Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El último tomo de En busca del tiempo perdido se llama El tiempo recobrado. Allí se
cuenta cómo se hará la novela futura y cómo será esa novela futura que, si hemos sido
obedientes, ya hemos leído. En todo caso, ese volumen es el making of de la novela.
Allí se nos cuenta que el narrador (que hasta entonces ha navegado por un océano
de signos: los signos mundanos, los signos del amor, las cualidades sensibles y los
signos del arte) ha vuelto después un tiempo, porque había estado enfermo y se había
retirado, a una matinée musical chez los Guermantes.
Después de un aparentemente largo período vuelve al mundo, y elige una entrada
para él privilegiada: el círculo de los Guermantes. Llega a esa matinée sintiéndose joven,
como si el tiempo no hubiera transcurrido (lo sabemos, sobre todo, porque llega tarde,
cuando la música ha empezado a sonar). Mientras espera, se entretiene con el sonido de
cucharitas, baldosas desiguales, en fin: operadores que funcionan para él como
reminiscencias.
Cuando sus amigos abandonan la sala de música, lo que ve le hiela la sangre:
todos están convertidos en una ruina decrépita de lo que eran: las mujeres visten ropas
que no las favorecen, otros han sufrido un ACV y babean desde sus sillas de ruedas,
algunos han muerto. Los maquillajes son máscaras aterradoras. La princesa de
Guermantes ya no es quien él recordaba, sino otra mujer.
Hay que preguntarse cómo fue que el narrador se olvidó del tiempo, se sustrajo al
tiempo, perdió el tiempo1.
Nosotros queríamos empezar por este final de un texto que ustedes leerán
parcialmente porque nos parece que en él podemos ver nuestra propia situación. Haber
estado ausentes, encerrados, y volver a un mundo que ya no es el mismo y en el que no
encontramos a quienes habíamos dejado cuando nos retiramos.
Como en la matinée de los Guermantes, nos encontramos con personas (no me
refiero a ningún integrante de esta cátedra) que se han vuelto calvas, en cuyas caras el
tiempo se ha marcado de un modo que nos hace dudar de nuestra propia invulnerabilidad.
Hemos perdido el tiempo, el tiempo propio, que es el tiempo de la amistad y de la
conversación, el tiempo de la escritura y el tiempo del mundo.
Pero además, muchos amigos nuestros murieron en los dos últimos años (Tamara,
Horacio...) y alguna, incluso, porque Proust se cumple al pie de la letra, sufrió un ACV.
1
Dos cosas son las que en ese momento de recuperación del tiempo el narrador ha olvidado: la muerte de
la princesa de Guermantes, en primer término. Hay un acontecimiento decisivo en lo que a esta novela
se refiere, que es la muerte de aquella que había sido el “motor de belleza” de la novela (al menos en lo
que se refiere al registro de la mundanidad). Y en segundo término, pero mucho más importante, lo que
no se nos cuenta es la muerte de la madre del narrador. El narrador parece haber olvidado que su madre
ya ha debido morir.
Nos habíamos preparado para volver al mundo. Preparamos un programa cuyo
título es
Nuevas “escrituras del yo”
Un programa un poco instropectivo que quedó, también él, fuera del tiempo,
porque volvimos a un mundo en guerra, una guerra que tanto puede entenderse como la
guerra senil entre diferentes tribus blancas (la OTAN, Rusia) o bien como una
reconfiguración del Estado Universal Homogéneo, sobre cuyo desenlace no podemos
imaginar demasiado por ahora, salvo esto:
La idea de “yo”, eso que nuestro programa quería desplegar para ustedes y con
ustedes, sólo a eso se parece la idea de la muerte. Y con la conciencia de la muerte (por
la peste, por la guerra) se recupera el tiempo. El tiempo del libro, pero también el tiempo
de la vida. El “yo” en el tiempo.
No sólo amigos nuestros murieros. También escritores muy queridos como Roberto
Calasso, a quien nunca habíamos dado a leer, y nos dio mucha pena no haberlo hecho
sobre todo por lo mucho que de él habíamos aprendido. No voy a hablarles ahora de
Calasso, pero sepan que El loco impuro, ese texto deslumbrante (su primer libro) nos va a
servir también para pensar nuestro propio presente, y para situar el “Yo” de este programa
en un espectro de tensiones, o incluso:
en la tensión de un espectro.
