. Lo habría escrito cien veces si eso le
ayudara a entender.
—¿No ves? Estás dibujando lo que pasó. Tienes un cuaderno lleno de lo que
sucedió. ¿Entonces por qué no puedes hablar al respecto? ¿Por qué no puedes
contarle a nadie sobre esa noche? Tú recuerdas< claramente lo haces si estás
dibujándolo.
No entiendes. Le mostré el papel, pero rápidamente lo giré para añadir. No
ENTENDERÍAS.
—No lo sabes porque no me dejas intentarlo. Pruébame.
Mi mano picada por escribirlo para ella, decirle por qué no podía decir nada.
Pero sabía que sería inútil. Ella quería justicia tanto como todos los demás, y no
pararía hasta que tuviera suficiente información. Hasta que la policía tuviera
suficiente información. Pero ella no había estado ahí. No sabría el miedo que sentí,
y la rabia con que había vivido, y la promesa que me hice a mí mismo.
Necesito estar solo.
Negó con su cabeza y se levantó, su mirada perforadora evitando que me
moviera.
—No. no me voy a ir. No voy a alejarme cuando más me necesitas. Tienes
dieciocho, Killian. Eres un adulto. ¿Cuándo lo superarás? ¿Cuándo serás el hombre
que tus padres esperaban< el hombre que ayudé a educar?
Llevé mi mano temblorosa al papel, mi rabia tan profunda que envío
sacudidas por mi cuerpo, pero me detuvo tocando mi brazo.
—Terminas la secundaria en un mes. ¿Qué planeas hacer después? No has
superado la peor noche de tu vida, no has lidiado con el dolor, el resentimiento ni
el dolor de la forma que necesitas. Nunca serás capaz de avanzar hasta que lo
hagas. Y no quiero verte atorado en este lugar< en este oscuro, silencioso y triste
lugar. Quiero verte ir a la universidad< una universidad de verdad, no sólo clases
en línea como has dicho. Necesitas un trabajo, una carrera. Una vida. Eso es lo
único que quiero para ti, Killian. Quiero que seas feliz.
Lo seré.
—¿Cuándo?
Cuando ya no sea silenciado.
Sus hombros cayeron y hundió su cabeza. Soltó una larga exhalación, y el
sonido me penetró. Me cortó. Se enterró profundamente en mi pecho hasta que
sentí que sangraba a sus pies. La amaba, y la había herido. No era mi intención,
pero no sabía que más hacer. No podía ceder. No podía darle lo que quería.
—No tienes que serlo. Eso es lo que intento decirte. —Cuando vuelve a alzar
la mirada, gruesas lágrimas recorren sus mejillas, metiéndose en los suaves
espacios al lado de su boca, y luego cuelgan del hoyuelo en su barbilla.
Bajé mi cabeza y coloqué mis labios juntos a su oído.
—Estoy trabajando en eso. A mi manera. Déjame hacerlo de la manera que sé
—susurré con la más baja, suave y silenciosa voz que pude. No fueron nada más
que palabras flotando en el aire, ni una pizca de voz presente, pero fue suficiente
para que jadeara.
Elise cayó contra mi pecho. Cubrió su rostro con sus manos y sollozó contra
mí. Envolví mis brazos alrededor de ella, queriendo reconfortarla. Era la primera
vez en diez años que le había hablado.
Su espalda tembló con cada sollozo.
Sus hombros rebotaron incontrolablemente.
Todo su cuerpo se elevó con emoción que no podía sofocar.
La abracé un tiempo, acariciando su espalda de la forma en que hizo hace
tantos años cuando vine a quedarme con ella. En ese tiempo, temí que fuera a
regresarme. Que fuera demasiado para ella, y se rendiría, devolviéndome como
todos los demás.
Pero no lo hizo.
Se quedó conmigo.
Me apoyó.
Me amó.
Y ahí estaba yo, a punto de darle la espalda.
La solté y apunté a una línea que había escrito minutos antes. Tomé el
marcador y la rodeé, golpeé el papel con la punta hasta que pequeños puntos la
alinearon. Necesitaba que se fuera. Necesitaba estar solo. Pensar. Descifrar todo.
Mi corazón y mi cabeza estaban en desacuerdo y no sería capaz de tomar una
decisión con ella frente a mí. Con sus sollozos llenando el cuarto.
Con su dolor llenando mi pecho.
Elise asintió, sin mirarme. Retrocedió y dio un paso hacia la puerta abierta del
cuarto. Por instinto, agarré su brazo y la giré hasta que estuvo contra mi pecho de
nuevo. Envolví mis brazos a su alrededor de nuevo, apretándola fuerte esta vez, y
sentí una repentina calma apoderarse de mí cuando hizo lo mismo.
Tal vez sabía. Tal vez no. pero este abrazó se sintió tanto como una despedida
de ella como pretendía de mi parte. No intentó detenerme, me rogó que me
quedara, ni dijo nada para cambiar mi parecer. Lo cual me llevó a creer que a lo
mejor no era consciente de lo que quería decir cuando la abracé. O, podría haber
sabido que sería inútil retenerme.
Después de que se apartó de mí, me miró a los ojos y acunó mi mejilla.
—Te amo, Killian. Nunca lo dudes. Nunca lo cuestiones. Puede que no seas
mi hijo, pero en mi corazón, siempre lo serás. Sólo quiero lo que sea mejor para ti.
Asentí, y luego la observé alejarse.
Al menos no tenía que verme alejándome.
Cuando la puerta se cerró tras ella, tomé un bolso de mi armario y empecé a
echar cosas. No tenía mucho. No necesitaba mucho. Sólo mis cuadernos de dibujo,
el anuario de papá, un par de cambios de ropa, y cheques de mi banco. Todo lo
demás podría resolverlo después.
Miré alrededor de mi cuarto, el que había usado durante los últimos siete
años. Este había sido mi hogar, aunque nunca se sintió como tal. Elise había hecho
todo lo que pudo para hacerme sentir cómodo, hacerme pertenecer. Pero sin
importar qué, nunca pude quitarme la sensación de ser un invitado.
Tenía muchos asuntos sin terminar
Mientras me escabullía por la ventana, dejando todo lo demás detrás, sabía
que había una cosa más que debía conseguir. Una cosa más sin la que no podría
irme. Una cosa que no podía dejar atrás. Todo lo demás era reemplazable,
incluyendo los dibujos y los cheques. Todo excepto ella.
Excepto Rylee.
La necesitaba.
U
n golpe estruendoso me sobresaltó. Me mantengo quieta por un
momento para darle una oportunidad a mi mente de comprender
de dónde había venido, aunque mi corazón ya lo sabía. Cuando
resonó de nuevo, salté de mi cama y abrí las persianas. Killian estaba del otro lado,
dando unos cuantos pasos hacia adelante y atrás con la mirada fija al suelo.
—¿Qué pasa? —pregunté cuando levanté la ventana.
Me miró y, por primera vez, sentí odio por la noche. No podía ver su
expresión, no podía leerlo, pero podía sentirlo. La devastación emanaba de él como
furiosas olas, pasando por la ventana hasta llegar a mí. Me sofocaban. Me
ahogaban en su dolor.
—Killian —susurré, aunque salió un poco más alto de lo que había previsto.
Miré detrás de mí a la puerta cerrada, por ninguna otra razón que para
tranquilizarme, y luego abrí la ventana como había hecho tantas veces para dejarlo
entrar. Pero él no se movió. No hizo ni un movimiento para entrar. Fue entonces
cuando mi pánico aumentó, alentándome a salir por la ventana.
Finalmente se detuvo cuando mis pies descalzos aterrizaron en la hierba. Le
tomó dos pasos llegar a mí, donde me tomó por los hombros y me miró a los ojos
bajo el cielo oscuro. Si la luna estaba presente, estaba escondida. La única luz era el
resplandor sutil de las estrellas, junto con la farola en el otro lado de la cerca.
—¿Qué pasa? —El miedo me consumió hasta que mi voz estaba temblorosa y
sin aliento.
—Huye conmigo. Ven conmigo.
Negué, esperando haberlo oído mal.
—¿A dónde vas?
—Ya no puedo quedarme aquí. Es hora de que me vaya. Pero no puedo irme
sin ti. No puedo dejarte atrás. Así que, por favor, ven conmigo. —La desesperación
en su tono me asustó. Me dejó con un gran vacío, sintiéndome confundida y
completamente desconsolada.
—No puedo, Killian. Mañana hay que ir a la escuela. Mis padres sabrán que
me he ido.
—Está bien. Puedo cuidar de ti. Seremos tú y yo.
—Tengo diecisiete. Todavía estoy en la escuela. —Intenté alejarme, pero su
agarre se apretó—. Tú todavía estás en la escuela. No podemos huir. ¿De dónde
viene esto? No entiendo. ¿Por qué te vas?
Finalmente me dejó ir y retrocedió unos pasos.
—Sólo< no puedo quedarme aquí m{s tiempo. Pero no puedo alejarme de ti.
Te necesito, Rylee. Por favor, ven conmigo. Huye conmigo.
—Killian, ¿oyes lo que dices? No puedo huir. No puedo dejar atrás a mi
familia. Teníamos un plan. Te quedarías y tomarías clases en línea en la
universidad mientras termino la secundaria, y luego nos vamos juntos. ¿Por qué
cambias esto? ¿Por qué no puedes esperar un año más?
Empuñó su cabello en sus manos y giró en círculos como un niño perdido en
un supermercado en busca de su madre. Luchando contra la confusión y preguntas
sin respuesta, envolví mis brazos alrededor de su cuello, inconscientemente
ofreciéndole la comodidad que sabía que necesitaba.
—Mírame. —Mantuve el tono uniforme, a pesar de la inquietud que fluía a
través de mis venas—. Todavía podemos irnos juntos< en un año. Sigamos con
nuestro plan. Sólo respira profundo, piensa en lo que estás haciendo y espera hasta
que termine la escuela.
Dejó caer sus manos sobre mis hombros y tomó un rizo a un lado de mi
rostro. Lo enrolló en un dedo mientras lo estudiaba cuidadosamente, como si lo
memorizara.
—No sé si puedo esperar. No sé cuánto tiempo más puedo quedarme aquí,
sabiendo que<
—¿Sabiendo qué, Killian? ¿Qué sabes? —pregunté cuando me di cuenta que
no terminaría su frase—. ¿Qué pasó esta noche?
Sus manos se posaron suavemente en mis caderas, pero luego su agarre se
apretó, acercando mi cuerpo al suyo.
—Ella no me entiende como tú. Nadie m{s. Te necesito, Rylee< m{s de lo
que necesito algo en el mundo. Eres la única que puede salvarme. Siento como si
estuviera en una prisión aquí. Atrapado en mi cabeza, atrapado en la pesadilla de
la cual no puedo despertar. Pero tú< eres lo único que hace que se vaya. Borras las
imágenes. Eres tú. Sólo tú. No me hagas hacer esto solo. No voy a sobrevivir.
Acuné su rostro y lo miré tan profundamente a los ojos como pude sin
suficiente luz. Aunque, no necesitaba verlos para saber cómo se sentía. Lo notaba
en su voz, en la forma en que me tocaba. En sus respiraciones desesperadas. La
tortura que había escondido durante años había resurgido y salido de sus poros, lo
saturó en agonía.
Sólo quería que eso desapareciera.
Silenciarlo.
Así que acerqué su rostro al mío. Con nuestros labios tan cerca, que podía
sentir su calor, susurré:
—Entonces quédate conmigo. Quédate conmigo. No te vayas. No te alejes,
Killian. Tampoco puedo sobrevivir sin ti.
Su boca se estrelló contra la mía con tanta fuerza que nuestros dientes
chocaron. Me recordó a nuestro primer beso, la primera vez que sentí sus labios.
Estaba ansioso, desesperado< necesitado. Quería evaluar el significado, descifrar
el propósito, pero no se detuvo. Tomó cada onza de oxígeno alrededor de nosotros
hasta que no quedaba suficiente para que mi cerebro funcionara correctamente. La
lógica no existía. El dónde, cuándo, cómo, por qué, no lo traducirían.
Éramos él y yo.
Yo y él.
Nadie más. Nada más. Sólo nosotros. A un lado de mi casa con la espalda
contra el ladrillo, sus labios sobre los míos, su lengua tomando el control, exigiendo
el control. Durante un breve momento, cuando metió los pulgares en la cintura de
mis pantalones cortos de algodón, mi pecho se contrajo. El miedo me ahogó. Pero
no duró mucho, porque no se tomó su tiempo. Mis pantalones cortos y bragas
cayeron alrededor de mis tobillos y sus labios se presionaron contra mi cuello.
—Te necesito, Rylee. —Fue todo lo que tomó para dejar mi mente en blanco
de todo el mundo que nos rodeaba. Tomó la parte posterior de mis muslos y me
levantó, sujetándome contra el lado de la casa. Mis piernas se envolvieron
alrededor de sus caderas y crucé mis tobillos detrás de él.
Durante el último año y medio, habíamos estado juntos tantas veces que
había perdido la cuenta. Al principio fue incómodo, ninguno de nosotros sabía qué
hacer, y ambos éramos completamente inexpertos. Pero habíamos aprendido
juntos. Estudiamos al otro. Y ahora, cada vez que me tocaba, no podía rechazarlo.
Mi cuerpo sabía lo que podía hacer, y lo anhelaba como un drogadicto.
Killian era mi droga.
La única droga que conocía.
Le desabroché los vaqueros y lo bajé lo suficiente para liberarlo. Estaba duro,
largo y palpitante en mi mano. Mi centró involuntariamente se apretó y pulsó,
anticipándolo dentro de mí.
Ni siquiera un segundo después que estuviera en mi entrada, de una
embestida entró. Su piel suave se movió dentro y fuera sin esfuerzo, cubierta de mi
necesidad de él. Su rostro permanecía en el hueco de mi cuello; su lugar favorito,
mientras acariciaba cada centímetro de mis entrañas, llevándome a alturas
indescriptibles.
—Te necesito —continuó gruñendo contra mi piel. Una y otra vez repetía el
mismo sentimiento, cubriéndome con su demanda, su promesa, su devastación.
Su cabello estaba enredado en mis dedos y usé el agarre para mantenerlo
cerca de mí. Mis ojos se cerraron por instinto. El calor me atravesaba como una
nube de tormenta, lenta y poderosa, que consumía todo. Pesada. Oscura. Intensa.
Me llenó por dentro y me cubrió por fuera. Apreté mis piernas alrededor de él
mientras llevaba más y más cerca del límite.
—Necesito que seas mía. Toda mía. —Su aliento me quemó el hombro.
—Soy tuya, Killian. —Tuve que forzar las palabras. Necesitaba escucharlas.
Pero estaba tan perdida en lo que su cuerpo le daba al mío, que no estaba segura
que lo haya dicho lo suficientemente alto o claro como para que lo entendiera—.
Soy tuya. Y tú eres mío.
Con eso, su ritmo aumentó, su fuerza aumentó. Podía sentirlo por todas
partes. En el interior, complaciendo la pura necesidad que sólo él podía alcanzar.
Afuera, donde su cuerpo se encontraba con el mío, donde su pubis rozaba mi
dolorido clítoris, sumándose a las crecientes sensaciones que provocaba. Contra
mí. A mi alrededor. No había una parte de mi cuerpo, por dentro o por fuera, que
no pudiera sentirlo.
Pero lo sentía más en mi pecho.
En mi corazón.
En. Cada. Latido.
El calor de su aliento ardió en la piel de mi cuello una vez más, y su voz ronca
se filtró en mis oídos. Sabía que había dicho algo, pero no lo entendí. Los
hormigueos se extendieron, convirtiendo el calor en hielo. El poder con el que me
vine, ensordeció sus palabras, me dejó sin sentido hasta del duro roce del ladrillo
contra mi espina dorsal. Me mordí el labio para calmar el intenso placer que me
inundaba y lo mantuve más apretado mientras sus embestidas se volvían
superficiales y duras.
Finalmente apartó su rostro de mi hombro y presionó su frente contra la mía.
Nuestras respiraciones se mezclaban mientras intentábamos calmarnos y procesar
lo que acababa de suceder. No era la primera vez que caímos en la necesidad de
sexo antes de terminar una conversación. Ambos parecíamos ser tan apasionados
por el otro, era difícil resistir el deseo de estar juntos, a pesar de la situación ante
nosotros.
Esta vez no fue diferente.
Excepto, esta vez, no nos dieron la oportunidad de terminar nuestra
conversación.
Si no hubiéramos estado respirando tan fuerte, podría haber pensado más en
el gato callejero que pasó por delante de nosotros. Podría haberlo contemplado
más que simplemente darme cuenta de lo que era. No lo habría ignorado. Pero no
tuve tiempo de procesarlo todo antes de que volteara por la esquina de la casa,
disparando la luz del detector de movimiento.
En lugar de alejarse, Killian me besó. Con fuerza. Su cuerpo tembló y su
agarre en mí se apretó. Era diferente a cualquier otro beso que me hubiera dado.
Como si me estuviera diciendo algo. Al oír el sonido la pantalla de la puerta, se
apartó de mí y me dejó en el suelo. Me tocó el rostro una vez más, quedándose un
segundo demasiado largo.
—Ve< antes que te atrapen. —Lo empujé con mi corazón tronando en mis
oídos. Su boca se movía, pero no podía oír nada, ni podía leer sus labios. El pánico
me alentó a seguir, hasta que lo empujé de nuevo. En un instante, saltó la valla y
aterrizó al otro lado con un suave golpe de sus zapatos sobre la hierba.
Me apreté contra el costado de la casa, rezando para que me escondiera lo
suficiente en las sombras. Mi respiración era errática, casi imposible de detener.
Cerré los ojos y mantuve el aliento, como si me hiciera invisible, pero en el
momento en que una luz brillante iluminó el dorso de mis párpados, supe que eso
era todo.
—¿Qué estás haciendo aquí afuera? —La voz profunda de mi padre sonó más
cerca de lo que pensé que estaba. La luz se alejó de mi rostro y me dio la
oportunidad de abrirlos. Lo encontré iluminando con su linterna mi ventana,
donde la pantalla estaba contra la pared debajo. Tomó una respiración enojada y
gruñó—. Vuelve adentro.
No podía moverme, congelada por el miedo. Mis pantalones cortos y bragas
todavía yacían en el suelo por mis pies. Mi camiseta era lo suficientemente larga
para que no pudiera verme, pero sabía que, si me miraba gatear por la ventana, lo
sabría. Así que, en lugar de seguir sus órdenes, permanecí donde estaba.
—Rylee< —Era una advertencia, una que sabía mejor que desobedecer—.
Dije que entraras ahora.
Dejando mi ropa detrás, me arrastré a lo largo del ladrillo hacia mi ventana
abierta. Di tres pasos antes que su gruñido resonara en la noche, sonando más
como un animal salvaje que mi papá. El rayo de luz iluminó mis muslos desnudos,
luego a la hierba. No necesitaba mirar para saber lo que encontró. El fluido caliente
a lo largo del interior de mi muslo se enfrió mientras bajaba por mi piel, era
suficiente para saber en el gran problema que estaba a punto de entrar.
Después de la primera vez que Killian y yo tuvimos sexo, nos aseguramos de
usar siempre un condón. Siempre. Estaba demasiado asustada para decirle a mi
madre, a pesar que me había asegurado que no estaría molesta. Sabía que haría
que me mantuviera lejos de Killian. Así que nunca se lo dije. Nunca fui al médico
ni empecé a usar métodos anticonceptivos. Afortunadamente, había comenzado mi
período dos días después, así que no tuvimos que sufrir mucho antes que
supiéramos que estábamos a salvo. Pero ahora lo sabía, de pie afuera delante de mi
padre, medio desnuda y semen goteando por mi pierna< no estaba a salvo.
En absoluto.
Nada podría protegerme.

Pasó una semana. Nada de Killian. Me habían castigado, no tenía permitido


salir de la casa excepto para ir a la escuela. Mis padres me habían quitado el
teléfono, así que no tenía forma de contactarlo. Todas las mañanas rezaba para
despertarme con una nota; aunque mi pantalla había sido reparada y mi ventana
cerrada. Pero cada mañana, me despertaba sin nada.
Pasó un mes. Aún no sabía nada de él. Mis padres me mantuvieron bajo llave,
y sabía que mi verano no sería diferente. Miraba fijamente la ventana delantera
durante horas, con la esperanza de verlo entrar, o por lo menos, pasar. Pero nunca
pasó.
El verano llegó y pasó. Era mi último año, un tiempo en que debería haberme
sentido en la cima del mundo. Pero no lo hice. No podía. No cuando Killian
prácticamente había desaparecido en el aire. No lo había visto desde que saltó la
cerca. Desde la noche que me dejó sola en la oscuridad, con nada más que su
semen en mí. Lo sabía< lo había sabido desde aquella noche; se había ido.
Y no iba a regresar.
—E
staré bien. No te apresures. Conduce con cuidado. —La
voz de Josh llenó mi auto a través de los altavoces,
sonando más profunda que de costumbre. Tenía una voz
profunda, pero no ronca ni pesada como otros hombres. Era< normal. Por alguna
razón, cuando hablaba con él a través del Bluetooth en el auto, lo hacía sonar más
{spero, m{s mezquino. Me gustaba< y a la vez no. Me encantaba el sonido de la
voz de un hombre, gutural y poderosa. Pero odiaba oírlo porque siempre me
recordaba a una persona; a quien no podía olvidar, sin importar cuánto tiempo
había pasado desde que lo había oído por última vez.
—Sin embargo, quiero estar ahí para apoyarte. Me siento mal por no poder —
dije.
—Ni siquiera es una pelea de verdad, nena. Sólo un chico que quiere hacerse
un nombre. No es gran cosa. Lo prometo. Lo noquearé en dos golpes, él caerá, la
campana sonará y todo terminará. No te perderás de mucho.
Recosté la cabeza contra el respaldo del asiento y me concentré en el tráfico
frente a mí. El trayecto desde Smithville, Tennessee a Baltimore era largo; unas
ocho horas, y todavía me quedaban al menos dos, siempre y cuando no me topara
con accidentes en el camino. Estaba cansada de estar en el auto, pero quería darme
prisa y llegar a casa. Bueno, el lugar al que había llamado casa por los últimos
cuatro años.
—Todavía no entiendo cómo funciona esta cosa de la pelea.
Josh rió al otro lado.
—Es lucha, Lee. Golpeas a la gente hasta que caigas o se rindan. No es difícil
de entender.
Pongo los ojos en blanco. Sólo llevábamos saliendo cuatro meses, y la mayor
parte de eso había estado en la escuela terminando mi carrera, así que todavía
éramos una relación nueva, pero odiaba cuán condescendiente podía ser algunas
veces. Josh era nueve años mayor que yo, y a veces, sentía que lo usaba como
excusa para hablarme de forma condescendiente. No sucedía a menudo, pero
cuando lo hacía, tenía que esforzarme para no discutirle.
—Sabes lo que quiero decir, Josh. No estoy hablando de luchar. Entiendo ese
concepto. Me refiero a las reglas. Cómo funciona todo. Esto no es una pelea de bar,
donde todo vale. —Suspiré y cambié de carril para rodear a un auto lento, mi
irritación con mi novio mezclándose con mi conducción—. Olvídalo. No te
preocupes por eso.
—Lo siento< no quería decirlo así. Pregúntame lo que quieras saber y te lo
diré. —Él me lo había explicado antes< más o menos. Josh tenía esta manera de
hablar con la gente como si ellos supieran lo que él quería decir. Utilizaba términos
y frases que no entendía y cuando lo interrumpiría para pedirle que aclarara, se
sentía frustrado. Así que eventualmente, dejé de preguntar, incluso cuando no
tenía ni idea de lo que estaba hablando la mayor parte del tiempo.
—Dijiste que esta noche no es una pelea de verdad, que es sólo algún niño
que quiere probarse a sí mismo. No entiendo eso. ¿Por qué pelear si no es de
verdad? ¿Y qué quieres decir con que él se pruebe? ¿A quién?
—Cuando alguien quiere ser escogido por un cuadrilátero, hacen dos cosas.
Puedes ir directamente al dueño del equipo y esperar que te tomen o puedes
arreglar lo que se llama una puja. Es algo así como una solicitud. Desde allí, vas al
ring y peleas. No puedes escoger a tu oponente; eso es escogido por ti. Los dueños
del equipo vienen a ver; como reclutadores para deportes en la escuela. Después
de la pelea, si te quieren en su cuadrilátero, te hacen una oferta.
—¿Y luego puedes escoger qué equipo quieres?
Su risa era suave y ligera, pero lo oí alto y claro.
—No, Lee —dijo con un poco de arrogancia que me hizo desear terminar la
llamada justo entonces—. Es una puja, lo que significa que quienquiera que ofrezca
la mayor cantidad consigue al luchador.
—Espera< ¿te refieres como dinero?
—Sí. Se convierte en el bono del contrato del luchador, supongo que podrías
decir.
—Haces que suene tan legítimo, Josh. —Sabía lo suficiente como para saber
que no lo era. Legal, tal vez, a través de excusas. Pero definitivamente no legítimo.
Esto puede haber sigo un negocio, pero para mucha gente, era un negocio para
matones.
—Eso es porque lo es. Di lo que quieras, pero estas peleas están reguladas.
—No por el Better Busines Bureau3. —Sacudí la cabeza, sabiendo que estaba a
segundos de enojarlo. Y no quería hacerlo mientras estaba en mi camino a verlo.
Ya era bastante malo que se hubiera vuelto loco cuando fui a casa a ver a mis
padres. Había tardado un día entero para que contestara mis llamadas y no quería
empezar eso de nuevo—. Sólo estoy tratando de entender por qué hombres
maduros querrían golpearse unos a otros. Tendría sentido si fuera por una razón,
como si este tipo te roba algo o hizo algo para enojarte, pero no lo hizo. Este tipo
quiere un trabajo; claramente, pero en lugar de ir a buscar algo y aplicar en algo,
entra a un ring preparado para derramar sangre.
—Haces que suene tan violento.
—¡Lo es, Josh! —Mis dedos se apretaron alrededor del volante y mis nudillos
se volvieron blancos contra el cuero negro. Inhalé profundamente para estabilizar
mi voz antes de continuar—. Supongo que nunca entenderé por qué haces esto.
—Nena< la lucha ha estado sucediendo durante siglos. No es un deporte
nuevo.
—No es un deporte. No entiendo cómo se puede llamar así.
—Entrenamos, competimos, ganamos, perdemos< es un deporte. Quiero que
lo entiendas, porque quiero compartir esta parte de mi vida contigo. Me encanta
cuando apareces para apoyarme. Me siento como un dios cuando estás allí
viéndome desde el otro lado de las cuerdas.
—Lo sé< también me gusta estar allí. Lo siento. No quería que esto se
convirtiera en una discusión. Es sólo que todo es tan nuevo para mí. Estoy tratando
de entenderlo para que pueda apoyarte. Es difícil cuando no puedo entender por
qué alguien estaría dispuesto a romper su nariz por unos cuantos dólares.
Su risa se filtró de nuevo a través de los altavoces, esta vez suave, nada
condescendiente.
—Es más que unos cuantos dólares, nena. Los buenos estarán por algunos
años, y mientras no gasten su dinero demasiado rápido, podrían vivir de sus
ganancias por un rato. Luego est{n los grandes< lo que infligen m{s heridas de las
que reciben. Duran más tiempo, y la mayoría de las veces, están asentados de por

3 Better Busines Bureau: Es una organización sin fines de lucro enfocada en el avance de la
confianza del mercado, que consta de 112 incorporados de forma independiente las organizaciones
locales de BBB en Estados Unidos y Canadá.
vida cuando salen del ring por última vez. Dalton, el dueño de mi equipo y
entrenador, era de los grandes.
Sonreí, pensando en Josh y en el poder que tenía detrás de sus golpes.
—¿Cuál eres tú?
—¿Yo? Nena, deberías saber esa respuesta. Soy un grande. Quiero tener mi
propio equipo un día. Llevar este deporte a un nuevo nivel. Y lo haré. Sólo mira.
Por eso necesito que estés completamente a bordo, porque estarás a mi lado
cuando lo haga.
Mariposas estallaron en mi vientre ante su sensibilidad. Puede que no
estuviéramos juntos desde hace mucho tiempo, pero Josh siempre hablada como si
fuéramos serios y nos dirigiéramos hacia un futuro duradero juntos. Considerando
que no había salido con nadie desde que tenía diecisiete años, me hizo algo. Me
llenó de emoción y esperanza.
—Bueno, sólo lamento no poder estar allí para ti esta noche. El tráfico está
despejándose y finalmente puedo conducir con mi control de velocidad, pero dudo
que llegue allí antes de que termine. Especialmente con la forma en que estás
hablando, sólo durará unos minutos. Estoy interesada en ver cómo ocurre esta
guerra de ofertas.
Una sonrisa envolvió su voz cuando dijo:
—Todo eso sucede después de que haya terminado. Se hace en privado. El
luchador no sabrá hasta mucho después en qué ring está o si es elegido en
absoluto. La mitad del tiempo, nadie lo toma.
—¿Cómo lo hiciste? ¿Hicieron una puja por ti?
—Nah. Conocí a Dalton en el gimnasio. Me habló de su cuadrilátero, así que
fui una noche para mirarlo. Fue justo después de que él empezara su propio
equipo. El lugar estaba lleno; la gente intercambiaba dinero de izquierda a derecha,
el aire estancando, el olor a sudor penetrando la habitación húmeda. Fue como si
hubiera encontrado el lugar donde pertenecía. Comencé a hacerle preguntas, y
antes de saberlo, había firmado para su equipo.
—¿Pero no es mejor ir a una puja? ¿Para ganar más dinero?
—Puede ser. La mayor parte del tiempo lo es. Pero para mí, sabía que iría
más lejos con Dalton que si me arriesgaba con alguien m{s. Él era inteligente< no
ofertaba alto y sólo tomaba lo mejor. Lo que significaba en torneos, su parte de las
apuestas es mayor. Entre más campeones tenga en su ring, mayor será el precio de
sus ganancias. Así que aparte de mi cuota personal por mis peleas individuales;
también consigo un porcentaje por el equipo. Todos lo hacen. Quiero estar en el
equipo ganador, Lee. Ahí es donde haces todo el dinero. No en el pago inicial.
—Creo que lo entiendo ahora. —Cuanto más hablaba de ellos y más lo veía
luchar, finalmente entendía cómo funcionaba todo. Siempre y cuando pudiera
comprender lo de golpear a alguien por dinero.
—Escucha, nena, tengo que irme. Dalton quiere hablar conmigo primero.
Llámame cuando llegues a la ciudad y te diré dónde estoy. Quiero verte. Te he
echado de menos.
Eso puso una sonrisa en mis labios.
—También te he extrañado. Te veré en menos de dos horas.
La llamada terminó, dejándome con el silencio en el auto y el zumbido de los
neumáticos en el camino. Me tomé el tiempo para pensar en todo lo que mis
padres dijeron mientras los visitaba durante el fin de semana. Querían que me
mudara de nuevo a Tennessee. Siempre había sido el plan. Terminar la
universidad, obtener mi título y regresar a casa.
Pero no pude.
Incluso estar allí este fin de semana sacudió mi base hasta sus cimientos.
Smithville no era nada más que un recordatorio de las cosas que había perdido. A
pesar de que Elise ya no vivía en la casa de al lado, no lo había hecho en años, eso
no me impedía pensar en él. Había pasado cinco años preguntándome dónde fue,
qué estaba haciendo y por qué nunca volvió por mí. En lugar de irme justo
después de la escuela secundaria, había esperado durante todo el verano, con la
esperanza de que regresara. Había sido nuestro plan desde que éramos niños. Pero
él nunca apareció.
Me había tomado años para finalmente abrirme a alguien más. No era como
si me hubiera mantenido disponible para Killian todo ese tiempo. El dolor con el
que me dejó era tan grande, tan profundo, tan irreparable, que tardé tanto en
curarme como para seguir adelante. Supe que no iba a regresar< demonios, lo
supe antes de irme a Baltimore en primer lugar. Así que mis razones para
contenerme no tenían nada que ver con él y todo que ver conmigo.
Entonces un día, me tropecé con Josh. Literalmente. El semáforo se había
puesto verde y el auto delante de mí había empezado a moverse. Bajé la mirada
por una fracción de segundo para cambiar la estación de radio y cuando alcé la
vista de nuevo, vi luces de freno. Más cerca de lo que estaban antes. Fue golpe en el
parachoques, pero me había sacudido. No pude detener los temblores que se
habían apoderado de mi cuerpo cuando salí del auto y encontré al conductor entre
su camioneta y mi capó. Ni siquiera lo había visto, no podía, mi atención pegada al
parachoques de plástico agrietado.
Su brazo se enrolló alrededor de mi hombro y caí contra su pecho duro como
un muro.
—Está bien. No te preocupes por mi auto. Se puede arreglar. ¿Cómo estás?
¿Estás herida? —Su voz tranquila cubrió los sonidos de la carretera que nos
rodeaba, amortiguándolos, y efectivamente me calmó en segundos—. Vamos, no
necesitas estar en medio del camino. Es muy peligroso. Entremos a ese
estacionamiento.
Había asentido y luego regresé a mi auto antes de seguirlo nerviosamente a
un edificio vacío al lado de la carretera. Fue cuando finalmente lo miré, lo observé
todo. Era hermoso de una manera tosca. Su cabello era corto, lo cual me recordó a
un hombre de negocios, aun así, nada más en él lo parecía. Las mangas de su
camiseta habían sido cortadas y sus pantalones cortos de entrenamiento colgaban
debajo de sus rodillas. Tenía un moretón desvaneciéndose al lado de un ojo y una
cicatriz dentada a lo largo del puente de su nariz que no había sanado a ras con su
piel.
Hermoso y tosco.
Los pensamientos de ese día y los que siguieron me mantuvieron ocupada en
mi camino de regreso. Realmente, Josh fue la única razón por la que no me había
mudado a casa después de graduarme hace un mes. No éramos lo suficientemente
serios para que permaneciera en Baltimore permanentemente, pero éramos todavía
demasiado nuevos para que me mudara a ocho horas de distancia. El nuevo plan
era darle unos meses más para ver qué clase de futuro podríamos tener antes de
tomar la decisión final. Mientras tanto, me quedaría en mi pequeño apartamento y
mantendría mi trabajo en la casa de los niños.
Cuando llegué, presioné su nombre en mi teléfono y escuché mientras sonaba
a través del auto. Cuando el tercer timbre llegó, pensé que estaba ocupado y no
contestaría. Entonces alguien contestó. No Josh, sin embargo.
—¿Lee? ¿Dónde estás? —Sólo había dos personas que me decían así: Josh y
Dalton. Sabía quién era por la voz áspera de fumador.
—Acabo de llegar a la ciudad. ¿Dónde está Josh? ¿Está todo bien?
—Él no saldrá de la habitación trasera. Lleva allí diez minutos. Ya rompió
una mesa y perforó un huevo en la puerta.
—Eso no suena bien. ¿Qué pasó?
—Happy pasó.
Esperé por más, pero no me dio nada.
—Ni siquiera sé lo que eso significa.
—El chico con quien luchó esta noche, su nombre es Happy. Josh no estaba
preparado para él. Demonios, yo no estaba preparado para él. Está jodidamente
enfermo< como de la cabeza. Parecía que estaba listo para derribar a Josh y
dejarlo muerto. En cuanto al tamaño, estaban igualado, pero< maldita sea, Lee, no
lo sé. No sé dónde salió mal. Josh no tuvo ninguna oportunidad.
—¿Está lastimado?
—Sí, está bastante golpeado. Pero más que eso, está enojado. Ha perdido sólo
una vez en los dos años que ha estado haciendo esto y eso fue al principio. Por
supuesto, no cayó sin dar pelea, pero no fue bonito. No creo que este niño Happy
haya sangrado en absoluto. ¿Cuánto falta para que llegues?
—Diez minutos, a lo sumo. Voy en camino. Dile que ya voy.
—Lo haré. —Entonces la línea se cortó.
Pasé el límite de velocidad, manteniendo mis ojos alertas por policías
mientras mi mente se retorcía con pensamientos de Josh herido. Aparte de las
prácticas y el entrenamiento, él sólo había estado en seis peleas desde que
empezamos a salir, bueno, desde que me había dicho lo que hacía para ganarse la
vida Lo había visto cortado, sangrando y con moretones unos cuantas veces, pero
nunca lo había visto herido.
No tenía ni idea a lo que estaba a punto de entrar.
Abrí la puerta muy pintada de un gimnasio oscuro y tranquilo. Podía ver el
ring de boxeo debajo de los focos, pero aparte de eso, todo parecía vacío. La
habitación trasera en la que Josh se había metido se encontraba en el otro extremo
y tenía mis ojos en el pasillo mientras caminaba a través del espacio vacío.
Cuando me acerqué más al ring, más hacia la luz, alguien se levantó de los
asientos, más como gradas. El hombre grande, alto y ancho, con músculos
retorcidos con más músculos escapando de las mangas cortadas de su camisa,
llamó mi atención cuando eché un vistazo. Su pecho era ancho, la camisa apretada,
destacando cada línea de su cuerpo. Mi paso se ralentizó y él se quedó
completamente quieto, lo que me dio la oportunidad de verlo completamente
Con él de pie en las sombras, no podía descifrar el color de su cabello, pero
podía decir que estaba tirado hacia atrás en un moño descuidado y su rostro estaba
surcado con el pelo del mismo tono. Sus cejas estaban tan juntas que apenas podía
ver sus ojos. Se entrecerraron mientras me miraba fijamente. Nunca lo había visto
antes, pero con el odio puro incrustado en cada uno de sus rasgos, supuse que
tenía que ser Happy.
Me di la vuelta y aceleré mi paso hacia el pasillo. No quería estar a solas con
él. No se parecía a alguien con quien quisieras tener una conversación. Cuando
llegué a la puerta de la habitación trasera, miré por encima de mi hombro una
última vez. Aparte de su cabeza, ahora volteada hacia mí, no se había movido ni
un centímetro.
Envolví mi mano alrededor de la manija de la puerta y la giré un cuarto, pero
luego me detuve. Mi vista permanecía fija en el hombre enojado en las sombras y
mi corazón prácticamente se detuvo. El miedo que había acelerado mi ansiedad se
evaporó y la parte posterior de mis ojos ardían con la incontrolable necesidad de
llorar.
No podía ser.
Era imposible.
Su cabeza se inclinó ligeramente hacia un lado.
Y lo supe.
Mi agarre en la manija se aflojó y mis rodillas se debilitaron. Incliné mi
cuerpo hacia él, pero antes de que pudiera moverme, la puerta se abrió, captando
mi atención. Con los ojos muy abiertos, me quedé mirando la abertura,
encontrando a Dalton de pie frente a mí.
—Él te necesita —dijo y di un paso atrás.
Miré detrás de mí a las gradas de nuevo, pero estaban vacías. Él no estaba
allí. Tuvo que haber sido mi imaginación. Recorrí el espacio abierto, pero no
encontré a nadie. Finalmente, Dalton se aclaró la garganta y llamó mi atención de
nuevo.
Detrás de él, en la mesa acolchada forrada de papel, normalmente limpia,
pero ahora cubierta de sangre, estaba Josh. Mis pies me llevaron hasta él, aunque
mi corazón se quedó en el pasillo. Se quedó con el hombre silencioso en las
sombras. El hombre que no pudo haber estado allí. No debió haber estado allí.
—Oh, Dios mío —dije con un jadeo mientras cubría mi boca abierta con mis
dedos—. ¿Estás bien? ¿Qué sucedió?
Josh agarró mis caderas y me arrastró más cerca de su cuerpo maltratado. Su
frente cayó sobre mi pecho, no le importó que mi camisa fuera manchada con su
sangre.
—Sólo hazme sentir mejor. Cálmame, Lee.
Parecía roto y débil, pero su tono era áspero y enojado. Su agarre sobre mí se
hizo más apretado cuanto más tiempo estuve entre sus piernas, casi hasta el punto
de causarme dolor. En un esfuerzo por calmarlo, pase los dedos por su cabello
húmedo y esperé a que levantara la cabeza.
A pesar de los cortes remendados, sangre seca y fresca y la decoloración que
sabía sería moretones en la mañana, sus ojos brillaban como un cielo de mediodía,
como las aguas profundas en el Caribe. Era lo suficientemente impresionantes
como para perderme en ellos, para olvidar todo sobre el fantasma en el gimnasio.
—Estoy aquí, Josh.
M
e senté fuera por casi una hora, vigilando, esperando.
El tiempo se detuvo. No significaba nada. Los números del reloj
cambiaron, se transformaron en el siguiente, pero no era nada
más que un dígito para mí. De alguna manera había retrocedido en el tiempo
mientras vagaba lentamente por el espacio vacío. La reconocí al segundo que había
entrado, incluso sin iluminación adecuada, incluso con los cambios en su
apariencia.
No importaba cuánto tiempo había pasado, la conocía.
Mi corazón la conocía.
Podría haber sido sordo, mudo y ciego, y aun así la habría reconocido.
Finalmente, la agonizante espera llegó a su fin. La puerta se abrió y ella salió.
Parecía estar enojada. Tenía la cabeza baja y, por lo que pude ver, se limpió la
mejilla con el dorso de su mano. El pensamiento de ella en lágrimas me volvió
asesino. Había vuelto a la habitación para verlo. Y ahora... estaba llorando.
Quise patear su trasero de nuevo.
Hacerlo sangrar más.
Y no parar cuando me dijeran que lo hiciera.
Verla caminar por el gimnasio me jodió la cabeza. No esperaba que estuviera
allí. No debería haber estado allí. Por un momento, no creí que me hubiera
reconocido. Pero luego se dio la vuelta, e incluso desde el otro lado de la
habitación, pude ver el reconocimiento en sus ojos. Puesto en sus hombros, su
boca... esos labios. Lo supo.
Pero el gimnasio no era un lugar para volver a conectar.
Así que esperé a que se fuera. Para seguirla.
Quizás no era el momento oportuno, el lugar correcto, bajo las circunstancias
adecuadas, pero no me importaba. Puede que haya mantenido mi distancia, pero
no fue por elección. Me había alejado por determinación. Odio. La necesidad de
encontrar mi paz. Tuve que luchar contra el pensamiento de regresar todos los días
desde que huí. No pasó un día sin que la recordase. Pensé en ella con cada
respiración que tomé, cada sueño en el que me había despertado en una piscina de
mi propio sudor. Cada onza de semen sacado de mi polla se hizo con ella en mi
cerebro.
Ella.
Siempre había sido ella.
Me quedé a una distancia segura detrás de su auto mientras ella, sin saberlo,
me llevó a su casa. No tenía ni idea en qué me estaba metiendo, pero no me
importaba. No podía darle exactamente la espalda después de verla por primera
vez en cinco años. Era antes de lo previsto, y el hecho que me viera en el gimnasio
jodió todo. Pero de nuevo, me faltaba la capacidad de ignorarla.
Me había alejado una vez antes.
Nunca sería capaz de hacerlo de nuevo.
Cuando se estacionó en el lateral de una calle de un solo sentido, encontré un
espacio a varios autos de distancia y esperé. Vi en qué edificio entró, pero todavía
no podía tranquilizarme. Necesitaba un minuto extra. Necesitaba averiguar cómo
acércame a ella. Un minuto se había convertido en quince, y antes de que lo
supiera, estaba prácticamente golpeando su puerta. Lo que me proponía que fuera
un golpe normal se convirtió en un impaciente y atronador aporreo con mi puño.
Se abrió lentamente, y como si el tiempo se detuviera, allí se hallaba ella.
Rylee Anderson.
Sus ojos marrones; más oscuros de lo que recordaba; estaban como platos, su
boca abierta. El cabello le caía sobre los hombros, sedoso y brillante. Lacio.
Ninguno de los rizos que había pasado años retorciendo alrededor de mi dedo. Su
camiseta blanca, sin mangas abrazaba su cuerpo y más que aludiendo el hecho de
que no llevaba sujetador. Los pezones redondeados y respingones se erguían bajo
el tejido de canalé que cubría su agitado pecho. Los pantalones de algodón negro
se adaptan a sus nuevas curvas como un guante, y no quería nada más que verla
sin nada.
Desnuda.
Tendida debajo de mí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Sus palabras entrecortadas atrajeron mi
atención de sus caderas a su rostro. El mismo rostro que había dibujado mil veces
desde que la dejé hace tantos años. Excepto que, ninguna de mis representaciones
de ella coincidía con la belleza que estaba delante de mí ahora.
El tiempo había sido bueno con ella, y me pregunté por qué me había
abstenido de buscarla. Había subido por lo menos siete kilos. Siempre pensé que
era perfecta, hermosa. Sin defectos. Pero al verla ahora, haría falta nada menos que
una marea invencible para alejarme de ella.
Traspasé el umbral y agarré sus mejillas, presionando mi cuerpo al ras con el
suyo. Tenía tanto que decir, mucho que decirle, pero era demasiado pronto para
eso. No tenía nada preparado aparte de lo que sabía que diría cuando finalmente
apareciera otra vez. Sin embargo, no podía repetir nada de eso. No había
anticipado cuánto me aturdiría; me reduciría al silencio; volver a verla.
—¿De verdad eres tú? —Sus palabras estaban llenas de lágrimas, las mismas
haciendo surcos en su cara.
Me incliné y soplé su nombre a través de sus labios.
—Rylee...
Debe de haber sido suficiente para que recuperara sus sentidos. Empujó mi
pecho, añadiendo espacio entre nuestros cuerpos, y luego giró la cabeza fuera de
mi agarre. La igualé paso por paso; dio otro hacia atrás y me adelanté.
—¡No! —Su voz se profundizó, severa e implacable—. No puedes
simplemente regresar después de cinco años. No puedes aparecer en mi casa y
esperar que caiga en tus brazos como si nunca te hubieras ido. Ahora no. No
después de todo lo que me has hecho pasar.
Se apartó de mí, mantuvo la puerta abierta, y señaló hacia fuera en una orden
silenciosa de que me fuera. Lo que no sabía, es que eso no iba a pasar. No estaba
dispuesto a alejarme. No pude más de una hora cuando la vi en el gimnasio. No
pude más de quince minutos mientras estaba sentado en mi coche. Y no podía
ahora que la había tocado, olido, oído.
La agarré del brazo con una mano, la aparté y cerré la puerta. Tan pronto
como la cerradura hizo clic en su sitio, me moví en su espacio hasta que su espalda
estuvo contra la puerta y mi pecho estaba a ras del suyo. Enrollé un mechón de su
cabello en mi dedo antes de fijar mi atención en las llameantes motas doradas en
sus ojos.
—No voy a ninguna parte.
Todo su cuerpo se estremeció contra el mío, y eso me obligó a apartarme uno
o dos centímetros, lo suficiente para evaluarla. No tenía idea de por qué reaccionó
a mí de esta manera. Como si la hubiera asustado. Nunca lo había hecho antes. Las
únicas veces que la había visto temblar eran después de que hubiera logrado
llevarla al clímax. Nunca por miedo. Pero por la mirada en sus ojos, podía decir
que esto era diferente.
—No puedo hacer esto contigo —susurró.
Mi corazón se partió, liberando las emociones que había encerrado durante
tanto tiempo.
—¿Por qué no?
—Ya te dije. Demasiado tiempo ha pasado, han ocurrido demasiadas cosas
entre nosotros. Me lastimaste demasiado. No hay vuelta atrás. —Su rostro se
arrugó con un silencioso sollozo y su cabeza colgó un poco hacia adelante—. Tal
vez si hubieses vuelto hace un año... hace dos o tres años. Pero no lo hiciste. Ya es
demasiado tarde.
Levanté su barbilla y sequé una lágrima con el pulgar.
Su cuerpo se puso rígido.
—Siempre dijiste que querías robar la luna del cielo para congelar el tiempo,
entonces solo seriamos tú y yo. Dijiste que no querías que llegara el día siguiente.
Bueno... felicitaciones, Killian. Robaste la luna. Te la llevaste contigo y me dejaste
con solo días interminables sin ti. El tiempo se detuvo, como querías. Excepto que,
en vez de atraparnos juntos, me dejaste sola.
—Quería volver por ti.
—Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —La desesperación araño sus palabras.
—No pude...
Me dio un golpe en el pecho. Una vez, dos veces. Tres veces.
—¡Eso no me basta!
—Eso es todo lo que puedo darte ahora mismo.
—¡Entonces vete! ¡Y no vuelvas!
Le agarré las muñecas para evitar que me golpeara de nuevo, y luego la
empujé contra la puerta una vez más.
—Eso no va a pasar, y lo sabes. Apenas sobreviví cuando te dejé. No puedo
hacerlo otra vez.
Su mirada cayó a mi pecho y se burló.
—¿Apenas sobreviviste? Parece que no has sufrido un segundo. ¿Es esto lo
que hiciste en tu ausencia? —Retorció sus brazos fuera de mi agarre y agitó las
manos sobre mi pecho—. ¿Qué hiciste? ¿Pasar cada día entrenando? ¿Adquiriendo
músculos? ¿Peleando?
Sus palabras me abofetearon, trayéndome de vuelta al presente.
—¿Por qué estabas en el gimnasio esta noche? ¿Por qué estabas con él?
Parpadeó rápidamente hacia mí mientras forzaba el aire dentro y fuera de sus
pulmones a un ritmo acelerado.
—¿Por qué? —Mi súplica sonó como si estuviera ahogado.
En lugar de contestarme, sacudió la cabeza e intentó apartar la mirada. Su
evasión dio a luz a mi frustración hasta que el calor desenfrenado lamió mi piel, mi
rostro en llamas con el temperamento que había liberado de su jaula hace cinco
años.
—¿Por qué, Rylee? ¡Dime! —Mi paciencia había empezado a agotarse. No
quería gritarle, asustarla aún más de lo que ya había hecho. Pero necesitaba
respuestas. Necesitaba oírla decírmelo. Porque no podía creerlo sin su
confirmación.
Me negaba a creerlo.
—Eso no es asunto tuyo, Killian. Me dejaste... por si te has olvidado.
—Te dije que me iba. Te pedí que vinieras conmigo. Te rogué Fue tu decisión
quedarte. No actúes como si hubiera desaparecido sin decirte nada.
Se burló y puso los ojos en blanco, el miedo en ella, pareciendo disiparse un
poco.
—Eres un idiota —susurró, casi para sí misma. Antes de que tuviera la
oportunidad de pedirle que lo repitiera, me empujó de nuevo—. Me dejaste de pie
en mi patio trasero, sola, con tu semen goteando por mi pierna. Tú me dejaste allí
para lidiar con las consecuencias por mi cuenta. —Su voz se elevó con cada palabra
que gritó.
—¡Me dijiste que me fuera! —Golpeé mis manos contra la puerta a cada lado
de su cabeza, inclinándome en su espacio—. ¡Me empujaste y me dijiste que me
fuera!
—¡Te estaba protegiendo! —Un torrente de lágrimas cayó por su rostro y me
inundó con un dolor insoportable. Arrepentimiento. Su ira no era más que una
fachada para su dolor—. ¿Quién estaba allí para protegerme, Killian? ¿Eh? Nadie.
Tuve que lidiar con todo sola. Mi papá me encontró afuera a las once de la noche,
mi ropa interior en el suelo, medio desnuda. ¿Dónde estabas cuándo me
interrogaron? ¿Cuando me miraron con bastante decepción y disgusto para
sofocarme? ¿Dónde estabas al día siguiente cuándo mi mamá me llevó a tomar la
píldora del día después porque te corriste dentro de mí? ¿O todos los días que
siguieron cuándo mi corazón se rompió más y más? ¿Dónde estabas? —Enfatizó la
última pregunta con su puño contra mi pecho.
—Lo siento<
—No lo hagas. —Rylee me apuntó con un dedo manicurado en el rostro—.
No te atrevas a pedirme disculpas como si una sola palabra pudiera compensar los
años que tuve que enfrentar sin ti. Finalmente, llegué a un punto en el que no me
moría, donde ya no sentía como si me estuviera ahogando en el dolor de tu
ausencia. Y aquí estás, trayendo todo de nuevo. Trayendo todo el dolor a mi
puerta. Bueno, no más, Killian. No dejaré que me destruyas otra vez.
Quería contarle todo, sacarlo para que supiera por qué me fui. Por qué no
podía volver. Por qué tuve que irme entonces en vez de esperar un año. Pero no
salió nada. Todo lo que se me vino a la cabeza serían excusas, cosas que nunca
entendería. Razones que ella no aceptaría. Así que, en vez de gastar saliva,
retrocedí.
Le di unos tres metros de espacio.
Pero hasta que contestara a mi pregunta, eso era todo lo que le daría.
—¿Por qué estabas allí esta noche? —mascullé a través de dientes apretados.
—No lo sé, Killian... ¿Por qué estabas tú ahí?
—Sólo responde a mi maldita pregunta. —Había pasado cinco años sin su
suavidad. Cinco años sin su capacidad para calmar mi alma, aliviar mi dolor,
agotar mi ira. Una gran cantidad de rabia se puede construir en ese periodo de
tiempo, y toda parecía estar saliendo de mí ahora mismo.
—No voy a contestar a nada. —Abrió de nuevo la puerta y se paró a un
lado—. Necesitas irte. Mis vecinos pronto estarán en el pasillo, y algo me dice que
no apreciarías que apareciera la policía.
Su actitud tranquila me puso al borde. Di un paso hacia ella, pero me detuve.
—Sólo contéstame, por favor. Y luego te dejaré en paz.
Su mirada cayó por un segundo antes de encontrar la mía de nuevo. Algo
destelló en sus orbes dorados, pero fue tan rápido, tan breve que casi se me escapa.
No pude distinguir lo que era. Sea cual sea la emoción que vi anudó mi estómago y
casi me dejó sin respiración.
Se aclaró la garganta y enderezó su postura.
—Estaba allí por Josh.
Di un paso más. Los pies me pesaban, tan pesados como mi mente y mi
corazón, pero seguí adelante hasta cerrar más espacio entre nosotros.
—¿Por qué?
—Me necesitaba después de la pelea. —Miró mis manos, probablemente
notando los pequeños cortes y rastros de sangre seca en mis nudillos—. ¿Supongo
que es seguro asumir que eres4 Happy?
—¿Estoy feliz? No. De ninguna manera, Rylee. De hecho, estoy furioso.
—No. Me refiero al luchador. Happy.
Otro pasó y ahora estábamos a menos de un paso de distancia. Bajé la voz,
consciente de que la puerta de la calle seguía abierta de par en par y, en cualquier
momento, alguien podría haber caminado por el pasillo. Alguien podría haberme
oído.
—¿Por qué estabas allí por él? ¿Por qué te necesitaba?
—Quizá porque le diste una paliza.
Cerré los ojos y sacudí la cabeza. Ella sabía el significado de mi pregunta, y
cuanto más tenía que preguntar, más enojado me ponía.
—Deja de jugar. Deja de hablar en círculos y responde a mi puta pregunta.
¿Por qué? ¿Te? ¿Necesitaba?
El sonido musical de un móvil sonó desde el otro lado de la habitación,
atrayendo su atención. La agarré por la barbilla y la obligué a mirarme en vez del
ruido ofensivo. Una vez más, no habló. Cuando la canción terminó, esperaba que
me diera una respuesta. En su lugar, la música empezó de nuevo, apenas haciendo
una pausa antes de acabar y empezar. Miró hacia un lado y luego hacia mí.
—Es él. Si no contesto, vendrá. No creo que quieras que eso suceda.
—Entonces contéstame.
—¿Quieres oírme decirlo? Bien. Porque estamos juntos. Él es mi novio.
Estamos saliendo. Josh y yo. —Cada frase, cada aclaración, era como otro golpe en
el pecho con un puño de acero.
—No puedes estar con él, Rylee.
—¿Por qué no?
Apreté los dientes con la fuerza suficiente que me causó dolor en la
mandíbula. La respuesta estuvo en la punta de mi lengua, pero tuve que
tragármela de nuevo. En cambio, escogí una respuesta que ella entendería mejor.
—Porque eres mía.

