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La entrevista como intervención. Parte I: El diseño de


estrategias como una cuarta directriz para el terapeuta1

KARL TOMM

Una entrevista clínica proporciona muchas más oportunidades para actuar terapéuticamente
de las que la mayoría de los terapeutas advierten. Puesto que tantas de estas oportunidades
quedan fuera del conocimiento consciente del terapeuta, es útil elaborar directrices que
orienten su actividad general hacia direcciones susceptibles de ser terapéuticas. El grupo de
Milán define tres directrices básicas de este tipo: generación de hipótesis, circularidad y
neutralidad. La generación de hipótesis es clara y fácil de aceptar. Las nociones de
circularidad y neutralidad han despertado un interés considerable pero no se entienden con la
misma facilidad. Estas directrices pueden clarificarse y operacionalizarse cuando se reformulan
como posturas conceptuales. Este proceso queda resaltado al diferenciar una cuarta directriz, el
diseño de estrategias, que supone la toma de decisiones por parte del terapeuta, incluyendo
decisiones acerca de cómo emplear estas posturas. Este artículo, el primero de una serie de
tres, explora estas cuatro directrices de La entrevista. Los otros artículos aparecerán en un
número subsiguiente. La Parte II se centrará en cómo hacer preguntas reflexivas, una
forma de investigar dirigida a movilizar la capacidad curativa de la propia familia. La Parte III
proporcionará un esquema para analizar y escoger entre cuatro tipos principales de preguntas:
preguntas lineales, preguntas circulares, preguntas reflexivas, y preguntas estratégicas.

INTRODUCCIÓN

Me ha llegado a fascinar la variedad de efectos que puede tener una terapia sobre
clientes individuales o familias en el transcurso de una entrevista clínica. En una sesión
convencional, la mayoría de las preguntas del terapeuta están diseñadas ostensiblemente
para ayudar a formular una evaluación. Las propias preguntas no se consideran
habitualmente como intervenciones para ayudar a los clientes. Sin embargo, muchas preguntas
tienen efectos terapéuticos sobre los miembros de la familia (directamente), a través de las
implicaciones de las preguntas y/o (indirectamente) a través de las respuestas verbales y no
verbales de los miembros de la familia ante ellas. Al mismo tiempo, sin embargo, algunas de
las preguntas del terapeuta pueden ser antiterapéuticas.

Esto último se me hizo penosamente obvio hace unos años, mientras revisaba una cinta de

1
Reproducido con el permiso de Family Process, 'Interventive interviewing: Part. I. Strategizing as a fourth
guideline for the therapist', por Karl Tomm, M.D., Vol. 26, n. 1 (mayo 1987) pp. 3-13. (Traducido por Mark
Beyebach)
M. Beyebach y J. L. Rodríguez-Arias (Comps.) (1988) Terapia Familiar. Lecturas I. Publicaciones Universidad
Pontificia de Salamanca, pp. 37-52
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vídeo de una sesión marital. Una de mis preguntas «inocentes» resultó haber estimulado la
reaparición de un grave conflicto marital. Sucedió durante una sesión de seguimiento en la cual
la pareja estaba hablando acerca del hecho de que no habían tenido ninguna pelea durante
varias semanas. En otras palabras, había habido una mejoría importante en el
matrimonio. Tras una animada y agradable conversación sobre estos cambios, pregunté: «¿De
qué problemas les gustaría hablar hoy?». Tras esta pregunta aparentemente inocua, la
pareja derivó gradualmente hacia una amarga discusión acerca de quién de los dos estaba más
necesitado de una terapia ulterior. Yo (para mis adentros) reinterpreté la mejoría como
«transitoria e inestable» y reanudé mi tratamiento de sus dificultades maritales crónicas. Seguí
completamente ciego al hecho de que sin darme cuenta había desencadenado el deterioro, hasta
que un colega me lo señaló en la cinta de vídeo2. En retrospectiva, la asunción que había tras
la pregunta, que se tenían que identificar y/o clarificar problemas antes de que pudiera actuar
terapéuticamente, resultó ser limitadora y patogénica. Limitó la discusión a las áreas de
insatisfacción y sirvió para generar interacciones patológicas. En vez de ello, podría haber
aprovechado los nuevos desarrollos y haber hecho preguntas diseñadas para reforzar los
recientes cambios. Por desgracia, no vi esa opción con claridad en ese momento.

Esta equivocación y otras experiencias de aprendizaje más positivas (de las que se informa
en la Parte II) me hicieron darme cuenta de que un terapeuta tiene mucha más influencia
sobre lo que surge dentro de una sesión de lo que yo imaginaba previamente. Empecé a
examinar el proceso de la entrevista en mayor profundidad y finalmente llegué a la conclusión
de que sería más coherente y heurístico considerar toda la entrevista como una serie de
intervenciones continuas. Por tanto, empecé a pensar en términos de «la entrevista como
interrenf61.7(6(a)3.8( cs7t95fBTw[(i)(t)-r)-9212.r)2.t4sn
r( )936.6(4)-28.2(0)-11.62-30.6(e)-2i.8(t)-389.(a)32.55(
3

determinados eventos puede que el terapeuta esté, a sabiendas o sin saberlo, decepcionado
o respondiendo a ciertas expectativas de uno o más miembros de la familia. Por ejemplo, el
no poner en duda explícitamente una afirmación o una determinada interpretación de una
situación, es frecuentemente experimentado por los miembros de la familia como acuerdo, apoyo
y/o refuerzo implícitos. Por lo tanto, la entrevista como intervención se refiere a una
orientación en la que todo lo que un entrevistador hace y dice, y todo lo que no hace y no
dice, es considerado una intervención que podría ser terapéutica, no terapéutica o
antiterapéutica. Aunque esta perspectiva diluye el significado convencional del término
«intervención», abre la posibilidad de tomar en consideración un enorme abanico de acciones
terapéuticas.

La entrevista como intervención también toma en serio el punto de vista de que el efecto
que de hecho tenga cualquier intervención con un cliente está siempre determinado por el
cliente, no por el terapeuta. Las intenciones y acciones consiguientes del terapeuta solamente
desencadenan una respuesta; nunca la determinan. Aunque muchas intervenciones terapéuticas
deliberadas tienen los efectos deseados, estos efectos nunca pueden garantizarse. Los oyentes
escuchan y experimentan sólo aquello que son capaces de oír y experimentar (en virtud de su
historia, estado emocional, presuposiciones, preferencias, etc.). Así, puede que una pregunta
cuidadosamente preparada que un terapeuta entiende como «una intervención terapéutica», no
tenga ningún impacto terapéutico en absoluto. A la inversa, algo que el terapeuta no pretende
que sea una intervención terapéutica podría llegar a tener un efecto terapéutico importante. Por
ejemplo, una vulgar pregunta exploratoria podría picar la curiosidad del cliente en un área
crucial y precipitar un cambio importante en los patrones de pensamiento. De hecho, no es
infrecuente que los clientes informen de que fueron influidos significativamente por una
pregunta determinada que al terapeuta le parecía relativamente sin importancia.

Adoptar la perspectiva de la entrevista como intervención lleva a los terapeutas a centrarse


más en sus propias conductas dentro de las vicisitudes del sistema terapéutico, y no solamente
sobre el sistema del cliente. Al considerar toda acción como una intervención, los terapeutas
se ven obligados a prestar atención a los efectos continuos de sus comportamientos, a fin
de distinguir las acciones que, de hecho, fueron terapéuticas de las que no lo fueron.
Además, cuando entre los miembros de la familia ocurre algo indeseable durante la entrevista,
los terapeutas son más propensos a examinar su propia conducta como un posible
desencadenante. Con este mayor escrutinio de la interacción entre terapeuta y cliente, la
discrepancia entre intención terapéutica y efecto sobre el cliente se hace aún más evidente. En
consecuencia, los terapeutas tienden más a reflexionar cuidadosamente sobre todas sus
acciones antes de actuar, y no sólo sobre aquellas que previamente hayan decidido definir como
«intervenciones». Sin embargo, es imposible monitorizar todas las respuestas y reflexionar
conscientemente sobre los detalles de cada acción antes de actuar. La complejidad de esta
perspectiva podría volverse rápidamente totalmente inmanejable, a no ser que el terapeuta
desarrolle y ponga en práctica algunas prioridades que la organicen. Una forma de abordar
4

esta complejidad es establecer directrices que, cuando se dominan, pueden adoptarse como
posturas terapéuticas no conscientes que faciliten las acciones deseadas y limiten las no
deseadas.

LA NECESIDAD DE UNA CUARTA DIRECTRIZ

En su artículo original (Selvini-Palazzoli, M.; Boscolo, L.; Cecchin, G. y Prata, G., 1980),
acerca de cómo llevar una entrevista sistémica, el grupo de Milán describió tres principios para
guiar al terapeuta. Estos principios o directrices son bien conocidos hoy en día, y «entrevista
circular» es el término que se usa con frecuencia para referirse al estilo de investigación
asociado con su aplicación. Varios autores han empezado a describir y elaborar diversos
aspectos de este método de hacer preguntas (Deissler, K., 1986; Fleuridas, C; Nelson, T. S.
y Rosenthal, D. M., 1986; Hoffmann, L., 1981; Lipchik, E. y de Shazer, S., 1986; Penn, P.,
1982; Penn, P., 1985; Tomm, K., 1984; Tomm, K., 1985; Viaro, M. y Leonardi, P., 1983).
Al final de su artículo original, el grupo de Milán planteaba una pregunta intrigante:
«¿Puede la terapia familiar producir cambio a través solamente del efecto neguentrópico de
nuestra forma actual de conducir la entrevista, sin necesidad de hacer una intervención final?»
(p. 12)4. Me gustaría proponer una respuesta afirmativa: «Sí, la entrevista circular por si sola
puede desencadenar, y desencadena, cambio terapéutico». La base para esta respuesta afirmativa
se clarifica si se distingue una cuarta directriz, a saber, el diseño de estrategias, y se reconoce
que el 'hacer preguntas circulares es un tipo de entrevista como intervención.

Cualquiera que haya observado a los miembros del grupo de Milán haciendo terapia sabrá
que planifican con sumo cuidado todos y cada uno de sus movimientos. El proceso de generar
planes de acción, evaluarlos y decidir qué camino seguir no queda limitado a la discusión durante
la inter-sesión en la que preparan la intervención final. Se produce a lo largo de toda la sesión.
De hecho, según se va desarrollando la entrevista, los entrevistadores están tomando
decisiones en todo momento. En efecto, consciente o no conscientemente, se están planteando
interrogantes y los están contestando. Algunos de estos interrogantes podrían ser: «¿Qué
hipótesis debería explorar ahora?»; «¿Está la familia en disposición de hablar abiertamente de
ese tema?»; «¿Qué significaría no explorar ese área justo ahora»?; «¿Qué preguntas debería
hacer?»; «¿Qué efecto deseo producir?»; «¿Cómo debería formular la pregunta?»; «¿A quién
debería dirigirla?»; «¿Debería continuar con este tema o explorar otro?»; «¿Debería recoger
ahora la tristeza del niño, o ignorarla?»; «¿Debería ofrecerle un pañuelo o debería hacer una
pregunta que podría hacer responder a oíros miembros de la familia?», etc. Las respuestas a
estas preguntas surgen de la historia de socialización como ser humano en general del
terapeuta y de su desarrollo específico como terapeuta. El equipo detrás del espejo está también

4
El término «neguentrópico» tal y como lo emplea el grupo de Milán supone «ordenar» u
«organizar». Véase el artículo original (M. Selvini-Palazzoli, L. Boscolo, G. Cecchin y G. Prata,
1980), para una elucidación de este concepto.
5

evaluando activamente la actuación del terapeuta, y si tienen sugerencias para producir un


cambio significativo en el discurrir de la entrevista interrumpen la sesión y le sacan para
conferenciar brevemente. La mayoría de los observadores aceptaría de buena gana que toda-la
empresa terapéutica gira en torno a los juicios acerca de qué debería y qué no debería hacer
un terapeuta al interactuar con el cliente o familia.

Este proceso de toma de decisiones queda implícito, pero no se explica adecuadamente, en las
tres directrices de la entrevista que describió originalmente el grupo de Milán. De ahí que
resulte apropiado describir una cuarta directriz para guiar á los terapeutas a la hora de
tomar estas decisiones. El diseño de estrategias podría definirse como la actividad cognitiva del
terapeuta (o del equipo) al evaluar los efectos de acciones pasadas, construir nuevos planes
de acción, anticipar las posibles consecuencias de diversas alternativas y decidir cómo
proceder en cualquier momento dado, a fin de maximizar la utilidad terapéutica.

Como directriz de la entrevista, supone elecciones intencionadas de los terapeutas acerca


de lo que deberían hacer o no hacer a fin de guiar al sistema terapéutico. Al denominar esta
directriz, elegí el término «estrategia» para subrayar que los terapeutas adoptan una postura
con el compromiso definido de alcanzar algún objetivo terapéutico. La forma en gerundio5 se
eligió para subrayar su naturaleza activa, es decir, es el proceso activo de mantener una red de
operaciones cognitivas que dan lugar a decisiones de acción6.

Es posible distinguir diversos niveles de diseño de estrategias. En estos artículos, me


centraré especialmente en dos de ellos: diseño de estrategias acerca de posturas
conceptuales generales a adoptar por un terapeuta, y diseño de estrategias acerca de acciones
verbales específicas a poner en juego. Las cuatro directrices de la entrevista serán presentadas
como posturas conceptuales (en la Parte I), mientras que las preguntas hechas en la sesión
ejemplificarán acciones (véase Parte II y Parte III). Estos niveles están, por supuesto,
entrelazados, en el sentido de que es más fácil llevar a cabo ciertas acciones cuando el terapeuta
ha asumido una postura y no otra. Por ejemplo, es más fácil hacer una pregunta
verdaderamente exploratoria desde una postura de neutralidad, y es más fácil hacer una
pregunta confrontadora desde una postura de diseño de estrategias. Habiendo optado por
adoptar una postura determinada, el terapeuta puede centrar su atención sobre otros detalles,
y estar seguro de que la propia postura guiará sus acciones.

5
Se ha traducido como «diseño de estrategia» el término strategizing, «estrategizando». En la traducción
se pierde este gerundio [N. del T.].
6
La noción de «diseño de estrategias» tiene mucho en común con, pero no es equivalente a la de
«terapia estratégica». Esta última implica la adhesión a una escuela específica de terapia, de la misma
forma que «terapia sistémica» y «terapia estructural» implican una adhesión a escuelas alternativas. El
diseño de estrategias implica un compromiso con el cambio terapéutico intencionado en general, y como tal
directriz podría aplicarse a todas las terapias. En la Parte III se discutirá la intencionalidad inherente al
diseño de estrategias.
6

UNA REFORMULACION MENOR DE HIPÓTESIS, CIRCULARIDAD Y


NEUTRALIDAD

Al describir estas tres directrices como posturas conceptuales, estoy intentando sacarlas del
ámbito abstracto de los principios trascendentes e introducirlas en la concreción de la actividad
clínica, y animar a los terapeutas a aceptar una mayor responsabilidad personal por adoptarlas.
Una postura conceptual podría definirse como una constelación duradera de operaciones cognitivas
que mantienen un punto de referencia estable, el cual apoya un patrón determinado de
pensamientos y acciones implícitamente e inhibe e impide otros. Al igual que una postura física,
puede que se adopte sin conocimiento consciente durante el flujo espontáneo de actividad
durante una entrevista. Como alternativa, podría ser adoptada deliberadamente como forma
de preparar ciertas acciones o evitar otras. Puede que la consciencia al asumir una postura
específica sea útil cuando un terapeuta está aprendiendo a desarrollar nuevos patrones de
conducta, pero, una vez que se domina, la postura tiende a convertirse en parte del flujo de
actividad no consciente del terapeuta (de forma muy similar a como ocurre con la postura física
de un actor, un músico, o un atleta).

Optar por adoptar una postura de generación de hipótesis supone aplicar deliberadamente
los recursos cognitivos propios para crear explicaciones. Se activan aquellas operaciones
cognitivas que buscan conexiones entre observaciones, datos informados, experiencia personal
y conocimientos previos, a fin de formular un mecanismo generador que podría explicar el
fenómeno que se desea entender. La exposición que hace el grupo de Milán de la generación
de hipótesis incluye una descripción excelente de los elementos implicados. Animo a todos los
lectores que aún no estén familiarizados con su artículo (Selvini-Palazzoli, M.; Boscolo, L.;
Cecchin, G. y Prata, G., 1980), a que lo estudien cuidadosamente. El único punto que quisiera
subrayar aquí es la diferencia entre generación de hipótesis circulares y generación de hipótesis
lineales. Si nuestra postura conceptual se orienta a crear explicaciones circulares y sistémicas,
tenderemos a hacer preguntas circulares. Si nuestra postura se orienta a crear explicaciones
lineales, haremos preguntas lineales. Sin embargo, al mismo tiempo las preguntas circulares y
lineales en cuanto intervenciones son susceptibles de tener efectos bastante diferentes en la
entrevista. Las preguntas circulares tienen habitualmente un potencial terapéutico mucho
mayor que las lineales (véase Parte III). Por tanto, resulta útil desarrollar cierta pericia en
la adopción de una postura de generación de hipótesis circulares, para optimizar nuestro
impacto terapéutico durante el proceso de la entrevista como intervención.

