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Cada

una a su bola
Carmina Sanz





















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Julio, 2018
Carmina Sanz























Capítulo 1


—¡Por favor! ¡Jamás he suplicado nada en mi vida! ¡No puedes exponerme
así, yo no te hecho nada malo! ¡Ni siguiera te conozco! —digo desconcertada.
Miro hacia todos los lados de la calle, no quiero que nadie nos escuche.
—Tu papá es un hijo de puta —dice con voz, claramente llena de
resentimiento.
No está gritando y no ha subido el tono de voz, más bien, hasta yo mantengo
el mío lo más bajo que puedo, no quiero llamar la atención encima de nosotros.
Aunque hay pocos transeúntes ahora. Es bastante temprano y es domingo.
—¡¿Y yo que tengo que ver con eso?! —pregunto con desespero, mirándolo
a los ojos.
No puedo creer, que me encuentre en esta situación. Tengo dos años,
trabajando así y mi familia nunca se ha enterado, y ahora llega este sujeto, tan
bajo, una calaña de persona, y me amenaza con exponerme ante mi
familia, solo porque, aparentemente odia a mi papá. Yo sé que mi papá, es muy
prepotente y todo el rollo, pero hasta donde sé, no es mala persona.
El sujeto se ríe sin ganas, aparentemente.
—Chica, no te lo tomes personal. Créeme, me acabas de caer del cielo
—dice con alegría, como si se hubiese ganado ¡la maldita lotería!
No pienso y me acerco deprisa al sujeto y lo cojo por el brazo.
Me mira a los ojos y siento que se ha compadecido de mí, o eso creo
yo.

—Eres muy hermosa —dice con un tono de voz suave,
sorprendiéndome, sin dejar de mirarme a los ojos.
En este preciso instante, entiendo que lo tengo cogido por las bolas y él
imbécil no lo sabe. ¡Soy hermosa, tengo un trabajo que he obtenido debido
a eso! Sonrío internamente, maliciosamente. ¿Me habré salido con la mía?
—Gracias, pero por lo visto, lo harás de todas formas… exponerme —
digo fingiendo inocencia y liberándolo de mi agarre. Capaz, si le gusto, se
compadecerá por mis palabras, y me dejara libre de este embrollo.
El sujeto frunce el ceño y luego para mi pesar, sonríe burlonamente.
—Si me ayudas, no te expondré.
—¡Qué hijo de puta eres! —digo indignada, me ha tomado el pelo.
Doy un paso hacia atrás.
Se carcajea en mi cara.
—¡¿Has creído que, poniendo esa carita de niña buena, perderé mi
oportunidad de oro?! ¡Pues, no, chica, no! Me caes bien, eres realmente
hermosa pero si no me das algo bueno a cambio, te expongo. Tu padre, me
la debe —dice alejándose un poco de mí, con la intención de irse.
Me apresuro y lo vuelvo a coger por el brazo.
—¡Ok, ok! ¡¿Qué coño quieres a cambio?!
Mira mi mano que le está cogiendo el brazo y entiendo que quiere que
lo suelte. Lo hago. Vuelve a sonreír, esta vez triunfante.
—Encuentra una mejor manera, de que no seas tú mi única opción para
saldar mi asunto con tu padre —dice dejando de sonreír.
¡¿De verdad es tan estúpido para creer que le ayudaré a joder a mi
padre?! Dejando esa pregunta a un lado, tengo que averiguar, ¡¿qué diablos
le hizo mi padre a este sujeto?!
—Está bien, lo haré, gracias — digo intentando relajarme y me
dispongo a marcharme. No quiero verle la cara ni un minuto más.
—¡Espera! —dice y me doy vuelta, como si me hubiesen echado un
balde de agua fría—.Tienes una fecha límite, veinte días, ni más ni menos
— dice con firmeza, con una expresión de seriedad en el rostro.
Mi mandíbula se abre por la impresión.
—No pongas esa cara, te he dado más de dos semanas, pudiera darte si
acaso tres días. Vente días, serán suficientes, más que suficientes. Ya que
tu viejo es jodido para pisar. —Dice pensativo, creo que lo ha dicho más
para él que para mí.
Me muerdo la lengua y tan solo asiento con la cabeza. El sujeto me
guiña el ojo y se pierde de mi vista.
—¡¿En qué coño me he metido?! —me pregunto en voz alta e
indignada y muy cabreada.
—Pues, espero que no en el mío —dice Mía sonriendo burlonamente.
Deja de sonreír al ver que mi estado de ánimo decadente se mantiene —. A
ver, ¿qué sucede?, ¿por qué estás tan cabreada?, ¿a quién quieres que
golpee por ti? O mejor, lo golpeamos las dos —dice eso último volviendo
a sonreír con burla.
Me hace reír de inmediato. Me distrae un poco del jodido rollo en el
que me metí. Que para empezar, no es mi culpa.
—Para contarte, primero necesito un trago —digo y hago un
movimiento relajante para el cuello, que se me ha tensado por el imbécil
ese.
Mía frunce el ceño.
—Pensé que esa última copa que te tomaste a las cuatro de la
madrugada, era la última, ¿qué paso con el desayuno caliente, con mucho,
mucho café? —pregunta sonriendo con gracia y me da un suave codazo en
las costillas.
Mía tiene un repertorio de sonrisas. Debería de ser actriz, no sé si de
cine o de porno.
—De desayuno caliente, ahora solo paso a ser, un café negro cargado
con licor —digo con amargura.
—¡Vaya que te han jodido, eh! ¿Cómo se llama el sujeto?
—¡No lo sé!, ¡Mike algo!, ¡es un hijo de puta!, ¡es obvio que no me
dará su apellido! —digo caminando de lado a lado fuera del club.
Mía me detiene cogiéndome por los hombros con poca sutileza, más
no, a tal punto de hacerme daño físico. Es una mujer muy tosca.
— ¡Relájate, quieres! — dice y se retira un mechón grueso que le
cubre todo el ojo derecho. Se ha teñido el cabello hace dos días, de un
precioso color plateado. Es un color de fantasía. Mía tiene el cabello corto,
le va bien con su cara ovalada—. Lo que tienes que hacer, es esperar que te
vuelva a bordar…
La interrumpo y doy un paso hacia atrás, para que me suelte.
— ¡No! No puedo hacer eso, me ha dado, veinte días…
Ahora Mía es la que me interrumpe a mí.
—¡Ivy! Escúchame bien, el tal Mike, te habrá dado veinte días, ¡bien,
si lo ha hecho! ¿De verdad crees qué no lo vas a ver, sino después de
veinte días? La respuesta es, no. Lo vas a ver antes. Todavía no me has
dicho, ¿qué te ha hecho? Pero si te ha dado una fecha límite, debe de ser
por un asunto importante. Por tu cara lo sé. Eres fácil de leer, o es que te
conozco lo suficiente —dice y me guiña el ojo.
Suspiro sonoramente.
—Lo es, y créeme que ese tema, no lo quería tocar con el sujeto, aquí
afuera, pero no me dejo de otra. Por suerte nadie nos vio, o eso creo —
digo llevándome una mano al puente de la nariz.
—Bueno, vamos por tu café, y si quieres terminas de contarme que
sucede para así poder ayudarte.
Miro a Mía y de verdad, a pesar de que la conozco hace dos años, no
tengo la confianza suficiente para esto. Mejor es no contarle más nada, ya
sabe demasiado.
Nos acercamos a una cafetería que queda a dos cuadras del club.
—¿Lo mismo de siempre chicas? —nos pregunta Georgina, al
acércanos al mostrador de la cafetería.
—No, Geo, dale a mi amiga, un buen café negro cargado. Está
teniendo una mañana de mierda.
Georgina asiente con la cabeza y yo con un gesto de cabeza le doy las
gracias, ella me guiña el ojo.
Tomamos asiento en la mesa de siempre.
Mientras bebo mi café, al final sin ponerle licor; no logro desayunar
nada, debido a la angustia generada por el sujeto, por el imbécil de Mike.
Mía me insiste un poco para que le cuente, pero opto por mentirle. Le he
dicho que es un ex novio, que quiere que le regrese unos objetos que
compartíamos cuando éramos novios; por eso me ha dado una fecha límite,
tan solo porque estaba cabreado. Siento que Mía, no me ha creído, pero lo
ha dejado estar, no me pregunto más nada.
Después de beberme el café, me voy. Necesito estar sola. Voy a mi apartamento,
el cual no se lo debo a mis padres, me lo heredó mi nona, la mamá de mi
papá, que falleció, cuando yo tenía 14 años de edad. Es
Capítulo 2


un apartamento, de dos habitaciones, sala comedor, cocina. No es muy grande,
pero tampoco pequeño, es mi lugar de escape, mi espacio, mi hueco. En el
apartamento, me siento libre, hago lo que quiero. No llevo a personas que
no me gustan, es más, casi nunca llevo a nadie, prefiero reunirme con las
personas en otro sitio, es mi lugar para estar sola y a la vez acompañada de
mi plantas, libros, y una gatita siamés, que tiene seis meses de edad; su
nombre es Sombra, ya que es blanca, con la cara sombreada de negro,
alrededor de los ojos, en cambio la nariz es negra completamente y a su
vez tiene una gran sombra en la misma, orejas bordeadas de negro, y
sombras negras en las patas delanteras.
Sombra y yo, nos tenemos una a la otra. Mi apartamento es mi hogar, mi lugar
favorito en el mundo.

Tan sencillo como preparar limonada; comencé a estudiar publicidad a los
diecisiete años de edad. Cinco años después al cumplir los veinte dos años de
edad, terminé la carrera universitaria. Mi padre Scott Fiore, me pagó los
estudios. Toda la vida, mamá (Sabina) y él, me han mantenido. Mamá y papá son
millonarios, su capital económico es bastante envidiable. Una de las razones por
las que acepté trabajar como lo hago, es precisamente por la fortuna de mis
padres. Si les da la gana, me pueden dejar sin nada de dinero. No he tocado ni un
centavo del dinero que he ganado trabajando. He estado viviendo del dinero que
mis padres me proporcionan, así podré reunir suficiente y trabajar después en lo
que más me guste, ya que es obvio que no toda la vida haré esto.
Mamá, papá, mis tres hermanos, mi familia, amigos y conocidos,
creyeron que al finalizar la universidad, comenzaría a trabajar de lo que me
gradué. Pues, ¡no! La verdad, no lo hice. Mi mejor amiga, Juliana, me
mostró un mundo de belleza y sensualidad. Ella en ese entonces le llamó:
“vivir de la juventud y mostrarle al mundo tu belleza natural”. Bastante
largo, pero muy conveniente e interesante en ese momento. Sigo teniendo
esa belleza natural, ¡vamos soy joven! Sí, lo soy y también muy bella, no
lo puedo negar, modestia aparte.
Así que, mi familia, amigos y conocidos, creen que estoy trabajando
en alguna lujosa empresa de publicidad. Mi verdad, mi realidad es que soy
dama de compañía. Se le conoce por distintos nombres: Chica de
compañía, dama de compañía, call girl o escort. Comencé hace dos años
con esto, tenía 20 años de edad, en ese entonces. Todavía me faltaba un
año para alcanzar la edad legal para beber.
Si mis padres se enteran, de cómo una de sus hijas se gana la vida, me
desheredaran. Amigos y conocidos de mi familia me descuartizaran,
socialmente.
Tengo una hermana, que es menor que yo, se llama Zia; tiene
diecinueve años de edad, es la consentida de papá. La de mamá, soy yo.
Tengo dos hermanos mayores, Luka y Scott. El mayor, Luka tiene 27 años
de edad y el menor, 25 años de edad.

Recuerdo de mi primer cliente.
Pagó por tenerme, treinta mil dólares en efectivo. Lo sorprendente y
tranquilizador para mí, es que este cliente, no quería obtener sexo de mí.
Pudo haber pagado entre cinco mil o diez mil dólares para que lo
acompañase, al evento que fuimos esa noche, pero en vez de eso, optó por
pagarme treinta mil dólares en efectivo, ¡lo sé, impresionante!
No recuerdo su nombre, solo sé que era mayor que yo, un hombre de
unos cuarenta y tantos años de edad, con principio de canas en su cabello
oscuro, negro, recuerdo que era negro. Fuimos a una exposición de un
museo. Como dije anteriormente, soy hija de millonarios, por lo tanto, mi
educación y cultura, son impecables y de alto nivel. Tengo un armario que
renuevo cada cierto tiempo, con suma facilidad. Sé todo el asunto del
juego de las etiquetas, que usar, que no usar, etc. Sin embargo, mi primer
cliente tenía otros planes para mí, él decidió como iría vestida esa noche.
La exposición era sobre el arte Egipto, por lo tanto me hizo vestirme, como
el personaje del rey escorpión, “Cassandra del rey escorpión, la película
que debuto en cines el año 2002”. El atuendo que usé, fue, bueno no creo
que esa micro tela que apenas cubría mi cuerpo, se considere ropa.
Ciertamente era precioso, muy sensual y erótico, muy, muy, erótico. El
atuendo, es el que usa el personaje de Cassandra, en una escena cuando
huyen en el desierto. En dicha escena, ella se le sube encima del regazo, al
rey escorpión para ayudarlo, debido a que este había sido envenenado por
una flecha. Ese atuendo sexy, fue el que yo llevé a la exposición, el mismo
que ella usó en dicha escena. Bueno no creo que el mismo, tal vez, tan solo
fue una réplica, el cliente no me comentó nada sobre el vestido. Todas las
miradas estuvieron esa noche encima de mi cuerpo; sentí que la expuesta
era yo y no las obras de arte exhibidas esa noche.
—¿Qué sucede, Sombra? Ya comiste, acaso, ¿quieres jugar un rato con
tu pelota? —pregunto acariciándole entre las orejas.
Sombra ronronea a mi tacto.
—No sabes cómo ha sido mi mañana de este domingo. Debería de
estar durmiendo ahora, pero no puedo. Son las dos de la tarde —digo
mientras continuo acariciándola y observando el reloj digital que hay en la
pared de la sala.
Mi estomago cruje. No he comido nada en el desayuno y siento que me
quiere doler la cabeza. Me levanto con flojera y me dirijo hacia la cocina.
Llaman a la puerta y frunzo el ceño.
—¿A quién estamos esperando? —le pregunto a Sombra. Sé que no me
va a responder, ¡vamos quien no le hable a sus animales, no es humano!
Intento pensar en quién puede ser. Como dije anteriormente, muy
pocos vienen a mi apartamento. Miro por el ojo mágico y doy un paso
hacia atrás con horror y sorpresa.
—¡Pero qué rayos!, ¡¿qué hace él aquí?! —me pregunto atónita.
Vuelve a darle al timbre y golpea suavemente la puerta.
—¡Sé que estás, no me iré! —dice Mike haciéndose escuchar. No está
gritando pero mi vecino de enfrente podrá escucharlo.
—¡Mierda! —digo casi en un susurro.
Abro la puerta y tiro de él, hacia adentro. Logro ver rápidamente la
cara de sorpresa de Mike.
—¡¿Se puede saber qué diablos haces en mi apartamento?! —digo sin
dejar que alguien lo vea, haciendo que se quede detrás de la puerta, y me
asomo hacia el pasillo, no hay movimiento en el apartamento de mi
vecino. Cierro la puerta y miro a Mike, que continua observándome con
sorpresa y ahora me muestra una sonrisa burlona.
—No ha sido difícil, te he seguido ¡Así que aquí es donde vives!
Bonito —dice y se comienza a pasear por mi recibidor.
—¡Eh! ¡Alto ahí! ¡No tienes derecho de pasearte por mi hogar! —digo
poniéndome rápidamente delante de él—, acaso, ¿no fue suficiente lo de
esta mañana? —pregunto cruzándome de brazos.
—Que bueno que tocas el tema, seré tu sombra —dice y siento que
quiero meterle un puñetazo en la nariz, para que quite esa sonrisa estúpida
que tiene.
—¡Ya va! ¡espera! ¡¿qué coño quieres decir con eso?! —me llevo una
mano al puente de la nariz.
—A lo que me refiero, es que seremos vecinos.
—¡¡¡¿¿¿Qué???!!! —me río, parezco una loca, pero es que este tío me
toca los cojones.
—Cálmate vecina, has escuchado bien, mi apartamento queda enfrente
del tuyo.
Niego con la cabeza.
—¡No, ya va espera! —digo e intento serenarme—, eso es imposible,
al frente vive, el señor Price, es imposible…
Mike me interrumpe.
—No, no es imposible, el señor Price, me lo alquiló por un precio que
no se pudo negar. Se ha ido de viaje por seis meses, para México, creo —
dice con gracia y hace una expresión de pensando.
—¡¿Crees que es divertido esto?! —digo y siento que quiero llorar,
gritar, y caerle a golpes al mismo tiempo. Nunca he sido violenta, pero es
lo que deseo en este preciso instante.
—No voy a estorbar en tu vida, he tenido que hacer esto, por si intentas
algo —dice dejando de sonreír con burla.
—¡No, esto es suficiente! ¡Haz lo que quieras, cuéntales a mis padres!
¡No me importa! —digo perdiendo la razón.
Mike me vuelve a mirar con sorpresa.
—¿Hablas en serio? Quieres tener esa mancha social.
—¡¡¡Sííí!!! ¡¡¡Pareces un maldito mafioso!!! ¡¡¡Ve cuéntales!!! ¡¡¡Y
lárgate de mi puta vida o llamaré a la policía!!! —grito exaltada.
Algo se rompe dentro de Mike, no se ha esperado que me rindiera tan
fácilmente. Se ve como perdido. Pasan unos segundos y al fin habla. De no
haberlo hecho, iba a llamar a la policía.
—Escucha, Ivy, ok, está bien, lo lamento, se me ha ido la mano con
esto. No ha sido mi intención asustarte, de verdad no lo pretendía, y no soy
un mafioso, ni nada por el estilo. Tu padre me ha jodido mucho, se cree, ¡el
puto amo del mundo! Lo que quiero es… no puedo decir que diré esto—
dice y camina de un lado a otro sin salir del recibidor, no tiene mucho
espacio para moverse—, necesito tu ayuda, te pagaré, las tornas se
cambian. Ayúdame, eres su hija, haz algo para que deje de pisarme los
cojones —dice con cara de desespero.
Mi mandíbula se abre por lo que está diciendo.
Capítulo 3


La chica del pequeño pueblito.


