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México, lunes, 8 de septiembre de 1884

Hace un año les dirigía mis letras desde Vichy, y solitario en mi cuarto del hotel,
las acompañaba en el alma en su solemne y tradicional festividad de Nuestra Sra.
De la Esperanza. Hoy hago lo mismo desde el colegito de Venero, a unos cuantos
pasos de la casa donde vi la primera luz y donde fui hecho Hijo de Dios. ¡Cómo
cambian los tiempos! ¡Cómo mudan las circunstancias! El año pasado se
interponían entre nosotros los mares y los continentes y sin embargo, juntos
adorábamos a María en su cuna, juntas llegaban al cielo nuestras preces, juntos
poníamos nuestra esperanza en María y juntos recibíamos el consuelo.
Hoy hacemos lo mismo, pero más unidos estrechamente. Por tener a mi lado parte
de esa Comunidad. Con ellas me he venido a hacer día de RETIRO, en unión de
sesenta Sras., pues no cupieron más, y las niñas de aquí… Ahora que están en
refectorio, tomo la pluma para platicar con mis primogénitas, y recordarles que
MARÍA, nació para Dios y para nosotros. ¡Nacer para Madre de Dios! ¡Qué honor,
qué gloria, qué dignidad! ¡Nacer para Madre de los hombres! ¡Dichosos los
hombres, y mil veces dichosas las que en medio del dolor y a costa de grandes
sacrificios, han adquirido de una manera muy especial el honroso título de Hijas de
María, las que cuidan y adornan el santuario, las que crecen a la sombra de la
Virgen de la Esperanza, y las que ponen en ella toda su confianza!
Hace un año ni soñaba con lo que ahora me pasa. Me veía en medio de un mar
tempestuoso; exhausto de fuerzas y sin que nadie me tendiese una amistosa
mano… Las fuentes de Vichy más de una vez fueron acrecentadas por lágrimas, y
si los árboles de sus hermosas avenidas hablaran, y hablar pudiera su manso río,
de mi no dirían sino cosas lúgubres y tristes, contrarias a mi espíritu, pero
irresistibles a mi débil carne.
María era toda mi esperanza. Y mi único consuelo imaginar a Uds. Agrupadas en
torno a su devota imagen. Hoy todo ha cambiado. Estoy lejos de Uds. Pero con
Uds. Pues me hallo con sus hermanas y con las que quieren serlo. En estos
momentos están cantando en el oratorio los misterios, y al oír esas voces
angélicas, no puedo menos de derramar lágrimas de gratitud a esa Señora que
me ha concedido celebrar su nacimiento poco más o menos como cuando lo hacía
con Uds., y reinando en mi alma la paz, el contento y la felicidad.
Ni un solo instante me he separado de Uds. Y creo firmemente, que nuestras
plegarias unidas en este día ante la Virgen de la Esperanza no serán desoídas, y
que muy pronto palparemos su poderosa intercesión para con Dios, viendo
colmados nuestros deseos, que no son otros que aumentar la gloria de Dios y el
bien de las almas por medio de la Congregación. Concluyo, porque ya me voy a
bendecir a las Ejercitantes, y en ellas, bendeciré a Uds. Con todo mi corazón, para
que sigan haciéndose dignas del glorioso nombre de Hijas de María Inmaculada;
y sean más cumplidas cada Día en los deberes de su profesión.
Adiós hijas: María es nuestra Madre; amémosla con toda nuestra alma, y seamos
fieles imitadores de sus heroicas virtudes. Su Padre en Jesucristo.
José Antonio.

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