Describir la circularidad como una postura conceptual requiere algunos comentarios previos.
Este principio, tal y como lo describiera originalmente el grupo de Milán, ha llevado a una
confusión considerable, con diversas interpretaciones acerca de lo que implica. Parece que la
confusión ha surgido al no establecerse una distinción clara entre los aspectos circulares del
sistema observado (la familia) y la circularidad del sistema observador (la unidad terapeuta-
familia). Esta distinción separa la cibernética de primer orden (la cibernética de los sistemas
7

observados) de la cibernética de segundo orden7 (la cibernética de sistemas observadores) y


delimita dominios muy diferentes (a pesar de que el primero se incorpora como un componente
en el segundo). En esta discusión limitaré la noción de circularidad como directriz de la
entrevista al segundo dominio y la aplicaré al feedback recursivo en el sistema terapéutico
(observador). Otros aspectos de la definición original se incluyen en otras directrices. Por
ejemplo, las descripciones cibernéticas de primer orden referentes a la reciprocidad en las
«diferencias» y a patrones circulares entre miembros de la familia son consideradas parte de
la generación de hipótesis circulares. Las decisiones respecto a qué tipo de preguntas hacer,
como por ejemplo preguntas triádicas para revelar los patrones circulares de la familia, se
incluyen en la nueva directriz del diseño de estrategias.
Dada esta reformulación, la circularidad se refiere al acoplamiento estructural dinámico entre
terapeuta y familia, que permite al terapeuta establecer distinciones acerca de ésta. En cuanto
postura conceptual, supone una sensibilidad aguda por parte de los terapeutas hacía los
matices en sus propias respuestas sensoriales durante su interacción recursiva con los clientes.
Incluye el reconocimiento de la discontinuidad entre intención y efecto (tal y como se
describió en la introducción) y orienta a los terapeutas a atender a lo que ellos perciben
como la conducta de los clientes en el sistema terapéutico en evolución. Cuanto más perspicaz
sea la observación, más pueden afinarse las respuestas terapéuticas para ajustarse a las
respuestas de la familia y mayor será el acoplamiento entre terapia y familia. Los
terapeutas no son de ningún modo pasivos en este proceso de observación. De la misma
forma en que el ojo, para ver, necesita moverse de un lado a otro en un micro-nistagmus
continuo para distinguir «diferencias» en los patrones de luz que inciden sobre la retina, así
los terapeutas deben sondear continuamente a los miembros de la familia haciendo
preguntas, parafraseando sus respuestas, y tomando nota de sus respuestas verbales y no
verbales a fin de obtener distinciones acerca de sus experiencias. De hecho, esta actividad
por parte de los terapeutas es la principal razón por la que esta directriz se denomina
«circularidad» y no simplemente «observación». El movimiento continuo por parte del terapeuta
en relación con los movimientos del cliente o familia es esencial si los terapeutas han de afinar
más en su acoplamiento estructural con ellos en el sistema terapéutico. Es la naturaleza de
este acoplamiento la que proporciona la base para todas las demás operaciones cognitivas
en el transcurso de la terapia8.
Al igual que sucede con la generación de hipótesis, hay variaciones en la postura de
circularidad. Hay dos formas diferentes, que se podrían calificar como «circularidad basada en el
afecto» y «circularidad basada en la obligación». La primera se basa en el amor humano
natural, la segunda, en la coerción. Llevan a modos diferentes de estar acoplado
estructuralmente en el sistema terapéutico. Adoptar una postura afectiva es atender

7
Heinz von Foerster (Foerster H. von, 1981) ha sido una figura central en la elaboración de esta
distinción. Para una excelente revisión histórica, véase Keeney (Keeney, B. P., 1983).
8
Para una fundamentación teórica referente a la naturaleza de la cognición sobre la que se ha elaborado
esta perspectiva de la circularidad, véase Maturana y Várela (Maturana, H. R. y Várela, F. J., 1980).
8

selectivamente a aquellas diferencias en las respuestas del o de los clientes que ofrecen al
terapeuta la oportunidad de apoyar verdaderamente su crecimiento y desarrollo autónomos.
Por otra parte, adoptar una postura de circularidad por «necesidad», tal vez porque el
terapeuta se da cuenta de que debe obrar así a fin de ser un «buen» clínico, es atender
selectivamente a aquellas respuestas del o de los clientes que proporcionan aperturas para
que el terapeuta sea terapéuticamente eficaz. Aunque puede que estas variaciones en la
circularidad no sean siempre mutuamente excluyentes, la postura que el terapeuta adopte
como prioridad influirá significativamente en la dirección y el tono de la entrevista. Puede que
el cliente o los clientes experimente(n) por una parte una comprensión afectuosa y sensible
y, por otra, un escrutinio insensible y penetrante.

La neutralidad como principio rector de la entrevista es una noción difícil de entender


puesto que, en rigor, es física y lógicamente imposible permanecer absolutamente neutral. En
el momento en que se actúa, no se está siendo neutral respecto a esa acción específica; la
conducta se afirma a sí misma. Así, la manifestación conductual más clara de la neutralidad
podría ser «no actuar». Sin embargo, en situaciones en las que se espera acción, no actuar
puede ser interpretado como una acción definitiva; es antitético respecto a la necesidad de
acción que impone la circularidad. En la práctica real, el terapeuta sí actúa (guiado por las
otras directrices) pero se esfuerza por equilibrar los movimientos de forma que el resultado
neto sea mantener una postura global de neutralidad. Por tanto, el tiempo es un componente
importante de esta postura. El terapeuta participa en una «danza» en marcha con el cliente o la
familia y mantiene un cuidadoso equilibrio en relación con los diversos deseos de los miembros
de la familia (de forma muy similar a los movimientos continuos del equilibrista sobre la
cuerda para mantener el equilibrio en relación con la gravedad). La dificultad lógica se refiere
al nivel de significados y valores, donde un terapeuta o adopta una cierta posición respecto
a un tema o no la adopta. No adoptar una posición es adoptar la posición de adoptar ninguna,
es decir, no comprometerse, decidir no decidir, o ser deliberadamente ambiguo. Ni la
síntesis de «ambos/y» escapa al dilema. La síntesis es el comienzo de una nueva dicotomía:
ambos/y versus o/o. El problema de establecer distinciones es inherente al lenguaje, al que no
podemos escapar. Respecto a los significados y valores, a lo que se acerca la neutralidad es a
la adopción de la posición de permanecer evasivo.

Pese a estas dificultades, la neutralidad es una directriz extremadamente importante en la


terapia sistemática. Ser neutral en una entrevista es adoptar una postura en la que el
terapeuta acepta todo tal y como está ocurriendo en el presente, y evita cualquier ataque a,
o rechazo de, cualquier cosa que el cliente o los clientes diga(n) o haga(n). El terapeuta se
mantiene abierto a cualquier cosa que suceda, y se desliza a favor de la corriente de actividad
espontánea, no en contra de ella. Al mismo tiempo, sin embargo, el terapeuta evita ser
arrastrado a adoptar una posición que esté en contra o a favor de cualquier persona o tema.
Además, el terapeuta sigue abierto a reconsiderar cualquier interpretación de lo que estuviera
pasando. Al liberarse de toda atadura a sus propias percepciones e intenciones, la neutralidad del
10

En esencia, sin embargo, la neutralidad contrasta marcadamente con el diseño de


estrategias. Mientras que la neutralidad se basa en la aceptación de «lo que es», el diseño
de estrategias se basa en un compromiso con «lo que debería ser». Inclinarse demasiado en
cualquiera de las dos direcciones puede obstruir el potencial de un terapeuta. Si un terapeuta
adopta demasiada neutralidad, y se limita a aceptar las cosas tal y como son, termina
dejando de hacer terapia. Por lo tanto, este riesgo es auto-limitador. Por otra parte, si un
terapeuta recurre demasiado al diseño de estrategias, se vuelve demasiado intencional, puede
que se vuelva ciego o violento. En sus escritos sobre la mente, Bateson (Bateson, G., 1972 y
1979) nos previene acerca de la ceguera y falta de sabiduría inherentes a un exceso de
intención. A no ser que los terapeutas sean capaces de adoptar cierto grado de neutralidad, no
serán capaces de ver «la otra parte» de un tema. Además, los terapeutas que están demasiado
implicados con sus propias ideas y valores acerca de las soluciones «correctas» pueden
fácilmente volverse «violentos» e imponerlas a un cliente o a una familia «resistentes». Cuando
esto ocurre, los medios estratégicos derrotan a los fines terapéuticos, y se impone claramente
una mayor neutralidad. Por fortuna, un compromiso estratégico con la neutralidad como postura
por derecho propio, es decir, el no ser tan propositivo, puede ayudar a reducir la ceguera y la
violencia potencial de un exceso de intencionalidad.
Puede que un breve ejemplo clínico ayude a ilustrar las consecuencias de la neutralidad.
Al entrevistar a un hombre que había tenido una relación incestuosa con su hijastra, me di
cuenta de que yo estaba cada vez más frustrado por su negativa a reconocer su responsabilidad
por lo que había hecho. Intentaba hacerle aceptar la responsabilidad personal como un primer
paso hacia un compromiso por cambiar sus patrones de comportamiento. Me daba cuenta de que
no estaba siendo lo suficientemente neutral pero, al resultarme repulsiva su conducta, me ví
incapaz de cambiar mi postura. Cuando mi frustración alcanzaba casi el punto de la ira, me
excusé y salí de la sala de terapia. Una vez en el vestíbulo, pude concentrarme en intentar
recuperar una postura neutral. Fui capaz de volver a una postura emocional y conceptual de
neutralidad desatollando algunas hipótesis circulares acerca de cómo ciertas actividades de
su mujer y de su hijastra (así como también algunos recuerdos de su infancia) participaban
en un patrón sistémico que incluía su conducta incestuosa. Cuando volví y reanudé la
entrevista, él empezó a responder a mi cambio (de forma y de tono) volviéndose cada vez
más abierto. Sólo en ese momento pude empezar a darme cuenta de que él estaba mucho
más frustrado consigo mismo de lo que estaba yo con él. De hecho, estaba enfadado consigo
mismo hasta el punto de convertirse en suicida por lo que había hecho. Pasé entonces a
trabajar con estos sentimientos y a ayudarle a modificar algunas de sus ideas y conductas
inapropiadas. Así, el dar prioridad a la postura de neutralidad resultó ser muy terapéutico en
este caso.

¿Es razonable preguntarse si es posible adoptar a la vez posturas de diseño de


estrategias y de neutralidad? A fin de cuentas constituyen posiciones contradictorias en muchos
sentidos. Por fortuna, el sistema nervioso humano es lo suficientemente complejo como para que
11

podamos operar simultáneamente a múltiples niveles conceptuales y dentro de dominios


diferentes. Así a un nivel podemos diseñar estrategias acerca de la necesidad de mantener
la neutralidad, a otro, adoptar esta postura relacional, y a la vez, en otro terreno, estar
haciendo preguntas a partir de hipótesis circulares y ajustamos a la sensibilidad del cliente
en la circularidad. De hecho, al llevar la terapia es probable que la mayor parte del tiempo
estemos empleando no conscientemente aspectos de todas las posturas.

DISEÑO DE ESTRATEGIAS ACERCA DE LAS POSTURAS CONCEPTUALES

Como se ha señalado más arriba, puede que la directriz del diseño de estrategias se aplique
a diversos niveles. De hecho, podría dirigir todo el espectro de actividades perceptivas,
conceptuales y ejecutivas del terapeuta. De esta manera, el inherente compromiso con el
cambio terapéutico podría permear todo el proceso de la entrevista, descendiendo incluso
hasta el nivel de las conductas no verbales y paraverbales, tales como movimientos de
manos y piernas, orientación corporal, dirección de la mirada, tono de voz, cadencia de la
intervención, etc. Sin embargo, lo que sería extremadamente importante incluir, sería el
diseñar 'estrategias acerca de nuestro propio diseño de estrategias. Ya se ha aludido más
arriba a esto, que requiere generar hipótesis acerca de los desarrollos que' se producen en el
sistema terapéutico. Necesitamos seguir sabiendo si nuestras decisiones de actuar
terapéuticamente están, de hecho, siendo terapéuticas o no en cualquier momento dado. Por
ejemplo, yo necesitaba reconocer que mi decisión anterior de animar, persuadir, empujar e
incluso «forzar» al padre inclinado al incesto a que reconociera explícitamente su
responsabilidad estaba limitando mi capacidad terapéutica, ya que puede que de otra
forma no hubiera abandonado ese curso de acción y hubiera perdido el caso del todo. En
otras ocasiones me ha resultado útil intentar ayudar no ayudando (Tomm, K.;
Lannamann, J. y McNamee, S., 1983). Los terapeutas son más susceptibles de desarrollar
esta capacidad de diseñar estrategias acerca del diseño de estrategias si deciden optar por
una postura de diseño personal de estrategias, con lo que me refiero a que decidan
tomar toda la responsabilidad personal por sus decisiones y acciones. Esta postura podría
contraponerse con el diseño proyectivo de estrategias, en el que se toman las decisiones
porque el terapeuta «fue forzado a» o «no tenía elección» a consecuencia de factores
externos (por ejemplo, la situación «real» o las reglas «correctas» de tratamiento).
Personalizar las propias decisiones es una manera de mantener una mayor flexibilidad y
libertad de movimientos en el diseño de estrategias. Es decir, siempre resulta más fácil
cambiar las decisiones e interpretaciones propias que cambiar una situación
«determinada externamente».

Otra dimensión importante del diseño de estrategias es el tamaño de la unidad de


actividad acerca de la cual el terapeuta diseña estrategias. Obviamente esto se relaciona
con el nivel del foco estratégico (elección de un movimiento no verbal específico, tipo de
12

pregunta a hacer, técnica terapéutica general a emplear, postura conceptual a adoptar, etc.),
pero no está determinada exclusivamente por el nivel. Por ejemplo, si el terapeuta está
diseñando estrategias al nivel de técnicas o estrategias terapéuticas específicas, podría
formular una pregunta determinada para superar un aparente «impasse», o podría diseñar
estrategias acerca de toda una secuencia de preguntas que podrían ocupar una parte
importante de la entrevista. Está más allá del objeto de este artículo el discutir la forma
en que la postura de diseño de estrategias apoya la implementación de técnicas concretas
de tratamiento. Mi principal propósito aquí es introducir la noción de diseño de
estrategias como una fundamentación de la entrevista como intervención.

Una tarea al adoptar esta perspectiva acerca de la entrevista sería diseñar estrategias
respecto al desarrollo de la habilidad de mantener una constelación de posturas conceptuales
cuidadosamente afinadas, de modo que resulte probable que las respuestas espontáneas en
cualquier momento dado sean terapéuticas. Para hacer esto de forma deliberada y consciente, el
terapeuta tendría que examinar críticamente cuáles son sus inclinaciones actuales
(preferentemente con la ayuda de un supervisor o colega) y decidir la modificación y/o el
refuerzo de áreas específicas. Por ejemplo, si alguien decidiera mejorar su habilidad en la
generación de hipótesis circulares, podría unirse a un equipo clínico que practicase la
tormenta de ideas sistémicas. Sin embargo, si alguien quisiera desarrollar una pericia
sustancial en esta área (especialmente tras una historia de prolongada inmersión en una cultura
dispuesta hacia el pensamiento lineal), tendría que desarrollar un estudio teórico considerable
y someterse a auto-exploración y quizás a algunas experiencias personales «correctoras». A
medida que se desarrollan la pericia y la seguridad en el mantenimiento de una cierta
postura, se produce un cambio natural de foco desde las decisiones acerca de la postura a sus
productos conductuales, es decir, a las preguntas y secuencias específicas y a la actividad no-
verbal que se derivan de ella.

Una segunda tarea sería organizar una dirección heurística para el flujo de la conciencia
del terapeuta. Por ejemplo, una secuencia lógica para la localización de la atención sería
examinar los resultados de la circularidad, luego los de la generación de hipótesis, luego los del
diseño de estrategias, después los de la neutralidad, y vuelta a la circularidad. En otras
palabras, los terapeutas pueden empezar estableciendo distinciones acerca de la familia en las
interacciones recursivas de la circularidad y llevar estas observaciones a la generación de
hipótesis. Habiendo desarrollado una hipótesis de algún tipo (incluyendo posiblemente la
hipótesis de que lo que aún le falta a uno es una hipótesis clara sobre la familia), topan algunas
decisiones estratégicas acerca de por dónde seguir (por ejemplo, elicitar primero más
información) y cómo hacerlo (tal vez explorar cómo decidieron ir a terapia). Estas decisiones
se convierten en la base para acciones intencionadas (como por ejemplo preguntar acerca de la
iniciativa para la derivación). Habiendo intervenido, se vuelve (conceptual y conductualmente) a
una posición de neutralidad para aceptar lo que ocurra. Se observa a la familia fijándose en las
diferencias en sus respuestas (puede que el padre interrumpa a la madre para señalar que
13

les envió el pediatra) y empieza un nuevo círculo. Las nuevas observaciones se incluyen en el
proceso continuo de generación de hipótesis, y, en base a la hipótesis modificada (por ejemplo,
el marido está minimizando la iniciativa de la familia al pedir ayuda), el terapeuta comienza
una vez más a desarrollar estrategias acerca de qué hacer (¿Debería preguntar a la mujer
quién tuvo la idea primero, y está más interesado por la terapia, o debería respetar el punto de
vista del marido y preguntar por la opinión del pediatra?). Así, mientras tiene lugar la
entrevista, puede que el terapeuta atienda a los resultados de la circularidad, la generación de
hipótesis, el diseño de estrategias, la neutralidad y la circularidad en un circuito recursivo
paralelo al método científico. La aplicación disciplinada de este patrón recursivo de pensamiento y
acción aumentaría probablemente de forma significativa la efectividad terapéutica de la
entrevista como intervención.

