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una a su bola
Carmina Sanz
Todos los derechos reservados
Julio, 2018
Carmina Sanz
Capítulo 1
—¡Por favor! ¡Jamás he suplicado nada en mi vida! ¡No puedes exponerme
así, yo no te hecho nada malo! ¡Ni siguiera te conozco! —digo desconcertada.
Miro hacia todos los lados de la calle, no quiero que nadie nos escuche.
—Tu papá es un hijo de puta —dice con voz, claramente llena de
resentimiento.
No está gritando y no ha subido el tono de voz, más bien, hasta yo mantengo
el mío lo más bajo que puedo, no quiero llamar la atención encima de nosotros.
Aunque hay pocos transeúntes ahora. Es bastante temprano y es domingo.
—¡¿Y yo que tengo que ver con eso?! —pregunto con desespero, mirándolo
a los ojos.
No puedo creer, que me encuentre en esta situación. Tengo dos años,
trabajando así y mi familia nunca se ha enterado, y ahora llega este sujeto, tan
bajo, una calaña de persona, y me amenaza con exponerme ante mi
familia, solo porque, aparentemente odia a mi papá. Yo sé que mi papá, es muy
prepotente y todo el rollo, pero hasta donde sé, no es mala persona.
El sujeto se ríe sin ganas, aparentemente.
—Chica, no te lo tomes personal. Créeme, me acabas de caer del cielo
—dice con alegría, como si se hubiese ganado ¡la maldita lotería!
No pienso y me acerco deprisa al sujeto y lo cojo por el brazo.
Me mira a los ojos y siento que se ha compadecido de mí, o eso creo
yo.
—Eres muy hermosa —dice con un tono de voz suave,
sorprendiéndome, sin dejar de mirarme a los ojos.
En este preciso instante, entiendo que lo tengo cogido por las bolas y él
imbécil no lo sabe. ¡Soy hermosa, tengo un trabajo que he obtenido debido
a eso! Sonrío internamente, maliciosamente. ¿Me habré salido con la mía?
—Gracias, pero por lo visto, lo harás de todas formas… exponerme —
digo fingiendo inocencia y liberándolo de mi agarre. Capaz, si le gusto, se
compadecerá por mis palabras, y me dejara libre de este embrollo.
El sujeto frunce el ceño y luego para mi pesar, sonríe burlonamente.
—Si me ayudas, no te expondré.
—¡Qué hijo de puta eres! —digo indignada, me ha tomado el pelo.
Doy un paso hacia atrás.
Se carcajea en mi cara.
—¡¿Has creído que, poniendo esa carita de niña buena, perderé mi
oportunidad de oro?! ¡Pues, no, chica, no! Me caes bien, eres realmente
hermosa pero si no me das algo bueno a cambio, te expongo. Tu padre, me
la debe —dice alejándose un poco de mí, con la intención de irse.
Me apresuro y lo vuelvo a coger por el brazo.
—¡Ok, ok! ¡¿Qué coño quieres a cambio?!
Mira mi mano que le está cogiendo el brazo y entiendo que quiere que
lo suelte. Lo hago. Vuelve a sonreír, esta vez triunfante.
—Encuentra una mejor manera, de que no seas tú mi única opción para
saldar mi asunto con tu padre —dice dejando de sonreír.
¡¿De verdad es tan estúpido para creer que le ayudaré a joder a mi
padre?! Dejando esa pregunta a un lado, tengo que averiguar, ¡¿qué diablos
le hizo mi padre a este sujeto?!
—Está bien, lo haré, gracias — digo intentando relajarme y me
dispongo a marcharme. No quiero verle la cara ni un minuto más.
—¡Espera! —dice y me doy vuelta, como si me hubiesen echado un
balde de agua fría—.Tienes una fecha límite, veinte días, ni más ni menos
— dice con firmeza, con una expresión de seriedad en el rostro.
Mi mandíbula se abre por la impresión.
—No pongas esa cara, te he dado más de dos semanas, pudiera darte si
acaso tres días. Vente días, serán suficientes, más que suficientes. Ya que
tu viejo es jodido para pisar. —Dice pensativo, creo que lo ha dicho más
para él que para mí.
Me muerdo la lengua y tan solo asiento con la cabeza. El sujeto me
guiña el ojo y se pierde de mi vista.
—¡¿En qué coño me he metido?! —me pregunto en voz alta e
indignada y muy cabreada.
—Pues, espero que no en el mío —dice Mía sonriendo burlonamente.
Deja de sonreír al ver que mi estado de ánimo decadente se mantiene —. A
ver, ¿qué sucede?, ¿por qué estás tan cabreada?, ¿a quién quieres que
golpee por ti? O mejor, lo golpeamos las dos —dice eso último volviendo
a sonreír con burla.
Me hace reír de inmediato. Me distrae un poco del jodido rollo en el
que me metí. Que para empezar, no es mi culpa.
—Para contarte, primero necesito un trago —digo y hago un
movimiento relajante para el cuello, que se me ha tensado por el imbécil
ese.
Mía frunce el ceño.
—Pensé que esa última copa que te tomaste a las cuatro de la
madrugada, era la última, ¿qué paso con el desayuno caliente, con mucho,
mucho café? —pregunta sonriendo con gracia y me da un suave codazo en
las costillas.
Mía tiene un repertorio de sonrisas. Debería de ser actriz, no sé si de
cine o de porno.
—De desayuno caliente, ahora solo paso a ser, un café negro cargado
con licor —digo con amargura.
—¡Vaya que te han jodido, eh! ¿Cómo se llama el sujeto?
—¡No lo sé!, ¡Mike algo!, ¡es un hijo de puta!, ¡es obvio que no me
dará su apellido! —digo caminando de lado a lado fuera del club.
Mía me detiene cogiéndome por los hombros con poca sutileza, más
no, a tal punto de hacerme daño físico. Es una mujer muy tosca.
— ¡Relájate, quieres! — dice y se retira un mechón grueso que le
cubre todo el ojo derecho. Se ha teñido el cabello hace dos días, de un
precioso color plateado. Es un color de fantasía. Mía tiene el cabello corto,
le va bien con su cara ovalada—. Lo que tienes que hacer, es esperar que te
vuelva a bordar…
La interrumpo y doy un paso hacia atrás, para que me suelte.
— ¡No! No puedo hacer eso, me ha dado, veinte días…
Ahora Mía es la que me interrumpe a mí.
—¡Ivy! Escúchame bien, el tal Mike, te habrá dado veinte días, ¡bien,
si lo ha hecho! ¿De verdad crees qué no lo vas a ver, sino después de
veinte días? La respuesta es, no. Lo vas a ver antes. Todavía no me has
dicho, ¿qué te ha hecho? Pero si te ha dado una fecha límite, debe de ser
por un asunto importante. Por tu cara lo sé. Eres fácil de leer, o es que te
conozco lo suficiente —dice y me guiña el ojo.
Suspiro sonoramente.
—Lo es, y créeme que ese tema, no lo quería tocar con el sujeto, aquí
afuera, pero no me dejo de otra. Por suerte nadie nos vio, o eso creo —
digo llevándome una mano al puente de la nariz.
—Bueno, vamos por tu café, y si quieres terminas de contarme que
sucede para así poder ayudarte.
Miro a Mía y de verdad, a pesar de que la conozco hace dos años, no
tengo la confianza suficiente para esto. Mejor es no contarle más nada, ya
sabe demasiado.
Nos acercamos a una cafetería que queda a dos cuadras del club.
—¿Lo mismo de siempre chicas? —nos pregunta Georgina, al
acércanos al mostrador de la cafetería.
—No, Geo, dale a mi amiga, un buen café negro cargado. Está
teniendo una mañana de mierda.
Georgina asiente con la cabeza y yo con un gesto de cabeza le doy las
gracias, ella me guiña el ojo.
Tomamos asiento en la mesa de siempre.
Mientras bebo mi café, al final sin ponerle licor; no logro desayunar
nada, debido a la angustia generada por el sujeto, por el imbécil de Mike.
