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Alixci CamilaPosada
Axcia Fatima85
Brisamar58 Maye
CamilaPosada Karen’s
Cjuli2516zc Pochita
Gigi Srta. Ocst
Kane
Kath
Lvic15
Maria_Clio88
Maridrewfer
Mimi
Rosaluce
Valen Drtner
Vero Morrison
Kath
Cecilia
Sinopsis Diecisiete
Prólogo Dieciocho
Uno Diecinueve
Dos Veinte
Tres Veintiuno
Cuatro Veintidós
Cinco Veintitrés
Seis Veinticuatro
Siete Veinticinco
Ocho Veintiséis
Nueve Veintisiete
Diez Veintiocho
Once Veintinueve
Doce Treinta
Trece Treinta y uno
Catorce Treinta y dos
Quince Treinta y tres
Dieciséis Epílogo
D
e niño, Killian Foster sobrevive lo inimaginable. Silenciado y lleno
de cicatrices, se oculta en sí mismo, pasando tiempo con su
cuaderno en el bosque detrás de la casa de su tía.
Hasta Rylee Anderson<
Cuando Rylee ve a Killian saltando sobre la cerca de al lado, lo sigue, sin estar
preparada para el chico que va a encontrar< o la relación que se desarrollará
durante los próximos siete años.
O el silencio que vendrá.
Luchando entre el odio de su pasado y la promesa de su futuro, Killian debe
tomar decisiones; unas que lo afectaran más que a él solo. Decisiones que podrían
desafiar los límites de lo bueno y lo malo. Decisiones que podrían romper el lazo
del único amor que Killian conoció.
Odio o amor.
Venganza o perdón.
Silencio o su voz.
O
diaba las noches antes de ir a estudiar. Mamá siempre me obligaba a
ir a la cama temprano, aunque no estaba cansado a las ocho en
punto. Decía que necesitaba dormir para poder concentrarme en
clase, pero no importaba cuántas horas de sueño consiguiera, nunca podía prestar
atención de la misma manera que lo hacían todos los demás niños. Mi profesor se
quejaba porque me pasaba demasiado tiempo garabateando en mi papel, en lugar
de hacer el trabajo.
Mamá se frustraba conmigo.
Papá perdía su paciencia.
Pero no podía evitarlo.
Recordaba todo lo que veía, como una foto en mi cabeza.
A veces dibujaba el cartón de leche, el que siempre se colocaba en el estante
superior de la nevera. Junto a este, la botella de vino con la que mamá cocinaba y
una botella de agua con gas de dos litros. Añadía las etiquetas exactamente como
eran, algunas veces giradas, otras veces solo el reverso que las botellas mostraban.
Había veces que me sentaba delante de un examen, y en vez de dar la respuesta,
dibujaba la página del libro de texto en la que estaba la información. Esbozaría la
foto en la parte superior derecha, y luego añadiría garabatos debajo de ella, donde
sabía que las respuestas estaban, pero no podía recordar las palabras.
El consejero de la escuela dijo que tenía memoria fotográfica.
Podía verlo físicamente en mi mente, pero en lugar de la información, me
quedaba con las imágenes.
Intentaron con píldoras.
Terapia.
Clases de arte.
Nada funcionó.
La medicina me hizo sentir extraño. Mamá les dijo que actuaba como un
zombi. Me dieron varias prescripciones diferentes; de nuevo, nada funcionó. Una
de ellas me hizo aún más consciente de mi entorno, añadiendo más imágenes a mi
mente, que tenía que hacer salir con un lápiz y papel. El día en que dibujé la caja de
joyas de mi madre, exactamente como la tenía, con cada anillo, collar, pendiente
perfectamente en su lugar, dejó de darme las pastillas.
Solo había visto su joyero una vez.
Dijo que no estaban funcionando.
Ahora me obligaba a ir a la cama más temprano, esperando que dormir más,
me ayudara.
Pero todo lo que hacía era quedarme despierto y mirar el techo. Las
vibraciones amortiguadas de la TV zumbaban a través de la pared. Pretendía que
sabía lo que estaban viendo y creaba toda la película en mi cabeza. Esta noche, mis
padres estaban callados, así que sabía que debía haber sido una película sobre
chicos malos. Esas nunca me asustaban, si bien mamá y papá no me dejaban
mirarlas.
Cuando la casa se quedó en silencio, me volteé hacia el reloj digital de mi
mesita de noche. Los números rojos me indicaron que eran pasadas las diez. Había
estado allí recostado dos horas, cuando podría haber estado dibujando. O leyendo.
O viendo la televisión.
Cerré los ojos e imaginé el contenedor de Legos en mi armario. Estaba en el
estante superior justo al lado de una caja de Lincoln Logs 1. Mi ropa colgaba debajo
de estos, organizada por la ropa de la escuela primero, por el color y luego mi ropa
más bonita para la iglesia. Todo lo demás estaba doblado ordenadamente en mi
cómoda. Pensando en eso, imaginé cada cajón, cada camiseta y un par de
pantalones cortos. Conjuré una imagen de mi camiseta de Transformers; la que
tenía la mancha de mostaza cerca del cuello. Mamá había querido botarla, pero no
la dejaba. Me encantaba esa camiseta, y la mancha me recordaba a la fiesta de
cumpleaños a la que había ido y el perro caliente que comí mientras me sentaba
junto a Lily.
Lily Rose; su verdadero nombre era Lily Abernathy, pero la llamaba Lily
Rose. Porque era hermosa, y la primera vez que la vi, llevaba pendientes rojos en
forma de flor. Siempre que la llamaba así, se ruborizaba y me hacía sonreír.
Mis labios se curvaron. Con los ojos cerrados y la casa completamente
tranquila, la imaginé en mi cabeza. Fue entonces cuando apagué mi cerebro y me
2
Matar: Kill en inglés.
—¿Vives con ella? ¿Es un pariente? —No recordaba que tuviera hijos, y si los
tenía, nunca habían venido antes, y mucho menos habían vivido con ella. Sabía
que era un hecho, nunca había visto a Killian allí antes.
Él asintió, pero no ofreció ninguna otra explicación.
Hice una pausa, preguntándome si me habría sobrepasado por seguirlo aquí
fuera. No estaba hablando conmigo, y parecía que no quería mirar en mi dirección.
Pero no era una persona sensible que tuviera miedo de conocer gente nueva. A
veces terminaba haciendo amigos. Otras veces, no querían tener nada que ver
conmigo y me trasladaría a otra persona. No iba a renunciar a Killian hasta que me
dijera que me fuera.
—¿Eres tímido? ¿O no te gusta hablar?
No puedo.
Me quedé mirando su desordenada escritura, estudié la forma en que cruzó
su T, la línea larga y extendida. Cuando volvió a poner su cuaderno en su regazo,
rompió el hechizo y me trajo de vuelta a su respuesta.
—¿No puedes hablar? ¿Conoces el lenguaje de señas?
Miré al papel, instando a que me contestara, pero en lugar de escribir algo,
volvió la cabeza hacia mí. Alcé la mirada, hipnotizada por sus ojos una vez más.
Brillaban como un faro, el verde pálido mezclado con solo un toque de azul.
Empecé a sonreír ante la vista, pero tan pronto como empecé a observar el resto de
sus rasgos, con ganas de memorizarlos todos, jadeé y cubrí mi boca abierta con las
puntas de mis dedos.
Inmediatamente se dio la vuelta y se cerró de nuevo en sí mismo.
Vete.
—Lo siento. No quise hacer eso. Por favor, mírame de nuevo.
No.
No hice ningún movimiento para irme. En vez de eso, me desplacé en la
suciedad debajo de mi trasero y me incliné más cerca de él. Abrí mi boca para decir
algo, pero fui parada, simplemente tímida de conseguir mi primera palabra. Su
mano se movió rápidamente, el bolígrafo garabateando furiosamente contra el
papel.
¿Te asusto?
—No —susurré, diciendo la verdad absoluta. Pude haber reaccionado de
forma exagerada, pero no me asustó—. Fui sorprendida. Lo siento. No quise hacer
eso.
Lentamente, levantó su rostro, sus ojos encontrándose con los míos. Examiné
cuidadosamente sus rasgos, observando su recta y estrecha nariz, sus orificios
nasales prominentes solo cuando se ensanchaban. Su labio superior era delgado,
con una V profunda en el centro, la parte inferior lisa y brillante donde parecía que
él la había lamido, antes de volverse para mirarme.
Nunca antes había visto un niño tan guapo.
Lo que me había hecho jadear antes eran las cicatrices en sus mejillas.
Comenzaban por las comisuras de su boca y se extendía hacia su mandíbula, sobre
unos cinco centímetros en cada lado, creando la ilusión de una sonrisa.
Mis dedos se alzaron, casi por su propia voluntad, hasta que su mano se
envolvió alrededor de mi muñeca y la movió lejos. Sus ojos parpadearon entre los
míos, y luego brevemente bajo a mi boca antes de mirar hacia otro lado. Sin
embargo, no soltó mi muñeca. Paso mi brazo por debajo del suyo, donde él
sostenía mi mano en su regazo, encima de su cuaderno.
—¿Es eso por lo que no puedes hablar? —Mi voz salió ronca, sonando como
si hubiera cogido un resfriado en los últimos diez segundos. Cuando asintió, sentí
la necesidad de hacer otra pregunta, de sacar otra respuesta de él—. ¿Cuándo pasó
eso?
Cuando tenía 8.
Me acerqué a su lado para poder ver su respuesta, escrita junto al lugar
donde mi mano descansaba. Cuando me moví, su cuerpo se endureció, se tensó,
pero no dejé que me detuviera.
—¿Qué pasó? —No me pareció un accidente, pero no podía imaginar lo que
podría haber causado cicatrices como esas.
Mi enfoque se mantuvo en el papel, a pesar de que no hizo ningún
movimiento para escribir algo. Tan pronto como levanté la vista para mirarlo,
comenzó a mover el bolígrafo. Pero no fue para escribir en su cuaderno. En su
lugar, un hormigueo estalló en la parte posterior de mi mano. Cuando miré por
encima de su brazo para ver lo que era, me di cuenta de que había empezado a
dibujar algo en mí.
Apoyé mi cabeza contra su hombro para mirar. Se detuvo un momento, pero
cuando no me moví, continuó. Línea tras línea, trazo tras trazo, creó una flor viva
en tinta negra, comenzando en la fusión entre mi pulgar e índice.
Nuestra conversación aparentemente, había terminado.
N
o podía sacarla de mi mente.
Veía su rostro, ya fuera que mis ojos estuvieran abiertos o
cerrados.
Esos grandes ojos castaños que se inclinaban un poco en las esquinas. El color
me recordaba al bote de arcilla que mi madre mantenía junto a la puerta principal,
lleno de flores rojas que se derramaban desde la parte superior. Sus cejas tenían ese
arco natural, que me recordaba a las alas de un pájaro inmenso. Tenía una
hendidura en el centro de la esfera de su nariz. Imaginaba una docena de veces
cómo podría sentirse al tocarla con mi dedo. Y esos labios... llenos y naturalmente
rosados, como si llevara un lápiz labial que nunca se borraba. Quería saber cómo se
sentirían presionados contra los míos
Pero eso nunca sucedería.
Puede que me haya mirado como miraría a cualquier otra persona, pero
nunca podría olvidar la forma en que se quedó sin aliento cuando vio mi rostro.
Cuando vio las cicatrices dejadas atrás como un recordatorio de la peor noche de
mi vida. No importaba lo que dijera, sabía que la aterrorizaban.
Me aterrorizaban.
Pero eso no me impidió pensar en ella, queriendo volver a verla.
La noche después de que me encontró en el bosque, regresó. Estaba oscuro,
con solo la luz de la luna asomándose entre las hojas. Elise había invitado a más
gente, y yo no quería estar cerca de ninguno de ellos. Eran simpáticos, pero no
podía soportar la forma en que me miraban. Sin mencionar, que no deseaba estar
encerrado en mi habitación, escuchando las risas, los murmullos, la música a través
de la puerta.
Todo era demasiado.
Así que había decidido saltar la valla y encontrar algo de paz.
Minutos más tarde, la paz me había encontrado, en forma de un ángel.
Ella había susurrado/gritado mi nombre. Y estuve arruinado. Sin pensar en
cómo reaccionaría, me había movido sigilosamente detrás de ella y había cubierto
su boca con mi mano, solo queriendo sentir sus labios una vez. Pero entonces su
cuerpo tembló de miedo, un gemido había escapado, y cuando la hice girar, no
pude quitar mis ojos de las pocas lágrimas cayendo por su rostro. Pero entonces su
mirada se encontró con la mía, y sin pensarlo un segundo, tomé su mano y tiré de
ella hasta que encontré el claro entre los árboles.
Durante al menos una hora, nos sentamos bajo la luna... en silencio. No se
molestó en preguntarme nada, probablemente sabiendo que no tenía forma de
contestarla sin mi libreta y, en cambio, apoyó su cabeza en mi hombro mientras
garabateaba en su palma. La única cosa que tenía era un delgado rotulador rojo, y
usé la luna para ver las líneas que dibujé. Finalmente, su respiración se calmó, y
me di cuenta de que se había quedado dormida.
Quería quedarme allí para siempre.
Congelar el tiempo y nunca dejarla ir.
Si pudiera, habría robado la luna del cielo.
Tomándola como rehén.
Y mantenerla conmigo.
Pero eso no era una posibilidad. Tenía que renunciar a ella. No me pertenecía,
por mucho que lo hubiera deseado. Y la idea de que se metiera en problemas por
seguirme no se sentía bien. Así que la desperté y la ayudé a regresar a su casa. No
fue hasta que llegamos a su patio trasero, a su ventana con la protección apoyada
contra la pared, que me di cuenta de que realmente había escapado.
Para verme.
Había llevado su dedo a sus labios, y otra vez, me pregunté cómo se sentirían
sus labios contra mi dedo. Contra mi boca. Contra mi lengua. Pero tuve que
ignorarlo cuando señaló la esquina del tejado, justo al borde de la casa. Susurró:
—Luz de detección de movimiento. Tienes que permanecer a lo largo de la
valla, de lo contrario, se apagará, y mi padre lo verá.
Luego la ayudé a volver al interior y ajusté la protección de la ventana en su
lugar, dando una última mirada a través del cristal a su sombra, antes de regresar a
casa. Desde entonces, no había hecho más que pensar en ella, conjurando su
imagen en mi mente. Memorizando cada detalle, cada defecto, cada línea.
—¡Killian! —gritó Elise, interrumpiendo mis pensamientos de Rylee—.
¡Tienes un visitante!
Tiré mi cuaderno en la cama a mi lado y me puse de pie.
Justo entonces, la puerta se abrió lentamente, el tiempo prácticamente se
detuvo. Nunca vino nadie por mí, nadie sabía que vivía aquí. Mi corazón
bombeaba tan fuerte que reverberaba en mis oídos cuando el pelo oscuro y
ondulado apareció a la vista. Cada rizo crónicamente tenso como un resorte que
quería estirar y verlo encajar de nuevo en su lugar. Incluso en la tenue luz de mi
habitación, era brillante y parecía suave. Y por centésima vez, reflexioné sobre
cómo se sentiría pasar mis dedos a través de este, mientras la miraba fijamente a
sus ojos.
—¿Tienes sed? ¿Puedo ofrecerles alguna cosa? —Elise se acercó detrás de
Rylee, pero me observó, probablemente preguntándose por qué estaba aquí para
empezar.
—No, gracias, señorita Newberry. —Su voz era tan dulce, tan suave. Podría
haber escuchado su charla sobre nada con Elise durante horas. Era la única razón
por la que me molesté en responder a sus preguntas, cuando nunca me importó
responder a nadie más.
Porque nunca quise que Rylee dejara de hablar.
—De acuerdo, entonces los dejaré a los dos... hablar. —Los ojos de Elise se
encontraron con los míos y no pude ignorar el resplandor de una brillante
esperanza—. Si necesitas algo, estaré aquí. No dudes en preguntar. —Y luego se
alejó, dejándonos en paz, envueltos en silencio.
Rylee me miró por un momento antes de que sus labios se transformaran en
la pequeñísima insinuación de una sonrisa. Tuvo breves momentos de
incertidumbre, pero siempre fueron rápidamente tragados por la total confianza.
Era un espectáculo asombroso de ver, el funcionamiento interno de su psique a
través de sus ojos. La manera en que entrecerró sus ojos, apenas un poco, antes de
resplandecer en un color casi de oro.
—¿Te importaría si entro? —Su pregunta rompió mi hechizo y me obligó a
retroceder un paso, hasta que me encontré con la cama.
Sacudí la cabeza y luego asentí, inseguro de cómo responder. Recuerdo
vívidamente a mi padre corrigiéndome varias veces, informándome cómo
responder apropiadamente a un tipo de pregunta de “¿te importaría si?”. Pero
Rylee no pareció darse cuenta y entró en mi habitación, aunque dejó la puerta
abierta. Por la razón que fuese, la idea de que Elise pudiera escucharnos me
inquietó, así que me moví alrededor de ella y la cerré suavemente.
Un jadeo detrás de mí llamó mi atención. Cuando me di vuelta, la encontré
sosteniendo mi cuaderno en una mano, los dedos de la otra extendidos sobre sus
labios entreabiertos. Sus redondos ojos encontraron los míos y se fijaron sobre mí.
No podía moverme, completamente congelado en el tiempo, mientras mi boca se
abría y cerraba como si tuviera una respuesta verbal para ella.
Finalmente, saliendo de mi aturdimiento, le arrebaté el cuaderno.
—¿Has hecho eso? —Sus palabras susurradas, llenas de asombro, me
rodearon.
Sostuve el libro en mi pecho para evitar que volviera a verlo y me volví para
enfrentarla. Era como esta insoportable necesidad de ver sus ojos, observar su
expresión, entender sus pensamientos a través de su lenguaje corporal. Lo que no
esperaba encontrar fue la maravilla absoluta, posiblemente admiración, que vi
reflejándose hacia mí.
Asentí lentamente mientras el peso del miedo se instalaba en mi pecho.
—Eso es< increíble. ¿Puedo verlo de nuevo?
Aguantando la respiración, lentamente lo sostuve para que lo tomase, sin
romper nunca el contacto visual. Quería desesperadamente su aprobación, a
diferencia de lo que nunca había querido de alguien antes, pero no podía luchar
contra el inmenso temor de su rechazo.
De lo obsesionado que me haría parecer.
Cómo me había entregado a mí mismo, en más de una forma.
Se sentó en el borde del colchón y sostuvo el cuaderno en su regazo,
estudiándolo con ojo atento. Las yemas de sus dedos trazaron cada línea de mi
bolígrafo. La semejanza que había creado de su mandíbula. Su barbilla. Alrededor
de sus labios, el puente de su nariz. Sus ojos. Finalmente, una vez que había
seguido todos los contornos, su dedo se detuvo en la débil cicatriz que había
añadido a su frente, la que había notado aquella noche bajo la luna, y concentró sus
ojos en mí.
—¿Me has dibujado?
Me senté a su lado y bajé la cabeza, ofreciéndole un pequeño asentimiento.
—¿Por qué?
Cerré mis puños en el espacio entre mis piernas separadas. Sabía que me
preguntaría eso. Era la única pregunta con la que podía contar, y una que recé para
que no saliera de sus labios. De repente, el bloc de papel se deslizó a la vista y lo
tomé de ella. Encontré el bolígrafo que había arrojado a un lado cuando entró, y lo
recogí, listo para darle una respuesta.
¿Por qué no? Escribí en un pedazo en blanco de papel a rayas.
—No lo sé. Simplemente no sé por qué me elegiste. —Su pregunta original se
hizo clara. No había querido preguntarme por qué la dibujé, lo cual era bueno
porque no podía darle esa respuesta. Ahora, sabiendo la verdadera intención de su
curiosidad, puse el bolígrafo en el papel y comencé a garabatear tan rápido como
pude.
Veo cosas y tengo que dibujarlas para sacarlas de mi cabeza.
—¿Qué clase de cosas?
Solo cosas. Cosas que me llaman la atención.
Tan pronto terminó de leer, sentí la necesidad de añadir más. Explicar más.
Son como fotografías en mi cabeza.
Rió e inmediatamente me puse rígido. Quería mirarla, preguntarle qué le
parecía tan gracioso, pero no pude levantar mi atención del papel que tenía frente
a mí. Mis palabras me miraban fijamente y quise borrarlas todas.
—Dibujas tan hermosamente. Tienes un talento increíble... pero tu letra es
horrible. —Rió de nuevo, y tuvo que taparse la boca con la mano para contener el
sonido, que ahora no era más que un zumbido melódico—. Lo siento. No puedo
creer que alguien que escribe tan desordenado pueda dibujar algo así... —Se calmó
y se quedó callada por un momento, y luego murmuró—. Tan perfecto.
Giré y la miré a los ojos. Las manchas doradas me atraparon dentro de su
calidez y rechazaba dejarlo ir. Eran como los rayos del sol reflejando el tesoro al
final de un arco iris. Sus cejas se juntaron en concentración, lo que terminó mi
adoración de ella.
—¿Estás bien? —Su aliento llenó cada palabra y rozó a través de mi rostro.
Asentí, estrechando mi mirada para silenciosamente cuestionarla.
—¿Pareces tan... enojado? ¿Frustrado? No sé cómo describirlo.
Mirando el papel, agarré mi lápiz y dejé que mis dedos hablaran.
No estoy acostumbrado a hablar con la gente. No tengo amigos.
—¿Por qué no?
Me encogí de hombros, pero decidí responder de todos modos.
Me he mudado mucho, y no mucha gente quiere ser amigo de alguien que se parece a
mí. Asusto a todo el mundo. Es por eso que soy educado en casa. Bueno, eso y porque estoy
atrasado.
—No me asustas. —La forma en que se inclinó para leer mientras escribía,
hizo que sus palabras se deslizaran por mi rostro como una suave brisa. Me obligó
a mirarla, a captar sus ojos mientras hablaba—. Dijiste que la señorita Newberry es
pariente. ¿Cómo estás relacionado con ella?
Tía.
—Oh... ¿Así que tu apellido es igual que el suyo?
Sacudí la cabeza. Foster
—Killian Foster... —susurró con una sonrisa—. ¿Cuál es tu segundo nombre?
Owen. Hice una pausa, y luego decidí darle más. Nombre familiar.
—Me gusta. Suena fuerte... Quiero decir, es un nombre poderoso. Vas a ser
alguien algún día, Killian Owen Foster. Marca mis palabras. La gente sabrá tu
nombre. —Sus ojos redondos brillaban muchísimo más, y yo quería tanto creerle.
Pero la verdad es que la gente ya sabía mi nombre.
Y no para nada bueno.
¿Cuál es tu segundo nombre? De repente tuve una profunda necesidad de
saber.
—Scott. Lo sé, es un nombre de chico, pero era el apellido de soltera de mi
madre. Ella pensó que yo era un niño, así que iba a ser Scott Anderson. Luego salí
chica. —Rió, y quise embotellar el sonido para guardarlo para siempre—. Así que...
mezclaron sus nombres, mi mamá es Holly y mi papá es Ryan, e hicieron de Scott
mi segundo nombre.
La miré, deseando más que nada poder decir su nombre completo en voz alta
como ella hizo con el mío. Quería sentirlo pasar entre mis labios, reverberar a
través de mis cuerdas vocales, probarlo en mi lengua. Pero no podía.
Se quedó en silencio con una débil sonrisa.
—Es una historia estúpida.
No podía quitar mis ojos de los suyos, como si estuviera encerrado en un
trance, un ensueño tejido de hilos dorados, lleno de esperanzas y sueños que no
tenía derecho a perseguir. Quise sacudir la cabeza, decirle que estaba equivocada.
No era una historia estúpida. Pero no pude hacer otra cosa que mirarla hasta que
se alejó, muy probablemente sintiéndose incómoda.
—¿Te gusta... vivir aquí? ¿Con tu tía? —Hizo una pausa cuando asentí. Al
parecer, mi falta de respuesta adicional la impulsó a seguir adelante—. ¿Dónde
está tu familia? ¿Tu mamá o papá? ¿También están aquí?
Solo pude sacudir la cabeza, incapaz de escribir nada.
Quería mantener su amistad un poco más.
—Oh. Tu tía parece muy joven para cuidarte.
