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Clase sobre Unidad III

Trastornos de la Eliminación – Organización anal


Psicopatología Infanto Juvenil - Catedra Prof. Lic. Leandro M. Sánchez

Desarrollo psicosexual – Etapa Anal


Segunda fase de la evolución libidinal, que puede situarse aproximadamente entre 1½ y 3½ años aprox.

Se caracteriza por una organización de la libido bajo la primacía de la zona erógena anal; la relación de objeto
está impregnada de significaciones ligadas a la función de defecación (expulsión-retención) y al valor
simbólico de las heces. En ella se ve afirmarse el sadomasoquismo en relación con el desarrollo del dominio
muscular.

En 1924, K. Abraham propuso diferenciar dos fases dentro de la fase anal, distinguiendo en cada
uno de los componentes dos tipos opuestos de comportamiento en relación con el objeto. En la primera, el
erotismo anal va ligado a la evacuación, y la pulsión sádica a la destrucción del objeto; en la segunda fase, el
erotismo anal va ligado a la retención, y la pulsión sádica al control posesivo. Para Abraham, el paso de una
fase a la otra constituye un progreso decisivo hacia el amor de objeto, como indicaría el hecho de que la línea
de escisión entre las regresiones neuróticas y las psicóticas pasa entre estas dos fases. ¿Cómo concebir la
ligazón entre el sadismo y el erotismo anal? El sadismo, por su naturaleza bipolar (puesto que apunta
contradictoriamente a destruir el objeto y a conservarlo dominándolo), encontraría su principal
correspondencia en el funcionamiento bifásico del esfínter anal (evacuación-retención) y el control de éste.
En la fase anal, se unen a la actividad de la defecación los valores simbólicos del don y del rechazo; dentro de
esta perspectiva, Freud puso en evidencia la equivalencia simbólica: heces = regalo = dinero.

En función a lo dicho podríamos decir que las metas de la pulsión anal son:

• Anal primaria: aniquilar, perder, extraer


• Anal secundaria: guardar, retener, cuidar, por un lado y por otro: poseer, dominar, controlar.

El segundo año de la infancia, sin destronar completamente la zona erógena bucal, va a conceder una
importancia especial a la zona anal. Ésta, por lo demás, se despierta ya mucho antes y no hay más que
observar a los bebitos para percibir su placer, no disimulado, durante el relajamiento espontáneo de sus
esfínteres excrementicios.
El niño ha alcanzado un mayor desarrollo neuromuscular: la libido, que provocaba el chupeteo
lúdico de la etapa oral, provocará ahora la retención lúdica de las heces o de la orina.
Y esto puede ser el primer descubrimiento del placer autoerótico masoquista 1, que es uno de los
componentes normales de la sexualidad.
El aseo subsiguiente a la excreción es proporcionado por la madre. Si está, contenta del bebé, el aseo
transcurre en una atmósfera agradable; si el bebé ha ensuciado sus pañales, al contrario, será regañado y
llorará. Pero como, de todas maneras, a causa de la satisfacción fisiológica de la zona erógena, este aseo es
agradable, se asocian a la madre emociones contradictorias: es el primer descubrimiento de una situación
de ambivalencia.
Expulsar los excrementos en el momento oportuno en que el adulto los solicita se convierte entonces,
también, en una forma de recompensa (aquí, de parte del niño hacia su madre), un signo de buen
entendimiento con la madre, mientras que el rehusarse a someterse a sus deseos equivale a un castigo o a
un desacuerdo con ella.