4
Eres: You’re en ingles original, puede significar, eres o est{s. Happy, feliz.
M
ía. Eso es todo lo que escuché. Se repetía en mi mente una y
otra vez. Había mostrados los dientes y mascullado con una
voz tan profunda y ronca que sonaba como si estuviera
gargareado con fragmentos de vidrio roto. Sus ojos habían atrapado los míos.
Y luego se fue.
Me dejó allí de pie, en la puerta abierta y vacía. Un escalofrió me envolvió,
pero no sabía de dónde venía, aparte de su ausencia. Mi teléfono siguió sonando, y
finalmente rompió el hechizo bajo el que había estado desde que Killian proclamó
su posesión sobre mí y salió corriendo.
Cerré la puerta, atravesé la habitación y cogí mi teléfono, ya conocía a la
persona que llamaba.
—¿Hola? —Traté de quitar la emoción de mi voz, aunque todavía salió
temblorosa y sin aliento.
—¿Dónde estabas? He llamado cuatro veces.
—Lo sé. Lo siento. Me estaba cambiando y lavándome la cara.
El suspiro de Josh se deslizó a través del auricular, y ojalá pudiera haber
dicho que me calmó. No lo hizo.
—Estaba a punto de ir allá. Me preocupaba que te hubiera pasado algo. Te
marchaste con tanta prisa...
Él sabía por qué salí corriendo del gimnasio tan rápido.
Pensar en cómo me había tratado; con Dalton en la habitación; hizo que mi
estómago se revolviera y empujara la bilis por mi garganta. Había dicho que me
necesitaba, así que estuve allí. No tenía ni idea de que su manera de necesitarme
era forzando mi mano en sus pantalones para acariciar su pene flácido.
—Escucha, Lee... lo siento mucho por lo de antes. No lo dije en serio. Estaba
terriblemente jodido. Sé que no es una excusa, y no estoy queriendo que sea así.
Sólo quiero que entiendas que no es quien soy. No es lo que hago. Sólo estaba
enfadado y perdí la cabeza por un minuto.
—Está bien. —Eso fue una mentira, porque no estaba bien. Nada de eso
estaba bien. Pero desde que Killian apareció en mi puerta, llenó mi apartamento
con su presencia, me reclamó y luego se alejó, no pude pensar demasiado en lo que
Josh había hecho en el gimnasio—. No lo hagas de nuevo. Por favor. Me hizo sentir
muy incómoda, especialmente con Dalton de pie justo allí. No soy esa clase de
chica.
—Sé que no lo eres. Por eso eres especial. Y confía en mí, eso no volverá a
suceder. No perderé otra vez. Cualquiera que tome esteroides que sea ese hijo de
puta mejor que esté preparado para perder un luchador y un montón de dinero
porque la próxima vez, lo dejaré seis metros bajo tierra.
—¿Dalton no lo quería? —Contuve mi respiración hasta que él respondió,
preocupado por lo que sucedería si él y Killian estuvieran en el mismo equipo.
También me preocupaba lo que pasaría si terminaban en el ring juntos de nuevo.
—No se supone que me diga nada, pero dijo que el precio era demasiado alto
para él. Nadie ha hecho una oferta tan alta en nadie antes. Dalton rechazó el
negocio porque era más de lo que estaba dispuesto a pagar.
—Si es un buen luchador, ¿por qué es demasiado para pagar?
—Todo se reduce a la cantidad de victorias que tendrás que conseguir para
pagarla. Dalton nunca ofrece más de lo que él llama un reembolso de cinco
victorias. Y con el gran torneo acercándose, no quiere correr el riesgo de no tener
tiempo suficiente para entrenarlo correctamente.
—Oh. Eso tiene sentido.
Suspiró de nuevo, seguido por un breve y contenido gruñido.
—No quiero hablar del ring más esta noche. Te he echado de menos. Tuve
que pasar cuatro días sin ti, y luego volviste para que me comportara como un
jodido idiota. Dime algo bueno. ¿Cómo estuvo la visita con tus padres?
Me encogí de hombros, aunque sabía que no podía verme.
—Estuvo bien. Pasaron la mayor parte del tiempo tratando de hacerme
regresar a casa.
La risa llenó su voz cuando dijo:
—Espero que les dijeras que se fueran a la mierda.
—No, Josh. No les dije eso.
—No vas a regresar, ¿verdad? —Era una pregunta, pero la forma en que lo
dijo sonó más como una amenaza. Josh no era abusivo conmigo, nunca me había
pegado. Pero la forma en que sonaba en aquel momento, junto con sus acciones en
la habitación de atrás, me dejó inquieta.
—No lo sé.
El silencio me encontró, seguido por un ruido sordo en el otro extremo,
probablemente él golpeando algo.
—¿No lo sabes? ¿Estás pensando seriamente en dejarme?
—Josh, ¿podemos por favor no hacer esto ahora?
—No. Lo estamos haciendo ahora mismo. Necesito oírlo de ti.
—Dije que no lo sé. Es decir, no sé si me quedo o me voy. A decir verdad, tú
eres la única razón por la que todavía estoy aquí, y nuestra relación es todavía
nueva. Quiero ver dónde van las cosas, ver cómo trabajamos antes de tomar una
decisión.
Su respiración laboriosa se calmó un poco, lo que significó que lo que dije le
ofrecía alguna especie de paz.
—¿Qué debo hacer para demostrarlo? Tú eres para mí, Lee. Lo supe en el
momento en que te estrellaste contra mí. La primera vez que te miré a los ojos, besé
tus labios... lo supe. Así que dime, ¿qué tengo que hacer para que sepas que soy
yo?
—No deberías convencerme, Josh. No es así como funciona esto.
—Es él, ¿no? ¿El chico que te rompió el corazón?
Todo el aire de mi apartamento desapareció y las paredes empezaron a
cerrarse. Las luces se apagaron, o tal vez esa era mi visión que se oscurecía.
—¿Q-qué?
—La razón por la que tienes miedo de seguir adelante conmigo. Es él, ¿no?
Escucha, nena, no voy a huir. No voy a dejarte sin una explicación. No, no te voy a
dejar. ¿Cuándo vas a confiar en mí? ¿Qué más tengo que hacer para demostrarlo?
Él estaba en lo correcto. Había sido bueno conmigo, paciente y atento.
—No tienes que hacer nada, Josh. Sólo necesito un poco más de tiempo antes
de tomar una decisión tan drástica.
—¿Drástica? Ya vives aquí.
—El plan siempre ha sido obtener mi título y luego regresar a Tennessee. Así
que sí, quedarme aquí sería un movimiento drástico para mí. —Enterré mi pulgar
en mi sien y cerré los ojos—. ¿Podemos por favor no discutir sobre esto? He tenido
un largo día y mi cabeza está empezando a doler.
—¿Puedo ir? —Su tono había caído unas cuantas octavas, sonando más
profundo de lo normal—. O puedes venir aquí. No me importa. Sólo quiero verte,
abrazarte, tocarte, besarte. Me he pasado cuatro días sin ti y lo eché a perder antes.
Quiero compensar eso.
—Estoy realmente cansada. Tal vez mañana por la noche. Honestamente,
Josh, sólo quiero subirme a la cama y dormir. Incluso podría hacerlo sin la
televisión esta noche. Eso debería decirte lo cansada que estoy —le dije con una
sonora risa. Siempre me burlaba de quedarme dormida con la televisión
encendida.
Había crujido en el otro extremo de la línea, grifos y movimientos como si
estuviera haciendo algo en su teléfono.
—Mierda—siseó—. Cal eligió al hijo de puta.
—¿Qué?
—Dalton acaba de enviarme un mensaje contándome que ese Happy hijo de
perra está en el equipo de Cal.
—Biieen...—Alargué la palabra, dejando que mi confusión fuera conocida en
una sílaba alargada—. No tengo ni idea de lo que eso significa. ¿Es malo? ¿Y quién
es Cal?
—Cal es el dueño del ring en el que Dalton solía luchar antes de que se fuera
y empezara el suyo propio. Hay riñas entre ellos. Desde que Dalton se fue, Cal ha
estado tratando de encontrar a alguien que pueda derribar a los tipos en el círculo
de Dalton. Nadie ha podido sacarme, así que apuesto que está babeando sobre este
nuevo hijo de puta.
—¿De dónde vino él? Este tipo Happy, quiero decir. ¿Lo has visto antes?
¿Alguien ha oído hablar de él? —No podía permitir que Josh supiera que yo era
consciente de quién era Happy. No podía decirle que era Killian. Sólo terminaría
horriblemente.
—Nadie sabe. Sólo apareció de la nada. Pero no me sorprendería que viniera
de otro ring. No es que esto esté organizado a nivel nacional. Hay rings en todo
Estados Unidos, y ninguna lista para cada peleador. Sólo sabemos de los que
luchan localmente. Si vino de otro estado, realmente no hay forma de saberlo. Yo
estaría dispuesto a apostar que fue expulsado de otro equipo y se mudó aquí para
reagruparse.
—¿Por qué habría sido expulsado? No sabía que eso fuera posible.
—Si no sigues las reglas, no te mantendrán. Así de grande es la
responsabilidad.
—¿Cómo qué tipo de reglas? —Sabía que Josh pensaría que simplemente
estaba interesada en lo que hacía para ganarse la vida, cuando en realidad, mi
curiosidad se despertó a causa de Killian, preguntándome de dónde había venido
y donde podría haber estado en los últimos cinco años.
—Es pelea sin guantes, nena. Hay muchas reglas. Las cosas se ponen mal
cuando alguien muere, por lo que hacen todo lo posible para asegurarse de que no
suceda.
—¿Ha ocurrido alguna vez antes?
—Estoy seguro de que sí, pero no por aquí. Por lo menos, no desde que he
estado en el ring. —O se tomó un descanso de explicar, o me había distraído,
pensando en la gente que es matada mientras luchaba, y todo podría haber sido
legal posiblemente. Pero luego volvió a hablar y me llamó la atención—. No te
preocupes, Lee. Nada me va a pasar. Fui a la pelea esta noche un poco arrogante y
sin preparación. Eso no volverá a suceder.
—¿Volverás a pelear con él?
—Más que probable. Si llega al torneo, es muy probable que lo vea en el ring.
Espero que sea para el campeonato, también. Me encantaría otra oportunidad para
hacer que se rinda como la niñita que es.
Bostecé, más exagerado de lo necesario, pero estaba lista para colgar el
teléfono.
—¿Oye, Josh? ¿Podemos hablar mañana? Estoy tan cansada después de mi
viaje, y lo único que quiero hacer es subirme a la cama y desmayarme.
—¿Por qué no te metes debajo de las sábanas y me dejas oírte venir con tus
dedos?
Normalmente, eso me habría excitado, pero no esta noche. No después de ver
a Killian. Estaba agitada, mis nervios fritos y en el borde. Tocarme solo me habría
dejado más confundida que antes, sabiendo que el hombre en el que estaría
pensando mientras lo hacía no sería el mismo con el que estaba al teléfono.
—Lo siento, pero no esta noche. Apenas puedo mantener los ojos abiertos en
el momento.
—No tienes que mantener los ojos abiertos mientras lo haces.
Su insistencia añadió combustible a mi irritación, y estaba dispuesta a colgar
el teléfono.
—Josh... —dije con un suspiro, dándole una idea de mi exasperación.
—Lo sé. Lo sé. Lamento haberlo mencionado. Buenas noches, Lee. Hablamos
mañana.
Él colgó, haciendo su agravación aparente.
Me metí en la cama, pero en lugar de caer dormida como le había dicho a
Josh, pasé horas dando vueltas y girando con un hombre en el cerebro. Killian
Foster. Era difícil imaginarlo, mi mente iba y venía entre el muchacho que había
sostenido mi corazón y el hombre que lo había roto.
Siempre había sido atractivo, pero ahora lo era... más. Mucho más. Sexy.
Tosco. Enojado. Todo lo que el chico de mis sueños no era. Cuando era más joven,
tenía momentos en que estaba molesto o enojado con algo, pero nunca duró mucho
a mi alrededor. Lo calmaba. Sin embargo, esta noche, cuando estaba frente a mí, no
parecía que todavía tuviera ese poder. Estaba enfurecido y no había nada que
pudiera hacer para calmarlo. Tampoco me ayudó que también estuviera más
enojada que el infierno.
Eventualmente, me quedé dormida ante los pensamientos de un Killian más
grande y fuerte, haciéndome a mí; a mi cuerpo, lo que su yo más joven solía
hacerle.

