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"De espejos y distorsiones. Formas de


la (auto)rrepresentación en
Insensatez, de Horacio Castellanos
Moya", en H...
José Manuel González Álvarez

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Hispanic Research Journal
Iberian and Latin American Studies

ISSN: 1468-2737 (Print) 1745-820X (Online) Journal homepage: https://www.tandfonline.com/loi/yhrj20

De espejos y distorsiones: formas de la


(auto)rrepresentación en Insensatez, de Horacio
Castellanos Moya

José Manuel González Álvarez

To cite this article: José Manuel González Álvarez (2019) De espejos y distorsiones: formas de
la (auto)rrepresentación en Insensatez, de Horacio Castellanos Moya, Hispanic Research Journal,
20:2, 104-118, DOI: 10.1080/14682737.2019.1603448

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Published online: 05 Aug 2019.

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HISPANIC RESEARCH JOURNAL
2019, VOL. 20, NO. 2, 104–118
https://doi.org/10.1080/14682737.2019.1603448

De espejos y distorsiones: formas de la


 n en Insensatez, de Horacio
(auto)rrepresentacio
Castellanos Moya
Jos 
e Manuel Gonzalez Alvarez
Departamento de Filologıa, Comunicacion y Documentacion, Universidad de Alcala, Alcala de
Henares, Spain

RESUMEN PALABRAS CLAVE


Con Insensatez (2004), Horacio Castellanos Moya nos entrega una novela nar- Horacio Castellanos Moya;
rada en primera persona que plantea un ejercicio reto rico autoconsciente, autoficci
on; narrativa
donde la lidia diaria con la violencia y el exterminio permite la inscripcio n de postestimonial;
un yo en permanente refraccio n y distorsio
n. El artıculo propone inspeccionar autoderrisi
on; distorsi
on
el texto a la luz de la literatura del yo, deslindando, desde el prisma de la
teorıa literaria, las diversas modulaciones autoficcionales que campean en KEYWORDS
Insensatez. El propo sito principal es mostrar como se materializa la novedosa Horacio Castellanos Moya;
alianza entre autoficcio n y narrativa postestimonial dentro de la novela. Por autofiction; post-testimony
ello defendemos la pertinencia de este enfoque en apariencia formalista, el narrative; self-
cual sin embargo se interseca con el discurso de la memoria y del duelo den- deprecation; distortion
tro de la novela: los distintos meandros de la voz narradora proyectada en el
texto problematizan la tarea del testimoniante a la vez que la reivindican
mediante un reprocesamiento del dolor, pero filtrado por elementos distor-
sionadores varios. Para demostrarlo se abordaran en particular tres puntos
que operan en esa direccio n: 1) los recursos especulares que deparan una
refraccion del yo y de la realidad representada; 2) los elementos deforma-
dores que acarrean una distorsio n en proyeccio n ficcional del autor; 3) una
degradacio n con vocacio n carnavalizadora que, desde un plano morfolo gico-
tropologico, domina el texto de Castellanos Moya.

ABSTRACT
Insensatez (2004) by Horacio Castellanos Moya is a novel narrated in the first
person that poses a self-conscious rhetorical exercise. The narrator’s daily
encounters with violence and murder give rise to a narrative ego that is in
permanent refraction and distortion. This paper examines Castellanos’s text
via literature of the self and the field of literary theory. It focuses on the
many autofictional turns in Insensatez, which have yet to be studied with ref-
erence to post-testimony narrative. The main goal of this paper is to show
how this new fusion of autofiction and post-testimony narrative takes shape
in the novel. This formalist approach is suitable because it allows for the
intersection of memory and grief discourse. The fluctuations of narrative
voice in the text problematize the task of the witness, but they also recuper-
ate it by reprocessing victims’ pain, which is filtered through a number of
distorting elements. The paper will address three specific areas: 1) mirroring
strategies that refract the fictional self and the representation of reality; 2)
strategies that distort the fictional projection of the author; and 3) a carnival-
esque degradation which, from a rhetorical and morphological point of
view, dominates this text by Castellanos Moya.


CONTACT Jose Manuel Gonzalez Alvarez gonzalvajm@gmail.com Universidad de Alcala, Pza. San Diego, s/n,
28801, Alcala de Henares, Madrid, Espan
~a.
ß 2019 Informa UK Limited, trading as Taylor & Francis Group
HISPANIC RESEARCH JOURNAL 105

Parecen escasas las novelas latinoamericanas de la u ltima decada que hayan sido objeto
de una recepci on crıtica tan intensa y proteica como la dispensada a Insensatez (2004),
del hondure~ no-salvadore~ no Horacio Castellanos Moya (1957). Due~ no de una nutrida
obra narrativa y ensayıstica, el autor ha sido ubicado con frecuencia por la crıtica dentro
de la crisis de la identidad cultural centroamericana en el escenario de la posguerra
(Cortez 2010; Ortiz Wallner 2002) junto a los salvadore~ nos Claribel Alegrıa, Manlio
Argueta, Rafael Menjıvar Ochoa o los guatemaltecos Arturo Arias, Dante Liano y
Rodrigo Rey Rosa; este u ltimo y Castellanos Moya han sido considerados, en buena
medida, rehabilitadores del artefacto literario como herramienta para la preservaci on de
la memoria, en contraste con una tradici on narrativa marcadamente mimetica como la
centroamericana.1 Los acercamientos academicos a Insensatez han deparado, en esencia,
la asimilaci on del texto al rubro de la novela de la posmemoria (Sanchez Prado 2010), a
la estetica del cinismo (Basile 2013; Cortez 2010), a la intersecci on del trauma, la violen-
cia y la traducci on (Besse 2009; Buiza 2013), a la subversi on del modelo testimonial
(Kokotovic 2009), al paradigma de literatura transterritorial (Vila 2014), a la melancolıa
y el desencanto en la u ltima narrativa centroamericana (Grinberg Pla 2007), a la hiper-
bole y el exceso (Manzoni 2011), a la perspectiva decolonial (Venkatesh 2013), e incluso
a la novela negra (Jastrzebska 2012).2
Asumiendo la validez de estos enfoques y de casi todos sus hallazgos, mi abordaje se
decanta por inspeccionar el texto a la luz de la literatura del yo; mas en concreto, por
deslindar, desde el prisma de la teorıa literaria, las varias y distintas modulaciones auto-
ficcionales que campean en Insensatez, a un no estudiadas, y conectadas en muchos sen-
tidos con El asco: Thomas Bernhard en San Salvador (1997), del mismo autor, a la que
me referire ocasionalmente. No uso aquı el algo manido termino ‘autoficci on’ en sentido
extenso sino estricto, siguiendo a Grabe, Lang, and Meyer-Minnemann (2006) y Ana
Casas (2012), quienes apuestan por las nociones de narracion paradojica y de parodia
(Hutcheon 1988), ello en la convicci on de que es la presencia de elementos disruptivos
(metalepsis, mise en abyme, la parodia o el humor) lo que imprime a un texto el giro
autoficcional y no la mera inserci on lineal de biografemas mas o menos detectables
desde la recepci on.

