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Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como
el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo
VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se
desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado
con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías
es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor.
Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo,
y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y
familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va
de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación
de Dios. Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia
de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le
empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder;
entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo.
1. CONTEXTO HISTÓRICO
Sobre la época del profeta Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros
de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es
una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los
judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se
desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-
609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el
norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el
poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede
la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá
comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de
los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación
de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión
de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir
como nación soberana.
En el año 605 A. de C., Nabucodonosor ascendió al trono babilónico y Joaquim fue puesto
por él en el trono de Judá. Los egipcios fueron derrotados en Carquemis siendo eliminados
por ello, como potencia militar. Este antiguo Waterloo con esa batalla decisiva, cambió la
historia del mundo. Joaquim era un hombre orgulloso, falto de bondad, era una criatura
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pecadora, que estaba constantemente al lado de Jeremías, como una espina en su carne.
La magnífica obra de reformas religiosas realizadas por Josías, fueron destruídas por
Joaquim, el cual se puso contra la religión de Jehová.
En el año 598 A. de C., Nabucodonosor se vio obligado a venir contra Jerusalem, debido a
la deslealtad del rey Joaquim. Unos cuantos meses tenía Joaquin en el trono del reino,
cuando su gobierno terminó desastrosamente, con la caída de Jerusalem y con el hecho
de que Nabucodonosor se había llevado a la familia y lo mejor de la corte a Babilonia. Los
tesoros, los vasos sagrados y los cautivos, fueron trasladados al exilio. Sedecías fue
puesto, para gobernar a Jerusalem bajo la supervisión estrecha de Babilonia.
Babilonia estaba ansiosa de destruir a Jerusalem, por la más leve causa y en la primera
provocación. Fue así, como en el año 587 A. de C., vinieron los babilonios y pusieron fin a
la ciudad tumultuosa. Jeremías recomendó la rendición de la ciudad y una leal sumisión a
la voluntad de Nabucodonosor, como la única manera de salvar a Judá de la ruina.
El fin de la ciudad, se precipitó cuando se hizo un agujero en el muro, para que huyera el
rey con su familia, y la ciudad se rindió. Las casas fueron incendiadas, los espesos muros
derribados; el Templo fue, finalmente, destruído y el pueblo vergonzosamente atado con
cadenas y conducido a Babilonia.
Godolías fue dejado como gobernador y representante de Babilonia, para velar por el
pueblo, escaso y pobre, que había quedado en la humillada tierra de Judea. Jeremías, aun
cuando pudo haber ido a Babilonia, con consideraciones especiales, prefirió permanecer
con los que quedaban en Judea. Cuando Godolías fue muerto, los asesinos llevaron
consigo en su huída a Egipto, a mucho pueblo y al anciano profeta Jeremías, donde el fiel
siervo pasó sus últimos días. Las condiciones sociales afrontadas por Jeremías durante su
larga carrera, constituían un imperioso llamado para un hombre de valor y acción.
Josías llegó al trono real de Judá en el año 641 A. de C., o en (637), con la tremenda
responsabilidad de cambiar completamente las cosas y volver a la pureza de la religión
hebrea.
El rey Josías estaba llegando a la edad madura durante los últimos días del reinado de
Asurbanipal. Nabopolasar asumió el gobierno sobre todos los reinos de Asiria en 626 A. de
C., con lo que empezaron a oírse los fúnebres tañidos de la postración de Nínive. El reino
continuó por algunos años más, hasta que sobrevino la caída de Nínive en 612 A. de C.
Los ricos eran poderosos, sin escrúpulos, indiferentes a las necesidades reales de su
pueblo empobrecido, y vivamente interesados en sí mismos y en todo aquello que podían
acumular en su provecho personal. Los pobres estaban siendo empujados cada día, a la
vida de esclavitud, desprovista aun de las ventajas más elementales de carácter humano
en su favor. El descontento, el odio, y la envidia, llenaban sus mentes a causa de la dureza
del trato y la miseria que se recrudecían a medida que los días pasaban.
La vida familiar era deplorable. Para el año 600 A. de C., la esclavitud era cosa común en
todas partes. El robo, el asesinato, la mentira, el egoísmo y la desmedida ambición de las
cosas materiales, caracterizaban a la época y al espíritu del pueblo.
Las condiciones religiosas no eran muy alentadoras. Jeremías halló una mezcla religiosa;
desde los baales de Jezabel, los cultos babilónicos y otros ídolos, estaban conduciendo en
poderosa tendencia al formulismo religioso. El sincretismo religioso había hecho su peor
contribución, tratando de unificar cultos de tan diversa naturaleza. Para el alma sensitiva de
Jeremías, la gente de Judá era tan mala como la gentil que habitaba en Canaán. Los acusó
de falta de sinceridad, de sensualidad, de doblez mental y de empedernidos degenerados.
Las reformas religiosas realizadas por Josías en 623 a 621 A. de C., iban encaminadas a
eliminar las prácticas supersticiosas, la supresión de los santuarios gentiles de adoración,
la purificación del Templo y la adoración mosaica. Muchas de las buenas metas, fueron
alcanzadas, implantando reformas, que religiosamente produjeron un avivamiento, pero al
fin, falló por la muerte de su principal promotor, Josías. Jeremías comprobó cuán superficial
e incapaz era el pueblo, y cuán falto de entendimiento para poner las bases de una
verdadera religión espiritual, como era la de Jehová. Era materialmente imposible levantar
al pueblo, los sacerdotes y los otros profetas, a la verdadera y elevada atmósfera de la
religión espiritual. Ninguno de ellos era capaz de entender este lenguaje.
2. EL PROFETA JEREMÍAS
El hecho de que Jeremías haya nacido y vivido en la pequeña villa de Anathoth, habitada
por sacerdotes, seguramente que influyó mucho en su carácter y preparación temprana en
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su vida. Abiathar, el Gran Sacerdote de los días de David, fundó aquella apacible aldea en
los suburbios de Jerusalén, donde él y sus descendientes vivieron.
El ascenso al trono del joven y vigoroso rey Josías, fue un momento especial para la nación.
Muy probablemente Josías y Jeremías, eran buenos amigos desde su infancia. La
sangrienta invasión de los scytas y las crueldades puestas en práctica por éstos,
seguramente que produjeron temor e inquietud en estos dos corazones jóvenes.
Estuvo atento, muy atento, cuando la voz de Dios llegó a sus oídos. Jeremías estaba listo
y a la vez familiarizado con los problemas generales del mundo y entendió perfectamente
que el desempeño de su misión, le despertaría problemas, dada la naturaleza espiritual de
ella. Su reverencia ante la presencia de Dios, es particularmente buena y encomiable.
Dios le dijo: “Yo te conocí, yo te formé, yo te santifiqué y yo te escogí.” Dios tomó sobre sí
toda la responsabilidad de la elección, el cuidado y la victoria, que obtendría como resultado
de sus esfuerzos en el Señor. Jehová le asegura su presencia y dirección, en los términos
siguientes: “Yo te enviaré, yo te sostendré, yo estaré contigo.” En adición a estas áureas
seguridades otorgadas por Dios, le da dos ilustraciones que confirman el hecho de que Dios
gobierna sobre todas las gentes de la tierra y que todo está bajo su dominio.
Mal comprendido por su propia familia, hostilizado por los sacerdotes y profetas falsos,
estorbado y desoído de su pueblo, su vida fue una experiencia trágica. A pesar de todo
esto, atendiendo a las demandas divinas, él continuó urgiendo a su pueblo, el regreso a los
caminos de Dios a fin de que fueran limpiados y liberados del pecado.
3. EL LIBRO
El libro del profeta Jeremías es un poema que desarrolla con gran originalidad la tradición
de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones
simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la
intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad,
inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de
la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Los especialistas en este profeta dividen el libro del profeta Jeremías en tres grandes
grupos:
1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del
profeta (10,18–12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,7- 18), oráculos contra naciones
paganas (25 y 46–51).
Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a
Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación
profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados. Su fidelidad y
continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la
necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada
en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa.
Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar
según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.
a) Vocación de Jeremías
Conviene destacar que el «espacio» en el que irrumpe la llamada de Dios es muy variable:
en el caso de Moisés, Dios lo llama mientras cuida las ovejas de su suegro (Éx 3,1); Samuel
es aún un niño que vive en el santuario de Siló bajo el cuidado de Elí (1 Sm 3,1s); Eliseo
está trabajando con sus bueyes (1 Re 19,19); Isaías se encuentra en el templo participando
de una impresionante liturgia (Is 6); Ezequiel se halla entre los deportados de Babilonia,
esto es, en tierra extraña, en donde quizás ni se le había ocurrido que pudiera hacerse
presente el Señor (Ez 1,1s); finalmente, es de suponer que María, como buena muchacha
judía, está en su casa ocupada en los oficios domésticos cuando Dios la llama (Lc 1,26-
28). Todo lugar, todo tiempo y toda circunstancia son aptos para «escuchar» la voz de Dios
que llama a colaborar con su proyecto.
La primera visión indica que el profeta tendrá que estar muy atento a la realidad –nacional
e internacional– de su pueblo para poder hacer resonar a cada momento la Palabra de
Dios (11).