Ivette. Soy una cría de nueve años de edad. Vivo en un pequeño pueblito de
Francia. Le pusieron al pueblo mi nombre años después de mi muerte,
exactamente, diez años después. Morí a los noventa y siete años de edad, de
muerte natural. En mi época hubo vestidos lindos, hambre, guerras,
enfermedades, escasez, etc. Pero en el pequeño pueblito las cosas estaban
calmadas, estábamos bien posicionados, mejor dicho, bien escondidos. Las
guerras no nos encontraban, apenas nos rozaban. La tierra era buena para
cosechar, habían distintos tipos de animales de granja; podíamos también pescar
en ríos; pero la historia no trata de cómo nos alimentábamos, ni las cosas que
hacíamos para subsistir como pueblo; esta historia trata de por qué nombraron al
pueblo como yo “Ivette”, bueno, es una historia interesante, divertida, romántica,
dramática, en algunas partes puede llegar hacer triste. Es una evolución de mi
vida. Comencemos por algo muy importante, soy huérfana, un herrero me
encontró dentro de una cesta llena de verduras podridas. Tenía aparentemente
pocas horas de nacida. No recuerdo el nombre del señor que me recogió, me
tuvo con él, tan solo unos meses y luego me enviaron a la casa de una señora que
siempre olía a tabaco. Desde que tengo uso de razón, la señora Pierre, me utilizó
como su criada. Aprendí a cocinar, limpiar, tejer, etc. También fungía, como la
chica de los mandados. La señora Pierre, murió de un resfriado, debido a largas
noches heladas. Así fue como comencé a valerme por mi cuenta, a la tierna edad
de nueve años. La noche en que murió la señora Pierre, yo estaba buscando al
médico del pueblo, llegué tarde, la señora Pierre, ya se había ido para el más
allá. El señor Orson, el médico, me dijo que el cuerpo sin vida de la señora
Pierre, tendría que pasar la noche, en su cama donde había perdido la vida.
Recuerdo que me asusté mucho, no quería quedarme con ella a solas, tenía
miedo de que me llevara hacia donde sea que se haya ido. El doctor después de
declararla oficialmente muerta, se fue y me dejó sola. La casa olía a tabaco; corrí
a la vieja habitación en la que fue mía por casi nueve años. Como no poseía una
cerradura, improvisé con una silla, y bloqueé la puerta desde adentro. Me metí a
la cama y me quedé esperando impacientemente a que amanecería. Fue la noche
más larga de mi vida. No logré dormir nada. La señora Pierre, murió de 76 años
de edad. No lloré su muerte, pero si me puso triste, ya que para bien o para mal,
la señora Pierre, me alimentaba y me dio un techo y una cama caliente para pasar
las noches. A la mañana siguiente, a primera hora, llegaron para llevársela. Los
que lideraban el pueblo, me dijeron que tenía que abandonar la casa. Me dijeron
que tenía que buscar otro lugar para vivir. La señora Pierre, no tenía familia y la
casa, le serviría a una familia nueva. Nunca entendí las leyes del pueblo. Siendo
una cría era difícil de entender. Solo sé, que todos buscaban estar en una
aparente armonía, digo aparente, ya que después de que murió la señora Pierre,
comencé a descubrir la realidad del pueblo y entendí que a pesar de lo dura que
fue la señora Pierre, conmigo, ella me ocultó o me apartó de la cruda realidad de
la vida. Los líderes del pueblo, me llenaron la cabeza con una falsa esperanza,
me dijeron que alguien del pueblo me cuidaría, pero siguiendo mi intuición,
sabía que era mentira, que yo sola tendría que apañármelas, y así fue.
El pueblo adoptó mi nombre, debido a que a mis 33 años de edad, descubrí
oro negro, también llamado petróleo. Desde temprana edad he sido muy curiosa,
y gracias a eso soy recordada. Sin embargo para mí, fue más una aventura que un
descubrimiento. A pesar de ser huérfana de alguna manera u otra logré disfrutar
mi niñez, no quemé etapas, solo que aprendí rápido como funcionaba la vida.





—¡Ivette, largo de aquí! —grita el señor Antoine, el panadero.
Lo miro con fingida impresión.
—Es mi cumpleaños número dieciséis, señor Antoine —respondo
tranquilamente. No espero que lo celebre conmigo, nadie nunca lo ha hecho.
Pero al menos espero que me trate cordialmente y respetuosamente, como lo
estoy haciendo yo con él.
—¡Ja! ¡¿Y qué, crees que porque sea tu cumpleaños, vas a llevarte mi
mercancía, sin pagar?!
Me hago la ofendida. La verdad no me ha ofendido, pero sé que, si no le
demuestro algún sentimiento o emoción, pensara que puede tratarme así o peor.
—¡Jamás he pensado eso! ¡Tengo monedas, señor Antoine! ¡No puedo creer
que me acuse de ladrona!
Continuo fingiendo ofensa y diciéndole la verdad, tengo monedas de plata e
inclusive, las de más valor, las de oro. Siempre tengo, trabajo desde temprana
edad, incluso antes de que falleciera la señora Pierre, ganaba las preciadas
monedas. No tendré una fortuna enorme, pero lo que tengo, me alimenta. Logro
comer, de tres a dos comidas diarias. Bien resueltas.
El señor Antoine sonríe de una manera desagradable enseñando los dientes
amarillos, casi todos los tiene de ese color. Siempre he intentado alejarme de la
gente con la boca así, ya que a muchos les huele mal. Les apesta.
—¡Ja! ¡Tú, una cría con monedas! ¡Eres huérfana, dudo mucho que tengas
una moneda de plata! —lo dice con un tono ofensivo, denigrante, de una manera
desagradable como su sonrisa y dientes.
Llevo amarrado a mi cintura un pequeño bolso de cuero, que yo misma
bordé. Lo decoré con pequeñas flores hechas de cuero, de diversos colores. Abro
el bolso, tirando de unos cordones y saco un puñado de monedas de plata. El
señor Antoine abre los ojos como platos.
—¡¡¡Te has robado esas monedas!!! ¡¡¡Ladrona!!!
Doy un paso hacia atrás. La gente a fuera de la panadería se detiene al ver el
escándalo producido por el panadero.
—¡No me he robado nada! ¡Estas monedas me las he ganado honestamente!
—digo con firmeza sosteniendo las monedas fuertemente en mi puño cerrado.
Me imaginé que me acusaría. No puede aceptar, que alguien joven y sola
como yo, sea capaz de obtener monedas, limpiamente. Por lo visto, hace lo que
me esperaba, da un paso hacia adelante para intentar quitarme a la fuerza, lo que
me pertenece por derecho.
Me muevo ágilmente y cojo unos panes largos, y una canasta mediana llena
de postres recién horneados.
Domi, sale sorprendiendo de la cocina al panadero. Yo aprovecho esa
distracción y dejo encima del mostrador, una moneda de plata, que equivale en
valor a la mercancía que me estoy llevando. Salgo por la puerta principal
rápidamente con lo que he cogido de la panadería. Las personas me ven y
susurran entre ellas.
Corro hasta el lugar seguro que acordé con Domi.
—Es muy molesto, pagar así por lo que cogemos —dice apareciendo a los
pocos segundos.
Observo que lleva una galleta en la mano y niego con la cabeza.
—Acordamos no robar.
Domi me regala una sonrisa de medio lado.
—Tú, no yo pequeña. Me he llenado de harina la ropa, por culpa de ese viejo
panzón. Así que me he descobrado y he cogido esta deliciosa galleta. Al menos
el panzón ese, sirve para algo. Sino, fuese una pena, tener un lugar así, y
desperdiciar la comida.
—Muchos dicen que hace magia —digo guardando los panes y postres
dentro de una caja de madera sin tapa. Al terminar la cubro con una tela fina,
para proteger su interior—. Lo malo es su actitud, es una persona muy
desagradable. No logro entender, ¿cómo alguien así, puede crear cosas
deliciosas?
Domi sonríe con gracia.
—Por las monedas, todo es por las monedas. Eso hace que las personas
hagan cosas sensacionales. La plata y el oro, mueven este pueblo. Dichosos los
que tienen gran cantidad, sobre todo, de las de oro. Los ricos —dice con la
mirada perdida.
Domi está lleno de codicia. A pesar de su corta edad. Tiene dieciocho años
de edad. A diferencia de mí, no es huérfano. Su padre es zapatero, lo malo, es
que bebe mucho ron, y golpea de vez en cuando a Domi, el cual no se
defiende…
Domi, es delgado y alto, es ágil para moverse como yo, pero no lo
suficientemente fuerte, más fuerte que yo, sí, por supuesto, pero no tanto como
su padre. Otro dato curioso de Domi, es que, nunca ha dormido fuera de su casa.
Siempre me esquiva cuando le digo que abandone su hogar y se labré su propio
camino. Hoy he decidido no decirle más nada. Conozco a Domi, desde hace tres
años. Somos amigos, no los mejores, pero nos tenemos confianza. En este
pueblo eso es difícil de obtener. Nadie confía en nadie y cuando lo hacen, es
porque te han salvado el pellejo, o porque te han dado algo a cambio, nada se
hace gratis, lamentablemente.
—Sí, como sea. Ya me voy. No quiero llegar tarde —digo cerrándome bien,
el abrigo.
Domi frunce el ceño.
Capítulo 4


—¿A dónde vas? —pregunta con claro interés.
—A casa —digo sonriendo ampliamente y sosteniendo bien la caja de
madera.
Domi se rasca su cabeza rapada.
—¿Casa? Pero tú, no tienes casa.
Niego con la cabeza sonriendo.
—Nos vemos luego. Toma —digo lanzándole en el aire, una moneda de
plata.
Domi la ataja rápidamente antes de que toque el suelo. Me mira con
sorpresa. Me doy vuelta.
—¡Espera! ¿Por qué, la moneda?
—Me has ayudado —digo girándome a verle la cara—, gracias, adiós. —
digo y me voy, entre las sombras que comienzan a formarse dentro del callejón.









Mi casa, tengo una casa ubicada en un lugar secreto, en las profundidades del
bosque más cercano al pueblo. Para llegar allí, me toma casi media hora, a pie,
por supuesto. No quiero llamar la atención cogiendo un caballo y dejando
huellas que rastrear.
Es una casa de madera rustica. No como las del pueblo. Es muy pintoresca.
Me ayudó a construirla, un señor muy viejito, alguien a quien le tuve mucho
aprecio. El señor Emerick. Él era mudo, se comunicaba conmigo escribiendo en
hojas de papel. Era excelente carpintero. Lo conocí cuando yo tenía doce años de
edad. Se encontraba en el pueblo, terminando un trabajo, y tuvo un aparatoso
accidente. Un caballo golpeó al asustarse, unas tablas de madera, las cuales le
cayeron al señor Emerick, en el pie izquierdo. Era tarde, comenzaba a
obscurecer, y la gente se recogía ya para sus respectivas casas. Vi todo lo que
sucedió, y corrí a socorrerlo. Logré quitarle, yo sola las tablas y curé su pie
herido. Por suerte, no fue de gravedad, tan solo se le hincho, más no se le
rompió.
El señor Emerick, vivía en una casa cerca del bosque y algo apartada de las
demás casas del pueblo. Esa noche, me invitó a resguardarme con él. Dormí en
el sofá de su sala. Su casa era preciosa, tenía muchos acabados en madera. No
era una persona con una fortuna enorme, pero, sí, con pertenencias hermosas. Al
estar muy avanzado en edad, cada vez, le costaba más trabajar para poder comer.
Tanto así, que estaba a punto de poner en venta su casa.
Decidí ayudarlo, comencé a trabajar para él. Me dio techo, más no monedas.
Con lo que ganaba él, comíamos los dos. Su fortuna comenzó a crecer. Ya que
con mi ayuda, sus trabajos finalizaban rápidamente, pero el tiempo avanzaba y él
envejecía. Con las monedas que poseía, ya podía retirarse. Una noche, me
preguntó, que yo deseaba a cambio, por toda la ayuda que le brindé a lo largo de
tres años. Le dije que una casa. Ya yo había cumplido los quince años de edad.
No me gustaba decirles a las personas cuando cumplía años, por eso no me lo
celebraban. Tampoco es como que si les decía me lo fuesen a celebrar. Estaba
sola en el mundo, y cuando conocía a gente buena, como Emerick, que no solo
hacía cosas por beneficios, pues, prefería no ilusionarme y festejar, un año de
vida más, mío, con nadie.
Ese año, el señor Emerick, me dijo que me ayudaría a cumplir mi petición.
Me dijo que eligiera un buen lugar, y así hice. Fuimos al bosque y comenzamos
a construir juntos la casa. Aprendí mucho sobre carpintería en tres años. La casa
estuvo acaba en seis meses. Emerick falleció, al poco tiempo. Su corazón dejo de
latir. Sufría de artritis, los dolores eran fuertes, no sé, si tenía otras afecciones,
pero estaba débil y viejo y murió.
Esa es la historia de cómo obtuve mi apreciada y pintoresca casa. Me
dediqué después de su muerte, a adornar, pintar y amoblar la casa, de a poco.
















A mis 20 años de edad, mi casa había avanzando mucho, al igual que mi
vida. Yo ya no era una niña, era una mujer adulta, sin embargo la gente del
pueblo me veía como una persona sin hogar. Lo más molesto es que, no
importaba lo muy higiénica que estuviese y bien alimentada, inclusive bien
vestida. A las personas del pueblo a la mayoría, les importaba tener una familia,
y una casa dentro del pueblo, en pocas palabras, el qué dirán era importante. Un
pueblo que estaba escondido del mundo, pero era un pueblo, lleno de muchos
prejuicios. No es algo que me marcara mucho, pero si era engorroso vivir así.
Por esa razón busqué explorar y alejarme del pueblo, más no abandonar mi
hogar en el bosque. Así fue como descubrí petróleo, preparándome para salir al
mundo. Ironías de la vida, encontrar algo sin buscarlo, dentro del lugar del cual
quieres alejarte.
El pueblo, como dije desde un principio, estaba escondido, sí, pero también
crecía, los líderes, sabían a quienes dejar entrar y a quienes no, a forasteros, que
ellos consideraran personas de confianza. El crecimiento generó muchas cosas.
Trajo consigo, más trabajo, objetos nuevos, más municiones, pero también
enfermedades, traídas de afuera. Había hurtos, entre otras cosas, pero eso no es
nuevo, eso ya estaba instalado, desde que tengo uso de razón, tan solo
aumentaron con los forasteros.
Para emprender mi viaje de exploración, decidí conseguir un caballo,
abastecerme de alimentos no perecederos y reunir muchas monedas de plata o
las suficientes de oro. Fuera del pueblo, no sabía que esperar, por lo tanto quería
estar muy bien preparada. Hice una lista:
-Comida enlatada (llevar conmigo un bolso lleno).
-Monedas (muchas de plata o unas cuantas de oro).
-Herramientas (del tipo que sea, nunca se sabe).
-Ropa para los distintos cambios del clima (que bueno que tengo mis
contactos dentro del pueblo)
-Encontrar un buen caballo (no será problema, más de un pueblerino me
debe un favor)
-Medicina (un botiquín de primeros auxilios).
-Un mapa (pan comido)
Todas estas cosas de la lista, no son ni difíciles ni fáciles de conseguir,
requieren de tiempo.
Deseaba hacer este viaje sola, pero la vida te sorprende. Conocí a
Dean, un joven forastero y aventurero. Dean, él mismo no sabía
exactamente qué edad tenía. Yo presumía que tal vez unos 26 años de
edad. Fue mi mayor error, el primer y único hombre que me gusto. Me
trajo muchos problemas, pero con él descubrí el amor. Detuvo mi viaje por
un tiempo, todavía lo recuerdo. Recuerdo como nos conocimos. Lo
recuerdo todo…
—Es muy molesto, pero pronto podrás quitártela —digo y acaricio la
cabeza llena de tirabuzones de la pequeña Sophie. Le he curado la rodilla,
que se ha herido. No ha sido de gravedad, tan solo un raspón. Le he
desinfectado la herida y le he puesto un vendaje.
Sophie es una niña de 6 años de edad. Su padre es el cocinero
principal de la taberna del pueblo. No tiene madre, Mirelle, su madre,
murió dándola a luz.
—No debí de haber corrido así, la rodilla me arde —dice mirándome
con esos grandes ojos azules, que junto con sus facciones, la hacen
preciosa. La chiquilla es muy linda, tiene el cabello rubio cenizo y unos
preciosos ojos azules, los heredó de su madre. Cuando sea una señorita,
robara corazones.
—Ciertamente, no debiste de correr, pero puedes hacerlo con más
cuidado. Pequeña, todavía eres un cría, puedes correr todo lo que desees,
tan solo cuídate.
Sophie asiente con la cabeza y me regala una preciosa sonrisa, que le
devuelvo.
—¡Sophie! —le llama la voz de un hombre joven.