Mi corazón estaba en mi garganta cuando me detuve en el estacionamiento. A


decir verdad, estaba ahí mucho antes de que dejara el trabajo. Habían pasado
cuatro días desde que Killian había vuelto a mi vida... y cuatro días desde que
desapareció de nuevo. No lo había visto, aunque había oído lo suficiente sobre él
para saber que no había dejado la ciudad.
En un vano intento de averiguar más sobre él, le había hecho a Josh
preguntas aleatorias sobre peleas y cómo funcionaban los rings. Dónde
funcionaban y cuáles eran los horarios en otros equipos. Fue fácilmente engañado
por mi fingido interés. En realidad, simplemente quería más información sobre
dónde podría encontrar a Killian... en el caso de que alguna vez tuviera que
hacerlo.
Me detuve en un espacio de estacionamiento vacío alrededor de la parte
trasera del edificio. Mi estómago estaba en tantos nudos que no estaba segura de
cómo había llegado al gimnasio de Cal sin tener que detenerme y vomitar en el
lado de la carretera. No había ninguna garantía de que Killian estuviera aquí. Tuve
que tranquilizarme constantemente con ese hecho, recordándome que podía muy
bien entrar y que el lugar estuviera vacío. Aunque, no ayudó a calmar mis nervios
en absoluto.
Necesitaba un momento extra para componerme y reunir fuerzas suficientes
para enfrentar de nuevo el fantasma de mi pasado, me tapé el rostro con las manos
y apoyé mi frente contra el volante. Un momento fue todo lo que tuve; bueno, más
como una fracción de segundo antes de que mi puerta se abriera. Un medio jadeo,
medio grito, sin aliento y lleno de pánico, escapó cuando me aparté para ver quién
estaba allí. La única cosa en mi línea de visión eran los músculos duros envueltos
en la parte superior de una camisa sin mangas. Seguí las líneas desde el ancho
hombro desnudo por un gran brazo con tanta fuerza que parecía una gruesa
cuerda coloreada de tinta vibrante. Cuando llegué a su antebrazo, el mundo entero
dejó de existir. Me sentí como si estuviera en el vacío, todo el aire se había ido, y no
podía respirar.
N
o me sorprendió ver a Rylee en el gimnasio. Lo que me
sorprendió fue cuánto tiempo le había tomado venir detrás
de mí. Tenía que ser en sus términos. Su tiempo. La había
seguido, acorralado y ahora era su turno de buscarme. Honestamente pensé que
mi reclamación la habría dejado persiguiéndome, pero estaba equivocado.
Al salir del gimnasio, no esperaba verla sentada en su auto. Aquí no. No
pertenecía a un pequeño estacionamiento detrás de Cal's, donde los hombres
venían a entrenar. Entrenar para luchar. Derribar a otros hombres y hacerlos
sangrar. No debería haber estado aquí.
Sin embargo, aquí estaba.
Acurrucada en su auto con el rostro enterrada en sus manos, presionada
contra el volante, supe que había venido por mí. Supe al instante que el pedazo de
mierda de su novio no sabía dónde estaba. Ni de coña permitiría que ella viniera
aquí.
Cuando abrí la puerta, tuve que controlar mis impulsos. Quería arrancarla de
sus bisagras. Quería arrancar cada pedazo de metal manteniéndome alejado de
Rylee. No había pensado en la posibilidad de asustarla hasta que se puso a gritar y
giró sus ojos marrones, abiertos como platos y temerosos en mi dirección.
Pero entonces pasó algo más.
Esos ojos cayeron sobre mi antebrazo. El marrón se volvió dorado mientras
brillaban con lágrimas no derramadas y estudiaban mi tatuaje. No sé cómo no lo
había visto la otra noche; cubría todo mi antebrazo. Los árboles; en distintas etapas
de las estaciones; componían su nombre. La parte superior de la R creada a partir
de una luna creciente. Lo había diseñado yo mismo. Fue una de las primeras cosas
que hice después de dejar Smithsville. Y ahora finalmente lo veía. Tal vez dejaría
de cuestionarme, dejaría de pelear y cedería a lo que sabía que podríamos tener.
Juntos.
Me incliné y apunté con la barbilla, señalando el asiento del pasajero. Sin
cuestionar ni argumentar, subió por la consola central y se instaló en el otro lado,
dejando espacio para que entrara. Después de tirar mi bolsa de gimnasio en el
asiento trasero, me apretujé detrás del volante.
Puse marcha atrás en el estacionamiento... en silencio.
Dimos vuelta a la manzana para transitar por las calles de sentido único... en
silencio.
Estacionado frente a la casa donde me hospedaba. Todavía no se dijo nada.
Dejándola con la boca abierta y los ojos muy abiertos con preguntas, apagué
el motor y salí del auto. Tenía sus llaves, así que supe que me seguiría mientras
subía los cinco escalones a la puerta principal y entraba.
Veintiún segundos.
Eso fue el tiempo que le llevó entrar.
Tan pronto como cruzó el umbral, la agarré por el brazo y cerré la puerta
detrás de ella. Apreté su cuerpo contra la pared adyacente y cubrí sus labios con
los míos. No pude esperar un segundo más. Verla la otra noche y no sentir sus
labios, fue pura tortura y me negué a cometer el mismo error de nuevo.
Sus uñas arañaron mi cuello desnudo, sus palmas empujaron contra mí.
Mantuvo los labios apretados, resistiéndose lo mejor que pudo. Pero al segundo en
que mis manos aterrizaron en sus caderas y nuestros cuerpos se moldearon juntos,
su lucha disminuyó. Busqué entrada en su boca, lo cual que me dio con una fuerte
inhalación por la nariz. Pero no era suave. No era dulce ni cariñoso como solían ser
sus besos. Fue duro y castigador. Lleno de ira. Lleno de resentimiento. Me mordió
el labio inferior y empuñó las manos en mi cabello, sacando mechones del nudo y
dejando mi cuero cabelludo ardiendo con cada tirón.
Una garganta se aclaró detrás de nosotros. No podía ser Cal. Lo había dejado
en el gimnasio, donde estaría por un tiempo. Habría sido fácil ignorar la
interrupción, pero Rylee jadeó y apartó sus labios, su cuerpo se puso rígido
mientras temblaba contra el mío.
—No sabía que ibas a traer a casa una invitada. —Su suave voz se filtró por
encima de mi hombro y con la forma en que Rylee miró a mi alrededor
sorprendida, supe que la había visto.
Cogí la mano de Rylee y me giré para encontrar a Sophia con una sonrisa
perversa en sus labios. Ella, probablemente quería menear las cejas hacia mí, pero
seguramente se abstuvo, sabiendo que solo haría todo peor. Sin contestarle ni darle
nada para seguir, llevé a Rylee a través de la sala de estar, hasta mi dormitorio y
cerré la puerta.
Mis labios encontraron los suyos de nuevo, pero esta vez, ella opuso más
resistencia. Con mi cuerpo contra el suyo, la hice retroceder, solo parando cuando
el borde de la cama golpeó la parte posterior de sus piernas. Luego me incliné
sobre ella, derribándola de espada sobre el colchón y siguiéndola sobre ella.
—Killian... —exhaló—. Detente. Espera. Por favor más despacio.
Me alejé de su rostro, pero no cedí. Ella quería tiempo para procesar por qué
esto no debería sentirse tan bien, por qué todavía quería aferrarse a la ira con la
que la dejé. Me negué a darle tiempo para cuestionar lo que siempre fue destinado
a ser. En vez de eso, arrastré mi lengua por su cuello y volví a subir hasta llegar al
lóbulo de su oreja, donde lo succioné en mi boca y suavemente lo atrapé con los
dientes. Siseó y se resistió a mí, seguramente sintiendo mi deseo por ella a través
de mis pantalones cortos de gimnasia sueltos.
—¿Quién era esa? Esa mujer ahí fuera... ¿quién es?
Con mis brazos envueltos a su alrededor, la moví hacia arriba de la cama para
dejar sitio para acomodarme entre sus piernas. Rodé mis caderas contra las suyas,
provocando un gemido tenso de su pecho, pero no hizo ningún movimiento para
escapar.
—La esposa de Cal. No te preocupes por ella —gruñí en su oreja sin
olvidarme de mis intenciones.
—Espera. —Presionó contra mi pecho, empujándome hacia atrás. Necesitaba
ver su rostro y aparentemente necesitaba hablar. Así que me relajé para permitirle
hacerlo—. ¿Por qué la esposa de Cal está aquí?
—Esta es su casa.
Su frente se arrugó cuando preguntó:
—¿Por qué estamos en la casa de tu entrenador?
Mi mano subió por su costado mientras hablaba, manteniendo sensibles sus
terminaciones nerviosas. Le palmeé el pecho y me mecí contra ella de nuevo.
—Suficientes preguntas, Rylee. —Mis dedos se deslizaron por su estómago y
serpentearon por debajo de su falda donde arrastré las puntas de mis uñas
ligeramente hacia abajo por la parte interna de su muslo, como lo había hecho
tantas veces en el pasado—. Si te toco, ¿te encontraré mojada para mí? ¿Goteando
con necesidad?
De algún modo, logró alejarse de la neblina llena de lujuria y ejerció más
fuerza contra mis pectorales. Pero no me moví. Solo hizo que su resolución fuera
más fuerte, su toque más duro, sus ojos redondos ahora entrecerrados con
determinación.
—No podemos hacer esto, Killian. No puedes tocarme. Tengo un novio. —
Luchaba una guerra interna; el bien contra el mal, correcto versus incorrecto. Era
evidente que Rylee me quería del mismo modo que yo la quería, pero luchaba por
aceptar a quién realmente estaría engañando... a Josh o a mí. No había duda en su
mente de que pertenecía a mis brazos, pero tenía cierto sentido falso del
compromiso con este novio.
Novio.
Josh.
Fue suficiente para provocarme una rabia ciega.
—Te lo dije... eres mía. No suya. No perteneces a Josh jodido Disick. —
Mientras gritaba cada palabra, continué hacia su coño. No necesitaba tocarla para
saber que sus palabras no coincidían con sus deseos. Podía oler su excitación a mi
alrededor. Llenando la habitación. Consumiéndome. Alimentando mi deseo. Sabía
sin lugar a duda que su lealtad a Josh tenía menos que ver con él y más con su
necesidad de castigarme por haberla dejado.
—Ya no. Puedes tener mi nombre marcado en tu cuerpo, pero me he lavado
las manos de ti. Tú no me posees. No pertenezco a nadie. Tomaste esa decisión
cuando me dejaste hace cinco años. Cuando elegiste alejarte de mí. No soy tuya —
despotricó desesperadamente, sus palabras temblando tanto como sus piernas a mi
alrededor. Pero, no me dejó ir; sus muslos me mantuvieron encerrados en su
agarre.
Curvé mis dedos bajo el elástico de sus bragas, sintiendo su calor
inmediatamente. El encaje apenas la cubría, y solo tomó un tirón rápido para
escuchar el tejido rasgarse entre nosotros. Su jadeo lo siguió. Y tan rápido como
liberé la barrera entre su coño empapado y yo, lágrimas llenaron sus ojos y se
escaparon hacia los lados.
—No llores. —Lamí el rastro de sal que iba de la esquina de su ojo hasta su
sien, mientras rodeaba su clítoris endurecido con las puntas de mis dedos. Su
cuerpo estaba en desacuerdo consigo mismo; grito, su rostro arrugado de angustia,
mientras sus caderas rodaban ligeramente contra mi mano. Pequeños gemidos
pasaron por su garganta en laboriosos acordes de mi canción favorita. Su cuerpo
quería más, pero su mente luchaba por retenerla.
Enredó los dedos en mi cabello, pero parecía que tenía intención de
mantenerme a raya en lugar de acercarme. Sus ojos estaban cerrados mientras las
lágrimas seguían corriendo por sus mejillas. Las delicadas líneas de su frente se
habían profundizado y sus oscuras cejas se fruncieron apretadamente, el espacio
entre ellas casi translúcido por la tensión. Sus labios formaron una línea apretada
que se extendía hacia atrás, casi reflejando una sonrisa, pero llena de dolor y
conflicto.
Manteniendo la atención en su clítoris, mi cuerpo se suavizó sobre el suyo.
Me encontré enfrentando mi propia batalla. Deseándola. Necesitándola. Incapaz de
alejarme de nuevo. Y al mismo tiempo, totalmente roto por sus lágrimas.
Eviscerado y vacío por la expresión de su bello rostro. Quería calmar sus miedos,
aliviar su dolor. Necesitaba que creyera que todo saldría bien. Pero no sabía cómo
cumplir esa promesa. No sabía cómo obligarla a creer algo que no podía contarle.
Solo podía mostrarle lo que mis palabras no lograron pronunciar, pero la idea de
seguir rompiéndola me sofocaba.
Mi frente cayó sobre la suya. Mantuve los ojos abiertos mientras los suyos
permanecían cerrados, nuestras respiraciones se mezclaban entre nuestras bocas en
una nube sofocante de desesperación. Al momento en que su respiración se detuvo
y sus ojos se apretaron con fuerza, supe que estaba al borde de un orgasmo.
Rápidamente quité mi mano, ganándome brillantes y amplios ojos marrones y un
jadeo desesperado.
No necesito mucho tiempo para bajar mis pantalones cortos por mis caderas
y liberar mi palpitante erección. Con las piernas dobladas, la falda escudando su
vista de mí; los ojos fijos en los míos sin alejarse; no pensé una sola vez en que ella
no supiese lo que estaba haciendo. Sus talones me impulsaron más cerca. Incluso
mientras me acariciaba, usando su excitación para lubricar mi polla, jamás se me
ocurrió que ella no era consciente de lo que vendría después. No había palabras de
desaliento, ni acciones para mostrarme que no me quería del modo que yo la
necesitaba.
No fue hasta que me empujé dentro a mitad de camino que la comprensión
me golpeó. Sus manos en mi cabello se apretaron y tiraron, sus uñas prácticamente
cortando mi cuero cabelludo. Sus ojos se convirtieron en oro líquido mientras un
diluvio de lágrimas bajó como un torrente hasta el nacimiento de su cabello.
Me empujé dentro el resto del camino, hasta que mi piel estuvo a ras con la
suya y luego aquieté mis movimientos. Su calor era casi insoportable, amenazando
con acabar con todo. Mi respiración se hizo más trabajosa cuando traté de
retenerme. Besé y lamí la evidencia de su tormento antes de enterrar mi rostro en
la curva de su cuello.
—No llores. Por favor, no llores —susurré contra su sedosa piel.
Su cabeza se inclinó hacia adelante, encajando en el espacio entre mi cuello y
mi hombro y su cuerpo tembló con sus sollozos. Nunca había sentido un dolor
como este antes. Mi corazón se había roto cuando dejé a Rylee por última vez. Pero
nada comparado con la dolorosa agonía de estar dentro de ella, sintiendo que su
cuerpo se convulsionaba con la agitación, sus lágrimas mojando mi rostro.
Hice esto.
Yo causé esto.
Y sin embargo... no podía alejarme.
No podía retirarme de ella y ofrecerle la distancia que ella afirmaba que
necesitaba. No tenía la fuerza. Porque sabía que estaba equivocada. Sus lágrimas
no eran porque no me quería, ni porque amara a Josh, estaba liberando cinco años
de abandono y dolor. Dejarla, poner tiempo y espacio entre nosotros, no ayudaría.
No haría ningún bien. Solo aumentaría la emoción aplastante que ya sentía. Mi
corazón la necesitaba y el suyo me necesitaba. Ella era el aire que requería para
respirar, el alimento que mi cuerpo exigía para seguir adelante, la fuerza que me
mantenía vivo. Ella fue la razón de todo lo que hice. Ya sea que alguna vez creyera
eso o no, no cambia la verdad.
Ondulé las caderas, lenta y cuidadosamente mientras se ajustaba a mi
tamaño. Sus respiraciones jadeantes resonaron en mis oídos y me incitaron a seguir
adelante. Dentro y fuera. Lento. Metódico. Mi pelvis rodó contra la suya con cada
impulso sutil, y cada vez que rozaba su clítoris, se rindió mucho más. Su alma
cedió a su destino.
—Lo siento, Rylee. Lo siento mucho. No llores. Nunca quiero hacerte llorar.
—Eso es todo lo que has hecho durante los últimos cinco años. —Su
confesión fue mascullada entre dientes, ronca y estrangulada por la renuente
emoción obstruyendo su garganta.
Moví mis brazos entre su espalda y la cama, y enganché mis manos en sus
hombros para atraerla más hacia mí. Sus piernas se curvaron contra mis costados
con sus talones clavados en los músculos de mi culo. Sus pies me empujaron hacia
ella, presionando más profundamente nuestra conexión.
—No te voy a dejar, Rylee. Nunca más. —Levanté la cabeza brevemente para
mirar directamente a su mirada vidriosa, necesitando que viera la verdad detrás de
cada una de mis palabras. La honestidad en mi proclamación—. Tú eres mía. —
Puntualicé mi reclamo con un empuje lento y profundo—. Siempre lo fuiste y
siempre lo serás.
Sus párpados se volvieron pesados una vez más, protegiéndose visualmente
de mi promesa. O posiblemente, protegiéndome de su rechazo. Su cabeza se
sacudió de lado a lado con fuerza y rapidez en el edredón debajo de ella, como si
tratara de convencerme de su resolución. O... convencerse a sí misma. Soltó su
agarre en mi cabello y ciegamente encontró mis hombros. Sus uñas se clavaron en
mi piel, mientras silenciosamente me rogaba que ralentizara.
—Rylee... —Paré mis movimientos, todavía alojado profundamente dentro de
ella.
—No, Killian. No podemos hacer esto. Yo no puedo hacer esto. —Sus ojos se
abrieron y se clavaron en los míos—. No puedo sobrevivir a esto, no volveré a
sobrevivir a lo mismo —exclamó, sus palabras trémulas con lágrimas y tensas con
una mueca. Los demonios estaban lanzando un ataque masivo contra su psique y
les permitió atravesar los límites. Sus piernas nunca me liberaron. Necesitaba que
ganara la batalla por ella; que matara a su dragón interior.
Una a una, tomé sus manos en las mías y las moví en la cama a ambos lados
de su cabeza, presionándolas contra el colchón. No luchó, no se resistió a ser
consumida por mi restricción. Cuando lentamente me alejé de su núcleo antes de
que volviera, encontrándome con ella carne a carne, no me rechazó. Por el
contrario, apretó sus piernas a mi alrededor y apretó su coño alrededor de mi
polla. Invitándome a quedarme. Suplicándome que cumpliera mis promesas.
Me retiré casi todo el camino.
—No voy a... —Entonces me empujé de nuevo con un decidido impulso—.
Dejarte. —Retuve mis caderas de nuevo cuando le dije—: Nunca. Créeme... —Mi
pelvis se apretó contra la suya—. Cuando digo eso. —Y hacia afuera otra vez—.
Créeme cuando te lo digo —Deslicé mis rodillas más cerca de su cuerpo,
manteniendo mi espalda arqueada mientras flotaba sobre ella—. Eres mía. —Con
su culo prácticamente en mi regazo, fuera del colchón y mi rostro a centímetros del
suyo, tenía más influencia para ilustrar mi intensidad. Lo que hice mientras
mascullaba—: Créeme cuando digo... —En lugar de la ferviente agresión, moderé
mis acciones, mermé la velocidad y cuidadosamente arrastré mi polla a lo largo de
sus paredes interiores hasta que solo la cabeza quedó consumida por su calor.
Entonces, como si el reloj se hubiese detenido y tuviéramos todo el tiempo en el
mundo, me deslicé de nuevo dentro de ella hasta que mis apretadas bolas
encontraron su culo desnudo—. Te amo, Rylee. —Me quedé inmóvil y rocé sus
labios con los míos mientras susurraba—: No te voy a dejar. Nunca.
Más lágrimas llegaron, seguidas de un sollozo con hipo. Cerré mi boca sobre
la suya, intentando persuadirla de que devolviera el afecto. Mantuve los labios
firmemente contra los suyos mientras mis caderas presionaban ansiosamente en
ella como si tratara de unir nuestros cuerpos en una sola unidad.
En cuclillas, solté sus manos y agarré sus caderas, plenamente consciente de
que estaría marcada con magulladuras donde mis dedos se hundieron en su piel.
Mi ritmo se aceleró hasta que me mecía en ella con tanto propósito que, la dejé
extendiendo sus brazos por encima de ella para sujetar su cuerpo con el cabezal en
un intento de mantenerse quieta. Dándole la libertad de empujar en cada estocada,
intensificando el impacto.
Su inhalación aguda, seguida por la falta de exhalación, junto con la forma en
que su coño se apoderó de mi polla, eludió a su inminente orgasmo. Seguí el ritmo,
golpeándola, hasta que arranqué confusos gemidos y apasionados quejidos de ella.
Su cabeza se inclinó hacia atrás, su pecho se levantó, mostrando sus pezones duros
a través de su fina camiseta. No pude detenerme, y me incliné hacia adelante lo
suficiente como para tomar uno de los picos entre mis dientes, pellizcando a través
de la delgada barrera de tela. Un profundo rugido acompañó a su apretado coño
mientras caía por el acantilado del éxtasis. Hubiera estado justo detrás de ella, pero
no estaba listo para que esto terminara.
Tan pronto como su espalda volvió a encontrarse con el colchón, su cuerpo se
volvió suave debajo de mí, solté sus caderas y deslicé mis rodillas separándolas lo
suficiente para cerrar la brecha entre nosotros. Agarré la parte de atrás de un
muslo y empujé su pierna contra su pecho, abriéndola para poder profundizar.
—Uno más, Rylee —jadeé contra su rostro una vez que me acomodé en
posición. Apoyé mi peso, a un lado; un brazo y una rodilla, y a pesar de mi fuerza,
me preocupé por no poder mantenerme erguido mucho más tiempo.
Estar con ella de nuevo me dejaba débil.
Desesperado.
Frenético.
—Córrete para mí una vez más —ordené en un tono cortante, mostrando mis
dientes como una especie de animal salvaje. Pero eso es lo que ella me hacía. No
solo tenía la capacidad de llamar al niño dentro de mí, sino que también sacaba a la
bestia; la que había descubierto en su ausencia. La que nunca quise que viera. Pero
aquí estaba, jodiéndola como si tuviéramos una cámara en cada uno de nuestros
movimientos mientras ella soltaba al villano de adentro.
—Killian...
—Eso es. Di mi nombre. Mi nombre.
—Killian... —repitió una vez más, expulsando a través de una exhalación
trabajosa.
Metí el rostro en el hueco de su cuello mientras seguía mi asalto. Nuestras
respiraciones eran frenéticas; la suya hizo que su pecho se elevara y cayera de
forma poco natural y la mía elevándose contra mi rostro en columnas de humedad,
acuosas y sofocantes. Enterré más mis dedos en sus muslos carnosos,
reclamándola.
Poseyéndola.
Tomándola.
Me agarró la espalda y me sostuvo más cerca. Nada se había sentido jamás
tan increíble. Ella podía decir que no me quería o que no podíamos estar juntos
hasta quedarse sin voz, pero su cuerpo hablaba una verdad diferente. Sus acciones
demostraron que sus palabras estaban equivocadas mientras se aferraba a mí,
mordiendo mi piel a través de mi camisa. Dejando su marca en mí. Reclamándome
como suyo.
Su cuerpo se arqueó contra el mío hasta que estuvimos pecho con pecho, y su
coño me apretó tan fuertemente que no pude contenerme más. Cuando cayó, caí.
Cuando gimió, gemí. Estábamos en sincronía, unidos, separándonos y uniéndonos
como uno solo. Bombeé en ella hasta que su coño apretado ordeñó cada última
gota, vaciándome en su núcleo. La quería llena de mí. Desbordante. Quería gotear
de su coño durante días para que no pudiera negar lo que siempre supo. Para que
su novio despreciable, pedazo de mierda lo supiera.
Ella era mía.
Una vez que volvimos a respirar de nuevo, cuidadosamente me hizo rodar de
encima ella. Mi polla se deslizó fuera, haciendo que se estremeciera. Me caí en la
cama a su lado de espalda y miré al techo. Un escalofrío invadió mi cuerpo,
recordándome la ausencia de su calor. No podía hacer otra cosa que concentrarme
en ponerme duro otra vez para poder estar enterrado dentro de ella, necesitando
no estar nunca separado de ella.
—¡Maldita sea, Killian! —Su ira me arrancó de los pensamientos de hacerla
venir de nuevo. Se apartó de la cama y se dio la vuelta en círculo buscando algo en
mi habitación—. Jodidamente te has venido dentro de mí. No puedo creer que esto
esté pasando de nuevo. No puedo creer que pueda ser tan estúpida. Se cubrió el
rostro con las manos, pero eso no ocultó la nueva ola de lágrimas y dolor.
Me puse los pantalones cortos y me moví para pararme frente a ella.
Antes de que pudiera pronunciar una sola palabra, empezó a atacarme
físicamente, abofeteando y golpeando mi pecho. A pesar de que apenas podía
sentir su ataque en el exterior, me destrozó por dentro. Siempre pensé que el
término "romper mi corazón" era poco sólido y no tenía sentido, pero viendo a
Rylee cerrarse y empujarme lejos realmente agrietó, rompió y astilló la esencia de
mi ser. Mi cuerda de salvación estaba atada a ella; desde siempre, y amenazó con
llevárselo todo.
—No puedo creer que me pusieras en peligro así. No hay preocupación por
mi salud ni seguridad. Eres un idiota. Un egoísta pedazo de mierda. —Sus
hombros cayeron y su espalda se encorvó hacia adelante, temblando con el
tormento que se apoderaba de ella—. Y yo soy la idiota que te dejó. La chica débil
que no te detuvo.
Cuando sus rodillas cedieron, envolví mis brazos alrededor de ella y nos bajé
a ambos al piso.
—¿Qué quieres decir con que te pongo en peligro? ¿Te hace daño? ¿Alguna
vez te ha puesto la mano encima? Voy a terminar con él. No tomará otra
respiración. Te protegeré, Rylee. Te mantendré a salvo.
—No. —Se apartó y fijó sus ojos marrones oscuros y brillantes en los míos—.
No contra él. Contra el tiempo que estuviste fuera. No sé dónde has estado, con
quién has estado. Y dada tu inclinación por hacerlo sin preservativos, ni siquiera
quiero pensar con lo que podrías haberme contagiado.
El pensamiento nunca pasó por mi mente. Ni una sola vez. Pero escucharla
acusarme de no protegerme con otras mujeres e infectarla en el proceso me
destrozó.
—Ya sabes dónde he estado, Rylee. No te he puesto en peligro. Lo juro.
—No puedes prometerme eso.
—A menos que haya contraído algo contigo, sí puedo.
Se quedó boquiabierta, los ojos como platos. Ni siquiera se molestó en cubrir
su sorpresa. Le pintó el rostro en tonos rojos y rosados, arrugó sus facciones con
pliegues. Sus cejas se elevaron en arcos perfectos, como dos pinceladas de tinta
sobre papel cremoso.
—¿Tú... no has...?
—No, Rylee. No lo he hecho. Solo has sido tú. Y siempre serás tú. —Ni
siquiera podía permitirme pensar dónde ella había estado. No podía considerar la
idea de ella y Josh. La posibilidad me enfermó del estómago y me dejó viendo rojo,
desesperado por despedazarlo miembro por miembro.
—¿Dónde diablos has estado durante cinco años? —Su necesidad de
respuestas hizo pronunciar su pregunta en un grito agudo—. ¿Qué has estado
haciendo? No entiendo. ¿Te fuiste para que pudieras convertirte en un luchador
enojado? No tiene sentido, Killian. Nunca has sido una persona violenta. ¿Por qué
hacer esto? ¿Por qué transformarte en este personaje alternativo?
Tantas preguntas se me habían lanzado, no estaba seguro de cuál abordar
primero... o cómo. Solo había cierta cantidad de información que podía dar.
—Sabías que necesitaba irme a casa. Necesitaba estar donde estaban mis
padres, necesitaba verlo todo con mis propios ojos.
—¿Así que volviste a Pensilvania? ¿Todo este tiempo estuviste en New Hope,
a horas de aquí?
—No todo el tiempo.
Rylee abrió la boca para decir algo más, pero debió pensarlo mejor porque la
cerró y rápidamente su expresión se puso en blanco. Su postura se puso rígida,
momentos antes de que se pusiera en pie, parándose abruptamente y dejándome
en el suelo.
—No puedo hacer esto, Killian. No puedo ir dando vueltas y vueltas contigo
a donde has estado. No importa. Lo único que importa es que te fuiste. Te alejaste
y me dejaste sola. Por. Cinco. Años. El dónde, por qué y cómo no lo cambia. No lo
arregla ni hace nada mejor.
Me levanté y cogí su mano, pero tiró de su brazo detrás de ella para evitar
que la tocara.
—Rylee... no te vayas.
Sus ojos se suavizaron, así como sus hombros y labios. Pero, tal como había
permitido que mis esperanzas se arraigaran, dijo:
—No puedo quedarme. No puedo hacer esto contigo... ahora ni nunca. Esto
fue un error y no puede volver a pasar. Decidiste marcharte, ¿recuerdas? Te pedí
que no lo hicieras. Te rogué que esperases. Y ahora que estás pidiéndome que me
quede, estoy eligiendo irme.
R
odeé su escultural cuerpo y encontré mis zapatos en el suelo a los
pies de su cama donde habían caído durante su ataque sobre mí.
Mis llaves estaban al lado; no estoy segura de cómo terminaron
ahí, pero afortunadamente lo hicieron, así no tenía que pedirlas.
Un silencio vino de él mientras dejaba su cuarto. Nada de pasos detrás de mí,
ni peticiones suplicando que le diera otra oportunidad o que me quedara y lo
escuchara. Nada que indicara algún esfuerzo de su parte para venir detrás de mí.
Era eso lo que quería, pero eso a la vez presionó, más profundo, un cuchillo en mi
pecho. Mi pecho no podía aguantar más. Mi corazón no podía manejarlo.
Afortunadamente, la mujer que nos encontramos antes no estaba a la vista
mientras rápidamente iba a la puerta principal. Me aseguré de abrir y cerrar tan
suave como fuera posible, sin querer llamar su atención. Era suficiente malo que
hubiera estado en casa de Cal con Killian, tener un testigo lo empeoraría. Si Josh
alguna vez se enteraba< no sabía lo que haría.
Lágrimas salieron de mis ojos durante los quince minutos de viaje a mi casa.
Estaba llena de rabia y dolor, emoción y pena, todas batallando una con la otra. No
tenía ni idea de cómo sentirme o qué pensar. Mi cuerpo lo recordaba como si no
hubiera pasado ni un día sin su toque. Pero sí había pasado. Más de un día. Más de
cien, más de quinientos, mil días. Muchos para contar. Y ninguno de ellos podría
devolverse.
Sin embargo, no pude evitar regodearme en ese trozo de información: su
confesión de nunca haber estado con nadie más. Solo yo. No tenía sentido para mí
sin importar cómo lo mirara o lo mucho que analizara. Cuando éramos jóvenes, era
sexualmente determinado. La cantidad de porno que miraba podría atestiguar eso.
Por no mencionar, lo obsesionado que estaba con tocar mi cuerpo en cada etapa de
nuestra relación. Desde el momento que le había dado luz verde para tener sexo, lo
quería todo el tiempo; lo cual estaba bien para mí, porque me sentía igual. Cuando
teníamos oportunidad, un momento libre, estaba en mí, sacándome tantos
orgasmos como podía. Así que la idea de que se refrenara con el sexo tanto tiempo
me sorprendió.
Cuando estacioné en mi edificio y encontré un espacio en la acera, estuve
sorprendida de ver a Josh esperando en la escalera de entrada. Nunca aparecía sin
llamar antes y, normalmente no a esta hora tan temprana de la noche. Se tomaba
su entrenamiento muy en serio y con un torneo acercándose, debería haber estado
en el gimnasio. En cambio, estaba en el escalón superior con su teléfono en manos.
Alzó la mirada cuando me acerqué, pero su rostro estaba desprovisto de
felicidad. Ninguna sonrisa curvaba las esquinas de sus labios y sus ojos azules
parecían opacos.
—¿Dónde estabas?
Atónita por su duro tono, me detuve a unos centímetros de los escalones de
concreto.
—Estaba trabajando, Josh. Es miércoles. ¿Cuándo no he trabajado un
miércoles?
—No estabas en la oficina. Fui allá cuando no respondiste ninguna de mis
llamadas. Dijeron que te fuiste temprano. Eso fue hace una hora. ¿Dónde estuviste?
—La forma en que exigió una respuesta me dejo con una enfermiza sensación en la
boca del estómago que de alguna forma sabía que estuve con Killian.
Pensando rápidamente, dije:
—Me fui temprano porque me debía encontrar con una familia para cerrar un
caso. Vine directamente a casa cuando se terminó. ¿Por qué estás tan molesto?
Agacho su cabeza pareciendo derrotado.
—Lo siento. Solo estaba preocupado por ti. No sabía dónde estabas y no
respondías mis llamadas. —Cuando alzó su cabeza, me miró con puro dolor. Los
cortes en su rostro habían empezado a sanar y cicatrizar. Algunos todavía tenían
bandas mariposa y los moretones se habían puesto de un ligero tono verde. Desde
la pelea con Killian había sido una persona diferente. Agresivo a veces,
argumentativo y como moviendo un interruptor, se ponía tranquilo, se disculpaba,
se preocupaba y era atento.
Abrí mi bolso y saqué mi teléfono, recordando que no lo había tenido
conmigo cuando estuve con Killian. Por supuesto, en la pantalla salían varias
llamadas perdidas y mensajes sin leer de Josh de la última hora. Mientras los
miraba, prácticamente pude sentir su rabia en los últimos mensajes.
—Josh< lo siento. Tenía el teléfono en vibrador en el bolso. No me molesté
en revisarlo cuando salí de la reunión. Estaba muy concentrada en llegar a casa.
Me siento como una mierda< tal vez me estoy contagiando algo. —Fingí fatiga
con mi mano envuelta alrededor de mi cuello.
Él se levantó y estiró la mano para ayudarme a subir los escalones hasta el
edificio.
—Andando, vamos adentro. Estoy seguro de que no es nada que un baño
caliente, un tazón de sopa y una película no puedan curar. Podemos tomárnoslo
con calma esta noche y solo acurrucarnos en el sofá junto.
Su dulzura retorció la culpa en mi pecho. Lágrimas brotaron de mis ojos ante
la idea de lo que hice con Killian a espaldas de Josh. Me destrozó, me hizo trizas,
me dejó vacía y cubierta de suciedad. No es que Killian me hiciera sentir sucia,
pero saber que había estado con él a espaldas de mi novio y que se había corrido
en mi interior< me dejaba sintiéndome barata. Sucia. Nada buena y un pedazo de
mierda.
Pero Josh nunca podía saberlo.
No podía enterarse.
Sería algo con lo que tendría que vivir.
Josh me ayudó a entrar al apartamento e inmediatamente fue al refrigerador
por una botella de agua. Prefería soda o té, pero siempre mantenía botellas de agua
para él, sabiendo que era lo único que bebía. En cuatro meses que habíamos estado
saliendo, nunca lo había visto tocar ni una gota de licor. Asumía que era por el
entrenamiento, pero nunca me molesté en preguntar.
Me apresuré a entrar al cuarto y cerré la puerta. Necesitaba limpiarme,
agarrar un par de bragas, y cambiar mi ropa antes de que Josh entrara. Sabía que,
si cerraba la puerta e intentaba abrirla, solo lo enfurecería saber que lo dejé afuera a
propósito.
Por suerte, no vino hasta después de que estuve medio vestida. Ya me había
puesto un par de bragas y una camiseta sencilla después de limpiar a Killian de
mis muslos y mi sexo hinchado. Josh cruzó el cuarto con los ojos entornados hasta
que me alcanzó al otro lado del cuarto. Tomó mis shorts de algodón de mi mano y
se arrodilló sobre una rodilla para ayudarme a ponérmelos.
La culpa quemó más fuerte mientras me apoyaba en sus hombros y entraba
en los agujeros de los pantalones cortos. Sus dedos rozaron mis piernas desnudas
mientras subía, dejando el elástico sobre mis caderas y trasero mientras se ponía de
pie frente a mí. Acarició mi mejilla con el dorso de sus dedos y llevó sus labios a mi
frente.
—No parece que tengas fiebre, así que no creo que necesites medicina. Tengo
sopa calentando en la estufa; tu favorita: pollo y brócoli; y agarré esa suave manta
del armario y la puse en el sofá para ti. —Se estiró a mi espalda y tomó la
almohada de mi cama antes de enlazar sus dedos con los míos, llevándome a la
sala de estar.
Después de que me acomodó en el sofá, encontró el control remoto y me lo
entregó.
—Elige lo que quieras ver. Tu elección. La película más femenina que exista si
eso te hará sentir mejor. —Se alejó.
Encendí la TV y luego pasé por la guía sin mirar las palabras en la pantalla.
Mi visión se nubló con lágrimas, probando que aún no se habían secado. Intenté
aspirar tan suave como podía, sin querer que me escuchara. Habría sabido que
algo pasaba y me lo sacaría; y no quería mentirle a la cara. Lo que había hecho ya
era malo. No me interesaba añadir mentir a la pila de engaños del día.
Para cuando regresó con un tazón de sopa y un pedazo de pan tostado; ya
había limpiado con éxito la evidencia, aunque seguí ocultándola de él. No tenía ni
idea de qué película había elegido, si era una película o una serie y tomé tanto del
pollo y el brócoli en mi boca como pude. De verdad, mi estómago estaba inquieto.
Pero no por un virus. Estaba retorcido y anudado, no me sorprendería si cada
bocado se me devolviera después.
Viendo mi molestia, me instó a recostarme y se acurrucó entre mi espalda y el
sofá con su brazo colgando sobre mi cintura. Quería relajarme contra él como había
hecho tantas veces antes, pero parecía que no podía suavizar mi cuerpo. El
arrepentimiento tensó cada musculo, el pánico y el miedo quemaban cada
articulación.
—Estás tensa, bebé. ¿Qué pasa?
—Solo no me siento bien.
Presionó sus labios en mi cuello y lentamente besó un camino a mi hombro.
Igual de lento, movió su mano bajo mi camisa y presionó su palma caliente contra
mi vientre desnudo. Fue un gesto simple, uno de consideración y confort. Pero no
se detuvo ahí. Extendió sus dedos por la suave piel de mi vientre, hasta que las
puntas llegaron a la cinturilla de mis pantalones.
Suavemente agarré su muñeca para indicarle que no estaba de humor, pero
fue ignorado cuando aplastó sus caderas contra mí desde atrás. Su erección
presionó la curva de mi trasero y provocó que saltara hacia adelante, casi cayendo
del sofá.
—Vamos, bebé< solo c{lmate. Déjame hacerte sentir mejor.
—No, Josh. —Pretendía ser fue y afirmativo, pero en cambio, salió débil y sin
aire. Tan pronto como puso mis hombros a ras con su pecho, supe que había
confundido mi tono como desesperado y excitado. Lo cual no era el caso. Después
de lo que Killian le hizo a mi cuerpo y la intranquilidad con que me dejó, lo último
que quería era ser tocada—. Por favor, Josh. No estoy de humor. Te dije< que no
me siento bien.
Se quedó quieto un momento, y justo cuando creí que se acomodaría detrás
de mí y vería televisión como dijo que haría, se sentó de golpe, llevándose la manta
con él.
—¿Qué demonios, Lee? Desde que regresaste de ese pueblo de Podunk tuyo,
apenas y me has dejado tocarte. Me rechazas cada vez que lo intento. —Sus
perforadores ojos azules se oscurecieron como una nube de tormenta cubriendo
sus brillantes piscinas. Sus parpados se entrecerraron más de lo normal mientras
me atrapaba en mi lugar con su mirada—. ¿Lo viste?
—¿Q-qué? —jadeé, rezando que lo hubiera malinterpretado.
—Al niño con que creciste. ¿Estaba ahí? ¿Lo viste? ¿Es por eso que has estado
actuando así? ¿Es por eso que has estado alejándome, estando tan callada y esa
mierda? —Retrocedió incluso más hasta que se sentó al borde del sofá, con la
manta ahora completamente lejos de mis piernas dobladas—. No me mientas, Lee.
¿Estaba allá? ¿Lo viste?
—No, Josh —dije con un suspiro mientras intentaba sentarme—. No estaba
allá. No lo vi. Lo juro. —Técnicamente no era mentira, permitiéndome decirle eso
con confianza. El fuego en sus ojos me preocupo, pero con mi declaración, pareció
calmarse un poco.
—¿Entonces por qué no me dejas tocarte?
Porque estoy llena del semen de Killian.
Porque ni hace una ahora, el pene de Killian estaba profundamente dentro de mí.
Porque no eres Killian.
Pero no podía decir nada de eso. Odiaba siquiera pensarlo.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no me siento bien? Me duele el
estómago y estoy cansada. No estoy de humor para tontear hoy. El sábado,
después de que volví, estabas adolorido; por no mencionar, que habíamos peleado.
Estuviste ocupado todo el domingo, y luego he estado trabajando desde el lunes.
Actúas como si te hubiera evitado o ignorado. No he hecho nada de eso. De hecho,
te he visto cada noche desde que volví.
—Solo quiero hacerte sentir mejor —susurro mientras pasaba su mano por mi
pierna, deteniendo su gran mano sobre mi rodilla doblada. Miró donde me tocó, y
al momento en que su ceño se frunció y sus ojos se entrecerraron, supe que las
cosas irían de mal a peor—. ¿Qué demonios es eso?
Mi corazón se detuvo ante su estruendoso rugido. Giré mi atención a lo que
estaba mirando. Abrió mis piernas y pasó su pulgar sobre un moretón fresco que
pareció formarse y oscurecerse ante mis ojos. Sin mirarme, manipuló mi pierna en
otra dirección, observando el otro lado de mi muslo. No necesitaba ver para saber
lo que encontraría ahí; cuatro moretones más. Todavía podía sentir el agarre de
Killian en mí cuando tomó todo lo que tenía y me dio todo lo que era.
—Lee< —Mi nombre salió de su lengua en un tono amenazador mientras me
atrapaba bajo su implacable mirada—. ¿Qué demonios es esto?
Excusas y mentiras se arremolinaron en mi cabeza, pero sabía que ninguna
terminaría bien. Era obvio que eran de una mano, y no del niño con quien lidiaba
en el trabajo. Sabiendo que, si me quedaba en silencio, solo lo molestaría más, solté
lo primero que pude pensar.
—No tengo idea. Ni siquiera sabía que estaban ahí. Los noté esta mañana y
supuse que eran por ti.
—¿Por mí? —preguntó, su tono no mostraba indicios de que estuviera
creyéndose lo que decía.
—Bueno, ¿de quién más podrían ser, Josh? —Intenté de restarle importancia,
sin dejarle razón para cuestionarlo—. Luchamos en el piso anoche. ¿Recuerdas?
Estabas enseñándome a escapar de una llave. Solo asumí que me los hice así.
No era una mentira< habíamos luchado. Aunque, no fue rudo. Fue gentil
todo el tiempo que me mostró los diferentes movimientos y técnicas. Si pensaba
mucho en eso, probablemente notaria la mentira a través del delgado velo de
verdad.
Solo rezaba para que no lo hiciera.
Acarició los moretones formándose con la más ligera caricia de sus dedos.
—Lo siento, Lee. Tendré que asegurarme de ser más cuidadoso contigo. No
quise lastimarte. —El remordimiento en su tono profundizó el dolor en mi pecho
hasta que pensé que explotaría físicamente de dolor.
Necesitando avanzar en lugar de obsesionarme con mis fallas, me recliné y
descansé mi cabeza en la almohada.
—Eres más que bienvenido a recostarte conmigo y ver televisión, siempre y
cuando no me presiones. Te quiero aquí. —Las palabras quemaron mi lengua
cuando las pronuncié—. Pero honestamente solo quiero tomármelo con calma y
relajarme.
Con una sonrisa, se movió detrás de mí y se acurrucó contra mí.
—Podría acostumbrarme a esto —dijo con un suave beso en mi hombro.
—También yo.
Era oficial< me odiaba a mí misma.
S
ubí mi barbilla hasta la barra y lentamente bajé de nuevo,
manteniendo las piernas cruzadas delante de mí. Cadenas
rechinaron en la distancia, así como los ecos de los golpes de la
bolsa de velocidad, ni siquiera a nueve metros de mí. No había mucho que decir,
pero con el bullicio en el gimnasio no se necesitaba pronunciar palabras. La
habitación olía a sudor y determinación. No era algo que encontrara embriagador,
pero me impulsó hacia adelante.
Era lo que necesitaba para empujarme.
Centrarme.
Recordarme por qué estaba aquí en primer lugar.
—Diez más, Happy —gritó Cal mientras me observaba.
Silenciosamente, obedecí. No necesitaba asentir, porque todo el mundo sabía
que no había dudas sobre lo que decía el entrenador. Seguí subiendo mi barbilla a
la barra antes de bajar otra vez, sin tocar el suelo. Mi espalda y corazón ardían de
las innumerables flexiones que ya había hecho, pero no me detendría hasta que Cal
lo dijera.
Sin embargo, de las diez restantes, solo alcancé ocho.
Con dos faltantes, me quedé quieto ante la vista delante de mí. Su cabello
sedoso, más oscuro y más brillante que antes, enmarcaba su rostro mientras se
movía hacía mí. Sus ojos estaban delineados, haciéndolos parecer más pequeños de
lo habitual. Un brillo rosa pálido cubría sus labios y eso me hizo anhelarlos<
desear sentirlos en mí. En todos lados. Dejando atrás el residuo pegajoso del color
artificial.
—Happy< —Cal amenazó, pero una vez que se dio cuenta de que no miraría
hacía él, se volvió para ver lo que me había llamado la atención. Suspiró y sacudió
la cabeza—. Lo siento, muñeca, pero este es un área cerrada. El gimnasio principal
está al frente.
Rylee se acercó a él, sin apartar de mí la mirada endurecida y dejó caer mi
bolsa de deporte a mis pies. La había dejado en su auto, olvidándome de eso
cuando la había llevado a la casa de Cal hace dos días. Había decidido dejar que lo
guardara, esperando que Josh lo encontrara. Me dio gusto saber que ella tenía algo
mío con ella y en cualquier momento, podía darse cuenta de a quién realmente
pertenecía.
—Pensé que podrías necesitar esto. —Su tono era tan duro como su mirada.
—Cariño, no habla. No tiene sentido tratar de tener una conversación con él.
Gracias por devolverle la bolsa, pero realmente necesita volver a entrenar.
Empujé a Cal aun lado sin mirarlo ni una vez y avancé, más cerca de Rylee.
Estaba tan cerca que tuvo que inclinar su cabeza hacía atrás para mirarme, pero
ninguno de los dos habló. Solo miramos fijamente. Diciendo todo lo que
necesitábamos con nuestros ojos. Podía ver en los suyos que estaba enojada,
furiosa conmigo por dejar mi bolso. Y esperaba que ella pudiera ver la satisfacción
en la mía, haciéndole saber que no me importaba si su novio podría haberla
encontrado.
—Eso es todo. No tengo nada más que decir. —Y luego se giró para irse.
Tan pronto como ella estuvo lo suficientemente lejos, Cal habló. Con la voz
más tranquila que pudo preguntó:
—¿Qué diablos fue eso? —Cuando me encontré con su mirada, me di cuenta
de que él sabía más de lo que había dejado saber mientras estaba en presencia de
Rylee—. ¿Quién es ella para ti? ¿Cómo diablos la conoces?
Respondiéndole, extendí mi brazo, mostrándole el tatuaje del que había
hecho mención en incontables ocasiones desde que nos conocimos. Me había
molestado por poner el nombre de una mujer en mi cuerpo permanentemente y
cómo eso no era más que pedir problemas.
Exhaló con fuerza y dejó caer su cabeza en su mano.
—Tienes que estar jodiendo conmigo, Happy. ¿En serio? ¿Sabes quién es?
¿Sabes que es<? —Sacudió la cabeza con una risa sin alegría—. Por supuesto que
sí. ¿Es por eso pagaste tu propia entrada? ¿Porque dijiste que querías al luchador
más duro y difícil para tu puja? ¿Ella es la razón por la que quieres entrar al ring
con él?
No me moví, no ofrecí una explicación; no que realmente esperara una,
considerando que sabía que no iba a hablar con él. Pero lo más probable es que
tomó mi silencio como una confirmación. Honestamente, no me importaba lo que
él pensara o asumiera. No me importaba. No significaba una maldita cosa al final.
—Jesucristo, Happy< —murmuró con sus manos en puños a los costados,
sus palabras mascullándose a través de sus dientes apretados—. Estás jugando con
fuego. ¿Lo sabes? ¿Incluso tienes una idea de lo que estás haciendo? No me
importa lo que ustedes dos tuvieron cuando eran m{s jóvenes< ella est{ con él
ahora. Y después de que lo derribaste la semana pasada, él viene por ti. Puedo
entrenarte y asegurarme que estás preparado, pero no puedo salvarte. Si descubre
que estás persiguiendo su falda, no habrá una oportunidad de oración en el
infierno por ti.
Volví mi atención hacia donde Rylee se retiraba y al instante, mi sangre
hirvió. Uno de los otros combatientes del ring de Cal la había acorralado. Su rígida
postura mostró que estaba incómoda y no estaba interesada, pero él no pareció
darse cuenta. Ni siquiera sabía su nombre, nunca tuve ninguna interacción con el
niño antes, pero eso estaba a punto de cambiar. Caminé hacia él, acercándome
detrás de Rylee. Ni siquiera notó que me acercaba hasta que tuve mi mano
envuelta alrededor de su garganta, y su espalda clavada en la pared. Un golpe
resonante se escuchó en el aire cuando su cráneo conecto con el hormigón. Sus ojos
