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La caída del Tahuantinsuyo

La caída del Tahuantinsuyo comenzó con la guerra de los hermanos Huáscar y Atahualpa. Cuando murió Huayna Cápac, padre de los
dos hermanos, Huáscar se encontraba en Cusco y Atahualpa en Ecuador. Así, el primero fue nombrado Inca del imperio mientras que el
segundo quedó como gobernador de Quito.

Pero la relación entre ambos hermanos fue empeorando con el paso del tiempo hasta que se enfrentaron por el trono de inca en una
guerra civil que acabaría ganando Atahualpa y con la que llegó a proclamarse como último inca.

Con esta situación de flaqueza y descontento de gran parte de la sociedad del Tahuantinsuyo llegaron los españoles al Imperio Inca.
Francisco Pizarro y sus hombres llegaron a la ciudad de Cajamarca, donde se encontraba Atahualpa, al que arrestaron. Después de
negociar su liberación a cambio de una habitación llena de oro y de que los incas pagaran, los españoles rompieron el trato y asesinaron
a Atahualpa.

Según muchos historiadores, la victoria española y la consecuente caída del imperio más grande de América no habría sido posible sin
la ayuda aliados como los cañaris o los chachapoyas.    

En el año 1533 el Imperio inca era el más extenso en el mundo. Abarcaba el occidente de Sudamérica desde Quito en el norte hasta
Santiago en el sur. Sin embargo, la falta de integración al imperio de los pueblos conquistados, combinado con una guerra civil desatada
por los demandantes al trono inca, así como la devastadora epidemia debida a las enfermedades traídas por los europeos, dejó a los
incas a merced de los conquistadores. Francisco Pizarro llegó a Perú con un grupo de hombres sorprendentemente reducido cuyo único
interés era hacerse con botines y tesoros. Con armas más modernas y mejores tácticas, así como el invaluable apoyo de otros pueblos
locales deseosos de rebelarse, los españoles borraron del mapa a los incas en poco más de una generación. La llegada de los visitantes
al Nuevo Mundo y el consecuente colapso del Imperio inca fue el desastre humanitario más grande que nunca haya sucedido en
América.

Pizarro y los conquistadores

Francisco Pizarro y su compañero Diego de Almagro pasaban de los 50 años al inicio de su expedición, de origen humilde, y ninguno
había ganado ningún prestigio en su España natal. Aventureros y buscadores de tesoros, comandaron un pequeño grupo de españoles
ansiosos por encontrar tesoros similares a los que sus compatriotas habían hallado en el mundo azteca en México una década antes.
Navegando hacia el sur a lo largo de la costa del Pacífico desde Panamá en dos pequeñas carabelas mercantes, buscaron en Colombia y
la costa ecuatoriana pero no lograron encontrar el oro que buscaban desesperadamente. Esta era la tercera expedición que Pizarro
emprendía, seguramente su última oportunidad de encontrar fama y fortuna.

Entonces, en 1528, Bartolomé Ruiz (el piloto de la expedición) capturó una balsa lejos de la costa, llena de tesoros. Tal vez, después de
todo, puede que mereciera la pena explorar en lo profundo de Sudamérica. Pizarro aprovechó este descubrimiento para asegurarse el
derecho de parte del rey español, Carlos V, de ser gobernador de cualquier nuevo territorio descubierto, con el usual 20 % reservado
para la corona de cualquier tesoro que encontraran. Con una fuerza de 168 hombres, que incluía 138 veteranos, 27 caballos, artillería y
un fraile, el padre Valverde, Pizarro partió a los Andes.

En 1531, con un avance lento y cuidadoso, Pizarro conquistó Coaque en la costa ecuatoriana, donde esperó por refuerzos. Estos
llegaron al año siguiente, incrementando la expedición española a 260 hombres, de los cuales 62 eran de caballería. Se movieron costa
abajo hacia Tumbes, saqueando y pasando por la espada a los nativos. De nuevo en movimiento, comenzaron a ver indicios de
una civilización próspera: almacenes y sólidos caminos. Fundaron un nuevo asentamiento en San Miguel (la actual Piura), y para el final
de 1532 Pizarro estaba listo para entrar en contacto por primera vez con los gobernantes de lo que parecía ser un imperio rico y
enorme.

Pizarro conoce a Atahualpa

El viernes 15 de noviembre de 1532, los españoles se aproximaron al pueblo inca de Cajamarca en la zona montañosa de Perú. Pizarro
envió a un mensajero solicitando entrevistarse con el rey inca, quien estaba en ese momento en los manantiales locales, disfrutando de
su victoria sobre Huáscar. Atahualpa accedió finalmente a conocer a los hombres blancos de barba de los que tanto había oído hablar,
que eran conocidos por haberse hecho paso desde la costa hasta ese punto. Confiado en su poderoso ejército de 80.000 hombres,
parece que Atahualpa no vio ninguna amenaza en aquella pequeña fuerza enemiga, e hizo esperar a Pizarro hasta el siguiente día.
Este primer encuentro formal entre Pizarro y Atahualpa consistió en algunos discursos, una bebida juntos mientras observaban algunos
jinetes españoles y no más. Ambos bandos se retiraron planeando como capturar o matar a sus adversarios a la primera oportunidad.
Al día siguiente, Pizarro, valiéndose de la laberíntica construcción de Cajamarca, preparó una emboscada para esperar la llegada de
Atahualpa a la plaza principal. Cuando la tropa real llegó, Pizarro disparó sus pequeños cañones, mientras que su caballería, vestida con
armaduras, atacó también. En la batalla que siguió, las armas de fuego de los españoles mostraron ser muy superiores a las armas de
los incas, que consistían en lanzas, flechas, hondas y garrotes, y el resultado fue que 7.000 incas perecieran mientras que los españoles
no registraron bajas. Atahualpa fue capturado vivo, después de ser golpeado en la cabeza.

