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FREUD, DAFNIS Y CLOE: EL DESPERTAR DEL MALESTAR

En este trabajo se intentará abordar el tema amoroso en Freud, con la ortopedia

literaria. El amor mientras se despierta al otro; no el amor primerizo, el falto de alteridad,

sino aquel aquel que se halla en el otro. Por esta razón hemos decidido leer toda la

sintomatología del enamorado con una novela en especial, aunque echaremos mano de citas

dispersas también. La novela de la que nos servimos es harto conocida: Dafnis y Cloe o Las

pastorales de Longo. Esta es la obra grecolatina más representativa a la par que un hito

inmarcesible de la novela amorosa, modélica, por ejemplo, para otras que dejan ver

visiblemente su influencia, como lo es Pablo y Virginia. En cuanto a su ubicación temporal,

los críticos no están exentos de cierta discordancia, pero se inclinan por fecharla en el siglo II

de nuestra era. El tema de la obra, la única conocida del autor, es la iniciación erótica, el

nacimiento del amor y del instinto carnal en la adolescencia; sin malicia ni morbo, los cuatro

libros van descubriendo este despliegue de la “libido”, -según nuestros utensilios teóricos-.

Puede que nos quedemos faltos, puede que afanemos una traducción más descriptiva, más

rica, menos censurada por la pudibunda visión decimonónica española de nuestro traductor,

sin embargo, literariamente encontraremos múltiples escenas que soportarán la interpretación

freudiana.

Hemos de iniciar nuestro análisis presentando a nuestros dos protagonistas: Dafnis, un

hermoso joven, y Cloe, dos años menor que el primero, y tan bella como él mismo. Los

destinos de ambos son salvados -y guiados- por vía sobrenatural, pues son Amor, Pan y las

Ninfas quienes orquestan los destinos de los jóvenes enamorados. Resulta que los críticos -y

esto nos lo menciona Valera en su introducción-, criticaron la sobrenaturalidad de las escenas,

lo mítico que recorre todo el relato de inicio a fin; en nuestra época resulta lo mismo

gracioso, cuando no ridículo, leer con cierta comodidad tales narraciones. No obstante,

olvidamos aquella vital propiedad de todo lector: la imaginación. Debemos, por medio de
ella, y de cierta erudición modesta, trasladarnos a las épocas narradas, gozar abiertamente de

lo contado y comprenderlo mediante ese atributo. Valera nos dice a propósito de la susodicha

falta de miras a la hora de leer la novela:

Sin su intervención la novela no sería verosímil -de lo sobrenatural-, y por lo tanto, no

sería divertida. La verosimilitud estética se funda, pues, en la creencia en ciertos seres

por cima del ser humano y que le amparan y guían; en la creencia en la Ninfas; en

Amor, no como figura alegórica, sino como persona real, viva y divina, y Pan, como

dios protector de los pastores, belicoso a veces y tremendo. (P.13).

Pues bien, hecha la advertencia, iniciemos con el breve análisis que hemos querido

emprender.

Mencionamos el maravilloso acontecimiento de que Cloe y Dafnis, y sus porvenires,

hayan sido tomados por los dioses en una unión casi ineludible. Así, son ambos abandonados

pero criados por animales, rescatados por humanos, y convertidos en pastores. Mientras

recorren los parajes, pastoreando, bajo la pedagogía de la Naturaleza, se da ese “despertar”

del Eros en ambos.

Primero, debemos cerciorarnos de mencionar que la historia amorosa del hombre

atraviesa fases, que sufre transformaciones. Apegados a Freud, hablamos de que la primera

consiste en que el infante sitúa todas sus pulsiones en uno de sus progenitores; luego estas

pulsiones se transmutan en unas de meta inhibida gracias a la represión que sufren, y pasan

de ser sexuales a “tiernas”. Ellas se conservan en el inconsciente de una u otra manera. Pero

cuando se llega a la pubertad, las metas sexuales tienden a ser directas, claras y evidentes,

direccionalidad que muy bien tematiza nuestra novela. Hay en el amor un punto cero desde

donde emergen las posteriores condiciones amorosas y selectivas, y es el primer amor, es

decir, el materno. En el caso concreto de la novela nos es imposible pesquisar esto, en tanto
ambos niños son abandonados a su suerte, criados por animales, y recogidos posteriormente

por humanos, los cuales juegan un no muy importante papel.

