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En esta unidad, comprenderemos qué es la categoría de género, sus orígenes, evolución y los debates para su
conformación. Luego, repasaremos las olas del movimiento feminista y por la diversidad sexual, poniendo énfasis en
los hitos y conquistas fundamentales como en los desarrollos y avances en cada etapa. Por último, se trabajarán las
problemáticas de la sexualidad y la deconstrucción del género.
4. Deconstrucción y diversidad
Video conceptual
Referencias
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Inicialmente, el género nombraba el carácter social y construido de las relaciones diferenciadas entre
los sexos. Esta forma de comprenderlo implicaba dejar de lado las perspectivas biologicistas sobre la
diferencia sexual, que explicaban que los hombres, en cuanto cuerpos varones y portadores de
masculinidad, eran fuertes y que las mujeres, en cuanto cuerpos hembras y poseedoras de
feminidad, eran débiles.
Entonces por género, comprendemos, en primer lugar, la creación social de los roles apropiados para
mujeres y hombres, y por ello lo definimos como la categoría social que se impone sobre los cuerpos
sexuados (Scott, 1996). También nos permite preguntarnos porqué aún los hombres son
representados como poderosos y más fuertes que las mujeres, y el modo en que estos sentidos son
aprendidos desde nuestra infancia.
Y es por estas preguntas que el género como categoría analítica permite comprender las causas de la
desigualdad entre géneros.
Así, el género evoca símbolos y representaciones culturales que definen lo que es ser
varón o mujer. En este campo, entran los estereotipos de género, que encontramos en
las películas, en las publicidades o en la televisión. Estos símbolos y representaciones, no
sólo nos dicen que es ser mujer o ser varón, sino que además nos informan cómo se
debe ser en tanto varones o mujeres, es decir, actúan normativamente. Por eso se habla
de los mandatos de feminidad y de masculinidad.
Estereotipo de género: Refiere a los conceptos normativos (que indican el supuesto deber ser) de los
roles sociales y sexuales de género. Es un campo primario que articula relaciones de poder.
Hablamos de que es primario ya que a lo largo de la historia ha contribuido a mantener relaciones
desiguales de poder entre los géneros. Por tanto, facilita la significación del poder (por ejemplo, lo
poderoso se asocia a la fuerza física masculina) organizando la vida social. Es decir, miramos,
actuamos y pensamos a la sociedad, la familia y las personas a partir de estos “lentes de género” que
nos ponemos cuando empezamos a socializar desde la temprana edad.
Esto nos lleva a la última característica que es la función legitimadora del género que hace que la
desigualdad sea entendida como normal o natural. Por ejemplo, es aquella que indicaría que la
mujer es más responsable del cuidado de los hijos y las hijas, por tanto, debe ser la encargada de las
tareas de cuidado; y que el varón es quien provee mayores ingresos a la familia, por tanto, la
masculinidad debe ser proveedora.
Luego veremos cómo este esquema se complejiza con nuevas investigaciones donde el género es
pensado en su interrelación con la clase social y la raza para dar cuenta de las específicas situaciones
de desigualdad. Además de su interrelación con la construcción del, sexo y la sexualidad,
cuestionando la binariedad biológica y la organización social de la heterosexualidad como única
posibilidad vincular.
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Estas preguntas actuales nos demuestran cómo el género es una categoría abierta cuyos sentidos
son continuamente revisados y complejizados. Para concluir, debemos comprender hasta aquí que:
La característica central del pensamiento androcéntrico es que no sólo se trata una visión del mundo
desde el punto de vista masculino, sino que ésta se ha establecido como el parámetro de lo universal.
Por ello, se presenta como neutral, objetivo, universal y riguroso científicamente. Y esto explica la
dificultad que tenemos hoy para advertir cuando estamos frente a un posicionamiento
androcentrista. Ejemplos de ello, fue como diversas disciplinas afirmaron científicamente la
diferencia biológica entre hombres y mujeres como un dato objetivo de la realidad y fueron adosando
a esta diferencia material significados y ejemplificaciones de desigualdad y de inferioridad. Así, se
aseveraba científicamente que las mujeres eran menos inteligentes, que su biología las hacía
tendientes a la debilidad y a la emocionalidad, la irracionalidad y que el amor por las tareas de
cuidado era una predisposición natural.