Mía me insiste un poco para que le cuente, pero opto por mentirle. Le he
dicho que es un ex novio, que quiere que le regrese unos objetos que
compartíamos cuando éramos novios; por eso me ha dado una fecha límite,
tan solo porque estaba cabreado. Siento que Mía, no me ha creído, pero lo
ha dejado estar, no me pregunto más nada.
Después de beberme el café, me voy. Necesito estar sola. Voy a mi apartamento,
el cual no se lo debo a mis padres, me lo heredó mi nona, la mamá de mi
papá, que falleció, cuando yo tenía 14 años de edad. Es
Capítulo 2
un apartamento, de dos habitaciones, sala comedor, cocina. No es muy grande,
pero tampoco pequeño, es mi lugar de escape, mi espacio, mi hueco. En el
apartamento, me siento libre, hago lo que quiero. No llevo a personas que
no me gustan, es más, casi nunca llevo a nadie, prefiero reunirme con las
personas en otro sitio, es mi lugar para estar sola y a la vez acompañada de
mi plantas, libros, y una gatita siamés, que tiene seis meses de edad; su
nombre es Sombra, ya que es blanca, con la cara sombreada de negro,
alrededor de los ojos, en cambio la nariz es negra completamente y a su
vez tiene una gran sombra en la misma, orejas bordeadas de negro, y
sombras negras en las patas delanteras.
Sombra y yo, nos tenemos una a la otra. Mi apartamento es mi hogar, mi lugar
favorito en el mundo.
Tan sencillo como preparar limonada; comencé a estudiar publicidad a los
diecisiete años de edad. Cinco años después al cumplir los veinte dos años de
edad, terminé la carrera universitaria. Mi padre Scott Fiore, me pagó los
estudios. Toda la vida, mamá (Sabina) y él, me han mantenido. Mamá y papá son
millonarios, su capital económico es bastante envidiable. Una de las razones por
las que acepté trabajar como lo hago, es precisamente por la fortuna de mis
padres. Si les da la gana, me pueden dejar sin nada de dinero. No he tocado ni un
centavo del dinero que he ganado trabajando. He estado viviendo del dinero que
mis padres me proporcionan, así podré reunir suficiente y trabajar después en lo
que más me guste, ya que es obvio que no toda la vida haré esto.
Mamá, papá, mis tres hermanos, mi familia, amigos y conocidos,
creyeron que al finalizar la universidad, comenzaría a trabajar de lo que me
gradué. Pues, ¡no! La verdad, no lo hice. Mi mejor amiga, Juliana, me
mostró un mundo de belleza y sensualidad. Ella en ese entonces le llamó:
“vivir de la juventud y mostrarle al mundo tu belleza natural”. Bastante
largo, pero muy conveniente e interesante en ese momento. Sigo teniendo
esa belleza natural, ¡vamos soy joven! Sí, lo soy y también muy bella, no
lo puedo negar, modestia aparte.
Así que, mi familia, amigos y conocidos, creen que estoy trabajando
en alguna lujosa empresa de publicidad. Mi verdad, mi realidad es que soy
dama de compañía. Se le conoce por distintos nombres: Chica de
compañía, dama de compañía, call girl o escort. Comencé hace dos años
con esto, tenía 20 años de edad, en ese entonces. Todavía me faltaba un
año para alcanzar la edad legal para beber.
Si mis padres se enteran, de cómo una de sus hijas se gana la vida, me
desheredaran. Amigos y conocidos de mi familia me descuartizaran,
socialmente.
Tengo una hermana, que es menor que yo, se llama Zia; tiene
diecinueve años de edad, es la consentida de papá. La de mamá, soy yo.
Tengo dos hermanos mayores, Luka y Scott. El mayor, Luka tiene 27 años
de edad y el menor, 25 años de edad.
Recuerdo de mi primer cliente.
Pagó por tenerme, treinta mil dólares en efectivo. Lo sorprendente y
tranquilizador para mí, es que este cliente, no quería obtener sexo de mí.
Pudo haber pagado entre cinco mil o diez mil dólares para que lo
acompañase, al evento que fuimos esa noche, pero en vez de eso, optó por
pagarme treinta mil dólares en efectivo, ¡lo sé, impresionante!
No recuerdo su nombre, solo sé que era mayor que yo, un hombre de
unos cuarenta y tantos años de edad, con principio de canas en su cabello
oscuro, negro, recuerdo que era negro. Fuimos a una exposición de un
museo. Como dije anteriormente, soy hija de millonarios, por lo tanto, mi
educación y cultura, son impecables y de alto nivel. Tengo un armario que
renuevo cada cierto tiempo, con suma facilidad. Sé todo el asunto del
juego de las etiquetas, que usar, que no usar, etc. Sin embargo, mi primer
cliente tenía otros planes para mí, él decidió como iría vestida esa noche.
La exposición era sobre el arte Egipto, por lo tanto me hizo vestirme, como
el personaje del rey escorpión, “Cassandra del rey escorpión, la película
que debuto en cines el año 2002”. El atuendo que usé, fue, bueno no creo
que esa micro tela que apenas cubría mi cuerpo, se considere ropa.
Ciertamente era precioso, muy sensual y erótico, muy, muy, erótico. El
atuendo, es el que usa el personaje de Cassandra, en una escena cuando
huyen en el desierto. En dicha escena, ella se le sube encima del regazo, al
rey escorpión para ayudarlo, debido a que este había sido envenenado por
una flecha. Ese atuendo sexy, fue el que yo llevé a la exposición, el mismo
que ella usó en dicha escena. Bueno no creo que el mismo, tal vez, tan solo
fue una réplica, el cliente no me comentó nada sobre el vestido. Todas las
miradas estuvieron esa noche encima de mi cuerpo; sentí que la expuesta
era yo y no las obras de arte exhibidas esa noche.
—¿Qué sucede, Sombra? Ya comiste, acaso, ¿quieres jugar un rato con
tu pelota? —pregunto acariciándole entre las orejas.
Sombra ronronea a mi tacto.
—No sabes cómo ha sido mi mañana de este domingo. Debería de
estar durmiendo ahora, pero no puedo. Son las dos de la tarde —digo
mientras continuo acariciándola y observando el reloj digital que hay en la
pared de la sala.
Mi estomago cruje. No he comido nada en el desayuno y siento que me
quiere doler la cabeza. Me levanto con flojera y me dirijo hacia la cocina.
Llaman a la puerta y frunzo el ceño.
—¿A quién estamos esperando? —le pregunto a Sombra. Sé que no me
va a responder, ¡vamos quien no le hable a sus animales, no es humano!
Intento pensar en quién puede ser. Como dije anteriormente, muy
pocos vienen a mi apartamento. Miro por el ojo mágico y doy un paso
hacia atrás con horror y sorpresa.
—¡Pero qué rayos!, ¡¿qué hace él aquí?! —me pregunto atónita.
Vuelve a darle al timbre y golpea suavemente la puerta.
—¡Sé que estás, no me iré! —dice Mike haciéndose escuchar. No está
gritando pero mi vecino de enfrente podrá escucharlo.
—¡Mierda! —digo casi en un susurro.
Abro la puerta y tiro de él, hacia adentro. Logro ver rápidamente la
cara de sorpresa de Mike.
—¡¿Se puede saber qué diablos haces en mi apartamento?! —digo sin
dejar que alguien lo vea, haciendo que se quede detrás de la puerta, y me
asomo hacia el pasillo, no hay movimiento en el apartamento de mi
vecino. Cierro la puerta y miro a Mike, que continua observándome con
sorpresa y ahora me muestra una sonrisa burlona.
—No ha sido difícil, te he seguido ¡Así que aquí es donde vives!
Bonito —dice y se comienza a pasear por mi recibidor.
—¡Eh! ¡Alto ahí! ¡No tienes derecho de pasearte por mi hogar! —digo
poniéndome rápidamente delante de él—, acaso, ¿no fue suficiente lo de
esta mañana? —pregunto cruzándome de brazos.
—Que bueno que tocas el tema, seré tu sombra —dice y siento que
quiero meterle un puñetazo en la nariz, para que quite esa sonrisa estúpida
que tiene.
