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por otra parte, de que escojan mujeres que no son homose ­

xuales: quieren ser amadas como hombres, y por mujeres


que gusten de los hombres. En tanto les es posible las tran-
sexuales buscan —llegando a la impostura, como Sarolta—
pasar por hombre ante sus amigas. Esto difiere notablemente
de la posición homosexual, tal como se la describe por
ejemplo en Un caso de hom osexualidadfem enina de Freud,
donde la exclusión de la virilidad se manifiesta en el interior
mismo de la relación homosexual. En lo que hace a la homo­
sexual, ésta se propone demostrar que se puede am ar y
desear a alguien por lo que no tiene, y que él órgano masculi­
no no es de ninguna manera indispensable para el amor. Las
transexuales en cambio, parecen en cierto modo cerradas a
esta dialéctica de la falta. Para ellas la virilidad es lo que no
podría faltarles.

100
i
CAPÍTULO X

VÍCTOR Y ALGUNOS OTROS:


LA ESPERANZA

«Uno de esos hombres ante los cuales


la Naturaleza puede erguirse y decir:
¡He aquí un Hombre!».

Shakespeare, Julio César

Epígrafe de la novela de Villiers de


l’Isle Adam, E l deseo de ser un hombre.
E) cabaret Le Monocie en 1930, Foto Rogcr Viollet

¿Las mujeres transexuales son homosexuales?


He tenido ocasión de entrevistarme con cierto número de
mujeres transexuales. Dichas entrevistas tuvieron lugar a
petición mía, y fuera del marco analítico. Durante cerca de
un año vi a varias de ellas con cierta regularidad, y su trato
me permitió darme cuenta de la gran diversidad que existe.
Si en los hombres la homogeneidad clínica constituye ya un
problema, la disparidad de los casos es aún más clara del
lado de las mujeres. Consultando la muy reducida literatura
psiquiátrica acerca del tema, se constata ya que en el marco
de la nosografía clásica el abanico se extiende desde mani­
festaciones claramente psicóticas a una sintomatología de
tipo histérico. Los delirios de transformación corporal, fre­
cuentes en los hombres, no faltan del lado de las mujeres.
Algunas veces se encuentra en ellas la convicción de poseer
un pene interno, convicción que constituye la base de su
posición transexual. Otras, la demanda tránsexual esconde
un delirio hipocondriaco. Además, por poco que el deseo de
un tercero se preste a ello, la demanda de transformación de

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sexo puede muy bien tener su origen en la vacilación histérica
Concerniente al propio sexo. Mencionemos también la gran
propensión de las mujeres a recurrir al cirujano, tanto para
obtener la rectificación corporal que ajustaría su imagen a su
ideal, como para la ablación de tal o cual órgano, las más de
las veces perteneciente al aparato genital. Se ha advertido
la importancia que tiene la apariencia para los transexuales,
a tal punto que a veces parece que su demanda se reduce a
la conformidad de aquella con sus deseos. Lo que esencial*
mente contaría para los transexuales hombres o mujeres
seria la apariencia, de modo que los juristas, siguiendo én eso
la opinión de los especialistas, consideran la posibilidad de
conceder el cambio de estado civil a los transexuales no
operados que presenten el aspecto del sexo escogido. Para
los transexuales, el hábito hace al monje y conciben la forma
exterior del cuerpo como otro traje, retocable a voluntad. En
este aspecto la relación de los transexuales con su propio
cuerpo no es muy diferente de la de los candidatos a la cirugía
estética, y en particular de la de esas mujeres que hacen la
fortuna de los cirujanos ofreciéndoles la rectificación de to­
das las partes de su rostro y de su cuerpo.
El predominio de la imagen en la relación de las mujeres
con su propio cuerpo constituye su punto en común con los
transexuales de ambos sexos. Esta primacía de lo imaginario
se explica si se considera la carencia estructural de un signi­
ficante de la feminidad en el Inconsciente. Esto es lo que
atormenta en particular a la histérica, victima de una interro­
gación sobre io que funda entonces el ser de la mujer. La
falta de apoyo simbólico produce un movimiento de rotación
sobre lo imaginario, y el aumento correlativo de los ideales.
A falta de significante, las mujeres ideales comienzan a
pulular, con la tiranía que ello trae aparejado.
Las mujeres transexuales, por el contrario, buscan aco­
modarse a una imagen viril. Esto no las opone forzosamente
a las histéricas, a quienes la interrogación acerca de su
identidad puede conducir a una identificación imaginaria con
el hombre. Uno se coloca del lado hombre por no saber cómo
situarse del lado mujer: lo que es una manera de zanjar el
problema, según las palabras de una de ellas.