Entre los primeros textos que ustedes leerán, más allá de los textos teóricos que
fundamentan nuestra práctica, hay dos poemas. Uno de Rilke que se llama “Torso arcaico
de Apolo” cuyo último verso es casi el lema del Siglo XX entero: “Debes cambiar tu vida”.
Vamos a volver sobre ese poema, pero es claro que se trata de una indicación
antropotécnica, que alude a los procesos de individuación y de subjetiviación, sí, pero
sobre todo a la cualidad de lo viviente.
En Calasso leeremos (él está proponiendo una lectura que encuentra en el delirio
esquizo-paranoico de una persona culta, Daniel Paul Schreber, la verdad de una época):
Dios —como se sabe— ama esconderse y quiere, sobre todo, ocultar sus debilidades; más
aún, su debilidad, el «talón de Aquiles» en el Orden del Mundo: la atracción por lo viviente.
En efecto, según la insondable Ley de la Atracción, «los rayos y los nervios se atraen
recíprocamente» y Dios está siempre bajo una amenaza latente de ser atrapado por la
fascinación de la vida, pero de una vida que nunca emanará de la humanidad prona, sino
sólo de cualquier forma de nerviosismo y excesos voluptuosos —o sea, de la feminidad,
porque «todo lo femenino, en efecto, ejerce una atracción en los nervios de Dios»—. Uno
solo, pero letal, es el peligro vinculado a esta atracción (y a cualquier atracción): el
de perder la identidad. Y Dios, que en su remota región es sólo el archivo de los
Nombres de los vivos y no tiene nada más que ver con ellos, deberia entonces renunciar
a su primera y extrema prerrogativa de testigo de la identidad y de sujeto el mismo.
El Siglo XX es ese nuevo “Orden del Mundo” (más o menos imaginario, más o
menos delirante) que en los últimos dos años volvió a nosotros con toda su fuerza de
combate. Un combate en el que nosotras “yolleamos” ante un Tatacombo indiferente o
muerto (el segundo poema que leeremos). Vuelvo a citar a Calasso:
En este punto llegó el presidente Schreber, profesional intachable, de sólida ética
prusiana, de poderosa ascendencia consagrada a la virtud, casta de perseguidores en
nombre de la virtud, y descubrió un día que podía ser mujer: mujer garchada. Era el
verdadero despertar de los tiempos nuevos, de una nueva confusión que aun no ha
alcanzado su apogeo deseable, y que incluso, a fuerza de ir demasiado lejos, pietine sur
place, debido al habitual sentimiento de miedo que Schreber pudo superar fácilmente con
el salvoconducto de la locura.
2
Curtius, Ernst Robert. Marcel Proust [1922-1924] y Paul Valery. Losada, 1941, págs 123 y siguientes.
En todo caso, lo estamos viendo, lo moderno se juega en la tensión entre lo
mundano y in-mundano (lo fuera del mundo). La experiencia de la modernidad, así en
Baudelaire como en todos sus seguidores se articula con el shock de lo inclasificable, de
lo que escapa a los nombres de la clasificación (es lo queer de Lewis Carroll y de la
posfilología que propone Michelle Warren).
El shock moderno es llevado a la pura negatividad, y a la destrucción, para producir
lo nuevo. Pero esa no es la única posición. En 1928, Drummond de Andrade publica un
poema en la revista Antropofagia:
En el medio del camino había una piedra
Había una piedra en el medio del camino
Había una piedra
En el medio del camino había una piedra.
Primer acto
1
[Fundación de la ciudad de Mahagonny]
3
Lo que invalida, claro está, las temporalidades de Anderson y la idea de que el Tercer Mundo es
subsidiario de un “canon atrasado”.
DREIEINIGKEITMOSES Pero el camión se rompió.
[Pausa.]
[Pausa.]
MOSES Pero detrás de nosotros están los sheriffs, que nos conocen muy bien las caras.
MOSES No.
¿Qué es lo que leemos en este comienzo? "Hay que continuar, pero no se puede
continuar; volver atrás tampoco se puede”.
Hemos vuelto, entonces, después de un larga ausencia, sólo para continuar sin
saber del todo si se puede continuar y sin saber bien hacia dónde: vamos a homenajear a
nuestros “próceres” (Proust, Pasolini) y también a nuestros muertos recientes (“Calasso”).
