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25-03-2013
Por razones obvias, el núcleo del siglo XX ha sido caracterizado como "la edad de las
catástrofes" (Hobsbawm), el intervalo temporal en el que se produce una brutal
destrucción de la experiencia (Agamben, en la estela benjaminiana). Pero la
"catástrofe" no es sino el espacio de inscripción y proliferación de las formas de vida
(y la guerra con ellas asociada, y el proceso desnudamiento de toda vida para su
posible aniquilación, etc.). ¿Qué tipo de correlaciones podrían establecerse entre
variables temporales y formas de la imaginación, entre juegos de lenguaje y formas
de vida, entre eras y figuras? ¿Y cómo afecta todo esto a una periodización del siglo
XX?
En el prólogo del siglo, y adelantándose a la evidencia bélica del despojamiento de la
experiencia, una potencia de silencio en forma de carta (Hofmannsthal) declara
tanto el derrumbe de todas las certezas (que en literatura implica la incertidumbre
respecto de la obra, el lenguaje, el sujeto) como el umbral de un tiempo de
precariedad que requiere una nueva imaginación empobrecida (Kafka, Beckett) o
una comunidad sin identidad (Agamben) y (casi) sin obra que se manifiesta (las
vanguardias). Y en el cierre del siglo, cuando las cartas dejan de llegar a destino
(Sloterdijk), porque el ciclo humanista se ha clausurado, un pensamiento polivalente
busca en figuras múltiples de lo viviente una nueva condición poshumana que nos
devuelva otras experiencias.
La literatura del siglo XX, entonces, nos ocupará en tanto pregunta por las formas de vida
posibles, ya que el “resto” del siglo, mientras se consuma el tiempo de la catástrofe, es la
pregunta (todavía) por las formas de la vida: desde la gestión biopolítica que reduce la
existencia a la nuda vida hasta la forma-de-vida cualquiera (una vida indisociable de su
forma) que habilite comunidad sin identidad (Agamben), literatura como potencia de un
impersonal (Deleuze); desde la pérdida y despojo de la experiencia hasta la política menor
que actualiza el vacío para transformarlo (Benjamín).
En esa línea, pero focalizando más bien el umbral último del siglo y no el primero,
leeremos en esta clase algunos textos de Peter Sloterdijk para comprender hasta qué
punto las figuras de lo viviente que más nos interesan no pueden ya entenderse a partir
de criterios humanistas. Dicho en otros términos, hasta qué punto todo el siglo XX puede
leerse como el tiempo en que las cartas dejan de llegar a destino. Y hasta qué punto, el
fin del siglo tendría que ser pensado por fuera del paradigma epistolar-humanista para
que nuevas variedades de vida sean aún posibles. La literatura, por supuesto, ha venido
ensayando esas respuestas, como lo hizo tempranamente Kafka por ejemplo, a partir de
una proliferación de figuras de lo viviente1 que responden al silencio de la Carta de Lord
Chandos. Dice Franco Rella (quien a su vez cita a Benjamin): 2
11
Kafka es el primero que habla la lengua muda de los objetos y de los animales sin convertirla en fábula
moralizante. Ratas, perros, escarabajos y cosas (Odradek, sobre todo) dicen su lengua sin querer decir nada
más que eso. Pura literalidad, nada más puede ser dicho, aunque sea bien poco. Así, la respuesta es Kafka
porque anticipa los nuevos lenguajes que vendrían luego, y sobre los cuales escribe también Benjamin en
“Experiencia y pobreza”: derrumbada la posibilidad de experiencia, agotados todos los recursos, el nuevo arte
no tiene más salida que la de la pequeña salida menor; empezar de cero y, sobre todo, con poco.
Las preguntas que sería oportuno plantear entonces giran en torno de esa lengua “muda” o empequeñecida, in-
forme, con “domicilio desconocido” que “suena como el susurro de las hojas caídas” tal como se lee en
“Preocupaciones de un padre de familia” de Kafka. Se trata de una lengua, una voz, que es una pura materia
sonora intensa e inclasificable. Como en muchos cuentos de Kafka, aquí se plantea entre otras cosas (es decir
entre otras lecturas) la cuestión de las posibilidades de la experiencia en tiempos de precariedad.