Capítulo 6


Sophie y yo nos damos vuelta y vemos al hombre que esta llamándola.
Comienza acercarse y le sonríe ampliamente a la pequeña niña.
Sophie corre hacia él, y se detiene. El hombre se agacha a la altura de
ella.
—Te busca tu profesora de piano, ve.
Sophie asiente con la cabeza. Se gira y se despide de mí con la mano.
La copio y observo cómo se da vuelta y corre hacia su destino.
El hombre me mira con curiosidad y se me acerca. Me sorprende al
extenderme la mano. Me sorprendo, no solo por su actuar, sino también,
debido a su vestimenta, no viste formal y está siendo educado conmigo.
Probablemente debe de ser un forastero.
Acepto su mano y la estrecho.
—Soy Dean, Dean Fleury. Encantado.
—Ivette Allan.
En la cesta en la que me encontraron, estaba un papel, en el cual
indicaba mi nombre, según me contó la señora Pierre. El apellido,
sorprendentemente también estaba, ¿entonces no soy una bastarda?
El hombre sonríe.
—Soy un primo lejano de Aramis, el padre de Sophie. He llegado al
pueblo, de visita —dice en voz baja, y lo entiendo. A los líderes, no les
gusta que estén vociferando por ahí, los forasteros. No importa si han
entrado gracias a ellos.
—Yo solo soy una civil —digo tranquilamente.
—Permítame decirle, que es una civil muy hermosa, no una simple
civil —dice con voz seductora.
Es la primera vez que me dicen palabras bonitas, sin sonar vulgares u
ofensivas. Normalmente me atacan verbalmente, hombres borrachos.
—Gracias, es usted muy cortés y amable —digo sin sonrojarme. Me ha
sorprendido, pero no le demuestro sorpresa.
—Y usted, es muy refinada. Su apellido, no me suena. Conozco a casi
todas las familias del pueblo, y estoy seguro que su apellido, no lo he
escuchado —dice frunciendo el ceño.
Intento no rodar los ojos. El setenta y ocho por ciento de las familias
del pueblo son importantes, el veinte por ciento, son inferiores, es decir
son personas que tienen hogar, sí, pero no fortuna. Son muy humildes, y
luego esta, un dos por ciento, que es como yo. Bueno, mentira, yo soy
distinta a ese dos por ciento. Ellos, ese dos por ciento, es una calaña.
Roban, piden dinero, violan, hacen cosas malas para el pueblo. Los líderes
los usan a veces para su beneficio.
—Es un apellido lejano —digo copiándolo.
Dean se ríe con una carcajada.
—Bueno, entiendo. Es una placer conocerla. Continuo impactado, es la
primera vez que la veo por aquí. Tengo una semana en el pueblo, y he
venido otras veces y nunca la había visto —dice sonriendo y logro captar
curiosidad en él.
—No me paseo mucho por el pueblo. Soy una mujer ocupada —
mantengo mi postura.
—No lo dudo. Discúlpeme el atrevimiento, ¿es usted casada? —es
muy insistente.
—No, no lo soy. Si me disculpa, señor Dean, tengo pendientes que
hacer —digo y espero que me deje ir, de no hacerlo, de todas maneras me
iré
Dean se mueve hacia un lado. Hace una reverencia.
—Por supuesto, disculpe, no ha sido mi intención de ocupar su valioso
tiempo. Encantado de conocerla, espero verla pronto. Nuevamente
disculpe mi atrevimiento.
Asiento con la cabeza y me voy.
Con el poco dinero que tengo guardado, me dirijo a comprar algunas
cosas de la lista. Primero entro a la tienda de comestibles, donde hay una
variedad de enlatados.
La señora regordeta, que está en sus cuarenta y tantos años de edad, la
señora Dariela, me mira y se acomoda los grandes anteojos que lleva
puestos, los cuales le cubren casi toda la cara.
—¡Ivette!, ¡que sorpresa verte por aquí querida! —dice y se le siente
en la voz el tono hipócrita, de inmediato.
—Buenos días, señora Dariela, ¿cómo le va? —digo y doy un rápido
repaso a la tienda, con la vista.
—Bien, querida, muy bien —contesta y sale de detrás del mostrador.
Siempre que yo vengo lo hace, cree que le robaré algo.
Sé que no me preguntara como estoy, ya que no le importa. A mí
tampoco me importa ella, tan solo soy educada, lo cortés no quita lo
valiente. Hay muchos maleducados en este pueblo.
Continúo observando y comienzo a caminar, y me acerco a los
anaqueles.
—¿Qué buscas en especifico? —pregunta con tono impaciente.
—No se preocupe, señora Dariela, no le quitaré mucho de su apreciado
tiempo, tan solo cogeré unas cosas. Tengo el dinero, aunque usted no lo
crea. Saltémonos la parte molesta e incómoda de su escrudiño.
La señora Dariela me mira con cara de ofendida.
—¡Ivette! ¡No puedo creer que me hables así!
—Por favor, sea tan amable de dejarlo así. No finjamos que nunca ha
pasado. Cada vez que pongo un pie en su tienda, usted actúa igual o
incluso peor, en cada ocasión que vengo. Como dije anteriormente, no le
quitaré mucho de su apreciado tiempo —digo y camino al fondo de la
tienda. Dariela no me sigue, tan solo se aleja hacia su puesto, que ocupaba
cuando entré a la tienda.
Para no gastar todas las monedas de plata, tan solo compro cinco latas.
Tres de sardinas, y dos de frijoles. Los pago y me dirijo al hospital del
pueblo.
—Buenos días, vengo a comprar un kit de primeros auxilios —le digo
a una enfermera, una de las que se encarga de los medicamentos del
hospital.
—Un momento por favor.
Las ventas de los medicamentos se hacen en el único hospital del
pueblo. Según lo que habla la gente, los lideres quieren crear otro hospital
y expandir el pueblo, con los años hay más personas y eso genera más
demanda.
—¡Por favor, ayúdenme! ¡Mi esposa! ¡Dafnée! ¡Va a tener al bebé! —
dice un hombre que entra con desespero al hospital y comienza a acercarse
a cada enfermera y doctor que ve.
Busco con la mirada a su esposa pero no la veo. Observo las ropas que
viste el hombre. Las enfermeras y doctores, lo ignoran y se alejan de él.
Me da rabia, que lo ignoren, es alguien sin recursos. Personas como él, los
ayudan solo cuando es cuestión de vida o muerte. En el caso de un parto,
de los parto normales sin complicaciones, el hospital no actúa, debido a
órdenes de los líderes, ellos piensan, que las personas, los últimos del
pueblo, del porcentaje que la gente del pueblo, creé que yo pertenezco,
pues, los lideres creen que ese porcentaje no merece reproducirse, sin
embargo se lo permiten porque todavía no se creen Dios, aunque siento
que eso cambiara, para mal, pronto se creerán, Dios.
Espero que me atiendan. Compro el kit y salgo. Veo al hombre que
ignoraron, corriendo hacia un callejón. Sin llamar la atención sobre mí, lo
sigo. Con cautela, sin hacer ruido, comienzo a adentrarme dentro del
callejón. Escucho los gemidos y lamentos de una mujer, me acerco
despacio y me oculto detrás de unas cajas abandonas llenas de trapos
viejos. Me asomo con cuidado de no delatarme y veo a una mujer con un
prominente vientre, el cual se está sujetando con ambas manos. Su cara
esta contraída de dolor. Suspiro y salgo de mi escondite con las manos en
alto.

—Hola —digo.
—¡¿Quién eres?! —pregunta en modo defensivo el hombre
levantándose y poniéndose delante de su esposa.
—Soy, Ivette, vivo en el pueblo, tan solo he pasado para ayudar. Te he
visto en el hospital, has pedido ayuda y te han ignorado. Yo puedo
ayudarte, si así lo deseas.
La mujer aúlla de dolor, y el hombre se da vuelta y se agacha junto a
ella. Le coge la mano y le coloca una mano en su prominente vientre.
—¡Sí! ¡Por favor, ayúdanos, mi mujer, está a punto de dar a luz! —dice
y voltea a mirarla y luego me mira a mí—¡Yo… yo no sé qué hacer! —
dice con desespero.
—Descuida, intenta tranquilizarte, tienes que ser fuerte para tu mujer,
¿hace cuanto ha entrado en labor de parto?
El hombre asiente con la cabeza y respira profundo.
—Aproximadamente veinte minutos.
Me acerco a la mujer y el hombre se levanta. Me agacho y le coloco las
manos sobre el vientre. Siento su dureza.
8 largas horas después, alumbra un bebé. Un bebé grande, un
varoncito.



Capítulo 7



—Hola, mi nombre es Anne Marie, ¡Hola! Mi nombre es, ¡Anne Marie! ¡No,
no, no! ¡Hola! ¿Cómo están? Mi nombre es, Anne Marie —digo viéndome al
espejo.
—Ann, cálmate, lo va vas hacer bien, descuida. Tienes ocho años trabajando
en esto —dice Claire girando en la silla de su escritorio.
—Sí, ocho años, pero… es que, no cuenta. Era una niña en ese entonces —
digo y me paseo por la habitación de Claire—, ahora soy una adolescente, de
dieciséis años de edad, ¿qué ha cambiado? —pregunto.
Claire sonríe ampliamente y se levanta de la silla.
—Eras una niña prodigio con el tema de la escenografía a millón, creaste tu
primera obra maestra a los ocho años de edad, la cual perfeccionaste durante
ocho años, ¡ocho años es toda una vida, cuando eres joven! ¡Además, tu
creatividad es inigualable! —dice sonriéndome ampliamente. Esta orgullosa de
mí —Has cambiado, porque has crecido físicamente, sí, y no solo eso, también
has perfeccionado tu técnica. Ese es el cambio, del cual preguntas.
—Solo he montando una escenografía, ¡una! Mejor dicho, he creado, todavía
no la monto, ¡no fui una niña prodigio! Solo era una niña con imaginación, como
todos los niños del mundo. Una cría que creó algo y lo mejoró a través de los
años. Eso no me hace especial, ni mucho menos prodigio —digo y me dejo caer
boca arriba en la cama de Claire.
—¡Bromeas! Durante ocho años, fuiste comprando distintas cosas, que
normalmente se usarían durante el mes de octubre, en Halloween para ser más
especifica. Luego las almacenaste, y usabas tu habitación para montar la
escenografía. Le tomabas fotos a tu habitación, que fungía como una clase de
escenario, y una vez que tenías todo montado, le tomabas fotos, para después
analizar que más faltaba, ¡eso es impresionante! Lo hiciste por ocho años, y al
fin está terminada, ¡es una maldita obra de arte! ¡Ann! Son tantos detalles, que
parece una escena sacada de una película, tipo fantasía. Como, que se yo, “Harry
Potter”, ¡es muy cool, Ann! De verdad, lo es. No puedes menospreciarte, es algo
que haces. Hay personas que coleccionan cosas, tú, pues, tú, amas las
escenografías, el diseño de interiores, las fiestas temáticas, etc. Es lo tuyo, tu
cosa.
—Bueno, y súmale la presión, ahora de hacer la fiesta de Halloween, de este
año del instituto —digo incorporándome en la cama.
—¡Duh! ¡Hello! Anne Marie, de eso se trata —dice mirándome como si me
hubiesen salido dos cabezas.
¡Cierto! ¡Tengo que ser más cuidadosa! No le dicho a nadie, que conocí, hace
menos de una semana, a una señora que estuvo conversando conmigo, y según
ella, vio potencial en mí. Amélie, así se llama la mujer, que me encontré un día
comprando unas cosas para mi escenografía. Amélie, tiene una empresa de
festejos. Conversando conmigo, quedó fascinada, y me dio su tarjeta. Quiere ver
mi escenografía, por eso siento presión, ya que tengo que mostrarla no solo en el
instituto, a muchos chicos de mi edad, sino también a una mujer que tiene una
empresa. Con ella se me pueden abrir muchas puertas, podría incluso, trabajar
con ella, medio tiempo, hasta que me gradúe de la secundaria.
—Sí, exacto —digo con una sonrisa nerviosa—, a eso me refiero —digo y
me pongo de pie.
—¡Bien! —dice con una amplia sonrisa—, bueno, ahora vámonos a la
cafetería, quiero reunirme con los chicos, estamos tardándonos —dice
poniéndose de pie.
—¡Espera! ¿Qué me pongo? —digo mirándome en un pequeño espejo con
forma de beso.
Claire me mira y me sonríe con diversión.
—Nada, no te puedo decir que ponerte, ni como maquillarte. Se tu misma.
Ya hemos pasado por esto, y terminabas, o triste o deprimida e inclusive, cosa
rara en el mundo de Anne Marie, cabreada.
Niego con la cabeza sonriendo.
—Cierto, gracias —digo y me veo en el espejo nuevamente. Tengo el cabello
largo y abundante. Muchas personas dicen que me parezco a la actriz, de treces
razones porque. Dicen que me parezco físicamente al personaje de Hannah
Baker. Es una halago para mí, solo que es molesto que en el colegio me hagan
bromas de mal gusto, diciéndome cosas como “No te suicides”, “!No te cortes
las venas, Hannah, perdón Anne Marie!”
El bullying existe en todas partes, a pesar de que en la actualidad le estén
haciendo la guerra, no ha muerto tan fácilmente, está dando pelea. Claire, parece
mi guardaespaldas, ya que siempre está ahí para defenderme.












—Parecemos hermanos y no novios, es muy molesto —dice, Claire,
cerrando su locker.
Claire, tiene un novio que tiene diecisiete años de edad, se llama Kodi. No es
un atleta ni nada por el estilo, pero, si es, un chico un poco oscuro, de esos que
son tipo, me importa una mierda el mundo y probablemente tenga una serpiente
que se come los ratoncitos blancos, esos que hay en clase de biología. A pesar de
eso, es majo, me cae bien, no es mal chico, según mi punto de vista. No creo
que los demás piensen igual que yo, o que Claire, ya que es su novio.
—¿Por qué? —pregunto sacando unos libros de mi locker, somos vecinas de
locker.
—Porque cuando me quedo en casa de sus padres, los cuales casi nunca
están, a Kodi, le gusta usar un pequeño anexo que tienen sus padres. Pues, al
tener cancha libre, ya sabes —dice y choca su codo contra mi brazo y me guiña
el ojo. Abro los ojos como platos y me sonrojo—, bueno, la cosa es que, después
de hacerlo, de tener relaciones —dice y caminamos juntas hacia la biblioteca—,
se echa en un sillón de gran tamaño a usar su Tablet.
Frunzo el ceño.
—¿Qué tiene eso de malo?
Claire, rueda los ojos.
—Nada, lo que lo tiene, es que, si le sugiero hacer algo después de hacerlo,
me dice que yo no puedo hacer nada sin él, o si le digo que recoja todo el
desorden del lugar, porque quiero invitar a unos amigos en común, me dice que,
por qué tengo que pedirle hacer cosas, cuando acaba de hacer algo cansado, ¡de
verdad!, ¡algo cansado!, ¡complacerlo sexualmente, le parece algo cansado!
—Entiendo tu punto.
—¡Gracias! —dice y entramos a la biblioteca.
Nuestros amigos y único grupo al que me acerco, los cuales son más amigos
de Claire que míos, nos saludan con la mano. Claire se acerca primero y yo me
quedo frente a una estantería y finjo mirar los libros.
—No entiendo, por qué pierdes el tiempo con ellos.
Me doy vuelta y miro a una chica, que está sentada sola en una mesa.
Frunzo el ceño.
—¿Me estás hablando a mí? —pregunto con confusión.
La chica me sonríe con sarcasmo. Deja el lápiz que esta sujetando, sobre un
cuaderno, que tiene enfrente de ella.
—Veamos, la chica con la que acabas de entrar, es Claire Bailey. Es la típica
chica que puede hablar con todo el mundo, bueno —hace con las manos el
símbolo, entre comillas—, finge que lo hace, de estúpida no tiene nada, es muy
calculadora. Es popular, hermosa, pero eso, no es lo que la hace mala persona, lo
que la hace mala persona, es su máscara, es buena contigo, pero a tu espalda,
muestra su feo rostro.
—¿De qué hablas? —digo y veo en dirección hacia Claire, quien esta
riéndose con sus amigos.
—Si quieres, podemos continuar esa pequeña charla, en otro lado, no vaya a
ser, que, tu disque amiga, muestre ahora su rostro real. No querrás ver eso,
créeme, no estás preparada aún —dice y se levanta cogiendo sus cosas de la
mesa.
Veo rápidamente, que tiene un pequeño tatuaje de sol en su mano derecha.
No le respondo nada, me ha dejado confundida ¿Por qué diría algo así de,
Claire?
Vuelvo a mirar a Claire, la cual me mira sonriéndome y me hace señas para
que me acerque. Le regreso la sonrisa por inercia y le hago señas de que ahora
voy. Esa chica con el tatuaje del sol ha despertado en mí, curiosidad.
Estamos a finales de septiembre, hace frío.
—¡Hola, hija!, ¿cómo te fue en el colegio? —me pregunta, mi mamá,
acercándoseme en el recibidor de la casa.
Dejo mi bufanda y chaqueta en el perchero del recibidor.
—Bien, ha estado bien. Huele bien, ¿qué cenaremos?
Mamá sonríe.
—Estuve viendo unas recetas veganas, así que preparé unas hamburguesas
de lentejas, ¿qué te parece?
—Saludable —digo y mamá se ríe.
—No pongas esa cara, Anne Marie, quedaron deliciosas, ya veras, no
siempre hay que comer, carne, pollo, etc. En la variedad está el gusto. Ve a
lavarte las manos, en media hora cenaremos —dice continuando sonriendo y se
va a la cocina.
Mamá ama la cocina y lo saludable, esas dos cosas van de la mano con ella.
Subo directo a mi habitación. Enciendo la pantalla del computador de escritorio.
Entro a Gmail y escribo en el chat:

—¡Hola!, ¿vas a venir?


—No, no puedo, quedé con Kodi.
—Ok, no pasa nada.
—Hoy has estado extraña, desde la biblioteca, ¿te pasa algo?
Frunzo el ceño. No esperaba que se diera cuenta.
—No, para nada. Tengo muchos deberes que hacer, se me han acumulado.
—¡Joder! Igual yo, pero los deberes pueden esperar, iré por mí chico.
Me levanto y me acuesto boca arriba sobre mi cama. Mi móvil vibra en mis
jeans. Lo saco y veo la pantalla. Llamada entrante de: Amélie.
Me incorporo de prisa en la cama.
—Aló —digo al aceptar la llamada.
—¡Anne Marie! ¡Hola!, ¿cómo estás? Soy, Amélie.
—Sí, lo sé, la guardé con su nombre de pila, ¿cómo está?
—Claro, claro, por supuesto, que sí. Bien, muy bien, espero que tú, igual. Me
preguntaba, ¿tienes tiempo para hablar? —dice risueñamente.
—Bueno, ahora, tan solo me estoy preparando para la cena.
—Por supuesto, que sí. Me refiero, si a ti te parece bien, organizando tu
tiempo, claro está, ¿qué te parece, mañana, desayunar conmigo? Puede ir tu
mamá o papá, o algún representante.
—Mañana, es sábado, sí, me parece bien. Y con respecto a mi representante,
no hay problema, puedo ir sola, hablo con mis padres y ya —realmente no lo
haré, es una mentira blanca. Me sé cuidar sola. Nadie sabe sobre Amélie.
Tampoco es que es una narcotraficante, pero quiero mantener esto en secreto,
para mí sola.
Llaman a la puerta.
—Adiós, nos vemos mañana —digo de prisa y casi en un susurro.
—Adiós, Anne Marie, te enviaré a tu móvil, un mensaje de texto con la
dirección.
Me levanto y abro la puerta.
—¡Anne Marie! Por esta razón, no quería aceptar ponerle un seguro a tu
puerta —dice mamá molesta.
—Lo siento, tardé porque estaba… revisándome un grano que me salió en
una parte extraña del cuerpo…
Mamá niega con la cabeza.
—De todas maneras, no tienes que encerrarte. Solo para lo que dijiste, para
cambiarte de ropa, que no estoy de acuerdo, ya que tanto tu papá como yo,
llamamos a la puerta antes de entrar. En fin, la cena está servida, baja, por favor.
Asiento con la cabeza y sigo a mi mamá escaleras abajo.












Capítulo 8


La otra casa.


Nací en el estado Vargas, en Venezuela, en el año 1975. Actualmente tengo
15 años de edad. Hoy es Octubre 1 de 1990, en nueve días cumplo 16 años de
edad. El clima es delicioso aquí en la costa, no hace ni mucho calor ni mucho
frío. Vivo con mis padres en el este de Vargas. Dicen que es una de las mejores
zonas del estado y la más cara. Vivo en una preciosa quinta de una planta, la
quinta se llama Edén. Según lo que investigué en la biblioteca de mi colegio
secundario, Edén, significa paraíso terrenal. Es un lugar muy agradable en el que
se está a gusto y se es feliz. No negaré que el estado Vargas es hermoso, al
menos lo que conozco del mismo. La casa de mis padres es muy acogedora, me
gusta y me siento feliz en ella, el problema es que mis padres discuten mucho, y
eso hace que la casa, mi hogar, pierda calidez. Por lo tanto la solución de ambos,
es enviarme hacia una cuadra más abajo de nuestra casa, donde yace una
preciosa casa de dos plantas con ático y cuanta con un jardín de gran tamaño,
más grande que el nuestro. Yo le digo: La otra casa.
Me llamo Emilia García y soy hija única. Nunca he esperado tener hermanos,
ya que como dije anteriormente, mis padres discuten mucho. Para poder procrear
un hijo, se necesita un ambiente lleno de tranquilidad, amor, etc. En casa de mis
padres hay dos perros, dos Pitbulls, una hembra y un macho, la hembra es dos
años mayor que el macho. El macho se llama Brownie, y tan solo tiene seis
meses de edad. La hembra se llama Lady, les amo mucho, lo malo es que no
pueden venir conmigo, cuando me envían a la otra casa. Mis perros son como los
hermanos que nunca tuve.