Los capítulos 2–6 contienen las primeras intervenciones públicas de Jeremías, donde
queda planteado lo esencial de su mensaje: infidelidad del pueblo, castigo purificador y
perdón. Jeremías recurre a la figura de la unión conyugal semejante al profeta Osea para
resaltar la cercanía y el amor con que el Señor se relacionó desde el principio con su
pueblo. No se resaltan los pecados de Israel en el desierto cuando apenas salió de Egipto
(Éx 17,1-7; 32; Nm 20,1-13), a diferencia de Ez 16. ¿Qué significa eso?
Normalmente, nosotros no caemos en cuenta de las dificultades que tuvo el pueblo israelita
para mantener en Canaán su adhesión a un Dios que ellos intuían como liberador; ellos no
podían entender automáticamente que ese mismo Dios era Dios de la tierra, del cielo, de
las nubes, de la lluvia, de la fertilidad y de la supervivencia. En Canaán encuentran un
sinfín de divinidades y de cultos para cada situación de la vida; sólo más tarde van a caer
en la cuenta de que el mismo Dios que los liberó de la mano de Egipto es el que les
proporciona todo lo necesario para vivir, comenzando por la lluvia (cfr. Lv 26,4; Dt 11,14;
Job 5,10; Sal 68,9, etc.).
Ahora, el problema es que muchos se resistieron a dar ese paso y prefirieron no sólo
quedarse con los cultos de los cananeos, sino también dejar de lado el proyecto de la
libertad y de la justicia que se habían comprometido a construir en la tierra prometida. De
manera que los males de Israel no provienen sólo de los cultos a falsos dioses, sino del
retroceso que en la tierra de la libertad realizaron volviendo al modo de organización social
egipcia que produce división de clases, injusticia, hambre y empobrecimiento. Con razón
los acusa Dios de haber ensuciado la tierra (7). Así pues, con este primer reclamo en forma
de pleito subraya Dios la infidelidad de Israel, contrapuesta a la fidelidad que presentan
otros pueblos; aunque esos pueblos distintos a Israel tienen dioses, que no son dioses
(11), por lo menos no los han cambiado como ha hecho Israel.
d) Exhortación al arrepentimiento:
El profeta pone en guardia a los benjaminitas que habitan en Jerusalén. Podría tratarse de
algunos miembros de la tribu de Benjamín que se habían refugiado allí, quizá desplazados
por la violencia vivida desde la guerra siroefraimita. Benjamín era el territorio más pequeño,
ubicado entre el norte de Judá y el sur de Efraín (Jos 18,11).
La respuesta de Jerusalén que lucha por defenderse es vista como una «guerra santa».
Hasta nuestros días, muchas luchas y múltiples ataques se hacen en nombre de Dios,
como si se pudiera hablar de ejércitos amigos o ejércitos enemigos de Dios. Los israelitas
tenían la convicción de que en sus guerras el Señor iba adelante combatiendo a favor de
ellos (cfr. Dt 1,30; 20,4); sin embargo, el mismo Jeremías constatará que dicha compañía
ya no será posible, puesto que el mismo Señor ha decidido no sólo abandonar los
campamentos israelitas, sino atacarlos (cfr. Jr 21,5).
f) Rebeldía de Israel.
Israel es un pueblo obstinado y terco; ha sido avisado de la situación que se avecina, pero
no hace caso; por todos los medios se le ha insinuado que rectifique su camino; sin
embargo, continúa andando tercamente en contravía del plan del Señor. Su obstinación y
su culto vacío son motivo aquí de denuncia por parte de su mismo Dios.
g) No vale el culto.
A propósito del culto y los sacrificios ofrecidos a la «reina del cielo» Dios recuerda por
medio del profeta que en ningún momento ha exigido Él sacrificios ni holocaustos; en
cambio, sí ha exigido obediencia y fidelidad.
h) No quieren convertirse.
En este nuevo mensaje contra los habitantes de Jerusalén y de Judá el Señor reprocha al
pueblo su resistencia a convertirse. Pero la conversión no es posible sin el reconocimiento
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humilde y sincero de las culpas; ahí está justamente el problema del pueblo y de sus
dirigentes: no se convierten porque no ven de qué convertirse. Para ellos era suficiente con
«tener la Ley del Señor» y pensaban que eso bastaba para creerse sabios y buenos; pero
el profeta hace ver una realidad distinta y el castigo que se acerca cada vez más.
Desafortunadamente, en muchos de nuestros ambientes cristianos constatamos a veces
esta misma realidad.
La única cláusula de la Alianza que debía cumplir Israel era la de ser y vivir como pueblo
del verdadero Dios, el Señor (4), manifestada en la exigencia de «obedézcanme» (7). Pero
Israel no escuchó la voz del Señor, prefirió seguir en pos de otros dioses que nunca fueron
garantía de vida. Dios se propuso ser para el pueblo fuente de vida, camino de libertad (4);
no exigió nada para sí, porque él es dueño de todo y nada necesita (cfr. Sal 50,10s). Por
el contrario, Israel siguió a otros dioses (10.12s.17) que no ofrecen vida, sino que la
absorben, llevando al pueblo a encrucijadas de muerte. Tiene sobrada razón el Señor
cuando se autodefine como «Dios celoso» (Éx 20,5; Dt 5,9; Jos 24,19).
La pregunta para nosotros debe girar en torno al tipo de dios que hemos heredado y al que
actualmente seguimos; aunque aparentemente hablemos de este mismo Dios liberador y
dador de vida, en la práctica servimos a otro muy distinto. Las acciones liberadoras deben
comenzar precisamente purificando la imagen que tenemos de Dios.
k) Oráculo al rey.
En 21,11s, encontramos un mensaje dirigido al rey para reclamar una mayor práctica de la
justicia. Ingenuamente, los antepasados de Jeremías y sus contemporáneos llegaron a
creer que un rey y, por ende, la monarquía, sería la salvación en los momentos difíciles,
comenzando por la decadencia y corrupción de los jueces (cfr. 1 Sm 8,1-5). Aunque la
monarquía dio en sus orígenes identidad política al país, consolidó sus fronteras y logró
que Israel adquiera peso en el plano internacional, se sabía que la situación interna iría de
mal en peor. Ya lo había advertido Samuel (1 Sm 8,10-20), cuyas palabras no hay que
entender como una predicción del viejo juez, sino como la constatación histórica de los
abusos y las injusticias que promovió la monarquía.
El profeta conecta estas sentencias puestas en boca del último representante del período
tribal o de los jueces con el descuido de la población más vulnerable: el emigrante, la viuda,
los huérfanos y, en general, los débiles, a quienes denomina «inocentes».
l) Oráculo de restauración.
Con todo, la idea de la restauración había comenzado a germinar desde que el poder asirio
inició su decadencia; gracias a ello, el rey Josías de Judá, pudo reconquistar casi todo el
territorio del norte (cfr. 2 Re 23,15.19; 2 Cr 35,18). Así pues, la esperanza del retorno se
había abierto primero que todo para los habitantes del reino del norte; pero ahora, dados
los acontecimientos en el reino del sur, dicha esperanza cobra nuevo vigor y mayor
actualidad. El Señor aún ama a Israel y lo reunirá de nuevo. Esta idea de la reunificación
de Israel será el tema de los llamados profetas del destierro (cfr. Is 43,5-7 después del
destierro se añorará esa imagen de todo Israel reunido (Zac 10,6-12). Cuando el Señor
haya visitado a los opresores (20) no habrá más dominadores sobre Israel; el soberano
saldrá del mismo pueblo. La historia confirmó todo lo contrario. Después del destierro,
Israel no pudo volver a alcanzar su completa autonomía. ¿Mintió Dios?
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Recordemos que el hombre bíblico pone como palabra y voluntad de Dios las convicciones
que nacen de lo más íntimo de su conciencia, y ésta –como tantas otras– era la convicción
del profeta. Las mismas circunstancias históricas marcharon por rumbos muy distintos. En
todo caso, la ira del Señor seguirá su curso, sin perder de vista que algún día el pueblo
comprenderá que sólo caminando en alianza con Dios podrá sobrevivir.
La mención del desierto evoca el lugar geográfico que atravesó Israel cuando salió de
Egipto y se dirigió a la tierra prometida; el desierto será de nuevo paso obligado para
retornar a la tierra. Téngase en cuenta el valor simbólico que el desierto posee en la Biblia
como paso obligado de una conciencia de oprimido a una conciencia liberada y liberadora,
el paso de la esclavitud a la libertad, del pecado a la gracia.
n) Restauración.
Continúa el mensaje de los efectos benéficos que traerá al pueblo del exilio. A las imágenes
de la devastación, del dolor y del desespero que representa el mal infligido por Babilonia
se contraponen las idílicas imágenes de la restauración futura.
Tema a PROFUNDIZAR
1. INTRODUCCIÓN
Los profetas del Antiguo Testamento usaban la poesía en sus predicaciones, sus utopías y
esperanzas. En su colocación al lado del pueblo sufrido, buscaban transmitir el mensaje y
la esperanza que recibieron de Dios, criticando los grupos de la sociedad responsables por
la desintegración de las relaciones humanas de respeto a la vida, por el ejercicio de la
injusticia y opresión contra el pueblo.