Vamos a preguntarnos qué quiere decir “yo” en estas circunstancias, en cualquier
circunstancia.
*
Presentación de la cátedra
Daniel Link
Todos los fragmentos en cursiva han sido tomados de Joe Brainard. I remember (Me acuerdo,
traducción de Julia Osuna Aguilar. Madrid, Sexto Piso, 2009)
Me acuerdo de que yo adoraba a Enrique Pezzoni y, por supuesto, lo celaba. Cada nuevo
amigo suyo (y Enrique no cesaba de incorporar amigos a sus círculos, que dejaron de
existir en cuanto él faltó) se ganaba en mí una momentánea condena a muerte. Enrique
también me celaba y, cada miércoles, no dejaba de interrogarme severamente sobre las
lecciones que yo había recibido en el curso clandestino que hacía con Beatriz Sarlo en la
oficina de Punto de vista todos los sábados. Algo de mí nació con Enrique (y de él),
probablemente la parte más densa de una herencia. Este año publicaremos un libro con las
cartas de Enrique a su maestro, Raimundo Lida, entre 1947 y 1972.
Me acuerdo de que, apenas pudo, en 1985, Enrique nos trajo a Delfina Muschietti y a mí a
trabajar con él en la Facultad de Filosofía y Letras, cuyo perfil democrático se le
encomendó reconstruir. Íbamos al teatro, nos presentó a Chemari (José María Vilches) en
su camarín de El Bululú, nos presentó a Anita Barrenechea, a Beatriz Sarlo, a Josefina
Ludmer: nos quería un poco. Una vez fui a escucharlo a la Alianza Francesa, en una
mesa redonda sobre Roland Barthes donde estaba también Nicolás Peyceré, quien, con
los años, habría de convertirse en mi analista. Hace dos años Diego Bentivegna nos avisó
que Nicolás había muerto y yo no supe (todavía no sé) qué decir.
Me acuerdo de la primera vez que me mandaron una carta en uno de esos sobres donde
decía «Devolver a los cinco días» y de que pensaba que a los cinco días tenía que
devolver la carta.
Me acuerdo de que cuando mi lealtad hacia Teoría y Análisis Literaria C terminó porque
Enrique había muerto, decidí presentar programa para la materia “Literatura del Siglo XX”,
que estaba vacante, y que empezamos a dictar en 1990. Del grupo original sólo
sobrevivimos Marcela, Paula y yo.
Me acuerdo de que estaba preparando una clase de Semiología con Analía Reale, en 1985.
En el bar sonaba Madonna. Dije: “De ésta, no se acuerda nadie el año que viene”. Es que yo
era muy izquierdista.
Me acuerdo de cuando vivía en Boston, leyendo una tras otra todas las novelas de
Dostoievsky.
Me acuerdo de tres recién graduados que me presentaron para que trabajaran conmigo en la
cátedra de Semiología del CBC. Eran Marcela Groppo, Alejandro Palermo y Carlos Gamerro.
Los tres formaron parte del equipo original de Siglo XX. En diferentes momentos, Alejandro y
Charly decidieron que la vida académica los abrumaba. Marcela, por fortuna, no. Yo estuve
en el casamiento de Marcela. Antes de eso, había pateado por los pasillos de Filosofía y
Letras los mil y un corazones que Marcela había roto. Me alegró que se casara con alguien
de fuera de la facultad.
Me acuerdo de que la materia era una invención cuyos objetivos se nos escapaban, y
tuvimos que inventar una pedagogía (que al principio robamos de aquí y de allá y que
aderezamos con fuegos de artificio que bien pronto me valieron el siniestro mote de
“profesor pop” (Luis Sandrini había sido el “profesor hippie”, yo caía todavía más bajo). ¿Qué
enseñábamos? “Literatura mundial”, intersticios, umbrales de transformación, cosas que no
cupieran con comodidad en las literaturas nacionales (esas pesadillas), zonas de contacto y
de pasaje, el chisporroteo de dos placas tectónicas haciéndose cosquillas. Creo que
seguimos haciendo lo mismo, pero ahora somos más serios. Somos pos-pop.