01-10-1990.
Como siempre, mamá y papá están peleando. Llegué del colegio a las 6:15
de la tarde, son ahora las 6:35 de la tarde. Tan solo pasaron cinco minutos
cuando llegué a casa, exactamente a las 6:20 de la tarde y me enviaron a la
otra casa. Esto ha estado ocurriendo, desde hace tres mes ya. Esta casa le
pertenece a la amiga de mi abuela paterna. La señora se encuentra en estos
instantes durmiendo. Lo extraño de la señora, Lena, es que la veo poco cuando
vengo a su casa. Tan solo la veo cuando llego y en la cena. No come conmigo,
solo me dice que ya está servido y se retira hacia su habitación. Bueno, ahora
ya no me dice nada, me llama y desaparece, no la veo, tan solo la escucho
cuando me llama. Una sola semana le estuve viendo la cara en la hora de la
cena. Me llamaba y me esperaba en la cocina pacientemente. Nunca entro a la
cocina, mientras ella cocina. La verdad ni cuenta me doy cuando lo hace,
cuando prepara la cena, ya que no noto indicio alguno de que este cocinando.
Al parecer, la señora Lena, tiene todo preparado, tan solo lo saca de la nevera,
si es comida de calentar por supuesto, la calienta. No me puedo quejar de la
comida, es realmente sabrosa, siempre quedo satisfecha. Una cosa cierta es que
siento que la señora me evita. No me pone mala cara ni nada por el estilo, tan
solo es poco expresiva. Me saluda al llegar a la casa y de inmediato me avisa
que irá a su habitación. Cuando se acerca la hora de cenar, me llama gritando
mí nombre, en un tono normal, tan solo alza un poco la voz para hacerse oír.
Luego yo entro a la casa y ahí está, la cena servida en la mesa cuadrada de la
cocina, un único puesto servido, listo para comer. Es una mesa de dos puestos.
Es una cocina fresca amplia pero no muy grande. La casa tiene un estilo antiguo
y tranquilo, es relajante pero también algo solitario.
La señora Lena, es una mujer como de la edad de mi abuela. Mi abuela tiene
72 años de edad. Solo que Lena se ve un poco más vieja que mi abuela. Mis
abuelos bajan a Vargas, no muy seguido, más mi abuelo que mi abuela. Mi
abuelo Jorge tiene 76 años de edad. Mis abuelos viven en Caracas, la capital de
Venezuela; viven en un edificio que compraron en su totalidad en el año 1960,
aproximadamente. Mis abuelos son de origen Ruso. Mi abuelo se llama Yuriy,
pero le dicen Jorge, ya que su nombre en español es Jorge, muy pocas personas
le dicen Jorge, tan solo los de los abastos, donde él va a comprar con
frecuencia; sus amigos y familiares lo llaman Yuriy. En cambio el nombre de mi
abuela no tiene traducción, es Lubov, que suena como Liuba.
—¡Emilia! ¡La cena ya está servida! —me llama la señora Lena.
Miro en dirección hacia la casa. Me encuentro en el jardín trasero, tirada
sobre una toalla tendida sobre el corto césped. Me incorporo sobre la toalla,
guardo el cuaderno en el que escribía, dentro de mi mochila. Recojo la toalla la
sacudo y la doblo. Limpio mis zapatos en la alfombra de la entrada de la casa.
Entro y paso unas escaleras, las cuales dan hacia la planta alta, donde se
encuentran las habitaciones. Dejo la toalla y mochila en una silla que está en una
esquina dentro de la cocina. Lavo mis manos en el lavaplatos.
Observo la mesa, en ella descansa un plato bordeado de flores color
amarillo. En el plato yace, lo que imagino que es un guiso de carne, ya que tiene
trozos de zanahorias, papas y vainitas, y por supuesto carne de res, por el color
de esta. Junto al quiso, hay una buena porción de arroz blanco y tajadas de
plátano maduro frito. A pesar de ser rusa, la señora Lena, lleva muchos años
viviendo en Venezuela, por lo tanto, se ha familiarizado con la comida típica del
país. Sin embargo la carne guisada es de origen Europeo, lo sé, porque mi abuela
me lo contó. Los venezolanos, le impregnaron su sazón venezolana.
Cojo asiento y doy gracias a Dios por los alimentos y me persigno. Soy
Ortodoxa. Sin embargo nunca le he prestado mucha atención a mi procedencia
religiosa. Creo en Dios y en una santo, en San Nicolás de Bari, más no me doy
golpes en el pecho, ni soy fanática religiosa. Respeto las demás creencias y a la
gente que es fanática. Cada quien con lo suyo.
Normalmente no ceno, como lo hacen los norteamericanos, que su comidas
fuertes son las cenas, al igual que muchos Europeos, pero hoy a mamá se le
olvidó prepararme mi almuerzo. No me sorprendo al ver esta comida, ya que
estoy segura que mi mamá, habló antes de que yo viniera caminando hasta acá,
con la señora Lena. Le informó que no almorcé propiamente, que tan solo comí
chucherías, como le decimos aquí en Venezuela, en pocas palabras, snacks,
durante el colegio.

Cuando te deje de buscar como antes, porque tan solo te quiero tenerte cerca
y gozar de tu calidez, cuando me dejes de hacer reír, porque ya nada es gracioso,
cuando calle porque no tenga más nada que decirte, cuando no me acerque a ti,
porque no hay nada que buscar, cuando en la casa haya un silencio y no se
escuche más mi tarareo, tan solo se alcance oír mis pasos secos, y el ruido de los
electrodomésticos al ser accionados, ahí será cuando te darás cuenta, de que me
perdiste. Los detalles son los que hacen la vida.
Esas palabras se las dijo mi mamá a mi papá, hoy antes de enviarme a casa
de la señora Lena.
Termino de comer, recojo mi plato de la mesa, lo lavo y lo pongo en la
escurridera al lado del lavaplatos. Voy al baño que queda cerca de las escaleras,
el baño de visita. Abro un estuche tipo cartuchera, en el cual tengo mi cepillo de
dientes y pasta dental. Mientras lavo mis dientes, escucho a los perros ladrando,
termino y me pregunto, ¿por qué ladran? En el jardín trasero hay una jaula de
gran tamaño, en un espacio del jardín, la jaula mide 3x2 metros, cada perro tiene
su lado en la jaula, por si se llegan a pelearse y no haya nadie en casa para
separarlos. La señora Lena, los deja sueltos en el jardín cuando hace viajes
largos. No los deja solos como tal, ya que necesitan comer y que los chequeen de
vez en cuando, ese trabajo lo hacía papá u otra persona que venía a verlos. Ahora
solo los alimenta la señora Lena, ya que yo soy su invitada. Son dos Rottweiler,
hembra y macho. Son lindos y ya me conocen, sin embargo les tengo respeto, y
admito que me da miedo imaginármelos compartiendo con ellos, que un día los
suelten y estén jugando conmigo al aire libre. De a poco intento acercarme a
ellos para acostumbrarme a tenerlos cerca. Ambos perros tienen dos años de
edad, son jóvenes como mis perros.
Me dirijo hacia la única entrada y salida de la casa, cuando siento que me
colocan una mano sobre el hombro, antes de abrir la puerta. Ahogo un grito y
pego un brinco. Me doy vuelta y en la penumbra, ya que la luz que está
encendida en el recibidor es muy pobre, distingo a la señora Lena.
—¡Se…señora, Lena! Me ha asustado —digo sintiendo mi corazón latir de
prisa.
—No vayas a salir, Emilia, los perros están ladrando. Me he enterado por un
vecino, que hace unas tres noches atrás, unos hombres jóvenes, han estado
entrando a las casas. Ya he llamado a la policía, y a partir de esta noche, soltaré a
los perros para que protejan la casa.
Trago saliva.
—¿Por qué ha tardado tanto en soltarlos? Disculpe la pregunta.
—Porque no era el momento, no lo creí necesario. Pensé que al ladrar los
perros, el solo hecho del ladrido de ellos, pensé que eso sería suficiente para
persuadir a cualquiera que deseara irrumpir en mi propiedad. Ya veo que no ha
sido suficiente—dice y se dirige a la cocina.
Escucho como los perros dejan de ladrar y me asusto. Por mi me mente
pasan varias escenas. La más espeluznante, es qué tal si envenenan a los perros y
entran a la casa los ladrones.
—Emilia, no te quedes ahí parada, niña, ven a la cocina, te serviré una taza
de té caliente con galletas —le escucho decir desde la cocina, sin necesidad de
gritar.
Entro a la cocina y tomo asiento en la mesa. La señora Lena, está poniendo
una tetera como la que tiene mi abuela, a la estufa.
—No tienes que mortificarte, estás muy joven para eso.
Frunzo el ceño y la volteo a ver. No me di cuenta que me miraba, ya que al
verla de espaldas poniendo la tetera, me quede mirando hacia la nada.
—Solo me ha dado miedo —admito con sinceridad.
Lena asiente con la cabeza.
—Es normal, en la noche es cuando todo se ve distinto. La oscuridad trae
consigo, animales nocturnos, ganas de acobijarse en el hogar, beberse un buen té
caliente, leer un libro, y a veces algunas personas que eligen un mal camino,
deciden hacer fechorías, al caer la noche, muchos les llaman monstruos. Pero no
te preocupes, como dije anteriormente, ya me he ocupado. La noche es un
momento sereno, lleno de calma y tranquilidad, no hay que tenerle miedo.
—Pero sí, a las cosas que se ocultan en ella… —digo casi en un susurro.
La señora Lena niega con la cabeza.
—Alúmbralas con luz, con cualquier luz, sobre todo con la luz que se tiene
aquí —dice y se coloca una mano en el pecho.
Me sorprendo por sus palabras, nunca hemos hablado tanto en estos seis
meses, como hoy.
—Lo intentaré —digo y sonrío sin enseñar los dientes.













Capítulo 9


—No puedo creer que te ayudaré —digo dando vueltas por mi
apartamento—, que consta que lo hago, porque con esa cantidad de dinero
que me has ofrecido, con eso me podré salir de esto —digo más para mí,
que para él.
Me faltaba menos que eso. Mike me pagará 70 mil dólares en efectivo
y yo solo necesito de unos 50 mil dólares. La gente pensará que es fácil de
ganar, pero digamos que he tenido una temporada baja, ya que hay chicas
nuevas que llegan. Ganarme esos 50 mil dólares me ha llevado mucho
tiempo, creo que alguien se está dando cuenta y me lo están poniendo
difícil en la agencia, pero no me importa, ya mi ticket de oro llegó, y es
Mike. Que irónico que llegó chantajeándome, ahora me está pagando para
que lo ayude. Como cambian las tornas.
Mike me observa con asombro.
—Gracias, de verdad. Supongo que soy el peor cliente del mundo —
dice haciéndose el gracioso.
Mi cara de cabreo genera en él, haber deseado no decir nada.
—¿No crees que es muy pronto, para tu estúpido chistecito? —
pregunto mirándolo con cara de pocos amigos.
Mike levanta las manos en modo inofensivo.
—Lo lamento, estoy nervioso, mi estupidez es más grande cuando lo
estoy.
—Estamos de acuerdo en algo. —digo y continúo dando vueltas—. Ya
sé como lo haré, necesito unos días. Papá es muy amigo de tu jefe. Lo
poco que me has contado, es más que suficiente.
En resumen, Mike tiene un jefe cabrón, hay muchos como él.
Casualmente la mayoría de los amigos de papá lo son. Por ende, yo sé
cómo hacer que papá rompa esa amistad con el jefe de Mike. El problema
es el dinero, ya que papá a veces trata con cabrones solo por dinero y no
amistad, es decir es amistoso, más no amigo. Tengo que averiguar de prisa,
que es el jefe de Mike, que es Jack de papá, si amigo o socio amistoso. Sí,
así se llama el jefe de Mike, nombre común con mucho dinero.
Escucho a Sombra ronroneando. Me detengo y veo como se pega a la
pierna de Mike. Mike la acaricia y me mira.
—Creo que le gusto —dice con sinceridad y sonriendo.
—Bueno, ya es hora de irte. Tengo cosas que hacer, necesito descansar
y prepararme para el día que me toca mañana. A primera hora llamaré a tu
puerta, y espero que en ese instante tengas mi primer pago, de lo contrario
todo esto se termina —digo con seriedad y firmeza. No me voy a
conmover porque juegue con mi gatita.
Mike asiente con la cabeza y se levanta.
—Lo tendrás, gracias —dice y lo acompaño a la puerta. Sale y yo
suspiro.
Ahora tengo que salirme de la agencia de damas de compañía. Tengo
que hacerlo sin ser obvia, sin levantar sospechas. Tendré que fingir que
estoy enferma, y usar tres días, que creo que son más que suficientes para
quitarme a Mike de encima. A penas como y me voy a la cama en la noche
temprano, me duermo de inmediato, lo tensa y cansado del día, más las
emociones de por fin poder salirme de la agencia, me han dejado agotada.
A la mañana siguiente como Mike prometió, toco a su puerta y me
entrega en un sobre con 10 mil dólares en efectivo. Todavía le faltan seis
pagos más, que me los tendrá que pagar cada día que yo me mueva. Sin
son solo tres días, pues el pago lo dividirá completo en esos tres días, no
importa lo que me tarde, si es rápido me tiene que pagar rápido, si es que
me tardo, tiene una ventaja, al menos que yo le exija que me pague todo de
un solo tajo. No puedo creer que piense siguiera ser considerada con él.
—¡Hola, chica! ¿Qué paso contigo?, ¿te has fijado de la hora? —
pregunta con ironía.
—Sí, estoy enferma del estómago, Mía.
—¡Joder! ¡Que mal tía! — dice y miro la calle, y pido un taxi con la
mano, mientras con la otro mantengo el móvil en mi oreja.
—Sí, ahora me encuentro yendo al médico, ya sabes vivir sola, hace
que enferma, casi que cagándote tengas que correr al médico.
Mía se ríe por mi sinceridad, bueno mi mentira ingeniosa. Aunque la
verdad no es mentira, si fuese verdad, tendría que resolvérmelas yo sola.
Cojo el taxi, le doy la dirección a casa de mis padres, vivo en
Manhattan, mis padres viven en una lujosa casa en la quinta avenida, una
de sus tantas propiedades. Sí, mis padres les encantan el lujo, que puedo
decir a eso.
Le pago al taxista y me apeo del taxi. Observo la casa y suspiro. No
puedo creer que tenga que hacer esto. No llamo a la puerta, le marco a mi
mamá.
—¡Ivy! ¡Que sorpresa hija!
—Hola, mamá, ¿cómo estás? Estoy afuera.
—¡Sí! ¿Por qué no llamaste a la puerta?
Suspiro internamente.
—Costumbre, ¿estás en casa?
—Sí, la verdad estaba por salir, pero como tienes tanto tiempo que no
nos visitas.
Mamá siempre aprovecha para ser directa con sus ideas, sentimientos y
pensamientos.
—Bueno, ahora lo estoy haciendo.
—Siempre con tu humor sarcástico, linda. Ok ya envío a que te abran.
¡Oh sí! Tienen mayordomo, todo un clásico.
Abren la puerta y sale el mayordomo, uno nuevo al parecer, ya que no
lo reconozco.
—Buenos días, señorita, estoy para servirle, mi nombre es Raymundo.
—Buenos días, gracias —digo y le regalo una rápida sonrisa educada.
La casa no deja de impactarme es tan… excesiva y no solo a mi
parecer, estoy segura que cualquier persona que la conozca, compartirá mi
parecer.
Raymundo me guía a una enorme sala. Observo a mamá sentada en
una gran poltrona, tan elegante como ella. Mamá levanta la vista de un
libro que estaba leyendo.
—Hija, que bueno verte.
Me causa gracia que por teléfono se le notó muy emocionada, ahora
que me ve en persona, está calmada.
—Hola, mamá, ¿cómo estás?
Mamá se levanta y deja el libro en una gran mesa para el café.
—Excelente hija, ¿y tú, cómo está todo en tu vida?
—Bien, no me quejo.
—¿Quieres algo de beber? —me pregunta y Raymundo se le ve atento
a todo lo que mi mamá dice.
Una vez más me impresiono, cosa que no debería, ya que es mi mamá
y la conozco muy bien. Me pregunta si deseo algo de beber, sin primero
acercárseme, y ofrecerme un beso y un abrazo, o una de las dos. Mis
padres no son muy afectuosos, o bueno, mejor dicho, su afecto lo
demuestran con dinero, el dinero mata todo.
—No, gracias, estoy bien.
—Bueno, no te quedes ahí parada, por favor toma asiento.
Me siento en un sofá, muy cómodo, me atrevo a decir que muchísimo
más cómodo que mi humilde cama.
—Raymundo, puede retirarse, gracias.
Raymundo hace una reverencia y se va. Intento no rodar los ojos. Creo
que la atención que tienen mis padres, es comparable con la realeza de
Inglaterra.
—Bueno, hija, ya estamos solas, cuéntame, ¿qué te trae por aquí?
—Bueno, creo que hace ya un buen tiempo no los visito.
Mamá asiente con la cabeza.
—Para ser específica, no te vemos desde acción de gracia, y eso fue
hace unos siete meses atrás.
—Lo sé, he estado ocupada.
—Todos lo estamos y buscamos tiempo para la familia.
Intento respirar profundo sin que mamá lo note.
—Bueno, en eso salí defectuosa.
—Tonterías, Ivy, eres perfecta, solo tienes que ser más organizada, ya
sabes como dice tu padre, pulir tu tiempo.
—Por supuesto —digo no quiero discutir con ella.
—Hablando de papá, ¿dónde está?
Mamá frunce el ceño.
—Bueno, es cierto, no creo que recuerdes que tu padre tiene una
agenda ocupada, y en siete meses, las cosas cambian mucho. Pero
respondiendo a tu pregunta, ahora está reunido con el presidente del
periódico, la noticia a tu puerta.
Bingo, ese es el periódico donde trabaja Mike.
—Excelente periódico, me gustan mucho sus noticias —digo sonando
casual.
—Lo son, ¿por qué la pregunta?, ¿qué necesitas de él?
Intento no poner mala cara.
—No necesito nada, tan solo me gustaría pasar tiempo con él, incluso
con mis hermanos. Aunque sé que ellos deben de estar el doble de
ocupados que papá.
Mamá sonríe con sarcasmo, pero esa sonrisa me recuerda más al
cinismo.
—Tus hermanos, estarán más que contentos de verte. Sobre todo, Zia.
Mi estómago se contrae. Extraño mucho a mi hermana, a mis hermanos
en general. Son tan rebeldes y diferentes, los cuatro lo somos, pero cuando
estamos juntos, nos entendemos, respetamos y llevamos bien.