En su lenguaje poético, el profeta usa muchas metáforas que para nosotros hoy no son tan
fáciles de comprender, tanto por la distancia que existe entre nuestro tiempo y el tiempo de
los profetas, cuanto por la propia visión de mundo, que puede ser una barrera que nos
impide entender mejor el mensaje profético. No obstante, existen aspectos de identificación
que nos aproximan a los textos proféticos, como la crítica contra el sufrimiento del pueblo
pobre cada vez más oprimido y explotado. Aquí el mensaje profético se torna más que
nunca actual e importante, en dimensiones de esperanza y de utopía.
El profeta Jeremías no escapa a esta regla. En sus poesías, que revelan su sensibilidad
ante la palabra de Yavé, este profeta usa muchas metáforas sacadas de lo cotidiano, de la
realidad del pueblo al cual proclama el mensaje de Yavé. En las abundantes metáforas del
libro de Jeremías tenemos algunas más centrales que otras. Una de las metáforas centrales
es la descripción de Yavé como un agricultor que planta un grupo o a alguien. La
interpretación de esta metáfora puede influir en la comprensión de todo el libro de Jeremías
y puede ayudarnos a entender el mensaje del profeta.
En el primer capítulo del libro, Yavé le da al profeta Jeremías, a través de su palabra, el
poder de destruir y construir, arrancar y plantar naciones y reinos:
“Entonces alargó Yavé su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yavé: Mira que he puesto mis
palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las naciones y sobre los reino
para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar” (Jr 1,9-10).
2. CONOCIENDO LA PROBLEMÁTICA
Nos llama la atención el hecho de que el verbo “plantar”, teniendo a Yavé como sujeto (nt’),
se refiere a realidades diferentes como el objeto “plantado”. En Jr 11,17 —por ejemplo— el
objeto es la “casa de Israel” y la “casa de Judá”.
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En Jr 12,2, por otro lado, son los perversos. En Jr 24,6 y 32,41, el verbo se refiere a los
exilados en cuanto que Jr 42,10 se refiere a aquellos que permanecieron en la tierra.
Estos son apenas algunos ejemplos para mostrar que esta metáfora es usada para referirse
a grupos opuestos. Esta primera observación nos lleva a preguntarnos por el significado de
esta figura, propia de una realidad agrícola. ¿Tendría esta metáfora significados distintos
de acuerdo con el contexto o el complemento? ¿Habría una cierta unidad en el significado,
que podría ser extensiva para todos los textos? ¿Cuál podría ser este significado? A estos
interrogantes procuraremos dar una respuesta. Para aproximarnos a estas respuestas será
necesario mirar con cierto cuidado a cada texto donde encontramos el uso de esta figura
de Yavé como agricultor.
No podemos estudiar todas las cuestiones literarias que comprende este verbo,
especialmente en su relación con la fórmula “construir y plantar”; por tanto, nos limitaremos
a aspectos que nos ayuden a entender el significado de la metáfora.
El verbo “plantar” (nt’) aparece en el libro de Jeremías muchas veces acompañado por otros
verbos como “construir” (bnh), “arrancar” (ntx), “demoler” (nts), y otros estructurando formas
fijas. Podemos decir que el binomio “construir y plantar” —por ejemplo— es una expresión
específica del libro de Jeremías.
El par de antónimos “construir y destruir” aparece en Is 49,17; Ez 36,36; Ml 1,4; Sl 28,5; Job
12,14. En cuanto que el par de verbos “plantar y arrancar” aparecen, fuera del libro de
Jeremías, solamente en Am 9,15. Por otro lado, el binomio “construir y plantar” es mucho
más frecuente en el Antiguo Testamento (20 veces), aunque en su sentido estricto y no
metafórico como es usado en el libro de Jeremías. El uso del verbo “plantar”, como una
acción de Yavé para con su pueblo fue introducido por Is 5,2 y 2 Sm 7,10.
De esta manera podemos decir que el par de verbos “construir y plantar” en el sentido
figurado, teniendo a Yavé como sujeto, pertenece a la tradición profética y fue apropiado
especialmente por Jeremías.
Esta expresión “construir y plantar” fue usada en la redacción final del libro de Jeremías
colocándola en la introducción del libro y haciéndola así el centro de la misión profética (Jr
1,4-10).
Este aspecto se destaca aún más cuando percibimos que en Jr 2-6 la misión profética es
descrita como un proceso de evaluación, de prueba (compare Jr 5,1; 6,9.27). La
comprensión del uso del verbo “plantar”, en relación a una actividad divina sobre el pueblo,
nos ayudará a entender un poco mejor el mensaje del libro del profeta Jeremías. Por esta
razón procuraremos leer los textos donde encontramos este uso del verbo “plantar”: Jr 2,21;
11,17; 12,2; 18,9; 24,6; 31,28; 32,41; 42,10 y 45,4. Estos textos serán vistos desde el punto
de vista formal (tiempo del verbo, tipo de texto, etc.) y desde el punto de vista de los
destinatarios (a quien se refiere el texto).
3.2. Jeremías 11,17: Yavé Sebaot, que te plantó, pronunció contra ti una calamidad, por
causa del gran mal que la casa de Israel y la casa de Judá hicieron, pues provocaron mi
ira, quemando incienso a Baal.
Con una afirmación acusadora son colocadas en Jr 11,15-17 informaciones sobre la
situación. El verbo “plantar” puede ser entendido en tiempo presente, puede también indicar
una acción en pasado En ambos casos el presente está expreso. De esta manera podemos
entender que las grandezas “plantadas” por Yavé —“casa de Israel” y “casa de Judá”— aún
están “plantadas”, o sea, aún existen en el lugar donde Yavé las colocó.
En el contexto, los miembros de la “casa de Israel” y de la “casa de Judá” son presentados
como hombres, que tenían el derecho de culto y lo ejercían. Es bien posible que con el uso
del término “cometer abominaciones/hacer maldades” del v.15 el autor se esté refiriendo a
decisiones y a posiciones políticas en relación con las naciones extranjeras (compare Jr 9,
23-26). Si es así, podemos afirmar que la “casa de Israel” y la “casa de Judá” están
constituidas por hombres capaces, libres para el culto y portadores de poder político.
3.3. Jeremías 12,1-2. Justo eres, oh Yavé, aún cuando peleo contigo; aún así, pelearé mi
causa delante de ti. ¿Por qué prospera el camino de los impíos? ¿Por qué viven en paz
todos los traidores? Los planté, y ellos se arraigaron; crecen y también dan fruto; de labios
para afuera, te tienen cerca, pero en su interior están lejos de ti.
Este texto trae una “lamentación” del profeta a Yavé por causa de la prosperidad del “impío”
que fue “plantado” por el propio Yavé. El texto deja evidente que el grupo aquí en cuestión
(impíos) es un grupo de prósperos —prosperan y dan frutos— a pesar de la difícil situación
por la cual atravesaba la tierra (Jr 12,4).
Podemos decir que el objeto de la acción de Yavé —los que fueron plantados— pueden ser
identificados como opositores de Jeremías que, a pesar de la difícil situación económica de
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la tierra por causa de la sequía, vivían bien, prosperaban y no sufrían las funestas
consecuencias de la sequía.
3.4. Jeremías 18,9. En otra ocasión hablo sobre una nación y sobre un reino para construir
y para plantar.
En la interpretación del trabajo del alfarero y su comparación con la acción de Yavé
aparecen en Jr 18,9 los verbos “edificar” y “plantar”, relacionados a la “nación” y al “reino”.
Así como el alfarero tiene poder sobre el barro, Yahvé tiene poder sobre la “casa de Israel”.
Las palabras de Jr 18,1-12 se dirigen a la casa de Israel (v.6). Tanto la amenaza de Jr 18,7
como la palabra de salvación condicional de Jr 18,8-9 parecen intentar llevar a la casa de
Israel a un arrepentimiento.
Ya que los términos “nación/pueblo” y “reino” indican grandezas políticas, podemos
entender que el término “casa de Israel” indica de igual modo una grandeza política. Es muy
probable que los “habitantes de Jerusalén” aquí mencionados sean un grupo que posee
poder de decisión política (compare 2 Cr 22,1), como el “pueblo de la tierra” (2 Rs
11,14.18.20). Se percibe que no se trata de los “habitantes de la tierra” sino de Jerusalén.
3.5. Jeremías 24,5-6. Así dice Yavé Dios de Israel: Como a estos buenos higos, así
atentaré con favor a los exilados de Judá, que yo envié de este lugar para la tierra de los
caldeos. Pondré mis ojos sobre ellos, para su bien, y los haré regresar a esta tierra. Los
edificaré, y no los demoliré; y los plantaré y no los volveré a arrancar.
Estudios mostraron que Jr 24,6 probablemente es una transposición de la afirmación de Jr
42,10, que se refiere a los que permanecieron en la tierra después del ataque de Babilonia,
y no a los que fueron llevados, posiblemente los primeros exilados en el período de
Joaquim.
En Jr 24,6 tenemos el uso del verbo que indica en este contexto que la decisión de Yavé
ya fue tomada, pero no fue aún realizada.
3.6. Jeremías 31,27-28. He aquí que vienen días, dice Yavé, en que sembraré en la casa
de Israel y en la casa de Judá semillas de hombres y semillas de animales. Y sucederá que,
como cuidé de ellos para arrancar y derribar, para trastornar, destruir y afligir, así cuidaré
de ellos para edificar y para plantar, dice Yavé.