Subjetividad, lenguaje, sentido, política se articulan en esta lengua nueva que dice con poco, o que casi no
dice (¿qué dicen, en efecto, los relatos de Kafka en los que, como en “Preocupaciones de un padre de familia”
casi no hay narración?). ¿Qué dice “Preocupaciones de un padre de familia”? Su sentido, como el de Odradek,
es movedizo, es “extraordinariamente ágil, y no es posible apresarlo”; los hilos que le dan forma están
enredados, se trata de “un conjunto bastante insensato”; nada indica, por otra parte, que Odradek (la palabra)
tenga algún sentido: “ninguna de las dos [interpretaciones] nos revela que esta palabra tenga algún sentido”.
Ni la palabra, ni la “cosa” Odradek tienen “sentido”, aún así, como el relato, dicen, enuncian, porque Odradek
tiene existencia (“nadie se ocuparía de estos estudios si no existiera en realidad un ser que se llama
Odradek”). Una existencia tal –su supervivencia en el tiempo, esto es, su posibilidad de futuro– que resulta
“casi dolorosa”. No dolorosa, sino “casi dolorosa”: la eliminación del dolor implicaría anulación del
antagonismo (y sabemos a partir de la lectura de Badiou que el siglo XX es el siglo del antagonismo, el siglo
termina cuando el antagonismo desaparece con el triunfo del siglo liberal); Kafka no elige entonces ni la
eliminación del dolor ni su exasperación destructiva. “Casi dolorosa” se deja leer más bien en la línea de lo
que Badiou llama la “vía sustractiva”: el dolor del siglo (la catástrofe) existe, el arte del siglo que elige más
esta vía que la “destructiva” lo concibe como “umbral” para imaginar un lenguaje diferencial.
2
Franco Rella, El silencio y las palabras. El pensamiento en tiempo de crisis. [1981] Barcelona, Paidós,
1992, pp. 32-33.
2
Borrador.
Para entrar directamente en nuestro tema, y en los textos que orientan esta clase, el
motivo del poshumanismo viene en el pensamiento de Sloterdijk ligado al cambio
ontológico que la tecnociencia contemporánea estaría habilitando. Algunos de esos textos
son: “Reglas para el parque humano” (lectura para esta clase), “La domesticación del ser.
Por una clarificación del claro”, cuya última parte es “El hombre operable”, que también
apareció publicado en forma independiente (lectura de esta clase), “La época (criminal) de
lo monstruoso” o “La vejación a través de las máquinas”. Todos fueron reunidos por el
autor luego en un libro titulado Sin salvación. Tras las huellas de Heidegger.
3
Borrador.
aquí como en otros textos sobre este tema, Sloterdijk parte del pensamiento de Heidegger
para excederlo.
Veamos en una apretada síntesis cuál es el argumento central de “Reglas para el parque
humano”: la formulación más feliz del texto quizá sea la relativa a la caracterización del
humanismo –desde el pensamiento griego antiguo hasta el “revival” humanista
inmediatamente posterior a la segunda guerra mundial, luego de la evidencia más
absoluta de la irracionalidad de la racionalidad humanista moderna– como un pensamiento
propio de una “sociedad de amigos que se envían cartas”. Esto es, una sociedad que lega
en su escritura, a “lectores” futuros, ciertos textos, que a su vez serán reinterpretados y
reescritos. Un modelo alfabetizador/educador que sustenta la posibilidad de una vida en
común. Se trata del modo que Occidente ha encontrado para la “domesticación” humana.
Esto es, para la contención de los impulsos des-inhibidores que lo humano lleva consigo y
que si tomáramos prestados conceptos de George Bataille podrían formularse en términos
de “la parte maldita” de lo humano. Las fuerzas des-inhibidoras, tanáticas, de lo humano,
se vienen conteniendo desde la formación misma de lo humano desde un fondo no
aprehensible para nosotros que sería el de lo pre-humano. Ahora bien, históricamente
considerado, el humanismo ha llegado a su fin en el siglo XX en el momento en que la
sociedad epistolar deja lugar a la sociedad massmediática, correlativa a dos vinculaciones
políticas: la radio en relación con la primera guerra mundial, y la televisión en relación con
la segunda:
¿Entonces qué hacer? Recorrer nuevamente el camino por el cual se puede comprender
qué es y qué podría llegar a ser “el hombre”. En este punto, recurre a Heidegger y su
texto “Carta sobre el humanismo” (escrito en 1946 como envío a un filosofo francés, Jean
Baufret, lector de Heidegger, quien había escrito en ese momento acerca de cómo volver
a dar sentido a la palabra humanismo).