—¡Ya va! ¡espera! ¡¿qué coño quieres decir con eso?! —me llevo una
mano al puente de la nariz.
—A lo que me refiero, es que seremos vecinos.
—¡¡¡¿¿¿Qué???!!! —me río, parezco una loca, pero es que este tío me
toca los cojones.
—Cálmate vecina, has escuchado bien, mi apartamento queda enfrente
del tuyo.
Niego con la cabeza.
—¡No, ya va espera! —digo e intento serenarme—, eso es imposible,
al frente vive, el señor Price, es imposible…
Mike me interrumpe.
—No, no es imposible, el señor Price, me lo alquiló por un precio que
no se pudo negar. Se ha ido de viaje por seis meses, para México, creo —
dice con gracia y hace una expresión de pensando.
—¡¿Crees que es divertido esto?! —digo y siento que quiero llorar,
gritar, y caerle a golpes al mismo tiempo. Nunca he sido violenta, pero es
lo que deseo en este preciso instante.
—No voy a estorbar en tu vida, he tenido que hacer esto, por si intentas
algo —dice dejando de sonreír con burla.
—¡No, esto es suficiente! ¡Haz lo que quieras, cuéntales a mis padres!
¡No me importa! —digo perdiendo la razón.
Mike me vuelve a mirar con sorpresa.
—¿Hablas en serio? Quieres tener esa mancha social.
—¡¡¡Sííí!!! ¡¡¡Pareces un maldito mafioso!!! ¡¡¡Ve cuéntales!!! ¡¡¡Y
lárgate de mi puta vida o llamaré a la policía!!! —grito exaltada.
Algo se rompe dentro de Mike, no se ha esperado que me rindiera tan
fácilmente. Se ve como perdido. Pasan unos segundos y al fin habla. De no
haberlo hecho, iba a llamar a la policía.
—Escucha, Ivy, ok, está bien, lo lamento, se me ha ido la mano con
esto. No ha sido mi intención asustarte, de verdad no lo pretendía, y no soy
un mafioso, ni nada por el estilo. Tu padre me ha jodido mucho, se cree, ¡el
puto amo del mundo! Lo que quiero es… no puedo decir que diré esto—
dice y camina de un lado a otro sin salir del recibidor, no tiene mucho
espacio para moverse—, necesito tu ayuda, te pagaré, las tornas se
cambian. Ayúdame, eres su hija, haz algo para que deje de pisarme los
cojones —dice con cara de desespero.
Mi mandíbula se abre por lo que está diciendo.
Capítulo 3
La chica del pequeño pueblito.
Ivette. Soy una cría de nueve años de edad. Vivo en un pequeño pueblito de
Francia. Le pusieron al pueblo mi nombre años después de mi muerte,
exactamente, diez años después. Morí a los noventa y siete años de edad, de
muerte natural. En mi época hubo vestidos lindos, hambre, guerras,
enfermedades, escasez, etc. Pero en el pequeño pueblito las cosas estaban
calmadas, estábamos bien posicionados, mejor dicho, bien escondidos. Las
guerras no nos encontraban, apenas nos rozaban. La tierra era buena para
cosechar, habían distintos tipos de animales de granja; podíamos también pescar
en ríos; pero la historia no trata de cómo nos alimentábamos, ni las cosas que
hacíamos para subsistir como pueblo; esta historia trata de por qué nombraron al
pueblo como yo “Ivette”, bueno, es una historia interesante, divertida, romántica,
dramática, en algunas partes puede llegar hacer triste. Es una evolución de mi
vida. Comencemos por algo muy importante, soy huérfana, un herrero me
encontró dentro de una cesta llena de verduras podridas. Tenía aparentemente
pocas horas de nacida. No recuerdo el nombre del señor que me recogió, me
tuvo con él, tan solo unos meses y luego me enviaron a la casa de una señora que
siempre olía a tabaco. Desde que tengo uso de razón, la señora Pierre, me utilizó
como su criada. Aprendí a cocinar, limpiar, tejer, etc. También fungía, como la
chica de los mandados. La señora Pierre, murió de un resfriado, debido a largas
noches heladas. Así fue como comencé a valerme por mi cuenta, a la tierna edad
de nueve años. La noche en que murió la señora Pierre, yo estaba buscando al
médico del pueblo, llegué tarde, la señora Pierre, ya se había ido para el más
allá. El señor Orson, el médico, me dijo que el cuerpo sin vida de la señora
Pierre, tendría que pasar la noche, en su cama donde había perdido la vida.
Recuerdo que me asusté mucho, no quería quedarme con ella a solas, tenía
miedo de que me llevara hacia donde sea que se haya ido. El doctor después de
declararla oficialmente muerta, se fue y me dejó sola. La casa olía a tabaco; corrí
a la vieja habitación en la que fue mía por casi nueve años. Como no poseía una
cerradura, improvisé con una silla, y bloqueé la puerta desde adentro. Me metí a
la cama y me quedé esperando impacientemente a que amanecería. Fue la noche
más larga de mi vida. No logré dormir nada. La señora Pierre, murió de 76 años
de edad. No lloré su muerte, pero si me puso triste, ya que para bien o para mal,
la señora Pierre, me alimentaba y me dio un techo y una cama caliente para pasar
las noches. A la mañana siguiente, a primera hora, llegaron para llevársela. Los
que lideraban el pueblo, me dijeron que tenía que abandonar la casa. Me dijeron
que tenía que buscar otro lugar para vivir. La señora Pierre, no tenía familia y la
casa, le serviría a una familia nueva. Nunca entendí las leyes del pueblo. Siendo
una cría era difícil de entender. Solo sé, que todos buscaban estar en una
aparente armonía, digo aparente, ya que después de que murió la señora Pierre,
comencé a descubrir la realidad del pueblo y entendí que a pesar de lo dura que
fue la señora Pierre, conmigo, ella me ocultó o me apartó de la cruda realidad de
la vida. Los líderes del pueblo, me llenaron la cabeza con una falsa esperanza,
me dijeron que alguien del pueblo me cuidaría, pero siguiendo mi intuición,
sabía que era mentira, que yo sola tendría que apañármelas, y así fue.
El pueblo adoptó mi nombre, debido a que a mis 33 años de edad, descubrí
oro negro, también llamado petróleo. Desde temprana edad he sido muy curiosa,
y gracias a eso soy recordada. Sin embargo para mí, fue más una aventura que un
descubrimiento. A pesar de ser huérfana de alguna manera u otra logré disfrutar
mi niñez, no quemé etapas, solo que aprendí rápido como funcionaba la vida.
—¡Ivette, largo de aquí! —grita el señor Antoine, el panadero.
Lo miro con fingida impresión.
—Es mi cumpleaños número dieciséis, señor Antoine —respondo
tranquilamente. No espero que lo celebre conmigo, nadie nunca lo ha hecho.
Pero al menos espero que me trate cordialmente y respetuosamente, como lo
estoy haciendo yo con él.
—¡Ja! ¡¿Y qué, crees que porque sea tu cumpleaños, vas a llevarte mi
mercancía, sin pagar?!
Me hago la ofendida. La verdad no me ha ofendido, pero sé que, si no le
demuestro algún sentimiento o emoción, pensara que puede tratarme así o peor.
—¡Jamás he pensado eso! ¡Tengo monedas, señor Antoine! ¡No puedo creer
que me acuse de ladrona!
Continuo fingiendo ofensa y diciéndole la verdad, tengo monedas de plata e
inclusive, las de más valor, las de oro. Siempre tengo, trabajo desde temprana
edad, incluso antes de que falleciera la señora Pierre, ganaba las preciadas
monedas. No tendré una fortuna enorme, pero lo que tengo, me alimenta. Logro
comer, de tres a dos comidas diarias. Bien resueltas.
El señor Antoine sonríe de una manera desagradable enseñando los dientes
amarillos, casi todos los tiene de ese color. Siempre he intentado alejarme de la
gente con la boca así, ya que a muchos les huele mal. Les apesta.
—¡Ja! ¡Tú, una cría con monedas! ¡Eres huérfana, dudo mucho que tengas
una moneda de plata! —lo dice con un tono ofensivo, denigrante, de una manera
desagradable como su sonrisa y dientes.