Mi mirada cayó mientras pensaba en Elise y en lo mucho que había
trastornado su vida. No quería ser una carga así, por eso intentaba quedarme en mi
habitación tanto como podía. Me amaba. Sabía que lo hacía. Pero Rylee tenía
razón; Elise era demasiado joven para cuidar a alguien de mi edad, por no
mencionar, alguien con mis problemas.
Escribí el número veintiséis y dejé que lo asumiera un minuto antes de
ofrecerle más. Es la hermana de mi madre. Nadie más podía manejarme, así que me
aceptó. Estoy bastante seguro de que la pongo triste.
—¿Por qué?
Las lágrimas se alinearon en mis ojos y tuve que tragar el bulto en mi
garganta.
Porque le recuerdo a mi madre.
Afortunadamente, no presionó para nada más. En lugar de hacer más
preguntas, sugirió que viésemos una película, y no podría haber sido más feliz.
Elise vino a vernos, y cuando nos vio sentados en la cama con la espalda contra la
cabecera de la cama, hombro con hombro, simplemente sonrió y cerró la puerta
detrás de ella.
Contenta.
Era la primera vez en tres años que lo había sentido.
Y deseaba no dejarlo ir nunca.
—¿H
ola, papá? —Me senté a la mesa de la cocina
mientras mi papá tomaba su café y leía el
periódico antes de trabajar. Mi cereal estaba
esponjoso ahora, teniendo en cuenta cuánto tiempo estuve allí sentada, buscando
el coraje para hacerle una pregunta. No estaba segura de cómo lo tomaría, pero
necesitaba la respuesta—. ¿Por qué alguien tendría cicatrices en la cara en forma de
una sonrisa?
Bajó el periódico y se inclinó hacia adelante, apoyando sus codos sobre la
mesa.
—No estoy seguro, calabaza. Probablemente haya muchas razones. Cualquier
medio círculo podría parecer una sonrisa. ¿Por qué?
—No... no me refiero a eso. Quiero decir, como si alguien fuera herido< por
alguien más... quizás a propósito; y su boca parece que está sonriendo. —Utilicé
mis dedos para dibujar líneas invisibles desde las comisuras de mi boca hasta mis
mejillas.
Sus ojos se abrieron de par en par, luego se estrecharon una fracción de
segundo antes de que sus cejas se sumergieran con preocupación.
—¿Por qué preguntas eso? ¿Viste a alguien así?
Me encogí de hombros y luego ofrecí:
—En la televisión.
Mi respuesta debe haber calmado sus nervios porque soltó un largo aliento y
se relajó en su asiento.
—Oh, cariño... eso es algo que la gente mala hace. Pero no aquí. Es una cosa
europea, creo. Me parece que es llamado una sonrisa Chelsea, porque comenzó
hace mucho tiempo en Chelsea. No tienes que preocuparte por eso, cariño.
Desearía que sus palabras me hubieran calmado, pero no lo hicieron. Porque
estaba equivocado. Ocurrió aquí. A Killian. O< quizá él no era de aquí. Esa era
una posibilidad. Como nunca lo había oído hablar, nunca lo sabría. Pero
definitivamente era algo que quería averiguar.
Terminé mi cereal mientras repetía el término en mi cabeza para no olvidarlo.
Tan pronto como comprobó su reloj, supe que era hora de que se fuera, y entonces
sería capaz de usar el ordenador y obtener la información que necesitaba. Me besó
la parte superior de mi cabeza y repitió las mismas reglas, como hacía cada
mañana: no salir de casa, no contestar a la puerta, y no decir a extraños que estoy
sola en casa. Sabía que odiaba dejarme sin la supervisión de mi hermano, pero en
realidad... en cualquier momento que Jason estaba en casa, nunca me prestaba
atención. De cualquier manera, yo estaba completamente sin supervisión.
Esperé hasta que dio marcha atrás el auto fuera de la entrada, antes de
encender el ordenador en el comedor. Tenía un conocimiento limitado de Internet,
pero sabía lo suficiente como para entender el concepto de Google, gracias a la
señora Beatty y sus constantes tareas de investigación el año pasado.
En el cuadro de búsqueda, escribí “sonrisa Chelsea”. Tuve una amiga en la
escuela con el mismo nombre, así que sabía cómo deletrearlo. Sin embargo, lo que
apareció en la pantalla no era nada como la chica con pelo rojo y gafas. Mi
estómago se revolvió mientras me desplazaba a través de cada página, observando
todo, junto con las imágenes que proporcionaba.
No podía imaginar a Killian pasando por eso.
Y luego me acordé de él diciéndome que había ocurrido cuando tenía ocho
años.
Lágrimas compasivas cayeron sobre mi regazo.
Con mucha prisa, cambié mi ropa y me dirigí al lado. Era temprano, y no
esperaba que estuviera nadie levantado, así que llamé a lo que supuse que era la
ventana de su dormitorio. Tuve que adivinar ya que solo había estado en la casa
una vez. Pero recordé que tenía cortinas azules.
Tuve que tocar la ventana tres veces antes de que la cortina se moviese,
revelando a un cansado chico detrás del cristal. Frotó y entornó los ojos contra la
luz del sol, pero tan pronto como me reconoció, una sonrisa se dibujó en sus labios.
Levantó un dedo y luego desapareció de nuevo.
Me situé en la parte trasera de su casa, esperando que... hiciera algo. No
estaba segura de si regresó a la ventana o no. No fue hasta que oí pasos en la hierba
que me di cuenta que había salido, y luego rodeó la esquina. Sus largas piernas
asomaban por el fondo de los shorts de estilo cargo deshilachados, su camiseta
blanca arrugada como si la hubiese agarrado del suelo. Su cabello estaba por todas
partes, y quería tanto meter los mechones salvajes detrás de sus orejas para poder
ver su rostro mejor. El cuaderno en su mano, metido en el costado de su cuerpo,
me hizo sonreír.
Iba a hablar conmigo.
Antes de que pudiera abrir la boca para decir algo, sacudió la cabeza hacia un
lado, señalando la cerca a lo largo del patio trasero. Sin vacilar un momento, me
condujo al bosque. No nos aventuramos muy lejos esta vez, antes de que se sentara
en un pequeño claro con suficiente espacio para mí.
—Miré tus cicatrices en línea esta mañana —dije de repente.
Su postura se endureció. Ni siquiera los hombros o la espalda se movían con
el esfuerzo de respirar. Ojalá me hubiera mirado para poder al menos tener una
idea de cómo se sentía, pero se negó, manteniendo su atención en la tierra frente a
él.
—Lo siento. Sé que no debería haberlo hecho. —Suspiré y dejé caer mi cabeza
en mis palmas abiertas—. Ojalá no lo hubiera visto. Odio saber lo que te pasó... sin
saberlo realmente. Ni siquiera quieres saber las cosas que he pensado en los últimos
treinta minutos. Es horrible.
Su mano se movió frenéticamente. Creo que lo puedo imaginar.
—Oh Dios, no quise decir eso. Lo siento mucho.
Deja de disculparte.
Mientras escribía, hablándome, jamás me miró a los ojos.
—Solo quería saber qué te pasó.
Alguien entró a mi casa.
Un jadeo sonó antes de que pudiera detenerlo. Las palabras “lo siento”
situadas en la punta de mi lengua, pero afortunadamente, logré tragarlas.
—¿S-sabes quién?
Con la mirada fija en el papel que tenía frente a él, sacudió su cabeza.
—¿Y tus padres...? —Ni siquiera podía terminar mi pregunta—. Eso es tan
malo, Killian.
No quiero hablar de ello.
No lo culpaba. Solo deseaba que mi curiosidad muriera, porque no pensaba
que alguna vez sería capaz de dejarlo ir completamente. Y aparte de oírlo de él,
sabía que no había forma de obtener la verdadera historia.
—¿Es por eso por lo que no puedes hablar?
Asintió, pero no escribió nada.
—¿Duele?
Ya no.
Mi respiración se dificultó mientras me senté junto a él, ahogándome en el
silencio entre nosotros. Comprendí su incapacidad para hablar; no es que alguna
vez me hubiera topado con alguien así antes, pero lo entendía, sin embargo, no se
ponía mejor.
Toqué su brazo, haciéndole saltar donde estaba sentado.
—Solo para que sepas, Killian, si alguna vez quieres hablar con alguien, estoy
aquí. Mis amigos dicen que soy buena escuchando. Comparten todos sus secretos
conmigo porque nunca se los cuento a nadie.
Lentamente, me enfrentó. Un brillo de lágrimas se alineaba con el tenue verde
de sus ojos, haciéndolos brillar como agua de piscina turbia, en esa etapa justo
antes de que necesitara ser limpiada con productos químicos.
—¿Puedes dibujar algo para mí? —susurré, incapaz de aguantar su mirada
intensa por otro segundo. Me consumía y me llenaba de cosas que no entendía. Mi
corazón corría deprisa y mi cabeza se puso confusa, como un globo sin una cuerda.
Lleno de electricidad estática y aire.
En lugar de usar el papel que había traído con él, Killian tomó de nuevo mi
mano. No lo combatí. Me encantaba cuando dibujaba sobre mí. Nunca quería
lavarlo. Esta vez, en vez de flores, dibujó vides alrededor de mi muñeca hasta mis
dedos, envolviéndolos en mi palma.
Podría haberme pasado todo el día así, mi mano en la suya, descansando en
su regazo, su bolígrafo creando hermosas líneas en mi piel, pero no pasó mucho
tiempo antes de que su tía lo llamara. Con una sonrisa de disculpa, se puso de pie
y me ayudó a pasar sobre la cerca.
—Ya sabes las reglas, Rylee. Quédate afuera. No debería tardar mucho, así
que por favor no salgas del patio. —Mi mamá metió su bolso en su auto y esperó
para que accediera. Tan pronto como asentí, entró y cerró la puerta.
Observé mientras retrocedía en el camino de entrada, sin poder mirar a
Killian a los ojos. Habían pasado cuatro días desde la noche en que me tocó en el
cuarto. No habíamos hablado desde entonces. Sabía que estaría incomoda después
de eso, y por su silencio, asumí que se sentía igual.
Tan pronto como su auto rodeó la esquina, me volteé a Killian, aunque evité
su mirada.
—Probablemente deberíamos ir a sentarnos al patio trasero. No me extrañaría
que diera la vuelta a la manzana para vigilarnos.
Me siguió hasta la sombra del árbol en que por lo general me sentaba. Era
extraño que no sostuviera mi mano, considerando que siempre lo hacía. Pero no
podía darle mucha importancia, porque no es como si hubiera estirado la mía para
tomarla. La incomodidad parecía habernos envueltos en sus alas, sofocándonos en
su capullo.
—Lo siento, Rylee. —Su voz sonaba tan sombría. Tan profunda y distante—.
No quise hacer lo que hice. No debí.
—Está bien. No te dije que pararas.
—Pero ha vuelto las cosas raras entre nosotros.
Al fin, lo miré, encontrando sus ojos en mí.
—Me asustó.
Cada emoción entre el miedo y la pena destellaron en su rostro en un
segundo, y casi me destrozó.
—No quise asustarte.
Puse mi mano en su rodilla doblada para reconfortarlo.
—No, Killian. Tú no me asustaste. No es eso en absoluto. Es sólo< —Miré
mis dedos mientras sacaba lo que necesitaba decir—. Cuando estaba por suceder,
no podía pensar en nada más que sucediera. Y lo mucho que lo deseaba. Luego
durante< sólo pensaba en lo bueno que se sentía. Que no quería que parara. Nada
más entraba en la ecuación. Pero después de que terminó, me di cuenta de lo
peligroso que era. ¿Y si hubiera ido más lejos, y ninguno de los dos se detuviera?
No estoy lista para eso.
Pellizcó el esmalte en mis uñas y presionó sus labios.
—Creo que tal vez nos dejamos llevar —añadí.
Se aclaró su garganta, y esperé con miedo por lo que diría.
—Lo sé. Y lo siento. Vas a la escuela, con otras personas, y puedes descifrar
estas cosas. Yo no. Siento que aprendo todo al paso que voy, y eres la única con la
aprendo algo.
—Bueno< hiciste un fant{stico trabajo para no saber lo que haces.
Sonrió y se giró a mí.
—Veo videos.
—¿Aprendiste a hacer eso con un video? —Y luego me di cuenta de qué clase
de película hablaba—. Oh< ¿ves de esas?
Su hombro se levantó en un perezoso encogimiento.
—Sí. ¿Está mal?
Pensé en ello, insegura de qué decir.
—No lo sé. Nunca he visto una antes. Una chica en mi clase dijo que encontró
una en el cuarto de sus padres una vez, pero nunca me dijo qué había visto. Dijo
que era asqueroso.
—¿Quieres que deje de verlos?
Lo miro a los ojos y me detuve un segundo para apreciar la parte inocente en
él. Había momentos cuando parecía tan asertivo; como la otra noche, veces en que
él decía cosas que asumía sólo un adulto diría, y momentos como estos cuando me
daba cuenta que sólo es un niño, descubriendo las cosas a medida que le llegan.
—No. Puedes ver lo que quieras.
—Te prometo que no te haré eso de nuevo.
Me reí y agaché mi barbilla para que no viera el infierno ardiendo en mis
mejillas.
—No prometas eso. Tal vez di que no lo har{s por un tiempo< hasta que
ambos estemos listos.
Su tono se aligeró con esperanza cuando preguntó:
—¿Cuándo crees que será eso?
—No lo sé< ¿después de que cumpla quince tal vez?
Giró su atención hacia el cielo y arrugó su cara.
—Así que en< ¿cinco meses? Es factible. No muy lejos. —Ambos nos reímos
al unísono—. Probablemente no debería volver a tu cuarto entonces, ¿eh?
Odiaba la idea de no acostarme a su lado durante los próximos cinco meses,
pero tenía un punto. No había forma de que pudiera rechazarlo si volvía a
intentarlo. Todavía sentía las cosquillas de lo que me hizo< cuatro días después.
—Probablemente sería lo mejor —concluí.
—¿Todavía puedo besarte?
Entrecerré mi mirada en él.
—Será mejor que lo hagas.
Y una risa se le escapó de los labios mientras descendían sobre los míos.
—¿H
as vuelto a pensar en ir a la escuela este año? —
Elise despejó la mesa después de la cena, pero
no había terminado de comer todavía. Se alejó
de mí, dándome la espalda, como si pudiera haber leído mi mente para obtener la
respuesta—. Es tu primer año. Pensé que querrías asistir a una escuela de verdad
durante los últimos dos años.
Me senté en mi asiento y esperé a que volviera a mirarme. Había estado
haciendo esto mucho últimamente, esperando que de repente empezara a hablar.
Me hacía una pregunta, o simplemente hacía un comentario, pero no me miraba
para contestar.
Finalmente, se dio la vuelta y se apoyó contra el mostrador.
—Rylee quiere que asistas a la escuela con ella. Piensa que es una buena idea.
Y tengo que ser honesta, Killian, estoy de acuerdo. Ahora estás completamente
nivelado con tu grado y solo te faltan dos años más para graduarte. Me gustaría
verte ir a la universidad, obtener un título y hacer algo contigo mismo.
Elegí ignorarla, volví a terminar la comida en mi plato. Había insinuado cosas
antes, y últimamente había intentado convencerme de que fuera a una escuela de
verdad. Rylee también lo había mencionado una vez, pero le dije que no me
interesaba ser el fenómeno. No importaba lo que ella dijera, nunca sería capaz de
convencerme de que encajaría con todos los demás.
Ya no me escondía más. Iba a la tienda de comestibles, corría por el
vecindario e incluso visitaba la biblioteca a veces. Veía la forma en que la gente
seguía observándome, y no estaba interesado en tratar con eso a diario. Lidiar con
los otros niños haciéndome preguntas, viendo la compasión en las caras de los
maestros. Por no hablar, que sabía que me harían aprender el lenguaje de señas, y
me negaba. Sabía que encontraría una razón para hablar de nuevo.
Sólo tenía que esperar unos años más.
Pero la encontraría.
Hablar con mis manos ya no sería necesario.
—Es bueno tener a alguien con quien hablar, pero creo que sería mejor si
estuvieras con más niños de tu edad. Creo que Rylee ha sido un sistema de apoyo
increíble para ti, y puedo ver lo mucho que le importas. Creo que te sorprendería
encontrar más gente como ella. Más personas con las que puedas abrirte y hablar.
—No se alejó cuando la miré.
No podía comprender lo que había dicho. Nunca hablaba a su alrededor, o lo
suficientemente fuerte como para que ella escuchara. No hay manera de que lo
supiera... a menos que Rylee se lo contara. Pero confiaba en Rylee. Sabía que no
diría nada. Al menos... esperaba que no lo hiciera.
Elise puso los ojos en blancos y me hizo un gesto con la mano, como si no
hubiera dejado caer una bomba en mi regazo.
—Killian, no nací ayer. Sé que hablas con ella, más que en palabras escritas.
Estoy feliz de que puedas hacer eso con ella. Desearía que me hablaras, pero lo
entiendo. Con suerte, algún día saldrás allá y aprenderás que está bien confiar en
otras personas. No tienes que estar en silencio todo el tiempo.
Mi frente se tensó y se hizo más difícil respirar a través de la ansiedad
recorriéndome. Este era mi secreto. Nadie debía saberlo. Especialmente ella.
Intentaría obtener respuestas, me haría hablar de quién mató a mis padres. Y me
negaba a decírselo a nadie.
Elise se movió alrededor de la encimera hasta que se paró frente a mí.
—No es un secreto que puedas hablar, Killian. Ya te he oído antes. Cuando te
mudaste por primera vez, llorabas y hablabas mientras dormías. Llamabas a tu
papá, rogabas que tu mamá se despertara. Tus palabras no eran claras, en su
mayoría llantos y gritos desgarradores por ayuda, pero hablabas. Te oí. Los
doctores me informaron que eras capaz de hablar, pero o bien decidiste no hacerlo,
o fue el trauma lo que impedía que lo hicieras. Así que, por favor, no me mires
como si tuviera dos cabezas. Sólo porque no me has hablado no significa que no
sepa que tienes la habilidad de hacerlo. Continuaré permitiéndote hacer esto a tu
ritmo. Háblame cuando quieras, o sigue escribiendo todo por el resto de tu vida.
No me importa. Sólo quiero lo que es mejor para ti, y creo que es hora de que
empieces a vivir en el mundo real. Alrededor de personas reales. Algunas buenas,
algunas malas, algunas ignorantes o inocentes. La gente dirá cosas malas, tomará
malas decisiones... pero luego hay gente como Rylee.
Sacudí la cabeza, porque no había gente como ella. Solo ella. Ella era única en
su clase. Rylee era mi persona, mi mejor amiga, la única con quien podía ser yo. No
importa lo que dijera Elise, nunca me convencería.
No quería a nadie más.
Sólo quería a Rylee.
—Solo piénsalo, ¿de acuerdo? —Tomó el plato de delante de mí y lo llevó al
fregadero. A pesar de su actitud fría y tranquila, actuando como si nada de esto la
molestara, vi el dolor en sus ojos. Pude ver cómo mi silencio y evasión la
molestaban. Nunca quise causarle ningún dolor, pero no sabía cómo darle lo que
quería sin sacrificar lo que había prometido.
Les prometí a ellos que no hablaría.
Pero me prometí a mí mismo, que lo haría< con el tiempo.
Cuando llegara el momento.
—Voy a ir a la casa de Steven un rato. Tiene una nueva pantalla grande para
su sala de estar y quiere ver una película. ¿Quieres ir? —Ella y Steven están ahora
comprometidos. Elise todavía tenía invitados de vez en cuando, pero nada como lo
que solía ser. Ahora, eran parejas que venían a jugar y tomar unas copas. Los
conocía a todos, y no les importaba que estuviera cerca. Especialmente Steven.
Admiraba la forma en que amaba a mi tía, y no tenía problemas para estar a su
alrededor. Incluso había ido a su casa varias veces con Elise, pero no estaba
dispuesto a hacerlo esta noche.
Quería estar solo.
Tan pronto como se volvió a mirarme de nuevo, sacudí la cabeza.
—Bueno. Tal vez pueda dejarlo para otra noche.
Elise guardaba cuadernos y papel en todas las habitaciones, junto con
bolígrafos y marcadores. Incluso teníamos una pizarra blanca en la nevera. Así que
me levanté y me dirigí al mostrador al lado del teléfono y empecé a anotar una
nota para ella.
No. Deberías irte. Estaré bien.
—No me siento bien dejándote solo.
Levanté una ceja y sonreí. Tengo dieciséis. No seis. Me dejas solo todo el tiempo.
¿Qué tiene de diferente ahora?
—Siento que te he molestado, y no quiero que pienses que me estoy
escapando para estar con Steve en lugar de contigo. Siempre vendrás primero,
Killian.
Yo sabía eso. Había estado comprometida durante casi un año, pero no
habían hecho planes para casarse, y sabía por qué. Ella quería esperar hasta que yo
estuviera fuera de la casa, por mi cuenta, hasta que supiera que estaba bien antes
de hacer ese compromiso. No dejaba que se mudara con nosotros para evitar que
me sintiera incómodo sin importarle cuántas veces le dije que estaba bien que se
casaran o estuviera aquí. Quería verla feliz, y Steven la hacía feliz. Pero por alguna
razón, ella quería esperar.
Ella me estaba eligiendo.
Y apreciaba eso.
Ve. Diviértete y disfruta de la película. Voy a ver televisión en mi habitación.
—No saldré hasta tarde.
Resoplé una risa y sacudí la cabeza. Quédate fuera tan tarde como quieras.
Simplemente no quedes embarazada. Asegúrate de usar protección.
Elise me dio una palmada en el hombro mientras se reía conmigo.
—¿Qué voy a hacer contigo? Confía en mí, eres suficiente para mí. No quiero
más niños.
Mi corazón se calentó ante su sentimiento, pero no duró.
Poco después de que salió de la casa, pensé en lo que había dicho. Me hizo
pensar en mis padres, y me preguntaba por qué nunca habían tenido otros hijos.
Por qué no tenía hermanos o hermanas. La pregunta provocó ira en mi pecho. Era
una pregunta que nunca sería capaz de hacerles, una respuesta que nunca les oiría
decirme.
Porque me los arrebataron.
Brutalmente.
Cuanto más pensaba en aquella noche, más caliente se volvía la ira hasta que
se encendió en una oleada de furia. Agarré el bloc de dibujo que guardaba debajo
de mi cama para momentos como este, cuando no podía suprimir la rabia y la
angustia cegadora. Antes de saberlo, tenía lápices de colores, marcadores de punta
fina, bolígrafos y lápices de carbón dispuestos a mi alrededor, mis manos
moviéndose por el papel por su propia voluntad.
Había hecho esto tantas veces, dibujado las mismas características, las
mismas escenas tan a menudo, ya no necesitaba pensar en las líneas que se
formaban. Era como piloto automático. Me perdía en los recuerdos, en el dolor, en
las imágenes que nunca podría olvidar, hasta que se hacían realidad en el papel.
Los colores, las líneas, los detalles visibles para que cualquiera los viera.
Habían estado tres tipos, y nunca olvidaría sus rostros. Uno de ellos, el que se
había quedado en un rincón y recordaba a sus amigos que yo era sólo un niño,
siempre fue el más fácil de dibujar. Tal vez fue porque no tenía sangre en él. Nunca
pensé que realmente tuviera algo que ver con eso. Aunque, no me impidió odiarlo.
Podría haberlo detenido.
Podría haberle dicho a sus amigos no.
Podría haber evitado que me cortaran la cara.
Pero no lo hizo.
Sólo se había quedado allí, discutiendo, pero sin hacer nada para ayudarme a
mí o a mis padres. Él no dio un paso y entregó a sus amigos. Permaneció en
silencio. Como yo. Por lo que a mí respecta, él era tan malo como ellos. Sin
embargo, cuando lo bosquejé, no puse tanto tiempo como lo hice con los demás.
El que estaba junto a mi padre siempre era el segundo. Pasé más tiempo en él
que el primero. Cada vez, su rostro era siempre el mismo. El mismo ceño fruncido,
los mismos ojos oscuros y enojados. Sus labios apretados y delgados, sus fosas
nasales ensanchadas. Tenía la nariz torcida y un pendiente en una oreja. Una
cicatriz recorría una ceja y, después de dibujarlo con tanta frecuencia, ahora
parecía una cicatriz en vez de una línea manchada. Y siempre me tomaba tiempo
extra para colorear la sangre que goteaba del pequeño cuchillo en su mano.