1
Con todo, la tradicion narrativa centroamericana no es exclusivamente referencial. Valga invocar los nombres de
dos guatemaltecos: Rafael Arevalo Martınez (1884–1975), quien inaugura un modo de expresi on par
odica e ir
onica
que mas tarde Augusto Monterroso (1921–2003) se encargara de prolongar y exacerbar en la decada de los 1960
y ‘70. Ambos textualizaron y parodiaron los regımenes dictatoriales que desembocaron en las guerras civiles de los
~os ‘80, mientras que, en una senda estetica en cierta manera analoga, Castellanos Moya y Rey Rosa juegan a
an
cuartear un discurso, el de la memoria cultural —cuajada tras esos conflictos— que se les antoja monolıtico y
agotado. Por otro lado, en un contexto ya especıficamente salvadore~ no, Rafael Lara Martınez ha se~nalado 1996
como punto de inflexi on para una ‘nueva mimesis literaria’ desligada a priori del compromiso mas explıcito:
‘Aunque Centroamerica, y particularmente El Salvador, ha sido juzgada como una regi on en la cual predomina la
poesıa de protesta y el testimonio, la posguerra y, en particular, el an ~o de 1996 parece haber desmentido toda
prevision de los estudiosos [ … ] En efecto, en ese a~ no se publicaron al menos seis novelas sin sutura inmediata
con lo polıtico, a saber: Baile con serpientes de Horacio Castellanos Moya, Libro de los desvarıos de Carlos Castro,
Lujuria tropical de Alfonso Kijadurıas, Tierra de Ricardo Lindo, Bajo el cielo del Istmo de Armando Molina, y Amor
de jade de Walter Raudales’. (Lara Martınez 1999, 294).
2
Pese a la relativa abundancia de literatura crıtica en torno a su obra, hoy por hoy solo existe un  unico —y desde
luego valioso— volumen compilatorio que ofrezca un abordaje de conjunto de la misma: Horacio Castellanos
Moya: El diablo en el espejo (ver Can ~a Jimenez y Venkatesh 2016). Por otro lado, es llamativa la propension crıtica
a analizar Insensatez en comparaci on con El material humano (2009), de Rodrigo Rey Rosa. Ası proceden, al menos,
seis de los estudios que pudimos documentar: Drews (2010), Ortiz Wallner (2012), Jastrzebska (2012), Jossa (2013),
Rivera (2015), y La Haije (2017).
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J. M. GONZALEZ 
ALVAREZ

Esta quiebra de la continuidad del yo se percibe de modo palmario en Insensatez,


novela narrada en primera persona que plantea un ejercicio ret orico autoconsciente,
donde la lidia diaria con la violencia y el exterminio permite la inscripci on de un yo en
permanente refracci on y distorsion. Ası, el prop
osito principal de este artıculo es mos-
trar c
omo se materializa la novedosa alianza entre autoficci on y narrativa postestimonial
dentro del texto escogido. Por ello defendemos la pertinencia de este enfoque, inma-
nente o, si se quiere, formalista en apariencia, el cual sin embargo, se interseca a la
postre con el discurso de la memoria y el duelo dentro de la novela: los distintos mean-
dros de la voz narradora proyectada en el texto problematizan la tarea del testimoniante
a la vez que la reivindican mediante un reprocesamiento del dolor, pero filtrado ahora
por el cinismo y elementos distorsionadores varios.
Para demostrarlo se abordaran en particular tres puntos que a nuestro juicio operan
eficazmente en esa direccion: 1) los recursos especulares que deparan una refracci on del
yo y de la realidad representada, por un lado; 2) los elementos deformadores que acar-
rean una distorsion en proyeccion ficcional del autor, por otro; 3) una degradaci on con
vocacion carnavalizadora que, desde un plano morfol ogico-tropol
ogico, domina el texto
de Castellanos Moya, e incluso llega a rebasar el ambito de lo autoficcional.3 Con el
recorrido por estos tres bloques, en realidad se pretende poner sobre el tapete y poten-
on y posmemoria (Hirsch),4 practicas artısticas, ambas, ligadas
ciar el binomio autoficci
a la autorrepresentacion y sumamente operativas en el caso que nos ocupa porque,
como ha se~ nalado Anna Forne, ‘en las operaciones posmemoriales de las escrituras del
yo, la mediacion no solamente es acentuada sino que tambien se realiza en la misma
representacion por medio de la proyecci on palimpsestica de diferentes versiones del
pasado indirecto’ (Forne 2014, 113).
Con el adjetivo ‘postestimonial’ no se alude aquı a un relato de segunda generaci on
— como acontece de forma prevalente en la narrativa del Cono Sur — sino a una voz
narradora que provee una elaboraci on no inmediata del trauma, pero sı mediada por la
lectura y por unos dispositivos que desactivan los protocolos hegem onicos del discurso
testimonial. Un narrador en primera persona refiere retrospectivamente su experiencia
en un paıs centroamericano que no se hace explıcito en ning un momento, pero que
bien puede reverberar una potencial Guatemala.5 Allı ha sido contratado como