El pago de rescate por Atahualpa y su muerte

Ya sea que Pizarro solicitara un rescate por Atahualpa o que este último ofreciera una compensación por ser liberado, el regreso sano y
salvo de Atahualpa se haría siempre y cuando los incas llenaran con tesoros un cuarto de 6.2 x 4.8 x 2.5 metros. Lo anterior se cumplió,
llenando la habitación tanto con objetos de oro como joyería. Después, el cuarto fue llenado una segunda vez con objetos de plata.
Todo esto se llevó a cabo en el lapso de ocho meses. Se estima que el valor actual del total de los tesoros acumulados habría excedido
con creces los 300 millones de dólares. Mientras tanto, Atahualpa continuó gobernando el imperio desde su cautiverio, y por su parte
Pizarro envió expediciones de exploradores a Cuzco y Pachacamac mientras esperaba refuerzos de Panamá, a los que atrajo
enviándoles una cierta cantidad de oro para persuadirlos de la riqueza que les esperaba. De cualquier manera, una vez que obtuvo el
rescate solicitado, Pizarro juzgó y ejecutó a Atahualpa inmediatamente, el 26 de julio de 1533. El rey inca fue en un principio
sentenciado a morir en la hoguera, pero después de haber aceptado ser bautizado, se le conmutó para ser ejecutado por
estrangulamiento

La conquista el imperio

Los españoles encontraron gran resistencia en los territorios del norte, donde ejércitos liderados por Rumiñahuiy Quisquis los
mantuvieron a raya, pero estos ejércitos finalmente capitularon, después de asesinar a sus líderes, como resultado de luchas internas.
No había quien detuviera la conquista sin descanso de los europeos, beneficiados en gran parte por el particular modo inca de hacer la
guerra, que estaba muy ritualizado. Tácticas como el engaño, las emboscadas o las tretas eran desconocidas para ellos, así como
tampoco cambiaban su estrategia en mitad de las batallas para aprovechar cualquier oportunidad de debilidad de su enemigo. Además,
los guerreros incas dependían demasiado de sus oficiales, y si alguno de estos caía en batalla, un ejército podía colapsarse rápidamente
en aterrada retirada. Todos estos factores, así como el armamento más avanzado de los españoles, dieron a los incas muy pocas
probabilidades de defender su gran imperio, ya de por sí difícil de manejar. Aunque los incas aprendieron rápidamente a contrarrestar
los ataques, así como a lidiar con la caballería, por ejemplo, inundando áreas bajo ataque o luchando en terreno difícil, sus lanzas,
hondas y garrotes poco tenían nada que hacer contra balas, ballestas, espadas y armaduras de acero. Asimismo, los españoles tenían
de su lado a casi la mitad del imperio, toda vez que emergieron viejas divisiones y rivalidades.

Pronto los españoles se dieron cuenta de que, al ser un imperio tan vasto, esto suponía problemas en la comunicación y control (aún y
cuando sus predecesores habían construido un excelente sistema de caminos), con lo que se enfrentaron a los mismos problemas que
habían tenido los incas. Las rebeliones y las deserciones se sucedieron, e incluso el mismo Manco Inca se rebeló para formar su propio
ejército con la intención de ganar algo de poder. Cuzco y el nuevo fuerte de Ciudad de los Reyes (Lima) fueron sitiadas por dos grandes
ejércitos incas, pero los españoles resistieron hasta que los atacantes se tuvieron que retirar. Los ejércitos incas estaban conformados
en su mayoría por agricultores, que no podían abandonar sus cosechas por largo tiempo, ya que eso significaba matar de hambre a sus
comunidades. Al año siguiente se volvió a montar el asedio, pero una vez más los españoles resistieron y cuando, en un ataque
deliberado, mataron a los líderes del ejército, la resistencia al nuevo orden se desvaneció. Manco Inca se vio forzado a huir al sur,
donde estableció un enclave inca en Vilcabamba. Él y sus sucesores resistieron durante otras cuatro décadas. Finalmente, en 1572, un
grupo de españoles liderado por el virrey Toledo capturó al rey inca Tupac Amaru, lo trasladaron a Cuzco y posteriormente lo
ejecutaron. El último gobernante inca había sido eliminado y con ello se esfumaba cualquier esperanza de restaurar la alguna vez gran
Imperio incaico.

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