Pero pasaba la mayor parte de mi tiempo detallando al tipo que había estado
al lado de mi mamá, me sujetó en el suelo y me cortó el rostro. Era el que más
recordaba de todos. Al que había prestado más atención. Sus bocetos siempre
tenían más color que los otros, y no sólo por la imagen de su camisa. Sus ojos eran
de un azul brillante. Incluso en el dormitorio tenuemente iluminado hace tantos
años, sus ojos atravesaron la oscuridad. El mal brillaba dentro de ellos, el diablo se
asomaba a través de las estrechas hendiduras de sus párpados. Eran ojos
distintivos; grandes y redondos, aunque los había mantenido parcialmente
cerrados. Era como si tuviera demasiado párpado; eran demasiado pesados, y le
impedía abrirlos completamente.
Su cabello era de color marrón oscuro y despeinado, ondulado y demasiado
largo para parecer manejable. Pero sus cejas no coincidían. Eran más claras,
notablemente más claras. Recuerdo haber pensado durante años en ello y me
pregunté si había coloreado su cabello más oscuro como hacía mi mamá. Ahora, ya
no me importaba
Siempre usaba más lápiz rojo en su dibujo, porque él era el único
completamente cubierto en el marrón oscuro. Se le salpicó el rostro y el cuello,
manchó los lados de sus ojos. Tal vez por eso el tono era tan notable; el contraste
contra la sangre carmesí de mi madre en su pálida piel. Tenía un corte en la nariz,
aunque no tenía idea de dónde había venido. Sangraba, así que sabía que era
fresco, y a medida que había crecido, me preguntaba si tal vez mi madre había
luchado. Con toda la sangre en la cara, habría sido indistinguible, excepto que era
la única cosa que había mirado mientras se sentaba sobre mí, sosteniendo mi
cabeza quieta. Me había concentrado intensamente en esa marca mientras rogaba
por mi vida.
Nunca olvidaré ese corte.
Esos ojos azules ásperos.
La horrible mueca en sus labios desiguales.
Sentado en mi cama, observé la imagen completa. Aquella en la que había
dibujado al hombre que más odiaba en el mundo. Los odiaba a todos, pero él era el
peor. Había mirado a los ojos de mi madre y le había cortado el cuello, y luego
miró a los míos mientras me cortaba el rostro.
Maligno.
Eso es lo que era.
Cada detalle finito de su rostro presumido fue grabado en mi memoria como
palabras grabadas en una lápida.
Cerré la libreta, incapaz de verlo más. Mi sangre hervía y era más difícil
respirar. La habitación se sentía como si se hubiera cerrado en mí. Estaba
sofocándome, muriendo, mi puro odio y ciega rabia asumiendo el control.
Necesitaba salir.
Necesitaba aire.
Después de meter todo debajo de mi cama donde lo guardaba, rápidamente
me puse mis zapatos y salí de la casa. El aire seguía siendo húmedo, pero era mejor
que estar atrapado en el interior. El barrio estaba oscuro y silencioso; la mayoría
estaban probablemente dormidos o en la cama por la noche. Pero no yo. Empecé
con una carrera corta, la necesidad de liberar algo de esta energía y la ira.
Cuando doblé la esquina, mi casa detrás de mí, un auto giro hacia la calle, sus
luces me cegaron. Entrecerré los ojos contra los fuertes rayos y seguí adelante,
ignorando todo y concentrándome en mis pies. Mis zapatos se estrellaron contra el
pavimento, uno tras otro. Lo sentí en mis talones, mis rodillas, mi espalda baja.
Sabía que estaba corriendo demasiado, pero no me importaba.
De repente, escuché mi nombre. No sólo mi nombre, sino la voz dulce que
pertenecía a una sola persona. Mi persona. Me detuve hasta detenerme y me volví
justo a tiempo para ver a Rylee salir del asiento trasero. Cerró la puerta y se quedó
quieta, mirándome como si esperara que me moviera.
Sin darse la vuelta, corrió hacia mí y me puso las manos en el pecho.
—¿Que está pasando? ¿Por qué estás aquí tan tarde? ¿Está todo bien? Pareces
enfadado o algo así.
Quería mirarla, pero no podía quitar los ojos del auto del que acababa de
salir. Sabía que tenía amigos, que salía con gente que no conocía, pero eso no
impidió que los celos se envolvieran alrededor de mi garganta y me apretaran
hasta que no pude respirar.
La puerta lateral del conductor se abrió y un chico salió.
—Rylee, ¿estás bien? ¿Lo conoces? —Sus palabras eran ruido de fondo en mi
cabeza. Estática. Los bordes de mi visión se pusieron borrosos, y todo lo que podía
ver era su camisa.
Una camiseta negra.
Un triángulo en el centro.
Un brillante arco iris se extendía desde un lado.
Y mi mente al instante fue a mi último boceto. El tipo en la habitación de mis
padres. El de la herida en la nariz. Su cuchillo. Él sentado sobre mí. El dolor en mis
mejillas.
Las cicatrices que dejó atrás.
Su camiseta negra con el mismo triángulo y el arco iris.
—¡Killian! ¡Detente! —La voz de Rylee se deslizó a través de los sonidos
amortiguados que me rodeaban. Fue suficiente para que retrocediera justo lo
necesario hasta que entendí lo que estaba haciendo—. Killian... para, por favor.
Mírame. Detente.
Parpadeé y el mundo volvió a ser claro. Ya no estaba al otro lado de la calle.
Estaba ahora cerca de la puerta abierta del coche, el conductor presionado contra la
pintura roja con mi mano alrededor de su cuello. Dejé caer mis brazos a mis
costados y retrocedí.
—¿Qué diablos, hombre? —Su pregunta era dura y su voz ronca mientras
carraspeaba y tosía—. ¿Lo conoces, Rylee?
—Sí, lo conozco. Por favor, no se lo digas a nadie. Por favor, te lo ruego, Ross.
—Él viene a mí sin razón y me ahorca ¿Y no quieres que diga nada?
—No es así. Nunca lo había visto herir a nadie antes. Déjame manejarlo. —
Ella me miró por encima del hombro, pero estaba paralizado. No podía mirar nada
más que la imagen borrosa del chico frente a mí. Estaba perdido en un
aturdimiento, incapaz de reconocer lo que pasaba a mi alrededor—. Por favor...
déjame manejarlo. Lo siento. Juro que no es una mala persona.
No es una mala persona.
No podía dejar de repetir sus palabras en mi cabeza.
La siguiente cosa que supe, fue que el coche se había ido y Rylee estaba de pie
delante de mí, con mi rostro en sus manos.
—Killian, ¿qué fue eso? ¿Qué te sucedió? Es solo un amigo, lo juro. Salí con él
y su novia, Malika, ella es una amiga mía. Sólo me traía a casa.
Pensó que estaba celoso... lo que sí estaba, hasta cierto punto. Pero no era por
eso que lo había atacado. Honestamente, no estaba seguro por qué había ido tras
él, aparte de la camisa. Sabía que él no era el mismo tipo de la habitación de mis
padres, pero lo ataqué de todos modos.
Mis hombros cayeron y finalmente pude respirar hondo.
—Lo siento —le susurré. Ella no podía saber qué provocó mi respuesta a su
amigo, así que decidí dejarla creer que eran celos—. No me gusta verte con otros
tipos.
—Tengo varios amigos hombres de la escuela; sólo amigos. No puedes ir a
atacar a todos.
—Lo sé. Lo siento. —Fue todo lo que pude decir. No tenía otra excusa.
—Vamos, regresemos. Podemos hablar de eso allí.
—¿No están tus padres esperándote?
Sacudió la cabeza y me tomó la mano antes de empezar a caminar hacia
nuestras casas.
—Tengo un poco más de una hora antes del toque de queda. Malika tenía que
estar en su casa antes de las diez, así que todos nos fuimos temprano. Tenemos
tiempo. ¿Está tu tía en casa?
—No —dije mientras caminaba junto a ella—. Pero no sé cuándo regresará.
—Está bien. Sólo hablaremos.
Corrimos mientras pasábamos por su casa por si acaso sus padres estaban
levantados. Ahora que éramos mayores, les costaba más que saliéramos juntos.
Rylee dijo que era porque su madre estaba paranoica con que tendríamos sexo,
pero siempre me preguntaba si era más. Si les asustaba y no querían que su hija se
asociara conmigo.
Una vez que llegamos a mi casa, la llevé adentro, y luego de vuelta a mi
habitación.
Dijo que hablaríamos.
No quería hacerlo.
S
us labios se estrellaron contra los míos, y no tuve la fuerza de
voluntad para empujarlo lejos. Había algo con él, pero no tenía ni
idea de lo que era. Cuando lo pasamos en la carretera, parecía
enojado, sus pies golpeando el pavimento como nunca había visto antes. Entonces,
cuando lo llamé, sólo parecía perdido. Pero nada comparado con la forma en que
se alejó, empujándome a un lado como si no hubiera estado delante de él, y fue tras
Ross.
Nunca lo había visto actuar así. Tan enojado. Tan lleno de< odio. Y no tenía
sentido. No conocía a Ross, nunca se molestó en conocer a cualquiera de mis
amigos, así que su ataque me confundió.
Quería respuestas, pero no pude apartarme de él para hacer las preguntas. La
forma en que me abrazaba, me besaba, era como si me necesitara. Estaba
desesperado, lo que solo me confundía más. Esta no era la primera vez que me
mostraba tanto entusiasmo con su cuerpo, pero justo después de presenciar su
lucha, sabía que tenía que haber más.
Me empujó hacia atrás hasta que la parte de atrás de mis piernas golpearon la
cama, pero no se detuvo allí. Continuó inclinándose hacia mí, y sin ningún otro
lugar para ir, me caí sobre el colchón con él encima de mí. Sus brazos me
encerraron y se apoyaron lo suficiente como para mantener su peso fuera de mi
pecho, aunque no quitó sus labios de los míos.
Killian me movió hasta que tenía una de sus almohadas debajo de mi cabeza
y él estaba situado entre mis piernas. Sus caderas giraron, su evidente erección
presionando contra mí. Gemí en su boca mientras deslizaba su deseo a lo largo del
mío. Nunca habíamos hecho esto antes. Desde mi quinceavo cumpleaños, nos
habíamos vuelto más cómodos el uno con el otro. Pero siempre jugábamos a salvo.
Esto no era seguro.
Estaba acostumbrada a que me llevara al orgasmo con sus manos; siempre en
el exterior de mi ropa. Nunca me dejó devolverle el favor. Lo había intentado dos
veces, pero me dijo que no porque era un desastre. Él no quería sus “cosas” en mí,
lo cual no tiene ningún sentido. Había innumerables veces que eyaculaba sólo por
tocarme; podía sentirlo a través de sus shorts, o dejaba un pequeño punto húmedo
en mi cama. Pero por alguna razón, nunca quiso que lo hiciera.
Ahora, estaba encima de mí, moviéndose contra mí como si estuviéramos
teniendo sexo. No quería parar. Se sentía muy bien. Pero tenía miedo de dónde
había venido esto. Aunque, no era totalmente raro de él que hiciera algo salido de
la nada, como la primera vez que me tocó.
—Killian —susurré entre besos mientras pasaba mis manos por su pecho. No
me detuve hasta que llegué al dobladillo de su camiseta, que había subido con su
ayuda. Junto con su camiseta sus movimientos también hicieron que la banda de
sus pantalones de ejercicio bajara. Las yemas de mis dedos rozaron el vello grueso
de su abdomen, y ambos nos detuvimos con un jadeo.
—Rylee. —Mi nombre era ronco, gemido a lo lago de la piel sensible debajo
de mi oreja.
Ignoré su desesperada suplica y continué. Mis hormonas se habían hecho
cargo, y ya no me importaba hablar. La forma en que me hizo sentir cuando se
empujó contra mí, presionando en mi ansioso nudo de nervios, se hizo cargo de mi
raciocinio. Enganché mis dedos debajo de la cintura de sus shorts y ropa interior, y
luego los bajé. Él gruño y encendió algo en mí. Nunca antes había oído ese ruido
de él. Quería hacer que lo hiciera de nuevo.
Me empujé contra él, lo suficiente como para sentarme y girarlo sobre su
espalda. No sé de dónde provino la motivación, qué se apoderó de mí, pero tomé
el control y guíe el camino. Me senté a horcajadas en sus caderas y lo besé antes de
arrastrar mis labios por su cuello, su pecho, su estómago, hasta llegar a su erección.
Saliva se juntó bajo mi lengua ante la anticipación de lo que haría. Todo esto
era nuevo; también para él, pero al menos él había visto videos gráficos. Yo ni eso
había hecho. Era completamente inexperta. Sólo tenía quince años, así que no era
como si conociera a muchos chicos con este tipo de experiencia. Pero quería
hacerlo.
—Rylee, para. No lo hagas. No tienes que hacer esto. —Su voz sonaba tensa,
y sabía cuánto control le tomó detenerme.
Miré hacia arriba y encontré su mirada. El verde pálido se había oscurecido y
fundido con el azul hasta que era casi un color turquesa apasionado. Sabía que en
realidad no quería que me detuviera, pero lo había dicho porque me conocía.
Conocía mis deseos y mi nivel de comodidad. Normalmente, yo sería la que
estuviera haciendo una pausa y tomando un descanso, diciendo que
necesitábamos disminuir la velocidad. Pero no esta vez. Ahora no. La forma en que
se movía encima de mí me había hecho algo. Me cambió.
Me provocó.
—Quiero hacerlo, Killian.
—No podré soportarlo cuando me ignores después de esto. —El dolor en su
expresión casi me destrozó.
Dejé un beso suave en su cadera desnuda.
—No lo haré. Lo prometo. Déjame hacer esto por ti.
Soltó una inhalación constante y se relajó en la cama con su atención hacia el
techo. Miré el palpitante pulso en su dura longitud y la gruesa vena que corría por
la parte inferior de la misma. Era la primera vez que veía uno; sin contar los
dibujos que habían usado en la clase de salud. Quería tomarlo todo, saborear este
momento, recordar cada segundo de este.
Sostuve su eje duro y bajé mis labios a la punta. Líquido perlaba la parte
superior, y poco a poco pasé mi lengua sobre esta, necesitando saber cuál era su
sabor. La salinidad sutil no me desanimó. De hecho, me animó a ir más allá. Sólo
saber que le hice eso, que lo provoqué, me hizo volar con confianza.
Sus dedos pasaron por mi cabello tan pronto como mis labios se separaron
alrededor de la corona. Aplasté mi lengua sobre la punta, tomando su sabor. No
tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero decidí que me lo diría o lo averiguaría
mientras lo hacía.
—Rylee< —gimió e inclinó sus caderas hacia arriba, empujándose más
adentro.
Cuando bajé mi boca sobre él, él silbo, y luego succionó fuertemente entre sus
dientes. Me encantó cómo lo hice hacer eso. Puse esto en movimiento. Lo excité.
Era una emoción muy diferente a cualquier otra, y no quería que se detuviera
nunca.
Lo llevé lo más lejos como pude y luego lentamente retrocedí, ahuecando mis
mejillas lo más posible. Me encantó la sensación de su dureza en mi boca, en mi
lengua, probando cada pedacito de él como nadie más había hecho nunca. Saboreé
cada segundo, sacándolo lentamente.
De repente, en mi camino hacia abajo por tercera vez, su agarre se apretó en
mi cabello. Sostuvo mi cabeza hacia abajo y empujó más profundo en mi boca. Fue
más lejos de lo que lo había tomado en los dos primeros pasos y me ahogué,
tratando de retroceder. Pero no me dejó. Me sostuvo contra él, la punta de su pene
provocándome arcadas. Pensé que iba a vomitar. Las lágrimas llenaron mis ojos, y
antes de que lo supiera, algo caliente inundó mi garganta. Su agarre en mí se cayó,
y pude alejarme de él. Tragué y tosí, ahogándome con la bilis y su eyaculación.
Se volvió a subir sus pantalones mientras yo saltaba de la cama. Me limpié la
boca con el dorso de mi mano y me giré, sin mirarlo. No podía. La idea de mirarlo
me revolvió el estómago. Daba vueltas y se sentía enfermo, como si estuviera a
punto de vomitar. Algunas de las chicas de la escuela hablaban de lo fantástico que
era complacer a sus novios, pero no entendía. No era nada como eso para mí.
Su mano bajó sobre mi hombro y salté lejos de él. El movimiento me hizo
girar hasta que lo enfrente. Y mi corazón se cayó inmediatamente en mis pies. Él
no tenía ni idea de lo que había hecho. No entendió mi reacción. Las arrugas en su
frente, su mirada estrecha y su nariz arrugada lo delataron. Estaba preocupado por
mí. Asustado. Preocupado.
—¿Qué pasa, Rylee? ¿No te gustó?
Las palabras me fallaron. No pude formar lo suficiente para explicárselo.
—Lo siento mucho. —Cerró la brecha entre nuestros cuerpos y envolvió sus
brazos alrededor de mí, tirando de mí contra su pecho. Su rostro cayó sobre mi
hombro y su aliento me calentó la piel a través del algodón de mi camisa. Esta era
su manera de reconfortarme. Casi funcionó, hasta que deslizó sus manos al frente y
trató de desabotonar mis shorts—. Déjame compensártelo. También quiero hacerlo
contigo.
—No. —Empujé contra él. No sabía que estaba pasando con él, y a una parte
de mí no le importaba. Le había dicho que siempre lo aceptaría, pero en algún
punto tenía que dibujar la línea—. No quiero que devuelvas el favor. Así no es
como compensas las cosas con alguien.
—¿Qué hice? —El miedo inundó su tono, profundizando el tono en un
estruendo desesperado.
Me encontré con su mirada triste, su dolor prácticamente tangible.
—Simplemente no necesito que me correspondas ahora mismo. Eso es todo.
Debemos hablar, no hacer< esto. ¿Qué está pasando contigo, Killian? ¿Qué pasó
esta noche?
—Nada está pasando conmigo. No pasó nada. —Se dejó caer al borde de la
cama y dejó caer su cabeza entre sus manos. Estaba cerrándose. Lo sabía. Pero no
pude hacer nada para detenerlo. Dios, quería más que nada sacarlo de este agujero,
pero no sabía cómo quitar la ira rugiendo a la vida dentro de mí.
—Algo pasó, no soy idiota. Te vi corriendo por la calle. Es tarde, y nunca
corres a esta hora de la noche. Parecía que estabas huyendo de algo. Sólo quiero
saber qué es lo que es, así puedo entender esto mejor.
No habló, no me miró, solo estaba encorvado con los codos clavados en sus
muslos, sacudiendo furiosamente la cabeza de un lado a otro.
—¡Tú asfixiaste a mi amigo Killian! —Mi voz se elevó y tembló, a pesar del
control que traté de mantener. Cerré los puños en un esfuerzo por contenerlo,
aunque no estaba segura de lo exitoso que sería—. Te abalanzaste sobre él, le
rodeaste el cuello con tus manos y lo ahogaste. Luego tomas algo que se supone que
es bueno, algo que quería hacer por ti y me lastimaste.
Killian finalmente alzó la mirada, con los ojos húmedos con lágrimas no
derramadas.
—No sólo ahogaste a Ross con tus manos, sino que me ahogaste con tu pene.
Puede que nunca haya hecho esto con nadie antes, pero no creo que eso sea
normal. No creo que sea así como se supone que es.
—No quise hacerlo —susurró en un tono bajo, áspero.
—No importa. Si querías o no, no cambia el hecho de que lo hiciste. Lo que
significa que algo está pasando contigo. Algo pasó esta noche y sólo quiero saber
de qué se trata, así te puedo ayudar. Por favor, Killian<—Mi voz se quebró y una
ola de lágrimas amenazó con romper a la vista de su palpable dolor—. Dime qué
es. Deja que te ayude. Déjame estar ahí para ti.
El silencio llenó la habitación mientras no hacíamos nada más que mirarnos el
uno al otro. Mi corazón latía tan fuerte que estaba segura que podía oírlo.
Transcurrieron segundos antes de que la primera lágrima cayera libre, resbalando
por mi mejilla. Y luego otra. Más siguieron, ya no arrastrándose de mis ojos a mi
barbilla, sino en cascada, en ríos de dolor, dolor e impotencia. Fluyendo de mi cara
sobre mi pecho en oleadas de vulnerabilidad. Justo antes de abrir la boca para
rogarle una vez más, la puerta de su habitación crujió.
—¿Está todo bien aquí? —Elise estaba de pie en la puerta con un brazo
cruzado sobre su pecho, sus ojos suaves.
Volví a mirar a Killian una vez más, pero él tenía sus ojos puestos en el suelo
frente a él. Negándose a encontrar mi mirada, negándose a reconocer la presencia
de su tía. Cerré mis ojos, inhalé profundamente, y luego me volví hacia Elise con
toda la sonrisa que pude reunir.
—Debo irme. Es tarde. —No me molesté en mirar hacia atrás, ni en decir
adiós antes de pasar por la abertura entre ella y el marco, y dirigirme hacia la
puerta principal. Nadie me detuvo. Ambos me dejaron marchar.
Apenas dormí toda la noche, incapaz de controlar mis emociones. Cada vez
que me quedaba dormida, no era por mucho tiempo y no era tranquilo. Me sacudí
y me giré, lloré, pasé demasiado tiempo pensando en Killian y en lo que podría
estar pasando. Odiaba como obviamente sufría, pero no podía venir a mí. Se
rehusó a abrirse cuando estaba claro que lo necesitaba.
Después de que salí de la cama, fui a la ventana a ver< No sabía lo que fui a
buscar. No era como si pudiera ver su casa, pero supongo que parte de mí había
esperado que lo atrapara en la cerca. En su lugar, encontré un trozo de papel
doblado deslizado por la pantalla protectora y el panel de vidrio.
Lo siento. Por todo lo que pasó esta noche. Sobre tu amigo, sobre ti. Sobre la pelea.
Nunca quise que pasara nada de eso. Antes de que me encontraras corriendo, Elise trató de
hablarme de ir a tu escuela. Luego me trajo a hablar contigo. No sé cómo lo sabe, pero de
alguna manera, es consciente de que te hablo. Y odio que ella lo sepa. No parecía enojada o
molesta, pero eso no cambia el hecho de que mi secreto ya no es un secreto. Y ya no eres la
única persona que lo sabe. Supongo que eso puso todo en movimiento. Ella salió de la casa y
mi cerebro comenzó moverse. No podía parar de recordar todo.
Entonces tu amigo salió del auto. Te lo juro, Rylee, no recuerdo haber ido tras él.
Estabas delante de mí un minuto y luego tratando de separarnos. Su camisa desencadenó
algo en mí… un recuerdo. Era idéntico a una de los tipos de mi casa. Mi mente ya había
vuelto a esa noche, y verlo debió de haber roto algo dentro de mí. No puedo explicarlo. Y no
puedo disculparme. Fue un error ir tras él. Sólo quiero que sepas que soy consciente de eso.
Sólo quería besarte. Sólo quería abrazarte y sentirte unos minutos, sabiendo que
puedes calmarme como ninguna otra persona. No sé cómo pasamos de besarnos a más.
Nunca antes había sentido nada parecido y supongo que las cosas se salieron de las manos.
No puedo disculparme lo suficiente. Necesito que sepas que no quería que pasara nada de
eso. Nunca quiero herirte. Nunca.
Y siento no haber podido sincerarme esta noche.
Lo firmó de la misma manera que hacía con cada carta que me dejaba. Con la
luna y las estrellas. Killian.
Me paré y limpié una lágrima que no sabía que había escapado. Mi mente
estaba decidida, incluso antes de vestirme. Antes de salir a la cocina. Sabía lo que
tenía que hacer, lo que no tenía otra opción más que hacer. Tenía que verlo. Tenía
que saber que estaba bien. Tenía que hacerle saber que lo perdoné.
Lo perdoné mucho antes de leer la carta.
Antes de despertarme.
Antes de que saliera de su casa anoche.