Llevo amarrado a mi cintura un pequeño bolso de cuero, que yo misma
bordé. Lo decoré con pequeñas flores hechas de cuero, de diversos colores. Abro
el bolso, tirando de unos cordones y saco un puñado de monedas de plata. El
señor Antoine abre los ojos como platos.
—¡¡¡Te has robado esas monedas!!! ¡¡¡Ladrona!!!
Doy un paso hacia atrás. La gente a fuera de la panadería se detiene al ver el
escándalo producido por el panadero.
—¡No me he robado nada! ¡Estas monedas me las he ganado honestamente!
—digo con firmeza sosteniendo las monedas fuertemente en mi puño cerrado.
Me imaginé que me acusaría. No puede aceptar, que alguien joven y sola
como yo, sea capaz de obtener monedas, limpiamente. Por lo visto, hace lo que
me esperaba, da un paso hacia adelante para intentar quitarme a la fuerza, lo que
me pertenece por derecho.
Me muevo ágilmente y cojo unos panes largos, y una canasta mediana llena
de postres recién horneados.
Domi, sale sorprendiendo de la cocina al panadero. Yo aprovecho esa
distracción y dejo encima del mostrador, una moneda de plata, que equivale en
valor a la mercancía que me estoy llevando. Salgo por la puerta principal
rápidamente con lo que he cogido de la panadería. Las personas me ven y
susurran entre ellas.
Corro hasta el lugar seguro que acordé con Domi.
—Es muy molesto, pagar así por lo que cogemos —dice apareciendo a los
pocos segundos.
Observo que lleva una galleta en la mano y niego con la cabeza.
—Acordamos no robar.
Domi me regala una sonrisa de medio lado.
—Tú, no yo pequeña. Me he llenado de harina la ropa, por culpa de ese viejo
panzón. Así que me he descobrado y he cogido esta deliciosa galleta. Al menos
el panzón ese, sirve para algo. Sino, fuese una pena, tener un lugar así, y
desperdiciar la comida.
—Muchos dicen que hace magia —digo guardando los panes y postres
dentro de una caja de madera sin tapa. Al terminar la cubro con una tela fina,
para proteger su interior—. Lo malo es su actitud, es una persona muy
desagradable. No logro entender, ¿cómo alguien así, puede crear cosas
deliciosas?
Domi sonríe con gracia.
—Por las monedas, todo es por las monedas. Eso hace que las personas
hagan cosas sensacionales. La plata y el oro, mueven este pueblo. Dichosos los
que tienen gran cantidad, sobre todo, de las de oro. Los ricos —dice con la
mirada perdida.
Domi está lleno de codicia. A pesar de su corta edad. Tiene dieciocho años
de edad. A diferencia de mí, no es huérfano. Su padre es zapatero, lo malo, es
que bebe mucho ron, y golpea de vez en cuando a Domi, el cual no se
defiende…
Domi, es delgado y alto, es ágil para moverse como yo, pero no lo
suficientemente fuerte, más fuerte que yo, sí, por supuesto, pero no tanto como
su padre. Otro dato curioso de Domi, es que, nunca ha dormido fuera de su casa.
Siempre me esquiva cuando le digo que abandone su hogar y se labré su propio
camino. Hoy he decidido no decirle más nada. Conozco a Domi, desde hace tres
años. Somos amigos, no los mejores, pero nos tenemos confianza. En este
pueblo eso es difícil de obtener. Nadie confía en nadie y cuando lo hacen, es
porque te han salvado el pellejo, o porque te han dado algo a cambio, nada se
hace gratis, lamentablemente.
—Sí, como sea. Ya me voy. No quiero llegar tarde —digo cerrándome bien,
el abrigo.
Domi frunce el ceño.
Capítulo 4
—¿A dónde vas? —pregunta con claro interés.
—A casa —digo sonriendo ampliamente y sosteniendo bien la caja de
madera.
Domi se rasca su cabeza rapada.
—¿Casa? Pero tú, no tienes casa.
Niego con la cabeza sonriendo.
—Nos vemos luego. Toma —digo lanzándole en el aire, una moneda de
plata.
Domi la ataja rápidamente antes de que toque el suelo. Me mira con
sorpresa. Me doy vuelta.
—¡Espera! ¿Por qué, la moneda?
—Me has ayudado —digo girándome a verle la cara—, gracias, adiós. —
digo y me voy, entre las sombras que comienzan a formarse dentro del callejón.
Mi casa, tengo una casa ubicada en un lugar secreto, en las profundidades del
bosque más cercano al pueblo. Para llegar allí, me toma casi media hora, a pie,
por supuesto. No quiero llamar la atención cogiendo un caballo y dejando
huellas que rastrear.
Es una casa de madera rustica. No como las del pueblo. Es muy pintoresca.
Me ayudó a construirla, un señor muy viejito, alguien a quien le tuve mucho
aprecio. El señor Emerick. Él era mudo, se comunicaba conmigo escribiendo en
hojas de papel. Era excelente carpintero. Lo conocí cuando yo tenía doce años de
edad. Se encontraba en el pueblo, terminando un trabajo, y tuvo un aparatoso
accidente. Un caballo golpeó al asustarse, unas tablas de madera, las cuales le
cayeron al señor Emerick, en el pie izquierdo. Era tarde, comenzaba a
obscurecer, y la gente se recogía ya para sus respectivas casas. Vi todo lo que
sucedió, y corrí a socorrerlo. Logré quitarle, yo sola las tablas y curé su pie
herido. Por suerte, no fue de gravedad, tan solo se le hincho, más no se le
rompió.
El señor Emerick, vivía en una casa cerca del bosque y algo apartada de las
demás casas del pueblo. Esa noche, me invitó a resguardarme con él. Dormí en
el sofá de su sala. Su casa era preciosa, tenía muchos acabados en madera. No
era una persona con una fortuna enorme, pero, sí, con pertenencias hermosas. Al
estar muy avanzado en edad, cada vez, le costaba más trabajar para poder comer.
Tanto así, que estaba a punto de poner en venta su casa.
Decidí ayudarlo, comencé a trabajar para él. Me dio techo, más no monedas.
Con lo que ganaba él, comíamos los dos. Su fortuna comenzó a crecer. Ya que
con mi ayuda, sus trabajos finalizaban rápidamente, pero el tiempo avanzaba y él
envejecía. Con las monedas que poseía, ya podía retirarse. Una noche, me
preguntó, que yo deseaba a cambio, por toda la ayuda que le brindé a lo largo de
tres años. Le dije que una casa. Ya yo había cumplido los quince años de edad.
No me gustaba decirles a las personas cuando cumplía años, por eso no me lo
celebraban. Tampoco es como que si les decía me lo fuesen a celebrar. Estaba
sola en el mundo, y cuando conocía a gente buena, como Emerick, que no solo
hacía cosas por beneficios, pues, prefería no ilusionarme y festejar, un año de
vida más, mío, con nadie.
Ese año, el señor Emerick, me dijo que me ayudaría a cumplir mi petición.
Me dijo que eligiera un buen lugar, y así hice. Fuimos al bosque y comenzamos
a construir juntos la casa. Aprendí mucho sobre carpintería en tres años. La casa
estuvo acaba en seis meses. Emerick falleció, al poco tiempo. Su corazón dejo de
latir. Sufría de artritis, los dolores eran fuertes, no sé, si tenía otras afecciones,
pero estaba débil y viejo y murió.
Esa es la historia de cómo obtuve mi apreciada y pintoresca casa. Me
dediqué después de su muerte, a adornar, pintar y amoblar la casa, de a poco.
A mis 20 años de edad, mi casa había avanzando mucho, al igual que mi
vida. Yo ya no era una niña, era una mujer adulta, sin embargo la gente del
pueblo me veía como una persona sin hogar. Lo más molesto es que, no
importaba lo muy higiénica que estuviese y bien alimentada, inclusive bien
vestida. A las personas del pueblo a la mayoría, les importaba tener una familia,
y una casa dentro del pueblo, en pocas palabras, el qué dirán era importante. Un
pueblo que estaba escondido del mundo, pero era un pueblo, lleno de muchos
prejuicios. No es algo que me marcara mucho, pero si era engorroso vivir así.