La perspectiva de género, implica poner la mirada en el análisis de las relaciones de poder entre los
géneros. Sería un error considerar que esta mirada atañe a “cosas de mujeres” o políticas públicas
destinadas únicamente a mujeres, que dejan intactas las dinámicas de poder y saber constitutivas de
la desigualdad y la exclusión. Asimismo, el feminismo no propone la sustitución de un término
central como el masculino por otro término central femenino. Por el contrario, lo que se propone es
poner el foco del estudio en la existencia de estas relaciones de poder para deconstruirlas y dar paso
a una nueva sociedad más democrática.
Fuente: National Geographic (7 de marzo de 2017). Niñas y niños de 9 años de diferentes lugares del mundo cuentan en qué afecta su género a sus vidas.
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Lesson 2 of 6
Feminismo
Entendemos por feminismo al movimiento social, político y teórico que busca desarrollar relaciones
sociales equitativas e igualitarias, sin sesgo de sexo, género e identidad sexual. Es un movimiento de
justicia social que pretende deconstruir las relaciones sociales y culturales de desigualdad en lo
político, económico, legal y social, como así también superar la dicotomía entre masculino y
femenino para pensar nuevas formas de realidad social.
Primera ola
Se corresponde con el feminismo que comprende desde el siglo XVIII hasta mediados del siglo XX. Esta
extensión temporal hace necesario que tracemos a su vez, dos subperíodos diferenciados: las ilustradas y las
sufragistas.
Las ilustradas
El siglo XVIII fue una etapa de intensa convulsión política y social. La Revolución francesa trajo consigo
promesas de igualdad, justicia y derechos civiles y políticos universales. Las mujeres se involucraron
activamente en estos debates, pero se vieron excluidas de las reformas sociales que la Ilustración había
propuesto.
Por su parte, la “Declaración de los Derechos del Hombre y Ciudadano” excluyó a las mujeres del acceso a un
goce pleno de derechos civiles y políticos, por lo que esta etapa del movimiento feminista se vinculó con la
defensa de las mujeres al acceso a la educación, el trabajo, la vida política, la igualdad en el matrimonio, la
administración de sus bienes, etcétera.
Fuente: Aude GG (25 de enero de 2017). #1 - Les droits de la femme et de la citoyenne - Virago - Olympe de Gouges. [Video de YouTube]. Recuperado de
https: //www.youtube.com/watch?v=WvRT3olP-0I
https: //www.youtube.com/watch?v=NlOvHXYLr7c
Las sufragistas
A partir del siglo XIX comienza un largo período en la lucha de las mujeres por obtener el derecho al voto. La
lucha del movimiento feminista sufragista no tuvo el mismo desarrollo en todos los lugares del globo, pero sí
significó gradualmente la internacionalización del movimiento. Fue en Seneca Falls, Estados Unidos, donde se
reunió la primera Convención sobre los Derechos de la Mujer. En esta convención, se redactó la “Declaración
de Sentimientos de Seneca Falls” (1848), donde las mujeres proclamaron su independencia y su autonomía de
la autoridad que sobre ellas era ejercida por los hombres y por un sistema social y jurídico desigual en el trato
como ciudadanas (De las Heras Aguilera, 30 de noviembre 2008).
Con posterioridad a la Primera Guerra Mundial y a través de lucha continua, las mujeres obtuvieron el derecho
al voto. En Latinoamérica, el proceso de organización política se desarrolló con otros tiempos. Debido a las
políticas colonialistas y particulares del territorio, el derecho al voto fue conseguido en la gran mayoría de
nuestras latitudes a mediados del siglo XX.