—¿A dónde vas tan temprano? —preguntó mi mamá desde la mesa de la
cocina con una taza de café en la mano. Se quitó las gafas de su rostro y las dejó
junto con su libro rasgado. Siempre usaba marcadores en lugar de doblar las
páginas, lo que me parecía cómico, considerando que compraba libros de tiendas
usadas, y la mayoría de ellos ya estaban arrugados y bastante desgastados. Pero
creía que tenías que cuidar de todo, sin importar cuán maltratado estaba cuando lo
consiguieras. Para ella, el libro era nuevo y lo trataba como tal.
Me senté frente a ella y me encontré con sus ojos castaños, iguales a los míos,
excepto que eran pequeños y un poco caídos.
—Voy a ver a Killian. Nos hemos peleado anoche y quiero arreglarlo.
Ella me estudió por un momento, parpadeando más de lo normal.
—Pensé que estabas afuera con Malika. ¿También fue él?
—No. Lo vi cuando Ross me trajo a casa. —Cuando su mirada se endureció y
su respiración se desaceleró, supe que necesitaba darle más información—. Mamá,
estaba afuera. Cuando bajamos por la calle, él estaba corriendo. Parecía loco o
molesto< o algo así. Así que nos detuvimos y salí. Solo quedaban tres o cuatro
casas.
—¿Entonces qué tipo de pelea tuvieron?
—Sabía que algo estaba pasando, pero no me lo dijo.
Ella ladeó su cabeza a un lado y entrecerró sus ojos.
—¿Corre con un cuaderno?
Sabía lo que estaba haciendo, y no me había dado cuenta de la trampa en la
que había caído cuando fui sincera con ella. Ella no sabía que él hablaba. Como
todos los demás, tenía la impresión que era mudo, silenciado. Y aunque confiaba
en mi madre, no podía traicionar a Killian.
—No, no lo hace. Pero se negó a contestarme.
—¿Cómo se supone que te responda en medio de la noche, a un lado de la
carretera, sin pluma y papel? ¿Finalmente aprendió el lenguaje de señas? ¿Leíste su
mente? —No estaba siendo grosera en su interrogatorio, simplemente quería que
viera las cosas desde un punto de vista diferente. Cualquiera que conociera a mi
madre, sabía que ella era la abogada del diablo y lo hacía bien.
—Mam{< —Sacudí la cabeza y bajé la mirada hacia donde corría la punta de
mi dedo en un círculo sobre la mesa de vidrio. No estaba evadiendo, estaba
comprando tiempo—. Volvimos a casa juntos, pero se negó a ir a buscar un
cuaderno. No me decía nada, sólo seguía sacudiendo su cabeza cada vez que le
pregunté qué pasaba.
—¿Has entrado en su casa?
No sabía por su tono si ya sabía la respuesta. Era tan difícil de leer la mayor
parte del tiempo. Por lo general, si preguntaba algo como esto, ya lo sabía y mentir
solo empeoraría las cosas, y si me atrapaba en una mentira, eso no sucedería.
Asentí, negándome a encontrar su mirada ardiente.
—¿Estaba la señorita Newberry en casa?
Esta vez, miré hacia arriba, encontré sus ojos, y vi la verdad en las piscinas de
chocolate. Ella sabía. Yo estaba arruinada.
—No, pero ella<
—Conoces las reglas, Rylee. Si no te quiero en su casa a solas con él durante el
día, ¿qué te hace pensar que está bien estar allí sin su tía por la noche?
—Mam{< —Me incliné hacia adelante y supliqué con ella, sosteniendo su
mirada fija con la mía—. Ella estaba de camino a casa. Y sólo entré para que
hablara conmigo. Pensé que estaría mejor adentro que solo en la oscuridad. La
señorita Newberry llegó a casa y me fui. Si él no se sinceraba conmigo sin ella, no
me diría nada con ella allí. Así que volví antes de que fuera el toque de queda.
—Sé a qué hora llegaste. Escuché la puerta. Pero eso no significa que está bien
que me desobedezcas, independientemente de las razones. ¿Tu discusión no podía
esperar hasta hoy?
Sacudí la cabeza y mis hombros cayeron. La derrota me pesaba mucho,
sabiendo que iban a poner fin a mis planes de ver a Killian hoy y posiblemente
durante el resto de la semana. Mis padres eran duros< cariñosos, pero duros.
—Sé que te preocupas mucho por él< —empezó y colocó su mano sobre la
mía encima de la mesa—. No es un chico malo. No sé demasiado sobre él aparte de
lo que he visto y lo que me has dicho tú y la señorita. Newberry. Pero basta con
saber que es un buen chico. Sin embargo<
Sabía que habría algún tipo de objeción. Siempre había. Ella tenía una manera
de ver las cosas desde dos perspectivas, ambas partes< buenas y malas. Mientras
crecía, nunca me dejaba concentrarme en las cosas malas. Si algo pasaba, si obtenía
una mala nota en un examen, lo reconocía, pero siempre lo cambiaba
completamente. Siempre había un lado positivo a cada negativo y a su vez un
negativo a cada positivo. Respiré, pero la dejé continuar.
—Él está protegido, Rylee. Nunca va a ningún lado, no tiene amigos aparte
de ti. Estaría dispuesta a apostar que tiene la mentalidad de alguien cinco años más
joven que tú. Ha pasado por una dura experiencia, y a veces, cosas como esas
cambian a una persona desde su núcleo.
—No lo conoces, mamá. Aprecio lo que dices, pero no lo entiendes como yo.
Sí, está protegido. Tienes razón. Pero estás equivocada. Él sí sale. Tiene su permiso
de aprendizaje y obtendrá su licencia cuando cumpla diecisiete años. Tiene un
tutor en casa y ha estado al día con la escuela completamente, de hecho, está por
encima del nivel del grado en la mitad de sus asignaturas. Killian es inteligente, no
es como lo estás retratando.
—Nunca dije que no era inteligente.
—Dijiste que su mentalidad es la de un niño de once años.
—Eso no es lo que quise decir. No quise decir cuando se trata de la escuela.
La vida en general. Sus habilidades sociales.
Me recliné en mi silla y miré el techo. Mi boca se abrió para decir algo, pero
me interrumpió, silenciando mis pensamientos. Mi corazón. Mi respiración. Todos
con una pregunta que no había previsto.
—¿Has tenido sexo con él?
Mi barbilla bajó, mi boca boquiabierta, ojos abiertos y puestos en los suyos.
—No, mamá. No lo he hecho.
Trató de ocultarlo, pero el alivio fue palpable en su exhalación. Sus hombros
perdieron un poco de la tensión que los contrajo en su perfecta postura. Y entonces
sus ojos se suavizaron justo antes de que se cerraran por un segundo, más que
probable enviando un silencioso agradecimiento a los cielos.
—¿Por qué me preguntas eso? Tengo quince.
—Lo sé cariño. Sólo me estaba asegurando. Sé que ustedes dos son más que
amigos, pero no sé cuánto más. Porque no me lo dices. Has intentado ocultarlo
durante años, y tal vez tú solo eres su amiga, tal vez te preocupes por él más de lo
que estás dispuesta a admitir, pero soy tu madre. Es mi trabajo ver a través de tus
palabras. Se me permite preocuparme.
—Bueno, solo somos amigos. Me gusta. No voy a mentir sobre eso. Creo que
también le gusto, pero no sé si eso es porque él no conoce a nadie más. —Le di un
golpecito en la parte superior de su mano y le ofrecí una sonrisa genuina—.
Aprecio tu preocupación, mamá. Realmente lo hago. Pero creo que Killian es tan
segura como voy a estar. Ni siquiera quieres saber el tipo de chicos con los que voy
a la escuela. Agradece que he elegido a Killian para que me guste y no a otra
persona.
Ella asintió con los labios curvados en un indicio de una sonrisa.
—Por favor, si alguna vez intenta presionarte en algo, ven a mí. No me
enfadaré. No te voy a castigar. Y cuando tengas relaciones sexuales, ya sea con él o
con alguien más, necesito saberlo. No puedo protegerte de las cosas si no soy
consciente.
Yo sabía lo que quería decir. Ella lo había mencionado cuanto tuve mi
periodo por primera vez, y de nuevo cuando comencé la escuela secundaria. Sabía
todo sobre la protección y las citas médicas y las pruebas de enfermedades, aunque
no había tenido una razón para hacer nada de eso todavía.
—Lo haré, mamá. ¿Puedo ir a verlo ahora? Necesito disculparme por estar
enojada con él anoche. No fui muy amable cuando me fui.
Ella asintió y luego le besé la mejilla y huí de la casa en una carrera contra el
tiempo para llegar a Killian.
—¿Q
ué diablos, hombre? ¡Él tiene un hijo! —El tipo con el
collar de púas alrededor de su cuello me señaló, su pecho
levantándose, hombros elevándose con cada respiración de
pánico.
—Encárgate de él —dijo el que estaba al lado de mi mamá. Su voz era calmada y
tranquila, y cuando extendió su brazo, apuntando el cuchillo en mi dirección, noté que no
temblaba. Pareció extraño; no había una parte de mi cuerpo que no dejara de temblar, y no
era porque tenía frío. El calor de la habitación era sofocante.
—¿Y hacer qué con él?
Mi vista rebotó alrededor de la habitación, la única parte de mí capaz de moverse. Mi
mamá miraba fijamente el techo, su boca abierta como si estuviera a punto de gritar. Pero
seguía inmóvil. Completamente inmóvil. Ni siquiera su pecho pintado de rojo se movía.
La miré fijamente, deseando que se levantara.
Deseando que se moviera.
Pero no lo hizo.
Me perdí en los recuerdos de su canto en la cocina, de ella sosteniéndome contra su
pecho y susurrando lo mucho que me amaba. El latido de su corazón seguía sonando a
través de mis oídos... o tal vez era el mío.
El hombre a su lado cambió su postura. Estaba diciendo algo, pero no podía entender
nada de ello. Sus palabras fueron amortiguadas, como si tuviera un calcetín en la boca.
Volví mi atención del arco iris en su camisa a su cara, notando que su boca estaba vacía y
preguntándose por qué sonaba tan gracioso.
—¡Cállalo! —Pude oír eso, y parecía que todos lo hicieron también.
El que tenía el collar saltó ante el tono áspero del hombre al lado de mi mamá. Miré
entre los dos, sintiendo como si estuviera viendo una película. Era surrealista. Todo esto.
Como si fuera invisible, una mosca en la pared como mi mamá siempre decía.
Las púas en el collar atraparon una luz por la ventana y brillaron cuando el hombre
volvió su cabeza hacia mí.
—Es sólo un niño.
Solo un niño. Rodé mi lengua alrededor de las palabras, aunque no las dije en voz
alta.
—No me importa cuántos años tenga. Es un testigo.
—No voy a matar a un niño. —El collar debió haber moderado su voz, porque
hablaba en voz baja, no muy susurrando, pero sin gritar como el hombre que tenía frente a
él; el que tenía el cuchillo. El hombre con el triángulo y el arco iris en su camiseta negra.
—Entonces arráncale los ojos. No me importa lo que hagas. Siléncialo.
Volví mi atención a mi papá. Juré que lo oí hablar. Pero cuando lo encontré, pensé que
podría haberse quedado dormido, aunque no estaba seguro de cómo podía hacerlo con gente
en su habitación. Sus ojos estaban abiertos, y al igual que mamá, su pecho estaba quieto.
El hombre que estaba parado sobre él no se movió, sólo me miró con los labios
apretados y los hombros rígidos. Parecía enojado. Pero no sabía por qué. Tal vez estaba
enojado porque mi papá estaba dormido. Desearía que se despertara.
Un ruido constante seguía llamando mi atención. No sabía lo que era, pero no podía
ignorarlo. Venía de mi papá, o cerca de él. Un golpeteo tenue, una palmada amortiguada.
Sonaba como agua goteando en algo suave. Miré hacia abajo y noté algo brillante en la
mano del hombre. Lo estudié más, sólo para descubrir de dónde venía el ruido.
Pintura goteaba del objeto brillante que sostenía. No podía decir lo que era. Su puño
se apretó alrededor del mango negro hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Y cuando
me encontré con su feroz y furiosa mirada, el miedo casi me dobló las rodillas.
No era pintura.
La camisa de papá había sido blanca.
No estaba enojado porque mi papá estuviera dormido.
Porque no lo estaba.
No era una película o una pesadilla o mi imaginación activa. Era la realidad. Como si
me hubiera golpeado justo contra una pared de ladrillos, todo me golpeó a la vez. Mis
padres estaban muertos, y estos hombres los habían matado. Yo sería el siguiente si el que
está junto a mi mamá tenía algo que ver con ello.
Retrocedí un paso, pero antes de que pudiera girar y correr, el hombre con el
triángulo en su camisa apuntó su cuchillo hacia mí y cruzó la habitación. Me agarró por el
hombro y me tiró al suelo. Traté de gritar, pero sólo aire escapó. Traté de moverme, pero se
sentó sobre mí, impidiéndome retorcer lejos. Mi rostro estaba mojado, mi vista borrosa, mis
pulmones no funcionaban correctamente.
—¡Es sólo un niño! ¡Un niño! ¿Qué mierda estás haciendo, hombre? —No podía ver
más allá del tipo sentado en mi pecho, pero sabía que las súplicas frenéticas habían venido
del de la esquina que no tenía sangre encima.
—Alguien tiene que asegurarse de que no diga nada.
—No lo haré —grité, aunque estaba ahogado por un sollozo y apenas audible—. No
lo haré. Lo prometo. No voy a decir nada. Por favor, déjame despertar. Quiero despertar
ahora.
—¿Crees que esto es un sueño? Tus padres son monstruos. Arruinan la vida de las
personas. Estás mejor sin ellos. Esto no es un sueño. De hecho, te salvé de tu peor pesadilla.
—No.… no... no... —Seguí repitiendo la palabra hasta que mi garganta estaba áspera
y en carne viva.
—Son unos hijos de puta. Ambos. Pedazos inútiles de mierda. Y acabo de salvarte.
Deberías darme las gracias. —Se rió, pero sonó apagado. Sin humor. No como si acabara de
contar un chiste. Me asustó y me sacudí aún más, sollocé aún más fuerte—. Sí... eso es lo
que debes hacer. Agradéceme, niño.
No podía. Sacudí la cabeza e intenté liberar mis brazos de debajo de su peso. Pero era
demasiado grande, demasiado fuerte. Estaba atascado. Papá siempre decía que los niños no
lloran, pero mamá me dijo que estaba bien. Dijo que todos tenían sentimientos y emociones,
y se nos permitía dejarlos salir de la manera que pudiéramos, porque mantenerlos era malo.
Así que lloré.
En voz alta.
No lo guardé.
Porque eso habría sido malo.
—¡Agradéceme! —gritó de nuevo el hombre encima de mí.
—Gra-gracias. —Esas dos palabras me quemaron la lengua, y tenía miedo de que mis
padres se enojaran conmigo por decirlas. Volví a sacudir la cabeza, pero el tipo me agarró.
Manos a ambos lados de mi rostro me detuvieron—. Gra-gracias —repetí de nuevo, con la
esperanza de que me dejara ir.
—No le dirás nada a nadie sobre esto, ¿verdad? Si te dejo vivir, ¿no dirás nada?
—N-no. No lo ha-haré. Lo prometo. —Mi voz era espaciosa, sin aliento, y con su peso
aplastante sobre mi pecho, los bordes de mi vista se volvieron oscuros. Mis manos, pies,
brazos y piernas se helaron y hormiguearon, como si estuvieran a punto de dormirse.
—Si lo haces... si le dices a alguien; y me refiero a cualquiera; te quitaré las cuerdas
vocales como lo hice con tu mamá. ¿Lo entiendes? No creas que la policía pueda ayudarte.
No pueden. Te harán promesas, te dirán lo que quieres oír, pero mienten. Son cerdos. Y
ellos te mentirán. No podrán salvarte de mí. ¿Comprendes?
Asentí, porque no podía hablar. Mis sollozos me ahogaban y mis lágrimas me
cegaban.
—Sabré si dices algo. Y luego vendré por ti. No me hagas lamentar dejarte vivir. Si lo
haces, no lo pensaré dos veces antes de cortarte en pedazos y hacerte ahogar en tu propia
carne a través de un agujero en tu garganta.
Cerré los ojos con fuerza y sacudí la cabeza, deseando que se alejara de mí para poder
respirar. Rezando para que me dejara solo para poder despertar de esta pesadilla. Calidez se
deslizó por los lados de mi rostro y se juntó en mis oídos, y el mundo se quedó en silencio.
Sonaba como si estuviera en una bañera, bajo el agua, oyendo cosas a mi alrededor, pero
incapaz de distinguir las palabras.
Me soltó el rostro y pensé que mis oraciones habían sido contestadas.
Pero entonces vino el dolor abrasador.
Mis mejillas ardían tanto que no pude hacer un sonido. Mis ojos se abrieron de golpe,
y encontré al hombre encima de mí sonriendo, un brillo malvado en sus ojos. Ni siquiera
podía mover mi cabeza, como si estuviera pegada en el suelo debajo de mí. Mis pulmones se
encogieron, ardiendo por el dolor. Mis fosas nasales picaron. No había una parte de mi
cuerpo que no gritara en completa agonía.
Entonces se levantó, pero no se fue.
Traté de jadear por aire, aunque no pude encontrar ninguno. Todo había sido
expulsado de la habitación. Mi cuerpo se sentía pesado. No podía moverme. No podía
hablar. No podía llorar. No podía ver.
Pero podía sentir.
Y lo que sentí después sería algo que nunca olvidaré.
La punta de su zapato se estrelló contra mis costillas. Sentí algo dentro agrietarse,
romperse, y un dolor cegador me inundó. Mi boca se abrió de par en par en un esfuerzo por
gritar, pero todo lo que hizo fue causar más tortura. No tenía ni idea de lo que había hecho
en mi rostro, pero sea lo que fuera me dejó ahogando con líquido caliente. El sabor de
monedas saturó mi lengua y goteó por mi garganta.
En mi visión borrosa, noté movimiento, pero no estaba seguro de lo que significaba.
No podía ver nada más allá de la avalancha de lágrimas, no podía oír las palabras que
hablaban sobre el golpeteo en mis oídos. No sé quién o qué me dio la fuerza, pero rodé sobre
mi costado.
Y luego la oscuridad llegó.
Mis ojos se abrieron bruscamente, mi corazón golpeando sin descanso contra
mi pecho. Las costillas de mi costado que una vez habían estado rotas palpitaban
de dolor. Y mis mejillas, donde me había concedido una sonrisa permanente,
dolían. Mi garganta apretada hizo más difícil respirar, pero lo ignoré. Sin
moverme, miré alrededor de la habitación, asimilando todo.
Ya no tenía ocho años.
No estaba en la habitación de mis padres.
Estaba a salvo.
Nunca fallaban; siempre tenía los mismos sueños después de esbozar sus
rostros. Pero si no lo hacía, las pesadillas eran peores. El dolor residual con el que
despertaría sería más severo. No había escapatoria. No los evadiría a ellos. Siempre
estarían conmigo; en mi cabeza, en mi cuaderno, en mis sueños. Persiguiéndome.
Riéndose de mí. Recordándome el silencio que prometí mantener.
Y lo haría.
Nunca le diría a un alma lo que pasó aquella noche.
Porque nadie podría salvarme.
Me acomodé sobre mi estómago, empujé mis brazos bajo mi almohada y
cerré mis ojos. Apenas había pegado ojo anoche después de que Rylee se fuera.
Elise había querido hablar. Yo quería que me dejaran en paz. Al final, escribí una
carta, me escapé, y pasé al menos dos horas bajo la luna y en las copas de los
árboles. No dibujé, no hice nada más que contemplar el disco de plata en el cielo y
pensar en Rylee.
En la luna.
Y en cómo un día, no tendría que robarla del cielo.
No tendría que detener el tiempo.
Porque ella sería mía.
Satisfecho con mi determinación, me quedé dormido con los sonidos de Elise
moviéndose por la casa.
Rylee
L
a puerta del garaje se abrió mientras subía por el camino de entrada.
Elise salió con su bolso y las llaves del auto en la mano, una sonrisa
sutil en el rostro.
—Está dormido, cariño. Traté de decirle que me iba, pero no se despertaba.
Tal vez vuelva en unas horas. Tuvo una noche dura. No sé qué sucedió entre
ustedes dos, pero lo que haya sido, no le sentó bien.
Asentí y retorcí las manos nerviosamente delante de mí.
—Lo sé. Es por eso que estoy aquí. Quiero disculparme con él, tal vez ver si
hablará conmigo hoy. Si no te importa, ¿puedo tratar de despertarlo? Esperaría...
pero realmente no creo que pueda.
Su pecho se expandió con su lenta y profunda respiración, y su mirada cayó a
mis manos.
—No seré la culpable. Si tu madre sabe que estás adentro, en la habitación de
Killian, y yo no estoy en casa, no voy a hacerme responsable por ello. Te estoy
diciendo ahora mismo que vuelvas en unas horas después de que se haya
despertado y pueda salir. Si me ignoras y pasas por la puerta sin seguro, es tu
responsabilidad.
La oí fuerte y claro, asintiendo con entusiasmo.
Cuando arrancó el auto para marcharse, me dirigí apresuradamente a la
puerta principal y entré. La casa estaba extrañamente silenciosa; no es que fuera
usualmente ruidosa, pero no siempre estaba sola en el interior. El sol de la mañana
entraba a través de las ventanas del frente e iluminaba la sala de estar. Mientras me
dirigía por el pasillo hacia la puerta cerrada de Killian, las sombras comenzaron a
consumirme, dejándome con un dolor inquietante en el pecho. Haciéndose más
grande y más profundo cuanto más me acercaba a su habitación.
No me molesté en llamar a la puerta. En su lugar, giré el pomo y la abrí
lentamente, entrando en el espacio oscuro poco a poco hasta que estaba de pie en
la entrada. Él estaba dormido en un lado de la cama, con las sábanas amontonadas
alrededor de su cintura. Su espalda y hombros subían y bajaban con cada
respiración constante que tomaba, con los brazos metidos bajo la almohada debajo
de su cabeza.
Junto a él había un anuario, lo que me parecía extraño ya que no iba a la
escuela. Entré con cuidado en la habitación y me senté en el borde del colchón,
esperando que no se despertara el tiempo suficiente para poder mirarlo. Estaba
abierto, pero no podía ver en qué página. La portada mostraba una caricatura de
un tigre con las palabras “New Hope Tigers” en letras doradas en la parte
superior. Debajo, escrito con letra de pergamino, decía “Promoción 2001”. No tenía
idea de quién era este anuario, o por qué lo tenía abierto junto a él.
Justo cuando empecé a levantarlo, para ver lo que había estado mirando antes
de dejarlo, sus dedos se envolvieron alrededor de mi muñeca, sobresaltándome.
Jadeé y dejé caer el libro. Aparte de su mano, él no se había movido. Cuando lo
miré por encima de mi hombro, lo encontré acostado en la misma posición, con un
brazo todavía debajo de la almohada y el rostro vuelto hacia un lado. Pero sus ojos
estaban muy abiertos, sin rastros de sueño en ellos. El verde suave contradecía
completamente a las duras líneas en su frente mientras me miraba. Sus fosas
nasales se ensancharon, haciéndolas más pronunciadas que de costumbre, y su
agarre se apretó.
Abrí la boca para decir algo, pero me detuvo tirando de mí hacia él. Aterricé
extrañamente de lado, aunque no me quedé así mucho tiempo. Simultáneamente
me puso de espaldas y se apoyó en un codo para cernirse sobre mi cuerpo
aturdido. Sentía como si me hubiera dejado sin aliento. A pesar de que aún tenía la
capacidad de respirar, elegí no hacerlo.
Miró por encima de su hombro hacia la puerta abierta. Su frente se arrugó
profundamente en concentración, mientras al mismo tiempo parpadeaba hacia el
espacio vacío, como si estuviera escuchando atentamente algo. Sabía qué, pero me
llevó un momento ordenar mis pensamientos y ofrecerle la respuesta que buscaba.
—Ella no está aquí. Se marchaba cuando entré.
Sus ojos se movieron de vuelta hacia los míos, y me preocupó cuando la
aprensión no abandonó su rostro.
—¿Recibiste mi nota? —La forma en que su voz sonó somnolienta y ronca,
arañando cada sílaba, envió a mi corazón a un estado arrítmico.