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De las transexuales que he encontrado, ninguna presen­
taba sintomas psicóticos manifiestos. £1 encuadre de las
entrevistas mantenidas con ellas no me ha permitido llegar a
una localización estructural de tipo analítico, por lo que no
se tratará aquí de diagnósticos. Sin embargo, me ha pare­
cido que la problemática histérica no era ajena a algunas de
ellas.
Las transexuales que vi me hablaron siempre de buena
gana, aceptando sin reticencias las entrevistas que les propo­
nía. La única excepción fue una que estaba a punto de
hacerse operar, a la que visiblemente no le interesaba ver
cómo volvía a debatirse su decisión, y que se cerraba a
cualquier profundización del tema. Las otras ya estaban ope­
radas cuando las encontré, y recordaban no sin orgullo las
pruebas superadas.
A primera vista, hablar de la aventura de su vida respon­
día al deseo de dar a conocer su causa y hacer que se re­
conozca el sentido de su lucha. En todo caso, parece que a
falta de una identificación viril hablan conquistado una iden­
tidad transexual, a través de las batallas libradas a veces en
común. Después de h^ber luchado por que se reconociera su
deseo de cambiar de sexo, para obtener los certificados psi­
quiátricos necesarios, después de los sufrimientos de las múl­
tiples operaciones, después de las dificultades de toda clase
con la familia y el medio profesional para que aceptaran el
camino que escogieron, aún les faltaba la lucha por conseguir
el cambio de estado civil, que en cierta manera era la culmi­
nación de su proyecto. Y para ello, obtener una reforma
jurídica que reconociera el transexualismo como realidad de
pleno derecho, y que las leyes lo tuvieran en cuenta.
Al ofrecimiento que yo hice de aquellas entrevistas co­
rrespondió así, de parte de ellas, una demanda de recono­
cimiento de la existencia del transexualismo, del que eran
testigos, y también mártires. Sólo en segundo lugar hacían
valer la demanda de ser reconocidas como hombres, libera­
das al fin de su cuerpo de mujer. Esta preocupación por
hablar en nombre de la causa del transexualismo explica, en
parte, el carácter bastante superficial de la información pro­
porcionada en lo que concierne a la historia personal y en

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particular a la infancia. Ante todo se trataba de dar con­
sistencia a esa entidad del transexuaiismo que justificaba sus
pasos, y proporcionar las pruebas, tanto de su existencia
como de la pertenencia de quien me hablaba a aquella cate­
goría clínica.
Las biografías que presentaron fueron sin duda retocadas
con ese fm apologético, y por lo tanto, quedan bastante este­
reotipadas a efectos de adecuarse a los grandes rasgos del cua­
dro transexual: siempre se sintieron varón; de niñas tenían jue­
gos de varón, nunca desearon sino a mujeres, siempre tuvieron
horror por las características femeninas de sus cuerpos, en el
que se sentían como en una prisión Desde que tuvieron
conocimiento de la cirugía transformadora quisieron cambiar
de sexo. Sufrieron mucho tiempo sin saber que sufrían por­
que eran transexuales, y cuando alguien se lo dijo (siempre
está ese momento de encuentro con un medico que pronun­
cia el diagnóstico) comenzaron a esperar
Aquí, el nombre dado al sufrimiento psíquico trae al
mismo tiempo la idea de su posible solución. Esta nomina­
ción les confiere una identidad a la que desde ese momento
quedan aferradas, y que ya no aceptan volver a discutir.
Algunas llegan a reconocer que las operaciones no han he­
cho de ellas los hombres en que esperaban convertirse, pero
esa identidad transexual no se ve alterada por las decep­
ciones.
No todas tuvieron la vida aventurera, hecha de impos­
turas diversas, de la húngara Sarolta, Pero si bien el relato de
sus infancias es convencional, sus vidas adultas demuestran
ser muy distintas.
Víctor por ejemplo, al que encontré cuando tenia más de
cuarenta años, habia vivido como mujer hasta pasada la
treintena. Habiéndose casado muy joven tuvo tres hijos de su
marido, con el que vivió durante quince años. Víctor presen­
ta ese matrimonio como el resultado de un sublime desafio.
Todo el mundo alrededor de la muchacha que era entonces
declaraba que jamás se casana. «Decían que era un homo­
sexual», dice (uno siempre se pierde en la confusión de los
géneros con los transexuales). La muchacha rechazaba feroz­
mente su feminidad, llegando incluso hasta a hacer gimnasia