3
El termino ‘autoderrisi on’ no es muy frecuente en espa~ nol ni en la producci
on crıtica hispanica, pero parece el mas
cen~ido a la hora de designar ciertas practicas escriturales conducentes a la autodeprecaci on de una figura autorial
(fr. autoderision; ingl. self-deprecation). Para una panoramica de las practicas cınicas y autoderrisorias en el mundo
grecolatino, me parece fundamental el artıculo de Bernat Castany (2015).
4
Habla Marianne Hirsch de un tipo de memoria vicaria e indirecta que, por ello, demanda el auxilio de lo imaginativo
desde el punto de vista inevitablemente subjetivo de los legatarios del trauma: ‘Postmemory’s connection to the past
is thus actually mediated not by recall but by imaginative investment, projection and creation’ (Hirsch 2012, 5).
5
Enmarcada en un contexto de polarizaci on ideol
ogica que la Guerra Frıa habıa alentado, la larga guerra civil en
Guatemala se extiende de 1960 a 1996, con un balance de 200.000 muertos y 45.000 desaparecidos. Se da por
concluida con el Acuerdo de Paz Firme y Duradera firmado en Oslo en 1996. Dos an ~os antes, el 23 de junio de
1994, el gobierno guatemalteco y la guerrilla llegan a un acuerdo tambien en Oslo para establecer el CEH
(Comision de Esclarecimiento Hist orico). Esta habıa de redactar un memorandum que no pretendıa hacer justicia
sino depurar las responsabilidades del conflicto belico. Tras recabar 8.000 testimonios de vıctimas y familiares,
dicho informe, de iniciativa estatal y laica, concluy o que el 93% de las muertes fue perpetrada por actos
genocidas a manos del Estado, principalmente entre 1981–83, y en especial bajo la presidencia del general Jose
Efraın Rıos Montt (1926–2018), recientemente fallecido. Montt estaba acusado de ser, entre marzo de 1982 y
agosto de 1983, el autor intelectual del asesinato de 1771 miembros de la etnia ixil. Gobierno, guerrilla y
paramilitares centraron buena parte de sus masacres en la poblaci on indıgena maya, considerada foco de la
insurgencia y —supuestamente— depositaria de las ideas filocomunistas que el regimen militar se propuso
exterminar. Esos alegatos de testimoniantes indıgenas contra las atrocidades cometidas ocupan las cuartillas que
ha de revisar y corregir el narrador de Insensatez.
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corrector de estilo de mil cien cuartillas que integraran un informe oficial en torno al
genocidio perpetrado por las fuerzas armadas de ese paıs contra la poblaci on indıgena.
En este sentido, un rasgo definitorio de la poetica moyana es precisamente la escasez
deliberada de datos factuales, si bien no faltan marcas que pueden instar a una cierta
identificaci
on autobiografica: la voz relatora, an onima, es la de un periodista sal-
vadore~no que admite haber abandonado su paıs por afirmar que contaba con un presi-
dente africano (Castellanos Moya 2005, 49), lo cual permite evocar las amenazas de
muerte por el recibidas y por su madre tras la publicaci on de El asco, que le valieron la
salida forzosa de El Salvador; esa misma voz habla de su exilio en Mexico (49) para
a~
nadir mas adelante ‘como si yo no tuviera ya suficientes problemas con los militares de
mi paıs’ (16); a ello cabe agregar que Castellanos tuvo acceso, como el narrador de la
novela, a algunos de los informes que integraron el REHMI.6
En formas que oscilan entre el desden, la frivolidad, o el sarcasmo, esta voz enuncia-
dora de Insensatez antepone su singularidad al imperativo etico de vehicular una
supuesta verdad, en este caso inasible e incluso risible, al hallarse esta en imparable dis-
oluci
on. Tales marcas orientan el texto en las coordenadas de lo postestimonial, toda
vez que, desde una cınica subjetividad, se dinamita una serie de topoi asentados en
aquellos textos de denuncia de naturaleza mas factual.7

(Re)fracciones
A este respecto, Insensatez pudiera y debiera ser encuadrada en el marbete de la
autoficci
on especular — ası designada por Colonna (2012)—por el acendrado caracter
autorreflexivo del narrador, y por el dispositivo narrativo reflectante que despliega;
reflectante lato sensu, pues esos espejos muestran de hecho una vocaci on mas refractora
que reflectora. A tales efectos, es interesante comprobar como la libreta de apuntes del
narrador se erige en la propulsora del relato, que no contiene ya un testimonio organico,
sino compuesto por esquirlas rescatadas de esa supuesta tarea del corrector que, desde
su sintaxis quebrada, dan cuenta del dolor indecible de las vıctimas. De forma oblicua,
en las antıpodas de la solemnidad apreciable en las narrativas testimoniales, el objetivo
confeso del narrador es ‘paladear con calma aquellas frases que me parecıan estupendas

6
Su nombre completo es <Guatemala. Nunca mas! Informe del proyecto interdiocesano de recuperacion de la memoria
historica. Este informe, comisionado por la Iglesia Catolica y coordinado por Carlos Marıa Beristain, se erige en el
intertexto mas destacado de la novela. Fue publicado en Guatemala el 24 de abril de 1998 y presentado en cuatro
volumenes por monsen ~or Juan Jose Gerardi, quien dos dıas despues aparecerıa brutalmente asesinado en su casa.
El propio Horacio Castellanos Moya tom o parte junto a otros intelectuales en la redaccion y revisi
on del informe,
si bien ninguno de los tres nombres mencionados se hace explıcito en el espacio novelesco. Cabe apuntar que el
autor pertenecio a las FPL (Fuerzas Populares de Liberaci on) hasta abril de 1983, fecha en que es asesinada Nelida
Anaya Montes, conocida como comandante Ana Marıa. Guatemala, nunca mas: informe del proyecto interdiocesano
recuperacion de la memoria historica. Guatemala: Tercera Prensa / Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado
de Guatemala, 1998. Consultado 25 de marzo 2019. <http://www.derechoshumanos.net/lesahumanidad/informes/
guatemala/informeREMHI-Tomo1.htm>.
7
Ası sucede en la novela, donde se arremete contra el imaginario del mundo izquierdista ligado a la recuperaci on
de la memoria hist orica: cantautores, cooperantes, poetas, a quienes tacha de ‘miopes’. Ni siquiera Rigoberta
Menchu escapa a los dardos del narrador, que reivindica en su lugar la figura de Cesar Vallejo.
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J. M. GONZALEZ 
ALVAREZ

literariamente’ ya que, no sin oportunismo, ‘con suerte podrıa utilizar posteriormente