1 "Masoquista" en una primera aproximación puede entenderse como del orden del "hazme alguna cosa", "placer de sentir
aplicaciones pasivas sobre el cuerpo" (la progresión general del bolo fecal, su aparición en la ampolla rectal, no son, en efecto, actos
voluntarios y por consiguiente dan lugar a sensaciones sentidas pasivamente).
Por la conquista de la disciplina de los esfínteres el niño descubre también la noción de su poder y de su
propiedad privada: sus heces, que puede dar o no, según quiera. Poder autoerótico por lo que se refiere a su
tránsito intraintestinal 2 y poder efectivo sobre su madre, a la que puede recompensar o no. Y este "regalo"
que le hará será asimilado a todos los otros "regalos" que se "hacen", el dinero, los objetos cualesquiera que
se vuelven preciosos por el solo hecho de darlos, hasta el hijo, el hermanito o la hermanita, que en las
fantasías de los niños son hechos por la madre a través del ano, después de haber comido un alimento
milagroso. Es el descubrimiento del placer sádico 3
Pero expulsar sus excrementos a horas fijas, a menudo con esfuerzo, no esperar la necesidad imperiosa y
espontánea, no jugar a retenerlos, constituye, en la óptica del niño, una renuncia. La prohibición de jugar con
ellos, además, en nombre de un asco que afecta al adulto (aun cuando no lo experimente) crea también un
renunciamiento.
Ahora bien, el niño no renuncia a un placer si no es a cambio de otro: aquí la invitación del adulto amado. La
identificación, mecanismo ya conocido en la etapa oral, es uno de sus placeres.
Pero el modo de relación inaugurado en relación con los excrementos no puede desaparecer, porque tratar
de imitar al adulto en sus gestos y en sus palabras no es todavía participar de su modo de pensar y de sentir.
De ahí que sea preciso que el niño encuentre sustitutos sobre los que pueda desplazar sus afectos: serán
toda la serie variadísima de objetos que en esta edad el niño arrastrará consigo siempre y los que nadie podrá
tocar sin despertar su enojo, "sus caprichos"; sólo él tiene sobre ellos derecho de vida y muerte, es decir, de
apretarlos entre sus brazos o de destruirlos o tirarlos; en una palabra, de darles o no la existencia, como a
sus excrementos.
Entonces, en lugar de jugar con sus excrementos, se verá absorto en la fabricación de pasteles de arena y
chapoteará en la porquería, en el agua, en el barro; debido a este desplazamiento, inconsciente, la actitud
más o menos severa de los padres en cuestión de limpieza, no sólo esfinteriana, sino general, favorecerá o
entorpecerá el despliegue del niño y su adaptación a la vida social con soltura de cuerpo y destreza manual.
Por otra parte, si por juego o por estreñimiento fortuito el niño retiene sus excrementos, suele seguirse de
ahí una agresión anal del adulto, el supositorio o incluso una lavativa. Para el niño esto significa una economía
de esfuerzo y una satisfacción erótica de seducción pasiva, pero la operación puede ser dolorosa y el adulto
puede disgustarse. Se dibuja ahí de nuevo la ambivalencia afectiva y se liga asociativamente al masoquismo
naciente.
Hay todavía más en lo que respecta al comportamiento: el niño alcanza ahora un desarrollo neuromuscular
muy satisfactorio, que crea en él la necesidad de la libre disposición de sus grupos musculares y le da en
adelante la posibilidad de imitar al adulto no solamente en sus palabras sino en todos sus gestos. Es activo,
gritón, brutal, agresivo con objetos y no sólo con los que están a su alcance, como en la etapa oral, sino
aquellos que agarra y que desgarra, golpea, tira por tierra, como si encontrara un placer malicioso en ello,
acentuado por lo demás desde que se da cuenta de que esto puede molestar al adulto en mayor o menor
medida. Se ha logrado la identificación. Si le complace molestar y golpear es porque ama al adulto. La
ambivalencia aparecida al final de la etapa oral se consolida.
Pero el niño usa de su agresividad muscular sin otra regla que su "capricho". El papel de la educación es
habituarlo, también ahí, a una disciplina social.
En la práctica, cuando el niño desobedece, se le regaña (a sus ojos: se le priva del amor), se le pega y por
agresivo que sea el niño, por fuertes que sean sus rebeliones, siempre es el más débil y tiene que ceder.
Pero, así como una educación favorable habrá permitido al niño encontrar sustitutos simbólicos a sus
materias fecales, igualmente por lo que respecta a su educación muscular habrá que reservarle horas
cotidianas, en las que, sin coerción de los padres, pueda jugar tan brutal y ruidosamente como le plazca. Es
una condición para salvaguardar su vida y su libido ulteriores, si no, el niño se sentirá aplastado bajo el
dominio sádico del adulto (no porque éste sea necesariamente sádico, sino porque el niño proyecta en él su
sadismo insatisfecho) y la actividad ulterior quedará ligada en todos los dominios a una necesidad de castigo,
que implicará la búsqueda de ocasiones en que se le pegue o se le domine pasivamente.