Por esa razón busqué explorar y alejarme del pueblo, más no abandonar mi
hogar en el bosque. Así fue como descubrí petróleo, preparándome para salir al
mundo. Ironías de la vida, encontrar algo sin buscarlo, dentro del lugar del cual
quieres alejarte.
El pueblo, como dije desde un principio, estaba escondido, sí, pero también
crecía, los líderes, sabían a quienes dejar entrar y a quienes no, a forasteros, que
ellos consideraran personas de confianza. El crecimiento generó muchas cosas.
Trajo consigo, más trabajo, objetos nuevos, más municiones, pero también
enfermedades, traídas de afuera. Había hurtos, entre otras cosas, pero eso no es
nuevo, eso ya estaba instalado, desde que tengo uso de razón, tan solo
aumentaron con los forasteros.
Para emprender mi viaje de exploración, decidí conseguir un caballo,
abastecerme de alimentos no perecederos y reunir muchas monedas de plata o
las suficientes de oro. Fuera del pueblo, no sabía que esperar, por lo tanto quería
estar muy bien preparada. Hice una lista:
-Comida enlatada (llevar conmigo un bolso lleno).
-Monedas (muchas de plata o unas cuantas de oro).
-Herramientas (del tipo que sea, nunca se sabe).
-Ropa para los distintos cambios del clima (que bueno que tengo mis
contactos dentro del pueblo)
-Encontrar un buen caballo (no será problema, más de un pueblerino me
debe un favor)
-Medicina (un botiquín de primeros auxilios).
-Un mapa (pan comido)
Todas estas cosas de la lista, no son ni difíciles ni fáciles de conseguir,
requieren de tiempo.
Deseaba hacer este viaje sola, pero la vida te sorprende. Conocí a
Dean, un joven forastero y aventurero. Dean, él mismo no sabía
exactamente qué edad tenía. Yo presumía que tal vez unos 26 años de
edad. Fue mi mayor error, el primer y único hombre que me gusto. Me
trajo muchos problemas, pero con él descubrí el amor. Detuvo mi viaje por
un tiempo, todavía lo recuerdo. Recuerdo como nos conocimos. Lo
recuerdo todo…
—Es muy molesto, pero pronto podrás quitártela —digo y acaricio la
cabeza llena de tirabuzones de la pequeña Sophie. Le he curado la rodilla,
que se ha herido. No ha sido de gravedad, tan solo un raspón. Le he
desinfectado la herida y le he puesto un vendaje.
Sophie es una niña de 6 años de edad. Su padre es el cocinero
principal de la taberna del pueblo. No tiene madre, Mirelle, su madre,
murió dándola a luz.
—No debí de haber corrido así, la rodilla me arde —dice mirándome
con esos grandes ojos azules, que junto con sus facciones, la hacen
preciosa. La chiquilla es muy linda, tiene el cabello rubio cenizo y unos
preciosos ojos azules, los heredó de su madre. Cuando sea una señorita,
robara corazones.
—Ciertamente, no debiste de correr, pero puedes hacerlo con más
cuidado. Pequeña, todavía eres un cría, puedes correr todo lo que desees,
tan solo cuídate.
Sophie asiente con la cabeza y me regala una preciosa sonrisa, que le
devuelvo.
—¡Sophie! —le llama la voz de un hombre joven.
Capítulo 6
Sophie y yo nos damos vuelta y vemos al hombre que esta llamándola.
Comienza acercarse y le sonríe ampliamente a la pequeña niña.
Sophie corre hacia él, y se detiene. El hombre se agacha a la altura de
ella.
—Te busca tu profesora de piano, ve.
Sophie asiente con la cabeza. Se gira y se despide de mí con la mano.
La copio y observo cómo se da vuelta y corre hacia su destino.
El hombre me mira con curiosidad y se me acerca. Me sorprende al
extenderme la mano. Me sorprendo, no solo por su actuar, sino también,
debido a su vestimenta, no viste formal y está siendo educado conmigo.
Probablemente debe de ser un forastero.
Acepto su mano y la estrecho.
—Soy Dean, Dean Fleury. Encantado.
—Ivette Allan.
En la cesta en la que me encontraron, estaba un papel, en el cual
indicaba mi nombre, según me contó la señora Pierre. El apellido,
sorprendentemente también estaba, ¿entonces no soy una bastarda?
El hombre sonríe.
—Soy un primo lejano de Aramis, el padre de Sophie. He llegado al
pueblo, de visita —dice en voz baja, y lo entiendo. A los líderes, no les
gusta que estén vociferando por ahí, los forasteros. No importa si han
entrado gracias a ellos.
—Yo solo soy una civil —digo tranquilamente.
—Permítame decirle, que es una civil muy hermosa, no una simple
civil —dice con voz seductora.
Es la primera vez que me dicen palabras bonitas, sin sonar vulgares u
ofensivas. Normalmente me atacan verbalmente, hombres borrachos.
—Gracias, es usted muy cortés y amable —digo sin sonrojarme. Me ha
sorprendido, pero no le demuestro sorpresa.
—Y usted, es muy refinada. Su apellido, no me suena. Conozco a casi
todas las familias del pueblo, y estoy seguro que su apellido, no lo he
escuchado —dice frunciendo el ceño.
Intento no rodar los ojos. El setenta y ocho por ciento de las familias
del pueblo son importantes, el veinte por ciento, son inferiores, es decir
son personas que tienen hogar, sí, pero no fortuna. Son muy humildes, y
luego esta, un dos por ciento, que es como yo. Bueno, mentira, yo soy
distinta a ese dos por ciento. Ellos, ese dos por ciento, es una calaña.
Roban, piden dinero, violan, hacen cosas malas para el pueblo. Los líderes
los usan a veces para su beneficio.
—Es un apellido lejano —digo copiándolo.
Dean se ríe con una carcajada.
—Bueno, entiendo. Es una placer conocerla. Continuo impactado, es la
primera vez que la veo por aquí. Tengo una semana en el pueblo, y he
venido otras veces y nunca la había visto —dice sonriendo y logro captar
curiosidad en él.
—No me paseo mucho por el pueblo. Soy una mujer ocupada —
mantengo mi postura.
—No lo dudo. Discúlpeme el atrevimiento, ¿es usted casada? —es
muy insistente.
—No, no lo soy. Si me disculpa, señor Dean, tengo pendientes que
hacer —digo y espero que me deje ir, de no hacerlo, de todas maneras me
iré
Dean se mueve hacia un lado. Hace una reverencia.
—Por supuesto, disculpe, no ha sido mi intención de ocupar su valioso
tiempo. Encantado de conocerla, espero verla pronto. Nuevamente
disculpe mi atrevimiento.
Asiento con la cabeza y me voy.
Con el poco dinero que tengo guardado, me dirijo a comprar algunas
cosas de la lista. Primero entro a la tienda de comestibles, donde hay una
variedad de enlatados.
La señora regordeta, que está en sus cuarenta y tantos años de edad, la
señora Dariela, me mira y se acomoda los grandes anteojos que lleva
puestos, los cuales le cubren casi toda la cara.
—¡Ivette!, ¡que sorpresa verte por aquí querida! —dice y se le siente
en la voz el tono hipócrita, de inmediato.
—Buenos días, señora Dariela, ¿cómo le va? —digo y doy un rápido
repaso a la tienda, con la vista.
—Bien, querida, muy bien —contesta y sale de detrás del mostrador.
Siempre que yo vengo lo hace, cree que le robaré algo.
Sé que no me preguntara como estoy, ya que no le importa. A mí
tampoco me importa ella, tan solo soy educada, lo cortés no quita lo
valiente. Hay muchos maleducados en este pueblo.
Continúo observando y comienzo a caminar, y me acerco a los
anaqueles.
—¿Qué buscas en especifico? —pregunta con tono impaciente.
—No se preocupe, señora Dariela, no le quitaré mucho de su apreciado
tiempo, tan solo cogeré unas cosas. Tengo el dinero, aunque usted no lo
crea. Saltémonos la parte molesta e incómoda de su escrudiño.