se abrieron y su boca se abrió mientras luchaba sin éxito por aire.
Mi mirada encontró a Rylee, sin decir palabra pregunté si estaba bien. Ella
tenía sus brazos envueltos firmemente alrededor de su abdomen, el miedo
incrustado en sus rasgos, pero asintió de todos modos. Y con el mentón
tembloroso, agachándolo mientras luchaba contra el ataque de emociones que
sacudía su cuerpo, giró y huyó.
Esperé hasta que desapareció por la puerta de atrás antes de soltar el trozo de
mierda que había clavado en la pared. No fue hasta que lo dejé ir que me di cuenta
que en mi prisa para proteger a Rylee, lo había alzado en el aire. Se agarró de su
cuello y tragó aire mientras me quedaba atrás y lo observaba. Tomar placer del
dolor de otra persona nunca había sido lo mío. Había solo tres hombres a quienes
quería ver sufrir y este palillo no era uno de ellos. Pero por alguna razón, el pensar
en él haciendo que Rylee se sintiera incomoda me cegó contra la lógica. En este
momento, quería hacerle daño. Quería que me temiera con cada respiración que
tomara hasta que aprendiera de su error y nunca pusiera sus ojos en ella de nuevo.
—Sepárense, ustedes dos. —Cal se acercó a nosotros y me dio un puñetazo en
el pecho—. Por esta escena, puedes agregar veinte más a las dos que no terminaste,
y cuando hayas terminado, puedes golpear la bolsa de velocidad hasta que te diga
que dejes de hacerlo. Guarda tu ira para el ring, preferentemente no contra mis
hombres.
Lo dejé atendiendo al hijo de puta en el suelo, jadeando por aire.
Toda esta organización de combate a puño limpio aún me confundía. Pero lo
tomé como era y me aferré a las reglas establecidas para mí. Era sábado por la
noche, dos semanas desde que había derribado a Josh el Jaguar Disick y estábamos
oficialmente en las rondas preliminares para el torneo. Esto resolvería quién
avanzaría y quién tendría que sentarse y ver a todos los demás luchando por el
título.
Nada de esto tenía sentido para mí. Cal hizo todo lo posible por enseñarme
cómo funcionaba, pero en realidad, no importaba. Después de joder a Josh y tener
a Rylee de vuelta en mis brazos, en mi cama, no estaría por más tiempo.
—¿Estás bien? —preguntó Cal y me tendió una botella de agua. Estábamos
esperando en un costado en otro gimnasio, uno que nunca había visto antes. Había
una pelea en el ring y el clamor de la multitud eliminaba casi cualquier posibilidad
de mantener una conversación decente.
Asentí y bebí suficiente agua fría para mojarme la lengua. No quería un
vientre lleno de líquido, pero necesitaba permanecer hidratado. Era la primera cosa
que Cal me había enseñado después de llegar a él con mi propuesta.
Un niño escurridizo al que todos llamaban Brawny estaba a minutos de ganar
la pelea contra alguien del doble de su tamaño. Solo demostraba que la fuerza no
lo era todo. A veces, los más pequeños eran más rápidos. Y por ese punto, no
importaba la cantidad de fuerza que tuviera tu puño. Si la otra persona podía
esquivar más rápido de lo que le podías golpear, no servía de nada.
Cal hablaba, pero no le presté atención. No solo la gente en la multitud se
volvió más bulliciosa, pero algo a la vuelta de la esquina del escenario me llamó la
atención. Alguien. Un hijo de puta con su brazo alrededor de mi chica. Si ya no
hubiera hecho un voto para sacarlo, lo haría ahora mismo.
Josh y Rylee estaban a pocos metros de la acción, ambos tenían sus ojos
pegados en la pelea delante de ellos mientras llegaba a su fin. Brawny estaba en el
mismo circulo que Josh, así que, que estuviera ahí tenía sentido, observándolo
todo, sonriendo de oreja a oreja como si tuviera algún tipo de participación en el
encuentro. Lo que no entendía era porqué Rylee estaba allí, de pie junto a Josh,
acurrucada a su lado.
Si no fuera el siguiente, habría saltado allí y me la habría llevado.
—¡Hap! —Cal gritó en mi oído, atrayendo mi atención. Miró a un lado,
captando lo que había estado mirando y me fulminó con la mirada—. Pon tu puta
cabeza en el juego, hijo. —El que me llamara “hijo” alimentó mi rabia.
No era su hijo.
No era mi padre.
Mi padre se había ido.
Una última vez, giré mi cabeza hacia Josh, apretando mis puños tan
firmemente que me faltó el flujo de sangre a mis dedos. Pero entonces Rylee me
miró y una calma misteriosa comenzó a instalarse en mis venas. Dando a Cal mi
atención una vez más, asentí y me lancé hacia el ring.
El réferi sostuvo el brazo de Brawny en el aire cuando una oleada de
respuestas mezcladas llenó el pequeño y oscuro gimnasio. Las únicas luces en el
lugar se fijaron en el escenario, destacando los acontecimientos a los que todos
prestaban atención.
El delgado palillo se deslizó a través de las cuerdas que cubrían el
cuadrilátero y estrechó la mano de Josh mientras Rylee se paraba a un lado. Si no
hubiera sido por Cal que me golpeó en la espalda, me habría perdido mi
introducción, demasiado absorto con la vista ante mí.
Subí al escenario y tomé mi lugar, mirando a un tipo que probablemente tenía
cinco años más que yo. Su rostro magullado demostró que no era ajeno a la pelea,
aunque también me dijo que fue golpeado más de lo que esquivó.
La expresión en su rostro era la de un hombre que no quería estar aquí. Tal
vez él no estaba interesado en la pelea, o tal vez no estaba emocionado por estar de
pie delante de mí. Fuera lo que fuera, la determinación en sus ojos no estaba allí.
No estaba emocionado o rebotando alrededor como había presenciado en los otros.
Permaneció quieto y tranquilo mientas lo miraba.
—¿Listo, Happy? —El réferi rugió con una voz ronca. Asentí—. Cain< ¿est{s
listo? —El hombre frente a mí asintió, sin apartar los ojos de mí. De repente, la
ferocidad se apoderó de él y se preparó. Era como la noche y el día.
Apretando los dientes y dilatando sus fosas nasales, este era un hombre que
venía a pelear.
Y una pelea es lo que obtendría.
El réferi retrocedió y Cain avanzó. Permanecí donde estaba y permití que el
viejo viniera a mí. Como un oso en una trampa, se lanzó hacia adelante con el
brazo inclinado hacia un lado, listo para atacar, pero antes de que pudiera
moverse, empujé mi puño en su costado, justo debajo de sus costillas. Se tambaleó
hacia atrás, se dobló y puso su brazo sobre el lugar que había golpeado.
No me moví.
Cal me gritó desde más allá de las cuerdas, ordenándome ir tras él, pero no lo
hice. En vez de eso me paré con las piernas separadas, los brazos a los costados y
esperé a que Cain recuperara el impulso. Cuando se enderezó, cargó ciegamente
hacia mí. Esta vez no desvié su ataque. Sus nudillos cayeron sobre mi mandíbula,
apenas conectando, pero fue con suficiente fuerza para lanzar mi cabeza hacia un
lado. Brevemente. Nada de lo que no pudiera recupérame en medio segundo.
Bloqueé los gritos asesinos de Cal sobre mi hombro y me enderecé. Cain no
hizo una pausa en su asalto, usando su mano izquierda para venir hacía mí desde
abajo. Estaba en el ángulo perfecto para agarrar su muñeca y girar su brazo hasta
ponerlo detrás de su espalda. A partir de ahí, el balón estaba en mi cancha. Sin
siquiera sudar, le pateé la pierna que lo sostenía y lo empujé plano contra el suelo.
Él se soltó y giró, pero esta vez no tomé un respiro. Lo golpeé dos veces en la
cara. La sangre se acumuló debajo de él. No se había rendido y el réferi no había
terminado el tiempo. La voz exigente de Cal se deslizó a través del aluvión de
excitación al otro lado de las cuerdas, diciéndome que lo sacara. Pero no lo tenía en
mí hacerlo.
En lugar de seguir atacándolo mientras estaba abajo, me quedé de rodillas
junto a él y estudié su lenguaje corporal. Cal pudo haber sido un luchador
competente y entrenador experto, pero no sabía leer a la gente como yo. Quítale a
una persona la habilidad para comunicarse, y aprenderán a interpretar el lenguaje
corporal.
Cuando miré a Caín, vi a un hombre a punto de rendirse. La lucha se
desvaneció de sus ojos y su cuerpo quedó flojo. No perdió el conocimiento, pero
perdió su voluntad de seguir adelante. Con sangre saliendo de sus fosas nasales y
boca; muy probablemente una nariz rota y al menos un diente suelto; tocó el tapete
debajo de él, indicando su concesión.
El réferi terminó la pelea, pero no me moví. Tomé la mano de Caín en la mía
y le ayudé a sentarse, luego lo miré a los ojos para asegurarme de que estaba bien.
Me miró fijamente con amabilidad. Fue suficiente para levantarme y ayudarlo a
ponerse de pie. Nos estrechamos la mano mientras él murmuraba.
—Tienes esto, hombre. Lo tienes.
La conmoción llenó la habitación cuando el réferi levantó mi brazo hacia el
aire, pero nada de esto se registró conmigo. En mi búsqueda por encontrar a Rylee
entre la multitud, Cal llamó mi atención. Me dio una botella de agua en lugar de
una toalla, teniendo en cuenta que no había transpirado lo suficiente o sangrado en
absoluto para necesitar el trapo.
—¿Qué fue eso? —preguntó con la boca cerca de mi oreja, gritando por
encima del alboroto.
Fruncí mi frente, sin tener ni idea de lo que quería decir.
Señaló el ring, de donde me había alejado hace unos segundos y me dijo:
—Solo te quedaste allí. Podrías haberlo sacado en la mitad de ese tiempo.
Dejaste que te golpeara. ¿Qué diablos fue eso? —Sus ojos se hicieron grandes—. Y
luego le demostraste misericordia. Este no es el patio de recreo, chico. Este es el
ring. Esto es pelear. El ganador lo toma todo. No quiero ver esa mierda de nuevo.
Me encogí de hombros y curveé una ceja, lo que se tradujo en, “No me
importa lo que digas, porque haré lo que quiera”. Por supuesto, probablemente no
lo entendería del todo, pero al menos era el mensaje que le había dado.
—Ve a los vestidores y límpiate. Cuando hayas terminado vuelve aquí y mira
el resto de las peleas< mira cómo se hace en esta parte de la ciudad. No importa
dónde hayas luchado antes o cuál es tu razón para esta aquí. Mostrar compasión
en el otro lado de esas cuerdas es debilidad y te comerán vivo a la primera señal de
eso.
Sin prestarle atención me di la vuelta y me dirigí hacia el pasillo. Había tres
puertas en cada lado, cada equipo tomando uno. Nuestra habitación era la última a
la izquierda, así que tenía que pasar por los otros en mi camino. A mitad del
pasillo escuché:
—Ellos lo llaman Happy porque el hijo de puta nunca sonríe. En serio, parece
que sus padres acabaran de morir. Molesto con el mundo.
Si tan solo supieran.
La habitación estaba vacía cuando entré. Las toallas colgaban de ganchos que
cubrían la pared, una mesa médica estaba puesta en el centro y más allá de eso
había un pequeño rincón con una ducha. No necesitaba lavarme, pero volví de
todos modos a cambiarme la ropa. Me había quitado mis shorts, dejándome
desnudo, cuando la puerta crujió abriéndose.
Mirando alrededor de la pared de azulejos, vi al intruso.
Y esos ojos redondos y castaños dieron vida a mi polla.
—E
sto es jodidamente patético —rugió Josh sobre el ruido
que nos rodeaba—. El hijo de puta ni siquiera puede
lanzar un puñetazo cuando el otro está prácticamente
pidiendo por ello. No puedo ver más esta mierda. Verlo pasar me molesta.
Él me besó, fuerte, marcando su reclamo alrededor de los otros luchadores y
luego salió disparado. No sabía a dónde iba, así que me quedé en el mismo lugar,
esperando a que volviera. Killian ganó y luego salió del ring mientras yo
observaba desde los laterales. Había algo en verlo pelear que me llamaba y cuando
empezó a caminar hacia la habitación de atrás me encontré siguiéndolo, mientras
miraba por encima de mi hombro por Josh.
Después de esperar a Josh durante varios minutos, tomé la decisión de
acorralar a Killian, rezando para que estuviera solo. Sabía que no hablaría conmigo
alrededor de otras personas, pero considerando que no necesitaba atención médica
y había dejado a su entrenador, pensé que era seguro asumir que no tendría
compañía. Solo quería hablar con él, para averiguar por qué estaba haciendo esto.
No era él. No era el mismo Killian Foster que había conocido. El mismo chico por
el que había llorado hasta quedarme dormida pensando en él casi todas las noches
durante años.
Corrí a través de la puerta y rápidamente la cerré detrás de mí. Después de
que me di cuenta que nadie más estaba en la habitación, cerré la cerradura. Un
hombre miró hacia fuera con el pelo rubio arenoso peinado hacia atrás para revelar
las partes afeitadas debajo. Mi corazón saltó un latido en contra de mis deseos. Por
muy enojada que estuviera con él, cuantas veces me dijera que no quería tener
nada que ver con él, todavía conseguía encender mi cuerpo en llamas de pasión y
deseo. Todavía tenía la capacidad de afectar el ritmo natural de mi corazón.
Puede que haya salido de ese ring como Happy, pero ahora de pie aquí, él era
el chico que quería robar la luna para mí. El chico que dibujó flores de colores en
mis manos y firmó su nombre en varias partes de mi cuerpo.
Él que había tenido mi corazón desde que tenía diez años.
—¿Quién eres? —le pregunté en voz baja, no porque tuviera miedo de ser
escuchada, sino porque mi voz se negaba a trabajar. Él literalmente me robó el
aliento.
Killian se alejó de la pared mostrando su desgarrador cuerpo perfecto. Era
una obra maestra. No habría podido esbozarlo mejor si lo hubiera intentado. Cada
línea era precisamente cortada para acentuar cada músculo tallado, incluyendo la
V digna de lamer que llevó mi atención a la endurecida polla entre sus piernas.
Habían pasado diez días desde que lo había sentido dentro de mí. Ocho desde la
última vez que vi su rostro.
En lugar de saludarme con palabras, tomó su polla en su mano y comenzó a
acariciarse. Despacio. Oh tan lentamente hasta que mis bragas estaban empapadas
y mis pezones dolorosamente erectos. Mientras caminaba hacia mí, su mirada
entornada me atrapó en el lugar. Cimentó mis pies al suelo. Robó mi habilidad de
moverme, respirar, parpadear.
De alguna manera había cruzado la pequeña habitación y se paró frente a mí.
A centímetros de distancia. El calor de su cuerpo flotando sobre mí en olas de calor
abrasador. Su respiración pesada arañó el silencio que se envolvía a nuestro
alrededor. Cerré los ojos ante el asalto que su presencia tenía sobre mí e inhalé
profundamente.
Killian siempre había tenido este olor único. Se había tejido en las fibras de mi
vida durante siete años y luego se quedó por un tiempo después de que se fuera.
Era irremplazable. No importa cuánto tiempo pasé tratando de redescubrirlo,
nunca pude. Era él< solo él. No de una botella o barra de jabón. No era champú o
detergente para ropa. Era Killian Foster. Pero ahora de pie frente a él,
respir{ndolo< se había ido. Ningún indicio del olor al que había sido adicta.
Ningún rastro de mi primer amor. El aroma que había estado atado en mis sueños
durante tanto tiempo había desaparecido. Y en su lugar había algo vagamente
conocido, como un familiar que conociste cuando eras pequeño, tu mejor amigo en
el jardín de infantes que te encontraste después de la secundaria, o una vieja foto
que te encontraste, recordando los rostros, pero no de cuando la habían tomado.
Me cubrí el rostro con las manos y luché contra la necesidad de llorar. La
emoción salió de la nada. Me atacó, me tomó por sorpresa. Incierta y viciosa. Lista
para derribarme en cualquier momento. Pero la necesidad de sollozar huyó tan
pronto como él envolvió sus dedos alrededor de mis muñecas. El miedo se
apoderó de mí cuando recordé la última vez que alguien había hecho esto. Josh.
Cuando quería que lo tocara. Apreté mis ojos con más fuerza, como si pudiera
cerrarlos más de lo que ya estaban y bajé mi cabeza una vez que con éxito quitó mi
máscara.
—Rylee< —susurró mi nombre tan suave, tan lleno de aire, que casi no
parecía real. Me recordaba a las veces que lo escuchaba en el borde de la
conciencia, segundos antes de que me durmiera, solo para escuchar su voz como si
estuviera delante de mí en verdad. Pero no esta vez. Al escucharlo ahora, sabía que
estaba aquí. Así que mantuve mis ojos cerrados, mi barbilla metida hacia mi pecho
y tratando con cada onza de fuerza fugaz que tenía apartar mis brazos.
Mi decisión llegó cuando no movió mis manos a su ingle. En su lugar, llevó
una a su pecho, dejándolo justo por encima de su músculo pectoral. Mi palma
absorbió el calor de su piel cuando extendí mis dedos, su clavícula justo debajo de
las puntas. Tomó mi otra mano y se la llevó a la cara, manteniéndome firme,
obligándome a tocarlo. Su vello facial se sentía suave, nada como el vello grueso
que parecía ser y no pude encontrar algo en mí para alejarme.
Dejé caer mi frente al centro de su pecho y me derretí, permitiéndole que me
sostuviera. Humedad se empujó contra mi rostro cuando le pregunté de nuevo:
—¿Quién eres? —Esta vez, las palabras temblaron cuando las incrusté en su
piel, haciéndole sentir cada emoción y desconcierto dentro de ellas.
—Sabes quién soy, Rylee. —Sin inclinarse, dejó caer su cabeza para que su
boca estuviera junto a mi oído, forzándome a escuchar cada palabra—. Siempre
has sido la única persona que me conoce. Eso no ha cambiado.
—No. —Sacudí la cabeza, mantuve mis manos exactamente donde estaban y
me aparté lo suficiente para mirarlo a los ojos. El color pistacho calmó la tempestad
que rabiaba adentro. Me recordó la primera vez que los vi, la primera vez que
conocí a Killian. El día en que mi vida cambió para siempre—. No te conozco
porque la persona que recordaba que eres no estaría en ese ring. No habría
golpeado a un tipo que nunca había conocido antes< sólo porque sí.
—Estoy peleando contra un demonio dentro. He estado tratando de matarlo
desde que te dejé< desde antes de irme. Pero lo estoy haciendo. Me estoy librando
de la ira, el odio, el agujero ardiente en mi pecho. Y así es como tengo que hacerlo,
Rylee. Por favor confía en mí. Confía en que soy la misma persona. En todo caso,
soy una versión más saludable.
Me burlé, incapaz de mantener la risa sin humor.
—¿Más saludable? ¿Llamas golpear a la gente hasta que sangre saludable?
Sus ojos se oscurecieron, pero nunca dejaron los míos.
—No pareces tener problemas cuando tu novio lo hace. Él no se compadece
de sus oponentes y parece que no te importa. ¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué lo
que hago es diferente a lo que él hace?
Dejé caer mi mirada a mis dedos, a través de su gruesa barba. Rasqué su
mandíbula y encontré una extraña comodidad en el sonido de los vellos debajo de
mis uñas.
—No eres él, Killian. Eres mejor que eso. Siempre lo has sido.
—Sin embargo, estás con él<
Mi mirada se clavó en la suya, la desolación en su tono me capturó y se negó
a irse.
—Porque no es como tú. Cualquiera que me recordara a ti solo traía de vuelta
el dolor de tu ausencia. Me recordaba la angustia que dejaste en tu partida. No
podía hacer eso. Necesito a alguien completamente opuesto a ti, de lo contrario, no
haría más que existir. Estaba cansada de existir. Quería vivir, respirar, reír y
sonreír. Quería sentirme completa otra vez.
—¿Lo hace? ¿Te hace sentir bien?
Traté de empujarlo lejos, pero agarró mis muñecas otra vez y me sostuvo
inmóvil.
—No voy hacer esto contigo. Me niego a dejarte controlar mi vida otra vez.
—¿Por qué viniste aquí?
Con un suspiro exasperado, caí en la puerta detrás de mí, presionando mi
espalda en la madera delgada y barata.
—Necesitaba respuestas. No sé por qué las necesitaba< o incluso quería. La
última vez que te vi, estábamos en mi patio trasero en Smithsville. En Tennessee.
Cinco años después te encuentro en un gimnasio en Baltimore. Ganando dinero
dándole palizas a personas que no conoces. Ya nada tiene sentido para mí.
Dejó caer su frente en la mía y cerró sus ojos. En este momento, era todo lo
que recordaba que él era. Era el epítome de mis sueños, mis esperanzas, mis
oraciones. Él estaba aquí. Yo estaba aquí. Estábamos juntos otra vez. Nada más
importaba
Pero lo hacía.
Todo lo demás importaba.
Y tomó un esfuerzo consciente de mi parte tener eso en cuenta.
—Eres diferente, Killian. Y no sé cómo tomarlo Es como cuando regresas a tu
hogar de la niñez y no es nada como lo recordabas. Es lo mismo, pero no. En
absoluto. Las mismas paredes, el mismo gran roble en el patio delantero. La misma
puerta principal. Pero la hierba es más alta y el columpio de neumático falta. El
porche es de un color diferente y cortinas nuevas cuelgan en la ventana. Diferente.
Eso es lo que eres para mí ahora. Una casa vieja, llena de recuerdos, pero ya no me
pertenece.
—Nada ha cambiado. Todavía soy yo —argumentó con una voz tan profunda
que pudo haber sido un gruñido—. Todavía te amo tanto como lo hacía el día que
me fui a perseguir a mis demonios. Más. Te amo mucho más. Porque ahora estoy
más cerca de ser libre. Y no quiero nada más que amarte libremente. Abiertamente.
Su confesión se estrelló en mí y sacó el viento de mi pecho. Mis pulmones
ardían, mi cabeza se puso ligera, y temí que se me doblaran mis rodillas. Sabía que
me lo había dicho antes, en la cama. Pero eso no significaba nada para mí. Estaba
tratando de conseguir lo que quería y usar ese término era lo que todo chico sabía
que funcionaba.
Pero él no era cualquier chico.
Era Killian.
—No actúes como si fuera la primera vez que te lo digo.
—Más o menos lo es. Decirlo mientras tenías tus bolas profundamente
enterradas en mí, no cuenta. Por no mencionar, que no puedes volver después de
haberte ido durante años y años y esperar que me lo crea. No funciona de esa
manera.
El espacio entre sus cejas se estrechó y las líneas se arrugaron pesadamente
mientras me miraba fijamente a los ojos. El verde se había oscurecido y
prácticamente podía oler la tormenta que se revolvía dentro de él.
—Esa no era la primera vez que te lo dije.
—¿Qué? Claro que lo fue.
—Te lo dije en tu patio trasero, cuando te puse contra la pared. Y sí, todavía
cuenta, aunque tuviera tu coño envuelto alrededor de mi polla, ordeñándome. Sí
cuenta. Lo dije en serio. Y lo dije en serio cuando lo dije de nuevo después de que
me empujaste y me dijiste que me fuera.
Mi mente regresó a esa noche, recordándolo diciendo algo. Pero nunca supe
qué. Su boca se había movido, sus gruñidos habían llenado mis oídos, pero en ese
momento, nunca le encontré sentido.
Hasta ahora.
Me había dicho que me amaba.
Y no sabía qué hacer con esa información.
—Y no creas, ni por un puto segundo, que no lo dije en serio el otro día. Has
sido mía desde el día en que me seguiste en el bosque. Y no importa lo que digas o
hagas, siempre serás mía. Te he amado desde el momento en que puse los ojos en ti
y nunca dejaré de hacerlo. Así que cree lo que quieras, sorpréndete, alucina, pero
hagas lo que hagas, nunca lo dudes.
Un golpe en la puerta a mi espalda causó que ambos nos congeláramos.
Permanecimos en silencio, esperando que el que estuviera del otro lado dijera algo
o llamara de nuevo.
—Happy, soy Cal. Necesito que abras, hombre.
Killian cogió una toalla colgada de un gancho junto a nosotros y la envolvió
alrededor de su cintura. Se llevó el dedo a los labios, señalándome que estuviera en
silencio. Después de dar un paso hacia un lado, abrió una grieta para hablar con
Cal. Solo viendo la mitad de esta conversación unilateral hizo difícil reunir el
alcance completo de todo.
—Date prisa hombre. La alineación está casi terminada y tú necesitas estar
ahí. Te enfrentarás a algunas de estas personas y necesitas estudiarlas para que
estés preparado. —Hubo una pausa y Killian asintió. Antes de que pudiera cerrar
la puerta, Cal volvió a hablar—. Dile a tu chica que tiene que venir conmigo. Jag
est{ ahí afuera y si la atrapa aquí<
Killian volvió su atención hacia mí y pude ver en sus ojos cuánto odiaba la
idea de que me fuera. Pero ambos sabíamos que no teníamos mucha opción. Su
entrenador tenía razón. Si Josh sabía que había estado aquí, las cosas se irían a la
mierda.
Me deslicé entre la puerta y Killian, ofreciéndole una pequeña sonrisa
mientras salía de la habitación. Una vez que la puerta fue cerrada, el cerrojo
haciendo clic en lugar, rodeé a Cal y comencé a avanzar a la salida del pasillo.
—No tan rápido. —Cal me sostuvo suavemente el codo y me detuvo—. Lo
que estás haciendo es tonto y peligroso. Estos hombres entran ahí —señaló el
cuadrilátero justo al otro lado del pasillo—, y luchan con apenas una red de
seguridad. Sin guantes, sin relleno. Solo un hombre que está ahí y se encarga de
todo. Dar una razón para que se den una paliza, aparte de ganar y hacer dinero es
estúpido. Y muy posiblemente, mortal.
—Eso no es lo que estoy haciendo. No sabe<
—Sé lo suficiente —dijo interrumpiéndome—. Sé que eres la chica que está
buscando Happy, el nombre en su brazo. Sé que vino aquí por una razón y
entiendo que la razón eres tú. Él va por Jag y no se detendrá hasta recuperarte.
Pero lo que ninguno de ustedes entiende es que Jag no va a caer tan fácilmente. Lo
he visto pelear. Va a la yugular. Él es experto y tiene más peleas en su historial que
Happy. Esto no terminará bien si cambias de equipo antes de que el torneo acabe.
—Nadie dijo nada acerca de cambiar de equipo. Solo fui a hablar con él. Para
despejar el aire y obtener algunas respuestas. Tal vez un poco de cierre por la
forma en que dejó las cosas. No es lo que piensas. Estoy con Josh, no con Kill-
Happy. —Ese nombre me quemó la lengua, sabiendo lo falso que era—. No fue una
reunión dulce o divertida.
Me giré y comencé a alejarme, pero me detuve cuando dijo:
—Puede que desees decirle que estas paredes son delgadas. Cualquiera que
esté parado al otro lado de la puerta puede oír todo lo que se dice.
En lugar de reconocerlo, reanudé mi paso y llegué a la gran sala. Josh estaba
en el centro de una pequeña multitud. Una vez que su mirada se posó en mí, se
abrió paso través de los cuerpos y avanzó los tres metros entre nosotros.
—¿Dónde estabas?
Sentí su ira antes de oírla.
—Tuve que usar el baño. Te esperé, pero nunca volviste. No podía aguantar
más.
Él asintió, aceptando mi mentira y me agarró la mano.
—¿Estás lista para irnos? Está casi terminado y necesito dormir un poco. —
Josh siempre había tenido un ritual la noche anterior a una pelea, y recé para que
no quisiera hacerla esta noche. Pero sabía que era un deseo desperdiciado cuando
dijo—: Te dejaré en tu coche para que puedas seguirme a mi casa.
—Josh< estoy cansada. ¿No puedes solo dejarme en casa?
Sus ojos se iluminaron como el mar al mediodía y una sonrisa perversa tiró
de sus labios. Se inclinó y lamió el borde exterior de mi oreja antes de bajar la voz y
susurrar:
—No, nena. Vienes conmigo. Sabes que necesito tus hermosos labios
envueltos alrededor de mi polla antes de una pelea. La última vez, te fuiste, y
perdí. Estar enterrado en tu garganta es mi talismán de la buena suerte.
Mi estómago se revolvió al pensarlo.
Pero lo complací de todos modos.
—¿Q
ué pasa con la jodida compasión, Happy? —Cal entró
en mi habitación con las manos en las caderas,
luciendo más como un padre enfadado que como un
hombre que me había tomado bajo su ala hace solo un mes.
Dejé caer mi bloc de dibujo a mi regazo y solté la pluma de mi agarre. La
irritación burbujeó ante la idea de ser interrumpido antes de tener su imagen
completa. Era el único momento en el que encontraba paz dentro del caos; cuando
dibujaba las líneas de su rostro, la curva de sus labios, los amplios arcos de sus
ojos. Y ahora, mientras Cal estaba delante de mí en mi espacio privado, la alegría
desapareció.
Tomó la pizarra de la cómoda junto a él y la arrojó hacia mí. Lo miré
fijamente y logré atraparla antes que me golpeara en el rostro. No se daría por
vencido y ambos lo sabíamos. Me exigiría respuestas hasta que las dijera.
—Eres un luchador, Happy. El nombre del juego es luchar.
Saqué la tapa del marcador de borrado en seco y escribí furiosamente mi
respuesta.
¿Cuál es tu punto?
—¿Mi punto? —Su voz se elevó, cada vez más fuerte y profunda—. Mi punto
es que no puedes mostrar debilidad, Happy. Cuando dudas, desperdiciando la
oportunidad cuando la tienes, estás mostrando a los demás cuándo golpear. Le
estás dando una entrada, cuando no debería haber ninguna.
Limpié el tablero y volví a empezar. Me niego a golpear a alguien que está
desprevenido. Es sucio, y no voy a hacerlo.
Cal echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Entonces estás en el juego equivocado, hombre. El juego equivocado. Hay un
ganador y un perdedor. ¿En qué lado quieres estar? Porque con esa mentalidad,
puedo prometer que terminarás en el equivocado.
Ganaré. A mi manera.
—¿Y qué manera es esa? ¿De pie allí, sin hacer una maldita cosa, mientras
que tu oponente lanza golpes? ¿Dejando que conecte con tu cara? ¿Qué habría
sucedido si su puntería no hubiera estado tan mala?
Habría sangrado.
—¡Y habrías perdido!
Me incliné hacia delante, apretando los dientes para no gritarle.
—Adelante, Happy. Grítame. Grúñeme.
Negué en señal de advertencia.
—¿Crees que no lo sé? ¿Que no te escuché hablar detrás de esa puerta esta
noche? No sé cu{l es tu juego final, por qué viniste a mí. Y para ser honesto<
realmente no me importa. Lo que sea que escondas, es cosa tuya. Pero me buscaste.
Por una razón; cualquiera que sea y no puedo ayudarte a menos que empieces a
escucharme.
Agarré el marcador tan firmemente en mi mano que podría haberlo roto a la
mitad. La necesidad de tomar represalias se hizo más fuerte hasta que casi rompí el
sello del silencio y lo puse en su lugar. Pero con una respiración profunda, me
calmé lo suficiente como para escribir algo.
Voy al ring porque tengo que hacerlo. No porque me guste darle palizas a la gente.
—¿Por qué tienes que hacerlo? —Su tono había bajado, perdiendo algo de su
desdén.
Sin quitar mi mirada de la suya, escribí las tres letras de mi respuesta y las
levanté para que las viera.
Jag.
—¿Por la chica?
Asentí, sin ofrecerle nada más.
—Ven mañana por la noche. Aunque sea sólo para estudiar a Jag. Si tu
objetivo es meterlo en el ring, eso solo sucederá de una manera; tienes que ganar
cada pelea. Y cuando llegues allí, necesitas estar preparado para él.
Estoy preparado. No te preocupes por eso.
Cal levantó las manos en señal de derrota.
—Lo que sea. Solo ve.
Negué y escribí, No va a suceder.
—¿Por qué no? ¿Cómo puedes esperar que te prepare si te niegas a escuchar
algo de lo que digo? Aparte del entrenamiento diario< lo cual solo haces porque
caso contrario, los otros chicos podrían alcanzarte.
No puedo verla con él. Estará allí para verlo, y no puedo tolerarlo.
—Jodidamente supéralo, hombre. Estás actuando como un pervertido. Te
sientas aquí, dibujando su rostro como una especie de acosador. ¿Eso es lo que es?
¿Tuve la impresión equivocada?
Lo miré fijamente, conteniendo mis palabras.
—Escucha, no me importa lo que tú y esta chica tengan, o si terminas
recuperándola. Eso no es asunto mío. Pero si la estoy poniendo en peligro al
ponerte en ese ring, al darte la oportunidad final de recuperarla< necesito saberlo.
Me niego a hacer eso.
Ella me ama.
—Ah, ¿sí? ¿Te dijo eso?
Le arrojé la pizarra y gruñí.
—Eso es lo que pensé. No me hagas arrepentirme de tomarte, Hap. Si no
quieres hablar, bien. No me hables. No necesito escucharte hablar. Lo que necesito
es saber que no me están engañando. Necesito saber que estás en esto por razones
válidas. Y luego necesito verte ganar.
Cerré los ojos e inhalé profundamente. Exhalé por los labios y luego susurré:
—Las razones son válidas. —No podía mirarlo mientras decía las palabras, y
la verdad sea dicha, ni siquiera las hubiera pronunciado si no hubiera perdido el
temperamento y tirara la única cosa que tenía para comunicarme.
—Entonces, ¿se supone que debo estar bien con esa respuesta?
Asentí y me recliné hasta que encontré la cabecera.
—Escucha< te dejé entrar en mi casa. Te he llevado a mi club. No hago esto
por cualquiera. Y para ser honesto, no sé qué fue lo que me hizo aceptar. Supongo
que había algo en tu historia, en la forma en que te sentabas en mi oficina, como un
chico perdido. Sea lo que fuere, te creí. Ahora te creo. No me hagas arrepentirme.
Ninguna otra palabra salió de mis labios, nada escrito en papel. Lo miré
fijamente, esperando que pudiera ver la sinceridad en mi mirada. No se
arrepentiría de hacer esto por mí. Y yo tampoco. Tenía un objetivo cuando llegué a
él, una cosa en mi mente.
Ahora tenía dos.
Y no iba a perder ninguno de los dos.
Cuando salió de la habitación, volví al rostro de Rylee. Me perdí en cada
sombra, cada detalle de su semejanza. Hasta que la recuperara; permanentemente,
continuaría dibujándola. Diablos, probablemente nunca pararía, incluso después
que fuera mía de nuevo. Había algo calmante, relajante, sobre ella. En sus rasgos.
El amor que veía en sus ojos cada vez que los miraba, a pesar de su renuencia a
verbalizarlo. No necesitaba escuchar las palabras para saber que eran ciertas. Para
saber que era mía.
Lo era.
Mía.
—Toc, toc. —Una voz suave y femenina vino de la puerta apenas abierta—.
Tu ropa de gimnasia está limpia. —Sophia, la esposa de Cal, entró con un cesto de
ropa sujeto bajo el brazo. Lo dejó caer en la cama, pero no hizo ningún movimiento
para salir.
Le ofrecí una sonrisa y asentí. Mi gentil gesto de agradecimiento, así como
una forma sutil de hacerle saber que podía marcharse. No estaba de humor para
compañía. No con Cal, especialmente no con Sophia, y definitivamente no en mi
dormitorio mientras yacía en mi cama en nada más que pantalones de deporte.
—Así que< esa chica que tienes aquí< —Se sentó a mi lado y miró por
encima de mi brazo hacia el papel en mi regazo—. Es la chica, ¿verdad? ¿La razón
por la que viniste aquí?
Pasé a una página limpia y comencé a garabatear mi respuesta. Esto no era
nada nuevo para ella. Había estado aquí por un mes y estaba bastante
familiarizada con la forma en que me comunicaba. ¿Te envió Cal?
Su aireada risita era dulce y me dio una sensación de seguridad.
—Lo conoces demasiado bien. Sí, me pidió que viniera a hablar contigo. Está
preocupado. No se puede culpar al tipo. ¿Cómo te sentirías si tomas a alguien,
cubres su espalda, confías en él sin razón< solo para descubrir que sus secretos
son más profundos de lo que imaginaste?
Asumo que te lo dijo.
—¿Que puedes hablar, pero no quieres? Sí. Lo hizo. Pero no sabe por qué, y
aunque dice que no le importa, sé que sí. Por no mencionar que a mí me importa.
¿Te importaría decirme por qué vives así?
¿Cómo? Si quería respuestas, tendría que ser más específica.
—Hiciste un trato con Cal, él les cobraría a los otros, sabiendo que tú no
cobrarías nada. A cambio, él puede mantener tu parte de cada victoria, incluyendo
el gran bono del equipo por el resultado del torneo. ¿Por qué renunciar a todo ese
dinero cuando pudiste haber entrado ahí sin ningún problema?
Mis ojos se cerraron lo suficiente como para encontrar las palabras correctas.
Cuando los abrí de nuevo, empecé a escribir mis pensamientos tan rápido como
pude. No necesito el dinero. Nunca fue sobre el dinero. Esto siempre ha sido acerca de
recuperar lo que era mío, para empezar.
—¿Ella? —Señaló el papel, aunque el rostro de Rylee ya no estaba a la vista.
Asentí, pero el silencio era demasiado para soportarlo. Ella es la única con la
que he hablado… aparte de Cal esta noche.
—¿Entonces por qué no hablas?
Levanté la cabeza, mi mirada encontró la suya. La mezcla de verde y café me
miró fijamente, atrayéndome a responder con curiosidad. Podía decir que esta no
era su manera de entrometerse, realmente se preocupaba y quería ser una amiga
para mí. No había tenido muchos en mi vida, así que era difícil para mí aceptar.
Pero estar aquí, en la casa de Cal, alrededor de él y su esposa< se sentía seguro.
Me dijeron que no.
—¿Por quién? ¿Cuándo?
No puedo decirlo. Por favor, no vuelvas a preguntar.
—Killian —susurró mientras ponía su mano en mi antebrazo—. ¿Está bien si
te llamo así?
Sophia y Cal sabían mi nombre, pero para los propósitos del ring, habíamos
acordado que iría por Happy. Asentí. Había algo en esa mujer que me recordaba a
Elise, y no podía decirle que no; no tenía la capacidad de hacerlo. Sophia era una
conexión poco probable con mi tía cuando no podía estar cerca de ella y cuando
me hablaba de esta manera, me sentía como el niño que había ido a vivir con ella
hace doce años. Temía que me echara. Petrificado de su rechazo.
—Me recuerdas a un alma vieja —continuó—. A pesar que luces duro, tienes
una actitud que la mayoría lo encontraría tenebrosa, eres amable. Puedo verlo. A
pesar de los tatuajes, los músculos marcados, el ceño fruncido permanente en tu
rostro, hay una suavidad en ti. Es evidente cuando sonríes a la televisión; cuando
crees que nadie está mirando. En la forma en que te mueves a nuestro alrededor,
incluso cuando no estás en nuestro camino. Lo veo en la forma en que apartas la
mirada cuando Cal me muestra afecto, como si observarnos fuera grosero y
entrometido, así que te alejas.
Sus palabras me rodearon y me dejaron sin capacidad de pensar.
—Así que, no tiene mucho sentido por qué estás haciendo esto. Por qué
renuncias al dinero cuando es obvio que puedes tomarlo todo. No entiendo por
qué elegirías pelear, cuando, por lo que dice Cal, herir a alguien parece afectarte de
la misma manera que a los demás. No estás hecho para esta vida, Killian. Claro,
podrías dominar este deporte, tomar el asiento delantero< pero ¿por qué?
Miré los árboles entintados en mi brazo, los troncos formando las letras del
nombre de Rylee. La luna en la curva superior de la R. Mi dedo trazó las líneas
negras y grises como lo había hecho tantas veces desde que fue puesto allí. Sin
importar los otros tatuajes que adornaban mi piel, este siempre sería mi favorito.
—Siempre es por una chica —dijo con una risa suave—. Tal vez por eso le
gustas tanto a Cal. Debes recordarle a él. Dejó las peleas por mí, ¿sabes? Él estaba
en la cima de su juego, apilando montones de dinero en ahorros, todo para darme
la vida que siempre he querido. Pero no quería el dinero. Quería que llegara a casa
entero, no con huesos rotos, nudillos hinchados, moretones, cortes o rasguños.
Estaba cansada de besar a sus heridas y quería, solo una vez, que me abrazara. Que
me curara cuando estaba herida. Así que lo dejó todo. Por mí.
Mi confusión debe haber sido evidente, porque se rió y negó.
—No me importaba que fuera dueño de un equipo. No era el deporte el que
no me gustaba. Nadie puede entender lo que se siente al estar de pie y ver a
alguien lanzar puñetazos tras puñetazos al hombre que amas. Lo horrible que
duele verlo sangrar, verlo sufrir. Eso es lo que no me importaba, lo que no podía
soportar más. Ahora, puede hacer lo que ama y llegar a casa a mí sin vendajes. —
Cubrió mi mano con la suya—. Dime esto< si ella te pide que lo dejes, ¿lo harías?
Su pregunta no justificaba ningún pensamiento. La respuesta fue inmediata.
Asentí. Porque lo haría.
En un instante.
Tan pronto en cuanto derrotara a Josh Disick.
En un estanque de su propia sangre.
S
us hombros desnudos se flexionaron, los músculos en su espalda se
apretaban con cada puño. Cada vez que se balanceaba. Cada giro
de su cuerpo mientras vencía a su oponente sin piedad. Era una
pelea más larga de lo que Josh había anticipado; había subestimado el impulso que
poseía el otro hombre, su negativa a renunciar.
Hasta este momento, nunca había tenido muchos problemas observando a
Josh pelear. La idea de que lo hiciera como un deporte no era algo que encontrara
atractivo, pero nunca me molestó. De repente, de pie aquí, fuera del ring,
observando todo tener lugar, me sentí asqueada. Un nudo se formó en mi
estómago con la vista de mi novio lanzando golpe tras golpe a un hombre que
claramente tenía problemas manteniéndose de pie por su cuenta. Los nudillos de
Josh estaban cubiertos con la sangre de alguien más. El sudor se aferraba a su piel.
Y cada vez que se giraba en mi dirección, la mirada asesina en sus ojos me
enfermaba.
Tantas cosas habían pasado desde anoche. Ver a Killian acabar con un
luchador en su búsqueda de la cima fue desalentador. De cualquier forma, fue la
compasión que mostró al final lo que expuso una historia distinta. Era el área gris
entre el joven de dieciocho años que me había dejado atrás y el hombre que había
entrado en mi vida como una tormenta. Me sentía perpleja frente a este “deporte”.
Y a su vez, sacó a la luz una desconexión con Josh que ni siquiera sabía que existía.
Una desconexión que podía tener algo que ver con la conversación que tuvo
lugar en la habitación trasera. La admisión, no, su proclamación, de amor. Lo que
sea que fuera, me encontraba destrozada por la culpa. Pero a diferencia de la
última vez que estuve con Killian, no me odiaba por escaparme a espaldas de mi
novio. Me sentía terrible por tener el pene de Josh en mi boca, como si no fuera leal
a Killian. Me mantuvo despierta toda la noche. Había dejado que Killian llegara a
mí; permití que su reclamación me consumiera. Y al final, dejé que se apoderara de
mí, al permitirle entrar a mis pensamientos. A la habitación de mi novio mientras
me arrodillé entre las piernas de Josh.
Me rehusaba a permitir que esto siguiera por más tiempo y esperaba ver a
Killian esta noche. Los jeans ajustados, una blusa con escote, y las botas hasta los
tobillos estaban destinados para volverlo loco. Mi cabello perfectamente alisado y
maquillaje pesado servirían para un propósito, una cachetada cuando le dijera que
ya no le pertenecía, y luego saldría del brazo de Josh.
Una mentira para calmar mi agitación interna
Ignoré las imágenes filtrándose en mi cabeza de él tomándome en la
habitación de atrás mientras Josh peleaba en el ring. Pretendía odiar la idea de
sentirlo dentro de mí, su piel presionada contra la mía, su voz en mi oído. La
necesidad de lastimarlo y alejarme de la manera en la que él lo había hecho fue
genial, pero palidecía con mi necesidad de estar con él. Mis pensamientos peleaban
entre sí, dejándome como la única perdedora en toda esta situación. Porque Killian
no estaba aquí. No había aparecido para la segunda noche de peleas. Y ahí fue
cuando sucumbí al darme cuenta de que me había vestido para él.
No tenía nada que ver con la represalia.
Josh se subió a horcajadas al hombre en el ring y tiró unos cuantos golpes
más, ignorando al réferi junto a él, quien le ordenaba detenerse. La loca mirada en
sus ojos hizo que el miedo golpeara mi pecho, y me di cuenta que realmente no
tenía idea quién era este hombre. Había visto el lado dulce, cariñoso. La parte de él
que me hacía desmayar y ceder cuando me lo pidiera. Y luego estaba este lado.
Jaguar. Él era cruel e implacable. Ver esta parte de él únicamente en la superficie
mientras estaba en el ring era una cosa. Pero no era siempre el caso. Jag salía
cuando lo rechazaba, cuando no podía hacer lo que me pedía. Aparecía en las
discusiones, cuando no lo dejaba salirse con la suya. Por supuesto, nunca me había
levantado la mano, pero su actitud implacable y su incapacidad para detenerse
antes de llevarlo al siguiente nivel era la misma, Jag realmente era Josh en el fondo.
No me había dado cuenta del desconcierto en el que me encontraba hasta que
me encontré en la habitación trasera con Josh y Dalton. Él se estaba secando con
una toalla mientras Dalton llenaba una bolsa plástica con hielo para sus manos, las
cuales estaban manchadas de sangre. No podía recordarlo saliendo del ring o
haberlo seguido.
—Esta noche vamos a celebrar, bebé. Tú y yo. —El meneo de sus cejas no
pasó desapercibido. Sabía lo que implicaban sus palabras, e hizo que mi estómago
doliera y que la bilis subiera hasta mi garganta.
—Estoy realmente cansada, Josh.
—Sí, y estarás aún más cansada cuando termine contigo.
Doy un paso hacia atrás, más cerca de la puerta.
—No, estoy hablando en serio. Solo voy a ir a casa.
Su mirada penetrante prácticamente detuvo mi corazón.
—¿Dónde está tu cabeza, Lee? ¿Eh? Anoche tuve que hacer todo el trabajo,
como si estuvieras en el espacio mientras follaba esa boca tuya. Y ahora est{s<
—Detente, Josh, Por favor< para ya. —Le doy una mirada a Dalton,
odiándolo por estar en la habitación para escuchar esto. Aunque, pareciera como si
no le importara ser testigo de los insultos de Josh—. Te dije que estoy cansada.
Estaba cansada anoche. Solo quiero dormir.
Dejó caer la toalla y alejó el hielo. Cuando me tuvo acorralada contra la
pared, de la misma manera en la que Killian me tenía anoche, aunque nada
parecido a como Killian me hacía sentir; me agarró fuerte por los lados de mi
cabeza y me forzó a mirarlo a los ojos.
—Dime qué pasa. ¿Por qué me estás alejando?
Resoplé y dejé que la tensión saliera de mis hombros. Derrotada. Era
debilitante a veces.
—Es como si fueras dos personas diferentes. —El dejá vù me consumió,
pensando en las similitudes entre esta conversación y la que tuve con mi ex
amante—. Cuando eres Jag, eres malo. Eres exigente, y no me gusta. Cuando estás
aquí, en el ring, el club o la habitación de atrás, es como si olvidaras quién soy. Me
tratas como una zorra. Como si fuera desechable.
Su mirada se suavizó un poco y su agarre sobre mí se aflojó ligeramente.
—Déjame compensártelo —dijo en un tono más suave, sin la crudeza de hace
unos momentos—. Bebé, lo siento. Ven a casa conmigo y déjame mostrarte lo mal
que me siento. Déjame probarte que no eres desechable.
Mis ojos se cerraron y un largo suspiro pasó por mis labios.
—Estoy realmente cansada, Josh. No estoy mintiendo acerca de eso. ¿Lo
posponemos? —Me atrevo a abrir los ojos para encontrar su mirada. Vi la ira
contenida en sus ojos, y me hizo sentir incómoda. El que estuviera enojado
encendía un fuego en mi interior, aunque reconocía su control.
—Espera que me limpie e iré contigo.
—Quiero estar sola esta noche. —Dejé salir, temerosa de cómo respondería.
En vez de pelear o decir algo desagradable, me dejó ir y dio un paso atrás. Mi
cuerpo se desinfló, creyendo que había sobrevivido a su rabia. Eso fue hasta que
abrió la puerta violentamente y se paró frente a mí con sus hombros hacía atrás y
su pecho inflado.
—Entonces lárgate. Consigue tu maldito sueño de belleza y llámame cuando
saques la cabeza de tu trasero.
Odiaba la forma en la que me hizo sentir.
Odiaba aún más mi incapacidad para pelear y defenderme.
Pero en cambio, mordí mi lengua y dejé la habitación con la cabeza gacha.
Mientras iba caminando por el pasillo, pasé a Cal. No lo saludé, y él no me
dijo nada. Verlo en casi el mismo lugar en el que tuvimos nuestra conversación
ayer, trajo emociones con las que no estaba lista para enfrentarme.
Y me atormentaron todo el camino a casa.