2 Es probable que la libido anal sea, más que orificial, una libido difusa "de todo el interior" que empalma con la libido oral: el
autoerotismo narcisista de sentirse "dueño de su nutrición y de su crecimiento" de un extremo a otro, valga la expresión.
3 Igualmente, "sádico" puede entenderse aquí en general como del orden del "te hago una cosa con mi cuerpo", "quiero tener

derecho de vida y muerte sobre objetos, cosas vivas, sobre ti, como quería tenerlo sobre mis excrementos".
El pensamiento en la etapa anal

Esta edad, que es la de la iniciación ambivalente, está sensibilizada (precisamente a causa del descubrimiento
de esta ambivalencia) a la percepción de pares antagonistas.
Sobre un esquema dualista, derivado de la catexis anal ("pasivo - activo") el niño va a establecer con el que
lo rodea toda una serie de conocimientos calificados por la relación de este objeto con el propio niño,
después de haberlo identificado con alguna cosa ya conocida por él.
Toda mujer es una mamá; buena - mala. Toda mujer mayor es una abuelita, buena - mala, grande - pequeña.
He ahí cómo procede su exploración comparativa.
Los objetos que se oponen a su voluntad son "malos" y les pega; y está en pleito permanente con ellos y con
todo lo que se les parece o les está asociado. Pero cuando su voluntad se opone a la del adulto, no lo puede
golpear o, en todo caso, si es "malo", es castigado y (se imagina que) pierde su amistad. Es la moral de lo
Bello y lo Feo.
El niño cede, porque necesita al adulto en todo momento, a la persona grande omnipotente, "divina" y
mágica y sólo obedeciéndola o no se la torna favorable o indiferente, si no peligrosa. En otras ocasiones,
semejantes a aquellas de las que tiene experiencia, "ser bueno" consistirá en elegir actuar conforme a lo que
sabe son los deseos del adulto, lo que puede pervertir la ética del niño, para quien ser bueno puede significar
ser pasivo, inmóvil y sin curiosidad.
Vemos, pues, que las pulsiones agresivas espontáneas y las reacciones agresivas contra todo lo que se le
opone deben ser diferidas, desplazadas; y cuando el adulto está en juego, estas pulsiones y estas reacciones
serán desplazadas sobre objetos que recuerden al adulto: por asociación, y tendremos allí la fuente del
simbolismo; o por representación: muñeca, animal, y tendremos ahí la fuente del fetichismo y del totemismo
de los niños.

ETAPA ANAL PRIMARIA

Las características de este erotismo se vinculan con las de las fuentes pulsionales correspondientes:

• la de la ampolla rectal
• la musculatura voluntaria

El surgimiento de la pulsión anal implica una nueva exigencia de trabajo para la mente
vinculada con la imbricación de dos placeres diferentes:

- Placer activo, sádico, asociado al uso de la musculatura, sobre todo de brazos y piernas.
- Placer pasivo en relación con la erogeneidad de la mucosa anal.

Este esfuerzo encuentra un yo con mayores posibilidades derivadas de la eficacia de la motricidad.