La señora Dariela me mira con cara de ofendida.
—¡Ivette! ¡No puedo creer que me hables así!
—Por favor, sea tan amable de dejarlo así. No finjamos que nunca ha
pasado. Cada vez que pongo un pie en su tienda, usted actúa igual o
incluso peor, en cada ocasión que vengo. Como dije anteriormente, no le
quitaré mucho de su apreciado tiempo —digo y camino al fondo de la
tienda. Dariela no me sigue, tan solo se aleja hacia su puesto, que ocupaba
cuando entré a la tienda.
Para no gastar todas las monedas de plata, tan solo compro cinco latas.
Tres de sardinas, y dos de frijoles. Los pago y me dirijo al hospital del
pueblo.
—Buenos días, vengo a comprar un kit de primeros auxilios —le digo
a una enfermera, una de las que se encarga de los medicamentos del
hospital.
—Un momento por favor.
Las ventas de los medicamentos se hacen en el único hospital del
pueblo. Según lo que habla la gente, los lideres quieren crear otro hospital
y expandir el pueblo, con los años hay más personas y eso genera más
demanda.
—¡Por favor, ayúdenme! ¡Mi esposa! ¡Dafnée! ¡Va a tener al bebé! —
dice un hombre que entra con desespero al hospital y comienza a acercarse
a cada enfermera y doctor que ve.
Busco con la mirada a su esposa pero no la veo. Observo las ropas que
viste el hombre. Las enfermeras y doctores, lo ignoran y se alejan de él.
Me da rabia, que lo ignoren, es alguien sin recursos. Personas como él, los
ayudan solo cuando es cuestión de vida o muerte. En el caso de un parto,
de los parto normales sin complicaciones, el hospital no actúa, debido a
órdenes de los líderes, ellos piensan, que las personas, los últimos del
pueblo, del porcentaje que la gente del pueblo, creé que yo pertenezco,
pues, los lideres creen que ese porcentaje no merece reproducirse, sin
embargo se lo permiten porque todavía no se creen Dios, aunque siento
que eso cambiara, para mal, pronto se creerán, Dios.
Espero que me atiendan. Compro el kit y salgo. Veo al hombre que
ignoraron, corriendo hacia un callejón. Sin llamar la atención sobre mí, lo
sigo. Con cautela, sin hacer ruido, comienzo a adentrarme dentro del
callejón. Escucho los gemidos y lamentos de una mujer, me acerco
despacio y me oculto detrás de unas cajas abandonas llenas de trapos
viejos. Me asomo con cuidado de no delatarme y veo a una mujer con un
prominente vientre, el cual se está sujetando con ambas manos. Su cara
esta contraída de dolor. Suspiro y salgo de mi escondite con las manos en
alto.
—Hola —digo.
—¡¿Quién eres?! —pregunta en modo defensivo el hombre
levantándose y poniéndose delante de su esposa.
—Soy, Ivette, vivo en el pueblo, tan solo he pasado para ayudar. Te he
visto en el hospital, has pedido ayuda y te han ignorado. Yo puedo
ayudarte, si así lo deseas.
La mujer aúlla de dolor, y el hombre se da vuelta y se agacha junto a
ella. Le coge la mano y le coloca una mano en su prominente vientre.
—¡Sí! ¡Por favor, ayúdanos, mi mujer, está a punto de dar a luz! —dice
y voltea a mirarla y luego me mira a mí—¡Yo… yo no sé qué hacer! —
dice con desespero.
—Descuida, intenta tranquilizarte, tienes que ser fuerte para tu mujer,
¿hace cuanto ha entrado en labor de parto?
El hombre asiente con la cabeza y respira profundo.
—Aproximadamente veinte minutos.
Me acerco a la mujer y el hombre se levanta. Me agacho y le coloco las
manos sobre el vientre. Siento su dureza.
8 largas horas después, alumbra un bebé. Un bebé grande, un
varoncito.
Capítulo 7
—Hola, mi nombre es Anne Marie, ¡Hola! Mi nombre es, ¡Anne Marie! ¡No,
no, no! ¡Hola! ¿Cómo están? Mi nombre es, Anne Marie —digo viéndome al
espejo.
—Ann, cálmate, lo va vas hacer bien, descuida. Tienes ocho años trabajando
en esto —dice Claire girando en la silla de su escritorio.
—Sí, ocho años, pero… es que, no cuenta. Era una niña en ese entonces —
digo y me paseo por la habitación de Claire—, ahora soy una adolescente, de
dieciséis años de edad, ¿qué ha cambiado? —pregunto.
Claire sonríe ampliamente y se levanta de la silla.
—Eras una niña prodigio con el tema de la escenografía a millón, creaste tu
primera obra maestra a los ocho años de edad, la cual perfeccionaste durante
ocho años, ¡ocho años es toda una vida, cuando eres joven! ¡Además, tu
creatividad es inigualable! —dice sonriéndome ampliamente. Esta orgullosa de
mí —Has cambiado, porque has crecido físicamente, sí, y no solo eso, también
has perfeccionado tu técnica. Ese es el cambio, del cual preguntas.
—Solo he montando una escenografía, ¡una! Mejor dicho, he creado, todavía
no la monto, ¡no fui una niña prodigio! Solo era una niña con imaginación, como
todos los niños del mundo. Una cría que creó algo y lo mejoró a través de los
años. Eso no me hace especial, ni mucho menos prodigio —digo y me dejo caer
boca arriba en la cama de Claire.
—¡Bromeas! Durante ocho años, fuiste comprando distintas cosas, que
normalmente se usarían durante el mes de octubre, en Halloween para ser más
especifica. Luego las almacenaste, y usabas tu habitación para montar la
escenografía. Le tomabas fotos a tu habitación, que fungía como una clase de
escenario, y una vez que tenías todo montado, le tomabas fotos, para después
analizar que más faltaba, ¡eso es impresionante! Lo hiciste por ocho años, y al
fin está terminada, ¡es una maldita obra de arte! ¡Ann! Son tantos detalles, que
parece una escena sacada de una película, tipo fantasía. Como, que se yo, “Harry
Potter”, ¡es muy cool, Ann! De verdad, lo es. No puedes menospreciarte, es algo
que haces. Hay personas que coleccionan cosas, tú, pues, tú, amas las
escenografías, el diseño de interiores, las fiestas temáticas, etc. Es lo tuyo, tu
cosa.
—Bueno, y súmale la presión, ahora de hacer la fiesta de Halloween, de este
año del instituto —digo incorporándome en la cama.
—¡Duh! ¡Hello! Anne Marie, de eso se trata —dice mirándome como si me
hubiesen salido dos cabezas.
¡Cierto! ¡Tengo que ser más cuidadosa! No le dicho a nadie, que conocí, hace
menos de una semana, a una señora que estuvo conversando conmigo, y según
ella, vio potencial en mí. Amélie, así se llama la mujer, que me encontré un día
comprando unas cosas para mi escenografía. Amélie, tiene una empresa de
festejos. Conversando conmigo, quedó fascinada, y me dio su tarjeta. Quiere ver
mi escenografía, por eso siento presión, ya que tengo que mostrarla no solo en el
instituto, a muchos chicos de mi edad, sino también a una mujer que tiene una
empresa. Con ella se me pueden abrir muchas puertas, podría incluso, trabajar
con ella, medio tiempo, hasta que me gradúe de la secundaria.
—Sí, exacto —digo con una sonrisa nerviosa—, a eso me refiero —digo y
me pongo de pie.
—¡Bien! —dice con una amplia sonrisa—, bueno, ahora vámonos a la
cafetería, quiero reunirme con los chicos, estamos tardándonos —dice
poniéndose de pie.
—¡Espera! ¿Qué me pongo? —digo mirándome en un pequeño espejo con
forma de beso.
Claire me mira y me sonríe con diversión.
—Nada, no te puedo decir que ponerte, ni como maquillarte. Se tu misma.
Ya hemos pasado por esto, y terminabas, o triste o deprimida e inclusive, cosa
rara en el mundo de Anne Marie, cabreada.