Ahora bien, cuando hablamos del yo, para Freud su composición se da por medio del

placer y del displacer; estos términos constituyen al yo, gracias a esta activa polaridad es que

se genera la identidad. En la niñez, lo que tenemos es un narcisismo primario, en tanto el yo

se toma a sí mismo como objeto amoroso, esto es, autoerotismo. En este tramo, para el yo no

hay exterioridad que valga para su goce, como hemos dicho, en tanto su auterotismo es

suficiente para su satisfacción. Seguidamente, el yo toma al otro como objeto de amor, y es

aquí donde resulta oportuna nuestra lectura de la novela pastoril. Entremos pues al despertar,

pero antes citemos las circunstancias de los jóvenes pastores:

Sus juegos eran infantiles y propios de zagales. Ora ella con juncos que cogía,

formaba jaulas para cigarras, y, distraída en esta faena descuidada el ganado. Ora él

cortaba delgadas cañas, les agujereada los nudos, les pegaba con cera blanda, y se

esmeraba hasta la noche en tocar la zampoña. A menudo compartían ambos la leche y

el vino y comían juntos la merienda que traían de la casa. En suma, más bien hubieran

visto las cabras y las ovejas dispersas que a Dafnis y Cloe separados. (Longo,1964,

P.20).

Y así transcurría la vida de los “zagales”. Pero un día, al caer Dafnis de un árbol y

enlodarse más que golpearse, recibe un casto baño de parte de Cloe que le mira:

Cloe, que miraba a Dafnis, le halló hermoso, y como hasta allí no había reparado en

su hermosura, imagino que el baño se la prestaba. Cloe lavó luego las espaldas a

Dafnis, y halló tan suave la piel, que de oculto tocó ella muchas veces la suya para

decidir cuál de las dos la tenía más delicada. (Longo, 1964, p.21).

Como se ve, el despertar se efectúa antes en Cloe que en Dafnis, diríamos, aún

adormilado. Y tal despertar, con todo fulgor, con todos sus efectos contradictorios, afluyen en
Cloe, quien no deja de hallar hermoso a su compañero y para quien todas sus pulsiones no

hacen sino desbocarse sobre él:

Y otra vez le pareció hermoso tocando la flauta, y creyó que la música le hermoseaba,

y para hermosearse ella tomó la flauta también. Quiso luego que volviera él a bañarse

y le vio en el baño, y sintió como fuego al verle, y volvió a alabarle, y fue principio de

amor la alabanza. (Longo, 1964, P.23)

Antes de proseguir con el desarrollo del análisis, fijémonos en algo interesante hasta

ahora. ¿Cuáles son los movimientos del yo? Véase cómo se va configurando éste, a partir de

la imagen del objeto amado; es tratado como el yo propio, pues no podemos aliviar al yo, sin

importar en la etapa que esté, de su carga narcisista. En el enamoramiento afluye una medida

mayor de libido narcisista. Cloe se representa su belleza al observar la de Dafnis; parece

descubrir la potencial belleza propia cuando admira al joven tomar un baño y tocar la

zampoña. Porque siguiendo la lectura freudiana, sabemos que la libido no se muda de objeto

totalmente, no hay un vaciamiento absoluto, dado que cierto narcisismo pervive en el yo de

una u otra forma; esto lo veremos más adelante, en tanto es también el originador de lo que

hemos tenido a bien llamar “la enfermedad amorosa”. Pero aunque no haya vaciamiento total,

sí que hay, diríamos, una visión única para el objeto amoroso. El enamoramiento también trae

consigo lo entendido como sobreestimación sexual, a saber: “el hecho de que el objeto amado

goza de cierta exención de la crítica, sus cualidades son mucho más estimadas que en las

personas que no se ama o en ese mismo objeto en la época en que no era amado. (Freud,

1921, p.106)

Hablemos con mayor esclarecimiento de la libido y del papel que desempeña dentro

de la teoría de la afectividad. ¿Qué es entonces? Será aquella que dará cuenta de las energías

pulsionales que tienen como fin la unión sexual, así como las pulsiones de meta inhibida.

Cuando se refiere Freud a la libido, nos dice que: “Llamamos así a la energía, considerada
como magnitud cuantitativa [...] de aquellas pulsiones que tienen que ver con todo lo que

puede sintetizarse como amor.” (Freud, 1921, p.86) Esto no se preservará de tener un cariz

paradójico, puesto que es a un tiempo lo vinculante de la sociedad, lo mismo que la búsqueda

desesperada de unificación de los objetos amorosos, en detrimento de terceros,

consecuentemente, de la sociedad misma.