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con pesas para intentar disimular sus senos por medio del
desarrollo de los pectorales. Ese matrimonio también repre­
sentó para Víctor la ocasión de hacer frente a su padre, que
parece no haberlo visto con buenos ojos por razones confu­
sas, tal vez relacionadas con los orígenes étnicos del novio.
Sin duda tampoco fue ajena a esta situación la interven­
ción de un médico de la familia, consultado a raíz del males­
tar psicológico de Víctor; lleno de buenas intenciones, le
habría dicho: cásese, se le pasará. Algunos aftos más tar­
de también a título terapéutico le aconsejaron que tuviese
hijos.
Paradójicamente, ese matrimonio fue un éxito a nivel del
buen entendimiento entre Víctor y su marido. «Éramos como
dos hombres que viven juntos», comenta, y cuando tuvieron
niños se aseguraron la ayuda familiar necesaria para suplir la
poca inclinación de Víctor por la maternidad, lo que los
dejaba libres para salir como compañeros. V íctor profesa
una enorme estima por su marido, del que dice que era «ver­
daderamente un hombre». Ante mi pregunta sobre qué enten­
día por tal, respondió que aquel hombre jamás había inten­
tado imponerle relaciones sexuales, las cuales eran muy
raras entre ellos. A pesar de esto su esposo le fue fiel.
Cuando se divorciaron, en el momento en que Víctor se hizo
operar, recomendó vivamente a su marido que se casara al
fin con una «verdadera mujer».
Esta estima por su marido contrasta con el desprecio de
Víctor hacia su padre, a quien presenta como a alguien
brutal, especialmente en las relaciones sexuales con su mu­
jer, que le imponía sin miramientos. A Víctor le parece que la
sexualidad de ese padre se reducía a la satisfacción de una
necesidad. La madre había hecho un «matrimonio de conve­
niencia» y no amaba a su marido, pero se sometía a él.
Víctor reprocha a sus padres la falta de deseo en su unión, y
un día lanza a su padre: «Su hubieses pensado en lo que
hacías cuando me concebiste, yo no habría llegado a esto».
Igualmente, atribuye a la falta de amor de su madre por su
padre una parte de la responsabilidad de su transexualismo.
Tuvo un hermano menor hacia el cual niega todo sentimiento
de celos, y sin embargo era un varón que sus padres habían

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deseado, cuando la niña que entonces era Victor ya había
nacido.
En la adolescencia se enamora de una profesora y de las
compañeras de clase, de un modo que no parece muy dife­
rente de los clásicos amores «homosexuales» de la pubertad;
así es cómo se entretiene en clase, con su amiga del alma,
cambiando la «identidad».
No tuvo relaciones sexuales con mujeres antes de hallar­
se provisto de un «pene» que le construyó un cirujano. Un
día me dijo que para no ser como su padre no había querido
«tocar» a una mujer. Cuando aún estaba casado, una ginecó­
loga a la que consulto recomendó como remedio para sus su­
frimientos psíquicos que tuviera relaciones sexuales con mu
jeres, considerando que Victor padecía de rechazo a su homo­
sexualidad. Sin duda tenia ideas precisas sobre la manera en
que se levantan los rechazos. Victor intentó ponerlo en prac­
tica, pero no llegó hasta el final ya que le acometieron
violentas nauseas. Antes de iniciar el proceso de transforma­
ción Victor pensaba que puesto que tenía un cuerpo que no
era el suyo, según sus palabras, ninguna mujer debía tocarlo.
Tampoco soportaba verse desnudo en un espejo antes de que
las primeras intervenciones quirúrgicas lo libraran de sus se­
nos. Por otra parte la sexualidad no le interesa gran cosa: el
transexualismo, me decía, no es una cuestión de sexo sino de
identidad. Por su parte, se contentaría con ternura y afecto,
pero supone que eso no satisfaría a sus compañeras, y además,
sin duda para él la sexualidad forma parte de la virilidad
Tras la operación, que consistió en la plástica de un pene,
tuvo una relación con una mujer joven que encontró en un
local nocturno para homosexuales. En la época en que man­
tuve las entrevistas con Victor se hallaba en un período de
transición, las operaciones no estaban completamente acaba­
das y por lo tanto aún no había hecho las gestiones para
modificar su estado civil. Por entonces frecuentaba casi ex­
clusivamente a otros transexuales, con quienes iba a estable­
cimientos para homosexuales. Esto es algo que me confesó
no sin reticencias, ya que pensaba que. contribuiría a reforzar
la tesis según la cual el transexualismo no es más que una
homosexualidad negada.