Capítulo 10


—¡Anne Marie! ¡Te estoy hablando! ¿Dónde tienes la cabeza, chica?
Veo sobre mi regazo un avioncito de papel que me ha lanzado, supongo
que Claire, la cual me ha llamado sacándome de mi pensamiento.
—De verdad que este domingo, se ve como un domingo contigo —
dice chinchándome.
No le puedo decir que estoy pensando en la conversación que tuve ayer
con Amélie. Fue excelente el desayuno. Sus socios quieren conocerme y
ver la escenografía, incluso antes que la muestre en la secundaria para la
fiesta de Halloween.
Sonrío y me encojo de hombros.
—Es que es domingo, ya mañana es lunes y bueno, supongo que es un
día achantado.
Claire niega con la cabeza sonriendo con diversión.
—Mañana no va haber clase, la han suspendido.
Frunzo el ceño.
—¿Qué ha pasado?
Claire rueda los ojos y sonríe con cara de burla.
—Digamos que unos chicos inteligentes, taparon las cañerías de los
baños, tanto de las chicas como de los chicos. Ha sido un caos.
—Sí, huele a mierda —dice una pelirroja del grupo de amigos de
Claire y el resto de los chicos rompe en risa.
—¡Vaya! Cool —digo y sonrío sin mostrar los dientes.
—¡Exacto! ¡Cool! ¡Es es la actitud! —dice y se levanta, coge un soda
sabor a lima de una cava con hielo y se sienta en las piernas de uno de sus
amigos—, hoy no es domingo, hoy es sábado, ya que mañana lunes no hay
clases, pues lunes es el nuevo domingo —dice y todos chillan en
aprobación.
—¡Por el nuevo domingo! —dice la pelirroja alzando su soda de sabor
a uva. Todos alzan sus sodas, incluyéndome. Chillan y más de uno, se les
bota un poco de soda hacia el suelo.
Doy gracias que estamos en el jardín de la casa de Claire y no en el
interior de su sala. Me daría pena con su mamá, la señora Clarissa, la cual
vive limpiando su casa de arriba abajo.
Después de pasar casi toda la mañana en casa de Claire con sus
amigos, decido ir sola a una librería papelería, en la cual venden muchas
cosas escolares. Mamá me ha dado dinero para gastar en lo que necesite
para el instituto. Entro y suena una pequeña campana en la tienda de gran
tamaño. No hay gente, tan solo está, la que supongo es la encargada, ya
que conozco a la dueña. También están un par de empleados, los cuales me
saludan y yo les regreso amablemente el saludo. Me ofrecen ayuda y les
digo que tan solo echaré un vistazo y que si deseo comprar algo, tan solo
lo cogeré y lo pagaré.
Comienzo a echar mi vistazo recorriendo la tienda, deteniéndome a ver
en los anaqueles, libros, colores, lapiceros. Escucho la campanilla y veo
por un espejo que hay en el pasillo que me encuentro, a una chica que ha
entrado a la tienda. No la observo con atención tan solo de reojo. Continúo
en lo mío. Observo unos cuadernos con motivo Halloween y me emociono
toda. Un empleado entra en mi pasillo y comienza a acomodar unos
colores.
—Disculpa, una pregunta, ¿hay más material de Halloween? Me
refiero porque he vistos unos cuadernos muy cools y me preguntaba, ¿si
hay más? De ser así, ¿cuándo comienzan a descargar toda la mercancía
para Halloween?
El empleado me sonríe nervioso.
—Hola, Frank es nuevo, permíteme ayudarte yo —dice acercándose la
otra empleada, que lleva su nombre en una plaquita de metal. Jocie. A ella
la conozco, no somos amigas, ni va a mi instituto, tan solo la he visto las
pocas veces que vengo a comprar algún material escolar, y casualmente es
su turno.
Frank sonríe con alivio y regresa a lo que hacía cuando lo interrumpí.
Le doy las gracias y Jocie se encarga de la situación.
—Sí, hoy en unos minutos, si deseas esperar, comenzara a llegar más
material para Halloween. Estos cuadernos son el primer lote del día.
—¡Cool! —dice la chica del pequeño tatuaje de sol, uniéndose a la
conversación.
Ella era la que había entrado. Se acerca y coge un cuaderno con un
fondo de cementerio.
—Me llevaré este —le dice a Jocie, quien asiente con la cabeza y tiende la
mano para cogerlo. La chica del tatuaje se lo da.
—¿Deseas llevar algo más? —le pregunta Jocie a la chica.
—Sí, creo que veré unas lapiceras, ahora al terminar me acerco a pagarte el
cuaderno y el resto.
—Bien, perfecto —responde Jocie, sonriendo amablemente y se retira
dejándonos solas. Ya que Frank se ha ido de su puesto.
Frunzo el ceño. La chica del tatuaje me sonríe.
—Estoy casi cien por ciento segura, que dirás algo como:—Acaso, ¿me estás
siguiendo?
Vuelvo a fruncir el ceño y la observo con interés.
—No, la verdad no pensaba en eso. Cuando noté que alguien entró a la
tienda, no me fijé que eras tú —digo con sinceridad y continúo mirando los
cuadernos con motivo Halloween. Me gustan no solo por el motivo, que es lo
que más llamó mi atención, sino que también es porque son gruesos de tapa dura
y traen calcomanías, y separadores, como para llevar varias materias, incluso
constan de hojas en blanco para dibujar.
La chica sonríe con diversión.
—Bueno, la verdad es que te he seguido, al verte entrando. Iba a dirigirme a
una cafetería muy buena, a una cuadra de aquí, cuando te vi.
Frunzo el ceño.
—¿Qué quieres? —pregunto a la defensiva.
—So, chica. Pareces una cabra. No te cabrees. Te he abordado, porque pensé
que sería buena idea, conversar un rato. Pero primero, pagaré el cuaderno cool,
más unos colores, que vi en la entrada, ya me he decidido. Y si gustas, podemos
beber algo delicioso y caliente en la cafetería a la que me dirigía antes de verte.
Suspiro.
—Está bien —digo y cojo un cuaderno con varias calabazas y un cementerio
de fondo. Es mucho más cool que el que la chica eligió. La calabaza sobresale en
una especie de relieve. Cojo una casa de lápices Mongol número 2 y unos
colores fluorescentes y pago todo.
—Por cierto, mi nombre es Madeline. Mis amigos me dicen, Made, o incluso
Line.
—¿Qué paso con el típico, Mady? —pregunto caminando a su lado hacía la
cafetería.
Madeline se ríe.
—Es cursi, así me llaman tan solo familiares, como mis abuelos o mis
padres.
Me río y asiento con la cabeza.
—Entiendo, ¿ya debes de saber mi nombre? —pregunto cómo tonta, pero
quien sabe a lo mejor no.
Madeline se ríe y me sonríe con gracia.
—Por supuesto, eres la mejor amiga de Claire —dice sin deje de nada, cosa
que me sorprende, pensé que sería sarcástica. Frunce el ceño cuando mi mirada
se queda perdida mientras pienso, ¿de verdad soy la mejor amiga de Claire? —
¡Hey! ¿Estás bien?
La miro y asiento con la cabeza.
—Si eso es estar bien para ti, ¿cómo será no estarlo?
Su pregunta me genera una sonrisa.
—Me has dejado pensando, desde el día de la biblioteca. He sacado un
pensamiento que tenía guardado.
—¿Cuál? —pregunta y entramos juntas a la cafetería.
Tómanos asiento y un hombre joven nos dice que en un instante nos
atenderá.
—Pues, que no encajo en el grupo de Claire. Cuando ella y yo estamos solas,
es otro mundo… pero con sus amigos…
—Te sientes incomprendida —dice interrumpiéndome al ver que me cuesta
expresarme. Asiento con la cabeza y llega el hombre a tomarnos nuestros
pedidos. Ambas pedimos un latte, la diferencia que ella lo pide con chispas de
chocolate y yo el clásico.
Pasamos una hora hablando como si nos conociéramos de toda la vida.
Entonces me doy cuenta, que con Madeline no necesito ser más nadie, que yo
misma.






Capítulo 11


—Por supuesto, no te preocupes, Jerome, a tu esposa e hijo nos les
faltara nada.
—Pero señorita, es demasiada generosidad de su parte, no podemos
pagarle…
—Jerome, no te preocupes, créeme que tú y tu esposa e hijo lo valen
—digo sonriéndole.
Han pasado tres meses desde que asistí a Dafnée a dar a luz, a su
precioso hijo, que le han puesto de nombre, Jerome como su padre.
Observo a Dean a lo lejos comprando frutas. Suspiro, porque sé que
notara mi presencia y me seguirá, lo lleva haciendo estos tres meses que he
estado frecuentando el pueblo, debido al bebé Jerome y a sus padres. Su
alumbramiento a detenido mi viaje, tan solo no puedo irme y dejar atrás a
estos tres seres magníficos, solos y desprovistos. Siento que debo
protegerlos, son importantes para mí.
—Señorita, Ivette, ¿cómo está? Hace una preciosa tarde, ¿no lo cree?
—Dean, bien, ¿cómo está usted? Sí, bonita tarde, lo creo.
Dean se ríe suavemente. Noto que intenta ser refinado. Yo nunca he
sabido si lo soy, como debería de ser apropiado, siendo una dama. No
puedo negar que me esfuerzo por serlo, aunque la verdad me siento como
una tonta, ya que a la mayoría de las personas de este pueblo, no debería ni
mirarlos, mucho menos mostrarles buenos modales. Pero lo cortés no quita
lo valiente, o al menos esa es mi filosofía de vida.
—Excelente, me alegro mucho de verla — dice con esa sonrisa tan
encantadora. Pienso mirándolo que Dean es un hombre muy atractivo, no
puedo creer que me encuentre admitiéndolo y pensando ahora en eso.
Válgame, que atrevida soy.
—Lo mismo digo —digo repentinamente sintiéndome nerviosa y
acalorada. En estos tres meses que lo he visto unas cuantas veces, me ha
comenzando a caer bien y hoy lo estoy viendo con otros ojos, de una
manera distinta, atrevida…
Dean sonríe ampliamente al escucharme hablar.
—Es un avance, no le molesta mi presencia —dice y hace una
reverencia quitándose el sombrero vaquero.
Mientras la hace intento no reírme pero fracaso en el intento. Dean me
mira complacido.
—Tiene usted una risa hermosa, señorita.
Me sonrojo y niego con la cabeza.
—Bueno, Dean, es un placer verlo, si me disculpa…
Dean me interrumpe y se apena por ello de inmediato.
—Yo, estaba pensando, que tal vez, ¿le gustaría ir a dar un paseo? Ya
sabe, beber un té, comer algo.
Me sorprendo no solo por su proposición sino por mi respuesta.
—Sí, eso sería agradable. Vamos —digo y Dean pone su brazo para
que lo coja. Le sonrío y lo acepto.
Desde ese momento, me comprometí sin darme cuenta con él. Los días
pasaban y a medida que me encontraba continuando ayudando a la joven
pareja de padres primerizos, Dean y yo pasábamos más tiempo juntos. El
tiempo vuela y el pequeño, Jerome, cumplió un año de vida.



—Ivette, ¿cómo estás? —dice, Dean, acercándoseme. Sí, le dije que me
tuteara, estará mal visto en el pueblo, pero a mi cada día, me importa menos que
piensan los demás.
Sonrío al verlo. Me da mucha emoción verle, su presencia es familiar,
reconfortante y siento algo extraño en la panza cuando me sonríe y se
acerca a mi cuerpo.
—Bien, muy bien, ¿cómo estás tú? —le pregunto con una sincera
sonrisa en mi rostro enrojecido.
—Contento de verte, alegras mis días, querida Ivette —dice y coge una
de mis manos, para luego besarla con sutileza.
Sonrío y mis mejillas arden. Sin más le hago la pregunta:
—Me preguntaba, ¿podrías acompañarme a casa? —pregunto
intentando no ponerme nerviosa. Nunca he invitado a nadie del pueblo a
mi casa. Pero siento que ya es momento de confiar en alguien. Es decir
confío en los padres de Jerome, y en el pasado en escasas personas, solo
que nunca lo suficiente como para invitarlos a mi hogar. Tengo un buen
presentimiento con Dean.
Dean me mira sorprendido y asiente con la cabeza deprisa haciéndome
reír.
—Perfecto —digo y miro con discreción a mi alrededor. No quiero que
nos sigan.
—Descuida, no se ve mal que un caballero acompañe a una dama a su
casa —dice al ver mi reacción.
—No, no es eso, solo quiero discreción, mi casa es mi fuerte, no quiero
que nadie nos siga —digo bajando la voz y Dean me comprende de
inmediato. Asiente con la cabeza una vez más, pero sin sonreír en esta
ocasión, ya que es algo de seriedad.


No solo fue una sola vez que Dean fue a mi casa. Comenzó a frecuentarla
con discreción. Siempre con cuidado de que no lo siguieran. La gente del pueblo
tenía curiosidad por mi vida, incluso envidia, sí, envidia de una cría que fue
abandonada en una cesta de verduras podridas, a pocas horas de nacer.
—De verdad, que ese bebé es muy gracioso —dice Dean avivando el fuego.
Hace una noche hermosa, fresca y el cielo está lleno de estrellas. Estamos
haciendo una fogata, para preparar una sopa de verduras y conejo asado.
—Sí, estoy muy contenta de que está creciendo sano y fuerte —digo mirando
el fuego crispar.
Montamos la sopa, comemos y comienza a bajar la temperatura. Froto mis
brazos y acerco mis manos al fuego. Dean me sorprende acercándose a mí, y
pasando sus brazos por mi espalda. De inmediato siento la calidez de su cuerpo y
recuesto mi cabeza sobre su hombro.
—Feliz cumpleaños, ya son las doce de la noche —dice y lo miro a los ojos.
Nuestro primer beso sucede, tan cálido y natural. No solo fue mi primer
beso, sino también mi primer regalo de cumpleaños, a la edad de 21 años.
Un beso y mi cuerpo ya le pertenecía. Esa noche fue perfecta, nos besamos
un poco más, y me quede dormida en sus brazos. A la mañana siguiente,
amanecí en mi cama calientica. No vi a Dean por ningún lado. Me preocupe y
me levante de prisa. Salí y allí estaba, preparando el desayuno.
—Buenos días, ya es hora de que te consiga gas y una cocina para tu
casa.
Sonrío y niego con la cabeza.
—Buenos días, es una propuesta excelente, pero eso llamaría la
atención del pueblo. Prefiero cocinar aquí a fuera. Gracias.
—Sí, tienes razón, pero no siempre podrás hacerlo, ya que estamos
cerca de las tormentas. Sera imposible, el agua no te dejara.
—Descuida, yo sé resolver. No es la primera vez que me enfrento a una
tormenta. Tengo varias opciones para alimentarme —digo sonrientemente,
agradecida por su preocupación y atención.
Dean muestra un semblante de preocupación y por supuesto me
preocupa a mí, instantáneamente.
—Ivette, no tienes que resolver todo tú, ahora me tienes a mí. Si no
quieres que busque una estufa a gas, bueno te construiré un techo para que
puedas hacer las fogatas. Permíteme ayudarte —dice acercándoseme y
cogiéndome las manos.
Me sorprendo y me lanzo a sus brazos, le beso la boca, en un beso
tímido. Dean me sonríe y me alza en brazos. Me lleva de vuelta a mi cama,
me deposita con cuidado y yo lo envuelvo con mis brazos. Me mira con
sorpresa.
—¿Estás segura? —pregunta mirándome a los ojos. Su preocupación y
consideración, me hacen asentir con la cabeza y decirle:
—Sí.
Dean se recuesta sobre mi cuerpo con suavidad sin apoyar todo su
peso. Acaricia mi cara y deposita un pequeño beso en mi mejilla.
—Eres hermosa, Ivette, una preciosa flor delicada, pero a la vez con
una fuerza interna, como la de un gran árbol.
Lo atraigo a mis labios y nos enfundamos en un beso. Cada beso y
caricia me hacen sentir distintas emociones en el cuerpo y en mi corazón.
Esa mañana me hice mujer en brazos de Dean.
Nuestros momentos de amarnos íntimamente, se dieron en esa época
en mi casa, ahora en nuestra casa. Ya que mi hogar era donde estuviera
Dean. Y como sabrán, el amor, crea semillas. Hay mujeres que no pueden
procrear, no fue mi caso. Esos encuentros, al poco tiempo, hicieron que
quedara embarazada. Dentro de mí se encontraba nuestro fruto del amor.
—¿Estás bien? —pregunta Dean, acariciándome la espalda.
—Sí, tengo tres meses de embarazo. Dafnée, me advirtió que esto es
así —digo y limpio mi boca con un pañuelo de Dean.
—Quiero que vayas al médico del pueblo.
Niego con la cabeza y me alejo de él.
—No, ya te lo dije, no quiero que nadie lo sepa. Llevaré mi embarazo
aquí, y aquí nacerá nuestro hijo.
Dean contrae el rostro. Esta molesto.
—Pero necesitas atención médica.
—No, en la antigüedad las mujeres tan solo seguían sus instintos,
además aquí en este pueblo me odian, me tienen envidia, eso dañara a
nuestro bebé.
Dean me abraza.
—Lo lamento, siempre olvido eso. Tenemos que irnos de aquí.
Me sorprendo al escucharlo.
—Cierto, es mi propósito de vida, explorar, dejar atrás el pueblo, pero
ahora, embarazada, no puedo. Tenemos que esperar que nazca el bebé, y
crezca, que sea un niño grande. El viaje estará suspendido unos años.
Dean asiente con la cabeza y coloca su mano en mi pequeño vientre
abultado.
—Ya no puedo ir más al pueblo, el mes pasado fue mi última vez, hasta
que de a luz. Excúsame con Jerome y con Dafnée. Ya mi vientre se nota
abultado.
Dean asiente con la cabeza. No podemos invitar a Jerome y Dafnée y
al pequeño a venir, porque ellos tal vez no sean tan cuidadosos como lo
somos, Dean y yo, y podrían exponer nuestra casa, al pueblo. Lo que Dean
y yo no sabíamos que dentro de mi vientre, habían dos bebes, por eso mi
vientre crecía más grande que el de Dafnée. Casi al llegar el día, estaba
enorme para ese entonces.
Capítulo 12


02 de Octubre de 1990.

Hace una mañana preciosa, la señora Lena, se levantó a las cinco de la mañana
y subió a Caracas. Me dejó una nota como de costumbre. Mamá y papá
saben que ella hace eso, que sube a Caracas o sale hacer diligencias. No
les preocupa, ya que no duermo sola en esta casa. La señora Lena
regresará como a eso de las cuatro de la tarde, a más tardar. Salgo con
ella, tan solo cuando la acompaño hacer las compras del hogar, o a
pasear, que se da rara vez. Siento que las cosas van a cambiar, que ahora
compartiremos un poco más juntas, debido a lo de anoche.
Me acabo de despertar, son las 7:30 de la mañana. Voy al baño, uso el
retrete, lavo mis manos y cara con agua tibia. Luego bajo las escaleras y me
dirijo directo a la cocina, ya que tengo hambre. Cojo la nota de la señora Lena
que dice lo siguiente:

Buenos días, querida Emilia, he subido a Caracas.


