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Curso 1

curso 1
HERRAMIENTAS PARA LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA DE LAS MUJERES
MÓDULO 2 | RETOS Y DESAFÍOS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA DEMOCRACIA EFECTIVA
DE GÉNERO
TEMA 1 | ESTEREOTIPOS FEMENINOS Y TRANSFERENCIA CULTURAL AL ESPACIO PÚBLICO

GUIÓN TÉCNICO PILL


Yo creo que el gran problema de la humanidad, es un problema de justicia y no nos referimos sólo a su
aplicación. Es mucho más profundo ya que los valores que sostienen esta justicia son cuestionables.

Sin embargo, existe un discurso mayoritario, que al parecer posee una incapacidad de juzgar y que se
plantea desde una pseudomodernidad pero que, al mismo tiempo, revalida un discurso ambiguo, un situarse
dentro de una conducta ética, donde todo es doble, negociable, transable e intercambiable, lo que podríamos
denominar como: La razón cínica, que se localiza desde un descreimiento frente al sistema que, por sobre
todo, sigue funcionando.

Nos encontramos en un momento en que la modernidad establece este tipo de discurso civilizatorio, el
cual estamos obligadas a analizar para no caer en las trampas del sistema. Por lo que el hacer política
feminista está también atravesado por un problema ético, es decir, tenemos que asumir la responsabilidad
de lo que ocurre en el mundo, ya que formamos parte de una comunidad, por lo tanto, si se estructuran
políticas desde un sistema de valores que posibilitan el hambre, el racismo, las fobias, nosotras debemos
plantearnos entonces, desde otros valores, de lo contrario terminamos revalidando al sistema.

Una se hace un ser político y hace política, desde los valores que aceptamos como válidos, si no hubiera
valores en relación a los derechos humanos, no se construirían políticas sobre derechos humanos.

En un sistema «democrático» como el que estamos viviendo, esto se torna aún más ambiguo sin
embargo los conflictos siguen siendo éticamente similares, y se relacionan a la focalización clara de
qué es lo que negociamos, con quién negociamos, y cuáles son los modelos que estamos aceptando
para negociar. El problema es que en este Juego de validarlos, perdemos la posibilidad de ir
construyendo otros valores lógicos y coherentes con el movimiento de mujeres.
Nuestras prácticas políticas dentro del ámbito del feminismo se encuentran significadas también por valores éticos, que necesitamos replantear.

Un sistema de valores y de símbolos que hagan posible construir sociedad en colaboración y no dentro de la dinámica del dominio; cambiar este
imaginario pasa por entender la vida de otra manera, y no como la estamos entendiendo en esta cultura. Una de las consecuencias de este sistema
de valores es la violencia de género es un problema social que en los últimos años ha sido objeto de estudio, por otra parte, se habla de un tipo de
abuso que bajo el amparo de la ideología patriarcal se ha encontrado diferentes medios y formas de manifestación, llegando así para quedarse en las
esferas públicas y privados de modo que se ha impregnado en la sociedad.

Y claro que la violencia simbólica encarnada en los roles y estereotipos de género, es la argamasa, la tierra fértil donde se desarrollan todas las otras
violencias contra las mujeres. Es un tipo de violencia que está muy presente en el ámbito político pero que pasa desapercibido, debido a los procesos
de naturalización y la estereotiparían de la mujer política, tipología que se reproduce en diversos escenarios, entre ellos: las redes sociales, medios
de comunicación, el espacio público, entre otros. El principal mecanismo de reproducción de este tipo de violencia es el discurso, “simbólico”,
que transmite mensajes o códigos que la sociedad interioriza, esta violencia es la más invisibilizada, pero sin duda alguna se encuentra impregnada
por factores socioculturales. Es fundamental el análisis de la violencia simbólica, pues resulta indispensable para la explicación de la dominación
masculina, la predominancia de clase o la dominación personal en las sociedades tradicionales.