en alg un tipo de collage literario’ (Castellanos Moya 2005, 43).8
Para Vincent Colonna esta modalidad de la invenci on del yo ‘recuerda la metafora
del espejo. El realismo del texto, su verosimilitud, es un elemento secundario, y el autor
no se encuentra forzosamente en el centro del libro. Puede no ser mas que una silueta;
lo importante es que venga a situarse en un angulo de la obra, que refleje su presencia
como lo harıa un espejo’ (Colonna 2012, 163). En el caso de Insensatez, no es tanto
reflectante como un espejo c oncavo que arroja la imagen distorsionada del narrador,
bien mediante la mise en abyme de sus bocetos ficcionales, bien mediante metalepsis.
Ası, la libreta funge no solo como bitacora de los bosquejos literarios del corrector, sino
tambien —y mayormente— es surtidor de ficciones en segundo grado, podrıa decirse,
como las calas metaficcionales insertas hasta en tres ocasiones en el cuerpo textual
(Castellanos Moya 2005, 38–39; 71–74; 137–40). Estas fabulaciones son mas vıvidas e
impactantes que cualquier otro de los testimonios en manos del corrector, restituyendo,
por tanto, la fuerza expresiva de la cual carecerıa ya todo informe oficial.
Particular relevancia para nuestro objetivo reviste la ultima recreaci
on de un episodio
reiterado en el informe: el del bebe alzado que rota por los aires cada vez mas rapido
hasta hacer impactar su cabeza contra el horc on de la choza, por ser el mismo narrador
quien se transfigura en el teniente matarife que estrella cabezas de infantes:
Como poseıdo, como si yo fuese ese teniente que irrumpıa brutalmente en la choza. Me
transformaba en el oficial Octavio Perez Mena [ … ] ası que entraba de nuevo a la choza
de esos indios de mierda que solo entenderıan el infierno que les esperaba cuando
vieran girar por los aires al bebe que yo mantendrıa tomado de los tobillos para
reventarle el craneo. (137–38)
En esta autoficci on incrustada pretenderse victimario y no vıctima posee efectos
catarticos para un narrador inmerso en un proceso de apropiaci on del material que dis-
curre en paralelo a la acentuaci on de su paranoia, termino que, conviene recordar, sig-
nifica ‘insensatez’ apelando al doble etimo griego (para/nous). El desbordamiento
paranoico se corona con el episodio en que, creyendose perseguido, el protagonista sale
al parque a aullar ‘como animal enfermo bajo el cielo estrellado’ (139). La enajenaci on
conduce, pues, a un desdoblamiento siniestro de implicaciones autoficcionales y larga
data en la historia literaria, en el cual no nos detendremos por razones de espacio.9
Otra usurpaci on de la identidad se da incluso antes (38), propiciada por una frase
leıda azarosamente en las cuartillas: ‘Agarraron a Diego Nap L opez y agarraron un
cuchillo que cada patrullero tenıa que tomar dandole un filazo o cortandole un poquito’
(38). La transfiguraci on obrada es semejante a la anterior pero no igual, pues ahora el
narrador no se torna en personaje con referente hist orico (Perez Mena), sino que se
imagina agarrando ese mismo cuchillo para ejecutar al jefe administrativo de la oficina,
un paname~ no fanfarron que recien le habıa negado el pago de su adelanto: ‘No me sintio
llegar y menos pudo reaccionar cuando le clave la primera pu~ nalada en el costado del

8
Habla al respecto Sanchez Prado de ‘la impenetrabilidad de los eventos hist oricos desde la perspectiva fuertemente
autorreflexiva del narrador. Por eso, en buena parte de la novela, la unica forma en que estos pueden ser
procesados es desde la perspectiva de su forma literaria’ (Sanchez Prado 2010, 84).
9
Uno de los motores del texto es la locura, invocada en el tıtulo y en el acapite (mediante una cita de Sofocles). No
faltan trabajos que abordan el tema desde un enfoque psiquiatrico y lacaniano. Veanse Piccini (2016) y Creegan
Miller (2016).
HISPANIC RESEARCH JOURNAL 109

hıgado [ … ] tampoco pudo defenderse cuando le clave la segunda pu~ nalada por abajo
del estern on [ … ] hasta que de pronto me descubrı en el centro [ … ] sin ning un pu~nal
en mi mano’ (39).
La enajenaci on facilita una proyecci on del yo a traves de la metalepsis, pues tanto el
narrador como el paname~ no acceden en tanto personajes ficticios a otro nivel intra-
diegetico. La seducci on por el mundo del victimario y su neta teatralidad remedan,
dicho sea de paso, las veleidades megal omanas de la pieza teatral Saverio El Cruel (1936)
de Roberto Arlt, autor que, como es bien sabido, tematiza con maestrıa los efectos alien-
antes de la lectura en sus personajes hasta el punto de ser la literatura quien precede en
ocasiones a la experiencia.10 Tal vez tampoco sea difıcil percibir aquı un efecto de alien-
acion quijotesca en sentido amplio, pues se trata de un ‘corrector perturbado por leer
ese testimonio que se repetıa a lo largo del informe’ (Castellanos Moya 2005, 138). Los
desplazamientos que el narrador efect ua de la lectura a su vivencia cotidiana son
m ultiples —bien estudiados por Manzoni (2011) y Basile (2013)— pero a un hay lugar
para la menci on explıcita a la obra cervantina, cuando el protagonista imagina una
escena sexual entre Fatima (cooperante espa~ nola) y su compatriota Joseba, caracteriza-
dos como l ubricos Dulcinea e hidalgo caballero andante, respectivamente (Castellanos
Moya 2005, 82–83).
En otro momento de transfiguraci on transitoria (71–74), el corrector imagina ciertas
escenas de violencia extrema y las expande narrativamente, manifestando de nuevo su
voluntad de desdoblarse, pero advirtiendo tambien lo modesto de su proyecto literario:
‘En realidad no habıa tal novela sino las ganas de hacerla, de trastornar la tragedia, de
convertirme en alma en pena del registrador civil de un pueblo llamado Totonicapan’
(71–72). Este se niega a entregar el libro de registro de difuntos del pueblo y es decapi-
tado, muerte ante la cual la voz narradora frivoliza implacablemente: ‘Parti o longitudi-
nalmente la cabeza [ … ] como si hubiese sido un coco y estuviesen en la playa [ … ]
como si fuese un coco al que se le sacara la apetitosa carne blanca y pulposa, y no los
sesos palpitantes y sangrientos, que tambien pueden resultar apetitosos para ciertos
paladares’ (72).
Este tipo de escenas, dirıanse metaficcionales, adquiere la condici on de posimagen,
uno de los rasgos constitutivos que la crıtica ha distinguido en las narrativas postestimo-
niales: ‘Es concretamente una ilusi ptica que remite a los remanentes de una imagen
on o
en el campo visual despues de que ces o la exposici
on de la imagen inicial [ … ] lo que se
representa y lo que es representado es un proceso de b usqueda genealogica que recicla
los materiales de archivo en forma de “pos-imagenes”’ (Forne 2014, 114–15). Esas esce-
nas inventadas no actuarıan, a nuestro parecer, como elementos centrıfugos que amino-
ren el dolor leıdo en las cuartillas; antes bien, lo potencian mediante una recreaci on
oblicua del mismo, que distanciarıa del sufrimiento y en igual medida lo sublimarıa.
La profusion de posimagenes esta en la novela muy asociada al humor, entendido
este como recurso tambien oblicuo, galvanizador de una (pos)memoria que, no por ris-
ible, resulta menos da~ nina. Ası, tachando de ‘necio’ al registrador es como el yo enun-
ciador se distancia del dolor a la par que se muestra en su crudeza, en una tensi on
mostraci on-ocultacion que salpica en realidad toda la novela. Al distanciamiento

