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Ciencia, sentido común y candidez

Piedad Bonnett

Dicen que de buenas intenciones está empedrado el camino hacia el


infierno. Un artículo de este diario, escrito por el periodista César
Giraldo Zuluaga, lo ilustra muy bien: en él se refiere a la iniciativa del
representante Juan Carlos Losada de reformar los artículos 79 y 95 de la
Constitución. Una de esas reformas sería a favor de “los animales
sintientes, sin excepción (…) contra los tratos crueles, actos
degradantes, muerte y sufrimiento innecesario y procedimientos
injustificados o que puedan causarles dolor, angustia o limitar el
desarrollo de sus capacidades naturales”. Según el artículo, muchas
voces de expertos se han mostrado preocupadas por considerar que hay
peligrosas ambigüedades en la manera de formular el proyecto, que no
sólo pueden crear malentendidos, sino que pueden terminar generando
acciones en contra de los ecosistemas. Desde el Colectivo de
Profesionales de Ecología se preguntan, entre otras cosas, qué significa
“innecesario”, y qué hacer entonces con las especies exóticas invasoras
o con los perros ferales que atentan contra el ecosistema de los
humedales. El artículo muestra todas las aristas de un problema que la
reforma del concejal pareciera simplificar de modo ingenuo.
“Simplemente —dicen los miembros del Colectivo— la modificación de
este artículo va en contravía de la conservación de la biodiversidad,
término muy de moda, pero del que se ignora todo lo que abarca; es
mucho más que la variedad de especies, incluye la variabilidad genética
al interior de cada población, los ecosistemas —con todos sus flujos de
energía y materia— y también los modos y medios de vida de las
poblaciones locales, por cierto muy diversos en nuestro país”.
Algo semejante sucede con la propuesta de la animalista Andrea Padilla
de transformar los zoológicos en zonas de refugio de fauna, una
iniciativa también polémica pues hay quienes sostienen, como el
catedrático de fauna Silvestre Dave Wehdeking, que “desde hace años
los zoológicos modernos dejaron de ser centros de entretenimiento y se
convirtieron en lugares de conservación y protección para animales
silvestres”, y que un santuario no es necesariamente garantía de respeto
por los animales. Los biólogos, con toda razón, han pedido que se los
consulte a la hora de hacer estas propuestas, que, dicen ellos, están
guiadas básicamente por la emotividad, y que se respete “la profesión y
el método científico”.

Estoy segura de que Losada y Padilla —que han hecho, por lo demás,
una importante gestión ambientalista— actúan de buena fe. Pero también
creo que pueden estar cayendo en esa tendencia “redentora”, tan en boga
y que tantos seguidores da, que termina dividiendo el mundo en buenos y
malos, y que a menudo enuncia sus verdades desde una superioridad
moral insoportable. La misma tendencia que José Manuel Errasti, en
interesante artículo, enmarca dentro de lo que denomina “una sociedad
cándida”, donde el individuo “no ve más allá de voluntades y emociones
en todo lo que lo rodea”. Lo que el cándido olvida es que está probado
que no debemos guiarnos simplemente por “sentido común” (el que guía
en estos casos a los animalistas) cuando se trata de conocimiento
científico. Algo que ya sabía Galileo Galilei.

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