En este sentido construir movimiento feminista, es una necesidad política, como espacio de aprendizaje, para descubrir nuestras complicidades,
visualizar nuestras esclavitudes y nuestros procesos creadores, como un lugar desde donde podemos resimbolízarnos, ya que no hay política, ni
estrategias, ni conquistas que podamos alcanzar, sin la existencia de un movimiento feminista actuante, autónomo e independiente. No se trata
solamente de conseguir ciertas mejoras para la vida de las mujeres, no nos bastan las conquistas de igualdad, ni de decretos

Estas conquistas la mayoría de las veces se nos han revertido, por lo menos a la gran mayoría de las mujeres, donde el sistema ha ido recuperando a
diversos grupos de élites feministas, otorgándoles pequeños lugares de poder, que estratégicamente luego estaciona, es decir, las deja avanzar para
inmovilizarlas, pero no es sólo un problema de las mujeres.

Los movimientos de mujeres deben rearticular un sistema de valores que tiene que estar significado en sus prácticas, que debe reflejarse no sólo en
la construcción de un discurso, sino también en una práctica política que pueda empezar a instalarse en el imaginario colectivo. De tal suerte que
el feminismo es una proposición que involucra a todos los seres humanos que construimos sociedad, que somos parte de ella, por lo tanto, nuestra
posición desde este lugar que es el feminismo, tiene una trascendencia que va más allá de arreglar circunstancialmente los problemas de un grupo
significativo de individuas que habitamos este planeta.
REFLEXIONES

Vemos que los movimientos de mujeres y en general los movimientos feministas, tienen la nada fácil
tarea de propiciar cambios sociales en relación a la condición y situación de las mujeres y al hacerlo
necesariamente tiene que modificar el sistema de valores sobre los que está construida la sociedad.
Este tránsito a un sistema de valores distinto que no esté fundamentado en relaciones de poder, de
dominación, que es en sí mismo y crea en la práctica, relaciones de desigualdad, discriminación y por
tanto es profundamente injusto. Por lo que la resignificación como personas, tanto mujeres como
hombres, es una tarea que el movimiento feminista se ha autoimpuesto.

Adquirir conciencia feminista significa comenzar a pensarnos de modo colectivo, sin dudas, eso suena
lindo en palabras. Sin embargo, este es el desafío que nos presenta el ideal de la sororidad. Ahora
bien, sin la formación de una comunidad, de un “nosotras”, la liberación es imposible. La sororidad es
un concepto que viene a intentar dar cuenta de cómo generar una nueva ética y una nueva política
feministas que puedan dar lugar a la conformación de una comunidad de mujeres, que si bien no
tiene por qué ser homogénea, pueda constituirse de modo armónico y eficaz.

Históricamente las mujeres han sido recluidas al dominio de lo doméstico y encerradas en sus casas
separadas las unas de las otras. Además, han sido enfrentadas entre sí y se les ha hecho creer,
mediante el ideal del amor romántico y de la maternidad como destino, que sus vidas serían dotadas
de sentido gracias al varón con el que se casaran, los hijos que tuvieran y la casa que adornaran.

La sororidad entonces, nos habla de crear pactos de coyuntura en los que podamos encontrarnos
cada vez más mujeres;

• de generar nuevos vínculos entre nosotras y en relación también con otros grupos y otras
luchas;
• de incluir nuevas subjetividades, también, porque no todas las personas que vivimos la
opresión patriarcal nos reconocemos mujeres;
• de ir alcanzando objetivos consensuados en acuerdos fundamentales;
• de potenciar las diferencias para no violentar la pluralidad con el ideal de lo homogéneo.
La sororidad, en definitiva, es un pacto político entre pares, en donde quienes pactan son, justamente, quienes nunca antes habían
podido pactar y que, a causa de eso, quedaron por fuera del terreno de lo público y de la arena política.

El vínculo que une a las mujeres a sus opresores no es comparable a ningún otro, ha sido construido a través de la historia, a través
de valores patriarcales “naturalizados”, por la familia, la iglesia, la comunidad y en general por el sistema. Que permite construir
relaciones desiguales a partir de valores de poder que se mantienen,
a partir de roles y estereotipos de género, en el espacio de lo
simbólico, y que se mantienen “invisibilizados”.

Por eso se insiste en que la opresión de la mujer es un tipo


de opresión particular que merece su análisis específico.
Este análisis es el que ha emprendido el feminismo teórico
desde hace varias décadas, el cual nos ha permitido ver cómo
funcionan los mecanismos de opresión e inferiorización de las
mujeres.