Jr 31,27 trae la fórmula “He aquí que vienen días”, que introduce una promesa de salvación
dirigida a la “casa de Israel” y a la “casa de Judá”. El contenido de esta promesa, sin
embargo, se encuentra en el v.28 expresado con los verbos “plantar y construir”.
Estos verbos indican una acción aún no realizada por Yavé y están en relación antagónica
con los verbos “arrancar”, “derribar”, “trastornar”, “destruir” y “aflingir”, que describen de
manera generalizada el fin del estado de Judá. Observamos que la afirmación del v.27,
“sembrar (zr’) una semilla de hombre (’adam) y una semilla de animal (behemah)”, está
colocada como presupuesto para la realización de la promesa. En el contexto “sembrar” y
“plantar” son acciones distintas.
16
Podemos afirmar con base en la relación de la promesa —“plantar y construir”— con los
antónimos, que esta promesa se refiere a la reestructuración del estado de Judá en cuanto
grandeza política.
3.7. Jeremías 32,41. Yo me alegraré de hacerles el bien, los plantaré en esta tierra, con
toda la fidelidad de mi corazón y de mi ser.
Jr 32,41 se refiere a los exilados, sin limitarse a los de la primera deportación como en Jr
24,6. El verbo “plantar” t deja claro de que se trata aquí de una acción de Yavé aún no
realizada.
3.9. Jeremías 45,4. Esto les dirás: Así dice Yavé: He aquí que destruyo lo que edifiqué, y
arranco lo que planté. Y lo mismo haré en toda la tierra.
En el contexto de la promesa a Baruc, el verbo “plantar” se encuentra en una construcción
antitética como en Jr 24,6 y 42,10 y parece presuponer el conocimiento de estos dos textos.
En este versículo no queda claro lo que, concretamente, está siendo destruido y arrancado.
El texto hebreo trae una frase nominal explicativa —“toda esta tierra”—, que es omitida en
la Septuaginta (texto griego).
En Jr 45,4 Yavé está arrancando lo que fue plantado a través del ataque de Babilonia. Los
líderes son sacados de su posición de dominio. Pierden el poder y son llevados cautivos
para el exilio. Jr 18,9 (compare aún Jr 1,10) nos traerá otra luz para nuestra cuestión. Este
versículo tiene su punto de controversia ya en la traducción, por esto tenemos diferentes
traducciones, que indican diferentes interpretaciones del mismo: “Ahora hablo contra una
nación o reino para construir y plantar”.
En esta traducción los dos infinitivos (construir y plantar) pueden referirse a uno de los
objetos, que están en una relación de exclusión (nación o reino). Esta traducción es
problemática, pues el traductor comprende el mismo signo (v) en dos construcciones
idénticas de manera distinta, una vez como “o” y otra vez como “y”. El traductor aquí no es
consecuente usando “o” en ambos casos. Aún así sería una traducción cuestionable por el
hecho que las palabras están relacionadas por la conjunción en su función copulativa.
Otras traducciones traen: “otras veces, hablo a un pueblo y a un reino prometiendo construir
y plantar”.
Estas diferentes traducciones son consecuencia de la interpretación que los traductores
hacen del versículo. Tal vez podamos entender mejor el versículo si miramos su estructura.
Existe una relación entre “pueblo/nación” y el verbo “construir”, así como una relación entre
“reino” y el verbo “plantar”. Es muy probable que esta relación haya sido intencional por
parte del autor. Así él estaría colocando los sustantivos en una relación alternada con los
infinitivos correspondientes. Por tanto, podemos entender Jr 18,9 de la siguiente manera:
En breve yo hablo sobre una nación para construir y un reino para plantar.
Ejercicio:
EL PROFETA JEREMÍAS
“Este es el nombre con que me llamarán: Yave nuestra justicia” (Jer 33,16)
Esperanza para los que quedan
Texto a leer: Jer. 33,1-26 El profeta Jeremías anima diciendo que no pierdan la esperanza
1. ¿Para quién está hablando el profeta Jeremías: para los que quedaron, o para los
que fueron al exilio?
2. ¿Cuáles son los temas que trata el profeta Jeremías en este pasaje?
Tema 15
1. CONTEXTO HISTÓRICO
El rey Joaquín fue llevado cautivo a Babilonia en el 598 en la época de la primera invasión
de Judá por el ejército caldeo. Ezequiel, por lo tanto, es testigo del primer ataque de
Nabucodonosor contra Jerusalén y, junto con parte de la población, fue exiliado a Babilonia
en este momento, y allí se dedicó a la misión profética.
En Babilonia (598 a 597), las condiciones eran completamente deplorables. Daniel y unos
cuantos jóvenes judíos habían sido traídos de Jerusalén a Babilonia el año 606 A. de C.
Ezequiel y las clases socialmente superiores de la nación judía fueron llevados en 598 A.
de C.
Podemos muy bien comprender que mientras por once años estos 10,000 vivían en el exilio,
en un campo de concentración, en Babilonia, Jeremías continuaba con el resto del pueblo
en las ruinas de Jerusalén. Los cautivos no habían tenido predicador alguno durante cinco
años.
2. EL PROFETA EZEQUIEL
En su vida joven Ezequiel fue muy influido por la predicación de Jeremías y por el valor y
determinación de Josías en sus reformas religiosas. Estos dos siervos de Dios ejercieron
una poderosa influencia en él. Era Ezequiel, un cortesano joven y aristócrata, descendiente
de Sadoc. A pesar de los días problemáticos relacionados con la caída del Imperio de Asiria
fue cosa fácil para Ezequiel mantener su orgullo de hebreo y su confianza en el futuro
sacerdotal del pueblo escogido. Cuando Joacim se rindió a los invasores en 598 A. de C.,
en el grupo de los diez mil exiliados a Babilonia, estaba el joven profeta.
Vivió cinco años en el exilio sin la más leve idea de que llegaría a ser profeta. Quizás sus
sueños estaban encaminados en el sentido de volver pronto a Jerusalén, y reasumir su vida
natural entre sus amigos. Su llamamiento. Dios puso sobre él su mano, llamándolo para ser
profeta a los solitarios desterrados. En una forma muy dramática, nos describe su visión de
Jehová y su llamamiento al servicio.
El llegó a ser profeta, por la llamada de Dios, que puede ir en cualquier dirección; que tiene
poder en todas partes; capaz de ver todas las cosas y que gobierna en todo el Universo.
En un sentido muy real, le fue ordenado “comer el rollo” y luego, iniciar sus funciones de
profeta. El mismo se encarga de relatarnos que fue a los desterrados a orillas del Canal de
Chebar con amargura de espíritu. Afortunadamente, no comenzó a hacer su obra
inmediatamente, sino que permaneció 7 días sin decir palabra. Durante este lapso, su enojo
y su amargura se apartaron de él, quedando en aptitud de comprender el corazón de su
pueblo.
Su misión.
Está claramente revelada en su propio espíritu. Fue puesto por Dios para deshacer las
falsas esperanzas de un retorno casi inmediato, como lo estaban enseñando los profetas
falsos; apareció para interpretar a su pueblo, el significado del exilio; fue un comisionado
22
para restituir las enseñanzas de la historia, los profetas y los salmos; para establecer
nuevas formas de adoración y de vida en la nueva comunidad restaurada; para preservar
las almas de Israel en Babilonia e inyectar nuevas esperanzas para el futuro de la nación.
Su tarea era: advertir, exhortar, consolar, ahuyentar los temores, fundar las esperanzas del
futuro y actuar como un hombre honesto, durante los días calamitosos de la cautividad.
Hasta donde podemos darnos cuenta, en sus manos estaba todo el programa religioso de
sus días entre los suyos.
Cuando los otros cautivos llegaron en 587 A. de C., su trabajo se duplicó. Posiblemente su
labor profética se prolongó por 22 años más o menos. Su método de enseñanza es único.
Su imaginación vívida, su estilo dramático, su mente creadora, sus estados psíquicos
peculiares y la efectividad en la presentación de la verdad, hacen de él un profeta singular.
Con el propósito de atraer poderosamente la atención de sus oyentes y observadores, y
transmitir su mensaje, se cortó el cabello y la barba con una espada y dividiéndolos en
partes iguales, esparció una al viento, quemó otra e hirió la tercera con la espada, dando
una elocuente y vívida lección objetiva de cómo caería inevitablemente la ciudad de
Jerusalén.
Hizo a la vez una maqueta de la ciudad amada, con sus muros, al través de los cuales abrió
una brecha, todo lo cual el pueblo miraba atónito. En lenguaje muy descriptivo relató una
visita hecha a Jerusalén en visión, en que fue tomado por los cabellos y llevado sobre las
montañas y los valles para que contemplara los males que se hacían en Jerusalén. Hizo
uso de la historia como texto para muchos de sus sermones interpretando los hechos al
pueblo. Como predicador, escritor, pastor y profeta de Dios.
El profeta Ezequiel ocupa un lugar muy importante entre todos los profetas del Antiguo
Testamento. Su corazón estaba poseído de una gran simpatía hacia su pueblo, para el que
sentía también un gran amor; pues estaba urgentemente necesitado de un pastor.