Tragué saliva con fuerza para pasar el nudo en mi garganta y asentí. Todo lo
que había querido decirle salió volando, abandonó mi cerebro y, en su lugar,
floreció la lujuria. No podía explicarlo. Habíamos estado en esta posición antes. Me
había susurrado con voz ronca numerosas noches en mi habitación, bajo las
sábanas, con su cuerpo tocando el mío de una forma o de otra. Me había
provocado más orgasmos de los que podía recordar. E incluso anoche, había
pasado su erección contra el lugar que más rogaba por él. Así que no tenía ningún
sentido para mí por qué ahora, con nada más que una pregunta formulada con su
voz mañanera, sentía un dolor tan profundo que no estaba segura si alguna vez se
aliviaría.
Estrelló sus labios contra los míos. No podía cerrar los ojos mientras su boca
tomaba lo que quería de mí. Nos habíamos besado muchas veces, pero nunca a
primera hora de la mañana. Al principio, quería apartarlo de mí, decirle que se
cepillara los dientes y luego regresara. Pero no me dio esa opción. En lugar de
detenerse, siguió adelante, más hambriento, más determinado. Su ceño estaba
fruncido y su nariz apretada tan fuerte contra la mía que podía sentir cada
exhalación en mi piel, salpicándome con humedad que no experimentaba a
menudo en los meses de verano.
Cuando su lengua se apoderó de la mía, ya no pensaba en su aliento matutino
o en pedirle que se cepillara los dientes. Mis ojos se cerraron y un largo gemido
brotó de mi pecho. Palmeó mi seno, masajeándolo suavemente, pero con la fuerza
suficiente para enviar ondas expansivas hacia el lugar necesitado entre mis
piernas. Sin embargo, no duró mucho tiempo.
Se apartó de mi boca, pero mantuvo su cuerpo contra el mío, mientras
arrastraba sus labios y lengua por mi cuello. La humedad que quedaba en mi
clavícula se enfriaba cuanto más abajo se deslizaba por mi cuerpo, enviando una
nueva sensación a través de mí. Los nervios que se encontraban en mi columna, los
que se reunían en la base cerca de la curva de mi trasero, ardían como un rastro de
fuego. Sin embargo, mis brazos y piernas se estremecían con un escalofrío. Mi
pecho casi estalló cuando hundió la punta de su lengua en mi ombligo.
El deseo se acumuló en la cima de mis muslos, más que en cualquier otro
momento que me había tocado. Mis caderas se movieron hacia él, buscándolo.
Necesitándolo. Rogando su atención. Apreté la sábana debajo de mí en un intento
desesperado de luchar contra el desconocido deseo intenso que cautivaba mi
lógica.
—Espera... Killian... —susurré, forzando las palabras a cobrar vida tan pronto
como sus dedos comenzaron a desabrochar el botón de mis pantalones cortos—.
¿Qué estás haciendo? —Cada palabra pesada fue separada con respiraciones
temblorosas que coincidían con los estremecimientos que se apoderaron de mi
cuerpo.
No levantó la mirada hacia la mía. En vez de eso, habló con sus labios contra
la suave piel debajo de mi ombligo.
—Haciéndote sentir bien. Tan bien como me haces sentir.
Pasé los dedos temblorosos por su cabello, apartando los mechones claros de
su rostro.
—No tienes que hacer esto. No he venido aquí para eso. Sólo quería
asegurarme de que estuvieras bien después de anoche. Que estamos bien.
Finalmente, sus ojos se encontraron con los míos. El deseo dilató sus pupilas
hasta dos veces su tamaño normal, casi invadiendo el color que tanto amaba.
—Estaría mucho mejor si me dejaras hacer esto. Pero no tenemos que hacerlo.
Si no te sientes cómoda, puedo parar. —Luego, susurró—, por favor, no me hagas
parar<—en mi bajo vientre con respiraciones calientes.
Mis piernas se envolvieron alrededor de él, apretando su caja torácica... en
lugar de las palabras que no podía decir. La aprobación que ofrecí, pero no podía
pronunciar. No importaba que tuviéramos que hablar, o que aún no hubiéramos
discutido sobre la noche anterior. Mi cuerpo lo quería.
Mi corazón lo quería.
Yo lo quería.
Killian se sentó en cuclillas y me sacó los pantalones cortos y las bragas por
las piernas con un movimiento rápido como si lo hubiera hecho antes. Levantó una
de mis piernas por detrás de la rodilla y suavemente presionó pequeños besos en
mi muslo hasta que se acomodó de nuevo en su lugar. Su aliento soplaba contra mi
sexo, un lugar que nadie más que yo había visto desnudo, que había tocado. Y
ahora, aquí estaba él, con su boca, sus labios, su lengua tan cerca de mi centro que
no podía respirar.
Cuando no pasó nada, abrí los ojos para mirarlo, preocupada porque algo
estuviera mal. Me observaba con una expresión suave, el ceño ligeramente
fruncido y los labios un poco separados.
—No sé qué estoy haciendo, Rylee. No lo sabía anoche, y no lo sé ahora.
Habíamos recorrido un largo camino desde los niños que aplastaban sus
labios entre sí con besos apresurados. Cuando se trataba de Killian, no me faltaba
confianza. Tal vez eso era porque durante unos años, mi madurez y conocimiento
de la vida superaron al suyo. Pero cuando se trataba de sexo, parecía naturalmente
cohibida. Nunca había visto el tipo de videos que él tenía. La pornografía nunca
me atrajo. Pero sabía que de ahí aprendía todo, así que nunca lo cuestioné. Al verlo
ahora, tan asustado, tan inseguro, mi corazón se rompió por él.
—Está bien, Killian. Yo tampoco lo sé.
—Si hago algo mal... dímelo. No quiero hacerte daño de nuevo.
Asentí y pasé la punta del dedo por el lado de su rostro.
Su exhalación me golpeó en el lugar adecuado e hizo que mi espalda se
arqueara. Killian pasó los brazos por debajo de mis muslos, llevando mis piernas
sobre sus hombros, y agarró mis caderas para mantenerme firme. Me echó un
último vistazo antes de presionar un beso contra mis labios inferiores.
Y entonces la habitación comenzó a girar.
El espacio poco iluminado se oscureció aún más.
Un golpe con la punta de su lengua me envió a la órbita. El segundo encendió
mi cuerpo en llamas, quemándome desde adentro hacia afuera. Luego presionó su
boca sobre el lugar que más lo necesitaba, y el calor de sus labios arrancó un largo
y profundo gruñido de mi pecho. Me estremecí cuando mi orgasmo lamió su
camino a través de mi cuerpo, por mis extremidades, y chisporroteó en las puntas
de los dedos de mis manos y pies.
Se sentía como cuando me tocaba a través de la ropa, y comencé a
acomodarme en su cama. Sin embargo, no duró mucho tiempo. Porque un instante
después, me lamió de nuevo. Mis ojos se cerraron fuertemente, mis muslos
temblaron incontrolablemente, y mis puños apretaron las sábanas con tanta fuerza
que me dolían los nudillos. Una luz estalló detrás de mis párpados, combinando
con las explosiones que se producían en mi interior. No era completamente
consciente de lo que mi cuerpo estaba haciendo, nunca había sentido nada como
esto antes.
Mi respiración frenética salía en duras ráfagas de pura desesperación
mientras él se arrastraba por mi cuerpo. La euforia inundó mi sistema con calor
líquido y temblores que no podía controlar. Tomé los lados de su rostro y atraje su
boca hacia la mía. Ya no sentía su aliento matutino, sino algo caliente y un poco
agrio. Sus labios estaban mojados, pero no me importaba. La dulzura en su lengua
me dejó rogando por más.
Más de qué... no lo sabía.
Sólo más.
Mientras profundizaba el beso, pasé las manos por su pecho, sin detenerme
hasta que alcancé el elástico de sus pantalones cortos. En el momento en que mis
dedos se deslizaron dentro, él se apartó, con la mirada dura e inflexible.
—No, Rylee. —Se suponía que era para detenerme, pero los gruñidos
profundos de su voz me alentaron. Me agarró la muñeca, usando su otra mano
para sostenerse—. Esto fue para ti. No quiero que hagas nada por mí.
—Lo sé —susurré, sonando mucho más confiada de lo que me sentía por
dentro—. Esto es para mí. —Envolví los dedos alrededor de su duro eje y tiré lo
suficiente para hacerlo gruñir. Cuando bajó su boca a la mía de nuevo, dándome
su apreciación a través de gemidos y gruñidos, usé mis manos y pies para empujar
sus pantalones cortos hacia abajo.
Con él completamente desnudo para mí, en mi mano, a pocos centímetros de
mi núcleo dolorido, me sentí poderosa. Una ilusión que nunca supe que existía.
Era de lo que algunas de mis amigas habían hablado en la escuela. La forma en que
se sentía poner a un hombre de rodillas. Estar a cargo de sus necesidades, deseos,
pensamientos y acciones. Pero Killian no hacía otra cosa que besarme. No se
empujaba dentro del agarre que tenía en su eje. No inclinaba las caderas ni
presionaba por más. En vez de eso, se quedaba quieto y me dejaba tocarlo, con sus
labios atacando los míos con total control.
En un movimiento que no había esperado, alineé la punta de su erección con
mi húmeda entrada. Se quedó inmóvil sobre mí. Su boca dejó la mía, pero no se
apartó.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, con los ojos entrecerrados.
—Quiero sentirte. En todas partes. Dentro de mí.
Killian sacudió la cabeza lentamente, sin apartar su atención de mis ojos.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Después de anoche...
—Está bien. —Ahuequé su mejilla y levanté mi cabeza hasta que mis labios se
posaron suavemente sobre los suyos—. Quiero esto. Te quiero.
—No estamos listos. Tú no estás lista.
Odiaba lo duro que trataba de resistirse a mí. Pero era mi orgullo el que
hablaba, herido por su rechazo inmediato. Tuve que recordarme a mí misma por
qué. Éramos jóvenes. Habíamos acordado tomarnos las cosas con calma, un paso a
la vez. Y me había prometido que no me haría daño.
Nada de eso importaba ahora.
Lo acaricié un poco más y pasé la punta por entre mis pliegues, cubriéndolo
con mi excitación. Nuevamente, lo coloqué en mi entrada. Esta vez, lo miré
fijamente y asentí, diciéndole en silencio lo que más quería.
—No podremos retroceder esto —argumentó.
—Lo sé. No quiero hacerlo.
Cerró los ojos y cubrió mi rostro con su exhalación.
—No sé lo que estoy haciendo.
—Yo tampoco. Aprenderemos juntos. Al igual que con todo lo demás.
Sus caderas se sacudieron, lo que añadió una presión inesperada contra mi
sexo. Tomé aire a través de los dientes, el sonido de un siseo lo forzó a quedarse
inmóvil.
—No< no te detengas. Estoy bien.
—¿Y si te lastimo? ¿Y si no puedo controlarme como anoche? Te hice daño,
Rylee. No quiero volver a hacer eso.
—Está bien. Me dolerá, pero estoy preparada para eso. No lo esperaba
anoche, pero ahora lo hago. Por favor —le supliqué, prácticamente lloriqueando en
sus labios—. Por favor, Killian. Quiero esto contigo. Más que cualquier otra cosa
que he querido alguna vez.
Esparció besos sobre mi mejilla y movió lentamente sus caderas hacia mí. Lo
mantuve en su sitio mientras empujaba contra mí. No estaba segura sí estaba
dentro o no, pero no se sentía para nada como esperaba. Era sólo presión... mucha
presión.
—No creo que esto vaya a funcionar —susurró contra mi cuello donde
enterró su cabeza.
—Lo hará. Creo que sólo tienes que empujar más fuerte. —Apenas terminé de
decir las palabras cuando movió las caderas hacia delante, empujando más allá de
la obstrucción y entrando en mí.
Un dolor ardiente punzó a través de mi mitad inferior y tuve que morderme
los labios para evitar gritar de agonía. Fijé mi mirada con los ojos muy abiertos en
el techo y, luego, su rostro apareció a la vista. La preocupación y conmoción
arrugaban sus facciones, y sus pupilas estaban dilatadas. Su respiración frenética
escapaba a través de sus labios separados.
Estábamos piel con piel, con sus caderas pegadas a las mías. Los latidos de su
corazón palpitaban a través de mi pecho, llamándome, sincronizándose con el mío.
Atrayendo cada latido. Provocando cada pulso. Éramos uno, unidos desde la
cabeza a los pies. Entrelazados. Conectados en los lugares más íntimos.
—No quise hacerlo —dijo con voz ronca contra mi mejilla.
—Está bien. Estoy bien. —Mi voz tembló, vacilante por el dolor leve
punzando dentro de mí. Lo insté a seguir con mis caderas, esperando que no viera
la forma en que mi labio se curvó cuando hice una mueca de dolor. Esperando que
no pensara demasiado en lo fuerte que ahora tenía cerrados los ojos.
De nuevo, enterró su rostro en la curva de mi cuello y, lentamente, deslizó su
erección hacia afuera hasta que sólo quedó la punta. Todo su cuerpo se estremeció
cuando suavemente volvió a entrar. Contuve el aliento hasta que se volvió viciado
en mis pulmones, encendiendo un fuego dentro de mi pecho. Esperaba dolor, pero
no había previsto que fuera así.
Después de dos interminables empujes más de sus caderas, su cuerpo se puso
rígido. Sus movimientos se volvieron más duros y sus embestidas más fuertes que
el primero. No se retiraba lo suficiente para ganar impulso, pero la poca ventaja
que tenía, la tomaba, empujando dentro de mí tan duro que su hueso púbico se
estrellaba contra el mío en cada arremetida. Finalmente, se detuvo, aunque sus
hombros, brazos y piernas temblaban violentamente.
—Lo siento —dijo con voz ronca contra mi cuello, su disculpa crispando mi
piel—. Lo siento mucho.
—Está bien. —Mi voz tímida apenas se escuchaba, pero sabía que sentía mis
dedos rozando su espalda desnuda, su piel estaba resbaladiza por el sudor.
—No, no está bien. Estás llorando.
Sólo hizo que las lágrimas cayeran más rápido. No sabía cómo lo supo, cómo
se dio cuenta, pero lo hizo. Incluso sin mirarme, sin ver mi rostro, comprendía mi
dolor. Y lo reclamó como suyo. Se culpó a sí mismo.
—Lo siento mucho... —repitió.
E
l espejo estaba empañado por la ducha mientras me ponía mi
camiseta negra sobre mi pecho mojada. Desde mi cumpleaños
dieciocho, había estado luchando por quedarme aquí. Me he dicho a
mí mismo por muchos años que una vez tuviera la edad, me iría. Me iría para
encontrar mi voz.
Pero no puedo irme.
Todavía no.
No hasta que pueda llevarme a Rylee.
Es la única cosa que me mantiene aquí. La única persona capaz de calmar la
tormenta dentro. Han pasado diez años desde la noche en que mis padres fueron
asesinados. Diez años desde que esos hijos de puta entraron a mi casa y se robaron
a las personas más importantes de mi vida.
Y se fueron.
Nunca fueron hallados. Probablemente porque nunca hablé. Nunca les di
respuesta a los oficiales de policía. En ese tiempo, había estado muy aterrado para
decir algo, incluso aunque sabía las respuestas. Ahora, mis recuerdos no servirían.
Mucho tiempo ha pasado, mucha evidencia se perdió. Los hijos de puta nunca
verían el interior de la corte.
Abrí la puerta y apagué la luz, listo para irme a la cama. Pero tan pronto
como atravesé mi puerta, todo se detuvo. El mundo dejó de girar, mis pulmones se
negaron a trabajar, y mi corazón dejó de latir.
Elise estaba sentada a los pies de la cama, con mi cuaderno en su regazo.
Lágrimas alineaban su rostro y sollozos sacudían sus hombros. No necesitaba ver
el dibujo frente a ella para saber qué estaba viendo. Me sabía cada uno de
memoria; algunos los había dibujado una y otra vez. Pero lo miré de todos modos,
viendo la mórbida escena, los colores sangrando en el papel por sus lágrimas
errantes.
Entré rápidamente al cuarto y le quité el cuaderno de dibujo.
—N-no entiendo, Killian. ¿Por qué dibujarías eso?
Cerré la cubierta antes de que pudiera mirarlo de nuevo. No necesitaba ver
en completo detalle cómo se veía su hermana. El agujero abierto en su cuello. La
sangre. Sus ojos abiertos con miedo, desprovistos de vida. Demonios, ni siquiera sé
por qué lo había dibujado tantas veces. Tal vez para recordar al malvado bastardo
que lo hizo. Para recordar lo que me quitó; y cómo. O tal vez para aliviar mi mente
de las imágenes, para sacarlo lo suficiente para evitar que el peso en mi mente me
aplastara. Cualquiera que fuera la razón, había docenas como estos.
De mi padre también.
Y de los hombres que viciosamente me los robaron.
Me giré para irme. Mi rostro ardía tan fuerte que me sentí de pie bajo los
intensos rayos en medio de un día de verano< no en mi cuarto justo después de
las diez. Giré sobre mis talones, sin saber a dónde ir o qué hacer. La rabia apretó
mis puños y la idea de golpear una pared llenó mi cabeza. Visiones de romper mi
silencio y gritarle por invadir mi privacidad destellaron ante mis ojos. La
necesidad de irme, salir por la puerta, y nunca volver creció más, más fuerte, más
intensa que antes.
—Killian. —La voz débil, temblorosa e insegura de Elise me detuvo.
No podía enfrentarla, no podía mirarla a los ojos. Así que me quedé de pie
dándole la espalda y esperé por lo que tenía que decir. Saber que le hice esto me
destrozó. Nunca habría tenido que ver esas imágenes. Era suficientemente malo
que yo lo hubiera hecho; en ese entonces, y cada día desde eso. Pero no era mi
culpa que las hubiera encontrado, no era mi culpa que hubiera visto mi pesadilla.
No se lo había mostrado. Lo hizo por su cuenta. Y por eso, la rabia dentro de mí no
moría, sin importar que nivel de pena me atravesara por ella.
—Necesitas ayuda, Killian. Necesitas ver a alguien. Hablar con alguien. Esto
no es saludable; lo que haces. Si hubiera sabido< —Inhaló lentamente,
profundamente, tembló, y se estremeció. Cada ligero hipo me golpeó la espalda,
retrasó mis latidos, y se apretó en mi pecho hasta que no pude respirar—. Si
hubiera sabido que eso era lo que dibujabas aquí, habría buscado ayuda antes. Te
habría llevado para ver a alguien que te ayudara con esto.
Un gruñido empezó en mi vientre bajo, y antes de saberlo, me giro para
mirarla, a centímetros de mi cara, y suelto mi fura ardiente entre mis dientes
apretados. El rugido la hace retroceder un paso, sus ojos se abren con miedo, su
mano tiembla sobre su pecho.
No quería asustarla.
Pero lo hice.
Y sin importar cuánto dolor causó, no podía detenerme.
Seguí su forma retrocediendo, dando un paso para igualar los que ella daba,
hasta que cayó sobre el borde de la cama, exactamente donde la encontré cuando
entré. Encorvé mi espalda con mis hombros tensos, mi pecho inflado. Mi violenta
respiración abanicó su rostro, pero no se movió. Parpadeó con sus ojos abiertos
como platos. Sus labios se abrieron. Pero aparte de eso, no retrocedió contra mi
asalto visual.
—Killian —susurró e intentó alcanzarme, pero retrocedí—. Habla conmigo.
En papel, con tu voz< no me importa como lo hagas. Escribe en una pared para lo
que me importa. Pero no me apartes. Te amo. Sólo quiero ayudarte. No deberías
tener que revivir esa noche una y otra vez.
Abrí el cuaderno a una hoja limpia casi en el final. Después de muchos años,
no quedaban muchas hojas, pero encontré una. Un marcador grueso negro estaba
en mi escritorio. Tenía lapiceros y lápices por todo el cuarto, pero eso fue lo
primero que tomé.
No puedes hacer que se vaya.
—Si hablas con alguien, podría servir.
¡Nada de hablar!
Leyó mis palabras y luego se giró con sus ojos brillantes hacia mí. Sus labios
se presionaron entre sí mientras su mandíbula temblaba, y me di cuenta que me
había malinterpretado. Un dolor empezó a formarse tras mi esternón, suave y
profundo.
No puedo hablar con nadie. Nadie puede ayudarme.
—Sí pueden, Killian. Sólo debes dejarles.
Niego, pero eso no evitó que continuara.
—Hablas con Rylee. Ella ayuda, ¿verdad? te he visto con ella. Eres diferente.
Más tranquilo. Ella hace que las imágenes se vayan, ¿verdad? pero no es una
profesional; no puede ayudarte de la forma en que otros sí pueden.
He ido con doctores antes. No ayudan. Sólo quieren saber que sucedió y no
puedo decirles eso. No puedo decirle a nadie. Nadie puede ayudarme. Subrayé la
última frase un par de veces, reiterándola. Lo habría escrito cien veces si eso le
ayudara a entender.
—¿No ves? Estás dibujando lo que pasó. Tienes un cuaderno lleno de lo que
sucedió. ¿Entonces por qué no puedes hablar al respecto? ¿Por qué no puedes
contarle a nadie sobre esa noche? Tú recuerdas< claramente lo haces si estás
dibujándolo.
No entiendes. Le mostré el papel, pero rápidamente lo giré para añadir. No
ENTENDERÍAS.
—No lo sabes porque no me dejas intentarlo. Pruébame.
Mi mano picada por escribirlo para ella, decirle por qué no podía decir nada.
Pero sabía que sería inútil. Ella quería justicia tanto como todos los demás, y no
pararía hasta que tuviera suficiente información. Hasta que la policía tuviera
suficiente información. Pero ella no había estado ahí. No sabría el miedo que sentí,
y la rabia con que había vivido, y la promesa que me hice a mí mismo.
Necesito estar solo.
Negó con su cabeza y se levantó, su mirada perforadora evitando que me
moviera.
—No. no me voy a ir. No voy a alejarme cuando más me necesitas. Tienes
dieciocho, Killian. Eres un adulto. ¿Cuándo lo superarás? ¿Cuándo serás el hombre
que tus padres esperaban< el hombre que ayudé a educar?
Llevé mi mano temblorosa al papel, mi rabia tan profunda que envío
sacudidas por mi cuerpo, pero me detuvo tocando mi brazo.
—Terminas la secundaria en un mes. ¿Qué planeas hacer después? No has
superado la peor noche de tu vida, no has lidiado con el dolor, el resentimiento ni
el dolor de la forma que necesitas. Nunca serás capaz de avanzar hasta que lo
hagas. Y no quiero verte atorado en este lugar< en este oscuro, silencioso y triste
lugar. Quiero verte ir a la universidad< una universidad de verdad, no sólo clases
en línea como has dicho. Necesitas un trabajo, una carrera. Una vida. Eso es lo
único que quiero para ti, Killian. Quiero que seas feliz.
Lo seré.
—¿Cuándo?
Cuando ya no sea silenciado.
Sus hombros cayeron y hundió su cabeza. Soltó una larga exhalación, y el
sonido me penetró. Me cortó. Se enterró profundamente en mi pecho hasta que
sentí que sangraba a sus pies. La amaba, y la había herido. No era mi intención,
pero no sabía que más hacer. No podía ceder. No podía darle lo que quería.
—No tienes que serlo. Eso es lo que intento decirte. —Cuando vuelve a alzar
la mirada, gruesas lágrimas recorren sus mejillas, metiéndose en los suaves
espacios al lado de su boca, y luego cuelgan del hoyuelo en su barbilla.
Bajé mi cabeza y coloqué mis labios juntos a su oído.
—Estoy trabajando en eso. A mi manera. Déjame hacerlo de la manera que sé
—susurré con la más baja, suave y silenciosa voz que pude. No fueron nada más
que palabras flotando en el aire, ni una pizca de voz presente, pero fue suficiente
para que jadeara.
Elise cayó contra mi pecho. Cubrió su rostro con sus manos y sollozó contra
mí. Envolví mis brazos alrededor de ella, queriendo reconfortarla. Era la primera
vez en diez años que le había hablado.
Su espalda tembló con cada sollozo.
Sus hombros rebotaron incontrolablemente.
Todo su cuerpo se elevó con emoción que no podía sofocar.
