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EL CUENTO DE NAVIDAD DE LOS LERELE – Las navidades de

Pablo Lerele.

Este invierno se ha instalado en mi casa la preadolescencia, pero no la


mía, sino la de mis hermanos.

Esto de que se disparen las hormonas de los niños hace que los padres
cambien su forma de ver la vida. Han pasado, de estar el día entero
corriendo detrás de nosotros tres para que no nos abramos la cabeza
con nuestras ideas de bombero, a dejarles algo más de autonomía e
intimidad, por eso de que necesitan su espacio.

Total, que desde que mis hermanos se han convertido en “mayores”, a


mis padres se les ve más relajados, pero las idas y venidas de Lucas y
Marta me han hecho quedarme más sólo que la una.

Sin embargo, he de decir que esos momentos de soledad no han durado


mucho. Mi amigo Guille, que está experimentado la misma situación que
yo, pues con cuatro hermanos mayores, ha pasado de no poder utilizar
el baño, a escuchar su propio eco cuando se lava los dientes. Así que,
Guille y yo decidimos manipular sutilmente los sentimientos de nuestros
padres y ahora cada fin de semana vamos el uno a casa del otro. De
este modo, nuestros relajados padres siguen disfrutando de su tan
merecida paz.

Este fin de semana le tocaba venir a Guille. Como quedaban pocos días
para que nos diesen las vacaciones de Navidad y no teníamos deberes,
mis padres dejaron que Guille se quedara a dormir el viernes y el
sábado, ¡toma ya! Además, Lucas y Marta iban a pasar todo el fin de
semana en una convivencia del colegio y eso significaba que todos los
juguetes y consolas de la casa estaban a nuestra disposición.

Mi madre, como de costumbre, se lo curró bastante y nos preparó un fin


de semana a lo Harry Potter.

Alquiló varias pelis de Potter para que las viéramos el viernes y sacó
entradas para llevarnos a una exposición en la que podíamos ver y tocar
los escenarios de la peli. Vamos, que teníamos garantizado un fin de
semana de magia.
La tarde-noche del viernes la pasamos viendo las pelis de Potter. Tanta
magia y tanto mago suele dejarnos las neuronas bastante tocadas. Así
que antes de irnos a la cama para seguir discutiendo sobre la escuela
de magia y sobre cómo podríamos entrar nosotros ahí, decidimos bajar
a la cocina a por leche y unas galletas de vainilla y chocolate, que
habíamos preparado con mi madre esa misma tarde.

Entre mordiscos y sorbos de leche, nos pareció escuchar un ruido


extraño en el jardín. Nos asomamos por la ventana y los dos
coincidimos en que era el ruido de unos cascabeles.

Pensé que sería el gato de mi vecino, que casi siempre se escapa de


su casa y se cuela en nuestro jardín. -Tal vez sus pequeñas y malvadas
dueñas, mis vecinas, le han colgado un cascabel para encontrarlo
mejor- Pensé para mí.

Después de haber mojado tres o cuatro galletas más en la leche,


volvimos a oír el mismo ruido. Nos acercamos de nuevo, pero en esa
ocasión nos pareció ver una rama que se movía tras la verja del jardín.
– ¿una rama moviéndose? – pensé que era bastante difícil diferenciar
la realidad de la ficción porque, como ya he dicho, Harry Potter suele
dejarnos en estado de shock durante algunas horas.

Pero entonces, mi amigo Guille tuvo un pensamiento revelador.

– Son muchas coincidencias. ¿No te parece?

– ¿Coincidencias de qué? – conteste al tiempo que pensaba que Guille


estaba bastante peor que yo.

– Pues coincidencias de todo…

Primero: quedan pocos días para que venga Papá Noel.

Segundo: seguro que sus ayudantes andan comprobando si de verdad


somos niños buenos, o es sólo que lo ponemos en nuestra carta.

Tercero: Hemos escuchado un cascabel, como el de Papá Noel.

Y, por último, ¿alguna vez has visto una rama moverse de ese modo?
Está claro, es un reno.
Guille tenía razón, ¿cómo no lo habría pensado yo? Este chico siempre
me sorprendía.