¿Por qué volver a Heidegger, incluso después de todo lo que se sabe acerca de su relación
con el nacionalsocialismo? Ante un pensador como Heidegger, muy influyente en el
pensamiento de la segunda mitad del siglo XX –bastaría mencionar los nombres de
Arendt, Sartre, Derrida, Steiner, Sloterdijk, Agamben o Paul Celan, para dar cuenta de esa
influencia, por más diversa que sea–, central también en relación con la filosofía de la
3
Peter Sloterdijk, “Reglas para el parque humano”, revista Confines n° 8. Buenos Aires, 2000.
4
Ídem.
4
Borrador.
5
Para una aproximación no reductora para comprender estas cuestiones puede consultarse tanto el discurso
de asunción del rectorado en 1933, su texto de descargo ante la mencionada comisión en 1945, el texto-
respuesta de Philippe Lacou-Labarthe al libro de Víctor Farías titulado Heidegger y el nazismo, o la
conferencia de Adorno acerca del texto de Heidegger “Por qué permanecemos en la provincia”, todo ello en el
sitio Heidegger en castellano: (www.heideggeriana.com). También el documental de la BBC en
http://www.youtube.com/watch?v=FPzDUW28U5s.
6
Copio de un texto que escribí no hace mucho (Claudia Kozak, “Apostillas a El carácter afirmativo de la
cultura”. Buenos Aires, El cuenco de plata): “Ernst Jünger (1895-1998) fue novelista, ensayista, militar y
fascista. Pero fue además un longevo testigo del siglo que vio nacer, si se sigue sus propias postulaciones, una
nueva época: la era de la "movilización total" cuya figura central es la figura del Trabajador. Se trata de una
época para la cual la Gran Guerra del 14 ha servido de antesala en la que todo recurso –humano, natural,
grande o pequeño– es dispuesto en función de un proyecto totalizador al que está supeditado. Y para el Jünger
de la década del 30 –aunque se haya desencantado más tarde– esto es algo altamente positivo porque abre a
una nueva era de superación del timorato liberalismo burgués regido únicamente por las relaciones
económicas que dejan afuera las fuerzas elementales “de la Muerte, de la Sangre, de la Tierra”.
5
Borrador.
movimiento”, dando a entender todo el tiempo que no fueron las que se hicieron
dominantes en el transcurso de tiempo.
Volviendo entonces, Sloterdijk es uno de los que sostiene que Heidegger extrema las
preguntas necesarias cuando postula su pregunta por el Ser. Sabemos que la pregunta
por el Ser lleva a Heidegger a preguntarse por la diferencia ontológica de lo humano, es
decir, por aquello que hace posible que el ser humano no sea simplemente un “animal
racional” o un “animal político” sino un ser-en-el-mundo, que ec-siste (es “fuera”), al que
el Ser se dona en el lenguaje (y la técnica). En tal sentido, la pregunta por el Ser es en
Heidegger la pregunta por el ser-ahí (dasein) o ser-en-el mundo.7 Como señala Sloterdijk,
Heidegger afirma en la “Carta sobre el humanismo” que ya en Ser y tiempo (1927) había
7
Para superar el humanismo y su sujeto representador/objetivador (que en última instancia objetiva también
al propio hombre), y que obtura la posibilidad de que el hombre se enfrente a lo “incalculable”, Heidegger
propone en un camino etimológico del pensar una vuelta al pensamiento griego antiguo que considera origen
del pensar occidental. Ese camino le permitirá llegar a otra noción de “verdad” no como re-presentación de
una imagen sino como “des-ocultar” el ser. ¿Pero qué es el ser? Ésa es la pregunta central que según
Heidegger dos mil años de filosofía occidental han olvidado. La pregunta se ha desplegado en Heráclito y
Parménides, pensadores presocráticos, pero luego, desde Sócrates en adelante y hasta Nietzsche –según
Heidegger, último metafísico–, la pregunta se ha cerrado sobre sí misma ya que se ha hecho pasar el ente por
el ser. Sea que se trate de la Idea (Platón), el cogito (Descartes), la materia (en toda filosofía materialista), la
voluntad de poder (Nietzsche) siempre se ha considerado el ser de los entes (como pertenencia o posesión) y
no el ser en y de los entes. De este modo, el ser pasa por un ente más: primera causa o fundamento. Sin
embargo, Heidegger insistirá en que el ser no puede reducirse a ser de las cosas, ya que siguiendo a
Parménides “ser es lo que es”. Como se observa, la afirmación es tautológica porque en realidad del ser nada
puede ser predicado: si decimos que el ser es algo, lo “entificamos”, lo hacemos cosa; si decimos que el ser es