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Una vez estuviera terminado el proceso de transforma­
ción, Victor se proponía romper con el medio transexual y
con todas las relaciones que hubiera hecho en ese periodo de
transición, para vivir en un medio que sólo conociera de él su
identidad masculina
Aparte de los transexuales. Victor sólo tenía relaciones
con mujeres. Con dos de ellas parece haber tenido un vinculo
privilegiado: por una parte «su madrina» a la que llamaba
«madrecita» y a cuya casa iba a pasar sus períodos de
convalecencia después de las operaciones. Esta mujer, que
era una señora de edad, le daba —decía— lo que su madre
jamás le había dado Era viuda, y frente a ella Victor hacia
de hijo amante y devoto Por otra parte, sentía un amor
platónico por una joven a la que admiraba mucho, y de la que
secretamente esperaba que le amara cuando por fin se hubie­
ra convertido en un hombre, Su vida sentimental se hallaba
escindida, de un modo bastante masculino, entre una rela­
ción sexual con una mujer poco apreciada y un amor no
camal por otra con la que soñaba.
En el plano profesional, Victor estaba lo que se dice bien
adaptado Desde hacia mucho tiempo trabajaba como con­
table en una empresa de bisutería donde había conseguido
imponer su cambio de sexo, y dedicaba su tiempo libre a la
pintura.
El pasado de Victor estaba muy poco de acuerdo con el
retrato típico de la mujer transexual. N o vivió toda su vida
procurando hacerse pasar por un hombre, como Sarolta. Su
infancia no se corresponde con las que describe Stoller. N o
gozó de una relación privilegiada con su padre. Este no
parece haber sido el caso de ninguna de las mujeres transe­
xuales que he visto.
Sin embargo, una pequeña anécdota muestra una identi­
ficación precoz con su padre. A la edad de cuatro años, al
querer plantar unas patatas imitándole, recibió de éste una
paliza memorable.
Su relación con las mujeres no deja de ser esclarecedora
en lo que concierne a la posición de la mujer transexual. El
tono de devoción caballeresca de sus relaciones es sorpren­
dente, y concuerda con las indicaciones de Stoller al respec-