Cuando lo que queremos es cambiar el mundo, cuando está todo


por hacer y construir, cuando elegimos caminos no violentos y
tomamos a la diversidad como un valor, es natural que las cosas no sean
tan simples y cómodas. Pero justo estas dificultades que experimentamos
en nuestro tránsito por el feminismo debemos concebirlas como un síntoma
de salud, de movimiento y de potencia de cambio, y a la sororidad como un
ideal regulativo que debemos tener presente en cada acción feminista.

Pero esta acción feminista, este feminismo, se manifiesta de muchos modos. Y claro
si se trabaja desde la diversidad, partimos de las condiciones diversas de los colectivos
de mujeres y responde a una concepción de los diversos colectivos de mujeres, para enfrentar las diversas barreras que
obstaculizan su caminar. Así, hay un feminismo autónomo. Hay un feminismo institucional. Hay un feminismo académico. Hay
un feminismo decolonial. Hay un feminismo del sur. Hay un feminismo comunitario. Hay un feminismo negro. Hay
un feminismo campesino. Hay un feminismo popular.
Pero todos y cada uno de ellos, no se construye como el reverso del machismo. En cualquiera de sus versiones,
están promoviendo emancipaciones y no opresiones. Los feminismos no son modos de intervención
política fundados en la violencia. Son experiencias de solidaridad, buscando liberarse/liberarnos de
las muchas violencias que sufrimos

Me gustaría cerrar esta intervención con las reflexiones de la activista, luchadora y educadora
popular feminista Claudia Korol al respecto de los feminismos:

Nos dice que “Hay muchos modos de feminismos, y hay feminismos que son de muchos modos.
Modos y no modas, los feminismos atraviesan el siglo XX, arrancando del siglo XIX, y proyectándose
hacia el siglo XXI y seguramente más allá de él… revolucionándose, cuestionándose, haciendo nuevas
prácticas que a su vez saltan las tranqueras ideológicas dogmatizadas, y burlan a las burocracias que
administran las teorías.

Hay muchos feminismos que nos reconocemos en variadas prácticas. De estos y otros posibles
feminismos, yo elijo al feminismo compañero de las feministas compañeras.

Elijo esas maneras de ser feministas que tienen como signo de identidad principal el acompañar. Se
llaman socorristas. Se llaman mujeres de la campaña contra las violencias, de mujeres que
luchan por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, contra las redes de prostitución y
trata, contra los pedófilos y los abusadores.

Se trata de las feministas compañeras que no hacen del individualismo posmoderno una moda, sino
que se buscan y nos buscamos para sabernos cerca.

Que nos encontramos en muchas esquinas, y nos reconocemos en el modo de abrazarnos. Las
feministas compañeras que andamos los barrios, los juzgados, las plazas, las casas, los comedores
populares, las huertas, los campos, las cárceles, las comisarías, las radios, los periódicos. Somos las
que decimos y gritamos que no estamos solas.

Que si tocan a una nos tocan a todas. Somos el cuerpo del Ni una menos que se
vino gestando en esta larga historia de más de un siglo. Las que nos llamamos cuando no sabemos cómo
seguir andando con las heridas abiertas. Las que nos acompañamos cuando no sabemos cómo hacer la
denuncia en comisarías donde los e incluso las policías se ríen de nosotras, en juzgados indiferentes, en
medios de comunicación que nos invisibilizan o estigmatizan.

Feministas compañeras. Haciendo el aguante en las duras y en las maduras. Escrachando a los
feminicidas. Inquietando a los machistas. Acusando a los pedófilos. Interpelando a los violentos que
están en nuestros trabajos, universidades, movimientos, aunque se presenten en el mundo como los
mismísimos hombres nuevos.

Audaces, valientes, tiernas, rabiosas, lúdicas, las feministas compañeras nos ayudaron alguna
vez a salir del lugar de víctimas, para volvernos sujetas en la historia. Sujetas no sujetadas.
Mujeres que recreamos la solidaridad, haciéndonos fuertes en el camino compartido.