nada, también cosificamos la nada. De allí las formas oblicuas de nombrar del pensar heideggeriano: el ser se
da, dona o destina en las cosas. Pero como al tiempo que se dona, no puede predicarse que sea algo (o nada),
también ser retrae constantemente. Y este juego entre lo que se hace presente y ausente es fundamental en la
ontología heideggeriana. Ya que Heidegger encuentra en la etimología griega de la palabra verdad esta
tensión entre presencia y ausencia. En efecto, la palabra griega antigua para nombrar lo que conocemos como
“verdad” es alétheia, compuesto del prefijo de negación “a” y “léthe” que significa “olvido” o “velamiento”;
de allí que “verdad” sea el no-olvido o el des-velamiento. Recordemos, por ejemplo, que en la mitología
griega el río Lete (o Leteo según la derivación latina) era el “río del olvido”, uno de los ríos del Hades (reino
de los muertos), del que bebían las almas para borrar toda huella de la vida pasada. ¿Qué sería entonces lo
verdadero? Lo verdadero es justamente el no-olvido o de-velamiento: el corrimiento del velo que deja abierta
la experiencia del ser. Verdad no sería así la correspondencia entre un sujeto representador y su
representación sino el quedar abierto a lo que es. ¿Pero quién sino “el hombre” a diferencia de todo lo que es
como ente puede habitar lo “abierto”? Heidegger sostiene que el hombre no es un “ente”, ni cosa ni animal –y
por ello no puede ser pensado a la manera aristotélica como un “animal político”, sino que es lo único que es
“en el mundo” que se hace la pregunta del pensar. Ser-en-el-mundo, ser-ahí (dasein) es estar arrojado al ec-
sistir, estancia desde fuera de sí, ya que el ser humano es lo único que es que se ve por fuera de sí mismo en
tanto es en el tiempo o es tiempo. Traducido todo esto de modo quizá más simplificador, el ser humano es lo
único que es siendo consciente de su finitud, ser-para-la-muerte. Aunque Heidegger no lo pondrá en términos
de una consciencia subjetiva. Y así también recorre el camino de lo presente y ausente. Ahora bien, el ser se
da, dona, destina en el ser-ahí (dasein), que habita lo abierto, el claro (Heidegger metaforiza con el claro del
bosque), y esa apertura no es más que su cercanía al ser en tanto interrogación, de-velamiento del ser. ¿Pero
cómo es interrogar? Interrogar es en el lenguaje. El lenguaje, en efecto, es para Heidegger el “espaciamiento”
en el que el ser se dona a los hombres. Su insistencia en el interrogar lingüístico-etimológico no es aleatoria,
ya que el camino del pensar es un camino en el lenguaje. Una de las frases más famosas del Heidegger –“El
lenguaje es la casa del ser”– permite comprender lo explicado. Y la deriva de Heidegger hacia un
pensamiento del arte, en particular la poesía, siempre tendrá como punto de origen esta metáfora del lenguaje
como morada del ser.
6
Borrador.
Como se ve, domesticación no significa para Sloterdijk sólo control social o dominio sino
también, complementariamente, “ser en común”, “habitar la casa”, es decir, darse una
“morada”, una “comunidad” (el problema, por supuesto, es que las distintas sociedades
humanas muy habitualmente al darse un casa se dan también jerarquías y dominios). En
“Reglas para el parque humano”, pasando por desarrollos que tienen como eje textos de
Nietzsche y de Platón, Sloterdijk abunda en metáforas como las de “cría y selección” en
relación con los procesos por los cuales los hombres se han dado casas. La domesticación
del hombre por el hombre es el gran vacío no pensado por el Humanismo y de ahí su
complicidad con el horror. La comunidad literaria también produjo grandes efectos
selectivos en su doble sentido de comunidad y dominio; llegados éstos a su fin,
ciertamente surgen otros fantasmas de selección pero que necesariamente deben ser
pensados ya que no se disiparán simplemente porque miremos para otro lado:
Para el lector moderno – que mira hacia atrás en dirección de las escuelas medias
humanísticas de la época burguesa y a la eugenesia fascista y que al mismo
tiempo echa una mirada anticipada a la época de la biotecnología– es imposible
desconocer la explosividad de estas consideraciones.10
8
En definitiva también la Escuela de Frankfurt había planteado lo mismo a su manera, en relación con la
dialéctica del Iluminismo.