Dado que la pulsión sádica se conquista con el desarrollo de ciertas funciones yoicas, el cambio ocurrido en
esta fase no proviene tanto del placer desarrollado en la ampolla rectal, presente ya con anterioridad, sino
de la posibilidad de transponerlo en actividad muscular.
El uso de la musculatura permite procesar el trauma transponiéndolo en agresividad.
El trauma que se intenta elaborar en este momento tiene dos orígenes.

1. El primero corresponde a los desarrollos de afecto padecidos en la fase anterior, cuando el


niño que anhelaba la presencia materna sufría su ausencia. La frustración pulsional, fuente
de desesperación, es traspuesta en actividad vindicatoria por una transformación pasivo-
activa 4 del trauma.
Freud (1920) ilustra este tipo de transformación a través del juego del carretel. (Fort – da 5)
2. El otro trauma al que se refiere Freud, no deriva de una vivencia dolorosa sino de una
voluptuosidad en mucosa imposible de tramitar.

La tarea de la libido es volver inocua esta tarea destructora; la desempeña desviándola


en buena parte -y muy pronto, con ayuda de un sistema de órgano particular, la
musculatura- hacia afuera, dirigiéndola hacia los objetos del mundo exterior. Recibe
entonces el nombre de pulsión de destrucción, pulsión de apoderamiento, voluntad de
poder. Un sector de esta pulsión es puesto directamente al servicio de la función sexual,
donde tiene a su cargo una importante operación. Es el sadismo propiamente dicho.
(Freud, 1924c)

Sobre la motricidad voluntaria recae una imbricación entre pulsión de muerte, de


autoconservación y sexual.
La musculatura de la que hablamos se constituye en punto de encuentro entre la erogeneidad anal
y su tramitación psíquica, y ello debido a que la motricidad tiene un carácter mixto, es fuente
pulsional y patrimonio yoico.
En el goce anal en mucosa, es el excremento el que tiene un papel activo. En el acto
evacuatorio la emergencia de las heces provoca un orgasmo, (Freud, 1931) cuyo goce resulta
contradictorio con el esfuerzo por retener la sustancia estimulante en el intento de conservar
infinitamente la voluptuosidad. Cuando ocurre el orgasmo, éste es independiente de una decisión
del yo, quien sufre una extracción por acción de las heces, que son las que resuelven cuándo emerger.
El yo queda en posición pasiva frente al avasallamiento esfinteriano producido por el excremento. El
estado de humillación resultante es respondido por un estallido de furia que se expresa en el placer
por agredir.

... en el estadio sádico-anal la intensa estimulación pasiva de la zona intestinal es respondida


por un estallido de placer de agredir, que se da a conocer de manera directa como furia o, a
consecuencia de su sofocación, como angustia. (Freud, 1931)

El orgasmo anal acompañado del estallido expulsivo se articula entonces, con el uso violento
de la musculatura, con una meta destructiva y también extractiva, que pretende forzar el esfínter
ajeno con el propósito de sustraerle un objeto de goce.
La transformación de pasividad en actividad con un fin expulsivo y destructivo requiere de
una referencia a la lógica en juego. El yo recorre el objeto a través de la mirada o el contacto de los
dedos, con lo cual una acción, visual o táctil genera el espacio y el tiempo.

En este proceso adquiere eficacia la visión, como ocurre en el juego del carretel cuando el niño
intenta arrojar el mismo fuera de su mirada. (Freud, 1920) En este momento, ver o no ver un objeto es
concebido como consecuencia de un acto. En el enlace de vista y motricidad, la acción de la mano guiada
por los ojos, proporciona una ilusión de dominio del mundo. Si ocurriera este mismo enlace entre ver y
actividad esfinteriana, el yo podría hacerse dueño de su motricidad anal y del momento de la defecación;
por el contrario, el fracaso en el intento de ligar mediante la visión impone el doblegamiento ante la
erogeneidad anal primaria.