La abracé un tiempo, acariciando su espalda de la forma en que hizo hace
tantos años cuando vine a quedarme con ella. En ese tiempo, temí que fuera a
regresarme. Que fuera demasiado para ella, y se rendiría, devolviéndome como
todos los demás.
Pero no lo hizo.
Se quedó conmigo.
Me apoyó.
Me amó.
Y ahí estaba yo, a punto de darle la espalda.
La solté y apunté a una línea que había escrito minutos antes. Tomé el
marcador y la rodeé, golpeé el papel con la punta hasta que pequeños puntos la
alinearon. Necesitaba que se fuera. Necesitaba estar solo. Pensar. Descifrar todo.
Mi corazón y mi cabeza estaban en desacuerdo y no sería capaz de tomar una
decisión con ella frente a mí. Con sus sollozos llenando el cuarto.
Con su dolor llenando mi pecho.
Elise asintió, sin mirarme. Retrocedió y dio un paso hacia la puerta abierta del
cuarto. Por instinto, agarré su brazo y la giré hasta que estuvo contra mi pecho de
nuevo. Envolví mis brazos a su alrededor de nuevo, apretándola fuerte esta vez, y
sentí una repentina calma apoderarse de mí cuando hizo lo mismo.
Tal vez sabía. Tal vez no. pero este abrazó se sintió tanto como una despedida
de ella como pretendía de mi parte. No intentó detenerme, me rogó que me
quedara, ni dijo nada para cambiar mi parecer. Lo cual me llevó a creer que a lo
mejor no era consciente de lo que quería decir cuando la abracé. O, podría haber
sabido que sería inútil retenerme.
Después de que se apartó de mí, me miró a los ojos y acunó mi mejilla.
—Te amo, Killian. Nunca lo dudes. Nunca lo cuestiones. Puede que no seas
mi hijo, pero en mi corazón, siempre lo serás. Sólo quiero lo que sea mejor para ti.
Asentí, y luego la observé alejarse.
Al menos no tenía que verme alejándome.
Cuando la puerta se cerró tras ella, tomé un bolso de mi armario y empecé a
echar cosas. No tenía mucho. No necesitaba mucho. Sólo mis cuadernos de dibujo,
el anuario de papá, un par de cambios de ropa, y cheques de mi banco. Todo lo
demás podría resolverlo después.
Miré alrededor de mi cuarto, el que había usado durante los últimos siete
años. Este había sido mi hogar, aunque nunca se sintió como tal. Elise había hecho
todo lo que pudo para hacerme sentir cómodo, hacerme pertenecer. Pero sin
importar qué, nunca pude quitarme la sensación de ser un invitado.
Tenía muchos asuntos sin terminar
Mientras me escabullía por la ventana, dejando todo lo demás detrás, sabía
que había una cosa más que debía conseguir. Una cosa más sin la que no podría
irme. Una cosa que no podía dejar atrás. Todo lo demás era reemplazable,
incluyendo los dibujos y los cheques. Todo excepto ella.
Excepto Rylee.
La necesitaba.
U
n golpe estruendoso me sobresaltó. Me mantengo quieta por un
momento para darle una oportunidad a mi mente de comprender
de dónde había venido, aunque mi corazón ya lo sabía. Cuando
resonó de nuevo, salté de mi cama y abrí las persianas. Killian estaba del otro lado,
dando unos cuantos pasos hacia adelante y atrás con la mirada fija al suelo.
—¿Qué pasa? —pregunté cuando levanté la ventana.
Me miró y, por primera vez, sentí odio por la noche. No podía ver su
expresión, no podía leerlo, pero podía sentirlo. La devastación emanaba de él como
furiosas olas, pasando por la ventana hasta llegar a mí. Me sofocaban. Me
ahogaban en su dolor.
—Killian —susurré, aunque salió un poco más alto de lo que había previsto.
Miré detrás de mí a la puerta cerrada, por ninguna otra razón que para
tranquilizarme, y luego abrí la ventana como había hecho tantas veces para dejarlo
entrar. Pero él no se movió. No hizo ni un movimiento para entrar. Fue entonces
cuando mi pánico aumentó, alentándome a salir por la ventana.
Finalmente se detuvo cuando mis pies descalzos aterrizaron en la hierba. Le
tomó dos pasos llegar a mí, donde me tomó por los hombros y me miró a los ojos
bajo el cielo oscuro. Si la luna estaba presente, estaba escondida. La única luz era el
resplandor sutil de las estrellas, junto con la farola en el otro lado de la cerca.
—¿Qué pasa? —El miedo me consumió hasta que mi voz estaba temblorosa y
sin aliento.
—Huye conmigo. Ven conmigo.
Negué, esperando haberlo oído mal.
—¿A dónde vas?
—Ya no puedo quedarme aquí. Es hora de que me vaya. Pero no puedo irme
sin ti. No puedo dejarte atrás. Así que, por favor, ven conmigo. —La desesperación
en su tono me asustó. Me dejó con un gran vacío, sintiéndome confundida y
completamente desconsolada.
—No puedo, Killian. Mañana hay que ir a la escuela. Mis padres sabrán que
me he ido.
—Está bien. Puedo cuidar de ti. Seremos tú y yo.
—Tengo diecisiete. Todavía estoy en la escuela. —Intenté alejarme, pero su
agarre se apretó—. Tú todavía estás en la escuela. No podemos huir. ¿De dónde
viene esto? No entiendo. ¿Por qué te vas?
Finalmente me dejó ir y retrocedió unos pasos.
—Sólo< no puedo quedarme aquí m{s tiempo. Pero no puedo alejarme de ti.
Te necesito, Rylee. Por favor, ven conmigo. Huye conmigo.
—Killian, ¿oyes lo que dices? No puedo huir. No puedo dejar atrás a mi
familia. Teníamos un plan. Te quedarías y tomarías clases en línea en la
universidad mientras termino la secundaria, y luego nos vamos juntos. ¿Por qué
cambias esto? ¿Por qué no puedes esperar un año más?
Empuñó su cabello en sus manos y giró en círculos como un niño perdido en
un supermercado en busca de su madre. Luchando contra la confusión y preguntas
sin respuesta, envolví mis brazos alrededor de su cuello, inconscientemente
ofreciéndole la comodidad que sabía que necesitaba.
—Mírame. —Mantuve el tono uniforme, a pesar de la inquietud que fluía a
través de mis venas—. Todavía podemos irnos juntos< en un año. Sigamos con
nuestro plan. Sólo respira profundo, piensa en lo que estás haciendo y espera hasta
que termine la escuela.
Dejó caer sus manos sobre mis hombros y tomó un rizo a un lado de mi
rostro. Lo enrolló en un dedo mientras lo estudiaba cuidadosamente, como si lo
memorizara.
—No sé si puedo esperar. No sé cuánto tiempo más puedo quedarme aquí,
sabiendo que<
—¿Sabiendo qué, Killian? ¿Qué sabes? —pregunté cuando me di cuenta que
no terminaría su frase—. ¿Qué pasó esta noche?
Sus manos se posaron suavemente en mis caderas, pero luego su agarre se
apretó, acercando mi cuerpo al suyo.
—Ella no me entiende como tú. Nadie m{s. Te necesito, Rylee< m{s de lo
que necesito algo en el mundo. Eres la única que puede salvarme. Siento como si
estuviera en una prisión aquí. Atrapado en mi cabeza, atrapado en la pesadilla de
la cual no puedo despertar. Pero tú< eres lo único que hace que se vaya. Borras las
imágenes. Eres tú. Sólo tú. No me hagas hacer esto solo. No voy a sobrevivir.
Acuné su rostro y lo miré tan profundamente a los ojos como pude sin
suficiente luz. Aunque, no necesitaba verlos para saber cómo se sentía. Lo notaba
en su voz, en la forma en que me tocaba. En sus respiraciones desesperadas. La
tortura que había escondido durante años había resurgido y salido de sus poros, lo
saturó en agonía.
Sólo quería que eso desapareciera.
Silenciarlo.
Así que acerqué su rostro al mío. Con nuestros labios tan cerca, que podía
sentir su calor, susurré:
—Entonces quédate conmigo. Quédate conmigo. No te vayas. No te alejes,
Killian. Tampoco puedo sobrevivir sin ti.
Su boca se estrelló contra la mía con tanta fuerza que nuestros dientes
chocaron. Me recordó a nuestro primer beso, la primera vez que sentí sus labios.
Estaba ansioso, desesperado< necesitado. Quería evaluar el significado, descifrar
el propósito, pero no se detuvo. Tomó cada onza de oxígeno alrededor de nosotros
hasta que no quedaba suficiente para que mi cerebro funcionara correctamente. La
lógica no existía. El dónde, cuándo, cómo, por qué, no lo traducirían.
Éramos él y yo.
Yo y él.
Nadie más. Nada más. Sólo nosotros. A un lado de mi casa con la espalda
contra el ladrillo, sus labios sobre los míos, su lengua tomando el control, exigiendo
el control. Durante un breve momento, cuando metió los pulgares en la cintura de
mis pantalones cortos de algodón, mi pecho se contrajo. El miedo me ahogó. Pero
no duró mucho, porque no se tomó su tiempo. Mis pantalones cortos y bragas
cayeron alrededor de mis tobillos y sus labios se presionaron contra mi cuello.
—Te necesito, Rylee. —Fue todo lo que tomó para dejar mi mente en blanco
de todo el mundo que nos rodeaba. Tomó la parte posterior de mis muslos y me
levantó, sujetándome contra el lado de la casa. Mis piernas se envolvieron
alrededor de sus caderas y crucé mis tobillos detrás de él.
Durante el último año y medio, habíamos estado juntos tantas veces que
había perdido la cuenta. Al principio fue incómodo, ninguno de nosotros sabía qué
hacer, y ambos éramos completamente inexpertos. Pero habíamos aprendido
juntos. Estudiamos al otro. Y ahora, cada vez que me tocaba, no podía rechazarlo.
Mi cuerpo sabía lo que podía hacer, y lo anhelaba como un drogadicto.
Killian era mi droga.
La única droga que conocía.
Le desabroché los vaqueros y lo bajé lo suficiente para liberarlo. Estaba duro,
largo y palpitante en mi mano. Mi centró involuntariamente se apretó y pulsó,
anticipándolo dentro de mí.
Ni siquiera un segundo después que estuviera en mi entrada, de una
embestida entró. Su piel suave se movió dentro y fuera sin esfuerzo, cubierta de mi
necesidad de él. Su rostro permanecía en el hueco de mi cuello; su lugar favorito,
mientras acariciaba cada centímetro de mis entrañas, llevándome a alturas
indescriptibles.
—Te necesito —continuó gruñendo contra mi piel. Una y otra vez repetía el
mismo sentimiento, cubriéndome con su demanda, su promesa, su devastación.
Su cabello estaba enredado en mis dedos y usé el agarre para mantenerlo
cerca de mí. Mis ojos se cerraron por instinto. El calor me atravesaba como una
nube de tormenta, lenta y poderosa, que consumía todo. Pesada. Oscura. Intensa.
Me llenó por dentro y me cubrió por fuera. Apreté mis piernas alrededor de él
mientras llevaba más y más cerca del límite.
—Necesito que seas mía. Toda mía. —Su aliento me quemó el hombro.
—Soy tuya, Killian. —Tuve que forzar las palabras. Necesitaba escucharlas.
Pero estaba tan perdida en lo que su cuerpo le daba al mío, que no estaba segura
que lo haya dicho lo suficientemente alto o claro como para que lo entendiera—.
Soy tuya. Y tú eres mío.
Con eso, su ritmo aumentó, su fuerza aumentó. Podía sentirlo por todas
partes. En el interior, complaciendo la pura necesidad que sólo él podía alcanzar.
Afuera, donde su cuerpo se encontraba con el mío, donde su pubis rozaba mi
dolorido clítoris, sumándose a las crecientes sensaciones que provocaba. Contra
mí. A mi alrededor. No había una parte de mi cuerpo, por dentro o por fuera, que
no pudiera sentirlo.
Pero lo sentía más en mi pecho.
En mi corazón.
En. Cada. Latido.
El calor de su aliento ardió en la piel de mi cuello una vez más, y su voz ronca
se filtró en mis oídos. Sabía que había dicho algo, pero no lo entendí. Los
hormigueos se extendieron, convirtiendo el calor en hielo. El poder con el que me
vine, ensordeció sus palabras, me dejó sin sentido hasta del duro roce del ladrillo
contra mi espina dorsal. Me mordí el labio para calmar el intenso placer que me
inundaba y lo mantuve más apretado mientras sus embestidas se volvían
superficiales y duras.
Finalmente apartó su rostro de mi hombro y presionó su frente contra la mía.
Nuestras respiraciones se mezclaban mientras intentábamos calmarnos y procesar
lo que acababa de suceder. No era la primera vez que caímos en la necesidad de
sexo antes de terminar una conversación. Ambos parecíamos ser tan apasionados
por el otro, era difícil resistir el deseo de estar juntos, a pesar de la situación ante
nosotros.
Esta vez no fue diferente.
Excepto, esta vez, no nos dieron la oportunidad de terminar nuestra
conversación.
Si no hubiéramos estado respirando tan fuerte, podría haber pensado más en
el gato callejero que pasó por delante de nosotros. Podría haberlo contemplado
más que simplemente darme cuenta de lo que era. No lo habría ignorado. Pero no
tuve tiempo de procesarlo todo antes de que volteara por la esquina de la casa,
disparando la luz del detector de movimiento.
En lugar de alejarse, Killian me besó. Con fuerza. Su cuerpo tembló y su
agarre en mí se apretó. Era diferente a cualquier otro beso que me hubiera dado.
Como si me estuviera diciendo algo. Al oír el sonido la pantalla de la puerta, se
apartó de mí y me dejó en el suelo. Me tocó el rostro una vez más, quedándose un
segundo demasiado largo.
—Ve< antes que te atrapen. —Lo empujé con mi corazón tronando en mis
oídos. Su boca se movía, pero no podía oír nada, ni podía leer sus labios. El pánico
me alentó a seguir, hasta que lo empujé de nuevo. En un instante, saltó la valla y
aterrizó al otro lado con un suave golpe de sus zapatos sobre la hierba.
Me apreté contra el costado de la casa, rezando para que me escondiera lo
suficiente en las sombras. Mi respiración era errática, casi imposible de detener.
Cerré los ojos y mantuve el aliento, como si me hiciera invisible, pero en el
momento en que una luz brillante iluminó el dorso de mis párpados, supe que eso
era todo.
—¿Qué estás haciendo aquí afuera? —La voz profunda de mi padre sonó más
cerca de lo que pensé que estaba. La luz se alejó de mi rostro y me dio la
oportunidad de abrirlos. Lo encontré iluminando con su linterna mi ventana,
donde la pantalla estaba contra la pared debajo. Tomó una respiración enojada y
gruñó—. Vuelve adentro.
No podía moverme, congelada por el miedo. Mis pantalones cortos y bragas
todavía yacían en el suelo por mis pies. Mi camiseta era lo suficientemente larga
para que no pudiera verme, pero sabía que, si me miraba gatear por la ventana, lo
sabría. Así que, en lugar de seguir sus órdenes, permanecí donde estaba.
—Rylee< —Era una advertencia, una que sabía mejor que desobedecer—.
Dije que entraras ahora.
Dejando mi ropa detrás, me arrastré a lo largo del ladrillo hacia mi ventana
abierta. Di tres pasos antes que su gruñido resonara en la noche, sonando más
como un animal salvaje que mi papá. El rayo de luz iluminó mis muslos desnudos,
luego a la hierba. No necesitaba mirar para saber lo que encontró. El fluido caliente
a lo largo del interior de mi muslo se enfrió mientras bajaba por mi piel, era
suficiente para saber en el gran problema que estaba a punto de entrar.
Después de la primera vez que Killian y yo tuvimos sexo, nos aseguramos de
usar siempre un condón. Siempre. Estaba demasiado asustada para decirle a mi
madre, a pesar que me había asegurado que no estaría molesta. Sabía que haría
que me mantuviera lejos de Killian. Así que nunca se lo dije. Nunca fui al médico
ni empecé a usar métodos anticonceptivos. Afortunadamente, había comenzado mi
período dos días después, así que no tuvimos que sufrir mucho antes que
supiéramos que estábamos a salvo. Pero ahora lo sabía, de pie afuera delante de mi
padre, medio desnuda y semen goteando por mi pierna< no estaba a salvo.
En absoluto.
Nada podría protegerme.
3 Better Busines Bureau: Es una organización sin fines de lucro enfocada en el avance de la
confianza del mercado, que consta de 112 incorporados de forma independiente las organizaciones
locales de BBB en Estados Unidos y Canadá.
vida cuando salen del ring por última vez. Dalton, el dueño de mi equipo y
entrenador, era de los grandes.
Sonreí, pensando en Josh y en el poder que tenía detrás de sus golpes.
—¿Cuál eres tú?
—¿Yo? Nena, deberías saber esa respuesta. Soy un grande. Quiero tener mi
propio equipo un día. Llevar este deporte a un nuevo nivel. Y lo haré. Sólo mira.
Por eso necesito que estés completamente a bordo, porque estarás a mi lado
cuando lo haga.
Mariposas estallaron en mi vientre ante su sensibilidad. Puede que no
estuviéramos juntos desde hace mucho tiempo, pero Josh siempre hablada como si
fuéramos serios y nos dirigiéramos hacia un futuro duradero juntos. Considerando
que no había salido con nadie desde que tenía diecisiete años, me hizo algo. Me
llenó de emoción y esperanza.
—Bueno, sólo lamento no poder estar allí para ti esta noche. El tráfico está
despejándose y finalmente puedo conducir con mi control de velocidad, pero dudo
que llegue allí antes de que termine. Especialmente con la forma en que estás
hablando, sólo durará unos minutos. Estoy interesada en ver cómo ocurre esta
guerra de ofertas.
Una sonrisa envolvió su voz cuando dijo:
—Todo eso sucede después de que haya terminado. Se hace en privado. El
luchador no sabrá hasta mucho después en qué ring está o si es elegido en
absoluto. La mitad del tiempo, nadie lo toma.
—¿Cómo lo hiciste? ¿Hicieron una puja por ti?
—Nah. Conocí a Dalton en el gimnasio. Me habló de su cuadrilátero, así que
fui una noche para mirarlo. Fue justo después de que él empezara su propio
equipo. El lugar estaba lleno; la gente intercambiaba dinero de izquierda a derecha,
el aire estancando, el olor a sudor penetrando la habitación húmeda. Fue como si
hubiera encontrado el lugar donde pertenecía. Comencé a hacerle preguntas, y
antes de saberlo, había firmado para su equipo.
—¿Pero no es mejor ir a una puja? ¿Para ganar más dinero?
—Puede ser. La mayor parte del tiempo lo es. Pero para mí, sabía que iría
más lejos con Dalton que si me arriesgaba con alguien m{s. Él era inteligente< no
ofertaba alto y sólo tomaba lo mejor. Lo que significaba en torneos, su parte de las
apuestas es mayor. Entre más campeones tenga en su ring, mayor será el precio de
sus ganancias. Así que aparte de mi cuota personal por mis peleas individuales;
también consigo un porcentaje por el equipo. Todos lo hacen. Quiero estar en el
equipo ganador, Lee. Ahí es donde haces todo el dinero. No en el pago inicial.
—Creo que lo entiendo ahora. —Cuanto más hablaba de ellos y más lo veía
luchar, finalmente entendía cómo funcionaba todo. Siempre y cuando pudiera
comprender lo de golpear a alguien por dinero.
—Escucha, nena, tengo que irme. Dalton quiere hablar conmigo primero.
Llámame cuando llegues a la ciudad y te diré dónde estoy. Quiero verte. Te he
echado de menos.
Eso puso una sonrisa en mis labios.
—También te he extrañado. Te veré en menos de dos horas.
La llamada terminó, dejándome con el silencio en el auto y el zumbido de los
neumáticos en el camino. Me tomé el tiempo para pensar en todo lo que mis
padres dijeron mientras los visitaba durante el fin de semana. Querían que me
mudara de nuevo a Tennessee. Siempre había sido el plan. Terminar la
universidad, obtener mi título y regresar a casa.
Pero no pude.
Incluso estar allí este fin de semana sacudió mi base hasta sus cimientos.
Smithville no era nada más que un recordatorio de las cosas que había perdido. A
pesar de que Elise ya no vivía en la casa de al lado, no lo había hecho en años, eso
no me impedía pensar en él. Había pasado cinco años preguntándome dónde fue,
qué estaba haciendo y por qué nunca volvió por mí. En lugar de irme justo
después de la escuela secundaria, había esperado durante todo el verano, con la
esperanza de que regresara. Había sido nuestro plan desde que éramos niños. Pero
él nunca apareció.
Me había tomado años para finalmente abrirme a alguien más. No era como
si me hubiera mantenido disponible para Killian todo ese tiempo. El dolor con el
que me dejó era tan grande, tan profundo, tan irreparable, que tardé tanto en
curarme como para seguir adelante. Supe que no iba a regresar< demonios, lo
supe antes de irme a Baltimore en primer lugar. Así que mis razones para
contenerme no tenían nada que ver con él y todo que ver conmigo.
Entonces un día, me tropecé con Josh. Literalmente. El semáforo se había
puesto verde y el auto delante de mí había empezado a moverse. Bajé la mirada
por una fracción de segundo para cambiar la estación de radio y cuando alcé la
vista de nuevo, vi luces de freno. Más cerca de lo que estaban antes. Fue golpe en el
parachoques, pero me había sacudido. No pude detener los temblores que se
habían apoderado de mi cuerpo cuando salí del auto y encontré al conductor entre
su camioneta y mi capó. Ni siquiera lo había visto, no podía, mi atención pegada al
parachoques de plástico agrietado.
Su brazo se enrolló alrededor de mi hombro y caí contra su pecho duro como
un muro.
—Está bien. No te preocupes por mi auto. Se puede arreglar. ¿Cómo estás?
¿Estás herida? —Su voz tranquila cubrió los sonidos de la carretera que nos
rodeaba, amortiguándolos, y efectivamente me calmó en segundos—. Vamos, no
necesitas estar en medio del camino. Es muy peligroso. Entremos a ese
estacionamiento.
Había asentido y luego regresé a mi auto antes de seguirlo nerviosamente a
un edificio vacío al lado de la carretera. Fue cuando finalmente lo miré, lo observé
todo. Era hermoso de una manera tosca. Su cabello era corto, lo cual me recordó a
un hombre de negocios, aun así, nada más en él lo parecía. Las mangas de su
camiseta habían sido cortadas y sus pantalones cortos de entrenamiento colgaban
debajo de sus rodillas. Tenía un moretón desvaneciéndose al lado de un ojo y una
cicatriz dentada a lo largo del puente de su nariz que no había sanado a ras con su
piel.
Hermoso y tosco.
Los pensamientos de ese día y los que siguieron me mantuvieron ocupada en
mi camino de regreso. Realmente, Josh fue la única razón por la que no me había
mudado a casa después de graduarme hace un mes. No éramos lo suficientemente
serios para que permaneciera en Baltimore permanentemente, pero éramos todavía
demasiado nuevos para que me mudara a ocho horas de distancia. El nuevo plan
era darle unos meses más para ver qué clase de futuro podríamos tener antes de
tomar la decisión final. Mientras tanto, me quedaría en mi pequeño apartamento y
mantendría mi trabajo en la casa de los niños.
Cuando llegué, presioné su nombre en mi teléfono y escuché mientras sonaba
a través del auto. Cuando el tercer timbre llegó, pensé que estaba ocupado y no
contestaría. Entonces alguien contestó. No Josh, sin embargo.
—¿Lee? ¿Dónde estás? —Sólo había dos personas que me decían así: Josh y
Dalton. Sabía quién era por la voz áspera de fumador.
—Acabo de llegar a la ciudad. ¿Dónde está Josh? ¿Está todo bien?
—Él no saldrá de la habitación trasera. Lleva allí diez minutos. Ya rompió
una mesa y perforó un huevo en la puerta.
—Eso no suena bien. ¿Qué pasó?
—Happy pasó.
Esperé por más, pero no me dio nada.
—Ni siquiera sé lo que eso significa.