9
Ídem.
10
Ídem.
7
Borrador.
Sabemos en efecto, que el siglo XX puede ser pensado como la “era de los extremos”,13
puro antagonismo que aspira a acceder a lo Real y que en cambio se conforma hacia el fin
del siglo con una cruda aceptación de la realidad, 14 esto es, del statu quo. Así, lo extremo
aparece en la trivialización de lo monstruoso: la propia potencia creativa/destructora de lo
humano. En la época actual, lo monstruoso se trivializa o banaliza ya que converge con la
tendencia a la defensa intelectual de las situaciones medias. Por eso es preciso volver a
pensar lo monstruoso, sin adormecerlo.
11
Peter Sloterdijk, “La domesticación del ser. Por una clarificación del claro”. Sin salvación. Tras las huellas
de Heidegger. Madrid, Akal, 2011, p. 97.
12
Ídem, p. 98.
13
Eric Hobsbawm ha caracterizado de ese modo al siglo XX. El título en de la edición original de su libro
Historia del Siglo XX es: The age of extremes: The short twentieth century, 1914-1991.
14
Es el argumento de Alain Badiou, en El siglo. Buenos Aires, Manantial, 2005.
15
“La domesticación del Ser”, op. cit. p. 99.
16
Ídem, p. 100.
8
Borrador.
El hombre entonces “viene determinado como una esencia que ha sido arrancada del
sistema de parentesco de la animalidad, bien que de una manera por la cual Heidegger no
nos anima a preguntar”17 y Sloterdijk va a seguir también esa vía a la que Heidegger no
nos conduce: “La onto-antroplogía pregunta por ambas cosas por igual: por el éxtasis
humano que es el ser-en-el-mundo y por el estatus del que fuera animal y al que
aconteció ese devenir extático”.18
Todo este rodeo por Heidegger le servirá para articular el proceso de hominización desde
lo prehumano no sólo como una cuestión biológica y cultural sino también existencial, que
pueda dar cuenta de la “inmensidad” del hecho de que el hombre sea. La
antropomonstruósica deja ver esa inmensidad:
17
Ídem p.105.
18
Ídem.
19
Ídem, p. 107-108, itálicas mías.
9
Borrador.
20
Ídem, p. 109.
21
Ídem p. 117.
22
Ídem p. 118.
23
Ídem p. 125.
10
Borrador.
Llegamos así a “El hombre operable”, última sección de “La domesticación del ser”. En
esta parte, Sloterdijk desarrolla lo que había sugerido en “Reglas sobre el parque humano”
en relación con la biotecnología, y para lo cual tuvo primero que explicar el proceso de
hominización que hace comprensible a las biotecnologías contemporáneas en términos de
antropotécnicas.
El texto plantea algo así como una nueva “diferencia ontológica in-diferente”. El
acontecimiento tecnológico del siglo XX, la confluencia entre informática y biología ya no
puede comprenderse en términos de la vieja epistolografía humanista, incluso tampoco en
términos de la morada del lenguaje, tal como la propone Heidegger:
Nadie puede pasar por alto que la casa del ser está desapareciendo bajo un profuso
andamiaje, sin que sea posible saber qué aspecto tendrá después de las refacciones
(…) Hablar y escribir en la época de los lenguajes digitales y las transcripciones
genéticas ha perdido por completo el sentido que le era familiar (…) La provincia del
lenguaje se encoge mientras que el dominio del texto unidireccional (Klartext) no
deja de crecer.24
24
Peter Sloterdijk, “El hombre operable”, revista Artefacto. Pensamientos sobre la técnica, n° 4. Buenos
Aires, octubre de 2001, pp. 21-23.
