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Pablo Lerele.
Esto de que se disparen las hormonas de los niños hace que los padres
cambien su forma de ver la vida. Han pasado, de estar el día entero
corriendo detrás de nosotros tres para que no nos abramos la cabeza
con nuestras ideas de bombero, a dejarles algo más de autonomía e
intimidad, por eso de que necesitan su espacio.
Este fin de semana le tocaba venir a Guille. Como quedaban pocos días
para que nos diesen las vacaciones de Navidad y no teníamos deberes,
mis padres dejaron que Guille se quedara a dormir el viernes y el
sábado, ¡toma ya! Además, Lucas y Marta iban a pasar todo el fin de
semana en una convivencia del colegio y eso significaba que todos los
juguetes y consolas de la casa estaban a nuestra disposición.
Alquiló varias pelis de Potter para que las viéramos el viernes y sacó
entradas para llevarnos a una exposición en la que podíamos ver y tocar
los escenarios de la peli. Vamos, que teníamos garantizado un fin de
semana de magia.
La tarde-noche del viernes la pasamos viendo las pelis de Potter. Tanta
magia y tanto mago suele dejarnos las neuronas bastante tocadas. Así
que antes de irnos a la cama para seguir discutiendo sobre la escuela
de magia y sobre cómo podríamos entrar nosotros ahí, decidimos bajar
a la cocina a por leche y unas galletas de vainilla y chocolate, que
habíamos preparado con mi madre esa misma tarde.
Y, por último, ¿alguna vez has visto una rama moverse de ese modo?
Está claro, es un reno.
Guille tenía razón, ¿cómo no lo habría pensado yo? Este chico siempre
me sorprendía.
– Tenemos que hacer algo para llamar su atención. ¡Ya lo tengo! Vamos
a dejarles unas galletas de chocolate y vainilla en la puerta del jardín
para que, al entrar a por ellas, nos vean jugando y charlando
tranquilamente. Así, no les quedará ninguna duda de que somos tan
buenos como hemos dicho en nuestras cartas.
No había rastro de los aperitivos, así que alguien se los debía haber
comido. Pero el sospechoso ruido no tenía nada que ver con Papá Noel,
sino que provenía de mi tren que se había atascado en una de las vías.
Pensé que podía haber sido el gato de los vecinos el culpable de
haberlo hecho descarrilar, porque Papá Noel parece un hombre muy
cuidadoso, así que habría tenido cuidado de no sacarlo de las vías.
Daba gusto ver la cara de calma de sus padres tras un fin de semana
sin niños. Hasta parecía que su padre había recuperado algo de pelo.
Así que nada más entrar por la puerta de casa, la abordé con mis
historias y, como casi siempre, ella se sentó conmigo para escucharme
y reírse, porque siempre le hago reír.
– ¿No te los comerías tú? ¡No eran para ti!, eran para….- me callé antes
de desvelar mi secreto. Pensé que si se había comido los canapés y
Papá Noel lo había visto, este año no le traería lo que había pedido en
su carta. ¡Se lo tendría bien merecido!
Incluso sin ser valorado como me merecía, la cena fue un éxito y nos lo
pasamos en grande. Además, siendo la noche que era, no podía
empezar a quejarme o a querer ser el más importante, no fuese que
Papá Noel cambiase de opinión con respecto a mí.
Mamá nos hizo callar desde su habitación, advirtiendo que Papá Noel
no entraría en casa si había niños despiertos.
Estaba tan cansado que, aún con la pena de pensar que no había
recibido ninguna visita mágica del Polo Norte, me quedé dormido en un
santiamén.
Marta bajó enseguida y también se llevó una gran alegría al ver que le
habían traído el patinete y los libros que había pedido. –Mira, Pablo,
¡mira mi patinete, es de los buenos!…Mira que ruedas…
El último en bajar fue Lucas. Llevaba unos días enfadado con la vida, o
conmigo, o con los dos. Lo cierto es que lo que sucedió era de esperar.
Creo que papá y mamá también tenían regalos, pero estábamos tan
emocionados los tres, que no nos dimos cuenta de lo que les había
traído Papá Noel.
FIN