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Entre mis clientes estaba él, Luis, de mediana edad, todas las
mañ anas tomaba un revuelto, anís y moscatel, el alcohol formada parte
de su vida, pero lo mantenía controlado. Me había percatado que
cuando entraba ella, una mujer también de mediana edad, se le
iluminaba la cara, intentaba no mirarla directamente, pero cuando se
sentaba en el taburete, volvía la mirada hacia ella, tenía una melena
morena preciosa y unos ojos bonitos de mirada triste. Siempre tomaba
un café con leche, unas veces con churro y otras só lo. Después de darle
los buenos días, le decía: —Joven, - llamaba así a mis clientes cuando
no sabía el nombre, aunque tuvieran 80 añ os,- ¿hoy toca churro?.
Para Luís ese momento del día era el mejor, después a mitad de
tarde volvía al bar, hablá bamos de las noticias má s destacadas del día,
y a veces, le invitaba a una tapa, esas que no había vendido y que para
el día siguiente ya no podía ponerlas en el mostrador.
Ese día Luís parecía no tener prisa, y empecé a recoger para el
cierre, tal vez era el momento de hablar con él, y comentarle mi deseo
de que decidiera hablar con la mujer de la melena bonita.