Niego con la cabeza sonriendo.
—Cierto, gracias —digo y me veo en el espejo nuevamente. Tengo el cabello
largo y abundante. Muchas personas dicen que me parezco a la actriz, de treces
razones porque. Dicen que me parezco físicamente al personaje de Hannah
Baker. Es una halago para mí, solo que es molesto que en el colegio me hagan
bromas de mal gusto, diciéndome cosas como “No te suicides”, “!No te cortes
las venas, Hannah, perdón Anne Marie!”
El bullying existe en todas partes, a pesar de que en la actualidad le estén
haciendo la guerra, no ha muerto tan fácilmente, está dando pelea. Claire, parece
mi guardaespaldas, ya que siempre está ahí para defenderme.
—Parecemos hermanos y no novios, es muy molesto —dice, Claire,
cerrando su locker.
Claire, tiene un novio que tiene diecisiete años de edad, se llama Kodi. No es
un atleta ni nada por el estilo, pero, si es, un chico un poco oscuro, de esos que
son tipo, me importa una mierda el mundo y probablemente tenga una serpiente
que se come los ratoncitos blancos, esos que hay en clase de biología. A pesar de
eso, es majo, me cae bien, no es mal chico, según mi punto de vista. No creo
que los demás piensen igual que yo, o que Claire, ya que es su novio.
—¿Por qué? —pregunto sacando unos libros de mi locker, somos vecinas de
locker.
—Porque cuando me quedo en casa de sus padres, los cuales casi nunca
están, a Kodi, le gusta usar un pequeño anexo que tienen sus padres. Pues, al
tener cancha libre, ya sabes —dice y choca su codo contra mi brazo y me guiña
el ojo. Abro los ojos como platos y me sonrojo—, bueno, la cosa es que, después
de hacerlo, de tener relaciones —dice y caminamos juntas hacia la biblioteca—,
se echa en un sillón de gran tamaño a usar su Tablet.
Frunzo el ceño.
—¿Qué tiene eso de malo?
Claire, rueda los ojos.
—Nada, lo que lo tiene, es que, si le sugiero hacer algo después de hacerlo,
me dice que yo no puedo hacer nada sin él, o si le digo que recoja todo el
desorden del lugar, porque quiero invitar a unos amigos en común, me dice que,
por qué tengo que pedirle hacer cosas, cuando acaba de hacer algo cansado, ¡de
verdad!, ¡algo cansado!, ¡complacerlo sexualmente, le parece algo cansado!
—Entiendo tu punto.
—¡Gracias! —dice y entramos a la biblioteca.
Nuestros amigos y único grupo al que me acerco, los cuales son más amigos
de Claire que míos, nos saludan con la mano. Claire se acerca primero y yo me
quedo frente a una estantería y finjo mirar los libros.
—No entiendo, por qué pierdes el tiempo con ellos.
Me doy vuelta y miro a una chica, que está sentada sola en una mesa.
Frunzo el ceño.
—¿Me estás hablando a mí? —pregunto con confusión.
La chica me sonríe con sarcasmo. Deja el lápiz que esta sujetando, sobre un
cuaderno, que tiene enfrente de ella.
—Veamos, la chica con la que acabas de entrar, es Claire Bailey. Es la típica
chica que puede hablar con todo el mundo, bueno —hace con las manos el
símbolo, entre comillas—, finge que lo hace, de estúpida no tiene nada, es muy
calculadora. Es popular, hermosa, pero eso, no es lo que la hace mala persona, lo
que la hace mala persona, es su máscara, es buena contigo, pero a tu espalda,
muestra su feo rostro.
—¿De qué hablas? —digo y veo en dirección hacia Claire, quien esta
riéndose con sus amigos.
—Si quieres, podemos continuar esa pequeña charla, en otro lado, no vaya a
ser, que, tu disque amiga, muestre ahora su rostro real. No querrás ver eso,
créeme, no estás preparada aún —dice y se levanta cogiendo sus cosas de la
mesa.
Veo rápidamente, que tiene un pequeño tatuaje de sol en su mano derecha.
No le respondo nada, me ha dejado confundida ¿Por qué diría algo así de,
Claire?
Vuelvo a mirar a Claire, la cual me mira sonriéndome y me hace señas para
que me acerque. Le regreso la sonrisa por inercia y le hago señas de que ahora
voy. Esa chica con el tatuaje del sol ha despertado en mí, curiosidad.
Estamos a finales de septiembre, hace frío.
—¡Hola, hija!, ¿cómo te fue en el colegio? —me pregunta, mi mamá,
acercándoseme en el recibidor de la casa.
Dejo mi bufanda y chaqueta en el perchero del recibidor.
—Bien, ha estado bien. Huele bien, ¿qué cenaremos?
Mamá sonríe.
—Estuve viendo unas recetas veganas, así que preparé unas hamburguesas
de lentejas, ¿qué te parece?
—Saludable —digo y mamá se ríe.
—No pongas esa cara, Anne Marie, quedaron deliciosas, ya veras, no
siempre hay que comer, carne, pollo, etc. En la variedad está el gusto. Ve a
lavarte las manos, en media hora cenaremos —dice continuando sonriendo y se
va a la cocina.
Mamá ama la cocina y lo saludable, esas dos cosas van de la mano con ella.
Subo directo a mi habitación. Enciendo la pantalla del computador de escritorio.
Entro a Gmail y escribo en el chat:
—Sombra, ven chiquita, espera ¡Puff! ¡Gatita traviesa! —digo y niego la
cabeza con diversión.
Llaman al timbre y frunzo el ceño. Mi apartamento sigue siendo mi lugar
favorito y para que venga alguien a visitarme, tengo que planearlo y me tienen
que llamar antes de venir, soy estricta con eso. Me asomo por el ojo mágico de la
puerta, el ojito para ver quién es. Ruedo los ojos y abro la puerta.
—¡Buenos días! ¡Feliz domingo! ¿Cómo está la novia más hermosa del
mundo? He venido con un delicioso café, tal cual te gusta a ti, y un delicioso
desayuno, al buen estilo americano.
Niego con la cabeza.
—Mike, como te explico esto. Ya eres feliz, ya tienes lo que querías.
Lamentablemente mi familia se comió el cuento de que somos novios, pero eso
es todo. Tú vives tu vida, yo la mía y cuando mi familia pregunté por ti, digo que
estamos muy ocupados y listo. Hasta que un día terminemos por arte de magia,
pero ya sabes amistosamente para que papá no te odie. F in —digo
campantemente.
Mike sonríe con burla.
—¡Eh! Bueno, hermosa, Ivy. Resulta que no solo he venido a verte, sino a
decir, informarte, mejor dicho. Suena más elegante así, que mis suegros, nos han
invitado a una preciosa cabaña de lujoso en la montaña nevada.
Mi mandíbula se abre.
—¡Eh! Ya, va, antes de me vayas a matar, se te ve en la mirada asesina —
dice continuando haciéndose el gracioso.
El hijo de… respira Ivy, respira, no lo golpees en donde más le duela. Ten
paciencia.
—¡Habla! —digo y le hago seña con la mano de continuar.
—No fue mi idea. Tu papá quiere pasar tiempo en familia y me lo ha pedido
—dice sin gracia esta vez.
Me llevo una mano al puente de la nariz.
—Está bien, eso te lo creo.
Cojo asiento en el sofá y Sombra aparece y se le pega a la pierna a Mike.
Suspiro y recuesto mi espalda al respaldar del sofá.
—Oye, lo lamento, créeme que aunque me parece gracioso, sé que me odias
y que…
—No te odio, solo no quiero que esto se vuelva un escándalo.
Mike frunce el ceño.
—No, no, te prometo, te debo tanto, has hecho de mí, un hombre nuevo y
feliz, lo digo con el corazón en la mano, ¿qué puedo hacer por ti?
Veo sinceridad en sus ojos y noto en su voz lo mismo.
Me levanto.
—Nada, tendremos que ir, ya se me ocurrirá algo. Descuida todo saldrá bien.
Mike me mira algo inseguro pero asiente con la cabeza.