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to. El deseo de la madre prevalece también aquí, y lleva a
Víctor a presentarse como el hombre que le hacía falta.
Después de su operación, un día le echó en cara: áquerías
un varón, pues bien, lo tienes». Fue como varón que Víctor
se vio obligado a ser el falo, y que éste fue el objetivo
de su búsqueda queda confirmado por la manera en que
habla del resultado que esperaba de una construcción penia-
na: «es, dice, como un rompecabezas, donde aún falta la
última pieza». Está claro que se trata de tapar un agujero,
de realizar esa completud, lo que señala la naturaleza fálica
de su identificación. Asimismo relata una anécdota'de su in
fancia, cuya insignificancia contrasta con la importancia que
él le atribuye: su madre le habría pedido que cosiera un
botón, lo que entonces le pareció especialmente intolerable.
El parentesco con la posición transexual masculina, que
se revela aquí en la identificación al falo, es aun más sor­
prendente en otra transexual a la que llamaré Enrico, que se
apoyaba en el fantasma de «ser el hijo castrado, castigado, de
un Padre Dios». También se llama castración a la abla
ción de los ovarios y del útero, pues la castración peniana y la
que afecta a los órganos sexuales femeninos son equivalentes.
En efecto, en ambos casos se trata de borrar las marcas de la
diferencia de los sexos, en tanto ésta significa la ¡ncompletud
y constituye un obstáculo para la identificación fálica. Tras
la ablación de los senos, Enrico experimentó el «absurdo
temor», dice, de que volviesen a crecer.
Sin embargo, la aspiración de igualarse al falo es muy
común y compartida, y como tal no da ninguna indicación
estructural. Por sí sola no permite asimilar la posición de las
mujeres transexuales a sus homólogos masculinos. Parece
que la problemática de Víctor, en particular, está centrada en
la cuestión del padre de un modo análogo al que podemos
encontrar en la histeria. Al atacar la virilidad del padre,
Víctor se propone demostrar a su manera qué es un hombre
digno de tal nombre. Lo que plantea un interrogante son las
vías a que se recurre. En efecto, para este genero de demos­
traciones las mujeres saben prescindir del organo viril real,
por lo mismo que para ellas se trata precisamente de distin­
guir, y hasta de oponer el pene y el falo, y de demostrar que

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la virilidad puede consistir en despreciar el órgano. La reduc­
ción del falo a! pene constituye el problema del transexua-
lismo femenino, y es esto en particular lo que lo distingue de
la homosexualidad femenina.
Si la homosexual pretende distinguirse ofreciendo lo que
no tiene a alguien que tampoco lo tiene; si Se apoya en el
desafio consistente en mostrar cómo debe amarse a un hom­
bre, el padre, quien cree que para ello basta con d ar lo que se
tiene; si se propone precisamente hacerle saber que es inca­
paz de dar lo que no tiene, es decir de dar a la mujer la
prueba de su propia castración, lo que le permitiría a ella
asumir su privación y gozar de la misma; las mujeres tran-
sexuales, en cambio, no parecen más capaces que el hombre
—a quien la homosexual da una lección— de ofrecer lo que les
falta. Parece que para ellas, como para sus homólogos mascu­
linos, la dialéctica del don fálico está bloqueada por la con­
fusión entre el órgano y el significante.
La mayoría de ellas, sin embargo, no están atadas a la
demanda del órgano. A menudo se contentan con la erradi­
cación de las partes femeninas de sus cuerpos, y con la apa­
riencia viril que les confieren las hormonas masculinizantes,
y aplazan la posesión de un pene para un futuro indetermi­
nado. Como Albert, que lleva barba y ha conservado un sexo
de mujer, pero ha obtenido en Holanda, de donde es origina­
rio, el cambio de su estado civil. Este introduce un matiz
diferente en el retrato típico de la transexual: en su infancia,
desesperado por ser una chica, esperó durante mucho tiempo
ser hermafrodita, esperanza que destruyó la pubertad, a par­
tir de la cual dice haber «bloqueado» las cosas y no haber
pensado mas en ello Enamorado de su maestra de la escue­
la, robo unas frutas en el jardín de su padre para regalárselas.
En la adolescencia se enamoró de una mujer con la que vivió
durante diez años, hasta la muerte de ésta. En el transcurso
de las relaciones sexuales que mantenía con ella conservaba
sus ropas, negándose a desnudarse y a que ella tocara sus
Organos genitales Desde hace ya varios años no tiene rela­
ciones sexuales, pues la imposibilidad de penetrar a sus com­
pañeras le provoca cada vez una dolorosa rebelión, así como
la impresión de un inmenso vacío que lo paraliza. «Es como

