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Desde que nos conocimos los paseos a El Bosque fueron de las primeras actividades que

compartimos, nos gustaban mucho aquellos paseos. En realidad no es un bosque en sí,


más bien son simplemente varios descampados alrededor del barrio lleno de casas
pomposas en dónde vive la abuela. Nos gustaba ir a pasear a El Bosque, aquel lugar
mágico, al menos así se siente cuando vas a un lugar y toda la energía a tu alrededor se
siente tan suave como una caricia. El sonido de las hojas que se chocan y acarician con el
viento, el aire huele a libertad, es como a tierra y la paz que siempre me trasmite la
naturaleza. Entienden a lo que me refiero ¿No?

Personalmente, a mí, me gusta ir a pasear a El Bosque porque siempre que vamos ahí
encontramos algo divertido para hacer. Una vez con mi prima decidimos que íbamos a ir a
buscar unas ramas especiales de un árbol el cuál llamamos "La Navidad de los duendes",
tomamos las mochilas pusimos dentro algunas piedras para protegernos, botellas de agua,
un frasco con manteca y un pan. Esto era necesario, sí, llevarle regalos a los espíritus de El
Bosque. Claro, creo que sería mejor no hablar mucho de ellos, pero son una parte
importante de la historia así que les voy a contar solo un poco.

Los espíritus del bosque son unos pequeños seres que viven en la zona, nosotros los
descubrimos una vez que seguimos un curioso caminito de tierra entre el césped y
encontramos una ciudad de barro. Una ciudad llena de esos seres. Pero no son como
siempre hablan sobre ellos, en realidad nada de lo que sabemos sobre duendes, hadas,
espíritus o fantasmas tiene nada que ver con cómo son realmente ellos. La verdad es que
son seres muy juguetones y cada vez que entramos en El Bosque les llevamos un regalo
porque para disfrutar del paisaje, del aroma, de la paz, de la magia, de El Bosque, estamos
invadiendo su tierra, su hogar.

Es por eso que tenemos que llevarlos bien con ellos. Esa vez, después de encontrar cada
uno la rama de su agrado y de ofrecer los regalos a los espíritus, nos sentamos en una
piedra bastante grande como para hacernos de mesa de trabajo al mismo tiempo. Mi rama
era más o menos del tamaño de un antebrazo no muy grande y con una cuchillita había
empezado a tallar en la madera, era una actividad bastante relajante, la corteza de la misma
iba saliendo con cada pasada del filo de la cuchilla entonces la rama y va tomando forma de
una varita. Una varita de magia, la verdad es que en ese momento no me dí cuenta cuando
lo dije, en voz alta, hablando con mi prima. "Cuando terminemos las varitas se las vamos a
mostrar" Y cómo ya no teníamos materiales suficientes para seguir trabajando en el bosque
decidimos seguir en la casa de la abuela.

El sol había caído y ya era tarde para salir, pero habíamos logrado acabar las varitas que
descansaban ahora en la mesa de luz de la cama que compartíamos. Felices de haber
logrado aquellos resultados, después de comer nos pusimos a ver la televisión y sin darnos
cuenta se hicieron las tres de la mañana, por lo que sin tardar mucho nos fuimos a acostar.

Pip.

Era un sonido extraño de escuchar a las tres a.m. en especial porque era idéntico al sonido
que hacía el microondas. Entonces a este sonido le siguieron otros más de botones
programando la máquina antes de comenzar a funcionar como si alguien estuviera
calentando algo. ¿Pero a esa hora? ¿Acaso era la abuela? Imposible, no la habíamos oído
levantarse.

Pip.

El proceso se volvió a repetir. Así dos veces, tres veces, para ese momento empezaba a
haber olor a quemado y el miedo crecía dentro nuestro. Acurrucados debajo de las frazadas
esperando que el ruido se detenga porque ya olía a incendio, no nos podíamos mover. Se
sentía una abrumadora presión, escalofríos, algo me decía que no me tenía que levantar.
¿Un castigo? Al pensar en la idea recordé aquello que había dicho.

No fuimos a mostrarles nuestras varitas acabadas.

Y ahora estaban enojados, muy enojados. Y la oscuridad se sentía densa, el aire era como
agua oscura que no mojaba y el peso no dejaba que saliera el cuerpo a la superficie. ¿Eso
era miedo?

Pip.

Esa vez ya había perdido la cuenta. Quisimos gritar pero la voz no salía o quizá la abuela
no nos escuchaba, de todas formas ¿Cómo hacía para no oír todo aquel ruido? ¡Eso
acababa de sonar como una explosión! Y no solo eso, sino que ahora el aroma quemado
era mas fuerte, el microondas claramente había explotado y un incendio se estaba
reproduciendo por la casa.

Cuando la abuela se levantó y vino alarmada a buscarnos era demasiado tarde. El agua
oscura que no moja nos había llevado con ella, quisiera decir que al menos pude verla por
una última vez pero no había nada que se pudiera ver.

Hoy quise dar otro paseo por El Bosque, pero no pude entrar, como si alguna capa
transparente me lo impidiera. Mi prima ya no está conmigo y tampoco la casa, no tenía con
quién jugar y tampoco podía ver la televisión… ¿Si traía la varita para mostrarsela a los
seres de El Bosque me dejarían entrar? Llevaba desde entonces varios años buscándolas,
había perdido la noción del tiempo. Las personas eran muy groseras y siempre que les
pedía ayuda para encontrar la varita salían corriendo, ¿Será que estoy condenado a vivir el
resto de la eternidad de esta forma?

Si tan solo pudiera encontrar la varita…

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