Cuerpos disidentes del heteropatriarcado, que se reinventan a sí mismas, en el amor, en la


lucha, en el placer, en la libertad. Cuerpos territorios de la dignidad y de la rebeldía. Feministas
en bandadas disparando al patriarcado. Disidencias aladas, acompañando el vuelo.”
MÓDULO 2 | RETOS Y DESAFÍOS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA DEMOCRACIA EFECTIVA
DE GÉNERO
TEMA 2 | TECHO DE CRISTAL Y PISOS PEGAJOSO

GUIÓN TÉCNICO PILL


Las mujeres enfrentan en el espacio público: político, laboral, social, distintos obstáculos que
son nombrados mediante metáforas: pisos, escaleras, techos, paredes y acantilados.

Cada uno de ellos, representa una limitación a sus posibilidades de empoderamiento,


tanto político como económico. Es claro que todas y cada uno de estos obstáculos en la
trayectoria de las mujeres está vinculado a la violencia simbólica como representación
de los roles y estereotipos de género.

Si bien los roles y los estereotipos afectan a todas las mujeres lo hacen de manera
diferenciada, responde a mantener una estructura de dominación, patriarcal y del capital.
Todo poder genera desigualdades y violencias política, social, económica o simbólica,
pero se mantiene gracias a su capacidad de imponer sentido (es lo que necesitamos,
es lo que tenemos, es lo que merecemos, es lo natural). Las consecuencias de esto son
evidentes: los más obedecen a los menos, aceptan su papel de inferioridad, opresión o
explotación, e incluso son reacios a analizar su subordinación.

La estructura de poder se fundamenta en la esencia simbólica y profundamente


“naturalizada” de los roles y estereotipos de género. Y es a partir de ellos como las
desigualdades “cobran sentido”.

Pero a qué nos referimos en concreto cuando usamos esos términos, que queremos decir
cuando andamos entre pisos, escaleras y techos. Según su condición socioeconómica,
las mujeres encuentran distintas dificultades a lo largo de sus trayectorias laborales.
Cada una de ellas puede ser pensada como un escenario en particular, con
distintas variables utilizadas en un principio por ONU Mujeres.
Así, se observan los pisos pegajosos que refieren a mujeres que poseen educación básica, en el mejor de los casos y que cuentan con ingresos
familiares bajos. Su participación laboral es precaria y escasa, tienen alta carga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado y son muy
vulnerables a las crisis económicas. Todos estos factores hacen que se encuentren muy expuestas a la pobreza y a la exclusión social (ONU
Mujeres, 2017).

En el otro extremo se identifican los techos de cristal (segregación ocupacional vertical) que representan las barreras, estructuras y los procesos
invisibles que impiden el acceso de las mujeres a los puestos más altos de dirección en una empresa u organización. Las mujeres que integran este
grupo tienen altas tasas de participación laboral, son más estables frente a los ciclos económicos y su carga de trabajo no remunerado es menor (al
contar con mejores ingresos, pueden contratar generalmente a otras mujeres para realizar los trabajos domésticos y de cuidados). Sin embargo, la
discriminación laboral y las persistentes brechas salariales limitan su empoderamiento económico (ONU Mujeres, 2017).

Estos obstáculos en las trayectorias laborales de las mujeres se mantienen a pesar de que ellas tienen a nivel mundial, más formación que los
varones (los superan en licenciaturas y representan el 57% de los y las graduadas con maestrías). Sin embargo, las mujeres son promovidas a
puestos de dirección en menor proporción que los varones. Aunque representan el 45,0% de los/as asalariados/as, sólo alcanzan el 30,1% de
quienes ejercen cargos de jefatura.

SI bien la situación está mejorando y hay un número creciente de mujeres líderes en los negocios, la proporción de mujeres como directoras
generales, directores ejecutivos (CEOs por sus siglas en ingles) y miembros de consejos de empresas sigue siendo muy inferior en relación con su
participación en el mercado laboral y en la gestión en general (OIT, 2017). Entre las posibles explicaciones, se encuentran: los roles de género en
la sociedad y en el lugar de trabajo; las culturas corporativas insensibles al género y, en algunas ocasiones las actitudes, aspiraciones y ambiciones
de las propias mujeres.