Segunda ola
Con el acceso al derecho al voto y en el clima político y social entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial,
las proclamas del feminismo decayeron. Las mujeres fueron llamadas a ocupar trabajos que antes eran
exclusivamente considerados para los hombres, dada la cantidad de soldados desplegados en el conflicto
bélico que se estaba librando en Europa con el nazismo. Finalizada la Segunda Guerra, comienza una fuerte
campaña conservadora para regresar a las mujeres al hogar, a las tareas domésticas y al cuidado de las hijas y
los hijos.
El feminismo de la segunda ola conjugó sus estudios en dos ejes fundamentales: el lema “lo personal es
político” y en los estudios del patriarcado. En este contexto de posguerra, en 1949, Simone de Beauvoir publicó
el texto fundante del feminismo de la segunda ola titulado El segundo sexo. Allí expresa: “[n]o se nace mujer,
llega una a serlo. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la
sociedad la hembra humana” (De Beauvoir, 2013, p. 207).
Simone de Beauvoir buscó explicar que nacer “hembra” no te hace “mujer”, sino que, cómo venimos
analizando se trata de una construcción cultural. Por ello indica, que es un proceso social, “una llega a serlo” y,
además, añade, que nacer “hembra” no obliga a los roles de género asignados a la mujer. A partir de esto,
buscó explicar el porqué de la dominación masculina a través del proceso que construye a la mujer como el
otro inesencial frente al hombre, lo esencial. No se trata sólo de una oposición sino de una jerarquía:
hombre/mujer, razón/emoción, público/privado, cultura/naturaleza, civilización/barbarie, fuerza/debilidad, etc.
La Segunda Ola luchó contra esta construcción cultural y política del género, mostrando que la constitución
de la feminidad no radica en características biológicas o psicológicas inmutables, sino en las relaciones
normativas históricas del género. Esta construcción de la mujer como lo Otro influía en su posicionamiento
social y político como el par desjerarquizado de estas oposiciones. Ellas, lo inesencial, lo particular, las que
encarnan la naturaleza y la emoción son relegadas al ámbito de lo privado, del hogar, de lo íntimo y personal
de la familia. Su rol es el de madre y su ámbito de intervención en la esfera de lo social es el espacio
doméstico, porque esta era su función “natural” en la sociedad.
El lema “Lo personal es político” logró plasmar una consigna política, social y epistémica relativa a una
particular forma de opresión y sujeción de las mujeres, problematizando la división de lo público y lo privado.
La segunda ola, apostó a una idea de sororidad y hermandad que llevó a pensar que las situaciones de
subordinación por parte de todas las mujeres eran compartidas.
El segundo tópico es el sistema patriarcal. Entre sus características se distingue que las relaciones de
dominación dentro del binomio hombre-mujer son mantenidas a través de jerarquías sociales en el hogar, en
los espacios laborales, en los políticos, etc. Además la legitimación de las desigualdades basadas en el género
suelen ser justificadas desde presupuestos biologicistas que plantean esta diferencia entre hombres y
mujeres como natural, moralmente correcta, jurídicamente legítima y normalmente válida (Facio, diciembre
de 2002).
La forma de institucionalización del patriarcado no sólo ocurre en el ámbito familiar, sino que es sostenido y
replicado en las diferentes instituciones sociales. Algunas instituciones fundamentales del sistema patriarcal
son la familia, el lenguaje, la heterosexualidad obligatoria, las religiones, el saber androcéntrico, entre otras. El
lenguaje, como una institución patriarcal, aparece como un punto álgido de las discusiones, donde se disputa
el lugar neutral que tendría el uso del masculino como universal.
Por último, el patriarcado al ser un producto de la historia, y no de la naturaleza, tiene como característica su
contingencia. Decimos que es contingente, pues es cambiable y, por tanto, se puede apelar a su
desconstrucción.