10
Para ahondar en esta cuesti on del delirio y el poder es recomendable la lectura del artıculo de Julio Prieto en
torno a dicha pieza teatral arltiana (Prieto 2010).
110 
J. M. GONZALEZ 
ALVAREZ

contribuye igualmente el sarcasmo brutal, capaz de extraer dosis de humor a partir de lo


escabroso, pues la vıctima se hallaba ‘en todo momento con las palmas de las manos sin
dedos apretando las dos mitades de su cabeza para mantener los sesos en su sitio, que el
realismo magico no me es por completo ajeno’ (Castellanos Moya 2005, 73). El pasaje
reverbera un yo escritor ir onicamente consciente de una estetica parodiada —el real-
ismo magico— y con un plan literario asentado en el humorismo, que nace aquı de la
circularidad paradojica:
El relato comenzarıa con la explicaci
on de que el alma del registrador permanecera en
pena hasta que alguien lo inscriba en el libro de los difuntos, lo cual resultara muy
difıcil dada la circunstancia de que solo el sabe d
onde lo ha escondido, de ahı que el
argumento girarıa en torno a los esfuerzos del alma en pena del registrador civil para
comunicarse con sus amigos a fin de que lo inscriban en el libro de difuntos (74).
La irrision act
ua sin duda como un disolvente ante los no pocos lances dramaticos
impresos en Insensatez. Tal relato en esbozo es de una violencia creciente y estaba lla-
mado a ser el comienzo de la novela a la saz on truncada, solo factible ‘si yo hubiera sido
entonces un novelista, claro esta, y no el corrector de barbaridades que so~ naba con ser
quien no era’ (74). La voz autoral reverberada en el espejo de la metaficci on devuelve en
este punto una imagen claudicante del narrador como escritor fallido, quien antes, en
no pocas escenas de metalectura, habıa sido espejeado como activo lector, glosador, y
crıtico literario de las citas seleccionadas.

(Dis)torsiones
En este punto, la autoficci on —como se se~ nalaba al comienzo— debe concebirse no
tanto de manera teleologica cuanto disruptiva; esto es, como un giro que entra~na, en un
momento dado, la irrupci on del yo para generar un efecto o iluminar alguna zona de la
realidad representada. Si hasta este momento hemos hablado de refracciones especulares
en un plano narratol ogico, cabe hacerlo ahora en sentido literal cuando, ya en su exilio
aleman, el narrador asegura no reconocerse en el espejo del bar:
Mi atenci on estaba fija en mi rostro, que se reflejaba en el espejo, con la concentraci on
puesta en cada uno de mis rasgos, en mi expresi on, que de pronto se me hizo ajena, como
si el que estaba ahı no hubiera sido yo, como si ese rostro por un instante hubiera sido de
otro, de un desconocido, un instante en que me fui irreconocible y que me caus o el peor
de los panicos [ … ] A nadie le gusta verse en el espejo y encontrarse con otro. (147–48)
Esta distorsi
on, que desemboca en la otredad, permite enlazar con nuestro segundo
foco de interes, otro vector muy operativo: el de la autoficci
on deformadora de signo
grotesco, no explıcitamente acu~nada ni codificada por ningun estudioso (ni Colonna ni
Alberca la contemplan en sus respectivas taxonomıas); no obstante, es indudable su
operatividad en poeticas latinoamericanas contemporaneas y en textos de, por ejemplo,
Cesar Aira, Washington Cucurto, Manuel Vilas, Mario Bellatin, Fernando Iwasaki, o
Guillermo Fadanelli, entre muchos otros. Amen de estas referencias, para la regi
on cen-
troamericana que nos ocupa no conviene obviar la figura cenital de Rafael Arevalo
Martınez, destacado miembro de la ‘Generaci on del 10’ en Guatemala, que en la singular
novela La oficina de paz de Orolandia (1925) abre un novedoso camino expresivo,
exhibiendo una poetica de trazos cuasi caricaturescos y un ludismo enraizado en las
HISPANIC RESEARCH JOURNAL 111

vanguardias literarias que sera reprocesado por Augusto Monterroso en su narrativa; a


estos rasgos desfiguradores, de matriz expresionista, no seran desde luego ajenos autores
como el hondure~ no Marcos Carıas (1905–49), el guatemalteco Luis de Li on (1939–84),
el propio Roque Dalton (1935–75) en su faceta novelıstica, u otros mas contemporaneos
como el nicarag€ uense Sergio Ramırez (1942–) y el costarricense Carlos Cortes (1962–),
pues todos ellos habrıan de frecuentar, en buena medida, ese giro hacia el humor carna-
valesco y hacia la ironıa, en tanto herramientas con que vehicular una subjetivi-
dad otra.11
En tal deriva estetica cabe insertar a Horacio Castellanos Moya, quien en El asco iza
una novela con sesgo autoficcional peculiar, toda vez que el relator (Moya) transcribe el
mon ologo compulsivo de Edgardo Vega, del cual Moya es mero oyente. La escisi on
autorial se dirime aquı en el pulso entre narrador y narratario puesto que, en medio de
esa diatriba contra la cultura salvadore~ na, ambas voces llegan a menudo a solaparse, con
lo que el transcriptor se torna tambien en emisor. Vega y Moya cuentan en la novela
con 38 a~ nos, como el autor por 1997 (Castellanos Moya 2000, 107). Vega vive en
Montreal y es profesor de historia del arte en la Universidad McGill, biografemas
tambien reconocibles en el autor de Tegucigalpa. Sin embargo, en una edici on posterior
(Castellanos Moya 2007), la voz narradora juega a desactivar esa identificaci on desde el
peritexto, a~nadiendo una ‘advertencia’ preliminar donde se aclara que ‘Edgardo Vega
[ … ] existe: reside en Montreal con un nombre saj on que tampoco es Thomas
Bernhard. Me comunic o sus opiniones seguramente con mayor enfasis y descarno del
que contienen en este texto’ (Castellanos Moya 2007, 11).12
Aunque de forma tenue, el yo que narra se proyecta en la ficci on merced a las alu-
siones esporadicas, y muy poco favorables, que Vega hace de sus cuentos: ‘Esos cuenti-
tos famelicos que aquı publicas y aquı te aplauden, eso no sirve para nada, Moya, pura
lambisconerıa de provincia [ … ] cuentos famelicos que pasan absolutamente desaperci-
bidos [ … ] que nadie ha leıdo [ … ] ninguno de esos cuentos famelicos con sexo y vio-
lencia vale la pena [ … ] Deberıas mejor persistir en el periodismo o en otras disciplinas’
(132–33); y ello cuando no efect ua una infravaloracion directa de sus aspiraciones
vitales y literarias, reprochandole que ‘no se c
omo se te ha podido ocurrir venir a este
paıs, regresar a este paıs [ … ] se demuestra que en realidad a vos no te interesa escribir
literatura’ (99).
Si en El asco los cuentos moyanos salen mal librados, en Insensatez el narrador-per-
sonaje desfila como un escritor en potencia, que ensaya varios bocetos de novela sin que
esta cristalice, en parte por su precaria condici
on de corrector, y en parte porque el apre-
miante contexto persecutorio en que se enmarca no permite grandes veleidades esteti-
cas. En mayor medida a un que en El asco, Castellanos Moya forja una figura de autor
demediado (Premat 2009), devaluado en todo momento, no tanto gracias al humor
como al rebajamiento sistematico del yo refractado en el texto: desplazado primero en
Guatemala y despues en Alemania, paranoico, enajenado, medicado con ansiolıticos,