Ezequiel comenzó sus funciones proféticas en 593, y durante 6 años observó
diligentemente cómo las predicciones de los profetas falsos acerca de un pronto retorno a
Jerusalén, se vinieron a tierra; a su vez, contribuyó a preparar a sus hermanos para la
trágica nueva de la caída y de la destrucción de Jerusalén. Los cautivos hebreos fueron
obligados a establecerse a lo largo del Canal de Chebar, al este de Babilonia, la ciudad más
bella del mundo en ese tiempo. Palacios, jardines, templos, y fortificaciones fueron
multiplicados hasta hacer de ella, la ciudad más notable del Este y la Señora del mundo en
su tiempo.
3. EL LIBRO
La introducción al libro (1, 1-3) ya deja vislumbrar que las palabras de Ezequiel fueron
sometidas a un trabajo redaccional. De hecho, en el v. 1 habla el profeta mismo, en primera
persona, e indica una fecha poco clara (el año 30º). En los vv. 2-3 el autor habla sobre
Ezequiel en tercera persona, confirmando ciertos datos, pero eliminando la ambigüedad del
v. 1 e informando la situación del profeta como sacerdote. Sin embargo, con respecto al
libro en su conjunto, aunque es posible identificar adiciones a los textos, ahora se acepta
23
que se puede referir sustancialmente al Ezequiel del siglo VI sin necesidad de recurrir a una
ficción.
1) Capítulos: 1–24;
2) Capítulos 25-32;
3) Capítulos 33-40.
Después de los capítulos 1 a 3, que sirven como introducción a todo el escrito, los capítulos
4 a 24 presentan oráculos de juicio y acciones simbólicas contra Judá y Jerusalén. Siguen
después los oráculos contra las naciones extranjeras (c. 25-32). El libro termina con los
oráculos de salvación (c. 33-48).
• La primera sección de la primera gran parte (c. 1-3) relata la vocación del profeta
en dos narrativas: la visión de la gloria de Dios (1, 4-28, que continúa en 3, 12-15) y la
visión del libro. (2,1–3,11). También se menciona el papel del profeta como el vigilante
de Israel (3,16-21), la suspensión momentánea de su palabra y su posterior regreso
(3,22-27).
Los capítulos 13 a 23 ofrecen varios oráculos antes de la ejecución del juicio. En esta
sección hay tres capítulos que desarrollan, desde el punto de vista teológico, la historia
de Israel (c. 16; 20; 23) y dos contra los guías del pueblo (c. 13: profetas; c. 17: los
reyes) Se presentan tres descripciones del juicio (c. 15; 17; 19) y se anuncia la
destrucción de Jerusalén (c. 21–22), contra la cual no hay apelación posible (c. 14; 18).
• La segunda parte del escrito consiste en numerosos oráculos contra las naciones
(c. 25-32). Están acusados: Ammón, Moab, Edom, Filistea, Tiro, Sidonia y Egipto.
Se otorga un relieve especial a Tiro (c. 26–28) y Egipto (c. 29–32). La ciudad de
Tiro, rica en comercio marítimo, será destruida y su rey aniquilado. La ciudad, de
hecho, fue tomada por los babilonios en 587/6, el mismo año de la conquista de
24
• La tercera gran parte comienza indicando la misión del profeta después de la caída
de Jerusalén (c. 33). Los siguientes capítulos revierten en salvación algunos textos
del comienzo del libro. Respondiendo a los capítulos 13 y 17, que reprobaban a los
profetas y reyes, c. 34 declara que Dios mismo será el guía de su pueblo.
En oposición al juicio por las montañas de Israel (c. 6), el juicio se anuncia contra
las montañas de Edom (c. 35). En lugar de la historia del pecado de Israel (c. 16),
Dios promete una nueva historia (c. 36). A la muerte del pueblo, descrita en la
primera parte, seguirá su resurrección: el regreso a la tierra y la reanudación de la
vida en paz (c. 37). La descripción del juicio final de Dios sobre los enemigos de
Israel, con la liberación correspondiente de los elegidos, cierra estos oráculos
salvíficos (c. 38-39).
El libro concluye con una larga descripción del futuro salvífico: el nuevo tiempo y el nuevo
Israel (c. 40-48). En esta última sección están diseñados, en términos idealizados, el templo
de Jerusalén, la disposición de la ciudad y la ocupación del territorio por las tribus israelitas.
La gloria del Señor, que se había alejado del templo y la ciudad (10: 18-22; 11,22-25),
regresa en ese momento (43, 1-9) como fuente de vida para Israel (47,1-12).
La lectura del libro del profeta Ezequiel nos hace descubrir el dinamismo admirable de una
palabra que interpreta la historia para re-crearla, el dinamismo de una acción divina que, a
través del sufrimiento en el Exilio, va a sacar un puro don de resurrección. Este mensaje es
el que hace a Ezequiel el profeta de la ruina y de la reconstrucción cuya absoluta novedad
él solo acierta a vislumbrar en el llamado «Apocalipsis de Ezequiel» (38s), donde contempla
el nuevo reino del Señor y al pueblo renovado reconociendo con gozo al Señor en
Jerusalén, la ciudad del templo.
a) La imagen de Dios
El aspecto más llamativo del libro de Ezequiel es la imagen de Dios que presenta. De una
manera peculiar, la gloria del Señor se coloca en primer plano. Este punto tiene sus raíces
en la experiencia fundante, expresada en la visión inaugural (1, 4-28), en la cual el profeta
experimenta el contacto con lo divino en forma de algo que sobrepasa la realidad humana,
conocido solo en parte (“qué parecía ser … “: 1,27), y que se identifica con el Señor en su
majestad, en su gloria:” era el aspecto, la semejanza de la gloria del Señor “(1,28). Ante
ella, el profeta se postra: “Cuando la vi, me caí de bruces” (1,28). En la visión de “gloria”, el
profeta experimenta la divinidad misma del Señor. Y tiene acceso a un Dios al mismo tiempo
trascendente y próximo, que se comunica personalmente con él dirigiéndole su palabra: “y
escuché la voz de alguien que me estaba hablando” (1,28).
La palabra del Señor, el profeta la asume como propia, haciendo que penetre y constituya
su vida: “Come lo que tienes delante de ti, come este libro y ve a la casa de Israel” (3,1).
Este tipo de simbiosis entre el profeta y la palabra que Dios le dirige, una palabra vinculada
a la trascendencia divina explica en parte las acciones simbólicas inusuales que debe
realizar. Ezequiel no solo transmite un mensaje, sino que lo experimenta en su propia
existencia como algo más allá de la experiencia humana.
La gloria de Dios está presente no solo en la esfera celestial, sino también en el mundo:
habita el templo y la ciudad de Jerusalén. Marca la santidad de estos lugares y es un signo
de protección. Debido a que es incompatible con el pecado, los desmanes que se cometen
en el lugar sagrado (c. 8) conducen a la separación de Dios, y él se retira del edificio del
templo (10, 18-22). Por los pecados de los habitantes, él también abandona la ciudad (11,
22-23). Esto explica teológicamente la posibilidad de que el templo y la ciudad sean
invadidos y tomados por los babilonios: la gloria de Dios, que ya no los habita, los deja
desprotegidos y, por lo tanto, sujetos a la destrucción. La garantía de defensa radica solo
en la presencia de Dios y no en las maniobras políticas de las clases dominantes.
Por otro lado, Ezequiel enfatiza que la gloria del Señor se manifestó ya en el pasado, en
todas las fases de la historia de Israel; ahora se manifestará en el juicio que próximamente
ocurrirá y en la salvación que Dios promete para el futuro. Este aspecto se destaca por la
llamada “fórmula de reconocimiento”, muy utilizada en el libro: “Entonces sabrán que yo soy
el Señor” (11,10; 12,16; 20,38.40.44; 29,6; 36 11; 37,6). Mediante actos divinos en la
historia, Dios ha demostrado su fuerza y su dominio sobre Israel y los pueblos y también lo
demostrará en el futuro. A partir de esta acción, el pueblo de Israel debería llegar a
reconocer a Dios como Dios: “Yo soy el Señor”, retoma el nombre propio de Dios, revelado
a Moisés (Ex 3,14: “Yo soy (quién) soy”).
26
Los desmanes de orden social también están relacionados en el libro con la gloria del Señor
y el culto. Toda situación de injusticia, crímenes de diversos tipos (22, 1-12), la transgresión
de los mandamientos, son “abominación” (22, 2 [3]), contrarían la gloria de Dios y, por lo
tanto, lo que se celebra en el culto.
c) Teología de la historia
En tres largos capítulos, el libro describe la historia de Israel en sus diversas etapas, desde
sus inicios hasta el tiempo del profeta, abriéndola a perspectivas futuras. El c. 23 rastrea la
historia de los dos reinos, Judá (Reino del Sur) e Israel (Reino del Norte), y demuestra que
la culpa y los pecados de Judá superan a los del Reino del Norte. De esta manera, se
prepara la destrucción del reino de Judá: como el reino del norte fue dominado y eliminado
(por los asirios), la misma amenaza se cierne sobre el reino del sur (con los babilonios). El
c. 16 retoma el simbolismo matrimonial desarrollado por el profeta Oseas (Os 1-3) y
presenta la infidelidad de Israel a su Dios como la traición del amor y la fidelidad. En el c.