25
Heidegger ha escrito en relación con la cibernética, en tanto lenguaje técnico-calculante, modo de darse el
ser al hombre cotidiano del siglo XX que lo alejaría del lenguaje “de tradición”. En su texto “Lenguaje de
tradición y lenguaje técnico” –una conferencia dada por Heidegger en 1962 ante un grupo de docentes de
escuelas técnicas (lo paradójico del ámbito resulta interesante, Heidegger va a hablar en un ámbito técnico del
peligro de leer técnicamente la técnica)– recorre el camino que habría entre una “representación” corriente de
la técnica, en tanto algo que hace el hombre como medio para lograr un determinado fin –la concepción
antropológica e instrumental de la técnica– y una “representación” verdadera, no sólo correcta, de la técnica
como modo de conocer y conocerse (abrirse al conocimiento), modo de ser el hombre en el mundo. De la
misma manera, luego, pasará de una representación corriente del lenguaje, en tanto medio para transmitir
información, a una representación verdadera en tanto casa del ser. Al modo técnico moderno del hacerse
presente el ser, esto es, a la técnica provocante, le corresponde a su vez un modo técnico del lenguaje en el
que éste aparece sólo como un medio para un fin: un instrumento de comunicación. Con lo cual se pierde, se
olvida, la dimensión del lenguaje en tanto “mostrar y dejar aparecer lo presente y lo ausente, la realidad en el
sentido más amplio”.25 Es decir, el lenguaje también en tanto alétheia y poiésis: “La construcción y la eficacia
de las grandes computadoras se basan en los principios técnico-calculantes de esta transformación de la
lengua como decir, en lengua como mera información producida por señales. Lo que para nuestra reflexión
resulta decisivo es el hecho de que son las posibilidades técnicas de las máquinas las que prescriben cómo el
lenguaje puede y debe ser aún un lenguaje”. Cfr. Martin Heidegger, “Lenguaje de tradición y lenguaje
técnico” en Artefacto, nº 1, Buenos Aires, diciembre de 1996, p.18.
26
La expresión heideggeriana “cabe-sí” ha sido frecuentemente explicada en relación con la “autenticidad”
del ser-ahí (Dasein) en su ser abierto a la escucha del Ser. Sostiene Derrida: “¿Cómo y por qué «abre» ésta [la
voz del amigo] el Dasein? Sin duda porque es una voz del otro, el otro mismo que todo Dasein porta a sí bei
sich, no en sí, ni fuera de sí, sino cabe sí, junto a sí. El orden de la analítica existencial es aquí el siguiente: no
hay discurso (Rede) sin entender, en el sentido primero de la comprensión (Verstehen, Verständlichkeit), no
hay entendimiento o Verstehen sin escucha (Hören). La escucha es constitutiva del discurso, mas ella no
consiste en un fenómeno acústico de orden fisio-psicológico. No tiene necesidad del oído «interno» o
«externo» en el sentido orgánico del término. Es la «apertura primera y auténtica del Dasein a su poder-ser
11
Borrador.
Pero Sloterdijk introduce una objeción: si la errancia es epocal y está atada como siempre
lo argumenta Heidegger con el destino de la metafísica, que ha ocultado la verdadera
pregunta por el Ser, “¿no deberá sufrir también ella un profundo cambio tras el
hundimiento y ‘descomposición’ de la primera”?28
Para concebir esto hace falta una ontología que sea al menos bivalente, así como
una lógica trivalente, es decir un instrumental cognitivo capaz de articular que hay
negaciones afirmadas y afirmaciones negadas realmente-existentes, que hay nadas
que son entes y entes que son nada (…) La frase “hay información”, en última
instancia no dice otra cosa (…) En la frase “hay información” hay implicadas otras
frases: hay sistemas, hay recuerdos, hay culturas, hay inteligencia artificial. Incluso
más propio». Jacques Derrida, “El oído de Heidegger. Filopolemología (Geschlecht IV)”, Políticas de la
amistad, traducción de Francisco Vidarte. Edición digital de Derrida en castellano.
27
Peter Sloredijk, “El hombre operable, op. cit, p. 21.
28
Ídem.