Otra tarea sería desarrollar una sensibilidad especial hacia las señales en el sistema
terapéutico que sugieran que está indicado un cambio importante de postura. Por ejemplo,
cuando la atmósfera en la entrevista se ha vuelto rígida o es de oposición, es probable que el
terapeuta se esté inclinando demasiado hacia el diseño de estrategias. Puede que el o los
clientes esté(n) sintiendo que el terapeuta es muy crítico o que le(s) está exigiendo demasiado
cambio. Esto debería ser una indicación para que el terapeuta cambie de postura y se
vuelva más neutral. Por otra parte, si la sesión parece más bien insulsa o aburrida,
probablemente se necesite un diseño más vigoroso de estrategias. Cuando una entrevista
parece carecer de dirección, está claramente indicada una mayor generación de hipótesis
(incluyendo hipótesis acerca del sistema terapéutico). Si el terapeuta parece tener hipótesis
claras, pero la sesión no parece muy fructífera, se puede prestar una atención más afinada a lo
que los clientes están haciendo y experimentando realmente, centrándose en el feedback de
la circularidad. Se necesita establecer nuevas «diferencias» o distinciones de las experiencias
de los miembros de la familia que puede que intervengan en las hipótesis existentes del
terapeuta. Además de aprender a recoger estas señales y a responder a ellas, un terapeuta
debería mantenerse abierto a la reevaluación y al perfeccionamiento intermitente de posturas
establecidas. Habitualmente se produce algún grado de desviación inadvertida como resultado
de las intervenciones continuas de los miembros de la familia. Por ejemplo, si el terapeuta no
tiene sensibilidad para captar el engaño, la circularidad basada en el afecto podría derivar
hacia la ingenuidad ante clientes con habilidad para explotar la buena intención y la confianza
de otros. Aquí se requiere ser perceptivo a los cambios en uno mismo (así como a los cambios
en la familia y en el sistema terapéutico) .Finalmente, las estrategias para movilizar, mantener y
alterar estas posturas se «sumergirán» en los procesos no conscientes, así como las propias
posturas conceptuales, de forma que la conciencia del terapeuta pueda «flotar» libremente hacia
donde más se necesita para aumentar al máximo la efectividad clínica de la entrevista.
14

BIBLIOGRAFÍA

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15

La entrevista como intervención.


Parte II: Las preguntas reflexivas como forma de posibilitar
la auto-curación10

KARL TOMM

El hacer preguntas reflexivas es un aspecto de la entrevista como intervención


orientado a capacitar a los clientes o familias para que generen por sí mismos nuevos
patrones de cognición y conducta. El terapeuta adopta una postura facilitadora y hace
deliberadamente aquellos tipos de preguntas que sean susceptibles de abrir nuevas
posibilidades de auto-curación. Se postula que el mecanismo que produce en los
clientes el resultado terapéutico resultante es la reflexibilidad entre niveles de
significado dentro de sus propios sistemas de creencias. Adoptando este modo de
investigar y aprovechando las oportunidades de hacer diversas preguntas reflexivas,
puede que un terapeuta sea capaz de aumentar la efectividad de sus entrevistas.

INTRODUCCIÓN

El principal estímulo para el trabajo que aquí se resume provino de una interesante
experiencia en Rotterdam, Holanda, en 1981. Se dio la circunstancia de que yo estaba tras un
espejo undireccional observando una sesión de terapia familiar que llevaba un terapeuta en
formación. La familia constaba de los padres, de mediana edad, y de ocho hijos (desde la
preadolescencia hasta la adolescencia). Habían sido derivados debido a que el padre había sido
excesivamente violento a la hora de disciplinar a los chicos mayores. Una serie de preguntas
circulares reveló rápidamente que había una división en las funciones parentales, adoptando
la madre el papel cálido y protector y el padre el firme papel disciplinario. De hecho, los
hijos/as describían a su padre como todo un tirano. Se le consideraba una persona poco
cariñosa que siempre estaba enfadada y no era razonable en sus exigencias parentales. La
conducta no-verbal de los hijos indicaba una fuerte coalición con su madre comprensiva y que
les apoyaba. A medida que transcurría la sesión, el padre se iba volviendo cada vez más
tenso y aislado.

10
Reproducido con el permiso de Family Process, 'Interventive interviewing: Part II Reflexive
questioning as a means to enable self-healing', por Karl Tomm, M.D., Vol. 26, n. 2 (julio 1987)
pp. 167-83. (Traducido por Mark Beyebach).
M. Beyebach y J. L. Rodríguez-Arias (Comps.) (1988) Terapia Familiar. Lecturas I. Publicaciones Universidad
Pontificia de Salamanca, pp. 53-76
16

Puesto que me estaba preocupando un tanto por la tensión que se había creado en la
17

«realidad» alterada no sólo permitió que la entrevista prosiguiera más fácilmente, sino que
también supuso un potencial curativo para los miembros de la familia en el sentido de que les
era más fácil explorar nuevos patrones de interacción. Por tanto, la propia pregunta parecía
haber funcionado como una intervención terapéutica durante el proceso de entrevista. ¿Pero,
por qué resultó tan terapéutica esta pregunta particular? ¿Cómo fue mediado su impacto por la
familia?

Al plantearme estas cuestiones empecé a buscar otras preguntas que parecieran tener
efectos terapéuticos similares. Para satisfacción mía, fue posible identificar una gran cantidad
de ellas. De hecho, parece que la mayoría de los clínicos emplean de vez en cuando estos tipos
de preguntas, aunque de diferente forma y con distintos grados de conciencia. Tras discutir con
diversos colegas la naturaleza de estas preguntas y explorar diversas posibles explicaciones,
decidí llamarlas «reflexivas». Resultó muy útil dar un nombre a estas preguntas. Las
preguntas reflexivas se volvieron más «tangibles y reales» para mí. A continuación empecé a
emplearlas más frecuentemente en mi práctica clínica. Con el tiempo, advertí que las
intervenciones terapéuticas eran introducidas en forma de preguntas reflexivas en la mayor
parte de mis sesiones. Empezó a perder fuerza la necesidad de la intervención formal al final
de la sesión. A veces parecía bastante irrelevante, ocasionalmente incluso contraindicada. Pasó
a ser más importante lo que se respiraba momento a momento durante la entrevista. Aunque
con frecuencia empleo aún una intervención final cuidadosamente preparada, ahora la considero
como sólo un componente del proceso de tratamiento y no como el agente terapéutico esencial,
como la consideraba antes.

UNA FUNDAMENTACION TEÓRICA

El término «reflexivo» fue tomado del Coordinated Management of Meaning (CMM), una
teoría de la comunicación propuesta por Pearce y Cronen (Pearce, W. B. y Cronen, V. E.,
1980). En la teoría CMM, la reflexividad es considerada una característica inherente a las
relaciones entre significados dentro de los sistemas de creencias que guían las acciones
comunicativas. Una breve descripción de la teoría de Cronen y Pearce ayudará a explicar a qué
se refieren ellos con reflexividad, y por qué elegí ese término para caracterizar estas
preguntas.

La teoría CMM considera la comunicación humana un complejo proceso interactivo en el que


los significados son generados, mantenidos y/o cambiados a través de la interacción
recursiva entre seres humanos. Es decir, no se toma la comunicación como un simple
proceso lineal de transmisión de mensajes de un emisor activo a un receptor pasivo; es más
bien un proceso circular e interactivo de co-creación por parte de los participantes implicados.
Pearce y Cronen fueron los primeros en diferenciar y describir las reglas que organizan este
proceso generativo. Se describieron dos categorías de reglas: reglas regulativas (o de acción) y
reglas constitutivas (o de significado). Las reglas regulativas determinan en qué medida deben
desempeñarse o evitarse conductas específicas en ciertas situaciones. Por ejemplo, una
18

regla regulativa en un sistema particular de comunicación podría especificar que «cuando es


desafiada la propia integridad, es obligatorio defenderse». Las reglas constitutivas tienen que
ver con el proceso de atribución de significado a una determinada conducta, manifestación,
evento, relación interpersonal, etc. Por ejemplo, una regla constitutiva podría especificar que
«en el contexto de un episodio de disputa, un cumplido constituye sarcasmo u hostilidad más
que amabilidad o respeto». La teoría CMM propone que una red de estas reglas regulativas y
constitutivas guía la acción de las personas en comunicación en cada momento.

De particular relevancia para la noción de preguntas reflexivas es la organización de las


reglas constitutivas. Apoyándose en la aplicación por parte de Bateson (Bateson, G., 1972)
de la teoría de los tipos lógicos de Russell, Cronen y Pearce sugieren que los sistemas de
comunicación en los que están inmersos los sistemas humanos implican una jerarquía. Ellos
establecen una jerarquía idealizada de seis niveles de significado en vez de los sólo dos
(niveles de informe y de mandato) que han popularizado Watzlawick, Beavin y Jackson
(Watzlawick, P.; Beavin, J. H. y Jackson, D. D., 1967) y el grupo del Mental Research
Institute (MRI). Estos seis niveles incluyen: contenido (de un enunciado), intervención (la
emisión como un todo), episodio (es decir, todo el encuentro social), relación interpersonal,
guión de vida (de un individuo), y patrón cultural. Además, siguiendo a Bateson postulan
una relación circular entre los niveles en la jerarquía (no una relación lineal como en un
principio indicaron Russell y el primer grupo MRI). Por ejemplo, no sólo la relación (nivel de
mandato) ejerce una influencia al determinar el significado del contenido (nivel de informe)
sino que el contenido de lo que se dice influencia también el significado de la relación
interpersonal. Las relaciones organizativas entre dos niveles cualesquiera de significado —
contenido e intervención, contenido y episodio, relación y guión de vida, patrón cultural y
episodio, etc— son circulares o reflexivas. El significado a cada nivel vuelve reflexivamente
para influenciar al otro. Por tanto, la jerarquía de Cronen y Pearce no es simplemente una
organización vertical, sino una red auto-referencial.

Cronen y Pearce pasan a describir la naturaleza de esta relación reflexiva entre reglas
constitutivas. En cualquier momento, la influencia de un nivel de significado sobre otro, por
ejemplo, del item A en un nivel sobre el item B de un nivel más bajo, puede parecer más
fuerte que, viceversa, la influencia de B sobre A. En este caso, Pearce y Cronen dirían que A
ejerce dentro de la jerarquía una «fuerza contextual» hacia abajo, de forma que A determina el
significado de B. Sin embargo, ellos señalan que mientras que la relación entre estos niveles
puede parecer lineal y estable, respondiendo B pasivamente a la dominancia de A (como en una
jerarquía vertical), la relación en realidad sigue siendo circular y activa. Es decir, B siempre
sigue ejerciendo sobre A una «fuerza implicatíva» hacia arriba. La naturaleza circular de la
relación se hace más evidente cuando las implicaciones de B para A se hacen más visibles. Por
ejemplo, la fuerza implicativa de B puede ser potenciada cuando se establecen conexiones entre
aspectos de B y ciertos significados a niveles más altos que A. Además, si la fuerza
implicativa de B aumenta su importancia, su influencia superará finalmente la fuerza contextual
19

de A. Cuando esto sucede, los niveles de la jerarquía se invierten súbitamente. Entonces B se


convierte en el contexto, y lo que previamente era la «fuerza implicativa» hacía arriba de B se
convierte ahora en la «fuerza contextual» hacia abajo de B que entonces redefine el
significado de A. Según la naturaleza de B, una inversión de este tipo puede dar lugar a un
cambio dramático en el significado de A. Esto podría producir un cambio súbito en las
conductas comunicativas debido a que ahora se aplica una regla constitutiva diferente.

Considérese, por ejemplo, que dos individuos tienen una relación interpersonal que
consideran amistosa. Ambos esperarían tener un episodio amistoso de interacción si se
encuentran. Por tanto, sus acciones iniciales tenderían a ser amistosas y cada uno de ellos
estaría orientado a interpretar las acciones del otro como amistosas. En otras palabras, el
significado atribuido a la relación proporcionaría la fuerza contextual que determinase la
naturaleza y el significado de las conductas iniciales en el episodio interactivo. Pero
supongamos que durante el episodio entran en una discusión y empiezan a estar en desacuerdo
acerca de algún tema. Si sigue predominando la fuerza contextual de la cordialidad,
considerarán la articulación de las incompatibilidades de sus respectivas posiciones como
esfuerzos útiles para clarificar y resolver sus diferencias. Sin embargo, sus puntos de vista
discrepantes tendrían aún implicaciones para su relación; puede que su amistad se volviera
tirante. Sin embargo, si las incompatibilidades se hicieran más amplias y el desacuerdo
evolucionara hacia un conflicto airado (tal vez debido a que se viera implicado un aspecto
étnico o de guión de vida), el significado del episodio podría pesar más que la amigabilidad
original de la relación. Si ocurre esto, se produce una inversión en la jerarquía y el episodio
de conflicto se convierte en el contexto para definir la relación. Con esta recontextualización, la
fuerza contextual del episodio conflictivo podría redefinir la relación como una relación de
competitividad o tal vez incluso como de enemistad. Cuando esto sucede, incluso una expresión
conciliadora o una disculpa son susceptibles de ser vistas con suspicacias debido al nuevo
contexto. Los futuros episodios de interacción empezarían entonces con asunciones distintas
acerca de la relación y con conductas diferentes.

Tal vez la pregunta dirigida a la familia holandesa haya desencadenado una inversión de
este tipo. Al introducir el escenario hipotético de la ausencia de la madre (en forma de una
pregunta reflexiva), la relación entre los hijos y el padre fue aislada de la madre y se hicieron
más claras las implicaciones de que el padre hiciera de padre. Cuando la «fuerza implicativa»
de las contribuciones positivas del padre en cuanto progenitor se hizo lo suficientemente fuerte
(tal vez en parte porque a los ocho hijos se les hizo la misma pregunta y cada uno de ellos
contaba con las respuestas del otro), se produjo una inversión entre los niveles de la
jerarquía de significados de los hijos de modo que su concepción de la relación con su padre
pasó de una relación sin cariño a una relación cariñosa. Un cambio de este tipo es
terapéutico y potencialmente curativo porque coloca al padre y a los hijos en un contexto
que es mucho más favorable para trabajar en pos de una solución mutuamente aceptable.

El trabajo más reciente en la teoría CMM ha explorado dos variaciones en esta relación
20

reflexiva entre niveles de significado. Cronen, Johnson y Lannamann (Cronen, V. E.; Johnson,
KÍ M. y Lannamann, J. W., 1982) sugieren que cuando la influencia contextual e implicativa
llegan a ser relativamente iguales, se crea, mediante la activación de la reflexividad inherente, un
«lazo reflexivo». Se describen dos tipos de lazos: lazos extraños y lazos encantados. Un lazo
extraño significa un proceso reflexivo en el que la inversión de niveles da lugar a un cambio
importante de significado, es decir, se activa una regla constitutiva opuesta o
complementaria. Por otro lado, un lazo encantado indica un proceso reflexivo en el que la
inversión hace que los significados sigan siendo básicamente los mismos.

El cambio «de amigos a enemigos» descrito arriba, ilustra los efectos de una inversión
mediada por un lazo extraño. Parecería que un tipo similar de inversión se produjo en la
familia holandesa, «de no cariñoso a cariñoso». En otras palabras, el efecto terapéutico de la
pregunta dirigida a los hijos podría haber sido mediada por un lazo extraño. En los dos
ejemplos citados, el cambio de significado mediado por la actividad y recontextualización
reflexivas fue seguido por un cambio dramático en la conducta: los «amigos» se volvieron
hostiles, mientras que los hijos y el padre renunciaron a su patrón de escalada de
culpabilización. En términos clínicos, nos podríamos referir a estos cambios como cambio de
segundo orden (Watzlawick, P.; Weakland, J. H. y Fisch, R., 1974).

El cambio asociado con lazos reflexivos encantados es diferente. Puesto que los significados
siguen siendo básicamente los mismos (pese a la recontextualización reflexiva), sólo se produce
un cambio de primer orden en la conducta. Por ejemplo, hay poca diferencia en la conducta si
un episodio amigable sirve para redefinir una relación amistosa como amigable. De forma similar,
no cambia mucho cuando una relación hostil es recontextualizada por un episodio de
confrontación. Los cambios con los lazos encantados no son grandes o dramáticos; tienden a
ser pequeños y sutiles. La activación de la reflexividad mediada por lazos encantados sólo da
lugar a que los patrones se hagan algo más generalizados o más profundamente enraizados.
No obstante, el proceso de generalización y/o fijación es extremadamente importante. Un
terapeuta puede hacer preguntas para facilitar una extensión de patrones sanos que ya
existen en la familia, o hacer preguntas para estabilizar desarrollos terapéuticos nuevos que
aún son débiles. En otras palabras, algunas preguntas reflexivas pueden realizar su potencial
curativo a través de lazos encantados. Por ejemplo, durante la entrevista con la familia
holandesa, cabe pensar que el terapeuta en formación podría haber pasado a fortalecer el
cambio desencadenado por la pregunta reflexiva inicial, haciendo una ulterior serie de
preguntas reflexivas como las siguientes: (a la madre) «Cuando están en casa, ¿cuál de los
hijos sería el que más probablemente viera lo mucho que su marido hace para ayudarles? ...
¿Quién sería el segundo con más probabilidad de advertirlo? ... ¿Quién el tercero?»; (a los
hijos): «Si vuestro padre estuviera convencido de que, en el fondo, reconocéis y apreciáis las
cosas que hace por vosotros, ¿le sería más fácil o más difícil tolerar algunos de vuestros errores?...
Cuando pensáis en vuestro padre como un padre que se preocupa por vosotros, ¿estáis más, o
menos, inclinados a hacer lo que os pide?»; (al padre): «Si decidiera Ud. que como padre
21

quiere convencer a Juan de que realmente le quiere, ¿cómo lo haría?... Si se disculpara


después, cuando reconociera que había ido demasiado lejos en su disciplina, ¿piensa que le
respetaría más o menos como a un padre que se preocupa por él? Si su mujer decidiera
intentar ayudar a su hijo a ver más sus contribuciones positivas a la familia, ¿qué podría
hacer?». Estas preguntas podrían haber permitido una mayor consolidación de la «nueva
realidad» al orientar a la familia hacia percepciones y acciones que apoyasen reflexivamente la
nueva interpretación de la relación entre el padre y los hijos.
Por tanto, desde un punto de vista teórico, puede que los efectos terapéuticos de las
preguntas reflexivas estén mediados por lazos encantados. Las propias preguntas reflexivas
quedan como pruebas, estímulos o perturbaciones. Solamente desencadenan la actividad
reflexiva en las conexiones entre significados dentro del sistema de creencias de la familia. Esta
explicación reconoce la autonomía de la familia respecto a qué cambio ocurre realmente; es
decir, los efectos específicos de las preguntas están determinados por el cliente o familia, no
por el terapeuta. El cambio se produce como resultado de las alteraciones en la organización y
estructura del sistema de significados preexistente de la familia. Desde esta formulación, el
mecanismo básico del cambio no es el «insight», sino la reflexividad. Las alteraciones
organizacionales no llegan a la conciencia (aunque puede que los miembros de la familia se
hagan conscientes subsiguientemente de los efectos o consecuencias de los cambios reflexivos).
Llamamos reflexivas a estas preguntas en base a este posible mecanismo de cambio12.