20, las etapas de la historia están minuciosamente individualizadas: Israel en Egipto (20, 5-
9), en el desierto (20, 10-24), en la tierra prometida (20, 25-31). En cada una el pueblo se
muestra pecador y la infidelidad crece. De esta manera la historia avanza; pero en el sentido
de un gran declive, llegando a su punto más bajo en la época del profeta. Tal desarrollo
provocará la destrucción del pueblo. Porque, en todo momento de la historia, en oposición
al cuidado amoroso de Dios, Israel se ha mostrado a sí misma no solo como pecadora, sino
también totalmente reacia a la acción y la palabra del Señor. No solo fue infiel sino “rebelde”,
manteniéndose en sus propias actitudes y negándose a reconocer su culpa (2,2-3.6.8; 3,7;
20,8.21).
Ante esta situación, no se puede vislumbrar ninguna perspectiva de salvación que nazca
de la conversión del pueblo; la única posibilidad de salvación radica en Dios quien realiza
el juicio como un nuevo éxodo: la liberación del destierro en Babilonia y el regreso a la
27
propia tierra, pasando por el desierto en el que se confrontará con el Señor (20, 34-36). De
esta manera el pueblo llegará a la fidelidad (20, 37-38). Finalmente, Dios reinará sobre
Israel (20,33). Dios juzgará y salvará (16,60-63), restableciendo la alianza y realizará, así,
la meta del éxodo de Egipto, es decir, llevar al pueblo a su tierra, para que viva en comunión
con Dios, en prosperidad y paz (16,39-44).
Por lo tanto, la única esperanza para el pueblo elegido reside en Dios; específicamente, en
la fidelidad de Dios a su plan original de salvación, su propósito de guiar al pueblo hacia un
gran futuro: “Entonces sabrán que soy YHWH cuando actúe en consideración a mi Nombre
y no de acuerdo con ustedes malos caminos. y sus malas acciones” (Ez 20,44).
e) Responsabilidad personal
Al igual que Jeremías, Ezequiel invalida la concepción de que los pecados de los
antepasados pueden ser castigados en generaciones posteriores (Ex 34,7; Jr 32,18; Ez
18,19-20): “¿Por qué andáis repitiendo este proverbio en la tierra de Israel?: los padres
comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren la dentera”(Ez 18,2; Jr 31,29).
Tal mentalidad, basada en la idea de solidaridad entre los miembros del clan, incluso de
generación en generación, llevó a atribuir los males actuales a las faltas de los antepasados
y, por lo tanto, fue imposible tomar conciencia de la propia culpa. Ezequiel llama a la
responsabilidad individual: cada uno debe responder por sus acciones. La suerte de los
hombres no depende de las elecciones de sus antepasados, sino de sus elecciones
actuales (14,12-23; 18,1-32). Así, se destaca la importancia de la conversión como una
decisión personal (3,16-21; 33,10-20). El profeta tiene la misión de exhortar, amonestar
(3,16-21), pero cada uno es responsable de sus propias acciones (33,1-9).
perfección final: su estructura, los atrios, el “santo” y el “santo de los santos”, las
dependencias de los sacerdotes, el altar (c. 40-43). El ceremonial es minuciosamente
detallado (c. 44-46). Habitado nuevamente por Dios, del santuario saldrá la fuente que se
convertirá en un gran río y traerá vida plena al pueblo (47,1-12).
El país será, como en la época de Josué, ocupado nuevamente. El territorio de cada tribu
se delimitará cuidadosamente (47,13–48,14; 48,23-29).
Todo esto está precedido por el anuncio de la acción de Dios, que transformará a la gente
desde adentro, purificándola (36, 25-28) de toda idolatría, transformando su interior y
renovando la alianza con ellos: “Seréis mi pueblo. y seré vuestro Dios “(36,28). Como en
una nueva creación, a los exiliados se les da la gran esperanza de recibir, por la fuerza del
Señor, una nueva vida en su tierra (37, 1-14).
29
Dos son los énfasis principales de este ensayo sobre Ezequiel 37,1-14. De un lado, tomo
los cuatro vientos como punto de partida de la interpretación. ¡Son los vientos que
despiertan los huesos! Profecía y la ruah/Espíritu se sitúan en el espacio de la curación. De
otro lado, destaco el objetivo de la acción de los vientos: crean “fuerza” en medio del pueblo
postrado, consolidan “comunidades”. Los vientos no crean “ejército” (como en general se
entiende el v.10), sino mucha gente con “fuerza”, un pueblo con poder.
Comencemos por una traducción del texto bíblico que, en meditación, estudiaremos. En
este caso, la traducción es literal, imita al hebreo. Una tal traducción –imagino- nos podrá
ayudar a mantenernos en las proximidades del original. Ella, con todo, no es muy fiel a
nuestra lengua portuguesa o española.
“Sobrevino sobre mí la mano de Javé. Me hizo salir por el espíritu de Javé. Me hizo
descansar en medio del valle. Y éste estaba lleno de huesos. Me hizo caminar sobre
ellos alrededor, alrededor. Y, he aquí que eran muchísimo y numerosos sobre la
planicie del valle. Y, he aquí que estaban muchísimo secos. Y dijo a mí: “Hijo de
Adán, ¿podrán revivir estos huesos?” Dije: “Mi Señor Javé, ¡tú lo sabes!” 4 Dijo a
mí: “¡Profetiza sobre estos huesos! Dirás a ellos: ‘Huesos secos, oíd la palabra de
Javé: 5Así dice el Señor Javé a estos huesos: He aquí que les estoy haciendo llegar
en vosotros espíritu y viviréis. 6Pondré sobre vosotros tendones, haré subir sobre
vosotros carne, extenderé sobre vosotros piel, pondré en vosotros espíritu, y viviréis
y sabréis que yo soy Javé’” Profeticé, como me fuera ordenado. Hubo un estruendo
en cuanto profetizaba. Y, he aquí, un ruido y se aproximaron los huesos, hueso para
su hueso. Vi y, he aquí: sobre ellos tendones, carne subida, se extendió sobre ellos
piel por encima. Pero espíritu no había en ellos.
Y dijo a mí: “Profetiza al espíritu, profetiza hijo de Adán y dile al espíritu: Así dice el
Señor Javé: ‘De los cuatro vientos ven, espíritu y sopla en estos asesinados y
vivirán’” Profeticé como me había sido ordenado. Entró en ellos el espíritu. Vivieron.
Se irguieron sobre sus pies, grande fuerza, mucho y mucho.
Y dijo a mí: “Hijo de Adán, estos huesos, ellos son toda la casa de Israel. He aquí
que están diciendo: Se secaron nuestros huesos y sucumbió nuestra esperanza,
estamos exterminados para nosotros. Por eso, profetiza y di a ellos: Así dice el
Señor Javé: He aquí que estoy abriendo vuestras sepulturas, os haré subir de
vuestras sepulturas, pueblo mío, y os haré llegar a la tierra de Israel. Sabrán que yo
soy Javé al abrir vuestras sepulturas y al hacerles subir de sus sepulturas, pueblo
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Qué bien que todos aquellos huesos estaban en un valle. Eso es cosa de la genialidad de
Ezequiel: al ver los huesos en el valle – justamente en el “medio”, en su “centro”, como se
lee en el hebreo- la profecía les atribuye una oportunidad. Es en nuestros valles que se
anhela por vientos que despiertan. Vientos que traen vida son vientos de llanuras. En ellos
hay ternura, soplo agradable, hay un espíritu suave. Son cual tranquilos susurros de la
madrugada, como los experimentó Elías (1 Re 19,12). Son vientos de llanuras que refundan
los horizontes, como lo experimentó Lucas, en cuyo evangelio Jesús no habla de las
bienaventuranzas en las alturas de la montaña de Mateo, sino en el valle, hacia el cual bajó
(6,17), viniendo del monte (6,12).
En nuestros desiertos, los vientos son ruinas, desorientan, secan, cierran pozos, entierran
a los oasis. Son sepulturas. No es por acaso que el chivo expiatorio sea botado, desierto
adentro, muerte adentro (ver Lev 16). El viento del desierto, el siroco, es mensajero de
muerte. Este viento oriental produjo el desmayo en Jonás; lo llevó a clamar por la muerte:
“mejor me es morir que vivir” (4,8). Vientos desérticos derivan en sequedad, tuestan el alma.
Israel y Judá sufrieron en los desiertos, cuando lo de las deportaciones. Los asirios
arrastraron millares de israelitas por los desiertos, rumbo al destierro. Otros tantos judíos
fueron forzados a caminar por caminos de muerte, cuando fueron al exilio. Muchos habrán
fallecido de sed y de horror. Los desiertos sepultan esperanzas, vidas. Cobijan violencia y
crimen (vea el salmo 121).
Por el contrario, los valles dan vida. Hacen creer. Son como sedes de religión. Es verdad,
que también los desiertos pueden serlo. Pueden ser focos de utopías, como lo vemos en
los cuadros pintados por el Cantar de los Cantares: la sulamita viene del desierto (8,5), este
verdadero reservorio de esperanzas (3,6-11); pues en medio de las casas, de las ciudades
la pasión no tiene suelo. En medio de las casas, la amada es violentada (5,3-8). En este
sentido, los desiertos son trillas de lo nuevo.
