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Los relatos son alucinantes. En eso nos parecemos. El líder de un grupo vengador
conocido como los Guardianes del Juramento reconoce que de diversas maneras
Trump convocó una “revolución armada” desde la célebre oficina oval. No fue una
explosión popular súbita y espontánea. Ha quedado claro que desde semanas
antes circulaban por las cloacas paramilitares órdenes de prepararse para
“defender nuestro triunfo en las elecciones”. Falso argumento y falso triunfo,
pues el grotesco magnate salió vencido. Gracias a una actuación valerosa del
vicepresidente Mike Pence (hasta entonces bastante gris y asaz lagarto) la correa
institucional siguió rodando.
No existía tal robo electoral, por supuesto. Una mano sensata impidió que Trump
enviara el trino y lo archivó. De allí lo desenterró la JEP gringa. Confirman las
confesiones que el propio mandatario convocó, alentó y apoyó la jornada
criminal. Un informe de The New York Times dice: “El expresidente tuvo un papel
protagónico para atraer a Washington una multitud bajo el impulso de sus
mentiras electorales y además dirigió el plan de atacar el Capitolio, pese a la
opinión adversa de sus asesores más cercanos”.
Aquel 6 de enero ganó Biden. Pero avanzó la derecha brutal que Trump
representa, y, con ello, perdió el país. Desde entonces se asienta cada vez con
más fuerza la catapulta regresiva que desdeña a las mujeres, discrimina a los
diferentes, persigue a los inmigrantes y trabaja para los ricos. En las últimas
semanas la imagen de Biden se desplomó, las fuerzas conservadoras
desmontaron el derecho al aborto, obstaculizaron a los amigos del medio
ambiente y acentuaron el ademán xenófobo. Existe la sensación de que, pese a
todo, Trump no recibirá castigo alguno y en 2024 volverá a ocupar la Casa Blanca.
Ojos abiertos
Que abran bien un ojo los miembros del nuevo ejecutivo, pues aún les quedan al
subpresidente y sus amigos veinte días y veinte noches de mando, tiempo más
que suficiente para llenar las embajadas, suscribir contratos y repartir aguinaldos
indebidos, como la feria de carros blindados, guardaespaldas, protección especial
y pasaportes diplomáticos que montó la Casa de Nariño a favor de sus cuates y
que costearemos los contribuyentes.
Es prudente que, al mismo tiempo, el otro ojo vigile ciertas entidades que se
encuentran en modo venganza, dispuestas a trazar cicatrices imborrables en sus
víctimas. Así ocurre con la prensa crítica, que en los últimos tiempos se ha visto
sometida al asalto de la Fiscalía y otras oficinas que se pasean cimarronas
cobrando lo que ellas consideran deudas.