Por tanto, las preguntas reflexivas son, por definición, preguntas hechas con la intención de
facilitar la auto-curación en un individuo o familia mediante la activación de la reflexividad entre
significados dentro de sistemas preexistentes de creencias que permiten a los miembros de la
familia generar o generalizar por sí mismos patrones constructivos de cognición y conducta. Es
importante advertir que el designar ciertas preguntas como reflexivas se basa en la intención
del terapeuta al hacerlas, es decir, el facilitar la propia auto-curación de la familia. En la Parte
III se discutirá la importancia de la intencionalidad a la hora de diferenciar las preguntas
reflexivas de otro tipo de preguntas, como las circulares, lineales o estratégicas. Es suficiente
aquí señalar que estas preguntas no se definen en base a su contenido semántico o su
estructura sintáctica, sino en base a la naturaleza de las intenciones del terapeuta al emplearlas.
El proceso de hacer estas preguntas es denominado interrogatorio circular. Implica una utilización
del lenguaje cuidadosamente considerada y deliberada, que supone una postura conceptual de
diseño de estrategias que es facilitadora más que directiva.

TIPOS DE PREGUNTAS REFLEXIVAS

La variedad de preguntas que se podrían emplear reflexivamente es enorme. Pueden ser


tan variadas como las hipótesis que puede formular un terapeuta acerca de los problemas de un

12
Aunque la elección del adjetivo «reflexivo» no se basó en su utilización gramatical, como en el caso
de los verbos reflexivos (en los que e! sujeto hace algo a sí mismo), la similaridad es compatible y
adecuada.
22

cliente o familia individual y las estrategias que él o ella considere útil a la hora de capacitar a
los miembros de la familia para que encuentren alternativas en sus actividades de resolución
de problemas. Al presentar la noción de preguntas reflexivas a otros colegas, me ha resultado
útil proporcionar ejemplos de preguntas reflexivas que parecen caer en grupos naturales:
preguntas orientadas al futuro, preguntas que colocan en la perspectiva de observador,
preguntas de cambio inesperado de contexto, preguntas con sugerencia implícita, preguntas de
comparación normativa, preguntas que clarifican distinciones, preguntas que introducen
hipótesis, preguntas que interrumpen el proceso. Aunque las preguntas incluidas en estos
grupos están unidas por uno o dos conceptos básicos, hay un considerable solapamiento entre
ellas. Su secuencia y clasificación no proporciona una receta para la conducción de una
entrevista. Los ejemplos específicos se ofrecen sólo para ilustrar el tipo de preguntas que se
podrían emplear para aprovechar las oportunidades momentáneas de intervención terapéutica
respetando a la vez la autonomía de la familia para generar soluciones por sí misma. Para ser
apreciada completamente como reflexiva, cada pregunta tendría que ser colocada en el
contexto de un escenario terapéutico como el de la familia holandesa y analizada en términos
de la reflexividad de la teoría CMM.

Preguntas orientadas al futuro

Este constituye.1( 330.8(n3.3g4(r27.4po(t)-3.7( )6.e(u)7.x)5.44(r27.em2(a)6.9(d-25.9(-25.m))-0.en 330.4(t


23

año próximo?... ¿Hay alguna meta en la que todos estén de acuerdo y para la que se imaginen
trabajando juntos ahora?... ¿Cómo tienen planeado ayudarla a alcanzar estos objetivos?». Si
el terapeuta considera que sería útil para los miembros de la familia operacionalizar objetivos
vagos, podría preguntar: «¿Cómo sabrás cuándo se ha alcanzado la meta?... ¿Qué tendría que
hacer ella para mostrar que lo ha terminado?... ¿Qué conducta específica sería la más
convincente para Ud.?». Al hacer estas preguntas reflexivamente, el terapeuta está menos
interesado por el contenido concreto de las respuestas que por el hecho de que los miembros de
la familia tomen en consideración las preguntas y empiecen a experimentar las implicaciones que
podrían tener las respuestas. De todas formas, las respuestas se convierten en una útil fuente
de datos para la creación de hipótesis y el diseño de estrategias por parte del terapeuta
acerca de qué otras preguntas hacer.

Otra forma de hacer preguntas orientadas al futuro que sigue de forma natural podría ser
explorar el resultado esperado: «¿Cómo crees que progresará realmente el próximo mes?...
¿En seis meses?... ¿Quién sería el más sorprendido si sobrepasara ese objetivo?... ¿Quién
es más susceptible de sentirse decepcionado si se queda corta?... ¿Cómo se manifestaría esa
decepción? Si el terapeuta quisiera resaltar consecuencias potenciales que pudieran surgir si
continuaran produciéndose ciertos patrones, podría preguntar: «Si su marido continúa
mostrando su decepción de la forma en que lo hace ahora, ¿qué cree Ud. que ocurriría con
la relación entre ellos?... ¿Y dentro de 5 años a partir de ahora?.. ¿Qué tipo de relación
padre-hija se habría producido para entonces? Explorar expectativas catastróficas es una
forma de facilitar la exposición de temas ocultos, de modo que puedan ser manejados más
abiertamente. Por ejemplo, se podría preguntar a unos padres sobreprotectores: «¿Qué
temen Uds. que podría pasar cuando su hija sale hasta tan tarde?... ¿Qué es lo peor que
se les ocurre?» (a la hija): «¿De qué te imaginas que tus padres tienen más miedo?...
¿Qué cosas terribles creen que podrían pasar y les mantienen despiertos toda la noche?».
Cuando los miembros de la familia se muestren reticentes a ser abiertos, estas preguntas
pueden ser seguidas de otras para explorar posibilidades hipotéticas. «¿Te imaginas que a tus
padres les preocupa que caigas en las drogas o el alcohol?... ¿Temen que te podrías quedar
embarazada?... ¿Están incluso demasiado asustados como para mencionar este tema, porque
piensan que podrías ofenderte?»; (a los padres): «Si comentarais estas preocupaciones con ella,
¿pensáis que se lo tomaría como una falta de confianza?... ¿Cómo una intromisión en su
intimidad?... ¿O como una indicación de vuestra preocupación como padres?». Se podrían
emplear preguntas adicionales para sugerir futuras interpretaciones y/o acciones: (a los
padres) «Si decidieran que realmente no pueden Uds. controlar su conducta sexual, pensaran
que necesita saber más acerca de los riesgos de embarazo, y sugirieran que consultara con el
médico de la familia acerca de pastillas anticonceptivas, ¿tomaría ella esto como un permitir la
promiscuidad sexual, o como un indicador de su apoyo para que se responsabilice más de
propia vida y conducta?... Si ella se indignara, o incluso se encolerizara si algún chico fuera
un fresco e intentara aprovecharse de ella, ¿estarían sorprendidos?»; (a la hija): «¿Te
24

apoyarían tus padres si le denunciaras por intento de violación?».

Las preguntas orientadas al futuro que introducen posibilidades hipotéticas permiten al


terapeuta compartir sus propias ideas en un proceso de co-creación, junto con la familia, de un
futuro. Pueden ser empleadas para estimular a las familias a que tomen en consideración
posibilidades que puede que nunca haya considerado por sí mismas, pero que son
compatibles con sus valores y creencias preexistentes; (a los padres): «¿Pueden imaginarse
que su profundo compromiso a la hora de estar con sus amigos y, por tanto, a la hora de
desarrollar excelentes habilidades sociales, podría dar lugar a una carrera exitosa en el
campo de la promoción?... ¿Con su talento para hablar, ¿cómo creen que se desempeñaría
de vendedora?... ¿Qué puntuación creen que obtendría en "relaciones humanas" en un test
de aptitudes?... ¿Disponen de este tipo de tests en la escuela?... ¿Dónde podrían
conseguirlos?». Lo que resulta tan seductor de las preguntas hipotéticas de futuro es que
ofrecen oportunidades ilimitadas para la imaginación creativa del terapeuta. El formato
interrogativo puede usarse incluso para introducir historias y plantear dilemas; (a la hija):
«Imaginémonos que tu hermana encuentra a un joven que le gusta mucho, y que él se
preocupa lo bastante por ella como para intentar hacerla dejar la bebida, ¿crees que ella
estaría más dispuesta a escuchar su consejo que el de tus padres?... ¿Qué crees que
harían tus padres si descubrieran que él tiene más influencia sobre ella que ellos?...
¿Seguirían negándose a dejarla salir, o la animarían a pasar el tiempo con un amigo así?».
Las preguntas de futuro también pueden ser empleadas para instigar esperanza y desencadenar
optimismo; (a los padres): «Cuando [no "si"] ella encuentre una forma de cuidar mejor de sí
misma, ¿quién será el primero en advertirlo?... ¿De qué manera se manifestará vuestro
alivio o gratitud?... ¿Cómo mejorará vuestra relación?... ¿Quién sería el primero en sugerir
que se celebre el cambio?».

Preguntas que colocan en la perspectiva de observador

Este grupo de preguntas se basan en la asunción de que el convertirse en observador


de un fenómeno o patrón es un primer paso necesario para ser capaz de actuar en relación
con él. Por ejemplo, es imposible empalizar con otra persona cuando se es incapaz de hacer
algunas observaciones acerca de las condiciones de su experiencia.

Además, cuando los miembros de la familia no reconocen cómo sin darse cuenta se
están haciendo daño los unos a los otros y a sí mismos en el proceso, no pueden aplicar su
buena voluntad para corregir su propia conducta. Las preguntas que colocan en la perspectiva
de observador están dirigidas a aumentar la habilidad de los miembros de la familia para
distinguir conductas, eventos o patrones que no han distinguido todavía, o para ver la
importancia de ciertas conductas y eventos al reconocer su papel como eslabones o conexiones
en patrones de interacción en curso. Hacer una serie de preguntas de este tipo con frecuencia
ayuda a los miembros de la familia a «abrir sus ojos» y desarrollar una nueva conciencia de su
situación. Es posible, por supuesto, hacer afirmaciones directas y señalar ciertas circunstancias a
25

los miembros de la familia en vez de intentar conseguir esto indirectamente haciendo


preguntas. Puede que esto resulte mucho más eficaz y más deseable en algunas ocasiones.
Sin embargo, el crear un contexto en el que ellos puedan generar las nuevas distinciones por sí
mismos tiene ciertas ventajas. En primer lugar, cuando se les pide reflexionar sobre su propia
conducta y sus patrones de interacción, se estimula a los miembros de la familia a desarrollar
mejores habilidades observacionales. En segundo lugar, cuando establecen realmente nuevas
distinciones por su cuenta, experimentan en ellos mismos y en otros miembros de la familia los
recursos observacionales heurísticos y desarrollan una mayor confianza en su propio potencial
curativo. En consecuencia, desarrollan una menor dependencia del terapeuta y de la terapia.

Las preguntas que colocan en la perspectiva de observador pueden categorizarse según la


persona a la que se le pide que comente y la(s) persona(s) o relación(es) sobre la(s) que se
pregunta. Por ejemplo, puede que se empleen las preguntas dirigidas a un individuo para
aumentar la auto-conciencia, es decir, para convertirse en un mejor observador de uno
mismo: «¿Cómo reaccionaste?... ¿Cómo interpretaste la situación que desencadenó esos
sentimientos?... ¿Qué otras cosas podrías haber hecho?... Si tuvieras la oportunidad, ¿qué
harías de manera diferente?». Las preguntas sobre la experiencia pueden fomentar el tener
conciencia del otro: «¿Qué pensaba él al respecto?... ¿Qué imaginas que experimenta él cuando
se mete en una situación como ésta?... ¿Cuando piensa de esa forma, cómo se siente? A
veces se llama a estas preguntas, preguntas de lectura del pensamiento. Puede que se
elaboren más para explorar la percepción interpersonal: «¿Qué piensa él que piensas tú que
está pasando cuando amenaza con suicidarse?... Si él sacara la impresión de que tú piensas
que él no está en realidad tan deprimido y que solamente está intentando llamar la atención,
¿crees que tendría menos deseos de suicidarse, o incluso más?».

Las preguntas que se hacen para explorar la interacción interpersonal se centran sobre
los patrones de conducta y puede que incluyan a la persona a la que se pregunta. Son
extremadamente útiles para llamar la atención sobre la recursividad de los patrones de
conducta en relaciones diádicas, triádicas o más complejas. Por ejemplo, para ayudar a una
pareja casada a ver la naturaleza circular de su interacción se podría preguntar a la mujer:
«¿Qué es lo que hace Ud. cuando él se deprime y se aísla?... Y cuando Ud. se frustra y se
enfada, ¿qué es lo que hace él?»; y luego al marido: «¿Qué hace Ud. cuando ella se frustra
y se enfada?... Y cuando Ud. se deprime y aísla, ¿qué es lo que hace ella?». Para una
pareja es más fácil interrumpir un patrón de este tipo cuando pueden ver su carácter
circular que cuando están limitados a ver sólo sus propias reacciones lineales. En terapia
sistémica, el «cuestionamiento triádico» se refiere a la utilización de una serie de preguntas
que se dirigen a un tercero acerca de las interacciones entre otras dos (o más) personas. En
otras palabras, las preguntas triádicas exploran patrones de conducta interpersonal que no
incluyen a la persona a la que se hacen, permitiendo así que esa persona se convierta en un
observador más neutral: «Cuando tu padre empieza a discutir con tu hermana, ¿qué es lo
que hace tu madre habitualmente?... ¿Se implica o se queda al margen?... Cuando se implica,
26

¿se suele poner de parte de él o de parte de ella?... Cuando se pone de parte de tu


hermana, ¿qué es lo que hace tu padre?... ¿Se siente traicionado por ella o aprecia su
implicación para ayudarle a darse cuenta de que ha ido demasiado lejos?». Este tipo de
preguntas se usan con frecuencia a efectos de evaluación, pero también pueden ser usadas
reflexivamente.

Una ventaja que tiene el ver a los miembros de la familia juntos en terapia familiar en
vez de verlos por separado en terapia individual, es que el proceso de hacer preguntas
acerca de un miembro de la familia en presencia de otros siempre coloca a los otros en la
posición de ser observadores. Estos observadores «pasivos» obtienen una gran cantidad de
información. No sólo ven y oyen la respuesta abierta de la persona a la que se está
preguntando y ven las respuestas no verbales de otros, sino que también obtienen información
de sus propias respuestas privadas a las preguntas, de «las diferencias» entre sus respuestas
privadas y las respuestas reales del preguntado, y de «las diferencias» entre cómo respondió
el preguntado en comparación con lo que los observadores puedan haber anticipado.

Estos fenómenos se producen siempre en terapia marital y familiar, pero puede que se
utilicen deliberadamente (mediante la utilización de preguntas que colocan en la perspectiva de
observador) para ayudar a los miembros de la familia a ver u oír ciertas cosas. Para hacer esto
de forma eficaz, el terapeuta debe llegar a acoplarse lo suficiente con los miembros de la
familia como para ver lo que están viendo y lo que no están viendo, y para oír lo que están
oyendo y lo que no. En otras palabras, los terapeutas deberían esforzarse por observar las
observaciones de sus clientes y por escuchar lo que escuchan sus clientes cuando diseñan
estrategias acerca de qué preguntas hacer de una forma precisa.

Es interesante señalar que los individuos no tienen necesariamente que llegar a hacerse
conscientes de una observación para que ésta tenga un efecto sobre su conducta. Puede
que los fenómenos y las conexiones que están implícitos en las preguntas del terapeuta o
en las respuestas de la familia sean reconocidos de forma no consciente y que aún así
desencadenen un cambio en los patrones de pensamiento y acción. Por otra parte, es necesaria
una conciencia explícita de un objeto o proceso para que los miembros de la familia actúen
sobre él con un propósito consciente. Por lo tanto, puede que las preguntas que colocan en
la perspectiva de observador operen a dos niveles de complejidad respecto al
observador/oyente.