Sin embargo, no es que Ezequiel lo experimentara. Él y su gente fueron deportados por los
desiertos, arrastrados y “masacrados”. En esta deportación por los desiertos que separan
Israel de las tierras mesopotámicas, muchos murieron. Llegar, en fin, a la tierra babilónica
no dejó de ser un pequeño alivio. Aquel era el lugar de sus suplicios y de su esclavitud. Era
lugar de muerte, pero era también un valle de aguas abundantes, de vientos que soplaban
en pro de la vida.
Nuestra fe, en esta perspectiva, es la de los valles. Pienso en la tierra de Gosen, en Egipto
(Gn 11,2). Allá los hebreos resistieron frente a los señores faraónicos. Recuerdo la tierra de
Israel, la que mana leche y miel, foco de esperanzas y de anhelos de la gente bíblica. Traigo
a la memoria la planicie de Jezrael, en donde Débora, la madre de Israel, hizo fuerte a su
pueblo, contra los reyes cananeos (Jueces 5).
31
En medio de tales valles, los altos están consagrados. En los montes que sobresalen, la fe
levanta sus alas al horizonte. Fuentes y pozos que por ahí se encontraban, dan profundidad
a la religión: ella se cimienta en la hondura de sus aguas. Pienso en Jerusalén y en las
aguas de Siloé. Éstas irrigan la tierra entera, en palabras de Ezequiel (cap.47). Para Isaías
“corren suavemente” (8,6). Recuerdo los altos de Belén y de Nazaret, y no olvido los
espacios sagrados de la Meca y de Medina
Sí, en todas partes, los valles y sus altos son focos de fe, fuentes de la religión. En tales
valles, los huesos tienen cómo renacer.
Pues, al final, hay huesos que no renacen; se marchan sin memoria. Quedan por ahí,
perdidos, como huesos de esclavos y esclavas, deportados hacia acá, como huesos de
indias e indios. Quedan sin valles que les abriguen a pesar de que hayan vivido en valles
verdísimos como los brasileños. Nuestra historia es igualmente de huesos sin valles que
los acojan, aunque vivamos en un soleado y maravilloso valle, en el que, en palabras de
Pêro Vaz de Carminha, “la tierra en sí, es de muy buenos aires”. Pero aquí hueso como
que ¡no queda en pie! Se va al colador, al rollo del olvido fatal.
Sin valles estas vidas se secan, sin esperanza, quedan del todo exterminadas (¡v.11!).
¡Qué bueno que haya valles! En ellos se renace. Se regresa. Se da la vuelta para comenzar
de nuevo.
¡Qué vivan los valles, como ese de Ezequiel, y tantos otros! Eso es bueno y vale, porque
en el valle no hay control. El viento va y viene. Por todos lados se nace, se crece. Valles
del Espíritu no son, ah, no son igualmente uniformes. No se alinean, crían y recrían. Es en
ellos que los huesos surgen de entre vertederos y basuras.
Los valles son igualmente plurales; después de todo, en aquellos valles de Babilonia
soplaban muchos vientos, espíritus, ruhot (plural de ruah). Los vientos (ruhot) son “espíritu”
(ruah); en efecto, son ¡“espíritus”! Todo pliegue del camino tenía allí su fe, su viento.
Aquellas tierras eran de abundantes dioses, plurales. Los valles tienen formas plurales de
religión, de fe. Los vientos que ahí actúan, proceden de los “cuatro vientos”, de todas las
esquinas de la tierra, ¡como lo afirma nuestro profeta (v.9)! Vienen hablando, a su modo,
de Dios, testimoniando del Espíritu de variadas maneras.
En su empeño de hacer voltear los huesos en gente, esta ruah –que se articulan por los
valles como las ruhot “espíritus”- revoloteó, de maneras variadas, entre aquellos huesos:
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Se alude a ella como “espíritu”, como lo que es desconocido, sin artículo definido (v.5-6),
tal vez hasta se pudiera decir como un/algún. No tiene “todavía” de finición, así parece. Es
como si “todavía no” fuese conocido. Él “llega” (o “entra”) –el hebreo comporta los dos
sentidos para el verbo bv’- y luego, inmediatamente es “dado”. Aunque sea ‘un algún’ es
dádiva divina. Al fin y al cabo, desde el comienzo está claro que aquel un/algún “espíritu”
es el de Javé (¡v.1!). Por lo tanto, en su acción concreta, aquella ruah, que es el de Javé
(v.1), permite lecturas diversas, actúa como ruhot, como “espíritus”.
Es así que la profecía se da; acontece por la ruah de Javé. Fue ella, pues, que en el v. 1,
puso al profeta en movimiento. Está así, según el mismo v.1, al origen de esa visión
profética que surgió “en la ruah de Javé”.
Este “en” (be en hebreo) llama la atención. Allá, en el v.1, puede ser entendido como un
“por medio de”/”por el”: el profeta fue obligado a salir al valle “por la” ruah divina. Diferente
es el sentido de este “en” en los v.5-6; ahí la ruah llega y es dada “en vosotros”. Aquí este
“en” me parece tener un doble sentido: tiene tanto el sentido de “en”/dentro, como el de
“en”/”en torno de”. Puesto que la ruah, al llegar “en vosotros” hace surgir “en”/dentro
“tendones” y “carne”, y “en”/en torno de “piel” Ella constituye la ligadura de los huesos y su
entorno, para que pudieran volver a tener vida.
Así pues, aunque sea el “espíritu” que se expresa por medio de estos tales tendones, carnes
y pieles, su apariencia es distinta de éste. Él, “el espíritu”, o ella, la ruah, son básicamente
vida: huesos que se juntan con huesos y que articulan tendones, y que dan origen a carnes
y pieles, curiosamente, todavía no son vida. Les falta aún la profecía del espíritu en plenitud
(ver al respecto Génesis 2).
Se diría que les falta algo por dentro, ¿un algo ’¡espiritual!’? Pues, no es que no lo sea. La
ruah faltante no es la que se localiza dentro, sino que pone en pie y se mueve alrededor.
Es lo que el v.10 nos ayuda a entender. Él menciona, nuevamente, que “la ruah” (¡ahora
con artículo!) “llegó”/”entró” en los huesos, tendones, carnes y pieles, porque les faltaba
ésta (v.8). Como en los vv.5-6, también en este v.10 “(el) espíritu” ‘llega’ y ‘entra’. Pero
ahora, la ruah tiene otra apariencia, se consolida de otro modo: hay vida. ¡Es vida, es estar
de pie! Véase: “el espíritu” no espiritualiza, sino que da estatura, firmeza. Si usted se
arrastra por ahí, humillándose, dejándose someter, usted no es, ciertamente, ‘espiritual’;
más aún, digamos, ‘carnal’, ‘óseo’. Gente ‘espiritual’ es gente erguida, con “gran fuerza,
mucha y mucha” (v.10)
3. ¿Huesos? ¡Gente!
Huesos amontonados, mezclados por los vientos de los valles, remecidos por el Espíritu de
profecía, se transforman, se reciclan.
El profeta se esmera en describir el reciclaje de estos tales huesos. Estaban en los montes,
por los valles. ‘¡Llenaban’(v.2) hasta los extremos del valle! Eran “muy numerosos” (v.3).
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Me acuerdo del Salmo 32. También en él, los dolores se concentran en los huesos. Cuando
el mal se apodera de la gente, hasta los huesos duelen. Cuando “pecado” y “culpa” se
embolatan dentro de la gente, entonces no hay cómo caminar adelante. Los huesos se
niegan. Muchos exploradores testimonian sobre esto: su vida, en medio de sus injustas
riquezas, era dolores. Su fachada hermoseaba lo que les descomponía por dentro.
Ahora bien, aquellos huesos allá, en los valles de Babilonia, antes de ser deportados,
habían sido los de las élites de Jerusalén. En 598 a.C., habían sido arrastrados unos diez
mil de la élite de la capital hacia el destierro. Quien los veía sufrir así, carretera adelante,
azotados y desnudados por la soldadesca babilónica, hasta podría olvidar que aquella
gente despellejada –‘macerada’- fuera otrora el señorío de Jerusalén. Del grupo sólo
sobraba dolor, huesos. ¡No es raro que a los expoliadores les duelan los huesos!
Y estaban también “secos” los huesos que Ezequiel veía por los valles (v.4), “muy secos”
(v.2), sepulcrales (v.12-13), requemados. Entre ellos no se agitaba vida alguna.
En esta sequedad de sepultura, la profecía, venteando por los valles, ¡hace surgir lo nuevo!
Éste es el don propio de la profecía. Después de todo, se necesita un profeta para afirmar
que en la vida los huesos llegan a la victoria, que las sepulturas no se imponen. A la gente,
al mediano consumidor no le falta profeta. Él se basta con los tontos que lo confirman. Los
profetas no. Causan alboroto: “ruido”. Escalofrío: “barullo” (v.7). El Espíritu tiene gusto por
el “barullo”, para hacer que el hueso se choque con otro hueso, hasta que “cada hueso
encuentre a su hueso”.
Y, de pronto (v.8), ya están ahí los ¡“tendones”! ¡Tendones resultan de visiones! El v.8 tiene
el cuidado de percibirlo, al iniciar con las palabras: ¡“Vi y, he aquí, tendones”!