Me acuerdo de cuanto me esforce para que me gustara Van Gogh. Y de cuanto, finalmente,
me gustó. Y de cómo, ahora, no puedo aguantarlo.
Me acuerdo del día que asesinaron a Ernesto Guevara. Mi mamá lloraba en el auto.
Me acuerdo de que por mi quinto cumpleanos lo unico que quería era un traje de noche de
saten negro, de esos que dejan un hombro al aire. Me lo regalaron. Y me lo puse para mi
fiesta de cumpleanos.
Me acuerdo de cuando empecé primer grado en la sede antigua del Colegio Alemán de
Córdoba. Como yo nací en agosto, en marzo tenía sólo cinco años, y no cumpliría mis
seis reglamentarios sino hasta después de junio, mes de inflexión que decide, habitualmente,
cuando se puede ingresar a la escuela primaria. Tuve que hacer un test de madurez
cognitiva. Salió bien y comencé prematuramente mi formación escolar.
Me acuerdo de ensoñaciones en las que me suicidaba y de la carta que habría dejado. Era
muy hermosa, muy conmovedora.
Me acuerdo de las primeras clases de Siglo XX. Algunas las dábamos a oscuras. En otras,
Marcela y los demás, pegaban carteles graffiteados en las paredes. No había diferencia
entre teóricos y prácticos.
Me acuerdo de que un compañero de estudios me dijo que un alumno que yo había tenido
quería conocerme. La mediación me pareció un poco idiota, pero hicimos una cita. Se
llamaba Diego Bentivegna y desde entonces no hemos dejado de trabajar juntos y, Diego lo
sabe, yo no podría trabajar sin él a mi lado, por ejemplo en la Cátedra Libre de Estudios
Filológicos Latinoamericanos “Pedro Henríquez Ureña” y en la Nueva Revista de Literaturas
Populares, que son nuestras excursiones más recientes fuera de la madre nodriza.
Me acuerdo de la colección de caballos de ceramica de mi hermano.
Todos los días me acuerdo de que tenemos que decidir algo en relación con la colección de
estatuillas de San Sebastián que coleccionamos en casa. Ya están muy amontonados. Pero
no consigo hacer nada al respecto.
Me acuerdo de Paula Croci y de Horacio Guido. Horacio había sido mi mejor amigo en los dos
años que había estudiado Ciencias Económicas. Era un cuentista extraordinario. Formó parte
de la cátedra desde el primer momento, pero después la vida lo llevó hacia otra parte. Paula,
que sigue en la cátedra, era también su amiga. En aquella época teníamos una colección, los
“Cuadernillos de género”, para la cual yo hice dos libritos, Paula, Horacio, y Silvia Delfino
hicieron otros.
Me acuerdo de haber repetido: “La cátedra es el lugar de todos los intercambios”, sí, porque
en su seno se suspenden las dialécticas de la antigua pedagogía. Ni mamíferos ni
garrapatas, ni arañas ni moscas, nuestras lecturas circulan como el sentido a lo largo de una
serie azarosa y, por lo tanto, indeterminada. Hacemos casa en la cátedra, pero nos sabemos
siempre a punto de abandonarla. Como pájaros. Hacemos casa en otros lugares. Pero la
cátedra es nuestra nave nodriza.
Me acuerdo de todas las personas que pidieron asilo en Siglo XX porque se llevaban mal
con sus compañeris de cátedra. Claudia Gilman, que ya se fue. Laura Isola, que sigue con
nosotras. Con Laura tenemos dos pasiones extracurriculares compartidas: la cocina y el
incorregible peronismo histórico.
Me acuerdo de mis primeras erecciones. Creía que tenía alguna horrible enfermedad o algo
parecido.
Me acuerdo de haber conocido a Claudia Kozak en 1985, cuando los dos teníamos
becas del Conicet. Nos sorprendió que nos hubieran becado a los dos porque nuestros
temas eran casi idénticos (ella siempre tuvo temas un poco más vanguardistas que yo).
Somos el efecto de la recomposición democrática de los insitutos de investigación.
Me acuerdo de cuando Claudia Kozak quiso presentarse a un concurso de Siglo XX. Traté
de disuadirla, pero no lo conseguí. Ahora me alegro de que haya sido así, porque la cátedra
funciona mejor con ella.