11
Para un panorama de la narrativa centroamericana del u ltimo tercio del siglo XX, vease el enjundioso estudio del
narrador guatemalteco, crıtico y profesor universitario Arturo Arias (1998).
12
Que El asco e Insensatez forman una dilogıa es evidente por el manejo de ferulas narrativas comunes como la
diatriba, la confesion o la compulsi on iterativa; y se confirma, incluso, a traves de sugerentes paralelismos
sintacticos. La primera novela se abre con un ‘suerte que viniste, Moya, tenıa mis dudas que vinieras’ (Castellanos
2000, 91), mientras que la segunda concluye con un ‘da gracias que te fuiste’ (Castellanos 2005, 155).
112 
J. M. GONZALEZ 
ALVAREZ

sexualmente insatisfecho y, en definitiva, signado por una inoperancia ‘sexual, personal,


psicologica, polıtica’ (Sanchez Prado 2010, 80). Pese a sus incursiones literarias, el cor-
rector no solo desistira de escribir una novela, sino que igual incompetencia muestra a
la hora de transmitir a sus interlocutores el valor estetico de las frases por el escogidas,
pues ninguno de los receptores —hasta cuatro— parece realmente conmovido por ellas:
el compadre Toto por un malentendido, su primo Quique por falta de sensibilidad,
Johnny Silverman, el ‘argentino-uruguayo’ de la fiesta de cumplea~ nos por poca empatıa,
y el cliente del bar aleman al que confunde con Octavio Perez Mena porque, sencilla-
mente, desconoce el castellano. A la recepci on fallida del producto artıstico se le une el
escaso prestigio del literato, ligado en este contexto a la frivolidad: recordemos que el
narrador teme ser considerado por monse~ nor ‘un literato alucinado en busca de versos
[ … ] un mero estilista que pasaba por alto el contenido del informe’ (Castellanos Moya
2005, 69); en otra ocasi on el mismo refrena su ımpetu creador aduciendo que ‘a nadie
en su sano juicio le podrıa interesar ni escribir ni publicar ni leer otra novela mas sobre
indıgenas asesinados’ (74), un modelo agostado al cual Insensatez pretende proponerse
nıtidamente como alternativa.
Esta puesta en primer plano de la condici on vicaria del escritor remite, de un lado, a
una figuracion del yo (Pozuelo Yvancos 2012) de signo autodeprecatorio y, de otro, par-
ece en sintonıa con el signo de la narrativa postestimonial en que se engloba la novela,
esto es, ‘el desmoronamiento del intelectual como figura privilegiada de formaci on de la
identidad’ (Sanchez Prado 2010, 84). La dislocaci on, ese permanente y voluntario estar
fuera de lugar caracteriza con claridad al errante protagonista de Insensatez; tal actitud
aparece encarnada en El asco mediante la alusi on al escritor austrıaco Thomas Bernhard
(1931–89) —en el tıtulo y en la u ltima lınea de la novela— cuya sombra alargada, en
forma de pastiche, puede proyectarse igualmente sobre nuestro texto. Como apunta
Marıa del Pilar Vila, ‘encontrar en Bernhard su tradici on es remitirse a un escritor que,
como Castellanos Moya, abandon o la literatura de su paıs y eligi
o repudiarla a traves del
uso imp udico del lenguaje y de una voluntaria soledad como una manera de mostrar su
disidencia’ (Vila 2014, 339).13 Es ası como Castellanos Moya se aposenta dentro del
campo literario: reforzando esa figura de autor excentrica y antipatri otica,14 sustentada
en las ideas de desenga~ no, exilio, retorno, violencia y cinismo que Carlos Abreu ha dis-
tinguido con acierto tomando la noci on de automitografıa (Lefere 2005) (Abreu
Mendoza 2016, 165–82).

(De)gradaciones
Un elemento omnipresente que ha sido se~
nalado para la narrativa postestimonial es la
mengua y el cuarteamiento de la voz narrativa en su condici
on otrora depositaria de

13
A este proposito es util la lectura del trabajo de Daniel Quiros sobre las concomitancias estilısticas que El asco
exhibe con la escritura de Thomas Bernhard. (Quir os 2016, 33–45).
14
Se aborda en El asco la cuesti on del doble, pues solo al final, en las 
ultimas lıneas, descubrimos que Edgardo Vega
figura en su pasaporte canadiense con el nombre del escritor austrıaco, certificando esa asimilaci on y dando
sentido al tıtulo de la novela: ‘Ese de la foto era yo, Thomas Bernhard, un ciudadano canadiense nacido hace
treinta y ocho an ~os en una ciudad mugrosa llamada San Salvador’ (Castellanos 2000, 158). A prop osito de lo que
denomina ‘literatura antipatri otica’, Bernat Castany detecta en Bernhard y en Castellanos un ‘estilo cıclico y
repetitivo que forma una especie de carcel del lenguaje que posiblemente busca transmitirnos la claustrofobia
social y nacional que sufre el autor’ (Castany 2012, 16).
HISPANIC RESEARCH JOURNAL 113