Entonces, para Freud la pulsión sexual moviliza al amor, es el fin del amor:

El núcleo de lo que designamos «amor» lo forma, desde luego, lo que comúnmente

llamamos así y cantan los poetas, el amor cuya meta es la unión sexual. Pero no

apartamos de ello lo otro que participa de ese mismo nombre: por un lado, el amor a sí

mismo, por el otro, el amor filial y el amor a los hijos, la amistad y el amor a la

humanidad; tampoco la consagración a objetos concretos y a ideas abstractas. (Freud,

1921, p.86).

Abandonemos momentáneamente la parajes del yo y sus movimientos, e intentemos

descifrar la indescifrable vestidura del amor1 en la novela. Con esto nos adelantamos un poco

a nuestra misma exposición, en tanto caracterizamos al amor con un signo que puede

entenderse negativamente: el amor como duda, como un mal desconocido pero, vivido con

una fidelidad y verosimilitud indubitable. Pero antes, a modo de proemio, un poema de

Quevedo, En defensa del amor, cuyos versos son siempre perfecto andamiaje:

Es hielo abrasador, es fuego helado2,

Es herida que duele y no se siente,

Es un soñado bien, un mal presente,

Es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,


1
Que sabemos es la unidad sexual.
2
Con la negrita no intento más que señalar aquellos atributos que considero pertinentes para nuestro
abordaje.
Un cobarde con nombre de valiente,

Un andar solitario entre la gente,

Un amar solamente al ser amado.

Es una libertad encarcelada,

Que dura hasta el postrero parasismo;

Enfermedad que crece si es curada.

Este es el niño Amor, éste es su abismo,

¡Mirad cuál amistad tendrá con nada

El que en todo es contrario de sí mismo!

Sigamos entonces: el amor como duda. El jóven Dafnis, orientadas ya sus pulsiones,

puestas en su objeto, se topa con un contrincante el cual rompe la hasta entonces indivisible

relación entre él y Cloe3. Así, en medio del desasosiego se pregunta: “¿Llegará a ser Dorcon

más lindo que yo?” (Longo, 1964, p.24). Esto no aclara más que lo que cada cual

experimenta de continuo, esto es: la selección des-selecciona. La duda adviene

conjuntamente con la aparición del objeto de amor, es decir, el amor es esencialmente

polaridad, como veremos a continuación.

Para retratar este asunto volvamos pues a las eventualidades yoicas. Importa puesto

que nos permite hallar literariamente la conflictividad, cuando no agresividad -según Lacán-,

que acarrea el amor. Esto se debe a que la constitución del yo está en una frecuente tensión

con la imagen del otro, como bien lo vemos en los fragmentos aquí citados. Aunque nosotros

solamente hemos mostrado cierta pueril armonía, la tensión puede bien hallarse si bien se le

3
Si se quiere, puede verse esta como una primera manifestación de la tensión conflictiva de la
cultura respecto del amor, en tanto Dorcon, el labrador que pretende a Cloe, es el tercero, elemento
que amenaza el fin último y unificador de la unión binómica.
busca. Dicha tensión está en Freud como una ambivalencia que consiste en el binomio

amor-odio:

La historia de la génesis y de los vínculos del amor nos permite comprender

que tan a menudo se muestra «ambivalente», es decir, acompañado por

mociones de odio hacia el mismo objeto. Ese odio mezclado con el amor

proviene, en una parte, de las etapas previas del amar no superadas por

completo, y en otra parte tiene su fundamento en reacciones de repulsa

procedentes de las pulsiones yoicas, que a raíz de los frecuentes conflictos

entre intereses del yo y del amor pueden invocar motivos reales y actuales. En

ambos casos, entonces, ese odio mezclado se remonta a la fuente de las

pulsiones de conservación del yo. Cuando el vínculo de amor con un objeto

determinado se interrumpe, no es raro que lo reemplace el odio, por lo cual

recibimos la impresión de que el amor se muda en odio.4

Pues bien, debemos acotar que esta pulsión sexual unificadora, que tiene como

propósito la sintetización, pugna por la síntesis en menoscabo de los terceros, e incluso de la

vida. En la novela podríamos ejemplificarlo en la alborozada y algo desesperada promesa que

le hace hacer Cloe a Dafnis:

Júrame, pues por tu rebaño y por la cabra que te crió, no abandonar a Cloe mientras

ella te sea fiel. Y si Cloe te faltare, perjura a ti y a las Ninfas, húyela, aborrécela, mata

la como un lobo. Y de pie en medio del rebaño, una manos sobre la cabra y sobre un

macho la otra, juró amor a Clore mientras ella le amara, y si ella amase a otro, en vez

de matarla, matarse él. (Longo, 1964. p.47).