– Tenemos que hacer algo para llamar su atención. ¡Ya lo tengo! Vamos
a dejarles unas galletas de chocolate y vainilla en la puerta del jardín
para que, al entrar a por ellas, nos vean jugando y charlando
tranquilamente. Así, no les quedará ninguna duda de que somos tan
buenos como hemos dicho en nuestras cartas.

– Eres un genio- dijo Guille.

Y así lo hicimos. Preparamos el reclamo perfecto y nos fuimos a la


cama, para no despertar sospechas.

Al día siguiente fuimos a la terraza para ver si se habían comido las


galletas, y estaba claro que las habían devorado, porque no quedaban
ni las migas.

– ¿Lo ves? Se han comido las galletas. – dijo Guille.

Lo que todavía nos generaba dudas era si el que estaba merodeando


por mi casa era Papá Noel o su ayudante.

Decidimos preparar algo más de comida para dejar en la terraza por la


noche y como no teníamos mucho tiempo, porque mamá nos llevaba a
la exposición de Harry Potter, cogimos pan de molde y nos pusimos
manos a la obra con unos riquísimos canapés de navidad.

Nos quedaron deliciosos y el toque navideño de los moldes, con forma


de estrella y de bola de Navidad, seguro que sorprendería a nuestro
observador.

Justo cuando habíamos terminado nuestros canapés apareció mi


hermano Lucas.

Por lo visto se encontraba algo mal y había vuelto antes de lo previsto


de su convivencia. Por si las moscas, escondimos los canapés, porque
Lucas es de los que come primero y después pregunta si eso tenía
dueño. Vamos que, si no escondíamos bien los canapés, podíamos
encontrarnos sin ellos y, lo que es peor, no podríamos dejar nada a
Papá Noel.
Rápidamente planificamos una estrategia para despistar a Lucas.

Mientras Guille hablaba con él sobre el último videojuego que se había


comprado, yo saqué los canapés y los dejé sobre la mesa de la terraza.

Pronto, la conversación que Guille intentaba mantener con Lucas


terminó. Mi hermano se fue a su cuarto para no tener que escuchar más
a mi amigo. Nuestro plan había salido a la perfección, pues los
preadolescentes suelen estar demasiado ocupados con sus propios
pensamientos, como para prestar atención a dos pardillos como
nosotros.

Cuando dejé los canapés en la terraza, me dio la sensación de que


estaban un poco solos allí sobre la mesa, así que, en un abrir y cerrar
de ojos, cogí unas cuantas vías de mi tren y las coloqué para que
rodearan los canapés. Cogí mi tren favorito, le puse pilas nuevas y lo
dejé dando vueltas sobre las vías.

– ¡Oh!, ha quedado genial, Pablo. A Papá Noel le va a encantar – dijo


Guille.

– O a su ayudante – puntualicé yo.

En ese momento mamá nos reclamó.

– ¡Chicos, nos vamos!

Estaba siendo un fin de semana increíble. La visita de Papá Noel o su


ayudante, las pelis de nuestro mago favorito y ahora la exposición de
Potter.

Salimos de casa con la cabeza puesta en nuestros canapés, pero


cuando entramos en la exposición de Harry Potter, se nos olvidó por
completo todo.

Habíamos entrado en los escenarios de nuestra película favorita.

Era como si nosotros fuésemos estudiantes de Hogwarts, la escuela de


magia de Potter.
De regreso a casa, no nos acordábamos de la visita de Papá Noel y de
los canapés. En nuestra cabeza solo podíamos vernos montados en la
escoba de Harry y preparando hechizos y conjuros.

Cuando ya nos íbamos a la cama, escuchamos un ruido extraño en la


terraza y rápidamente recordamos que habíamos dejado los canapés
allí.

No había rastro de los aperitivos, así que alguien se los debía haber
comido. Pero el sospechoso ruido no tenía nada que ver con Papá Noel,
sino que provenía de mi tren que se había atascado en una de las vías.
Pensé que podía haber sido el gato de los vecinos el culpable de
haberlo hecho descarrilar, porque Papá Noel parece un hombre muy
cuidadoso, así que habría tenido cuidado de no sacarlo de las vías.

Lo apagué y nos fuimos a dormir. Habían sido demasiadas emociones


en tan solo dos días y los dos estábamos agotados.