En la nevera hay huevos, margarina, tocineta, jamón y
queso. Pan recién horneado que te he dejado tapado
dentro de la cesta para el pan, el cual lo veras encima de
la mesa de la cocina. Para almorzar, hay pollo horneado,
y ensalada de papas. Si gustas puedes coger unos
pepinillos encurtidos, ya están para hoy. Llegaré a las
cuatro treinta de la tarde. Si me atraso un poco no te
preocupes.
Lena.
No hace falta que mencionara las bebidas que hay, como lo es el zumo fresco
de naranja, la leche, o que hay café de la marca Café fama de América, para
preparar. Hay cambures, manzanas, uvas, mandarinas y peras de agua. Los
cambures, manzanas, uvas y mandarinas, están en un frutero en la mesa de la
sala comedor, y las peras de agua en la nevera.
Monto el café en la cafetera greca y pongo a hervir un poco de leche.
Mientras espero que salga el café y hierva la leche, saco los huevos, el tocino, de
la nevera e investigo en el cajón de los vegetales, si hay tomate. Sonrío al ver
que hay, no solo tomate, sino también lechuga. Cojo un tomate, la lechuga
romana, y cojo de la puerta de la nevera, un frasco de mayonesa Kraft. Frio sin
aceite la tocineta, ya que contiene su propia grasa. Luego frio los dos huevos.
Humecto con muy poca mayonesa las dos rebanadas de pan, que recién he
cortado. Corto en rodajas finas un tomate pequeño, y escurro la lechuga que
previamente dejé remojando en agua y vinagre para su limpieza.
—Cierto, la señora Lena, me ha dado luz verde para coger los pepinillos.
Abro la nevera, saco un molde grande de vidrio con su correspondiente tapa.
Con cuidado lo pongo encima de la encimera. Retiro la tapa y mi nariz se inunda
de un olor delicioso a eneldo. Estos pepinillos son al estilo ruso. Cojo uno
pequeño y lo pico en rodajas finas y así armo mi sándwich con los demás
ingredientes listo para ser usados. Luego para finalizar me sirvo una humeante
taza de café con leche. Cojo un poco de papelón, que es más sano que la azúcar
refinada, y le agrego tres cucharaditas a mi café con leche. Desayuno en la mesa
de la cocina, leyendo aléjate de la casa del árbol de R.L Stine.
Es sensacional la calma y paz, estaré sola, cierto, pero si estuviese en casa
con mamá y papá, probablemente hubiese ahora mismo un silencio incomodo,
ya que la tensión entre mamá y papá es muy grande. No importa si el desayuno
es delicioso o si el día esta precioso, como este de hoy. El solo hecho de que
ellos estén molestos, opaca todo lo demás.
Casi finalizando de desayunar escucho a los perros ladrando y frunzo
el ceño. Me levanto y limpio mi boca con una servilleta de papel. Camino
hacia una ventana de la sala e intento observar que sucede pero no noto
nada extraño. Me digo a mi misma que es de día, así que salgo al patio
trasero.
—¿Qué pasa chicos?, ¿por qué ladran? Su comida es al medio día.
Los perros me miran y mueven la cola. Sonrío.
—Eso es lindo —escucho una voz detrás de mí.
Seguido algo cae en el césped y los perros ladran con fuerza, me doy
vuelta y veo la razón, alguien está intentando coger mangos de la casa de
la señora Lena, creo que es un chico. Me acerco rápidamente al muro que
divide la casa de al lado.
—¡Hey! ¡Tú! ¡Chico, te veo! ¡Estás haciendo ladrar a los perros! —
digo subiendo la voz para hacerme oír entre los ladridos.
—No tienes que gritar, te he escuchado —dice el chico subiéndose un
poco más alto en una escalera, así logro verle bien la cara. Me sonríe
ampliamente.
No es un niño, debe de tener como mi edad aproximadamente, pienso
al observarlo. Lleva una franelilla sin mangas y un collar de caracol
marino. Su piel es morena por el sol, ya que se nota que es de tez blanca,
su cabello es frondoso, liso y alborotado, un marrón claro, que por los
rayos del sol, lo hacen parecer rubio oscuro. Un chico guapo sin duda
alguna.
—¿Qué crees que haces? ¿No pensaras pasarte con esa escalera, o sí?
El chico niega con la cabeza divertido.
—Para nada, solo estoy cogiendo unos mangos. Disculpa, se me han
caído unos y eso altero a los perros.
—Entiendo, disculpa si he pensando que te pasarías hacia acá. Es que
hay rumores de que hay gente de noche, que se meten a robar… —digo un
poco apenada, no quiero que piense que lo he acusado de ladrón.
—Lo sé, yo vivo en esta casa, vecina —dice y me sonríe nuevamente
ampliamente—, y sé de lo que hablas. Papá quiere cercar el muro, pero así
será muy molesto coger mangos.
Frunzo el ceño.
—Pero para cerca el muro, tienen que hablar con la señora Lena.
El chico asiente.
—La conozco, es una señora que habla poco. Ella es la que me deja
coger mangos, por eso no fue mi intención asustarte, no sabía que la señora
Lena, tuviese una nieta. Ni sabía que tenía hijos.
Sonrío con gracia.
—No soy su nieta. Mi abuela es amiga de ella, y bueno, la vengo a
visitar de vez en cuando —no quiero contarle la verdad, sobre mis padres,
es muy embarazoso.
—Y, ¿cómo te llamas?
—Emilia.
—Mucho gusto, yo soy Armando.
—Encantada —digo sonriendo.
—¿No deberías de estar en el colegio?
—Voy al mediodía, y, ¿tú?
—Igual.
Nos pusimos un rato largo a conversar, él montando encima de la
escalera, cosa que me daba nervios, se lo hice ver, y me sonrío divertido,
me aseguró que no se caería y de verdad, estuvo tranquilo y a gusto, allí
arriba. Comimos mangos y charlamos hasta que tuve que despedirme para
alistarme para el colegio. Esa mañana hice un nuevo amigo, el cual iba a
otro colegio, uno público.


















Capítulo 13

En la otra casa veo distintas las cosas, veo distinta la vida. Cada cosa
vale, cada detalle importa. Es como describir todo, sin llegar a ser
aburrido. Supongo que es por el ambiente, no hay conflicto. En esta casa
puedo apreciar mejor el cielo azul encima de mi cabeza, admirar los
arboles, como la copa de los mismos se mueve por la brisa. Lavar mi cara
en las mañanas, observarme en el espejo al finalizar de aseármela y verme
como otra Emilia, una Emilia, fresca, alegre, comoda. Tener tiempo para
mí. Hasta el hacer las tareas del colegio, se ha vuelto algo relajante e
incluso divertido. Tengo horarios, no es que puedo hacer lo que me dé la
gana, en pocas palabras hago lo mismo que hacía en casa de mis padres,
solo que quitando el peso que ellos crearon en la casa. Ese peso hace que
todo lo demás sea turbio, y que no provoque realizar ninguna actividad
productiva o tan solo divertida, como por ejemplo ver caricaturas o
escuchar música. Cuando escuchaba música, ya sea con los audífonos o sin
ellos, en el fondo podía oírlos pelear, subir más el volumen no era opción,
es decir, ya no los escuchaba, pero al poco tiempo, mamá aparecía o mi
papá, con su semblante negro o gris, por su constante peleadera, su
constante mundo toxico, y de inmediato me envolvían en el, opacando mi
momento de relajación y diversión. Lo dañan todo.
Amo a mis padres, como sé que ellos me aman a mí, solo que no se
dan cuenta del daño me que generan por su actitud negativa, por su
condición de vida. Tienen una casa hermosa, por fuera y por dentro. Me
han comprado ropa durante toda mi vida, ropa linda, juguetes geniales
cuando era niña; útiles escolares, de todo para ser feliz, en la parte
material. Mi habitación está decorada a mi gusto, mi cama es comoda. La
nevera y estantes de la cocina, están llenos de comida deliciosa. Hacen
reuniones, mis amigas van a la casa, bueno venían, porque desde hace seis
mes el mundo toxico que crearon mis padres, no solo me ha alejado a mí,
sino a familiares y amigos.
—¿De qué sirve tener una casa de los sueños y qué tu vida sea toxica?
—Buena pregunta —dice Armando sentando en el muro. Se ha subido,
gracias a la escalera que uso el martes que nos conocimos. El día que
intentaba coger mangos.
Hoy es sábado 06 de Octubre. Llevo una semana aquí. Cosa que no me
sorprende, ya que mis padres a veces deciden dejarme un tiempo. Lo triste
que ya pronto se acerca mi cumpleaños. Armando y yo nos hemos hechos
amigos, durante las mañanas, y de regreso del colegio, conversamos. Él
encima del muro y yo sentada en el césped.
—Por cierto, antes de continuar hablando sobre preguntas
existenciales, no sería mejor que entraras a la casa —digo sonriendo con
diversión al verlo sentado allí arriba.
Armando frunce el ceño.
—Bueno, no es mala idea, pero, ¿y la señora Lena?, ¿estará de acuerdo
con que entré?
Asiento con la cabeza.
—Sí, créeme que ya me dio un sermón anoche, por verte allí arriba.
Piensa que puedes caerte. Mejor no es tentar la suerte. Baja y ven, vecino
—digo chinchándolo.
Armando se lanza y yo ahogo un grito. Se ha lanzado hacia su lado de
la casa.
—¡Armando! ¿Estás bien?
No escucho respuestas y me pongo nerviosa, intento afinar el oído, y
no escucho ni lamentos ni quejidos del otro lado. Escucho al poco tiempo
que llaman al portón de la casa, corro hacia ya. Abro una pequeña
ventanita que hay en el portón, y veo a Armando sonriendo de par en par.
Abro la puerta y le pego en el brazo con la mano a puño cerrado.
Armando suelta una carcajada.
—¡Tonto me asustaste! —digo riéndome.
—Descuida, he caído encima de un colchón inflable, mañana mi
familia dará una fiesta, para uno de mis primitos, ¿te gustaría venir?
Sonrío.
—Bueno, mis padres se han olvidado de mí, no creo que haya
problemas —digo con sinceridad.
Armando me ve con tristeza y me sonríe.
—Por cierto, estás son para ti —dice sacando la mano que tenía oculta
detrás de su espalda. Unas galletas envueltas en papel celofán.
—¡Vaya! Gracias, las compartiré con la señora Lena, en la merienda.
—Genial, ¿toman el té? Pensé que eso era de los ingleses nada más.
Niego con la cabeza.
—De los europeos en general —digo y caminamos hacia dentro, al
jardín trasero.
—Primera vez que entro, es más grande de lo que me imaginaba.
—Que raro, dicen que las cosas se ven mejor desde arriba.
—Bueno, sí, pero como tan solo alcanzo ver una parte de la casa desde
allí arriba. Por cierto, ¿y la señora Lena?
—Ha salido temprano, creo que a visitar a mis abuelos.
Armando frunce el ceño y tomamos asiento en un banco.
—¿Por qué no la acompañaste?
—Es viernes y hoy tuve clases.
—¡Ah, cierto!
Armando observa el jardín.
—Seria genial hacer una piscina, o tal vez un jacuzzi, ¿qué piensas?
—No, esta casa no tiene pinta para eso, me gusta tal como está.
Además en los baños hay bañeras, muy geniales.
—Eres muy linda cuando sonríes.
Me sonrojo y bajo la mirada.
—Es la verdad, siempre andas como pensativa, como triste, supongo
que es por lo de tus padres, pero cuando ríes. Eres muy bonita.
Me ha puesto nerviosa, nunca un chico antes me había dicho algo
parecido. Por los nervios me echo el cabello hacia atrás entre la oreja.
—Gracias.
Nos vemos a la cara y… llaman al portón.
—Tengo… es, que ir.
Armando asiente con la cabeza y me sonríe algo tímido. Me levanto y
voy de prisa a ver quién es.
—¡Hija somos nosotros! —dice mi mamá antes de que abra la
ventanita.
Frunzo el ceño y abro la puerta. Mamá me envuelve rápidamente en
sus brazos.
—¡Hola, mi niña! ¿Cómo estás?
Papá me da un beso en la mejilla.
—Este, bien, ¿ustedes? No los esperaba, no sabía que vendrían.
Papá se ríe.
—Hablas como si vivieras sola y está fuese tu casa. Solo eres una niña
—dice riendo. Cree que ha sido gracioso.
Extrañamente su comentario me molesta. Normalmente con ellos
siento estrés, tristeza e incomodidad, pero ahora eso me ha causado
molestia.
—Bueno, bueno, hija ¿Has almorzado? —pregunta mi mamá.
Asiento con la cabeza.
—Bueno en ese caso, te invitamos por el postre y a cenar, en la choza.
Ya sabes meterte en el mar un rato, ¿qué te parece? —continua mamá.
La choza es un restaurante enfrente de la playa, es muy agradable y
hoy hace buen tiempo. Aquí en el estado Vargas, hay un equilibrio cuando
llueve y cuando hay sol. No todo el tiempo llueve y no todo el tiempo hay
sol, pero sigue siendo genial el tiempo.
Armando se acerca.
—Y, ¿este jovencito, quien es? —pregunta mi papá.
—Buenas tardes, mucho gusto, señor, soy Armando, vecino de la
señora Lena y amigo de Emilia —dice tendiéndole la mano a papá, quien
se la estrecha.
—Que jovencito más educado —dice mamá y le da un beso en la
mejilla.
Armando sonríe, y ya no se le ve lo poco tímido que estaba cuando
casi… nos besamos o eso creo yo que iba a pasar, ¿cierto?
—¿Quieres venir con nosotros? —le pregunta mi mamá a Armando,
sorprendiéndome.
—No quiero molestarlos en su tiempo familiar —dice con sinceridad y
me mira de reojo.
—No es molestia, si no puedes no pasa nada —dice papá alegremente.
Supongo que habrán ellos las paces. Espero que esta vez les dure más.
—Sí, sí puedo, la verdad estaba pasando tiempo con Emilia, gracias
por la invitación.
—Perfecto, hija ve a recoger tus cosas.
—¿Cosas?, ¿te refieres a todas o solo lo que usaré ahora?
Mamá se incomoda por mi pregunta.
—¡Eh! Déjame yo te ayudo.
Papá se queda hablando con Armando mientras mamá y yo vamos a la
casa. Entramos y antes de subir las escaleras, mamá me detiene y me da un
abrazo de oso.
—¿Eso por qué? —pregunto sonriendo.
—Lo siento hija, te hemos hecho pasar por mucho estos meses,
enviándote para acá —dice y mira la casa con desagrado.
—¡Woh! Espera, no me molesta, de hecho es algo bueno, tranquilo,
sabes. Alejarse un poco… de lo que papá y tú han creado.
Mamá sonríe con tristeza.
—Bueno, este qué bueno que no lo veas como algo malo, pero
descuida, ya volverás a casa, hoy mismo.
—Ok —digo sin mostrar sentimiento alguno, porque eso ya lo he
escuchado muchas veces.
Cuando me dispongo a subir las escaleras. Mamá va detrás de mí.
—Mañana nos vamos de viaje, está noche empacamos.
—¡¿Qué?! —digo frenándome.
—Emilia, cuidado —dice mamá pensando que tropezaré.
Me doy vuelta estando un escalón más arriba que ella.
—Viaje, ya va, ¿para dónde?
Mamá me sonríe con compresión.
—Tu papá, le ha salido un viaje de negocio y quiere llevarnos…
La interrumpo.
—No, no puedo, tengo clases…
—Hija, descuida eso ya lo arreglamos.
Mi cabeza va a mil por horas.
—No es un viaje corto, ¿cierto?
—A… no, no lo es, pero, ¿cuál es el problema? Es genial, cambiaras
de ambiente.
Mamá no entiende mi caos. Otro ambiente con ellos es mala idea, no
puedo irme y dejar la otra casa, y ahora a Armando, mi colegio, mis
amigos, mis perros, sencillamente, no.
—No, mamá lo siento, no iré, vayan ustedes. La señora Lena me puedo
cuidar y yo cuido de ella.
Mamá me mira con sorpresa.
—Hija, pero, me sorprendes. Tu papá y yo estamos intentando de…
Sonrío con sarcasmo y la interrumpo.
—Intentando de arreglar las cosas, de que todo vaya bien. Por dios
mamá, ese disco ya me lo he escuchado miles de veces. Que papá y tú,
cambien de país, o estado, ya que no me has dicho el destino, no hará que
las cosas mejoren, al menos no llevándome con ustedes. Ya es momento
que me den mi espacio y de que yo piense más en mí. Me tienen absorta en
su mundo toxico.
—No sabía que te sentías así, todo eso.
A pesar de, yo no gritar o alzar la voz, siento la adrenalina corriendo
dentro de mí.
—Bueno, lamento haber tenido que decírtelo, pero creo que ya es
momento, se acaba de dar.



Esa tarde fue muy especial, ya que mamá y yo conversamos por casi una
hora, en la habitación que puso en disposición para mí, la señora Lena.
—De verdad, hija, que lo lamento tanto. Yo no sabía, no puedo hablar
por tu papá, pero la verdad no me di cuenta de todo el daño que estábamos
haciéndote —dice y se seca lágrimas que tiene rato botando.
Seco las mías, ya que mamá me ha sorprendido, al escucharme y
comprenderme. No solo eso, sino también va a conversar con papá sobre
esto. Quiere que la cena continúe en pie, para así poder conversar los tres.
Me pidió que por favor, excluyera a Armando, ya que esto es un tema
familiar y bueno, Armando y yo apenas nos conocemos.
—No entiendo, ¿hablaremos los tres, pero aparte conversarás con
papá?, ¿cierto?
Esa es la única duda que tengo. Mamá asiente con la cabeza.
—Sí, eso haremos, descuida no te mortifiques más —dice y coloca una
mano sobre la mía y me sonríe con ternura—, bueno vamos a ponernos
lindas, lavarnos las caras y yo retocarme el maquillaje. No podemos salir
así —dice y ríe.
Cuando bajas, Armando ya se ha ido.
—Papá, ¿y Armando? —pregunto mientras lo veo dentro de la jaula de
los perros. Papá ama a los animales y conoce a estos desde de cachorros.
—Se ha ido, su madre lo ha llamado. Me ha pedido que te dejara un
papelito.
—¿Dónde lo has dejado?
Papá me mira y me sonríe con diversión.
—En mi bolsillo, si quieres ven y búscalo.
Observo a los perros.
—Roberto, no seas así con Emilia, sabes bien que todavía no se siente
comoda con los perros.
Papá se ríe pero a mí no me parece gracioso.
—Carmen, amor, solo quiero que gane más confianza, con los perros,
¿verdad chicos? —dice y acaricia a los perros. Los guarda en sus
respectivas jaulas antes de salir—¿Lena los saca a pasear? —me pregunta.
—¡Eh! Sí, en la noche, los deja sueltos, y los saca en la mañana un
rato.
—Debería en la tarde también.
—Sí, creo que también, mientras estoy en el colegio.
—Excelente.
—Bueno, bueno, dejemos de hablar de perros y vayamos, que ya se
está haciendo tarde, el helado lo dejaremos después de la cena, y no creo
que ya quieras meterte a la playa —dice mamá.
Niego con la cabeza.
—Ok, encenderé el coche, las espero afuera —dice papá saliendo.
Observo el muro y desearía que Armando se asomara. Observo el muro
hasta que mamá me llama.
Recuerdo a la señora Lena.
—Mamá, la señora Lena.
Mamá sonríe.
—Descuida, la he llamado y le dije que te recogeríamos para cenar y
que te llevaríamos a casa, pero bueno, primero hablaremos con tu papá y
veamos cómo se desenvuelven las cosas.
Asiento con la cabeza y salgo con mamá de la casa.