Preguntas de cambio inesperado de contexto

Cualquier cualidad, significado o contexto puede ser considerado una distinción que se hace
en contraste con; alguna otra distinción, es decir, en contraste con una cualidad, significado \o
contexto opuesto o complementario. Sin embargo, el hecho de establecer una distinción
determinada con frecuencia enmascara su complementario u opuesto. Es fácil olvidar que «lo
malo» sólo existe en relación con «lo bueno», y que la tristeza y la desesperación sólo existen
en contraste con la felicidad y la esperanza. Las preguntas dirigidas a desencadenar un cambio
27

inesperado en el contexto se centran en poner de manifiesto aquello que ha sido enmascarado o


perdido. Los miembros de la familia con frecuencia se empeñan en ver ciertos eventos
desde una perspectiva, y sus opciones de conducta quedan consiguientemente limitadas. Puede
que necesiten ayuda para ver el punto de vista recíproco a fin de abrir nuevas posibilidades
para ellos mismos. A veces unas pocas preguntas bien colocadas pueden conseguir esto, es
decir, liberarles de una disposición cognitiva limitada y permitirles que tomen en consideración
otras perspectivas.

Un subtipo de preguntas de cambio inesperado de contexto es el explorar un contenido


opuesto. Por ejemplo, una pareja vino quejándose de la depresión de la mujer. Explicaron
cómo habían soportado una larga serie de enfermedades físicas graves en varios miembros de
las familias nucleares y extensas durante los últimos años. La mujer había estado muy
implicada con los problemas planteados por estas enfermedades, y seguía estando muy
preocupada por ellas. Su desaliento era fácil de entender. Una investigación reflexiva según las
líneas siguientes desencadenó una transformación: «¿Cuándo fue la última vez que Uds. dos lo
pasaron bien juntos?... ¿Qué hicieron durante esos días que les parece agradable?... ¿Qué tipo
de acontecimientos celebran usualmente?... ¿Y juntos, como toda una familia?... ¿Por qué
tipo de cosas están más agradecidos?». La mujer se dio cuenta de repente de que seguían
todos vivos, que tenían buenos ingresos, un hogar confortable, etc. En la siguiente sesión la
pareja anunció con alegría que habían decidido terminar la terapia y que iban a tomarse unas
vacaciones «por primera vez en muchos años».

Una o dos preguntas intermitentes que introduzcan el aspecto opuesto o


complementario de un tema puede aumentar el interés de los miembros de la familia por el
proceso así como aflojar patrones rígidos de percepción y pensamiento. Por ejemplo, en el
contexto de quejas acerca de discusiones y peleas incesantes (que se da por supuesto que son
algo indeseable), se podría explorar un contexto opuesto: «¿Quién de la familia disfruta más
con las peleas?... ¿Quién experimentaría el mayor vado y la mayor pérdida si todo se
parase de repente?»; o explorar un significado opuesto: «¿Quién sería el primero en
reconocer que papá se enfada porque se preocupa demasiado v no demasiado poco?».
Pueden formularse tipos parecidos de preguntas para explorar una necesidad de mantener
el status quo: «Asumamos que hubiera una razón importante para que continuaras con ese
patrón incómodo, ¿cuál podría ser?... ¿Qué está pasando en tu familia que necesita este tipo
de conducta?... ¿Qué otros problemas más serios puede estar resolviendo o evitando esta
dificultad?». Esta última línea de investigación es, de hecho, un método para desencadenar el
que la familia genere su propia connotación positiva de los patrones problemáticos.
Estas preguntas pueden ser utilizadas también para introducir confusión paradójica: «¿Se
te da bien robar?... ¿Cómo es que te cogen tan fácilmente?... ¿No puedes robar mejor?».
Las implicaciones de este tipo de pregunta establecen una paradoja: robar es bueno, pero
es malo; que te pillen es malo, pero es bueno. Con cuidado, estas preguntas pueden incluso
utilizarse para unirse a impulsos temidos momentáneamente: «¿Cómo es que aún no te has
28

matado?... ¿Qué ideas y pensamientos deben morir?... ¿Hay algunos patrones de conducta
que, de hecho, necesiten ser destruidos y enterrados?». Cuando se dirigen a un cliente
atrapado en una lucha contra ideas suicidas, puede que estas preguntas se experimenten
como una liberación y que faciliten una nueva reevaluación de la situación.

Preguntas con sugerencia implícita

Estas preguntas son útiles cuando los miembros de la familia necesitan que se les dé un
empujón un poco más específico. En cada pregunta, el terapeuta incluye algún contenido
concreto que señala en una dirección que considera potencialmente fructífera. Sin embargo,
cuando el terapeuta empieza a empujar demasiado al cliente, por ejemplo, a ver los problemas
o soluciones de la misma forma que él, estas preguntas se convierten en estratégicas (véase
Parte III). Puede que esto no sea necesariamente un problema para la terapia, pero a veces
lleva a un cuasi-sermonear. La tentación de «llevar a su molino» la «verdad» del terapeuta
puede ser minimizada si, inmediatamente después de haber hecho la pregunta, el terapeuta
vuelve rápidamente a una postura de neutralidad y acepta las respuestas de la familia, sean
las que sean.

Pueden incluirse en una pregunta una gran variedad de sugerencias. Por ejemplo, se
puede dejar implícita una reestructuración: «Si, en vez de pensar que él se mostraba
intencionadamente obstinado, pensaras que estaba simplemente confundido, tan confundido
que no supiera ni siquiera que estaba confundido, y que simplemente no entendía la mayor
parte del tiempo qué es lo que querías de él, ¿cómo te imaginas que le tratarías?»; dejar
implícita una acción alternativa: «Si, en vez de retirarte o marcharte cuando ella estaba mal,
simplemente te hubieras sentado con ella o tal vez incluso hubieras puesto tu brazo sobre sus
hombros, ¿qué hubiera hecha ella?... Si persistieras unos pocos minutos de manera tranquila
y amable pese a su rechazo a medias, ¿sería más probable que ella aceptase como auténtica tu
iniciativa de preocuparte por ella?»; dejar implícita la voluntad (referente a una anoréctica):
«¿Cuándo decidió ella perder su apetito?... Cuando decidí: dejar de comer, ¿por qué cosa está en
huelga?»; dejar implícita una disculpa: «Si, en vez de no decir nada y evitarla, admitieras que
cometiste un error y te disculparas, ¿qué crees que pasaría?»; dejar implícito el perdón:
«Cuando llegara el momento en que estuviera dispuesta a perdonarte, ¿lo haría de forma
silenciosa, o sería explícita al respecto?... ¿Hasta qué punto serías capaz de perdonarte a
ti mismo?».

Cualquier pregunta podría ser analizada retrospectivamente y considerarse que contiene


una o más sugerencias implícitas. Sin embargo, para que sea considerada una pregunta
reflexiva, el hacerla implícita no tendría que haber sucedido de forma inadvertida sino más
bien deliberadamente, como parte de la intención terapéutica.
29

Preguntas de comparación normativa

L o s i n d i v
30

Es útil que los terapeutas, al formular preguntas que faciliten un sentimiento de


pertenencia a un individuo alienado, piensen en términos de generar un proceso de
normalización inclusiva. Por ejemplo, ante una suicida, se preguntaría a otro miembro de la
familia: «¿Crees que se siente desolada y desconectada de todo el mundo cuando tiene deseos
de suicidarse?... ¿Le sorprendería saber que la mayoría de las personas tienen ideas suicidas
en algún momento de su vida?... Supongamos que una de sus amigas le hace una confidencia
y admite que también ha tenido sentimientos suicidas, ¿la creería ella?... Supongamos que ella
averigua que un conocido de hecho intentó suicidarse una vez, ¿crees que le chocaría? Si se
diera cuenta de lo comunes que son estas cosas, ¿sería más probable que fuera capaz de
hablar de ellas?... ¿Te sorprendería si algún día ella reuniese el valor necesario para
preguntar a alguien cómo superó momentos difíciles parecidos?... ¿Qué crees que ayuda a la
mayor parte de la gente a encontrar soluciones distintas al suicidio?». Al dirigir estas
preguntas a otra persona en presencia del suicida, a éste se le dan más oportunidades para
tomar en consideración las preguntas y sus implicaciones. Esto es deseable cuando la
expectativa social de que el individuo aislado dé una respuesta explícita podría crear
inadvertidamente una mayor alienación.

Si el individuo alienado es un niño, resulta útil orientar la inclusión hacia la familia:


«Supongamos que todo, el mundo en la familia haya robado algo en algún momento de su vida,
¿quién se imaginan que puede haber robado más?... ¿Y en segundo lugar?... ¿Y luego quién?
Algunas personas son tan hábiles mintiendo y robando que nadie se entera nunca. ¿Quién
de la familia se imagina que habría sido el mejor en ese sentido? ¿El segundo mejor? ¿Quién
tendría las mayores dificultades para dejarlo?... ¿El segundo que más?». Una serie de
preguntas como éstas podría permitir que un niño, que se ha vuelto aislado, defensivo o
desafiante debido a las reacciones familiares críticas hacia el mentir y el robar, se reconecte
como un miembro «normal», de modo que sea más probable que los esfuerzos conectores
sean escuchados, aceptados y seguidos.

Preguntas que clarifican distinciones

Introducir o clarificar una distinción clave puede tener importantes implicaciones en


cualquier sistema de creencias. Puede que estas implicaciones sean bastante terapéuticas,
especialmente cuando hay una considerable confusión en torno a los temas relacionados con
el problema. Por ejemplo, cuando las atribuciones causales de los miembros de la familia
no están claras, son pocas las probabilidades de ser consistentes o coordinar los esfuerzos de
resolución del problema. Un terapeuta podría hacer una serie de preguntas con la intención de
ayudar a clasificar atribuciones causales que ya mantienen los miembros de la familia pero
que son inconsistentes o poco claras. Cuando esta confusión es oculta o está muy difundida,
resulta útil con frecuencia hacer la misma pregunta a varios miembros de la familia y abordar
el mismo tema desde puntos de vista diferentes, a fin de dar a los miembros de la familia
muchas oportunidades de tomar en consideración las ramificaciones de las distinciones. En un
31

caso reciente que fue derivado debido a que una chica adolescente había sido detenida durante
un robo importante tras episodios recurrentes de hurto, se dirigió la misma pregunta básica a
cada miembro de la familia acerca de los puntos de vista de cada uno de los otros y
finalmente acerca de los suyos propios: «¿Crees que tu padre (tu madre, tu hermano, tu
hermana, o tú) ve el hecho de robar más como algo "socialmente malo", más como algo
"psicológicamente enfermo", o más como algo "pecaminoso"?». Esta serie de preguntas sirvió
para clasificar las asunciones subyacentes acerca de la naturaleza del problema y las
inconsistencias en sus esfuerzos correctores. Una consecuencia inesperada fue la iniciativa del
padre (tras la sesión) de movilizar algunos útiles recursos religiosos. Otra fue el reconocimiento
claro por parte de la hija de los riesgos legales implicados, que entonces utilizó exitosamente
para cortar las tentaciones que frecuentemente tenía. Pueden utilizarse preguntas parecidas para
clarificar las asunciones de los miembros de la familia respecto a la medida en que operan
diversos factores biológicos, psicológicos o sociales en el mantenimiento de una variedad de
conductas problemáticas. Asunciones diferentes tienen, por supuesto, implicaciones distintas
para la resolución de problemas.
Pueden emplearse diversas preguntas para clarificar categorías: «Cuando ella está llorando,
¿es porque está lloriqueando para salirse con la suya, o está llorando debido al dolor
emocional?... ¿Piensas que tu padre tiene incluso más dificultades para decir la diferencia
entre lloriquear y llorar?; para clarificar secuencias: «¿Tomaste las pastillas (se refiere a una
sobre-dosis) antes o después de la discusión acerca de marchar de casa?»; y para clarificar
dilemas: «¿Qué es realmente lo más importante para Ud., tener un gran éxito en su profesión
a tener una rica vida familiar?... Si fuera imposible tener ambas cosas, ¿en cuál preferiría
invertir su limitado tiempo y energía?... ¿Quién sería el primero en darse cuenta de que, en un
esfuerzo por evitar enfrentarse a este dilema, puede que de hecho, estuviera sacrificando
ambas cosas?». Puede que las preguntas clarificadoras funcionen, bien separando
componentes de un patrón y por lo tanto descomponiendo la vaguedad, bien conectando
elementos en un patrón y por lo tanto creando nuevas unidades de distinción. Esto último puede
conseguirse a veces con preguntas que deliberadamente introducen una metáfora: «¿Se está
volviendo cada vez más y más como un puercoespín, que cuando más te acercas, más cortante y
espinoso se vuelve?... ¿O se está volviendo más como una semilla de sandía, que cuanto más
aprietas, más se te escapa?»; o introducir hipótesis, un grupo importante que discutiremos
más abajo.
Puede que la atención que ponga un terapeuta sobre las distinciones hechas por
miembros de la familia sea útil de otra forma. Cuando las familias han estado atascadas en
patrones problemáticos durante mucho tiempo, es razonable asumir que algunos miembros de la
familia estén manteniendo probablemente algunas distinciones cruciales con demasiada claridad o
demasiada certeza. Esto limitaría, por supuesto, su capacidad de tomar en consideración
distinciones alternativas. Puede que el terapeuta sea capaz de ayudar a la familia a abrir nuevos
dominios identificando las presuposiciones subyacentes cruciales y haciendo preguntas para
32

inducir incertidumbre: «¿Cuánto tiempo has tenido estas ideas?... ¿Cuándo empezaste a
pensar de esa forma por primera vez...? Si sucediera que estuvieras equivocado, ¿cómo
podrías descubrirlo?... ¿Cuánto tiempo te llevaría darte cuenta de que la situación puede, de
hecho, no ser como parece?... Si estuvieras ciego a lo que hace que estas cosas sigan
sucediendo, ¿cómo podrías-descubrirlo?... ¿Quién sería el primero en ver tu ceguera?... ¿Hay
alguien que se preocuparía de intentar convencerte de que tus puntos de vista eran
erróneos?... ¿Invitarías de hecho alguna vez a algún otro a ayudarte a ver lo que no puedes
ver?... ¿A quiénes respetas lo suficiente como para creerles, si tuvieran ideas diferentes de las
tuyas?». Para ser reflexivas, el tono con el que se hacen estas preguntas tendría que ser
neutral y la postura del terapeuta tendría que ser de aceptación. De otro modo, podrían
constituir una confrontación estratégica.

Preguntas que introducen hipótesis

Las hipótesis clínicas son explicaciones tentativas que sirven para orientar y organizar la
conducta terapéutica de los terapeutas. Es razonable asumir que también podrían servir
para orientar y organizar la conducta auto-curativa de los miembros de 'la familia Si no existe
una buena razón para retener la hipótesis de trabajo del terapeuta, puede que éste
enriquezca la capacidad de la familia de encontrar soluciones nuevas por su cuenta mediante la
introducción de hipótesis heurísticas en forma de preguntas. El formato de respuesta tiende a
transmitir el carácter tentativo, que es importante en la elaboración sistemática de hipótesis,
en comparación con un enunciado o una explicación directos, que implican una mayor certeza. Si
la hipótesis es correcta y se ajusta a las experiencias de los miembros de la familia, puede
que tengan lugar cambios inmediatos y dramáticos. Si no lo es, la familia con frecuencia
proporciona información altamente relevante para que el terapeuta revise o elabore la
hipótesis. Para que tenga impacto no es necesario que la hipótesis abarque todo o sea
completa. Las hipótesis parciales pueden ser muy útiles. De hecho, el terapeuta y la familia
pueden empezar a funcionar así como un equipo clínico para co-crear una comprensión más
sistémica de la situación.

Los subtipos de este grupo pueden ser amplios. Sólo se incluirán aquí unos pocos
ejemplos para ilustrar cómo pueden ser introducidos algunos aspectos de las hipótesis
clínicas. Puede que se hagan preguntas para poner al descubierto la recursividad: «Cuando
Ud. se enfada y ella se retira, y cuando ella se retira y Ud. se enfada, ¿qué hacen los niños?»;
para revelar mecanismos de defensa: «Cuando él no puede tolerar su propia vergüenza y
culpa sino que en vez de ello se enfada contigo, ¿qué te imaginas que le haría más fácil
reconocer y aceptar el dolor?»; revelar respuestas problemáticas: «Si él se enfada para tapar
su vulnerabilidad y no puedes llegar a conectar con su tristeza subyacente, ¿te ve él como
castigadora y reivindicativa, o te ve como si estuvieras simplemente protegiéndote, o incluso
paralizada por tu miedo?»; para revelar necesidades básicas: «A fin de crecer y madurar de
modo natural, ¿qué tipo de protección y cuidado afectivo necesita ella más?... ¿Ante todo algo
33

de espacio físico y emocional para existir y expresarse?... ¿Que le proporcionen consuelo y


apoyo?... ¿Que se le dé orientación y dirección?»; y revelar motivos alternativos: «Cuando
buscaba pareja, ¿qué crees que tu mujer buscaba más? ¿Buscaba más un compañero para ella,
un padre para sus hijos, a alguien que la mantuviera económicamente a ella y a los hijos,
una pareja sexual, o qué buscaba?». También pueden formularse las preguntas
paradójicamente para revelar los peligros del cambio: «Si él se viera forzado a reconocer su
propia contribución a tu depresión, incluso ante él mismo, ¿crees que podría asumirlo?... ¿O
te lo imaginas abrumado por la culpa y convirtiéndose en un suicida?». Puede que una hipótesis
sistémica complementaria elaborada sea demasiado compleja para ser incluida en una
pregunta y que resulte más apropiado en la forma de una aseveración. No hace falta decir
que ningún terapeuta debería sentirse obligado a hacer sólo preguntas.