A la mañana siguiente, los padres de Guille vinieron a recogerlo.

Daba gusto ver la cara de calma de sus padres tras un fin de semana
sin niños. Hasta parecía que su padre había recuperado algo de pelo.

La mañana del domingo la dediqué a poner en orden mis libros y


películas, hasta que mamá me ofreció ayudarla a preparar un
riquísimo flan de turrón. Todos los años, mis padres, reciben una cesta
de navidad de sus trabajos y se juntan con muchísimo turrón que nunca
terminamos de comer. Por eso, mi madre suele buscar recetas nuevas
para dar salida a las tabletas de turrón que nos invaden estos días.

A la tarde, cuando llegó Marta, todo volvió a la normalidad. Tenía ganas


de que llegara, porque ella ya había ido a la exposición de Harry
Potter con nuestra tía y estaba deseando contarle lo mucho que me
había gustado.

Así que nada más entrar por la puerta de casa, la abordé con mis
historias y, como casi siempre, ella se sentó conmigo para escucharme
y reírse, porque siempre le hago reír.

Pero justo cuando estábamos en lo mejor de la conversación, entró


Lucas y dijo algo que me dejó un poco confundido.
– Pablo, menuda pinta los canapés que preparasteis ayer Guille y tú.

– ¿No te los comerías tú? ¡No eran para ti!, eran para….- me callé antes
de desvelar mi secreto. Pensé que si se había comido los canapés y
Papá Noel lo había visto, este año no le traería lo que había pedido en
su carta. ¡Se lo tendría bien merecido!

– Marta se metió en la conversación para evitar que fuésemos a más.

– Venga Lucas, quieres dejar a Pablo tranquilo…como te gusta


fastidiarle, ¡eh!

Estaba bastante enfadado con Lucas, así que no quise preguntarle si


se había comido los canapés o si sencillamente los había visto.

La diferencia era importantísima, porque si él no se los había comido,


entonces no cabía duda de que Papá Noel nos había visitado.

Pasaron los días, llegaron las vacaciones y, al fin, estábamos en


Navidad.

Cada año, por Nochebuena, juntamos en mi casa a todos los primos,


abuelos y tíos. Así que durante dos días mamá nos tiene a todos como
soldados: limpiando, ordenando y, lo más divertido, ayudando en la
cocina.

Nunca he entendido para que tenemos que limpiar tanto, si en un par


de horas la casa está como si hubiese pasado una manada de
rinocerontes por ella.

Bueno, lo cierto es que yo suelo escaquearme de la limpieza. Me gusta


más apuntarme a las labores culinarias, ¡que son mi punto fuerte!

Pero en esta ocasión, no pude hacer demasiado. Bueno, sí que hice


mucho, aunque no fue tan divertido como yo pensaba. Mamá iba a
preparar gulas con cola de gambón y había mucha gamba que pelar
para dejarlas preparadas para el día siguiente. ¡Y me tocó! Acabé con
los dedos naranjas y un dolor de brazos alucinante…Total, para que
luego los halagos se los lleve mi madre por el buen punto que le da a
las gulas con gambas. ¿Punto? Punto es el que le he dado yo con el
sudor de mi frente y las yemas de mis dedos.

Para compensar un poco el esfuerzo de las gambas, mamá me dejó


preparar los canapés navideños que ya había preparado hacía unos
días para Papá Noel. ¡Eso sí que fue divertido!

Incluso sin ser valorado como me merecía, la cena fue un éxito y nos lo
pasamos en grande. Además, siendo la noche que era, no podía
empezar a quejarme o a querer ser el más importante, no fuese que
Papá Noel cambiase de opinión con respecto a mí.

Este año había pedido el último modelo de locomotora teledirigida y la


caja incluía la estación de tren y varios extras que eran impresionantes.
Así que no podía permitirme ningún desliz en mi
comportamiento…porque como todo el mundo sabe, Papá Noel no se
anda con chiquitas.

Cuando todos se fueron, ayudamos a dejar la casa algo más recogida


para que Papá Noel no flipase con el desorden cuando entrase a
dejarnos nuestros tan merecidos regalos.