Capítulo 14


El sábado llego, las cosas se hacen con el tiempo de los demás, en mi
vida. Irónico ya que soy una dama de compañía y clientes pagan por tener
mi tiempo con ellos. Mike, no estaba impaciente, yo sí. Mamá planeó para
el sábado una reunión en un club lujoso de tenis. Convocó a papá y a mis
hermanos, por supuesto que a mí también. Lo que yo no me esperaba es
que Mike formaría parte de ese día, por su maldita culpa.
Antes de ir al club me dirijo a la casa, ya que mamá, decidió a última
hora, que lo mejor sería, irnos desde la casa al club. Entro a la casa
escoltada por Raymundo, el mayordomo. Escucho la risa de mamá y
cuando entro, veo a Zia, preciosa como siempre. Vestida decentemente e
inocente como la jovencita recatada que es, a los ojos de mis padres por
supuesto. No digo que no lo sea, solo que es más relajada y rebelde,
cuando ellos no están mirándola.
—¡Ivy! ¡Eres tú, no lo puedo creer! —dice y corre para fundirnos en
un abrazo lleno de vida.
—¡Oh, Zia, princesa! ¡Mírate! —digo con emoción alejándola un poco
de mí—. Cada día estás más preciosa.
—¡Tú también, Ivy, estás como una modelo de cine! ¡Me has dejado
impresiona! ¡El cambio es tan radical! —dice mirándome con impresión.
No es que antes haya sido un patito feo, solo que con esta nueva vida,
de la cual me quiero salir, ya, pues me exigen estar todo el tiempo,
“perfecta” Lo perfecto es agotador.
—Zia, querida, no exageres, antes estaba bien, solo que ahora, se ha
dedicado un poco más a ella —dice mamá.
Mi mamá no dijo nada bonito, sino todo lo contrario. Lo que realmente
quiso decir, la traducción a lo que dijo es la siguiente:—Ivy, se veía
descuidada como la mierda y ahora algo la hizo entrar en razón, invierte al
fin dinero en ella, ya no es dinero desperdiciado en sus pasatiempos
extraños, como comprar libros o cosas para coleccionar, y no en su cuerpo
como debería de ser, desde que la alumbre. Ya que la presencia es esencial
a los ojos del mundo.
Eso tiene otra traducción, lo de “la presencia es esencial a los ojos del
mundo” la traducción seria:—Tenemos que demostrarle al mundo que
somos ricos”
—Gracias, mamá —digo con hipocresía, la cual mamá no nota, pero sé
que Zia, sí—, bueno, ¿y mis hermanos?
—Ya están por llegar —me responde Zia, y me coge de la mano para
tomar asiento en el cómodo sofá de la vez pasada—, pongámonos al día,
¿si quieres podemos subir a mi habitación?
—Zia, por favor, no seas tan infantil. Ya abra tiempo para eso. Además
tus hermanos no vendrán para acá, somos nosotras tres, que saldremos de
aquí para el club.
Zia baja la mirada y yo quiero por primera vez en mi vida, cachetear a
mi mamá. No puede entender que Zia, todavía es una adolescente
y que es común su comportamiento ¡Joder hasta yo soy joven, aún para
estas cosas!
—¿Eso por qué, mamá? —pregunto y le doy un leve apretón a Zia, la
cual me sonríe.
—Por qué, la modista se retrasó un poco —dice con desagrado.
Por supuesto, mamá no puede salir, jamás de los jamases, sencilla de su
casa. Sería un crimen.
—Entiendo.
—Por cierto, te tengo un vestido.
—Por supuesto que sí —digo para no ponerme a discutir con ella.
—En cinco minutos estará aquí la modista, con sus ayudantes. Nos
vestiremos, maquillaremos y peinaremos, para poder irnos, ¿entendido?
—Sí, por supuesto.
La modista llegó un poco más tarde de cinco minutos, lo cual generó
un cabreo enorme en mamá. Dejé que la atendiera a ella sola. Mamá
protesto, y la pobre modista sufrió. Mientras tanto subí con Zia a su
habitación.
—Zia ¿Cuándo iras a la universidad? Sabes que entre más tiempo
pases aquí, más te será alejarte.
Zia asiente con la cabeza. Me sorprendo no verla triste.
—No me preocupa, mamá y papá no son como contigo. Papá me
consiente, y mamá, bueno, mamá es mamá —dice y sonríe.
—Lo sé, pero, no me gusta cómo te trata.
Zia vuelve a sonreír y niega con la cabeza.
—Créeme que no es problema, nunca estoy con ella más del tiempo
necesario. Tengo mis escudos y mis cosas relajantes, donde mi apreciado
tiempo, no lo gasto en ella.
Me sorprendo y me alegro al mismo tiempo de eso.
—No me has respondido, sobre la universidad.
—Descuida, estoy haciendo otras cosas productivas, por eso no tengo
presión ni de mamá ni de papá.
Que ventaja que de verdad sea la favorita de papá. Sin embargo me
alegro mucho por ella.


Me toca mi tiempo con la modista. Dejo que me vistan, maquillen, etc.
Estoy más que acostumbrada. No porque era algo que hacía normalmente
con mi familia, me refiero en la agencia.
—Estoy lista —digo reuniéndome en la sala. Cuando recuerdo que mi
móvil lo deje en el baño.
—Muy bien, vamos al coche —dice mamá.
Zia me hace señas de que estoy hermosa, sin que mamá la observe.
—Disculpen, se me ha quedado mi móvil, cuando me estaban
alistando, ya vengo.
Mamá niega con la cabeza y sale con Zia. Me doy prisa. Entro al baño
y lo veo encima de la tapa del excusado de lujo de uno de tantos baños de
la casa. Cuando voy a cogerlo este se resbala y termina dentro del
excusado.
Después de varios intentos de revivirlo, me doy por vencida y salgo al
coche.
—¡Por Dios! ¡Ivy! ¡¿Acaso no podías tardarte más! —genial mamá
molesta a ese nivel, casi que sí fuese un dialogo escrito, podría ver las
exclamaciones.
Así fue como todo comenzó. Mike intentó comunicarse conmigo por
mensajes de texto. Indicándome cosas importantes sobre la empresa en la
que trabaja, para guiarme y que yo no quedara como ignorante con papá.
Como no lo logró, comunicarse conmigo, tomó la decisión más engorrosa
del mundo, se apareció en el club, durante el comienzo de las entradas de
comida. Mamá, papá, Zia y mis dos hermanos, Luka y Scott, sentados
compartiendo en una mesa, que al aparecer Mike, la mesa se achico.
—¡Mike! —digo en un sobresalto que no pude ocultar.
Mamá frunce el ceño.
—¿Mike, qué Mike? ¿De quién hablas, Ivy?
—Buenos días, no ha sido mi intención en lo absoluto interrumpirlos.
Soy…
—Mi novio, disculpen familia. He sido una grosera. No les he
comentando que mi novio se nos uniría.
Todos me miran con sorpresa, intriga y ya sé que mi mamá dirá algo,
incluso mi papá.
—¡Vaya, un novio! ¡Al fin!
—¡Eh! —digo en voz baja y Zia me da un pisotón con el tacón,
bastante afilado que lleva.
Aguanto mi dolor y la miro a la cara, me hace señas que lo deje estar.
Mamá me ha sorprendido, no me ha juzgado, pero si avergonzando al decir
“Al fin un novio”
Mike sonríe y estrecha la mano de papá, ya que es el que más cerca
está. Luego le besa la mano a mamá, a Zia y estrecha la de mis hermanos.
Papá da la orden de colocar una silla extra a mi lado.
—Pues bienvenido, y sí, vaya sorpresa más agradable, de que una de
mis hijas, nos presente a su novio. Es muy formal y una sorpresa que te
tenías muy bien guardada, corazón —dice papá mirándome, sonriendo
ampliamente—, Entonces, Mike Davis, cuéntame, ¿a qué te dedicas?
Por suerte papá no uso la palabra hijo, no es suerte, solo lo digo por
sarcasmo. Papá jamás le daría la bendición, sin primero interrogarlo.
Mike comienza a hablar sobre su puesto y la cara de mi papá muestra
sorpresa, incluso me sorprende a mí, que él se sorprenda.
—Periodista. Me encanta, tenemos que jugar al golf, quiero saber más.
Casi que para mí es un pasatiempo, tu profesión. Me encanta coleccionar
la información de jóvenes periodistas.
¡¿Qué rayos está sucediendo?! Mike me mira de reojo y me sonríe.


Bueno, como si de un mal chiste se tratara, así mismo, hablando se
entiende la gente. Mike tan solo necesitaba, su solución era hablar con
papá. Su jefe era el que estaba opacando a Mike y no mi papá como
erradamente él pensó. A Mike se le abrieron en un solo día mil
oportunidades, propuestas, hasta mi papá lo consideró en un día, materia
para amistad. Las cosas pueden cambiar tan rápido, que mi vida parece
¡Una puta comedia, extraña!
Efectivamente Mike me pagó. Solucionó su problema existencial y me
pidió perdón. Mi secreto murió conmigo. Así tan sencillo como eso. Sin
cabos sueltos, sin nadie que me jodiera. Soy libre de hacer lo que quiera
con mi vida, ¡Vaya siento que me gané la maldita lotería!














Capítulos finales de cada historia.

Un vientre más grande que el de mi querida amiga Dafnée, sí, ella y
Jerome se convirtieron en amigos, buenos amigos, tanto míos como de mi
amado, Dean. El día del parto llegó. Para mi mala suerte, Dean se
encontraba en el pueblo, y yo pase varias horas en labor, sola a punto de
perder el conocimiento por el dolor y el miedo de ser primeriza. Recuerdo
que estaba limpiando unas hojas acumuladas cerca de la entrada de la
puerta, cuando las primeras contracciones llegaron.
—¡Vaya! ¡Bebé! Eso ha dolido —digo acariciando mi enorme vientre.
Continuo limpiando las hojas y me agacho, cuando de pronto otra
contracción hace que me doble de dolor. Me quejo e intento calmarme pero
fracaso.
—¡No, no, no! Espera, bebé, tu papá no está aquí todavía, fue al pueblo
a buscar unas cosas, y creo que se tardara.
A mi bebé no le importa eso y otra contracción me hace quejarme y
sujetar con ambas manos mi vientre, haciendo que suelte la escoba al
suelo. Intento caminar hacia adentro de la casa y llegar hasta la cama. Paso
a paso lo logro. Me siento en la cama que comparto con Dean, y no hay
más dolor. Respiro y seco el sudor de mi frente.
—Bien, solo ha sido una falsa alarma —digo cantando victoria.
Pasan unos minutos y feliz de pensar que ha sido solo una falsa
alarma, las contracciones regresan con más fuerzas. Me recuesto en
la cama e intento manejar el dolor. El tiempo comienza a pasar,
descanso entre contracciones pero cada vez es más difícil de llevar y
no recordaba que Dafnée sufriera tanto. Mis dolores son muy fuertes.
Lloro y me quejo.
Creo que pasan tres horas, y ya ni puedo llorar, solo gritar por
Dean. Intento respirar profundo y pujar pero creo que todavía no es
tiempo. Mi vientre se siente muy duro. La tortura continua. En un
momento creo que me canso y espero. Luego vuelve a comenzar y
ya no puedo más.
—¡Ivette! —¡Dean, es Dean!
Dean corre hacía mí y coloca sus manos en mi vientre.
—¡Ivette, ya, ya va a nacer nuestro hijo! ¡Lo lamento tanto!
¡Debí de haberme quedado a tu lado!
—¡Esta todo bien! Solo…ayúdame…Dean, no puedo más —digo
con dolor y suelto un quejido.
Dean asiente con la cabeza.
—¡Voy a poner agua a hervir! —dice muerto de miedo, pero
intentando que no se le note. Sé que lo hace por mí, para no
asustarme.
Sí, lo logramos, tener una cocina a gas.
—¡No, no hay tiempo! ¡El bebé ya viene! ¡Límpiate las manos
con alcohol, rápido! —digo y sujeto mi vientre.
Dean asiente con la cabeza y acata mi orden. Y así comienza el
parto. Pujo, respiro y en aproximadamente veinte minutos, nace mi
bebé.
Dean se encarga de cortar el cordón umbilical y de revisar al
bebé, que respiré bien. Nos preparamos bien, sobre qué hacer.
Cuando voy a pedirle que me lo de en brazos, siendo un fuerte dolor
en mi vientre. Dean se asusta y deja el bebé en la cuna que
preparamos con anticipación, para él o ella. Ha sido un él.
—¡¿Qué sucede?! ¡¿Qué va mal?! —pregunta con horror y toca
mi vientre que continua duro.
No hablo y me quejo y nuevamente comienzo a pujar y en poco
tiempo, nace otro bebé.
—¡Oh, por Dios! ¡Es otro bebé! ¡Es un niño! ¡Otro niño! —dice
con emoción.
Necesito un descanso, respiro y hago eso, descanso. Escucho el
llanto de mi segundo hijo y sonrío.
Unas horas después.
Dean se ingenió a última hora e hizo otra cuna. Ambos
observamos a nuestros hijos durmiendo.
—No lo puedo creer, Ivette, dos bebés, dos sanos varoncitos —
dice sin alzar la voz, Dean.
Estoy acostada en la cama recuperándome, con Dean a mi lado.
Por suerte fue un parto limpio, agotador pero no salió nada mal,
gracias a Dios. Tanto mis hijos como yo, estamos bien. Solo necesito
descanso y comenzar mi labor de madre.

Mis hijos, mis nietos, contaron mi historia. Ser madre no detuvo
mi viaje y lo que fui, la chica del pequeño pueblito. Luego más tarde
llamado “Ivette”
Junto a Dean, Jerome y Dafnée, aprendí a confiar en los demás y
no solo en mí misma. Mis hijos, ser madre, me hizo volverme una
persona más fuerte y mi propósito de vida tomó más fuerza. Tuve
más amigos, no solo a Jerome y Dafnée. No todo era malo o
peligroso. Por supuesto que en esta historia, mi historia, hubo
villanos, que fueron los líderes del pueblo, con ellos no se podía
bajar la guardia. Lo que yo aprendí es que si más gente se une a tu
causa, más asegurado y fuerte te vuelves, sí, fortaleza, fuerte, fuerza,
una palabra que usé mucho a lo largo de mi vida. De hecho hasta mi
último día en la tierra.
Dean murió primero que yo, de viejo, no fue nada trágico, nos
despedimos en nuestra cama, una noche le di las buenas noches, y a
la mañana siguiente, amaneció muerto. Sé que fue una muerte sin
dolor, tan solo se fue a dormir. Muchos pensaran que fue horrible
amanecer a su lado, con él sin vida, pero no fue así. Murió en paz y
amado.
La chica de Octubre.

—¿Estás lista?
Frunzo el ceño.
—¿Para qué? —pregunto mirándome en el espejo de mi
habitación.
Madeline se ríe y se acomoda el cabello, ya que se lo ha alisado.
Sonrío.
—¡Eh, sí! Solo estoy nerviosa, no puedo creer que ya llegó el
día. Y sí, este… ¿te refieres al cabello, supongo?
Madeline sonríe. No me he puesto aun el disfraz, pero sé a lo que
se refiere, solo que estoy abrumada, contenta y miles de sentimientos
buenos juntos.
—Para ir a la fiesta más sorprendente de todas. Te has lucido, Anne Marie
La verdad, es que no solo llegó el día de ir a la fiesta de
Halloween del colegio. En casi dos meses sucedieron muchas cosas.
Claire y yo dejamos de ser amigas. Me di cuenta, que no teníamos
nada en común, no es una mala chica, pero no era mi amiga
realmente. No diré que Madeline me salvo o algo así, no. Tan solo
me hizo darme cuenta de que elegí mal con quien compartir mi
tiempo, mis gustos, etc.
Mis padres, tuve que decirles sobre mi propuesta de trabajo a tan
temprana edad. Lo aceptaron y no me regañaron o juzgaron. Bueno,
sí me dieron un sermón por ocultarlo un tiempo. Al menos no fue un
mes completo que se los oculté.
La ventaja de tener un trabajo siendo tan joven, es que, no me
tengo que preocupar por mi futuro, ya que esto es lo que siempre he
querido. Iré a la universidad, por supuesto, solo que esto es otro
nivel, algo súper sensacional. Creo que deberían en todo el mundo,
ver el potencial de chicos como yo. Capaz ya lo hacen y yo no lo sé,
pero esto me sirve para alentar a otros a seguir y alcanzar sus sueños.
Ser un ejemplo a seguir.
Decido disfrazarme de bruja con una mezcla de princesa. No
infantil por supuesto, acorde con mi edad. Al llegar al instituto y
entrar a la fiesta, siento que voy a llorar, al ver mi obra maestra
terminada después de tantos años, y ser admirada y disfrutada por
todos, y que me aplauden al entrar, gente de mi edad, que ha
estudiado y caminado conmigo en los mismos pasillos, es
sencillamente sensacional.
—Anne Marie —dice Claire acercándoseme.
—Enfermera sexy, cool —digo mirándola.
No puedo decir que terminamos como extrañas, o enemigas. Tan
solo decidí alejarme de a poco y ella no me busco, ya que también lo
sabía. Era lo mejor y ahora podemos saludarnos, y respetarnos sin
rencores, ya que como dije, no fue algo malo. Es bueno tomar
distintos caminos, a veces.
—¡Vaya! ¡Tú estás hermosa! Representas el lugar, la reina
del Halloween —dice y me sonríe con sinceridad—, sabía que
lo lograrías, felicitaciones.
—Gracias, espero que disfrutes de la noche —digo y el dj
pone una canción movida. Todos gritan con alegría y
comienzan a bailar.
Claire asiente con la cabeza y yo la copio.
—Ahora es que comienza tu aventura —dice Madeline y me hala a la pista
de baile con ella.



Cuatro historias y una que ya terminó, la cual es contada por
hijos y nietos. Al morir nuestra historia termina, pero se mantiene
viva en nuestros seres queridos, como familiares, amigos, y gente
que la lee, la reviven una y otra vez.
La historia de Ivette llegara al cine, en el 2020.