12
Borrador.
la oración “hay genes” sólo puede ser entendida como el producto de una situación
nueva: muestra la transferencia exitosa del principio de información a la esfera de la
naturaleza.29
Entonces: este paso de una ontología monovalente, y lógica bivalente, a una ontología
bivalente y lógica trivalente viene habilitado por el hecho de que la tecnociencia
contemporánea ha modificado las posibilidades de existencia para que algo sea: en tanto
lo que hay es “información”, ya no es posible pensar según Sloterdijk en términos de
pares binarios del tipo de materia-espíritu, natural-artificial, naturaleza-cultura, amo-
esclavo.
Aunque reconozca que el proceso es como mínimo ominoso –en tanto que en última
instancia se trata aquí de pensar a qué cambio ontológico puede conducir el hecho de que
la humanidad cree lo viviente-artificial en su por el momento último estadio imaginado: la
clonación humana–, insiste a largo de varias páginas de fuerte tono utópico en que, de
no recaer en viejos binarismos, estaríamos en condiciones de recrear cooperativamente lo
viviente.
El ser humano habría creado así artificialmente las condiciones para una colaboración de
todo lo existente, en tanto lo que ec-siste, no sería ya solamente lo humano. En una
especie de argumentación malabar Sloterdijk pasa de una concentración en el
Logos/Poesía del último Heidegger a la multiplicidad deleuziana. Y, a partir de allí, podrá
leer el ser-ahí (Dasein) como pasión de lo monstruoso.30
29
Ídem, p. 22.
30
En distintos textos realiza el mismo salto: “Sobre esta tierra iluminada por sus estallidos artísticos observó
Heidegger en uno de sus textos mayores [se refiere a “Superación de la metafísica”]: ‘La tierra aparece como
el entorno de la errancia. En lo tocante a la historia del Ser, ella es la estrella errante’. Y como desde otra
estrella replican a estas palabras dos preguntas formuladas por Deleuze y Guattari: ´¿Para quién se sostiene la
tierra? y ‘¿Para quién se sostiene el hombre?’”. Peter Sloterdijk, “La época (criminal) de lo monstruoso
(Acerca de la justificación filosófica de lo artificial)”, Sin salvación. Tras las huellas de Heidegger,
31
“El hombre operable”, op. cit. p.28.
13
Borrador.
Restaría saber cómo es posible, bajo un cambio ontológico tan evidente, que las viejas
clasificaciones de la antigua ontología encuentren terreno para hacer pie… Aun así, el
pensamiento de Sloterdijk permite salir, o pretende salir, del binarismo propio de la
tecnofilia y la tecnofobia para posicionarse en el entremedio de la forma-de-vida
monstruosa. Incluso en este texto asegura que se trata de la germinación de un modo de
pensar que se encontraba ya en las modernas filosofías del arte (remite un poco
sorprendentemente a Adorno) y que podría ser continuado por la filosofía de la técnica.
Por el lado del arte, las aproximaciones de Sloterdijk podrían ser una vía para encontrar el
acontecimiento en la potencia monstruosa. Sobre todo porque "La época (criminal) de lo
monstruoso", que es la Modernidad, en tanto época de la imagen del mundo (Heidegger)
y de la que el siglo XX sería el epítome, da lugar no a la metafísica del ser sino a la de la
nada: la metafísica del ser, que se sostiene en la noción de que “el ser es y la nada no
es”, impediría según Sloterdijk no sólo enunciar la existencia de afirmaciones negadas y
negaciones afirmadas (puesto que es una ontología monovalente) sino también dar cuenta
del carácter monstruoso de la Era Moderna, aquella de lo monstruoso hecho por el
hombre. Lo monstruoso del arte y la técnica, lo monstruoso de la forma de las cosas, es
en la Modernidad, y mucho más en el siglo XX, la creciente artificialidad. La metafísica del
ser siempre ha visto lo artificial como degradación, formas de ser deficientes (tal como
Platón considera por ejemplo los productos de la técnica y de la imagen). “Un lenguaje del
ser no puede enunciar lo que son las máquinas, los sistemas de signos y las obras de arte
‘en su naturaleza’. Pues su naturaleza parece consistir en romper con aquello que
típicamente es naturaleza”.32
Sostiene Sloterdijk que por el contario el arte y la técnica deben pensarse desde otra
posición:
32
Peter Sloterdijk, op. cit. p. 251.
33
Ídem p.252-253, subrayado mío.
34
Ídem p. 255.
14
Borrador.
35
Maurzio Lazzarato, Políticas del acontecimiento. Buenos Aires, Tinta Limón, 2006, p. 77.
15