Tercera ola
Las feministas de la tercera ola (con posterioridad a los años ochenta) problematizaron la normalización de
cuerpos, sexualidades e identidades en el contexto de una matriz de género/sexo/sexualidad biologizada y
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heterosexual. Se apuntó también a otros procesos de dominación que atravesaban a las mujeres de manera
diferenciada. Se comenzó a trabajar con la interseccionalidad para pensar la desigualdad de género junto con
la raza, la clase, la edad, la localización geopolítica, la sexualidad o la identidad de género. La universalidad del
concepto mujer, dado que dicho análisis invisibilizaba otros procesos de dominación, como los raciales, de
clase o la sexualidad. Consideraron que el feminismo de categoría universal se correspondía con un
feminismo blanco, de clase media europea, que luchaba en contra de estereotipos de género, rasgos y
subordinaciones vinculadas con la mujer blanca (Lugones, julio-diciembre de 2008).
Esto nos lleva a comprender, a su vez, que no todas las mujeres eran ni son acreedoras de la fragilidad y
belleza sino que, intersectadas por la raza y la clase, miles de mujeres de color, mestizas, mulatas, amarillas,
etcétera, fueron consideradas no humanas. El trato sobre sus cuerpos quedaba relegado a una asimilación
animal. Lo mismo acontecía con los hombres racializados.
Raza
Cuando hablamos de raza no nos referimos a una realidad biológica, sino que la entendemos como una
construcción social e histórica que surge desde el colonialismo en adelante. Entonces, “raza” visibiliza
relaciones desiguales de poder entre el hombre blanco europeo y personas no europeas. De este modo, la
etnia, el color y la procedencia se vuelven marcadores raciales en esta construcción
Asimismo, dentro de la tercera ola se cuestionó la aceptación acrítica de la diferencia sexual dentro del marco
de la oposición entre macho y hembra. Se postula que las feministas de la segunda ola olvidaron cuestionar
que, así como las construcciones culturales dialogan con la normatividad del género, los roles y las
expectativas construidas sobre las ideas de feminidad y masculinidad, los mismos procesos pueden
describirse para la construcción del sexo y del orden jerarquizado de la sexualidad.
Por último, es necesario comprender que los movimientos de las diferentes olas del feminismo no conllevan
una desvalorización de los avances en cada una. Tal como lo plantea Martínez Prado (2019), la metáfora de las
olas debe ser entendida como un contínuum histórico en permanente diálogo, puesto que no se abandonan
conceptos, como género o patriarcado, sino que se complejizan. Por lo tanto, la lucha feminista como marea
trae en sí misma la idea de cómo las olas van y vienen y se mezclan en cada situación concreta de lucha,
reclamo, participación y movilización.
El movimiento LGBTIQ+
Las demandas de ciudadanía, visibilidad, derechos y existencia misma que encarna el movimiento
LGBTIQ tiene especificidades propias que provienen de siglos de prohibiciones en el orden sexual, en
la expresión del género y en la legitimación de lo diverso.
Movimiento homosexual
Una primera fase del movimiento por la diversidad, está marcada por las demandas de visibilidad y
legitimidad a fines de los sesenta. Diversas revistas, grupos y asociaciones homosexuales
comenzaron a plantear una autoafirmación del ser gay. Fue retomada la noción médico-legal de
homosexual —que era una forma de patologizar su identidad, y que había implicado por mucho
tiempo vejaciones, violaciones a los derechos y persecuciones — en una categoría política afirmativa
de la diferencia. Es decir, dichas agrupaciones se apropiaron de la categoría y la dotaron de nuevos
contenidos de visibilización, legitimidad y demandas de accesibilidad a los derechos.
A partir de los ochenta, con la crisis del VIH (virus de inmunodeficiencia humana) y del sida marcó un
momento bisagra para todo el movimiento, pues implicó el resurgimiento de los discursos del
pecado y la ilegalidad. Si bien estos argumentos no habían desaparecido, este renacimiento se
relacionó con el discurso de la enfermedad y la repatologización. Este tipo de expresiones tuvo alto
impacto en las posibilidades de vida de la población gay del mundo, ya que las primeras reacciones
estatales fueron de negación y ocultamiento, emplazando la crisis de la enfermedad como focalizada
a un grupo minoritario y patológico. A la par, esta misma crisis generó un cambio en la cohesión y la
organización del movimiento, que comenzó a establecer ONG de lucha contra el VIH y el sida.