Los terapeutas y equipos con frecuencia formulan hipótesis acerca del proceso de
tratamiento, además de acerca de la familia. Por tanto, puede que se hagan preguntas a fin
de revelar hipótesis acerca del sistema terapéutico: «Si yo empezara a relacionarme con
vosotros más como un miembro de la familia que como un profesional, ¿cómo se manifestaría
esto?... ¿Quién entre nosotros sería el primero en darse cuenta?... Si yo empezara a
ponerme de nuevo de parte de él, pero no me diera cuenta, ¿me lo harían notar?»; o para
exponer un impasse terapéutico: «Supongamos que fuera imposible para mí serles de ninguna
ayuda real porque mi input descalificaría automáticamente su sentimiento de auto-sufíciencia,
¿qué harían Uds.?... Si yo decidiera que sólo Uds. pueden decidir si continuar la terapia les
es útil, ¿podrían Uds. aceptarlo?».

Preguntas que interrumpen el proceso

Hay un interesante grupo de preguntas que pueden usarse para comentar el proceso
inmediato de una entrevista. Por ejemplo, si una pareja conflictiva empezara a discutir durante
el transcurso de la sesión y la interacción pareciera infructuosa y destructiva, el terapeuta
podría dirigirse a los hijos con preguntas para exponer el proceso actual: «Cuando tus padres
están en casa, ¿discuten tanto como aquí?... ¿O es incluso más intenso?... ¿Quién de vosotros
es más probable que intente intervenir?... ¿Y que intente aclarar la situación?». Cuando la
pareja empieza a seguir la conversación que sobre ellos ha iniciado el terapeuta con los hijos,
se interrumpe su disputa y se les incita a asumir una perspectiva de observador que detiene
el proceso. Esta es sin duda una forma más elegante de manejar este problema tan común
en terapia que el pedir o exigir que la pareja detenga la pelea. La pareja se detiene a sí
misma de forma reflexiva.

Estas preguntas también puede que se centren en reflejar la relación terapéutica: «¿Crees
que tal vez haya ofendido a tu padre por el modo en que he estado haciendo estas
preguntas?... ¿Pudiera ser que me hubiera quedado atrapado al ver sobre todo las cosas tal y
como las ve tu madre?». Puede que a veces el terapeuta quiera emplear una pregunta para
hacer un comentario indirecto sobre el proceso terapéutico. Por ejemplo, si los padres están
34

dándole al hijo (de forma no consciente) indicaciones para que no revele información delicada, el
terapeuta podría optar por preguntar: «Yo sé que nunca harías esto, pero suponte que fueras
donde los vecinos y les contases todo lo que está pasando en casa, ¿quién estaría más
molesto?». Una pregunta de este tipo contribuye a revelar la fuente de la coacción y tal vez
lleve a los padres a dar al hijo permiso explícito para hablar, ya que la terapia es un contexto
diferente. De todos modos, las revelaciones inesperadas durante una entrevista tal vez
supongan para los miembros de la familia el riesgo de represalias tras la sesión. En este caso
el terapeuta puede hacer preguntas para minimizar las reacciones remotas: «¿Piensas que ella
podría temer que estuvieras furioso con ella cuando termine la sesión debido a lo que has
dicho?... Si lo estuviera, ¿lo admitiría?... ¿Incluso ante ella misma? ¿O piensa que tú
reconoces la necesidad que tiene de sacar sus quejas de forma que se pueda hablar de ellas,
pese a que son desagradables?». Finalmente, puede hacer una serie de preguntas para facilitar la
disposición a la terminación: «¿Te preguntas alguna vez si continuar en terapia podría en
realidad interferir en tu capacidad de aprender cómo encontrar soluciones por tu cuenta?...
Si la terapia terminase, ¿quién estaría más molesto?... ¿Quién sería el más aliviado?... ¿Os
escucháis alguna vez a vosotros mismos haciendo el tipo de preguntas que discutimos
aquí?

COMENTARIOS FINALES

Esta muestra de preguntas reflexivas no pretende ser exhaustiva o completa. Más bien está
dirigida a ilustrar la variedad de preguntas que podrían ser usadas de esta manera y
proporcionar ejemplos suficientes como para que se aprecie su carácter distintivo. Los
clínicos experimentados reconocerán como familiares muchas de estas preguntas. De hecho,
probablemente hayan usado algunas de ellas durante años, posiblemente de manera similar,
tal vez de manera diferente. Sin embargo, no es sobre las preguntas específicas por sí
mismas sobre lo que quiero llamar la atención, sino sobre el hecho de que pueden ser
cuidadosamente diferenciadas y empleadas intencionalmente para facilitar la capacidad
autocurativa de la familia. Si el darse cuenta de esto se convierte en parte del proceso, que
constantemente realiza el terapeuta, de diseñar estrategias acerca de qué preguntas hacer
durante una entrevista puede que sea aumentado sustancialmente su impacto terapéutico.
Tal y como se señaló en la Parte I (Tomm, K., 1987), diversos autores han examinado el
proceso de conducir una entrevista sistémica. Algunos de ellos han explorado también la
utilización de preguntas como intervenciones terapéuticas. Por ejemplo, Lipchik y de Shazer
(Lipchik, E. y de Shazer, S., 1986) describen la «entrevista intencionada» y delimitan un grupo
de «preguntas constructivas». Fleurides, Nelson y Rosenthal (Fleurides, C; Nelson, T. S. y
Rosenthal, D. M., 1986) incluyen las «preguntas de intervención» en su listado de preguntas
circulares. White (White, M., 1986) describe «preguntas cibernéticas» y «preguntas
complementarias». En algunos sentidos, todas ellas son parecidas a las preguntas reflexivas aquí
35

descritas, especialmente las de White. Hay, sin embargo, algunas diferencias. El hacer
preguntas reflexivas se centra más en un reconocimiento explícito de la autonomía de la
familia a la hora de determinar el resultado. Esto tiene un efecto importante tanto sobre la
elección de preguntas del terapeuta como sobre su forma de preguntar. Estos aspectos serán
explorados en mayor profundidad en la Parte III.

BIBLIOGRAFÍA
Bateson, G. (1972): Steps to an ecology of mind (New York: Ballantine Books).
Cronen, Y. E.; Johson, K. M. & Lannamann, J. W. (1982): 'Paradoxes, double binds, and reflexive loops:
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Fleurides, C.; Nelson, T. S. & Rosenthal, D. M. (1986): The evolution of circular questions: Training family
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Lípchik, E. & de Shazer, S. (1986): The purposeful interview', Journal of Strategic and Systemic Therapies, 5,
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Maturana, H. (1986): Personal communication.
Pearce, W. B. & Cronen, V. E. (1980): Communication, action and meaning: The creation of social
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Penn, P. (1985): 'Feed-forward: Future questions, future maps', Family Process, 24, 299-310.
Selvini-Palazzoli, M.; Boscolo, L.; Cecchin, G. & Prata, G. (1980): 'Hypothesizing-circularity-neutrality: Three
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Toram, K. (1987): 'Interventive interviewing: Part I. Strateging as a fourth guideline for the therapist',
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Watzlawick, P.; Beavin, J. H. & Jackson, D. D. (1967): Pragmatics of human communication: A study of
interactional patterns, paíbologies, and paradoxes (New York: W. W. Norton).
Watzlawick, P.; Weakland, J. H. & Fisch, R. (1974): Change: Principles of problem formation and problem
resolution (New York: W. W. Norton).
White, M. (1986): 'Anorexia nervosa: A cybernetic perspective', in J. Harkaway (ed.): Family therapy and
eating disorders (Rockville: Aspen Systems Corp.).
36

La entrevista como intervención. Parte III: ¿Hacer preguntas


circulares, estratégicas, o reflexivas?14

KARL TOMM

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4038
37

especiales, también confiere privilegios especiales. Un ejemplo de esto último es que un


terapeuta está legitimado para investigar acerca de las experiencias privadas y personales de
los clientes. Hacer esto con frecuencia puede exponer los puntos vulnerables de los clientes. En
consecuencia, junto al potencial de curación existe el de crear más traumas. Es la forma en
que se realiza una investigación de este tipo lo que constituye la diferencia. Algunos patrones
de conversación pueden llegar a ser mucho más terapéuticos que otros. Uno de los factores
que contribuyen a estas variaciones es la naturaleza de las preguntas que se hacen.

Durante una conversación que pretende ser curativa, el terapeuta hace habitualmente tanto
afirmaciones como preguntas. Se trata de dos tipos bien distintos de emisiones. En general las
afirmaciones exponen temas, posiciones, o puntos de vista, mientras que las preguntas
generan temas, posiciones o puntos de vista. En otras palabras, las preguntas tienden a pedir
respuestas y las afirmaciones tienden a proporcionarlas. Al mismo tiempo, sin embargo, estas
características no son exclusivas; hay un solapamiento considerable entre preguntas y
afirmaciones. Por ejemplo, se pueden plantear preguntas en forma de afirmaciones. «Debe
haber tenido alguna razón para venir a ver me»; «la mayoría de la gente viene porque hay
algo que les está perturbando muy profundamente». De forma alternativa, pueden hacerse
afirmaciones en forma de preguntas: «¿No es interesante que haya vuelto a venir tan
tarde?»; «¿Por qué no se marchó antes, sabiendo que el tráfico sería tan intenso?»15. Pese
a este solapamiento, parece razonable esperar que la forma lingüística predominante de las
aportaciones del terapeuta tenga un efecto importante sobre la naturaleza y dirección de la
conversación.

Parece tener algunas ventajas el que un terapeuta haga principalmente preguntas,


especialmente en la parte inicial y media de una entrevista. Por ejemplo, el hacer esto asegura
una conversación centrada en el cliente. Repetidamente surgen las percepciones, experiencias,
reacciones, preocupaciones, metas, planes, etc., del cliente, que pasan a ocupar el centro de
la escena. Si el terapeuta responde a las contestaciones del cliente con nuevas preguntas, las
experiencias y creencias del terapeuta permanecen en un papel de apoyo a medida que se
desarrolla la conversación. Así, cuando la balanza se inclina a favor de las preguntas y no
de las afirmaciones, el «trabajo» de la sesión se centra naturalmente en el cliente, no en el
terapeuta. Otra ventaja es que las preguntas constituyen una invitación mucho más fuerte
que las afirmaciones a que los clientes se involucren en la conversación. La forma gramatical
de una frase que plantea una pregunta suscita la expectativa social de una respuesta. La
cadencia, el tono y la pausa posterior en la intervención del terapeuta aumentan la expectativa
de una respuesta. Cuando el terapeuta transmite además un claro compromiso de escuchar y
oír las contestaciones de los clientes, se fortalece aún más la expectativa. Por tanto mediante

15
Se podría argüir que toda afirmación plantea ciertas preguntas y que toda pregunta implica ciertas
afirmaciones. Puede que esta «realidad» sea válida desde la perspectiva de un observador que realice un
análisis en profundidad de las transacciones verbales, pero no suele ser experimentada por aquellos
que participan activamente en la conversación. No obstante, puede que la complejidad de lo que se
sugiere o implica (en lo que el terapeuta dice o pregunta) sea generada por el cliente a partir de la
reflexión deliberada.
38

las preguntas se lleva activamente a los clientes a un diálogo con el terapeuta. De hecho,
incluso a los clientes más replegados y/o mudos les resulta difícil evitar entrar en un proceso
de conversación silenciosa cuando se les dirigen preguntas. Otra ventaja que tiene el que
un terapeuta haga ante todo preguntas y se abstenga de hacer afirmaciones, es que así los
clientes son estimulados a reflexionar sobre sus problemas por su propia cuenta. Esto
fomenta la autonomía de los clientes y permite a los miembros de la familia un mayor
sentimiento de logro personal cuando se produce cambio terapéutico, en vez de inducir
dependencia del «conocimiento especializado» del terapeuta.

Hay, sin embargo, consideraciones que limitan la preponderancia de las preguntas sobre
las afirmaciones. En efecto, puede que un terapeuta se esconda tras las continuas preguntas
y no consiga entrar en la relación como una persona real. Esto podría constituir una
desventaja importante al limitar el desarrollo de una alianza terapéutica. Habitualmente los
clientes necesitan experimental al terapeuta como alguien con coherencia e integridad para
concederle su confianza. Por ello, el terapeuta tiene que hacer afirmaciones de vez en cuando
y tomar posición respecto a ciertos temas (incluso cuando la posición adoptada es la de
deliberadamente no adoptar ninguna, como por ejemplo respecto a si una pareja debería
separarse o seguir unida). Además, la expectativa social de respuestas puede experimentarse
como una demanda y convertirse en una imposición. Ciertas preguntas pueden ser
extremadamente intrusivas o amenazantes. Puede que una larga serie de preguntas se
experimente como un interrogatorio o como castigo. Estas posibilidades ponen de relieve la
necesidad de que los terapeutas monitoricen continuamente la conversación y pasen a hacer
afirmaciones cuando sus preguntas se vuelvan antiterapéuticas. Por otra parte, pueden
manejarse algunas de estas dificultades cambiando el tipo de preguntas que se hacen.
La relación entre preguntas y afirmaciones, en cuanto intervenciones hechas por el
terapeuta, tiende a variar según las diferentes escuelas de terapia. Por ejemplo, el enfoque
sistémico de Milán depende fuertemente de la realización de preguntas, mientras que los
enfoques estructural y estratégico dependen también de que se hagan afirmaciones. Entre las
variables que influyen sobre la relación entre preguntas y afirmaciones en una sesión dada
están la orientación teórica y el estilo personal del terapeuta, los tipos de problemas,
creencias, expectativas y estilos de interacción que presenta el cliente y el patrón de interacción
idiosincrático que se desarrolla entre ellos. Por lo que yo sé, todavía no se han explorado
sistemáticamente los efectos de esta relación en la investigación sobre terapia marital y
familiar, ni se ha examinado el efecto que tiene alterar deliberadamente la proporción de
preguntas/afirmaciones en el transcurso de la entrevista.
Aunque este artículo se centra predominantemente en las preguntas y en las diferencias
entre ellas, no pretende dar a entender que un terapeuta debería hacer sólo preguntas. Cuando
los clientes desconocen simplemente información básica o no tienen los recursos de
conocimiento para contestar de manera coherente, es adecuado que los terapeutas
proporcionen respuestas por ellos. Además, afirmaciones provisionales del tipo «si-entonces»,
39

que clarifican los procesos mentales, pueden contribuir enormemente a la conciencia y


comprensión que una familia tenga de eventos relevantes. Por ejemplo, si los padres exigen
repetidamente a su hijo que les revele todo, están a veces, sin darse cuenta, enseñándole a
mentir. Puede que el hijo aprenda a inventar cualquier tipo de contestación que satisfaga la
demanda parental de una respuesta inmediata. Además, a veces las afirmaciones irónicas e
inverosímiles de un terapeuta son el mejor modo para suscitar interrogantes en la mente de
los clientes y aumentar su capacidad de hacer descubrimientos pertinentes por su cuenta.

INTENCIONES Y ASUNCIONES DEL TERAPEUTA

Podría asumirse que toda pregunta lleva implícita alguna intención. De forma
consciente o no, el terapeuta tiene algún propósito al preguntar. Esta intención o propósito
surge de la postura conceptual de diseño de estrategias (Tomm, K., 1987) que orienta la
toma de decisiones en cada instante de la conversación. La intención más común tras las
preguntas que hace un terapeuta es averiguar algo acerca de los clientes o de su situación. Con
la utilización de preguntas, el terapeuta invita a los clientes a compartir sus problemas,
experiencias, historias, esperanzas, expectativas, etc. El propósito inmediato del preguntar es
desarrollar la comprensión del terapeuta. Las preguntas están diseñadas para desencadenar
respuestas de los clientes que permitan al terapeuta acoplarse lingüísticamente con ellos,
establecer distinciones relevantes acerca de sus experiencias, y generar explicaciones clínicas
útiles respecto de sus problemas. Las preguntas se eligen para apoyar la actividad del terapeuta
en las posturas conceptuales de circularidad y generación de hipótesis (Tomm, K., 1987). Se
espera que los miembros de la familia respondan según la visión que ya tienen. Habitualmente
no se espera de ellos que cambien como resultado de estas preguntas. En otras palabras,
durante este proceso de hacer preguntas el lugar principal del cambio pretendido es el
terapeuta, no el cliente o la familia. En esos momentos de la entrevista el objetivo del terapeuta
es llegar a orientarse respecto a la situación problemática y las experiencias idiosincráticas del
cliente y de los miembros de la familia. A medida que el terapeuta elabora impresiones e
imágenes a partir de las respuestas verbales y no verbales de la familia, se hacen más preguntas
a fin de rellenar lagunas, clarificar ambigüedades, y resolver las inconsistencias que aparezcan en
la mente del terapeuta. Por lo tanto, en las primeras partes de una entrevista el terapeuta hace
sobre todo preguntas orientadoras16.

Sin embargo, durante la evaluación de la situación del cliente surgen con frecuencia
ocasiones en las que parecen especialmente oportunas las intervenciones terapéuticas. El
terapeuta reconoce en la conversación un «buen momento» o una «apertura» para influenciar

16
En una publicación anterior (Tomm, K., 1985) me referí a estas preguntas como «descriptivas» porque
invitaban a los clientes a describir su situación y experiencias. Sin embargo, el adjetivo «descriptivas»
podía dar a entender que los miembros de la familia proporcionan una narración objetiva de los eventos
y experiencias, y por tanto, puede resultar equívoco. Ahora refiero «orientadoras» porque es más preciso y
coherente con una explicación cibernética de segundo orden de lo que sucede durante una entrevista. Las
respuestas de la familia simplemente orientan al terapeuta en sus acciones subsiguientes; las
40

las percepciones o creencias de la familia. En otras palabras, la situación conduce por parte del
terapeuta a una acción que podría posibilitar a los miembros de la familia cambiar sus puntos
de vista y por consiguiente su conducta. El terapeuta podría modificar el patrón de hacer
preguntas y hacer algunas afirmaciones. Si, pese a todo, el terapeuta decide continuar la
investigación, puede aún aprovechar estas oportunidades introduciendo intervenciones
terapéuticas en forma de preguntas. De hecho, puede que por diversas razones el terapeuta
prefiera utilizar preguntas para influir sobre el cuente, en vez de recurrir a hacer afirmaciones.
Entonces el terapeuta formula preguntas que influyan, el tipo de preguntas susceptibles de
desencadenar cambio terapéutico.