Juntar huesos; eso no es tan difícil. Nuestras tierras están llenas de ellos: huesos de indios
e indias colonizadas, de negras y negros esclavizados. Sin memoria, es eso lo que somos.
Hicimos silenciar los huesos de nuestra desviada historia. Para verlos, buscar las profecías,
si no, nos quedamos en la ignorancia de los horrores que se dieron en los ‘porões’ y
‘senzalas’. Sí, más y más necesitamos de profetisas-palabras para tocar tendones y
conexiones Ahí, sólo con visión, con ojo experto, centelleante, relampagueante. ¡Ojo vacío
no ve tendón alguno! Prefiere un enlatado a más de algún importado global. Únicamente el
ojo experto ve tendones en vertederos de escombros. ¡Profecía no es poca cosa para
boquiabiertos! ¡Sea experto!”.
A quien, en visión, es dado vislumbrar tendones, en acto continuo caen en la cuenta que
ya hay hasta carnes y pieles para cubrir aquellos huesos arrimados: “cada hueso a su
hueso”.
Pero, aun así todo aquello, aquellos huesos ya no a los montes, sino ordenados hueso por
hueso, aquellos tendones, aquellas carnes y pieles, todo aquello no pasa de un osario, cosa
de sepulcro. Es que sin la ruah que sople por los valles, nada hecho.
Alguien, audaz, ahora podría respirar aliviado: al fin, el Espíritu. Podemos, pues, hablar,
finalmente de lo espiritual, sin estos tales huesos con sus historias adoloridas, sus cuerpos
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macerados, sin estos tales huesos que provocan barullo, estas carnes que quieren comida.
¡Qué bueno, lo espiritual! Alguien que tuviera poco afecto a la Biblia empezaría a delirar.
El Espíritu de la vida desea gente que esté en pie. Nada de silencio sepulcral o de ojos
etéreos hacia lo alto.
¡Huesos, en pie! Esa es, por ejemplo, la maravilla del educar: sirve para fortalecer los pies.
El proceso educativo siente gracia en los pies. “Es necesario caminar”, afirma el poeta. Y
otro nos encantaba en medio del régimen militar: “Caminando y cantando y siguiendo la
canción”.
Qué bueno sería si en todas las iglesias, como moda ecuménica, el sueño fuera el de
acompañar la acción del Espíritu en su obra, de que estemos en pie, a pie. Maravillarse con
los huesos que el Espíritu pone en pie. Dejarse encantar por las maravillas que el Dios Trino
realiza con las personas, con la gente. Andar con autonomía, a cuenta del Espíritu de los
valles -¡He aquí la cuestión!
Atención andar, ¡con pie firme! No marchar “sin sentido”. ¡El Espíritu no es favorable al
uniforme, ¡al ejército!
¿¡UN EJÉRCITO!?
Pero, un momento’, alguien podría interrumpir: ‘el propio profeta, en el v.10, ¡¿no hace
desembocar su visión en un ejército?!’
Lo menos es lo que se lee en las traducciones de la Biblia en uso por ahí; en ellas se repite,
como si de una letanía se tratase: ¡al final el Espíritu convoca el ejército! En las traducciones
del v.10 consta: “un ejército sobremanera numeroso”, “un ejército numeroso” , “un ejército
inmenso” , “un ejército grande, muy grande”. Al respecto parece haber hasta una ‘tranquila’
unanimidad: ¡el Espíritu puso en pie un ejército! Al fin y al cabo, ésta es también la opinión
del comentario exegético clásico sobre Ezequiel: “ein sehr, sehr grosses Heer”. Frente a
tamaña ‘unanimidad’ 20 casi se tendría que silenciar. Además, la traducción latina (la
Vulgata) también testifica “exercitus” para nuestro versículo. Es como si lo mejor fuese el
someterse a esta visible consensualidad y admitir que, de acuerdo con estos señores, está
ahí, en el v.10, es decir que el Espíritu crea ejército. ¡Ah, amigos míos, eso sería un horror!
Mejor sería que los huesos quedasen por ahí, en los valles, sequísimos, sin vida ni
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movimiento. Puesto que, si la acción del Espíritu está en pro del ejército, entonces su
función más apropiada sería la de crear cementerios. Pues los ejércitos son asociados
inveterados de sepulturas. Entonces: ¿será lo mismo que el Espíritu, como si tonto fuese,
promueve ejércitos? Constantino, el gran emperador, acabaría teniendo razón: ¿¡el
cristianismo sólo es bueno cuando pasa por las armas!? ¿La cruz sólo salva cuando es
hecha espada?
Esto, a mi ver, ya en sí es cosa inicua, pero tal vez fuera el caso de tener que admitirla
como bíblica: ¿¡el Espíritu de los valles y de las cuatro esquinas de la tierra como promotor
de ejército!?
¡Pero no es así! Y no lo puede ser. ¡El Espíritu no es dado a los ejércitos! Eso no sería
profético. Ahora bien, 22 Isaías ya promovió, en el siglo 8º, la transformación de ¡“espadas
en arados” (2,4)! En la misma época, Oseas intentará refutar la tesis de que Javé sería un
guerrero (cap. 11)! Jeremías, en el siglo 6º, poco antes de Ezequiel, aconsejará no resistir
con armas en la mano, la invasión babilónica (cap. 37-45). Y el Déutero Isaías, en tiempos
de Ezequiel, celebra al esclavo sufridor como modelo y “luz de las naciones” (49,6). Por lo
visto: ¡el espíritu está igualmente por la paz!
Por lo demás, en esta dirección, la traducción griega (la Septuaginta23 ) de nuestro v.10
nos ofrece una pista muy interesante: ella traduce la palabra hebrea en cuestión por
¡“sinagoga”! ¡Alabado sea Dios por estos traductores griegos! Para ellos, la obra del Espíritu
de los valles se da en la reunión de personas. La Asamblea/”sinagoga” es lo que el v.11
llama “la casa de Israel”, y los v.12-13 designan “mi pueblo”. Ahí sí, el resultado alcanzado;
es decir, la sinagoga/asamblea, la casa de Israel o mi pueblo, es compatible con la gente
en cuestión, el Espíritu de Dios. Sus obras no son ejércitos y armas, sino gente de pie,
gente reunida, en asamblea, en sinagoga, en comunidad. ¡Ahí queda bien! ¡Ahí, la vida
tiene valor!
La traducción griega ya atribuyó, pues, un interesante significado a nuestro v.10. Aun así,
el texto hebreo permite todavía un sentido más preciso. Y éste tiene que ver con el
sustantivo usado en el v. 10: hayil. Es a este término que los traductores, a partir de la
Vulgata, dieron el sentido de “ejército”. Y, de hecho, hayil/fuerza puede tener también este
significado. Pero no es habitual, puesto que hayil es “capacidad”, “fuerza”, “poder”24 , de
donde hasta que puede derivar, a mi parecer, aunque raramente, el significado de “ejército”.
En nuestro versículo, queda ciertaemnte excluido que se trate de “ejército”, puesto que en
nuestros v.11-14 este hayil es “la casa de Israel, y “mi pueblo”.
De otra parte, hasta es posible que este sustantivo hayil tenga relación con la raíz hyl “tener
dolores de parto”
Por lo tanto, el Espíritu no originó un ejército: sino que con personas “paradas sobre sus
pies” (v.10) formó “un gran poder, mucho y mucho”, como se podrá traducir el hebreo en
modo literal. Gente en pie es poder. Ejército no es propiamente poder, sino ¡miedo! Las
personas con armas en la mano esconden su miedo. Posan como fuertes, pero allá en sus
pantalones, las piernas están temblando: ¡miedo! Sobre este asunto veáse el film: “El
rescate del soldado Ryan”.
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Podrán ser personas con tendones, con pies firmes, juntas, reunidas a modo de “la casa de
Israel”, de “sinagoga”, de asociación, y de tantas otras formas.
Que vivan tales “tendones” con mucho “poder”, para que nos libre del “ejército”. Los huesos
del valle no necesitan de él.
¡Es lo mismo! Los huesos, vistos por Ezequiel en el valle, eran subproductos de ejércitos.
Los babilonios –señores en sus tiempos- tenían gusto en mutilar y deportar, “exterminar”
en el lenguaje del v.11. Eran eximios torturadores, como lo habían sido sus antecesores,
asirios y como lo fueron y son sus sucesores hasta el día de hoy. Producir huesos es su
especialidad. Y quien, con armas, se opone a tales máquinas de hacer huesos, que son los
ejércitos, no hace otra cosa que, igualmente, producir huesos. Fue por esto lo que Isaías
ya decía: quien no cree (es decir: apuesta por el ejército) , no permanece. (Vea ¡Is 7,9b!)
¡Transforma los huesos!
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Ejercicio:
EL PROFETA EZEQUIEL
“He aquí que haré que sean penetrados por el espíritu y vivirán” (Ez 37,5)
Esperanza para los que salieron
Texto a leer: Ez 37,1-14: El profeta Ezequiel y sus visiones de los huesos secos
1. ¿Cuáles son las partes que componen esta visión?
3. Comenten la parte del texto donde se refleja con más fuerza la situación en el que
se encuentra el pueblo en el exilio.