Estos cambios provocaron, a su vez, una modificación en las demandas y en los debates del
movimiento homosexual, que comenzaron a enfocarse en políticas de reconocimiento, salud pública
y acceso al sistema sanitario, es decir, en mejorar su posición en el campo social, combatir los
estigmas de repatologización y ampliar la base de derechos reconocidos.
Un tercer momento, en la década de los noventa, trajo cambios y críticas dentro de la cohesión del
movimiento. Se generó todo un nuevo cuestionamiento a la designación del sujeto político
homosexual, con tintes de universalidad, que fue abandonada dando lugar a la nominación de gais y
lesbianas, para, con posterioridad, incorporar al movimiento a las travestis, transexuales,
transgéneros, intersex, bisexuales y, más recientemente, queers.
Homofobia
–
Por homofobia, comprendemos la intolerancia social hacia el otro diverso. Sin embargo, debemos dejar claro
que no es una fobia en sentido médico-psicológico, como un miedo reverencial, irracional e inevitable, que priva
al sujeto de responsabilidad en su sentir y actuar. La homofobia, lesbofobia, transfobia, etcétera, son actos de
discriminación y violación a los derechos humanos, que se encuentran en la base de la legitimación social de
los crímenes de odio.
Las demandas por una ciudadanía plena y la accesibilidad igualitaria a los derechos sociales, civiles, políticos,
educativos, sanitarios, etcétera, del movimiento por la diversidad han atravesado un largo recorrido que ha
tenido grandes conquistas en los últimos años. Estos logros, sin embargo, han producido, fuertes reacciones
contrarias de sectores conservadores, tanto religiosos como seculares. Aún existen campamentos de cura de la
homosexualidad y diversas prácticas de intolerancia.
Trans*
–
Utilizamos la expresión “trans*” (con asterisco), pues funciona como un paraguas que incluye diversas
configuraciones de la identidad de género, como travestis, transexuales o transgénero, que se enmarcan en un
debate de identidades al interior del movimiento que trasciende los límites del presente texto.
Las personas trans* son quienes aún llevan las peores acciones de violencia sobre el reconocimiento de su
identidad y más aún al intentar hablar de demandas de plena ciudadanía. En Argentina se cuenta con dos leyes
que han hecho punta en el mundo con relación al reconocimiento y la visibilidad de la comunidad LGBTIQ+: la
Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de Género. Sin embargo, el reconocimiento a la mera
existencia de las personas trans* se encuentra negado, a veces, a través de ordenamientos legales específicos, y
otras veces mediante el hostigamiento policial u otros mecanismos de disciplinamiento y represión.
El 17 de mayo del año 1990, la OMS (Organización Mundial de la Salud) retiró la homosexualidad de su
lista de enfermedades mentales.
Hasta 2018, lo trans* era considerado por la OMS como un trastorno de la personalidad llamado
disforia de género. En el nuevo manual de clasificación de enfermedades, que entrará en vigor en
2022, la OMS reemplazó el término transexual por incongruencia de género y lo incluyó en el
apartado de condiciones relativas a la salud sexual, tomando en consideración las Principios de
Yogyakarta.
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Lesson 3 of 6
Las feministas de la segunda ola retomaron esta diferenciación entre sexo y género para dar cuenta
de la arbitrariedad de los roles y comportamientos que marcaban lo femenino y lo masculino. Sin
embargo, aquí el sexo (macho/hembra) estaba sobreentendido como si fuera un dato biológico
inmutable. Es decir, se daba por supuesto un cuerpo sexuado sobre el que se imprimía un género
construido. El problema de esta utilización es que el sexo quedó sin analizar, tarea que llevó adelante
la tercera ola del feminismo problematizando la construcción del sistema bicategorial del sexo
(macho/hembra).