La canción de Rocky resonaba desde mi mesa de noche por décima vez en lo


que parecieron ser muchos minutos. Tan pronto como terminara, Josh esperaría un
minuto o dos y luego me llamaría de nuevo. No podía soportarlo, y después de un
tiempo, cubrí mi cabeza con la almohada. No tenía la fuerza para moverme y
rechazar la llamada. Mi cuerpo había sido drenado de energía después de haber
llorado por horas desde que dejé el gimnasio.
Sin embargo, esta vez, no sonó de nuevo. Una vez que se detuvo, fui
recompensada con un largo tiempo llenado con nada más que silencio. Hasta que
empezó el golpeteo en la puerta, no podía ignorar los incesantes golpes, sabiendo
que alarmaría a los vecinos.
—Por favor, Lee< abre. Soy un idiota. Déjame probarte cuánto lo lamento.
Presioné mi frente contra la puerta y cerré los ojos. Más lágrimas salieron y
mancharon mi rostro con la prueba de la guerra que se libra dentro de mí. Su
arrepentimiento era más que evidente en su tono. Su pena era tan tangible como el
suelo bajo mis pies descalzos. Pero no importaba lo arrepentido que estaba, eso no
quitaba lo que me había dicho. El dolor que había causado. Las horribles cosas que
dijo frente a Dalton.
—Bebé, abre. No puedo irme hasta saber que estás bien.
—Por favor vete. —Las palabras salieron estranguladas con un sollozo—.
Solo vete, Josh. No quiero verte ahora mismo.
—Entonces contesta tu teléfono. Háblame.
—No tengo nada que decir.
Lo escuché exhalar a través de la puerta, y un suave golpe indicó que su
cabeza se chocó con el frío metal.
—¿Al menos me escucharías? —Cuando no respondí, continuó—. Lo siento,
Lee. Dios. Lo lamento tanto. No fue mi intención. Me emociono mucho con las
peleas, no hago ni digo las cosas correctas. Es difícil para mí perder toda esa
adrenalina tan rápido. Solo me excité tanto pensando en celebrar contigo esta
noche, y luego fue como si me humillaras cuando me rechazaste. Tú sabes que no
puedo lidiar bien con el rechazo. Por favor, bebé< perdóname.
Me di la vuelta y me deslicé hasta el suelo con mi espalda presionada contra
la puerta. Subo mis rodillas hasta mi pecho y envuelvo mis brazos alrededor de
estas. Dejé caer mi cabeza y lloré en el espacio entre mis piernas.
Mis sollozos debieron ser más fuertes de lo que pensaba.
—Lee, por favor no llores. Sabes que odio cuando estás dolida. No quiero que
estés triste, y me odio sabiendo que soy la causa de ello. Solo quiero hacer que todo
esté bien de nuevo. Quiero hacer que todo sea mejor.
Su disculpa sonaba sincera. Pero no podía ignorar el persistente pensamiento
de comparar a Josh y Killian. Hace veinticuatro horas, explicaría mis razones para
estar con Josh, diciendo que lo había elegido porque era completamente opuesto a
la persona que me rompió. Y eso era verdad. Pero no estaba segura que el precio lo
valiera. Sí, no eran nada parecidos. Donde Josh era duro, Killian era suave. Donde
Josh era exigente, Killian era suplicante.
Donde Josh era molesto, Killian era amoroso.
Amaba a Killian. Siempre lo había hecho. Muy probablemente siempre lo
haría. Y sabía que lo que sentía por Josh no era lo mismo. No era amor. La mayor
parte del tiempo, ni siquiera era lujuria. La verdadera razón por la que estaba con
Josh era porque sabía que, si alguna vez me dejaba, si decidía alejarse sin decir
nada, no estaría devastada. Mi vida no terminaría. Me levantaría la mañana
siguiente y seguiría viviendo.
No podía hacer eso con Killian.
Aunque con eso, venía una clase diferente de dolor. Uno que al que no estaba
acostumbrada. Las palabras hirientes y las acciones crueles. Había cambiado una
lágrima por otra. Y, aunque Josh me hacía llorar por razones completamente
distintas, era llanto después de todo. No sabía por cuánto tiempo más podía seguir
con esta charada. Por cuánto tiempo más sería capaz de seguir mintiéndome.
Especialmente con Killian cerca.
—Bebé, di algo. Me estás asustando. —Su voz a través de la puerta me sacó
de la agonía mental en la que había estado, por quién sabe cuánto tiempo—.
¿Sigues ahí? ¿Te fuiste? Solo escúchame. Escúchame. Por favor.
—Necesito que te vayas, Josh. Antes de que despiertes a los vecinos.
—Que se jodan los vecinos. Ellos no me importan. Solo me importas tú.
—¿Podemos hablar de esto mañana? Me despertaste. Estoy cansada.
Hubo un momento de silencio, y luego unos golpes en la puerta, más como si
estuviera dándole palmadas.
—¿Quién está ahí contigo? ¿A quién tienes ahí? Dime, Lee. Abre la maldita
puerta y jodidamente dime.
Me levanté y desbloqueé la puerta, la furia motivando cada uno de mis
movimientos. Para el momento en el que abrí la puerta, mis lágrimas habían
pasado de ser de dolor a ser de rabia, manchando mi rostro que probablemente
estaba rojo debido al aire que estaba conteniendo en mis pulmones.
Intentó entrar, pero lo bloqueé con mi brazo y lo dejé inmóvil con mi mirada.
—No te atrevas. No vengas aquí y me acuses de engañarte. Estoy sola.
Llorando. Porque eres un idiota que no sabe cómo tratarme bien.
—Él está aquí, ¿verdad? El hombre de tu pasado. ¡Me mentiste! —gritó,
golpeando su pecho con su puño mientras atravesaba la barrera que había puesto
entre él y mi apartamento—. Has cambiado desde que volviste de la casa de tus
padres. No debía haberte dejado ir.
—¿Dejarme? —me burlé y puse mis ojos en blanco.
—Sí< dejarte.
—Tienes que irte —dije con una calma que me sorprendió incluso a mí.
Dio una vuelta, girando su cuello para ver cada centímetro de espacio
disponible. Cuando apuntó a mi habitación, preguntó:
—¿Está ahí dentro? ¿Lo tienes en tu cama? Tal vez se está escondiendo en el
closet.
Antes de que se acercara más a la puerta abierta, agarré sus brazos y lo
empujé con toda mi fuerza.
—Vete, Josh. No te permitiré hacer esto. Dijiste que viniste aquí a disculparte.
Bien, no estás mostrándome cuánto lo sientes. Lo has empeorado. Tienes que irte.
Giro sus ojos en mi dirección, la rabia incrustada en sus facciones. Se veía
asqueroso y daba miedo. Las arrugas en su frente se profundizaron, así como las
que estaban junto a su boca. Su nariz se arrugó, acentuando la cicatriz dentada a lo
largo del puente. Y sus labios se fruncieron, forzando sus pesadas y jadeantes
respiraciones a través de sus fosas nasales.
—Estoy harta. No puedo seguir con esto. Debes irte antes de que llame a la
policía. No te molestes en intentar encontrarme. No esperes escuchar de mí.
Hemos terminado. Además, me rehúso a dejar que me trates de esta manera.
Sus facciones se tornaron más suaves en un parpadeo, como si se hubiera
pasado del Jaguar a Josh justo enfrente de mí. Sus respiraciones se tornaron más
suaves, casi sin rabia.
—¿Me estás dejando?
—Sí —dije con mis hombros hacia atrás mostrando confianza; a pesar de que
el terror fluía por mis venas—. Esta fue la última gota. No debería haber soportado
ni la mitad de las cosas que me hiciste o que me dijiste; en especial últimamente.
Metiendo mi mano a la fuerza en tu pantalón enfrente de otros, hablar acerca de
follar mi boca frente a Dalton. Mierda... —siseé—. No debería haberte dejado hacer
eso para empezar. Me haces sentir como basura, sin valor, culpable por rechazarte.
La siguiente cosa que sé, estoy en el piso, de rodillas, con tu polla en mi boca. Y
luego vas y dices algo horrible acerca de eso frente a Dalton.
—Sabes que nunca te forzaría a hacer algo que no quieres. Si creyera que
realmente no estabas en ello, nunca te habría hecho eso. Estás actuando como si te
hubiera violado o algo. Nunca lo haría. Nunca te haría eso y lo sabes. Nunca te
presioné por más de lo que estabas dispuesta a darme. —Su tono era calmado,
suave, pero sus palabras insinuaban acusaciones contra mí. Y me dejaron
enojada—. Lo siento tanto por decir algo frente a alguien más. Tienes razón. Eso no
estuvo bien, y nunca lo haré de nuevo.
Las palabras no llegaban. Tenía tanto que decir, pero no lograba hacerlo. En
vez de eso, lo observé con los ojos bien abiertos, preguntándome a dónde había ido
mi coraje. Él estaba alucinando si pensaba que iba a cambiar de opinión, pero por
alguna razón, no podía pronunciar esas palabras. No podía reiterar mi necesidad
de que se fuera, de hacerle entender lo seria que era sobre nuestra ruptura.
Se movió al sofá y tomo asiento. Lo seguí, pero me mantuve de pie frente a él,
con los brazos cruzados, no muy segura de cómo las cosas se transformaron tan
rápido en un minuto, estaba furiosa y echándolo, amenazándolo con llamar a la
policía si no se iba. Y al siguiente< él estaba en mi sala con su cabeza entre sus
manos, siendo el chico perdido que él sabía no podía rechazar.
—Sé que te he molestado. No te he tratado de la manera en la que mereces ser
tratada. Soy lo suficientemente hombre para aceptarlo. Pero por favor, bebé, dame
otra oportunidad. Déjame demostrarte que puedo cambiar. Puedo ser lo que
necesitas< lo que mereces. —La completa tristeza en su tono hacía hervir mis
ganas de pelear.
—No creo que puedas hacer eso, Josh. Odio decirlo, pero no pienso que seas
capaz de cambiar. Este es quien eres, y eso está bien. No quiero que nadie cambie
por mí. Justo como nunca me gustaría que alguien me pida ser alguien que no soy.
Agarró mi mano y me jaló junto a él en el sofá, su rodilla tocando mi muslo.
En este momento, él se veía pequeño. Nada similar al chico que podía hacer que mi
sofá luciera pequeño solo sentándose en él. Pero aquí estaba, vulnerable y débil, en
exhibición. Para mí. Y me preguntaba si este sería el momento en el que finalmente
se abriría. Finalmente me daría suficiente de sí mismo y así tal vez podría
entenderlo mejor.
—Me estás asustando, Josh.
—No —susurró y cerró sus ojos por un momento. Cuando me miró de nuevo,
no pude evitar perderme en sus brillantes, y embriagadores ojos azules—. No
tengas miedo. Por favor. Nunca quiero asustarte. Te amo, Rylee.
Jadeé, nunca lo había escuchado decir esas palabras antes.
—No puedo perderte también. No puedo.
Sus palabras flotaron en mis oídos, fluyeron a mi cerebro, y luego pulularon
alrededor hasta que se reprodujeron repetidamente. Cada vez que las escuché, me
sentí más plagada de confusión. En el curso de nuestra relación, discutimos lo más
mínimo de nuestras vidas antes de conocernos. Él sabía acerca del chico que había
roto mi corazón, el que hizo que dejara de tener citas. Sabía dónde crecí y era
consciente de la relación que tenía con mis padres. Le mencioné que tenía un
hermano, pero no me sorprendería si no recordara su nombre. Aparte de eso, sabía
de la escuela, mi carrera, mi trabajo, mi necesidad de ayudar a los niños en el
sistema; niños que han pasado por situaciones terribles. Sin embargo, nunca
preguntó y no le he confesado por qué. Aunque él sabía sobre Killian, acerca del
chico que vivía junto a mí, nunca le dije la historia completa. No estaba en posición
de decirle un secreto que no era mío, sin mencionar, que me rehusaba a admitir
que mi futuro había sido pavimentado por un chico de mi pasado.
Con lo poco que Josh sabía sobre mí, yo sabía incluso menos de él. Al
principio, era insignificante. Fue el primer hombre con el que salí desde que tenía
diecisiete años, y disfruté la facilidad de nuestra relación. Después de que supe
acerca de sus peleas, me interesé en su vida, sin importarme cómo llegó aquí. Pero
sentada en el sofá con mi mano en la suya, viendo el dolor atormentándolo a través
de las brillantes, casi translúcidas ventanas de su alma, me encontré curiosa acerca
de dónde venía. De cómo se convirtió en este hombre; el Jaguar. Tan cruel, tan
cerrado, tan< frío.
—¿También? —Incliné mi cabeza en su dirección después de salir de mi
trance—. ¿A qué te refieres? ¿A quién has perdido? y ¿Por qué nunca me habías
hablado de esto?
—Sí te dije. Mi madre.
Intenté recordar si alguna vez mencionó a su madre, y lo recordé admitiendo
que ya no estaba viva. Pero eso era todo. Le pregunté sobre ella una vez, y él
desvió el tema rápidamente. Y nunca había tocado el tema de nuevo.
—Josh... —Mi momento de compasión parecía haber terminado. Tal vez
estaba impaciente. Tal vez era el sentimiento de que estaba jugando conmigo. Lo
que fuera, dejé salir un pesado suspiro de frustración tan grande que casi lo sentí
caer en mi regazo—. Si intentas hacerme sentir culpable, no va a funcionar. No
puedes comparar el que te deje con tu mamá muriendo. Tampoco puedes usarlo en
mi contra para que me quede.
—Eso no es lo que estoy haciendo.
—Entonces por qué me estás comparando con tu madre.
Soltó mi mano y limpió su rostro. Aunque intenté decirme que me estaba
manipulando, podía ver en sus ojos que no era cierto.
—Mi madre era mi héroe. Mi mejor amiga. No siempre fueron buenos
tiempos, pero incluso cuando era difícil, siempre nos teníamos el uno al otro. Y
luego un día< ella me dejó. Ella<
—Josh, ella no te dejó. No puedes posiblemente pensar que eligió morir.
Su mirada se encontró con la mía, y en ella, encontré una agonía inconcebible.
—Lo hizo. Cuando tenía quince, ella se suicidó. Fue su decisión. Nadie metió
esa botella de pastillas por su garganta. Nadie le pidió hacerlo. Esa fue su decisión.
Me dejó por mi cuenta sabiendo lo que eso me haría. Y aquí est{s< dej{ndome.
Sin dejarme demostrarte que puedo hacerlo mejor.
La parte de atrás de mis ojos quemó con lágrimas de simpatía. He trabajado
en el pasado con niños y familias que han lidiado con la pérdida de un ser querido
por el suicidio. El dolor y la confusión de los que dejaron atrás son incalculables.
La culpa que cargan puede durar toda la vida.
—No tenía idea. Nunca me has dicho nada acerca de ella antes.
Negó con la cabeza y tomó una respiración profunda, como si se estuviera
estabilizando para finalmente decirme algo.
—Cuando tenía ocho, quedó embarazada. Era lo más feliz que nunca la había
visto. Antes de eso, lloraba algunas veces, pensando que yo no sabía. Pero nuestra
casa era pequeña, así que siempre la escuchaba. Casi siempre de noche. Pero
cuando estaba embarazada< ella era diferente.
—¿Tienes un hermano o hermana? —Estaba sorprendida por toda esta
información oculta.
—No —dijo solemnemente—. No lo entiendo; nunca lo hice. En cualquier
momento en el que lo llamaba hermano, me corregía y decía que era su bebé.
Algunas veces decía cosas raras que no tenían sentido para mí, y me decía que era
demasiado joven para entenderlo y que lo dejara. Me imaginé que tenía que ver
con mi papá. Tenían custodia compartida, y pienso que nunca sintió que fuera
suyo. Así que este bebé era lo único que no tenía que compartir con nadie.
—Estoy confundida< ¿quién era el padre del bebé?
Josh se encogió de hombros, pero luego continuó con su historia.
—Tenía ocho, Lee. No recuerdo mucho de ello. Realmente, la única cosa que
recuerdo vívidamente es cuando volvió a casa después de tener el bebé. Lloraba
todo el tiempo. Peor que antes. Ya ni siquiera lo escondía de mí, y eventualmente,
mi papá tuvo que intervenir. Terminé viviendo con él la mayor parte del tiempo
porque mi madre estaba tan perdida.
—¿Posparto?
—No. Nunca trajo el bebé a casa.
Confundida, entrecerré los ojos y pregunté:
—¿Qué pasó?
—Aparentemente, el padre del bebé estaba casado. Apareció en el hospital y
se llevó el bebé. Se rehusó a dejarla ver a su propio hijo. Intenté rogarle a mi padre
para que ayudara, que la ayudara a recuperar al bebé, pero no hizo nada. Lo
odiaba por eso. Y todavía lo odio por hacerle eso. Nunca entendí cómo alguien
podía sentarse y no hacer nada, solo dejar a un hombre quitarle el bebé a una
madre.
—Josh, eso no tiene sentido. Algo no cuadra. Tiene que haber una custodia y
una corte involucrada. No puede solo salir del hospital y llevarse al bebé sin ir por
los conductos regulares.
—Mi mamá tenía un montón de problemas. Era bipolar, y a medida que crecí,
papá me decía que sufría de paranoia. —Su mirada cayó a la mesa de café, y sus
hombros cayeron. Era como si las palabras le estuvieran ganando—. Yo fui
diagnosticado cuando tenía diecisiete.
—¿Diagnosticado? ¿Con qué?
—Desorden bipolar. Fue después de que mi mamá se suicidara. Me había ido
a vivir con papá a tiempo completo, y me empecé a juntar con las personas
incorrectas. Drogas. Ocultando el dolor de la pérdida de mi madre. Él ya no podía
soportar mis cambios de humor y me hizo ir al psiquiatra. Peleé con él por eso,
pero eventualmente me rendí. Terminó siendo una bendición disfrazada. Siempre
tendré momentos de rabia; no creo que se vayan. Pero estar en el ring me ayuda a
controlarlo. Me da un lugar para trabajarlo, en un ambiente seguro.
—Pero algunas veces estás molesto incluso cuando no estás en el ring.
Cuando se gira en mi dirección, veo vulnerabilidad a través de las lágrimas
brillando en sus ojos.
—Lo sé< y por eso, lo siento. Lo juro, Lee. Trabajaré m{s duro en ello. Me
esforzaré más por ser el hombre que pensaste que era cuando nos conocimos.
Me levanté y caminé alrededor del sofá, necesitando un momento para
aclarar mi cabeza. Si Killian no estuviera en la imagen, probablemente hubiera
cedido. Pero desafortunadamente para Josh< yo tampoco era la chica que él
pensaba que era cuando me conoció.
Josh se puso detrás de mí, con sus manos en mis hombros.
—Dame una oportunidad, Lee. Por favor. Te lo suplico. Lo jodí y lo sé.
Mejoraré. Lo juro.
—Me voy a mudar —digo, instantáneamente arrepintiéndome de la decisión
cuando su agarre se apretó. Me sacudí de su agarre hasta que nos miramos—. Bien,
todavía no se ha concretado. Pero he estado pensando mucho en eso.
—¿A dónde irás?
—No lo sé aún. Acabo de empezar a mirar las opciones. Estoy intentando
solucionar lo de mi trabajo, pero lo más probable es que sea de vuelta a Tennessee.
Sus labios se apretaron y sus fosas nasales se ampliaron. La rabia se había
asentado en su expresión, pero cuando habló, sus palabras eran estables, solo un
poco tensas.
—¿Por él? ¿Estás volviendo a casa por él? ¿Eso es lo que intentas decirme?
Observando su mirada endurecerse, no pude evitar preguntarme si
posiblemente sufría de la misma paranoia que su madre. Si esta fuera la primera
vez que él mencionaba a Killian, no lo hubiera pensado. Pero no lo era. Desde que
había vuelto de la casa de mis padres, lo había sacado a relucir en casi cada pelea.
Lo que originalmente pensé que eran celos, ahora parecían acercarse más a la
obsesión e alucinaciones.
—No, Josh. En verdad me gustaría que dejaras de mencionarlo. No sabes
nada de él o de nuestra relación. Quiero estar más cerca de mi familia. Siempre ha
sido el plan. Lo sabes. Me he quedado todo este tiempo por ti.
—¿Qué ha cambiado? Sigo aquí. ¿Por qué irte ahora?
—Porque no puedo seguir haciendo esto contigo.
—Te dije que cambiaría. Seré mejor
—Y aunque en verdad creas eso< yo no. No puedo sentarme y esperar a que
cambies treinta y un años de comportamiento aprendido. No harás que la rabia se
aleje de la noche a la mañana. Todavía eres el Jaguar en el ring, y no importa lo que
digas, nunca serás capaz de alejarte de las peleas. Es quien eres, y lo entiendo. Te
ayuda a manejar tus emociones diarias. Te saca la mayor parte de la ira. Pero no es
suficiente para mí.
—¿Te quedarías al menos hasta el final del campeonato? Déjame ver hacia
dónde se dirigen las cosas a partir de ahí. Puedo iniciar mi propio club y<
—No cambiará nada, Josh.
Él se acercó y acarició mi mejilla con sus nudillos.
—Duerme. Piénsalo. Estás cansada y no deberías tomar este tipo de
decisiones sin una apropiada noche de sueño. —Besó mi frente mientras sostenía
los lados de mi cabeza gentilmente con sus grandes manos—. Buenas noches, Lee.
Me quedé de pie, atónita, mientras se giraba y salía de mi apartamento. Cerró
la puerta detrás de él, como si fuera cualquier otra noche. Sabía que esto no era lo
último que vería de él, y ese pensamiento me petrificaba.
Quería acabar con él.
Pero lo había dejado claro. Él no había terminado conmigo.
H
abía atravesado cuatro semanas de peleas, y este era el último
fin de semana antes del combate final. Avancé cada semana,
igual que Josh, y no pude haber estado más feliz. La única
razón por la que llegué tan lejos fue por mi necesidad de encontrarme con él de
nuevo en el ring.
Las únicas veces que vi a Rylee fueron los sábados por la noche mientras
permanecía en la multitud junto a Josh. Con el tiempo tuve que dejar de
observarla. La luz en sus ojos se había ido. Su belleza natural parecía estar
escondida detrás de una máscara de dolor y depresión.
Sin ninguna duda, sabía que era culpa de él.
La competición se endureció mientras el torneo progresaba. El hombre de pie
frente a mí, con sudor deslizándose de su ceño fruncido, se negaba a rendirse. No
importaba cuántas veces suplicaba en silencio que simplemente se diese por
vencido así podía dejar de golpearlo, se negó a acceder.
Me dolían los nudillos, me ardían los músculos y la cabeza me latía con los
efectos de los puñetazos que él había lanzado. Cuando cargó hacia mí de nuevo,
apreté los dientes y giré, lanzando todo mi cuerpo hacia él. Giró la cabeza en el
último minuto, ofreciendo su oreja a mi puño. La sangre chorreó y cayó a la lona.
No se levantó.
Se giró de costado y gimió, sujetándose un lado del rostro. Me dio un vuelco
el estómago ante la visión del brillante carmesí filtrándose entre sus dedos, y en un
instante, volví a tener ocho años. Estaba en la habitación de mis padres, intentando
comprender qué sucedía frente a mí.
Tomé una toalla, sin importarme quién la ofreció, y la presioné en la oreja del
tipo. Tenía los ojos cerrados con fuerza y sus respiraciones eran cortas y
superficiales. Era claro que tenía mucho dolor. Tenía el cuerpo rígido, haciendo
difícil ponerlo en una posición sentada.
—¡Hap! ¡Vamos! Tiene gente para que le atienda. Sal de ahí —gritó Cal desde
un lado de la plataforma. Mirando sobre el hombro, negué en respuesta. No iba a
dejar a este hombre atrás. No después de que hubiese sido quien le hizo esto.
—Necesitamos llevarlo a la habitación trasera. —Escuché decir a alguien a mi
lado. No sabía quién era y me negué a girarme para averiguarlo. En cambio, lo
ayudé a ponerse de pie y lo ayudé a salir del cuadrilátero.
Ignorando la diatriba de Cal, caminé junto a mi oponente, guiándolo por el
pasillo hacia su cuarto. Una vez que lo tuvimos ubicado en la camilla,
cuidadosamente levanté la toalla del lado de su rostro. Había tanta sangre que
pensé que podría vomitar. Se me revolvió el estómago ante la visión frente a mí.
—Ahora estará bien. Gracias por tu ayuda. —Una mano se movió en mi línea
de visión. Cuando seguí hasta el brazo al que estaba atada, luego al pecho y
finalmente, fijándome en el rostro, lo reconocí como Dalton, el entrenador de Josh.
Asentí y tomé su mano tendida, estrechándola.
—Probablemente deberías volver con Cal antes de que le dé un ataque al
corazón.
Solté su mano, me aparté y dejé la habitación. Josh permanecía contra la
pared con el pie apoyado contra esta. El desprecio en su rostro probaba mi
contención. Quería derribarlo, clavarlo en el suelo y escucharlo suplicar por
clemencia. Pero sabía que tendría que esperar otra semana. Siempre y cuando él
ganase el siguiente encuentro; lo que era casi seguro que hiciese, lo vería detrás de
las cuerdas. Donde nadie podría salvarlo. Nadie podría salvarlo de mi furia.
En lugar de seguir su juego, pasé a su lado hasta que encontré a Cal, echando
humo.
—Lo juro, chico< vas a hacer que tome medicación contra la presión arterial
antes de que esto acabe. Puedo apreciar tu preocupación por los demás, ¿pero
podrías no hacerlo frente a la multitud?
Apreté la mandíbula y pude sentir los músculos temblar en respuesta.
—Est{ bien< no me contestes —comentó con una pequeña sonrisa—.
Necesitas volver a la habitación para que alguien pueda echarle un vistazo a eso.
—Señaló mi frente. Con la adrenalina bombeando, no tenía ni idea a qué se refería.
Me pasé los dedos sobre la capa de sudor de mi ceja y cuando aparté la mano,
la sangré teñía las puntas. Mi mirada se encontró con la de Cal y negué. No
necesitaba atención médica por un arañazo. Nada de lo que no pudiese ocuparme
yo mismo. Había tenido cosas peores que eso y sobreviví. Solo quería salir del
gimnasio para dejar atrás una semana más.
El aire nocturno estancado flotaba a mi alrededor, pero se sentía diez veces
mejor que adentro. Todos los cuerpos dentro lo hicieron sofocante y bochornoso; el
poco aire respirable existente fue contaminado con perfume. Mis llaves tintinearon
en mi mano de camino al auto, pero entonces todo se quedó en silencio cuando la
divisé.
Estaba de espaldas hacia mí, pero la reconocería en cualquier parte. La
observé mientras subía a su auto y encendía el motor. Se volvió urgente llegar a
ella. Esta era la primera oportunidad que había tenido de estar cerca de ella desde
la lucha preliminar de hacía semanas. Las otras veces, estaba envuelta en los
brazos de Josh. Ese cabrón no parecía dejarla nunca fuera de su vista. Pero ahora,
estaba sola.
Me giré hacia el gimnasio, asegurándome de que él no la había seguido, y
luego corrí hacia mi Jeep. Siguiéndola, nunca dejando su auto fuera de mis faros.
Ambos estacionamos al mismo tiempo, mi auto un poco más atrás del suyo
en un espacio vacío junto a la acera. Ella me miró, pero no habló. En cambio,
caminó hacia su edificio en silencio. Era como si supiese que la seguí cada paso del
camino. A través de la puerta de entrada, escaleras arriba, hasta su apartamento.
En ningún momento se giró.
Entró< y dejó la puerta abierta detr{s de ella.
Mi invitación.
Miré sobre el hombro hacia el pasillo, un último esfuerzo para asegurarme de
que Josh no aparecería, y luego la seguí a su apartamento. No solo cerré la puerta
detrás de mí, sino que también la bloqueé.
Rylee permaneció con su cadera apoyada contra la encimera de la pequeña
cocina, su mano bajo el grifo funcionando. Sin dirigirnos ni una palabra, cerró el
grifo y se encaminó hacia mí. El trapo estaba frío, pero alivió el dolor de mi frente.
—No creo que necesites puntos. No parece profundo.
Su tono melancólico envió un dolor a través de mi cuerpo, mucho peor que el
escozor que ella atendía. Había algo extraño en ella, pero no sabía qué. Me
destrozaba verla tan apagada. Tan deprimida. Tan<
Rota.
La sujeté de la muñeca y aparté su mano de mi rostro, obligándola a que
finalmente se encontrase con mi mirada.
—Eres tú la que necesita ser cuidada. No yo. Deja que me ocupe de ti. —Las
motas en sus ojos resplandecían. Me llevó de vuelta a un tiempo cuando el sol los
haría destellar mientras tiraba de su brazo.
—Estás sangrando.
—Sucede. He acabado peor. —La culpa se alivió cuando se estremeció. Ella
nunca había escondido sus sentimientos de mí, y siempre había sabido lo triste que
estaba sobre lo que me había sucedido de pequeño. Estaba en sus ojos. Su toque. La
forma en que siempre intentaba sanarme con su amor, como si mágicamente
hubiese podido quitarme las cicatrices del rostro.
Y los recuerdos de cómo las había conseguido.
Era increíble lo que podía hacer el vello facial. Como podía esconder lo que
había debajo. Cómo podía cambiar la forma que te veía una persona. Cuando
éramos jóvenes, mi sonrisa artificial siempre había estado totalmente expuesta,
recordándole a ella constantemente el dolor grabado en mi piel. Pero ahora, con
barba, era como si ella viese algo diferente. Como si me viese a mí y no como el
producto de un acto nefasto.
Pasando la punta de mi dedo desde su frente a su barbilla, pregunté:
—¿Por qué estás con él?
Se aclaró la garganta y apartó la mirada.
—No lo estoy, pero él no entiende la indirecta.
—Parecía como si estuvieses con él esta noche. Y la semana pasada. Y la
semana anterior a esa.
Mi tono hizo que ella se echase atrás, y profundizó el dolor en mi pecho.
—Estoy esperando mi momento.
—No sé qué significa eso, Rylee. ¿Esperando tu momento para qué?
Llevó su mirada a la mía, y las lágrimas se desbordaron por los bordes.
—Voy con él las noches de los sábados porque es la única forma que tengo de
verte. Él no lo sabe, por supuesto. Pero se niega a aceptar que las cosas han
terminado, así que me hace ir con él. No me quejo porque tú estás allí. Solo tengo
que terminar mis planes para irme. Nunca me dejará ir si me quedo.
Como si fuese a cámara lenta, llevé mis labios a los suyos, probando sus
lágrimas en mi lengua. Me rodeó el cuello con los brazos y tomé la oportunidad
para levantarla del suelo, en mis brazos. De algún modo, terminamos en su
habitación. Ella sujetó el borde de mi camiseta y procedió a quitármela por la
cabeza. La tela me raspó la frente e hizo que sisease con dolor. No me había
molestado hasta entonces. Era como si me acabase de dar cuenta que el corte
estaba allí.
—Necesitas limpiarlo, Killian.
—Puede esperar. Tú me necesitas más.
Me tomó de la mano y me guio al baño. Lo que pensé que sería una limpieza
rápida de mi corte resultó ser mucho más. Abrió la ducha y rápidamente se quitó
la ropa. Yo no hice nada más que permanecer allí y mirar con asombro.
Maravillado.
Era una diosa.
Moldeada por el barro más suave.
Más hermosa que todos mis recuerdos de ella combinados.
Una vez que estuvo completamente desnuda, se mantuvo frente a mí y me
miró a los ojos. Sin mirar hacia abajo, agarró la cintura de mi pantalón corto y tiró
de él hasta que terminó en el suelo a mis pies. Les siguieron mis calzoncillos.
Me quité los zapatos, acercándome a ella, y la empujé de espaldas hasta que
el agua caliente se encontró con nuestra piel sobrecalentada. El agua empapó su
cabello mientras pasaba mis dedos a través de sus mechones húmedos, mirando
mientras se oscurecían y comenzaban a rizarse.
—Echo de menos tu cabello rizado. —Mi voz era ronca, revelando mi
necesidad por ella como si no pudiese sentirlo presionando contra su estómago—.
Echo de menos tus ojos; la forma en que se iluminan. Tus labios. La forma en que
brillan cuando te los lames. —Pasé los dedos por sus hombros y los deslicé
ligeramente hacia su pecho, sobre sus senos. Sus pezones erectos y llamando,
suplicando, por mi atención—. Echo de menos tu cuerpo y la forma que responde al
mío. Los escalofríos en tus brazos cuando te lamo el cuello. La forma en que tu
estómago tiembla cuando te toco —continué mi examen de su cuerpo hasta que
encontré su clítoris con la punta de los dedos—, aquí.
—Killian —dijo con un jadeo y cerró los ojos.
La sujeté contra la fría pared de azulejos, sin parar ninguna vez lo que le
hacía.
—Vuelves a la vida con mi toque, Rylee. —Deslicé los dedos entre sus
sedosos pliegues hasta que los metí en su apretado coño—. Vuelves a la vida por
mí —susurré.
Levantó una pierna, y se la sujeté, apoyándola contra mi cadera. Lo que la
abrió, permitiéndome entrar más profundo, sintiéndola apretarse alrededor de mis
dedos. Añadí un tercero, sacando un gruñido de su pecho.
Apoyé la cabeza en su hombro y ahuequé su montículo, presionando la
palma contra su clítoris mientras curvaba los dedos más profundamente en el
interior de su centro.
—Estás tan apretada. Puedo sentirlo, Rylee. Estás casi ahí. Córrete sobre los
dedos así puedo probarte.
Eso es todo lo que necesitó para deshacerse contra mí. Enroscó los dedos en
mi cabello empapado, donde cerró las manos en puños y tiró. La quemazón que
dejó en mi cuero cabelludo me hizo frotar las caderas contra ella, empujando mi
polla contra su estómago. Gimió y gritó mi nombre, pero no cedí. Continué mi
asalto, desesperado por darle otro orgasmo.
—Rylee< —mascullé su nombre cuando alcanzó entre nosotros y agarró mi
polla. Con cada empuje en su mano, hundí mis dedos, más profundo en ella—.
Necesito estar dentro de ti. —En cuanto esas palabras dejaron mis labios, aparté mi
mano, sujeté su otra pierna y empujé dentro de ella.
En un instante, la llené.
Su calor me cubrió.
Estaba perdido en ella.
Pelvis contra pelvis, empujé en ella, sintiendo su coño apretarme,
quitándome el aliento. Drenándome. Quitándome todo lo que tenía. Con sus
brazos acercándome a ella, exhaló en mi oreja. Sus respiraciones formaron palabras
hasta que se convirtieron en los mejores sonidos que había escuchado jamás.
—Te amo. Te amo.
Me empujé una vez más antes de derramarme dentro de ella. Sus paredes
interiores se cerraron a mi alrededor mientras cabalgaba sus propias olas de placer.
Su orgasmo tembló a través de su cuerpo, cada músculo tensándose.
Las palabras “Jodidamente te amo” se asentaron en la punta de mi lengua,
pero no pude balbucearlas. Me había dicho que no contaba si estaba enterrado
profundamente en ella, así que me aseguré que la próxima vez que admitiese mi
amor por ella, contarían.
Empapados y temblando, nos deslizamos hasta la cama y colapsamos bajo las
sábanas. La acerqué, su espalda contra mi pecho y entramos juntos en calor. Me
negué a dejarla ir. Necesitando piel con piel. No había sentido esta clase de paz en
mucho tiempo y no iba a perderlo ahora.
—Mencionaste que tenías un plan para irte —comencé una vez que nos
acomodamos en nuestro capullo—. ¿A dónde vamos? —Cuando se removió para
enfrentarme no pude apartar los ojos de ella. El impresionante brillo me dejó sin
palabras, pero su jadeo impulsó algo en mí—. No voy a dejarte, Rylee. Hice eso
una vez, y nunca lo haré de nuevo.
—Entonces vay{monos. Tú y yo< justo como solíamos hablar.
Marchémonos. Esta noche. —La esperanza en su tono me llevó del cielo al infierno
con tres simple palabras. Marchémonos esta noche. La derrota mostrándose en sus
rasgos, probablemente viendo la duda en los míos.
—Tengo que esperar hasta el siguiente fin de semana.
—¿Por qué?
—La pelea. —Era una respuesta fácil, una que tenía mucho sentido para mí.
Pero viendo la esperanza drenarse de sus ojos, el color desapareciendo de sus
mejillas, justo probó lo poderosa que era. Y no en un buen modo—. Rylee< tengo
que pelear con él. Tengo que hacer esto.
—No me dejará marchar. —Lloró—. Le dije que habíamos terminado, pero no
se detendrá. Es como si no me escuchase. Si espero, y luego me marcho contigo, no
dejará este control que tiene sobre mí. Lo hará peor. —Tembló en mis brazos y algo
me dijo que era peor de lo que yo había pensado originalmente.
—¿Él ha<? ¿Ha forzado<? —No puede escupir las palabras.
Alzó los hombros y bajó la barbilla hasta el pecho.
—No dejaré que eso suceda de nuevo.
—¿Y cómo planeas detenerlo?
—Lo mataré. —No pensé dos veces en ello hasta que echó la cabeza hacia
atrás y me miró a los ojos. El miedo iluminando el dorado. La incertidumbre
oscureciendo el marrón. Sus pupilas dilatadas y prácticamente dominando el iris.
El terror me cubrió de pies a cabeza mientras me repetía mis palabras en mi
mente. En lugar de ocultarlas, enterrando la verdad, puse mi boca sobre la de ella.
Deslizando los labios sobre su mandíbula, su cuello, su hombro.
Su pecho.
Su estómago.
Su cadera.
Clavé los dientes en la carne del hueso, dejando una marca de mordedura.
Cuando siseó, hablé de nuevo en su piel y dije:
—Te marcaré. Él sabrá que eres mía. —Me moví hacia la suave piel del
interior de su muslo y chupé lo suficiente para dejar un cardenal. Ella me tiró del
cabello, subiéndome sobre su cuerpo hasta que encontré mis labios sellados
alrededor de su pezón. Me aferré al duro pezón, haciendo que se retorciese contra
mí y gimoteó en la habitación en silencio. De nuevo, dejé una marca morada en la
parte baja de su seno—. Eres mía. Y él lo sabe. —Me aparté y me senté en
cuclillas—. Una mirada a este cuerpo —pasé las puntas de los dedos por su piel
como pintando en un papel—, y no habrá ninguna duda de a quién perteneces.
—No soy una propiedad, Killian. No pertenezco a nadie.
Me dejé caer sobre las manos, atrapándola debajo de mí.
—Posees mi corazón, Rylee. Todo de mí. Te amo; ayer, hoy y mañana. Sí, me
perteneces. Siempre lo has hecho. Siempre lo harás. —Y luego estrellé mis labios
contra los suyos.
No dejé ninguna duda en su mente de a quién pertenecía.
—N
o tengo tiempo para esto —le comenté a Josh, quien
parecía incapaz de escuchar cuando hablaba—.
¿No deberías estar preparándote para la pelea? No
al teléfono conmigo, discutiendo sobre las mismas cosas.
—No necesito prepararme. En todo caso, ese cabrón debería estarse
preparando para mí. Conozco su punto débil. Lo único que necesito practicar es mi
actuación. Ese cabrón patético se pone todo emocional cuando su oponente está
herido. Todo lo que tengo que hacer es fingir que estoy herido, y ¡bam! Lo
derribaré.
—Josh< —Apoyé la cabeza en la mano, doblándome sobre el fregadero. Una
oleada de nausea atravesándome por su inquebrantable confianza. Los había visto
pelear a ambos, y aunque Killian le había dado una paliza la última vez, no podía
evitar el miedo de esta vez siendo diferente. Josh tenía razón. Killian tenía una
debilidad, y nada detendría a Josh de explotarla.
—Nena< —imitó mi exasperación, soltando su palabra susurrada a través de
la línea—. He hecho todo lo que me has pedido. He dado un paso atrás, dándote tu
espacio. Te he dejado sola las noches antes de una pelea, a pesar de lo
desesperadamente que te he necesitado, todo porque me lo has pedido. ¿No
puedes simplemente hacer esto por mí?
Me burlé, casi ahogándome con la saliva que se acumulaba bajo mi lengua.
—Lo haces sonar como si me estuvieses pidiendo que recogiese tu ropa
lavada, Josh. Pero no. Quieres que te chupe la polla así puedes estar relajado para
la pelea. No lo haré.
—¿No quieres que esté relajado?
—Masturbarte tú mismo si es lo que necesitas, pero ya te he dicho que no voy
a volver a hacer eso por ti. En el pasado, lo hice porque era tu novia y quería
mostrarte apoyo. Ya no estamos juntos. No soy tu novia. Y ahora me doy cuenta
que no era yo dándote apoyo, eras tú usándome y llevándote mi dignidad en el
proceso.
—Puede que creas que ya no estamos juntos< pero sé la verdad. —Su
paranoia ha asumido una nueva voz. Ya no haciéndole sonar como un novio
celoso. En cambio, se negaba a aceptar el hecho de que habíamos roto. Estaba
delirando.
Había mejorado un poco a lo largo del pasado mes. Menos controlador en lo
que se refería a mí, ya no forzándome a hacerle una mamada, todavía discutíamos
si era a la fuerza o no; y me había dado espacio. Aunque eso todavía era debatible.
Había veces en las que comentaba cosas sobre dónde estaba o cuánto tiempo
pasaba dentro de una tienda que me llevaba a creer que me había estado
siguiendo. Pero al menos mantenía su “distancia”. Todavía iba a las peleas con él,
de todos modos, esa era más decisión mía que suya. Honestamente solo iba para
ver a Killian. Con el miedo de ser observada, nunca quise arriesgarme a ver a
Killian fuera del ring. Y aparte del último fin de semana, no lo había visto. Era
demasiado arriesgado.
—No va a suceder, Josh. Si necesitas correrte para aclarar tu mente y relajarte
antes de esta noche, entonces ocúpate tú mismo o encuentra a alguien más. Tengo
planes y no voy a cancelarlos solo para chuparte la polla. —Me puse los zapatos y
tomé el bolso del gancho al lado de la puerta.
—¿Adónde vas? —preguntó, haciendo caso omiso de la mención de tener a
alguien más ocupándose de sus necesidades. Honestamente, me sorprendió.
Cuando lo había mencionado antes una vez, enloqueció y me dijo que no era un
infiel.
—Voy a encontrarme con un compañero de trabajo. Y no, no voy a decirte
dónde.
—Está bien —escupió, su furia palpable—. Pero estarás allí esta noche,
¿cierto?
Había decidido que no podía ver la pelea. Solo pensar en ello me revolvía el
estómago hasta que un sabor metálico me cubrió la lengua. Josh y Killian eran
buenos luchadores, ambos tenían posibilidad de ganar en el ring esta noche. De
cualquier modo, no podía arriesgarme habiendo la mínima posibilidad de que Josh
ganase. Sabía que haría su reclamo sobre mí. Seguiría con su promesa de
celebración, la que había hecho antes de que comenzase este torneo. Antes de que
Killian apareciese en la imagen. La misma promesa a la que yo había accedido.
Mucho antes de que todo se volviese tan turbio.
Pero no podía decirle nada de eso.
—Claro, Josh. Allí estaré. —Recé para que no fuese capaz de escuchar la
mentira—. Escucha, tengo que irme. Estoy preparándome para entrar a mi auto y
marcharme. Te llamaré más tarde.
Antes de subirme a mi vehículo, miré alrededor en la calle vacía, buscando
por cualquier indicio de Josh. Sintiéndome confiada de que no estaba allí, lancé el
teléfono en el bolso y me coloqué detrás de volante. El corazón me latió con
rapidez todo el camino y no pude dejar de comprobar obsesivamente el espejo
retrovisor. Josh había mencionado necesitar estar en el gimnasio a las dos, diciendo
que Dalton lo necesitaba allí temprano para prepararse e ir a la zona. Pero lo
conocía. Si pensaba que le había mentido, nada lo detendría de averiguar la
verdad. Tenía una hora antes de que tuviese que presentarse ante Dalton, y no me
sorprendería si la gastaba persiguiéndome.
Cuando estacioné en el espacio diagonal frente a la fila de casas de ladrillo,
me llevó un momento calmar mis nervios. Con ninguna señal de Josh, quería creer
que estaba a salvo, pero no podía ignorar el miedo de su impredecible paranoia.
De todos modos, una mirada a la puerta de entrada abierta, a Killian allí de pie,
apoyándose contra el marco sin camiseta y me sentí segura.
—¿A qué hora tienes que estar en el gimnasio? —pregunté una vez que llegué
dentro y él había cerrado la puerta detrás de mí—. Quiero decir, no para la pelea,
sino para prepararte.
En vez de darme una respuesta, Killian tomó mi mano y me guio alrededor
del sofá hacia su habitación. Con la puerta cerrada, pareció encontrar su habilidad
de hablar.
—Cal dijo que solo tengo que estar allí una hora antes. Ya me conoce a estas
alturas, sabe que estoy mejor preparado cuando estoy aquí en lugar de golpeando
una bolsa o haciendo ejercicios.
—¿Qué clase de cosas haces aquí para prepararte?
—Es todo mental, Rylee. —Tomó un bloc del colchón y lo deslizó bajo la
cama—. Si no tengo la fuerza o la fortaleza para ahora, entonces no la tendré antes
de esta noche. Paso este tiempo recordando por qué estoy aquí.
—¿Así que dibujas? ¿Para recordarte por lo que estás luchando? —Se me
detuvo el corazón un instante cuando asintió, su mirada fija en el suelo junto a su
cama—. ¿Qué dibujas?
—A ti. —Su mirada se encontró con la mía y brillaba de un centelleante color
menta—. Eres mi razón para estar aquí. Para hacer esto. Para entrar en ese ring esta
noche y salir victorioso. Quiero decir< es por mí, pero en el fondo, lo hago todo
por ti. Todo lo que he hecho jamás ha sido por ti.
—Excepto —murmuré entre dientes.
Suavemente me agarró el brazo y esperó hasta que me encontré con su
mirada antes de decir:
—Incluso entonces, fue por ti. Me fui porque necesitaba lidiar con la mierda
que me había pasado. Necesitaba enfrentar mi pasado para seguir adelante.
Necesitaba encontrar mi voz. Así podía ser el hombre para ti. Así podía
encargarme de ti, proporcionarte algo.
Casi se me cayó el alma a los pies. El pesar se hundió en mi pecho y la
confusión se asentó en mi pecho.
—Pero Killian, no has encontrado tu voz. Todavía te niegas a hablar con la
gente. ¿Cómo significará una diferencia esta noche?
—Estoy trabajando en ello. ¿Confías en mí? —Me imploró con la mirada que
asintiese, lo cual hice—. Entonces confía en que estoy haciendo lo correcto. He
hablado con Cal, como hablado. No fue mucho, pero fue algo. Esto no sucederá de
la noche a la mañana, tampoco lo espero, pero sé que lo superaré. Y teniéndote
aquí me da la fuerza para esforzarme incluso más.
Me senté en el borde de la cama, el colchón hundiéndose a mi alrededor y me
eché hacia atrás sobre las manos.
—Entonces dibújame. —Él siempre había usado su memoria cuando
esbozaba mi retrato, nunca usándome como modelo. Así que esta vez, quería
ofrecerle algo nuevo con la esperanza de ayudarle a prepararse mentalmente para
esta noche.
Su cuello onduló cuando tragó con fuerza, haciendo que el vello se removiese
alrededor de su manzana de Adán. Sin perder el tiempo, se movió para estar frente
a mí y tiró de mi top hasta que estuvo en el suelo a sus pies. Después de abrir mi
sujetador y desecharlo del mismo modo, agarró mis piernas, por detrás de las
rodillas, y las movió sobre la cama, girándome de costado. Pensé que me quitaría
los tacones, pero los dejó puestos. Sin embargo, no me dejó puestas mi larga falda
bohemia o las bragas. Me las quitó en segundos.
Tumbada en el medio de la cama con nada más que mis zapatos, me relajé
contra el consuelo de su olor y cerré los ojos. Me perdí en los trazos de su lápiz, los
sonidos de sus manos moviéndose sobre el papel, los pliegues del bloc en su
regazo mientras se sentaba frente a mí. De vez en cuando, abría los ojos y admiraba
su resplandor. Su ceño fruncido. Sus largas pestañas. Sus dientes clavados en su
labio inferior. Era embriagador verlo estudiarme. Cada centímetro de mi cuerpo
desnudo. Cada línea, cada detalle, los restos de cada marca que él había dejado en
mi piel hacía una semana.
Me miró con su mano quieta. Sin dibujar, pestañeó numerosas veces en mi
dirección, casi como si no pudiese creer que yo estaba allí. Frente a él. En persona.
Todo este tiempo yo no había estado nada m{s que en su imaginación, y ahora<
ahora era real.
Me senté y lo alcancé. En lugar de saltar encima de mí, lanzó el bloc al suelo y
me sacó de la cama. Me giró en sus brazos hasta que mi espalda estaba en su
pecho, luego se inclinó hacia mí, haciendo que me sujetase a la cama. Su cálido
toque envolviéndose alrededor de la parte trasera de mi muslo, justo sobre la curva
de mi rodilla, la levantó y la apoyó al borde del colchón. Su pierna rozó la mía,
ampliando mi postura. Estaba inclinada, completamente desnuda, todo mientras él
manipulaba silenciosamente mi cuerpo en la posición que deseaba. No estaba
segura de si planeaba dibujarme así, o si era su forma de decirme que había tenido
suficiente de mi versión en pincel y necesitaba lo real.
De cualquier modo, le permití mandar.
Le dejé tomar el liderazgo.
Lo seguí.
Un estallido de aire húmedo aterrizó en la parte baja de mi espalda, justo
antes de que la humedad de sus labios lo enfriase. Movió la punta de los dedos por
la sensible piel de la curva de mi trasero. Y antes de que me diese cuenta de lo que
estaba sucediendo, deslizó la lengua entre mis pliegues desde atrás. Intenté
removerme contra él por la sensación, pero me mantuvo quieta. Deslizó la punta
de su lengua hasta mi entrada, pero antes de que pudiese examinar la sensación,
rozó la punta del dedo por el apretado anillo de mi parte trasera. Mi cuerpo se
calentó y una desesperada necesidad emanó de mí en indomables gemidos y
gruñidos. No pude aguantarme más y me apoyé sobre los codos, cediendo a las
cosas que me hacía.
—Killian< —gemí su nombre, esperando que escuchase la añoranza en mi
tono.
Su boca desapareció, aunque su toque permaneció. No hubo suficiente
tiempo para distinguir qué estaba haciendo antes de que acabase completamente
llena de él. Su empujón inicial me tomó por sorpresa, provocando un jadeo, pero se
detuvo el tiempo suficiente para que me acomodase. Estaba convencida de que
nunca me acostumbraría a su tamaño, sin importar cuántas veces estaba con él.
—Eres tan perfecta, Rylee —dijo detrás de mí con voz estrangulada—. Tan
perfecta, como si fueses hecha para mí. —Lentamente sacó su erección hasta que
solo la cabeza permanecía rodeada en mi calor. Quedándose quieto por un
instante, dijo—: Nadie más. —Luego se empujó profundamente dentro de mí hasta
que su pelvis chocó contra mi trasero.
Dos empujes y ya había encontrado mi punto G. Me apreté a su alrededor y
eché las caderas hacia atrás, ofreciéndole más alcance. Con mi rostro hundido en el
edredón, sostuve la respiración, cerrando apretadamente los ojos y caí en el
inminente orgasmo construyéndose en mi estómago mientras me encontraba con
sus empujes. Pero Killian no me permitiría alcanzarlo.
No pude reconocer nada más que a él saliéndose de mí hasta que me había
puesto sobre la espalda, mis piernas dobladas y separadas ampliamente para él. En
lugar de llenarme de nuevo con su polla, metió tres dedos dentro de mí y ahuecó
mi montículo mientras me miraba directamente a los ojos. Se inclinó con su boca
cerniéndose sobre mi pecho agitado.
Mientras continuaba su asalto sobre mí con sus dedos, sacó la lengua y
golpeó mi pezón endurecido.
—Para cuando haya acabado contigo, estarás suplicando por correrte. Pero —
se cambió al otro pecho y se tomó su tiempo trazando líneas húmedas alrededor de
ese pezón—, no voy a dejar que te corras hasta que yo lo haga. —Me dio un
mordisco—. Vamos a corrernos con fuerza. Juntos.
Lo que me estaba haciendo era casi demasiado de soportar. No podía
soportarlo más y agarré el edredón mientras montaba su mano y arqueaba el
pecho hacia su boca. El ataque comenzó de nuevo, formándose en el fondo de mis
entrañas y expandiéndose hacia los nervios fritos en la parte baja de mi espalda.
De nuevo, se detuvo justo cuando alcanzaba la cúspide de mi orgasmo.
Permaneció entre mis piernas separadas y se metió los dedos en la boca,
sacándolos lentamente mientras me mantenía retenida con su mirada. No creo que
nunca en mi vida haya estado tan excitada. Una vez que terminó de chupar mi
deseo de sus dedos, me sujetó las muñecas y las sostuvo en la cama sobre mi
cabeza. Y a ritmo de caracol, entró en mí.
A diferencia de antes, sus movimientos fueron prolongados, sin prisa
mientras entraba y salía de mí una y otra vez. Estábamos frente a frente,
mirándonos a los ojos. Sus respiraciones calentando mis mejillas. Su pecho a
escasos centímetros del mío mientras se movía en mi interior, llevándome
lentamente de vuelta al borde.
—No puedo soportarlo más, Killian. Me estás matando. Necesito correrme.
Por favor<
Cerró los ojos justo antes de que sus labios se encontrasen con los míos. Sus
atenciones no habían cambiado, no habían disminuido o acelerado mientras
masajeaba cariñosamente su lengua contra la mía. Cuando éramos jóvenes, hubo
veces en que había sido lento y suave, haciéndome el amor del único modo que
puede saber un adolescente. Luego hubo veces en las que seríamos atrapados por
la impaciencia y la necesidad desesperada, cuando sería rápido y castigador. De
cualquier modo, no importaba el ritmo o las circunstancias, siempre había sido
cariñoso. Siempre preocupado de mí. De mi placer. Siempre había mantenido este
aire de control, incluso cuando parecía incontrolable. A pesar de todo, nunca me
había sentido insegura con él. Incluso ahora< su control parecía m{s refinado, m{s
dominante, aun así, todavía me mostraba de qué trataba esto. Su recompensa
llegaría cuando lo hiciese la mía. Y nunca dudé de eso.
La forma en que se frotaba contra mi clítoris, incluso con el ritmo lento que
mantenía, mi cuerpo comenzó a hormiguear de placer una vez más. Quería
esconderlo de él, como si no estuviese al límite de desmoronarme, porque no
quería que se detuviese de nuevo. Pero si solo había una única verdad en nuestra
historia, era que nunca podía esconderle nada.
Él lo sabía.
Lo sintió.
Y se detuvo.
Soltando mis muñecas, se echó hacia atrás, apartándose de mi cuerpo para
permanecer de nuevo entre mis piernas. Agarró la parte trasera de mis muslos, mis
rodillas dobladas sobre sus manos, su polla todavía enterrada profundamente en
mi interior.
—Te correrás conmigo. Y aún no estoy preparado para terminar esto —dijo a
través de los dientes apretados mientras salía casi por completo de mí. Luego, sin
advertencia, se empujó en mí de nuevo.
Arqueé la espalda sobre la cama, ofreciéndole un ángulo más profundo. Era
incapaz de hacer nada más que aferrar el material de la cama debajo de mí y dejar
que me tomara. No pude ahogar mis gemidos o sofocar mis lloriqueos de
necesidad. Le di todo. Dejándole amarme a su modo. Amándole con todo lo que
tenía.
Con todo lo que fui jamás.
Con todo lo que sería jamás.
Después de que interrumpiese tantos orgasmos antes incluso de que
pudiesen comenzar, la urgencia de correrme se hizo más fuerte, más insoportable
que antes. Ya no era una simple ola de calor atravesando mi piel o quemando los
nervios en la base de mi columna. Me temblaban las piernas, mi pechó se tensó. Un
profundo dolor tomó el control sobre todo mi ser, sofocándome en el infierno en el
que había sido atrapada. Cada músculo en todo mi cuerpo se tensó con tanta
fuerza que no creía que pudiese moverme sin romperme en un millón de pedazos.
El alivio me inundó cuando su voz tensa y cruda resonó a mi alrededor.
—Dámelo, Rylee. Jodidamente córrete para mí. —Me rendí y exploté a su
alrededor. Una ola debilitante tras otra ahogándome en un mar de placer. El
éxtasis me consumió, quitándome el aliento, silenciando mis gritos, quemando lo
suficientemente fuerte y caluroso para hacer arder en cada molécula. Sus palabras
incoherentes eran música y bailé con la letra ininteligible.
Su cuerpo colapsó sobre el mío.
Sus respiraciones se mezclaron con mis fuertes jadeos.
Su sudor añadiéndose a la capa de mi piel húmeda.
Éramos uno.
Siempre lo habíamos sido.
Siempre lo seríamos.
D
espués de llenar a Rylee con mi necesidad por ella, tuve que
obligarme a irme. Se encontraba en mi cama, dormida. Las
imágenes de su pecho elevándose y cayendo con cada contenida
respiración me siguieron todo el camino hacia el gimnasio.
Estaba calmado.
Como el ojo de una tormenta.
En el borde de volverme mortal cuando menos lo esperara.
De pie en la habitación de atrás, delante del espejo sobre el lavabo, pasé mis
manos por mi rostro y dejé que mis ojos se cerraran. La adrenalina empezó a subir,
pero no lo permitiría. Necesitaba tranquilidad en este combate y la única manera
de hacer eso era reproducir las imágenes de Rylee tras mis párpados.
No me había detenido con ella una vez que terminamos. Tomó un momento
recuperar nuestros alientos, pero una vez que lo hicimos, me encontré acomodado
entre sus piernas, mis labios cubriendo cada centímetro de su perfecto cuerpo.
Incluso había agarrado un rotulador y escrito mi nombre en la curva de su hueso
pélvico, al igual que había hecho tantas veces antes. No me detuvo, simplemente
yació allí mientras la marcaba. Entre la tinta oscura y la marca purpura, formando
débiles moratones, no había duda de a quién pertenecía, a pesar de que ella odiaba
cuando decía eso.
Pero era la verdad.
No se trataba de mí reclamando propiedad sobre ella. No se trataba de algún
reclamo de mi control sobre ella. No. Simplemente significaba que me pertenecía.
Y le pertenecía. Est{bamos hechos el uno para el otro< nos pertenecíamos por
designio. No era mi posesión, sino algo valioso< algo invaluable. Una reliquia de la
que no te puedes separar, un recuerdo que no puede ser quitado. Sin precio.
Eso era ella para mí.
Excepto que ahora no era solo un recuerdo. Era real. Tangible. Viviendo,
respirando, en mi vida una vez más. Justo como tenía que ser. Josh no significaba
nada. Los años que viví separado de ella fueron sin sentido. El dolor que habíamos
soportado por nuestra separación ya no importaba. Porque todo había terminado
ahora. Era mía de nuevo. Y mi corazón estaba donde pertenecía.
Abrí mis ojos y capté mi reflejo. Lo estudié, como si no lo hubiera visto en un
tiempo. Esta vez, en lugar de adrenalina cursando a través de mí, excitada
anticipación me cubrió como una cálida y acogedora manta.
—¡Happy! ¡Vamos! ¡Hora de salir de aquí! —gritó Cal desde la puerta
alrededor de la esquina.
Cuando me acerqué a él, su boca se abrió y sus ojos se ampliaron.
Agarré la sudadera con capucha y cremallera de detrás de la puerta y salí de
la habitación, completamente listo para la pelea. Para el ring. Para Jag. Entusiasmo
bailaba en las puntas de mis dedos mientras se flexionaban a mis costados,
sabiendo cuán mal preparado estaba él para mí.
Pensaba que lo estaba.
Pero no tenía ni idea de con quién iba a entrar al ring.
Con la capucha sobre mi cabeza, mi mirada en el suelo delante de mí, di un
paso al lado del escenario. Todas las luces en la habitación se habían atenuado,
excepto las dirigidas dentro del ring, y el entusiasmo se sentía alrededor. La gente
alborotaba en sus asientos, murmullos, gritos, aplausos y vítores de apoyo se
filtraban a mi alrededor. Todo lo que había hecho hasta este punto había sido para
este momento.
Cal me palmeó en la espalda, señalando que era mi momento para subir. Josh
ya estaba dentro, rebotando con el sonido de su nombre siendo gritado desde las
gradas. Me volví para enfrentar a mi entrenador, me quité la chaqueta y lo miré
directo a los ojos.
—No podría haber hecho esto sin ti —le dije, inseguro de si podía incluso
oírme sobre el alboroto. Pero debía hacerlo, porque su mirada se suavizó y ofreció
un breve y errático asentimiento.
Manteniendo mi cabeza gacha, me metí entre las cuerdas, mi espalda hacia
Josh. Me levanté al otro lado y asentí hacia Cal. Luego eché un vistazo a mi
alrededor, notando el tamaño de la multitud por primera vez. Cada sábado por la
noche, si miraba más allá del ring, solo había sido para encontrar a Rylee. Pero no
esta vez.
No se encontraba aquí.
Estaba en mi cama.
Esperándome.
Así que, por primera vez desde que todo esto empezó, asimilé la atmósfera.
No importaba qué, esta sería la última vez que pondría un pie en este lugar, o
cualquier lugar parecido. Vine por una razón y me iría con un propósito. Con mi
chica. Con mi voz.
Esto. Era. Todo.
Como en cámara lenta, me volví para enfrentar a Josh. Su mirada no estaba
sobre mí, sino pasando por las cabezas en la multitud, probablemente buscando a
Rylee. Me sentí contento, sabiendo que no estaría aquí para presenciar esto, e
incluso más aliviado al saber que él nunca la tocaría de nuevo. Esperé en el lugar,
nunca quitando mi atención del imbécil delante de mí. Esperando a que me
enfrentara.
Y entonces lo hizo.
No había palabras que pudieran jamás describir la expresión en su rostro
cuando me miró. La manera en que su pecho se detuvo, ya no trabajando para
meter aire en sus pulmones. La intensidad y conocimiento en sus ojos.
Simplemente sonreí con suficiencia y esperé a que el oficiante lo empezara.