—El chico con quien luchó esta noche, su nombre es Happy. Josh no estaba
preparado para él. Demonios, yo no estaba preparado para él. Está jodidamente
enfermo< como de la cabeza. Parecía que estaba listo para derribar a Josh y
dejarlo muerto. En cuanto al tamaño, estaban igualado, pero< maldita sea, Lee, no
lo sé. No sé dónde salió mal. Josh no tuvo ninguna oportunidad.
—¿Está lastimado?
—Sí, está bastante golpeado. Pero más que eso, está enojado. Ha perdido sólo
una vez en los dos años que ha estado haciendo esto y eso fue al principio. Por
supuesto, no cayó sin dar pelea, pero no fue bonito. No creo que este niño Happy
haya sangrado en absoluto. ¿Cuánto falta para que llegues?
—Diez minutos, a lo sumo. Voy en camino. Dile que ya voy.
—Lo haré. —Entonces la línea se cortó.
Pasé el límite de velocidad, manteniendo mis ojos alertas por policías
mientras mi mente se retorcía con pensamientos de Josh herido. Aparte de las
prácticas y el entrenamiento, él sólo había estado en seis peleas desde que
empezamos a salir, bueno, desde que me había dicho lo que hacía para ganarse la
vida Lo había visto cortado, sangrando y con moretones unos cuantas veces, pero
nunca lo había visto herido.
No tenía ni idea a lo que estaba a punto de entrar.
Abrí la puerta muy pintada de un gimnasio oscuro y tranquilo. Podía ver el
ring de boxeo debajo de los focos, pero aparte de eso, todo parecía vacío. La
habitación trasera en la que Josh se había metido se encontraba en el otro extremo
y tenía mis ojos en el pasillo mientras caminaba a través del espacio vacío.
Cuando me acerqué más al ring, más hacia la luz, alguien se levantó de los
asientos, más como gradas. El hombre grande, alto y ancho, con músculos
retorcidos con más músculos escapando de las mangas cortadas de su camisa,
llamó mi atención cuando eché un vistazo. Su pecho era ancho, la camisa apretada,
destacando cada línea de su cuerpo. Mi paso se ralentizó y él se quedó
completamente quieto, lo que me dio la oportunidad de verlo completamente
Con él de pie en las sombras, no podía descifrar el color de su cabello, pero
podía decir que estaba tirado hacia atrás en un moño descuidado y su rostro estaba
surcado con el pelo del mismo tono. Sus cejas estaban tan juntas que apenas podía
ver sus ojos. Se entrecerraron mientras me miraba fijamente. Nunca lo había visto
antes, pero con el odio puro incrustado en cada uno de sus rasgos, supuse que
tenía que ser Happy.
Me di la vuelta y aceleré mi paso hacia el pasillo. No quería estar a solas con
él. No se parecía a alguien con quien quisieras tener una conversación. Cuando
llegué a la puerta de la habitación trasera, miré por encima de mi hombro una
última vez. Aparte de su cabeza, ahora volteada hacia mí, no se había movido ni
un centímetro.
Envolví mi mano alrededor de la manija de la puerta y la giré un cuarto, pero
luego me detuve. Mi vista permanecía fija en el hombre enojado en las sombras y
mi corazón prácticamente se detuvo. El miedo que había acelerado mi ansiedad se
evaporó y la parte posterior de mis ojos ardían con la incontrolable necesidad de
llorar.
No podía ser.
Era imposible.
Su cabeza se inclinó ligeramente hacia un lado.
Y lo supe.
Mi agarre en la manija se aflojó y mis rodillas se debilitaron. Incliné mi
cuerpo hacia él, pero antes de que pudiera moverme, la puerta se abrió, captando
mi atención. Con los ojos muy abiertos, me quedé mirando la abertura,
encontrando a Dalton de pie frente a mí.
—Él te necesita —dijo y di un paso atrás.
Miré detrás de mí a las gradas de nuevo, pero estaban vacías. Él no estaba
allí. Tuvo que haber sido mi imaginación. Recorrí el espacio abierto, pero no
encontré a nadie. Finalmente, Dalton se aclaró la garganta y llamó mi atención de
nuevo.
Detrás de él, en la mesa acolchada forrada de papel, normalmente limpia,
pero ahora cubierta de sangre, estaba Josh. Mis pies me llevaron hasta él, aunque
mi corazón se quedó en el pasillo. Se quedó con el hombre silencioso en las
sombras. El hombre que no pudo haber estado allí. No debió haber estado allí.
—Oh, Dios mío —dije con un jadeo mientras cubría mi boca abierta con mis
dedos—. ¿Estás bien? ¿Qué sucedió?
Josh agarró mis caderas y me arrastró más cerca de su cuerpo maltratado. Su
frente cayó sobre mi pecho, no le importó que mi camisa fuera manchada con su
sangre.
—Sólo hazme sentir mejor. Cálmame, Lee.
Parecía roto y débil, pero su tono era áspero y enojado. Su agarre sobre mí se
hizo más apretado cuanto más tiempo estuve entre sus piernas, casi hasta el punto
de causarme dolor. En un esfuerzo por calmarlo, pase los dedos por su cabello
húmedo y esperé a que levantara la cabeza.
A pesar de los cortes remendados, sangre seca y fresca y la decoloración que
sabía sería moretones en la mañana, sus ojos brillaban como un cielo de mediodía,
como las aguas profundas en el Caribe. Era lo suficientemente impresionantes
como para perderme en ellos, para olvidar todo sobre el fantasma en el gimnasio.
—Estoy aquí, Josh.
M
e senté fuera por casi una hora, vigilando, esperando.
El tiempo se detuvo. No significaba nada. Los números del reloj
cambiaron, se transformaron en el siguiente, pero no era nada
más que un dígito para mí. De alguna manera había retrocedido en el tiempo
mientras vagaba lentamente por el espacio vacío. La reconocí al segundo que había
entrado, incluso sin iluminación adecuada, incluso con los cambios en su
apariencia.
No importaba cuánto tiempo había pasado, la conocía.
Mi corazón la conocía.
Podría haber sido sordo, mudo y ciego, y aun así la habría reconocido.
Finalmente, la agonizante espera llegó a su fin. La puerta se abrió y ella salió.
Parecía estar enojada. Tenía la cabeza baja y, por lo que pude ver, se limpió la
mejilla con el dorso de su mano. El pensamiento de ella en lágrimas me volvió
asesino. Había vuelto a la habitación para verlo. Y ahora... estaba llorando.
Quise patear su trasero de nuevo.
Hacerlo sangrar más.
Y no parar cuando me dijeran que lo hiciera.
Verla caminar por el gimnasio me jodió la cabeza. No esperaba que estuviera
allí. No debería haber estado allí. Por un momento, no creí que me hubiera
reconocido. Pero luego se dio la vuelta, e incluso desde el otro lado de la
habitación, pude ver el reconocimiento en sus ojos. Puesto en sus hombros, su
boca... esos labios. Lo supo.
Pero el gimnasio no era un lugar para volver a conectar.
Así que esperé a que se fuera. Para seguirla.
Quizás no era el momento oportuno, el lugar correcto, bajo las circunstancias
adecuadas, pero no me importaba. Puede que haya mantenido mi distancia, pero
no fue por elección. Me había alejado por determinación. Odio. La necesidad de
encontrar mi paz. Tuve que luchar contra el pensamiento de regresar todos los días
desde que huí. No pasó un día sin que la recordase. Pensé en ella con cada
respiración que tomé, cada sueño en el que me había despertado en una piscina de
mi propio sudor. Cada onza de semen sacado de mi polla se hizo con ella en mi
cerebro.
Ella.
Siempre había sido ella.
Me quedé a una distancia segura detrás de su auto mientras ella, sin saberlo,
me llevó a su casa. No tenía ni idea en qué me estaba metiendo, pero no me
importaba. No podía darle exactamente la espalda después de verla por primera
vez en cinco años. Era antes de lo previsto, y el hecho que me viera en el gimnasio
jodió todo. Pero de nuevo, me faltaba la capacidad de ignorarla.
Me había alejado una vez antes.
Nunca sería capaz de hacerlo de nuevo.
Cuando se estacionó en el lateral de una calle de un solo sentido, encontré un
espacio a varios autos de distancia y esperé. Vi en qué edificio entró, pero todavía
no podía tranquilizarme. Necesitaba un minuto extra. Necesitaba averiguar cómo
acércame a ella. Un minuto se había convertido en quince, y antes de que lo
supiera, estaba prácticamente golpeando su puerta. Lo que me proponía que fuera
un golpe normal se convirtió en un impaciente y atronador aporreo con mi puño.
Se abrió lentamente, y como si el tiempo se detuviera, allí se hallaba ella.
Rylee Anderson.
Sus ojos marrones; más oscuros de lo que recordaba; estaban como platos, su
boca abierta. El cabello le caía sobre los hombros, sedoso y brillante. Lacio.
Ninguno de los rizos que había pasado años retorciendo alrededor de mi dedo. Su
camiseta blanca, sin mangas abrazaba su cuerpo y más que aludiendo el hecho de
que no llevaba sujetador. Los pezones redondeados y respingones se erguían bajo
el tejido de canalé que cubría su agitado pecho. Los pantalones de algodón negro
se adaptan a sus nuevas curvas como un guante, y no quería nada más que verla
sin nada.
Desnuda.
Tendida debajo de mí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Sus palabras entrecortadas atrajeron mi
atención de sus caderas a su rostro. El mismo rostro que había dibujado mil veces
desde que la dejé hace tantos años. Excepto que, ninguna de mis representaciones
de ella coincidía con la belleza que estaba delante de mí ahora.
El tiempo había sido bueno con ella, y me pregunté por qué me había
abstenido de buscarla. Había subido por lo menos siete kilos. Siempre pensé que
era perfecta, hermosa. Sin defectos. Pero al verla ahora, haría falta nada menos que
una marea invencible para alejarme de ella.
Traspasé el umbral y agarré sus mejillas, presionando mi cuerpo al ras con el
suyo. Tenía tanto que decir, mucho que decirle, pero era demasiado pronto para
eso. No tenía nada preparado aparte de lo que sabía que diría cuando finalmente
apareciera otra vez. Sin embargo, no podía repetir nada de eso. No había
anticipado cuánto me aturdiría; me reduciría al silencio; volver a verla.
—¿De verdad eres tú? —Sus palabras estaban llenas de lágrimas, las mismas
haciendo surcos en su cara.
Me incliné y soplé su nombre a través de sus labios.
—Rylee...
Debe de haber sido suficiente para que recuperara sus sentidos. Empujó mi
pecho, añadiendo espacio entre nuestros cuerpos, y luego giró la cabeza fuera de
mi agarre. La igualé paso por paso; dio otro hacia atrás y me adelanté.
—¡No! —Su voz se profundizó, severa e implacable—. No puedes
simplemente regresar después de cinco años. No puedes aparecer en mi casa y
esperar que caiga en tus brazos como si nunca te hubieras ido. Ahora no. No
después de todo lo que me has hecho pasar.
Se apartó de mí, mantuvo la puerta abierta, y señaló hacia fuera en una orden
silenciosa de que me fuera. Lo que no sabía, es que eso no iba a pasar. No estaba
dispuesto a alejarme. No pude más de una hora cuando la vi en el gimnasio. No
pude más de quince minutos mientras estaba sentado en mi coche. Y no podía
ahora que la había tocado, olido, oído.
La agarré del brazo con una mano, la aparté y cerré la puerta. Tan pronto
como la cerradura hizo clic en su sitio, me moví en su espacio hasta que su espalda
estuvo contra la puerta y mi pecho estaba a ras del suyo. Enrollé un mechón de su
cabello en mi dedo antes de fijar mi atención en las llameantes motas doradas en
sus ojos.
—No voy a ninguna parte.
Todo su cuerpo se estremeció contra el mío, y eso me obligó a apartarme uno
o dos centímetros, lo suficiente para evaluarla. No tenía idea de por qué reaccionó
a mí de esta manera. Como si la hubiera asustado. Nunca lo había hecho antes. Las
únicas veces que la había visto temblar eran después de que hubiera logrado
llevarla al clímax. Nunca por miedo. Pero por la mirada en sus ojos, podía decir
que esto era diferente.
—No puedo hacer esto contigo —susurró.
Mi corazón se partió, liberando las emociones que había encerrado durante
tanto tiempo.
—¿Por qué no?
—Ya te dije. Demasiado tiempo ha pasado, han ocurrido demasiadas cosas
entre nosotros. Me lastimaste demasiado. No hay vuelta atrás. —Su rostro se
arrugó con un silencioso sollozo y su cabeza colgó un poco hacia adelante—. Tal
vez si hubieses vuelto hace un año... hace dos o tres años. Pero no lo hiciste. Ya es
demasiado tarde.
Levanté su barbilla y sequé una lágrima con el pulgar.
Su cuerpo se puso rígido.
—Siempre dijiste que querías robar la luna del cielo para congelar el tiempo,
entonces solo seriamos tú y yo. Dijiste que no querías que llegara el día siguiente.
Bueno... felicitaciones, Killian. Robaste la luna. Te la llevaste contigo y me dejaste
con solo días interminables sin ti. El tiempo se detuvo, como querías. Excepto que,
en vez de atraparnos juntos, me dejaste sola.
—Quería volver por ti.
—Entonces, ¿por qué no lo hiciste? —La desesperación araño sus palabras.
—No pude...
Me dio un golpe en el pecho. Una vez, dos veces. Tres veces.
—¡Eso no me basta!
—Eso es todo lo que puedo darte ahora mismo.
—¡Entonces vete! ¡Y no vuelvas!
Le agarré las muñecas para evitar que me golpeara de nuevo, y luego la
empujé contra la puerta una vez más.
—Eso no va a pasar, y lo sabes. Apenas sobreviví cuando te dejé. No puedo
hacerlo otra vez.
Su mirada cayó a mi pecho y se burló.
—¿Apenas sobreviviste? Parece que no has sufrido un segundo. ¿Es esto lo
que hiciste en tu ausencia? —Retorció sus brazos fuera de mi agarre y agitó las
manos sobre mi pecho—. ¿Qué hiciste? ¿Pasar cada día entrenando? ¿Adquiriendo
músculos? ¿Peleando?
Sus palabras me abofetearon, trayéndome de vuelta al presente.
—¿Por qué estabas en el gimnasio esta noche? ¿Por qué estabas con él?
Parpadeó rápidamente hacia mí mientras forzaba el aire dentro y fuera de sus
pulmones a un ritmo acelerado.
—¿Por qué? —Mi súplica sonó como si estuviera ahogado.
En lugar de contestarme, sacudió la cabeza e intentó apartar la mirada. Su
evasión dio a luz a mi frustración hasta que el calor desenfrenado lamió mi piel, mi
rostro en llamas con el temperamento que había liberado de su jaula hace cinco
años.
—¿Por qué, Rylee? ¡Dime! —Mi paciencia había empezado a agotarse. No
quería gritarle, asustarla aún más de lo que ya había hecho. Pero necesitaba
respuestas. Necesitaba oírla decírmelo. Porque no podía creerlo sin su
confirmación.
Me negaba a creerlo.
—Eso no es asunto tuyo, Killian. Me dejaste... por si te has olvidado.
—Te dije que me iba. Te pedí que vinieras conmigo. Te rogué Fue tu decisión
quedarte. No actúes como si hubiera desaparecido sin decirte nada.
Se burló y puso los ojos en blanco, el miedo en ella, pareciendo disiparse un
poco.
—Eres un idiota —susurró, casi para sí misma. Antes de que tuviera la
oportunidad de pedirle que lo repitiera, me empujó de nuevo—. Me dejaste de pie
en mi patio trasero, sola, con tu semen goteando por mi pierna. Tú me dejaste allí
para lidiar con las consecuencias por mi cuenta. —Su voz se elevó con cada palabra
que gritó.
—¡Me dijiste que me fuera! —Golpeé mis manos contra la puerta a cada lado
de su cabeza, inclinándome en su espacio—. ¡Me empujaste y me dijiste que me
fuera!
—¡Te estaba protegiendo! —Un torrente de lágrimas cayó por su rostro y me
inundó con un dolor insoportable. Arrepentimiento. Su ira no era más que una
fachada para su dolor—. ¿Quién estaba allí para protegerme, Killian? ¿Eh? Nadie.
Tuve que lidiar con todo sola. Mi papá me encontró afuera a las once de la noche,
mi ropa interior en el suelo, medio desnuda. ¿Dónde estabas cuándo me
interrogaron? ¿Cuando me miraron con bastante decepción y disgusto para
sofocarme? ¿Dónde estabas al día siguiente cuándo mi mamá me llevó a tomar la
píldora del día después porque te corriste dentro de mí? ¿O todos los días que
siguieron cuándo mi corazón se rompió más y más? ¿Dónde estabas? —Enfatizó la
última pregunta con su puño contra mi pecho.
—Lo siento<
—No lo hagas. —Rylee me apuntó con un dedo manicurado en el rostro—.
No te atrevas a pedirme disculpas como si una sola palabra pudiera compensar los
años que tuve que enfrentar sin ti. Finalmente, llegué a un punto en el que no me
moría, donde ya no sentía como si me estuviera ahogando en el dolor de tu
ausencia. Y aquí estás, trayendo todo de nuevo. Trayendo todo el dolor a mi
puerta. Bueno, no más, Killian. No dejaré que me destruyas otra vez.
Quería contarle todo, sacarlo para que supiera por qué me fui. Por qué no
podía volver. Por qué tuve que irme entonces en vez de esperar un año. Pero no
salió nada. Todo lo que se me vino a la cabeza serían excusas, cosas que nunca
entendería. Razones que ella no aceptaría. Así que, en vez de gastar saliva,
retrocedí.
Le di unos tres metros de espacio.
Pero hasta que contestara a mi pregunta, eso era todo lo que le daría.
—¿Por qué estabas allí esta noche? —mascullé a través de dientes apretados.
—No lo sé, Killian... ¿Por qué estabas tú ahí?
—Sólo responde a mi maldita pregunta. —Había pasado cinco años sin su
suavidad. Cinco años sin su capacidad para calmar mi alma, aliviar mi dolor,
agotar mi ira. Una gran cantidad de rabia se puede construir en ese periodo de
tiempo, y toda parecía estar saliendo de mí ahora mismo.
—No voy a contestar a nada. —Abrió de nuevo la puerta y se paró a un
lado—. Necesitas irte. Mis vecinos pronto estarán en el pasillo, y algo me dice que
no apreciarías que apareciera la policía.
Su actitud tranquila me puso al borde. Di un paso hacia ella, pero me detuve.
—Sólo contéstame, por favor. Y luego te dejaré en paz.
Su mirada cayó por un segundo antes de encontrar la mía de nuevo. Algo
destelló en sus orbes dorados, pero fue tan rápido, tan breve que casi se me escapa.
No pude distinguir lo que era. Sea cual sea la emoción que vi anudó mi estómago y
casi me dejó sin respiración.
Se aclaró la garganta y enderezó su postura.
—Estaba allí por Josh.
Di un paso más. Los pies me pesaban, tan pesados como mi mente y mi
corazón, pero seguí adelante hasta cerrar más espacio entre nosotros.
—¿Por qué?
—Me necesitaba después de la pelea. —Miró mis manos, probablemente
notando los pequeños cortes y rastros de sangre seca en mis nudillos—. ¿Supongo
que es seguro asumir que eres4 Happy?
—¿Estoy feliz? No. De ninguna manera, Rylee. De hecho, estoy furioso.
—No. Me refiero al luchador. Happy.
Otro pasó y ahora estábamos a menos de un paso de distancia. Bajé la voz,
consciente de que la puerta de la calle seguía abierta de par en par y, en cualquier
momento, alguien podría haber caminado por el pasillo. Alguien podría haberme
oído.
—¿Por qué estabas allí por él? ¿Por qué te necesitaba?
—Quizá porque le diste una paliza.
Cerré los ojos y sacudí la cabeza. Ella sabía el significado de mi pregunta, y
cuanto más tenía que preguntar, más enojado me ponía.
—Deja de jugar. Deja de hablar en círculos y responde a mi puta pregunta.
¿Por qué? ¿Te? ¿Necesitaba?
El sonido musical de un móvil sonó desde el otro lado de la habitación,
atrayendo su atención. La agarré por la barbilla y la obligué a mirarme en vez del
ruido ofensivo. Una vez más, no habló. Cuando la canción terminó, esperaba que
me diera una respuesta. En su lugar, la música empezó de nuevo, apenas haciendo
una pausa antes de acabar y empezar. Miró hacia un lado y luego hacia mí.
—Es él. Si no contesto, vendrá. No creo que quieras que eso suceda.
—Entonces contéstame.
—¿Quieres oírme decirlo? Bien. Porque estamos juntos. Él es mi novio.
Estamos saliendo. Josh y yo. —Cada frase, cada aclaración, era como otro golpe en
el pecho con un puño de acero.
—No puedes estar con él, Rylee.
—¿Por qué no?
Apreté los dientes con la fuerza suficiente que me causó dolor en la
mandíbula. La respuesta estuvo en la punta de mi lengua, pero tuve que
tragármela de nuevo. En cambio, escogí una respuesta que ella entendería mejor.
—Porque eres mía.
4
Eres: You’re en ingles original, puede significar, eres o est{s. Happy, feliz.
M
ía. Eso es todo lo que escuché. Se repetía en mi mente una y
otra vez. Había mostrados los dientes y mascullado con una
voz tan profunda y ronca que sonaba como si estuviera
gargareado con fragmentos de vidrio roto. Sus ojos habían atrapado los míos.
Y luego se fue.
Me dejó allí de pie, en la puerta abierta y vacía. Un escalofrió me envolvió,
pero no sabía de dónde venía, aparte de su ausencia. Mi teléfono siguió sonando, y
finalmente rompió el hechizo bajo el que había estado desde que Killian proclamó
su posesión sobre mí y salió corriendo.
Cerré la puerta, atravesé la habitación y cogí mi teléfono, ya conocía a la
persona que llamaba.
—¿Hola? —Traté de quitar la emoción de mi voz, aunque todavía salió
temblorosa y sin aliento.
—¿Dónde estabas? He llamado cuatro veces.
—Lo sé. Lo siento. Me estaba cambiando y lavándome la cara.
El suspiro de Josh se deslizó a través del auricular, y ojalá pudiera haber
dicho que me calmó. No lo hizo.
—Estaba a punto de ir allá. Me preocupaba que te hubiera pasado algo. Te
marchaste con tanta prisa...
Él sabía por qué salí corriendo del gimnasio tan rápido.
Pensar en cómo me había tratado; con Dalton en la habitación; hizo que mi
estómago se revolviera y empujara la bilis por mi garganta. Había dicho que me
necesitaba, así que estuve allí. No tenía ni idea de que su manera de necesitarme
era forzando mi mano en sus pantalones para acariciar su pene flácido.
—Escucha, Lee... lo siento mucho por lo de antes. No lo dije en serio. Estaba
terriblemente jodido. Sé que no es una excusa, y no estoy queriendo que sea así.
Sólo quiero que entiendas que no es quien soy. No es lo que hago. Sólo estaba
enfadado y perdí la cabeza por un minuto.
—Está bien. —Eso fue una mentira, porque no estaba bien. Nada de eso
estaba bien. Pero desde que Killian apareció en mi puerta, llenó mi apartamento
con su presencia, me reclamó y luego se alejó, no pude pensar demasiado en lo que
Josh había hecho en el gimnasio—. No lo hagas de nuevo. Por favor. Me hizo sentir
muy incómoda, especialmente con Dalton de pie justo allí. No soy esa clase de
chica.
—Sé que no lo eres. Por eso eres especial. Y confía en mí, eso no volverá a
suceder. No perderé otra vez. Cualquiera que tome esteroides que sea ese hijo de
puta mejor que esté preparado para perder un luchador y un montón de dinero
porque la próxima vez, lo dejaré seis metros bajo tierra.
—¿Dalton no lo quería? —Contuve mi respiración hasta que él respondió,
preocupado por lo que sucedería si él y Killian estuvieran en el mismo equipo.
También me preocupaba lo que pasaría si terminaban en el ring juntos de nuevo.
—No se supone que me diga nada, pero dijo que el precio era demasiado alto
para él. Nadie ha hecho una oferta tan alta en nadie antes. Dalton rechazó el
negocio porque era más de lo que estaba dispuesto a pagar.