Me acuerdo de un chico que atendía un negocio. Gaste una fortuna comprandole cosas que
no quería. Un día, ya no estuvo mas ahí.
Me acuerdo de los adscriptos: Carmen Crouzeilles, la primera, a quien hice trabajar con un
tema que me interesaba: el grupo Pánico, Copi, argentinos de París. Muchos años después,
otro adscripto, que ahora es titular en Nueva York, Germán Garrido, investigó los “argentinos
de París” también. Diego Carballar, otro adscripto, es un poeta extraordinario e hicimos un
libro juntos que todavía espera editor. Ignoro el estatuto burocrático de Ariel Wasserman,
pero fue adscripto y siempre nos acompaña. Este año vamos a convocar a nuevas
adscripciones.
Me acuerdo de Valentín Díaz, que empezó como adscripto con una investigación sobre
Bataille, hizo su tesis doctoral sobre Barroco y después se fue a revolver papeles en el
archivo Benjamin. Hace dos semanas, llegué tarde a su exposición en un coloquio
internacional que yo organizaba. Le pedí que me la pasara. Todavía no lo hizo.
Me acuerdo de Miguel Rosetti, cuando era adscripto. Muy tardíamente caí en cuenta de que
era nieto de una prominente gramática que yo había conocido en mis años de estudiante. Me
pareció un bucle precioso. Ahora estamos trabajando juntos en un proyecto de Maestría en
humanidades digitales, para que se note que no somos unos quedados.
Me acuerdo de historias sobre lo que sucede en las cocinas de los restaurantes. Como
escupir en la sopa, o pajearse en la ensalada.
Me acuerdo de Max Gurian, aunque no tengo una escena primera suya. Él fue mi alumno,
no fue adscripto, pero sí fue doctorando bajo mi dirección (el asunto no terminó bien).
Cuando tuve que armar casa en otra parte, le pedí que me acompañara porque ya se sabe
que “Tú eres Pedro y sobre esta piedra...”. Sigo esperando que publique otro libro de
cuentos.
Me acuerdo de Diego Carballar, que viene de la música, y que nos enseñó muchísimas
cosas, por ejemplo ésta sobre el valor del falsete en el pop. Aparentemente, en Inglaterra
estaban prohibidos los castrati, que tenían un registro altísimo, lo que obliga a les cantantes
que querían cubrir sus partes a usar el falsete que, con naturalidad, pasó a la música pop.
Nos mandamos canciones, discutimos por correo puestas de ópera y, sin decirnos nada,
leemos nuestros respectivos blogs. Ahora empieza a dictar un curso una maestría.
Me acuerdo de que, en 1997, una alumna aventajada de Literatura del Siglo XX, me propuso
que me asociara con ella para fundar una revista, magazín literario. Yo había colaborado
esporádicamente con miles de publicaciones. En magazin literario escribieron varios
integrantes de esta cátedra. Después, en Radarlibros, también.
Me acuerdo de muchas cosas de esta cátedra, lugar de todos los intercambios, en los
más de treinta años que lleva de vida. Me acuerdo de varios enojos míos (tengo facilidad
para la escena), pero ningún malestar verdadero, nunca.
Me acuerdo de la forma en que la mano de un bebe se agarra de tu dedo, tan fuerte como
si fuera para siempre.
Me acuerdo del día que nació mi nieta, la primera de la cátedra, que tiene muchos hijos e
hijas. Durante la pandemia, se fue a vivir más bien lejos. Ayer la vi, y conversamos sobre
sus dos gatos nuevos, a los que llamó Palta y Kiwi. Un día de estos tendré que
plantearme seriamente mi jubilación, para poder charlar más con ella.
*
Cuestiones administrativas
1. Promoción directa.
2. Asistencia obligatoria.
3. Tres parciales domiciliarios.
4. Leer antes de las clases.
5. Todos los materiales en Edmodo. En principio, el cronograma. Fichas de alumni.
6. Inscripción a prácticos a través del Campus (21 por comisión), donde encontrarán los
intercambios oficiales. El resto, por Edmodo.
7. Empezaremos las clases a las 19:05, invariablemente. Por favor, sean puntuales.
8. Lecturas para mañana: Milner. “La prosa redimida”, Rilke. “Torso arcaico de Apolo” y
Oliverio Girondo. “Yolleo”. Ojo: libros completos y artículos o poemas.