Estiré mis brazos sobre mi cabeza y sentí cada adolorido músculo en mi


cuerpo tensarse. Con ella vino el recuerdo de Killian y lo que me había hecho.
Echando un vistazo al reloj, me di cuenta de que la pelea empezaría pronto y tomó
todo en mí no salir de la cama e ir a esconderme en la multitud, solo para
asegurarme de que Killian estaba bien.
Mi vejiga necesitaba alivio, así que me envolví con la sábana y me dirigí al
baño adyacente. En mi camino fuera, noté el borde de su bloc de dibujo saliendo
desde debajo de las desarregladas sábanas. Cuando lo alcancé, encontré una caja
debajo de la cama y decidí sentarme en el suelo mientras miraba sus dibujos. Había
dicho que me usaba para relajarse antes de una pelea y me encontré curiosa sobre
si me pintaba como cuando éramos jóvenes o como ahora.
Empecé desde el principio, admirando su talento mientras pasaba imagen
tras imagen de mi retrato. Los primeros eran de mi joven yo, pero mientras
continuaba, encontré mi rostro como era ahora, devolviéndome la mirada. Sin
embargo, en la mayoría tenía el cabello rizado, a pesar de que ya no lo llevaba de
esa manera. Sonreí ante la idea de él diciendo que lo extrañaba y decidí que
volvería a casa para encontrarme desnuda, en su cama, con el cabello rizado
cubriendo su almohada.
Cuando terminé de mirar el cuaderno, saqué la caja y empecé a examinar las
pertenencias en busca de otros dibujos de mí. Más cuadernos de papel, bolígrafos,
un conjunto de carboncillos y un contenedor de rotuladores se asentaban dentro.
Bajo todo ello, yacía un anuario, el mismo que había visto en su habitación cuando
era más joven. Dejando eso en la caja, opté por uno de los otros blocs de dibujo.
Nada, y quiero decir nada, me preparó para lo que encontré dibujado en esas
páginas. Sangrientas representaciones de la muerte. Sangre. Cuerpos sin vida.
Chicos vestidos con ropas oscuras. Pasé cada página, sin mirar demasiado de cerca
las imágenes. En la parte de atrás, Killian tenía recortes de periódico. Sin imágenes,
solo palabras; no pude evitar leerlas. Necesitando algo, cualquier cosa, para apartar
mi mente de las imágenes que acababa de presenciar.
Jameson Richards, treinta años, encontrado muerto en casa. La aparente causa de la
muerte parece ser sobredosis, aunque las autoridades no han dado un reporte oficial aún.
Me salté el artículo, preguntándome por qué Killian tendría esto en su posesión,
pero me detuve cuando vi la línea que decía: Richards creció en New Hope,
Pennsylvania.
Recogiendo otro artículo, me di cuenta de que era sobre los brutales
asesinatos de los padres de Killian. En él, leí sobre el violento ataque sobre la
pareja con un hijo de ocho años. Aparte de lo que me había contado en el pasado,
esta era la primera vez que había obtenido algún reporte real del accidente. Y me
dejó corriendo hacia el baño.
Lavé mi boca y regresé a la caja. En alguna parte profunda dentro de mí, la
necesidad de saber más me llevó más lejos. Otro artículo, no sobre sus padres, sino
sobre otra muerte; este parecía más espantoso que el primero. Lance Parsons fue
violentamente apuñalado detrás de una discoteca. Diecinueve heridas de puñalada en total.
Su cuerpo fue encontrado por un camarero que había salido para sacar una bolsa de basura.
Y, de nuevo, un poco más abajo, encontré que él también había sido una vez
residente de New Hope.
Con nada más para continuar, rebusqué en la caja y saqué el anuario del
fondo. En la portada estaba el familiar tigre, junto con el nombre “New Hope” en
letras doradas. Pasando las páginas, finalmente encontré los nombres y fotos de
ambas víctimas< adolescentes sonriendo a la c{mara en sus fotos en blanco y
negro. Parte de mí estaba confusa; no obstante, una muy pequeña parte, solo
porque no quería creer lo que estaba leyendo. La razón me dijo que estos eran dos
de los intrusos de hace tanto tiempo, pero intenté ignorarlo, sabiendo que
significaba que aún había uno más ahí fuera.
Volví a los bocetos y encontré un asombroso parecido entre los rostros
dibujados llenos con color y sombras y las pequeñas y granulosas fotos en el
anuario. Pasé al siguiente dibujo y jadeé.
Ojos azules.
Un corte en el puente de su nariz.
Labios finos adornados con una afilada flecha de Cupido.
Mi estómago rodó mientras me sentaba encorvada sobre el anuario, jadeando
con lágrimas fluyendo de mis ojos. A través de la distorsionada visión, un pequeño
rostro se enfocó. Era idéntico al del papel junto a mí< diferente expresión,
diferente ropa, pero el mismo rostro. Y a su lado, el nombre Joshua Disick.
La bilis subió por mi esófago mientras corría al baño de nuevo, solo llegando
al lavabo esta vez. Mis abdominales dolían con cada arcada y las cálidas lágrimas
se negaban a rendirse. Un abrasador fuego quemó la parte de atrás de mi garganta
mientras vaciaba lo que permanecía en mi estómago en el lavabo de porcelana.
No podía pensar.
Tenía cero pensamientos racionales.
Todo lo que sabía era que tenía que llegar al gimnasio para detener a Killian.
Él sabía quién era Josh< lo había sabido todo este tiempo. Fui la tonta que pensó
que había venido aquí por mí. Nunca, ni en mis más salvajes sueños, había
imaginado que había aparecido en Baltimore por alguien más. Especialmente por
el hombre que mató a sus padres.
Masacró a sus padres.
Ni siquiera podía entenderlo.
Tuve que empujar ese pensamiento a la parte de atrás de mi mente y
centrarme solamente en llegar a Killian antes de que empezara la pelea. No podía
imaginar la rabia que debía haber llenado sus venas. Pensar en cómo había besado
los labios de Josh, dejado que me abrazara, hecho cosas con él< no podía. Me
enfermaba y dejaba mi piel picando como si tuviera miles de cucarachas
moviéndose por todo mi cuerpo.
El viaje fue un borrón. Ni siquiera podía recordar vestirme o encontrar mis
llaves, mucho menos cada giro y parada entre su casa y el gimnasio. Estacioné en
el primer lugar que encontré, sabiendo que no sería posible más cerca del frente.
Dos pasos en mi carrera, tuve que parar para quitarme mis tacones. No había
manera de que pudiera correr sin caerme o torcerme los tobillos, no mientras
frenéticamente intentaba llegar a Killian.
Empezó con un pinchazo en la parte suave de mi pie desnudo< el arco. El
dolor no se registró a través de la adrenalina. No fue hasta que casi había llegado a
la puerta delantera antes de que me diera cuenta de que me había cortado, más
bien dado un paso sobre una afilada piedra, como había asumido. El rastro de
sangre y el pegajoso calor revelaron cuán malo era, pero no perdí tiempo
examinándolo. No tenía ni un solo minuto que gastar. Ni un segundo.
Milisegundo. Nada.
O las puertas eran pesadas o había perdido de alguna manera la mayor parte
de mi fuerza entre estacionar el auto y este lugar. Era duro abrir, pero me las
arreglé para entrar e ir directamente al ring en el centro. Las luces eran bajas, pero
el escenario estaba iluminado como un espect{culo de Broadway< solo que esto
no era una representación.
Esto era la realidad.
Una pesadilla.
Las puntas de mis dedos hormiguearon y mis rodillas cayeron entumecidas,
justo bajo las rótulas. La habitación pareció atenuarse de nuevo y todos los sonidos
empezaron a desvanecerse en la distancia. Mis movimientos eran flojos, pero nada
me evitaría llegar a Killian. Detener la pelea.
Delante de mí, a un metro veinte del suelo, se encontraban Josh y Killian. Jag
y Happy. Los ojos de Josh estaban amplios, su boca abierta con conmoción.
Sorpresa. Asombro. Lo que fuera, por primera vez en el tiempo que lo había
conocido, parecía estar asustado. El miedo palideció sus mejillas, hacía temblar sus
manos y lo paralizó. El rostro de Killian estaba limpiamente afeitado, sus cicatrices
ya no se ocultaban debajo del crecido vello facial. Una sonrisa de suficiencia
levantaba una esquina de su boca y sus suaves ojos verdes brillaban con<
vindicación tal vez. Era difícil de decir.
—¡Killian! —grité, pero dudé que pudiera oírme sobre los gritos en la
habitación. La gente estaba enloquecida< gritando, aplaudiendo, pisoteando. Di
un paso más cerca del escenario hasta que mis manos descansaron en el suelo. Iba
contra las reglas, pero no me importó. Necesitaba ser vista. Oída. Necesitaba
terminar esto—. ¡Killian!
Debió ser suficiente para que lo oyera porque se volvió para enfocarse en mí.
Al instante, su expresión cayó y la preocupación llenó sus rasgos. Sin la sonrisa,
ahora fruncía el ceño. El brillo en sus ojos se había desvanecido y el color se había
oscurecido. Sus cejas bajaron y se afirmaron. Todo en una fracción de segundo. En
dos largas zancadas, estaba delante de mí, arrodillándose para acercarse a mi
rostro.
—No lo hagas. Sé por qué est{s aquí. Sé sobre Josh. Sobre tu familia. Vi< Por
favor, Killian, no lo hagas. No te hará sentir mejor. No eliminará lo que te hizo.
Solo lo empeorará todo. —Intenté sacar las palabras, pero sonaban vagas incluso
para mis propios oídos. La confusión profundizándose en sus ojos me dejó saber
que no había sido sólo yo—. No lo hagas —repetí, esperando que oyera esa parte,
si nada más.
—Happy —llamó el oficiante desde detrás de Killian y atrajo su atención—.
¿Estás preparado?
Me dio una última mirada y vocalizó:
—Lo siento. —Antes de levantarse y reclamar su lugar en el ring. Sus puños
se apretaron, su mandíbula se tensó, pero cuando me encontró por la esquina de su
ojo, pareció suavizarse.
Killian debió haberlo ignorado. Seguro como el infierno que yo no lo oí. Pero
cuando observé a mi luchador, el oficiante debía haberle preguntado a Josh si
estaba listo, a lo cual debía haber dicho que sí. Porque sin advertencia, balanceó su
puño a través del aire y aterrizó un duro puñetazo en el lado de la barbilla de
Killian. Su cabeza fue atrás y sus pies se tambalearon, ofreciendo a Josh el tiempo
suficiente para avanzar y dar otro puñetazo en las costillas de Killian.
Un golpe sordo sonó justo cuando el chico que poseía mi corazón cayó al
suelo.
La habitación casi se volvió silenciosa, pero no sabía si era yo o si todos se
habían callado. Una extraña calidez cubrió mi cuerpo hasta que sentía como si
fuera envuelta en una suave manta. La habitación se oscureció de nuevo y
pequeños puntos negros bailaron en mi visión. Me sentí débil, incluso respirar
requería de un esfuerzo consciente, laborioso y desesperado.
La última cosa que vi antes de desmayarme fue a Killian poniendo a Josh
sobre su espalda. Se subió sobre él, sujetando los brazos de Josh bajo las piernas de
Killian, y luego metió sus pulgares en los lados de la boca de Josh, tirando de la
piel hasta que se asemejó a la sonrisa de un payaso.
Y luego volvió su cabeza hacia mí.
Un segundo fue todo lo que tuve antes de que las luces se apagaran
completamente.
O
tra enfermera entró con una tablet en su mano y cruzó el espacio
hasta la cama de Rylee.
No importaba quién entrara en la habitación, todos me miraban
con un nivel de disgusto en sus expresiones. La hinchazón en mi rostro y la
manera en que hacía muecas cuando me movía o respiraba profundamente,
probablemente tenía que ver un montón con ello. Pero realmente deseaba que
dejaran de preocuparse tanto por mí y empezaran a hacer algo por Rylee.
El reloj en la pared decía que solo habían pasado cuarenta y cinco minutos
desde que habíamos llegado al hospital. Sabía que tenía que haber sido un error. Se
sentía más como días. Cada segundo pasaba sin una sola persona dándome
información.
Rylee había empezado a revolverse y, ahora, sus ojos se abrieron. No eran
nada más que franjas doradas, desenfocadas. Gimió, pero no podía imaginarme si
era de dolor. Tenían que haberle dado algún tipo de medicación para aliviarlo. No
recordaba mucho sobre el tiempo que había estado en el hospital cuando era más
joven, pero los analgésicos eran algo que nunca olvidaría< o debería decir, nunca
había olvidado la sensación cuando empezaban a desaparecer. Tal vez ese era el
problema. Tal vez lo que fuera que le dieron no estaba funcionando y necesitaba
más.
No me molesté en intentar hablar con ninguno de ellos.
Era inútil.
No me dirían nada, de todos modos.
—Señor —dijo la enfermera, repulsión llenando su tono—. Voy a tener que
pedirle que salga por un momento, por favor. Necesito discutir algunas cosas con
la señorita Anderson.
La cabeza de Rylee rodó hacia el lado y en el segundo en que me vio sentado
en una silla junto a ella, sus ojos se cerraron y una larga e irregular exhalación
escapó.
—No —dijo con voz ronca y luego abrió los ojos de nuevo para encontrar los
míos—. Quédate.
—¿Está segura de que eso es lo que quiere? —Era obvio que esta enfermera
no me quería aquí. Me había pedido que fuera a la sala de espera más allá de la
cortina separando a Rylee de los otros pacientes en la sala de emergencias, pero
podría decir que lo que quería realmente era pedirme que me fuera del hospital
por completo.
Eso jodidamente no va a pasar, señora.
Rylee miró a la mujer en bata al otro lado de la cama.
—Él se queda. Conmigo. —Sus palabras estaban llenas de aire, los espacios
entre ellas usados para rellenar sus pulmones con oxígeno—. Lo que sea que tenga
que decir, puedo hacerlo delante de él.
—De acuerdo< —Arrastró la palabra y se centró en la tablet en sus manos—.
Llegó aquí con una gran y profunda laceración en el empeine de su pie derecho. Lo
limpiamos y lo suturamos, pero no podrá apoyarlo por un tiempo hasta que se
cure. Tensarlo o estirar la herida causará que las suturas se abran y, por lo tanto,
reabrir el tejido y posiblemente los tendones también.
Hubo una larga pausa, como si nos dejara asimilar esa información antes de
ofrecer más.
—Además estaba inconsciente por la pérdida de sangre. Fuimos capaces de
darle una transfusión para subir sus niveles, pero no pudimos darle narcóticos
para aliviar su dolor.
—¿Por qué? —graznó Rylee, robando los pensamientos de mi cabeza.
La enfermera me echó un vistazo y luego de nuevo a Rylee.
—Si lo pregunta, entonces debería asumir que tal vez no lo sabe. ¿Cuándo fue
su última menstruación, señorita Anderson?
Rylee volvió su cabeza para mirar al frente, pero cerró los ojos. Una sola
lágrima cayó por su mejilla antes de que yo la secara en su mandíbula con el dorso
de mi dedo. Se lamió los labios y luego susurró:
—No lo recuerdo.
—Miramos su sangre porque su< amigo aquí< no pudo decirnos su tipo
sanguíneo.
Rylee apretó mi mano. Ni siquiera recordaba que la sostenía. Estaba muy
absorbido por lo que esta mujer dijo, completamente confuso sobre que el tipo
sanguíneo de Rylee tuviera algo que ver con que no recibiera medicina para el
dolor que claramente sufría.
—Por los niveles hormonales en su sangre, está de seis a ocho semanas. ¿Eso
suena preciso? —preguntó, pero solo recibió un asentimiento de Rylee—. En este
momento, todo lo que podemos ofrecerle es Tylenol. ¿Le gustaría que le trajera un
poco?
De nuevo, Rylee solo asintió, sus ojos aún cerrados y su mano todavía
agarrando la mía.
Sin otra palabra, la mujer desapareció por la gruesa cortina azul, dejándome
solo con una sombría Rylee.
—¿Qué sucede? ¿Qué significó todo eso? —susurré, demasiado preocupado
para hablar más alto.
Apenas abrió los ojos, sin mirarme, sino enfocándose en nuestras manos
unidas.
—No puede darme pastillas porque estoy embarazada.
Todo el aire fue succionado de la habitación. No podía respirar. No podía
procesar sus palabras. No podía oír ningún sonido a mi alrededor. Ni máquinas
pitando. Ni movimientos de pies al otro lado de la cortina. Ni tos, lloriqueos,
gemidos de cualquiera de las otras camas.
—¿L-lo sabías?
—No, Killian. —Sus ojos finalmente encontraron los míos y brillaban con
verdad. Honestidad—. No lo sabía. Confía en mí, te lo juro, te lo habría dicho de
haberlo sabido. Todo ha sido una locura últimamente con Josh y mudarme y
encontrar un nuevo trabajo< contigo apareciendo. Estando contigo. Supongo que
no estaba prestando atención a mis períodos.
Las palabras “¿Quién es el padre?” se asentaron en la punta de mi lengua
cuando la enfermera entró de nuevo y se las llevó. Le entregó a Rylee un vaso de
plástico de agua y dos píldoras blancas, las cuales Rylee se tomó y tragó. Y de
nuevo, la enfermera salió de la habitación sin otra palabra.
—Josh no puede saberlo. —Su voz era tan suave, aun así, llena de tanto
terror.
Ya no necesitaba hacer la pregunta.
Me acababa de dar la respuesta.
La respuesta equivocada.
—¿Qué ocurrió esta noche? ¿Con la pelea? —Su dócil voz rompió el tenso
silencio.
Pasé mi palma por mi rostro, aún no acostumbrado a la suave piel en mis
mejillas.
—Cuando te desmayaste, me fui.
—¿Así que nadie ganó?
Negué.
—No< él ganó. —Todo.
Mi mirada trazó sus piernas cubiertas, pensando en todos los lugares en que
la había tocado. Todas las maneras en que la había hecho mía. Fui su primero y,
durante dos años, fui su único. No tenía derecho a estar enojado porque ella
hubiera seguido adelante. La había dejado. Pero eso no detuvo a los abrumadores
celos de alojarse en mi garganta o detener mi corazón. Cuando mis ojos se
movieron a su estómago, pareció que no podía alejar la mirada. Dentro, un bebé
crecía. Vida. No mía. Pertenecía al hombre que me había quitado mi familia. Que
me había quitado mi infancia. Y no había manera en el infierno de que le
permitiera tomar a este bebé.
La idea de criar a su hijo envió un frío estremecimiento a través de mí.
No estaba seguro si podría amarlo de la manera correcta.
No con su sangre corriendo por sus venas.
—Se suponía que solo fuera por un año. No cinco —murmuré para mí.
—¿Qué? ¿De qué hablas, Killian?
Encontré completa desesperación en sus ojos y decidí responder.
—Cuando me fui. Nunca tuve intención de estar lejos de ti durante tanto
tiempo. Pensé que podría encontrarlos en un año y estar ahí para ti para el
momento en que te graduaras. Entonces podríamos reanudar nuestro plan de estar
juntos. Pero no sucedió de esa manera. Nunca esperé que fueran tan difíciles de
localizar.
Soltó una larga exhalación y parpadeó, como si alejara las lágrimas.
—Eso fue tan estúpido, Killian. Sé que querías enfrentar a Josh. Herirlo. Pero
no deberías haber hecho eso. Podría haberte hecho daño. Podría haber salido el tiro
por la culata y él podría haberte alejado de mí.
Cuando vi a Rylee caer al suelo en el ring, su piel tan pálida como la arena,
todo se había desvanecido. Había olvidado todo sobre la pelea. Sobre Josh. Sobre
Rylee sabiendo la verdad. Solo me preocupé por asegurarme de que estaba a salvo,
recibiendo ayuda. No podía perderla. Me negaba a perderla.
—¿Cómo lo descubriste? ¿Cómo supiste que era él?
—Tus bocetos. Encontré los artículos, el anuario. No fue difícil resolverlo
después de verlo todo junto. —Hizo una pausa para lamer sus labios secos—. Esos
recortes de periódico< los tipos que fueron encontrados muertos<
Mi corazón se hundió. Odiaba la idea de que viera eso. Mi pasado. Mi
presente. Mis pesadillas y demonios. Deseé poder haberlo cambiado, hacer que no
lo viera todo. Era horrible y doloroso y jodido. Pero lo sabía. No había nada que
pudiera hacer ahora.
—¿Eran los tipos de cuando eras más joven? ¿Los de casa de tus padres?
Solo pude asentir, inseguro de cuánta información quería contarle.
—Y ahora sólo queda< Josh.
Asentí de nuevo, pero decidí hablar.
—Es el que mató a mi madre.
Su jadeo fue agudo.
—Es el< ¿el que hizo<? —Apuntó a mi rostro—. Oh, Dios mío. No puedo
creer que él< no puedo creer que fuera él. Y yo<
—No lo hagas, Rylee. No lo sabías, así que ni siquiera lo pienses. —Me moví
de mi silla para sentarme en el borde de la cama con mi mano sobre mi muslo—.
No irá tras de ti. No vendrá tras tu bebé. Te lo prometo. Me aseguraré de que
nunca te moleste de nuevo.
Mataría al hijo de puta.