4
Ver CUADERNILLO VI – Glosario III
5
Ídem
ETAPA ANAL SECUNDARIA

En esta etapa el cambio libidinal no consiste en la aparición de una nueva zona erógena, sino
en el surgimiento de nuevas metas pulsionales: guardar, retener, cuidar, por un lado y por otro:
poseer, dominar, controlar. Estas metas se logran a través del uso de la musculatura, tanto la del
esfínter anal como la del resto del cuerpo, con un fin diferente al del momento anterior.
El cambio pulsional obedece a un proceso de complejización yoica, que determina la creciente
eficacia del preconciente verbal. El niño puede proferir ahora los sonidos que nominan las distintas
partes del cuerpo; esta nueva posibilidad produce un cambio importante con respecto a lo que
acontecía en la etapa previa.
La representación cuerpo se hallaba anteriormente inmersa en un contexto y la lógica
dominante, la contigüidad, hacía imposible el recorte de una individualidad. Este corte es introducido
fundamentalmente por un nombre que el niño recibe y profiere y que hace posible constituir la
representación cuerpo propio y ajeno como totalidades cerradas. La nueva capacidad está dada por
el control de la musculatura del esfínter anal que permite la representación de un cuerpo cerrado, en
el que ya no hay un agujero por donde algo sale sin poder evitado. El dominio de la musculatura se
articula con la inscripción de la capacidad de regulación del esfínter y con la posibilidad de nominar.
La unificación mediante la palabra se enlaza con la unificación visual y motriz. El niño sustituye el
anhelo de ver el acto defecatorio que lo conducía a una permanente frustración, por la nominación del
mismo. Sólo de esta manera supera la humillación producida por su fracaso de control de las heces; el nuevo
logro le permite crear una ilusión de omnipotencia nominativa.
Dado que la organización visual de la representación cuerpo es incompleta, el tacto cobra relevancia
informando acerca de aquello que no tiene otro registro perceptual. Vista y tacto cobran un carácter
complementario y contradictorio a la vez. La unificación de la representación cuerpo da la posibilidad de
sintetizar actividad y pasividad bajo la forma de un verbo reflexivo: contenerse o dominarse. A partir de este
momento es posible la experiencia (reflexiva) a la que Freud denominó: "doble sensación táctil."

El cuerpo propio y sobre todo su superficie es un sitio del que pueden partir simultáneamente
percepciones internas y externas. Es visto como un objeto otro, pero proporciona al tacto dos clases
de sensaciones, una de las cuales puede equivaler a una percepción interna. (Freud, 1923b, pág.
27)

En las fases anteriores, una de las dos sensaciones era atribuida al otro y el vínculo táctil estaba asociado con
el goce; en este momento, en cambio, el "tocarse" está conectado con el placer y el dominio. Esto implica
una representación cuerpo diferente, en la que el cuerpo propio pasa a ser objeto de percepción y no sólo
de sensaciones internas. El "tocarse" adquiere el valor de una actividad autoerótica, en la cual sujeto y objeto
coinciden en el plano de las representaciones, como patrimonio yoico. La unificación del cuerpo implica que
la actividad y la pasividad se articulan también, de modo tal que el niño puede reconocer una relación causa
efecto respecto de sus propias conductas: las consecuencias de sus actos recaen sobre sí. De esta
novedad psíquica se deriva un rudimento del sentimiento de culpa, la mala conciencia, precursora del
superyó.

Consideraciones sobre la organización anal (B. JANIN)

La organización anal: encrucijada importante, como un punto crucial en la organización psíquica, en tanto liga pulsiones,
narcisismo y defensas, constitución del yo, interiorización de normas.

• El niño supone que el control esfinteriano es una arbitrariedad de la madre,


• La madre está aplicando una norma colectiva, que posibilitará al niño la inserción en un mundo social.
El niño funda un doble de sí, por proyección de un sí-mismo, un afuera que se constituye como tal y se delimita en el
acto de evacuar. Acto que implica la demarcación de un territorio. Territorio de lo propio-ajeno (o de lo propio que se
vuelve ajeno).