—¡Eh! Bueno, te dejaré el desayuno por aquí, fue algo improvisado que hice.
Niego con la cabeza con diversión.
—Siéntate, ya estás aquí, ¡qué rayos! Comamos, necesito de la cafeína.
Mike me regala una sonrisa y nos sentamos a desayunar.
Y así sin más, armo mis maletas para pasar un fin de semana, desde el
viernes, hasta el lunes de regreso en la mañana a la vida real, junto a Mike y mi
familia ¡Vaya plan!
Siento que mi familia es como un Christian Grey, económicamente y en
elegancia. Sin el sadomasoquismo, por supuesto. La única pervertida fui yo, más
que Anastasia, ¡ufff! Un millón quinientas veces más. Mike, bueno Mike no es
pobre, pero estaba a punto de perder su trabajo y yo lo salvé, bueno, bueno, mi
papá hizo todo, fue un malentendido, con su jefe, Jack. El tipo del nombre
común, así me gusta llamarlo.
—Zia, es muy cliché lo de ir a la cabaña. Podíamos tan solo, no sé, hacer
algo más, algo diferente —digo jugando con la pajilla de mi limonada frappé.
Zia suelta una risita divertida.
—Créeme, tienes que conformarte con eso, ya que tú no quieres nada
extravagante. Mamá realmente tenía ganas de impresionar a Mike, viajando a
Paris.
Ruedo los ojos.
—Sí, mejor cierro mi boca y me conformo.
Zia termina de hacer su maleta.
Frunzo el ceño.
—¿Qué raro qué no dejaste que la señora de servicio te la hiciera?
—No, me gusta hacerlo yo, ella no lo hace mal, pero siento que es algo
personal, y que tienes que imprimirle cariño, no mecánico.
Asiento con la cabeza.
—No hacerlo como un trabajo, es a lo que te refieres.
Zia asiente con la cabeza.
—Eso sí, ¿me ayudas a cerrarla? —dice asiendo fuerza.
Me río.
—Claro, pongamos nuestros redondos y firmes traseros allí.
Zia rompe en risa y yo también.
El viaje se dio en el jet privado de papá. Fue un viaje rápido, gracias al cielo,
mis nervios eran impresionantes. No pude beber ni comer nada. Por supuesto
que mi papá, mamá, hermanos, y Mike, bromearon durante el viaje y se les veía
muy relajados.
—Hemos llegado —dice Zia como niña pequeña observando el lugar.
—Iré a refrescarme —anuncio y mi mamá me sonríe.
—Yo también —me responde mamá.
Mike me mira y yo le cojo la mano. Siento que se sorprende pero lo disimula
bien, ya que mi mamá le sonríe ampliamente. Todavía no puedo creer que Mike,
se adaptó tan rápido a mi familia, o mejor dicho, ellos lo aceptaron a él. Eso es
impresionante, nunca vi nada igual. Siempre a mis novios reales, algo malo le
veían a ellos.
—Es hermoso, usaré mi cámara mucho aquí —dice Mike entrando a la
habitación que supuestamente compartiremos.
—Sí, puedes dejar las maletas, allí —digo señalando un mueble—, por
cierto, no tenías que subirlas, para eso hay alguien que se encarga.
Mike sonríe.
—No me molesta.
—Sabes, es impresionante.
Mike frunce el ceño.
—¿Qué cosa?
—Tú, mis padres, mi familia en general. A todos mis novios siempre le
vieron algo malo, pero a ti no.
—Bueno, creo que es porque soy periodista y a tu papá eso le gusta.
—Sí, puede ser —digo y comienzo a quitarme los converse—, pero y, ¿qué
me dices de mi mamá?
Mike sonríe y se apoya en el mueble donde ha colocado las maletas.
—Tal vez, mi encanto natural —dice y sonríe con gracia.
—¡Sí, claro! —digo y me quito la chaqueta, quedando en unos cómodos
jeans a la cintura y una franela manga corta blanca.
Libero mi cabello de la cola de caballo y muevo el cuello de lado a lado.
Mike se aclara la garganta. Abro los ojos y veo que ya no está apoyado en el
mueble. Frunzo el ceño y lo noto nervioso.
—¿Estás bien? Se te veía relajado y ahora juraría que estás nervioso —digo
y me siento en la cama para quitarme las medias.
—¡Eh! La verdad, es qué, no sé, si ¿te has dado cuenta? Pero estás
desvistiéndote delante de mí.
Lo miro con sorpresa y bajo la mirada. Me río.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunta sonriendo.
—Lo… lo siento, es que —me seco las lágrimas que me han brotado por la
risa—, es algo que hago para ponerme comoda, sobre todo cuando vengo para
acá. Cosa que ya ha pasado mucho tiempo. La ropa que elijo siempre, es
comoda, y al llegar me quito los zapatos, chaqueta y calcetines. Busco ropa
abrigada y cálida para el lugar, pero antes me doy un delicioso baño caliente y
duermo un rato. Es una rutina deliciosa.
—Te falto la comida —dice y veo que traga saliva.
Me acerco a él, y noto porque esta así. Disimulando muy mal llevo la mirada
a su entre pierna y me muerdo el labio.
—Buen punto, la comida, ¿sabes que nunca he logrado hacer? —digo
mirándolo a los ojos.
Mike me mira con atención y como hipnotizado por mi mirada.
—No, ¿qué cosa?
Lo cojo por el cuello y lo atraigo a mi boca. Pego mi cuerpo al suyo y
comienzo a besarlo con ganas. Ha pasado un tiempo, no solo de no venir para
acá, sino también, de tener relaciones sexuales. Algo en la mirada de Mike y sus
nervios, me han dado ganas. Mike me coge por la cintura y mi chica fiestera se
despierta en mí. Lo llevo a la cama a punto de besos. Lo lanzo en la cama. Me
quito la franela y Mike me come con la mirada. Bajo mis manos a su abultado
pantalón, bajo el cierre y escucho un leve gemido de liberación de él. Me excito
instantáneamente. Abro mis jeans y me libero de ellos. Me subo a horcajadas de
él, y siento su dureza en mi zona íntima, comienzo a frotarme y una exquisita
sinfonía de gemidos salen de la boca de Mike.
Mike no resiste mucho y se libera de sus jeans. Me coloca boca arriba y
comienza a acariciar mi cuerpo de una manera hambrienta. Sus manos se cierra
en mi pecho, que aún están cubiertos por mi cómodo sostén blanco.
Dejo escapar un gemido cuando saca uno de mis pechos, e introduce a
continuación en su boca mi perfecto pezón rosado y erecto. Comienza a
chuparlo. Siento su dureza intima que roza mis piernas. Sin más lo atraigo a mi
boca y bajo mi braguita. Mike saca su miembro erecto y sin más me penetra.
Siento que puedo ver estrellas.
—¡Oh, por Dios! ¡Mike!
Mike comienza moverse lento y tortuoso. Le cojo el culo y alzo mis caderas.
Mike gime y se mueve rápidamente, haciéndome llegar en segundos a un clímax
de montaña. Jadeando y gimiendo, se corre dentro de mí.
—Eso… fue… mi Dios… había olvidado, lo que era venir para acá —digo y
Mike se ríe, se recuesta a mi lado.
—Es hermoso… —dice jadeando.
Ambos nos reímos. Después de disfrutar unos segundos tumbados semi
desnuda en la cama, y él técnicamente completamente desnudo. Me levanto.
—Ahora bien, iré por mi baño, luego por algo de comer, me ha dado mucha
hambre —digo sin poder borrar la tonta sonrisa de mi cara—, luego no sé,
veremos, que hacer.
Mike me mira sentado en la cama y mis ojos no pueden evitar bajar la
mirada a su miembro que sorpresivamente continua erecto. Trago saliva y Mike
sonríe.
—Si me lo preguntas, yo pensaba hacer lo siguiente, bañarnos juntos.
Hacerte llegar al clímax nuevamente, lento y luego, comer, para así después
unirnos a tu familia en actividades relajantes en familia, ¿no sé qué te parece?
Sonrío con gracia.
—Por supuesto, falso novio —digo chinchándolo.
Fin.