una memoria legitimadora y fiable. En esa direcci on se orientan los resortes expresionis-
tas, autoficcionales y distorsionadores desgranados hasta ahora en Insensatez. Sus mati-
ces por momentos hilarantes no debieran llevar a enga~ no, por cuanto no se trata de
fuegos de artificio que banalicen el dolor o la memoria de las vıctimas del genocidio,
sino el cauce formal que canaliza la angustia creciente del narrador ante un mundo
descoyuntado. En estas coordenadas de corrosi on de la realidad representada se ubica la
estetica del cinismo, sin duda una piedra miliar en el grueso del proyecto narrativo de
Horacio Castellanos Moya.
En Crıtica de la razon cınica, Peter Sloterdijk cifra lo que llama ‘quinismo’ en la suma
de dos factores cruciales como el desenmascaramiento y el exhibicionismo: ‘Al quınico,
hablando literalmente, le corresponde la especialidad c omica, no la tragica, la satırica,
no el mito serio’ (Sloterdijk 2003, 270). Y, en efecto, en tal direcci on, la de lo caustico,
obran los resortes satıricos exhibidos por el autor, con el fin de dejar al desnudo las
incongruencias de lo ‘mal llamado’ congruente. Recordemos que este es un sintagma
repetido a lo largo de la novela con tal objetivo, como bien aprecia Teresa Basile (2013)
quien, en un perspicaz trabajo, ha desgranado las lıneas centrales de una estetica del
cinismo que da soporte a un sector relevante de la narrativa de Castellanos Moya. En
particular, Basile remarca la importancia del animal en el ‘quinismo’ (k uno, ‘perro’ en el
origen del termino) como elemento incisivo o vigoroso, y algo de ello se deslizaba ya
cuando, al inicio de nuestra novela, el narrador confiesa que ‘empezaba a pasearme
como un animal enjaulado en esa oficina’ (Castellanos Moya 2005, 16). En Insensatez,
no obstante, aflora con mas frecuencia otra faz que nos interesa subrayar aquı: la del
recurso a la animalizaci on como instrumento ferozmente desvalorizador a lo largo y
ancho del texto. Ası, se nos dice que ‘de pronto hubiera podido aparecer el rostro de
culebra venenosa del general Octavio Perez Mena’ (136); mientras que al protagonista le
endosan ‘una tras otra canci on de la tan cacareada Nueva Trova Cubana, entonadas por
un primate de rizos colgantes’ (53); y ni siquiera su muy apreciado compadre Toto
escapa a la irrision, al figurar ‘pelando su dentadura equina bajo el bigote a lo Pancho
Villa’ (24).
En su artıculo netamente esclarecedor de la poetica moyana, Celina Manzoni (2011)
discierne con acierto el uso de la diatriba, forma de discurso moral sustentado en la
injuria y la imprecaci on, que remitirıa al cinismo raigal de Di ogenes: ‘El uso hiperb olico
de la diatriba desata una desconfianza en los individuos pero sobre todo en las institu-
ciones, todas las instituciones, aun aquellas que tradicionalmente parecen instaladas en
el ilusorio espacio del bien absoluto’ (Manzoni 2011, 332). Este descreimiento que des-
tila la voz enunciadora vuelca buena parte de su carga imprecatoria en el procedimiento
morfol ogico de la sufijaci
on despectiva o diminutiva, con claro efecto ir onico-deforma-
dor, que ya campeaba explıcitamente en El asco, pero ante todo carnavalizador, en el
sentido bajtiniano de degradaci on, trivializaci
on, e inversion de las jerarquıas (Bajtın
2005, 40–42). Ejemplo de ello es la imagen del responsable del edificio donde trabaja el
protagonista: un ‘chiquitın con gafas y bigotito mexicano’ que tenıa fotos con Bill
Clinton y Juan Pablo II, y del cual mas adelante sabremos que se llama Mynor, ensa~ nan-
dose el narrador con su baja estatura (Castellanos Moya 2005, 21). Otro tanto sucede
con el ataque a Polo Rosas, ‘un escritorzuelo’ colaborador en un ‘periodicucho llamado
Siglo XX’, y del cual recordaba solo ‘la calva con unos mechones canosos en su
114 
J. M. GONZALEZ 
ALVAREZ

circunferencia [ … un] viejito calvo y enfermo de la pr ostata’ (62–64). Pilar, la cooper-
ante espa~ nola (toledana) a la que intenta seducir sin exito, aparece como la ‘Pilarica’ —
gui~no a la Virgen de Zaragoza y a la castidad de ese personaje; ‘hija de un medico militar
franquista convertida en salvadora de indıgenas’ (47); y ataviada, ademas, con ‘un
pijama que en verdad era un traje de astronauta, solo faltaba la escafandra’ (57). En la
reunion de cumplea~ nos con Silverman, el narrador solo distingue ‘cabecitas de alcorno-
que’ (123); unas veces intenta eludir los ‘horripilantes versos de poetastros izquierdistas’
(44) y otras es inevitable escuchar ‘la m usica triste y llorona de la marimba, instrumento
que solo puede ser idolatrado por un pueblo triste y llor on’ (25). En el bar con Fatima y
Pilar, los parroquianos son unos ‘panzones ridıculos en sus pantaloncitos cortos’ (78)
que contemplan extasiados un partido de la selecci on mexicana de f utbol, vista como el
‘vecino gigant on y ratero’ (80).
La morfologıa es agitada curiosamente para dar cuenta de un mundo informe y en
imparable descomposici on cuyo narrador no cede un apice ni ante las cuestiones mas
sangrantes. En otros casos el diminutivo sirve a un prop osito cruelmente ir onico: ası, la
mujer violada resulta ser un ‘bomboncito sobre el que se revolcaron con la mayor cruel-
dad’ (108), mientras Rigoberta Mench u no serıa para el narrador sino ‘una indıgena gor-
dita rodeada de reyes, prıncipes, marqueses, condes como en un cuento de hadas’ (90).
La misma funci on degradatoria reviste el recurso morfol ogico de la composici on: de
Joseba sabemos pronto que es un ‘bocafloja’, mientras que el rubio paname~ no que le
niega el pago es considerado por el narrador un ‘comemierda’ (39).
Linda Hutcheon ha subrayado el potencial de la parodia para zaherir modelos que,
por agotados, se han mecanizado, concibiendo este potencial como ‘the result of a
conflict between realistic motivation which has become weak and has been made obvi-
ous. The consequence is the unmasking of the system or of the creative process whose
function has given way to mechanical convention’ (Hutcheon 1991, 24). A esta
funcion desenmascaradora de un sistema debilitado ayudan, asimismo, las alusiones
cinematograficas rastreables en el texto. Hacia la mitad del mismo sabemos que ‘este
monse~ nor descendiente de italianos bien podıa interpretar el papel de Marlon Brando
en El padrino’ (67). En un cumplea~ nos uno de los invitados es un ‘rapado a lo Yul
Brynner’, mientras que fısicamente Pilar ‘no era Demi Moore, debo aclarar, pero lucıa
entera’ (45). Por su parte, un exrevolucionario reconfortado ahora en el sistema es car-
acterizado como ‘Chucky, el Mu~ neco Asesino, un chaparro fornido lo mas parecido a
un bull dog de ojos claros (64), donde confluyen imaginario cinematografico y
animalizaci on.
En sintonıa con esto, por la novela desfilan otras figuras de la cultura de masas (polı-
tica, cine): Bill Clinton, Juan Pablo II, la familia real espa~ nola, o la revista <Hola! sirven
como plataforma sobre la que operar cierta deformaci on parodica de los personajes, no
ociosa, por cuanto supone atribuir un rango de espectacularidad mediatica a unas activi-
dades desarrolladas en el contexto bien disımil de los derechos humanos.
Dentro de este proceso de desustanciaci on o de descenso a lo bajo que se ha se~ nalado
como rasgo esencial del cinismo, cabe apuntar el de la tipificaci on o reducci on al ester-
eotipo, proximo a la expresi on satırica: ası, conocemos que el chiquitın luce ‘un bigote
mexicano a lo Pancho Villa’; o que monse~ nor, de origen italiano, tiene el ‘porte propio
de los padrinos de la Cosa Nostra’ (67); igualmente, cuando se destaca la condici on de
HISPANIC RESEARCH JOURNAL 115