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si cayera en un agujero sin fin, dice. Ante ese miedo frente al
vacío, estoy perdido». Albert difiere para más adelante la
adquisición de un pene, puesto que confía en que los progre­
sos harán posibles los injertos de este órgano Sabiendo que
la consanguineidad aumenta las probabilidades de éxito de
los injertos, pidió a su hermano que fuera el donante en caso
de que éste m uñera primero. Vive con esta esperanza, y se
arma de paciencia. Cuando niño fue descuidado por sus
padres, quienes lo confiaron a una abuela para que lo criara,
en cambio a un hijo que vino después lo conservaron en el
hogar paterno. A los dieciocho años su abuela, a la qué
contaba sus problemas, le dijo: «si te sientes hombre, no
tienes más que vivir como un hombre». Y es lo que hizo. En
tanto Víctor hacía suya la teoría según la cual el origen del
transexualismo sería una anomalía congénita, resultado de
una impregnación hormonal fetal, Albert admite la eventua­
lidad de otro tipo de causalidad. Tímidamente expresa el
deseo de comprender lo que le ha ocurrido: «no querría morir
idiota», dice.
Michel, que estudia medicina, tampoco tiene prisa por
hacerse hacer un pene. N o le parece que las técnicas estén a
punto y prefiere aguardar. Tiene veinte años, y ya ha obteni­
do los certificados psíquicos necesarios para las intervencio­
nes quirúrgicas. Toma hormonas masculinizantes. Vive con
una mujer, y desde que su clitoris se ha desarrollado al tomar
testosterona, acepta que ella lo toque Preocupado exclusiva­
mente por las diferentes gestiones necesarias para su trans­
formación, habla de sí con reticencia, y declara que ya no
quiere analizarse, «pues si no, no se hace nada». En la
adolescencia fue tratado por una psicologa que le objetaba
que no existe identidad psíquica completamente masculina o
femenina, con lo que está de acuerdo. Sin embargo no puede
ser una mujer, y como no hay un tercer sexo, dice, debe
situarse del lado hombre, «es un mal menor, agrega, y es
absolutamente necesario decidirse».
Esta aspiración a un tercer sexo está mucho más presente
de lo que los estereotipos que se refieren al transexualismo
dejan suponer. Si algunas mujeres transexuales no renuncian
a su pretensión de virilidad, a menudo se revela que dicha

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reivindicación esconde la esperanza de escapar a la dualidad
de los sexos. Lo que los transexuales pretenden es pertene­
cer al sexo de los ángeles. Una con quien hablé me dio una
imagen muy rigurosa de esto. N o obstante las demás, que la
conocían, no la consideraban de las suyas y la calificaban de
«afeminada». Esta persona, de un porte indiscutiblemente
masculino, llevaba unos anillos bastante llamativos, lo que el
rigor de las otras transexuales en materia de masculinidad
condenaba. La exclusión de que era objeto puede indicar una
diferencia de posición estructural. Con todo, me parece que su
caso representa más bien un ejemplo paradigmático, y mués
tra claramente, conforme a sus pretensiones por otra parte,
una cierta verdad del transexualismo femenino.

113
CAPÍTULO XI

GABRIEL
O EL SEXO DE LOS ÁNGELES

E l Fuerasexo: sobre ese hombre especuló


el alm a.

Lacan, A un - Ed. Paidós, p. 103


ri&sr* The Angel
WUliani B Closson.
f f * M 4# •w ' «
Le llamaré Gabriel, un nombre de arcángel que se ajusta
a su deseo de no ser más que un espíritu puro. Fue el único
que tomó la iniciativa de entrevistarse conmigo. Sabiendo
que yo había visto a unos cuantos de ellos que le hablan
hablado de mi trabajo, me telefoneó un día con el objeto de
encontrarse conmigo para restablecer, según sus palabras, la
verdad sobre el transexualismo. Temía que yo fuese engaña­
da por los otros transexuales y deseaba librarme del error,
pues no soportarba la idea de «que se dijera cualquier cosa
sobre el transexualismo». Llegó a la cita con traje de hombre
(los transexuales se visten preferentemente de este modo
tradicional, pues las ropas masculinas más informales, en
efecto, están menos marcadas por la diferencia de los sexos),
con una barba de chivo, el aspecto indiscutiblemente mascu­
lino al igual que la voz De entrada me declaró «la verdad
sobre el transexualismo es que contrariamente a lo que pre
tenden en general —tener un alma de hombre prisionera de