Entre ambos extremos, se encuentran las escaleras rotas, escenario en el que se ubican las mujeres con educación media y media superior como
máximo nivel educativo alcanzado y de hogares de ingresos intermedios. Aunque han mejorado su participación en el mercado laboral incluso
cuando tienen hijos/as menores de edad, ante la falta de redes familiares, estatales y del propio mercado laboral, deben enfrentarse solas a las
responsabilidades de cuidado. Son las más volátiles a los cambios del mercado: sus tasas de empleo varían en función de él (ONU Mujeres, 2017).

Debemos decir que la trayectoria laboral de las mujeres no sólo encuentra obstáculos en el sentido vertical, para niveles jerárquicos más altos.
También encuentra impedimentos horizontales que identificamos como paredes.

Las mujeres también se enfrentan a paredes de cristal (segregación ocupacional horizontal) que refieren a las barreras invisibles o estructuras
que les impiden desplazarse lateralmente a puestos de dirección dentro de las vías centrales de la
pirámide jerárquica. Aunque ellas están alcanzando puestos de dirección en números crecientes, a
menudo están confinadas en ciertos tipos de gestión como la administración, recursos humanos,
comunicaciones y responsabilidad social empresarial, áreas asociadas a roles tradicionalmente
pensados como femeninos. Estos se encuentran en los laterales de la pirámide y no suelen llevar a las
posiciones superiores de directores ejecutivos. (OIT, 2017).

La estructura ocupacional reproduce la división sexual del trabajo tradicional, en la cual,


tanto el trabajo en casas particulares, como la enseñanza y los servicios sociales y de salud,
son actividades claramente feminizadas. En el otro extremo, la presencia femenina es
marginal en los sectores como construcción, transporte y almacenaje. A su vez, las
mujeres presentan una concentración mayor en el trabajo no calificado, donde su
presencia es del 29,3% (versus el 12,7% de los varones).

Además de los conceptos desarrollados por ONU Mujeres respecto de los obstáculos
que tienen las mujeres en el mercado laboral, se suele utilizar la expresión “techos de
cemento” para dar cuenta de lo que sucede en industrias altamente masculinizadas, en las que
la presencia femenina es prácticamente nula y su incorporación resistida. En estas industrias los
sesgos de género están tan marcados que los puestos de trabajo son considerados exclusivamente
masculinos.

Los roles de género no son estáticos. Estos están en constante evolución siguiendo desarrollos
culturales, sociales y tecnológicos. Las mujeres que rompen los techos y paredes de cristal, pueden
convertirse en modelos a seguir para las niñas de hoy, líderes del futuro. Asimismo, los varones
que hoy rompen estereotipos y ejercen activamente la paternidad, pueden ser los modelos que
necesitamos para construir nuevas masculinidades
REFLEXIONES

Como todas sabemos la participación en espacios públicos para las mujeres no ha sido fácil, siempre ha
implicado pasar sobre una serie de obstáculos que dificultan nuestra presencia en la esfera política, social,
comunitaria e incluso laboral.

Estas barreras, en muchas ocasiones son difíciles de entender y mucho más cuando son fuente de
las desigualdades y discriminación que enfrentan las mujeres y que responde a estructuras de poder
construidas a partir del modelo patriarcal que se sostienen en los llamados roles y estereotipos de género
que alimentan y se retroalimentan entre lo colectivo y lo individual.

Es de todas conocido que nuestra estructura social valora más el ámbito público que el privado y asocia
al rol masculino las tareas y responsabilidades del espacio público con mayor valor, tanto económica
como socialmente, y deja para la mujer, amparándose en características biológicas, las responsabilidades
asociadas al rol reproductivo, a las relacionadas con cuidados que destina para la mujer el mundo privado
o, en su defecto, la obliga a desenvolver estresantes dobles o triples jornadas laborales sin ninguna
valoración.

Pero si la mujer desde ha salido a trabajar, por necesidades de incorporar su mano de obra productiva,
ya sea por las guerras (donde los hombres se incorporar al campo de batalla) o simplemente por
necesidades del mercado que demanda más producción (incorporando la mano de obra de las mujeres
que “resulta” más barata, porque les pagan menos).

