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Reflexión de los valores comunes entre derecho y moral

Derecho, moral y ética

Los tres conceptos constituyen sistemas normativos que regulan la conducta humana. El
derecho es un sistema de normas imperativas y ejecutables para dirigir el comportamiento
humano. El derecho consiste en reglas reconocidas, con mayor o menor intensidad, por todos
los sectores de una comunidad, distinguibles al ser expresadas formalmente por escrito,
interrelacionadas subjetivamente y ejecutables a través de mecanismos coercitivos de la
comunidad. El derecho constituye el mínimo nivel aceptable de conducta y convivencia.
Muchos, incluidos políticos y hombres de negocio, piensan que hacen bastante con respetar la
ley y que todo es correcto mientras no sea ilegal. Por eso, toda sociedad democrática requiere
un estado de derecho en el que todos tienen el deber de respetar la ley. Pero la ley no es
suficiente. Para progresar, una sociedad necesita ser más exigente que este mínimo básico
para evitar la ley de la jungla o del más fuerte.

La moral consiste en las nociones de bien o de mal que guían a cada uno individual y
subjetivamente en nuestra existencia diaria. La Moral Se refiere a los sentimientos subjetivos
de lo que es bueno y malo en la mente de los miembros individuales de la comunidad. Se trata
de los principios que animan y rigen la vida individual de cada persona y que no pueden
comunicarse a los demás de forma plena. Nuestras convicciones subjetivas del bien y el mal
son indescifrables desde el exterior y se difuminan en el interior. Sorprende la facilidad con que
los políticos acusados de irregularidades invocan la presunción de inocencia como principio de
derecho de que nadie es culpable hasta que no es condenado, sin tener en cuenta que, dada
su elevada función, no basta que respeten las normas jurídicas como cualquier ciudadano, sino
que constituyen referentes de conducta moral y ética, muy por encima del listón básico de la
legalidad.

Entre el derecho y la moral está la ética. La ética, que igualmente procede del griego ethos
(costumbre), consiste en normas de acción y ejemplificación de valores dentro de una
comunidad. Son normas que son entendidas y compartidas por un grupo humano sobre la base
de un reconocimiento generalmente recíproco. La ética empieza donde termina el derecho. El
Dalai Lama dijo una vez que la ética "es el intermedio entre mi deseo de ser feliz y el de los
demás". Hazard añade: "al hablar de mi conciencia, me refiero a mi propia conciencia, lo que
es solamente inteligible por los demás por analogía". Cuando hablamos de deber ético nos
referimos a modelos de acción dentro y como parte de una comunidad y, por tanto, a normas
que tienen su aspecto objetivo. Cuando hablamos del derecho nos referimos a un sistema
normativo que, no sólo tiene un contenido objetivo, sino también que se expresa en un lenguaje
formal. Existe una creciente preocupación por la ética y especialmente por el comportamiento
irregular de muchas conductas que vulneran sus normas. Un general norteamericano
manifestaba, ya en 1948, que el mundo "ha alcanzado brillantez pero sin inteligencia, poder
pero sin conciencia; el nuestro", dijo, "es un mundo de gigantes nucleares y de niños éticos".
Sin duda la principal diferencia entre el derecho, la moral y la ética estriba en la coercibilidad y
en la sanción a sus infracciones. La norma jurídica es coercitiva y su violación comporta
sanciones civiles o penales. Esta misma coerción no existe en las normas morales y éticas. La
violación de las normas éticas no comporta este tipo de sanciones y sólo la desaprobación por
parte de los vecinos, colegas profesionales o la comunidad en general. La violación de los
principios morales individuales conlleva como única sanción el remordimiento de la propia
conciencia.

El derecho a menudo encarna principios éticos. Por eso, un gran presidente del Tribunal
Supremo de los EEUU, Earl Warren, exclamó en una ocasión que el derecho "flota sobre un
mar de ética", a pesar de pertenecer a estratos distintos. Muchos actos, ampliamente
condenados como poco éticos, no están prohibidos por la ley -mentir o traicionar la confianza
de un amigo, por ejemplo-. Y lo contrario también es cierto. No sólo los tres conceptos no están
rígidamente delimitados y muchas veces se traslapan, sino que existe una ósmosis entre los
mismos. Normas morales concebidas subjetivamente por un individuo pueden, gracias a su
ejemplo, convertirse en principios éticos para toda una comunidad. Pongo por ejemplo a
Gandhi, cuya convicción en la ahimsa (no violencia), se transformó en una norma de conducta
de todo un pueblo. No es infrecuente tampoco que normas éticas se conviertan en legales. Así,
la tradicional práctica médica de informar al paciente, ha devenido una obligación jurídica y los
deberes éticos sobre transparencia o no hacer negocios con las acciones de la propia empresa,
tras graves escándalos (Enron, WorldCom, Tycon), fueron transformados por la Sarbanes-
Oxley Act 2002 en reglas jurídicas imperativas. De ahí, pues, que el flujo del cambio normativo
suele ser a partir de la moralidad subjetiva a una ética participada por un grupo y finalmente en
ocasiones a una expresión de derecho. El hombre necesita reglas para poder vivir en sociedad,
pero, sobre todo, para vivir de acuerdo con su conciencia.

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