En este caso, el lugar principal del cambio que se pretende es el cliente o la familia, no el
terapeuta. Esto no significa que el terapeuta no esté abierto a cambios ulteriores en su visión
de las cosas como resultado de las respuestas de los clientes a estas preguntas. Al contrario, el
terapeuta siempre se mantiene abierto al cambio tras una pregunta influenciadora; de lo
contrario, la pregunta se vuelve puramente retórica. Sin embargo, este cambio en el
terapeuta es secundario respecto al propósito predominante del terapeuta al formular esa
pregunta en concreto.
Por lo tanto, una dimensión básica para diferenciar las preguntas es un continuo referente
al lugar del cambio que se pretende con la pregunta. En un extremo del continuo está un
propósito predominantemente orientador, de cambio en uno mismo, y en el otro extremo se
sitúa un propósito predominantemente influenciador, de cambio en otros. Las preguntas
orientadoras están diseñadas para suscitar una respuesta que altere las percepciones y
concepciones del terapeuta, mientras que las preguntas influenciadoras están diseñadas para
desencadenar una respuesta que podría alterar las percepciones y concepciones de la familia.
Cualquier pregunta concreta puede, por supuesto, suponer propósitos mezclados y caer en
cualquier parte del continuo. Esta distinción entre preguntas orientadoras y preguntas
influenciadoras constituye una invitación para que los terapeutas tengan más presentes sus
intenciones durante el proceso de tomar decisiones acerca de qué preguntar.

Una segunda dimensión principal para diferenciar las preguntas tiene que ver con las
diversas asunciones acerca de la naturaleza de los fenómenos mentales y del proceso terapéutico.
Parece razonable asumir que existe en la mente del terapeuta una red de asunciones y
presuposiciones referentes a los temas sobre los que pregunta, como base o
fundamentación teórica de la pregunta. En su mayor parte, estas asunciones o presuposiciones
subyacentes tienden a permanecer no-conscientes durante la conducción de la entrevista. Puede,
sin embargo, que se lleven a la conciencia y se modifiquen deliberadamente en una u otra
dirección. En otras palabras, puede que estas asunciones también estén distribuidas a lo largo
de un continuo. En un extremo de este continuo podrían estar las asunciones
predominantemente lineales o de causa-electo, y en el otro, asunciones predominantemente
circulares o cibernéticas.

contestaciones no se toman necesariamente como afirmaciones acerca de una «realidad» objetiva.


41

La distinción entre «lineal» y «circular» fue importada por la terapia familiar a partir del
trabajo pionero de Bateson en la exploración de la naturaleza de la mente (Bateson, G., 1972,
1979). Desde entonces ha desarrollado en torno a esta distinción una rica red de ideas,
conceptos y asociaciones. Hoy en día estas ideas impregnan la literatura de la terapia familiar.
Se tiende a asociar las asunciones lineales con reduccionismo, principios dormitivos,
determinismo causal, actitudes críticas y enfoques estratégicos. Las asunciones circulares se
tienden a asociar con holismo, principios interaccionales, determinismo estructural, actitudes
neutrales y enfoques sistémicos. Estas asociaciones no implican necesariamente identidad o
isomorfismo dentro de cada grupo de conceptos. Ni denotan que las asunciones lineales y
circulares sean mutuamente excluyentes. Puesto que la distinción entre lineal y circular puede
ser considerada como complementaria y no simplemente como o/o, puede que estas
asunciones y sus asociaciones se solapen y enriquezcan mutuamente. La mayor parte de los
tereapeutas han internalizado estos conceptos en grados diferentes y probablemente operan
con ambos conjuntos de ideas, pero de manera diferente, con diferente coherencia, y en
momentos distintos. Pese a que estas asunciones y presuposiciones tienden a ejercer sus
efectos de forma encubierta y no consciente, tienen no obstante un efecto significativo sobre la
naturaleza de las preguntas hechas. Por consiguiente, esta segunda dimensión aporta una
profundidad considerable a una comprensión de las diferencias entre las preguntas que se
hacen.

La intersección de estas dos dimensiones básicas (propósito del terapeuta y asunciones


del terapeuta) da lugar a cuatro cuadrantes, que se podrían usar para diferenciar cuatro tipos
básicos de preguntas. Esto se indica en el cuadro de la Figura 1. El eje horizontal representa
en qué medida la intencionalidad del terapeuta se orienta a cambiarse a si mismo o a cambiar
al otro. El eje vertical representa el grado de linealidad o circularidad en las asunciones del
terapeuta acerca del proceso mental relevante. Si el terapeuta asume que los eventos que está
explorando ocurren predominantemente de modo lineal o de causa-efecto, las preguntas
orientadoras lo reflejarán y podrían ser consideradas «preguntas lineales». Si el terapeuta
asume que los eventos que se están explorando son circulares, recurrentes o cibernéticos, las
preguntas orientadoras se denominan «preguntas circulares». Si el terapeuta asume que es
posible influenciar a los demás directamente mediante el input de información o la interacción
instructiva, entonces puede considerarse a las preguntas influenciadoras como «preguntas
estratégicas». Si el terapeuta asume que la influencia sólo se da de forma indirecta, mediante
una perturbación de los procesos circulares preexistentes en o entre los miembros de la familia,
las preguntas influenciadoras se consideran «preguntas reflexivas».
42

Puesto que puede que las preguntas específicas reflejen grados diferentes de linealidad o
circularidad así como intenciones diferentes, se 1as podría representar en cualquier lugar del
diagrama. Sin embargo, ciertos tipos de preguntas tenderán a caer en un cuadrante
particular. Por ejemplo, los tipos comunes de preguntas de definición del problema y de
preguntas de explicación del problema tenderán a reflejar una investigación lineal. Las
preguntas que buscan diferencias y una serie de preguntas acerca del efecto de ciertas
conductas sugieren la exploración de un proceso circular. Las preguntas directivas y de
confrontación tienden a ser regulativas y estratégicas. Las preguntas orientadas al futuro y las
preguntas que colocan en la perspectiva del observador tienden a ser reflexivas. Podría esperarse
que diferentes tipos y secuencias de preguntas tengan efectos muy distintos sobre el desarrollo
de la conversación terapéutica. Por ejemplo, la manera en que un cliente informa acerca de un
evento histórico específico está influida por el estilo y el tono de la pregunta del terapeuta.
Una pregunta lineal induce A una descripción lineal, mientras que una pregunta circular invita a
una descripción circular. Proporcionaremos un esbozo de estos grupos principales de preguntas,
con algunos ejemplos de cada uno, antes de examinar más de cerca sus efectos diferenciales.

CUATRO TIPOS PRINCIPALES DE PREGUNTAS

Preguntas lineales

Se hacen para orientar al terapeuta respecto a la situación del cliente y se basan en


43

asunciones lineales acerca de la naturaleza de los fenómenos mentales. El propósito de estas


preguntas es predominantemente investigador. El terapeuta se comporta en buena medida
como un investigador o detective que está intentando descifrar un enigma complejo. Las
preguntas básicas son: «¿Quién hizo qué cosa? ¿Dónde? ¿Cuándo? y ¿Por qué?». La mayoría
de las entrevistas empiezan con al menos algunas preguntas lineales. Esto es con frecuencia
necesario para «unirse» a la familia a través de sus puntos de vista, habitualmente lineales,
acerca de la situación. Con esta forma de investigar, el terapeuta tiende a adoptar una postura
reduccionista al intentar determinar la causa específica del problema. Se hacen esfuerzos para
desenredar las cosas de forma que finalmente quede claramente delineado el origen del
problema.

Por ejemplo, puede que un terapeuta inicie una sesión con una secuencia de preguntas
lineales orientadoras, de la siguiente manera: «¿Qué problemas le han llevado a verme hoy?»
(Es sobre todo la depresión); «¿Quién se deprime?» (Mi marido); «¿Qué es lo que le deprime
tanto a Ud.» (No lo sé); «¿Tiene dificultad para dormir?» (No); «¿Ha ganado o perdido
peso?» (No); «¿Tiene algún otro síntoma?» (No); «¿Alguna enfermedad últimamente?» (No);
«¿Tiene muchos pensamientos pesimistas?» (No); «¿Se siente mal consigo mismo por algún
motivo?» (No); «Debe haber algo que le preocupe, ¿qué podría ser?» (Realmente no lo sé);
«¿Por qué piensa que su marido se deprime?» (Yo tampoco lo sé, simplemente no está
motivado, está en la cama todo el día); «¿Cuánto tiempo lleva tan deprimido?» (Tres meses,
apenas ha salido de la cama en tres meses); «¿Pasó alguna cosa con la que empezara
todo?» (No puedo recordar nada en particular); «¿Intenta alguien levantarle?» (Pues no);
«¿Por qué no?» (Bueno, acabo harta después de un rato); «¿Se siente muy frustrada?»
(Bastante); «¿Cuánto tiempo ha estado tan frustrada con respecto a él?», etc.

La postura conceptual de generación de hipótesis lineales (Tomm, K., 1987) aporta los
aspectos de contenido y los temas sobre los que centrarse para generar estas preguntas
lineales. En esta postura se incluye el pensar en términos dormitivos, es decir, el mantener la
44

presupuestos que le guían son interaccionales y sistémicos. Se asume que todo está conectado
de alguna forma con todo lo demás. Se formulan preguntas para poner de manifiesto los «patrones
que conectan» personas, objetos, acciones, percepciones, ideas, sentimientos, eventos, creencias,
contextos, etc., en circuitos recurrentes o cibernéticos.

Por tanto, puede que un terapeuta más sistémico empiece la entrevista de forma diferente:
«¿Cómo es que nos encontramos juntos hoy?» (Llamé porque me preocupaba la depresión de mi
marido); «¿Quién más se preocupa?» (Los niños); «¿Quién cree Ud. que se preocupa más?»
(Ella); «¿Quién se imagina Ud, que es el que menos se preocupa?» (Imagino que yo); «¿Qué
hace el cuando se preocupa?» (Se queja mucho, sobre todo respecto al dinero y las facturas);
«¿Qué hace Ud. cuando el le muestra que se está preocupando?» (No la molesto, me lo callo);
«¿Quiénes ven más la preocupación de su mujer?» (Los niños, hablan mucho de ello); «¿Estáis de
acuerdo, niños?» (Sí); «¿Qué suele hacer vuestro padre cuando habláis con vuestra madre?»
(Habitualmente se va a la cama); «Y cuando vuestro padre se acuesta, ¿qué hace tu madre?»
(Se preocupa más); etc. Estas preguntas buscan revelar patrones circulares recurrentes que
conectan percepciones y eventos. Tienden a ser más neutrales y aceptadoras. Además, las
respuestas que elicitan de los miembros de la familia son también menos susceptibles de resultar
críticas.

Las preguntas circulares tienden a caracterizarse por una curiosidad general acerca de las
posibles conexiones de eventos que incluyen el problema, más que por una necesidad específica de
conocer los orígenes precisos del problema. Si el terapeuta ha establecido una orientación
cibernética Batesoniana hacia el proceso mental, y ha desarrollado la capacidad de mantener una
postura conceptual de generación de hipótesis circulares, estas preguntas surgirán de forma libre y
fácil. Dos tipos generales de preguntas circulares, «preguntas de diferencia» y «preguntas
contextuales», han sido asociadas con los patrones fundamentales de simetría y
complementariedad, de Bateson. En un artículo anterior (Tomm, K., 1985) se han descrito diversos
subtipos, que incluyen preguntas de diferencia en categorías, preguntas de diferencia temporal,
preguntas de categoría-contexto, y preguntas acerca del efecto de las conductas.

Preguntas estratégicas

Se hacen para influenciar al cliente o familia de una forma específica, y se basan en


asunciones lineales acerca de la naturaleza del proceso terapéutico.

La intención de estas preguntas es predominantemente correctiva. Se asume que es posible


la interacción instructiva. El terapeuta se comporta como un maestro, instructor o juez, que dice
a los miembros de la familia cómo se equivocaron y cómo deberían comportarse (aunque
indirectamente, en forma de preguntas). En base a hipótesis formuladas acerca de la dinámica de
la familia, el terapeuta llega a la conclusión de que algo está «mal» y trata mediante preguntas
estratégicas de hacer cambiar a la familia, es decir, trata de que piense o se comporte de una
forma que el terapeuta considera más «correcta». Puede que la directividad del terapeuta sea
encubierta, debido a que el enunciado correctivo está envuelto en la forma de una pregunta,
45

pero no obstante es transmitida a través del contenido, contexto, ritmo y tono. Algunas familias se
sienten atacadas por este modo de preguntar, pero otras lo consideran compatible con sus
patrones de interacción habituales.

Es más difícil dar ejemplos de preguntas influenciadoras ya que son necesarias, para la
formulación de la pregunta, hipótesis acerca de algunos de los mecanismos implicados en la
situación problemática. Pero, siguiendo con la familia hipotética entrevistada más arriba, el
terapeuta podría intentar influir sobre la pareja preguntando: «¿Por qué no habla Ud. con él
acerca de sus preocupaciones en vez de con los niños?» (No escuchará, se queda en la cama);
«¿No le gustaría dejar de inquietarse en vez de preocuparse tanto por ellos?» (Claro, ¿pero
qué voy a hacer con él?); «¿Qué pasaría si durante la semana siguiente todos los días a las 8
de la mañana Ud. sugiriese que tomara alguna responsabilidad?» (No vale la pena el esfuerzo);
«¿Cómo es que no está Ud. dispuesta a intentar con mayor insistencia el levantarle?» (Estoy
cansada y desilusionada. No se moverá y eso me frustra más); «¿Se da cuenta de cómo su
retraimiento desilusiona y frustra a su mujer?» (¿Qué quiere decir?); «¿No se da cuenta de que
precisamente el irse a la cama en vez de hablar sobre lo que la preocupa está trastornando a
su familia?» (Bueno, yo...); «¿Es algo nuevo esta costumbre de buscar excusas?» (No sabía
que la tuviera); «¿Cuándo va a hacerse cargo de su propia vida y a empezar a buscar un
trabajo?»; etc.

En estos ejemplos resulta bastante evidente que al hacer preguntas estratégicas el


terapeuta está imponiendo al cliente o a la familia sus puntos de vista acerca de lo que
«debería ser». A veces se requiere una directiva o confrontación del terapeuta para movilizar
un sistema atascado, pero puede que un exceso de directividad en esta forma de preguntar
suponga el riesgo de una ruptura en la alianza terapéutica.

Preguntas reflexivas

Pretenden influenciar al cliente o familia de una manera indirecta o general, y se basan


en presupuestos circulares acerca del proceso que tiene lugar en el sistema terapéutico. El
propósito de estas preguntas es predominantemente facilitador. Se asume que los miembros
de la familia son individuos autónomos y que no se les puede determinar directamente. Por
tanto, el terapeuta se comporta más bien como un guía o entrenador que anima a los
miembros de la familia a movilizar sus propios recursos de resolución de problemas. Un
presupuesto importante que se halla tras estas preguntas es que el sistema terapéutico es
evolutivo y que lo que hace el terapeuta es desencadenar actividades reflexivas en los sistemas
de creencias preexistentes de la familia. El terapeuta procura interactuar de una manera que
abra espacios para que la familia vea nuevas posibilidades y evolucione más libremente y de
forma espontánea.