Así es desde hace casi un siglo las mujeres salimos al mercado laboral, ocupamos oficinas, tiendas y
otros espacios públicos. Sin embargo aún hoy, recibimos menos salarios por desempeñar el mismo
trabajo que los hombres y claro ocupamos menos puestos de dirección en el mercado laboral, a
pesar que tenemos la misma o mejor preparación que los hombres. En educación superior las
mujeres nos graduamos en mayor proporción que los hombres en licenciaturas y casi 6 de cada
10 de quienes se han graduado en alguna maestría son mujeres. Pero sólo 3 de cada 10 personas
que ocupan puestos de dirección son mujeres a pesar de que casi la mitad de los trabajadores
asalariados son mujeres.

Sin embargo, lo contrario no ha ocurrido: los hombres no han ocupado de la misma forma las cocinas y los otros espacios domésticos. Ni el Estado
ni el mercado han hecho nada por ocuparse de esta corresponsabilidad social del cuidado. Es decir, que las mujeres seguimos siendo las principales
responsables del trabajo doméstico (limpieza del hogar, comida) y del cuidado de las personas (no sólo los hijos, también los adultos mayores, las
personas con discapacidad y las personas enfermas) lo que implica que hay un piso pegajoso que nos impide despegar.

Es difícil quizás entender lo que significa el término “piso pegajoso” cuando no has vivido en uno. Las mujeres, en las ciudades y en el campo,
universitarias y con educación primaria, todas vivimos en ese piso pegajoso provocado por dobles y triples jornadas de trabajo.

En México, el INEGI calcula que las mujeres dedican 28.8 horas a la semana a cuidar a otras personas y al trabajo doméstico, mientras que los
hombres dedican 12.6 horas, menos de la mitad del tiempo que dedican las mujeres.

Contando lo que hacemos en el hogar y el trabajo llamado “productivo” en el ámbito laboral, las mujeres trabajamos 16 horas más a la semana.

Este trabajo doméstico y de cuidado está poco valorado aunque es indispensable para la vida y la reproducción social y que en términos económicos
el INEGI calcula que representa el 20.5% del Producto Interno Bruto (PIB).

Estas dobles y triples cargas de trabajo, unidas a salarios precarios y a la discriminación que viven las mujeres en el mercado de trabajo y que
les impide subir en la escalera de ascensos (el techo de cristal), provocan que muchas mujeres no intenten tener un trabajo o renuncien a él en
cualquier momento.

Esta desigualdad estructural constituye sin duda violencia económica: no hay golpes, pero hay proyectos de vida truncados. Además, la violencia
económica puede ser detonador o perpetuar otros tipos de violencia, especialmente la violencia doméstica.

Los organismos internacionales en muchas ocasiones señalan que la autonomía de las mujeres tiene tres dimensiones: la autonomía física, la
autonomía de toma de decisiones y la autonomía económica. Es fundamental trabajar de manera coordinada en el logro de estos tres niveles de
autonomía, lo que implica la erradicación de las violencias, incluida la violencia económica.

Sin duda la lucha de las mujeres por alcanzar su autonomía es parte fundamental de la lucha contra las desigualdades. La pregunta es por dónde
hacerlo y cómo empezar.
• No es suficiente pensar en nuevos programas sociales, aunque sin duda son importantes.

• Revalorar el trabajo doméstico y de cuidados, al mismo tiempo que se crean empleos mejor
remunerados y mejores sistemas de seguridad social universales, implica repensar los sistemas
económicos y modelos de desarrollo existentes.

En los últimos años, entre las medidas más conocidas para incrementar el número de mujeres
en áreas de gobierno se encuentran las cuotas de género, que en México a partir del 2019
se normó que debe haber paridad entre hombres y mujeres tanto en los funcionarios
electos como designados. Algunas empresas también aplican de manera voluntaria.

En paralelo, y para contribuir a un cambio cultural en el que deje de existir la


asimetría de género, la OIT recomienda implementar políticas
de recursos humanos sensibles al género (anuncios de empleo,
preguntas en las entrevistas, trayectorias profesionales, descripción
del trabajo, evaluaciones de desempeño, formación de
ejecutivos para mujeres, tutorías y esquemas de patrocinio) así
como también medidas respecto a la conciliación del trabajo y
la familia (tiempo de trabajo, corresponsabilidad parental, horarios flexibles,
licencias extendidas y equitativas por paternidad y por maternidad).

Es necesario pensar en una nueva revolución de carácter social y cultural, hay que re-imaginar el
mundo, tenemos que seguir pensando que otro mundo es posible.

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