—Si es un buen luchador, ¿por qué es demasiado para pagar?
—Todo se reduce a la cantidad de victorias que tendrás que conseguir para
pagarla. Dalton nunca ofrece más de lo que él llama un reembolso de cinco
victorias. Y con el gran torneo acercándose, no quiere correr el riesgo de no tener
tiempo suficiente para entrenarlo correctamente.
—Oh. Eso tiene sentido.
Suspiró de nuevo, seguido por un breve y contenido gruñido.
—No quiero hablar del ring más esta noche. Te he echado de menos. Tuve
que pasar cuatro días sin ti, y luego volviste para que me comportara como un
jodido idiota. Dime algo bueno. ¿Cómo estuvo la visita con tus padres?
Me encogí de hombros, aunque sabía que no podía verme.
—Estuvo bien. Pasaron la mayor parte del tiempo tratando de hacerme
regresar a casa.
La risa llenó su voz cuando dijo:
—Espero que les dijeras que se fueran a la mierda.
—No, Josh. No les dije eso.
—No vas a regresar, ¿verdad? —Era una pregunta, pero la forma en que lo
dijo sonó más como una amenaza. Josh no era abusivo conmigo, nunca me había
pegado. Pero la forma en que sonaba en aquel momento, junto con sus acciones en
la habitación de atrás, me dejó inquieta.
—No lo sé.
El silencio me encontró, seguido por un ruido sordo en el otro extremo,
probablemente él golpeando algo.
—¿No lo sabes? ¿Estás pensando seriamente en dejarme?
—Josh, ¿podemos por favor no hacer esto ahora?
—No. Lo estamos haciendo ahora mismo. Necesito oírlo de ti.
—Dije que no lo sé. Es decir, no sé si me quedo o me voy. A decir verdad, tú
eres la única razón por la que todavía estoy aquí, y nuestra relación es todavía
nueva. Quiero ver dónde van las cosas, ver cómo trabajamos antes de tomar una
decisión.
Su respiración laboriosa se calmó un poco, lo que significó que lo que dije le
ofrecía alguna especie de paz.
—¿Qué debo hacer para demostrarlo? Tú eres para mí, Lee. Lo supe en el
momento en que te estrellaste contra mí. La primera vez que te miré a los ojos, besé
tus labios... lo supe. Así que dime, ¿qué tengo que hacer para que sepas que soy
yo?
—No deberías convencerme, Josh. No es así como funciona esto.
—Es él, ¿no? ¿El chico que te rompió el corazón?
Todo el aire de mi apartamento desapareció y las paredes empezaron a
cerrarse. Las luces se apagaron, o tal vez esa era mi visión que se oscurecía.
—¿Q-qué?
—La razón por la que tienes miedo de seguir adelante conmigo. Es él, ¿no?
Escucha, nena, no voy a huir. No voy a dejarte sin una explicación. No, no te voy a
dejar. ¿Cuándo vas a confiar en mí? ¿Qué más tengo que hacer para demostrarlo?
Él estaba en lo correcto. Había sido bueno conmigo, paciente y atento.
—No tienes que hacer nada, Josh. Sólo necesito un poco más de tiempo antes
de tomar una decisión tan drástica.
—¿Drástica? Ya vives aquí.
—El plan siempre ha sido obtener mi título y luego regresar a Tennessee. Así
que sí, quedarme aquí sería un movimiento drástico para mí. —Enterré mi pulgar
en mi sien y cerré los ojos—. ¿Podemos por favor no discutir sobre esto? He tenido
un largo día y mi cabeza está empezando a doler.
—¿Puedo ir? —Su tono había caído unas cuantas octavas, sonando más
profundo de lo normal—. O puedes venir aquí. No me importa. Sólo quiero verte,
abrazarte, tocarte, besarte. Me he pasado cuatro días sin ti y lo eché a perder antes.
Quiero compensar eso.
—Estoy realmente cansada. Tal vez mañana por la noche. Honestamente,
Josh, sólo quiero subirme a la cama y dormir. Incluso podría hacerlo sin la
televisión esta noche. Eso debería decirte lo cansada que estoy —le dije con una
sonora risa. Siempre me burlaba de quedarme dormida con la televisión
encendida.
Había crujido en el otro extremo de la línea, grifos y movimientos como si
estuviera haciendo algo en su teléfono.
—Mierda—siseó—. Cal eligió al hijo de puta.
—¿Qué?
—Dalton acaba de enviarme un mensaje contándome que ese Happy hijo de
perra está en el equipo de Cal.
—Biieen...—Alargué la palabra, dejando que mi confusión fuera conocida en
una sílaba alargada—. No tengo ni idea de lo que eso significa. ¿Es malo? ¿Y quién
es Cal?
—Cal es el dueño del ring en el que Dalton solía luchar antes de que se fuera
y empezara el suyo propio. Hay riñas entre ellos. Desde que Dalton se fue, Cal ha
estado tratando de encontrar a alguien que pueda derribar a los tipos en el círculo
de Dalton. Nadie ha podido sacarme, así que apuesto que está babeando sobre este
nuevo hijo de puta.
—¿De dónde vino él? Este tipo Happy, quiero decir. ¿Lo has visto antes?
¿Alguien ha oído hablar de él? —No podía permitir que Josh supiera que yo era
consciente de quién era Happy. No podía decirle que era Killian. Sólo terminaría
horriblemente.
—Nadie sabe. Sólo apareció de la nada. Pero no me sorprendería que viniera
de otro ring. No es que esto esté organizado a nivel nacional. Hay rings en todo
Estados Unidos, y ninguna lista para cada peleador. Sólo sabemos de los que
luchan localmente. Si vino de otro estado, realmente no hay forma de saberlo. Yo
estaría dispuesto a apostar que fue expulsado de otro equipo y se mudó aquí para
reagruparse.
—¿Por qué habría sido expulsado? No sabía que eso fuera posible.
—Si no sigues las reglas, no te mantendrán. Así de grande es la
responsabilidad.
—¿Cómo qué tipo de reglas? —Sabía que Josh pensaría que simplemente
estaba interesada en lo que hacía para ganarse la vida, cuando en realidad, mi
curiosidad se despertó a causa de Killian, preguntándome de dónde había venido
y donde podría haber estado en los últimos cinco años.
—Es pelea sin guantes, nena. Hay muchas reglas. Las cosas se ponen mal
cuando alguien muere, por lo que hacen todo lo posible para asegurarse de que no
suceda.
—¿Ha ocurrido alguna vez antes?
—Estoy seguro de que sí, pero no por aquí. Por lo menos, no desde que he
estado en el ring. —O se tomó un descanso de explicar, o me había distraído,
pensando en la gente que es matada mientras luchaba, y todo podría haber sido
legal posiblemente. Pero luego volvió a hablar y me llamó la atención—. No te
preocupes, Lee. Nada me va a pasar. Fui a la pelea esta noche un poco arrogante y
sin preparación. Eso no volverá a suceder.
—¿Volverás a pelear con él?
—Más que probable. Si llega al torneo, es muy probable que lo vea en el ring.
Espero que sea para el campeonato, también. Me encantaría otra oportunidad para
hacer que se rinda como la niñita que es.
Bostecé, más exagerado de lo necesario, pero estaba lista para colgar el
teléfono.
—¿Oye, Josh? ¿Podemos hablar mañana? Estoy tan cansada después de mi
viaje, y lo único que quiero hacer es subirme a la cama y desmayarme.
—¿Por qué no te metes debajo de las sábanas y me dejas oírte venir con tus
dedos?
Normalmente, eso me habría excitado, pero no esta noche. No después de ver
a Killian. Estaba agitada, mis nervios fritos y en el borde. Tocarme solo me habría
dejado más confundida que antes, sabiendo que el hombre en el que estaría
pensando mientras lo hacía no sería el mismo con el que estaba al teléfono.
—Lo siento, pero no esta noche. Apenas puedo mantener los ojos abiertos en
el momento.
—No tienes que mantener los ojos abiertos mientras lo haces.
Su insistencia añadió combustible a mi irritación, y estaba dispuesta a colgar
el teléfono.
—Josh... —dije con un suspiro, dándole una idea de mi exasperación.
—Lo sé. Lo sé. Lamento haberlo mencionado. Buenas noches, Lee. Hablamos
mañana.
Él colgó, haciendo su agravación aparente.
Me metí en la cama, pero en lugar de caer dormida como le había dicho a
Josh, pasé horas dando vueltas y girando con un hombre en el cerebro. Killian
Foster. Era difícil imaginarlo, mi mente iba y venía entre el muchacho que había
sostenido mi corazón y el hombre que lo había roto.
Siempre había sido atractivo, pero ahora lo era... más. Mucho más. Sexy.
Tosco. Enojado. Todo lo que el chico de mis sueños no era. Cuando era más joven,
tenía momentos en que estaba molesto o enojado con algo, pero nunca duró mucho
a mi alrededor. Lo calmaba. Sin embargo, esta noche, cuando estaba frente a mí, no
parecía que todavía tuviera ese poder. Estaba enfurecido y no había nada que
pudiera hacer para calmarlo. Tampoco me ayudó que también estuviera más
enojada que el infierno.
Eventualmente, me quedé dormida ante los pensamientos de un Killian más
grande y fuerte, haciéndome a mí; a mi cuerpo, lo que su yo más joven solía
hacerle.
Rylee durmió en mis brazos toda la noche. Era extraño estar en su cama, en la
casa de sus padres y despertarme con el sol. Tuve que recordar constantemente
que estaba bien, no tendría que salir por la ventana esta vez. Ryan y Holly habían
hablado de ello, y nos ofrecieron que nos alojáramos allí en vez de un hotel. Su
decisión probablemente tenía más que ver con que nos casáramos tan pronto, y
menos que ver con la hospitalidad, pero no iba a discutir.
A partir de ahora hasta que la casa estuviera en condiciones habitables, nos
quedaríamos en su casa. Dormiríamos en su viejo dormitorio, en su vieja cama, y
nos bañaríamos en su viejo cuarto de baño, juntos, después de que Ryan y Holly
salieran de la casa o se fueran a dormir.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó Rylee cuando estacioné delante de la
joyería. Me aseguré de llegar allí tan pronto como abrieron, lo que significaba que
nos despertamos temprano. No quería perder otro segundo, aunque tampoco
quería dejar la cama.
—¿No querías anillos? —Salí del Jeep y la esperé al frente.
—¿Vas a comprar mi anillo delante de mí?
Sonreí y le abrí la puerta para que entrara primero.
—No. Ya tengo el tuyo. Estamos aquí para que puedas escoger el mío. —Le
entregué mi tarjeta de crédito al vendedor que se acercó y dije—: Ella puede
escoger cualquier anillo que quiera.
Midieron mi dedo y luego le besé la frente antes de salir.
Menos de diez minutos después, Rylee entró en el Jeep con una sonrisa en su
rostro.
Esa sonrisa permaneció hasta que llegamos a la oficina del Secretario de
Tribunales.
—Oye —dijo y me agarró del brazo para evitar que saliera del auto—.
Averigüé algo ayer, y quería hablar contigo sobre eso. —Esperó a que asintiera,
dándole permiso para continuar antes de hablar de nuevo—. ¿Qué haces los lunes?
Me encogí de hombros y esperé que ella no notara cómo su pregunta me
preocupaba.
—Trabajo en la casa y voy al gimnasio. ¿Por qué?
—¿Por qué no me hablaste del trabajo que haces con los niños?
Tragué y me concentré en mis manos alrededor del volante.
—No lo hago para conseguir puntos extra, Rylee. —La miré sentada a mi
lado—. Lo hago porque necesitan ver a alguien que los entienda. No estoy allí
porque tenga que estar, o porque tengo un título universitario de lujo. Estoy allí
porque yo era ellos; yo soy ellos. Necesitan saber que la venganza no está bien. La
ira y el resentimiento sólo alimentan más ira y más resentimiento hasta que no
queda nada. Y necesitan oírlo de alguien que ha estado en sus zapatos.
—Me gustaría que me lo hubieras dicho.
—¿Por qué? ¿Qué diferencia habría hecho? No lo hice por ti o para ganarte de
regreso.
—Lo sé... pero es un útil recordatorio de por qué te amo. Había días que
necesitaba eso. Noches en que no podía dormir porque no sabía lo que traería el
día siguiente. Había empezado a creer que no eras la misma persona, así que el
saberlo me habría recordado quién eras. Quién eres.
—Me perdí un poco. Pero me encontraste. Siempre estuviste ahí delante de
mí todo el tiempo. Yo estaba demasiado cegado por la rabia. Demasiado atascado
en mi propia pesadilla para verte. Pero nunca dejaste de verme, y creo que eso me
ayudó a encontrar mi camino de regreso antes.
—Me alegro que lo hayas hecho.
—También me alegro de haberlo hecho.
M
is manos temblaron dentro de las grandes palmas de Killian.
Nos paramos en el juzgado, frente a un oficiante, uno frente
al otro. Listos para enfrentar el mundo juntos. Prometernos
amarnos por el resto de nuestras vidas. No debía haber habido nervios, pero
parecía estar llena de ellos.
Sin embargo, no nacieron del miedo.
Eran derivados de la emoción.
Después de todo este tiempo, todo por lo que habíamos pasado, no podía
creer que estábamos aquí juntos. Listos para dar el siguiente paso. Había orado,
esperado y soñado con este día por tanto tiempo. Aunque nunca esperé estar en un
juzgado. Siempre me había imaginado que estaría en una iglesia, de pie delante de
cientos de familiares y amigos con un vestido blanco con flores. Toda boda de
ensueño que cada niña planea desde el momento en que son jóvenes.
Pero aquí estaba.
Con una falda larga, top de maternidad blanco y un suéter.
Porque Killian no quería que cientos de personas me miraran cuando me
convirtiera en su esposa. Quería que fuéramos sólo nosotros dos. Nadie más.
Quería ser el único que me observara cuando me tomara como suya. Y cuando lo
tome como mío. Había estado de acuerdo porque... tenía sentido. Siempre fuimos
sólo nosotros, así que nuestro futuro debería haber comenzado de la misma
manera. Sin mencionar, me prometió que tendría mi boda si era realmente lo que
quería. Después de esta.
Killian llevaba unos jeans oscuros y una camisa abotonada. No parecía
nervioso en absoluto. De hecho, tenía un aire de confianza que se asentó y me
calmó. Después de que obtuvimos nuestra licencia de matrimonio, Killian condujo
tan rápido como legalmente podía, sosteniendo mi mano entre nosotros, y
ofreciendo miradas laterales todo el camino hasta el juzgado. Mis padres y Elise,
así como su marido, nos encontraron allí para servir como nuestros testigos. Killian
no quería a nadie allí, pero cedió cuando le informé que necesitábamos a alguien
que esté de nuestro lado.
—¿Tienen sus propios votos? —preguntó el hombre junto a nosotros.
Estaba lista para responder que no, pero Killian sonrió y dio una respuesta
diferente.
—Sí, he preparado algo que decir.
—¿En serio? ¿Cuándo hiciste eso? —pregunté en una voz susurrada.
Su sonrisa lo dijo todo.
—He sabido prácticamente toda mi vida lo que te diría el día en que te
convirtieras en mi esposa.
—Muy bien. Puede proceder. —El oficiante extendió su mano para instruir a
Killian a comenzar.
Con sus manos sosteniendo la mía y su mirada fija en mis ojos, comenzó el
discurso que había preparado hace mucho tiempo.
—Mi papá siempre me dijo que puedes salar la comida y ocultar el desorden
en un armario. Dijo que encontrar una mujer que pudiera cocinar y limpiar no era
importante. Necesitaba encontrar una mujer que me amara hasta el final de los
días, me apoyara como una roca, y me tratara con el respeto que merecía. Me dijo
que necesitaba una mujer que fuera mi mejor amiga, mi alma gemela, mi hombro
cuando lo necesitara. Mi mamá me dijo que tenía que ser un hombre. Un hombre a
quien una mujer así merecía, porque era algo más que encontrar el amor. Se
trataba de estar enamorado.
»Tú, Rylee, eres esa persona. Eres mi mejor amiga. Siempre lo has sido. Has
sido mi roca, mi hombro, y me has amado más de lo que nunca creí posible. Tú me
tomas como soy, pero no me dejas caminar por el camino equivocado. Me
mantienes bien. Porque eres mi bien. Eres todo lo bueno en mi vida.
Se lamió los labios y parpadeó cuando sus ojos comenzaron a empañarse.
—Así que ahora estoy aquí, prometo amarte a través de todas los mañanas.
Prometo que te amaré hasta que la luna pare de iluminar la noche, hasta que las
estrellas dejen de guiar el camino... mucho después de mi último aliento. Prometo
ser el hombre que mereces cada día de tu vida. Nunca dejaré de amarte, Rylee.
Nunca.
Cuando su pausa fue más larga que un simple descanso, el oficiante se volvió
a mí. Me aclaré la garganta y eché un vistazo alrededor de la sala. Pero Killian me
apretó la mano y me obligó a volver la mirada hacia él.
—No tengo nada preparado. No sabía que estábamos haciendo nuestros
propios votos.
—Está bien. Habla desde tu corazón. Eso es todo lo que hice.
Una calma se apoderó de mí cuando lo miré a los ojos. El color de los
pistachos. Y luego abrí la boca para dejar que todo lo que sentía saliera en palabras.
—Siempre he sabido que eras tú. Ni una sola vez, ni un solo día he dudado
de mi amor por ti o el tuyo por mí. Incluso en tu ausencia, mi amor nunca vaciló.
Nunca se debilitó o rompió. Fue la única cosa que me ayudó a superar cada día. Mi
corazón seguía golpeando mi pecho, y así es como sabía que todavía me amabas.
Así es como pude continuar, y esperar hasta el día en que volvimos el uno al otro.
»Siempre has hablado de la luna. Siempre ha sido lo tuyo. Solías decir que
querías robarla del cielo y congelar el tiempo. Pero creo que ese fue nuestro
pasado. Creo que nuestro futuro pertenece al sol. Para crecer, alimentarnos,
calentarnos. Merecemos florecer bajo los rayos, al aire libre, para que todos lo vean.
Ya no tenemos que escondernos en la noche, sino bailar en el día. Así que mientras
estoy aquí, prometo amarte hasta que el sol ya no se eleve por el este y se ponga
por el oeste. Prometo amarte hasta que deje de arder en el cielo. Hasta que no haya
más día ni noche. E incluso entonces... seguiré amándote.
Killian no esperó a que lo dijeran antes de besarme. Sujetó mi cara en sus
manos y juntó nuestros labios. Fue instintivo. Perfecto. Sus pensamientos,
sentimientos e impulsos envueltos todos en ese solo beso.
Cuando el oficiante se aclaró la garganta, finalmente nos separamos y nos
reímos con la emoción de adolescentes.
—¿Tú, Rylee, tomas a Killian para ser tu legitimo esposo? ¿Para mantener y
sostener en la enfermedad y la salud? ¿En la riqueza y en la pobreza hasta tu
último aliento?
Mi corazón golpeó contra mi esternón.
—Acepto.
Le preguntó a Killian la misma pregunta, a la que él respondió:
—Acepto.
—Y ahora para los anillos. —Esperó a que asintiéramos antes de continuar—.
Killian, por favor coloca el anillo en el dedo de Rylee y repite después de mí.
Killian sacó una sencilla banda de oro unida a un anillo con un solitario
diamante. Jadeé, nunca antes lo había visto, y me preguntaba cuándo habría
conseguido algo tan brillante, perfecto.
—Era de mi madre —respondió en voz baja—. Lo conseguí cuando cumplí
dieciocho años y desde entonces ha pertenecido a tu dedo.
Empujó los anillos sobre mi nudillo y repitió después del oficiante.
—Con este anillo, yo te desposo.
Y entonces fue mi turno.
Saqué la banda de titanio pulido de mi bolsillo y la deslicé sobre su dedo.
Sabía que le pertenecía en el momento en que lo vi. A lo largo de la circunferencia,
grabado en el metal, estaba un brote estelar, que representan los rayos del sol bajo
el cual creceríamos.
—Con este anillo, yo te desposo.
—Por los poderes que me ha conferido el estado de Tennessee, ahora los
declaro marido y mujer. Puedes besar a tu<
Killian no esperó hasta que las palabras fueron pronunciadas antes de meter
sus dedos en mi cabello y tirar de mi rostro al suyo. Tomó mi boca con fervor,
obviamente sin preocuparse por la gente de pie alrededor. Mis padres. Su tía. Los
demás que esperaban su turno. Nada de eso importaba. Era como si fuéramos los
dos únicos en la habitación.
En el juzgado.
En el mundo.
Solo nosotros.
Nadie más.
M
e senté en el borde de la cama con el cuaderno de bosquejos
en mi regazo, un lápiz de carbón en mi mano. La imagen gris
frente a mí no se comparaba con la realidad, pero tenía que
terminarlo. Tenía que marcar este momento, viendo a mi hijo dormir en los brazos
de su madre. Viendo a mi esposa sostener la mejor parte de mí.
—Tenemos que encontrar un nombre, Killian. No podemos llamarlo “él” por
siempre.
Por meses durante el embarazo, habíamos mencionados ideas, pero nada se
sentía bien. Rylee había sugerido nombrarlo como mi padre, pero no me gustaba
esa idea. Creía que él necesitaba su propio nombre. No quería que mi hijo viniera a
este mundo con expectativas a las que tendría que estar a la altura. Quería algo
fuerte, algo exclusivo para él. Así que terminamos aceptando esperar hasta que él
naciera. Para mirar su diminuto rostro. Pensamos que lo sabríamos una vez que lo
viéramos.
Bueno, lo vimos.
Y aún no lo sabíamos.
—Nada se siente bien —dije mientras seguía dibujando a los dos amores de
mi vida.
—Podemos usar nuestros segundos nombres. Scott Owen u Owen Scott. O
podemos combinar nuestros nombres como mis padres hicieron con el mío. Rylan.
—Pasó la punta de su dedo por su rostro y sonrió por la forma en que su nariz se
arrugó.
Mientras me sentaba allí y lo miraba todo, observaba la forma en que era con
él, no pude evitar pensar en sus votos. Ella tenía razón. Toda mi vida, siempre
había sido sobre la noche. Pero Rylee me dio el día. Me dio el sol, el calor. Era mi
brillo. Y ahora me había dado un hijo.
—Blaise. —El nombré rodó de mi lengua mientras miraba a mi hijo en los
brazos de mi esposa.
Ella miró su rostro dormido y sonrió.
—Creo que es perfecto. Blaise Foster. ¿Pero qué hay de un segundo nombre?
No pude contener mi sonrisa.
—Me gusta tu idea de combinar nuestros nombres. Rylan. Puede ser Blaise
Rylan Foster. Y nuestra niña puede tener Kylee como su segundo nombre.
—Killian< acabamos de tener este hace menos de doce horas. ¿Podemos por
lo menos esperar para pensar en el segundo? ¿Quizá darme un año o así?
—¿Un año? Estaba pensando más como unos meses. Máximo.
Resopló una risita y sacudió la cabeza.
—Mi vagina todavía duele. No se hablará de sexo o bebés hasta que el dolor
desaparezca.
—Sé cómo hacer que desaparezca.
Rylee apoyó la cabeza en la almohada y parpadeó hacia el techo.
—Eres imposible.
—Soy imposiblemente tuyo.
—Siempre.
—Y para siempre —agregué.
—Hasta que el sol deje de elevarse en el este.
—Y deje de ponerse en el oeste.
Tomó mi mano en la suya.
—Te amo.
Lo tenía todo. Todo. Me lo mereciera o no, lo tenía.
Leddy Harper tuvo que usar su imaginación,
muy a menudo, cuando era niña. Creció siendo la
única niña en una casa llena de niños. A la edad de
catorce años, decidió usar esa imaginación para
escribir su primer libro, y nunca paró. A menudo
dice que escribir es su terapia, usándola como una
forma de lidiar con los problemas a través de los ojos
de sus personajes.
Ahora es una madre de tres niñas, dejando a su
esposo como el único hombre en una casa llena de
mujeres. La decisión de publicar su primera libre fue
tomada como una forma de mostrarles a sus hijas
que hay que ir detrás de los que se quiere. Amar lo que haces y hacerlo bien. Y
enseñarles lo que significa superar los miedos.