Sigamos caracterizando al amor negativamente, pues parece que en ello nos hemos

empecinado. En novela, se paladea el desconcierto de los personajes; hay un ligamento que


4
Los novelistas han representado esto de muchas maneras: en la obsesión, en el rechazo,
muchísimo en la situación de la “femme fatal”: recuérdese esas mujeres frívolas, descarnadas y
torturantes de Balzac.
resulta ininteligible para ellos, sin embargo, parece que cierto apego no es del todo pulsión

sexual, pues hay ciertos pasajes de un “amor tierno”, que sugieren ya un enamoramiento

armoniosamente simbiótico. Sobre este asunto, podemos pensar cita a Freud, (1921):

Pero es más común que el adolescente logre cierto grado de síntesis entre el amor no

sensual, celestial, y el sensual, terreno; en tal caso, su relación con el objeto sexual se

caracteriza por la cooperación entre pulsiones no inhibidas y pulsiones de meta

inhibida. Y gracias a la contribución de las pulsiones tiernas, de meta inhibida, puede

medirse el grado del enamoramiento por oposición al anhelo simplemente sensual.

(P.106).

Pero si algo impera en la novela, es, insistimos, el signo negativo del amor, en tanto

malestar, como desconcierto, como duda, como un dolor, me atrevo a afirmar, somático.

Veamos lo que exclama Cloe, quejumbrosa e ignorante: “Estoy mala e ignoro mi mal;

padezco y no me veo herida; me lamento y no perdí ningún corderillo; me abraso y estoy a la

sombra. [...] Así padecía, así se lamentaba Cloe, procurando descubrir el nombre de Amor”.

(Longo, 1964, p.22). Y en esta misma sintonía hallamos a Dafnis luego de haber besado

decorosamente a la jovencita: “¿Qué me hizo el beso de Cloe? [...] Me falta el aliento, el

corazón me palpita, se me derrite el alma y a pesar de todo, quiero más besos. ¡Oh extraña

victoria! ¡Oh dolencia nueva cuyo nombre ignoro!” (Longo, 1964, p.24).

Y por último, dando un ejemplo que nos presta ayuda en la tesis del amor somatizado,

tenemos al joven Hans Castorp, protagonista de La Montaña mágica, quien visitando a su

primo en un sanatorio, contempla a una rusa enfermiza por la cual empieza a “padecer”. Su

tribulación consiste en esto:

Durante las diferentes horas del día había pensado en la boca de la bella mujer, en sus

pómulos, en sus ojos cuyo color, forma y posición le conmovieron el alma, en sus

hombros, en la postura de su cabeza, de la vértebra cervical, en el escote de la nuca,


en los brazos transfigurados por la fina gaza, y esas horas había transcurrido sin sentir,

y por eso nosotros hemos tomado parte de la inquietud de su conciencia, mezclada en

la espantosa felicidad de esas imágenes y de esas visiones. Pues un recelo, una

verdadera angustia se mezclaban en eso, una esperanza que se perdía en el infinito, en

la aventura, en la alegría y en el miedo; que no tenía nombre pero que algunas veces

comprimía tan bruscamente el corazón del joven -su corazón el propio sentido

fisiológico- que se lleva una mano a la región de ese órgano, la otra a la frente en

forma de visera por encima de sus ojos y murmuraba:

-¡Dios mío! (Mann, 1989, p.209)

Para nuestros jóvenes, el amor tiene un talante sorpresivo, es motivo de desasosiego,

incluso se contiende en lo temible porque luego de ser testigo de la desnudez a Dafnis:

Le dolía el corazón como si hubiera tomado ponzoña y su aliento era ya fuerte y

agitado, como de alguien que persiguen, ya desfallecido, como por el cansancio de la

fuga. Parecíale el baño de Cloe más temible que la mar, y pensaba que su alma estaba

aún cautiva por los piratas: pues, como mozuelo campesino, ignoraba las piraterías del

amor. (Longo, 1964, p.31)