Las ciencias médicas informaban una representación del sexo de correlación causal entre a) el
temperamento de los sujetos (sexo humoral); b) la morfología genital y gonadal: pene-
vagina/testículos-ovarios (sexo gonádico); c) las hormonas femeninas y masculinas (sexo hormonal); y
d) los cromosomas XX, XY (sexo genético); para dar explicación a los procesos de sexuación en
cuerpos masculinos y femeninos. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos de las ciencias médicas por
demostrar acabadamente la reducción del cuerpo a dos procesos de sexuación diferenciados (es
decir, se nace macho o se nace hembra) la realidad demuestra otras posibilidades.
Las personas intersex nacen con cuerpos cuyas características sexuales varían respecto de las que se
consideran el promedio típico femenino o masculino desde las ciencias médicas. Se trata de una
diversidad corporal porque sus cromosomas son distintos, porque sus gónadas son distintas y/o
porque sus genitales son distintos. El paradigma biomédico frente a esa diversidad corporal ha
tratado de “corregir” la supuesta anormalidad de esos cuerpos a través de tratamientos y cirugías.
Esta práctica se asienta sobre la idea de que sólo existen dos sexos, y, por lo tanto, sería necesario
adaptarlo hacia un “sexo correcto”. Sin embargo, las intervenciones realizadas sólo tienen fines
cosméticos de adecuación genital e implican la intervención sobre cuerpos sanos, que no presentan
ningún problema médico.
Cuando se analizan las relaciones de poder que intervienen sobre los cuerpos, se advierte que es la
heterosexualidad como norma, la que requiere de la binariedad macho/hembra para funcionar, y es
ésta la que ha obligado la intervención en cuerpos sanos. Se suele intervenir a estas personas a
tortuosos tratamientos y cirugías para que puedan encarnar una feminidad o masculinidad apta para
el encuentro sexual de oposición y penetración. El colectivo intersex lucha contra las prácticas de
mutilación genital e intervenciones médicas puramente cosméticas, que ocurren la gran mayoría de
las veces sin el consentimiento de las y los pacientes (generalmente niñas y niños sanos). Buscan
evidenciar a través de sus relatos y experiencias, el camino de torturas físicas y psíquicas, que esta
concepción sobre sus cuerpos implica.
El binarismo requerido ocurre, entonces, porque el género es utilizado para reducir a dos
(macho/hembra) las posibilidades diversas del proceso de sexuación de los cuerpos. Esto permite a la
tercera ola considerar que no sólo el género es construido socialmente, sino que también lo es el
sexo, en tanto se lo construye exclusivamente bajo la dicotomía macho/hembra.
Cisgénero
Por cisgénero se comprenden a las personas cuya identidad de género y sexo asignado al nacer
coinciden. En este marco, podemos hablar de un sistema cisgenérico donde se jerarquiza y otorga
privilegios en quienes esa identificación se produce.
En este marco, la tercera ola del feminismo, inscribe el concepto de género en la discusión de la
heterosexualidad como un sistema político (de gobierno de las personas), que requiere de las
identidades la coherencia biológica, de género y sexual, que posibilita la heterosexualidad como
norma. Esto significa que la sexualidad funciona como “lo normal”, “lo natural”, y por ello, “lo
legítimo”, y para hacerlo necesita la coherencia entre entre sexo/género/deseo. “Si se nace macho,
entonces se es varón, por consiguiente, se desea a mujeres; o bien, si se nace hembra, entonces se es
mujer, por consiguiente, se desea a varones” (Butler, 2001, p. 55).
Por ello, entre las innovaciones teóricas más importantes de la tercera ola del feminismo se
encuentra poner en crisis esta construcción que genera enormes vulneraciones, desigualdades y
asimetrías a las personas que por su orientación sexual, por su diversidad corporal o por su identidad
de género transgreden este orden obligatorio sexo/género/ deseo.
La resistencia de las personas trans* ha marcado un rumbo radicalmente crítico a los límites de la
aceptación (que muchas veces implica una mera tolerancia). Son hoy las personas trans* quienes
cuestionan la binariedad del género, del sexo y el rechazo a la patologización de su identidad, se
reclama una readecuación de la sociedad para pensar el sistema de género (Dorlin, 2009).