Emilia y la otra casa.
—Bueno, mujeres, a ver, ¿de qué me quieren hablar? —nos pregunta papá a
mamá y a mí.
Mamá me sonríe y asiente con la cabeza, alentándome a hablar.
—Bueno, veras papá, mamá me ha contado que harán un viaje, cosa que me
parece sensacional, pero yo no deseo ir. Tengo mi vida aquí y creo que lo mejor
es que ustedes se tomen un tiempo juntos y a solas.
Papá frunce el ceño.
—Pero hija, Emilia, no podemos dejarte atrás, es sencillamente una locura.
—Mi vida, escúchala primero, yo ya he hablado con ella. Lena la puede
cuidar. Emilia ya no es un bebé, ni nuestra pequeña, es una señorita, la cual
pronto cumplirá 16 años de edad. Además no nos mudaremos del país, solo es un
viaje. Viaje que necesitamos.
Sonrío, por un momento pensé que lo había olvidado, que había olvidado mi
cumpleaños.
—Pero…
Mamá lo coge de la mano y papá le sonríe con amor, ¿será que al fin,
solucionaron sus problemas?
—Bueno, no sé qué decir, Lena es vieja, no muy vieja, pero no creo que ella
pueda ocuparse de todo.
Mamá niega con la cabeza.
—Nos mantendremos en contacto, tan solo nos iremos dos meses. Le
pasaremos dinero en esos meses, hablaremos con ella, ¿qué piensas, cielo? —le
pregunta mamá sin soltarlo de la mano.
—Que tenemos que hablarlo con Lena, y que hay que celebrar el
cumpleaños, de esta señorita aquí presente, que ya se nos está convirtiendo en
toda una mujercita —dice papá y me sonrojo instantáneamente.
—Bueno, una cosa cierta, Roberto, es qué, Emilia tiene razón, necesitamos
un tiempo solos para sellar nuestra reconciliación.
Papá frunce el ceño, mamá continua.
—Ella lo sabe, Roberto, la hemos dañado mucho, con nuestras peleas —dice
y se seca las lágrimas que nuevamente comienzan a brotar de sus ojos.
Papá me observa con sorpresa y yo intento no llorar.
—Yo… no lo sabía, es decir, pensé que al alejarte de la casa, de nosotros…
—dice papá con tristeza—. Te veías bien cuando regresabas de casa de Lena.
Niego con la cabeza y comienzo a llorar. Papá se levanta y me da un abrazo.
—¡Oh, hija! ¡Cuanto lo siento!, ¡de verdad, lo lamento! ¡No sabía!
Mamá sonríe e hipa.
—Bueno, está ha sido la cena más emotiva de lo que me esperaba.
Necesitamos celebrar. Pidamos una sidra.
—¡Espera! Carmen, recuerda…
Frunzo el ceño al ver a papá preocupado y me asusto.
—¡Mamá! ¡¿Qué sucede?! —pregunto alterándome.
Mamá frunce el ceño.
—Nada hija, por lo menos no nada malo —dice tranquilamente y le sonríe a
papá, quien la mira con amor y le besa la mano.
Papá coge asiento sin soltarle la mano a mamá.
Ahora yo con cara de confusión y alivio a la vez, ya que pensaba que mamá
estaba enferma, porque papá no la deja beber alcohol.
—Casi lo olvidamos, por eso estoy tan… hormonal —dice mamá y se
sonroja.
—¡Eh! —digo sin comprender.
—Hija, tu mamá está embarazada, de un mes aproximadamente. Vas a tener
un hermanito —dice papá y veo que brotan lágrimas de sus ojos.
Mi cara es todo un poema.
—¡¿Cuándo pensaban decírmelo?! —Pregunto chillando de emoción, al
verlos tan tranquilos y levantándome de prisa, haciendo que mi silla caiga hacia
atrás.
Abrazo a mamá, papá se une. Nos envolvemos en un gran abrazo de oso.
¡Un hermanito! ¡Por fin tendré un hermanito! ¡Tarde pero seguro!
Esta noche dormí en casa de la señora Lena, mis padres en la nuestra.
Parecen que están de luna de miel. Temprano en la mañana veo a Armando
montando en la escalera.
—Buenos días, ¿cogiendo mangos tan temprano? —pregunto chinchándolo.
Armando se ríe.
—Buenos días, no, decorando para la fiesta, ¿vas a venir? Es al mediodía.
Asiento con la cabeza.
—¿Tú vendrás a la mía? Mamá, papá y la señora Lena, me están organizando
el cumpleaños aquí. Como será el miércoles, un día atravesado —digo sonriendo
con gracia—, seremos solos mis abuelos, mis padres, y bueno, esperaba que te
nos unieras, y si quieres pregúntales a tus padres, por supuesto. Supongo que
trabajan. Cualquier cosa si no se nos pueden unir después, y si ha terminado la
reunión, yo les guardaré torta y comida, para que la prueben —digo sonriendo.
—Por supuesto que iré, y gracias. Puedes preguntarles tu misma a mis padres
—dice sonriendo—, hoy en la fiesta, ¿ a qué hora será la tuya?
—A las dos de la tarde, ya que no iré ese día a clases. Cenaremos parilla, a
partir de las seis de la tarde. Te va perfecto porque llegaras a casa a esa hora del
colegio.
Armando sonríe y asiente con la cabeza.
—¿Qué harás durante la mañana de tu cumpleaños? —pregunta mientras
continua arreglando unos globos, que está pegando del muro de su lado.
—Supongo que mamá y papá me sorprenderán en el desayuno. Estoy segura.
Luego de comer y relajarme con sus primeros regalos, me daré una ducha e iré a
la peluquería. De resto antes de las dos de la tarde, mamá me dijo que me llevará
a donde yo desee, para elegir un regalo de cumpleaños. Lo llamó el regalo
perfecto.
—¡Vaya! ¡Qué genial! Te consentirán, te regalaran de seguro algo como
dices a primera hora de la mañana y a su vez, puedes elegir tu misma un regalo,
¡eso es muy cool! Le diré a mis padres que hagan eso en mi cumpleaños —dice
y se ríe. Me hace reír y me uno a él, sonrojada ya que tiene razón. Es como
mucho.
—¿Quieres que te ayude a decorar?
—¿Ya desayunaste?
Niego con la cabeza.
—Yo tampoco, ven desayunemos y así aceptaré tu ayuda.
Mi sonrojamiento crece.
—Ok, le diré a la señora Lena.
Armando asiente con la cabeza y entro a la casa.
—Buenos días, Emilia —dice la señora Lena sorprendiéndome cerca de las
escaleras. Lleva una taza humeante de café en la mano.
—Buenos días, señora Lena, ¿cómo está?, ¿cómo durmió?
—Bien, muy bien. Veo que tu estás muy radiante hoy, jovencita, y antes de
que me preguntes, la respuesta es, sí, ve a desayunar con ese agradable
jovencito.
Me sorprendo y me avergüenzo un poco.
—Lo lamento, si la desperté…
La señora Lena niega con la cabeza.
—Siempre me despierto temprano. Simplemente te he escuchado, mis oídos
gracias a Dios, funcionan bien —dice sonriendo con gracia.
—Sí, gracias a Dios y gracias, a penas terminé de comer y de ayudarlo con la
fiesta que darán hoy, regreso de inmediato.
—Querida, descuida, no vayas con prisa disfruta del día y de tu juventud.
Diviértete.
—Gracias —digo un mar de contenta.
Me dirijo por primera vez a la casa de Armando. Llamo al portón. El portón
se abre y Armando me sonríe y me sorprende dándome un beso en la mejilla.
—Adelante, bienvenida a mi casa.
—¡Vaya! Es preciosa —digo entrando.
No sabía que era tan grande.
—Gracias —dice una señora caminando con una taza de café en la mano y el
periódico.
—Buenos días, señora, gracias por la invitación a desayunar.
—Tú debes de ser Emilia, buenos días, preciosa, y no me digas señora, dime,
Irma, me llamo, Irma Paola. Mi esposo Enrique no se encuentra ahora, ha ido a
comprar unas cosas de último momento para la fiesta de mi sobrinita. Ya lo
conocerás —dice amablemente y muy risueña.
—Ok, Irma —digo tímidamente.
—¿Te gustan las empanadas? Armando las ha ido a comprar a la playa.
Asiento con la cabeza.
—Sí, son de cazón, pulpo y camarón, y ¡ah! De pollo también.
—Suena delicioso —digo y tomo asiento en una preciosa mesa de jardín.
Tengo el presentimiento que en esta casa hay una piscina.
Desayunamos en una animada conversación. Irma se excusa para terminar de
preparar los bocadillos de la fiesta. Armando y yo nos vamos al patio trasero de
la casa y observo la enorme piscina que tienen.
—¡Lo sabía! ¡Te lo tenías bien guardado! ¡Tienes piscina! —digo y le doy un
codazo leve.
Armando suelta una carcajada.
—Nunca me preguntaste. No mentira, mentira, era una sorpresa, estaba
planeando invitarte. Podemos nadar después de terminar rápido de decorar.
Frunzo el ceño.
—Me da vergüenza, ¿y si llegan y nos ven en la piscina, los invitados?
Armando niega con la cabeza divertido.
—Es una fiesta de piscina, una piscinada y no, no llegaran tan rápido. La
gente se toma su tiempo, créeme.
Antes de finalizar de decorar, me excusé para ir a casa de la señora Lena.
Corrí escaleras arriba y busqué entre mis cosas el traje de baño más bonito que
empaqué, por sí salía a la playa con la señora Lena a dar un paseo. Opté por el de
cuerpo entero de color negro. Me desnudé, me lo puse y luego me coloqué de
vuelta, la falda y franela que llevaba.
Sonrío y asiento con la cabeza. Terminamos a tiempo como dijo él, de
decorar y sin más se quitó las cholas, y franela, quedándose en bermudas. Cogió
impulso y saltó dentro de la piscina, haciendo que un poco de agua saltara de la
piscina para afuera.
—¡Esta deliciosa! ¡Ven salta! ¡Si no sabes nadar yo te protejo!
Mi cara una vez más se pone roja y no por el sol. Me quito la franela y falda.
—Sé nadar, descuida, pero gracias por esas palabras…
—Coge impulso —dice con emoción.
Asiento con la cabeza y cojo impulso. Caigo como una bala.
—¡Vaya! ¡Eso fue excelente! ¡Emilia! ¡Me has superado en el salto! —dice y
se acerca mí.
Me escurro el agua de la cara con las manos y me alegro de haberme lanzado
con una cola de caballo, o de lo contrario tendría ahora una cortina de cabello
mojado pegado al rostro.
Pasamos un rato así, hasta que llega su papá, Enrique. El señor es muy
divertido. Ya sé de donde salió la gracia y humor de Armando. Armando, tiene
tan solo un hermano mayor que está en la universidad de Canadá. Tiene casi un
año fuera del país. Se llama Enrique al igual que su papá.








—Sombra, ven chiquita, espera ¡Puff! ¡Gatita traviesa! —digo y niego la
cabeza con diversión.
Llaman al timbre y frunzo el ceño. Mi apartamento sigue siendo mi lugar
favorito y para que venga alguien a visitarme, tengo que planearlo y me tienen
que llamar antes de venir, soy estricta con eso. Me asomo por el ojo mágico de la
puerta, el ojito para ver quién es. Ruedo los ojos y abro la puerta.
—¡Buenos días! ¡Feliz domingo! ¿Cómo está la novia más hermosa del
mundo? He venido con un delicioso café, tal cual te gusta a ti, y un delicioso
desayuno, al buen estilo americano.
Niego con la cabeza.
—Mike, como te explico esto. Ya eres feliz, ya tienes lo que querías.
Lamentablemente mi familia se comió el cuento de que somos novios, pero eso
es todo. Tú vives tu vida, yo la mía y cuando mi familia pregunté por ti, digo que
estamos muy ocupados y listo. Hasta que un día terminemos por arte de magia,
pero ya sabes amistosamente para que papá no te odie. F in —digo
campantemente.
Mike sonríe con burla.
—¡Eh! Bueno, hermosa, Ivy. Resulta que no solo he venido a verte, sino a
decir, informarte, mejor dicho. Suena más elegante así, que mis suegros, nos han
invitado a una preciosa cabaña de lujoso en la montaña nevada.
Mi mandíbula se abre.
—¡Eh! Ya, va, antes de me vayas a matar, se te ve en la mirada asesina —
dice continuando haciéndose el gracioso.
El hijo de… respira Ivy, respira, no lo golpees en donde más le duela. Ten
paciencia.
—¡Habla! —digo y le hago seña con la mano de continuar.
—No fue mi idea. Tu papá quiere pasar tiempo en familia y me lo ha pedido
—dice sin gracia esta vez.
Me llevo una mano al puente de la nariz.
—Está bien, eso te lo creo.
Cojo asiento en el sofá y Sombra aparece y se le pega a la pierna a Mike.
Suspiro y recuesto mi espalda al respaldar del sofá.
—Oye, lo lamento, créeme que aunque me parece gracioso, sé que me odias
y que…
—No te odio, solo no quiero que esto se vuelva un escándalo.
Mike frunce el ceño.
—No, no, te prometo, te debo tanto, has hecho de mí, un hombre nuevo y
feliz, lo digo con el corazón en la mano, ¿qué puedo hacer por ti?
Veo sinceridad en sus ojos y noto en su voz lo mismo.
Me levanto.
—Nada, tendremos que ir, ya se me ocurrirá algo. Descuida todo saldrá bien.
Mike me mira algo inseguro pero asiente con la cabeza.
—¡Eh! Bueno, te dejaré el desayuno por aquí, fue algo improvisado que hice.
Niego con la cabeza con diversión.
—Siéntate, ya estás aquí, ¡qué rayos! Comamos, necesito de la cafeína.
Mike me regala una sonrisa y nos sentamos a desayunar.
Y así sin más, armo mis maletas para pasar un fin de semana, desde el
viernes, hasta el lunes de regreso en la mañana a la vida real, junto a Mike y mi
familia ¡Vaya plan!
Siento que mi familia es como un Christian Grey, económicamente y en
elegancia. Sin el sadomasoquismo, por supuesto. La única pervertida fui yo, más
que Anastasia, ¡ufff! Un millón quinientas veces más. Mike, bueno Mike no es
pobre, pero estaba a punto de perder su trabajo y yo lo salvé, bueno, bueno, mi
papá hizo todo, fue un malentendido, con su jefe, Jack. El tipo del nombre
común, así me gusta llamarlo.
—Zia, es muy cliché lo de ir a la cabaña. Podíamos tan solo, no sé, hacer
algo más, algo diferente —digo jugando con la pajilla de mi limonada frappé.
Zia suelta una risita divertida.
—Créeme, tienes que conformarte con eso, ya que tú no quieres nada
extravagante. Mamá realmente tenía ganas de impresionar a Mike, viajando a
Paris.
Ruedo los ojos.
—Sí, mejor cierro mi boca y me conformo.
Zia termina de hacer su maleta.
Frunzo el ceño.
—¿Qué raro qué no dejaste que la señora de servicio te la hiciera?
—No, me gusta hacerlo yo, ella no lo hace mal, pero siento que es algo
personal, y que tienes que imprimirle cariño, no mecánico.
Asiento con la cabeza.
—No hacerlo como un trabajo, es a lo que te refieres.
Zia asiente con la cabeza.
—Eso sí, ¿me ayudas a cerrarla? —dice asiendo fuerza.
Me río.
—Claro, pongamos nuestros redondos y firmes traseros allí.
Zia rompe en risa y yo también.


El viaje se dio en el jet privado de papá. Fue un viaje rápido, gracias al cielo,
mis nervios eran impresionantes. No pude beber ni comer nada. Por supuesto
que mi papá, mamá, hermanos, y Mike, bromearon durante el viaje y se les veía
muy relajados.
—Hemos llegado —dice Zia como niña pequeña observando el lugar.
—Iré a refrescarme —anuncio y mi mamá me sonríe.
—Yo también —me responde mamá.
Mike me mira y yo le cojo la mano. Siento que se sorprende pero lo disimula
bien, ya que mi mamá le sonríe ampliamente. Todavía no puedo creer que Mike,
se adaptó tan rápido a mi familia, o mejor dicho, ellos lo aceptaron a él. Eso es
impresionante, nunca vi nada igual. Siempre a mis novios reales, algo malo le
veían a ellos.
—Es hermoso, usaré mi cámara mucho aquí —dice Mike entrando a la
habitación que supuestamente compartiremos.
—Sí, puedes dejar las maletas, allí —digo señalando un mueble—, por
cierto, no tenías que subirlas, para eso hay alguien que se encarga.
Mike sonríe.
—No me molesta.
—Sabes, es impresionante.
Mike frunce el ceño.
—¿Qué cosa?
—Tú, mis padres, mi familia en general. A todos mis novios siempre le
vieron algo malo, pero a ti no.
—Bueno, creo que es porque soy periodista y a tu papá eso le gusta.
—Sí, puede ser —digo y comienzo a quitarme los converse—, pero y, ¿qué
me dices de mi mamá?
Mike sonríe y se apoya en el mueble donde ha colocado las maletas.
—Tal vez, mi encanto natural —dice y sonríe con gracia.
—¡Sí, claro! —digo y me quito la chaqueta, quedando en unos cómodos
jeans a la cintura y una franela manga corta blanca.
Libero mi cabello de la cola de caballo y muevo el cuello de lado a lado.
Mike se aclara la garganta. Abro los ojos y veo que ya no está apoyado en el
mueble. Frunzo el ceño y lo noto nervioso.
—¿Estás bien? Se te veía relajado y ahora juraría que estás nervioso —digo
y me siento en la cama para quitarme las medias.
—¡Eh! La verdad, es qué, no sé, si ¿te has dado cuenta? Pero estás
desvistiéndote delante de mí.
Lo miro con sorpresa y bajo la mirada. Me río.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunta sonriendo.
—Lo… lo siento, es que —me seco las lágrimas que me han brotado por la
risa—, es algo que hago para ponerme comoda, sobre todo cuando vengo para
acá. Cosa que ya ha pasado mucho tiempo. La ropa que elijo siempre, es
comoda, y al llegar me quito los zapatos, chaqueta y calcetines. Busco ropa
abrigada y cálida para el lugar, pero antes me doy un delicioso baño caliente y
duermo un rato. Es una rutina deliciosa.
—Te falto la comida —dice y veo que traga saliva.
Me acerco a él, y noto porque esta así. Disimulando muy mal llevo la mirada
a su entre pierna y me muerdo el labio.
—Buen punto, la comida, ¿sabes que nunca he logrado hacer? —digo
mirándolo a los ojos.
Mike me mira con atención y como hipnotizado por mi mirada.
—No, ¿qué cosa?
Lo cojo por el cuello y lo atraigo a mi boca. Pego mi cuerpo al suyo y
comienzo a besarlo con ganas. Ha pasado un tiempo, no solo de no venir para
acá, sino también, de tener relaciones sexuales. Algo en la mirada de Mike y sus
nervios, me han dado ganas. Mike me coge por la cintura y mi chica fiestera se
despierta en mí. Lo llevo a la cama a punto de besos. Lo lanzo en la cama. Me
quito la franela y Mike me come con la mirada. Bajo mis manos a su abultado
pantalón, bajo el cierre y escucho un leve gemido de liberación de él. Me excito
instantáneamente. Abro mis jeans y me libero de ellos. Me subo a horcajadas de
él, y siento su dureza en mi zona íntima, comienzo a frotarme y una exquisita
sinfonía de gemidos salen de la boca de Mike.
Mike no resiste mucho y se libera de sus jeans. Me coloca boca arriba y
comienza a acariciar mi cuerpo de una manera hambrienta. Sus manos se cierra
en mi pecho, que aún están cubiertos por mi cómodo sostén blanco.
Dejo escapar un gemido cuando saca uno de mis pechos, e introduce a
continuación en su boca mi perfecto pezón rosado y erecto. Comienza a
chuparlo. Siento su dureza intima que roza mis piernas. Sin más lo atraigo a mi
boca y bajo mi braguita. Mike saca su miembro erecto y sin más me penetra.
Siento que puedo ver estrellas.
—¡Oh, por Dios! ¡Mike!
Mike comienza moverse lento y tortuoso. Le cojo el culo y alzo mis caderas.
Mike gime y se mueve rápidamente, haciéndome llegar en segundos a un clímax
de montaña. Jadeando y gimiendo, se corre dentro de mí.
—Eso… fue… mi Dios… había olvidado, lo que era venir para acá —digo y
Mike se ríe, se recuesta a mi lado.
—Es hermoso… —dice jadeando.
Ambos nos reímos. Después de disfrutar unos segundos tumbados semi
desnuda en la cama, y él técnicamente completamente desnudo. Me levanto.
—Ahora bien, iré por mi baño, luego por algo de comer, me ha dado mucha
hambre —digo sin poder borrar la tonta sonrisa de mi cara—, luego no sé,
veremos, que hacer.
Mike me mira sentado en la cama y mis ojos no pueden evitar bajar la
mirada a su miembro que sorpresivamente continua erecto. Trago saliva y Mike
sonríe.
—Si me lo preguntas, yo pensaba hacer lo siguiente, bañarnos juntos.
Hacerte llegar al clímax nuevamente, lento y luego, comer, para así después
unirnos a tu familia en actividades relajantes en familia, ¿no sé qué te parece?
Sonrío con gracia.
—Por supuesto, falso novio —digo chinchándolo.
Fin.

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