Rylee estuvo en silencio todo el viaje hasta su apartamento. Quería llevarla a


casa de Cal, donde sabía que estaría a salvo, pero ella quería estar en su propio
espacio. Además, sabía que Cal no estaba feliz conmigo. Había enviado un par de
mensajes mientras estuve en el hospital, preguntando sobre la pelea y qué había
sucedido. Era muy obvio que no era yo mismo desde el momento en que había
entrado en el ring.
No me sentía de humor para responder sus preguntas.
Lo sabría todo con el tiempo.
Me senté en el borde de su cama y me volví para abrir un cajón para sacar
una camiseta limpia. Solo la lámpara de la esquina iluminaba la habitación y
estableció un aire de melancolía sobre nosotros. Me llenaba la tristeza, la ira,
frustración y< total derrota. Había tantas cosas que quería decirle, pero no podía
lograr que ni una palabra pasara el bulto en mi garganta.
Se levantó, poniendo su peso sobre un solo pie, y se aferró a mis hombros. Le
quité la falda hasta que cayó al suelo a sus pies, luego la ayudé a sentarse sobre el
colchón. Su camisa se deslizó de su cuerpo, sobre su pecho y cabeza, y casi perdí
mi respiración. Pero entonces llevó su brazo atrás y desenganchó su sujetador. Y
empecé a ahogarme. No podía pasar la camiseta sobre su cabeza lo bastante
rápido.
No porque no quisiera mirar.
Porque no quería nada más que mirar.
Mirar.
Tocar.
Pero no podía. Todo parecía tan diferente. Ella. Yo. Todo. Y lo odiaba, me
odiaba, odiaba a Josh. Odiaba toda la situación. Sabía que esto no era algo que
pudiera rompernos; nada jamás sería capaz de separarnos. Lo superaríamos, lo
resolveríamos, haríamos que funcionara. Tomaría tiempo y esfuerzo, pero lo
haríamos. Sin embargo, eso no significaba que las cosas no fueran tensas o extrañas
o< distintas entre nosotros.
Rylee se inclinó en la almohada y se situó mientras yo elevaba su pie herido.
Pasé mis dedos a lo largo de la suave piel de sus piernas, lentamente trazando las
líneas invisibles de su tobillo a su muslo, donde me detuve para asimilarlo todo. La
piel de gallina formándose en su carne, los pequeños jadeos, la manera en que su
espina dorsal se arqueó ligeramente de la cama mientras las puntas de mis dedos
se quedaron a lo largo de su ropa interior antes de llegar a su suave estómago.
Aplané mi mano y observé. Su estómago se elevaba y caía con cada aliento
superficial que tomaba, y solo podía pensar en la vida que albergaba dentro. La
vida que no me pertenecía. La que yo no puse allí.
—¿Qué pasa? Te ves enojado. —Se calló por un momento, su cuerpo
poniéndose rígido con miedo—. ¿Estás enojado?
—No —dije para calmar su preocupación—. No sé cómo me siento, pero
puedo decirte que no estoy enojado.
—Pero no estás feliz.
Suspiré y me senté en la cama a su lado, mi mano en su bajo vientre.
—Es un poco difícil ser feliz, Rylee. No mentiré. Siempre pensé que sería el
único en hacerte esto. En poner un bebé en ti. En formar una familia contigo.
Nunca, ni una vez, pensé que harías esto sin mí.
Se apoyó en sus codos, pero no dejé que me interrumpiera.
—Pero no puedo estar enojado. No contigo. No es justo para ti, porque fui el
que se largó en primer lugar. Fui estúpido al pensar que sería capaz de cazar a esos
cabrones solo porque sabía dónde estaban. No tomé en cuenta que habían pasado
diez años y la gente no se queda en el mismo lugar. Pensé que sería capaz de
encontrarlos, de ocuparme de la mierda, y seguir adelante. Encontrar mi voz y
volver a ti. En su lugar, lo jodí todo.
Enderezada ahora, Rylee tomó mi mano, la cual había caído al lado con su
cambio de posición, y la colocó sobre su estómago una vez más. No se movió, no
habló hasta que la miré. A los ojos.
—Sí pusiste esto aquí, Killian. Tú. —Negó y soltó una risita, sus ojos
cerrándose—. Considerando tu obsesión con correrte dentro de mí, no salir, no sé
por qué incluso lo cuestionarías. —Luego acunó mi rostro y me miró a los ojos—.
Solo has sido tú, Killian. Solo tú. Nadie más.
Sus palabras hicieron eco en mi cabeza. Intenté darles sentido, aun así, cuanto
más las repetía, más confusas se hacían. Solo yo.
—¿Quieres decir<? ¿Josh y tú? ¿Nunca? —Necesitaba claridad. Esto no era
algo que pudiera permitir que se malinterpretara.
—No —respondió mientras movía la cabeza—. Hubo< otras cosas. Pero
nunca sexo. Nunca hemos estado juntos de ese modo. Lo intentó; mi Dios si lo
intentó, pero nunca pude. Era como si mi corazón supiera que ibas a volver a mí y
no me dejara entregarme a nadie más.
Estrellé mis labios contra los suyos hasta que estuvo tumbada de nuevo. Pero
no podía permitir que el beso durara demasiado. No solo no podía permitirnos
excitarnos tanto ya que no seríamos capaces de parar, considerando que tenía
dolor y acababa de llegar a casa del hospital, sino que había algo más que
necesitaba mi atención.
Descendí sobre su cuerpo hasta que mi boca se cernía sobre su bajo vientre.
Mis labios acariciaron su suave piel, el pequeño espacio entre el dobladillo de la
camiseta y su ropa interior. Esto era mío.
Nuestro.
Hice esto.
La mejor cosa que jamás había hecho en toda mi vida.
M
e desperté con el sonido de la puerta principal. No podía
decir si Killian se había ido o acababa de llegar de alguna
parte, así que me quedé estirada en el silencio de mi
habitación y escuché. Me di cuenta bastante rápido que él no se había ido a
ninguna parte por el sonido de pasos procedentes de la cocina. Después los golpes.
Después las voces.
—¿Qué demonios haces aquí? —Sonaba como Josh, pero le pedí a Dios que
no fuera así, porque nada bueno podría salir de él estando aquí. Con Killian. En mi
apartamento—. Tienes que estar bromeando.
Después, sus palabras se detuvieron. Un fuerte ruido sordo resonó a través
del espacio, filtrándose por la puerta de la habitación que había quedado
entreabierta, e hizo eco alrededor de mí. Si la muerte tenía un sonido, eso es lo que
había oído. Inmediatamente saqué la manta de mi cuerpo y cogí las muletas
apoyadas contra la pared junto a la mesilla de noche. Me tomó un gran esfuerzo no
perder el equilibrio, pero logré salir de la cama y llegar a la puerta justo a tiempo
para escuchar más.
—Eres un jodido monstruo, y te mereces lo que vas a conseguir. —Ése fue
Killian. Reconocería su voz en cualquier lugar. Pero no hubo respuesta, y eso fue lo
que me preocupó—. Los otros dos hijos de puta están muertos. Tú eres el único
que queda. La única otra persona que entró en mi casa, fue a la habitación de mis
padres, y mató a mi familia. Y el tiempo se ha acabado.
Ahora sabía, sin lugar a dudas, que era Josh quien estaba en mi casa.
Con palabras roncas, estranguladas, dijo:
—Estábamos jodidos.
—No me digas.
—No. —Josh se aclaró la garganta, y me paré junto a la puerta con el pie
palpitando de dolor, esperando escuchar lo que tenía que decir—. Es decir,
estábamos ciegos de PCP. Estábamos drogados. No es una excusa, nunca trataré de
excusar lo que hicimos. A ti y a tu familia. Fue un error, y he pasado los últimos
quince años viviendo con lo que hice.
—Si te sentías tan jodidamente culpable por ello, ¿por qué no te entregaste?
Josh no respondió. En cambio, otro ruido sordo sonó.
—¿Qué te hicieron mis padres alguna vez? ¿Eh? ¿Qué hice yo para merecer lo
que hiciste?
—¡Tus padres le robaron a mi madre!
Mi corazón dejó de latir. En ese mismo momento, todo el mundo dejó de
girar. Mi vida se paró. El tiempo no significaba nada. Sus palabras me traspasaron
como diminutas flechas, agujereando todos los órganos viables en su salida.
Encontrando el valor que no sabía que tenía, salí del dormitorio y me detuve
detrás de los dos hombres. Killian tenía a Josh contra la puerta frente a él, lejos de
mí, con las manos alrededor del cuello de Josh. No podía ver su expresión, pero
estaba de pie con su columna vertebral rígida. Tenso. La ira y la venganza saliendo
de él como las olas de un océano.
—Mi madre te llevó por nueve meses, entró al hospital para darte a luz, y
nunca te trajo a casa. Ellos se quedaron contigo. Lloró por ello todas las noches. Era
como si yo hubiera dejado de existir, porque su nueva oportunidad de tener un
hijo que fuera todo suyo le fue robada. La única paz que encontró fue con una
botella de píldoras y la muerte. Se mató por tus padres.
—¡Esa es una mentira de mierda! —rugió Killian en su rostro.
Josh no se inmutó. No trató de alejarse o incluso parpadeo, como si lo hubiera
esperado.
—Oh, Dios mío... —Me tapé la boca con la mano, pero me escucharon de
todos modos. Dos pares de ojos se volvieron para encontrarme allí de pie,
sorprendida, temblando como una hoja. Ya no sentía el dolor punzante en mi pie.
El sueño ya no me pesaba y el miedo no estaba anudado en mi estómago.
No sentía nada.
Absolutamente nada.
—Bebé, ¿estás bien? —Josh trató de venir a mí, pero Killian lo empujó. La
fuerza hizo que su cabeza resonara contra la puerta, el ruido sordo haciendo eco
más fuerte que antes—. Sal jodidamente de encima de mí, hombre. Ella es mi
novia.
Antes de que pudiera decir nada, Killian habló, su tono amenazador alto y
claro.
—Ella nunca fue tuya. Siempre ha sido mía. Siempre. Quédate malditamente
lejos de ella, o te mataré aquí y ahora. Tuviste suerte en el cuadrilátero esta noche.
Pero no creo que eso vaya a suceder de nuevo.
Josh le miró, después a mí, las preguntas bailando en sus ojos.
—¿Él? ¿Éste es el chico? ¿Tu antiguo vecino?
Asentí.
—No voy a repetirlo. —Killian se movió para estar entre Josh y yo—. Lárgate
y quédate lejos. Ésta es tu única oportunidad de no terminar como tus amigos. De
no terminar en el lado equivocado de la vida. Esta es una cortesía, teniendo en
cuenta que tú y tus amigos le abrieron la garganta a mi madre, apuñalaste a mi
padre diecinueve veces, y luego tallaron una maldita sonrisa en mi rostro. Si
alguna vez te vuelvo a ver, puedo prometer que no habrá ningún tipo de
misericordia para ti.
Era como si me hubieran dado un puñetazo en el pecho. Apuñalada por la
espalda. Tenía las piernas hundidas debajo de mí. Todo a la vez. Apuñalaste a mi
padre diecinueve veces. No importa cuántas veces traté de decirme que era una
coincidencia, no podía estar convencida de ello. Porque cada vez que me decía a
mí misma: Esto no puede ser verdad, oía a Killian decir: “Ésta es la única oportunidad
de no terminar como tus amigos”. Muertos. Ambos. Uno fue encontrado
apuñalado... diecinueve veces. Justo como su padre.
Segundos después de que la puerta se cerrase con la salida de Josh, las
muletas cayeron al suelo con un fuerte ruido. Mi peso cayó sobre mi pie en un
intento desesperado de sostenerme, pero el dolor era demasiado y me envió a toda
velocidad al suelo en pura agonía. Irradió por mi pierna hasta que se mezcló con el
dolor en mi pecho. Mi cabeza se sentía pesada, llena de incertidumbres, negación,
convicción. Me negaba a creerlo, nada de ello, pero cuando Killian vino a
ayudarme a levantarme, para consolarme, la verdad quemó tan caliente que lo
empujé lejos por temor a ser incendiado por su contacto.
Él dijo mi nombre, la desesperación densa en su voz. La fuerte preocupación
en el aire a mi alrededor. Pero no le hice caso y traté de tirar de mí e ir cojeando
hasta la cama. Mi estómago débil se sentía listo para vaciarse con cada movimiento
que hacía. Tragué y continué, ignorando la presencia de Killian detrás de mí.
—¡L-los mataste! —Sostuve mi mano para protegerme de él y silenciar sus
argumentos. No podía soportar escuchar sus excusas en el momento—. Los otros
dos... los artículos. Los mataste. Fuiste tú. No los encontraste muertos. Los dejaste
así.
—Deja que te explique —rogó.
—¡No! —Me acurruqué contra la cabecera de la cama con mis brazos
alrededor de las piernas, como si me protegiera del monstruo que estaba de pie
frente a mí. El monstruo que una vez había sido mi salvador—. No hay nada que
pueda decir para hacer que sea mejor.
Su barbilla cayó y se pasó los dedos por su cabello, tirando de los mechones
hasta que cayeron alrededor de su rostro.
—Mataron a mis padres, Rylee. Me jodieron durante años. Todavía estoy
jodido por lo que hicieron. Por lo que tuve que presenciar. Por lo que tuve que
vivir.
—Ojo por ojo.
—Exactamente. —Me miró, con los ojos brillantes de triunfo.
Pero pronto se apagaron con mis siguientes palabras.
—Excepto que nunca funciona, Killian. Nunca. Los hirieron, a ti y a tu
familia, por lo que fuiste tras ellos. Pero ¿alguna vez te has detenido a pensar que
tal vez tendrían familia cuyas vidas serían arruinadas por tu venganza? ¿Y
entonces qué? ¿Está bien que uno de los miembros de su familia venga tras de ti o
de alguien a quien amas? ¿Qué pasa si uno de ellos tuviera un hermano, que ahora
sufre la pérdida de un ser querido, y viene tras de mí para devolvértelo? ¿O peor...
vienes tras nuestro bebé? ¿Cuándo termina? Siempre hay otro ojo, otra persona
que hará pagar por el dolor dejado atrás.
—Tenían que pagar por lo que hicieron. Necesitaba encontrar mi voz,
reclamar mi vida. Tenía que dejar de vivir con el tormento de esa noche. La noche
que ellos causaron. La noche de la que ellos se alejaron. Mientras tanto, he estado
viviendo con ello cada puto día de mi vida.
—¿Así que los mató para encontrarte? ¿Estás diciendo que esta persona —le
señalé—, sentada frente a mí en este momento es lo que realmente eres? ¿Éste es el
verdadero tú? —Esperé una respuesta, pero se limitó a asentir—. Entonces no hay
esperanza para nosotros. Porque estaba bajo la impresión de que el tú real era el
chico que solía dibujar flores en el dorso de mis manos. El que se estiraba en la
hierba conmigo y miraba a la luna y las estrellas sin decir una palabra. El chico que
se colaba por la ventana de mi habitación por la noche y sostenía mi mano
mientras hablaba sobre mi día en la escuela. El que besó todo mi cuerpo, cada
centímetro de mí, después de tomar mi virginidad, porque no quería que estuviera
adolorida.
—Ese soy yo.
—No, no lo eres. —Le interrumpí, necesitando que escuche mis palabras, más
de lo que necesitaba mi próximo aliento—. El hombre delante de mí en este
momento me acaba de hacer un daño tan profundo que no habrá suficientes besos
para hacer que el dolor desaparezca.
Se sentó en el borde de la cama y dejó caer su cabeza entre sus manos. No me
miró mientras hablaba. Sus palabras tristes, su voz arenosa y cruda. Emocional.
—¿Qué pasa si no quiero dejarte ir? ¿Qué pasa si quiero luchar?
Me quedé en silencio por un momento antes de que el volviera su atención a
mí.
—Me voy.
—No, Rylee. Por favor, no lo hagas. Quiero arreglar esto.
—No hay nada que puedas hacer para arreglar nada de esto. No les puedes
dar vida de nuevo. Se han ido... gracias a ti. No eres diferente a ellos, Killian. Eres
un asesino. Un asesino. Como ellos. No puedes arreglar eso.
—Pero< te amo.
Me sequé las lágrimas de mi rostro y enderecé mi columna vertebral, tiré los
hombros hacia atrás.
—Me estás matando. Rompiéndome. Nunca pensé en un millón de años,
incluso después de que te fuiste, que serías el que me arrancarías la vida. —Un
hipo se me quedó atascado en el pecho—. No me amas, Killian. Si fuera así, nunca
habrías ido tras ellos. Nunca hubieras creído que necesitabas vengarte para estar
completo. Has tenido tu voz todo este tiempo. No te la quitaron. Tú eres el que se
silenció a sí mismo.
Su dolor era tan visible, tan tangible, que tuve que cerrar los ojos para
protegerme de su asalto. Quería que se fuera. Quería que se quedara. Necesitaba
que hiciera lo correcto, pero al mismo tiempo, sabía que no podía hacerlo. Sería
una mentira si dijera que no estuve aliviada al saber que esos hombres ya no
caminaban sobre la tierra, o que no estaba paralizada por el miedo al saber sobre
Josh y las cosas que le había hecho al único hombre que he amado. El único
hombre que alguna vez amaré. Pero eso no lo hacía correcto. No tenía que hacerlo
él. Killian no era Dios, y no era decisión suya el poner fin a sus vidas, como no era
la de ellos la de poner fin a la vida de los padres de Killian.
Le dije que necesitaba que se fuera.
Su peso se levantó de la cama.
Salió.
Era lo que quería. Lo que necesitaba.
Supongo que nunca imaginé cuánto dolería.
L
lamé a la puerta y di un paso atrás, esperando a que me dejase
entrar.
A medida que pasaban los segundos, no pude dejar de comparar
esta vez con cuando me había ido a casa de Cal después de dejar a Rylee en su
cama. Solo. Con lágrimas. Dolido y eviscerado por mis acciones. Mi cabeza estaba
en una niebla, revuelta, nada tenía sentido. Ya nada significaba jodidamente nada.
Por eso, cuando Cal abrió la puerta y me encontró en el escalón más alto, llorando,
prácticamente caí sobre él.
Le expulsé mi verdad en palabras a las que no podía encontrarles ni pies ni
cabeza. No me importaba cómo se lo tomara o lo que pensara de mí. Rylee me
había dejado, así que ya no me preocupaba por las opiniones de nadie más. Sin
embargo, su compasión me sorprendió. Me empujó a seguir adelante en lugar de
darme por vencido. Me convenció de que había algo más ahí fuera. Había más por
lo que vivir, por lo que luchar. Que ganar.
Así que empaqué mis cosas y me fui a casa. A la casa de Elise. Donde sabía
que pertenecía. Donde sabía que estaba a salvo de los demonios acechándome y el
corazón dolido amenazando con paralizarme. Estaba perdido, pero aquí, estaba a
salvo. Puede que no fuera la casa donde viví, pero era donde vivía Elise, y eso era
todo lo que importaba.
Ella abrió la boca y cubrió sus labios con sus manos. Habíamos hablado a
menudo a lo largo de los años, pero no había regresado desde el día en que me fui.
No la había visto, ni una sola vez, en cinco años. Y en un instante, me arrepentí de
todo.
Cada última cosa que había hecho desde que me alejé de Smithsville.
—No te quedes ahí parado, pasa. —Elise abrió la puerta más ampliamente y
me hizo espacio para que entrara. Tan pronto como cerró la puerta, enrolló sus
brazos alrededor de mi cuello, tirándome contra ella en un abrazo—. ¿Te quedas?
¿Has traído una bolsa contigo? ¿Por cuánto tiempo estás aquí?
Había pensado en las muchas maneras en que podía contárselo, todas las
palabras diferentes que podría haber usado. Aparte de la única vez que había
hablado con ella la noche que me escapé, nunca volvió a escuchar mi voz. Todas
nuestras conversaciones desde entonces tuvieron lugar a través de mensajes de
texto continuos. Así que decidirse por una explicación resultó ser más difícil de lo
que pensaba en un principio.
—Ven... creo que hay una hoja de papel en la cocina. Pasa. —Me hizo entrar
más en la casa y se detuvo en el mostrador que separaba la cocina de la sala de
estar. Me dio un pequeño cuaderno, probablemente utilizado para listas de
compras, y lo deslizó enfrente de mí.
Con el papel y la pluma en mano, la miré y le dije:
—¿Fui adoptado?
Esta vez, no hubo jadeo. Ninguna mano tapando su boca abierta. Tenía sus
ojos abiertos como platos y parecía que su respiración había cesado. No estaba
seguro de si mi pregunta o el hecho de que hubiera hablado en lugar de escribirlo
provocó su reacción.
—El hombre que mató a mi madre... el que cortó mi rostro... me dijo que mis
padres me robaron del hospital. Que no les pertenecía.
Lágrimas llenaron sus ojos y bajaron por su rostro más rápido de lo que podía
secarlas.
—Killian< —Mi nombre hizo hipo en su garganta y tuvo que hacer una
pausa para recuperar la compostura—. ¿Sabes quién era? ¿Hablaste con él?
¿Quién<?
—Te lo diré en un minuto. En este momento, realmente necesito saber acerca
de mis padres. Realmente necesito la verdad. Siento que no sé nada. No puedo
darle sentido a nada. Eres la única persona que me puede dar alguna respuesta.
Por favor, Elise. Necesito saberlo.
Ella negó, pero no en respuesta, sino más como una manera de aclarar su
mente, si tuviera que adivinarlo. Cuando dobló la esquina del mostrador, se sentó
en un taburete e inhaló profundamente.
—Tu madre no podía tener hijos. Lo habían intentado muchas veces, y a
pesar de que podía quedarse embarazada, lo perdía. Su cuerpo rechazó los
embarazos, tratándolos como objetos extraños contra los que su sistema
inmunológico luchaba. Por lo que decidieron utilizar un vientre de alquiler.
—¿Así que mis padres son realmente mis padres?
Sus ojos vidriosos se encontraron con los míos.
—Lo son. Ellos sólo utilizaron una mujer para que te diera a luz. Pero la
sangre de tus padres está dentro de ti. Tu madre conocía a una mujer, eran amigas,
la cual se ofreció a ayudarles. Hacia el final del embarazo, tuvieron que conseguir
una orden judicial para mantenerla en la ciudad, y para que el hospital les
notificara si la mujer entraba en labor de parto. Les preocupaba que tratara de
quedarse contigo. Todo se puso muy feo después de eso. Después de que tus
padres murieran, estaba convencida de que fue ella, pero entonces averigüé que se
había matado hacia un año antes.
—Fue su hijo —dije y esperé a que esa parte de la información calase—. Su
nombre es Josh y fue a la escuela de mi padre. Dijo que su madre se suicidó porque
mis padres me robaron de ella, así que les culpó. Dijo que fue su culpa que su
madre muriera.
—¿Le entregaste? ¿Llamaste a la policía? ¿Hiciste que las autoridades lo
supieran? ¿Y los demás? ¿No había tres de ellos? —Elise me arrojó una pregunta
tras otra. No esperó a que respondiera a una antes de pasar a la siguiente, ansiosa e
impaciente por las respuestas por las que había esperado quince años.
Le toqué el brazo para calmarla el tiempo suficiente para hablar.
—Los otros dos están muertos. Uno de sobredosis de heroína, y el otro fue
atacado detr{s de un club de striptease. Josh es el único que queda. Y no< no lo
entregué.
—¿Cómo lo averiguaste?
—Siempre lo he sabido.
La derrota en sus ojos podría haber sido vista desde la luna.
—Lo has sabido todo el tiempo y, sin embargo, ¿nunca dijiste nada? ¿Nunca
se lo dijiste a la policía?
—Tenía ocho años, Elise. Estaba allí y vi lo que le hicieron a mi madre. A mi
padre. No era sólo una amenaza de “habla y te mato”. Sabía de primera mano lo
que harían conmigo si se lo contaba a alguien.
—Pero hubieras estado protegido. ¡La policía no hubiera permitido que eso
sucediera!
Traté de calmarme, sabiendo que mi ira no estaba dirigida a Elise.
—Tenía ocho años. Sólo un maldito niño. Tenía la boca abierta en tajos,
literalmente sostenida sólo por la mandíbula. Vi cómo le cortaron la garganta a mi
madre, casi decapitada. Mi padre fue apuñalado diecinueve jodidas veces. No
había absolutamente nada que alguien pudiera haber hecho para convencerme de
que estaba a salvo.
Más lágrimas cayeron. Más hipos obstruyeron su garganta.
—Entonces... ¿qué hiciste? ¿Qué harás al respecto?
Me encogí de hombros. No tenía una respuesta. No importaba la cantidad de
pensamientos que le hubiera dado a Josh, a lo que debería hacer al respecto, no
podía llegar a nada. Cal nunca me preguntó, nunca trató de convencerme de nada.
Fue mi decisión; y ahora la de Elise.
—No tienes que hacer esto solo. No estás solo, Killian. Nunca lo estuviste.
Siempre he estado aquí por ti... y también Rylee. Pero nunca quisiste verlo. Ahora,
no tienes que tomar todo esto tú solo. Déjame estar a tu lado.
—No lo merezco —respondí en un susurro bajo.
—¿Merecer el qué? ¿Apoyo?
—Nada. Rylee me abandonó. Y una vez que te diga la verdad... tú también lo
harás. —No podía soportar la idea de perder a ambas mujeres, las únicas dos
mujeres que habían estado allí para mí en cada paso del camino desde que
comenzó todo.
Ella se quedó quieta con su mirada haciendo agujeros en mi rostro, como si
estuviera esperando a que dijera algo. Pero no pude. Incluso si ella lo preguntaba,
no estaba seguro de que pudiera darle la brutal verdad. Me daría la espalda, como
Rylee. Y no podía dejar que eso sucediera. No podía estar solo.
Empecé contándole a Elise sobre Rylee, sobre encontrarla en Baltimore.
Después el bebé.
Cuando preguntó por qué Rylee se iría, me alejaría, después de enterarse de
que llevaba a mi hijo, tuve que decirle la verdad. Fue difícil, doloroso y aterrador
como la mierda, pero comenzó el día en que mis padres fueron asesinados. Le dije
cómo descubrí quiénes eran, sobre la promesa que me hice de hacerles pagar por el
daño que hicieron; las vidas que robaron. Para mí, se alejaron de ello y nunca
volvieron a pensar en eso. Habían seguido viviendo sus vidas, lejos en una tierra
sin consecuencias, y me negaba a permitir que ese fuera su destino final. Le conté
sobre el día en que me fui, dejando a Rylee sola en su patio trasero. Cuando llegué
a la parte de Jameson y Lance; los dos hombres que fueron encontrados muertos,
lloró. Me cogió de la mano hasta que expuse cada detalle, cada trocito crudo de la
verdad. Pero la ira rápidamente se hizo cargo cuando llegué al papel de Josh, tanto
antes como ahora. Le expliqué quién era. Lo que había hecho.
Insistió en la retribución.
Estuve de acuerdo, pero no sabía qué hacer.
—¿Confías en mí? —preguntó en tono seguro y determinado.
Asentí, porque lo hacía. Confiaba en ella. Aunque, eso no quería decir que me
gustaría lo que tuviera que decir. Que... como salió después, no me gustó. Luché
contra ello. Le rogué que lo dejara ir. Pero se negó. Y, finalmente, estuve de
acuerdo.
No era la opción más fácil.
No era la más difícil.
Sin embargo, era la correcta.

Elise tenía razón. Permaneció a mi lado a pesar de todo. Cogió mi mano.