Pues bien, esto es el enamoramiento. Según Freud, se basa en la presencia simultánea

de aspiraciones sexuales directas y de meta inhibida, al par que el objeto atrae hacia sí una

parte de la libido yoica narcisista. Sólo da cabida al yo y al objeto. (Freud, 1921, p.135). Sin

embargo, el amor sensual está destinado a extinguirse con la satisfacción; para perdurar tiene

que encontrarse mezclado desde el comienzo con componentes puramente tiernos, vale decir,

de meta inhibida, o sufrir un cambio en ese sentido. (Freud, 1921, p.109). La consumación

del amor entre los dos jóvenes, está al final de la novela, de forma que no podríamos saber si

habría aquí “felicidad o infelicidad conyugal”, al estilo de Tolstoi. Pero Longo, dice esto:
Dafnis y Clore, a pesar de la música, se acostaron juntos desnudos; allí se abrazaron y

besaron, sin pegar los ojos en toda la noche, como lechuzas. Y Dafnis hizo a Clore lo

que le había enseñado Lycena5, y Cloe conoció por primera vez que todo lo hecho

entre las matas y en la gruta no era más que simplicidad o niñería. (Longo, 1964,

p.81)

Un último meollo: la sociedad. En la novela la fricción está levemente en los padres,

al oponerse en el casamiento de ambos por cuestiones netamente económicas, aunque

fácilmente franqueables -no obstante, esta oposición no deja de ser una amenaza para la

síntesis-. Hemos también anotado la participación de Dorcon como figura representativa de

esta oposición; sólo nos queda mencionar a Freud:

Pero hacia afuera, al menos, parece el yo afirmar unas fronteras claras y netas. Sólo

no es así en un estado, extraordinario por cierto, pero al que no puede tildarse de

enfermizo. En la cima del enamoramiento amenazan desvanecerse los límites entre el

yo y el objeto. Contrariando todos los testimonios de los sentidos, el enamorado

asevera que yo y tú son uno, y está dispuesto a comportarse como si así fuera. (Freud,

1930, p.67).

Otra cosa que tendríamos que incorporar a nuestro análisis, es que el amor supone

topes al narcisismo en tanto exige renuncias pulsionales para vivir en sociedad. En Freud la

cultura aparece como obstáculo, como limitante de la vida sexual, ya sea desde sus orígenes

con el totemismo, ora con la prohibición del inciesto, ora con la estracción de energía

psíquica para fines culturales, ora la elección heterosexual, ora la monogamia.

Acabamos denotando que en la ignorancia de la pulsión, se cifra la angustia, como

bien lo relata Longo, (1964):

5
Lycena es una personaje que aparece en el segundo libro, cortesana de un vecino labrador de
Dafnis; enfatiza el traductor, el celebérrimo Juan Valera, autor de Pepita Jiménez, en la clase de
mujer ésta, que en su traducción directa del griego Ανχινα, puede ser “loba”. La cortesana siente
inclinación por el joven al cual engaña diciéndole que las Ninfas se le aparecieron en un sueño,
pidiéndola que le “enseñara las obras de Amor”.
Aquella noche durmieron ambos con profundo sueño. La fatiga fue remedio del mal

de Amor, pero venido el día, padecieron de nuevo el mismo mal. Se alegraban al

verse; les dolía separarse; estaban desazonados; deseaban algo, e ignoraban qué. Sólo

sabían: él, que el origen de su mal era un beso, y ella, que era un baño.” (P.26)
Bibliografía

Freud, Sigmund. “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921). En Obras completas, vol.

XVIII. Buenos Aires: Amorrortu, 2001.

Amorrortu, 2001.

Freud, Sigmund. “El malestar en la cultura” (1930). En Obras completas, vol. XXI. Buenos

Aires: Amorrortu, 2001.

Freud, Sigmund. “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915). En Obras completas, vol.XIV.

Buenos Aires: Amorrortu, 2001.

Longo. “Dafnis y Cloe”, (Siglo II). En Cuatro novelas de amor. República de Panamá.

Gráfica Editora Colón. (1964).

Mann, Thomas. “La Montaña Mágica''. Barcelona. Plaza y Janes.

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