Los dos aspectos salientes de la organización anal son:

• el sadismo procedente de la pulsión de dominio y


• el erotismo de la mucosa de la ampolla rectal.

La pulsión de dominio: tiende a la anulación del objeto.


Es destructividad al servicio del goce narcisista.
Al volver sobre sí pasa a ser autodominio, por sometimiento al deseo del otro.

El sadismo anal presupone tanto la fecalización del objeto, la expulsión violenta, el bombardeo, como la tortura, el
sometimiento del otro. Es el terreno de la exclusión, el maltrato y la humillación.

Amor y odio van juntos en la organización anal, marcada por la ambivalencia.


El objeto de amor es atacado, despreciado y es siempre un otro-sí mismo.

Las heces son un primer producto, una primera creación, un producto marcado por la ambivalencia en tanto son a la
vez el regalo esperado por la madre y la suciedad a ser deshechada.

Lo valioso, lo propio al ser expulsado se vuelve regalo-deshecho, doble de sí, otro a ser mirado, festejado... y aniquilado.
Desecho hostil y regalo precioso simultáneamente, propio y extraño (¿siniestro?), las heces pasan a ser mediadoras de
la relación con el adulto; son instrumento de intercambios a la vez que espacio de identificación. Y esto en una relación
marcada por los opuestos amo-esclavo, dominar-ser dominado.

La analidad es una encrucijada de unión y confrontación de los contrarios, de los opuestos, la sede de la ambigüedad y
la ambivalencia; es tanto una zona de diferenciación y negociación como el lugar de las confusiones e inversiones.
El trabajo de simbolización consistiría en pasar de una lógica de pensamiento binaria, que funciona en pares de opuestos,
a una lógica ternaria que va hacia la ligazón, desligazón y religazón de representaciones antagónicas, parecidas y
opuestas.

La posibilidad de regular la expulsión, de retener al objeto implica tolerar la excitación y que esta devenga placentera.

En El niño y su cuerpo, M. Fain plantea que erotizar la retención permite al niño ligar la sensación de placer con el
aumento de la tensión y, por consiguiente, tolerar esta última, lo que permite la producción de fantasías no
acompañadas de descarga inmediata. Esta no-descarga inmediata y la elaboración fantasmática son un modelo para el
proceso del pensar.

Podemos hablar entonces de fallas en la constitución de los procesos mentales durante la etapa anal cuando no se
puede erotizar la retención.

Pero también podemos hablar de rumiación, de pensamiento circular, de dificultades para arribar a la acción cuando
la retención está excesivamente erotizada.

El erotismo sádico-anal puede resolverse a través de dos procesos convergentes:

• la posibilidad de nominar al mundo (que implica diferenciar y organizar) y


• la apropiación del símbolo de la negación como posibilitador de traducción.

Al nombrar el mundo, el niño va delimitando un afuera diferente de sí y un universo en el que los objetos perdidos se
recuperan simbólicamente al nombrarlos.
La palabra implica así, la posibilidad de desprendimiento y de posesión simbólica del objeto.
Y al enunciar el "no" como preconciente, el niño va estableciendo un freno a la voluntad del otro y a sus propios deseos.

El control esfinteriano presupone una oposición al puro empuje pulsional, una posibilidad de transacción entre la
necesidad y la cultura.
Y el control del esfínter anal, en particular, marca las condiciones de la apertura o el cierre a la admisión del objeto, de
lo propio-extraño, de su conservación y expulsión.

El control de esfínteres requiere como condición

- la adquisición del lenguaje verbal y de la marcha,


- pero también supone la posibilidad de esperar, de realizar transacciones y de evacuar en el lugar designado
culturalmente.
- Es decir, implica la tolerancia de urgencias internas y la incorporación de normas culturales.
- También presupone dominar al objeto, pero tolerar renunciar a él, dominarse (en tanto dominio del propio
cuerpo) y aceptar ser dominado por reglas impuestas por otro.