bilbaıno de Joseba, se le acusa de ‘etarra’ mientras que, al enfatizar su condicion iberica,


se le asigna en cambio una ‘arquetıpica pinta de conquistador espa~ nol’ (82).
Siguiendo las consideraciones de Basile acerca del cinismo en la poetica del autor sal-
vadore~ no, podemos suscribir que Castellanos Moya usufruct ua enormemente el poten-
cial tanto del grotesco como de la pantomima, entroncando por momentos incluso con
el esperpento valleinclanesco, a tenor de los procedimientos animalizadores, sustracti-
vos, y degradatorios perceptibles en Insensatez. Y dentro de esta particular ‘corte de los
milagros’, en un u ltimo escorzo, observamos que no se duda en carnavalizar incluso el
propio ritual del carnaval aleman, reducido aquı al absurdo: ‘Si llamaban carnaval a un
desfile de carrozas a las cuatro de la madrugada a una temperatura de cinco grados bajo
cero, no me hubiera extra~ nado en absoluto que en vez de danzar semidesnudos, como
en los carnavales que yo conocıa, optaran por la felaci on al calor de los ba~
nos’ (148).
Todas estas herramientas formales analizadas, de cariz expresionista, son en realidad
ferulas de orden estructural y estilıstico, pero que inciden plenamente en la configu-
racion de un relato postestimonial, tanto como en la conformaci on de una memoria
melanc olica, la del narrador, ‘que no ha hecho la sutura terapeutica del duelo’ (Basile
2013, 1); en consecuencia, es una voz abocada tanto a la circularidad discursiva como al
descoyuntamiento sintactico —no son gratuitas las invocaciones a Cesar Vallejo—, lo
cual redunda estilısticamente en la proliferaci on de oraciones largas, aposiciones, enu-
meraciones, asındetos, y anaforas que le confieren a la prosa un tono buscadamente
nervioso y reiterativo.15 En paralelo a ello discurren los dispositivos ret oricos revisados
en este trabajo, tambien marcados por la iteraci on, como corresponde a lo que Linda
Hutcheon ha distinguido en toda parodia: ‘Una repetici on con distanciamiento crıtico
que permite se~ nalar ir
onicamente lo diferente dentro del n ucleo mismo de la similitud’
(Hutcheon 1988, 26).
En suma, estrategias especulares que refractan el yo enunciador, metalepsis, puestas
en abismo, (auto)derrisi on, recursos morfol
ogicos, son todos ellos elementos disruptivos
que rompen con la ilusoria unidad de lo referencial: toda una tropologıa volcada en el
reforzamiento del grotesco, que problematiza la transmisi on del dolor pero no lo desa-
credita, porque narrar desde la paranoia y la compulsi on acarrea una deformaci on perti-
naz de la realidad, mas alla incluso del cinismo donde se instala de continuo el relator.
Ello se traduce en una reiterada mengua de la entidad del entorno, al mismo ritmo que
las citas de los testimoniantes van prendiendo la mecha del panico en un narrador ya
exiliado en Europa, incompleto de la mente, pero que ha somatizado y hecho suyo el
estupor leıdo en esas mil cien cuartillas atestadas de insensatez.

Reconocimientos
This work was supported by the University of Alcala through a research grant awarded
by the ‘Giner de los Rıos’ program for visiting researchers from European universities

15
La proliferacion de dichos recursos estilısticos en esta novela postestimonial permite entrever, salvando las
distancias, el asomo de un testimonio fundacional como tel on de fondo: la Brevısima relacion de la destruccion de
las Indias (1552) de Bartolome de las Casas donde, en similar medida, se palpa una recreaci on en el lexico
escabroso, asociada a una oscura fascinaci
on por aquello que al mismo tiempo se repudia y combate.
116 
J. M. GONZALEZ 
ALVAREZ

(2017). It was also supported by the Alexander von Humboldt-Foundation through a


postdoctoral fellowship (Experienced Researchers program, 2015–17).

usula de divulgacio
Cla n
El autor no declara ning
un conflicto de intereses potencial.

Nota sobre el autor


Jose Manuel Gonz 
alez Alvarez (PhD in Latin American Literature, Universidad de Salamanca,
2005), has published extensively on contemporary Hispanic literature, with an emphasis on
genres, poetics, dialogues, and textual strategies concerning Rıo de la Plata literature from the
twentieth and the twenty-first century. Among many other research papers, he has authored
three specialized books embracing such subjects: En los bordes fluidos: formas hıbridas y
autoficcion en la escritura de Ricardo Piglia (Bern: Peter Lang, 2009); El calamo centenario:
cinco asedios a la literatura argentina (1910–2010) (Buenos Aires: Elaleph, 2012); and La
impronta autoficcional. (Re)fracciones del yo en la narrativa argentina contemporanea (Madrid:
Iberoamericana/Vervuert, 2018). Similarly, he has published nearly forty articles/book chapters
in high-impact indexed journals from the United States, Germany, France, Italy, Portugal,
Spain, Czech Republic, Venezuela and Chile. Dr. Gonzalez held a Postdoctoral Researcher post
at the Universidad de Buenos Aires (2008–10). He has also been Posdoctoral Fellow of
Alexander von Humboldt Foundation (Experienced Researchers Program) at Universit€at
Erlangen-N€ urnberg, Germany (2015–17). In addition, he has been Visiting Researcher at the
Universidad de la Rep ublica (Uruguay), the Iberoamerikanische Institut (Berlin, Germany) and
the Universidad de Alcala (Spain).

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