En la Parte II (Tomm, K., 1987) de esta serie de artículos ya se han proporcionado


numerosos ejemplos de preguntas reflexivas. Sin embargo, para dar un indicio de cómo
46

podrían ser en nuestro ejemplo, el terapeuta podría preguntar: «Si Ud. compartiera con él
cuán preocupada estaba Ud. y cuánto la deprimía, ¿qué se imagina que pensaría o haría él?»
(No estoy segura); «Imaginémonos que haya algo acerca de lo que él está resentido, pero
que no quisiera decirle porque temiera herirla, ¿cómo podría convencerle de que Ud. es lo
bastante fuerte como para aguantarlo?» (Bueno, supongo que simplemente tendría que
decírselo); «Si hubiera algún asunto pendiente entre Uds., ¿quién estaría más dispuesto a
disculparse?» (¡Ella nunca se disculparía!); «¿Le sorprendería si lo hiciera?» (¡Seguro!);
«Suponga que en este momento a ella le fuera imposible reconocer o admitir ningún error
por su parte, ¿cuánto tiempo cree que pasaría antes de que Ud. la pudiera perdonar por ser
incapaz de hacerlo?» (Hummm...); «Si esta depresión desapareciera de repente, ¿en qué
serían diferentes sus vidas?»; etc. Estas preguntas son reflexivas en el sentido de que están
formuladas para desencadenar que los miembros de la familia reflexionen acerca de las
implicaciones de sus percepciones y acciones actuales y consideren nuevas opciones. A pesar de
que el hacer preguntas reflexivas pretende también influir sobre la familia en un sentido
terapéutico, sigue siendo una forma más neutral de investigar que el hacer preguntas
estratégicas, ya que es más respetuoso con la autonomía de la familia. Habilidades bien
desarrolladas para mantener una postura conceptual de neutralidad contribuyen a hacer
más probable que una pregunta influenciadora sea reflexiva y no estratégica. Lo que falta en
todos estos ejemplos es el tono emocional empleado al hacer las preguntas. La diferencia
entre estos grupos se harían aún más evidentes si estuvieran presentes la cadencia y el tono
de voz del terapeuta, así como las conductas no verbales que los acompañan. Aquí el énfasis
está en que la diferenciación de estas preguntas no depende de su estructura sintáctica o de
su contenido semántico. Depende del propósito y de las asunciones del terapeuta al preguntar.
De hecho, exactamente la misma secuencia de palabras podría constituir una pregunta lineal,
circular, reflexiva o estratégica. Por ejemplo, si un terapeuta preguntara a un niño: «¿Qué
hace tu madre cuando tu padre llega tarde a casa y la cena ya se ha enfriado?», solamente
para averiguar cómo responde la madre cuando es provocada por el padre, sería una
pregunta orientadora lineal. Si fuera hecha como parte de una secuencia planificada de
preguntas acerca del efecto de las conductas (para ser seguida por algo como «¿Y qué hace
tu padre cuando tu madre le grita?») para explorar la interacción entre los padres, sería una
pregunta orientadora circular. La primera pregunta sería reflexiva si se hiciera para provocar
que los padres se convirtieran en observadores de su propia conducta y para movilizar su
consciencia a fin de modificar su comportamiento. Si se preguntara porque el terapeuta
anticipara lo que el niño probablemente iba a decir, y quisiera que saliera esa información
en ese momento para confrontar al padre o a la madre por su conducta intolerante o
desconsiderada, sería una pregunta estratégica. Por tanto, precisamente las mismas palabras
pueden significar y hacer cosas muy diferentes en el transcurso de una única entrevista.
Habitualmente es la postura emocional del terapeuta al preguntar lo que marca la diferencia
respecto a lo que el cliente oye en la pregunta. Estas emociones están a su vez asociadas
47

con los propósitos y las asunciones del terapeuta.

LOS EFECTOS DE PREGUNTAS DIFERENTES

Antes de discutir los efectos diferenciales de estos tipos de preguntas, es importante


reconocer la discontinuidad existente entre las intenciones de un terapeuta al hacer ciertas
preguntas y sus efectos reales sobre los clientes. Reconocer y aceptar esta división entre
intención y efecto reduce la frustración del terapeuta cuando la terapia no progresa bien, y
abre oportunidades de que el terapeuta considere otras vías alternativas. Desde la perspectiva
de un observador del proceso terapéutico (que es habitualmente el terapeuta observándose a si
mismo trabajando) hay dos puntos, uno principal y otro secundario, en los que se producen
discontinuidades. La primera se da entre lo que el terapeuta pretende hacer y lo que hace
realmente. Esta brecha puede disminuirse de forma constante a medida que los terapeutas
buscan una mayor integración personal y desarrollan una mayor habilidad para llevar a la
práctica sus intenciones. La segunda es la discontinuidad entre lo que el terapeuta pregunta
realmente y cómo lo oyen los miembros de la familia. Aquí hay una limitación absoluta. El
escuchar y responder de los clientes está siempre determinado por su propia autonomía
biológica. Al mismo tiempo, sin embargo, las respuestas de los miembros de la familia no son
arbitrarias; son desencadenadas por y contingentes con lo que el terapeuta dice y hace. Es
mucho lo que un terapeuta puede hacer para mejorar la contingencia entre propósito y
efecto, aumentando su acoplamiento lingüístico con los clientes mediante la postura
conceptual de la circularidad (Tomm, K., 1987). Pero, en definitiva, las intenciones de un
terapeuta al hacer preguntas específicas nunca garantizan ningún efecto específico sobre los
clientes, ni lo garantizaría una mayor precisión en la elección de las palabras y el tono de las
preguntas. Lo que de hecho suceda con el cliente o familia depende siempre de la unicidad de
su propia organización y estructura en cada momento. Nunca se subrayará lo suficiente la
importancia que tiene reconocer y aceptar esta brecha entre intención y efecto, entre acción
del terapeuta y respuesta del cliente. Los efectos que de hecho se producen son siempre
impredecibles.

No obstante, un terapeuta puede estimar y estima probabilidades. Por ejemplo, es más


probable que los clientes se lleguen a interesar por sus propios patrones de interacción a
través eje una serie de preguntas circulares que mediante preguntas lineales, o que se sientan
más culpabilizados por preguntas estratégicas que reflexivas. Puesto que el terapeuta no
puede saber por adelantado cuáles serán los efectos reales de cualquier pregunta dada, pero
tienen que tomar decisiones acerca de qué preguntar antes de hacer las preguntas, estas
decisiones se toman en base a los efectos anticipados. El terapeuta puede considerar los
efectos probables, posibles, improbables e imposibles de diversas preguntas. Este proceso de
anticipación es un aspecto importante de la postura conceptual del diseño de estrategias. Las
siguientes generalizaciones acerca de los efectos más probables de diferentes preguntas podrían
48

incorporarse a los hábitos no conscientes del diseño de estrategias de un terapeuta y guiar


el proceso de decidir qué preguntas hacer.

Preguntas lineales

Tienden a tener un efecto conservador sobre el cliente o familia. Puesto que los miembros
de la familia habitualmente conceptualizan sus dificultades en términos lineales antes de ir a
terapia, hay poca «señal de diferencia» para la familia cuando el terapeuta la invita mediante
preguntas lineales a explicar sus puntos de vista anteriores (acerca de lo que ocurrió, quién
estaba implicado, y cómo). Los miembros de la familia contestan a las preguntas pero
permanecen virtualmente inmodificados. Sin embargo, uno de los peligros de hacer preguntas
lineales es que tal vez, inadvertidamente, sumerja aún más a la familia en las percepciones
lineales, al validar implícitamente las creencias preexistentes. Por desgracia, esto sucede con
mucha mayor frecuencia de lo que los clínicos advierten cuando están llevando entrevistas
corrientes de «evaluación». Pocas veces el entrevistador se da cuenta de que está
produciendo un mayor afianzamiento de percepciones y creencias patógenas. Es especialmente
fácil que se dé este proceso si, en el transcurso de la entrevista, el terapeuta no hace el tipo
de preguntas (o no hace las afirmaciones) que implícitamente (o explícitamente) ponen en
cuestión las creencias previas de la familia. Otro riesgo de las preguntas lineales es que el
pensamiento reduccionista que implican tiende a activar actitudes críticas. Cuando el terapeuta
pone de relieve «la causa» de un problema presentado, de una situación indeseada,
automáticamente se dirigen a ella juicios negativos, ya que el problema es algo indeseable. Por
lo tanto, mientras que las preguntas lineales son necesarias para desarrollar un foco claro sobre
el problema, y resultan útiles para establecer la relación inicial, es útil que los terapeutas
tengan también en cuenta sus peligros potenciales17.

Preguntas circulares

Las preguntas circulares, en cambio, tienen la capacidad de ejercer efectos liberadores


sobre la familia. Cuando el terapeuta hace preguntas para identificar patrones de cara a una
comprensión circular o sistémica de la situación problemática, los miembros de la familia que
están escuchando las respuestas establecen también sus propias conexiones. Por tanto, puede
que sean capaces de hacerse conscientes de la circularidad en sus propios patrones de
interacción. Con esta mayor consciencia, puede que sean «liberados» de las limitaciones de sus
anteriores puntos de vista lineales y que subsiguientemente sean capaces de abordar sus
dificultades desde una nueva perspectiva. Por ejemplo, si mediante una serie de preguntas
acerca de las conductas un marido empieza a ver que no se trata simplemente de que las quejas

17
Obviamente, si la contestación del que responde incluye información de la que otros miembros de
la familia (que están escuchando) no eran conscientes previamente, esto podría constituir una
novedad importante y tener efectos significativos. Sin embargo, puede que esto ocurra con todos los
tipos de preguntas. Es un efecto general del método de la entrevista conjunta en terapia marital y
familiar, y no específicamente un efecto del tipo de pregunta que se hace.
49

preocupadas de su mujer activen su depresión, sino también que su depresividad activa las
quejas de ella, puede que se vea liberado para actuar de manera diferente, en vez de
desanimarse cuando ella se preocupa y se queja. Tiene más oportunidades para reconocer
que algunas iniciativas constructivas por su parte podrían activar una respuesta diferente de
ella. También es probable que acepte más y juzgue menos la «respuesta de preocupación» de
ella ante su conducta depresiva. El mayor riesgo de las preguntas circulares es que cuando el
terapeuta explora áreas de interacción cada vez más amplias, puede que la investigación
derive hacia terrenos que parezcan irrelevantes para las preocupaciones y necesidades
inmediatas de la familia. Otro riesgo es que puede que los clínicos que están aprendiendo a
usar preguntas circulares las utilicen de una forma bastante mecánica. Entonces las preguntas
parecen repetitivas o triviales, y por tanto, pueden llegar a ser irritantes para la familia En
conjunto, sin embargo, las preguntas circulares son más susceptibles de tener efectos
beneficiosos inadvertidos que las lineales.

Preguntas estratégicas

Tienden a tener un efecto limitador sobre la familia. El terapeuta intenta influenciar


(de forma lineal) al cliente para que piense o haga lo que el terapeuta considera más sano o
«correcto». Con estas preguntas se pretenden limitar las probabilidades de que los miembros de
la familia sigan por el mismo camino problemático. Un efecto secundario común es que los
miembros de la familia se sientan culpables o avergonzados por haber tomado ese camino. La
limitación puede ser de dos formas: no hacer algo que el terapeuta considere «equivocado» y
que está contribuyendo al problema, o hacer sólo lo que el terapeuta considera que es
acertado y que sería útil. Ambas tienden a reducir las opciones de la familia a lo que el
terapeuta considera que es lo mejor, tanto si de hecho encaja en ese momento como si no.
Por lo tanto, estas preguntas tienden a ser más manipuladoras y controladoras. En el caso
extremo, pueden ser como las preguntas que emplearía un buen abogado al interrogar a los
testigos en un juzgado. El abogado emplea preguntas estratégicas para conducir, seducir,
intimidar o forzar a un testigo a fin de que diga precisamente lo que el abogado quiere que
oigan el juez y el jurado. De forma parecida, un terapeuta puede «forzar» a un individuo a
que diga cosas que el terapeuta quiere oír, o que quiere que oigan otros miembros de la
familia, incluso si esa persona en realidad no piensa o siente de esa manera. Debido a la
naturaleza potencialmente coercitiva de las preguntas estratégicas, un exceso de ellas podría
tener efectos antiterapéuticos inadvertidos.

Por otro lado, las preguntas estratégicas ocasionales pueden a veces ser extremadamente
constructivas en el proceso terapéutico. Estas preguntas pueden usarse con energía para
desafiar patrones problemáticos de pensamiento y conducta sin tener que recurrir a
afirmaciones u órdenes directas. Si las preguntas están cuidadosamente formuladas, con
frecuencia puede confrontarse a los clientes con las-limitaciones, restricciones o contradicciones
en sus propios sistemas de creencias. De forma alternativa, pueden usarse a veces las
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preguntas estratégicas para llevar a la familia de forma bastante directa a reconocer y


adoptar una solución obvia.

Preguntas reflexivas

Estas preguntas son más susceptibles de tener un efecto generativo sobre la familia. El
propósito influenciador del terapeuta queda moderado por el respeto a la autonomía de los
clientes y, por tanto, el tono de estas preguntas tiende a ser mucho más suave. Los
miembros de la familia sienten que son invitados a tomar en consideración nuevas ideas, y no
que son empujados o arrastrados hacia ellas. Las preguntas tienden a abrir espacios para que
los miembros de la familia tomen en consideración nuevas percepciones, nuevas perspectivas,
nuevas direcciones y nuevas opciones. También permiten una reevaluación, sin coacción, de las
implicaciones problemáticas de las percepciones y conductas actuales de la familia. A consecuencia
de ello, los miembros de la familia tienden a generar nuevas conexiones y nuevas soluciones :a
su manera y en su momento. La complicación más probable de las preguntas reflexivas es
que podrían fomentar incertidumbre y confusión desorganizadoras. Abrir múltiples nuevas
posibilidades sin proporcionar una dirección adecuada puede fácilmente confundir. Sin embargo,
puede que esta confusión no sea necesariamente
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La Figura 2 resume el propósito predominante y los efectos más probables asociados con
cada conjunto de preguntas. Se incluyen en el diagrama los efectos de las preguntas sobre el
terapeuta así como sobre la familia. Con los paréntesis se pretende indicar que los efectos
reales siempre siguen siendo impredecibles. Según la estructura de una familia, en un
momento dado, una pregunta estratégica podría tener un efecto generador en vez de tener
un efecto limitador. Una pregunta lineal podría tener un efecto liberador, y una pregunta
reflexiva podría tener un efecto limitador, etc. Lo único que se puede decir es que es más
probable que los miembros de la familia experimenten respeto, novedad y transformación
espontánea como resultado de que se hagan preguntas circulares y reflexivas, y que se sientan
juzgados, interrogados o forzados, como consecuencia de preguntas lineales y estratégicas. Si los
miembros de la familia empiezan a sentirse juzgados o manipulados, la sesión suele volverse
tensa o «helada». Esto podría ser una indicación para el terapeuta de que cambie el tipo de
preguntas para hacer aquéllas que resultan más neutrales y aceptadoras (o abandonar
temporalmente todo el proceso de hacer preguntas). De forma alternativa, si los miembros
de la familia se han vuelto demasiado cómodos y complacientes en el proceso de terapia, tal
vez unas pocas preguntas estratégicas bien colocadas puedan estimularles a considerar nuevas
direcciones. Lo que aquí se propone es que la utilización de estas distinciones podría permitir
al terapeuta elegir aquellos tipos de preguntas que son más susceptibles de orientar la
entrevista de modo que se convierta en una conversación para la curación.
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COMENTARIOS FINALES

La imposibilidad de predecir los efectos que se producen realmente apunta a la importancia


que tiene la continua actividad del terapeuta de controlar las reacciones inmediatas de los
miembros de la familia y revisar las hipótesis a medida que se desarrolla la sesión. Sin
embargo, con frecuencia no se pueden observar los efectos reales de una pregunta; las
reacciones de los miembros de la familia son en conjunto demasiado difíciles de «leer». Puede
que a veces los efectos ni siquiera se materialicen en el momento de la entrevista. Puede que
los miembros de la familia no empiecen a darse cuenta de las implicaciones pertinentes hasta
después de la sesión, tal vez el día siguiente, o incluso más tarde. Hay algunas preguntas que
permanecen en la mente de los clientes durante semanas, meses, y a veces años, y siguen
teniendo efecto. En gran medida, un terapeuta siempre tiene que «trabajar en la oscuridad» y
nunca sabe cuál es el resultado final de las preguntas específicas. Esto hace recaer una
responsabilidad aún mayor sobre la intencionalidad del terapeuta en la toma de decisiones
acerca de qué preguntar. En otras palabras, los terapeutas deben asumir la responsabilidad
por las preguntas que hacen, sin saber nunca cuáles podrían ser sus efectos completos. Al
mismo tiempo, sin embargo, puede avanzarse mucho en lo que respecta al desarrollo
profesional personal para aumentar la probabilidad de que la conducta espontánea de un
terapeuta en una entrevista sea más susceptible de ser terapéutica que no-terapéutica o
antiterapéutica. Hay que tener en cuenta que, en buena medida, la pregunta «prefigura» la
respuesta por cuanto estructura el dominio de una respuesta «apropiada». Es decir, una
pregunta presupone una respuesta particular, o al menos una respuesta en un determinado
dominio.
Entonces, hacer una determinada pregunta es suscitar una contestación determinada. El
tipo de preguntas que un terapeuta decida hacer depende del tipo de contestación que le
gustaría oír. El que el cliente acepte o no la invitación del terapeuta de proporcionar una
contestación en el dominio «apropiado» es otra cuestión, pero seleccionar la pregunta supone
restringir el abanico de respuestas «legítimas». Esta selectividad da al terapeuta una influencia
enorme a la hora de establecer y mantener una dirección en una conversación.
Las distinciones que se establecen en este artículo reflejan los resultados de algunas
investigaciones cualitativas a las que he estado dedicado en los últimos años. Si un
investigador empírico quisiera explorar más estos temas y determinar, por ejemplo, si una
pregunta dada es lineal, circular, estratégica o reflexiva, tendría el problema de tener que
identificar las intenciones y asunciones del terapeuta al hacerla. La vía más directa para ello
sería pedir al terapeuta que intentara articular sus pensamientos al formular preguntas. Tal vez
podría conseguirse esto durante la revisión de un video inmediatamente después de la sesión. Un
observador externo podría también evaluar cada pregunta en su contexto. Posteriormente se
podría comparar el grado de ajuste de estas estimaciones y ponerlas junto a descripciones de
las experiencias de los cuentes en cada momento, hechas por los clientes al revisar
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también la cinta. Puede que estudios ulteriores en estas líneas contribuyan considerablemente a
obtener un conocimiento más profundo del proceso de entrevistar interviniendo.

BIBLIOGRAFÍA
Bateson, G. (1972): Steps to an ecology of mina (New York: Ballantine Books).
— (1979): Mind and nature: A necessary unity (New York: E. P. Dutton).
Tomm, K. (1985): "Circular interviewing: A multifaceted clinical tool', in D. Campbell y R. Draper (eds.):
Applications of systemic therapy: The Milan approach (London: Grune y Stratton).
— (1987): 'Interventive interviewing: I. Strategizing as a fourth guideline for the therapist', Family
Process, 26, 3-13.
— (1987): 'Interventive interviewing: II. Reflexive questioning as a means to enable self-healing',
Family Process, 26, 167-183.

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