Pero justo antes de acostarnos, Lucas se acercó a mí y me dijo…-


riquísimos los canapés, hermanito.

Ya está, de nuevo había sembrado la duda.

– ¿A qué te refieres? ¿Dices los de esta noche o te comiste los que


había dejado en las vías del tren? ¡Confiesa! –

Mamá nos hizo callar desde su habitación, advirtiendo que Papá Noel
no entraría en casa si había niños despiertos.

Me metí en la cama… ¿Qué pretendía mi hermano? ¿Querría que me


enfadara con él? ¿Por qué querría comerse los canapés que había
dejado en la calle? ¿Es que no se daba cuenta de que portándose mal
conmigo iba a conseguir que le trajeran carbón?

Por otro lado, me quedé bastante triste, porque si él se había comido


los canapés, tal vez Papá Noel no había venido a visitar mi casa, tal y
como yo pensaba. Incluso cabía la posibilidad de que las galletas se las
hubiese comido el gato de los vecinos.

Estaba tan cansado que, aún con la pena de pensar que no había
recibido ninguna visita mágica del Polo Norte, me quedé dormido en un
santiamén.

Y por fin llegó la mañana más esperada del año.

– Chicos, alguien ha pasado por aquí mientras dormíamos – gritó papá


desde el salón.

Me levanté de la cama de un salto y, sin ponerme las zapatillas, bajé


como un rayo hasta el salón.

– ¡Si! Ese es mi tren. ¡Gracias Papá Noel! – grite sin remilgos.

No podía frenar la emoción que sentía. Papá Noel había colocado mi


nuevo tren sobre unas vías que daban la vuelta al árbol de Navidad.
Con eso confirmaba que había estado rondando mi casa los días
pasados. Daba lo mismo si Lucas, o el gato de los vecinos se habían
comido las galletas o los canapés, porque él había visto mi esfuerzo y
me había traído el tren, incluso lo había colocado sobre las vías, tal y
como yo hice con los canapés.

Marta bajó enseguida y también se llevó una gran alegría al ver que le
habían traído el patinete y los libros que había pedido. –Mira, Pablo,
¡mira mi patinete, es de los buenos!…Mira que ruedas…

El último en bajar fue Lucas. Llevaba unos días enfadado con la vida, o
conmigo, o con los dos. Lo cierto es que lo que sucedió era de esperar.

– Mira Lucas, Papá Noel te ha dejado un par de cosas y una notita. –


señaló papá.

Lucas cogió la notita y el paquete que venía marcado con el número 1.


No nos contó lo que ponía en su nota, y tampoco le preguntamos,
porque parecía que no era una carta muy amistosa.
Abrió el primer paquete y allí estaba. Nunca había entrado algo así en
mi casa. Marta y yo nos retiramos porque no sabíamos cómo podía
reaccionar Lucas. El primer paquete contenía CARBÓN.

La cara de mi hermano era un poema. Creo que en ese momento su


enfado se dirigió al mundo entero…

Entonces, mamá se acercó con el segundo paquete, en el que venía el


número 2. Supongo que seguían las instrucciones de la nota que Papá
Noel había dejado.

Lucas lo abrió y…, bueno…, su sonrisa lo dijo todo.

Papá Noel es un tío genial. Primero asustó un poco a Lucas, pero al


final le trajo lo que más quería, el videojuego que llevaba meses
pidiendo y un libro de historias de terror que estaba como loco por leer.

Marta y yo estábamos sentados observando la potencia con la que se


deslizaba mi tren, cuando Lucas se acercó a nosotros y se unió a la
diversión.

Creo que papá y mamá también tenían regalos, pero estábamos tan
emocionados los tres, que no nos dimos cuenta de lo que les había
traído Papá Noel.

Lucas se acercó para decirme algo al oído – Eh, Pablo, no sé quien se


comió los canapés que dejaste en la vía, pero me pareció escuchar un
cascabel ese día en el jardín. – y me hizo una de esas caricias en el
pelo que me dejan despeinado para todo el día.

– Gracias, Lucas – sonreí.

Y así fue como pasamos nuestra mañana de Navidad y como descubrí


que Papá Noel siempre, siempre, siempre, comprueba si lo que
ponemos en las cartas es o no verdad.

FIN

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