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un cuerpo de mujer (o a la inversa)— los transexuales no son
ni hombres ni mujeres, son diferentes». Esta es la diferencia
que Gabriel quiere que se reconozca. «Los transexuales son
mutantes: diferentes de una mujer cuando es completamente
mujer, diferente de un hombre cuando es completamente un
hombre. Yo siento, y sé, dice, que no soy una mujer, tengo la
impresión de que tampoco soy un hombre. Los otros transe­
xuales juegan un juego, se hacen el hombre.» Gabriel nunca
se sintió hombre, sino que porque estaba seguro de no sentir­
se mujer se dijo hombre. La desgracia de los transexuales,
según él, es que no haya un tercer término, un tercer sexo. La
sociedad seria la gran responsable de esta bipolarización,
cuya violencia sufren los transexuales.
Se había hecho operar hacía unos años. La operación
consistió en la ablación de los senos y los órganos genitales
(útero y ovarios). Siguió un tratamiento de hormonas mascu­
linas que le dio la barba y una voz más viril, pero no trató de
hacerse colocar una prótesis peniana ya que, dice, «querer
un sexo es algo obsesivo, eso no tiene nada que ver con la
identidad». Después de las operaciones tuvo la impresión
de haberse vuelto «más monstruoso» que antes, pero paradó­
jicamente se sentía más equilibrado: «me encontraba más
interesante antes que ahora, pero ya no tengo esos descensos
a los infiernos que padecía en otro tiempo».
Sobre su historia, en fin, conozco pocas cosas. N o se
explayó mucho sobre el tema, y dio muestras de una marca­
da indiferencia por su infancia, indiferencia corriente en los
transexuales que he visto. Una hermana tres años menor que
él, fue, dice «el amor más fuerte de mi vida: mis tendencias se
desarrollaron a partir de ella. Tenía ganas de defenderla
como un caballero con su espada. No quería que nadie se le
acercara y creo que también para ella yo lo representaba
todo. Mi hermana pequeña era como mi hija, como si yo
hubiese sido su padre». Declaró haber querido ser un hom­
bre para su hermana, quien le deja soñar que terminarán sus
días juntos.
Presentó a su madre como a una persona depresiva,
enferma caracterial, que llevaba los pantalones. Era «el hom­
bre de la familia», dice, y ante mi pregunta sobre lo que

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i
aquello significaba para él, respondió que consistía en asumir
las/esponsabilidades materiales y morales. £1 padre no vol­
vía de su trabajo más que el fin de semana. Se comportaba
«como un príncipe habituado a ser adulado por sus herma­
nas». Gabriel lo consideraba una molestia y aguardaba su
partida con impaciencia El padre imponía a la madre rela­
ciones sexuales que ella consideraba como una carga (en
las mujeres transexuales es corriente el recuerdo de esta
queja materna). La misteriosa desaparición del padre de su
madre, cuando ésta nació, parece haber tenido gran importan­
cia en el discurso materno. Ese abuelo habría sido asesinado,
y Gabriel asocia la depresión de su madre a esta historia
familiar.
De niña era un varón frustrado, pero no percibía la dife­
rencia de los sexos: «jamás envidié a mis compañeros varo­
nes, para mi no habla sexos bien establecidos». N o tenia
juegos sexuales (la ausencia de éstos en los recuerdos de los
transexuales es habitual), pero recuerda un fantasma: «ver el
trasero de las niñas», confidencia que había hecho a su
hermana. Sólo se sentía bien en su casa, pero también era
allí donde se sentía menos él'mismo. Recuerda una penosa
impresión de pasividad, y no haber soportado sino como un
enorme tormento las manifestaciones de ternura de su ma­
dre. Le horroriza que se exija algo de él, «como una deuda»,
aun cuando necesita que se espere mucho de él.
En la adolescencia se enamoró de una muchacha, y
declaró a sus padres que quería hacerse operar para conver­
tirse en un varón y fundar un hogar. La madre le respondió
que era imposible. El padre le llevó a consultar a los médicos,
para que verificasen su sexo anatómico. «No sé hasta qué
punto no pensó que yo estaba loco, y que él era el responsa­
ble». Una hermana del padre habría estado intemada en un hos­
pital psiquiátrico Su padre, dice, fue en aquel momento su
salvavidas, y por ello le guarda un emotivo reconocimiento.
Al terminar sus estudios Gabriel entró a trabajar en una
administración donde sufrió mucho, dice cometiendo un lap­
sus, porque «las mujeres tenían prohibido llevar faldas».
Siempre que podia se vestía de hombre, y sin saber si era
realizable o no tenía en la cabeza la idea de hacerse operar

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