Consolándome. Habló cuando no pude, escuchó cuando pude, y esperó a través de
los momentos en el medio.
La primera vez que me dijo lo que haríamos, tuve mis dudas. No le creía; no
quería creerle. No quería aceptar que podría haber sido de otra forma. Me negaba a
creer que había otras opciones.
Las opciones que no me habrían quitado a Rylee.
Las opciones que no habrían hecho que me alejara.
Las opciones que no me habrían dejado con sangre en las manos.
Pero al final, ella tenía razón y yo estaba equivocado. A pesar de todo, había
aprendido que la venganza no es el mejor sistema de apoyo. Cuando no eres más
que tú y tu ira, la curación no llega nunca.
Si sólo hubiera aprendido eso hace cinco años.
Hace diez años.
Hace quince años.
Todo hubiera sido diferente.
—Todos de pie... —La voz de barítono resonó en la pequeña habitación,
seguida por los sonidos de todo el mundo levantándose de los bancos de madera.
Hubo estornudos y toses, pero nadie habló. La puerta detrás de la bancada se
abrió, y salió una mujer con el pelo blanco, vestida con un traje negro y gafas de
marco rojo.
Me di vuelta y miré los ojos de Elise. Estaban llenos de lágrimas y sus labios
temblaban mientras trataba de ofrecerme una sonrisa. No funcionó. El consuelo
que trató desesperadamente de proporcionarme se perdió, tragado por su pena. Su
dolor. Su pérdida.
Al verme en la sala del tribunal, supe que estaba reviviendo todo de nuevo.
Así que me di la vuelta para evitar que viera mi miedo. No quería que se
preocupara por mí también. Tenía a Steve a su lado, con su mano sobre la suya. Su
apoyo era todo lo que necesitaba. Él realmente la amaba, y yo estaba feliz de que
no tuviera que lidiar con esto sola. Que no tuviera que sentarse y escuchar todo
ella sola. Pero no me impidió pensar en lo solo que yo estaba. Sin Rylee, estaba tan
solo. No importaba lo mucho que hubiese querido que estuviera aquí conmigo para
esto, sabía que no podía estarlo. Tenía suficiente con lo que lidiar, y esto no debería
haber sido añadido a su plato.
Así que ahí me quedé. Solo.
En New Hope, Pensilvania. Solo.
En la sala del tribunal. Solo.
Frente al juez. Solo.
En espera de la sentencia.
Solo.
—¿C
uándo vas a darle a ese hombre una oportunidad,
Rylee? —preguntó mi mamá mientras se sentaba a la
mesa de la cocina al lado de papá. Dejó su periódico y
me miró. Tener a un padre arrinconándote a primera hora de la mañana era
bastante malo. Estar acorralado por ambos significaba que este día no iba a ser
bueno.
Cuando había aparecido en su casa hace cuatro meses con mis maletas llenas
y un trabajo preparado en Smithsville, no hicieron preguntas. Simplemente les dije
que lo de Josh y yo no funcionó y estaba lista para seguir adelante con mi vida.
Pero cuando se enteraron que estaba embarazada, no había manera de evitar
decirles la verdad, o al menos, una versión simplificada de la misma. Al principio,
supusieron que el bebé era de Josh. No fueron tan comprensivos una vez que se
enteraron que Killian era el padre. Exigieron que asumiera la responsabilidad. Pero
cuando les expliqué que su ausencia había sido mi decisión, empezaron a calmarse.
Entonces Killian apareció.
Hace dos meses y medio, empecé a recibir paquetes en la puerta principal. No
habían sido entregados a través de la oficina de correos o UPS. Habían sido
entregados en persona por un solo hombre. Killian Foster. Siempre contenían
pequeños regalos; zapatos de bebé, un llavero de una luna, bosquejos de un
bosque por la noche... pequeñas cosas para hacerme saber que no iba a ninguna
parte. Y de alguna manera, mis padres empezaron a mostrar apoyo. Para Killian.
Creían que merecía una conversación, pero me negaba. Todavía no estaba lista.
Todavía había tantas emociones y convicciones con las que tenía que lidiar
primero.
Aunque no lo había visto en persona ni había hablado con él, demostró que
no iba a ir a ninguna parte. Junto con los paquetes, también me había dejado cartas
metidas entre la mosquitera y la ventana de mi dormitorio. Notas de amor, si
quieres. Cartas de disculpa. Me había dado espacio; sin embargo, se mantuvo
cerca. Día tras día, me agotó. Poco a poco. Sabía que no sería capaz de permanecer
lejos por mucho tiempo, especialmente ahora que mis padres parecían haber
tomado partido por él.
—No es tan fácil, mamá —dije con la espalda hacia ella mientras tomaba el
cartón de leche de la nevera—. Realmente no puedo explicarlo, pero necesito más
tiempo.
—¿Más tiempo? —Su voz se agudizó, como si lo que había dicho fuera
totalmente ridículo—. Cariño, vas a tener un bebé. No te queda tanto tiempo. Estás
a medio camino de tu embarazo, y en algún momento, vas a tener que dejar que
sea parte de él. Si decides perdonarlo o no, él va a ser padre, y tiene todos los
derechos del mundo para ser parte de la vida de ese bebé. No solo una vez que
nazca, sino ahora. No puedes robarle esta experiencia. No es justo.
Puse mi taza vacía en el mostrador y me limpié la boca.
—No estoy pensando mantenerlo alejado de todo. Tengo mi ecografía en
unos días y había pensado en preguntarle si quería venir conmigo. Pero estoy
asustada.
—¿Asustada de qué? —Todo el tiempo que mi mamá me interrogó, mi papá
estuvo sentado a su lado y observó, como si esto fuera algún tipo de programa de
noticias de la tarde. En cualquier momento podría levantarse y hacer palomitas
para seguir con el espectáculo—. ¿Hay algo que no nos hayas contado sobre esta
pelea que tuvieron? Quiero decir, dices que estás enojada con él por haberte
abandonado todos esos años, pero no debiste haber estado tan enojada si te
acostaste con él.
Mis ojos se pusieron en blanco por su cuenta. Se había convertido en un
hábito que no podía romper cuando estaba con ella. Había un límite a lo podía
decirles acerca de Killian, y el por qué había decidido alejarlo no era una de ellas.
—No he hablado con él desde que descubrimos que estaba embarazada. Así
que lo siento si la idea de ir a su casa y llamar a la puerta me aterroriza.
Al final de la calle, se estaba reformando una casa. Era una casa antigua en la
que una pareja de ancianos había vivido durante décadas, sin reconstruir nada. Vi
el Jeep de Killian estacionado a lo largo de la acera todos los días. No era ningún
secreto que estaba allí. Por no mencionar, que me lo había dicho en una de las
cartas que había dejado para mí, diciendo que la estaba arreglando para nosotros.
Para mí. Para el bebé.
Esa carta me hizo llorar durante días.
—Por no mencionar —añadí con un dedo en el aire—, que no he oído hablar
de él en mucho tiempo. Por lo que sé, está cansado de intentarlo. Ha renunciado.
Así que ir con él y exponerme no es la idea más reconfortante.
No había estado por más de una semana. Sin cartas. Sin cajas dejadas en mi
porche. Ningún Jeep estacionó fuera de la casa. No había hecho ningún intento
para contactarme o decirme a dónde iba. Hace dos días, en mi camino a casa desde
el trabajo, me di cuenta que estaba de vuelta. Y, aun así, no había oído ni pío de él.
Sabía que necesitaba tomar una decisión, pero estaba desgarrada. Sin
embargo, el que desapareciera realmente me abrió los ojos. Me di cuenta que no
quería que se fuera. Simplemente no lo quería allí. Al menos, no todavía. Pero mi
madre tenía razón; no tenía exactamente un montón de tiempo que perder.
Necesitaba tomar una decisión, y pronto.
—No estamos diciendo que queremos que estés con él. Esto, obviamente, es
tu decisión. Queremos que seas feliz. Pero más que eso, queremos que nuestro
nieto sea atendido. Si eso significa manutención infantil, entonces está bien. Si es
que Killian esté en la vida del bebé, genial. De cualquier manera, solo queremos lo
mejor para ti y el bebé.
—Lo aprecio, mamá. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo. Pasaré por su casa
cuando salga a ver si quiere ir a la cita. Si dice que no, entonces tengo mi respuesta.
Era más fácil decirlo que hacerlo. Todo el camino de regreso a la habitación,
mi cuerpo temblaba con una anticipación nerviosa.
Cuando me vestí, mi estómago se revolvió.
Cuando me puse los zapatos, mi pecho se tensó.
Pero nada se acercaba a la ansiedad que me consumía cuando sonó mi
teléfono. Estaba a segundos de salir de la casa, el auto estaba arrancado y mi mano
descansaba en la palanca de cambios, cuando mi teléfono se iluminó con un código
de {rea de Baltimore. Yo no creo que mi “hola” incluso fue oído ya que apenas se
escapó. El miedo de que fuera Josh me carcomía. No había oído nada de él desde
que salió de mi apartamento después de su altercado con Killian, y sabía que
volvería en algún momento.
No podía permanecer lejos para siempre.
—¿Lee? —Una voz grave preguntó a través del altavoz.
Me quedé inmóvil, mi corazón en mi garganta.
—S-sí.
—Hola, soy Dalton. —Casi sonaba aliviado, lo cual no hizo mucho por mi
ansiedad—. Escucha... quería llamar y disculparme. Josh me había engañado por
completo. No tenía ni idea de las cosas que era capaz.
—¿D-de qué estás hablando? —No me había mantenido al tanto de nada
desde que salí de Baltimore. No tenía idea de lo que Josh había estado haciendo,
así que la disculpa de Dalton me descolocó—. ¿Qué quieres decir con las cosas de
las que es capaz?
—No siempre fue bueno contigo y nunca me impliqué. Me siento horrible por
dejarle hablarte como lo hizo. Sólo pensé que estaba tratando de sonar bien delante
de otras personas. Asumí que nunca te habrías quedado con él si realmente te
tratara así. Así que lo siento.
—¿Me llamaste para decir eso? Está bien, Dalton. Nada por lo que
disculparse. Estoy bien.
—Bueno, al menos ahora no tendrás que preocuparte por tener noticias de él.
—¿Qué significa eso? —Mi corazón dio un salto.
Suspiró, y juro que sus pausas duraban eones.
—¿No lo has oído?
—¿Oír qué? Deja de hablar en círculos y por favor sólo dímelo.
—Él, ehh... se ha ido. Está muerto.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?
—Sucedió hace unos días... por eso pensé que habrías oído.
—No. Salí de Baltimore. He estado en Tennessee y no he sabido nada de él.
¿Cómo? ¿Cómo murió? —Las palabras salieron tan rápido que no pensé que me
entendiera, pero no podía retrasarlo. No podía ralentizar mi respiración o el latido
de mi corazón.
—Fue apuñalado a muerte en<
—¿Apuñalado? —Un sonido penetrante que sólo yo pude oír me perforó los
oídos. Me mareé y tuve dificultad para aspirar suficiente oxígeno y despejar la
neblina que me rodeaba—. ¿Dijiste que esto ocurrió hace unos días?
—Sí. Hace tres días.
No pude detener el tren del que mis pensamientos que había tomado el
control. Todo lo que podía pensar era en Killian. Cómo se había ido. Cómo no lo
había visto ni oído de él. Por más de una semana. Cómo había regresado hace dos
días. Un día después de que Josh fuera apuñalado. A muerte.
No podía ser.
No podía ser.
Mi teléfono se cayó sobre mi regazo, la llamada se cortó, y me incliné sobre el
volante para recuperar el aliento. Necesitaba poner las cosas en perspectiva.
Necesitaba creer que Killian no hubiera hecho algo como esto. Pero lo haría. Lo
había hecho. Los otros dos hombres que habían entrado en su casa cuando era niño
estaban... muertos. Asesinados. Y Killian había admitido ser el que terminó con sus
vidas.
Me lancé a la acción sin titubear sobre lo que iba a hacer. No tenía ni idea de
las palabras que usaría, si las hubiera. Quería respuestas, pero tampoco pensé que
sería capaz de escucharlo de Killian. No pensé que sería capaz de manejar saber la
verdad.
Cuando entré en mi auto antes de la llamada telefónica, sabía que tenía que
tomar una decisión y estaba dispuesta a hacerlo. Estaba dispuesta a aceptar a
Killian por quien era, a pesar de algunas de las cosas que había hecho, porque
podía entender, en algún nivel humano básico, por qué sintió que era necesario.
Pero ahora... ahora no había manera. No había excusa para lo que hizo. Ninguna.
Mi decisión había sido tomada.
Y no era la que le llevaría a ser padre de mi hijo.
Pisé fuerte las escaleras y entré en la casa hecha una furia. La puerta principal
había quedado abierta, así como todas las ventanas del primer piso. El único
sonido que llenaba el espacio vacío eran golpes, tal vez un martillo y un clavo. La
adrenalina me llevó al fondo de la casa donde encontré a Killian clavando un trozo
de madera en la pared.
Estaba sin camisa, con solo un par de vaqueros caídos en las caderas, un
cinturón de herramientas colgado de la cintura. Sus tatuajes estaban a plena vista y
un brillo de sudor se aferraba a su piel desnuda, reflejando la luz a través de la
ventana a su lado. Si hubiera sido otro día, en cualquier momento, salvo momentos
después de la llamada de Dalton, habría estado en un charco a sus pies. Pero no
fue así. Había sabido la verdad, y no había nada que él o su duro cuerpo pudieran
hacer para debilitarme.
Cuando llegué detrás de él, dejando unos dos metros de espacio entre
nosotros, se volvió para mirarme. Sus ojos se hundieron en los míos, confusión y
alivio revoloteando en el color verde pálido. Pero no habló. Se quedó allí,
congelado en el tiempo, recordándome tanto al hombre que había visto en el
gimnasio aquella primera noche.
—¿Así que te sientes mejor ahora? ¿Sientes que te has vengado? ¿Encontraste
tu voz? —Mis palabras se estremecieron con las lágrimas que amenazaban con
derramarse por mi rostro. Eran una mezcla de rabia y tristeza. Estaba enojada con
él por tantas cosas, pero sobre todo por lo que le hizo a Josh después de que había
dejado muy claro lo que sentí por lo que hizo a los otros dos. Y luego estaba triste.
Porque sentía como si hubiera perdido por completo la imagen de como siempre lo
había visto. Ya no era el hombre de mis sueños. El que pensé que amaría por el
resto de mi vida. Ese hombre se había ido. Me había dejado sola en mi patio trasero
hace cinco años y nunca volvió.
Killian asintió y parpadeó unas cuantas veces, claramente confundido por mi
reacción ante él.
—¿Por qué? —grité—. ¿Por qué lo hiciste?
—Espera. —Dio un paso adelante, haciéndome dar un paso atrás. Una y otra
vez hasta que encontré una pared y no pude retroceder más lejos. Se detuvo a un
brazo de distancia y frunció el ceño—. ¿De qué estás hablando?
—¡Josh! ¿Crees que no lo descubriría? ¿Realmente creías que nunca sabría lo
que hiciste?
—Rylee —susurró mi nombre y sacudió la cabeza—. Pensé que te sentirías
feliz por eso. Pensé que eso era lo que querías.
—¿Creías que quería que lo matases? —grité con lágrimas en la cara.
—¿Matarlo? No. No lo maté.
—Entonces, ¿qué hiciste? ¿De qué estás hablando?
Resopló y bajó la cabeza, pasándose los dedos por el pelo. Unas cuantas
mechas cayeron hacia adelante y se balancearon contra su pesada respiración.
Cuando volvió a mirarme a los ojos, vi algo, pero no tenía idea de qué. Para mí,
parecía orgullo. Pero eso no tenía mucho sentido para mí.
—Fui a la policía —admitió y esperó mi respuesta, que no le di—. Elise y yo
fuimos a las autoridades de New Hope. Les dije todo. Les conté sobre la noche en
que mis padres fueron asesinados, todo lo que me habían preguntado cuando era
niño, pero no pude contárselo. Les di el nombre de Josh y lo entregué.
—P-pero... está muerto. Josh ha muerto.
Killian asintió y se mordió el labio.
—Sí, pero yo no lo maté.
—¿Entonces qué pasó?
—Te lo dije. Lo entregué. Fueron a verlo, le hicieron algunas preguntas y
confesó. Admitió matar a mis padres y atacarme. No creí que lo hiciera, pero lo
hizo. Murió en la cárcel, uno de los otros internos lo apuñaló. Rylee... no importa lo
que puedas pensar de mí, lo que he hecho para hacerte odiarme, no soy ese tipo de
persona. Nunca lo hubiera matado, por mucho que lo hubiera querido.
—Pero... te habías ido. No estabas aquí. Y murió. ¿Dónde estabas?
—Tuve que regresar a New Hope para su sentencia.
Estaba tan confundida, y cuantas más respuestas tenía, empeoraba. Nada
tenía sentido, sin embargo, al mismo tiempo, estaba completamente claro. Me sentí
atrapada en una densa niebla, tratando de encontrar la salida, perdiéndome una y
otra vez.
—¿Y los otros? Los has matado.
Sacudió la cabeza y retrocedió un paso.
—Tienes razón. Tengo su sangre en mis manos. Pero no es lo que piensas. No
soy inocente. Pero tampoco soy un monstruo. —Hizo una pausa, más que probable
para ver si lo detendría. Cuando no hablé ni me movía, continuó—. Los rastreé
después de que me fui de aquí. En mi cabeza, salieron impunes con la destrucción
de mi familia y el robo de mi infancia. Quería ver qué clase de vida tenían. Quería
mostrarles mi rostro y hacerles saber lo que me habían hecho. Necesitaba que
vieran, como adultos, el caos que sus acciones habían dejado atrás.
»Jameson no fue fácil de encontrar. Era un drogadicto. Adicto a la heroína.
Pero finalmente lo encontré. Me senté con él en su sala de estar, que estaba en un
desagradable y dilapidado edificio de apartamentos ocupado por otra escoria y
drogadictos. Estaba drogado, colocado hasta las cejas, pero sabía quién era yo. No
podía entender demasiado lo que decía, pero era suficiente saber que no se había
ido limpio. No salió de mi casa esa noche y siguió con su vida.
—Eso no explica cómo murió, y por qué dices que tienes su sangre en las
manos.
—Jameson era el chico que se había quedado atrás aquella noche. Fue el que
no detuvo a los demás. Cuando Josh vino tras de mí, todo lo que Jameson hizo fue
estar allí y pedirle a Josh que no me matara. Pero no lo detuvo. Jameson no
denunció a sus amigos ni hizo lo correcto. Así que cuando metió la aguja en su
vena, no hice nada para detenerlo. Me senté y observé, exactamente lo que él me
hizo. Sabía que estaba colocado. Sabía que ya había tomado algo, pero no lo detuve
de inyectarse esa mierda. Y cuando su vida se desvaneció, no pedí ayuda. No hice
otra cosa que sentarme allí y verlo morir.
Las lágrimas llegaron tan rápido que no pude ver más allá de ellas. Su silueta
no era más que un borrón.
—¿Y el otro? ¿Qué paso con él? ¿Qué le hiciste? ¡Fue apuñalado, Killian!
¡Diecinueve veces! Igual que tu padre. Eso no es una coincidencia.
—No< no lo es.
P
rácticamente me suplicó que le mintiera. Que le diga que no tenía
que ver con ninguna de sus muertes. Que era el hombre que
siempre pensó que era. Pero no podía darle ese consuelo. Me
rehusé a quedarme allí y mentirle mientras miraba sus ojos llenos de lágrimas.
La verdad me destrozó.
Pero era todo lo que tenía que dar.
—Cuando lo encontré, a Lance, el que había apuñalado a mi padre, no sabía
qué esperar. No era un adicto como Jameson. De hecho, usaba trajes de negocios y
vivía en una bonita casa. Tenía un buen trabajo y parecía ir bien. Me enfadó,
porque esa era la imagen que había tenido en mi cabeza durante todos esos años.
Había arruinado mi vida y luego siguió adelante, viviendo con lujos. Lo odiaba.
Pero nunca fui allá a matarlo.
—Entonces, ¿por qué fuiste?
—Para mostrarle mi rostro. Para hablar con él. Que escuchara todo de mi
boca, para que tuviera que vivir con ese sonido para el resto de su vida. Quería que
viera mi dolor. Oírlo. Sentirlo. Pero no quería matarlo< bueno, obviamente quería
hacerlo, pero nunca lo habría hecho. Lo que había sucedido con Jameson era
bastante malo. Me hizo sentir sucio, como si no fuera mejor que ellos. Pero seguí
tratando de justificarme a mí mismo. Jameson era un drogadicto, poniendo fin a su
propia vida.
Me alejé aún más, necesitando el espacio para decirle la verdad.
—Lo había seguido a un club de desnudistas varias veces. Todas las veces el
mismo que el anterior. Se sentaba contra la pared del fondo y bebía agua. Nunca lo
vi beber nada con alcohol. Cada noche, una de las desnudistas se dirigía a él, la
llevaba a la parte trasera, y luego regresaba unos diez minutos más tarde. No era
estúpido. Sabía lo que había hecho allí. Pero una noche, no regresó. Así que fui tras
él, preguntándome dónde había ido. Había una salida al final del pasillo por la que
había desaparecido, así que salí por la parte delantera y alrededor del lado del
edificio. Estaba oscuro, pero había luz suficiente para ver por dónde iba. Entre la
luna y las bombillas oscuras y parpadeantes de la parte superior del edificio, pude
ver lo suficiente. La desnudista en el suelo sucio con los brazos envueltos alrededor
de sus piernas. Y el hombre apoyado contra la pared de ladrillo, encorvado con la
polla laxa en sus pantalones.
Rylee jadeó, pero no dijo nada. Le di un momento antes de continuar.
—La mujer estaba histérica, su maquillaje estaba esparcido por todo su rostro,
el rímel corría por sus mejillas. Ella simplemente repetía que no era su culpa, que
la había atacado. Fue entonces cuando vi el cuchillo saliendo de su cuello. Le dije
que huyera, y una vez que ella se fue, tomé el cuchillo y lo apuñalé dieciocho veces
más. Ni siquiera lo pensé. Lo único que vi fue un hombre horrible que mató a mi
padre y luego atacó a esta inocente mujer en un callejón. Todo lo que pude pensar
fue el número de veces que apuñaló su cuchillo en el pecho de mi padre. No fue
hasta que llegué al número dieciocho que siquiera me di cuenta de lo que había
hecho.
—¿Él estaba< estaba<?
—Sí —dije para evitar que terminara su pregunta—. Ya estaba muerto antes
de que llegara. Era un pequeño cuchillo de bolsillo, pero lo suficientemente grande
cuando se lo clavó en su cuello, se desangró. Él no tenía oportunidad cuando
llegué allí. Ya se había ido.
—Así que, ¿te fuiste? ¿Has jodidamente apuñalado a un hombre, muerto o
no, y simplemente te fuiste?
Asentí, ni siquiera tener una excusa para mis acciones.
—Descubrí más tarde que detuvieron a la mujer a pocas cuadras de distancia.
Estaba cubierta de sangre, y alguien había llamado a la policía. Cuando
comenzaron su investigación, otras mujeres de otros clubes se presentaron,
alegando que él había hecho lo mismo con ellas.
—Entonces, ¿cómo es que nadie hizo nada al respecto?
—Una mujer lo hizo. Había llamado a la policía, pero nunca hicieron nada al
respecto. Supongo que las demás estaban demasiado asustadas o nerviosas para
decir algo. —Suspiré y me apoyé contra la pared—. Sé una cosa o dos acerca de no
presentar información sobre un crimen. No puedo culparlas por no hablar.
Rylee miró sus pies y retorció sus manos frente a ella.
—Entonces, acerca de Josh. ¿Lo entregaste? ¿Y confesó?
—Sí. No pensé que se hiciera nada al respecto, ya que había pasado mucho
tiempo, pero Elise me prometió que, si me presentaba, me sentiría justificado. Que,
si dijera algo, les dijera a las autoridades lo que había hecho, encontraría algo de
paz de nuevo. Pero eso no sucedió. No me sentí mejor cuando fue arrestado o
cuando se declaró culpable ante un juez.
Atravesé la habitación y tomé sus manos en la mía, instándola a mirarme.
—No me sentí mejor hasta que me paré delante de ese mismo juez, frente a
un grupo de personas, y conté mi historia. Fue entonces cuando me sentí
justificado. Fue entonces cuando ya no me quedé en silencio. En su sentencia,
diciéndole a todo el mundo las cosas que hizo, lo que dijo, las cicatrices y
pesadillas con las que he vivido desde entonces< fue entonces cuando encontré mi
voz.
Más lágrimas corrían por sus mejillas, salvo que no estaban formadas por
dolor o ira. Sus cejas ya estaban fruncidas y no tenía los ojos entrecerrados. Estaban
redondos y suaves. Llenos de serenidad y paz. Orgullo. Amor.
Por primera vez desde que me echó de su apartamento, empecé a creer que
tenía una oportunidad de pelear. Había comprado una casa, había trabajado día y
noche para arreglarla, le envié regalos y cartas con la esperanza de que me
perdonara. Pero ni una sola vez me dejé creer que eso pudiera suceder, hasta este
momento. Este mismo segundo.
—¿Cómo hiciste todo eso sin que los policías supieran que estabas allí cuando
murieron los otros dos? ¿Cómo no te metiste en problemas por eso? No entiendo.
¿Josh no dijo nada? ¿No trató de entregarte? —Su voz era tan suave, apenas un
susurro.
Negué.
—Ya eran casos cerrados. Sus nombres surgieron cuando di mi declaración,
pero nadie nunca cuestionó nada. Y supongo que Josh no consideró necesario
hacer o decir algo al respecto. Descubrí que él sufría de paranoia delirante. Había
sido medicado y tomaba y dejaba las medicinas varias veces.
—Me dijo que su mamá sufría lo mismo.
—Su padre estaba allí. Habló después de mí. Pensé que iba a pedir clemencia,
algo que hizo, pero no de la manera que esperaba que hiciera. Le dijo al juez que
Josh estaba más seguro bajo custodia, para él y para otros. Fue sentenciado de por
vida, pero mientras se preparaban para transportarlo a otro centro correccional,
uno de los otros presos llegó a él. —Incliné la cabeza y pregunté—: ¿Creías que lo
había matado?
—Bueno, sí. No estoy diciendo que lo que hiciste con los otros chicos esté
bien, pero no es lo que pensaba. Pensé que tú< los mataste. —Era claro lo difícil
que era para ella admitir eso—. Es una pastilla difícil de tragar, Killian. ¿Cómo
puedo estar bien con tus asesinatos, pero odiar a Josh por lo que hizo? Sí lo odio
por quitarle la vida a otro, ¿no debería sentir lo mismo acerca de cualquiera? Te
amo, y eso nunca cambiará. No importa lo que hiciste o no, siempre te amaré. Pero
a veces, el amor no tiene nada que ver con la aceptación.
—Creo que no sé lo que dices.
Ella suspiró y miró el techo por un momento antes de encontrar mi mirada de
nuevo.
—Siempre he odiado ver a los padres de asesinos salir a su defensa. Entiendo
el amor. Entiendo lo ciego y estúpido que puede ser. Pero decir que el amor que tú
tienes por alguien es m{s grande que el amor de la familia de la víctima< eso es
sólo de ignorantes.
—Entiendo. —Mi corazón se retorció. Apenas podía respirar. Lo que dijo
tenía sentido. Era real, cruda y honesta. Era la verdad. Me di la vuelta, porque no
podía soportar verla alejarse.
No podía verla desistir de mí.
Ya era bastante difícil oírlo.
—Tengo una cita médica el jueves. Es un ultrasonido, así que vamos a ver al
bebé. ¿Te gustaría ir? —Sus palabras eran suaves, pero firmes, ninguna señal de su
voz temblando, miedo o rechazo. En todo caso, estaban bordeadas de esperanza.
Me giré tan rápido que casi me quiebro.
—¿Qui-quieres que vaya contigo?
Su sonrisa iluminó toda la habitación.
—Sí. Un bebé es un nuevo comienzo, ¿verdad? ¿Qué mejor manera de
iniciarlo que con imágenes de la vida que creamos? Te quiero allí. No sé qué va a
pasar entre nosotros o dónde irán las cosas desde aquí, pero sé que no quiero
hacerlo sin ti.
—Dime cuándo y dónde, y estaré allí. —Había pasado tanto tiempo desde
que había sentido un nivel de alegría, así que lo que me atravesó en ese mismo
momento prácticamente me hizo sentir drogado. Me hizo creer que mis días más
oscuros estaban en el pasado.
Sólo tenía que continuar con lo que estaba haciendo.
Construyéndonos una vida con mis manos desnudas.
Amándola todos los días, y recordándole eso.
Y como la noche espera a la luna, la esperaría.
H
abía estado nerviosa por días.
Después de preguntarle a Killian si quería ir a la cita conmigo,
no habíamos hablado. Había dejado una carta esa noche, pero
aparte de eso, había sido un silencio estático. Quise ir donde él, día tras día, pero
por una u otra razón, decidí no hacerlo. Así que mientras me vestía el jueves por la
mañana, se formó un nudo en mi estómago y mis manos temblaron.
Cuando entré en el estacionamiento de la oficina del doctor, vi enseguida a
Killian. Estaba de pie junto a la puerta principal, con la espalda apoyada en el
edificio, esperándome. Verlo me hizo sonreír y relajarme. Llevaba unos pantalones
vaqueros oscuros y una camisa clara con botones. Cuando me acerqué, me di
cuenta que se había cortado el cabello desde la última vez que lo había visto.
Todavía lo llevaba peinado hacia atrás, pero la parte de abajo estaba afeitada más
cerca de su cuero cabelludo. Y Dios, olía bien; el mismo olor que siempre
recordaba que pertenecía a él estaba de vuelta.
—¿Estás lista? —preguntó y abrió la puerta para que entrara.
—¿Lista para qué? —Mi rostro se puso rojo por la estupidez de mi pregunta.
No podía recordar una ocasión que hubiera estado más nerviosa. Era ridículo,
considerando que era Killian. Lo conocía desde que tenía diez años. Fue mi
primero. Mi único. Diablos, iba a tener un bebé con este hombre. Sin embargo, por
alguna razón, su presencia y el sonido de su voz me volvían estúpida.
—¿No podemos averiguar qué vamos a tener hoy?
Nos sentamos en la sala de espera después de habernos registrado.
—¿Quieres saber cuál es el sexo? —Honestamente, no había pensado mucho
en ello. Mi salud y la salud de mi hijo por nacer siempre estaban en la cima de mi
lista de prioridades, pero todo lo demás parecía haber caído en el camino. El
género, los nombres, los colores... nada de eso me importaba.
Killian me miró directamente a los ojos, sin un rastro de emoción en su rostro,
y me dijo:
—Por supuesto.
—Oh, no pensé que fuera tan importante.
—Quiero decir, quiero asegurarme de que el bebé esté bien. Eso es lo más
importante. Y, por supuesto, asegurarme de que tú estés bien. Pero después de eso,
me gustaría saber qué vamos a tener. Voy a hacer la habitación del bebé, y me
gustaría saber de qué color pintar las paredes y qué tipo de mural poner. —La
confianza con la que habló, como si ya estuviese escrito en las estrellas que
estaríamos juntos y viviendo en esa casa, puso a mi corazón en una ligera arritmia.
Abrí la boca para hablar, pero la enfermera entró por la puerta y dijo mi
nombre. Killian se levantó y jaló de mi mano, aunque no estaba lo suficientemente
grande como para necesitar ayuda. Mantuvo nuestros dedos entrelazados mientras
seguíamos a la mujer a una habitación trasera donde había una camilla de examen
junto a una máquina de ultrasonido.
—¿No tienes que desnudarte o algo así? —preguntó Killian después de que la
enfermera saliera de la habitación.
Me reí y volví a sentarme en el papel blanco que cubría la cama.
—No. La varita de ultrasonido va sobre mi estómago. Todo lo que tengo que
hacer es bajar la banda en mis pantalones y levantar mi camiseta. Lamento
decepcionarte.
Se rascó la barbilla, los vellos cortos se erizaron bajo las uñas, y examinó la
computadora a mi lado. Luego se volvió hacia mí antes de levantar la camisa lo
suficiente para ver mi estómago. Recostada de espaldas, no parecía embarazada;
de hecho, incluso de pie apenas se me notaba. Parecía que hubiera ganado unos
pocos kilos y tuviera un vientre suave. Pero Killian me miró como si fuera la mujer
más sexy del mundo.
Había pasado mucho tiempo desde que había visto esa mirada.
Y detuvo mi corazón por un segundo.
Colocó su mano sobre mi cálida y sensible piel, y pasó su pulgar de lado a
lado.
—¿Qué crees que es? —preguntó, sin apartar la vista de mi estómago, como si
pudiera ver a través de mí al bebé que albergaba.
—No estoy segura. Realmente no he pensado en ello.
Sus cejas se juntaron cuando movió su mirada de su mano a mi rostro.
—¿Para nada? No puedo dejar de pensar en ello. Bueno, sobre el bebé en
general. ¿No estás contenta? ¿No quieres esto?
El dolor me golpeó con fuerza en el pecho al pensar que Killian creyera que
no quería a este niño. O lo quería con él. Rápidamente, negué y dije:
—No. No es nada de eso en lo absoluto. Por supuesto que lo quiero. Por
supuesto que estoy feliz y emocionada. Simplemente han pasado muchas cosas... y
es difícil pensar en todo.
Él asintió y se lamió los labios, como si contemplara sus siguientes palabras.
—Creo que es un niño. Un bebé hermoso, sano. Y va a ser feliz, amado y
cuidado. —Continuó acariciando mi vientre, prácticamente hablando al niño
dentro de mí.
—Oye, ¿Killian? —Me aclaré la garganta, tratando de librarme de los
nervios—. ¿Cómo aprendiste a trabajar en las casas? Como... ¿dónde aprendiste a
hacer todo eso? —Era algo que quería saber desde que descubrí la casa calle abajo,
pero nunca tuve el valor de caminar hasta allí y preguntarle. Todavía no estaba
preparada para eso. Pero ahora no pude encontrar una razón para no preguntar.
—Después de mudarme, trabajé en algunas empresas de construcción.
Empecé a ayudar por unos cuantos dólares. Con el tiempo, pude aprender algunas
cosas hasta que me dieron más responsabilidades y tareas. Realmente disfruté el
tiempo solo. Pude pensar mucho. Antes de encontrar... a Josh... estuve en un
pueblo cerca de tres horas a las afueras de Baltimore por un poco más de dos años.
Ahí fue donde aprendí la mayoría de lo que sé ahora. Es también donde aprendí a
boxear.
Un golpe sonó en la puerta antes de que se abriera y una joven entró,
interrumpiendo nuestra conversación. La sonrisa en sus labios nunca vaciló,
incluso después de presentarse a Killian. No hay palabras para expresar la alegría
y el contento que sentí al verlo interactuar con alguien cómodamente. Era lo que
siempre había deseado.
Mientras la mujer tomaba las medidas y fotos del bebé, señaló la pantalla y
dijo cosas como “aquí est{n los dedos de las manos y los pies” y “las piernas de la
pequeña bolita est{n cruzadas”. Mientras señalaba todo, Killian se sentó justo a mi
lado, mi mano en la suya, con su atención pegada a la pantalla delante de nosotros.
De vez en cuando, se volvía para captar mi atención, pero la mayoría de las veces,
estaba demasiado absorto en las imágenes de nuestro hijo por nacer para hacer
cualquier otra cosa.
—Entonces, ¿estás lista para saber lo que vas a tener? —preguntó la mujer
con un brillo en sus ojos. Era obvio que disfrutaba de su trabajo ya que parecía que
nunca dejaba de sonreír. Cuando asentí, Killian se levantó de la silla y ella dijo—:
Es un chico.
Yo estaba más que emocionada, pero Killian estaba extasiado. Él levantó un
puño al aire y soltó un “¡hurra!” celebrando. Me hizo reír, pero más que nada, me
llenó de orgullo. Este hombre, que había pasado más de la mitad de su vida en
silencio, no podía contener su ansia con nuestras grandes noticias. Las palabras
fluían como si nunca hubiese pasado un día sin hablar. La emoción enlazada con
sus vítores.
Obviamente ya no estaba en silencio.
—Esto... —dijo mientras señalaba la impresión en blanco y negro de nuestro
bebé después de que la sonografista saliera de la habitación—. Esto es mi
inspiración. Para ser el hombre que este niño necesita. Ser el padre que merece este
bebé.
Tiré la correa de mi bolso sobre mi hombro, pero me detuve cuando él agarró
mi brazo para impedirme salir.
—¿Qué sucede? ¿Qué pasa?
—Nunca te he pedido disculpas, Rylee. Y tú, más que nadie, te lo mereces.
Perdí tanto tiempo persiguiendo la venganza que pensé era necesaria para superar
lo que me sucedió. Pero eso no es lo que necesitaba. Eras tú. Siempre has sido
exactamente lo que necesitaba, cuando lo necesitaba. Y te di la espalda. Escuché mi
enojo y mi resentimiento, cuando debí haber escuchado mi corazón. Mi corazón
siempre me ha conducido a ti. Siempre lo hará. Lo siento. Por tantas cosas, pero
sobre todo porque te lastimé. Nunca lo volveré a hacer. Lo juro.
Limpió una lágrima de mi mejilla y presionó sus labios contra mi frente.
—Voy a hacer lo correcto por nuestro bebé, lo correcto por ti. Ser lo que
ambos merecen.
—Yo no... —Empecé a hablar, pero las palabras se atascaron en mi garganta y
no salían más allá de la emoción creciendo dentro.
—Puede que no creas que sabes lo que quieres ahora mismo. Puedes creer
que necesita más tiempo para asimilarlo todo. Pero no estoy preocupado en
absoluto, ¿y sabes por qué? Porque te amo. Y tú me amas. Y a pesar de todo por lo
que hemos pasado, debemos estar juntos. Lo supe desde el momento en que posé
los ojos sobre ti. En el momento en que te hablé por primera vez. No tengo dudas.
No voy a rendirme, y tampoco voy a dejar que lo hagas.
Mientras lo miraba, no podía dejar de enamorarme de nuevo.
De muchas maneras, él albergaba una brutalidad horrible que nadie debería
experimentar jamás, pero conmigo, su inocencia era ciega y bella< perfecta.
El resto del día fue agitado, acomodando un horario completo en una tarde.
Pero finalmente había llegado a la última cita del día.
El niño de la silla que estaba frente a mí continuó coloreando su libro sin
mirarme. Lo hacía a menudo. A veces, se quedaba sentado allí, mirando las
paredes. Hablaba, pero no mucho. Sobre todo, eran historias sobre sus actividades
grupales, nunca nada con respecto a su caso. Me rompió el corazón verlo tan
callado, tan retraído. Me recordaba tanto a Killian, que a veces era difícil
separarlos. Los once años nunca son una edad fácil, cambia tantas cosas, pero era
peor cuando se vivía una tragedia.
Tyler McHugh tenía una buena vida. Sus padres lo amaban, sus abuelos
estaban siempre alrededor. Le iba bien en la escuela y tenía muchos amigos. Pero
la vida tiene una manera de reírse en tu rostro, recordándote que las cosas no son
siempre perfectas. Recordándote del mal que existe dentro de los demás. Y eso es
exactamente lo que le sucedió a Tyler hace menos de un año.
Era la mitad de la clase de matemáticas el miércoles por la mañana. Su
maestra estaba en pizarra, explicando algo que Tyler no podía recordar. No
recordaba la hora que era, justo después de las once y media, o lo que había
comido en el desayuno aquella mañana. Pero las cosas que recordaba más que
probablemente seguirían con él durante el resto de su vida.
La puerta se abrió y su maestro se dio vuelta.
Llevaba un suéter amarillo sobre un vestido blanco.
Todo se volvió “ruidoso y silencioso al mismo tiempo”.
Y entonces el vestido de la señora Landrey ya no fue blanco.
Su suéter ya no era amarillo.
Estaban empapados de rojo.
Los niños gritaban y se agachaban bajo sus escritorios, y desde el escondite de
Tyler, vio cómo algunos de sus amigos lloraban, algunos temblaban de miedo... y
otros estaban inmóviles. Sin vida. Esas eran las imágenes que nunca olvidaría. Las
que lo perseguirían para siempre. Las que me había contado cuando nos
conocimos.
Desde entonces, no hablaba mucho.
Hoy, se quedó sentado allí con la lengua asomando por sus labios mientras se
concentraba en colorear. Era algo que ofrecía a muchos de los niños, arte. Tyler no
era el mejor en quedarse dentro de las líneas o en dibujar descripciones precisas de
las cosas, pero eso no importaba. Lo importante era expresarse. A su propia
manera.
Me moví para sentarme a su lado, para ver en qué estaba tan concentrado.
Había encontrado que muchos de los niños que llegaban a mi oficina tenían que
ser guiados para hablar. Simplemente preguntar qué estaban coloreando,
dibujando o construyendo realmente les ayudaba a abrirse. Incluso si no hablaban
de sus pesadillas o sentimientos, al menos estaban hablando. Y para mí, eso era lo
más importante que podían hacer.
En su papel, había dibujado un gran rostro sonriente unido a largos palos que
eran el cuerpo, las piernas y los brazos.
—¿Eres tú? —pregunté y señalé el papel. No era un niñito, así que traté de
hablarle sin suavidad en mi tono. Compasivo, pero no condescendiente.
—No. Es mi amigo del grupo. —Tyler, así como varios otros niños que habían
sufrido experiencias traumáticas, pertenecían a un programa juvenil dirigido por la
ciudad. Tres veces a la semana, se reunían y aprendían a interactuar en un
ambiente saludable. Era algo que me apasionaba, y alentaba a todos los niños que
venían a verme a ser parte de ello, o al menos algo parecido, ya sea el YMCA o el
Club de Hermanos Mayores y Hermanas Mayores. Me alegré de ver que Tyler
realmente le gustaba y disfrutaba su tiempo allí.
—¿Así que has hecho amigos? ¿Cuál es su nombre?
—Happy —dijo sin apartar los ojos del papel.
Mi corazón dio un brinco, luego se detuvo, luego se compensó y aceleró.
—¿Su nombre es Happy? ¿O es sólo un apodo?
Tyler se encogió de hombros.
—¿Tiene tu edad?
—No —respondió con un ligero movimiento de cabeza—. Lo vemos cuando
vamos al gimnasio de los niños los lunes. Nos enseña cómo boxear. Tienen una de
esas grandes bolsas de boxeo allí, también. Y podemos usar guantes.
No era posible.
No podía ser cierto.
Tenía que haber estado oyendo cosas.
—¿Te enseña cómo pelear? —Mi voz parecía haber quedado atrapada en mi
garganta, porque mi pregunta salió aguda y apagada.
Tyler finalmente dejó de colorear y me miró.
—No< bueno, un poco. No aprendemos cómo pelear contra la gente. Eso es
malo. Está bien si tenemos que defendernos, pero hay otras maneras de hacerlo
antes que luchar. Happy sólo nos enseña sobre formas de sacar la ira. Como
cuando estamos realmente enojados por algo. Nos enseñó a calmarnos, a respirar
mejor, para que ya no estemos tan enojados.
—¿Y lo hace mientras te enseña cómo golpear una bolsa?
Tyler negó con la cabeza y se echó a reír. Las risas no venían a menudo a él,
así que tomé un momento para disfrutar del sonido de ellas.
—No, tontita. El boxeo es para aprender a controlarte. Happy dice que somos
los únicos que podemos controlar cómo nos sentimos y lo que hacemos. Nos ayuda
a centrarnos mientras nos ejercitamos.
—¿Y él te dice esto, o alguien más?
Ladeó la cabeza y me miró de reojo.
—Él nos lo dice. ¿Por qué no nos hablaría si nos está enseñando?
Le ofrecí una sonrisa y le dije:
—No sé, por eso te pregunté... tontito.
Una vez más, me recompensó con la risa.
Y no pude evitar pensar que Killian tenía algo que ver con eso.
C
uando el sol descendió en el cielo, la temperatura bajó. Pero nada
podía enfriar la emoción que me recorría por el día que tuve. Ver a
mi hijo, mi hijo, me hizo volar a una altura de la que nunca quería
bajar. Tocar a Rylee de nuevo me hizo sentir como un adicto que ha probado su
droga favorita por primera vez después de años de sobriedad. Pero cuando me
dirigí al barrio, acercándome a su casa, mis nervios se asomaron. No podía
explicarlo, pero la idea de que me rechazara de nuevo me hizo algo. Me puso
ansioso. Aunque, más que nada, me dio determinación.
Nunca la perdería de nuevo.
No lo permitiría.
Después de un golpe, la puerta se abrió. El padre de Rylee se paró frente a mí.
No lo había visto en años, aunque no parecía mucho mayor de lo que recordaba.
Cuando me miró, sus ojos se estrecharon y echó los hombros hacia atrás. Sabía que
no me quería mucho, sobre todo porque su hija llevaba a mi hijo y no tenía un
anillo en el dedo. Sin mencionar la manera en que la había dejado cuando tenía
sólo diecisiete años.
Esperaba que me odiara.
Lo que no esperaba fue que se quedara allí con la puerta abierta, dándome la
oportunidad de hablar. Pero eso es exactamente lo que hizo. Con los brazos
cruzados sobre el pecho, me observó, esperó a que yo hiciera el primer
movimiento.
La primera palabra era siempre la más difícil. Me aterrorizaba el momento en
que mi labio superior se encontrara con la hilera inferior de dientes o que mi
lengua conectara con el paladar de la boca para formar el primer sonido de la
primera palabra. Hablar con gente nueva no era fácil, pero esta no era sólo una
persona de la que nunca había oído hablar antes. Éste era el padre de Rylee. El
hombre que me había visto de niño. Un niño roto, perdido y con cicatrices. Y
ahora, me paraba delante de él como un hombre. Un hombre que estaba
enamorado de su hija, y no permitiría que nada se interpusiera en eso. Ni siquiera
el tono ronco y adormilado de mis primeras palabras a él.
—Hola, señor Anderson. —La madre de Rylee se acercó detrás de él, con los
ojos y la boca muy abiertos—. Señora Anderson. Siento haber venido sin
invitación, pero esperaba poder hablar con Rylee.
—Bueno, ya era hora de que vinieras aquí e hicieras algo más que dejar una
caja junto a la puerta. —Balanceó su peso al otro pie y abrió espacio para su
esposa—. Escucha, no presumo entender lo que está pasando entre ustedes dos, y
para ser honesto, no es realmente de mi incumbencia. Pero creo que tú y yo... —se
volvió para mirar a su esposa—< y Holly necesitamos charlar primero.
Asentí y di un pequeño paso hacia atrás, esperando que él saliera.
—Estoy de acuerdo. En realidad, tengo algo de lo que me gustaría hablarles
también.
Permaneció en su lugar y dejó caer los brazos.
—Muy bien, pero nosotros primero. Queremos asegurarnos que estás
planeando cuidar a ese bebé. Este no es un juego en el que puedes escoger y elegir
las responsabilidades o cuándo tienes que tomarlas.
—Lo sé, señor. —Levanté la mano para impedir que continuara—. Desde el
momento en que descubrimos que estaba embarazada, no ha habido una sola cosa
que haya hecho que no haya sido por ellos. Por los dos. Rylee y el bebé. Mi hijo. No
ha existido un día desde que tuve once años en el que no haya amado a su hija. Y
no habrá nunca un día que no lo haga. Estoy intentando corregir mis errores.
Puede que no sepa lo que estoy haciendo la mayor parte del tiempo, pero puedo
prometerle que estoy haciendo mi mejor esfuerzo.
—Eso es todo lo que pedimos —dijo, pero no se movió.
—También quiero disculparme con usted y con la señora Anderson. Lo siento
por la forma en que me fui cuando tenía dieciocho años. Siento haber herido a su
hija. También estoy agradecido de que ella les tuvo a ustedes para apoyarla. Tiene
mucha suerte de tener padres que la aman como ustedes.
El señor Anderson se aclaró la garganta mientras su esposa se secaba los ojos.
—Haré lo correcto por Rylee. Y esa es la razón por la que estoy aquí. —Hice
una pausa para respirar, no necesariamente buscando coraje, sino buscando las
palabras adecuadas para decir—. Quiero casarme con su hija, no. —Negué—. Me
casaré con ella. Sé que se supone que debo pedirle permiso, pero si soy honesto, no
quiero hacerlo. No quiero arriesgarme a que diga que no, porque esa es una
respuesta que no aceptaré. No quiero faltarle el respeto a ninguno de los dos. Estoy
enamorado de Rylee y no puedo arriesgarme a que no sea mi esposa. Por alguna
razón. Estoy haciendo lo que puedo para recuperar su confianza, y seguiré
haciéndolo hasta el día en que muera.
Se miraron el uno al otro, hablando sin palabras. Era ese tipo de
comunicación que solía tener con Rylee, y le rogué a Dios que todavía la
tuviéramos. Estar separado de ella durante meses, no tener mucho contacto, me
dejó inseguro. Aunque, esperanzado.
—¿Cómo piensas apoyarla exactamente? ¿Financieramente? Y sé que estás
arreglando esa gran casa más abajo en la calle, pero ¿cómo lo vas a costear? —Eran
preguntas lógicas, especialmente procedentes de un padre.
—Tengo un trabajo, señor. Una vez que la casa está terminada, voy a trabajar
para una empresa de construcción aquí en la ciudad. Ya me han contratado, pero
me están dando tiempo para que me instale en la casa y todo eso. Su personal me
está ayudando mucho. Mientras tanto, tengo dinero en el banco. Usted no tiene
nada de qué preocuparse cuando se trata de las finanzas. Yo fui hijo único, así que
el patrimonio de mis padres fue exclusivamente para mí. Habían establecido un
fideicomiso al que tuve acceso desde que tengo dieciocho años. Cuando cumpla
veinticinco años, tendré acceso completo a todo. Pero no pienso usarlo más de lo
necesario, como la casa. Todo lo demás vendrá de un trabajo duro. No lo
defraudaré. Lo prometo.
Finalmente, ambos dieron un paso atrás para ofrecerme espacio para entrar
en la casa.
—Está en su habitación. Déjame ir por ella —dijo la madre de Rylee con un
tono suave, pero tembloroso.
—Si no le importa, me gustaría ir donde ella.
Cuando asintió, tuve que frenar mis movimientos para evitar cruzar
corriendo la casa. Necesitaba llegar a ella. Había sido demasiado tiempo. Cuando
llegué a la puerta de su dormitorio, tuve que controlar mi golpe, porque estaba
listo para tumbarla abajo. La paciencia nunca fue mi fuerte. Medio segundo
después, me auto invité a entrar, sin esperar ninguna invitación, y encontré a Rylee
en un estado de desnudez. Rápidamente entré y cerré la puerta, girando la
cerradura de la perilla detrás de mí.
—Killian... ¿qué estás haciendo aquí? —Ella sostenía una camiseta sobre su
pecho y se paró en nada más que un par de ropa interior. Era la cosa más sexy que
había visto, y no podía quitar mis ojos de ella. De hecho, no pude hacer nada hasta
que ella repitió, preguntándome por qué estaba allí.
No me molesté en contestar, sólo crucé la habitación hasta que estuve frente a
ella con la mano en su pequeño vientre ligeramente redondeado. Luego la sujeté
por la nuca y llevé mis labios a los de ella. Era el beso más suave que pude lograr
estando ella medio desnuda en mis brazos, su cuerpo presionado contra el mío.
Cuando terminó, le sostuve por las caderas y la miré a los ojos.
—¿Qué vas a hacer mañana?
—Tengo trabajo, ¿por qué?
—Cancela tus citas. O reprográmalas. Pide un día por enfermedad o algo así.
—¿Por qué? —preguntó de nuevo, más cauta esta vez.
Sonreí mientras mi corazón aceleraba, cada latido intentaba romper mi pecho
para llegar hasta ella.
—Porque nos vamos a casar. Mañana. Obtendremos una licencia y luego
iremos al tribunal. No puedo esperar otro día para hacerte mi esposa.
Ella rio y bajó la cabeza.
—¿No se supone que debes preguntar?
—Tal vez, pero eso sería una pérdida de palabras. Aunque... —Sellé mis
labios sobre los suyos una vez más y me incliné sobre ella, empujándola hacia
abajo sobre la cama—. Si me quieres de rodillas... —Tomé la camiseta de su mano y
la dejé caer al suelo. Luego enganché los dedos debajo de la banda elástica de su
ropa interior y las bajé por sus piernas mientras ella se levantaba del colchón lo
suficiente como para sacarlas de sus caderas. Finalmente, me incliné sobre una
rodilla, entre sus piernas—. Rylee Scott Anderson, te he amado por lo que parece
toda mi vida.
—Killian —dijo con un sollozo.
Pero la interrumpí para terminar mi pensamiento.
—No existía hasta que te conocí. —Hice un sendero de besos desde su rodilla,
hasta la parte interior del muslo, hasta que llegué a su centro, ya brillante y listo
para mí—. No puedo perderte. Jamás. Eres mi hogar, Rylee.
Pasé mi lengua por sus pliegues y se dejó caer sobre sus codos.
—Mantén tus ojos en mí. —La lamí de nuevo, mi enfoque exclusivamente en
ella—. No desvíes la mirada. —Y luego cubrí su coño con la boca, besándola como
si fuesen sus labios, antes de alejarme y levantarme lentamente sobre ella en la
cama.
Con un ligero ajuste, la moví encima el colchón, dándome suficiente espacio
para arrodillarme en el borde entre sus piernas. Mis labios en su piel. Su sabor en
mi lengua.
—Eres mi mejor mitad. Mi mejor mitad. La mayor parte de mi vida. —
Encontré sus ojos y sostuve su mirada mientras me liberaba de los pantalones
cortos—. Mirándote, veo toda mi vida. Cásate conmigo.
Empujé dentro de ella.
Ella arqueó la espalda.
Pero mantuvo sus ojos en mí.
—Di que sí —dije con un suave empuje.
—Sí. —Era una palabra, la mejor palabra que había escuchado; envuelta en
aire.
—Dime que te casarás conmigo.
—Sí, Killian. Me casaré contigo.
—Mañana —le dije.
—Sí. Mañana —repitió.
Cubrí su boca con la mía y empujé completamente hasta que mi pelvis
encontró la suya. Hice un camino de besos bajando por la mejilla, me detuve para
lamerle el borde de la oreja y susurré:
—Ahora, necesito que estés en silencio para que tus padres no nos escuchen.
—Entonces apoyé mi rostro en el cálido espacio entre su cuello y el hombro. Mi
lugar favorito en el mundo.
Me relajé antes de deslizarme de regreso cuidadosamente.
Una y otra vez.
Hasta que ella estuvo sin aliento.
Hasta que yo estuve completo.

Rylee durmió en mis brazos toda la noche. Era extraño estar en su cama, en la
casa de sus padres y despertarme con el sol. Tuve que recordar constantemente
que estaba bien, no tendría que salir por la ventana esta vez. Ryan y Holly habían
hablado de ello, y nos ofrecieron que nos alojáramos allí en vez de un hotel. Su
decisión probablemente tenía más que ver con que nos casáramos tan pronto, y
menos que ver con la hospitalidad, pero no iba a discutir.
A partir de ahora hasta que la casa estuviera en condiciones habitables, nos
quedaríamos en su casa. Dormiríamos en su viejo dormitorio, en su vieja cama, y
nos bañaríamos en su viejo cuarto de baño, juntos, después de que Ryan y Holly
salieran de la casa o se fueran a dormir.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó Rylee cuando estacioné delante de la
joyería. Me aseguré de llegar allí tan pronto como abrieron, lo que significaba que
nos despertamos temprano. No quería perder otro segundo, aunque tampoco
quería dejar la cama.
—¿No querías anillos? —Salí del Jeep y la esperé al frente.
—¿Vas a comprar mi anillo delante de mí?
Sonreí y le abrí la puerta para que entrara primero.
—No. Ya tengo el tuyo. Estamos aquí para que puedas escoger el mío. —Le
entregué mi tarjeta de crédito al vendedor que se acercó y dije—: Ella puede
escoger cualquier anillo que quiera.
Midieron mi dedo y luego le besé la frente antes de salir.
Menos de diez minutos después, Rylee entró en el Jeep con una sonrisa en su
rostro.
Esa sonrisa permaneció hasta que llegamos a la oficina del Secretario de
Tribunales.
—Oye —dijo y me agarró del brazo para evitar que saliera del auto—.
Averigüé algo ayer, y quería hablar contigo sobre eso. —Esperó a que asintiera,
dándole permiso para continuar antes de hablar de nuevo—. ¿Qué haces los lunes?
Me encogí de hombros y esperé que ella no notara cómo su pregunta me
preocupaba.
—Trabajo en la casa y voy al gimnasio. ¿Por qué?
—¿Por qué no me hablaste del trabajo que haces con los niños?
Tragué y me concentré en mis manos alrededor del volante.
—No lo hago para conseguir puntos extra, Rylee. —La miré sentada a mi
lado—. Lo hago porque necesitan ver a alguien que los entienda. No estoy allí
porque tenga que estar, o porque tengo un título universitario de lujo. Estoy allí
porque yo era ellos; yo soy ellos. Necesitan saber que la venganza no está bien. La
ira y el resentimiento sólo alimentan más ira y más resentimiento hasta que no
queda nada. Y necesitan oírlo de alguien que ha estado en sus zapatos.
—Me gustaría que me lo hubieras dicho.
—¿Por qué? ¿Qué diferencia habría hecho? No lo hice por ti o para ganarte de
regreso.
—Lo sé... pero es un útil recordatorio de por qué te amo. Había días que
necesitaba eso. Noches en que no podía dormir porque no sabía lo que traería el
día siguiente. Había empezado a creer que no eras la misma persona, así que el
saberlo me habría recordado quién eras. Quién eres.
—Me perdí un poco. Pero me encontraste. Siempre estuviste ahí delante de
mí todo el tiempo. Yo estaba demasiado cegado por la rabia. Demasiado atascado
en mi propia pesadilla para verte. Pero nunca dejaste de verme, y creo que eso me
ayudó a encontrar mi camino de regreso antes.
—Me alegro que lo hayas hecho.
—También me alegro de haberlo hecho.
M
is manos temblaron dentro de las grandes palmas de Killian.
Nos paramos en el juzgado, frente a un oficiante, uno frente
al otro. Listos para enfrentar el mundo juntos. Prometernos
amarnos por el resto de nuestras vidas. No debía haber habido nervios, pero
parecía estar llena de ellos.
Sin embargo, no nacieron del miedo.
Eran derivados de la emoción.
Después de todo este tiempo, todo por lo que habíamos pasado, no podía
creer que estábamos aquí juntos. Listos para dar el siguiente paso. Había orado,
esperado y soñado con este día por tanto tiempo. Aunque nunca esperé estar en un
juzgado. Siempre me había imaginado que estaría en una iglesia, de pie delante de
cientos de familiares y amigos con un vestido blanco con flores. Toda boda de
ensueño que cada niña planea desde el momento en que son jóvenes.
Pero aquí estaba.
Con una falda larga, top de maternidad blanco y un suéter.
Porque Killian no quería que cientos de personas me miraran cuando me
convirtiera en su esposa. Quería que fuéramos sólo nosotros dos. Nadie más.
Quería ser el único que me observara cuando me tomara como suya. Y cuando lo
tome como mío. Había estado de acuerdo porque... tenía sentido. Siempre fuimos
sólo nosotros, así que nuestro futuro debería haber comenzado de la misma
manera. Sin mencionar, me prometió que tendría mi boda si era realmente lo que
quería. Después de esta.
Killian llevaba unos jeans oscuros y una camisa abotonada. No parecía
nervioso en absoluto. De hecho, tenía un aire de confianza que se asentó y me
calmó. Después de que obtuvimos nuestra licencia de matrimonio, Killian condujo
tan rápido como legalmente podía, sosteniendo mi mano entre nosotros, y
ofreciendo miradas laterales todo el camino hasta el juzgado. Mis padres y Elise,
así como su marido, nos encontraron allí para servir como nuestros testigos. Killian
no quería a nadie allí, pero cedió cuando le informé que necesitábamos a alguien
que esté de nuestro lado.
—¿Tienen sus propios votos? —preguntó el hombre junto a nosotros.
Estaba lista para responder que no, pero Killian sonrió y dio una respuesta
diferente.
—Sí, he preparado algo que decir.
—¿En serio? ¿Cuándo hiciste eso? —pregunté en una voz susurrada.
Su sonrisa lo dijo todo.
—He sabido prácticamente toda mi vida lo que te diría el día en que te
convirtieras en mi esposa.
—Muy bien. Puede proceder. —El oficiante extendió su mano para instruir a
Killian a comenzar.
Con sus manos sosteniendo la mía y su mirada fija en mis ojos, comenzó el
discurso que había preparado hace mucho tiempo.
—Mi papá siempre me dijo que puedes salar la comida y ocultar el desorden
en un armario. Dijo que encontrar una mujer que pudiera cocinar y limpiar no era
importante. Necesitaba encontrar una mujer que me amara hasta el final de los
días, me apoyara como una roca, y me tratara con el respeto que merecía. Me dijo
que necesitaba una mujer que fuera mi mejor amiga, mi alma gemela, mi hombro
cuando lo necesitara. Mi mamá me dijo que tenía que ser un hombre. Un hombre a
quien una mujer así merecía, porque era algo más que encontrar el amor. Se
trataba de estar enamorado.
»Tú, Rylee, eres esa persona. Eres mi mejor amiga. Siempre lo has sido. Has
sido mi roca, mi hombro, y me has amado más de lo que nunca creí posible. Tú me
tomas como soy, pero no me dejas caminar por el camino equivocado. Me
mantienes bien. Porque eres mi bien. Eres todo lo bueno en mi vida.
Se lamió los labios y parpadeó cuando sus ojos comenzaron a empañarse.
—Así que ahora estoy aquí, prometo amarte a través de todas los mañanas.
Prometo que te amaré hasta que la luna pare de iluminar la noche, hasta que las
estrellas dejen de guiar el camino... mucho después de mi último aliento. Prometo
ser el hombre que mereces cada día de tu vida. Nunca dejaré de amarte, Rylee.
Nunca.
Cuando su pausa fue más larga que un simple descanso, el oficiante se volvió
a mí. Me aclaré la garganta y eché un vistazo alrededor de la sala. Pero Killian me
apretó la mano y me obligó a volver la mirada hacia él.
—No tengo nada preparado. No sabía que estábamos haciendo nuestros
propios votos.
—Está bien. Habla desde tu corazón. Eso es todo lo que hice.
Una calma se apoderó de mí cuando lo miré a los ojos. El color de los
pistachos. Y luego abrí la boca para dejar que todo lo que sentía saliera en palabras.
—Siempre he sabido que eras tú. Ni una sola vez, ni un solo día he dudado
de mi amor por ti o el tuyo por mí. Incluso en tu ausencia, mi amor nunca vaciló.
Nunca se debilitó o rompió. Fue la única cosa que me ayudó a superar cada día. Mi
corazón seguía golpeando mi pecho, y así es como sabía que todavía me amabas.
Así es como pude continuar, y esperar hasta el día en que volvimos el uno al otro.
»Siempre has hablado de la luna. Siempre ha sido lo tuyo. Solías decir que
querías robarla del cielo y congelar el tiempo. Pero creo que ese fue nuestro
pasado. Creo que nuestro futuro pertenece al sol. Para crecer, alimentarnos,
calentarnos. Merecemos florecer bajo los rayos, al aire libre, para que todos lo vean.
Ya no tenemos que escondernos en la noche, sino bailar en el día. Así que mientras
estoy aquí, prometo amarte hasta que el sol ya no se eleve por el este y se ponga
por el oeste. Prometo amarte hasta que deje de arder en el cielo. Hasta que no haya
más día ni noche. E incluso entonces... seguiré amándote.
Killian no esperó a que lo dijeran antes de besarme. Sujetó mi cara en sus
manos y juntó nuestros labios. Fue instintivo. Perfecto. Sus pensamientos,
sentimientos e impulsos envueltos todos en ese solo beso.
Cuando el oficiante se aclaró la garganta, finalmente nos separamos y nos
reímos con la emoción de adolescentes.
—¿Tú, Rylee, tomas a Killian para ser tu legitimo esposo? ¿Para mantener y
sostener en la enfermedad y la salud? ¿En la riqueza y en la pobreza hasta tu
último aliento?
Mi corazón golpeó contra mi esternón.
—Acepto.
Le preguntó a Killian la misma pregunta, a la que él respondió:
—Acepto.
—Y ahora para los anillos. —Esperó a que asintiéramos antes de continuar—.
Killian, por favor coloca el anillo en el dedo de Rylee y repite después de mí.
Killian sacó una sencilla banda de oro unida a un anillo con un solitario
diamante. Jadeé, nunca antes lo había visto, y me preguntaba cuándo habría
conseguido algo tan brillante, perfecto.
—Era de mi madre —respondió en voz baja—. Lo conseguí cuando cumplí
dieciocho años y desde entonces ha pertenecido a tu dedo.
Empujó los anillos sobre mi nudillo y repitió después del oficiante.
—Con este anillo, yo te desposo.
Y entonces fue mi turno.
Saqué la banda de titanio pulido de mi bolsillo y la deslicé sobre su dedo.
Sabía que le pertenecía en el momento en que lo vi. A lo largo de la circunferencia,
grabado en el metal, estaba un brote estelar, que representan los rayos del sol bajo
el cual creceríamos.
—Con este anillo, yo te desposo.
—Por los poderes que me ha conferido el estado de Tennessee, ahora los
declaro marido y mujer. Puedes besar a tu<
Killian no esperó hasta que las palabras fueron pronunciadas antes de meter
sus dedos en mi cabello y tirar de mi rostro al suyo. Tomó mi boca con fervor,
obviamente sin preocuparse por la gente de pie alrededor. Mis padres. Su tía. Los
demás que esperaban su turno. Nada de eso importaba. Era como si fuéramos los
dos únicos en la habitación.
En el juzgado.
En el mundo.
Solo nosotros.
Nadie más.
M
e senté en el borde de la cama con el cuaderno de bosquejos
en mi regazo, un lápiz de carbón en mi mano. La imagen gris
frente a mí no se comparaba con la realidad, pero tenía que
terminarlo. Tenía que marcar este momento, viendo a mi hijo dormir en los brazos
de su madre. Viendo a mi esposa sostener la mejor parte de mí.
—Tenemos que encontrar un nombre, Killian. No podemos llamarlo “él” por
siempre.
Por meses durante el embarazo, habíamos mencionados ideas, pero nada se
sentía bien. Rylee había sugerido nombrarlo como mi padre, pero no me gustaba
esa idea. Creía que él necesitaba su propio nombre. No quería que mi hijo viniera a
este mundo con expectativas a las que tendría que estar a la altura. Quería algo
fuerte, algo exclusivo para él. Así que terminamos aceptando esperar hasta que él
naciera. Para mirar su diminuto rostro. Pensamos que lo sabríamos una vez que lo
viéramos.
Bueno, lo vimos.
Y aún no lo sabíamos.
—Nada se siente bien —dije mientras seguía dibujando a los dos amores de
mi vida.
—Podemos usar nuestros segundos nombres. Scott Owen u Owen Scott. O
podemos combinar nuestros nombres como mis padres hicieron con el mío. Rylan.
—Pasó la punta de su dedo por su rostro y sonrió por la forma en que su nariz se
arrugó.
Mientras me sentaba allí y lo miraba todo, observaba la forma en que era con
él, no pude evitar pensar en sus votos. Ella tenía razón. Toda mi vida, siempre
había sido sobre la noche. Pero Rylee me dio el día. Me dio el sol, el calor. Era mi
brillo. Y ahora me había dado un hijo.
—Blaise. —El nombré rodó de mi lengua mientras miraba a mi hijo en los
brazos de mi esposa.
Ella miró su rostro dormido y sonrió.
—Creo que es perfecto. Blaise Foster. ¿Pero qué hay de un segundo nombre?
No pude contener mi sonrisa.
—Me gusta tu idea de combinar nuestros nombres. Rylan. Puede ser Blaise
Rylan Foster. Y nuestra niña puede tener Kylee como su segundo nombre.
—Killian< acabamos de tener este hace menos de doce horas. ¿Podemos por
lo menos esperar para pensar en el segundo? ¿Quizá darme un año o así?
—¿Un año? Estaba pensando más como unos meses. Máximo.
Resopló una risita y sacudió la cabeza.
—Mi vagina todavía duele. No se hablará de sexo o bebés hasta que el dolor
desaparezca.
—Sé cómo hacer que desaparezca.
Rylee apoyó la cabeza en la almohada y parpadeó hacia el techo.
—Eres imposible.
—Soy imposiblemente tuyo.
—Siempre.
—Y para siempre —agregué.
—Hasta que el sol deje de elevarse en el este.
—Y deje de ponerse en el oeste.
Tomó mi mano en la suya.
—Te amo.
Lo tenía todo. Todo. Me lo mereciera o no, lo tenía.
Leddy Harper tuvo que usar su imaginación,
muy a menudo, cuando era niña. Creció siendo la
única niña en una casa llena de niños. A la edad de
catorce años, decidió usar esa imaginación para
escribir su primer libro, y nunca paró. A menudo
dice que escribir es su terapia, usándola como una
forma de lidiar con los problemas a través de los ojos
de sus personajes.
Ahora es una madre de tres niñas, dejando a su
esposo como el único hombre en una casa llena de
mujeres. La decisión de publicar su primera libre fue
tomada como una forma de mostrarles a sus hijas
que hay que ir detrás de los que se quiere. Amar lo que haces y hacerlo bien. Y
enseñarles lo que significa superar los miedos.

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