La norma del control de esfínteres es, para el niño, la primera norma cultural y, desde la sociedad, una norma cultural
imprescindible para la incorporación del niño al ámbito escolar.
Implica una renuncia a un placer pulsional y, por ende, sólo se realiza a cambio de algún otro placer.

Pero el control esfinteriano puede no ser vivido como un logro, como una adquisición cultural sino como una pérdida
narcisista.

LA CASTRACION SIMBOLÍGENA ANAL

Hay dos acepciones del término castración anal.

1) un segundo destete, es sinónimo de la separación entre el niño, ahora capaz de motricidad voluntaria y ágil, y
la asistencia auxiliar de su madre para todo lo que constituye el «hacer» necesario para la vida en el grupo
familiar: es la adquisición de la autonomía, «yo solo», «yo, tú no». Esta castración asumida por el niño depende,
como es obvio, de la tolerancia parental al hecho de que el niño, día tras día, desarrolla su autonomía dentro
del espacio de seguridad ofrecido a su libertad a través de lo útil, del juego, del placer. El niño, que se está
haciendo sujeto, deja de ser un objeto parcial retenido en la dependencia de la instancia tutelar, sometido a
su posesividad y a su total vigilancia (para la alimentación, el vestido, el aseo, el acostarse, la deambulación).
2) La otra acepción es -entre estas dos personas que son el niño ahora autónomo en su actuar y el adulto
educador- la prohibición significada al niño de todo «actuar» dañoso, de «hacer» a otro lo que no le gustaría
que otro le hiciera. Es el acceso al decir que valoriza el comercio relacional entre las personas reconocidas
como dueñas de sus actos, y como placer tiene que ser recíproco y libre. En lo cual esta segunda acepción del
término castración anal está íntimamente articulada con la primera.

Todo niño con madre y padre no castrados analmente de él y que pretenden inculcarle, en lo que le dicen o le hacen, la
prohibición de hacer daño (mientras que ellos mismos dañan su humanización al considerarlo como objeto de
adiestramiento) significa en palabras lo contrario del ejemplo que dan. Estos padres no dan la castración anal. Adiestran
a un animal doméstico. El niño es denegado, en vez de que las pulsiones del deseo del niño sean en parte interceptadas
y en parte sostenidas a la entrada en el lenguaje por un comercio de intercambio lúdico, y socializado, con valor de
placer entre sujetos.

Por consiguiente, sólo es posible hablar de castración anal si el niño es reconocido como sujeto, aunque su cuerpo sea
todavía inmaduro y sus actos jamás sean confundidos con la expresión del sujeto en él, mientras no haya adquirido la
total autonomía de su persona en el grupo familiar.
La castración anal, entonces, es la prohibición de dañar su propio cuerpo, así como el mundo inanimado y animado que
rodea el triángulo inicial padre-madre-hijo, por acciones motoras, de arrojamiento, peligrosas o incontroladas. Se trata,
de hecho y en su raíz, de la prohibición del crimen y del vandalismo, en nombre de la sana armonía del grupo; al mismo
tiempo que la iniciación en las libertades del placer motor compartido con otro, en una comunicación de raíz en el
lenguaje gestual en la que cada uno se complace en concordarse con los demás. Este control de las pulsiones motrices
dañinas, esta iniciación al placer de la comunicación basada en el lenguaje y al control de la motricidad, a la mesura y al
dominio de la fuerza empleada en actividades útiles y agradables, todo esto permite sujeto advenir al cuidado de sí,
mismo, su conservación, la "deambulación, en el espacio, y luego la creatividad industriosa o lúdica (es decir, no sólo
utilitaria). Al mismo tiempo, queda abierto el camino a otros placeres, que se descubrirán en estadios ulteriores, uretral
y vaginal, que lo conducirán, varón o niña, al estadio genital.

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