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4. Deconstrucción y diversidad
En 1990, Judith Butler escribió el libro El Género en Disputa, allí propuso una novedosa forma de
comprender al género en su carácter performativo y construyó el concepto de matriz
heteronormativa. Butler indica que la matriz heteronormativa es la que define el orden obligatorio
del sexo/género/deseo, que es el producto de una construcción cultural naturalizada. Es decir, se pone
en el centro de la humanidad a la heterosexualidad para legitimar y hacer válidas formas de ver,
pensar y actuar frente a cuerpos, identidades y el espacio social en general.
Butler entiende que el género no es una identidad fija, sino que es un “hacer permanente”, una
práctica que repetimos en nuestras formas de vestir, hablar, caminar, etc. Incluso, puede ser común
habernos enfrentado a situaciones donde nos han marcado que esa forma de sentarse “no es de
señorita”, o que tal caminar “es de machona” o bien que los varones no lloran, como normas sociales
violentas que supuestamente “nos corrigen” para que encarnemos el género del modo en que la
matriz heterosexual define. Esta característica del género es lo que Butler (2007) llama
performatividad, es decir, una repetición de significados que tiene el efecto de crear lo que nombra.
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El pensamiento crítico debe ser comprendido no sólo como ejercicio de denuncia de las
desigualdades y violencias que se ejercen sobre las personas, sino como un ejercicio transformador
de la realidad.
En este marco, la deconstrucción puede ser comprendida desde tres aspectos. En primer lugar, indica
un cambio de mirada que apunta a transformar la institucionalización violenta de la heteronorma.
Indicar que el género es construido no es suficiente para transformar la realidad, se necesita
problematizar el orden obligatorio del sexo/género/deseo.
En segundo lugar, cuando hablamos de deconstruirnos nos referimos primero a identificar y hacer
visible la violencia naturalizada de las normas sociales que nos han enseñado que “lo normal” es el
encuentro del “príncipe con su princesa”, y por oposición que el encuentro de “una princesa con otra
princesa” sería “antinatural”, “anormal”, “patológico” o “delictivo”. Entonces, deconstruir significa
primero hacer visible la violencia de la heteronorma, que es más transparente a quienes expulsa,
pero que también perjudica a varones que no pueden expresar sus sentimientos por los mandatos de
la masculinidad o a las niñas que no las dejan jugar a la pelota, porque eso “no es de señoritas” y
porque pueden lastimarse.
En tercer lugar, deconstruir también significa transformar esas normas violentas por nuevas formas
de relacionarnos que sean más igualitarias y respetuosas en términos de la orientación sexual, de la
autonomía sobre el cuerpo y de la identidad de género. Esto implica construir el camino hacia una
sociedad donde la mujer no sólo no sea violentada, sino que además tenga las mismas posibilidades
de desarrollo personal y profesional que el varón. Una sociedad donde las personas trans no sólo
tengan la misma esperanza de vida que el resto de la población, sino que además tengan las mismas
oportunidades de educarse y conseguir un trabajo formal. Si el patriarcado y/o la matriz
heteronormativa han sido construcciones culturales e históricas colectivas, sostenidas y naturalizadas
durante siglos, las posibilidades de su transformación requieren también de un esfuerzo colectivo, de
deconstrucción.
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Referencias
Dorlin, E. (2009). Sexo, género y sexualidades: Introducción a la teoría feminista. Buenos Aires: Claves.
Facio, A. (2002). Engendrando nuestras perspectivas. Otras Miradas, 2(2), 49-79. Recuperado de
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=18320201
Las Heras Aguilera, S. de. (2008). Una aproximación a las teorías feministas. Universitas, Revista de
Filosofía, Derecho y Política (9), 45-82. Recuperado de http://universitas.idhbc.es/n09/09-05.pdf
Scott, J. W. (1996). El género: Una categoría útil para el análisis histórico. En M. Lamas (Comp.), El
género: La construcción cultural de la diferencia sexual (pp. 265-302). DF, MX: Porrúa.
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